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Guerreras en la Grecia Antigua: algunos casos

Elbia Haydée Difabio


UNCu

Estas reflexiones exponen la situación femenina en épocas de guerra en la Grecia Antigua, según
autores -todos helenos y datados en distinta época- y según las miradas del mito1, la épica, la
historia y la biografía. Mediante estas modalidades artísticas, se proyecta observar cómo se
presenta y comunica la conducta de la mujer -histórica o imaginada- en contextos bélicos.

Para ello se prevén cuatro secciones propuestas como modo lícito de jerarquización de las
fuentes primarias. Tales secciones permitirán ofrecer un panorama suficientemente abarcador,
que complemente y sume hazañas merecedoras de enaltecimiento o acciones plausibles de
descrédito según la óptica, la intención y el tono del testimonio artístico analizado. Son tantos los
ejemplos atinentes al tema en el mundo heleno y en las esferas de su influencia que
necesariamente se ha optado por determinados nombres en detrimento de muchísimos otros.
Además, hay casos en que historia y leyenda, épica y mito, se abrazan en una simbiosis difícil de
disolver.

1. En el mito

Un caso singular es el de Fidalía. Lo relata el escritor de I a. C.- I d. C. Diodoro Sículo (4.49). En


ausencia de su esposo, el rey Bizas o Bizante (atestiguado también en Hesiquio, Arriano y
Dionisio Bizantino), Fidalia, hija del rey tracio Barbizos, salva la capital que más tarde se
llamará Bizancio. Con la ayuda de las mujeres del lugar, arroja sobre el campo enemigo
numerosas serpientes. Una decisión tan sencilla como intimidante y eficaz. Fidalía socorre
heroicamente a su ciudad por segunda vez cuando su cuñado Estrombo acomete contra ella.

En este marco mítico, sin embargo, las figuras más aguerridas son Ártemis y Palas Atenea en el
plano divino más las célebres amazonas. Tan perspicaz como bélica, la segunda diosa inventa la
cuadriga y el carro de guerra. Por su parte, la primera, arisca y fácil para la cólera, es la
protectora de las amazonas, guerreras y cazadoras como ella y como ella, independientes de la
autoridad masculina, además de reacias al contacto permanente con el varón. ¿Acaso porque la
renuncia a la libertad y la entrega al hombre debilita? Las amazonas son hijas de la ninfa
Harmonía y de Ares, muy conveniente como figura paterna.

1
El auditorio seguramente conoce tragedias que muestran a mujeres dolientes, víctimas del abuso de los vencedores.
Ejemplos bellísimos son, nombrando solamente dos, Los persas de Esquilo y Las troyanas de Eurípides, el primero
de tema histórico, el segundo mítico. Por su parte, Aristófanes dedica cuatro de sus comedias a las mujeres, muy
decididas y combativas ellas: Las Lemnias (412 a. C.), no conservada; Lisístrata y Las Tesmoforias, ambas del 411,
más La asamblea de las mujeres, 392. Por razones de tiempo, este campo ha sido obviado ex profeso.
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Las tradiciones suponen que este grupo montaraz, esquivo y combatiente era oriundo del
Cáucaso y que llegó a formar un pueblo en el Ponto Euxino, cerca de Trebisonda. Su reino se
ubica al norte, o en las laderas del Cáucaso o en Tracia o en la Escita meridional (en las llanuras
de la margen izquierda del Danubio). El geógrafo Estrabón (I a. C.- I d. C) alude a ellas desde
sus “Prolegómenos”: “junto al Termodonte o al Iris, toda la Temiscira, o sea la llanura de las
amazonas” (1.3.7.). El río Termodonte atravesaba la región denominada Ponto, pasaba por
Temiscira y desembocaba en la costa sur del mar Negro. Actualmente es el Termetschai y la
llanura es hoy Terme.

Según Apolodoro (2.5.8) y Estrabón (11.5.1) cortaban su seno derecho para disparar mejor las
flechas, lo que dio origen a una posible etimología, discutida y habitualmente desaprobada: ἀ-

μαζών, sin pecho, sin mama.

Si bien la mayoría de las versiones las enemista con los varones, según Diodoro Sículo en 3.53.4
tenían casas donde, en un juego invertido de roles, sus esposos las aguardaban.

