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ÍNDICE

Contenido

PRESENTACIÓN ................................................................................................................... 3

INTRODUCCIÓN................................................................................................................... 4

GENERALIDADES. ................................................................................................................ 6

CAPITULO I .......................................................................................................................... 7

CLASIFICACIÓN DE LAS OBLIGACIONES CON RELACIÓN AL OBJETO................................... 7

A) DISTINTAS CLASIFICACIONES .......................................................................................... 7

1. Naturaleza del objeto.............................................................................................. 8

2. Fin perseguido....................................................................................................... 12

3. Objeto único o múltiple. ....................................................................................... 14

B) OBLIGACIONES DE DAR COSAS CIERTAS. ...................................................................... 16

1. Concepto y clasificación. ....................................................................................... 16

2. Principios que rigen el cumplimiento de estas obligaciones. ............................... 18

3. Pérdida de la cosa debida. .................................................................................... 22

4. Deterioro. .............................................................................................................. 24

5. Aumentos y mejoras. ............................................................................................ 25

6. Frutos. ................................................................................................................... 29

7. Las mismas contingencias en las obligaciones destinadas a restituir la cosa a su

dueño. ........................................................................................................................... 33

1
8. Reglas que rigen la concurrencia de varios acreedores, según sea la cosa mueble

o inmueble y según se haya hecho o no tradición de esta. .......................................... 37

9. Derecho comparado. ................................................................................................ 48

C) OBLIGACIONES DE GÉNERO. ......................................................................................... 52

1. Concepto. .............................................................................................................. 53

2. Caracteres. ............................................................................................................ 55

3. El género limitado. ................................................................................................ 56

4. Facultad de elección. ............................................................................................ 56

5. Principio de concentración. .................................................................................. 57

6. Efectos................................................................................................................... 58

7. Mora del deudor y del acreedor. .............................................................................. 62

D) OBLIGACIONES DE CANTIDAD ...................................................................................... 63

1. Concepto. .............................................................................................................. 63

2. Principio de concentración. .................................................................................. 65

3. Responsabilidad. ................................................................................................... 66

4. Riesgos. ................................................................................................................. 67

CONCLUSIONES. ................................................................................................................ 73

RECOMENDACIONES: ........................................................................................................ 74

ANEXOS ............................................................................................................................. 75

2
PRESENTACIÓN

Las obligaciones son la esencia del derecho porque el orden social


en que este consiste se resuelve en el orden del cumplimiento cabal de
los deberes y el ejercicio legítimo de las atribuciones.

Esta concepción elemental y la estructura legal, doctrinaria y


jurisprudencial que parte de ella, encuentran su expresión más elevada en
el régimen de las obligaciones civiles.

Así como las obligaciones son de diversas clases con relación a su


objeto, según este sea constituido por una o muchas prestaciones, se
distinguen con relación al sujeto, dándose el nombre de obligación única a
la que es impuesta a un solo deudor a favor de un solo acreedor.

En el contenido del trabajo de se ha de presentar a continuación,


se exponen diversos aspectos relacionados con las obligaciones
respecto al objeto, tratando de establecer una delimitación en su
clasificación de acuerdo al objeto y al sujeto.

3
INTRODUCCIÓN
Capitant define la obligación como un vínculo de derecho por el
cual una persona o varias personas determinadas están obligadas a dar,
hacer o no hacer algo respecto de otra u otras personas, en virtud de un
contrato, cuasicontrato, delito, cuasidelito o ley.

La obligación es un vínculo de derecho, de naturaleza pecuniaria,


que liga a dos o más personas, unas llamadas acreedores, para quienes
la obligación es un elemento activo en su patrimonio, y otras llamadas
deudores, para quienes la obligación es un elemento pasivo. De manera
que todas las relaciones pecuniarias que existen entre los hombres son
relaciones de obligaciones.

Según la clasificación fundada sobre el objeto, las obligaciones son:

 de dar,

 de hacer

 de no hacer.

El deudor de una obligación de dar debe efectuar a favor del acreedor una
"transmisión (dación) de derecho real". La obligación de hacer compele al
deudor a realizar, a favor del acreedor, un hecho, distinto de una
transmisión de un derecho real.

No todas las obligaciones se crean de la misma manera; pero, una


vez creadas, producen el mismo efecto, se cumplen, se transmiten y se
extinguen según las mismas reglas.

La base de las obligaciones radica en la ley o en el contrato. Cuando las


partes no crean libremente sus derechos y obligaciones mediante el
contrato, es la ley la que interviene, tomando en cuenta un hecho jurídico
determinado, para crear distintas consecuencias de derecho. Es decir,
todas las obligaciones se derivan únicamente de dos fuentes: el contrato y
la ley".

4
CLASIFICACIÓN DE LAS OBLIGACIONES
CON RELACIÓN AL OBJETO

5
GENERALIDADES.

Existen en la doctrina diversas clasificaciones de las obligaciones,

atendiendo a la fuente de donde se originan, a las modalidades a que

pueden estar sometidas, a la pluralidad de acreedores o deudores, a los

caracteres y cualidades de la prestación, a la duración de su realización,

etc. Cada una de esas clasificaciones, tiene especial importancia práctica

y ordinaria, fundamentalmente a los efectos de la teoría del cumplimiento.

Algunas veces, la modalidad de la prestación tiene tanta trascendencia,

que da lugar a verdaderas categorías de obligaciones con un régimen

jurídico propio y diferenciado en variados aspectos.

Por ello, numerosos autores consideran como clases de obligaciones las

diversas clases de prestaciones.

Como es comprensible, el estudio de este tema tiene como objetivo

la exposición de los conceptos inherentes a cada clasificación, sin llegar a

un análisis exhaustivo y pormenorizado de las distintas categorías, pues

tal estudio corresponde a otras unidades de la asignatura, a las cuales

remitiremos en la oportunidad de examinar los problemas de

cumplimiento que se susciten en razón de la naturaleza de la prestación.

6
CAPÍTULO I

CLASIFICACIÓN DE LAS OBLIGACIONES CON RELACIÓN

AL OBJETO.

A) DISTINTAS CLASIFICACIONES

Ya al desarrollar el punto 3 del apartado C) del capítulo II, hemos

hecho referencia a las distintas especies de prestación y adelantamos

elementos para una clasificación de las obligaciones con relación al

objeto.

Señalamos allí que la prestación puede tener carácter positivo o

negativo, es decir que puede tratarse de la ejecución de un hecho, o de

una abstención, un no hacer.

Destacamos también que la actividad positiva del deudor admite

distingos, según se trate de la mera ejecución de un hecho (obligación de

hacer), o que el hecho consista en la entrega de una cosa (obligación de

dar). La importancia de esta distinción radica en que pueden establecerse

subdivisiones según el tipo de cosas que deban ser dadas; pero el interés

de estas sub clasificaciones no es meramente académico, sino que

repercute en el campo jurídico, pues la distinta naturaleza de los objetos

que deban ser dados trae como consecuencia la aplicación de regímenes

7
jurídicos distintos a cada clase de obligaciones, como lo estudiaremos

luego.

1. Naturaleza del objeto.

Insistimos en que el objeto de la obligación es la prestación; es

decir una actividad humana. Los distintos tipos de prestaciones, según su

naturaleza misma, pueden ser clasificadas en prestaciones divisibles y

prestaciones indivisibles. Estas obligaciones serán motivo de nuestro

estudio en el capítulo VII, apartado D).

Además, como ya hemos dicho, la naturaleza de las prestaciones per-

mite distinguir entre las obligaciones de dar, de hacer y de no hacer.

Con respecto a las obligaciones de dar, si analizamos el objeto de

la prestación, es decir la cosa que se entrega, podemos distinguir las

siguientes categorías: obligaciones de dar cosas ciertas, obligaciones de

8
dar cosas inciertas no fungibles, obligaciones de dar cantidades de cosas

y obligaciones de dar sumas de dinero.

En las obligaciones de dar cosas ciertas, la cosa que debe ser

entregada está designada o determinada en su individualidad.

Recalcamos este vocablo individualidad, porque es el que a nuestro juicio

caracteriza más enérgicamente esta clase de obligaciones. Quiere decir

que la cosa que debe ser entregada está detallada, está especificada; en

resumen, está individualizada, lo que permite afirmar que no puede ser

confundida con otra cosa, no puede ser sustituida o reemplazada por otra.

Hay que dar esa misma cosa que se individualizó, que se determinó en su

individualidad. Ahí está la diferencia entre este tipo de obligaciones y las

otras de dar.

En las de dar cosas inciertas no fungibles, en cambio,

aparentemente puede tratarse de cosas fungibles. Recordemos que ya se

ha estudiado en la Parte General el concepto que da el Código en su art.

2324 cuando clasifica las cosas:

“Son cosas fungibles aquellas en que todo individuo de la especie

equivale a otro individuo de la misma especie, y que pueden sustituirse

las unas por las otras de la misma calidad y en igual cantidad”.

En materia de cosas inciertas los textos legales suelen agregar no

fungibles. Es lo que dice el artículo 601:

9
“Si la obligación que se hubiese contraído fuere de dar una cosa incierta

no fungible.

Tomemos un ejemplo: alguien se compromete a entregar mil vacas

lecheras. Aparentemente hay cierta fungibilidad, porque el deudor

cumplirá entregando mil vacas con esa característica, o sea que

produzcan leche. No están individualizadas; no son tales o cuales vacas

expresamente determinadas, de tal edad, que estén en tal parte, etcétera,

es decir como esos animales de raza que se presentan en exposiciones,

por ejemplo, y que están ya registrados en libros especiales que, como en

el caso de los caballos de carrera, pueden llevar la individualización hasta

el último extremo, porque hay un verdadero registro civil, diríamos, para

los mismos, similar al que tienen los seres humanos.

Pero en estas obligaciones de dar cosas inciertas no fungibles,

aparentemente hay fungibilidad que permite al deudor entregar animales

que respondan a estas características generales. El Código les llama

cosas no fungibles porque los usos y costumbres de los negocios han

caracterizado a estas cosas como no fungibles, reservando el calificativo

de fungibles únicamente a las obligaciones de que tratan los artículos 606

y siguientes, las obligaciones de dar cantidades de cosas.

¿Qué diferencias hay entre unas y otras? La siguiente: en las

obligaciones de género (dar cosas inciertas no fungibles), la fracción

mínima es un individuo del género, y cada individuo, en realidad, es

10
distinto de los otros; la posibilidad de intercambiarlos surge solo de la

voluntad de las partes. En cambio, en las obligaciones de dar cantidades

de cosas, los usos y costumbres del tráfico tienen establecido que estas

cosas se designan solo por su número, peso o medida. Allí la fungibilidad

es perfecta, porque un litro de agua es igual a otro litro de agua y, por otra

parte, hay una posibilidad de división de la cosa casi infinita, hasta llegar a

fracciones ínfimas, como una gota de agua.

Entonces, las obligaciones de dar cosas inciertas no fungibles,

según la expresión de nuestro Código, son aquellas que los civilistas

llaman obligaciones de género, obligaciones en que las cosas están

designadas por el género o por la especie a que pertenecen como el

ejemplo que dimos anteriormente de la obligación de dar tantas vacas; en

cambio, a estas otras obligaciones se les llama obligaciones de cantidad,

cuando las cosas que deben ser entregadas se determinan solo por su

número, peso o medida.

Queda todavía un subtipo de obligaciones de dar: la de dar sumas

de dinero, entre las que el Derecho moderno admite distinguir las

obligaciones de numerario, en las que se ha determinado una cantidad de

moneda, y las obligaciones de valor, donde en realidad ya no interesa de

ninguna manera el papel del billete de banco, el papel moneda, sino el

valor que ese papel representa.

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2. Fin perseguido.

