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Según el modelo explicativo de la estructura y funcionamiento químico del átomo propuesto por el físico

danés Niels Böhr y llamado en su honor ‘modelo de Böhr’, así como también de acuerdo a modelos
alternativos a ese, los átomos constan de partículas subatómicas de tres diferentes tipos: protones,
electrones y neutrones; los protones y electrones son partículas subatómicas eléctricamente cargadas, que
por tener cargas de signo contrario se atraen entre sí; por convención se decidió que los protones fueran
caracterizados con un signo positivo y los electrones con uno negativo, siendo así los protones partículas
subatómicas con carga eléctrica positiva y los electrones partículas subatómicas con carga eléctrica
negativa, significando así con ello el carácter contrario y por lo tanto mutuamente atractivo de sus
respectivas cargas eléctricas; los neutrones, por su parte y como su nombre lo indica, son partículas
subatómicas eléctricamente neutras, o sea sin carga eléctrica, no cargadas eléctricamente. Los protones
(partículas cargadas de un modo eléctricamente positivo) y los neutrones, se encuentran dispuestos en el
núcleo o parte central del átomo, mientras que los electrones se encuentran girando en capas u órbitas
alrededor de ese núcleo (al modo de un pequeño sistema solar, obviamente microscópico); lo que asegura
que los electrones se mantengan girando alrededor del núcleo (sin desviarse de su órbita) es justamente la
atracción entre cargas eléctricas de opuesto signo [algo así como la atracción entre los cuerpos celestes en
el caso mencionado del sistema solar]. Todo átomo es eléctricamente neutro puesto que tiene protones y
electrones en igual cantidad y por lo tanto sus cargas positivas y negativas se compensan (se neutralizan)
entre sí. Lo que hace que un átomo pertenezca a un cierto tipo de elemento atómico y no a otro (por
ejemplo, que se trate de un átomo de hidrógeno y no de oxígeno, calcio, sodio, potasio, etcétera) es su
cantidad de protones y por lo tanto también de electrones, puesto que acabamos de decir que todo átomo
posee protones y electrones en igual cantidad y que eso es lo que lo hace eléctricamente neutro; en cuanto
a la cantidad de neutrones, puede variar de uno a otro átomo individual perteneciente a un mismo
elemento atómico (es decir, sin que ello haga que estemos ante tipos de elementos atómicos diferentes);
en tal caso, se habla de isótopos de un mismo elemento atómico (por ejemplo, el tan famoso ‘carbono 14’,
variedad o modo de presentación del átomo de carbono que resulta radiactivo; en este caso, el número 14
hace alusión a la cantidad de neutrones que posee ese isótopo del carbono (otros átomos de carbono
poseen distinta cantidad de neutrones pero idéntico número de protones y electrones y por lo tanto siguen
siendo carbonos; es decir, siguen siendo isótopos de ese mismo elemento atómico: el carbono; o sea,
isótopos diferentes entre sí pero todos ellos pertenecientes a un mismo elemento atómico, que en este caso
es el carbono); o sea que lo que define a un elemento atómico es su número atómico, que viene a referirse
a su cantidad de protones (= electrones). Dijimos que los electrones giran en capas u órbitas alrededor del
núcleo del átomo y que lo que los mantiene girando sin desviarse de su órbita es la atracción que se ejerce
entre cargas eléctricas de opuesto signo; agreguemos ahora que el ordenamiento de esos electrones
obedece a la disposición que sigue: en la capa más cercana al núcleo se encuentran girando dos
electrones, en cada una de las capas subsiguientes a esa en orden de alejamiento respecto del núcleo se
suele encontrar (salvo excepciones) un número de ocho electrones, con la excepción de la capa u órbita
electrónica más externa de todas, en la cual hay (girando externamente alrededor del núcleo) un número
inferior a ocho electrones, lo que hace que la capa electrónica más externa sea incompleta y que deba
completar de algún modo su número de ocho electrones, que es la cantidad de ellos con la cual el átomo
encuentra la estabilidad; se dice entonces que todo átomo debe cumplir con la ‘regla del octeto’
(completar sus ocho electrones en su capa electrónica más exterior de todas). La estrategia para completar
su capa electrónica más externa de todas cumpliendo así con la mencionada regla del octeto suele
consistir en enlazarse con otro átomo vecino, conformándose así mediante ese enlace estructuras
