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Raiz China en Japon
Raiz China en Japon
Algunas paradojas
Dado lo anterior, demostrar que Japón contiene una antigua y potente raíz
china (aunque progresivamente aclimatada) exige colocarse en una postura
intermedia a las dos anteriores, sutil y no exenta de paradojas.
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La primera paradoja tiene que ver con una característica de la cultura
japonesa primitiva: es particularista hasta lo idiosincrático (explicita de
manera exhaustiva su carácter local) y, a la vez, notablemente receptiva de
lo ajeno en su contacto con lo extranjero (cultiva una búsqueda afanosa de
lo extraño). Para mayor claridad, podemos centrar la cultura japonesa
primitiva en periodos anteriores a la era Heian. En esa época arcaica, lo
japonés estaba basado en el shintoismo y dotado de mitos, prácticas
sociales y estilos arquitectónicos infrecuentes en otros territorios del
continente asiático. La cultura primitiva japonesa se forjó durante los
periodos Jômôn (desde 5000 a.c.) y Yayoi (desde 300 a.c.). Pudo
establecerse en relativo aislamiento. Como ha sido repetido tantas veces, la
singularidad de Japón empezó siendo su insularidad. De forma simultánea,
sin embargo, ya desde la prehistoria los habitantes de las islas centrales del
archipiélago demostraron ser conscientes de sus carencias en materia
cultural e institucional. Estaban abiertos a préstamos culturales de todo
tipo. Veremos que China llegó a ser el almacén más cercano y mejor
provisto para las adquisiciones japonesas. Iremos entendiendo cómo la
llegada de tradiciones extranjeras al archipiélago no provocaría simples
copias sino una síntesis creativa entre lo nativo y lo importado (una
auténtica recreación) cuyos ingredientes hoy día resulta inútil separar.
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1) China en la larga historia de Japón
1.1. Japón fue, en su origen, un territorio poco extenso y muy variado (más
de mil islas), con problemas de comunicación (territorial, institucional y
lingüística), carente de mecanismos de articulación cultural y política.
Recién podremos hablar de un territorio unificado reconocible como efecto
de la presencia indirecta de China. Conviene entenderlo bien: no se está
hablando de un designio del poder chino con vistas a crear estados satélites
en sus fronteras, uno de los cuales sería Japón. A diferencia de la lógica del
imperio romano y de la religión cristiana (ambos con asiento en la misma
ciudad de Roma, ambos con impetuosas tendencias centrífugas), el imperio
chino se caracterizó por tendencias más bien defensivas (así se explica la
exagerada proliferación de murallas entre principados del imperio) y
centrípetas (el Imperio del Medio siempre fue, contiguamente, un imperio
hacia el medio). La presencia china fuera de sus fronteras no era
consecuencia de una voluntad de dominación internacional. Constituyó,
más bien, la internacionalización inevitable de una serie de influencias que,
debido a su intensidad, gravitaban espontáneamente hacia el exterior de su
núcleo central. El influjo chino en la zona se explica entonces por
numerosos factores.
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filosófico. De otra parte, resultaba necesario coordinar las relaciones
sociales, creando sistemas de equilibrios entre niveles desiguales de poder
y permitiendo la relectura de todos ellos mediante el criterio del mérito,
mezcla de esfuerzo personal y de educación pública.
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funcionado de forma similar, cabe insistir, a la de Alemania en Europa:
antes de ser un estado se erigió como núcleo culturalmente unificador de
territorios heterogéneos, a veces colindantes y a veces separados por altas
montañas. Así como el área de expansión de la cultura alemana se detenía
en las fronteras de otra expansión, la latina, el área china limitaba con dos
sedes potentes de cultura asiática: la indostánica y la iraní. Teniendo en
cuenta dichas consideraciones, aquí se habla del Este de Asia queriendo
significar una zona con límites flexibles, aunque aunada por la impronta
china desde sus orígenes e indicando la dirección previsible de su
expansión.
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Tibet). Otras mediante la negociación económica (en Shanghai y luego
Hong-kong y Macao). Y finalmente mediante una diplomacia de progresiva
asimilación política y cultural (proceso en curso con Taiwán). Por eso es
que Japón, mucho más pequeño, despoblado y débil, nunca temió
transformarse en provincia de China. En irónico contraste, durante sus años
más desquiciados Japón trató a cambio de adueñarse del continente,
proyecto que hoy nos parece fuera de toda racionalidad y que, por
momentos, recuerda la presente relación de Israel con el mundo árabe.
Cabe señalar otra diferencia entre China y los países vecinos. China nunca
salió a buscar lo que podía necesitar o faltarle. La India, en cambio, le
llevó el budismo por medio de Budadharma y la China lo aceptó,
asimilándolo en un proceso que llevaría más de mil años y una prodigiosa
transformación que en parte acabó desnaturalizando el original. Pero no se
conoce el envío de emisarios chinos a cualquier exterior.
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regiones en un conjunto político, todo ello presidido por el emperador
(desde el comienzo, Japón iría más lejos en el aspecto político, primando la
unificación por encima de cualquier otra consideración).
1.3. Dijimos que los préstamos culturales no eran ofrecidos por China sino
requeridos por Japón (normalmente sin solicitar autorización o sin citar la
fuente). Así, el tercer aspecto de la relación que Japón buscaba establecer
con China es el siguiente: las numerosas aportaciones continentales no se
presentan como imposición o colonización cultural (ya dijimos que China
nunca consideró seriamente a Japón, así como la Alemania hitleriana nunca
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tomó en serio a la España que Franco le entregaba). Más bien se perciben
como un continuo goteo durante una larga historia (en esas épocas, la
distancia geográfica hacía prácticamente infranqueable la distancia entre el
oeste de Japón y las costas sureñas de China), matizado por breves periodos
de intensas riadas, formando interludios bien delimitados en el proceso
evolutivo de la sociedad japonesa.
Los agentes modernizadores de Japón (vale decir: la facción de
nobles difusores de cultura china) toman el poder en 645, inaugurando el
periodo Taika, era del gran cambio. El objetivo oficial es hacer del
archipiélago una réplica exacta de la China de los T’ang. La irradiación de
esta gran dinastía china se hace sentir igualmente en Tibet, Manchuria y
Corea. Imperaba el deseo de inspirarse, con todo detalle, en el único
modelo disponible en esa época, el cual había alcanzado altas cotas de
maduración. Los japoneses renuncian a sus últimas tradiciones matriarcales
y adoptan una organización política de tipo imperial. En torno al emperador
se crea un gobierno central de estilo chino: un consejo de estado, ocho
ministerios especializados y un vasto cuerpo de funcionarios repartidos en
26 niveles jerárquicos. El nuevo modelo se hace presente en enclaves
considerados capitales (Nara y luego Heian), urbanizados según una
retícula que recuerda al actual centro de Beijing. Religión, concepciones
estéticas, técnicas artesanales, escritura, artes plásticas, gastronomía,
retórica: todo delata el mismo impulso imitador, asegurando una herencia
prolongada y una profunda asimilación.
Sin embargo, a partir del siglo IX y hasta el XIII, los contactos entre
China y Japón se hacen menos frecuentes. Japón recae en su tendencia al
aislamiento. Se limita a aclimatar la colosal herencia china recibida.