Las tradiciones hacen referencia a seis de sus reinas principales, con motivo de seis grandes
acontecimientos. Ellas están vinculadas a héroes célebres:

1. La incursión a Licia, cuando fueron rechazadas por Belerofonte (Homero, Il. 6.186);

2. La guerra contra los príncipes frigios junto al río Sangario (Homero, Il. 3.189);

3. La expedición de Heracles contra Hipólita (Apolodoro, Bibl. 2.5.8);

4. La invasión del Ática y el combate contra Teseo2 (Plutarco, Tes. 27);

5. La alianza con Troya en cuyo sitio pereció, a manos de Aquiles, Pentesilea (Arctino 3);

6. La expedición contra la isla de Leuca, en el Ponto Euxino (Estrabón, 11.15).

La Ilíada nombra tres veces a las amazonas. Canta la primera epopeya: “Hay delante de la
ciudad una escarpada colina / aislada en la llanura y accesible en todo su contorno / a los que los
hombres llaman Batiea, / y los inmortales tumba de Mirina, la de ágiles brincos” (2.811-814). En
el canto siguiente, en boca de Príamo: “Pues también yo me uní a ellos a los frigios en calidad de
aliado / aquel día en que llegaron las varoniles Amazonas” (3.188-189). Una leyenda troyana
posterior a Ilíada refería la llegada de Pentesilea al frente de su grupo para auxiliar a los
troyanos, de quienes los frigios eran aliados, de ahí que no se entiende cómo Príamo combate
contra ellas.

2
El Areópago es la colina donde ellas acamparon.
3
Arctino de Mileto, un poeta del Ciclo Épico, prácticamente desconocido, supuestamente del VIII a. C.
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En 6.186 el héroe Belerofonte, rey de Corinto, como pruebas impuestas por Preto por intermedio
de su suegro Yobates, “mató a las varoniles amazonas” en una enorme carnicería4. Epíteto
elocuente es ἀντιάνειραι, adjetivo femenino que significa “viril, igual a un hombre”, dicho de
las Amazonas en Homero y de Palas Atenea en Coluto 1705. Por su parte, se califica a Mirina, la
amazona africana, de πολυσκάρθμοιο, que da saltos enormes o muchos saltos, que no cesa de

saltar, probablemente relacionado con σκαίρω, saltar, brincar, patear, incluso agitarse.

Además de las nombradas, se destacan Antíope, raptada por Teseo para hacerla su esposa y reina
y luego repudiada y remplazada por Fedra; Esfiona, amiga de Jasón; Pentesilea, muerta por
Aquiles, el cual reafirma así la norma de sujeción al varón con su espada/falo, Telespina y/o
Talestris, que visitó a Alejandro Magno6; Mirina7, Atalanta, Sánape, Esmirna, Pítane, Molpadia,
Melanipa, muerta por Telamón, compañero de Heracles; la virgiliana Camila, hija del rey de los
volscos, una joven que amaba las armas y que vivía en los bosques, consagrada a Diana (En.
11.531 ss., 641 ss., 759 ss., 838 ss.). En la mayoría de los casos, sus nombres son dicendi8.

El primero en referirse a ellas fue Heródoto (V a. C.) 9. Las llama eorpata que en escita significa
“matadoras de hombres”, equivalente a ἀνδροκτόνοι (4.110.1).

Pausanias (II d. C.) abunda en noticias, entre ellas estas localizadas en el Ática:

“Yendo hacia la ciudad [Atenas] se encuentra la tumba de la amazona Antíope. De


Antíope dice Píndaro que fue raptada por Pirítoo y Teseo, pero por Hegias de Trecén se
dice lo siguiente respecto a la misma: que Heracles, que sitiaba Temiscira, la que está
junto al Termodonte, no pudo tomarla y que Antíope, enamorada de Teseo -pues peleaba
Teseo con Heracles-, entregó con traición el territorio. Tal cosa cantó Hegias, pero los
atenienses dicen que cuando vivían las amazonas, Antíope fue muerta con un dardo por
Molpadia, y Molpadia, a manos de Teseo. También tienen los atenienses, a su vez, una
tumba de Molpadia”. (1.2.1.)
Al comentar el pórtico que diera nombre a los estoicos, Pausanias describe la obra tal vez de
Micón (primera parte del V a. C.) y detalla:

4
También Plutarco alude a este episodio en historia nº 9 de sus Virtudes de las mujeres (López Salvá, 1987: 279).
5
En ambos casos muy resaltados, en ubicación predicativa y al final de verso, en 3.189 en nominativo y en 6.186 en
acusativo.
6
Cfr. Difabio, Elbia (2004). “Alli vieno al reýno / una rica reýna, señora de la tierra”: El caso de Talestris (Libro
de Alexandre. 1863-1888), Colección Melibea (vol. I). Mendoza, 29-35.
7
Mencionada en Il. 2.814.
8
De Atalanta, heroína cuyo padre quedó profundamente fastidiado cuando supo que era niña y a quien abandonó en
el monte de inmediato, dirá Teócrito en 3.41: “Hipómenes, cuando quiso desposar a la doncella, tomó manzanas en
sus manos y terminó la carrera; Atalanta, en cuanto las vio, quedó fuera de sí y cayó en profundo amor”.
9
Otras fuentes: Apolodoro de Rodas Arg. 2.96 ss., Valerio Flaco Arg. 5.132; Diodoro Sículo 4.28.2.
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“En el centro de los muros los atenienses y Teseo luchan contra las amazonas; son estas
las únicas mujeres a las que ni los desastres las apartan de entregarse a los peligros, pues
aunque Temiscira fue apresada por Heracles y después destruido el ejército que enviaron
contra Atenas, no obstante marcharon a Troya a luchar con los mismos atenienses y con
todos los helenos. Encima de las amazonas están los helenos (...). (1.15.2)
Más adelante, a propósito del muro del Noto, vuelve a nombrar la lucha de los atenienses contra
ellas (1.25.2) y en 1.41.7 se explaya:

“Próximo al heroon de Pandión está la tumba de Hipólita; y escribiré también cuanto


respecto a ella dicen los megareos: cuando las amazonas, que marcharon contra los
atenienses por causa de Antíope fueron vencidas por Teseo, ocurrió que la mayoría de
ellas murieron en la lucha; pero Hipólita, que era hermana de Antíope y, a la sazón, la
que guiaba a las mujeres, escapó con unas pocas a Mégara; y, habiendo sufrido tanto su
ejército y habiendo perdido ella su ánimo ante los hechos, dada la dificultad de volver a
su país en Temiscira, se consumió de pena y su cadáver fue enterrado aquí; la forma de su
tumba es semejante a un escudo de amazona”.
Es tan copioso el muestrario plástico vinculado con este tema popular, que se encuentran
evidencias escultóricas desde el VII a. C. Dos siglos más tarde, hacia el 450 a. C., a pedido de los
efesios, cuatro famosos artífices del bronce -Policleto, Fidias, Crésilas y el menos conocido
Fradmón- forjarán estatuas de amazonas para el santuario de Éfeso, reflejo del interés sostenido
ante la leyenda.

Crésilas presenta a una hermosa mujer cuyo tradicional aspecto rebelde se sustenta en la
convención de los senos descubiertos y en la corta cabellera dividida en largos rizos ondulados.
Débil a causa de la herida, la joven se lleva cansada el brazo derecho a la cabeza mientras su
rostro traiciona su sufrimiento. El rico ropaje mojado y la pose del espléndido cuerpo indican,
según algunos críticos, una tentativa de superación del equilibrio “divino” del arte de Fidias. El
concurso, según las crónicas, fue ganado por Policleto.

La primera reina fue Hipólita. Recibió de su padre Ares un tahalí que la hacía invencible en la
batalla. La existencia de este cinturón era conocida en toda Grecia. Uno de los trabajos de
Heracles, el noveno, consistió justamente en apoderarse de él. La mimada y vanidosa hija de
Euristeo, Admete, quiso el ceñidor y el padre ordenó al héroe que lo consiguiera. Después de un
turbulento viaje, Heracles y sus soldados desembarcaron en Temiscira, el puerto de las
amazonas. En el interior de las altas murallas estaba ese símbolo de poder y fuerza.
Contrariamente a lo previsto, las mujeres lo recibieron con calidez cariñosa. La capitana,
Hipólita, se dispuso a concedérselo, deseosa de evitar discordia. Pero, adoptando el aspecto de
una amazona, Hera inicia el ataque gritando que Heracles planeaba el rapto de la reina. Ante
esto, furiosas, atacan al héroe y a su comitiva. Sintiéndose repentinamente traicionado, él mata a
Hipólita y le arrebata el ceñidor. En otras versiones de Hipólita y Teseo nacerá Hipólito. (A
veces Hipólito tiene como madre a otra amazona: a Antíope, hermana de Hipólita.) En Éfeso
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Hipólita y sus bravas seguidoras habían erigido un βρέτας, estatua rústica de madera, de
Ártemis y ejecutaban anualmente una danza circular con armas y escudos, realizada en tiempos
históricos por doncellas (Calímaco Himno 3.110, dedicado a la diosa cazadora; Píndaro fr. 174,
de trasmisión indirecta).

Otra reina, Pentesilea, recibió el pedido de ayuda del rey Príamo para combatir contra los
panaqueos. Ella accedió. Su entrada en Troya fue triunfal: vitoreadas, el pueblo esperaba que con
ese auxilio concluyera la contienda. Al día siguiente de una gran fiesta se enfrentaron contra el
ejército de Agamemnon. Arrollaron a los helenos en su primera embestida pero al final fueron
reducidas. Aunque Pentesilea arrojó decidida su lanza contra Aquiles, fue rechazada por su
escudo. Entonces el mirmidón atravesó el pecho de la muchacha. Cuando se acercó a ella,
Pentesilea lo miró sin odio y expiró. Cuentan que en ese instante el hijo de Tetis se enamoró de
ella y también cuentan que, tras esa derrota, el pueblo de las amazonas desapareció. Ares, su
padre, quiso precipitarse para vengarla, sin atender a los hados pero Zeus lo detuvo con su rayo.
En clave mítica en los relatos de Hipólita y de Pentesilea, el machismo sale triunfante: los
varones matan a las mujeres, aun cuando ellas estén igualmente fogueadas para el combate.

