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Los oráculos griegos

Carlos Javier González Serrano / hace 7 días

Se publica en Alianza Editorial la


mejor y más completa introducción, tan
amena como enriquecedora, a una
institución milenaria –a cargo del
profesor David Hernández de la Fuente–
que sirve, a la vez, como una exhaustiva
indagación que concierne a lo más hondo
de la propia naturaleza humana. Como
apunta el autor, siempre se ha dado una
“ambigüedad entre la creencia ciega y el
cuestionamiento escéptico de lo
sagrado, ya desde los antiguos
pensadores como Jenófanes o
Demócrito”, y que forma parte, desde el
principio, de la historia de los oráculos
griegos. El ser humano, “animal racional” por antonomasia, además de
social y político, “ha dado crédito”, escribe Hernández de la Fuente, sin
embargo, “a todo tipo de presagios y profecías sobre su futuro personal o
colectivo desde la Antigüedad clásica hasta nuestros tiempos”. Y es que
seguimos atados, de una u otra forma, a vaticinios de todo tipo: la
meteorología, los horóscopos, la búsqueda de vida extraterrestre que nos guíe
en nuestra investigación sobre el curso del mundo, la quiromancia, la
indagación sobre una causa primera, la interpretación de los sueños, la
astrología, etc.

Desde muy pronto, la humanidad tuvo la adivinación como una auténtica y


fidedigna, aunque en ocasiones ambigua, fuente de saber religioso que le
permitió conocer el futuro y “obrar de la mejor manera con respecto a ese
posible porvenir, conjurando las fuerzas divinas”. El más famoso de estos
oráculos fue, sin duda, el de Delfos, un santuario mántico que, a la vez,
funcionaba como estandarte cultural de toda Grecia, más allá de los
regionalismos propios de cada ciudad. Este tipo de lugares trascendía las
rivalidades entre ciudadanos de distintas tradiciones, y, al igual que hoy
existen lugares de peregrinación, tales oráculos eran considerados como
asentamientos de obligada visita para “consultar y asistir a los diversos
festivales religiosos, artísticos y deportivos que allí se celebraban”, con el fin
de ser favorecidos por la divinidad y ser administrados de un conocimiento
que supera, con creces, cualquier tipo de saber racional.

Este arte de la adivinación se originaba como una suerte de manía o


“locura sagrada” que infundía el dios en cuestión a un profeta que
alcanzaba el trance y comunicaba a los interesados los designios divinos. En
palabras del autor de este imprescindible estudio, “la voz de los dioses tenía
una presencia cotidiana entre los griegos gracias a la adivinación: la religión
griega, carente de dogmas o libros sagrados, miraba a Delfos y a los otros
oráculos como la más alta autoridad religiosa, de consulta preceptiva para
ciudades y particulares a la hora de resolver cualquier tema problemático que
superase los límites del conocimiento humano. En definitiva, se trataba de
una forma de comunicarse con el más allá, una suerte de mediación ante
dioses y potencias sobrenaturales para obtener el mejor trato en este mundo y
en el otro”.
Oráculo de Delfos

Ahora bien, este saber suponía, de alguna manera, enfrentarse a lo


enigmático, a lo más misterioso del ser del mundo: al designio de lo que, en
apariencia, está escrito y que, a la vez, desconocemos. Pues como dejó escrito
el filósofo Heráclito, “el dios cuyo oráculo está en Delfos ni dice ni oculta,
sino da señales”. Y así lo ratifica Hernández de la Fuente: “consultar la
opinión de los dioses suponía acercarse peligrosamente a los poderes del más
allá. Y como toda comunicación formal con instancias superiores, su
comunicación estaba enormemente ritualizada y requería un sacrificio previo,
como pago y ofrenda propiciatoria”.

Lejos de lo que pudiera suponerse, estamos muy cerca de este pensamiento


trascendente a través de los mencionados horóscopos y vaticinios a los que la
sociedad contemporánea nos expone. La consulta de la meteorología es el
ejemplo más claro. Incluso la economía no puede progresar sin consultar lo
que cada día “se espera” de “la Bolsa”. Como asegura muy acertadamente el
autor de Oráculos griegos, todos estos dispositivos no son más que remedios
de fácil consumo “ante la falta de otros valores”, pues “seguimos recibiendo
sin cesar todo tipo de pronósticos y oráculos, aunque camuflados bajo
denominaciones modernas”, como encuestas, estadísticas, demoscopia o
mercadotecnia.

Este libro de apenas 300 páginas, escrito en una prosa de muy agradable
ritmo, resulta fundamental, inexcusable, para acercarse de una forma
didáctica y atenta a la opinión que los griegos tenían sobre los oráculos, las
profecías, etc. Y es que lo que los dioses tuvieran que decir sobre los asuntos
humanos era vinculante también para los quehaceres políticos y sociales,
también en los regímenes participativos y democráticos. Ni siquiera Platón
omitió el asunto, cuando en las Leyes se refiere a la constitución de la ciudad
ideal y establece ciertas consultas obligadas al oráculo de Delfos. La
adivinación fue, en definitiva, como resume Hernández de la Fuente, “un
fenómeno religioso, social y político de larga trayectoria sin el cual no se
puede entender el complejo mundo griego”.

Ni siquiera la democracia que hoy tanto alabamos y a la que tanto aludimos


podría explicarse sin acudir a los manteis, a los sacerdotes oficiales que se
encargaban de inquirir a los dioses sobre las decisiones políticas más
adecuadas, y así queda explicitado en los documentos históricos más
antiguos. Los oráculos alcanzaron todos los estratos sociales “e influyó
sobremanera en un mundo fragmentado y en constante tensión política y
religiosa entre ciudades y grupos sociales”. Parece que las cosas no han
cambiado tanto en veinticinco siglos…

El término destinado a todas las cosas


lo conoces Tú y todos sus caminos:
cuántas hojas de la tierra en primavera brotan y cuánta
arena, en la mar y en los ríos,
al batir de las olas y el viento se amontona. Lo por venir, y de dónde
ha de llegar, bien lo sabes Tú ver.

Píndaro, Pítica IV 44-49

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