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Savenije, Wim
LAS PANDILLAS TRASNACIONALES O "MARAS": VIOLENCIA URBANA EN
CENTROAMÉRICA
Foro Internacional, Vol. XLVII, Núm. 3, julio-septiembre, 2007, pp. 637-659
El Colegio de México
México

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LAS PANDILLAS TRASNACIONALES O “MARAS”:
VIOLENCIA URBANA EN CENTROAMÉRICA

Wim Savenije

Introducción

Las pandillas callejeras, popularmente conocidas como “maras”, se


han vuelto una preocupación compartida en Centroamérica, México e in-
cluso los Estados Unidos, sin que muchas autoridades posean una visión
acertada sobre esas agrupaciones. En Centroamérica las pandillas ya no
consisten en grupos juveniles que defienden su barrio y pelean con los de
la colonia vecina, sino en redes trasnacionales de grupos que se estable-
cen como clikas locales, unidas bajo el mismo nombre y compartiendo una
identidad social. La referencia al barrio como espacio físico local se trans-
formó en una identificación con el barrio como una idea que trasciende y
aglutina a los grupos de jóvenes en diferentes colonias, ciudades, departa-
mentos e incluso países. Las pandillas trasnacionales dominantes son Mara
Salvatrucha y Barrio 18 st. Esas agrupaciones se han convertido en un fe-
nómeno que tiene consecuencias sociales graves en términos de violencia
y delincuencia; además, han provocado respuestas fuertemente represivas
por parte de las autoridades en la región.
Más allá de la amenaza con violencia y delincuencia que representan,
actualmente se considera a las maras un problema de seguridad nacional.
Las políticas e iniciativas dirigidas a ellas siguen una lógica de represión
por medio de leyes antimaras, fuerzas policiacas reforzadas con militares,
redadas y detenciones. Esa lógica recuerda las respuestas a las amenazas a
la seguridad nacional durante los años ochenta: erradicar con toda la fuer-
za el “enemigo interno” que amenazaba al Estado nacional. Sin embargo
las maras no son enemigos ideológicos, ni tienen el objetivo de derrocar
al Estado, ni tampoco son intrusos que se puede expulsar del territorio
nacional. Las maras nacen entre la misma gente que más sufre por ellas.
Su contexto está formado por condiciones sociales excluyentes (Savenije,
2006; Kruijt, 2004; Koonings y Kruijt, 2004; Moser y McIlwaine, 2004) en las

Foro Internacional 189, XLVII, 2007 (3), 637-659


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que muchos jóvenes no establecen gran apego ni perspectivas atractivas. La


pandilla constituye una alternativa para la obtención de pertenencia, soli-
daridad, identidad, respeto y recursos económicos, difícilmente accesibles
en la vida fuera de ella.
El presente artículo explora el proceso y las consecuencias de la recien-
te transformación de pandillas callejeras y argumenta la necesidad de una
nueva conceptuación de las mismas. Aunque las pandillas trasnacionales
tienen sus orígenes en los Estados Unidos y los políticos suelen aducir in-
fluencias foráneas, se sostiene que las condiciones excluyentes en la región
constituyen el contexto imprescindible en el cual promesas de pertenen-
cia, solidaridad y respeto por parte de las pandillas trasnacionales atraen
a los jóvenes marginados. Se argumenta también que, justamente por sus
dinámicas internas, las respuestas predominantemente represivas pueden
generar efectos perversos, es decir, reforzar su cohesión y organización de-
lictiva.
Los siguientes apartados esbozan el fenómeno de las maras o pandillas
callejeras, su origen en los Estados Unidos y la situación en Centroamérica y
México. A continuación se cuestiona si este fenómeno −por su nacimiento
y arraigo en los Estados Unidos− realmente es ajeno a la región, se indaga
su impacto cultural entre los jóvenes y se apunta a la socialización de la
calle como un factor crítico para su expansión. Después de reflexionar so-
bre el posible desarrollo del fenómeno de las maras, se plantean las limita-
ciones de las respuestas policiacas represivas por parte de las autoridades y
se señala que la situación particular de Nicaragua puede dar claves para
una mejor comprensión y el desarrollo de políticas sociales y de seguridad
integradas más exitosas para disminuir la problemática.

Las maras o pandillas callejeras trasnacionales

Para el propósito de este artículo, los conceptos pandilla o mara se refieren


al mismo fenómeno: se trata de agrupaciones formadas mayoritariamente
por jóvenes, quienes comparten una identidad social que se refleja princi-
palmente en su nombre, interactúan a menudo entre ellos y se ven impli-
cados con cierta frecuencia en actividades ilegales. Expresan su identidad
social compartida mediante símbolos o gestos (tatuajes, grafiti, señas, etc.),
además de reclamar control sobre ciertos asuntos, a menudo territorios o
mercados económicos (Goldstein y Huff, 1993; Klein, 1995). En Centro-
américa, tradicionalmente, las maras consisten en jóvenes que viven en la
misma comunidad donde crecen juntos, se unen y establecen una cuadri-
lla para pasar el tiempo, escuchar música, bailar, pelear y defenderse de
JUL-SEP 2007 Las pandillas trasnacionales o “maras” 639

jóvenes de otros barrios (Levenson, 1998/1988; Smutt y Miranda, 1998;


eric, ideso, idies e iudop, 2001; acj de Honduras y Save the Children uk,
2002; pnud, 2003; Savenije y Andrade Eekhoff, 2003; dirinpro, nitlapan
e ideso, 2004). Por ende, el concepto de pandilla se refería a una sola
agrupación juvenil de la comunidad o barrio. Sin embargo, recientemente
algunas se han trasformado en conjuntos que llevan a cuestionar la concep-
ción tradicional. Esas agrupaciones trascienden los límites entre lo local,
lo nacional y lo internacional: forman redes trasnacionales de grupos que
se establecen como clikas locales, unidas bajo el nombre e identidad de la
Mara Salvatrucha (ms o ms-13)1 o el Barrio 18 st. (18). Las clikas comparten
ciertas normas, reglas y relaciones más o menos jerárquicas y se encuentran
dispersas en un espacio trasnacional (Savenije, 2004). Las actividades de
las pandillas se inician y son sostenidas por esas clikas y sus miembros, y no
cesan en las fronteras nacionales. En el ámbito local, las clikas son semiau-
tónomas pero mantienen vínculos y comunicación entre sí. Sin embargo, a
nivel internacional forman parte de una estructura jerárquica cuyos líderes
más importantes residen en los Estados Unidos y pueden enviar órdenes a
las agrupaciones locales.
En esa transformación, la idea del espacio que une a la pandilla ha
cambiado drásticamente. Ya no es la comunidad donde crecieron los jó-
venes el territorio y referente principal que une a la pandilla; ahora es la
pertenencia a una unión más extensa. Esa unión va más allá de las comuni-
dades donde viven los pandilleros individualmente considerados y sus clikas
locales, la misma trasciende y aglutina a los grupos en diferentes barrios,
ciudades, departamentos, e incluso países. Un pandillero hondureño lo
explica así: “El Barrio Dieciocho sí es más grande que este barrio, es todos
los barrios, todos los sectores donde está la Dieciocho, por eso le decimos
Barrio Dieciocho[...], o sea que la Dieciocho es una familia, pues entre no-
sotros somos una familia grande.”2 Sin embargo, la fuerza centrípeta de esa
“familia” está basada en una sencilla lógica de conflicto: “nosotros estamos
unidos, contra ellos”.
Proteger sus comunidades contra las pandillas rivales y otros maleantes
es la justificación principal dada por los miembros para la existencia de su
pandilla o clika. Aunque tradicionalmente las pandillas se enfrentaban entre
sí para mostrarse más fuertes, vengarse de un insulto o quitar una novia,
ahora entre las rivales trasnacionales existe una relación de aniquilación.
La identidad social que otorga la pandilla trasnacional a sus miembros,
además de ser parte de una unión que trasciende el barrio marginal donde

