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La Fuerza de La Gente PDF
La Fuerza de La Gente PDF
MUELAS
La
La fuerza de la gente es un tex- HURTADO
to autobiográfico, encaminado a discutir la insti-
tución de la terrajería y el surgimiento de las lu- La
chas y movimientos indígenas del siglo 20 en el
fuerza
de la
suroccidente colombiano, desde la particular vi-
sión del Constituyente y ex-senador indígena,
Lorenzo Muelas Hurtado. Su condición de terraje-
ro e hijo de terrajeros, así como de actor directo gente JUNTANDO RECUERDOS
fuerza
en las luchas indígenas en cuestión, las cuales tu-
vieron su detonante precisamente en la terrajería,
lo hacen testigo de excepción de un fenómeno
social que es importante que sea conocido en sus
formas más íntimas. Como él mismo lo ha dicho,
la terrajería debe ser conocida:
“no sólo entre nuestra gente, sino también por el resto SOBRE LA TERRAJERÍA
del pueblo colombiano, y no únicamente como dato
de la
histórico, sino para ayudar a crear conciencia de la
importancia del respeto por el otro y de la imperiosa
obligación que todos tenemos de defender nuestros
derechos y respetar los de los demás.
Martha L. Urdaneta Franco Es por eso que considero de interés compartir mis
Lorenzo Muelas Hurtado
experiencias... y poner por escrito lo que fue y significó Dirigente indígena guambiano, ha dividido su vida entre las labores del
Es B.A. en Economía de la Universidad de Columbia, Nueva York, M.A.
el mundo de la terrajería, mirando este fenómeno campo y la actividad política. En 1985 fue gobernador de su pueblo, y
en Economía Agrícola de la Universidad de Wisconsin, Antropóloga de
desde la óptica muy propia de alguien que desde los EN GUAMBÍA-COLOMBIA en 1991 fue elegido como representante de los pueblos indígenas ante la
gente
la Universidad Nacional de Colombia, con estudios de Arqueología en primeros años de su infancia debió aprender a sobrevi- Asamblea Nacional Constituyente que elaboró la actual Constitución de
la Escuela Nacional de Antropología e Historia de México. vir en él y a combatirlo, no sólo como individuo, sino Colombia. En su condición de Constituyente, presentó iniciativas ten-
muy especialmente como miembro de una colectividad dientes a garantizar el reconocimiento de los indígenas como ciudada-
Su relación de trabajo con Guambía data de 1983. En ese año, con el fin sometida al mismo”.
de apoyar al pueblo guambiano en la búsqueda de caminos para recu- nos con plenos derechos, sus derechos como pueblos, sus territorios
perar su historia, es decir, para entender su pasado como mecanismo de La primera parte del libro está centrada en el proceso de como entidades político-administrativas de la República, sus sistemas
fortalecimiento de su sociedad actual y futura, inició una investigación apropiación de las tierras y el trabajo indígenas, a través de gobierno propios, su propia jurisdicción, sus idiomas, sus propios
arqueológica en su territorio. Ésta se adelantó en coordinación con el de los sistemas de hacienda y terraje, que llevó a la sistemas de educación y, en fin, su cultura toda.
Cabildo y con la permanente participación de representantes de la desvertebración del territorio y de la comunidad guam-
biana. Esta parte de la historia muestra cómo las condi- Entre 1994-98 actuó como Senador de la República en representación
Comunidad, en todos los campos. Pensando en divulgar los resultados
ciones de opresión propias de la terrajería generaron un de los pueblos indígenas; en esa calidad presentó proyectos e impulsó y
obtenidos hasta ese momento dentro del sistema educativo guambiano,
movimiento que buscaba eliminar la esclavitud y miseria defendió iniciativas relacionados con la defensa de la diversidad cultu-
en 1992 se publicó la cartilla Mananasrik w weetotraik kko
waan w on.
sufrida por los terrajeros, y que los llevó a una dura ral y biológica en nuestro país.
Sus escritos sobre este trabajo arqueológico incluyen: En B Bu
usca ddee llaas lucha por recuperar las tierras que les habían sido arre-
Su pensamiento sobre estos temas esta consignado en varias publicacio-
Huellas de los Antiguos Guambianos: Investigación Arqueológica en el batadas por los terratenientes.
nes de sus intervenciones en reuniones nacionales e internacionales,
Resguardo ddee G
Guuambía (tesis de grado, Universidad Nacional, Bogotá);
Una segunda parte narra las experiencias personales del como las Conferencias de las Partes del CDB; el Foro Internacional de
Arqueología en el Resguardo de Guambía: una experiencia en investiga-
autor. Allí está expuesta su vida desde que nació como los Países Andinos y Amazónicos sobre Biodiversidad, y otros. También
ción histórica desde la comunidad (Jornadas Internacionales de Arqueo-
logía de Rescate III, Venezuela); Investigación Arqueológica en el Res-
hijo de terrajeros, su proceso de formación y aprendizaje, LORENZO MUELAS HURTADO existen publicados múltiples documentos de su autoría, en revistas y
su experiencia como terrajero, jornalero y finalmente libros especializados, compilados en Colombia y en otros países de
guardo de Guambía, y Huellas de Pishau en el Resguardo de Guambía:
como extraño en las nuevas tierras a donde su familia se C O N L A C O L A B O R A C I Ó N D E Latinoamérica.
ensayando caminos para su estudio (B B o l e tí n Museo ddeel O
Mu Orro, Nos. 22 y
vio forzada a desplazarse.
31, Bogotá); y, en co-autoría con los investigadores guambianos Cruz
Trochez Tunubalá y Miguel Flor Camayo, En B usca ddee llaas H
Bu Huuellas ddee La parte final del libro comprende los últimos treinta
Martha L. Urdaneta Franco Actualmente disfruta de las tierras que lo vieron nacer y crecer, donde
vive y trabaja en la recuperación de variedades tradicionales de alimen-
los An
Anttiguos G
Guuambianos (FIAN, Bogotá). años de terrajería en territorio guambiano, y los procesos tos, y donde produce de manera limpia, es decir, sin agroquímicos, la
de lucha que generaron la organización indígena que comida suficiente para su propia supervivencia, la de sus vecinas águilas
En los últimos trece años colaboró con Lorenzo Muelas Hurtado en la conocemos actualmente en el Cauca y, a partir de ello, la y la de los osos de anteojos que lo visitan desde hace algún tiempo.
investigación y puesta en forma de este libro, y entre 1994-98 lo acom-
recuperación de su territorio. INSTITUTO
pañó en sus labores en el Senado de la República, haciendo parte de su
COLOMBIANO DE
Unidad de Trabajo Legislativo.
ANTROPOLOGÍA
E HISTORIA
LORENZO
MUELAS
La
La fuerza de la gente es un tex- HURTADO
to autobiográfico, encaminado a discutir la insti-
tución de la terrajería y el surgimiento de las lu- La
chas y movimientos indígenas del siglo 20 en el
fuerza
de la
suroccidente colombiano, desde la particular vi-
sión del Constituyente y ex-senador indígena,
Lorenzo Muelas Hurtado. Su condición de terraje-
ro e hijo de terrajeros, así como de actor directo gente JUNTANDO RECUERDOS
fuerza
en las luchas indígenas en cuestión, las cuales tu-
vieron su detonante precisamente en la terrajería,
lo hacen testigo de excepción de un fenómeno
social que es importante que sea conocido en sus
formas más íntimas. Como él mismo lo ha dicho,
la terrajería debe ser conocida:
“no sólo entre nuestra gente, sino también por el resto SOBRE LA TERRAJERÍA
del pueblo colombiano, y no únicamente como dato
de la
histórico, sino para ayudar a crear conciencia de la
importancia del respeto por el otro y de la imperiosa
obligación que todos tenemos de defender nuestros
derechos y respetar los de los demás.
Martha L. Urdaneta Franco Es por eso que considero de interés compartir mis
Lorenzo Muelas Hurtado
experiencias... y poner por escrito lo que fue y significó Dirigente indígena guambiano, ha dividido su vida entre las labores del
Es B.A. en Economía de la Universidad de Columbia, Nueva York, M.A.
el mundo de la terrajería, mirando este fenómeno campo y la actividad política. En 1985 fue gobernador de su pueblo, y
en Economía Agrícola de la Universidad de Wisconsin, Antropóloga de
desde la óptica muy propia de alguien que desde los EN GUAMBÍA-COLOMBIA en 1991 fue elegido como representante de los pueblos indígenas ante la
gente
la Universidad Nacional de Colombia, con estudios de Arqueología en primeros años de su infancia debió aprender a sobrevi- Asamblea Nacional Constituyente que elaboró la actual Constitución de
la Escuela Nacional de Antropología e Historia de México. vir en él y a combatirlo, no sólo como individuo, sino Colombia. En su condición de Constituyente, presentó iniciativas ten-
muy especialmente como miembro de una colectividad dientes a garantizar el reconocimiento de los indígenas como ciudada-
Su relación de trabajo con Guambía data de 1983. En ese año, con el fin sometida al mismo”.
de apoyar al pueblo guambiano en la búsqueda de caminos para recu- nos con plenos derechos, sus derechos como pueblos, sus territorios
perar su historia, es decir, para entender su pasado como mecanismo de La primera parte del libro está centrada en el proceso de como entidades político-administrativas de la República, sus sistemas
fortalecimiento de su sociedad actual y futura, inició una investigación apropiación de las tierras y el trabajo indígenas, a través de gobierno propios, su propia jurisdicción, sus idiomas, sus propios
arqueológica en su territorio. Ésta se adelantó en coordinación con el de los sistemas de hacienda y terraje, que llevó a la sistemas de educación y, en fin, su cultura toda.
Cabildo y con la permanente participación de representantes de la desvertebración del territorio y de la comunidad guam-
biana. Esta parte de la historia muestra cómo las condi- Entre 1994-98 actuó como Senador de la República en representación
Comunidad, en todos los campos. Pensando en divulgar los resultados
ciones de opresión propias de la terrajería generaron un de los pueblos indígenas; en esa calidad presentó proyectos e impulsó y
obtenidos hasta ese momento dentro del sistema educativo guambiano,
movimiento que buscaba eliminar la esclavitud y miseria defendió iniciativas relacionados con la defensa de la diversidad cultu-
en 1992 se publicó la cartilla Mananasrik w weetotraik kko
waan w on.
sufrida por los terrajeros, y que los llevó a una dura ral y biológica en nuestro país.
Sus escritos sobre este trabajo arqueológico incluyen: En B Bu
usca ddee llaas lucha por recuperar las tierras que les habían sido arre-
Su pensamiento sobre estos temas esta consignado en varias publicacio-
Huellas de los Antiguos Guambianos: Investigación Arqueológica en el batadas por los terratenientes.
nes de sus intervenciones en reuniones nacionales e internacionales,
Resguardo ddee G
Guuambía (tesis de grado, Universidad Nacional, Bogotá);
Una segunda parte narra las experiencias personales del como las Conferencias de las Partes del CDB; el Foro Internacional de
Arqueología en el Resguardo de Guambía: una experiencia en investiga-
autor. Allí está expuesta su vida desde que nació como los Países Andinos y Amazónicos sobre Biodiversidad, y otros. También
ción histórica desde la comunidad (Jornadas Internacionales de Arqueo-
logía de Rescate III, Venezuela); Investigación Arqueológica en el Res-
hijo de terrajeros, su proceso de formación y aprendizaje, LORENZO MUELAS HURTADO existen publicados múltiples documentos de su autoría, en revistas y
su experiencia como terrajero, jornalero y finalmente libros especializados, compilados en Colombia y en otros países de
guardo de Guambía, y Huellas de Pishau en el Resguardo de Guambía:
como extraño en las nuevas tierras a donde su familia se C O N L A C O L A B O R A C I Ó N D E Latinoamérica.
ensayando caminos para su estudio (B B o l e tí n Museo ddeel O
Mu Orro, Nos. 22 y
vio forzada a desplazarse.
31, Bogotá); y, en co-autoría con los investigadores guambianos Cruz
Trochez Tunubalá y Miguel Flor Camayo, En B usca ddee llaas H
Bu Huuellas ddee La parte final del libro comprende los últimos treinta
Martha L. Urdaneta Franco Actualmente disfruta de las tierras que lo vieron nacer y crecer, donde
vive y trabaja en la recuperación de variedades tradicionales de alimen-
los An
Anttiguos G
Guuambianos (FIAN, Bogotá). años de terrajería en territorio guambiano, y los procesos tos, y donde produce de manera limpia, es decir, sin agroquímicos, la
de lucha que generaron la organización indígena que comida suficiente para su propia supervivencia, la de sus vecinas águilas
En los últimos trece años colaboró con Lorenzo Muelas Hurtado en la conocemos actualmente en el Cauca y, a partir de ello, la y la de los osos de anteojos que lo visitan desde hace algún tiempo.
investigación y puesta en forma de este libro, y entre 1994-98 lo acom-
recuperación de su territorio. INSTITUTO
pañó en sus labores en el Senado de la República, haciendo parte de su
COLOMBIANO DE
Unidad de Trabajo Legislativo.
ANTROPOLOGÍA
E HISTORIA
La
J U N TA N D O R E C U E R D O S
fuerza
SOBRE LA TERRAJERÍA
de la
EN GUAMBÍA, COLOMBIA
gente
La
J U N TA N D O R E C U E R D O S
fuerza
SOBRE LA TERRAJERÍA
de la
EN GUAMBÍA, COLOMBIA
gente
Lorenzo Muelas Hurtado
C O N L A C O L A B O R A C I Ó N D E
isbn 958-8181-26-7
Asistencia Editorial
Daniel Manjarrés
Diseño y Diagramación
Camila Cesarino Costa (Elograf Ltda.)
Impresión
Imprenta Nacional de Colombia
Fotos
Las fotografías de las acuarelas de Henry Price
fueron tomadas por Rudolph, del libro de Jaime Ardila
y Camilo Lleras, Batalla contra el Olvido.
Las fotos anónimas fueron tomadas de : Archivo familia Muelas (portada, pp.
161, 165, 187, 251, 302, 375/443); Exposición Casa Cabildo de Guambía (pp.
71, 188, 501, 503, 514); Segundo Ulluné (p. 336).
Mapas
Bárbara Muelas Hurtado
Manuel Pérez
Dibujos
Bárbara Muelas Hurtado
El Icanh no se hace responsable por las opiniones emitidas por los autores
[6] l a f u e rz a d e l a g en te
Contenido
Reconocimientos 13
1 Nuestros orígenes 26
c o n t e n i d o [7]
3 La terrajería que nos tocó vivir
a los que aún estamos vivos 110
Ambaló 196
Los recuerdos de Abelino Calambás 200
Lo que Efraín Pechené guarda en su memoria 206
[8] l a f u erz a de l a g e n te
Las personas que rodearon
el contorno de mi vida 249
La abuela Rufina murió de frío 253
Mi papá 254
c o n t e n i d o [9]
Mi amigo Belisario, el paez 343
Belisario me enseñó a cultivar, a cazar y a pescar 344
La bajada de la chucha 348
[10] l a f u e rz a d e l a g en te
Taita segundo tunubalá y
la 1ª insurrección guambiana 500
c o n t e n i d o [11]
[12] l a f u e rz a d e l a g en t e
Reconocimientos
Esta historia se armó juntando a mis recuerdos los que aportaron las
siguientes personas:
1
La primera mención es de la fecha y lugar de la entrevista.
r e c o n o c i m i e n t o s [13]
Juan Calambás Sánchez, 2001, Morales, expulsado por
Aurelio Mosquera de Chimán.
Julio Tunubalá Calambás, 2001, Morales, nacido en 1921,
expulsado por Mario Córdoba de Chimán.
Lino Calambás, 2001, Santiago, terrajero de Las Mercedes.
Manuel Jesús Muelas, 2000, Michambe, nieto de Luciano
Muelas.
Manuel Jesús Tumiñá, 2000, Michambe, nacido en 1923;
hijo de terrajeros en la época de los Concha.