Escrituras y lenguas se tornan entre ellos diferentes (igual ocurre entre
diferentes variedades de la lengua árabe, de El Cairo a Rabat; o en el caso
de las lenguas latinas en la ribera norte del Mediterráneo), los patrones
culinarios se alejan, la religión budista se vernaculiza, el intento
circunstancial de invasión mongol activa las trincheras japonesas contra
todo lo que proceda del continente. Aún así, Japón permanecerá consciente
de sus carencias y acabará aceptando la llegada de nuevos huéspedes: los
occidentales, descendidos de barcos portugueses y españoles. Esta es una
historia que será contada más adelante. Lo que importa ahora es que, luego
de esa segunda (y ahora más breve) apertura a lo extranjero, Japón volvió a
cerrarse largo tiempo en si mismo. Pero esta vez ya no era un país
culturalmente desprovisto. El estricto cerrojo japonés no consiguió (ni
buscó) detener el advenimiento de un nuevo periodo de intensa
aclimatación de lo chino en Japón. De los siglos XVI al XIX, los emisarios
japoneses ya no buscaban tanto adquirir unas determinadas técnicas cuanto
comprender más a fondo la cultura que las sustentaba. Y en esencia los
principios y modos de aplicación de un sistema de autoridad que hiciera de
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la unidad política adquirida el punto de partida para un nuevo modelo de
estado y de ciudadano. La paradoja del confucianismo japonés (tuvo varias
vertientes, pero ahora estamos hablando de un confucianismo de elite) es
que si bien constituye una profunda asimilación de lo chino, necesita cada
vez menos contacto físico con la fuente original.
Nuevos despuntes de influencia filosófica continental (bastante
minusvalorados por los propios chinos y completamente ignorados por los
occidentales) se producen a partir de 1868, con el comienzo del régimen
Meiji. ¿Se trataba de la restauración del imperio o del arranque de un
proyecto modernizador en serio? Podemos decir que ambas cosas. Pero
podemos afirmarlo a condición de antes comprender que la primera etapa
de sus reformas políticas buscaba una reversión, un retorno, a las
instituciones similares a las chinas del siglo VIII, releyendo el
confucianismo a la usanza japonesa: la institución imperial, el edificio
estatal, la organización burocrática, las relaciones y equilibrios entre lo
central y lo local, entre estado y religión, entre política y milicia.
1.4. En los tres periodos indicados, Japón aplicó una metodología con
reglas parecidas y que podemos recapitular en cuatro etapas.
a) La situación inicial siempre es la misma: el légamo de un largo periodo
de aislamiento. El aislamiento no mitiga la dinámica cultural. Antes bien la
fecunda, le permite florecer y expandirse. Ello implica:
- asimilación de los recursos culturales disponibles hasta volverlos nativos;
- observación de las carencias todavía existentes en el patrimonio cultural
nativo.
b) La etapa siguiente se traduce en periodos breves de intenso contacto con
lo extranjero: becarios, especialistas, clérigos, cronistas. Como fruto de
dichos contactos, se deduce un catálogo básico de préstamos a solicitar. En
la mayoría de los casos las influencias chinas fueron premeditadas y
dosificadas (igual ocurrirá más tarde con las de origen europeo o
norteamericano).
c) Sucede otro largo periodo de aislamiento, durante el cual las autoridades
trabajan intensamente. Las influencias aceptadas por la elite son
transformadas en modelos a ser imitados por la población. La masificación
de recursos culturales extranjeros contribuye a su vernaculización (artes,
comidas, estilos dramáticos). Las reformas son institucionales: están
amparadas por la ley, secundadas por la retórica oficial, personificadas en
modelos vivientes del comportamiento a seguir, refrendadas por las
religiones del momento.
d) Lo anterior dura hasta que las circunstancias aconsejen una nueva
incursión sistemática en lo extranjero, fruto de una conciencia actualizada
de carencias antes no detectadas. Y así el ciclo se reanuda, una y otra vez...
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2) El paradigma confuciano
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modificarlo resulta tarea irrisoria. Razonando en paradoja típica, lo único
que los hombres pueden hacer, a juicio de Confucio, es lo más grande que
podrían concebir: en vez de resignarse pasivamente a un destino
incontrolable, tienen que activarse hasta el punto de comprender la
contextura de la realidad y actuar dentro de ella en consonancia. Aquí
radica la creatividad potencial del mundo humano: puede desarrollarse de
forma inédita, aunque sea a partir de premisas que los hombres no acaban
de entender. Aquí también se asienta la ambigüedad entre dos definiciones
oscilantes de la entidad superior, que acaban siendo dos caras de una
misma moneda: el vaivén entre ambas forma parte de la noción de vía o
camino. Indica que la vida es un proceso que se va conociendo en el propio
recorrido. ¿Conociendo?: el hombre va teniendo una experiencia cada vez
más precisa de su propia existencia, y también una conciencia cada vez más
aguda de su carácter misterioso. De allí la bifronte noción confuciana de
orden (humano y cósmico) que rige todo lo creado, una noción a la vez
holística e inmanente.
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(sobre todo en China; en Japón solamente a nivel indirecto y estamental, en
la época de los samurai), persuadido de que la construcción social de la
realidad pasa por la formación de una predisposición mental a obrar
materialmente en forma previsible.
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se impondrá una similar orientación grupista, siendo sin embargo
remplazada la familia por otras formas asociativas, especialmente el núcleo
primario de actividad fabril, oficinesca, estudiantil, deportiva, etc.). A su
vez, la reticulación conduce a complementar la institución familiar con
otras que acaban cumpliendo funciones semejantes: la escuela, el taller, la
milicia y, modernamente, además, la asociación barrial, el sindicato, el
partido (A todas luces es ése el caso japonés). Es como exigencia grupal
que en el horizonte aparece la educación como una obligación: educarse es
deber del individuo, con vistas a ser más útil para su entorno. Existe en
China una auténtica devoción por la educación. Antiguamente no tanto por
razones funcionales, sino como transmisión del archivo de tradiciones y, en
consecuencia, brindando contextos aptos para la fijación de un ethos
compartido (En Japón, desde el siglo XVII empezaron a aparecer escuelas
adyacentes a los templos, desde las cuales se divulgaba una síntesis de
principios budistas y de ética confuciana. Las terakoya japonesas
constituyen probablemente el primer sistema educativo del mundo). El
confucianismo también inculca el ahorro, entendido como devolución al
grupo de cualquier excedente individual. De forma inadvertida, la ética
económica confuciana anticipa el proverbio fundador del movimiento
cooperativo moderno: a cada uno según sus necesidades, de cada uno según
sus posibilidades (En Japón, la costumbre del ahorro consta entre las
cualidades individuales a inculcar, si bien otros factores – como la falta de
una verdadera política de jubilaciones y pensiones – permiten explicar la
alta tasa de ahorro de las familias niponas de la actualidad). No entran las
matemáticas en dicho cálculo. Pero en cambio interviene la memoria de lo
necesitado y de lo realmente sucedido. El aprecio de la memoria explica la
devoción del confucianismo hacia los ancianos, en ocasiones una auténtica
sumisión (En este apartado veremos que la situación japonesa es
divergente).