1
A veces se habla de la “13” en vez de la ms.
2
Entrevista del autor en Tegucigalpa (Honduras), 9 de diciembre de 2003.
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viven, contiene como elemento fundamental la enemistad mortal con la


otra pandilla. A pesar de que no conocen a todos los rivales, y menos han
tenido experiencias adversas con cada uno, el solo hecho de encontrar a un
miembro de la pandilla contraria es suficiente razón para atacarlo, lesionar-
lo e incluso matarlo. El temor y ofensa más grande es que la contraria entre
a su territorio, borre sus símbolos y grafiti, robe a la gente y hiera o asesine
a uno de sus miembros (Savenije y Van der Borgh, 2004; Santacruz Giralt y
Concha Eastman, 2001; Smutt y Miranda, 1998; acj de Honduras y Save the
Children uk, 2002; eric, ideso, idies y iudop, 2001). “Nosotros nos dedica-
mos a cuidar todo lo que es el barrio para que no lleguen otras pandillas
que son enemigas de nosotros. Ellas no llegan solamente con la intención
de robar, sino llegan con la intención de palmarlo a uno. Entonces noso-
tros venimos y no nos quedamos atrás. Antes de que nos miren les empeza-
mos a romper fuego, puro plomo.”3
Según fuentes policiales,4 a finales de 2003, había en Honduras 36 000
integrantes de pandillas; en El Salvador, 10 500; en Guatemala, 14 000, y
en Nicaragua, 4 500. En los primeros la gran mayoría son miembros de las
pandillas trasnacionales ms y 18. En Guatemala la presencia de éstas ha
aumentado rápidamente, mientras las autoridades mexicanas se muestran
cada vez más preocupadas por la cantidad de mareros.5 Nicaragua parece
ser una excepción, con una existencia importante de pandillas pero sin
presencia notable de las trasnacionales (Rocha, 2006).

Las maras en Centroamérica y México

Los Estados Unidos se han convertido en un punto de referencia para los in-
tegrantes de la ms y la 18, no solamente porque ambas pandillas nacieron en
Los Ángeles, sino también porque una importante cantidad de sus integran-
tes vive allí, entre ellos sus principales líderes. Desde el inicio del siglo pasa-
do muchos mexicanos emigraron para buscar mejores oportunidades de tra-
bajo y de vida al otro lado del Río Bravo (Vigil, 1988). En la segunda mitad
del mismo siglo fueron seguidos por centroamericanos, quienes intentaron
escapar de la creciente pobreza, represión política y conflictos militares en

3
Entrevista grupal del autor en San Pedro Sula (Honduras), 2 de septiembre de 2000.
4
Comisión de Jefes y Jefas de Policía de Centroamérica y El Caribe, “Informe del Equipo
Técnico para el Estudio y Evaluación de la Actividad Delictiva de las Pandillas y/o Maras”,
Ciudad de Panamá, 4 de diciembre de 2003.
5
En abril de 2005, el subsecretario de Población, Migración y Asuntos Religiosos de la Se-
cretaría de Gobernación, Armando Salinas Torre, dijo que consideraba el crecimiento de la Mara
Salvatrucha en México un “asunto de seguridad nacional” (La jornada, 21 de abril de 2005).
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sus países de origen (Hayden, 2004; DeCesare, 1998). Aun así, en los lugares
de destino, muchos de ellos llegaron a vivir en barrios marginados, con po-
breza y hacinamiento, a sufrir discriminación por sus orígenes y a encontrar
difíciles condiciones de trabajo, con relativamente pocos ingresos.
En las grandes ciudades, los jóvenes inmigrantes desarrollaron una lar-
ga tradición de respuestas a la marginación, como las pandillas. Entre los
jóvenes mexicanos destaca el fenómeno de los “pachuchos” en los años
treinta y cuarenta del siglo pasado (Vigil, 1988, 1998). Su estilo de vestir y
hablar se manifestó como una expresión cultural creativa frente a la socie-
dad estadounidense que los marginaba y frente a la cultura mexicana de sus
padres. Su predilección por vestirse al estilo zoot suit, verse cool y pasarlo bien
se estableció como referente para las siguientes generaciones de jóvenes
de origen mexicano y las pandillas formadas por ellos (Vigil, 1988, 1998).
En los años ochenta, The Eighteenth Street Gang, formada predominante-
mente por jóvenes de origen mexicano (chicanos), pero también abierta a
jóvenes centroamericanos, llegó a ser una de las pandillas más grandes de
Los Ángeles (DeCesare, 1998). Al principio de esa misma década, algunos
jóvenes salvadoreños se juntaron en una agrupación que más adelante se
iba a llamar la Mara Salvatrucha (Hayden, 2004) y que en 2005 sería consid-
erada como una de las pandillas más violentas de Centroamérica e incluso
una preocupación para el Comando Sur del ejército de los Estados Unidos
(Craddock, 2005). El nombre refiere a un grupo de amigos (mara) de El
Salvador (salva) astutos (trucha). En un inicio sus integrantes estaban más
interesados en la música heavy metal, y preocupados por la discriminación
y marginación que sufrían los salvadoreños, que en formar una pandilla
de verdad. Uno de ellos recuerda que al grupo lo denominaron “mara”
porque era una palabra común en El Salvador: “Le pusimos ‘mss’ Mara
Salvatrucha Stoner, usábamos el cabello largo, camisas de heavy metal, Iron
Maiden, Metallica, jeans rotos, zapatos All Star[…] entonces éramos como
un grupo de roqueros. A raíz de que tuvimos que usar la violencia para
adquirir respeto y meternos en el tráfico [de drogas] para adquirir fondos
para seguir funcionando y creciendo, caímos en prisión. Allí optamos por
el modus operandi pandilleril. No fue al inicio nuestro proyecto ser una pan-
dilla, sino ser un grupo de jóvenes que peleara [contra] la discriminación
de los salvadoreños allá [en Los Ángeles].”6 Aunque las pandillas ms y 18
se llevaban bien, al comienzo de los noventa eso cambió drásticamente
cuando la ms decidió enfrentar al poder establecido de la 18, lo que des-
encadenó una guerra sangrienta que sigue hasta hoy en día.7