Otros indígenas
Mi familia
[14] l a f u e rz a d e l a g en te
Otros
r e c o n o c i m i e n t o s [15]
[16] l a f u e rz a d e l a ge n te
De cómo se armó este relato
d e c ó m o s e a r m ó e s t e r e l a t o [17]
grabaciones de sus recuerdos más sentidos, desde su niñez has-
ta cuando fue elegido gobernador de Guambía, en 1985. Porque
la idea era que la médula de la obra fuera la propia historia de
Lorenzo, narrada con la ayuda de una serie de entrevistas que cu-
brieran desde su nacimiento hasta el momento en que el movi-
miento indígena logró plasmar en el mundo legal colombiano
que las tierras de hacienda trabajadas mediante el terraje eran
de los indígenas, y que el proceso de ‘invasión’ era en realidad
uno de ‘recuperación’.
Su archivo de casi 300 horas de grabaciones corresponde a
reuniones de autoridades, y asambleas de base, dentro de co-
munidades guambianas, paeces y pastos particularmente, pue-
blos estos en los que se originó lo que años después vino a co-
nocerse como Movimiento de Autoridades Indígenas de
Colombia. Inicialmente pensé que este material estaba relaciona-
do principalmente con el desarrollo del movimiento indígena en
las décadas de 1970 y 1980, pero luego quedó claro que la mayor
parte correspondía a actividades posteriores a 1985.
Por ello, cuando más adelante el proceso de elaboración del
texto nos llevó a decidir que éste sólo incluiría el período de vida
de Lorenzo hasta que fue gobernador de Guambía, optamos por
guardar la mayor parte del material grabado para un trabajo
posterior, que cubra desde su actuación como tal, hasta cuando
fue elegido como integrante de la Asamblea Nacional Constitu-
yente y luego como Senador de la República.
Trabajamos periódicamente durante casi trece años, con lar-
gos intervalos de interrupción, siendo el mayor de ellos el perío-
do en que Lorenzo debió representar a los pueblos indígenas en
el Congreso de la República. Durante ese tiempo, además de en-
contrarnos demasiado ocupados con las labores propias de su
cargo, él decidió que mientras tuviera tal responsabilidad debía
tener la cabeza clara y el corazón muy fuerte, y recordar sus años
de infancia y juventud lo desgarraba profundamente. Era casi
como pasar por un proceso de sicoanálisis, sin sicoanalista para
darle una mano.
En los fragmentos de tiempo que pudimos dedicarle a tra-
bajar el libro, nos sucedió que entre más hablábamos y grabá-
bamos, más sentíamos la necesidad de escuchar a otra gente,
[18] l a f u e rz a de l a g en te
especialmente antiguos terrajeros que aún estaban por ahí. Es así
como comenzamos una labor de recolección de testimonios de
lo vivido por muchos dentro de esta cruel institución de la
terrajería, en la cual, entre más aspectos aclarábamos y anotá-
bamos en el papel, más se nos agrandaba la necesidad de seguir
complementando los recuerdos de Lorenzo con los de otros, para
así lograr una visión más de conjunto sobre lo que estaba pa-
sando por aquellas épocas de las que él hablaba. Por eso el pro-
ceso de escribir este texto se volvió interminable, y eventualmente
tuvimos que ponerle un límite a la brava: hasta aquí y no más. Pero
a pesar de esa decisión, aún hoy, cuando escribo estas líneas sobre
el texto ‘terminado’, Lorenzo anda por Guambía ¡entrevistando a
alguien que puede hablar de cierto asunto que no quedó claro!
Y así, la idea de una ‘autobiografía’, limitada al punto de vis-
ta y los relatos de Lorenzo, poco a poco fue quedando superada,
aunque no la intención de que en este escrito primara la visión
suya sobre las diversas situaciones. Su narración se fue enrique-
ciendo con la perspectiva que sobre los mismos momentos y
acontecimientos tienen su familia, parientes y relaciones más
cercanas, así como otros terrajeros que vivieron experiencias si-
milares o complementarias.
Al principio hicimos varias entrevistas juntos, pero posterior-
mente discutimos y acordamos el objetivo de cada una de ellas,
quedando su realización a cargo de Lorenzo. Entre 1991 y 2003
se entrevistaron muchos terrajeros o familiares suyos, como
también algunas personas de ‘tierra libre’, quienes aportaron la
visión que los guambianos del Resguardo tenían de los
terrajeros. A todos ellos se les explicó el objetivo de las con-
versaciones, y todos los que suministraron información incor-
porada en este texto estuvieron de acuerdo sobre la importancia
de sacarla a la luz pública, para beneficio de las nuevas genera-
ciones. Se incluyeron también apartes de tres entrevistas reali-
zadas en 1989 por Cruz Trochez y Miguel Flor, en las que yo par-
ticipé. Varias de estas personas ya no se encuentran con nosotros;
murieron poco tiempo después de que sus recuerdos quedaran
registrados. De la mayor importancia fue la participación de la
familia inmediata de Lorenzo, especialmente de sus hermanos
Luis Ortega, Jacinta, Pedro y Bárbara Muelas, quienes todo el
d e c ó m o s e a r m ó e s t e r e l a t o [19]
tiempo aportaron nueva información y diferentes enfoques de
los hechos vividos por todos.
En un largo y enredado proceso por encontrar la mejor ma-
nera de presentar los relatos, tanto de Lorenzo como de las de-
más personas, poco a poco fui armando un texto que intentaba
tener un cierto orden cronológico. Éste era revisado por Loren-
zo de manera permanente, para su aprobación tanto del ordena-
miento que iba adquiriendo el material, como de las ediciones
al mismo. Los dos teníamos claro que, aunque la tarea de escribir
tenía que adelantarla yo, él debía mantener el control sobre el
enfoque, el contenido y la forma de relatar la historia.
Siempre busqué respetar el conjunto del pensamiento de
cada persona, así como su manera de contar las cosas. No obs-
tante, ocasionalmente el material fue editado, con el visto bue-
no de Lorenzo, cuando consideré que ello era necesario para una
mejor comprensión y fluidez de los relatos. Sin embargo, por tra-
tar de no fragmentar mucho las narraciones, el margen de flexi-
bilidad para armar no era muy grande, por lo que a veces el tex-
to no resulta tan fluido como hubiéramos querido.
Las charlas con Lorenzo y con algunos miembros de su fa-
milia se hicieron casi siempre en castellano; pero la mayor parte
de las entrevistas con otras personas fueron hechas en lengua
guambiana. Debe quedar claro entonces que la mayoría de las
narraciones hechas por personas diferentes a Lorenzo están re-
latadas de la manera como él se expresa en castellano, pues fue-
ron suyas las traducciones.
A medida que íbamos construyendo el texto me golpeaba
cada vez más lo cíclica que parecía ser la historia de los terrajeros
guambianos. Casi nunca nadie, incluyendo al mismo Lorenzo,
daba fechas precisas para nada, y terminábamos sin saber si se
estaba hablando de hechos ocurridos en el siglo 19, o en cuál
década del siglo 20. Los terratenientes específicos también pa-
recían carecer de importancia en muchos casos, y a veces ni si-
quiera sabían de algunos de ellos; en cambio, como descubrimos
posteriormente, pensaban que había sido patrón quien nunca fue
propietario, y con frecuencia tenían mayor conocimiento de los
mayordomos y administradores, con quienes tuvieron un con-
tacto más directo. Y como la realidad parecía ser siempre la mis-
[20] l a f u e rz a de l a g en te
ma: los mismos terratenientes abusivos, las mismas expulsiones,
las mismas quemas de ranchos, las mismas destrucciones de
cultivos, el mismo comportamiento feudal, parecía como si la
historia vivida por los terrajeros siempre se hubiese repetido,
siempre hubiera sido la misma.
La historia de los guambianos, desde su perspectiva, se co-
menzó a escribir no hace mucho, casi a la par con el inicio de la
recuperación de sus tierras. En ese entonces ellos tomaron la de-
cisión de buscar las huellas de sus antepasados, en un intento por
recuperar su historia, con miras a contribuir al fortalecimiento
de su sociedad actual. Pues como se dice en Guambía, “el futuro
está atrás, en las huellas de nuestros antepasados, y recuperarlas
significa abrirse con mayor claridad el camino hacia adelante”.
En ese proceso se comenzó a trabajar la historia más antigua, la
de antes de la llegada de los españoles, a través de la arqueología
y la tradición oral (ver Urdaneta 1987, 1988, 1991 y Trochez, Flor
y Urdaneta, 1992). En este trabajo no se tocan esas épocas, pues
la terrajería es un fenómeno post-Conquista, que se debe estu-
diar principalmente a partir de los recuerdos que la gente aún
guarda en la memoria, y de documentos de archivo.
Varias personas, incluyendo algunos guambianos, han traba-
jado crónicas y archivos en Popayán y Quito, para conocer lo que
quedó registrado desde el momento en que los españoles inva-
dieron su territorio y su vida. Por ello se sabe del robo de sus
tierras a través de mercedes, composiciones y haciendas, y de la
explotación de su trabajo mediante encomiendas, mitas y demás.
Pero de la terrajería no se conoce con precisión la manera como
se originó, ni el momento exacto en que ello sucedió. Es posible
que sus antecedentes se encuentren en la mita y que se haya es-
tablecido en el siglo 18, cuando ésta terminó, y se fortaleció la
hacienda, como se plantea en el texto.
Lo que sí se sabe es que la terrajería se implantó en Guambía
en las tierras más bajas y planas, conocidas como Gran Chimán.
Éstas, las mejores desde el punto de vista agrícola y pecuario,
fueron las que los españoles y sus descendientes se apropiaron y
luego convirtieron en haciendas. La terrajería es un sistema de
trabajo algo similar al arrendamiento agrícola, mediante el cual
un hacendado hace uso gratis del trabajo indígena, a cambio de
d e c ó m o s e a r m ó e s t e r e l a t o [21]
la cesión de un pequeño lote de terreno dentro de la hacienda.
Pero la gran diferencia entre el arrendamiento y la terrajería es
que ésta última se adelanta sobre un territorio que originalmente
pertenecía a la comunidad indígena, y que le fue usurpado por
una cadena de terratenientes, quedando entonces sus dueños le-
gítimos “como terrajeros de los robadores de la tierra”. Por eso
un terrajero o terrazguero no es lo mismo que un arrendatario,
quien voluntariamente viene de fuera de la hacienda a vender su
trabajo, a cambio de un pedazo de tierra que nunca ha sido suyo.
Es decir, el arrendatario hace un contrato con el hacendado,
mientras que al terrajero se le impone la condición de tal, des-
pués del hecho cumplido de la expropiación de su tierra. La for-
ma generalizada de pago del terraje es en trabajo, pero, al igual
que el arrendamiento, éste también puede pagarse en dinero.
Como ya quedó dicho, la fuente principal de información
para este texto fue el testimonio oral. Pero decidimos buscar otras
fuentes, fuentes de blancos, fuentes escritas, que nos permitie-
ran ubicar la historia del misak, de los guambianos, en un con-
texto temporal con medidas. Fue así como, siempre juntos, co-
menzamos a consultar archivos: el Archivo General de la Nación,
el Archivo Central del Cauca, el de las Cortes de la Nación, el de
la Parroquia de Silvia, la Registraduría de Silvia, el incora, y
hasta un pequeño archivo de documentos y de prensa que tie-
nen las hermanas de Lorenzo.
Hicimos todo lo posible por armar la historia de la posesión
territorial, incluyendo los aspectos jurídicos, de la región en la
cual Lorenzo y su familia fueron terrajeros, con miras a precisar
fechas, personajes y hechos involucrados en el relato. En un in-
tento por determinar los motivos objetivos que tuvieron que ver
con algunos hechos, como el recrudecimiento de los lanzamien-
tos por parte de los terratenientes en ciertos momentos, trata-
mos también de entender —sin pretender hacer análisis profun-
dos— un poco del mundo legal y económico que vivía el país
en general, en los diferentes momentos de la historia.
Los documentos que logramos encontrar nos fueron ayudan-
do a aclarar y a ubicar en momentos específicos del tiempo algu-
nos sucesos que se destacaban en los recuerdos de Lorenzo y los
demás terrajeros.
[22] l a f u e rz a d e l a g en te
Las investigaciones en los archivos y el estudio de los docu-
mentos encontrados en ellos fueron realizados de manera conjunta
entre Lorenzo y yo. Aunque la redacción de estas partes corrió por
mi cuenta, los textos correspondientes fueron leídos, analizados,
corregidos y aprobados por Lorenzo. Vale anotar que en las citas
incluidas se mantuvo la ortografía original de los documentos.
El texto final quedó dividido en dos grandes partes, en las
cuales el narrador es Lorenzo. Los relatos suyos son la columna
vertebral del mismo, mientras que las narraciones de las demás
personas fueron editadas e incluidas como citas, excepto algu-
nas que se incorporaron de manera continua casi en su totali-
dad, en apartes subtitulados ‘los recuerdos de fulano de tal’ o ‘zu-
tano habla sobre tal cosa’. Cuando hubo necesidad de hacer
aclaraciones adicionales, introduje notas a pie de página.
La primera parte, que incluye los capítulos 1, 2 y 3, está cen-
trada en el proceso de apropiación de las tierras y el trabajo in-
dígenas, a través de los sistemas de hacienda y terraje, que llevó
a la desvertebración del territorio y de la comunidad guambiana.
Esta parte de la historia muestra cómo las condiciones de opre-
sión propias de la terrajería generaron un movimiento que bus-
caba eliminar la esclavitud y miseria sufrida por los terrajeros y
que los llevó a una dura lucha por recuperar las tierras que les
habían sido arrebatadas por los terratenientes.
Los diversos acontecimientos, para las épocas más antiguas
que se tocan en el texto, es decir, finales del siglo 18 y siglo 19, fue-
ron hilvanados con lo poco que hemos encontrado en los docu-
mentos de archivo, mientras que para el siglo 20 se les dio segui-
miento tratando de ubicar temporalmente los relatos de Lorenzo
y la demás gente, los cuales, hasta donde fue posible, se comple-
mentaron con información de archivo; todo ello nos permitió
lograr un cierto contexto territorial, económico, y político para
la vida de Lorenzo.
Y así, poco a poco, fuimos armando el proceso, hasta llegar
al momento que a Lorenzo mismo le tocó vivir. Su vida encarna
la de muchos indígenas, sobre todo la de los terrajeros del
Cauca, y muy particularmente la de los terrajeros guambianos.
Para todos ellos el contacto con los blancos fue permanente,
pero la suya fue una relación servil, sin amistad ni intimidad,
d e c ó m o s e a r m ó e s t e r e l a t o [23]
desarrollada en las escasas palabras conocidas de un idioma
extraño, que no logró penetrar su pensamiento, creencias, o
tradiciones. A pesar de esa relación constante, su vida cotidia-
na en realidad se desarrollaba de manera aislada del mundo blan-
co. El contacto era restringido; se limitaba a la recepción de ór-
denes de trabajo, bien fuera del terrateniente o sus representantes,
o del cura, a las negociaciones en el mercado de los pocos pro-
ductos que bajaban al pueblo, al seguimiento de instrucciones
cuando los llevaban a votar. La iglesia y la escuela sí lograron
penetrar bastante el pensamiento indígena; no obstante, su
mundo tradicional logró mantenerse en gran medida. El impacto
mayor sobre su cultura se produjo cuando los terrajeros debie-
ron abandonar sus tierras y en los nuevos lugares tuvieron que
vivir entre gente diferente a ellos, que no era guambiana, debie-
ron cambiar de lengua, de forma de vestir, adaptarse a nuevos
climas, nuevos cultivos, nuevas formas de hacer las cosas.
Pero mientras se mantuvieron dentro de su territorio, vivien-
do entre su gente, lograron mantener fuerte su propio
pensamiento y su vida tradicional.
En los capítulos 4, 5, 6, 7 y 8 de la segunda parte, se narra esa
cotidianidad en las vivencias de Lorenzo. Allí está expuesta su
vida desde que nació como hijo de terrajeros, su proceso de for-
mación y aprendizaje, su experiencia como terrajero, jornalero
y finalmente como extraño en las nuevas tierras a donde su fa-
milia se vio forzada a desplazarse.
Toda esta parte del texto está claramente ubicada en el tiem-
po y corresponde a una transcripción textual, con algunas edicio-
nes y algo de reordenamiento de la información, de las conver-
saciones grabadas con Lorenzo sobre su vida.
La parte final de esta segunda parte y del libro, o sea el capí-
tulo 9, comprende los 30 años finales de terrajería en territorio
guambiano, y los procesos de lucha que generaron la organiza-
ción indígena que conocemos actualmente en el Cauca, y a par-
tir de ello la recuperación de su territorio. Estos últimos años de
terrajería se cuentan en gran medida a través de las vivencias
personales de Lorenzo y su familia, particularmente de la parti-
cipación de Jacinta, la hermana mayor, tal y como ella recuerda
los hechos.