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en ocasiones, por la adopción de estrategias diplomáticas aislacionistas. La
organización política bajo mando de la institución imperial sigue la misma
lógica: compone una jerarquía meritocrática. Esto merece explicación. Por
deber grupal, todos hacen el esfuerzo de estudiar. A mayor entrega, mejor
resultado potencial: aparece en consecuencia la noción de mérito. Por deber
grupal, igualmente, todos se someten a una jerarquía legitimada por la
experiencia, y pautada según reglas no escritas pero de obligado
cumplimiento. En dicho contexto, el Estado constituye el escenario
institucional adecuado para un sistema capaz de armonizar las relaciones
sociales, mediante procedimientos razonables, inculcados a los ciudadanos
por la escuela y aceptados gracias a su prestigio acumulado. Cuando se
afirma que el confucianismo es fuente de movilización social significa que
es capaz de poner en marcha el potencial individual al servicio de la
colectividad, mediante el concurso de burócratas ejecutores de la
racionalidad procedimental de leyes justas (o, por lo menos, a-justadas a la
situación concreta sobre la que versan). (La comparación entre las
situaciones china y japonesa en este punto será abordada en el apartado
siguiente, 2.3.).
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neo-confuciano y el zen rinzai, acuerdo fundador del bakufu; en cuanto al
siglo XIX, un fuerte entendimiento entre elite neo-confuciana y shintoismo
renovado constituyó el fundamento ideológico de la restauración Meiji.
Volviendo a China, la forma de obrar del confucianismo, en tanto humus de
la sociedad, de por sí tiende a relativizar el hecho religioso, el cual se acaba
contagiando de confucianismo (También en este aspecto el caso de Japón
es sintomático, en los dos periodos mencionados). Las doctrinas de
Confucio influyen por partida doble en la religión: tiñen su discurso con
máximas del maestro, convirtiéndolas en complemento de una única
sabiduría confuciana; difuminan las fronteras entre religiones, aplacando
debates teológicos que podrían distanciarlas, siendo que (siguiendo la
lógica del maestro chino) conviene armonizar las formas de pensamiento
divergentes.
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de los aspectos filosóficos más teóricos. Lo cierto es que el confucianismo
propende a traducir el orden cósmico abstracto en un orden colectivo
concreto. En otras palabras, empezamos a comprender al confucianismo
como levadura de masa recién cuando lo observamos como un humanismo
secular sumamente interesado más allá de la esfera individual. Confucio
acepta la existencia de dos dimensiones discursivas simultáneas: el Cielo
constituye el espacio de un orden que debemos reverenciar (mediante
sincera devoción ceremonial), mientras que las religiones se presentan
como elaboraciones intelectuales con las que convivimos, tomándolas
como escenarios, decorados que ornamentan y agregan intensidad al drama
humano. Las ceremonias con que honramos a las fuerzas espirituales no
hacen más que remitirnos al misterio de nuestra vida mundana. La relación
establecida con la esfera ritual sigue empero sin involucrar algún tipo de fe
en divinidades o espíritus. Confucio mantiene una postura que hoy
consideraríamos escéptica.
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al organizar las jerarquías en función de rituales compartidos. A su modo, el
confucianismo alcanza más la raíz del problema y plantea una precursora
especie de religión civil. El ritual, entonces, no se refiere solamente al
acatamiento, por parte del inferior, de un orden al que ha de obedecer.
Apunta igualmente (y tal vez inicialmente) a los propios jerarcas. Las
dinastías pueden cambiar, ya que el poder no es sagrado sino
administrativo: ¿qué es el ritual sino un procedimiento?; ¿y qué es el
procedimiento sino un marco regulador que obliga a todos los que están
dentro de él? También las religiones pueden cambiar. En efecto, la sociedad
se rige mediante propuestas morales: ¿qué es el confucianismo sino una
moral pública? El código moral acaba coloreando de manera uniforme a
religiones inicialmente diferentes: ¡es más fácil servir al emperador que a
los espíritus!, reconoce Confucio.
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indeterminados, disponibles para la reflexión ética (que por definición es
crítica) y hasta para la protesta social (que busca restablecer el orden
primigenio, cuando no reformularlo). Las circunstancias históricas
informan sobre cómo han sido utilizados esos espacios disponibles.
Repasando la historia de China, en todos los casos hubo consenso sobre
una visión vigorosamente intra-mundana del cosmos y sobre la búsqueda
de armonía cósmica y social. Sin embargo, los detentores del discurso
fueron cambiando. Se acentuó lo organizativo en periodos de predominio
de la burocracia: esta tiende a una concepción verticalista de la
reciprocidad del ren. En cambio, cuando se hacía sentir el predominio del
clero, se ponía énfasis en lo cósmico: el clero ofrecía una concepción
trascendente de las relaciones sociales. Una tercer dimensión no dejó de
aflorar junto a la burocrática y la religiosa (o si se quiere como bisagra
entre ambas): un mayor acento en lo social fue impuesto por los
campesinos, cuando estos se veían obligados a exigir un mayor equilibrio
entre los dos polos anteriores, capaz de producir mejores condiciones de
vida para el estamento de los agricultores.
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constituyen variedades distinguibles de la cepa mongoloide. La historia
reciente ha contribuido a brindar de esas sociedades la estampa de mundos
culturales heterogéneos, aspecto agudizado cuando se han visto interferidas
por la presencia de las potencias neo-coloniales, deseosas de dividirlas para
mejor controlarlas. En contrapartida, las naciones este-asiáticas suelen ser
unificadas como orientales de acuerdo al ojo a menudo incauto de los
observadores occidentales.
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confucianismo como lugar fundacional posible de las sociedades este-
asiáticas goza de plena actualidad y crece día a día, en forma comparable a
la de aquel cristianismo que, hace veinte siglos, logró fundamentar a muy
heteróclitas sociedades europeas. Así como el occidente cristiano acabó
aliándose con el imperio romano, uniendo trono y altar de forma
espectacularmente duradera, el oriente confuciano puede madurar y
solidificarse como entidad independiente de Occidente. Lo consigue si se
funda en un modelo socio-político que no es otro que el elaborado y puesto
en práctica por Japón desde el siglo XIX y que despierta creciente atención
en los países del Este de Asia. En el capítulo 5 detallaremos esta idea.
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tanto consigue incorporar los avances tecnológicos. Quien observe el
teclado de una computadora japonesa o china lo advertirá rápidamente: una
tecla reúne el carácter exacto (cerrado) de una pulsación en la máquina con
el anuncio arborescente (abierto) de varios (a veces muchos) significados
posibles para un sólo ideograma. La escritura en kanjis (chinos, japoneses o
coreanos) combina lo unívoco y lo polivalente, tornándose afín al modo de
exposición de las máximas confucianas, en las que confluyen una extrema
concisión y economía verbal con un abanico de posibles sentidos e
interpretaciones. El modo simbólico de escritura no deja de ser afín a la
postura de las teorías modernas occidentales del lenguaje, sea dicho al
pasar. Porque si bien una sociedad puede imponer su lengua hablada a otra
a la que sojuzga, la adopción de un sistema de escritura extranjera no sería
posible sin la presunción de que la sociedad que toma dicha opción está
importando un modelo superior de cultura. Obviamente aludimos al caso de
Japón: esta sociedad, con lengua de estructura silábica, decide asimilar un
sistema de escritura extraño y que, a primera vista, la violenta, al verter los
componentes fónicos en estructuras simbólicas heterofónicas. En la
situación de Japón, formaba parte de la adopción de una manera de mirar
propia de los chinos, basada en la unión de los contrarios y en la paradoja.