6
Entrevista del autor en San Salvador (El Salvador), 15 de febrero de 2005.
7
Véase también Hayden, 2004.
642 Wim Savenije FI XLVII-3

Para disminuir los problemas que causaban los jóvenes inmigrantes, al


final de los ochenta, el Servicio de Inmigración y Naturalización estadoun-
idense (ins) empezó a deportar a jóvenes pandilleros (Davis, 1992). En 1992,
el ins amplió esos esfuerzos por medio del Violent Gang Task Force, el cual se
concentró en buscar inmigrantes con antecedentes criminales y deportarlos
a sus países de origen (DeCesare, 1998). De esa manera, El Salvador, Hon-
duras y Guatemala comenzaron a recibir mayores cantidades de deportados,
muchos de ellos jóvenes con experiencia en las pandillas, entre ellas de la
ms y la 18, provenientes de las grandes ciudades del norte. Ese influjo iba no
sólo a transformar las pandillas locales en esos países sino también a reorga-
nizar la estructura de las pandillas ms y 18 en los Estados Unidos, volviéndo-
las nexos de redes pandilleriles trasnacionales (Savenije, 2004).

El Salvador

Pandillas existían en El Salvador mucho antes de la firma de los acuerdos


de paz en 1992 que terminó con 12 años de guerra civil. Pandillas con
nombres como la Chancleta, la Máquina, la Gallo, la Morazán y la Mao
Mao eran notorias antes de que se formaran la ms y la 18 en este país. Sin
embargo, fue al principio de los noventa cuando en los barrios con mayo-
res niveles de hacinamiento, carencia de servicios básicos y alta incidencia
de pobreza y desempleo se dio un incremento acelerado en el número de
jóvenes involucrados en pandillas, y cuando ellas captaron la atención del
público en general (Savenije y Van der Borgh, 2004; Cruz y Portillo, 1998;
Ramos, 1998; Savenije y Lodewijkx, 1998; Smutt y Miranda, 1998). Una pan-
dillera veterana recuerda: “Yo tenía como 12 años, yo era de la Morazán,
pertenecía al Parque Libertad, de allí empecé a desarrollar mi[…] Luego
me fui a la guerra cuatro años, no me gustó ya y no quise combatir porque
salí embarazada. Así estoy viva gracias a Dios, y me metí otra vez a andar en
otra juega que era la Dieciocho.”8
La deportación de pandilleros salvadoreños trasformó la dinámica de
las pandillas locales (Smutt y Miranda, 1998; Homies Unidos, en Cruz y
Portillo, 1998), no solamente por las cantidades que regresaron al país,
sino por el impacto cultural y organizacional que ellos produjeron en las
pandillas y los jóvenes en los barrios. Aparecieron grafitis de ms y 18, el
estilo pandilleril de vestirse, tatuajes distintos, una jerga nueva, señas, un
actuar más violento, etc. Además, la distribución geográfica de las pandillas
cambió fundamentalmente. Un mosaico de pandillas locales que peleaban

8
Entrevista del autor en San Salvador (El Salvador), 14 de agosto de 2003.
JUL-SEP 2007 Las pandillas trasnacionales o “maras” 643

con las de los barrios vecinos (Savenije y Lodewijkx, 1998) se concentraron


en prácticamente dos; la gran mayoría de las locales se volvieron clikas de
las trasnacionales que se enfrentaban en una guerra sin cuartel (Savenije,
2004).

Honduras

Honduras tiene su historia de pandillas callejeras, aunque éstas esporádica-


mente usaban la violencia y solamente cometían delitos leves. En los años
ochenta “cobran notoriedad pandillas un poco más agresivas como las de
los Estompers o Sirypury, o más recientemente, las de los Poison y los Ponys,
las cuales pueden considerarse como antecedentes de las maras” (pnud,
2003: 146). Influenciadas por la llegada de los deportados, surgen a media-
dos los noventa en los barrios de bajos ingresos de las grandes ciudades las
pandillas trasnacionales, que se destacan por ser más violentas que las otras.
El mencionado informe del pnud usa la noción de “pandillas californianas”
para distinguirlas de las locales. Un estudio sobre pandillas en la ciudad El
Progreso menciona que la policía contó, en 1999, 11 o 12 de ellas, pero
señala también que a partir del 1997 las locales estaban convirtiéndose en
clikas de la ms o la 18. Además, “en el proceso muchos grupos se desintegra-
ron, aunque sus miembros se integraron a los nuevos grupos” (Castro y
Carranza, 2001: 238).
Así, la llegada de las pandillas trasnacionales transformó la situación
local en Honduras. Las expresiones nuevas, con pinta de las grandes ciuda-
des de los Estados Unidos y el uso de la violencia para establecer presencia,
controlar territorio, obtener poder y dominio sobre las contrarias y los de-
más residentes en sus barrios, atraían a los jóvenes hondureños, tal como
lo hacían en otras partes. “La deportación de inmigrantes ilegales [...] ha
venido a representar también una inyección importante para dinamizar
el mundo de las pandillas juveniles y ajustarlas a los parámetros con que
funcionan las mismas en algunas ciudades norteamericanas” (acj de Hon-
duras y Save the Children uk, 2002: 16). Fueron los deportados los que
traían un nuevo estilo pandilleril a Centroamérica, pero los jóvenes locales
lo adaptaron a las situaciones particulares en que vivían. Como lo indica un
pandillero: “Han venido deportados, pero a algunos ya los mataron, otros
se murieron de cualquier otra cosa, y quienes hemos sobrevivido somos no-
sotros, los jóvenes de aquí, y somos los que hemos seguido siempre.”9