materiales más vastas, de mayor tamaño o peso y grado de organización, puesto que de la unión de un
átomo con otro (u otros) de ellos se conforma una molécula. Sin la incompletud de la capa electrónica
más externa de todo átomo no habría, pues, conformación de estructuras químicas más complejas y por lo
tanto organización de la materia en grados superiores puesto que cada átomo quedaría aislado en sí
mismo y no se combinaría con otros para la formación de tales estructuras de mayor complejidad. El tipo
de unión entre átomos que se establece y que da lugar a la conformación de moléculas es el llamado
enlace covalente, consistente en que dos átomos a los que les falta un electrón para completar su capa
más externa = cumplir con la regla del octeto, pueden compartir entre sí un par de electrones de sus capas
exteriores de modo tal que ese par de electrones (par conformado por un electrón anteriormente
perteneciente a uno de esos átomos y uno anteriormente perteneciente al otro de esos átomos) a partir de
ese momento va a mantenerse -mientras dure la unión covalente entre estos dos átomos- girando
alrededor de ambos núcleos y ya no solamente alrededor del núcleo del átomo al que anteriormente
pertenecía. Así queda, pues, conformada la unión entre esos dos átomos. También puede ocurrir que dos
átomos a cada uno de los cuales le faltan dos electrones para cumplir con la regla del octeto por poseer
ambos seis electrones en su capa más externa, cumplan con dicha regla -lleguen cada uno de los dos a la
cifra de ocho electrones en su respectiva capa más externa- compartiendo dos pares de electrones (o sea
dos electrones que inicialmente giraban alrededor de uno de esos átomos y dos electrones que lo hacían
alrededor del otro de ellos) en vez de uno. En tal caso se dice que estamos ante un enlace covalente doble.
Un ejemplo de esto nos lo brinda el oxígeno, el cual se suele encontrar en la naturaleza en su forma
molecular y no atómica, molécula ésta que consiste en la unión o enlace covalente doble entre dos átomos
de oxígeno (O2). También puede ocurrir que un átomo necesite dos electrones para completar su capa más
externa y otros dos necesiten uno cada uno y entonces el que precisa dos establezca no un enlace
covalente doble sino dos enlaces covalentes simples con dos átomos distintos, siendo ejemplo de esto la
molécula de agua, consistente en una unión interatómica en la cual un átomo de oxígeno comparte un par
de electrones con un átomo de hidrógeno y otro par de electrones con otro átomo de hidrógeno, quedando
así enlazado con dos hidrógenos puesto que cada uno de éstos precisa sólo un electrón para completar su
capa más externa mientras que el oxígeno necesita dos. (Aunque hay que aclarar que el hidrógeno es la
única o casi única excepción a la aparente necesidad de todo átomo de cumplir con la regla del octeto,
puesto que el hidrógeno, por ser el elemento atómico más pequeño de la naturaleza (pues consta de un
solo protón y por lo tanto de un solo electrón y además carece de neutrones), sólo tiene una capa de
electrones, correspondiente a la que en átomos más grandes y por lo tanto dotados de mayor cantidad de
capas de electrones sería la capa primera o más interna de todas, que en el hidrógeno no es la más interna
ya que es la única, y es la que habíamos dicho que consta de sólo dos electrones y no de ocho; por lo
tanto, teniendo sólo un protón en dicha capa y por lo tanto teniendo que conseguir sólo uno más para
llegar al número de dos, es el suyo el único caso en el que no habría que cumplir con la regla del octeto
sino más bien con la del ‘dueto’. Por lo demás y con la aclaración que acabamos de hacer, la necesidad de
establecer enlaces covalentes se cumple también para los átomos de hidrógeno. El átomo de carbono, por
su parte, tiene cuatro electrones en su capa más externa, lo que lo capacita para formar cuatro enlaces
covalentes simples, o bien dos covalentes simples y uno doble, o dos dobles, siendo todas estas variantes
estratégicas con las cuales conseguir los electrones faltantes en su capa electrónica más externa
alcanzando así el número de electrones externos con cuya consecución el átomo alcanza la estabilidad,
siendo así -como dijimos- esta incompletud, que le da inestabilidad y lo mueve a buscar la estabilidad, lo
que lo hace ser reactivo y lo lleva a vincularse con átomos vecinos para conformar estructuras más