[24] l a f u e rz a d e l a g e n te
Por último, se elaboró un vocabulario en el cual se tradujeron
las palabras guambianas, en su mayoría topónimos, incluidas en
el texto. También se introdujo un glosario de términos en caste-
llano utilizados en el texto, los cuales no se encuentran en la úl-
tima versión del Diccionario de la Real Academia de la Lengua
Española y que podrían prestarse a confusión.
d e c ó m o s e a r m ó e s t e r e l a t o [25]
1
Nuestros
orígenes
Los hijos del agua 2
2
Versión del Piuno, escrita por Bárbara Muelas Hurtado, con base en las mu-
chas que de esta historia sobre los orígenes del pueblo guambiano hay en su tra-
dición oral.
3
En el Glosario se encuentran los nombres de los poblados actuales.
[28] l a f u e rz a d e l a g en te
Entonces apareció el patakalu. Bajaba una nube negra y de ella
cayó el aguacero. Y empezaron a germinar las semillas origen de los
primeros alimentos. De allí vienen todas las variedades silvestres, o
del kallim, de papa, ulluco, maíz, arracacha, plátano, ají, uchuva,
mauja, alegría, y verdolaga. Todos estos cultivos requerían de al-
guien que los cuidara, que los trabajara, para que crecieran y produ-
jeran. Pero entonces no había quien cuidara, ni mandara, ni hiciera
nada. No existía quien pensara. No había quien lo hiciera. Por eso
pensaron en crear gente.
Como era el pensamiento de pishimisak, desde siempre y por
siempre los ríos han sabido parir y procrearon muchos hijos del
agua a quienes denominaron pishau. Pero hacían falta personas
sabias que dirigieran y pudieran ordenar con autoridad, organizar y
enseñar la ciencia y pensamiento propios. Así fue como pensó
también crear los kasik.
Después de mucho tiempo, como Mama Chuminka era podero-
sa y era el pishimisak, pensaba cosas muy grandes. Desde entonces
cuidaba la mata de coca y, como era tan sabia, con ella empezó a
hacer sus ceremonias, para que sus hijos kasik llegaran y vivieran
en paz y armonía en esta tierra.
Como ella sabía que iba a parir el río, juntó 4 hojas de
verdolaga, 4 cogollos de alegría, 4 granos de maíz capio, 4 pepas de
yacoma blanca y las lanzó 4 veces a su derecha y 4 a su izquierda,
pidiéndole al espíritu de la naturaleza que los hijos que llegaran a
esta tierra pudieran vivir en paz y en armonía con ella.
De ahí viene que la mujer se guarde 4 días al mes, bañarse 4 días
después del parto, la restricción de no comer sal 4 días, bañarse 4 días
en el río, hacer 4 tambores, bailar 4 veces la primera vez, tomar los
remedios durante 4 días, sembrar 4 granos de maíz, estar 4 en el
momento del matrimonio, dar la vuelta en 4 esquinas en el baile
negro, y lanzar el agua 4 veces. Y de no hacer todo esto, ni el espíritu
de nuestra naturaleza, ni la gente que vendrá, podrán estar en paz.
Las dos grandes lagunas que se encontraban una frente a otra
formaban una pareja, como marido y mujer. Por eso el río podía
parir, y sus hijos ser criados por sus progenitores pishimisak y
kallim.
Para cuando llegaran los hijos paridos por el agua, alistaron
cuatro mudas de ropa recién tejida, unas ollitas nuevas y sombreros
guambianos para tapar las ollas, además del wañuktsi o planta
rendidora, y el rejo para enlazar y sacar a los niños del agua. Como
n u e s t r o s o r í g e n e s [29]
pishimisak era tan sabia, sabía a qué horas vendrían los niños y se
fueron a esperarlos a la orilla del río.
Aunque era tiempo de páramo, la noche estaba brillante,
estrellada y tan fría que cayó helada, y los que fueron a esperar se
cubrieron con tsitso o capipaja, para protegerse del frío. Ya tarde en
la noche, en el sronkatsiksro, horizonte donde se oculta el sol, empezó
a relampaguear y se escucharon suaves y lentos truenos. Era el
srekollik que presenciaba también la llegada de los kasik piurek, hijos
del agua.
Toda la noche esperaron haciendo sus ceremonias, para s entir
cuándo vendrían los niños. Amanecía el domingo y ya estaba
clareando; era una mañana silenciosa. Dicen que de pronto empezó
a hacer un viento frío. Y antes de amanecer, arriba muy adentro en
la montaña, se escuchó el resquebrajar de árboles, y un gran ruido.
Era un derrumbe que venía.
Junto con éste venían grandes piedras cayendo por la cañada,
que, al golpearse entre si, producían un suave sonido de tambor que
hacía eco entre los cerros. Y en las orillas del río se quebraban
plantas de flauta y chusque por las que entraba el viento silbando,
creando un bello sonido de tonos altos y bajos, como el que se
escucha cuando dos personas tocan flautas. Y, con el tambor, éstas
dieron inicio a la música de flauta y tambor. Junto a ellos se escuchó
también el llanto de los niños, que venían acompañados de esa
melodía.
Ese mismo domingo, ya casi de día, esperaban atentos; cuando
de pronto, bien envuelto en un hermoso chumbe de colores, venía
un niño llorando sobre bejucos que simulaban una balsa flotando
en el pishau, la basura del agua cristalina que corría rápidamente con
la presión del derrumbe.
Como lo estaban esperando, rápidamente lo enlazaron con los
rejos que habían alistado. Y al sacarlo vieron una hermosa niña que
llenó de alegría a Mama Chuminka. Atrás venía el otro, que era un
niño. Lo sacaron rápidamente, antes que bajara el gran derrumbe y
lo tapara. Tan pronto lo sacaron, pasó el agua sucia con olor a
sangre, armando un gran estruendo.
Venía atardeciendo el mismo día. Era el día de llevar los
animales a beber en el salado. Por el valle era verano y estaba el sol
ardiente; arriba en el kausro caía un fuerte páramo con viento.
Sobre la mezcla del viento con el páramo volaban miles y miles de
utsolekilli o tiusilli, pájaros que daban vueltas y vueltas danzando en
[30] l a f u e rz a d e l a g en te
forma cónica, como un remolino de viento, y entre ellos iba uno que
los guiaba y dirigía los movimientos de la danza. Y lo hacían en
honor a los niños que acababan de llegar porque ellos llegarían a ser
los grandes dirigentes kasik.
También salieron dos grandes arcos de lindos colores para
acompañar a los niños recién llegados. Esos arcos salieron como
buen augurio para el futuro. Observándolos siempre y por siempre,
las generaciones vivientes harían su s a tuendos: los hombres los
sombreros de finos colores y las mujeres las ruanas y anacos con sus
listas color arco iris. Así fue que aparecieron para enseñarnos.
Los sacaron uno a uno, envolviéndolos en ropas nueva s , después
de colocarles la planta rendidora en el ombligo, para que en el
futuro fueran hábiles y su mano rendidora. Después los colocaron
en unas ollas nuevas, calientitas, que taparon con tampalkuari o
sombreros guambianos. Entonces buscaron madres para ellos, para
que los amamantaran. ¡Pero nada que crecían! Crecían
muy l entamente. Se murió una de las madres y consiguieron otra, y
otra, hasta completar cuatro. Hasta que por fin crecieron.
Por crecer lentamente, fueron fuertes, grandes personajes
conocedores de la paz, de la unidad, de la armonía, del bienestar, del
trabajo, de cómo proteger las tierras, de cómo recibir a los blancos.
Todo lo sabían sin que en ninguna casa les hubieran enseñado nada.
Y luego, el mismo pishimisak les puso nombres. A la niña la
llamó Mama Manela Karamaya y al niño Mutauta Kasik. Así ha
sabido hacerlo.
El niño creció en grandeza, en medio de toda la gente. Pensaba
bien, ayudaba bien, hablaba bien y enseñaba bien, dondequiera que
él estaba. A todas partes llegaba montado en un bonito caballo
zaratano, con montura de oro. Así ha sabido andar.
Ese gran personaje era el que habría de dirigir a toda la gente.
Por eso lo llamaron Mutauta Kasik. Cuando llegaron los blancos,
cambiaron ese nombre por “cacique”. A la niña, quien también era
una gran mujer, la pusieron Mama Manela Karamaya. Ella conocía
más y pensaba mejor que él, y es por eso que le dieron tres nombres.
Desde entonces vienen los nombres como tata illimpi, mama keltsi,
tata ankuchu, isik tumpe, tata pintsu, tata pantso, tata almenta, mama
tesha, tata kina. Así han sabido poner los nombres, de dos en dos.
Cuando el Mutauta Kasik ya era adulto, llegaron los blancos y
empezaron a matar a los kasik de otras partes. Pero a él no le había
pasado nada. Siempre andaba volteando por todas partes, montado
n u e s t r o s o r í g e n e s [31]
en su caballo zaratano con silla de oro, ayudando a la gente. Y no se
dejaba ver, ni coger. Así ha sabido andar.
Pero una vez, a uno de los suyos, conocedor de todas sus
andanzas, le preguntaron los blancos dónde estaba el cacique. Y él,
sin imaginarse para qué era, les informó dónde estaba. Por eso los
blancos lo cogieron en medio de la gente, con su caballo zaratano
con silla de oro.
Lo cogieron en el plan de Mama Manela Karamaya, donde se
encontraba rodeado de mucha gente.
A la vista de todos, lo cogieron para matarlo, junto con su
caballo de la silla de oro. Y el Mutauta Kasik expresó lo siguiente a
sus hijos, a su gente: Yo les he hablado mucho a ustedes, pero mis
palabras no fueron muy bien recogidas. Por eso me han entregado.
Así mismo han de entregar las tierras y todo lo que hay en ellas.
Presiento con tristeza que podrían perderlo todo.
Pero pase lo que pase, qué vamos a hacer; no se atemoricen por
nada y, en adelante, no vayan a estar derramando lágrimas. Siempre
párense firmes, piensen bien, hagan cosas buenas, y estén unidos. De
esta manera les dio un enérgico consejo lleno de coraje.
Mientras les hablaba de esta manera, sosteniendo el bastón de
mando en la mano, de pronto comenzaron a caer como gotas de
lágrimas. Junto con su caballo zaratano, empezó a desvanecerse,
convirtiéndose en agua, a la vista de su gente y de los blancos. Volvió
a ser agua. Y así fue como desapareció, para nunca más volver. Así
fue como finalizó. En ese sitio del Nuyapalo, como huella de lo
ocurrido, existe un ojo de agua cristalina.
Ese mal nos aconteció. Pero como eran dos, Mama Manela,
aunque quedó solita, con gran firmeza hizo muchas cosas con la
gente: enseñó a trabajar en grande, a cultivar la tierra, y fue la
primera que nos enseñó a sembrar el agua. Viendo que era bueno,
como era nuevo, enseñó también a sembrar el trigo. Asumió todas
las responsabilidades que tenía el Mutauta Kasik. Andaba siempre
de prisa y era aún más hábil que él para pensar y ayudar.
Constantemente decía que las mujeres deben ser fuertes, como los
hombres, en pensamiento y acción. Nos enseñó que a los niños hay
que llevarlos al Matsorektun, sitio sagrado de los jóvenes, para que
aprendan del profundo respeto debido a esos lugares; también que
hay que construir el michiya para las ceremonias de las adolescentes.
Nos explicó además que siempre hay que saludar a la gente, para
enterarnos de qué lejanías vienen, de lo que acontece y de cómo han
[32] l a f u e rz a d e l a g e n te
estado; también que hay que contestar correctamente los saludos.
Así ha sabido enseñar y aconsejar.
Cuando ya se hizo abuela, después de tanto vivir, los blancos
quisieron atraparla también. Se murmuraba entre la gente que ya
venían a cogerla, y a lo lejos se escuchaba el tropel de los caballos
que parecían acercarse. Al oírlos, ella empezó a organizar sus cosas.
Detrás de su Nuyapalo, en la peña, entre las rocas, tenía construida
ya una entrada, desde donde seguía un camino hacia la laguna,
porque esa era su casa. Cargó sus cosas y se fue caminando hasta
llegar a esa puerta, por donde entró. Pero antes habló y dijo: Yo me
voy por siempre para el kansro, para el más allá, porque mi casa es la
laguna y allá regresaré. Algún día vendremos a verlos y esperamos
encontrarlos en paz y armonía. Y diciendo así, desapareció.
Y así fue como los cuerpos de los hijos del agua se acabaron.
Pero los espíritus siempre están en medio de la gente, porque ellos
vienen cada año, en el mes de las ofrendas, a compartir los
alimentos con todos. Además, porque ella dijo que vendrían a
mirarnos, para ver si estábamos cumpliendo con las enseñanzas que
dejó: hacer los rituales, cultivar la tierra para que no falte la comida,
enseñar a las nuevas generaciones todo lo que ella enseñó, y vivir
unidos. Y han quedado en venir a vernos para ver si cumplimos con
todo esto. Por eso, algún día volverá a parir el agua, para que los dos
puedan volver. Regresarán a juzgar lo que han hecho sus
descendientes en su ausencia.
n u e s t r o s o r í g e n e s [33]
2
Las épocas
más antiguas,
surgimiento
de la terrajería
y las primeras
luchas
Mapa 1 Ubicación del Departamento del Cauca en Colombia
Hay que hablar la historia
4
Aunque al menos en las primeras décadas del siglo 18 los guambianos habían
sido involucrados en el mundo monetario, al exigírseles pagar un tributo a la
Corona en dinero y al obligárseles a trabajar como mitayos, recibiendo un pago
que era parcialmente en dinero, lo cierto es que sólo el cacique, actuando como
representante de los indígenas, recibía ese dinero, y lo hacía sólo para pagar el tri-
buto de la colectividad. En un pleito de 1733 entre los indígenas guambianos y la
familia Fernández de Belalcázar, la exigencia del cacique para que el pago por el
trabajo de los mitayos guambianos se hiciera totalmente en dinero, excluyéndose
la ración de alimentos como era la ley (Archivo Central del Cauca, Libro Capitular
de 1733), se debe entender no como un interés en el mundo monetario —ya que
este dinero iba directamente al pago del tributo—, sino como una forma de defen-
derse de un sistema que añadía injusticia y explotación al ya implícito en la mita,
puesto que la ‘ración’ no les era entregada completa y la que les entregaban estaba
compuesta principalmente de coca.
[38] l a f u e rz a de l a g e n te
En esas épocas no tomaban café, sino chicha producida del
maíz, que mantenían en un cántaro al lado del fogón. Con el
transcurrir de los tiempos llegó el café y la panela, pero como
el café costaba plata, al que lo tomaba lo miraban como hoy en
día al que toma aguardiente; eso era feo, decía la gente. Consi-
deraban que tomar café era un vicio.
Cuando ya tuvieron contacto con los blancos, éstos les
enseñaron a comercializar y empezaron a manejar la plata. Sin
embargo no se sentía necesidad de ésta porque no tenían que
comprar trapos ni comida, pues ellos mismos hacían su ropa, y
comían de lo que producían. Tampoco sabían la plata para qué
era; veían que era bonita, pero no más. En las épocas en que de-
jaban trabajar, mucha de nuestra gente guardaba los billetes y
monedas que obtenían por la venta de lo que producían, pues
no sabían qué hacer con ellos. A algunos les robaron, otros en-
terraron monedas y allí se quedaron. Otros más llegaron a reco-
lectar mucho papel billete, que finalmente perdieron. Así le pasó
a Pedro Muelas, sobrino de mi bisabuelo paterno.
5
La familia Muelas conserva aún algunos de los billetes en cuestión, los cuales
corresponden a una emisión hecha el 1º de Octubre de 1900 por El Banco del
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [39]
Billete emitido por el Banco del Estado del Departamento del Cauca en 1900. Éste
fue uno de los muchos que Pedro Muelas acumuló y luego perdió.
[40] l a f u e rz a de l a g en te
nacional para que se cambiara toda moneda6 y que en ese
momento el indígena no se enteró, porque no lee, no habría ra-
dio ni nada.
“El mayor, por un tiempo vivió con Mushu”, añadió Luis.