9
Entrevista del autor en Tegucigalpa (Honduras), 11 de diciembre de 2003.
644 Wim Savenije FI XLVII-3

Guatemala

Uno de los primeros estudios realizados en Centroamérica relata que en


1988 la ciudad de Guatemala ya tenía una historia de décadas de pandillas
callejeras. Además, indica que en aquel entonces existían más que 60 en
la capital, y enumera una impresionante lista de maras como la Ángeles
Infernales, Mara Five, Mara 33, Mara Los Garañones, etc.10 No menciona
aún a la ms ni a la 18, sin embargo señala que desde 1985 las maras ya
habían “adquirido mayor importancia y nuevas posiciones de influencia
y prestigio entre los jóvenes” (Levenson, 1998/1988: x). En Guatemala el
fenómeno de las pandillas evolucionó de grupos de jóvenes que se reunían
principalmente para pasarlo bien a clikas que formaban parte de las tras-
nacionales. Un estudio de la Universidad Landívar describe ese desarrollo
a través de una tipología de pandillas juveniles, “protomaras”, “maras” y
“maras clones”; las sitúa en un continuo en el que los niveles de violencia,
organización y delincuencia aumentaban. El autor denomina a las últimas
“maras clones” por ser réplicas de pandillas extranjeras y “producto del
impacto de culturas foráneas, principalmente la estadounidense” (Merino,
2001: 176).
Ese último estudio no encuentra ninguna relación entre las pandillas
juveniles locales y las “maras clones” porque “la aparición de las ‘maras clo-
nes’ tiene que ver más con el fenómeno subsiguiente a la deportación de
jóvenes ilegales en los Estados Unidos −jóvenes que estuvieron integrados
[allí] a grupos similares a nuestras maras de ese país” (Merino, 2001: 177).
Sin embargo, es poco probable que la aparición y difusión de las trasnacio-
nales fuese tan aislada y separada del desarrollo de las locales. Parece más
lógico que ambas formaron parte de una misma evolución en la que las
normas, conductas y organización de las agrupaciones juveniles se adap-
taban a las nuevas situaciones y desafíos en su cotidianidad. Las pandillas
ms y 18 “se hicieron notar en el transcurso de la década de los noventa y
comenzaron a ganar hegemonía por la lucha que estaban teniendo entre
ellas. Al principio estaban localizadas en algunos lugares, pero fueron cre-
ciendo, al punto de que han llegado a lo que han llegado hoy…”11 Aunque
en Guatemala las pandillas trasnacionales no han absorbido a las locales en
la misma medida que en El Salvador y Honduras, su aparición influyó pro-
fundamente en su modo de ser y de actuar.

10
También señala que las pandillas juveniles, como las denominaban antes, fueron re-
bautizadas como “maras”.
11
Entrevista del autor con la Asociación Grupo Ceiba, Ciudad de Guatemala (Guatema-
la), 26 de abril de 2005.
JUL-SEP 2007 Las pandillas trasnacionales o “maras” 645

Levenson señaló que los integrantes de las pandillas son jóvenes de


familias “sometidas a grandes presiones económicas y emocionales que son
difíciles de separar” y que “la mayoría siente que no tiene futuro” (Leven-
son, 1998/1988: 18-19). Tomando en cuenta la situación de marginación en
que viven, no es de extrañar que jóvenes indígenas entraran a las pandillas
trasnacionales. Pero no solamente éstas han absorbido a jóvenes ladiniza-
dos que viven en las ciudades, también existen grupos pandilleriles indíge-
nas dentro de sus propias comunidades. Es asombroso que la camarilla de
las trasnacionales haya sido capaz de saltar barreras culturales importantes
y penetrar en estas comunidades.

México

México, país dominante en Mesoamérica, desempeña un papel importante


en las dinámicas pandilleriles trasnacionales por su posición geográfica. En
un primer momento, los pandilleros expulsados de los Estados Unidos que
intentaron regresar a este país cruzaron por México, tal y como muchos
otros migrantes indocumentados centroamericanos lo hacen camino a la
esperanza de una vida mejor. Pero desde el año 2003, México también está
recibiendo un flujo de pandilleros centroamericanos que huyen de la fuer-
te represión policiaca en El Salvador (Operativo Mano Dura), Honduras
(Operación Libertad) y Guatemala (Plan Escoba). En busca de refugio y
camino al norte, la zona fronteriza con Guatemala se volvió un paradero de
los pandilleros centroamericanos.
En esta nueva situación, los migrantes indocumentados se convierten
en un grupo vulnerable y casi indefenso para las pandillas trasnacionales, lo
mismo que para otros actores que los ven como presas fáciles. Extorsiones,
asaltos y robos realizados por los pandilleros son parte de los infortunios
que sufren los migrantes. Las autoridades mexicanas han reaccionado con
una serie de acciones policiacas contra las amenazas de las pandillas trasna-
cionales en la zona fronteriza del sur.12 Sin embargo, un corolario no bus-
cado es que esos operativos han acelerado la difusión de las mismas hacia
las ciudades del centro y el norte de ese país.13 Después de un zafarrancho
entre la ms y la 18 durante las celebraciones de la Revolución mexicana en
12
El diario La Jornada del 12 de septiembre de 2005 reporta que “en lo que va del año
las acciones del gobierno mexicano en la frontera sur permitieron la aprehensión de 451
personas vinculadas a la banda Mara Salvatrucha así como a 759 que se dedicaban al tráfico
de centroamericanos”.
13
Entrevista con Hugo Ángeles, investigador de El Colegio de la Frontera Sur, México,
24 de octubre de 2005.
646 Wim Savenije FI XLVII-3

la ciudad de Tapachula (Chiapas)14 y una ola de terror unos días después,


en que los padres retiraron a sus hijos de las escuelas por miedo a un ataque
de las maras, queda claro que en el sur de México el miedo a los mareros
centroamericanos está bien sembrado.
La presencia de las pandillas trasnacionales en el territorio mexicano
se debe al anhelo de muchos de sus miembros de ir o regresar a los Estados
Unidos, a la búsqueda de refugio ante la represión policiaca en Centro-
américa o a que no han logrado cruzar la frontera norte. Sin embargo, esas
pandillas se han introducido en México de una manera mucho más pro-
funda. Diversos grupos ven a las pandillas trasnacionales como uno modelo
a seguir o un estilo a imitar. Sin integrarse necesariamente en las pandillas
trasnacionales, muchos jóvenes adoptan su manera de vestir, hablar y ac-
tuar. Los mexicanos no copian únicamente a los pandilleros extranjeros,
también algunas pandillas incorporaron a integrantes de la ms y la 18, arrai-
gándolos más fuertemente en su propia tierra. Un periodista de la revista
Vértigo apunta ese proceso de absorción y arraigamiento: “Aquí la Mara ha
pasado de una invasión de maleantes centroamericanos a la incubación de
su ideología en la juventud local.”15

¿Fenómeno foráneo o propio?

La presencia de las pandillas trasnacionales en Centroamérica, México y


los Estados Unidos constituye para los gobiernos de esos países un pro-
blema fastidioso. En esa lógica, los Estados Unidos culpan a los jóvenes
centroamericanos y los deportan. Los países centroamericanos muestran
su desagrado con las deportaciones de pandilleros, que llegan “a generar
más violencia y problemas de maras”;16 y México se preocupa por el flujo
de migrantes indocumentados, entre los cuales se mezclan pandilleros. Sin
duda, cada una de esas preocupaciones es legítima, aunque quedarse sólo
con ellas es síntoma de miopía política.
Como se ha mostrado anteriormente, es una equivocación pensar que
los pandilleros “formados” en las calles de las grandes ciudades de los Esta-
dos Unidos llegaron a Centroamérica a sembrar en tierra virgen. En todos
los países donde se arraigaron las trasnacionales ya existían pandillas loca-
les, y encontraron sus nichos entre los jóvenes que vivían en situaciones de
exclusión social en las que la pobreza, marginación y ausencia de un futuro
14
El día 20 de noviembre de 2004.
15
Miguel Rodríguez Calderón, “En el país de la Mara”, Vértigo, 23 de enero de 2005
16
Presidente de El Salvador Elías Antonio Saca (El Diario de Hoy, 1º de abril de 2005,
p. 16).
JUL-SEP 2007 Las pandillas trasnacionales o “maras” 647

