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Discurso unificador

Como conclusión de la Especialidad en Historia del Arte se presenta el análisis de


distintas obras plásticas revisadas bajo el mismo eje temático. Se propone
explorar la construcción de la identidad nacional mexicana, a través de la
producción artística de diferentes pintores de los siglos XVIII, XIX y la primera
mitad del siglo XX. En cada una de las obras se atiende algún concepto que nos
permite concluir que no existe una sola identidad, sino diversas identidades, y que
éstas no son estáticas, por el contrario, obedecen a una dinámica permanente.

La palabra identidad es de origen latino, identitas que significa lo mismo. Esto


implica que dos o más elementos, aunque de naturalezas distintas pueden ser
unidad, por ejemplo: hombre, género humano, y México, limitación política de un
territorio, corresponden a géneros distintos. Pero es posible decir hombre
mexicano y entonces la correspondencia entre estos elementos hacen unidad. Si
“esto es aquello” como lo plantea Aristóteles en La poética es necesario admitir
que la identidad hace referencia a la mismidad entre dos elementos.

Siguiendo al mismo autor (Aristóteles: 1994) respecto a la idea de unidad, él


establece que hay dos clases; sea por accidente o por esencia. En el primer caso
se refiere a un atributo adherido a un elemento sin que se altere la sustancia.
Mientras la unidad por esencia refiere al individuo concreto y particular. Para este
ejercicio en el que se pretende relacionar el concepto de identidad nacional y la
plástica de autores específicos se parte de la siguiente premisa: la identidad
nacional, unidad por accidente, del individuo mexicano busca representarse en la
producción pictórica de los siglos XVIII, XIX y XX.

Ahora bien, por identidad nacional se entiende la correspondencia entre una


persona y la nación1 o país al que pertenece, sea por haber nacido en tal territorio,
por formar parte de una comunidad, por compartir el lenguaje, tradiciones y/o

1
El término nación refiere: 1. conjunto de personas de un mismo origen étnico que comparten vínculos
históricos culturales y religiosos, etc., tienen conciencia de pertenecer a un mismo pueblo o comunidad, y
generalmente hablan el mismo idioma y comparten el territorio. 2. Comunidad social con una organización
política común y un territorio y órganos de gobierno propios, que es soberana e independiente
políticamente de otras comunidades. (RALE:2009)
costumbres demarcadas en un territorio. Al ser tan variados los elementos que
suponen dicha identidad se hace imposible tratar el tema como si la identidad
nacional fuera una. Por tanto y para fines prácticos, cada integrante de la
especialidad aportará un ejercicio reflexivo sobre las identidades religiosa, cívica,
militar, histórica, proletaria o individual partiendo de las obras analizadas durante
el primer semestre de la Especialidad en Historia del Arte.

Al mirar la serie de imágenes que esas obras presentan, reconoceremos que el


sentimiento de afinidad entre objeto y sujeto es aquello donde se cimienta la
identidad. Este proceso implica el reconocimiento del propio individuo en la obra;
el “esto es aquello” de Aristóteles se convierte entonces en “yo soy aquello que es
esto”.

En la asimilación empática por un individuo o un grupo, los bienes culturales de un


colectivo determinado se convierten en los referentes desde los cuales se
construye la identidad. Pero en este proceso también hay un flujo que corre de
manera inversa; no solamente los objetos son determinantes de la identidad,
también la identidad puede condicionar la materialización de los objetos.

En el caso concreto de la identidad mexicana, José Revueltas advirtió acerca de


las divergencias y convergencias que aquello que pudiera servir como elemento
de cohesión identitaria radica en la praxis. Esto es en la reciprocidad activa entre
el sujeto y sus circunstancias.

“los términos ‘el mexicano’ y ‘lo mexicano’, deberán cobrar una categoría
diferente a la de su simple acepción gentilicia. Si se observa la perspectiva
económica, sociológica e histórica del país llamado México, se verá, por
ejemplo que el lacandón no es ni ‘el mexicano’ ni ‘lo mexicano’, del mismo
modo que no lo son tampoco, el yaqui, el cora, el huichol o el otomí. La
causa de que no lo sean radica en que sus características como
comunidades humanas concretas no se han podido imponer a esa otra
comunidad de hombres, a su vez con características propias y en el seno
de la cual coexisten, que constituye el resto del país" (Revueltas 2005, 217)
Vale la pena recordar, que para la cultura occidental, esta afinidad entre la
representación y los sujetos se vio influida por las transformaciones sociales y
políticas del siglo XVIII. Fue después de la Revolución Francesa, cuando en
Europa y Norteamérica, los grupos sociales que toman el poder en lugar de las
monarquías aristocráticas, buscan símbolos que sustenten su identidad y por ello
echan una mirada a la historia. Se intenta mirar en el pasado lo que es semejante
al presente para legitimarlo, para construir una identidad nacional que les permita
proyectar un porvenir. Esa mirada al pasado, esa búsqueda de lo representativo
es tomada por las academias y los artistas como una meta estética.