La prestación es un acto jurídico, y como tal persigue un fin jurídico

inmediato. El fin jurídico que se persigue con la prestación permite

ensayar una clasificación de las obligaciones de dar, que surge de lo

establecido en el art. 574:

“La obligación de dar, es la que tiene por objeto la entrega de una cosa,

mueble o inmueble, con el fin de constituir sobre ella derechos reales, o

de transferir solamente el uso o la tenencia, o de restituirla a su dueño”.

Distinguimos entonces, tres tipos de obligaciones de dar, de acuerdo al fin

jurídico perseguido: a) constituir o transferir derechos reales; b) transferir

el uso o la tenencia; y c) restituir cosas a su dueño.

Para comprender mejor, ejemplifiquemos:

a) Se constituye un derecho real cuando la entrega de la cosa tiene

por fin darla en prenda o en usufructo, que es un derecho real. Se

transfiere un derecho real cuando con la entrega de la cosa se pretende

transmitir el dominio.

b) Se transfiere el uso en virtud del contrato de locación o del contrato

de comodato, que transmiten el derecho personal de uso (no debe

mencionarse aquí el usufructo, como se hace con frecuencia por error,

pues el usufructo es un derecho real).

12
Se transfiere la tenencia cuando se entrega la cosa en virtud del contrato

de depósito, y vemos que el Código dispone en su art. 600 que, si la

obligación tiene como fin solamente transferir el uso, los derechos se

reglarán por lo establecido en el título del arrendamiento, y si se trata de

transferir la tenencia de la cosa, los derechos se legislarán de acuerdo

con lo previsto en el título del depósito.

c) Finalmente, como ejemplo de obligaciones de dar para restituir

cosas a su dueño, podemos citar la del locatario, al término del contrato

de locación; la del comodatario, al finalizar el comodato o cuando el

dueño de la cosa reclama su devolución; lo mismo para el depositario. Y

también la del acreedor prendario, cuando se le ha pagado la deuda

garantizada con la prenda; o el usufructuario, al finalizar el usufructo,

etcétera.

La inclusión de esta clasificación, que hace referencia a la causa

final del acto, ha hecho que algunos autores afirmen que hay allí una

inconsecuencia del codificador, porque la causa final, a su entender, sería

propia de los contratos, y las obligaciones pueden tener otras fuentes.

Recuerden, en efecto, que Vélez Sársfield, en la nota al art. 499 criticaba

al Código Civil francés, diciendo: El Código francés y los demás Códigos

que lo han tomado por modelo, han confundido las causas de los

contratos con las causas de las obligaciones”, y el codificador incurriría en

el mismo error porque solo en las obligaciones cuya fuente es el contrato

13
podría hablarse del fin en virtud del cual la obligación se formó o se

contrajo.

En realidad, creemos que no hay tal equivocación del codificador,

pues no solo el contrato tiene causa final, sino que también la tienen

todos los actos jurídicos, y la prestación, reiteramos, es un acto jurídico,

que persigue un fin inmediato. Por ejemplo, de los cuasi contratos o del

enriquecimiento sin causa surge la obligación de restituir; cuando el

deudor la cumple, esa prestación tiene un fin jurídico: restituir la cosa a su

dueño, y no proviene de fuente contractual; cuando en virtud de un acto

ilícito nace la obligación de indemnizar, que consiste en la entrega de una

suma de dinero, al cumplir esa prestación, se tiene como fin jurídico

transferir la propiedad de esa cantidad de dinero, y la obligación no tenía

como fuente un contrato.

3. Objeto único o múltiple.

Por último, así como hemos señalado que las obligaciones pueden

tener sujetos únicos y múltiples, en materia de objeto puede suceder algo

similar.

Las obligaciones con prestación única no presentan dificultad de

comprensión; las obligaciones con prestación múltiple pueden aparecer a

nuestra vista de distinta forma, según se trate de obligaciones conjuntas

(acumulativas), o disyuntas (alternativas).

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solamente el uso o la tenencia de ella, se aplican las normas contenidas

en los títulos especiales”. En el Código Civil peruano no existe norma

similar.

En una situación intermedia se encuentran las obligaciones

facultativas, en las cuales el deudor por lo general solo debe una

prestación -por lo que podría afirmarse que el objeto es único-, pero tiene

la facultad de elegir él con qué prestación ha de cumplir, entre varias

prestaciones posibles, por lo que podría afirmarse que hay un objeto

múltiple.

En conclusión, las obligaciones de dar aparecen clasificadas, en

primer término, de conformidad con el fin que persiguen en: a) para

constituir derechos reales; b) para transferir el uso o la tenencia, y c) para

restituir las cosas a su dueño. Al mismo tiempo podemos dividir las

obligaciones en dos grandes grupos: obligaciones de dar cosas ciertas, y

obligaciones de dar cosas inciertas. A su vez, a las obligaciones de dar

cosas inciertas las subdividimos en: a) obligaciones de dar cosas no

fungibles; b) obligaciones de cantidad, y c) obligaciones de dar sumas de

dinero; dentro de estas últimas distinguimos las obligaciones de valor.

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B) OBLIGACIONES DE DAR COSAS CIERTAS.

Empezaremos con las obligaciones de dar cosas ciertas, indicando

las disposiciones preliminares que contiene el Código en esta materia.

Según el art. 575:

“La obligación de dar cosas ciertas comprende todos los accesorios

de estas, aunque en los títulos no se mencionen, o, aunque

momentáneamente hayan sido separados de ellas”.

Así, la obligación de dar un automóvil comprende todos sus accesorios,

aunque en ese momento no estén unidos al vehículo, vale decir la rueda

de auxilio, las herramientas, etcétera.

El artículo. 576 responsabiliza al deudor de los daños y perjuicios:

“por falta de las diligencias necesarias para la entrega de la cosa, en el

lugar y tiempo estipulados, o en el lugar y tiempo que el juez designare

cuando no hubiere estipulación expresa”.

1. Concepto y clasificación.

Hemos dicho ya que en las obligaciones de dar cosas ciertas la

cosa debe estar determinada en su individualidad de tal manera que no

pueda ser confundida con ninguna otra cosa. Cuando se nos pida un

ejemplo de obligaciones de dar cosa cierta, jamás podremos decir “la

obligación de dar una casa”, o “una mesa”, o “un caballo” porque

haríamos referencia a cosas indeterminadas {un es artículo

16
indeterminado), sino que podremos ejemplificar adecuadamente hablando

de “esta casa” (esta y no otra), o “esa mesa”, o “aquel caballo”, porque en

tal caso está perfectamente determinado el objeto de la obligación.

También podría determinarse con exactitud si nos referimos a “la casa

situada en la calle tal, número tanto”; es decir indicando con exactitud la

cosa; o damos el nombre del animal que se va a entregar: el caballo de

carrera Reojo, o Amigo Loco.

Insistimos, pues, en que la cosa debe quedar perfectamente

individualizada y distinguirse de cualquier otra.

En lo que respecta a la clasificación, las obligaciones de dar cosas ciertas

-al igual que las restantes obligaciones de dar- pueden subdividirse según

tengan por fin transferir o constituir derechos reales, o transferir

solamente el uso o la tenencia, o si se debe restituir las cosas a su dueño,

como lo establece el art. 574:

“La obligación de dar, es la que tiene por objeto la entrega de una cosa,

mueble o inmueble, con el fin de constituir sobre ella derechos reales, o

de transferir solamente el uso o la tenencia, o de restituirla a su dueño”.

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2. Principios que rigen el cumplimiento de estas

obligaciones.

Para facilitar la ulterior compre que se ocupan de solucionar los

problemas que se presentan en caso de pérdida, deterioro, aumentos,

mejoras, percepción de frutos, etcétera.

Veremos entonces:

a) Las cosas se pierden, deterioran, aumentan o mejoran para su

dueño (nota al art. 578).

b) Antes de la tradición no se adquiere ningún derecho real (art. 577).

c) La propiedad de los frutos se adquiere en el momento de la

percepción (arts. 2376 y 2425).

d) Los frutos son cosas muebles, y la posesión de buena fe de una

cosa mueble hace presumir su propiedad (art. 2412).

e) La culpa fundamenta la obligación de indemnizar (art. 1109).

f) El género nunca perece.

g) Cuando se ha efectuado la elección, en las obligaciones de género

(art. 603) o se han contado, pesado o medido las cosas, en las

obligaciones de cantidad (art. 609), se opera la concentración de la

obligación y deben aplicarse las normas correspondientes a las

obligaciones de dar cosas ciertas.

Con relación a la tradición de la cosa, como modo de transmitir la

propiedad, queremos insistir en que existe en nuestro Código un precepto

18
explícito, terminante, en el art. 577, que dice: Antes de la tradición deja

cosa, el acreedor no adquiere sobre ella ningún derecho real”

Esta norma tiene una extensísima nota del codificador, cuya lectura

recomendamos, en la que Vélez Sársficld explica las ventajas del sistema

de la tradición, cotejado con otros.

No obstante, deseamos advertir que no vamos a dedicarle al tema

todo el detenimiento que merece, porque en el curso de Derechos Reales

se estudia de modo profundizado este problema de los requisitos para la

transmisión y adquisición del dominio. De manera que lo único que nos

falta decir aquí es que el Código Civil abrazó firmemente el llamado

sistema de la tradición, por oposición al que regía en el Derecho francés

(ya se sabe que el Código Civil francés sirvió, en buena parte, de fuente al

nuestro), que era el sistema del mero consentimiento.

En nuestro Derecho, para que se adquiera la propiedad de una

cosa es indispensable que esa cosa sea entregada, que se haga tradición

de ella; en el Derecho francés, en cambio, basta la mera expresión del

consentimiento de las partes. Ambos sistemas tienen defectos, pero

creemos que son mayores los del Derecho francés porque permite en

más alto grado la clandestinidad de la transmisión de derechos reales.

En la actualidad, para cumplir con la necesidad de publicidad, se

han ideado sistemas más perfeccionados, sobre la base de un catastro,

como el libro fundiario del Derecho alemán, y el sistema de la Ley Torrens

19
en Australia. Nuestro sistema jurídico no exige la publicidad registral, con

efectos declarativos (oponibilidad a terceros), para la transmisión de

derechos reales sobre inmuebles (art. 2505 del Código Civil y Ley

17.801), y con efectos constitutivos (en lugar de la entrega de la cosa) en

los auto-motores (Decreto-Ley 6582/58), y en los caballos pura sangre de

carrera (Ley 20.378).

Deseamos señalar algunas consecuencias prácticas de la

diferencia que hay entre los sistemas vigentes en Francia y en nuestro

país. En ambos casos tiene aplicación el aforismo romano res perit

domino, pero hay una diferencia fundamental, que es la siguiente: en el

caso de la compra-venta, mientras la cosa permanece en poder del

vendedor, para nuestro Derecho todavía no se ha operado la transmisión

de la propiedad (art. 577)<322), mientras que en el Derecho francés el

dueño es ya el acreedor; de manera que, retornando al ejemplo que

hemos puesto anteriormente, si la cosa debe ser entregada un año

después y en el transcurso de ese lapso perece por caso fortuito, en el

sistema argentino la cosa se pierde para el vendedor (que es su dueño), y

en el Derecho francés se pierde para el comprador, razón por la cual se

suele decir res perit creditore.

Se advierte, fácilmente la diferencia del régimen; en nuestro

sistema el comprador, que entregó el precio, tiene derecho a reclamar su

devolución, porque la cosa se perdió para el vendedor y la obligación se

ha disuelto. En el sistema francés, como el comprador ya es propietario -

20
aunque no se le haya entregado la cosa- no tiene derecho a reclamar la

devolución del precio que pagó.