Fueron fundadoras de ciudades, entre otras, Amastris, Sinope, Cime, Pitane, Priene, Mitilene
(Lesbos), Éfeso, Esmirna, Mirina (Diod. Sic. 3.55.6, Estrabón 11.5.4). Pítane (Πιτάνη) habría

instituido la ciudad del mismo nombre, en Misia, así como Cime y Priene. Esmirna (Σμύρνα),
primera heroína de ese nombre, creó varias en Asia Menor, principalmente Éfeso y Esmirna. Un
ejemplo más bien jocoso es el de Sánape (Σανάπη), epónima de la ciudad de Sinope en el Mar
Negro. Esta guerrera escapó de la matanza durante la expedición de Heracles y huyó a
Paflagonia, antigua comarca del norte de Asia Menor, donde se casó con un rey. Allí mostró una
desmedida afición al vino, lo cual le valió el apodo de Sánape, que significa “borracho” en el
dialecto local. Este mote, corrompido lingüísticamente en Sínope, pasó a ser el de la ciudad
donde reinaba su marido (Escol. a Apol. Rod. Arg. 2.946).

Un rasgo distintivo por considerar es que no les tiembla el pulso para matar a compañeras
traidoras: Molpadia, por ejemplo, atacó el Ática. Sin titubeos, disparó sus flechas contra Antíope,
quien se había casado con Teseo, y luego fue muerta por la propia mano de este (Paus. 1.2.1).

Es tan decisiva la influencia de estas mujeres que héroes mayores, de distinto continente,
también luchan contra ellas, como Peleo -es verdad que en papel secundario- y Príamo, antes del
sitio de Troya, a orillas del Sangario. Y en una tradición, seguida por Calímaco, del que ha
llegado solo un fragmento, una reina amazona es la madre de las Pléyades. Es más, Diodoro
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Sículo (3.54 y 55) las enfrenta a las Gorgonas, pueblo belicoso, según él comparable al
amazónico. Asimismo los atlantes, vecinos de los libios, son atacados por Mirina y su comitiva.

Su presencia es continua en la poesía griega. Valgan como ejemplo, de Píndaro, la Ol. 8.47: “(...)
desde allí lanzó su carro [Apolo] hacia el país de las Amazonas, rico en corceles” y Nem. 3.36-39
canta: “Más tarde el robusto Telamón (...) avanzó contra la belicosa nación de las Amazonas del
arco de bronce”.

Sus tumbas son frecuentes en Grecia central, presumiblemente a causa de relatos locales. Se
encuentran en Mégara (Paus. 1.47.7), Atenas (Paus. 1.2.1), Queronea y Calcis -además de
Tesalia y Cinocéfalo (Plut. Teseo 27). Existía un ᾿Αμαζόνειον o santuario -que implica tumbas
y culto- en Calcis y Atenas. En Ática se realizaban sacrificios anuales en calidad de homenaje un
día antes del festival en honor a Teseo.

2. En la épica

En el epos homérico, fundacional de la literatura occidental, se otorga a la mujer las funciones de


manutención y custodia de las más altas costumbres y tradiciones pero le están vedados dos
ámbitos: la guerra y la palabra. En la guerra o es consuelo del hombre afligido (Briseida, por
ejemplo) o es botín y trofeo (Il. 23.704, premio para el vencido en el tercer juego, la lucha). La
mejor virtud femenina es el silencio, el cual va muy parejo con la sumisión. El hombre determina
su statu quo. Al no otorgársele voz, le es negada la oportunidad de crear su propio discurso y por
tanto carece de identidad.

El insulto más odioso resulta de feminizar el comportamiento masculino10, ὦ πέπονες κακ’

ἐλέγχε’ ᾿Αχαιΐδες οὐκέτ’ ᾿Αχαιοὶ, ¡Blandos, ruines baldones, aqueas, que ya no aqueos” (Il.