Es entonces que las obras pictóricas y escultóricas intentan identificar en el


pasado las semejanzas con el presente y cuando encuentran en la antigüedad, el
medioevo, la colonia, parte de su ser en alguna forma, construyen la identidad que
anhelan a través de la representación artística de un personaje, un
acontecimiento, una leyenda o un mito. Esa construcción a través del arte moldea
a la sociedad y le proporciona una nueva iconografía con la cual se busca la
trascendencia. Obviamente en ese discurso estético se suprimen las minorías y
las disidencias, no es sino hasta que hay un giro en la política, o una revolución
social, que los paradigmas estéticos se modifican y se imponen otros en
consonancia con el nuevo grupo en el poder.

Los artistas con frecuencia forman parte de esos grupos sociales que dominan, es
decir, asumen la búsqueda de la identidad como propia. Algunos, en cambio, ven
el peligro de la uniformidad y desarrollan búsquedas personales y defienden su
individualidad o su pertenencia a una minoría. Por lo tanto, en el arte “oficial”
encontramos expresiones de gran profundidad en la medida que coincide con las
búsquedas personales de los propios artistas. Cuando no es así, la
transformación, la creatividad, la innovación en el arte, encuentran su espacio para
realizarse en las obras perseguidas o despreciadas.

La cultura compartida es elemento fundamental creador de identidades. La religión


es uno de los mas importantes en cualquier parte del mundo, y en México es uno
de los elementos de mayor repercusión en la creación de la identidad nacional.
Este elemento se observa de forma continua en la iconografía de las obras que se
revisaron, en algunas de forma muy evidente, y en otras hasta de forma
inconsciente.

El tema religioso, aunque ha perdido en gran medida su significado esencial entre


la mayoría de la población, actualmente sigue siendo importante. No se ha perdido
el carácter ritual desde tiempos precolombinos, hasta la fecha la mayoría de la
población participa de la algarabía que se crea alrededor de las actividades
religiosas. Permea la vida cotidiana, ya que es “un sistema de creencias en torno a
la naturaleza de las fuerzas que en último término modelan el destino del hombre
y que juntamente con las prácticas asociadas a ese sistema de creencias,
comparten los miembros de un determinado grupo.” (Lenski, 1967)

Es así que, aun cuando se proclama una laicidad del Estado, sigue siendo una
institución que de alguna u otra forma está presente en el acontecer de lo que
llamamos la identidad mexicana.

Con base a la consolidación de un estilo pictórico, técnicas, usos y costumbres, se


plasman en la realidad del arte una construcción colectiva de los artistas, su
historicidad. Ésta es su experiencia vivida en torno a su obra y las circunstancias
que determinaron su conciencia histórica. Si bien lo que ha mantenido la herencia
y el anhelo por el significado intrínseco en las manifestaciones plásticas es sin
duda la sagrada tradición u escuela que hizo posible las representaciones de las
imágenes en un sentido colorido y figurativo del pensamiento y la cultura.

Asimilando los modos propios de ser, según la tradición que represente al autor y
su producto, el cuadro y la escultura, facilita la comprensión de su circunscripción
temporal y existencial del ser de la obra de arte. Dicho así, de alguna manera la
tradición es un universo lingüístico que acaece en la manifestación más pura en la
creación plástica, con la creación de un sentido propio que deviene del artista
hacia la realización de sus ideas en materia icónica: la imagen.

En un sentido amplio, la imagen proyecta la significación de ese universo de


significantes y signos que oscilan entre una construcción idealizada de la realidad
y las preocupaciones del inconsciente del artista. No obstante, éste no procede de
la nada, ni la manifestación de sus ideas se expresan de manera fortuita, pues son
de procedencia colectiva e histórica, incluso situacionales que se dan por medio
de una posibilidad de encuentro y la familiaridad adquirida a través de la noción de
mundo.