La idea central, pues, en nuestro sistema -que soluciona todos los

problemas derivados de los riesgos y contingencias a que pueda estar so-

metida la cosa- desde que se constituye la obligación hasta el día de la

entrega, se apoya en un viejo aforismo romano res perit domino, o con

más propiedad: res perit et crescit domino, es decir que la cosa se pierde,

deteriora, aumenta, mejora o produce frutos, para su dueño.

En el lapso que transcurre entre el momento en que se contrae la

obligación y su cumplimiento, es el dueño el que tiene a su cargo los

peligros y las ventajas de la cosa, es decir no solo los aleas de riesgo,

sino también los azares favorables. Este principio se combina con lo que

ya hemos estudiado anteriormente; es decir, con el hecho de que la

transferencia del dominio solo se opera mediante la tradición, que es el

momento en que se produce la transferencia del derecho real (con la sola

excepción de la transferencia de los automotores y de los caballos pura

sangre de carrera, que se opera por la inscripción en el registro, con

independencia de la tradición).

Más adelante veremos que solo pueden trasladarse los riesgos a la

otra parte cuando incurra en mora de recibir la cosa, y que el deudor, para

liberarse, en tal hipótesis, puede recurrir al pago por consignación.

21
3. Pérdida de la cosa debida.

En cuanto a la pérdida de la cosa, el punto está previsto en el

capítulo del Código que se refiere a la imposibilidad del pago. En el art.

891 están indicadas las tres hipótesis de pérdida de la cosa:

“La cosa que debía darse, solo se entenderá perdida en el caso de que se

haya destruido completamente, o que se haya puesto fuera del comercio,

o que haya desaparecido de un modo que no se sepa de su existencia”.

1) Cuando se ha destruido totalmente. Es claro que no podemos

considerar de un modo literal esta hipótesis de la destrucción, fácil de

concebir, por ejemplo, en un edificio que se desploma o en un vehículo

que se destruye o incendia a raíz de un accidente. También, dentro del

concepto de pérdida material o física de la cosa puede estar la muerte del

animal que debe ser entregado.

2) La segunda hipótesis es que la cosa se haya puesto fuera del

comercio. Ya no se trata de la pérdida material o física, sino de la pérdida

jurídica, porque se ha perdido el dominio particular o privado de la cosa.

Por ejemplo, durante el lapso que se había fijado para entregar la cosa, el

Estado la expropia, por lo cual el deudor de esta obligación no la puede

cumplir.

3) La tercera hipótesis es que la cosa haya desaparecido de un modo

que no se sepa de su existencia. Además del clásico ejemplo de doctrina,

repetido en tantos textos, del anillo que cae al fondo del mar, podemos

22
mencionar supuestos que se dan con más frecuencia en la vida real,

como el caso de una persona que tiene una obra de arte, o un caballo de

carrera -que ya han sido vendidos- y son sustraídos sin que medie culpa

de su parte; entran ladrones y roban esas cosas, a pesar de que se han

tomado toda clase de precauciones, y el cumplimiento resulta imposible

porque la cosa ha desaparecido de un modo tal que no se sabe de su

existencia, aunque en realidad puede no haberse destruido.

Cuando la pérdida se produce sin culpa del deudor, dice el art. 578,

la obligación queda disuelta para ambas partes; esto significa que se

debe reputar como si la obligación no se hubiera formado y, en

consecuencia, si el vendedor recibió el precio debe devolverlo, porque es

como si no hubiera habido obligación y entonces solo él sufre la pérdida

de la cosa.

Ahora, si la pérdida de la cosa es por culpa del deudor, responde

frente al acreedor con el equivalente de la cosa y por los perjuicios e

intereses (art. 579); en realidad el Código debió establecer lisa y

llanamente que se respondiese por los daños y perjuicios, donde se

comprende la pérdida sufrida por el acreedor y las utilidades que hubiere

dejado de percibir por el incumplimiento de la obligación a su debido

tiempo; porque, ¿cuál es el equivalente de una cosa cierta? Jamás podría

entenderse como otra cosa semejante, porque un caballo de carrera, no

tiene como equivalente otro caballo de carrera, que es distinto en sus

23
condiciones y aptitudes. El único equivalente de la cosa cierta es: su valor

en dinero.

Sin embargo, como lo veremos luego, el uso de este término tiene

explicación cuando el art. 579 se aplica a obligaciones de género o de

cantidad, después de operada la concentración.

4. Deterioro.

Pasemos ahora al supuesto del deterioro y veamos primeramente

el caso en que se produce sin culpa del deudor. Dice el art. 580 que, si la

cosa se deteriora sin culpa del deudor, el deterioro será por su cuenta,

porque estamos siempre dentro de la aplicación del mismo principio: la

cosa se pierde o se deteriora para su dueño, que es el deudor. Entonces

el acreedor, según este mismo artículo, puede ejercitar una opción.

La obligación que antes tenía una sola prestación, que era la de

dar una cosa cierta, aquí, en razón del deterioro que la cosa sufre, se

convierte en una obligación de prestación múltiple. Pasa a ser alternativa,

y el acreedor es quien tiene la elección: es él quien puede optar, como

dice el artículo, entre disolver la obligación (en cuyo caso también tendría

el deudor que restituir lo que había recibido en virtud de esa obligación), o

recibir la cosa en el estado en que se hallare, con disminución

proporcional del precio si los hubiere.

El artículo 581 nos coloca frente a otro supuesto: el deterioro con

culpa del deudor. Entonces ocurre otra situación similar; también funciona

24
otra alternativa porque, de igual manera, el acreedor puede optar entre

recibir una cosa equivalente con indemnización, de los daños o perjuicios,

o recibir la cosa en el estado en que se halle, siempre con indemnización

de los daños y perjuicios desde el momento que hubo culpa del deudor.

5. Aumentos y mejoras.

El artículo 582 hace uso de algunas expresiones que conviene

deslindar. Dice:

“Si la cosa se hubiere mejorado o aumentado, aunque no fuese por

gastos que en ella hubiere hecho el deudor.

El Código emplea aquí los vocablos mejorado y aumentado como si

fuesen sinónimos, porque utiliza la conjunción disyuntiva o.

Indudablemente nos vemos precisados a hacer un distingo entre los

aumentos naturales, físicos y materiales que puede sufrir la cosa, y

aquellos otros aumentos que recibirá en virtud de trabajos, de gastos, de

accesorios que se hayan colocado. El art. 582 se refiere únicamente a los

aumentos naturales que, más que naturales, nos agrada llamarlos

aumentos materiales o físicos, porque vamos a ver que, aunque el

aumento sea obra de la naturaleza, sin embargo, es un aumento de

dimensiones, de magnitud, de tamaño de la cosa.

Volviendo al mismo ejemplo que dimos recién, para que no nos con-

fundamos, el deudor, o sea el vendedor, en virtud de un contrato de

compraventa debe entregar en el plazo de un año un terreno situado en la

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margen de un río o de un arroyo. Durante ese periodo de tiempo se

producen inundaciones, desbordes de ríos y arroyos, etcétera, y en razón

de aluviones o de una avulsión, o sea que el río traslada pedazos grandes

de tierra que se agregan al terreno ribereño, este aumenta de

dimensiones.

El Código se refiere única y exclusivamente a ese supuesto en el art.

582, porque si analizamos desde un punto de vista lógico la solución que

da, veremos que solo puede referirse a esa hipótesis y no a la de las

mejoras, o sea a aquellos aumentos que sufre la cosa en virtud del hecho

de gastos, de trabajos, etcétera. Dice este art. 582:

“Si la cosa se hubiere mejorado o aumentado, aunque no fuese por

gastos que en ella hubiere hecho el deudor, podrá este exigir del

acreedor un mayor valor, y si el acreedor no se conformase, la

obligación quedará disuelta”.

Esto no puede aplicarse, jurídica ni lógicamente, al caso de las

mejoras, porque entonces tendríamos nosotros abandonada en manos

del deudor la facultad omnímoda, arbitraria, ilimitada, de realizar en las

cosas que debe entregar todas las mejoras que se le ocurran para

después exigirle al acreedor que se las pague, y eso no puede ser. Así,

por ejemplo, el vendedor no puede cambiar el estado de la cosa vendida,

y debe conservarla tal como se hallaba en el momento de celebrar el

26
contrato (art. 1408); el inquilino debe restituir la cosa arrendada en buen

estado.

1534) y no puede introducirle mejoras (art. 1565); el depositario debe

restituir la misma e idéntica cosa (art. 2182 y 2210), etcétera; y, en

general, todo deudor debe entregar la misma cosa a que se obligó (art.

740).

Entonces, si el acreedor debía recibir un terreno de tal o cual

superficie por un precio equis y antes de serle entregada esa cosa, por

obra de la naturaleza ha aumentado de superficie, siempre dentro del

mismo principio que la cosa se pierde, se deteriora o aumenta para su

dueño, habrá aumento para su dueño, que es el deudor, por no haber

hecho aún la tradición de la cosa. En consecuencia, él podrá exigir un

aumento de precio, pero no podrá obligar al acreedor a que se lo pague.

Este, si no le conviene, no aceptará ese precio suplementario y la

obligación quedará sin efecto. Esta es la solución que da el art. 582 en su

parte final, al decir: “si el acreedor no se conformase, la obligación

quedará disuelta”.

Un punto que también debemos aclarar es el siguiente. El artículo

que estamos estudiando comienza diciendo: “Si la cosa se mejorare o

hubiere aumentado”, aunque no fuese por gastos, etcétera. Puede

suceder que la cosa experimente un aumento que no se deba ni a una

obra de la naturaleza, como en el ejemplo que hemos dado, ni a trabajos

27
del hombre, sino que la cosa aumente de valor por razones

extraordinarias.

Supongamos que durante el periodo de un año en que según

nuestro ejemplo la cosa debía ser entregada, el Estado ha realizado obras

públicas de gran importancia al lado del inmueble que debe entregarse, y

este ha experimentado un aumento extraordinario en su valor, se ha

duplicado; o se ha hecho al lado un edificio monumental, una gran calle

pública, una hermosa avenida o una estación ferroviaria en un lugar

donde antes ni siquiera había ferrocarril, etcétera.

En este caso, ¿podrá el deudor, de acuerdo con la regla de la parte

final de este artículo, exigir también un suplemento en el precio y si el

acreedor no lo acepta, disolver la obligación? Indudablemente que no,

porque el texto del art. 582 se está refiriendo tan solo a aumentos físicos,

como son los resultantes de la naturaleza, según la primera hipótesis que

hemos analizado, o de trabajos del hombre.

Porque si así no fuera, coloquémonos en la hipótesis inversa: que

el inmueble se haya depreciado o desvalorizado también de manera

extraordinaria: por ejemplo, cuando se vendió tenía una estación

ferroviaria al lado, pero después se levantó, incluyendo los rieles, y

cuando llega el momento de entregar el inmueble este ha perdido un gran

porcentaje de su valor. Con ese criterio el acreedor podría también exigir

una disminución del precio. Ya no sería el deudor que pide un aumento,

28
sino el acreedor que solicita una disminución, y resultaría entonces que

no quedaría ningún contrato en condiciones de estabilidad, de firmeza, de

fijeza.

En conclusión, el sistema de nuestro Código solo tiene en

consideración los aumentos o mejoras a que nos hemos referido.

6. Frutos.

Veamos ahora el problema de los frutos, porque la cosa que se

debe entregar bien puede ser una cosa fructuaria que durante el lapso

que ha de transcurrir hasta el día de la entrega producirá los frutos, o sea

aquello que las cosas producen periódicamente, sin disminución de su

sustancia.

Hay una nota en el Código que contrapone lo que es fruto a lo que

es producto; es la nota al art. 2329, en la que dice Vélez Sársfield que “los

frutos no son accesorios de las cosas. Frutos son los que la cosa regular

y periódicamente produce sin alteración ni disminución de su substancia”.