atrayente dominaban. No se puede entender el éxito de su proliferación y


trasnacionalización sin tomar en cuenta las pandillas ya existentes y la dis-
posición de sus integrantes, y de los jóvenes en general, a asimilar las nue-
vas ideas, normas y conductas que vinieron del norte. La fuerte pertenencia
a un grupo que trasciende los límites locales −basada en una competencia
extrema y violenta−, la identidad social que la misma otorga a los partici-
pantes, el respeto que se gana por ser un pandillero violento y valiente, el
poder y los recursos económicos que se obtienen por el uso o la amenaza
de utilizar la violencia, en definitiva, el nuevo estilo pandilleril resultaba ser
muy atractivo para los jóvenes excluidos socialmente.
La intensidad de la pertenencia se procura por la extrema enemistad
(Coser, 1956) que existe entre las dos grandes pandillas. Vivir colectivamen-
te cada día el riesgo de perder la vida, en una confrontación con un enemi-
go que no dudará ni un instante en asaltar y matar, genera una sensación de
sólida hermandad, amistad y cohesión grupal entre los pandilleros. Como
lo ilustra un pandillero veterano: “Para encontrar una solidaridad grande,
para poder comprender en la realidad donde está tu fidelidad, tiene que
haber un conflicto. Es lo mismo en la pandilla: si no hay conflicto, nunca
vas a comprender el verdadero amor…”17 Para muchos, la pandilla se vuel-
ve la segunda familia con la que pasan más tiempo que con la biológica y
donde se sienten mejor. Pasan el tiempo en la calle platicando, escuchando
música, divirtiéndose y también aburriéndose, pero principalmente com-
parten esta idea: “nosotros siempre estamos unidos, siempre, hasta que la
muerte nos separe [...] nosotros tenemos que cuidarnos uno a otro”.18 La
hermandad se vuelve muy importante para los integrantes que en gran me-
dida no tuvieron relaciones familiares muy buenas, por la ausencia de los
padres (que, por ejemplo, han estado en los Estados Unidos desempeñán-
dose como obreros migrantes, trabajando largos días para ganar dinero, o
que los han abandonado) o por ser víctimas de maltrato familiar (Smutt y
Miranda, 1998).
Una hipótesis para explicar la amplia difusión de las pandillas trasnacio-
nales es que esa intensa emoción de pertenecer a ellas no podía ser ofrecida
por las pandillas locales a los jóvenes. Si bien también se identificaban como
grupo y peleaban con rivales, no tenían una enemistad mortal como las tras-
nacionales. Entonces, tampoco tenían una solidaridad tan penetrante ni co-
nocían “el verdadero amor” de los homeboys (compañeros pandilleros). Sea
como fuere, muchos pandilleros centroamericanos se han apropiado −a su
manera− de la cultura pandilleril estadounidense y se sienten parte de algo

17
Entrevista del autor en San Salvador (El Salvador), 10 de marzo de 2005.
18
Entrevista grupal del autor en San Salvador (El Salvador), 16 de marzo de 2005.
648 Wim Savenije FI XLVII-3

más grande e importante. Un pandillero hondureño lo explica así: “No im-


porta de dónde vengamos. Puede ser de aquí, de cualquier departamento, o
puede ser de El Salvador, de Guatemala, o de Estados Unidos. Siempre y
cuando sea un salvatrucha, aquí es un miembro más de la familia.”19 Un pan-
dillero guatemalteco se expresa en términos similares: “La pandilla es exce-
sivamente grande, pandilleros hay en El Salvador, Honduras, Nicaragua [...]
La pandilla es algo más organizado que algunos chavitos pobrecitos que an-
dan así en las calles, que se tatuaron cuando andaban de locos.”20 Pertenecer
a una pandilla trasnacional es para los jóvenes subordinarse a una unión
trascendente, que brinda hermandad, protege al individuo, da sentido a la
vida, establece con claridad la diferencia entre el ellos y el nosotros y que
además otorga a cada uno el importante papel de mantener esos linderos y
aniquilar al contrario. La asimilación del nuevo estilo pandilleril por parte
de los jóvenes en la región forma parte del proceso globalizador de las sub-
culturas juveniles.

Los aspectos sociales y subculturales y el poder


de las pandillas trasnacionales

Todavía hace falta realizar más estudios detallados sobre las pandillas tras-
nacionales en las diferentes ciudades y pueblos de Centroamérica, México
y los Estados Unidos, y sobre las relaciones entre las clikas locales. Cabe
señalar algunos aspectos sociales y subculturales, además del poder en el
ámbito local que están adquiriendo esas pandillas. No solamente son los
integrantes de las mismas las que se apropian de la identidad pandilleril,
también muchos adolescentes adoptan estilos originalmente pandilleriles
sin volverse pandilleros. Esa difusión cultural muestra la complejidad del
fenómeno y la dificultad de enfrentar a las trasnacionales, porque, jóvenes
que parecen ser pandilleros, no necesariamente lo son.
Aunque se halla diferencias importantes entre las pandillas trasnacio-
nales y las clikas en las diferentes localidades, existen algunas características
generales que unas y otras comparten en gran medida y que pueden arrojar
luz sobre la atracción que ejercen las primeras. Entre ellas están el intenso
sentimiento de pertenencia, el estilo pandilleril, un ámbito social propio
con linderos netamente definidos, reglas claras y un poder basado en la
violencia y el temor.
Lo primero que las pandillas expresan y comunican a los jóvenes afi-

19
Entrevista del autor en San Pedro Sula (Honduras), 29 de agosto de 2000.
20
Entrevista del autor en Ciudad de Guatemala (Guatemala), 28 de abril de 2005.
JUL-SEP 2007 Las pandillas trasnacionales o “maras” 649