El filósofo alemán Martin Heidegger describe muy bien en El Ser y El Tiempo


(1927) sobre la posibilidad de llegar a ser a partir de la relación que establece un
individuo (Dasein) frente a otro, dadas las circunstancias propias de la situación
engendrada, de acuerdo a la interacción entre ambos entes, se produce una
construcción de un lenguaje: signos y significados, y como resultado de este
proceso cotidiano se manifiesta el fenómeno del encuentro social.

La noción de encuentro, desde el punto de vista Heideggeriano, ofrece un


acercamiento a la comprensión del lenguaje establecido por cualquier tradición y
estilo artístico. La tradición por sí misma esconde ese universo ligüístico que
transmite a sus herederos, los artistas, la técnica y sobre todo la ideología a la que
va dirigida la creación plástica.

Así, pues, para comprender aquel universo lingüístico es necesario remitirse a la


historia de la tradición y de los estilos que constituyeron las manifestaciones
artísticas del pasado; conforma una labor minuciosa y un compromiso por la
sensibilidad de los los artistas, que hicieron posible representar el mundo real a
través de la forma, la técnica y la ideología que se muestran en sus expresiones
icónicas.

El lenguaje se convierte en el instrumento de acceso a la verdad, como meta que


se alcanza mediante el proceso siempre abierto de captación de sentido del
mundo. El lenguaje abre un mundo de posibilidades porque siempre apunta más
allá de sí mismo, más allá de lo que dice o expresa, de lo que verbaliza. Pero, por
eso mismo está abierto a la manipulación política, educativa o comunicativa
(Gadamer 1994, 186).
Una vez identificada la historicidad de la obra de arte frente al artista, en su
lenguaje, se puede dilucidar el principio de identidad que está presente en dicha
herencia, conformada en términos de una representación icónica de los
significados y contenidos ideológicos producidos por el artista. El ser de la obra
mantiene conceptualmente la carga simbólica del pasado histórico del autor
respecto a sus vivencias y añoranzas. Éstas se comprenden en la interpretación y
la posibilidad de todo encuentro frente a la obra de arte.

Extraer la noción de identidad que se encuentra en la esencia del cuadro cumple


una labor fenomenológica y compromiso por ponderar el papel del significado y los
valores estéticos constitutivos del ser de la creación plástica. En el caso de un
pintor y escultor, pone de manifiesto en un sentido literal su historicidad y
adjudicación cultural de su tiempo. Independientemente de los géneros estilísticos
mencionados por la historia del arte, los artistas hacen de su obra un signo y
huella de las problemáticas ligadas a su identificación histórica.

Entendido así, la tradición está permeada por el lenguaje y la cultura, es el


universo simbólico del hombre en cual acaece su propio ser a través del arte. No
resulta casual la creación de la identidad del autor ante la postura académica de la
que se encuentra inmerso. De este modo las escuelas de los estilos se transmiten
bajo un proceso de continuidad y discontinuidad que hila históricamente la
conciencia de los artistas plásticos.

En conclusión, es claro que parece inverosímil pensar en “una identidad” en un


país tan diverso como México, con tantas formas de diferenciarse entre sí al
interior del país mismo. Sin embargo, la idea existe para gran cantidad de
personas y no significa lo mismo para cada una, existen como propone Alan Night,
indicadores de carácter geográfico, social, cultural, económico, histórico y
temporal. Estos indicadores pueden dar sinfín de combinaciones que den como
resultado una posible identidad, de tal modo que

Sea lo que sea que hace que los mexicanos tengan una “identidad
nacional” característica, no se trata de un mecanismo heredado,
biológico; es una especie de proceso sociocultural, comparable a otros
procesos de “formación de identidad”, que moldean a las “identidades”
genéricas, regionales, étnicas, ideológicas y religiosas. La identidad
“nacional” no es más que una entre numerosas identidades, y con
frecuencia está en competencia con ellas.2

Aun así, para que una identidad se catalogue de Identidad debe alcanzar cierto
nivel de significación, que también está expuesta a variar de un contexto espacial-
temporal a otro, y las obras que se verán enseguida muestran las variantes y
transformaciones que la identidad nacional presenta.

Gerhrad E. Lenski, El factor religioso: una encuesta sociológica, 1967, Barcelona,


ed. Labor, 368 p.

Heidegger, Martin. (1998). El Ser y El Tiempo. México: FCE.

Gadamer, Hans – Georg. (1997). Verdad y Método. Madrid: Salamanca.

2
Knight, Alan, La identidad nacional mexicana, en REVISTA NEXOS, 1 de agosto de 2010,
https://www.nexos.com.mx/?p=13852, consultado:15/Mayo/2018

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