Por ejemplo, las cosechas del inmueble, las crías de los animales, las

rentas o alquileres de una propiedad, los intereses del capital, etcétera.

Se ha hecho una clasificación de los frutos en naturales, industriales y

civiles. A esto lo veremos más adelante, al ocuparnos del art. 2424 según

el cual:

“Son frutos naturales las producciones espontáneas de la naturaleza. Los

frutos que no se producen sino por la industria del hombre o por la cultura

29
de la tierra, se llaman frutos industriales. Son frutos civiles las rentas que

la cosa produce.

En cuanto a la propiedad de los frutos en las obligaciones de dar

con el fin de constituir sobre la cosa derechos reales, el art. 583 señala:

“Todos los frutos percibidos, naturales o civiles, antes de la tradición de la

cosa, pertenecen al deudor; más los frutos pendientes el día de la

tradición pertenecen al acreedor”.

León sostenía que cuando el Código dice los frutos percibidos esa

palabra percibidos no significa estrictamente que ya hayan sido cobrados,

y daba el siguiente ejemplo: el deudor debe entregar en el plazo de un

año, una casa que está alquilada, y el día de entrega del inmueble, o sea

un año después de haberse formalizado el contrato, se están debiendo

tres meses de alquiler. Aunque estrictamente, literalmente, esos tres

meses de alquiler no han sido percibidos, nuestro maestro interpretaba

que, según el sistema de la ley en esta norma, percibidos equivale a todo

aquello que había el derecho de cobrar hasta el día de la entrega, de

modo que el crédito por esos tres meses de alquileres impagos seria

a favor del deudor.

Pretendía de esta manera hacer extensiva a esta hipótesis la

solución prevista en el art. 2865, para la adquisición de los frutos civiles

por el usufructuario’’.

30
No participamos de esta opinión ya que se trata de situaciones tácticas

totalmente distintas; si el vendedor no reclamó el pago de los alquileres

antes de hacer la tradición de la cosa, no podrá considerárselos

percibidos, y pertenecerán al nuevo propietario del inmueble.

El Código llama frutos pendientes a aquellos que todavía no se han

percibido de manera efectiva; desde el día en que se hace, o desde el día

en que debía hacerse la tradición, esos frutos pertenecen al acreedor.

Recién hemos diferenciado los aumentos puramente naturales (que

dijimos que eran materiales o físicos), de los aumentos que se deben al

trabajo del hombre (que son las mejoras estrictamente consideradas). Lo

interesante del asunto es que el Código, cuando se ocupa de un modo

particular de este problema de las mejoras, las analiza recién en el

segundo tipo de obligaciones, en las de dar una cosa cierta con el fin de

restituirla a su dueño; y entonces, en el art. 589 se refiere a las mejoras

necesarias, a las útiles y a las voluntarias.

Pero este concepto de mejoras es también aplicable a la obligación

de dar con el fin de constituir sobre la cosa derechos reales. Según el art.

591 del Código, se llaman mejoras necesarias a las que son

indispensables para la conservación de la cosa, pero no solo en un

sentido físico o material, que es la acepción que frecuentemente se

emplea; por ejemplo, la casa amenaza ruina y hay que hacer gastos

urgentes e impostergables para evitar que se desplome. Esta sería una

31
mejora necesaria; pero también se equipará en la doctrina y en la

jurisprudencia el gasto necesario; por ejemplo, el pago de impuestos cuya

morosidad motivaría un daño inminente ya que haría perder la propiedad

de la cosa a su dueño.

Las mejoras útiles, en cambio, son las que aprovechan a cualquier

poseedor o propietario de la cosa, sea quien fuere. Si es una cosa

destinada a vivienda, por ejemplo, una instalación de agua corriente, algo

que complete el mínimum de comodidades que a cualquier habitante u

ocupante de la casa le sea indispensable para vivir.

Las mejoras voluntarias, al contrario, son de mera comodidad, de

mero placer; por esta razón se ha propuesto otro calificativo para ellas; en

lugar de voluntarias que es un término equívoco porque, en general, todas

las mejoras son voluntarias (nadie las hace involuntariamente), se ha

propuesto otro calificativo: mejoras voluntarias, porque esta palabra

derivada de voluptuosidad, traduce esa idea de comodidad, de placer,

propia de una persona determinada y que no es útil ni de provecho para

todos los demás que quieran vivir en la casa; por ejemplo: decoraciones

que se hagan en sus muros o cualquier otro agregado de lujo que desee

ocupante, etcétera.

A estas mejoras no se les puede aplicar lo dispuesto en la parte

final del art. 582 que establece que el deudor podrá exigir del acreedor un

mayor valor, y si el acreedor no se conformase, la obligación quedará

32
disuelta; porque no podríamos, insistimos, dejar en manos del deudor la

facultad arbitraria de exigir al acreedor el pago de todas aquellas mejoras

que a él se le ocurriera introducir en la casa.

Por supuesto que en este caso solamente podemos admitir las

mejoras necesarias, porque si la cosa va a ser recibida por el acreedor

dentro de un plazo determinado, él será el que decidirá cuáles mejoras

útiles se harán, porque respecto a las voluntarias o voluntarias, no hay

duda posible; en ningún caso se puede exigir del acreedor el pago de

estas mejoras.

Aclaremos también que todas estas soluciones son supletorias de

lo que las partes pudieron haber decidido; se admite que los interesados

pue-dan disponer, de conformidad con el amplio margen de la libertad

contractual, lo que estimen más conveniente a sus intereses.

7. Las mismas contingencias en las obligaciones

destinadas a restituir la cosa a su dueño.

Pasamos a considerar ahora las obligaciones de dar con el fin de

restituir la cosa a su dueño. Aquí encontramos el mismo problema:

pérdida o deterioro de la cosa.

Si se pierde sin culpa del deudor, naturalmente que la cosa se

pierde para su dueño; aquí a la inversa de la primera clase de

obligaciones de dar, el dueño es el acreedor, no el deudor, porque este

debe entregarle la cosa a su dueño. Si se pierde en virtud de un caso

33
fortuito o fuerza mayor, se habrá perdido para el dueño, es decir para el

acreedor (art. 584).

Si se pierde por culpa del deudor, lógicamente este responderá de

los daños y perjuicios, según el principio del art. 585.

Si se deteriora sin culpa del deudor, se deteriora para su dueño

que es el acreedor, tal como lo dispone el art. 586. Ya no tiene el

acreedor el derecho de opción que habíamos visto anteriormente, porque

él es el propietario y tendrá que recibir la cosa, quiera o no quiera, en el

estado en que se halle; asimismo, el deudor no queda obligado a ninguna

indemnización, porque el deterioro se ha producido sin culpa suya.

Si se deteriora con culpa del deudor (principio del art. 587),

entonces sí habrá opción; el acreedor, que es el dueño, recibirá la cosa

en el estado en que está, con indemnización de daños y perjuicios, o

simplemente: te pedirá la indemnización de daños y perjuicios.

Si la cosa se mejora o aumenta sin que el deudor haya hecho

ningún gasto (estamos siempre dentro del problema del aumento material

o físico) no cabe duda entonces que ese aumento aprovecha única y

exclusivamente al dueño, o sea al acreedor (artículo 588).

En cuanto a las mejoras o aumentos hechas por el deudor que

hubiere poseído la cosa de buena fe, “(...) tendrá derecho a ser

indemnizado del justo valor de las mejoras necesarias o útiles, según la

avaluación que se hiciere al tiempo de la restitución, siempre que no se le

34
hubiese prohibido hacer mejoras. Si las mejoras fueren voluntarias, el

deudor, aunque fuese poseedor de buena fe, no tendrá derecho a

indemnización alguna. Si el deudor fuese poseedor de mala fe, tendrá

derecho a ser indemnizado de las mejoras necesarias” (artículo 589). Ya

no de las útiles, y menos, por supuesto, de las voluntarias.

Pero, se nos dirá: ¿a qué viene esto de la buena y la mala fe?

Porque hemos de ver en este mismo capítulo, cuando se estudian los

efectos de las obligaciones de dar cosas ciertas con relación a terceros,

que también el Código habla en cierta parte de la buena o mala fe del

deudor, que se identifica con la ignorancia (buena fe ignorancia, se dice),

o sea el desconocimiento de una obligación anterior que pesa sobre el

deudor. Aquí no; aquí se trata de la buena o mala fe en la posesión.

No olvidemos que la obligación de dar una cosa cierta con el fin de

restituirla a su dueño no solo puede tener como fuente el contrato; como

corre con la obligación que gravita sobre el inquilino, de devolver el in-

mueble arrendado a su dueño; o la que gravita sobre el comodatario o

depositario de devolver la cosa dada en comodato, etcétera. También

puede gravitar esta obligación sobre el detentador de una cosa ajena

contra la voluntad de su dueño; el que sea poseedor de algo que no le fue

entregado, de algo que le es ajeno como, por ejemplo, el caso de alguien

que se ha apropiado de una cosa que no le pertenece y que, por

supuesto, tiene el deber de restituirla a su dueño.

35
Puede suceder perfectamente que el poseedor de una cosa ajena

obre con buena fe, creyendo verosímilmente que él adquirió esa cosa de

alguien que era el dueño, lo que no sucedió en efecto; pero puede ocurrir

también que sea de mala fe, en el sentido de que poseía la cosa sabiendo

que no era de él, sabiendo que era de otro. En ambos casos es probable

que el que tiene la obligación de restituir esa cosa a su legítimo dueño,

haga mejoras, y aquí es donde el Código distingue al poseedor de buena

fe y al de mala fe.

Si se trata de mejoras voluntarias, nadie puede exigir el reembolso

de lo que haya gastado, aunque sea de buena fe. Sí puede, si es de

buena fe, exigir el pago de las mejoras necesarias, o sea las

indispensables para la conservación de la cosa.

En cuanto a los frutos, el Código hace el mismo distingo en el art. 590.

Pertenecen al poseedor de buena fe los frutos percibidos, naturales o

civiles; y el deudor que hubiere poseído de mala fe, está obligado a

restituir la cosa con los frutos percibidos y pendientes, sin tener derecho a

indemnización alguna. De modo que no ha hecho suyos ni siquiera los

frutos percibidos, porque él detenta la cosa sabiendo que no le

pertenecía.

Digamos, finalmente, que solo nos hemos ocupado de las

obligaciones de dar que tienen por fin transferir derechos reales, o restituir

las cosas a su dueño, y hemos dejado de lado el análisis de las que

36
tienen por objeto transferir el uso y la tenencia, porque estas últimas,

como lo dispone el art. 600, se rigen por las reglas especiales que

encontramos en los contratos de arrendamiento y de depósito:

“Si la obligación fuere de dar cosas ciertas para transferir solamente el

uso de ellas, los derechos se reglarán por lo que se dispone en el título

Del arrendamiento. Si la obligación fuere para transferir solamente la

tenencia de la cosa, los derechos se reglarán por lo que se dispone en el

título Del depósito”.

8. Reglas que rigen la concurrencia de varios

acreedores, según sea la cosa mueble o inmueble y según

se haya hecho o no tradición de esta.

Puede suceder que el deudor, durante el periodo que transcurra hasta la

entrega de la cosa, haya contraído obligaciones con terceras personas. Él

debe entregar una cosa mueble o inmueble y se obliga con otros a

entregarles la misma cosa; puede suceder también que, efectivamente, la

entregue.

El Código debe dar alguna solución a estos conflictos, a estas

colisiones de derechos que se plantearán entre el acreedor de la

obligación de dar y los otros acreedores que concurran invocando

también derechos con relación a la misma cosa.