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actuación práctica de alguna forma de Estado precedió a su posterior
condensación en naciones unificadas. Como en el caso de la España de los
Trastámara y de los Austria, la monarquía aunaba de manera flexible
territorios (reinos o dominios) con heterogéneas características sociales y
culturales. Tal variedad se vio resguardada por políticas aislacionistas (para
comenzar, en China), con dos consecuencias decisivas para la
configuración posterior de una zona del Este de Asia. La primera es la
ausencia de políticas imperialistas por parte de los reinos más poderosos: ni
China con sus vecinos del sur-este, ni Yamato con los territorios de
Honshû, funcionaron con criterios de vasallaje, a excepción del pago de
tributos. La segunda es resultado de la ausencia, en la zona, de religiones
universalistas con afán misionero. Este aspecto es correlativo del primero:
al no ser imperialista el Estado y no estar aliado con una religión, no había
condiciones para que un credo pretendiera universalizar su visión
particular.
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+ Antes que nada: ¿en qué sentido es lícito hablar de ética confuciana?
“Transporta un puñado de tierra todos los días y construirás una montaña”,
invita Confucio. De forma que recuerda a la de Sócrates en Grecia, el
pensamiento de Confucio busca construir un vínculo indestructible entre la
persona y su entorno social. Por supuesto, todo ha de comenzar en uno
mismo: “el hombre sabio busca lo que desea en su interior”. Punto de
partida de la prédica confuciana son ciertas virtudes individuales:
tolerancia, bondad, benevolencia, amor al prójimo, respeto a los mayores y
a los antepasados. Hombre virtuoso es quien vive dentro de sí mismo y
desde allí consigue proyectarse sin violencia hacia los demás. Porque la
virtud (de) se concibe como un poder moral que consigue el dominio de
uno mismo sin emplear la fuerza física.
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sociedad prospere. Todo ocurre como si entre la plena armonía y la
bonanza económica y social se estableciera una relación de causa a efecto,
sumergiendo cualquier tipo de factor externo (enemigo exterior, desastre
natural, etc.) en la lógica interna del buen entendimiento, transformado en
factor explicativo de la dinámica social.
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colectivo. Forma parte del trabajo habitual de la cultura: sin prisa y
sin pausa normaliza el paradigma original en la mente y el
comportamiento de los recién llegados. En tales circunstancias, no
sorprenderá que un rasgo distintivo de la doctrina confuciana
consista en dar énfasis a la educación. El razonamiento confuciano
aquí recuerda a la paideia clásica griega. Confucio distingue entre
quienes disponen de una comprensión únicamente espontánea de las
cosas - o también los que, desde otro ángulo, paradójico, se limitan a
adaptarse a un discurso sobrenatural -, de aquellos otros que buscan
construir explicaciones de esos mismos fenómenos mediante larga y
cuidadosa consideración. Observemos que una respuesta razonante
se desmarca con rapidez tanto de la inteligencia natural como de la fe
religiosa. Según Confucio, educación significa encontrar un maestro
e imitar sus palabras y acciones. Un buen maestro es alguien
familiarizado con el pasado y con las prácticas de los antiguos. Así,
el término educación designa un conjunto de procedimientos que
combinan el estudio y la reflexión, en el largo proceso de
apropiación personal de las tradiciones. La propedéutica china se
parece a la griega. Por una parte, los estudiantes aprenden las “seis
artes”: rituales, música, tiro al arco, equitación, caligrafía y cálculo.
Sobre la base de dichos entrenamientos, pueden a continuación
desarrollar el estudio del arte, de la oratoria y de las técnicas de
gobierno. Ambos edificios constituyen secciones de una pirámide, en
cuyo ápice se encuentra el elemento que condensa y atrae por
imantación a todos los demás: la moral. Finalmente, el método de
aprendizaje recuerda asimismo a la mayéutica socrática. El maestro
plantea cuestiones (problemas, preguntas), cita textos (del archivo
permanente, abierto a todos, obligatorio para todos), señala
polaridades y analogías (induciendo al descubrimiento de nuevos
ángulos de mira de lo mismo). Allí, o en el retiro del estudio, los
discípulos buscan respuestas convincentes. La reflexión se entrelaza
con el debate.
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reino; los funcionarios han de ser justos y equidistantes; los rústicos han de
ser laboriosos y obedientes. La contribución confuciana al desarrollo de
China consiste en proporcionar la matriz cultural para un tipo particular de
modelo. Lo cual significa reconocer que la cuestión del confucianismo
como eventual factor de desarrollo social (no digno forzosamente progreso;
en vez digo cambio, evolución) se había planteado mucho antes de que el
confucianismo fuera medido con la vara occidental de la modernización.
Antes de que esta se apellidara capitalismo. Y antes por supuesto de que
este se identificara con la industrialización y la tecnología.
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3.0. Aviso presuroso para navegantes
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Un mejor conocimiento de los procesos culturales permite tomar por
cualidad, y hasta por genialidad, la aptitud japonesa de apropiarse lo ajeno
metabolizándolo. Lo propio de Japón es volver nuevo lo ajeno. Es en este
sentido que un crítico sagaz como Johann Arnason considera la cultura
japonesa (denominada por él civilización, aspecto en que no entraré)
derivativa, en cuanto tomó forma a partir de otro modelo duradero, pero no
queriendo indicar una simple imitación de esquemas invariables.
Estudiaremos la característica japonesa de aunar una deliberada,
sistemática y prolongada asimilación de lo extraño con una tenaz labor
tendente a mantener la autonomía de lo propio. Y entenderemos una
paradoja omitida por la mayoría de los observadores de la escena japonesa:
- el confucianismo se proclama poco y nada en Japón: parece obsoleto,
muerto, desaparecido de la vida cotidiana;
- pero sigue presente como suelo nutricio de la cultura política nipona
y como recurso cultural travestido en la tradición caballeresca y
militar a través del código samurai.
3.1. Amplificación
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atributo de las personas. Es por ello que en la historia china han coexistido
modos tan abundantes y diversos de confucianismo, sin que ninguno de
ellos pudiera considerarse el único posible.
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intentó hasta darles alcance público. No hacía falta que los gobernantes (en
tiempos: la corte imperial; luego: daymios y shogunes) invocaran la
doctrina confuciana abiertamente. Al contrario, venía bien enmascararla
con rasgos autóctonos. En tiempos antiguos el confucianismo revistió los
ropajes del ie (familia ampliada o troncal) y del dozoku (a la vez herencia y
heredad). En la edad media se travistió en el bushido, código de conducta
del estamento samurai. En los albores de la modernidad, la moral
confuciana se tornó teoría estatal nacionalista con el kokutai (esencia de la
nación, su carácter o su identidad).
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escarceo de un pasado cada vez más acreditado y asumido. Amplificado
por Japón, el paradigma confuciano pudo ser entendido como una forma
de modernidad. La paradoja es tan sólo aparente. El régimen Meiji,
instaurado en Japón desde 1968, constituye una abertura hacia Occidente
(hacia su tecnología, sus modos de comercio, su organización
administrativa, su monarquía constitucional, su sistema educativo) y
también, de forma simultánea e indisoluble, una restauración del pasado
(pero no el pasado de Heian y del Genji Monogatari sino, sobre todo y
antes que nada, el pasado de las instituciones confucianas).
3.2. Adaptación
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reforzamiento de la autoridad del estado. El emperador japonés nunca
ostentó mucho poder. Se lo mantuvo en la época de los daymios (señores
feudales), a pesar del componente fuertemente particularista y
fragmentador de la organización señorial, la cual puso continuamente de
manifiesto la eventualidad de que coexistieran varios proyectos políticos.