grandes como las moléculas, que a su vez se combinan para formar macromoléculas, que a su turno
forman complejos macromoleculares, que forman células, y éstas forman tejidos, y éstos órganos, y luego
aparatos y sistemas de órganos, hasta llegar al nivel del individuo animal dotado de aparatos y sistemas
(nivel en el que nos encontramos nosotros) sin todo la cual habría átomos aislados entre sí y por lo tanto
no habría niveles de organización de la materia. Hay una propiedad que varía de unos a otros elementos
atómicos, que se llama electronegatividad y que consiste en la capacidad de un átomo para atraer
electrones hacia sí. Cuando dos átomos son igualmente electronegativos, o sea cuando tienen la misma o
casi la misma electronegatividad, ninguno de ellos atrae más a los electrones hacia sí y por lo tanto en
caso de que dos átomos igual o parecidamente electronegativos se unan mediante un enlace covalente, el
par o los pares de electrones compartidos y que por lo tanto se mantienen girando alrededor de los dos
núcleos y no de uno solo de ellos, se mantienen tanto tiempo girando alrededor de uno de esos núcleos
como del otro; es decir, no hay un átomo que por ser más electronegativo que el otro lo retenga durante
más tiempo girando alrededor de su propio núcleo y se lo ‘preste’ al otro durante una fracción de tiempo
considerablemente menor. Tal el caso cuando, por ejemplo, el enlace covalente se establece entre átomos
pertenecientes a un mismo elemento atómico (pues dos átomos pertenecientes a un mismo elemento
atómico (por ejemplo, dos hidrógenos), tienen siempre la misma electronegatividad), como en el ya
mencionado caso de la molécula de oxígeno, que resulta del enlace covalente doble entre dos átomos de
oxígeno; y también ocurre cuando se enlazan covalentemente dos o más átomos pertenecientes a
diferentes elementos atómicos pero de igual o parecido grado de electronegatividad. En casos de este tipo,
se dice que como resultado de la unión covalente de esos átomos se ha establecido una molécula no polar.
Ahora, cuando se enlazan covalentemente átomos muy diferentes entre sí en cuanto a electronegatividad
ocurre que el más electronegativo de ellos retiene al par o pares de electrones compartidos girando
durante más tiempo alrededor de su propio núcleo y se lo cede al otro átomo (para que gire alrededor de
su respectivo núcleo) durante una fracción de tiempo considerablemente menor. En estos casos se dice
que de la unión covalente entre estos átomos resulta la conformación de una molécula polar, la cual se
caracteriza porque el par de electrones compartidos por los dos átomos enlazados se mantiene durante
mucho más tiempo girando alrededor de uno de los dos núcleos que del otro, de modo tal que si se
pudiera sacar una fotografía a la molécula así conformada existiría una probabilidad mucho mayor de
encontrar al par de electrones compartidos en uno de los dos sectores o polos de la molécula que en el
otro; y como los electrones son partículas con carga eléctrica negativa, uno de los dos polos (el que
retiene durante más tiempo al par de electrones compartidos) va a ser relativamente más negativo que el
otro, y el otro será relativamente más positivo que el anterior porque cede o entrega durante más tiempo a
dichos electrones, con lo cual los tiene durante mucho menos tiempo girando alrededor de su núcleo y por
lo tanto pierde la negatividad que esos electrones podrían concederle en caso de que los retuviera durante
más tiempo consigo. Un ejemplo de molécula polar es la molécula de agua (H 2O), mientras que la no
polaridad estaría representada por moléculas pertenecientes a la familia de los lípidos, ya se trate de
grasas (lípidos de origen animal) o de aceites (lípidos de origen vegetal); las moléculas polares suelen
interactuar y tener afinidad química con otras moléculas polares, y a las no polares les ocurre lo propio
con las no polares; o sea que cada molécula tiende a interactuar, a establecer interacciones de tipo
químico, con las moléculas pertenecientes a su mismo tipo; en el caso de las polares, esto se da así: el
polo relativamente positivo de una molécula polar atrae al polo relativamente negativo de una de sus
moléculas polares vecinas (en virtud de la atracción entre cargas eléctricas opuestas) y su polo
relativamente negativo hace lo propio con el relativamente positivo de otra molécula polar (distinta de la
anterior) y así, siendo por esto que, como se sabe, el agua no interactúa, no se mezcla, con el aceite.