2.235) y con frecuencia, con distintos matices, se remarca la debilidad femenina: ὥς τε γὰρ ἢ

παῖδες νεαροὶ χῆραί τε γυναῖκες / ἀλλήλοισιν ὀδύρονται οἶκον δὲ νέεσθαι, pues he

aquí que como tiernos niños o como mujeres viudas / unos con otros se lamentan de que quieren
regresar a casa (Il. 2.289-290). En 8.162-164, Héctor increpa a Diomedes y le grita: “¡Tidida!
Los dánaos, de veloces potros, te agasajaban / y ahora te despreciarán: veo que te has convertido
en mujer. / ¡Vete, miserable muñeca!” y recurre específicamente a estos términos: γυναικὸς

ἄρ’ ἀντὶ τέτυξο / ἔρρη κακὴ γλήνη (163-164). Cuando Patroclo se presenta ante Aquiles, el

amigo pregunta: ¿Por qué lloras, Patroclo, como una niña / tierna (…)? (Il. 16.7-8), ‘τίπτε

10
También en la historia nº 25 de las Virtudes de las mujeres de Plutarco, Cilón exhorta a Aristotimo a no matar a
un niño “diciéndole que tal acción era innoble, mujeril e indigna de un caudillo que había aprendido a afrontar las
situaciones” (López Salvá, 1987: 291).
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δεδάκρυσαι Πατρόκλεες, ἠΰτε κούρη / νηπίη. Varias veces se arenga al ejército panaqueo
con la orden: “sed hombres” (15.486, 561, 661, 734; 16.270, 17.185, por ejemplo), ubicado en
posición privilegiada inicial: ἀνέρες ἔστε φίλοι, en tácita oposición a la condición femenina
frágil y asustadiza.

Sin embargo, hay excepciones: por ejemplo, en la descripción del escudo las mujeres defienden
una ciudad cercada:

Mas los sitiados no se avenían aún y disponían una emboscada.


Las queridas esposas y los infantiles hijos defendían el muro
de pie sobre él, y los varones a los que la vejez incapacitaba;
los demás salían y al frente iban Ares y Palas Atenea,
ambos de oro y vestidos con áureas ropas (Il. 18.513-517)
Analizada con serenidad, la epopeya es bastante cortés con las mujeres; después la actitud varía.
La genealogía de los héroes homéricos atestigua con insistencia los méritos maternos. También
hay muestras de la firme influencia que una mujer ejerce sobre su esposo, en boca de Fénix en
momentos de la embajada para persuadir a Aquiles que vuelva al combate: Así, el hijo del rey de
los etolios de Calidón había sido convencido por Cleopatra-Alcíone, quien le describe un cuadro
tan desolador que emociona a Meleagro y le hace deponer su ira.

Entonces a Meleagro también su esposa, de bello talle,


empezó a suplicarle entre lamentos y le relató todos
los males que acontecen a las gentes cuya ciudad es conquistada;
matan a los varones, la ciudad se reduce a cenizas por el fuego,
y los extraños se llevan hijos y mujeres, de profundos talles.
Su ánimo se conmovió al escuchar tantas calamidades;
y echó a andar y se vistió con las resplandecientes armas. (II. 9.590-596)

3. En la historia

Artemisia I rigió su vida según el código de los hombres contemporáneos a ella. La fuente
primaria es otra vez el historiador Heródoto. El nombre ᾿Αρτεμισία fue llevado por algunas

reinas de Halicarnaso, seguramente derivado de ῎Aρτεμις.

La primera Artemisia, de comienzos del V a. C., fue de carácter varonil y enérgico, hasta el
punto de que, ya viuda de Ligmadis11, intervino en las Guerras Médicas y acompañó la

11
O hija de este sátrapa de Sardes o Lidia, según otros autores.
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expedición de Jerjes contra la Hélade con cinco barcos12. Se distinguió en el combate de


Salamina (480 a. C.) y conquistó para sí la isla de Patmos.

Heródoto dio a esta notable militar mucho espacio en sus escritos, ¿acaso porque era su
compatriota? Así en el Libro “Polimnia” de su Historia detalla al referirse a las fuerzas navales:

"(...) no cito acto seguido a los demás oficiales, pues no veo la necesidad. Sin embargo,
quiero mencionar a Artemisia, una mujer que tomó parte en la expedición contra Grecia y
por quien siento una especial admiración, ya que ejercía personalmente la tiranía (pues su
marido había muerto y contaba con un hijo todavía joven), y tomó parte en la campaña,
cuando nada la obligaba a hacerlo, impulsada por su bravura y arrojo.
Como he dicho, se llamaba Artemisia y era hija de Ligdamis, siendo oriunda de
Halicarnaso, por parte de padre, y cretense por parte de madre. Imperaba sobre
Halicarnaso, Cos, Nisiro y Calidna, y aportaba cinco navíos. Precisamente, las naves que
aportó eran las más celebradas de toda la flota -después, eso sí, de las de Sidón-, y de
entre todos los aliados de Jerjes, fue ella quien dio al monarca los más atinados consejos.
Quiero, asimismo, puntualizar que la población de las ciudades sobre las que, como he
indicado, imperaba Artemisia, es doria en su totalidad (...)” (7.99.1-3).
Aclara el historiador que “nada la obligaba” a encarar la guerra. En efecto, podría haber buscado
un reemplazante y haberlo enviado al frente de sus efectivos. El historiador elige el vocablo
“aliados”, σύμμαχοι, empleando terminología específicamente griega. En realidad, el Estado
vasallo estaba forzado a aportar un determinado número de tropas como ayuda militar si la
potencia a la que estaba sometido así lo había solicitado.