“Luego tuvo otra casa en Sruktrapukullu y más vivió por allá. Y
subía con una jigrada de maíz capio a regalar a finado papá, o
finada Gertrudis. Decían que eran primos. Siempre alguna cosa
pues, como leído y entendido, preguntaba a papá Juan. A él era al
que preguntaba. Cuando trajo los billetes, eso ha sido ya entre 1935
a 1940, entre esos años... Creo que así sea. Porque ya hacía tiem-
pos que él había avisado de los billetes a finado papá. Por último
los trajo. Eran unos guangotes amarrados con chiros. Y los bille-
tes eran papeles buenos del año 1900. Mi finado papá sabía tener-
los en una maleta pequeña. Allí los tenía, allí sabía tener”.
La abuela Gertrudis siempre comentaba de los paquetes de
billete. Decía que en ese entonces lo que se producía era para el
consumo y todo lo que se vendía, el trigo, la papa, el ganado, no
era para comprar cosas del pueblo, sino que comían los produc-
tos que ellos mismos producían, y los billetes que recibían por las
ventas se guardaban. Por eso digo que nuestra gente no estaba
interesada en el dinero; ellos vivían en un mundo diferente al de
los blancos y el contacto con ese otro mundo que no entendían ni
manejaban, nunca les dejó nada bueno, sólo les hizo daño.
6
Entre 1899 y 1903 hubo en Colombia grandes emisiones de papel moneda para
financiar la Guerra de los Mil Días, lo cual generó una gran inflación. A partir
de 1903 los gobiernos de turno tomaron medidas para estabilizar el valor del papel
moneda. Según Guillermo Torres, op. cit., en 1905 el gobierno de Reyes, por ejem-
plo, con el propósito de estabilizar su valor, escogió arbitrariamente la cotiza-
ción del 10.000%, es decir, cada peso quedó valiendo un centavo. Según Decre-
to Legislativo del 6 de marzo de 1905, los billetes de antiguas emisiones deberían
ser cambiados hasta el 1º de abril de 1907 y los “que en esa fecha no se hubieran
presentado para su cambio quedarían automáticamente sin ningún valor”
(p.300). Pero hubo otras medidas tomadas en 1907, 1909, 1913 y “sólo hasta 1916 se
dio comienzo al cambio de todos los billetes de antiguas ediciones que circulaban
en la República [...] tales billetes debían cambiarse por otros al tipo de cambio del
10.000%” (p.315). Pero “la Ley 64 de 1917 prorrogó hasta el 30 de junio de 1918 el
plazo fijado [...]” (p.318) y posteriormente lo volvieron a ampliar hasta el 30 de ju-
nio de 1919 (p.318). Así, el pariente de los Muelas tendría que haber entregado 100
de sus billetes de a peso para que le dieran uno de los nuevos billetes de un peso,
antes de dichas fechas. Pero ni siquiera ese devaluado valor recibió, ya que guardó
sus billetes, confiado en la estabilidad de un sistema que lo defraudó.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [41]
Cómo los blancos se
apoderaron de las tierras
7
Parroquia de Silvia, Libro 1º de Bautismos de la Parroquia de San Felipe y San-
tiago de Guambía, que inicia en 1619.
8
Según consta en la Escritura 1051 de 1912 de la Notaría 1ª. de Bogotá, en decla-
raciones rendidas en el Juzgado Municipal de Silvia el 26 de julio y 5 de agosto
de 1912, los señores Francisco Hurtado, Martín Meneses, Rafael Hurtado, Fer-
nando Reyes e Ismael Hurtado, todos vecinos de esa población, afirmaron que
era del dominio público en Silvia que “por los años 1854-1860, unos señores
Fajardos de Popayán obtuvieron permiso del Cacique para [...] establecer un
molino en el [...] terreno de Chimán, y para hacer una manga para las caballe-
rías que fueron traídas con trigo a ese molino, el cual pasó a poder del finado
[...] José Antonio Concha [...]”.
[42] l a f u e rz a de l a g e n te
Kasuku Joaquín Morales cuenta que:
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [43]
Decían nuestros mayores que cuando empezó a trabajar la em-
presa, empezaron a subir. Subieron a cacería de venado o pájaros,
que iban a eso, pero andaban era engañando a la gente. Andaban
por allá por lo que hoy llaman Santa Clara, por allá por el lado de
Chimán ahora, y subían hasta Cresta de Gallo y ni se sabe hasta
dónde, y atravesaron también para Michambe. Eso andaban ca-
lladitos y así habían hecho un croquis sin que la gente se diera
cuenta. De ahí pasaron a hacer escritura.
Para hacer la escritura, en la instalación del molino el argu-
mento que hicieron fue que desde Pasto traían el trigo a lomo de
bestia y que necesitaban el pastaje para esos animales. Pidieron
permiso y la gente sin saber, le dio el permiso. Entonces dijo que
no había alcanzado y que le aumentaran más tierra. Prometió que
el pastaje lo pagaba como en arriendo y la pobre gente creyó que
había arrendado. Luego dijeron que para el pagaré le firmara unos
recibos, pero parece que habían hecho un documento de venta y
no un recibo de arriendo. Como la gente no sabía leer... Así vinie-
ron engañando y resultó el documento como que la gente había
vendido la tierra. Ya hicieron escritura y la tuvieron por diez años
calladitos. Porque si hubieran dicho antes, la gente se habría le-
vantado en contra de eso. Los blancos dejaron pasar esos diez años
y ya después declararon que la tierra era de ellos. Y entonces ya las
tierras quedaron en dominio de ellos.
La gente se dio cuenta y empezaron a pelear. Pero los indíge-
nas en ese entonces no tenían ni a dónde quejarse ni nada. Tenían
algunos voceros que fueron a hablar por algún lado a ver cómo
hacían, pero no consiguieron nada. Esto nos dijeron los mayores.
Primero empezaron a pelear por allá por 1823-25. De ahí pasó un
tiempo silenciosamente, sin poder hacer nada.
Matías Fajardo le pasó a Mariano Mosquera. De 1853-56 los que
peleaban otra vez pelearon, pero no pudieron hacer nada. Y otra
vez como en 1887-89 me parece que es que pelearon otra vez y tam-
poco pudieron hacer nada.
Después de Mariano Mosquera, contaba mi papá que el si-
guiente dueño fue José Antonio Concha. Él le pasó a su hijo Ra-
fael Concha y de ahí mi papá contaba que pasó a Julio Fernández.
Este pasó a una caleña de nombre Matilde Lemus. Andar y andar
hasta que la tierra Matilde Lemus ya había vendido. Vendió en 1944
a Mario Córdoba y Alfonso Garcés Valencia. A estas dos personas
que eran de Cali vendieron El Chimán.
[44] l a f u e rz a d e l a g en te
Los terrajeros pelearon siempre con cualquiera de los patro-
nes que fuera, porque ya venían quitando todas las tierras de la
gente. Toda la tierra del plan la quitaban y luego decían que tierra
había para arriba.
9
En Guambía no se habla de ovejas o carneros, sino de ovejos.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [45]
Y los convirtieron en terrajeros
10
Así se autodenomina el pueblo guambiano en su propia lengua. El significa-
do de la palabra es ‘gente’.
11
La mita (ver Las luchas de antes del siglo 20, p. 74) colectiva, que implicaba un
contrato entre cacique y terrateniente, fue dando lugar a un contrato privado
entre terrateniente y ‘viviente’ a fines del siglo 17, pero se aceleró en el 18. El pago
al Resguardo fue reemplazado por un contrato verbal de arriendo, que variaba
según la región. En el Cauca contemplaba la cesión de una parcela a cambio de
la obligación de trabajar gratuitamente en la hacienda (Kalmanovitz, p.30-31).
Es posible entonces que el terraje haya tenido su origen en la mita y que en
Guambía éste se haya iniciado en el siglo 18, cuando terminó la mita y se forta-
leció la hacienda.
12
Los terrajeros llamaban ‘tierra libre’ al Resguardo.
[46] l a f u e rz a d e l a ge n te
ya cuando el organismo no resistía, y en cualquier momento, a
las tres o cuatro de la mañana había que levantarse e irse por-
que tenía un patrón que venía pisando… ¡opa! Mientras que allá,
en tierra libre, como tenían apenas el Cabildo, si querían ir a
trabajar lo hacían y si no pues no. Entonces, se crearon dos for-
mas de vida entre los guambianos. Como explicó el compañero
Javier Calambás:
Venían como dos líneas, unos eran del otro lado, del Resguar-
do, que ese lado los blancos habían respetado. Ellos tenían Cabil-
do. Pero de este lado del río Piendamó para abajo, desde Totoró,
todo eso lo cogieron los blancos y toda la gente que vivía en esas
tierras, nosotros los dueños de la tierra, quedamos de terrajeros
de los robadores de la tierra, solamente para no dejarnos expul-
sar. Todos quedamos pagando terraje por el hecho de darnos un
pedacito de tierra para una casita.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [47]
60’s, surgieran los movimientos y organizaciones indígenas más
importantes del siglo 20 en Colombia, con la consigna de recu-
perarlo todo: la tierra, la historia, la cultura, la economía, todo.
Pero mientras logramos quitarnos este sistema de esclavitud
de encima, el pago del terraje se nos impuso con todo rigor, me-
diante una organización bien establecida.
[48] l a f u e rz a de l a g en te
La cadena del poder
Capitanes
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [49]
‘los pollos’, los jóvenes, y por eso les pusieron de apodo ‘capitán
de los pollos’.
Simaneros y vaqueros
13
Forma de referirse a ‘semanero’ entre los terrajeros guambianos.
[50] l a f u e rz a d e l a g e n te
Para vaquería, para simanero, para todo eso, era a los hom-
bres que ponían. A las mujeres nunca las usaron para esas
actividades. Ellas siempre ayudaban al trabajo, pero no en la
vaquería, no en lo del simanero, sino en el agro, allá en los cer-
cos. A la mujer le tocaba cargar los postes, abrir los huecos para
los postes, cargar el alambre, todo lo que hubiera que hacer allá.
Solamente en algunas cosas muy fuertes, como los postes muy
gruesos que su cuerpo físico no daba, pues les tocaba hacerlo a
los hombres. Pero eran acompañados allí, trabajando juntos
siempre.
La vaquería también tiene una especialidad, que a los due-
ños les gustaba llevar gente allá como para exhibir: “Yo tengo un
buen vaquero”. El buen vaquero era como hoy el torero en la
plaza de toros; el buen torero tiene que salir bien ante el públi-
co. Hoy las técnicas han cambiado mucho; en ese entonces al
novillo o al toro lo enlazaban en el potrero. El toro o la vaca o lo
que sea iba corriendo a toda velocidad y el vaquero tenía que salir
atrás, hoy como los coleros que salen atrás, pero manejando el
caballo y llevándose el rejo. Iban detrás y había que tirar el rejo,
y su personaje mirando. “Si es buen vaquero, me enlaza ese no-
villo que va a toda, cacho limpio”. ‘Cacho limpio’ lo llamaban.
Entonces el patrón: “¡Ah! yo sí tengo gente buena, ese muchacho
sí es bueno porque me enlaza bien”.
Mi papá decía que él desde niño salió a la vaquería, que le
enseñaron a montar a caballo y a enlazar muy bien. Pero que ante
no se qué personaje falló. Que cuando tiró el rejo y no agarró, el
dueño dizque dijo: “¡Eh! hombre...” Entonces que rápidamente
recogió el rejo, lo tiró otra vez y ahí sí cayó cacho limpio. Y para
enlazar cacho limpio hay que tener cálculo, atinar bien porque
el animal va a toda, y el caballo también tiene que ser muy buen
caballo, si no se lo lleva, y asegurar la cabeza de la montura para
allí parar el novillo. Entonces tiene que ser un buen casco, con
herradura; decía que iba ¡pelando llano! de la fuerza de los
semovientes.
Por eso los vaqueros vivían con las manos jodidas, molidas,
porque hay que manejar el freno del caballo, ir bien pisados los
estribos y, además, llevar un manojo de rejo que le alcance para
diez o veinte metros, que le alcance alláaa.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [51]
Terrajeros llanos y pajecitos
Cabos
[52] l a f u e rz a d e l a g en te
También estaba el mayordomo, pero el mayordomo tendría
otros compromisos y no podría estar todos los días, o si estaba
todos los días no podría estar a toda hora.
Después vino otro cabo que fue Ventura Riascos. Ese no era
indígena, era nariñense e igual de malo que todos. Siempre los
que han venido con poder, blanco o indio, han sido malos con-
tra la gente de abajo, y los usaron los terratenientes para su be-
neficio. Los indígenas que tuvieron esos cargos no pensaron en
ayudar a sus hermanos, y sólo actuaron a favor de los blancos.
Y ellos mismos, a la larga, tampoco es que se hayan favoreci-
do mucho. Por lo menos cabo Cruz, hermano del flautero Julio
Tunubalá, yo nunca llegué a saber cuánto ganaba o qué preben-
das tuvo, pero ricos no quedaron. En su momento tuvieron el
orgullo, montaban buen caballo, se alimentaban bien, vestían
bien, pero de ahí no pasó. Tienen hasta ahora una tierrita, un
pedacito pequeño, que esa sí le dio regalada el terrateniente,
aunque sin papeles. Cuando el Cabildo luchó esas tierras y las
ganó, como eso era de ellos, se la dejó a ellos mismos. Yo creo
que el Cabildo no le dio más tierra sino esa, la que tenía; con esa
se quedó.
Cabo Cruz murió joven. Era cabo, pero a veces también le
tocaba duro, joder con las vacas, con los novillos, y el trabajo de
la vaquería es muy duro, muy peligroso. Los rejos le envuelven
los dedos contra la cabeza de la montura y es capaz de arrancár-
selos, le tuerce, le quiebra. A veces también tenía que amansar
caballos, y amansar lo que llaman potros cerreros de tres o cua-
tro años, que no les han tocado y tienen que cogerlos, ponerles
jáquima y ensillarlos, ponerles lo que llama la gurupa en la cola,
montarse, eso tenía mucho riesgo. Dicen que a cabo Cruz, de
estar corriendo, se le afectó la salud. Y como el indígena no va a
donde el médico ni nada, se jodió, estuvo mucho tiempo en
cama. Y finalmente murió joven.
Alguaciles
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [53]
en su composición, pero básicamente ha estado conformado por
un gobernador, un gobernador suplente, alcaldes que represen-
tan las diferentes zonas del territorio guambiano, alguaciles
zonales que principalmente colaboran con los alcaldes y, a par-
tir del siglo 20, un secretario. Esta estructura de gobierno se
mantuvo siempre en ‘tierra libre’, aunque durante largo tiempo
controlada por los blancos.
Pero como los terrajeros no eran considerados parte de la
Comunidad, ni siquiera como guambianos, dentro del Cabildo
no había representación de los indígenas que vivían en las ha-
ciendas. Sin embargo, durante algún tiempo los alguaciles hicie-
ron parte del engranaje de la terrajería, siendo las únicas perso-
nas que podrían considerarse como ‘autoridades propias’. Pero,
como los cabildos de esa época estaban totalmente controlados
por los terratenientes, los politiqueros, y la iglesia, los alguaciles
no fueron más que mandaderos suyos.
Esta autoridad siempre era indígena pero, al igual que los
capitanes, eran nombrados por los blancos y estaban al servicio
de ellos. Los nombraban especialmente para que coordinaran
con los capitanes en las haciendas y su oficio consistía sobre todo
en ir por las tardes o las noches, de casa en casa, a citar a la gente,
a los terrajeros, para el trabajo.
El último alguacil, Juan Sánchez, fue nombrado en 1951.
Después de ese año no volvió a haber ninguna relación formal
entre el Cabildo y los terrajeros.
[54] l a f u e rz a d e l a g e n te
La organización del trabajo
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [55]
Y no eran sólo los capitanes, sino toda la gente, hombres y
mujeres, que siempre mascaban coca. A los terrajeros, para que
el trabajo les rindiera sin tener que gastarles comida, les daban
coca. Al terrateniente no le importaba si uno estaba comido o
no; lo que le importaba era que diera rendimiento en el trabajo.
Entonces, como la coca ayudaba, daba energía, a cada individuo
le daban no se qué tanta coca y mambe.
Como nosotros no producimos coca porque es de tierra
caliente, los blancos la compraban en la plaza pública para los
terrajeros. La vendían junto con el mambe, porque es necesa-
rio tener ambas cosas. Los paeces de Pitayó tienen una mina de
roca caliza de donde traían mambe para venderlo en la plaza
pública.