nes a ellas es pertenencia, hermandad y solidaridad. Los pandilleros están


unidos, se cuidan entre ellos, se protegen, se defienden y comparten sus
pertenencias con los compañeros que no tienen cómo satisfacer sus nece-
sidades básicas. Si eso es cierto siempre, o hasta qué grado lo es, es menos
importante que el que sea demostrado frente a los otros jóvenes. “O sea
que les gusta cómo se lleva uno con la pandilla, con los homies [compañeros
pandilleros]; ven que hay una unión pues. Así como le dije, si yo tengo y
mi homie no tiene, yo le doy, y si, digamos, en un caso que yo no tengo y él
tiene, él me da a mí […] O sea, todos somos unidos pues.”21 Por esa razón,
otros difícilmente pueden reclamar algo a un pandillero; y si lo tocan, toda
la pandilla viene a ayudarle.
Los pandilleros tienen una apariencia que los distingue claramente
como tales. Muchos muestran que son especiales22: se visten bien, con ropa
estilo tumbado y muy limpia, a veces también portan joyas, como cadenas
de oro, etc. “Por amistad muchos estábamos aquí [...] y aquél miraba al ami-
go bien vestido y con forma de pandillero, entonces ya a él le iba gustando,
entonces así han crecido las pandillas.”23 Otra manera de identificarse es
por medio de tatuajes en diferentes partes del cuerpo, especialmente en
el torso, los brazos e incluso la cara. Los tatuajes oscilan entre expresiones
muy personales, como los que refieren a la novia, y los que tienen signifi-
cados compartidos a nivel pandilleril, como los que hacen referencia a un
homeboy fallecido. Muchos jóvenes de los barrios marginados se impresio-
nan al ver a los pandilleros mostrarse de tal manera, mientras que a muchos
adultos les asusta e incluso les aterroriza su apariencia.
Las pandillas mantienen su propio mundo cerrado y relativamente se-
parado de los demás. Diferencian claramente entre los pandilleros y la otra
gente, los civiles o “paisas”. Ese lindero se ve reforzado porque hablan su
propia jerga y se comunican a través de señas, que hacen que otros no en-
tiendan fácilmente lo que están transmitiendo. No cualquiera puede entrar
en las pandillas. Cuando un joven es considerado por la clika como poten-
cial miembro, debe mostrar su valor y aguantar un rito de iniciación. Éste
consiste principalmente en recibir, sin poder defenderse activamente y por
13 o 18 segundos −dependiendo de la pandilla−, golpes y patadas de un
grupo de pandilleros. Tal y como la pandilla guarda la barrera con los de
fuera, también la guarda con los que están dentro: “A la mara uno puede
entrar, pero no puede salir. Si yo me salgo, la mara me manda al infierno.”24
21
Entrevista grupal del autor en San Salvador (El Salvador), 16 de marzo de 2005.
22
Aunque, por miedo a que la policía los identifique como pandilleros y los detenga, en
la región centroamericana usan cada vez menos su estilo propio de vestirse.
23
Entrevista del autor en Tegucigalpa (Honduras), 11 de diciembre de 2003.
24
Entrevista del autor en San Pedro Sula (Honduras), 6 de septiembre de 2000.
650 Wim Savenije FI XLVII-3

Se es miembro de una pandilla trasnacional de por vida; solamente bajo


ciertas condiciones un integrante puede obtener el premiso de “calmarse”,
es decir, separarse de la vida pandilleril activa sin dejar la pandilla, o para
dedicarse a Dios.25 Retirarse sin este permiso puede costarle la vida.
Las trasnacionales tienen sus propias reglas y normas, las cuales trasmi-
ten forzosamente a los novicios. El objetivo de esa “escuela pandilleril” es
que los principiantes entiendan cómo es la pandilla, su tradición y su modo
de actuar. Les enseñan la estructura interna, cómo se tratan los homboys
entre sí, la obediencia a lo que deciden la pandilla o sus líderes, lo que
aporta cada uno al grupo y la obligación de callarse sobre los asuntos del
mismo. “Al brincarle a la mara se le leen los reglamentos más sencillos: tie-
ne que respetar las letras [M y S], respetar a los homies, no robarle a un homie,
respetar las familias de los homies, respetar el territorio, no negar la Mara
siempre Salvatrucha, siempre poner la rifa, no tenerla abajo. Cuando ya
pertenece a la mara, entonces a uno le leen los reglamentos más fuertes
que sólo son para miembros de la ms.”26 También les enseñan lo que pasa
cuando un pandillero no cumple las reglas, los castigos, etc. Como cual-
quier organización social, la pandilla tiene su estructura y dinámicas inter-
nas, y los pandilleros las aprenden, las siguen y las enseñan a los novicios.
La disposición a usar la violencia es muy importante para que las pandi-
llas trasnacionales mantengan una base de poder y dominio frente a la pan-
dilla contraria y los residentes de su territorio. La enemistad letal exige de los
pandilleros, como de los soldados en una guerra, la determinación de usar
la violencia en cualquier momento que se encuentren con los contrarios.
Las confrontaciones violentas pueden ser espontáneas, cuando las pandillas
se encuentran accidentalmente, o planeadas, cuando una de ellas incursio-
na en el territorio del enemigo para imponérsele y mostrarle el poco control
que ejerce o para vengar ofensas y muertes sufridas. También, cuando los
habitantes de la comunidad tomada actúan en contra de los intereses de la
pandilla, resisten su control o colaboran con la policía, la pandilla actúa vio-
lentamente (Savenije y Van den Borgh, 2004).

La socialización de la calle

La calle muchas veces funciona como lugar de encuentro para los jóvenes y
la pandilla. El hacinamiento en las colonias marginadas hace que los pocos
espacios de recreo existentes no sean aptos para competencias deportivas
25
Aceptan que los integrantes se alejen de la pandilla cuando éstos deciden integrarse
plenamente en una iglesia (suele ser una iglesia evangélica).
26
Entrevista del autor en San Pedro Sula, 29 de agosto de 2000.
JUL-SEP 2007 Las pandillas trasnacionales o “maras” 651

e incluso, a veces, están ocupados por vagos, consumidores de drogas y


pandilleros (Savenije y Andrade Eekhoff, 2003). No obstante, a los jóvenes,
sobre todo a aquellos con relaciones familiares estropeadas, les gusta pasar el
tiempo fuera de casa con sus pares, quienes les ofrecen un lugar entre ellos
y un ambiente afectuoso. En ese proceso, para muchos, la pandilla se
convierte en la segunda familia. Pero la socialización de la calle es diferente
de la que corresponde al modelo de la “buena familia”, pues las actividades
que allí se aprenden y realizan van de inofensivas (conversar, escuchar mú-
sica y divertirse) a perjudiciales y delictivas (amenazar, robar o lesionar a
alguien) (Vigil, 2002).
En la calle y dentro de la pandilla se ven confrontados con pares que
responden a una jerarquía local basada en la dureza, donde se gana respeto
por la voluntad de usar la violencia y mostrarse sin miedo, y por ser un buen
e intrépido peleador. El “tener respeto” es el núcleo del “código de la calle”
(Anderson, 1999); al mostrarse violentos e imponerse a otros, los jóvenes
rápidamente ganan reconocimiento como valientes y ven sus cualidades
valoradas por parte de los pandilleros. Sin embargo, ganar respeto de esa
manera los lleva a problemas con los adultos y las autoridades. Figurar en
una dura pelea con los enemigos o ser detenido y encarcelado por la po-
licía, aumenta el estatus y la reputación del joven (Vigil, 2002; Vigil y Yun,
1996), pero al mismo tiempo deteriora los vínculos sociales con los adultos
y las autoridades.
De esa manera, para los jóvenes que viven en los barrios pobres y margi-
nados, la pandilla puede ser una fuente importante de pertenencia y de re-
conocimiento, que difícilmente se encuentran de otra manera. Además de
llenar necesidades sociales y psicológicas de sus miembros, los apoya en la
satisfacción de sus necesidades económicas. Las pocas posibilidades de ob-
tener recursos económicos por caminos legales se compensan por medios
menos lícitos e incluso ilícitos, por ejemplo, pedir dinero a los que entran
o salen del barrio, exigir “impuestos de guerra” a las tiendas y pequeños
talleres establecidos en su territorio, cobrar “renta” a las rutas de autobuses
que lo crucen y a empresas cercanas, cometer asaltos y robos en pequeña
escala, etc. (Savenije, 2006; Savenije y Van den Borgh, 2004). Sin embargo,
el dinero obtenido no es solamente para el uso personal de los pandilleros,
éstos también deben hacer aportaciones económicas a la pandilla. Así, la
pandilla puede apoyar a los homeboys que cayeron presos. “Hacemos visitas a
los hermanos que están presos, les ayudamos con dinero, comida, cualquier
pantalón también, camisas, zapatos…”27 Además, les compran tarjetas de
teléfono celular e incluso les pagan abogados. En otras palabras, la pandilla

27
Entrevista grupal del autor en San Salvador (El Salvador), 16 de marzo de 2005.
652 Wim Savenije FI XLVII-3

no solamente ofrece una identidad social a sus miembros y un espacio para


formar una personal, también dota de una base económica a los procesos
identitarios de pertenencia, reconocimiento y solidaridad.