La figura del tenno tal vez se mantuvo presente justamente para evitar la
dislocación y para seguir expresando el idea de un hiper-centralismo,
necesidad discursiva ante la dispersión insular y las dificultades de
comunicación. En tiempo de los shogunes, la institución de un emperador
vacío y significante permitía la continua devolución de poder en forma de
práctica política regionalista: igual que los virreyes americanos de la
corona de Castilla, los nobles regionales nipones acataban pero no siempre
cumplían. Por encima de todo, más allá de cualquier avatar, el tenno pudo
elevarse a la condición de símbolo encarnado de la unidad de la nación
(incluso mucho antes de que la nación existiera como tal). La figura
sagrada y vacía del tenno es clave en cuanto inaugura el mito japonés: no
sólo el de la mencionada igualdad de todos los miembros de la nación por
tener común origen, sino el de la homogeneidad de un imperio con
idénticos raza, territorio, lengua y religión, sintetizados en Nihon o Nippon
y providencialmente hechos carne en la figura del emperador.
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hasta la actualidad), el neo-confucianismo japonés contribuyó a una
reorganización marcial de las principales figuras y tópicos del
confucianismo. El cielo, que en China era una lejana dimensión sagrada, en
Japón pasa a ser el ámbito simbólico de un emperador descendido a tierra.
El caballero en China personificaba al hombre meritorio (el sabio, o el
erudito, o al menos el letrado), mientras que en Japón dará pie a la
construcción del héroe (trágica heroicidad compendiada en la epopeya
popular de los 47 ronin, samurais que quedan sin señor y prometen
vengarlo). En cuanto a la familia, si en China ocupaba el lugar de la
integración social, por medio de la solidaridad intra-grupal, en Japón
existirá previo ajuste o acomodación de la instancia familiar a superiores
imperativos económicos o políticos.
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- Tanto a nivel micro-social como macro-social se vive un
confucianismo práctico que oculta sus orígenes sin dejar de
impregnar la enseñanza escolar.
Se produce una paradoja:
- En Japón ha existido desde antiguo un verdadero sistema escolar
(terakoya) que ha inculcado el confucianismo bajo un ropaje de ética
budista. El habitus confucianista se inculca en Japón desde hace
cuatro siglos, sin que acontecimientos históricos de cualquier signo
hayan interrumpido la intensidad de la impregnación ni hayan
disminuido su eficacia.
- En China, en cambio, donde no existía antiguamente ningún tipo de
sistema educativo, la inculcación ideológica se vio seriamente
perturbada por la intromisión occidental (desde las doctrinas
liberales al comunismo). Recién desde fines del siglo XX pueden los
chinos plantearse una reapropiación del ideario confucianista, tanto a
nivel escolar como a nivel del discurso macro-político (recordemos
aquello del Partido Confucianista Chino).
3.3. Indigenización
34
como se dijo en su momento del silicio (factor desencadenante de la tercera
revolución industrial, la de la electrónica y la informática), el neo-
confucianismo nipón es sencillo, de reproducción barata, fácil de manipular
y dotado de una indefinida eficacia social como movilizador de la
colectividad en torno a proyectos de desarrollo nacional.
35
El sistema se acabó transformando en la unidad legal básica del Japón,
cerrando a nivel micro-social la deriva desde una inspiración china
vertiéndose a un sistema legal japonés. Este no niega su lejana ascendencia
china. Simplemente la transmuta en nueva práctica social, inédita y nativa.
Sorprende la persistencia de este sistema micro-social confuciano
vernaculizado. Poco pudo contra él su abolición formal por la vigente
constitución de 1947, de orientación norteamericana. Es más: de manera
informal, sus principios confucianos subyacentes se siguen perpetuando en
las condiciones sociales urbanas del siglo XXI.
36
honor y el valor por encima de la eficacia instrumental. La abstracta tabla
de valores del caballero confuciano chino adquiriría en Japón formas
capaces de provocar un fuerte impacto ético, emocional y estético. Ello
explica que, habiendo sido legalmente abolido por las leyes presentes, el
estamento samurai siga orientando buena parte de los asuntos económicos
y políticos del archipiélago. Ello explica, igualmente, que muchos
japoneses contemporáneos sigan considerando al Heike Monogatari (La
historia de Heike) y al Hagakure (A la sombra de las hojas) como sus dos
mayores obras literarias, siendo que ambas fueron inspiradas por el código
moral del bushido.
37
a las naciones vecinas. Estas podrían encontrar un destino mejor si aceptan
la co-prosperidad que Japón les propone... Contrariamente a lo que el
confucianismo ofrecía, Japón se ensoberbeció imaginándose protagonista
de una especie de destino manifiesto. Bajo la forma del kokutai, ese
designio providencial adoptó un criterio regeneracionista (en eso afín al
tronco confucianista), aunque basado en un criterio exclusivista y
atropellador completamente ajeno a las propuestas de Confucio.
La relación entre China y Japón fue correcta durante quince siglos, como
consecuencia de factores tanto geopolíticos como culturales. En la edad
38
antigua, la conciencia territorial de las naciones era similar a la de ciertos
grandes terratenientes que dejan de luchar por expandirse y se limitan a
administrar posesiones demasiado vastas para su limitada capacidad de
exploración. La conciencia territorial china era la de una inmensa masa
circular de dominios que buscan su unidad orientándose hacia su centro. La
conciencia territorial japonesa es, en cambio, la que corresponde a quien
forma un largo collar, la unidad de cuyas piezas sólo se vuelve posible al
fortificar los enlaces (lingüísticos, religiosos, políticos, comerciales) entre
miles de islas. Si el tópico de la muralla ilustra el proceso de formación de
China (un sistema que relaciona a los enemigos, seccionándolos y a la vez
adosándolos), son las imágenes del puente y de la navegación las que
explican, de forma contrastante, la necesidad japonesa de proteger una
integridad física percibida en constante peligro. La disposición cultural
china ha sido de espera paciente hasta que sus periferias acudan a un centro
del que todo procede (en términos de creación cultural). En cambio Japón
sufrió urgencias e impaciencias, fruto de la lucha por no quedar descolgado
de la dinámica continental, al margen de un proceso histórico que, a ojos
nipones, habitualmente se produjo allende los mares.
39
Sorprende el nacimiento y desarrollo de una rivalidad entre ambas
naciones, diferendo que daría lugar a feroces guerras y que hoy en día
cubre las relaciones bilaterales con una espesa capa de enemistad y
resquemor. Conviene explicar las modificaciones que intervinieron desde el
siglo XIX en adelante, mediante la presentación de factores endógenos y
exógenos.
40
adictos al régimen consiguieron así manejar al 7% de nobles (daymios
diversos y samurais a su servicio), los que a su vez demostraron habilidad
para sojuzgar al restante 93% de la población (grosso modo compuesta por
85% de campesinos – propietarios o no -, 6% de comerciantes y artesanos,
y un remanente 2% de eta – marginales variados, desde samurais sin señor
a geishas, actores, luchadores de sumo, vagos y maleantes - ). Esta forma
escalonada y censitaria de concebir una estructura de desigualdad no difiere
de la de numerosos países europeos. Japón se distingue solamente por
haber conservado dicha pirámide social durante un tiempo más prolongado,
de hecho hasta la actualidad, aunque revistiéndola de un organigrama
democrático desde 1868, de una legitimación constitucional desde 1947, y
de una formidable escansión tecnológica desde los años 60-70, todos ellos
factores favorables al mantenimiento de un tipo de dominación tradicional.