La coca comenzó a desaparecer por allá desde la década de
1940 porque dijeron que era ilícita, pero hasta ese entonces era
lícita y las autoridades municipales cobraban impuesto por su
venta.
Recuerdo que cuando yo estaba pequeño oía a los mayores
hablar de lo buena que era la coca. Decían que con esto se evita
la fatiga, la pereza, el cansancio, el sueño. Por eso todos masti-
caban coca. Pero como la coca que daban los terratenientes era
sólo para los días de trabajo, la gente tenía que conseguir la que
necesitaba para el resto del tiempo en la plaza o con los que la
traían de otras partes, especialmente de Inzá, de donde llegaba
coca que tenía fama de ser muy buena.
[56] l a f u e rz a de l a g en te
Conversando con Luis sobre la manera como estaba organi-
zado el pago del terraje, decía que en épocas del terrateniente Ju-
lio Fernández (1929-32):
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [57]
una plata para que fuera a comprar el pan. La panela la tendrían
allí por cajas; la llamaban panela del Valle. Ese trabajo el capitán
tenía que hacerlo.
Para rebajar uno de los seis días, y dejar para el terrajero los
30 días, formaron cinco grupos con cinco capitanes. Entonces cam-
biaron otra vez la agenda, para sacar cada 30 días cinco días de
trabajo de terraje. Quiere decir que sobraban 25 días para el te-
rrajero. Daban la vuelta desde el número uno hasta llegar al cin-
co. Cuando llegaba el cinco, la cuadrilla número uno tenía que estar
lista. Los dos nuevos capitanes eran taita Antonio Hurtado y taita
Abelino Hurtado, que eran hermanos. En ese entonces el alguacil
era Julián Muelas.
(Luis)
[58] l a f u e rz a d e l a g en te
El compañero Javier Calambás comentaba que a los que te-
nían una porción de tierra más ampliecita les cobraban cinco días
de terraje, y a los que tenían más pequeña les rebajaban a tres,
mientras que a los que tenían un poco más les cobraban hasta
seis o siete días en un mes. “Dentro de eso el patrón de Las Mer-
cedes ordenaba trabajar ocho días y el que tenía más pequeño
seis días. Algunos jóvenes recién casados, que todavía no se apar-
taban del papá, a ellos ya les exigían dos días”.
Explicando un poco más sobre la manera como estaba
organizado el pago del terraje en su tiempo, Joaquín Morales dijo
que:
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [59]
oído hablar es que también les quitaban gallinas, ovejos o cerdos.
De esto siempre he oído comentarios y esto lo he escuchado yo.
[60] l a f u e rz a d e l a g e n te
No había quién peleara:
los peleadores habían sido los antiguos
Los lamentos
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [61]
siempre montaban en sus buenas bestias, ellos con las mejores
cosas y para el misak siempre lo peor, o nada.
De esto hacían comentario a diario, como el caso del Capi-
tán de los Pollos, Jacinto Sánchez, que lloraba. También taita An-
selmo Muelas, que siempre venía a nuestra casa a hablar de esto.
Nosotros alrededor del fogón, unas veces traía papa él y otras
veces teníamos nosotros, comíamos papa asada y, de todo esto
que ha pasado, siempre, siempre hacía comentario. Él también
hablaba y lloraba. La observación permanente era: cuando ha-
bía tierra, había que comer y que beber y hoy no tenemos nada.
Taita Anselmo Muelas traía yerbas, como plantas medicina-
les del páramo, para vender y vivir de eso. ¡Qué tan difícil sería
la vida teniendo que vender yerbas del monte para vivir, cuan-
do aún hoy es tan duro vender los productos! ¡Quién compra-
ría eso! Habrá hecho alguna cosa para tomar cualquier agua. Y
tener que recordar que ¡un día tuvimos comida y hoy no la tene-
mos! Tener que recordar, cuando sentían la fatiga en el estómago,
la buena comida que siempre había en las mingas.
Taita Anselmo vivía en Sruktrapukulli y se fue hacia el pára-
mo de Malvazá cuando lo expulsaron, en tiempo de Luciano
Muelas (1912-15), porque en esa época la gente sufrió las mismas
consecuencias que nosotros con Córdoba. Vivían en unas tierras
buenas, donde tenían animalitos que estaban bien, y también
estaba bien la gente, pero no pudieron hacer nada; les tocó irse.
Donde fueron sufrieron. Los animales, porque fueron a unas tie-
rras de páramo; sufrió la gente también porque se murieron los
animales y entonces quedaron pobres.
Jacinta, hija de Anselmo Muelas, vive en Malvazá. Con sus
casi 100 años, hace poco15 me contaba algunos de sus recuerdos
de esa época.
Mi mamá llamaba María Calambás. Mi papá llamaba Anselmo
Muelas. Él era de Chimán, de ahí donde mi primo hermano que
llamaba Vicente y ha muerto [...] A ellos también los sacaron de ahí
y los mandaron a vivir abajo. El papá de Vicente era hermano de mi
papá; se llamaba Antonio. El otro hermano llamaba Pedro. La mis-
ma casa grande era la de mi tío Antonio. Mi papá fue nacido ahí.
15
Junio de 2001.
[62] l a f u e rz a d e l a g e n te
Cuando entraron a pelear otra vez las tierras, mi papá andaba
con una persona de Michambe que me parece que era Tumiñá16.
Era casado con una hermana de mi papá, de nombre Antonia. Era
de la casa, era cuñado, pero cuando llegaron los papeles los reci-
bió él primero y los escondió. Entonces a mi papá el patrón, que
llamaba Rafael Concha, se enojó mucho y los expulsó. A los otros
hermanos no los echó porque ellos no estaban en el pleito. Yo oía
siempre hablando a mi papá que le echó porque había pleiteado.
Eso decía mi papá. Yo alcancé a oír. Yo debí haber sido una bebecita
muy pequeñita en ese entonces.
Cuando nos echó, mi papá se vino para acá para el páramo.
Tenía un amigo acá [...] y se vino. Se llamaba Manuel Cantero y
era un sabio; como mi papá era sabedor, siempre venía ahí. Yo
como era niña... hablaba que a mi me trajeron cargada, pero yo
no recuerdo casi nada de lo que él decía porque éramos pequeñi-
tas. Bajamos y ahí en la hacienda que ahora es de Rosendo se hizo
una casa grande. Ahí yo crecí y mi hermanito, que no recuerdo si
fue mayor o menor que yo, murió [...] Yo no se de qué edad ni de
que tamaño fui yo, pero yo crecí acá.
Él hablaba siempre de Bogotá y no se de dónde más. Siempre
andaban junto con aquel que iba a recibir el papel. Lo recibió y lo
escondió e hizo expulsar a mi papá. Éramos nacidos en Sruktrapu,
Chillikkullu, pero también teníamos acá donde hay una chorrera
y baja un agua. En una falda donde llaman Trerosruktarau, ahí vi-
víamos. Allí había unos lecheros grandes que creo que hasta aho-
ra deben estar. Si los han arrancado, a lo mejor ya no hay. Pero hoy
dicen que todo eso le ha tocado a otros y a otros y a otros.
Las huertas eran varias; otra y otra. Teníamos bastante,
tumbábamos monte, sembrábamos papa, veníamos a trabajar allá
al pie de la loma, y teníamos ganado. Éramos gente fuerte, tenía-
mos comida y teníamos dinero.
Cuando vinimos, primerito nos ubicamos aquí, allá al otro
ladito, en la actual hacienda de Rosendo, allí fue donde nos
establecimos. Allí fue donde construimos para vivir, cuando nos
echaron de allá del Chimán. El que nos ayudó a construir la casa
era de nombre Juan, que él sabía hacer y nos ayudó. Como él era
buen compañero, la casa la construyó amplia, buena, como para
todos sus hijos. Y es ahí donde nosotros nos criamos. Yo me crié
16
José Antonio Tumiñá. Ver más adelante El Capitán Tumiñá y la gran traición.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [63]
Jacinta Muelas Calambás (derecha), hija de Anselmo Muelas, y mi mamá,
Benilda Hurtado Calambás. Foto: Bárbara Muelas Hurtado.
17
Pedro José Muelas Hurtado.
[64] l a f u e rz a d e l a g en te
ellos. Este Pacífico Hurtado era bieeen viejito, con una barba bieeen
blanquita. Pero esta tierra no es que ellos la compraron, sino que
ellos la cogieron. Ellos tenían la tierra allí.
Pacífico Hurtado, el papá de Rafael Hurtado, María Antonia
Hurtado, que se casó con Román Quijano de Silvia, a mi papá le
mandó fue a esquilar lana de los ovejos. Tenía una cantidad de
ovejos... De aquí para abajo, todo era lleno de ovejos; pero hoy no,
hoy es casa y casa y casa, que ya no hay a dónde más. Eso en tiem-
po antiguo no era sino pajonal y pajonal, lleno de frailejón, lle-
no de frailejón todo. Y de ahí para abajo estaba lleno de ovejos
blancos, pero era una cantidad. Entonces mi mamá comadre y
mi papá ya eran conocidos y, como el hijo Rafael Hurtado era
bueno, cada vez que convidaban iban allá al corral de los ovejos,
los recogían silbando y gritando y llenaaaban de ovejos ese co-
rral. Allí en el corral enlazaban de uno en uno, a todos los que
tuvieran la lana jecha de cortar. De uno en uno cogían y ama-
rraban. A mi mamá comadre le tocaba cortar tooodo el día, dele
y dele y dele; con una buena tijera cortaba harta lana. A medio-
día, no me acuerdo, parece que nos daban cafecito. Así era el Pací-
fico Hurtado. Como tenía hartos ovejos, a mi papá no mandaba a
hacer más sino eso.
En ese entonces parece que no sembraban papa como ahora.
Había mucho pajonal, frailejón. Eso lo acabaron con la presencia
de mucha gente. Empezaron a comprar las tierras, a cultivar, a
hacer casas, sembraron papas, y ahora lo acabaron limpio todo eso.
Eso se acabó. Y el romerillo. En tiempo antiguo yo miraba y eso
era lleno, y ahora no es sino lleno de casas y casas.
Así era el Pacífico Hurtado. Él también murió. El hijo llamaba
Rafael Hurtado. Esto era harta tierra y él era el que mandaba. Las
tierras no fueron compradas sino cogidas. La tierra allá al otro lado
y allá arriba, donde vivió Juan Manquillo, y esto donde estamos aquí,
y allí la tierra de Rosendo también, esos fueron cogidos todos.
El patrón Rafael Hurtado como tenía harta tierra, por todas
partes andaba y andaba y andaba, y se quejaba de que me duele la
rodilla, me duele por todas partes. No se qué tan grande sería, pero
él nos mandaba a traer ortiga. Nosotros con mucho miedo traía-
mos la ortiga, un guango así grande; entonces él subió la pata en
un palo, arremangó los pantalones y le ortigó rauraurau (risas).
Hacía eso porque le dolía y no podía dormir. Entonces al otro día
amanecía bueno.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [65]
En ese entonces aquí en estas tierras no había nadie. Por aquí
no había sino cusumbes... Rafael nos dio esto aquí y era montaña.
Toda esta guaicada, falda, era monte jecho. Todo era guaicada de
montaña. Mi papá como vino acá, estaba trabajando y necesitaba
cuando llovía un escampadero, entonces se construyó un rancho.
Así nos hemos pasado nosotros.
[66] l a f u e rz a d e l a g e n te
Mapa 2 El Gran Chimán
la sal y la panelita. Siempre iba por allá por Pupiales. Bajaba por
allá por el Nupirrapu (La Campana).
Ni se cuánto gastaría. Salía el día lunes temprano, porque ha-
bía que vender el día martes y comprar. Regresaba siempre el
martes tarde. Como nosotros fuimos niños, esperábamos, miran-
do, a ver a qué horas llegaba. Entonces traía cositas para la casa.
También traía cositas para los niños. En ese entonces tenía un ca-
ballito y siempre sabía ir así.
A veces mi papá se iba por allá por el camino grande, y enton-
ces venía con su hermana, que era mi tía Catalina y era soltera. Acá
siempre nosotros con mi tía mamá estábamos juntos. Con ella, por
allá por el plan de Rosendo, sembramos harta cebolla y se dio bien
buena. La de ese tiempo era una cebolla que la llamaban cebolla
blanca. Como en el caballo no podía llevar todo, entonces mi tía,
una jigra de arroba y media la llenaba de cebolla, cargaba y se iba
por Tsaporaintun, por el Chimán abajo. Yo ya habría sido grande
cuando mi tía mamá me decía vamos vamos, y siempre íbamos jun-
tas. Cuando íbamos nos quedábamos en el Sruktrapu, que era nues-
tra gente; llegábamos donde el kasuku Jeremías Cárdenas. Allí era
que llegábamos siempre [...] Cuando íbamos con la jigrada de ce-
bolla por el deshecho, llegábamos siempre allá, siempre allá. Así fue.
[68] l a f u erz a de l a g en te
Él también vivía en lo que llamaba Sruktrapu, lo que hoy en
día llaman Caracol; tenía la casa allá antes de ser expulsado. Ha-
bían sabido tener harta tierra, entonces tenían ganado, tenían ove-
jas y tenían buenos cultivos. Cuando vivían en Sruktrapu hacían
comida y como tenían ganado mataban res también, pelaban y co-
mían. Contaba que el plato fuerte que comían era el mote, que la
cuchara quedaba parada en el centro del plato. Cada vez que lle-
gaba contaba eso y por eso siempre lloraba tanto.
Los tres que estábamos escuchando —el sobrino Carlos, yo y
Lorenzo— preguntábamos y preguntábamos, y así dijo de estas
tierras. Nos contaba que estas tierras fueron de nosotros, que las
robaron en 1912, y que ustedes cuando sean grandes, peleen.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [69]
a tocar el tambor. Yo le daba y le daba a esos palos, tratando de
aprender, y hacía mucha interrupción; entonces los maestros
renegaban porque yo estaba interrumpiendo y decían: “¡Este
carajito está mezclando como un sancocho!”. Jajaja.
Tenía varias hijas, todas pequeñas en ese tiempo. Él salió
junto con taita Anselmo Muelas, en tiempo de Luciano Muelas.
Salieron juntos y sufrieron igual.
Y así como ellos, había muchos que se lamentaban y llora-
ban por la pérdida de sus tierras, pero no había quién liderara
un proceso de lucha.
Para nosotros es muy duro saber que ellos lucharon hasta ganarla,
pero no alcanzaron a ver el resultado final antes de morir. Creo que
ellos lucharon e hicieron todo eso pensando en nosotros, pensando
en sus hijos después. Sabían que la tierra iba a servir para siempre
y por eso hicieron tanto esfuerzo.
Lorenzo
[70] l a f u e rz a d e l a g e n te
La música de flauta y tambor siempre ha unido a todos los guambianos.
Flauteros: Juan Sánchez (terrajero) y Jesús Calambás (de tierra libre).
18
Ver más adelante Las luchas del siglo 20, pp. 92, 93, 99-102.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [71]
José Gonzalo Sánchez era de Totoró.
La abuela Gertrudis Muelas, mamá de mi papá (1950 c.). Foto: Luis Ortega
[72] l a f u erz a de l a g en te
expulsando, como eran la misma gente, vinieron a ver qué estaba
pasando.
Entonces fue con esos luchadores, con taita Luciano y los
otros que fueron a Bogotá, que esas tierras fueron ganadas. Pero
como, según los relatos de muchos, el que sabía leer los traicio-
nó, todo quedó como antes durante muchos años más.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [73]
o fallos a nuestro favor, en cualquiera de los estamentos de esta
Nación entonces en formación.
El documento más antiguo que hasta ahora hemos visto en
relación con estos temas habla de sucesos en 1733. En esa época
nuestros mayores se resistieron al pago de la ‘mita’, el cual debían
hacerlo la quinta parte de los indígenas tributantes de las par-
cialidades, durante 90 días al año. Ésta buscaba proporcionar
mano de obra a la economía de los blancos, e implicaba un tras-
lado forzoso de los indígenas a trabajar en haciendas o minas, a
cambio de un jornal que era parte en dinero y parte en especie
(un real más ración diaria). Pero lo que los indígenas ganaban
por este trabajo no les alcanzaba siquiera para pagar a la Coro-
na española el tributo a que estaban obligados19.