Por supuesto que acá también rige el principio central del art. 577, que

establece que antes de la tradición de la cosa no se adquiere sobre ella

37
ningún derecho real. y de conformidad con este artículo, muy lejos, en la

parte final del Código, tenemos el art. 3269 de cuyo texto extraeremos

consecuencias que son de aplicación aquí:

“Cuando una persona ha contratado en diversas épocas con varias

personas la obligación de transmitirles sus derechos sobre una misma

cosa, la persona que primero ha sido puesta en posesión de la cosa, es

preferida en la ejecución del contrato a las otras, aunque su título sea más

reciente, con tal que haya tenido buena fe, cuando la cosa le fue

entregada”.

Nótese que dice: “que haya tenido buena fe”. Esta es la buena fe

ignorancia, que consiste en desconocer, en no saber que el que

entregaba la cosa estaba obligado a darla a otra persona.

Esta disposición es la que soluciona primordialmente los conflictos o

colisiones entre diversos acreedores. Es la aplicación de un venerable

aforismo romano: In parí causa melior está conditio occupantis, o sea que,

en equivalencia de situaciones, se preferirá al que invista la condición de

ocupante o poseedor de la cosa. Siempre es una consecuencia del

principio de la tradición.

El Código comienza a contemplar, en el art. 592, las distintas hipó-

tesis; estas son ocho porque, por lo pronto, nos encontramos estudiando

dos clases de obligaciones de dar cosas ciertas: con el fin de constituir

derechos reales y con el fin de restituir la cosa a su dueño. Cada una de

38
estas dos aparece subdividida en otras dos: que la cosa que se debe

entregar sea mueble o inmueble; y tenemos que hacer otra subdivisión:

que se haya hecho o no entrega de la cosa, con lo cual llegamos a las

ocho hipótesis.

Dice así el art. 592:

“Cuando la obligación sea de dar cosas ciertas con el fin de transferir o

constituir derechos reales, y la cosa es mueble, si el deudor hiciere

tradición de ella a otro, por transferencia de dominio o constitución de

prenda, el acreedor, aunque su título sea de fecha anterior, no tendrá

derecho contra los poseedores de buena fe, sino solamente contra los de

mala fe”.

A continuación, define la mala fe diciendo que consiste en el

conocimiento de la obligación del deudor. Así como hemos hablado de la

buena fe = ignorancia, esta es la mala fe conocimiento.

El artículo 593 expresa:

“Si la cosa fuere mueble, y concurriesen diversos acreedores, a

quienes el mismo deudor se hubiese obligado a entregarla, sin haber

hecho tradición a ninguno de ellos, será preferido el acreedor cuyo título

sea de fecha anterior”.

Inmediatamente se nos presenta un problema. Dice el Código que se

preferirá al acreedor cuyo título sea de fecha anterior; por ejemplo, un

deudor ha vendido el mismo automóvil a tres personas distintas, pero no

39
se lo ha entregado a nadie; supongamos que un contrato sea de fecha Ío

de agosto, otro del 2 de agosto y el tercero de fecha 3 del mismo mes.

Aparente-mente, el acreedor cuyo documento es de fecha 1 de agosto es

el que podría reclamar la entrega del vehículo. Pero en estos casos de

venta de cosas muebles no es usual la escritura pública; lo que ocurre

con frecuencia es que estos contratos se formalicen verbalmente o, a lo

sumo, en instrumento privado y si hay una colisión entre tres acreedores

distintos, ninguno va a poder hacer valer frente a los otros la verdadera

fecha del documento.

Recuérdese lo que concierne a la fecha cierta de los instrumentos

privados, legislada en el art. 1035, que dice:

“Aunque se halle reconocido un instrumento privado, su fecha cierta en

relación a los sucesores singulares de las partes o a terceros, será”. Y

vienen cuatro incisos con distintos casos de fecha cierta'.

El acreedor cuyo documento está fechado el 3 de agosto puede

perfectamente invocar este art. 1035 y decirle al de fecha Ío que esa

fecha no es real, que no es una fecha cierta con respecto a él, que es un

tercero.

De modo, pues, que, si no se ha producido alguno de los supuestos

previstos en el art. 1035 para determinar la fecha cierta de un instrumento

privado, debemos llegar a la conclusión de que nunca se podría hacer

40
mérito de las fechas que estaban consignadas en los instrumentos

privados en que constan las obligaciones.

Así, verbigracia, el acreedor cuyo documento es más nuevo, que tiene

fecha 3 de agosto en el ejemplo que dimos, puede haberse presentado

ante el juez de turno con su documento y demandar. Desde ese momento

el documento adquiere fecha cierta, así que, aunque en el texto del

documento figure una fecha posterior a la de los otros acreedores, sin

embargo, la fecha cierta con respecto a los demás es la de presentación

en el juicio; él, con su diligencia, al demandar primero, ha mejorado su

situación comparada con la de los otros.

El artículo 594 expresa:

“Si la cosa fuere inmueble y el deudor hiciere tradición de ella a otro”.

La conclusión fluye por sí sola, porque es de pura lógica que, si se ha

hecho tradición de la cosa, los otros acreedores no tendrán derecho

contra el tercero que ignoraba las obligaciones precedentes del deudor;

por el contrario, sí tienen acción contra quienes, conociendo la existencia

de obligaciones anteriores, hubiesen tomado posesión de la cosa.

Ahora bien: tanto el art. 592 que prevé la obligación de dar una cosa

mueble, como este art. 594 que prevé la obligación de dar un inmueble,

dicen más o menos lo mismo; el art. 592 establece que el acreedor,

aunque su título sea de fecha anterior, no tendrá derecho contra los

poseedores de buena fe, sino solamente contra los de mala fe; el art. 594

41
expresa que el acreedor no tendrá derechos contra terceros que hubieren

ignorado la obligación precedente, pero sí contra los que han conocido la

obligación.

Pero, ¿a qué derechos se refieren? He aquí otro problema. El caso

es este: el deudor se obliga a entregar una cosa mueble o inmueble;

estando pendiente esta obligación, como en el ejemplo que hemos dado

tantas veces de una obligación a plazo, ese deudor compromete con otro

la misma cosa y se la entrega. El que ha recibido la cosa lo ha hecho de

mala fe; sabía que el deudor tenía la obligación de darle esa cosa a otro.

El Código dice que el acreedor tiene derecho contra este tercero de mala

fe.

El interrogante es: ¿de qué derecho se trata? ¿Reivindicar la cosa?

Entre nuestros intérpretes se ha impuesto la conclusión de que el

acreedor tiene la acción revocatoria o pau-liana, porque el deudor habría

obrado en fraude del derecho del acreedor y ese tercero de mala fe, que

conocía la obligación del deudor, habría sido cómplice. Luego, se habría

defraudado al acreedor en virtud de una connivencia entre el deudor y un

tercero. Esta es la interpretación que no la compartimos, pero prevalece y

se ha impuesto entre nuestros civilistas.

No estamos de acuerdo con esta conclusión por considerar que

uno de los requisitos básicos para que prospere la acción revocatoria o

42
pau-liana, es el de la insolvencia del deudor, o sea que el acto realizado

por el deudor produzca su insolvencia o agrave una insolvencia anterior.

Además, cuando la acción está dirigida contra un tercero adquirente a

título oneroso (hipótesis del art. 968), debe probarse la complicidad del

tercero, lo que en este caso no ofrecería dificultad porque ya hemos dicho

que se trata de un tercero de mala fe; y el ánimo de defraudar de parte del

deudor que, según dispone el art. 969, se presume por su estado de

insolvencia'.

Pero esta hipótesis especial que consideramos no tiene nada que

ver con el problema de la solvencia o de la insolvencia del deudor. Puede

ser una persona de excelente situación pecuniaria, y que sencillamente,

por hacer un mejor negocio, el bien que debía entregar a su acreedor se

lo entrega a otro que conocía la existencia de la obligación anterior. En

este caso, pues, falta una de las condiciones esenciales o fundamentales

para el éxito de la acción revocatoria.

Por otro lado, insistimos, el Código Civil exige como presupuesto

de la acción revocatoria, el requisito de la complicidad o connivencia del

ter-cero; este requisito es mucho más estricto, de mayor severidad que

este de la mala fe que se exige en materia de obligaciones de dar cosas

ciertas. En efecto, una cosa es que el deudor y un tercero se hayan

puesto de acuerdo para perjudicar al acreedor, y otra cosa

completamente distinta es que el tercero, sin ningún acuerdo previo, sin

43
ninguna connivencia, ni complicidad, en resumen, simplemente,

recalcamos nada más que eso, haya sabido por cualquier medio, incluso

por terceros, no por el propio deudor, que existía una obligación anterior a

cargo de este.

Por esas razones entendemos que cuando el Código Civil en el art. 592,

que se repite en el art. 594, cuando se trata de obligaciones de dar in-

muebles, dice que el acreedor tendrá derecho contra el tercero de mala

fe, esa acción consiste en una acción directa, para que la cosa le sea

entregada.

Tampoco podría darse la acción revocatoria, porque mediante ella

se procura que las cosas transferidas en perjuicio de los acreedores

puedan ser sometidas a ejecución y reducidas a dinero, diríamos, para

que los acreedores puedan cobrarse. Tampoco esa situación se presenta

en este caso, porque lo que el acreedor demanda en definitiva es lisa y

llanamente la entrega de la cosa y no su liquidación para cobrarse con el

precio.

Las disposiciones sucesivas del Código en esta parte contemplan

la segunda especie de obligaciones de dar cosas ciertas: las que se

contraje-ron con el fin de que esas cosas fueran restituidas a su dueño.

Nos encontramos enfrentados con las mismas cuatro hipótesis: que la

cosa sea mueble o que sea inmueble, y en cada una de esas situaciones

si se hizo o no la tradición de la cosa.

44
El art. 597 se refiere a las obligaciones de dar cosas muebles con el fin de

restituirlas a su dueño. Es claro que puede chocar un poco con nuestras

convicciones jurídicas el hecho de que un tercero pueda adquirir un

derecho de un deudor que no era el dueño de esa cosa; vale decir, que

alguien transmita el dominio de una cosa ajena, y que lo transmita

válidamente.

Ejemplo: una persona le presta a otra una cosa mueble que tanto puede

ser un ventilador, como un aparato de radio, etcétera; la persona que

recibió esa cosa, y que tiene el deber de restituirla a quien se la prestó, se

la vende a otro; es decir, ha vendido una cosa ajena. Aquí domina la

materia el art. 2412, completado por los arts. 2414 y 3271, según los

cuales la posesión de buena fe de una cosa mueble equivale al título y

esta no puede ser reivindicada, con excepción de aquellos casos en que

la cosa hubiere sido robada o perdida. Luego, si el tercero era de buena

fe y compró esa cosa mueble en la creencia de que el que se la transfirió

era el dueño, la puede retener legítimamente en su poder. Esa es la

solución que da el art. 597: si el deudor ha hecho tradición de una cosa

mueble “el acreedor no tendrá derecho (ya sabemos que el acreedor aquí

es el dueño) contra los poseedores de buena fe, sino solamente cuando

la cosa haya sido robada o se hubiese perdido”. Concuerda, pues, esta

parte con los arts. 2412 y 2413 que mencionábamos recién. Y concluye el

art. 597: “en todos los casos lo tendrá contra los poseedores de mala fe”.

45
Este es uno de los casos que marcan una excepción a la regla básica de

que nadie puede adquirir sobre una cosa un derecho mejor y más extenso

que el que tenía aquel que ha transferido la cosa, disposición

fundamentalísima consignada por el Código en el art. 3270; pero a la que

hace excepción el artículo 3271.

exclusivamente en el carácter peculiar de las cosas muebles, y en la

necesidad de asegurar las transacciones y proteger a los terceros de

buena fe.

Naturalmente, si no se ha hecho tradición de la cosa, dice el art.

598 que se preferirá al acreedor a quien pertenece el dominio de la cosa.

Mucho más claro aún: se preferirá al dueño de esta.