41
producción y de organización. Resultaba evidente que, en situación de
aislamiento (el régimen Tokugawa consiguió la completa auto-suficiencia
agrícola del archipiélago), el excedente sólo podía aumentar como
resultado de la aplicación repetida de los mismos principios productivos y
de la continuidad de una única pauta de consumo. Antes de la aparición del
estímulo del capitalismo occidental, Japón alcanzó un nivel de desarrollo a
partir del cual podía iniciar un crecimiento económico de tipo moderno. La
economía nacional ya ostentaba el grado de integración requerido. En las
regiones más desarrolladas (Kansai, alrededor de Osaka; Kanto, con centro
en Edo) los aldeanos empezaron a utilizar dinero para realizar sus compras
(las monedas de plata se acuñaron en parte con metal secretamente
comerciado con el virreinato de México, vía Manila). El excedente agrícola
incentivó el ahorro dinerario. A su vez, el excedente de dinero en efectivo
llevó a una activa compra-venta de terrenos, alimentando un proceso de
sustitución del criterio de propiedad nobiliaria (de puro usufructo) por otro
de propiedad mercantil (ligado a la explotación). Otros usos del excedente
económico fueron la organización de nuevas manufacturas (del arroz al
sake, del gusano de morera a los hilados de seda, de los copos de algodón a
una creciente industria textil, de los bosques nativos a la construcción de
edificios y barcos, etc.), el acopio de reservas (de aperos agrícolas,
fertilizantes, etc.), los préstamos y créditos (ligados a la producción) e
incluso la organización de macro-empresas de cubriendo todo el circuito
económico (producción, manufactura y comercialización: sogo shoshas, la
primera de las cuales fue Mitsui, con asiento en Kioto), operando a escala
nacional y poco a poco internacional. En esta búsqueda por incrementar de
forma regular los ingresos del erario público, resulta interesante hacer
constar tanto las opciones tomadas (ligadas al otorgamiento de créditos de
bajo interés y a la emisión de papel moneda en los señoríos) como las
evitadas (elevar en demasía los impuestos directos y los gravámenes al
consumo). Se agilizó el nacimiento de multitud de micro-emprendimientos
(ligados al dinero barato y la facilidad de comercialización directa en las
ciudades) pero también, más allá de la aparente paradoja, la configuración
de oligopolios, basados en alianzas comerciales entre la hacienda de los
señores locales (que conservaban prerrogativas estatutarias) y los grandes
comerciantes (plebeyos enriquecidos por el crecimiento sostenido).
42
- Para los hijos disponibles de pequeños o medianos propietarios rurales o
comerciantes aldeanos, las terakoyas (escuelas adosadas a los templos
budistas, dotadas por el señorío, y a veces por la administración central) se
convirtieron en una posibilidad de formación más seria en lenguas y
humanidades. Es posible que las terakoyas constituyan la primera red
educativa establecida de forma planificada en el territorio de una nación.
Japón llegaría a su revolución industrial con un porcentaje de
analfabetismo bastante inferior al de cualquier nación occidental en
parecidas circunstancias. Desde entonces, el hábito de la lectura y la
habilidad para desentrañar una lengua de por sí abstrusa constituyen rasgos
proverbiales de la nación japonesa: explican la veloz adopción de cualquier
innovación tecnológica difundida por escrito.
- Los hijos disponibles de caballeros samurai y de nobles bushi pudieron
llegar incluso más lejos. Obligados a permanecer en la corte shogunal de
Edo o en los centros administrativos urbanos de provincia, los jóvenes
pudientes optaron por transformarse en administradores. A la aculturación
cultural y la alfabetización de las terakoyas pudieron adicionar estudios de
contabilidad, organización empresaria y hacienda pública. Aprendieron
lenguas extranjeras otras que el chino (que ya formaba parte de la
asimilación habitual de la poesía continental y de las escrituras budistas
antiguas). El conocimiento de lenguas occidentales como el inglés o el
holandés (unos pocos conocían el portugués y el español desde la llegada
de los misioneros) les permitió mantener contacto (a pesar del estricto
aislamiento) con obras literarias y científicas arribadas en los barcos que
hacían puerto en Nagasaki. Aunque esta historia será contada en la 2º parte
del capítulo 3, señalemos hasta qué punto los sueños de modernización de
la elite japonesa fueron alimentados, durante el periodo Tokugawa por unas
pocas pero decisivas armas occidentales de probada eficacia:
+ La idea de la tecnología aplicada extensivamente a la industria (por
medio de maquinarias), a la guerra (nuevas armas) o a la navegación
(instrumentos de uso corriente en el Oeste).
+ Sistemas de procedimientos institucionales centrados en aspectos
específicos de la producción (metalurgia, textil), de la administración
(organización burocrática a la vez centralizada y delegada) y de la
gobernación (concepción de la autoridad imperial y sus relaciones con una
estructura ejecutiva colegiada).
+ Discursos ideológicos capaces de argumentar en favor de opciones más
modernas de contrato social (en un arco amplio, desde el liberalismo de
cuño inglés al socialismo de procedencia europea continental).
43
Hasta comienzos del siglo XIX, el Este de Asia había vivido al margen de
la sociedad internacional. China, primera potencia de la región,
tradicionalmente actuó más como fuente de inspiración cultural y casi nada
influjo institucional de esa madre patria, con lo que terminaron adoptando
como propios pilares de sustentación similares a los de la sociedad china.
Pero si alguna diplomacia desarrollaba China era la de una extensa nación
que se precave de invasiones exteriores (las cuales nunca provinieron de su
flanco meridional) y, sobre todo, que disuade a sus vecinas de cualquier
conflicto bilateral, cosa que pudo ocurrir en países ribereños de los Mares
de China (entre Japón y Corea, por ejemplo o entre Japón y Taiwán).
44
norteamericanos pudieron obtener cierta apertura comercial de Japón recién
en 1865; de allí en más, observar procedimientos occidentales ayudó a los
japoneses a pulir su propia estrategia de dominación del área, tarea a
emprender cuando se dieran las condiciones.
A pesar de los reveses sufridos contra los occidentales por los países del
Este de Asia, a fines del siglo XIX el archipiélago nipón superaba a China
en numerosos aspectos. Japón era el primer país no occidental que entraba
seriamente en la vía del desarrollo capitalista, cuando el campesinado chino
se debatía en la miseria. Japón ya era un país completamente unificado y
con siglos de experiencia en relaciones intra-territoriales, mientras China
vivía expuesta a divisiones internas (aspecto tenebroso de las murallas) y a
agresiones desde su flanco septentrional. Japón había desarrollado mayor
capacidad militar, consiguiendo una mejor articulación con la sociedad
civil, así como un nivel tecnológico sin comparación con el del ejército
chino. Final y consecuentemente, tras una larga reclusión, Japón había
comprendido un hecho básico: pasada la primera etapa de desarrollo auto-
generado, una revolución industrial en serio requería la transformación del
país en actor económico internacional (al menos a nivel regional),
persiguiendo objetivos similares a los de las potencias llegadas desde el
Oeste: aprovisionamiento, manufactura, exportación y control de los otros
sistemas económicos, buscando transformarlos en complementarios. Japón
tenía que hacerse capaz de conseguir todas esas metas, si era necesario por
la fuerza. Aunque lejano, un antecedente siguió presente en la mente de los
gobernantes Tokugawa: apenas tomado el mando como primer shogun,
Hideyoshi protagonizó dos ensayos de invasión a Corea (en 1592 y 1597),
con vistas a controlar el acceso a las materias primas de la península, así
como de territorios continentales chinos colindantes. La estrategia se vio
truncada (Hideyoshi murió prematuramente; las autoridades chinas
amenazaron con respuestas militares), con lo que el esfuerzo se reorientó
hacia adentro, por cierto según el ejemplo chino. Sin embargo, debido a
irresolubles limitaciones territoriales, la idea de una economía con ínfulas
expansionistas se mantuvo de forma perenne como punto de inflexión de
las preferencias políticas niponas. Además, ahora los japoneses tenían la
impresión de estar más desarrollados y mejor preparados para despegue
que los chinos.