En 1733 había 18 mitayos guambianos asignados por el Ca-
bildo de Popayán a Juan Fernández de Belalcázar. Los indígenas
cumplieron la mita sólo algunos días y luego se rehusaron a
hacerlo —alegando que por su ausencia las sementeras para el
sustento de sus familias se estaban arruinando—, razón por la
cual se adelantó un pleito que terminó con la destitución del
alcalde guambiano Gregorio Tenebuel y el encadenamiento, en-
carcelamiento y azote del cacique principal Cayetano Tombé, del
capitán Santiago Pag y del mismo Tenebuel, por no lograr que
los indígenas fueran a pagar la mita.
No está claro si nuestros antepasados usaron en sus luchas
la Cédula Real de 1700, mediante la cual el rey Felipe V de Espa-
ña otorga a algunas parcialidades indígenas el título de propie-
dad sobre sus tierras, en cabeza del cacique Don Juan de Tama y
Estrella. Hay por lo menos un estudio que tiene una cita del
Ministerio de Gobierno, en la que se incluye a Guambía como
19
Archivo Central del Cauca, Libro Capitular de 1733. Llanos (1978:77) hace cál-
culos de cómo con lo que recibía la comunidad guambiana por la mita en 1733 y
lo que debía pagar en tributo, lo que realmente se producía era su empobreci-
miento. De 90 indígenas tributarios, la quinta parte, o sea 18, debían servir como
mitayos. El tributo anual por indígena era de 2 patacones y 4 reales, es decir, la
totalidad de indígenas tributarios debían pagar: 90 indígenas x 2 patacones 4
reales = 1800 reales o 225 patacones. El jornal diario por mitayo era de un real (8
reales hacen un patacón) y eran 90 días de mita por año, o sea que por la mita los
18 indígenas recibían: 1 real x 90 días = 1620 reales o 202 patacones 4 reales. Esto
significa que lo que recibían no les alcanzaba ni siquiera para pagar el tributo.
[74] l a f u e rz a d e l a g en te
uno de esos pueblos20. Sin embargo, en la Escritura 843 del 8 de
octubre de 1881 de la Notaría 1ª de Popayán, que corresponde a
la protocolización de este título, sólo se nombran Pitayó, Qui-
chaya, Caldono, Pueblo Nuevo y Jambaló. De cualquier mane-
ra, el título fue declarado falso por el Juzgado de Silvia en 1933,
por lo que no sabemos que tan útil pudo haber sido en esa épo-
ca, como instrumento legal en la lucha por la tierra.
Un documento posterior21 nos deja saber que unos años más
tarde, en 1748, las tierras del Gran Chimán se encontraban con-
formando una hacienda que estaba en manos de José Fernández
Belalcázar, quien hizo un testamento en el cual fundó un mayo-
razgo sobre sus bienes, entre ellos “la hacienda y tierras de
Guambía”, nombrando como heredero a su sobrino Santiago
Fajardo Belalcázar. Argumentaba su derecho legal sobre nuestras
tierras basándose en una cédula real de 1729, en la cual el rey
Felipe V —quien como todos los reyes de España que vivieron
las épocas de conquista y colonización de nuestro continente,
usurpó y se dedicó a repartir lo que no era suyo— reconfirma a
favor de Juan y José Fernández Belalcázar unas mercedes de tie-
rras otorgadas el 23 de octubre de 156222. Estas mercedes habían
20
En la investigación de Wiesinger y Echeverry (1964, p.30) se lee la siguiente
cita:“En nombre y por mandato de ‘Su Majestad el rey Felipe V dio a los pue-
blos indígenas de Pitayó, Quichaya, Guambía, Quizgó, etc. representados en el
cacique don Juan Tama la propiedad de las tierras que constituyeron luego los
resguardos indígenas de los mismos nombres. Dicho título fue protocolizado por
medio de la Escritura número 843 del 8 de octubre de 1881 de la Notaría de
Popayán y debidamente registrado’”.
21
Escritura de Fundación de Mayorazgo de José Fernández de Belalcázar a favor
de su sobrino Santiago Fajardo Belalcázar (acc, Colonia-Libro Notarial de 1753-
Fs. 176 a 199).
22
“He resuelto aprobar y confirmar especialmente las Mercedes de Tierras [...]
Las tres leguas de las tierras llamadas de Silva que el gobernador don Pedro de
Agreda repartió a mi Real Nombre en 23 de octubre de 1562 a don Francisco
Velalcazar, que tienen por linderos el Serro del Mogote, y el río de Japio que dentra
en el de Silva en el Valle de Guambía, y dicho rio abajo linda con el asiento o
solares del Pueblo de Guambía, y a su frente desde el monte alto dicho de
Monchique lo que ocupa el Valle y Arroyos abajo [...] Dado en Madrid a 29 de
noviembre de 1729. Yo El Rey” (acc, Signatura 5253-Independencia-Judicial I-
9cv-tierras-Fs.18 a 61).
La ortografía de todas las citas de documentos de archivo corresponde a la de
los originales.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [75]
sido otorgadas ilegalmente, según sus propias normas, pues en
ese entonces las reparticiones de tierras sólo se podían hacer por
orden emanada del rey, la que no existió en este caso; sin em-
bargo, éstas ya habían sido ‘compuestas’, es decir, legalizadas
mediante el pago de un tributo23, en 169224.
Es interesante anotar que en esa fecha de 1748, en el momento
de hacer el testamento, la hacienda tenía 357 ovejas, 33 cabras, 48
yeguas con sus potros, 18 agüinches, 21 hoces y algunas herra-
mientas más, además de un molino, una troja de trigo y unas
casas. Años más tarde Ventura Fajardo, nieto de Santiago, el pri-
mer heredero, acusaría a su padre Matías “por la destrucción
intencional de la hacienda de Guambía” a tal punto que “los ga-
nados [...] se extinguieron en términos que no quedó ni la raza”25.
[76] l a f u e rz a de l a g e n te
Guambía instauró una demanda contra Matías Fajardo, que
también lo nombran como Matías Belalcázar Fajardo, hijo de
Santiago Fajardo, por la posesión y propiedad de las tierras de
Chimán. Esta pelea duraría 30 años y en ella los guambianos hi-
cieron un gran esfuerzo por retener las tierras de Chimán y por
no pagar terraje, usando principalmente el camino de la legalidad
de los blancos, aunque también otros medios, como rehusarse
al pago de terraje, lo que les costó la quema de sus ranchos y la
expulsión de sus tierras.
Pero con una única excepción todos los fallos de los jueces,
tanto en Popayán como en Bogotá, favorecieron a los blancos,
lo cual era apenas de esperarse si se tiene en cuenta que ellos
mismos hacían las leyes, los papeles, de entre ellos salían los de-
fensores de los indígenas, y todos ellos estaban relacionados en-
tre sí de una u otra forma. No es sino observar como en 1836 casi
no logran encontrar defensor para los indígenas, pues todos se
excusaban por tener algún grado de parentesco con Fajardo.
Este proceso se desarrolló como se detalla a continuación:
Ante la demanda de 1825 por la posesión y propiedad de las
tierras de El Chimán, entablada por el Cabildo de Guambía, el 5
de octubre de 1827 el juez 2º de 1ª instancia de Popayán declaró
a favor de Matías Fajardo26. El 9 de febrero de 1828 los indígenas
solicitaron remedio de restitución, y fue sólo hasta el 4 de octu-
bre de 1836 que el juez 2º de Popayán dictó sentencia a favor de
Matías Fajardo. El 26 de octubre de ese mismo año los guam-
bianos apelaron la sentencia.
En diciembre de 1836 los defensores de Matías Fajardo alega-
ron, entre otras cosas, que de parte de los indígenas “las pruebas
que se produjeron se consideraron nulas”, que ya habían pasado
los términos, y que los mismos indígenas habían dicho “que se
les despojó de las tierras, picandoles la serca, y quemandoles sus
casas porque no querian pagar el terraje, que se les exigia por los
Belalcázares”. El 6 de marzo de 1837 la sentencia a favor de Matías
Fajardo es confirmada por el Tribunal Superior de Popayán.
Mientras tanto murió Fajardo y, ya para 1840, aparece como
dueño Mariano Mosquera, en calidad de heredero de la testa-
26
acc, Sig. 2696-República-Judicial iii-3cv-Tierras.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [77]
mentaria y representante de sus cuñadas, las hijas de Fajardo. En
ese mismo año éste arrendó el molino y las tierras de Guambía
a un Manuel María Orozco, vecino de Silvia, quien aparece co-
brando terraje a los guambianos, al menos hasta 184627.
En octubre de 1850, a través del protector de indios, los
guambianos pidieron posesión de El Chimán, fundamentán-
dose en unos títulos del Resguardo. Mariano Mosquera se opu-
so, en defensa de los derechos de sus hijas, herederas de Matías
Fajardo. El 31 de julio de 1851, sin esperar el fallo de la Corte,
Mariano Mosquera y otros vendieron a José Antonio Concha
las tierras de Chimán; en la escritura se lee que los vendedores
dijeron que:
27
acc, Judicial-Sig.1125 y República-Judicial I-Sig. 1095.
[78] l a f u e rz a d e l a g en te
en 1913, única versión que hemos logrado encontrar— falló a su
favor el 8 de marzo de 1855.
Dos meses después, el 8 de mayo de 1855, el juez del circuito
Domingo Medina —quien posteriormente emparentaría con el
nuevo terrateniente a través del matrimonio de su hijo con Bárba-
ra Concha, la hija de aquel— le dio posesión de El Chimán a José
Antonio Concha, como comprador de la finca a Mariano Mosquera.
28
Citado en Concha, 1913.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [79]
de la gente no indígena del pueblo de Guambía y sus alrede-
dores29.
En 1793 el gobernador de la Provincia de Popayán había orde-
nado establecer un proyecto de población, que buscaba dar so-
lución al problema de exceso de ‘vagos’ o población sin oficio.
Con ello se estimuló a las ‘gentes de casta’ a avecindarse en los
pueblos de indios, entre ellos el de Guambía, y se les mandó a
construir casas,
29
El relato de este caso se encuentra en AGN, ‘Indios’, Fs. 407-435 y 365-376 (fal-
taban 431 y 433-35).
30
Ibíd., Folio 373.
31
Ibíd., Folio 375.
[80] l a f u e rz a de l a g en te
Vista del Pueblo de Silvia o Guambía, 1853.
Acuarela de Henry Price.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [81]
consiguiente. Las personas que quieren van a Guambía, y cuando
por una casualidad no logran comprarles a los indígenas sus ca-
sas en tres, o cuatro pesos, toman los solares que son sus posesio-
nes, uno, dos o tres, y los ocupan y no hay arbitrio sino que ya son
dueños legítimos de ellos y plantan sus casas, y huertas, sin que el
pobre indígena pueda hablar una palabra que no sea contestada
con bofetones.
Es verdad que algunos solares se arrendaron, para pagar al
maestro de escuela y nuestro cura, pero ni la escuela tuvo efecto
ni los arrendadores han pagado; y no presumiremos prudentemen-
te que en poco tiempo no tendremos los indígenas ni casas, ni tie-
rras en que vivir [...]
Para aclarar mejor el fin de esta nuestra representacion y el
objeto a que principalmente se dirije, es que se dicte una provi-
dencia seria imponiendo a toda esa gente de color, o casta que ya
es innumerable, desocupe el pueblo y tierra de la comunidad por
ser muchos los agravios, y perjuicios que esperimentamos no solo
por sus personas, sino por sus ganados, y puercos que crian en
abundancia, de suerte que en brebes años esas familias introduci-
das en nuestro pueblo querran disputarnos nuestros derechos,
ocupandolos desde ahora vendrán a ser dueños de toda nuestra
tierra llenandola con sus personas, con sus familias, y con sus
gruezas haciendas de ganados, puercos etcetera, y los indigenas por
la fuerza seran despojados32.
32
Ibíd., Fls. 432, 407.
[82] l a f u e rz a d e l a g en te
parajes dificiles, y penosos, como los que llaman cuchos [...] Dicen
mas: que la numerosisima cria, y ceba de zerdos que han entablado
los forasteros, y los demas ganados que tienen varios de ellos, les ta-
lan, y destruyen sus chacras, y sembrados, y les dañan sus tierras [...]
sin que jamas reciban la indemnizacion de los perjuicios33.
Por mas de veinte años he sido testigo del mal tratamiento que
se le da a estos indigenas por muchos de estos vecinos sin motivo.
Se les estropea no solo de palabra, sino tambien con acciones vio-
lentas, y de esto no se libran ni aun los mismos jueces; pero ni las
mugeres [...] Diariamente veo con dolor las lagrimas que derraman
los pocos indigenas que han quedado cerca de la poblacion, a causa
de los daños que reciben en sus pequeñas sementeras. Causados
por los ganados que se mantienen dentro del pueblo; y ellos me
aseguran que aun despues de repetidas quejas, no se les indemni-
za de nada, perdiendo asi su subsistencia, y la de sus familias. Llo-
ran los indigenas, al ver despedasar sus ovejas por los perros que
guardan las casas en que viven los blancos, y se quedan sin el
bestido que esperaban de la lana [...]
33
Ibíd., Fl. 408.
34
Ibíd., Fl. 416.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [83]
[...] sus mujeres sufren azotes, y otros ultrajes violentos por no
cometer el delito horrendo del adulterio, cuyo hecho lo acabamos
de ver publico y notorio.
[...] Los señores Carvajales, los vecinos del citio de Usenda, y
los de Chuluambo, son los unicos que han heredado el suelo, y pro-
piedades de sus antepasados [...] El resto son forasteros, que de-
jando en otras partes sus casas, y haberes se dirijen a Guambia, sin
mas destino que el que espresaron los indigenas en su primer
memorial [...]
Actualmente se le han estado exijiendo tres pesos a un indi-
gena para darle permiso de que haga una casita en el mismo solar
que heredó de sus padres [...] Los unos me muestran sus baldadu-
ras porque no han querido comprar sal por estar mala. Otros la
sangre que derraman porque no han querido vender algunas co-
sas de las que tienen en sus casas, y otros me traen el palo con que
han sido estropeados por no haber fletado una bestia. Es necesa-
rio, repito, ser testigo ocular para creer todo lo que pasa [...]35.
35
Ibíd., Fls. 426-30.
[84] l a f u e rz a d e l a g e n te
Las luchas del siglo 20
Javier Calambás
36
Los terrajeros.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [85]
toda la validez legal para respaldar la lucha por la recuperación
de las tierras, ya que la Ley 89 de 1890, en su artículo 12, lo reco-
nocía así:
37
Las diversas versiones dan una cifra que va desde 5 hasta 200.000 pesos.
38
Saber mirar el papel, es decir, saber leer.
[86] l a f u erz a de l a g en te
Por otra parte, cuando la gente apoyaba en dinero era como
hasta ahora, que siempre anotan en un cuaderno quién ayuda,
cuánto ayuda. En un momento de borrachera, decía mi papá, un
dirigente dejó caer ese cuaderno de apuntes en el que encontra-
ron la lista de los nombres de quienes apoyaban económicamen-
te. Ahí logró el terrateniente saber con nombres propios quié-
nes eran los que apoyaban la lucha indígena de ese momento.
Como consecuencia, todos ellos fueron reprimidos violentamente
y tuvieron que salir de las tierras de la hacienda del Gran Chimán.
Como a los que peleaban y trabajaban en la lucha por la tierra les
tenían odio, para evitar eso ayudaban subterráneamente, pero ahí
ya se descubrió. Esa gente no tenía a dónde ir, y el terrateniente
sabía que no tenían a dónde ir, pero los expulsaron.
Luis cuenta que los mayores decían que habían reunido a los
terrajeros allá en el molino, y que:
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [87]
clandestino a las actividades que en ese momento adelantaba
Manuel Quintín Lame contra la terrajería.
[88] l a f u e rz a d e l a g e n te
a Quintín era que a mi papá lo amarraban con los brazos atrás. Eso
así he oído yo hablar.
39
Tenía un hijo a quien también le decían tata Shiku.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [89]
distinto, porque él usaba el sombrero, ruana y calzón. Así era nues-
tro mayorcito.
40
Poblado de Silvia.
41
Cementerio frente al Núcleo Escolar.
