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Nos encontramos ante un texto titulado “Arqueología y política”, extraído de las actas del
XXII Congreso Nacional de Arqueología, celebrado en Vigo en el año 1993. Su autora
es Raquel Casal García, profesora del Departamento de Historia de la Universidad de
Santiago. En este extracto, la autora realiza una breve reflexión acerca de la relación entre
arqueología y política, una relación necesaria y que en el contexto del desarrollo de las
autonomías españolas se convirtió en algo esencial para muchos arqueólogos.
Elemento clave en este proceso. La autora recoge en este fragmento que la arqueología
cada vez más se relaciona con Patrimonio Arqueológico y esto conlleva grandes riesgos,
debido a que el arqueólogo pasa a depender del poder político, primando los intereses
políticos por encima de la investigación, los aspectos históricos y arqueológicos. Además,
las actuaciones en materia de arqueología son utilizadas por la política para obtener un
beneficio turístico y económico. Ya conocemos como la arqueología y el Patrimonio
Histórico puede ser un foco de atracción turística y una fuente de ingresos económicos,
pero orientar todos los trabajos arqueológicos a este fin se convierten en cuanto menos
pernicioso para la disciplina pues se olvidan otros proyectos que pueden ser muy
interesantes desde un punto de vista histórico a pesar de no reportar beneficios
económicos.
Como hemos comentado anteriormente, otro de los aspectos en los que Raquel Casal
García hace hincapié es en la sumisión política a la que se somete la divulgación de las
investigaciones arqueológicas. Sobre este tema la autora se queja de la ineficiencia de las
autoridades políticas en materia de divulgación pues la mayoría de las publicaciones no
consiguen pasar las barreras autonómicas y por tanto se pierde el objetivo principal de
toda investigación, que es llegar al máximo número de personas posible.
Otro tema muy interesante abordado en este texto es la llamada Arqueología de Gestión
y si es necesaria como tal, ante esto la autora se muestra contraria a seccionar la disciplina
arqueológica. A pesar de esto considera necesaria la multidisciplinariedad de los
arqueólogos y la especialización, pero esto llevado al extremo podría suponer serios
peligros como la burocratización y la primacía de los objetivos políticos sobre los
científicos.
Ante este contexto, la autora propone que la comunidad arqueológica debe involucrarse
en política en la medida de lo posible a través de las vias democráticas para mejorar en lo
posible la disciplina arqueológica, procurando que no sea la política la que domine a esta,
sino que el medio político sirva como un complemento beneficioso y útil que ayude a la
investigación y la difusión.