45
budismo de raíz china y el sintoísmo, con vistas a la sacralización del suelo
nativo (siglos XIII y XIV), provocando un ambiente de intolerancia con
extranjeros que convenía expulsar (este sentimiento maduró en los siglos
XV y XVI, explotando a comienzos del XVII). Por su parte, la
intelectualidad laica contribuyó a explicitar una doctrina favorable a la
difusión, fuera de las fronteras, de valores vernáculos. Motôri Norinaga
redactó un comentario del Kojiki en el que, como muchos historiadores de
la época, buscaba extraer del pasado una afirmación (nunca antes
confesada) de superioridad de Japón sobre China. Afirmaba detectar las
virtudes inigualables del Japón eterno. La obra de Norinaga acabó siendo
breviario de nacionalistas y coartada de sus deseos expansionistas.
Japón siempre había sido periferia: ¿osaría ahora alzarse contra China, a
quien hasta entonces había atribuido la posición central? A los
razonamientos circunstanciales anteriores Japón agregó otros, de carácter
étnico, para compararse con el país que pasó a considerar un rival más
peligroso que las mismas potencias occidentales.
- El mejor desempeño japonés respecto a China en materia
institucional resultaba de invocar un proyecto político más claro, con
una focalización del carácter japonés en la dimensión organizativa,
como eje de conducción de los asuntos públicos, una de cuyas
prioridades bien podía ser guerrear contra China.
- La homogeneidad étnica pasó a ser tenida como rasgo peculiar
japonés (a expensas de la antropología asiática en general y, en lo
particular, de evidentes similitudes raciales con los coreanos),
explicativo de una mayor unanimidad de comportamientos, mejor
repartición de la abundancia relativa y resistencia más firme en los
momentos de penuria. Momentos terribles que bien podrían estar
motivados por un conflicto exterior prolongado (con China).
- Sobre todo, hacían notar una actitud diferente ante las ciencias y la
tecnología: la tecnología era vista como condición para transformar
en dominio permanente lo que se hubiera provisoriamente
conseguido en el campo de batalla (por ejemplo: en una guerra, que
bien podía ser contra China).
46
los tiempos modernos el mismo camino que Japón. Bajo la dominación de
la dinastía Ch’ing del norte, desde el siglo XVII rechazó la mayor parte de
las ciencias occidentales, salvo los elementos inmediatamente compatibles
con su sistema filosófico, leído entonces en clave muy retrógrada. Mientras
Japón abría las primeras universidades tecnológicas desde 1870 (las
primeras en todo el mundo), China recién lo haría ochenta años después.
Durante los últimos cien años, las relaciones chino-japonesas ilustran dos
fenómenos concomitantes: el efecto dislocante del cambio estratégico
japonés explicado, así como las inconsistencias y contradicciones de la
propia China. Se trató tanto de un cambio unilateral de relaciones por parte
de Japón, como de una incapacidad de respuesta por parte continental. El
encuentro de Japón con el Oeste estimuló el despegue desarrollista del
archipiélago y sirvió de confirmación a la necesidad nipona de dedicarle
una diplomacia musculosa a su tradicional maestra, devenida un elefante
esclerosado. Un estado periférico se transformaba en el más modernizador
y expansivo de la zona. En más expansivo porque más innovador, deseoso
de ocupar el centro del escenario y muy estimulado por la defección
estratégica de China ante las agresiones occidentales.
Japón buscaba igualarse a las naciones del Oeste. Estas, en cambio, nunca
lo consideraron a su altura y, en la práctica, ejercieron durante cuatro
décadas una estricta dominación comercial formalizada en tratados
desiguales. Desde 1840 en adelante, los países del Este de Asia pasaron a
formar parte de los esquemas internacionales de varias potencias
occidentales. En lo que se refiere a Japón, barcos de reconocimiento
británicos fueron avistados en costas japonesas desde 1845, al igual que
47
navíos franceses, rusos y holandeses. Pero el interés hacia Japón por parte
de Estados Unidos desde el comienzo tuvo más enjundia que el de las otras
naciones: USA estaba en proceso de convertirse en potencia del Pacífico.
Consideraba a Japón como promisoria estación de recalada del carbón y
otros insumos transportados desde China por la creciente flota americana
del Pacífico. Desde 1850, las expediciones de exploración se tornaron
presionantes misiones diplomáticas, mediante las que Estados Unidos
buscaba romper el cerrojo comercial de Japón, transformándolo en nuevo
enclave de la red de comercio hacia América y Europa.
Entre 1853 y 1963 Japón firmó acuerdos con Estados Unidos, Holanda,
Rusia, Francia e Inglaterra, que durarían hasta finales del siglo XIX. Japón
resultó víctima de la dominación internacional, por cuanto las potencias
occidentales pretendían enajenarle precisamente las fuentes continentales
que más necesitaba para acelerar el desarrollo nacional (carbón, hierro,
otros metales, maderas, productos agrícolas). Las autoridades niponas se
esforzaron por aprender no sólo los medios adecuados para contener las
presiones occidentales, sino también los mecanismos para imponer a los
países del Este de Asia un dominio parecido al que estaba padeciendo. El
proceso de desarrollo japonés necesitaba la expansión territorial.
Imposibilitada de guerrear entonces contra Europa y Estados Unidos (eso
ocurriría recién medio siglo después), la diplomacia japonesa inició el
doble juego característico de su diplomacia: diálogo diplomático
(negociación con las potencias occidentales) y agresión militar (intentos de
anexión de porciones de países vecinos).
- 1894-1905. En 1894 el ejército japonés ya controlaba la mayor parte
de la península coreana, mientras su marina dominaba el Mar
Amarillo. Nuevas divisiones de infantería se adentraron en el sur de
Manchuria. En una costa ocuparon Port Arthur y en la otra
Weihaiwei, pasando a controlar los accesos marítimos a Beijing. En
1895, China tuvo que negociar la paz en condiciones muy favorables
para Japón: entrega de Taiwán (que ni siquiera había sido ocupada) y
de la península de Liaotung, supervisión de Manchuria y de Corea,
así como firma de un tratado comercial que daría a los nipones los
mismos privilegios en China que ya tenían los occidentales. La
ciudad de Shanghai ya era (hoy sigue siendo) corazón económico de
la China continental (a la par que Hong-Kong, bajo control británico
hasta 1997). Fue cuarteada en zonas bajo control inglés, francés, ruso
y japonés: Japón formaba parte de la elite que transformó a Shanghai
en embudo de acumulación de productos chinos de exportación. La
necesidad de posicionarse en China forzaba el crecimiento
exponencial de su ejército y de una industria metalúrgica que supo
especializarse en vehículos, barcos y equipamiento militar de todo
48
tipo. A su vez, la dinámica expansionista de Japón exacerbaba las
disputas no sólo con China (la cual, desde entonces, pasaría a
considerar a Japón como enemigo estratégico número 1) sino con
Rusia, vitalmente interesada en Manchuria, sudeste de China y Corea
al igual que Japón. Apoyado por Inglaterra (ansiosa por oponer
fuerza japonesa contra el avance ruso en el Pacífico), en 1903 Japón
planteó el principio conocido como Man Kan Kokan (trueque de
Manchuria por Corea; o si se quiere: más poder para Rusia en
Manchuria, y más para Japón en Corea): se trataba de una concesión
por parte de Japón, ya que en secreto seguía codiciando el control de
Manchuria, aunque prefería ocultar dicha intención a los británicos.