Reflexiones: posibles desarrollos

1. Pandillas más allá de los jóvenes

Por el aumento de la represión policiaca y las dinámicas internas, las pan-


dillas están dejando de ser sólo un fenómeno juvenil. Aunque la base social
de reclutamiento siguen siendo los jóvenes, muchos integrantes están en el
final de los veinte o ya pasaron los treinta años. Existen varias razones:
a) Ser miembro de una trasnacional es de por vida y salirse de ella sig-
nifica un proceso traumático para muchos.
b) La sociedad no acepta fácilmente a personas tatuadas, especialmen-
te con tatuajes de pandillas. Si la salida de la pandilla es difícil, la entrada
en la sociedad lo es más aún. La discriminación y marginación de ex pan-
dilleros es muy fuerte.
c) Las pandillas trasnacionales están perdiendo algo de su atractivo
entre los más jóvenes por la represión policiaca y por una cobertura de los
medios de comunicación dirigida al amarillismo.
Estas condiciones representan un enorme reto para los esfuerzos de
reintegración de los pandilleros. No se trata solamente de jóvenes que pue-
den ser capacitados para tener más posibilidades de ganarse la vida. Mu-
chos ya tienen una familia e hijos que cuidar al salir de la pandilla, y para
dedicarse a una vida nueva necesitan suficientes ingresos para sostenelos.28

2. Visibilidad del fenómeno

Los pandilleros se adaptan a los procesos de represión policiaca y margi-


nación social haciendo su parte para no sufrirlos tanto. La policía muchas
veces revisa a jóvenes reunidos en la calle para ver si tienen tatuajes y así
apresar a los supuestos pandilleros. Eso ha llevado a que muchos dejen de
vestirse según el estilo pandilleril para evitar que la policía los arreste, y a
que pandilleros ya no se tatúen o solamente lo hagan en donde una revisión
28
Este punto fue subrayado por el padre José María Moratalla sdb., director del Polígono
Don Bosco en San Salvador, en su presentación en el seminario “Violencia juvenil en Centro-
américa: iniciativas de prevención y rehabilitación desde la sociedad civil”, los días 29 y 30 de
septiembre 2005, en San Salvador, El Salvador.
JUL-SEP 2007 Las pandillas trasnacionales o “maras” 653

somera no los descubra. La consecuencia puede ser que los pandilleros se


vuelvan menos visibles, sin que disminuya su número o sus actividades.

3. Profesionalización

Con el tiempo, las pandillas y los pandilleros en lo individual se profesio-


nalizan en cuanto a los delitos que cometen para obtener recursos eco-
nómicos y poder, es decir, se desarrollan y especializan en sus actividades
delincuenciales (Kessler, 2004). Si un trabajo decente resulta ser cada vez
menos una alternativa para ellos −no solamente porque la pandilla se encie-
rra, sino también porque la sociedad los excluye por ser pandilleros−, una
carrera delincuencial se presenta como la opción más factible. Eso puede
llevar a que las pandillas trasnacionales se vuelvan cada vez más profesio-
nales en sus actividades −extorsión, venta de drogas, sicariato, etc.− y en
la violencia que utilizan, sobre todo en Centroamérica, donde la política
social dirigida a la disminución de la exclusión social está casi ausente, la
represión policiaca a las pandillas es alta y los órganos estatales de seguri-
dad son débiles. Una modalidad es que los narconegociantes empleen a
pandilleros como vendedores o protectores. Por ejemplo, Rodgers (2003)
describe la transformación de una pandilla nicaragüense: “la pandilla se
había vuelto un elemento esencial de la economía local de las drogas, pues
cada miembro de ella se había convertido en un empresario del narcotrá-
fico y la violencia del grupo ahora estaba dirigida a garantizar la circulación
y el intercambio libres de drogas y de clientes dentro del barrio, más que a
proteger a la comunidad del mismo” (2003: 17).

4. Trasformación pandilleril en México

Ahora México está recibiendo desde el sur una fuerte influencia cultural
por parte de las pandillas trasnacionales. Dejó de ser exclusivamente un
lugar de tránsito y reposo para los pandilleros centroamericanos; jóvenes
mexicanos copian sus expresiones por ser algo nuevo e interesante, mien-
tras que otros sienten el anhelo de pertenecer a un grupo unido que les
brinda protección, respeto y poder. No sorprendería que, en un plazo no
tan largo, México contara con sus propias clikas de pandillas trasnaciona-
les formadas por jóvenes mexicanos que quieren ser parte de las grandes
“familias”. Cuando empiecen a surgir clikas mexicanas, apoyadas por los
pandilleros extranjeros, la presión sobre las pandillas locales aumentará.
De esa manera puede pasar en México lo que pasó en gran parte de la re-
654 Wim Savenije FI XLVII-3

gión centroamericana: una trasformación de las pandillas según el modelo


de las trasnacionales.

5. Pandillas locales en Nicaragua

La situación en Nicaragua es excepcional. A pesar de tener muchas pandi-


llas locales, no cuenta con la presencia de las trasnacionales. Tampoco las
pandillas nicaragüenses han llegado a los niveles de violencia, delincuen-
cia y organización nacional o trasnacional alcanzados en los países vecinos.
“Los delitos cometidos por las agrupaciones son mínimos en comparación
con [los de] otros países de la región como El Salvador y Honduras.”29 In-
cluso las relaciones entre las pandillas locales pueden oscilar de rivales a
aliados: “Un sentido de cooperación [...] entre pandillas supuestamente
enemigas, no debe sorprender. Muchas veces, las mismas pandillas que se
peleaban ayer se juntan hoy para atacar a otra pandilla y, aunque se trata
de alianzas efímeras, no dejan de ser significativas” (Rodgers, 1997). Sin
embargo, los procesos de exclusión, pobreza y marginación pueden gene-
rar aún mayor presencia de pandillas en las ciudades nicaragüenses, au-
mentar su inmersión en el narconegocio e incluso abrir la puerta a los
enemigos más acerbos de las trasnacionales.