[90] l a f u e rz a de l a g en te
Por su parte, Anselmo Muelas Morales tiene su propio recuer-
do de cuando tenía unos seis años y oyó que su abuelo viajó a
Quito con un Antonio López, que era comerciante, a buscar los
títulos de las tierras perdidas. Que en esa ocasión no viajó con
su papá Carlos Muelas y que gastó como un mes en el viaje por-
que López iba de pueblo en pueblo cargado de mercancía, y que
llegando allá encontraron el documento, pero que al segundo día
cuando fueron ya no estaba. Por los comentarios que él hace
sobre la notaría visitada, pareciera que en realidad se refiere al
viaje a Bogotá y al documento obtenido ahí. Algunas otras per-
sonas, Anselmo Muelas Tumiñá entre ellas, han dicho que tie-
nen entendido que en Quito no se encontró nada. Y, en realidad,
no existe, o hasta ahora no conozco, ningún documento que se
hubiera encontrado en Quito, a no ser que la referencia sea a la
mencionada Cédula Real de 1700.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [91]
Para la ida contaba que alcanzó la platica. Cuando venía de allá
para acá había un pueblo más allacito de la Virgen de las Lajas [...]
y cuando llegó ahí ya no tenía sino cinco centavos. Buscaba en la
mochila y no había más nada. Entonces pensaba, ¿ahora qué hago?
Para llegar hasta acá todavía le faltaba mucho tiempo.
Cuando llegó a las Lajas en su viaje de ida, la gente contaba
que ahí era donde había aparecido la Virgen y, unos y otros que
andaban por ahí, ponían velas y rezaban. Entonces él también te-
nía unas cositas que decir a la Virgen, rezó, puso una velita y si-
guió el camino hacia Quito. Cuando vino de allá para acá volvió
otra vez al pueblo y ya decidió comprar unas dos velas y pensó ofre-
cer a la Virgen para que le fuera bien en el viaje, pensando en el
problema que él tenía, a ver si Dios le ayudaba. Mientras andaba
en eso, por aquí los blancos ya querían matarlo o levantarlo y deste-
rrarlo. Eso es lo que estaba hablando.
Llegó a un pueblo y pensó pedir permiso al alcalde para una
colecta. El alcalde le dio permiso y dijo que pobrecito guambiano
que estaba aquí y que apoyaran. En ese entonces no era como ahora
que usamos camisa, sino solamente una ruana grande y calzón;
para echar la platica tenían una mochila que daba hasta la pierna.
El sombrero era el pandereta. El alcalde lo hizo esperar, entró a su
oficina y al rato salió con una plaquita de madera y con eso dio la
orden para que recolectara. Con eso estuvo recolectando para al-
canzar a llegar acá. Unos decían que pobrecito, hay que ayudarle,
y le daban un centavito, dos centavitos, pero había unos que eran
groseros, como hay hasta ahora, y esos le dijeron que estaban
abriendo carretera para Barbacoas y que usted puede trabajar en
vez de estar pidiendo aquí.
42
La traducción literal es ‘paecito’, pero el significado real es un gran amigo paez.
[92] l a f u e rz a d e l a g en te
Lame, “quien terminó siendo muy buen amigo”, y con él tra-
bajaron43.
43
Es difícil precisar la fecha de este encuentro, aunque debió ser en 1912 o antes.
Quintín Lame estaba trabajando por lo menos desde 1907, tratando de organizar
a los indígenas del Tolima, Huila y Cauca para eliminar el terraje y recupe-
rar las tierras; parece ser que su primer intento de sublevación fue en 1915 (In-
forme del Secretario de Gobierno del Cauca, 1915-16).
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [93]
Manuel Quintín Lame (1930 c.). Foto: propiedad de Diego Castrillón.
[94] l a f u e rz a de l a g en te
dos. En algún momento llegó que la tierra ya estaba ganada, con-
taban mis abuelos. Pero ellos no sabían escribir, no sabían leer y
se defendían era con lo que sabían hablar nada más. Por eso les
tocó llevar a la gente que más conocía, que más sabía, y ese fue el
que dicen que se vendió.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [95]
44
dieron bebida , lo hicieron enloquecer. Donde está ahora mama
Clemencia estaba el suegro de José Antonio45 que llamaba Bau-
tista Pillimué, muy buen médico, y fue él que lo mejoró, porque
a él lo trajeron aquí amarrado.
Eso fue lo que hizo allá también porque, como dicen los blan-
cos, él siempre tenía la mala maña. Cuando lo echaron dicen que
le dieron una buena taza de chocolatico y cuando llegó acá lo vi
que en su casa allá arriba lo tenían amarrado, pelado todo esto (los
brazos) y ¡cómo brincaba! Eso era de miedo. Con los paeces si no
es jugando. Le dieron esa bebida y casi se enloquece y se muere.
(Manuel Jesús Tumiñá)
44
Entró agarrando todo, como los ganchos de la balanza conocida como roma-
na, y entonces lo envenenaron.
45
El capitán Tumiñá.
46
La versión de taita Anselmo es que el título “era ya devolviendo las tierras di-
vididas por partes. De Santiago por una quebrada arriba, en un lugar que llama
[96] l a f u e rz a de l a g en te
contraparte, empezaron a trabajar con ese papel y voltearon lo que
era para salir los blancos y lo aplicaron para que salieran mis abue-
los. Los blancos los tres días que les habían dado de plazo los pusie-
ron a la inversa y los aplicaron a los indígenas, a quienes les tocó
salir sin sacar naditica naditica.
Entonces vinieron los blancos y sellaron las puertas de las ca-
sas con unas planchas, fierros grandes. Como quedaron ya to-
das las casas selladas y nada sacaron, se perdió todo. Entonces
les tocó venirse del todo. Frente a la cancha de fútbol de ahora,
donde taita Francisco, había una casa abandonada y tocó arri-
marse ahí.
Vinieron perdidas las tierras y nadie tenía paciencia con ellos.
Por arriba todavía había tierras de montaña y ellos miraban como
con ganas de hacer trabajos allá, pero la gente no dejaba porque
eran venideros. Los de acá abajo, taita Custodio, taita Anselmo y
taita Gabriel, taita Manuel Ussa, y los de acá arriba, taita Juancho
Calambás, que eran cuatro hermanos, como a ellos les aconseja-
ron que no dejaran meter a la gente forastera, se metieron a esa
montaña a trabajar para ellos; se apoderaron de esas tierras. ¡En-
tonces no tenían ni a dónde trabajar!
Illimpitrap, de allí para arriba era de Luciano y de ahí para abajo era para Do-
mingo Medina”. Pero en realidad se trataba de la Escritura 1051 de 1912 y no de
un reconocimiento individual a Luciano Muelas, cosa que él nunca reivindicó.
Además, para ese entonces el terrateniente Domingo Medina ya estaba muerto.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [97]
Entonces como las señoras eran de ahí, les tocó recostarse a
la mujer y pasar la vida al lado de ellas. Después fueron compran-
do así poquito a poquito, y contaban que les había tocado sufrir
mucho.
[98] l a f u e rz a d e l a g e n te
No sólo Luciano Muelas salió. Parece que han sido tres Mue-
las en esa época que salieron: Luciano Muelas, Francisco Muelas,
que llamaban tata Shishku, y taita Anselmo Muelas. Entre Shishku
y Luciano eran hermanos de padre y madre. Pero creo que el pa-
pá de taita Anselmo Muelas fue otro. Pero eran familiares.
47
Quintín Lame trabajó políticamente en el Cauca durante las dos primeras
décadas del siglo 20, de donde se alejó definitivamente en 1922 para continuar
sus labores en Tolima y Huila.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [99]
Así le pasó a la abuela Gertrudis, la mamá de mi papá. Ella
contaba que también ellos apoyaban con plata a Quintín Lame
y José Gonzalo Sánchez, el secretario, así como a Carlos y Luciano
Muelas, y que cuando el patrón se dio cuenta de los nombres
propios de quienes apoyaban, les expulsó a todos. Entonces tam-
bién a la abuela Gertrudis la iban a expulsar y que “llegó el pa-
trón hasta la casa gritando que por qué habían hecho eso”, co-
mentó Jacinta. La abuela Gertrudis y la hermana dijeron que
“nosotras somos mujeres y como mujeres no nos damos cuenta
de lo que estaba pasando; llegó el Cabildo a pedir colaboración,
y seguramente cometimos el error de colaborar”.
Entonces la abuela Gertrudis, según dice Luis que contaba
mi mamá, tuvo que:
[...] mandar a la hermana con unas papas para que fuera donde
el patrón a hablar para que los dejaran. Como ella era sola y tenía
dos niños pequeños, no podía viajar a Popayán; por eso mandó a
su hermana.
[100] l a f u e rz a d e l a g e n te
Gonzalo Sánchez, continuaban trabajando, hablando a la gen-
te, organizando. Anselmo Muelas Tumiñá cuenta que taita
Luciano:
48
Terrateniente entre 1930 y 1951.
49
Ver más adelante Expulsión de la familia de Julio Calambás.
50
Eutiquio Timoté
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [101]
de vez en cuando, y le avisaba a mi papá que había cosas que hablar.
Entonces se iba escondido, de noche siempre. No solamente an-
daba en la organización, sino que ya empezó a hacer algunos plan-
teamientos al gobierno por las tierras de nosotros. Él ya tenía en
cuenta que las tierras fueron ganadas por los mayores. Iban de al-
guna manera, mediante esa organización del sindicalismo libre, a
Bogotá y a Cali. Él se arrimaba allá a escuchar todo lo que hablaban.
En ese entonces nadie podía hablar nada porque el partido de
los conservadores dominó desde 1890 hasta 1930, y los que habla-
ban por la tierra los mataban. En 1930 subió de presidente Enri-
que Olaya Herrera y dio libre mediante un decreto para que la
gente se organice y las organizaciones hagan cualquier reclamo.
Entonces ellos estuvieron detrás de la organización del sindicalis-
mo libre. A José Gonzalo Sánchez y a mi papá los sacaron como
delegados del Chimán para ir al Primer Congreso en Cali.
[102] l a f u erz a d e l a g e n te
Cuando se dieron cuenta que existía la Ley 200, los terrajeros
escuchaban algo importante, entonces habrían pensado mucho. Así
que mandaron un memorial, diciéndoles que compraran las
tierras. En ese memorial contaban que nosotros estamos aquí su-
friendo, pagando terraje y todo lo demás. La respuesta del gobier-
no fue que ustedes están es engañando y mintiendo al gobierno,
que la tierra de ustedes ya estaba resuelto desde 1912 y que allí exis-
tían unas constancias de entrega de ese título.
51
Los documentos reposan en el archivo personal de Javier Calambás. Obsérve-
se que aunque el título es del 2 de noviembre de 1912, los oficios son de mayo y
julio del mismo año, es decir, hay una contradicción en las fechas o se está ha-
blando de títulos diferentes. Consultado, Javier Calambás dijo que no conocía
otro título y que tenía que tratarse de un error en las fechas de los oficios.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [103]
ban haciendo el recorrido y que dentro de un mes mandaba el
informe. Le dijeron que cuando tuvieran el informe allá en sus
manos, que hagan una exigencia de lo que ustedes quieran decir.
Ahí con eso dizque terminó. Todo el proceso, todo el trabajo que
hicieron, ahí dice que terminó. Eso ya fue en el 38. Por eso es que
desde ese entonces nosotros hemos estado hasta el 62.
(Javier Calambás)
52
cric, 1971 (?), p. 21.
[104] l a f u erz a d e l a g en te
Ajusticiamiento de Domingo Medina:
otra manera de reaccionar
frente a la terrajería
tanto allá como acá era un señor muy caliente. Todo el día ha-
cía trabajar el terraje y por la tarde —como la iglesia de nosotros
era de pajiza y todos tenían casa de paja—, además de trabajar el
terraje, tenían que llevar un guango grande de paja verde o seca
para el techo de la iglesia y otras casas. Si hombres y mujeres no
llevaban, entonces sacaba el verraquillo para darles. Entonces fue
que decidieron terminar con él, porque la gente ya no aguantaba
más. Ya estaban aburridos con él y algunos pensaron fuerte y aca-
baron con don Domingo. Eso sabían decir. Fue en 1901 cuando le
dieron muerte.
53
Éste era hijo de Domingo Medina, el juez que, según parece, en 1855 le dio
posesión de El Chimán a José A. Concha, y marido de Bárbara Concha hija. Las
tierras que él manejaba correspondían a las fincas de su esposa y de sus dos hi-
jas. Ver más adelante La familia de terratenientes Concha.
54
Parroquia de Silvia, Registro de Defunciones, Libro que comienza en 1889, Fl. 162.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [105]
Las abuelas siempre contaban que él mismo, con sus propias
manos, hacía chumbar las ruanas con un bejuco que se llama el
chillazo, que es un bejuco espinoso, que hacía madrugar para que
rindiera el trabajo y, si no llegaban en la hora que él quería, ve-
nía con gritos. No respetaba nada al misak.
En la ya mencionada Escritura 1051 de 1912, aparece una de-
claración de Gabriel Orozco, vecino de Silvia, que dice:
[106] l a f u e rz a d e l a g en t e
eso yo por ese lado casi no he caminado. Había cercos que, como
la división de los potreros, de la tierra, así estaba también divi-
dida la gente. Pero cuando había una minga o una fiesta, allí sí
era un punto común al que iban todos. Esos trabajos no eran
muy comunes, sino de vez en cuando.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [107]
Vista del Pueblo de Silvia o Guambía, 1853.
Acuarela de Henry Price.
55
Ibíd, Fl. 166.
[108] l a f u e rz a d e l a g en te
Dicen que mandaron bajar mucha gente y que “frente a la
iglesia, donde hay una escuela, los de matar estaban por un lado,
en un altico, y los que iban a matar estaban al otro lado”. Que luego
los llevaron donde el cura a que se confesaran y después sonaron
los tiros. Los primeros no alcanzaron a pegar, pero después les
florearon la cabeza y los sesos volaron contra las paredes.
l a s é p o c a s m á s a n t i g u a s , s u r g i m i e n t o d e l a t e r r a j e r í a [109]
3
La terrajería
que nos tocó
vivir a los que
aún estamos
vivos
U N A H I S T O R I A D E E X P L O TAC I Ó N,
EXPULSIÓN Y DESARRAIGO
[112] l a f u e rz a de l a g en te
Nuestras tierras empezaron a ser robadas y
nuestra gente esclavizada, desde antes de lo que las abuelas po-
dían recordar, desde mucho antes de la llegada de Matías Fajardo.
Este proceso comenzó cuando el rey de España decidió que sus
marineros habían llegado a tierras baldías y, en consecuencia, que
se podía apropiar tanto de ellas como de sus habitantes. Enton-
ces estableció impuestos para los indígenas, se los cedió a los es-
pañoles, y así se creó la encomienda: cedió los tributos en forma
de trabajo, como si fuéramos sus esclavos.
En Guambía crearon una encomienda que le otorgaron a Se-
bastián de Belalcázar y su familia, y así fue como nuestros ante-
pasados tuvieron que comenzar a trabajar gratis para ellos. Y
aunque la encomienda no les daba derecho sobre las tierras en
que vivían los indígenas, los encomenderos sí se las fueron apro-
piando de hecho, y posteriormente fueron legalizando esta in-
vasión, creando títulos que no eran siquiera legales dentro de sus
propias leyes, pero que más adelante fueron ‘componiendo’ con
la autorización del rey, como vimos que sucedió en Guambía.
Matías Fajardo es tan solo el primero en una larga lista de
usurpadores de nuestras tierras que nuestra gente guarda en su
memoria. La fila de terratenientes que pasaron por ahí hasta fi-
nales de la década de 1980, cuando logramos sacar a los últimos
de ellos, es larga. Sobre el imperio de la familia Concha, entre 1855
y 1929, bajo cuyo dominio se dieron expulsiones, asesinatos y
toda suerte de malos tratos, es poco lo que se sabe, pues ya nues-
tros abuelos que sufrieron los rigores de su mando no están para
dar su testimonio: ellos están muertos o son tan ancianos que
ya su memoria no les ayuda.
Después vinieron otros cuantos que siguieron dividiendo
nuestras tierras, como Julio Fernández Medina, Matilde Lemos,
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [113]
Gonzalo Caycedo, la familia Campo, Mario Córdoba y, más re-
cientemente, Ernesto González Piedrahita, Pacho Morales y
Aurelio Mosquera.