Nuevamente de acuerdo con Heródoto en su libro 8º, “Urania” (8.68., 88 y 101), previno al rey
persa en no pelear contra Salamina. En 8.68 es la única que objeta y exhorta: “Reserva tus naves
y no libres un combate naval, pues por mar nuestros enemigos son tan superiores a tus tropas
como lo son los hombres a las mujeres”. Esta apreciación entre los persas constituía la peor de
las injurias (cf. 9.107). Como Artemisia hace gala de ἀνδρεία, de “viril arrojo” (7.99.1), la
comparación no resulta sorprendente en su boca.

Ella luchó con bravura y escapó hundiendo un barco a su paso. “Jerjes preguntó si la hazaña se
debía realmente a Artemisia, a lo que los asistentes respondieron afirmativamente, pues conocían
a la perfección el emblema de su nave (...) Y, según cuentan, ante esa aseveración, Jerjes
manifestó: ‘Mis hombres se han vuelto mujeres y mis mujeres, hombres’ (8.88). Más adelante,
en 101, Jerjes la consulta “dado que había sido, sin lugar a dudas, la única en intuir lo que había
que hacer. A su llegada Jerjes mandó salir a todo el mundo -tanto a los persas del Consejo como
a su guardia personal-”. “(...) Jerjes se sintió complacido con el consejo, pues lo que le decía
Artemisia coincidía plenamente con lo que él mismo pensaba (...)” (103).

12
Artemisia II fue la “primera almirante de la historia” (Seltman, 1965: 94)
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Es tanta la confianza que deposita en ella que le encomienda la delicada tarea de llevar sanos y
salvos a sus propios hijos a Éfeso, “dado que lo habían acompañado algunos de sus bastardos”.
Heródoto reconoce como única esposa legítima de Jerjes a Amastris, con quien tuvo a Darío,
Artajerjes e Histaspes. Estos otros tendrían otras madres y seguramente debieron ser enviados a
Asia a causa de su corta edad.

Sus no correspondidos amores con el joven Dárdano de Abido, al que mandó sacar los ojos, la
llevaron al suicidio pero, acosada por los remordimientos, se arrojó desde lo alto de la roca
Léucade, sitio desde donde también se había lanzado Safo.

Otro historiador, Arriano, del IV a. C., dedica todo un capítulo (7.13) al encuentro de Alejandro
Magno con las amazonas, en esta fusión historia-leyenda de la que hablábamos:

“Atrópates, sátrapa de la Media, le presentó cien mujeres Amazonas, vestidas y equipadas


como los soldados de caballería, fuera de llevar hachas y peltas 13 en vez de lanzas y escudos.
Tenían, según algunos, más pequeño el pecho derecho y lo llevaban descubierto en los
combates. Alejandro las despidió por evitarlas algún ultraje de los macedonios o bárbaros,
mandándoles decir a su reina que la visitaría para tener de ella descendencia. Pero ni
Aristobulo, ni Tolomeo, ni ningún otro autor fidedigno hace mención de este hecho; por lo
cual entiendo que ya la nación de las Amazonas no existía, pues ni las nombra Jenofonte,
aunque habla del Jaso, de la Cólquide y de todos los pueblos de la costa bárbara, recorridos
por los griegos antes y después de salir de Trapezunte, en cuyos países las hubieran
encontrado si todavía quedasen restos de su raza.
No pongo, sin embargo, en duda su existencia, atestiguada por muchos e ilustres escritores.
Hércules, según opinión común, fue enviado contra ellas y trajo a Grecia el ceñidor de su
reina Hipólita; los atenienses, mandados por Teseo, rechazaron una invasión de estas mujeres
en Europa, en un combate descrito por Cimón con tanto cuidado como los de las Guerras
Médicas; Heródoto las cita a menudo, y todos los panegiristas atenienses de soldados
muertos en batalla, refieren en primer término la guerra de su república con las Amazonas.
Creo, pues, que las mujeres presentadas por Atrópates a Alejandro serían, en todo caso,
algunas bárbaras, peritas en equitación y armadas a la manera de las Amazonas.” (Baraibar y
Zumárraga, 1917: 309-310)
4. En la biografía

Un breve recorrido por las Virtudes de mujeres de Plutarco de Queronea, biógrafo y ensayista
griego del I a. C.- I. d. C., permite advertir cuántas mujeres se convirtieron en defensoras de sus
πόλεις. De neto corte didáctico-moralizante, esta obrita está incluida en sus Obras morales y de
costumbres (Moralia) y compuesta para una amiga del biógrafo, Clea, sacerdotisa de Delfos,
“como un suplemento a la conversación sobre la igualdad de sexos que ambos mantuvieron”
(López Salvá, 1987: 261).