Como Rusia se opuso de cuajo a la política japonesa, la guerra fue
declarada a comienzos de 1904. Sucesivas victorias terrestres y
navales japonesas condujeron al sitio de Vladivostok y a la derrota
de la flota rusa del Báltico. A ambos países les convenía la paz. Esta
fue firmada a toda velocidad. Rusia se enfrentaba a poderosos
movimientos sediciosos internos, que acabarían desencadenando la
revolución soviética de 1917. Por su parte, Japón se veía incapaz de
seguir soportando bajas y gastos de tan grueso calibre. El acuerdo de
paz de New Hampshire en 1905 resultó muy favorable para Japón:
Corea entró a formar parte de la esfera de soberanía japonesa (entre
1911 y 1945 se podrá incluso hablar de un imperio informal japonés
en la península); Manchuria de la esfera de interés estratégico, que
Japón acabó anexando con el nombre de Manchukuo; China del
sudeste de la esfera de control comercial, de Hong-Kong a Shanghai;
finalmente, la mitad sur de la isla de Sajalin se transformó en
territorio cedido por Rusia. El siglo XX comenzaba con una China
amenazada por el expansionismo japonés.
- 1850-1949. Ahora miremos la relación bilateral desde el punto de
vista chino. Las incursiones occidentales en China se volvieron
imparables desde 1840. Las respuestas chinas fueron débiles e
indecisas, propias de una nación no solamente subdesarrollada sino
carente de dinámicas de unificación territorial en torno a un estado
moderno. Incapaz de controlar las zonas de territorio continental
consideradas innegociables, de forma impotente China dejó escapar
en el norte a Manchuria, en el este a la península coreana, en el sur a
Taiwán, en el oeste a Tibet. Todos estos territorios estaban o bien
controlados por potencias colonialistas (incluyendo a Japón), o bien
empujados a vivir (en la práctica) segregados de la administración de
Beijing. Las potencias extranjeras se dividían en zonas la influencia
a ejercer sobre el territorio central del imperio chino. Ya hemos visto
el caso de Shanghai. Podríamos agregarle el caso de la provincia de
Cantón (con Hong-Kong en manos británicas y Macao en poder de
49
Portugal) y el del este de Siberia (con dominio repartido entre rusos
y japoneses). La rebelión de Taiping, en 1850, constituyó el
levantamiento anti-extranjero más importante del siglo XIX. Dejó
muchos muertos y un gran resentimiento, pero no aportó ninguna
solución. La revolución de 1911, impulsada por Sun Ya Tsen
(precisamente desde las zonas con mayor influencia occidental), no
llegó a ser ni democrática ni burguesa: echaron abajo el viejo orden
apolillado, sin conseguir crear una nueva elite social o un marco
institucional durable. Pero acentuaron el sentimiento nacionalista
que, desde Taiping, no dejaría de crecer. Los nacionalistas chinos
adquirieron aguda conciencia de que sólo un estado enteramente
nuevo podría asegurar el nacimiento de una China independiente.
¿Una China liberal burguesa o una China popular socialista? La
caída de la endeble estructura imperial condujo espontáneamente a
una prolongada guerra civil entre dos versiones de nacionalismo
chino: la derechista de Chian Kai Sek, la izquierdista de Mao Tse
Tung. A medida que la dinámica política devolvía a Europa a sus
propias fronteras (por el triunfo de la revolución soviética y el
ascenso del nacional-socialismo), Japón fue ocupando zonas de
influencia descuidadas por otras potencias coloniales. De forma cada
vez más explícita y amenazante, Japón consideró al conjunto de
China como condición para el desarrollo de un imperio japonés (El
final de la primera guerra mundial, considerada por Estados Unidos
como una guerra europea, llevó al incremento en este país de las
tentaciones aislacionistas, de la que dan testimonio las políticas del
presidente Woodrow Wilson en adelante). De forma lógicamente
correlativa, China pasó a considerar a Japón como su enemigo
principal, con tintes por momentos más virulentos (ayer y hoy) que
los expresados con Inglaterra o Rusia. Resulta significativo que los
ejércitos de Chian y de Mao detuvieran su prolongada guerra y se
aliaran para, juntos, repeler proyectos de invasión nipona traducidos
en múltiples iniciativas desde la segunda década del siglo XX:
colonización de Taiwán, progresiva reorganización de Manchuria,
directa niponización de Corea. Solamente tras la derrota japonesa en
1945 y el fin de la llamada guerra de Asia, pudo China recuperar sus
territorios y acabar el diferendo insoluble entre hermanos enemigos
del nacionalismo chino. Para entonces, los puentes estaban rotos con
el vencido Japón. Con más razón desde 1949, cuando el
nacionalismo comunista popular derrotó al urbano y burgués,
obligando a Estados Unidos a forzar su apoyo al antiguo enemigo
nipón, aliado anti-comunista fabricado para la ocasión, desde
entonces sumamente fiel. El inicio de la guerra de Corea en 1952 no
haría más que ahondar el surco. Las diferencias ideológicas
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funcionaron como justificación de algo previo: inquinas étnicas y
resentimientos históricos.
- Desde 1949. La revolución comunista china obtuvo resultados
sorprendentes y paradójicos. China abandonó su reticencia respecto a
la tecnología y se lanzó (con ayuda soviética y luego europeo-
occidental) a un veloz proceso de modernización. El despegue
económico-social del continente chino no se produjo con los ropajes
liberal-burgueses que proponía Sun Ya Tsen, sino con el fabril
uniforme de los guardias rojos. Al principio de forma instintiva y de
a poco más reflexiva, China comunista hacía propio el programa
reformista del hiper-capitalista imperio japonés de Meiji (gracias al
cual Japón tantas veces pudo dominar a China): ética oriental,
ciencia occidental (Toyo no dotoku, Seiyo no gakugei). De un lado:
adopción de todo tipo de tecnologías modernas para organizar la
producción y la defensa; absorción paralela de teorías políticas
occidentales de vertebración de la nación heterogénea en un estado
dotado de fuerza legal y policial (discursos no sólo de filiación
marxista; también provenientes de la ilustración francesa). De otro
lado: reconciliación (después de la revolución cultural) con el
patrimonio ético y filosófico autóctono, y muy especialmente con el
legado confuciano, transformado en sustrato metafísico del nuevo
régimen. Este doble movimiento interno (alma oriental, osamenta
occidental) fue consiguiendo que, en lo profundo, China comience a
derivar de alguna forma hacia Japón (dotado éste de un siglo de
experiencia en esas lides). Sin embargo, las circunstancias políticas
propias de la posguerra (aplicación de los criterios de la guerra fría al
Pacífico oriental) explican que en la superficie de la confrontación
histórica China y Japón se sigan mostrando en orillas distintas y
distantes. China y Japón parecen seguir confrontados como en la
guerra fría cuando en realidad, como veremos, ya no lo están.
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