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Los productos pueden tener éxito internacionalmente por su precio, por su calidad,
por su diseño, o sencillamente, porque se dispone de una red comercial más amplia
o se ha hecho más publicidad. Pero, ¿cómo han sido posibles estos productos
competitivos?, ¿cómo se han generado? La respuesta es: a través de innovaciones.
Para estudiar el proceso que tiene lugar hasta que se lleva una invención al
mercado, distintos autores han aportado una serie de modelos que permiten
entender el camino seguido y las fases que intervienen en el mismo. Para
familiarizar al lector y enriquecerlo con las visiones que han evolucionado a lo largo
de las últimas décadas, se exponen aquí los modelos más conocidos. No obstante,
ninguno de estos modelos explica contundente y definitivamente la innovación;
todos presentan carencias e interrogantes. La innovación es una actividad compleja,
diversificada, con muchos componentes en interacción, que actúan como fuentes
de las nuevas ideas, y es muy difícil descubrir las consecuencias que un hecho
nuevo puede llegar a ofrecer.
El modelo lineal
La mejora pretende hacer que lo que tiene éxito sea todavía mejor. Requiere
objetivos cuantitativos específicos, como por ejemplo una mejora del 3 o del 5%
anual en los costos, en la calidad o en la satisfacción del cliente. Drucker avisa que
"cualquier nuevo producto, proceso o servicio empieza a ser anticuado desde el
primer día que genera beneficios".
Podríamos pensar que la innovación es un proceso irregular, fruto de una idea feliz,
en un momento de inspiración, y que, por tanto, es imposible sistematizarla. De
hecho, muchas empresas la consideran así. Innovan de forma discontinua, cuando
aparece un producto de la competencia, cuando se ha captado una idea en una
feria... Pero las mejores empresas intentan sistematizarla, asegurándose un flujo
bastante regular de innovaciones, aunque, evidentemente, no todas tendrán el
mismo éxito, debido al riesgo y a la incertidumbre que siempre van asociados a la
innovación. La tabla 1.5 muestra, de forma muy simplificada, las etapas que
conducen a la innovación. Es necesario recopilar constantemente ideas de forma
sistemática, seleccionarlas de acuerdo con unos criterios y convertirlas en proyectos
dotados de recursos, que hay que hacer avanzar hasta que se conviertan en nuevos
productos o procesos que se lancen al mercado.
Los trabajos de innovación son muy distintos de las tareas ordinarias de la empresa
(el "día a día"), que presentan una cierta rutina o, por lo menos, un carácter repetitivo
y programable. Por ello, es conveniente destinar a la innovación, es decir, a la
preparación del mañana, recursos humanos y financieros específicos, distintos de
los asignados en las operaciones habituales de hoy. Drucker advierte que "lo que
es nuevo y especialmente lo que aún ha de nacer, es decir, la innovación futura,
siempre aparece como una cosa insignificante si se compara con el gran volumen,
los elevados ingresos y los múltiples problemas de la actividad en curso; no es
posible, de forma simultánea, crear nuevos productos y continuar conservando los
existentes".