Consiste en una escrupulosa selección de veintisiete historias ejemplares. Las hazañas


merecedoras de encomio encabezadas por mujeres aparecen agrupadas, primero por pueblos

13
Peltas: escudos redondos.
10 de 12

(troyanas, focenses, por ejemplo), trece en total; después por parejas y finalmente, en solitario.
Interesan acá las anécdotas vinculadas con el coraje en la guerra, de las cuales se extraen
solamente las siguientes14:

a) refiriéndose a Quíos, historia nº 3, cuenta Plutarco que

“(…) cuando Filipo, el hijo de Demetrio, asediaba a la ciudad (...) junto con sus esclavos
–también participaban en la indignación y apoyaban a las mujeres con su presencia-,
corrieron a subir a las murallas; llevaban piedras y proyectiles, y exhortaban y animaban
a los combatientes; hasta el final se defendieron, dispararon a los enemigos y rechazaron
a Filipo sin que absolutamente ningún esclavo desertara hacia él” (López Salvá, 1987:
272).
b) respecto de las argivas, historia nº 4, en una batalla contra Cleómenes,

“(…) un impulso y audacia demoníaca se apoderó de las mujeres jóvenes para rechazar a
los enemigos en defensa de su patria. Bajo la dirección de Telesila tomaron las armas y,
colocándose en círculo junto a la almena, rodearon las murallas, de modo que
sorprendieron a los enemigos.” (López Salvá, 1987: 273).
El mismo grupo también expulsó a otro rey, a Demarato, y así la ciudad sobrevivió. “A las
mujeres caídas en la batalla las enterraron en la Vía Argiva, y a las que se salvaron les
concedieron erigir una estatua de Ares como recuerdo de su valor” (López Salvá, 1987: 273).

c) En Salmántica, España, historia nº 10, cuando llegó Aníbal, hijo de Barca, las mujeres
por iniciativa propia escondieron las armas de los hombres, intuyendo que ellas no serían
registradas por los enemigos. Franqueada la guardia para saludarlos, les entregaron las
espadas y “algunas, incluso, atacaron por sí mismas a los guardianes. También una
arrebató la espada a Banón, el intérprete, y lo golpeó, pero por suerte para él llevaba
puesta la coraza” (López Salvá, 1987: 282).

d) Un aspecto interesante ha quedado registrado en la historia nº 13, “Las de Fócide”. Narra


la solidaridad recíproca de las mujeres. En Anfisa las tiades exhaustas se habían dormido
en un territorio peligroso, apenas declarada por los tebanos la llamada guerra santa contra
Fócide,

“temiendo que (...) tíades15 fueran tratadas indignamente, corrieron todas al ágora y en
silencio se colocaron en círculo en torno a las mujeres que dormían, mas no se les
acercaron; pero, cuando se levantaron, las unas se preocupaban de las otras y les
ofrecían alimentos. Finalmente, las de Anfisa, tras haber persuadido a sus maridos, las
acompañaron con escolta segura hasta la frontera” (López Salvá, 1987: 284).

14
Se aconsejan las historias 18ª y 19ª, sobre Lámpsace y Aretafila respectivamente.
15
Mujeres entregadas al culto de Dioniso en Delfos.
11 de 12

A modo de cierre

Si es inimaginable un régimen intermedio y entonces es gobierno o masculino o femenino, en


oposiciones polares, igualmente es inusitado concebir la existencia de mujeres que defiendan su
patria o que intencionalmente ocasionen una guerra. Las mujeres de Homero, de Plutarco, de
Arriano, confirman la extrañeza ante un comportamiento femenino ajeno a lo esperado, a lo
canónico. También Posidón había castigado a las mujeres en momentos de decidir el nombre de
la πόλις, en la pugna ganada por Atenea. No olvidemos que en las metopas del flanco oeste del
Partenón la lucha amazonas-atenienses integra una ideología que funde conscientemente
convicción religiosa con patriotismo.

El caso amazónico el más indicativo. En esta concepción mítica -como tal sustentante, normativa
y correctiva-, invierten la relación interior/exterior; no hay dote y el apareamiento es al aire libre,
ejercen el control de la natalidad; toman sus propias iniciativas, sin consulta a varón alguno,
empuñan armas, cazan, son eximias jinetes y están a cargo de su propio cuerpo -son incluso
provocativas-, toda una amalgama que supone abandono sexual y bestialidad según la percepción
masculina. Forman un mundo especial, ginecocéntrico y ginecocrático, concebido por la
imaginación helena como un universo “al revés” y rival del consensuado e instaurado en clave
masculina. Lisa y llanamente, suponen una usurpación del papel varonil.