Si el deudor que debe restituir la cosa a su dueño, a su legítimo

propietario, se ha comprometido a dar esa misma cosa a otras personas,

pero no se la ha entregado a nadie, lógicamente debe ser preferido el

propietario de la cosa.

En el caso de los inmuebles ya no podemos, como en el de los

muebles, hablar de buena o mala fe. ¿Por qué? Recién hemos dado el

ejemplo de la persona que vende y entrega un aparato de radio, un

ventilador, una estufa, en fin, cualquier cosa mueble; el tercero puede

invocar buena fe, porque ninguna de esas cosas está registrada y su

transmisión no consta en un instrumento público. Nadie vende estos

objetos con una escritura pública; así es que quien compra a alguien en

46
cuyo poder está la cosa creyendo verosímilmente que era el dueño,

puede obrar de buena fe.

Cuando se trata de un inmueble eso no es posible, porque el

inmueble no se puede adquirir de terceros sino en los siguientes casos: o

por herencia, vale decir con intervención de los tribunales, mediante un

juicio sucesorio, o si es un acto entre vivos, por medio de una escritura

hecha ante un escribano público.

Ese es el principio del art. 1184, inciso 1), que ordena otorgar en

escritura pública los contratos que tienen por objeto la transmisión de

bienes inmuebles en propiedad o usufructo, etcétera.

¿Qué buena fe puede pretextar la persona a quien le es transferido y

entregado un inmueble ajeno, cuando ella no ha tenido la más mínima

precaución de cerciorarse si la persona que hacía la transmisión contaba

con un título a su favor?

Por este motivo, el art. 599 dice expresamente que:

“Si la cosa fuere inmueble, el acreedor tendrá acción real contra ter-ceros

que sobre ella hubieren aparentemente adquirido derechos rea-les.

Observen que este artículo hasta incluye el vocablo

aparentemente, porque, en efecto, no se pudo haber adquirido un

derecho real sino solo en forma aparente.

47
Por esta razón también ha eliminado el Código la última hipótesis, la

octava, o sea la cuarta de estas obligaciones de dar con el fin de restituir

la cosa a su dueño. Esa última hipótesis sería aquella en que el deudor

debe restituir un inmueble a su dueño y ha comprometido a ese mismo

inmueble con otras personas. En este caso se podría plantear, pero

absurdamente, el interrogante, como se vio con respecto a los muebles,

de a quién se le debe entregar el inmueble. Pero ¿para qué va a plantear

el Código esta hipótesis, si es evidente que a quien le debe restituir el

deudor el inmueble es al dueño, así lo haya comprometido con quien sea?

Con esto concluimos lo relacionado con las reglas que rigen la

concurrencia de varios acreedores.

9. Derecho comparado.

En el terreno obligacional en el que estamos colocados, lo único

que puede tener algún interés es el problema de la dilucidación de los

derechos del acreedor y del deudor mientras la obligación se encuentra

pen-diente. Veremos aquí enfrentados dos sistemas distintos:

1) Según el sistema del Código Civil francés, anterior a la nuestro y su

fuente en una buena parte, cuando un deudor ha contraído una obligación

de dar y se ha diferido o postergado para el futuro la entrega de la cosa,

se considera que desde el momento en que se concluyó el contrato del

cual nace la obligación respectiva, se produjo o se operó la transmisión

del dominio. Entonces, desde ese momento el acreedor es el dueño de la

48
cosa y sobre él pesan los riesgos: cargo con la pérdida, el deterioro, los

aumentos, etcétera.

2) En cambio, el sistema contrapuesto, el del Código Civil argentino, es

muy distinto, porque domina el escenario este precepto básico del artículo

577. No es bastante que se haya expresado el consentimiento en un

contrato, se necesita, además que el deudor haga tradición para que se

adquiera la propiedad de la cosa<355). Luego, mientras la obligación está

pendiente, todos los riesgos recaen sobre el deudor.

A fin de poder apreciar debidamente las diferencias entre uno y

otro sistema, tomemos como ejemplo el contrato de compraventa de un

in-mueble celebrado en Francia. El vendedor, o sea el dueño de la cosa

vendida, es deudor de la obligación de entregar esa cosa.

En el Derecho francés el deudor de esa obligación de dar que no

ha entregado la cosa, ha dejado de ser dueño de esta al firmar la escritura

según la cual la vendía y se comprometía a entregarla un año después.

Pero como resulta que el acreedor (o sea el comprador) adquirió la

propiedad en el mismo momento que se firmó la escritura, es este último

quien soporta los riesgos y se produce esta situación en verdad

extraordinaria; él no ha recibido la cosa, no la ha tenido en su poder, no

ha disfrutado de ella, y sin embargo la cosa se pierde para él; es decir,

para el acreedor, o sea para el comprador. Si la cosa se pierde, ha

49
perdido hasta el precio y, además, la cosa, porque la venta era definitiva y

los riesgos incidían sobre él.

En el Derecho argentino la solución es más justa porque el deudor

de esa obligación de dar que es el vendedor, mientras no entrega la cosa

soporta los riesgos. No tiene por qué cargar el acreedor con los riesgos,

cuando él no ha recibido la cosa, no ha podido gozar de ella,

usufructuarla, etcétera. Entonces, si se pierde la cosa por un caso fortuito,

quiere decir que no se podrá hacer 1» entrega; en este caso el deudor, o

sea el vendedor, devolverá el precio y perderá la cosa.

En su hora se consideró que el sistema del Código Civil argentino

importaba un progreso, porque el régimen del Código Napoleón favorece

la clandestinidad en la transmisión de derechos reales. El público en

general no puede estar informado de los contratos que se suscriban ante

un escribano público; son actos que se realizan dentro de un local

privado, ante un escribano y dos testigos, y la colectividad, en definitiva,

es indiferente o ignora estos hechos.

Se juzgó, pues, que la tradición, régimen heredado de los romanos,

ofrecía mejores garantías de publicidad, porque imponía la realización de

hechos materiales, de hechos externos, como era recibir un objeto

mueble, por ejemplo, o empezar a poseer un inmueble a la luz del día,

públicamente.

50
Pero este sistema de la tradición ha sufrido objeciones similares a las del

mero consentimiento, porque también la tradición puede realizarse sin la

presencia de nadie, o de un núcleo sumamente reducido de personas.

Por su parte, en el mismo Derecho francés se operó una reacción y

ya no basta el mero consentimiento, ha surgido después el sistema de la

llamada transcripción, según el cual es indispensable que el acto en virtud

del cual se ha producido la transferencia de un inmueble, sea

íntegramente reproducido o transcripto —por eso se le llama

transcripción1- en un registro público. Entonces los terceros tienen un

medio de conocer, antes de pactar un contrato en que se haya realizado

una transmisión de inmuebles, si la persona que va a transmitir cuenta

realmente con el título de dominio a su favor.

En el Derecho argentino el Código había impuesto el requisito de la

inscripción tan solo para el derecho real de hipoteca.

Es interesante observar cómo Vélez Sársfield creyó que, en la

época de sanción del Código, nuestro país no estaba preparado para

llevar en debida forma registros de las transferencias de derechos reales.

Pero esa situación ha experimentado una modificación profunda, total, no

en balde han transcurrido más de cien años desde la época en que entró

en vigor el Código. Primero las provincias crearon y perfeccionaron cada

vez más sus registros, y en 1968 la Ley 17.801 ha dado carácter nacional

a esos registros, reglamentando la necesidad de la inscripción, agregada

51
como requisito para la transferencia del dominio de inmuebles en la

reforma que la Ley 17.711 introdujo al artículo 2505 del Código Civil.

C) OBLIGACIONES DE GÉNERO.

Entramos ahora a considerar obligaciones en las cuales la

prestación no consiste en una cosa determinada, sino en la entrega de

varios objetos, o de uno entre varios, razón por la cual algunos autores

suelen denominarlas objetivamente colectivas, para contraponerlas con

las obligaciones subjetivamente colectivas que estudiaremos más

adelante, como las obligaciones mancomunadas y las solidarias.

León opinaba que en las obligaciones objetivamente colectivas nos

encontramos siempre con una masa de objetos de la cual se deben

separar los que tienen que ser entregados.

Creemos que esa denominación es poco feliz, pues cuando se

debe un caballo o una vaca también la obligación es de género, y aunque

se deban cinco caballos, el objeto de la prestación no es múltiple, sino

único y consiste en la actividad del deudor de entregar esos animales,

cuyo con-junto es considerado como una sola cosa.

En este tipo de obligaciones podemos distinguir las llamadas

obligaciones de género, que corresponden a las que el Código denomina

obligaciones de dar cosas inciertas no fungibles, las obligaciones de

cantidad y las obligaciones de dar sumas de dinero' '.

52
1. Concepto.

Las obligaciones de género son aquellas que tienen por objeto la

entrega de cosas que están determinadas, como la palabra lo indica, por

el género o por la especie a que pertenecen, y por el número de

individuos de esa especie que deben entregarse.

La denominación se remonta al Derecho Romano; quizás fuera

más adecuado llamarlas obligaciones de especie, porque las cosas están

determinadas por la especie a que pertenecen, más que por su género.

Pero no nos preocupamos mucho por estas disquisiciones, porque en

realidad de lo que se trata es de cosas que no están determinadas en su

individualidad, como son las obligaciones de dar cosas ciertas, sino que

son determinables con posterioridad, a raíz de la elección que hará el

deudor entre varias cosas del género o de la especie que se haya

previsto.

La denominación empleada por el Código de “cosas inciertas no

fungibles” se presta a equívocos, porque aquí ya no se respeta el

concepto de cosas fungibles que da el Código en el art. 2324 y que se ha

estudiado en Parte General, según el cual:

“Son cosas fungibles aquellas en que todo individuo de la especie -por

eso decíamos recién que preferíamos hablar de especie y no de género-

equivale a otro individuo de la misma especie, y que pueden sustituirse

las unas por las otras de la misma calidad y en igual cantidad”.

53
Por ejemplo, el deudor se obliga a entregar seis caballos mansos de silla

que no pasen de cinco años de edad, o que tengan de cuatro a seis años.

En rigor de verdad, estas cosas estarían comprendidas en el concepto del

artículo 2324, porque seis caballos mansos de silla de cuatro a seis años

de edad son equivalentes a otros seis caballos mansos de silla de cuatro

a seis años de edad; hay la posibilidad de reemplazo de unos por otros,

de la misma calidad y en igual cantidad.

Sin embargo, el Código ha considerado que estas obligaciones son

de cosas inciertas no fungibles y las ha separado de las obligaciones en

que se aprecia la fungibilidad en más alto grado, como son las de dar

cantidades de cosas, o las de dar sumas de dinero.

Para determinar, pues, cuáles son las obligaciones de género tenemos

que proceder en cierta manera por eliminación; descartamos

primeramente las obligaciones de dar cosas ciertas, en las que el objeto

que debe entregarse está determinado en su individualidad y es

totalmente imposible que pueda ser sustituido o reemplazado por otro.

Descartamos luego las que tienen por objeto sumas de dinero y las de

cantidad, en las que, según los usos y costumbres de los negocios, o del

tráfico, las cosas se determinan únicamente por su cantidad, su peso o su

medida. Quedan entonces estas otras, que el Código denomina de dar

cosas inciertas no fungibles, aunque en muchos casos sean fungibles, si

no por su naturaleza, al menos por la voluntad de las partes. Son las que

54
no están comprendidas en ninguna de las otras categorías que acabamos

de mencionar.

En realidad, hay alguna razón para formar una categoría distinta,

porque en estos casos cada individuo de la especie no es perfectamente

igual a los otros individuos de la especie; por ejemplo, cada caballo es

distinto de otro caballo, o cada vaca es distinta de otra vaca, y por eso se

habla de que son cosas no fungibles-, pero no es menos cierto que, en

definitiva, al admitirse que puedan sustituirse unos por otros, dentro de la

especie, se las hace funcionar como si se tratase de cosas fungibles en el

sentido amplio que se estudió en la Parte General.