Enfrentando la problemática: limitaciones de la represión

Las pandillas trasnacionales o maras constituyen una nueva etapa en el desa-


rrollo de las pandillas en Centroamérica y México bajo la influencia globali-
zadora de flujos migratorios que vinculan a la región con los Estados Unidos.
Aunque las trasnacionales nacieron en Los Ángeles, a muchos jóvenes en los
diferentes países del sur les ha gustado el nuevo estilo pandilleril y lo han
adaptado a sus circunstancias y necesidades. En ese proceso surgió el fenó-
meno de las pandillas trasnacionales en el que muchos pandilleros locales
de la región se sienten conectados por una identificación con una unión
trascendente, ya sea la ms o la 18. Por un lado, la extrema enemistad entre
las dos aglutina a los miembros y clikas en redes de identificación, herman-
dad, solidaridad y protección. Por otro lado, el mundo pandilleril ofrece al
joven una manera de ser alguien, un ámbito social propio, respeto y recono-
cimiento, acceso a recursos económicos y poder. Además del temor que les

29
Entrevista del autor con el Subcomisionado de Asuntos Juveniles de la Policía Nacional
en Managua (Nicaragua), 12 de abril de 2005.
JUL-SEP 2007 Las pandillas trasnacionales o “maras” 655

tiene la gente y las actividades ilícitas a las que se dedican, uno de los puntos
que más llaman la atención es la violencia extrema que emplean las pandi-
llas trasnacionales contra sus adversarios en una guerra sin cuartel.
Como he indicado anteriormente, para enfrentar esa violencia y de-
lincuencia, los países centroamericanos, especialmente Honduras (2002) y
El Salvador (2003), lanzaron operativos policiacos represivos (Plan Mano
Dura y Súper Mano Dura en El Salvador y Operación Libertad en Hon-
duras) y aprobaron “leyes antimaras” en las cuales definieron a las maras
como asociaciones ilícitas. Guatemala no promulgó una ley de esa índole,
pero sí siguió la campaña policiaca con el Plan Escoba. Esos operativos se
caracterizaban sobre todo por redadas masivas en los barrios marginales
afectados por las pandillas trasnacionales, en las que se llevaban a cualquier
joven que despertara la sospecha de ser pandillero por su actuar, manera
de vestir o tatuajes (Savenije, 2006; Rodríguez y Pérez, 2005; Andino, 2005;
Fundación de Estudios para la Aplicación del Derecho, 2004). Aparte de
la ineficiencia de esos operativos y los impedimentos legales señalados por
varios estudios (ibid.), las características internas de las pandillas señaladas
anteriormente también indican algunas limitaciones de las respuestas pre-
dominantemente represivas (Savenije, en prensa).
En primer lugar, la represión policiaca no remedia la exclusión social
ni la falta de perspectivas que forman el contexto social de las pandillas. Al
contrario, las redadas masivas y detenciones arbitrarias de jóvenes en las
comunidades marginales refuerzan la estigmatización y marginación, de-
jando intacto el anhelo de inclusión y reconocimiento de muchos jóvenes.
Segundo, por su actuar represivo, la policía se perfila como un adversario
poderoso. Las redadas policiacas y el riesgo de ser detenido pueden provo-
car el mismo efecto que la amenaza de la pandilla contraria: reforzar la co-
hesión interna. Además, el encarcelamiento masivo hace que dentro de los
centros penales se encuentren muchos homeboys que tal vez no se conocían
antes. El hacinamiento carcelario −que suele ser la regla en la región− y el
mayor contacto entre pandilleros procedentes de diferentes partes, junto
con una cohesión interna reforzada, engendran el riesgo de un fortaleci-
miento organizacional pandilleril: fomentando la comunicación entre los
pandilleros, haciendo más vigorosas las reglas y normas grupales y pro-
moviendo liderazgos más jerarquizados (Sherif, 1999/1956; Sherif, Harvey,
White, Hood y Sherif, 1988/1961). Al mismo tiempo, la mayor cantidad
de pandilleros presos reta a la hermandad y solidaridad profesada en la
pandilla. Los pandilleros que siguen en las calles se ven obligados a ayudar
económica y materialmente a sus homeboys presos. Mayores necesidades pu-
eden provocar que esos pandilleros profesionalicen su actividad delictiva
para satisfacer las nuevas demandas.
656 Wim Savenije FI XLVII-3

Esa preocupación se ve reforzada por el hecho de que el aumento de


pandilleros presos en El Salvador, de 19.7% de la población interna en
2003 a 31.2% en 2006.30 no se tradujo en una disminución de los delitos
atribuidos a las pandillas. En ese periodo, el porcentaje de pandilleros ar-
restados creció de 7.1 a 17.8 del total de los detenidos por homicidio por
año, y al mismo tiempo de 0 a 14.1% de los detenidos por extorsión.31
Debido a esos riesgos de efectos perversos, el caso de Nicaragua
plantea interrogantes a las autoridades de la región para la compresión
de esa problemática y los esfuerzos por disminuirla. Sin duda, Nicaragua
comparte muchos de los problemas del área: no le faltan pandillas, ni
exclusión, ni jóvenes con pocas esperanzas de un futuro mejor (Rodgers,
1997). Sin embargo, parece existir una resistencia de los jóvenes en gen-
eral y de pandilleros en particular a la penetración del modelo de las
trasnacionales. Al mismo tiempo la policía está comprometida con un
modelo preventivo de policía comunitaria (Cordero, Gurdián y López,
2006) en vez de con operativos de mano dura; además mantiene formal-
mente una actitud no discriminadora ni estigmatizadora frente a las pan-
dillas (Rocha, 2006). En definitiva, una investigación más profunda es
urgente. Una línea investigativa que pueda iluminar más esa situación
pasa por el capital social que poseen los jóvenes; enfocando, por ejem-
plo, la naturaleza de las relaciones con la familia, los amigos, la comuni-
dad, pero también con la policía. Tal vez los pandilleros nicaragüenses
logran mantener vínculos suficientemente buenos con su entorno social;
las pandillas no se encierran tanto en sí mismas, los linderos grupales no
son tan impermeables, y tampoco establecen sus límites por enemistades
extremas con otras. Las pandillas en Nicaragua se parecen a las locales
de los países vecinos, las cuales identificaban el barrio donde vivían como
su espacio (Rodgers, 1997), y no como una unión trascendente, como lo
hacen las trasnacionales. Una compresión mejor de la situación en Nica-
ragua, de las diferencias con las pandillas de los otros países y de la actu-
ación de la Policía Nacional, puede indicar caminos importantes para
mitigar la problemática social, tras la presencia de las pandillas trasnacio-
nales en toda la región centroamericana, en México e incluso los Estados
Unidos.

30
Según los datos de la Dirección General de Centros Penales (Ministerio de Seguridad
Pública y Justicia).
31
Según los datos de la Unidad de Operaciones y Estadísticas de la Policía Nacional
Civil.
JUL-SEP 2007 Las pandillas trasnacionales o “maras” 657

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