Las fuentes corresponden a voces masculinas, correctoras de posturas femeninas peligrosas


porque sus desafíos apuntan al sometimiento y a la humillación del varón en la guerra y en la
paz. ¿Representan la época en que el matriarcado reinó en la humanidad? En general estos
estudios comenzaron con J. J. Bachofen, jurista, antropólogo, sociólogo y filólogo suizo del siglo
XIX. Según una postura distinta, son interpretaciones de rituales de iniciación de las jóvenes (por
ejemplo en Éfeso) y de los jóvenes (Θήσεια o Θησεῖα, festivales en honor a Teseo, el 8º de

Πυανεψιόν, Pianepsión, cuarto mes ático que comprende la segunda mitad de octubre y la
primera de noviembre), donde cabía el trueque de funciones sociales según el género.

A propósito de las Amazonas, Estrabón (11.5.3) aplica la misma expresión de Arriano:


“¿Quién podría creer que un ejército o una ciudad o una nación de mujeres pudiera
organizarse sin hombres? ¿O que no sólo podría organizarse sino aun atacar un país
extranjero, someter a sus vecinos hasta la actual Jonia, y lanzar una expedición a través
del mar, llegando hasta el Ática? Esto es como decir que los hombres de aquellos días
eran mujeres y que las mujeres eran hombres.”
Son precursoras de una nueva mujer, que abandona su papel cosificado en la sociedad y participa
activamente de la vida pública. Se rebelan contra la condición de instrumento y se han apartado
del apego materno. El posible único pecho no solo indica la libertad en el movimiento para
lanzar la jabalina, es además el rechazo al amamantamiento.
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En otro gestor de mitos, el filósofo Platón (IV a. C.), hay igualdad de género en la crianza e
instrucción. La utopía de la Rca. 449 b-464d presenta a guardianas, liberadas del matrimonio.
Sin embargo, hay una veta por examinar: son seleccionadas para los hombres y, aunque no como
posesiones de guerreros distinguidos, sí resultan entregadas como premios. Continúa entonces
explícita la subordinación.

Sin postura extrema de mi parte, cada testimonio encontrado confirma la siguiente aseveración:
lo que es ἀρετή guerrera en los hombres es precipitación, desenfreno e irracionalidad en las
mujeres. ¿Existen, en definitiva, las amazonas para ser combatidas y ultimadas por los hombres
en amazonomaquias? Belerofonte las mata en Licia, son derrotadas junto al Sangario y hay una
tumba de Mirrina fuera de Troya. Esto, en la Ilíada. Heracles las aplasta en otra matanza (Apol.
4.16). Reafirman a los héroes en su condición de tales. Es muy oportuno además que su hábitat
sea el umbral del mundo, umbral de la amenaza. Si es intencional su inserción en tres terrenos
esenciales -militar, religioso y marital- en las πόλεις patriarcales son impensables...

Fuentes o ediciones

BARAIBAR Y ZUMÁRRAGA, Federico (1917). Arriano. Historia de las expediciones de Alejandro. Madrid:
Librería Perlado.
CRESPO GÜEMES, Emilio (trad.) (2000). Homero. Ilíada. Barcelona: Gredos.
ESCLASANS, Agustín (1968). Píndaro. Himnos triunfales. Con odas y fragmentos de Anacreonte, Safo y
Erina. Barcelona: Iberia.
DÍAZ TEJERA, A. (trad.) (1964). Pausanias. Descripción de Grecia. Ática y Laconia. Madrid: Aguilar.
GRANERO, Ignacio (trad.) (1980). Estrabón. Geografía. Prolegómenos. Madrid: Aguilar.
LÓPEZ SALVÁ, Mercedes (trad.) (1987). Virtudes de mujeres, en Obras morales y de costumbres
(Moralia). Madrid: Gredos, 265-316.
MURRAY, A. T. (1957). Homer. The Iliad (2 vol.). London: Harvard University Press.
SCHRADER, Carlos (trad.) (2006). Heródoto. Historia (T. IV y V). Madrid: Gredos.

Bibliografía consultada

AUTENRIETH, G. (1991). Homeric Dictionary. London: Duckworth.


BLAKE TYRRELL, William (2001). Las amazonas. Un estudio de los mitos atenienses. México: FCE.
CIVITA, Víctor (1974) (ed.). Mitología (vol. II y III). Sâo Paulo: Abril.
GOÑI ZUBIETA, Carlos (2005). Alma femenina. La mujer en la mitología. Madrid: Espasa-Calpe.
GRIMAL, Pierre (1984). Diccionario de mitología griega y romana. Barcelona: Paidós.
KIRK, G. S. (ed.) (1995). The Iliad: A commentary (vol. I). Cambridge: Cambridge University Press.
SELTMAN, Charles (1965). La mujer en la Antigüedad. Buenos Aires: Eudeba.

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