2. Caracteres.

Las principales características de este tipo de obligaciones se

vinculan principalmente con el hecho de que el género nunca perece-, en

consecuencia, no podrá alegarse imposibilidad de pago por destrucción

del objeto, ya que siempre ha de ser factible encontrar otros individuos del

mismo género, para sustituir los perdidos o dañados y cumplir con la

obligación.

Por otra parte, es característico de estas obligaciones que la

determinación del objeto se efectúa por medio de dos datos: a) debe

especificarse con claridad el género o especie; b) debe determinarse el

número de individuos de la especie que hay que entregar.

55
La falta de uno de estos antecedentes produciría una indeterminación del

objeto que tornaría inexistente la obligación, por faltarle uno de sus

elementos esenciales.

3. El género limitado.

Como un subtipo de las obligaciones de género, encontramos

aquellas que la doctrina suele denominar de género limitado. En tal caso,

se ha reducido la posibilidad de elección de los individuos de la especie a

un cierto grupo: por ejemplo, se limita el género caballos, a “los caballos

que poseo en mi establecimiento rural”. En tal caso, si me he obligado a

entregar 10 caballos, a elegir entre los 50 que tengo en mi

establecimiento, y se perdiesen todos los caballos que forman este

género limitado, es decir todos los que estaban en mi establecimiento, la

obligación se disuelve.

La limitación del género hace posible su extinción.

4. Facultad de elección.

El artículo 601, primero del capítulo dedicado a las obligaciones de

género, comienza afirmando que la elección corresponde al deudor:

“Si la obligación que se hubiese contraído fuere de dar una cosa in-

cierta no fungible, la elección de la cosa corresponde al deudor

Sin embargo, el artículo siguiente prevé en su segunda parte otra

hipótesis, en que la elección puede ser realizada por el acreedor, y es la

56
vinculada con la posibilidad de que las partes, en ejercicio de la

autonomía de la voluntad, así lo hayan convenido (ver artículo 602, in

fine). Debemos agregar que nada obsta para que las partes convengan

en dejar la elección en manos de un tercero.

Veamos, finalmente, lo que dispone el art. 602:

“Para el cumplimiento de estas obligaciones, el deudor no podrá es-coger

cosa de la peor calidad de la especie, ni el acreedor la de mejor calidad

cuando se hubiese convenido en dejarle la elección”.

5. Principio de concentración.

Una vez que se ha producido la elección, se opera la concentración

de la obligación y debe procederse como si estuviésemos frente a una

obligación de dar cosas ciertas, como lo expresa el art. 603:

“Después de individualizada la cosa por la elección del deudor o del

acreedor, se observará lo dispuesto respecto a las obligaciones de dar

cosas ciertas”.

Ello se debe a que ya están individualizadas las cosas que deben

ser entregadas; en el ejemplo que dimos anteriormente de los seis

caballos mansos de sillas que el deudor se había comprometido a

entregar, si los ha elegido, los ha apartado y colocado en cierto lugar para

que no se con-fundan con otros y le ha hecho saber al acreedor que ha

realizado la elección, entonces ya la obligación es de dar cosas ciertas y

se produce el fenómeno de la concentración; el vínculo obligatorio se

57
encuentra en el objeto elegido, de manera que el deudor solo debe ese

objeto. Y se reputa que debe ese objeto desde el principio, que él no ha

debido nunca otra cosa, sino esa que ha elegido, apartado o separado.

Luego, los riesgos de pérdida, deterioro, etcétera, gravitan

únicamente sobre los objetos que han sido elegidos. Es decir que, si se

pierden por culpa o sin culpa del deudor, si se deterioran con culpa o sin

culpa, etcétera, se aplicarán todas las disposiciones atinentes a las

obligaciones de dar cosas ciertas que ya hemos estudiado.

Aquí es donde tendría aplicación el vocablo equivalente, empleado

por el art. 579, pues si se pierden los objetos elegidos, en razón de que

hubo culpa del deudor, estos objetos -pese a ser considerados cosas

ciertas por la concentración que produjo su elección- pueden ser

reemplazados por su equivalente.

6. Efectos.

Producida la elección, sus efectos son favorables para ambas

partes. Para el deudor, no puede ser más favorable, por la sencilla razón

de que antes que se haga la elección, él no puede liberarse pretextando

la existencia de un caso fortuito, en razón del principio que establece que

el género nunca perece. En cambio, cuando se ha hecho la elección,

puede ya invocar el caso fortuito. Dice el artículo 640:

“Antes de la individualización de la cosa no podrá el deudor eximir-

se del cumplimiento de la obligación por pérdida o deterioro de la

58
Cosa, por fuerza mayor o caso fortuito”' ’.

Favorece también al acreedor por la sencilla razón de que él ya

conoce qué es lo que va a recibir, y que la guarda y los deberes

concernientes al cuidado de esas cosas hasta que le sean entregadas,

están individualizados, pues están ya afectadas las cosas en especial y

no existen de un modo indiferenciado.

Acabamos de decir que mientras no se produzca la elección, no

puede el deudor eximirse del cumplimiento de la obligación por pérdida o

deterioro de la cosa, por fuerza mayor o caso fortuito. Se aplica aquí un

viejo aforismo de los romanos: genus et quantitas nunquam perit, o sea: el

género y la cantidad no perecen nunca. Lo demuestra el ejemplo que

dimos: si no se ha producido la elección de los seis caballos mansos de

silla que deben ser entregados, el deudor no podría pretextar que los que

él pensaba entregar habían perecido por fuerza mayor o caso fortuito, por

una inundación, por una epidemia, etcétera. No puede pretextar esta

causa de exención, porque se le dirá que, si no estaban elegidos los que

él debía entregar, que eran seis caballos mansos de silla, no interesa que

hayan muerto algunos; él no había dicho que iba a entregar esos que ha

muerto. De modo que siempre tendrá a su cargo el cumplimiento de la

prestación tal como originariamente se estipuló, y si lo que él realmente

pensaba entregar ha desaparecido, tendrá que buscar cosas

equivalentes, de la misma especie y de la misma calidad.

59
A este principio el Código, con su clásico defecto de incurrir en re-

peticiones, lo repite en el art. 894, cuando habla de la imposibilidad del

pago. En efecto, dice este artículo:

“Si la obligación fuese de entregar cosas inciertas no fungibles, de-

terminadas solo por su especie, el pago nunca se juzgará imposible, y la

obligación se resolverá siempre en indemnización de pérdidas o

intereses”.

Pero este principio tan rígido y de tan larga tradición romanista, ad-

mite una excepción que, caso curioso, no está aquí en el capítulo de las

obligaciones de dar cosas inciertas no fungibles, sino en el mismo

capítulo de la imposibilidad del pago. Nos referimos al artículo 893, que

establece:

“Cuando la obligación tenga por objeto la entrega de una cosa in-

cierta, determinada entre un número de cosas ciertas de la misma

especie, queda extinguida si se perdiesen todas las cosas comprendidas

en ella por un caso fortuito o de fuerza mayor”.

Este precepto del artículo 893 ha inspirado una subdivisión de las

obligaciones de dar cosas inciertas no fungibles: las obligaciones simple-

mente de género y las obligaciones de género limitado.

En las primeras, en las que son simplemente de género, sin ninguna

limitación, se aplican los dos artículos que acabamos de hacer mención,

el 604 y el 894. Y en las obligaciones de género limitado el.

60
Vamos a proponer algunos ejemplos que nos facilitarán la

comprensión de esta doble clasificación.

Volviendo al caso de los caballos, alguien ha dicho que va a

entregar seis caballos mansos de silla, de los que cría en su estancia; ya

está limita-do el género, ya no son seis caballos mansos de silla que el

deudor deberá buscar en cualquier parte, donde los consiga. No;

únicamente de los que él cría en su estancia. Si él tiene en ese momento,

supongamos, cien o doscientos caballos, de allí tendría que separar los

seis que debe entregar.

Si la totalidad de los caballos que tiene (los cien o doscientos

anima-les) mueren porque ha sobrevenido una epidemia terrible que ha

experimentado el ganado en algunas zonas, entonces él se libera por

aplicación del artículo.

Del mismo modo, si me obligo a entregar una obra de Derecho Civil

francés, no es lo mismo que si me obligo a entregar una obra de Derecho

Civil francés de las que tengo en mi biblioteca. En el primer caso hay una

obligación simplemente de género; cumpliré buscando una obra en

cualquier librería, o la encargaré al extranjero, o la sacaré de cualquier

lado; no podría sostener que la obra que pensaba o proyectaba entregar

fue destruida sin culpa mía. En cambio, en el segundo supuesto, de

entregar una obra de las que están en mi biblioteca, si se incendian o se

61
destruyen todos mis libros, puedo invocar el eximente de fuerza mayor o

caso fortuito.

7. Mora del deudor y del acreedor.

El artículo 605, dispone, con respecto a la mora del deudor, que:

“La obligación de dar cosas inciertas no fungibles, determinadas solo por

su especie o cantidad, da derecho al acreedor para exigir el cumplimiento

de la obligación con los perjuicios e intereses de la mora del deudor, si

hubiese incurrido en ella, o para disolver la obligación con indemnización

de perjuicios e intereses”.

El precepto ha preocupado a nuestros autores, que se preguntan:

¿a qué mora se refiere, a la de elegir, o a la de entregar lo elegido?

Creemos que no cabe duda que se trata de la mora en efectuar la

elección que le corresponde, porque de lo contrario estaríamos ya frente a

una obligación de dar cosas ciertas, a la que se aplicarían las reglas

generales que rigen dichas obligaciones.

Por otra parte, la alternativa que se concede en este caso al

acreedor, aunque pudiera significar una excepción al principio que

consagraba el artículo 1204 antes de la reforma introducida por la Ley

17.711, se justificaba plenamente, por cuanto el deudor está obligado

todavía por un género, y este nunca perece. En la actualidad no significa

ningún problema la coordinación de esta norma con otros preceptos, pues

62
el nuevo artículo 1204 considera que la condición resolutoria se encuentra

implícita en los contratos con prestaciones recíprocas'.

En lo que respecta a la hipótesis en que la elección se hubiese

concedido al acreedor y este incurriese en mora, será de aplicación un

precepto que encontraremos en materia de pago por consignación, el art.

766, que dispone:

“Si la cosa debida fuese indeterminada y a elección del acreedor, el

deudor debe hacerle intimación judicial para que haga la elección. Si

rehusare hacerla, el deudor podrá ser autorizado por el juez para

verificarla. Hecha esta, el deudor debe hacer la intimación al acreedor

para que la reciba, como en el caso de la deuda de cuerpo cierto”.

D) OBLIGACIONES DE CANTIDAD

1. Concepto.

Corresponde que nos ocupemos de las obligaciones de cantidad,

que están definidas por el art. 606, que dice:

“La obligación de dar cantidades de cosas es la obligación de dar cosas

que consten de número, peso o medida”.

Aquí las cosas son también inciertas al constituirse la obligación en

el sentido de que no están todavía determinadas con precisión,

concretadas; pero son determinables porque -al igual que lo que ocurre

con las obligaciones de dar cosas inciertas no fungibles- una vez

63
producida la elección se operará la concentración y les serán aplicables

las mismas reglas que a las obligaciones de dar cosas ciertas.

Llama la atención la doble clasificación que existe en el Código,

por-que bien se podría haber simplificado y haberse refundido en un solo

capítulo las obligaciones de dar cosas inciertas no fungibles y las de dar

cantidades de cosas, porque en unas y otras existe el mismo problema, la

elección. Además, tanto unas como otras pueden ser reemplazadas,

pueden ser sustituidas, antes de producirse la elección.