Hemos mencionado dos posibilidades: (1) la unión entre dos átomos igual o parecidamente
electronegativos que da lugar a la conformación de una molécula no polar; (2) la unión entre átomos de
diferente electronegatividad que da lugar a la conformación de una molécula polar (molécula en la cual se
establece un polo más negativo y otro más positivo y en cuyo caso se habla de la existencia de diferentes
densidades de carga eléctrica o de distribución asimétrica de cargas eléctricas, en contraposición al caso
anterior en el cual estaríamos ante la presencia de distribución simétrica de cargas eléctricas); pero hay
aún un nuevo caso (3), que es aquel en el cual uno de los dos o más átomos enlazados supera por mucho
al otro o a los otros en cuanto a electronegatividad, superando así en electronegatividad al otro de modo
suficiente como para no ya retener durante más tiempo al par de electrones compartidos sino directamente
arrancarle un electrón al otro átomo hasta tal punto menos electronegativo que él. En ese caso uno de los
resultados es que ya no tenemos dos átomos enlazados puesto que habíamos dicho que los átomos eran
eléctricamente neutros por poseer igual cantidad de electrones (partículas con carga negativa) que de
protones (partículas con carga positiva), mientras que ahora el átomo que por ser tanto más
electronegativo que el otro le arrancó a éste un electrón, ganó una carga eléctrica neta y por lo tanto se
negativizó, por lo que no siendo más eléctricamente neutro ya no es más un átomo sino un ion negativo
(anión), mientras que el átomo que por ser mucho menos electronegativo que el otro cedió a éste un
electrón tampoco es más un átomo porque al cederlo perdió una carga negativa y por lo tanto se positivizó
convirtiéndose así en un ion positivo (catión); un ion es, pues, una estructura química dotada de una o
más -puesto que pueden ser más de uno los electrones arrancados o cedidos- cargas eléctricas netas, en
contraposición con lo que vimos que ocurría en el caso de la molécula polar, en cuyo caso no hablábamos
de una existencia de cargas eléctricas netas sino simplemente de cargas eléctricas distribuidas
asimétricamente (no de estructuras netamente negativas ni netamente positivas sino compuestas por polos
dotados uno de ellos de mayor negatividad relativa y otro de mayor positividad relativa). Ahora bien,
cuando dos átomos de muy diferente valor de electronegatividad adquieren una vecindad tal que lleva a
que uno de ellos (el más electronegativo) le arranque al otro un electrón quedando así convertidos en
iones y no ya en átomos, lo que suele ocurrir es que la unión entre ambas estructuras (que ya no son dos
átomos sino dos iones de signo contrario entre sí) se siga manteniendo, puesto que como las cargas
eléctricas de signo contrario se atraen entre sí, el anión y el catión se mantendrán unidos entre sí
formando lo que ya no es un compuesto molecular (resultante de una unión entre átomos, como en el caso
del enlace covalente) sino un compuesto iónico (resultante de la unión entre iones (positivo y negativo)).
Volviendo al átomo de hidrógeno, dijimos que es el elemento atómico más pequeño que existe en la
naturaleza puesto que sólo tiene un protón y por lo tanto un electrón y además carece de neutrones; ahora
agregamos que es un tipo de átomo caracterizado por una muy baja electronegatividad, por lo tanto
cuando por tener vecindad forzosa con átomos de otros tipos establezca interacciones con ellos, lo más
probable es que resulte ser menos electronegativo que ellos; y cuando interactúa -por vecindad- con un
átomo que lo supera por mucho en cuanto a electronegatividad (lo que le ocurre muy frecuentemente),
termina cediendo a éste un electrón, y como el hidrógeno en su forma atómica consta tan sólo de un
protón y un electrón (sin neutrones añadidos), al ceder su único electrón convirtiéndose así en un ion
positivo o catión, pasa a consistir en tan sólo un protón, razón por la cual hablar de hidrógeno iónico,
hidrógeno catiónico, hidrogenión, ion hidrógeno, más expresiones semejantes, es una y la misma cosa con
hablar de protones sueltos o de simplemente protones, lo que se revelará como siendo útil y aclaratorio
cuando demos la definición de PH y su caracterización teórica.

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