Es cierto que, como ya hemos dicho, hay una mayor fungibilidad en

las obligaciones de dar cantidades de cosas, pero la diferencia no es

sustancial. Supongamos la obligación de entregar mil quintales de trigo de

la última cosecha, o la obligación de entregar mil quinientos litros de nafta,

o doscientos metros de percal. En estos casos estamos frente a

obligaciones de cantidad.

Acotemos, de paso, que el Código solo ha establecido la

subdivisión relativa al fin que se persigue con la entrega de estas cosas

en el capítulo que trata de las obligaciones de dar cantidad de cosas, y no

lo ha hecho al ocuparse de las obligaciones de dar cosas inciertas no

fungibles, a pesar de que en ambos casos es perfectamente admisible

que la obligación pueda tener como fin el constituir derechos reales o la

restitución de cosas a su dueño.

64
Según el art. 607 el deber a cargo del deudor consiste en “dar, en lugar y

tiempo propio, una cantidad correspondiente al objeto de obligación, de la

misma especie y calidad”. Este es el segundo de los artículos del Código

en que se emplea la expresión tiempo prophP73). A raíz de las

obligaciones de hacer, vimos que se trataba de una expresión poco usual

y que nuestro codificador la ha empleado dos veces solamente: en las

obligaciones de hacer y aquí.

Cumple el deudor, dice el Código, entregando una cantidad

correspondiente al objeto, de la misma especie y calidad. Esto es lo que

ha hecho designar a estas obligaciones como obligaciones de cantidad,

porque consisten en cosas que constan de número, de peso o de medida.

2. Principio de concentración.

La individualización de las cosas, según el artículo 609, se opera

después que las cosas han sido “contadas, pesadas o medidas por el

acreedor”). Desde ese momento se produce el mismo fenómeno que

hemos analizado en las obligaciones de dar cosas inciertas no fungibles:

el fenómeno de la concentración. El vínculo jurídico que estaba disperso,

podríamos decir, sin encontrarse fijo o circunscripto a un objeto

determinado, ahora se fija, se concentra, en las cosas que fueron

contadas, pesadas o medidas.

65
3. Responsabilidad.

Pasa el Código a establecer la clasificación a que nos habíamos

referido hace un momento; la obligación constituida con el objeto de

restituir cantidades de cosas recibidas, como dice el art. 608, o la

obligación con el fin de transferir derechos reales, como expresa el art.

610. El primero dispone lo siguiente:

“Si la obligación tuviere por objeto restituir cantidades de cosas recibidas,

el acreedor tiene derecho a exigir del deudor moroso otra igual cantidad

de la misma especie y calidad con los perjuicios e intereses, o su valor,

según el valor corriente en el lugar y día de vencimiento de la obligación”.

Supongamos que el deudor recibió una cantidad determinada de

cierto cereal a fin de que se utilizara como semilla, debiendo restituir una

cantidad equivalente. Entonces, dice el artículo 608 que el acreedor tiene

derecho a exigir del deudor moroso “otra igual cantidad de la misma

especie y calidad con los perjuicios e intereses, o su valor, según el valor

corriente en el lugar y día del vencimiento de la obligación”.

El acreedor puede optar; vemos, entonces, cómo esta obligación

se ha transformado en alternativa, teniendo la elección el acreedor, que

pue-de reclamar una cantidad igual de la misma especie y calidad, con los

daños y perjuicios motivados por la demora, o puede, sencillamente,

exigir la indemnización según el valor que tengan las cosas en ese lugar

el día del vencimiento de la obligación.

66
4. Riesgos.

Respecto a las obligaciones que tuvieren como fin constituir o

transferir derechos reales, dispone el artículo 610 que:

y la cosa ya individualizada se perdiese o deteriorase en su totalidad por

culpa del deudor, el acreedor tendrá derecho para exigir igual cantidad de

la misma especie y calidad, con más los perjuicios e intereses, o para

disolver la obligación con indemnización de per-juicios e intereses”.

La primera parte del artículo nos indica que aquí el Código se ha

colocado en un momento posterior a la individualización de las cosas,

posterior a su elección, después de haber sido contadas, pesadas o

medidas. Pero ¿qué ocurrirá antes de esta individualización? Antes de

haber sido las cosas contadas, pesadas o medidas, ¿puede el deudor

invocar la fuerza mayor o caso fortuito para liberarse? Para resolver esta

hipótesis el Código no tiene una disposición similar a la del art. 604, que

estudiamos al tratar de las obligaciones de dar cosas inciertas no

fungibles, donde se ha visto que antes de la individualización de las cosas

no podrá el deudor eximirse del cumplimiento de la obligación por pérdida

o deterioro ocasionados por fuerza mayor o caso fortuito’.

Aunque no hay una disposición similar, entendemos que rige el

mismo sistema, porque es el que ha determinado el Código al considerar

la imposibilidad del pago, al establecer en el art. 894 que:

67
“Si la obligación fuese de entregar cosas inciertas no fungibles, de-

terminadas solo por su especie, el pago nunca se juzgará imposible.

Es verdad que aquí se trata de cosas fungibles (cereales,

combustibles, etcétera), pero la solución es exactamente la misma: antes

de haberse pesado, contado o medido el cereal, antes de haberse

realizado la elección, el deudor no podría pretextar que se ve en la

imposibilidad de cumplir la obligación porque, supongamos, el cereal que

debía entregar se destruyó en razón de caso fortuito.

Mantenemos lo mismo que explicamos en cuanto a esas

obligaciones de género limitado. Si a lo que se obligó el deudor fue a

entregar cierta cantidad de quintales de trigo, que él ya tenía en un galpón

determinado, y se destruyó la totalidad del cereal existente en ese galpón,

naturalmente se produciría la liberación, de acuerdo con lo determinado

en el artículo 8 93.

Ahora bien, dice el art. 610 que, si la cosa ya individualizada se

pierde o deteriora en su totalidad por culpa del deudor, tiene también el

acreedor una opción, exigir igual cantidad de la misma especie y calidad

con más los daños y perjuicios, o disolver la obligación con indemnización

de daños y perjuicios, porque posiblemente ya no le interesará al

acreedor el cumplimiento de la obligación por haber pasado la época u

oportunidad.

Y en la hipótesis del art. 612, de que:

68
“se perdiese o deteriorase solo en parte por culpa del deudor, el acreedor,

tendrá derecho para exigir la entrega de la cantidad restante y no

deteriorada, y de la correspondiente a la que faltare o es-tuviere

deteriorada con los perjuicios o intereses, o para disolver la obligación con

indemnización de perjuicios e intereses”1382*.

En los artículos 610y612 el Código da la solución para los casos de

pérdida o deterioro total y parcial, respectivamente, por culpa del deudor.

Considera también, en el art. 611, la pérdida o deterioro sin culpa, pero

dice:

“Si se perdiese o deteriorase solo en parte, sin culpa del deudor, el

acreedor tendrá derecho para exigir la entrega de la cantidad restante y

no deteriorada, con disminución proporcional del precio si es-tuviese

fijado, o para disolver la obligación”.

Sin embargo, no dice nada de la otra hipótesis, de la pérdida o

deterioro total sin culpa del deudor. Como no se establece nada al

respecto de-ben aplicarse las reglas correspondientes a las obligaciones

de dar cosas ciertas, por haber sido ya individualizadas las cosas;

tendríamos entonces las disposiciones del art. 578, según el cual la

obligación se disuelve para ambas partes, y la del art. 580 que,

contemplando la hipótesis del deterioro, dice que el acreedor puede

disolver la obligación, o recibir las cosas en el estado en que están, como

disminución proporcional del precio si los hubiere.

69
Pasamos ahora a las obligaciones de dar cantidades de cosas con el fin

de restituir cantidades recibidas. El Código repite en el art. 613 esta

expresión: “y la cantidad estuviese ya individualizada”, o sea, entonces,

que es el periodo posterior a la elección, y las cosas se pierden o

deterioran totalmente por culpa del deudor, el acreedor tiene la opción

que ya hemos visto para exigir otra cantidad igual de la misma especie y

calidad con los daños y perjuicios, o su valor con los daños y perjuicios.

El artículo 615 contempla la pérdida o deterioro parcial, también por

culpa, y entonces le acuerda al acreedor otra opción, que en este artículo

está perfectamente determinada:

“Si se perdiese o deteriorase solo en parte por culpa del deudor, el

acreedor tendrá derecho para exigir la entrega de la cantidad restante no

deteriorada, y de la correspondiente a la que faltare o estuviere

deteriorada, con los perjuicios e intereses, o para exigir la entrega de la

cantidad restante, no deteriorada, y el valor de la que faltare o estuviere

deteriorada con los perjuicios e intereses, o para disolver la obligación con

indemnización de perjuicios e intereses”.

Pero, resulta que encontramos el mismo vacío que hemos observado

recién en lo relacionado con las obligaciones de dar cantidades de cosas

con el fin de constituir o transferir derechos reales; los arts. 613 y 615 han

previsto el caso de la pérdida y deterioro total, y de la pérdida y deterioro

parcial por culpa del deudor; y el art. 614, contempla tan solo la pérdida

70
en parte, sin culpa del deudor y después habla del deterioro, también en

parte sin culpa del deudor. Se ha omitido considerar la pérdida o los

deterioros totales.

En tal situación tendríamos que apelar a las disposiciones similares

que existen en materia de obligaciones de dar cosas ciertas: el artículo

585 que habla de la pérdida por culpa del deudor, y el artículo 587 que se

refiere al deterioro por culpa del deudor.

Todo lo que hemos dicho nos lleva a la conclusión de que están de

más las disposiciones que trae el Código en esta materia, porque estarían

perfectamente solucionadas todas las hipótesis posibles con la mera

aplicación de los artículos que rigen las obligaciones de dar cosas ciertas,

desde el momento que después de haber sido individualizadas las cosas

que deben ser entregadas; el régimen legal es exactamente el mismo.

Para facilitar el estudio de estos tópicos agregamos un cuadro sinóptico

que solíamos desarrollar en las clases teóricas.

71
72
CONCLUSIONES.

Las obligaciones conjuntivas no presentan particularidad alguna:

El deudor debe cumplir todas las prestaciones prometidas, como si se

tratase de obligaciones independientes y distintas. Por ejemplo, la

obligación de dar el inmueble ubicado en tal lugar y el automóvil de tal

modelo, con placa de rodaje y número de motor determinados. Las

obligaciones conjuntivas pueden versar, sin duda, sobre prestaciones de

dar –bienes ciertos o inciertos–, de hacer o de no hacer, siendo la única

condición que dichas prestaciones se encuentren vinculadas entre sí. La

obligación es alternativa cuando existen diversas prestaciones, pero el

deudor debe cumplir por completo solamente una de ellas. Se trata de

obligaciones disjuntas, en las que se debe practicar una elección, bien por

el deudor, bien por el acreedor, por un tercero o por el juez. Efectuada la

elección, la obligación deja de ser alternativa y se concreta o especifica

en la prestación elegida.

En cuanto a su naturaleza, desde luego, estas prestaciones también

pueden ser: De dar bien cierto, incierto o fungible de hacer, o de no hacer.

Cabe señalar que, en una obligación alternativa, la elección de la

prestación a ejecutarse, por defecto, recae en el deudor, pero se admite

pacto en contrario. En ese caso, la elección se determina con la propia

ejecución o con la declaración de la elección.

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RECOMENDACIONES:

 Al tribunal Superior Respectivo, en emitir más jurisprudencia, a fin

de que sirvan como precedentes vinculantes.

 Que se emitan normativas jurídicas que permitan la correcta

aplicación e interpretación del Derecho objetivo.

 Los precedentes vinculantes respecto al derecho de obligaciones

permitan la unificación de la jurisprudencia nacional, para proteger

el interés público.

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ANEXOS

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