Cuando yo nací, la terrateniente que tenía en sus manos las
tierras donde vivía mi familia era Matilde Lemos. Pero pronto,
en 1944, Mario Córdoba le compró su parte. Y fue bajo el do-
minio de Córdoba que yo crecí, y es de entonces que tengo los
más tristes recuerdos de infancia y juventud.
[114] l a f u e rz a d e l a g en te
De los Concha a Mario Córdoba
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [115]
Mapa 3 El Gran Chimán comienza a ser retaceado
[116] l a f u e rz a d e l a g e n te
y fue también cuando dieron muerte a Domingo Medina, esposo
de una de las hijas de Concha.
56
Tomado de entrevista realizada en 1989, en La Cuanda, por Cruz Trochez y
Miguel Flor. Su familia fue expulsada de El Chimán por Mario Córdoba.
57
Escritura 161 de 1893, Notaría de Popayán, por la cual se protocoliza el testa-
mento de 1890.
58
Escrituras 493 y 667 de 1894, Notaría de Popayán.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [117]
que no pagan dinero, correspondiente al año pasado de 1897 y lo
que deben del presente año59.
59
Escritura 547 de Protocolización de la División y Sorteo de Lotes de la Hacienda de
Chimán entre los Hijos de Bárbara de Concha, Popayán, 1898.
60
Los otros herederos fueron su esposa Filomena y sus cuatro hijas Julia, María
Luisa, Susana y Filomena.
61
Según los documentos que hemos visto, José Antonio Concha hijo tenía un
hijo varón: Rafael Antonio. Del segundo hijo no hemos encontrado referencias
escritas.
[118] l a f u erz a de l a g en te
Frente a Tapias, donde baja la quebrada entre el Sruktrapu y
el Chillikkulli, no pudieron hacer banqueo botando tierra, enton-
ces ordenaron hacer muralla de piedra que trajeron hasta bien
arriba […], por ahí cerca a la casa de cabo Cruz. De allí subieron
por el lado de Jacinto Tunubalá, pasando por el lado de donde
Domingo Trochez […] hasta el alto de Pilarautu. Subieron por la
falda arriba, hasta la Marquesa, ahí a la quebrada esa, que en ese
entonces no era tan profunda […] Ese banqueo subió hasta el
Kurusyuk y luego bajó hasta la quebrada el Molino. Todo esto yo
estoy diciendo porque yo he oído hablar.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [119]
una tierra que le dieron a la hermana y con el argumento de que
en tierra caliente era más amplio, compraron y se fueron. Ellos ya
viven allá y ya volvieron como blancos, como campesinos. Aquí
todavía están unos hijos; el papá llamaba Joaquín Tunubalá […]
El otro llamaba Anselmo Tunubalá, el otro Juan Tunubalá. Eran
primos hermanos por la madre y de unos a otros tenían como ter-
cer grado. Con ellos somos casi todos familia. Otra que vino de
allá mismo llamaba Teresa Tunubalá. Los que vinieron casi todos
eran Tunubalás. Eran los abuelos del que hoy llaman Eulogio
Tunubalá ‘el rico’.
Esta gente empezó a venir por ahí en 1915 a 20. Taita Joaquín,
Anselmo, Eulogio, Julio […] Esos son los que vinieron para acá.
Pero se que otra gente se vino para abajo, que a ellos si yo no ten-
go en cuenta. Estos son los que vivieron más inmediatos, aquí al
entorno de mi papá.
62
Esto debió ser después de 1916, posiblemente en 1918, cuando se hizo la suce-
sión de José Antonio Concha hijo.
[120] l a f u erz a de l a g en te
Marranos trajo de otra parte, y fuera de eso trajo unos moli-
neros. Hasta que nosotros alcanzamos a conocer, había unos mo-
lineros que eran los que atendían ahí. Primer punto era Jesús María
Orozco; otro era Alfonso Penagos, el que veía lo del fluido eléc-
trico; Lucio Velasco era el molinero, y el que veía los marranos era
Alirio Orozco.
(Julio Tunubalá Calambás)
63
Ver nota pie de página 56.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [121]
Esto nadie va a saber qué de verdad hubo, si fue cierto que
murió el gringo, si fue cierto que cobraron. Concha quebró sí,
pero el origen de la quiebra, del fracaso, eso nadie sabe. Pero eso
fue lo que mi papá captó, pues él tenía confianza con el mayor-
domo, José Otero, y con Eloy Campo, que tenía relación con
Concha.
Y así, en la total quiebra del último de sus retoños, terminó
el dominio de la familia Concha sobre los terrajeros de El Gran
Chimán.
Pues creo que […] nadie pensó que iban a llegar a una época
tan crítica como ya a los largos años pasó. Porque en ese tiempo
el terraje era más acosado, pero parecía que la gente tenía más, o
podía trabajar más, y había esos rastrojos grandes o mangas que
tenían en común para tener los animales, las bestias o las vacas,
además del encierro que mantenían.
Como la familia Sánchez. Su encierro iba hasta bien abajo, lin-
dando con los Calambases. Y con los Sánchez lindaba el encierro
que había hecho finado abuelo Pedro Muelas, que todo es una
chamba lindando casi por la orilla de la quebrada arriba, subien-
do hasta el Yaskapchak, y de allí, que todavía están las chambas,
hasta llegar a Siempreviva. Allá en Yaskapchak llegó ya lindando
con Mushu; allí pasa la chamba. Porque allá iba a lindar era ya con
la quebrada El Molino, lindando con finado taita Jacinto Sánchez.
64
Escritura 129 de 1929, Notaría 2ª de Popayán.
[122] l a f u e rz a d e l a g e n te
Y bajaba la quebrada. Y acá, lindando con José María Sánchez, tam-
bién iba a dar Bernabekullu, y otra vez a quebrada El Molino. ¡Y
así, tan bastante tenían!
(Luis)
Era una mangota, como una finca de los indígenas, que le ha-
bían dado creo que en tiempo de los Conchas. Porque las abuelas
me contaban que esas chambas no hizo ni ellas, ni papá Juan, sino
finado el abuelo.
Hasta que yo conocí, allí en ese encierro tenían una cantidad
de ovejas, y cada vez que necesitaban vendían dos o tres. Vendían
a un peso una oveja. Entonces con eso bajaban y compraban reme-
sa para pagar un trabajador o dos o tres, porque finada Gertrudis
cultivaba bastante. Sembraba papa, hacían minga y sembraba por
mitad con mi finado papá, y así también cosechaban por mitad.
La mitad era para venderla y la otra mitad la guardaban para co-
mer en la casa. Con el maíz lo mismo, el trigo era lo mismo. Era
por mitad. Porque yo ayudé mucho a trabajar por este lado, y ese
maíz todo ella recogía y amontonaba para comer.
Por eso tenía cómo pagar un trabajador y cómo sostener dos
o tres. Por eso llamaba a taita Manuel Jesús o a taita Pedro Calam-
bás que vaya a cortar paja para remendar la casa y arreglar algo de
las goteras.
Los terratenientes dejaban trabajar. Las tierras estaban en
manos de ellos, pero habían dado toda esa cantidad de tierra, y allí
tenían hartas vacas.
65
En la Escritura 547 de Protocolización de la División de Chimán entre los hijos de
Bárbara Concha, hablando de los límites del lote El Marqués, uno de los siete en
que estaban dividiendo Chimán, se lee: “[…] se parte de la unión de la vertiente
que sirve de lindero de la chamba nueva que está construyendo Pedro Muelas,
con la quebrada de Ambaló […]”.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [123]
Es probable que la poca utilización productiva de las tierras
acaparadas en haciendas por los terratenientes de esa época haya
hecho más conveniente para ellos la cesión de lotes, para que los
terrajeros hicieran su propia subsistencia, en vez de pagarles por
su trabajo. Más adelante pudo volverse más rentable tratar de
poner a producir para sí mismos, con el trabajo de los terraje-
ros, la totalidad de las tierras, ya pagándoles por éste. Lo que sí
es seguro es que la existencia de unas mejores condiciones de vida
para los terrajeros con algunos terratenientes no fue producto
del interés de estos por su bienestar. La situación con Julio Fer-
nández pudo haber sido un poco más amable que con otros te-
rratenientes, pero de todas maneras los indígenas tuvieron que
trabajar gratis para él, someterse a los abusos de aquellos en
quienes delegaba poder, sufrir las graves consecuencias de enfer-
medad y muerte por los traslados forzados a que fueron some-
tidos, y demás. Julio Tunubalá Calambás fue terrajero suyo y
cuenta que:
[124] l a f u e rz a de l a g e n te
Ese convenio hizo un mayordomo que llamó Cenón Figueroa.
Ese fue a vivir allá y dizque era el encargado de llevar, por un mes
dizque era. Si querían estar más de un mes, pues se estaban allá;
obligación era un mes. Y el que se sea, soltero o casado, como se
sea, tenía que irse.
Papá fue allá y trajo cacao para tostar. Era bien caliente. Él también
66
fue como en dos ocasiones a pagar terraje allá. Julián también fue .
66
Julián Muelas, hijo de Luciano Muelas, esposo de Antonia la hermana de mi
papá.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [125]
Decían que muchos de los indígenas de tierra fría que man-
daron allá a trabajar no se adaptaron por el clima, por la comi-
da y por todo, y que en el camino de regreso morían muchos de
ellos. Luis recordaba que mi papá comentaba que:
[126] l a f u erz a de l a g en te
un mes mandaban unos cinco o seis, intercambiando; los que pri-
mero viajaban no les tocaba al segundo, y así sucesivamente. La
gente que nunca salía, mandaban a Restrepo, Valle, para que es-
tuvieran por allá un mes trabajando. Quién sabe qué tíos serían los
que mandaron, que eran ya mayores y se enfermaron; vinieron de
regreso y, a no mas llegaron, murieron. Así saben estar diciendo.
Nadie decía que hay que hablar por esos muertos ni nada. Creo
que el alcalde, por si, no por denuncia sino por levantamiento de
muerto, intervino para que no lleven más. Pero creo que nadie pre-
sentó algún denuncio, ¡nada! ¡Ellos no importaban! nunca acor-
daron a favor, como hoy día. Ellos no importaba si muere, si está
enfermo.
Finado papá Juan, Elogio Tunubalá, su hermano, cabo Cruz
Tunubalá, y uno que llamó Anselmo Tunubalá, hermano del
‘hombre de hierro’, esos eran los leídos. Si ellos, como leídos y
entendidos, hubieran ido a hablar, aun cuando fuera con don Eloy
Campo67 que era buena persona, o a ese que llamaron José Otero,
que era liberal y que favorecía a los liberales, siempre habría favo-
recido. ¡Pero ellos ninguno! El alguacil, que era miembro del
Cabildo de Guambía, tampoco, porque como era al servicio del
patrón y de la iglesia…
(Luis)
Así que estas eran las ‘buenas’ épocas de las que hablaban
nuestros mayores. Como se puede ver, las cosas no eran fáciles
porque la terrajería siempre fue esclavizante.
“Y ese era el finado patrón que llamaron Julio Fernández,
que nunca vino, sino una sola vez lo vi en tierras del Chimán”,
dijo Luis.
67
Administrador de Julio Fernández.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [127]
Nosotros estábamos allí […] y había el comentario que sube
el patrón, que sube el patrón. Todos querían ver cómo era el pa-
trón. Subió a ver el ganado al corral de la Bugueña. Hasta allí su-
bió y volvió a bajar. Un viejo grandote, altote, agacha’o. Pasó. De-
cían, ¡ese es! Querían mirar como si viniera el presidente de la
República o el Papa.
68
Escritura 9 de 1932, Notaría de Silvia.
[128] l a f u e rz a de l a g en te
Warkatrapu o Santiago
69
El lote Santiago le tocó en el sorteo y Yeguas se lo compró a su hermano Fran-
cisco.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [129]
por un compromiso de dinero que tenía con la familia de
Rosalía70.
70
Oficina de Registro del Circuito de Silvia, Tradición de Dominio de la finca Las
Mercedes, abril 12 de 1951.
71
Ibíd.
[130] l a f u e rz a d e l a g en te
Quienes inicialmente manejaban la hacienda eran Emilio y
su hermano Eloy. Luis cuenta que ellos eran los molineros y eran
originarios de Santander de Quilichao, pero vivían en Popayán.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [131]
esas platas. Las platas que debía vinieron pagando fue los del ga-
nado bravo cuando llegaron. Le debía a don Jorge Rengifo, a Pa-
cho Morales. Había otro que no recuerdo, pero eran tres. Parecía
en arriendo, pero eran hipotecas. Entonces a esos tres, cuando ne-
gociaron, los Caicedos les cancelaron72.
No se qué pasó, pero él ya no tenía ganado, entonces a los terra-
jeros mandaban solamente a trozar leña. Entonces ya se quebró,
ya empobreció, ya empezó a tumbar árboles motilones para ven-
der leña. Y vendía el ganado y tomaba mucho también. Tenía har-
tas mujeres. Don Emilio también fue igual de mujeriego.
Cuando nos dimos cuenta dijeron que ya vendió. Pero eso ya
fue después de Córdoba.
(Lino Calambás)
Yo no conocí nada por esos lados, pero dicen que allá, en épo-
cas de los Campo, había muchos terrajeros que fueron expul-
sados, primero por ellos, por Emilio Campo, pero sobretodo por
su hijo Gonzalo, y los últimos por Ernesto González Caicedo, hijo
de González Piedrahita. Muchos de ellos no tenían cómo hacer-
se a una tierrita en alguna parte, y les tocó hacer sus casas a la
orilla del camino. Algunos aún están ahí.
Luis cuenta que en épocas de Emilio los indígenas tenían
hartos predios que en su mayoría él conoció, porque participa-
ba en todas las mingas que se organizaban. Dice que en esa épo-
ca los terrajeros de Warkatrapu, hoy Santiago, eran finado taita
Antonio Hurtado, “que tuvieron una tierrita pu’ allá por Siberia,
que era un anciano muy bueno”; Gregorio Tunubalá, “que mi
papá contaba que eran flauteros y murió pa’l lado del Chimán”;
el papá de Gregorio Tunubalá, Domingo Tunubalá; José Calam-
bás; Francisco Calambás; los Tombeses de Jacinto; Celestino, “que
fue guardaespaldas de don Pacho y vivía en ese mismo solar”;
Carlos Calambás, el papá de Lino; los hermanos de Carlos Ca-
lambás: Pedro, Santiago y Fermín; un Martín; el flautero Jacinto
72
Según la Escritura 420 del 18 de abril de 1951, de la Notaría 2ª de Popayán, Er-
nesto González Piedrahita, como comprador de la hacienda Las Mercedes, acuer-
da pagar, como parte del valor de compra, las deudas que tenían los vendedores
respaldadas con la hacienda a los señores Juan Ruiz, Jorge Rengifo y Eduardo
Sandoval. Estas ascendían a más de la tercera parte del valor de venta.
[132] l a f u erz a d e l a g e n te
Tombé; taita Pedro Hurtado, su hija Antonia y el marido de ape-
llido Tombé; Abelino Tombé, el papá de Agustín Tombé; Custo-
dio Tombé; y Custodio Ussa.
Cuando los Campo vendieron a los González Piedrahita, o
sea en 1951, aún quedaban allí varias familias de terrajeros que
la misma escritura de venta menciona:
73
Ibíd.
74
Papá de Javier Calambás.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [133]
ya tenía limpio, y entonces Julio entró allí a levantar eras. Él decía
que iba a sembrar el maíz y lo iba a quitar al patrón. Y entonces
fue fulminante su expulsión. Entonces se fue para Jambaló.
Cuando lo expulsan es que le quitan toda la tierra, queda sin
nada, queda afuera, ya no había a dónde sembrar ni nada, enton-
ces qué haciendo iba a estar ahí. Por eso se fueron todos. Yo fui muy
pequeño, pero me acuerdo.
En ese entonces decían que tenía muchos trabajadores paeces
y con ellos arrancó todos los lecheros, los cercos y todo. Traían allí
a jornalear. Por allá limpiando potreros, ya había era puros paeces
de Pitayó. Pagaban bien barato, cuarenta centavos. Como los te-
rrajeros ya se estaban yendo y quedaban las casas vacías, a los
paeces les metían ahí. Como abrían todo, el ganado se iba entran-
do, entonces no se si compraron tierra o no, pero se fueron. Taita
Juancho Tunubalá, el hermano de Pablo Tunubalá que se murió
hace poco, Pablo el médico, que también vivía acá en el Belén
mismo, taita Julio Calambás, y no me acuerdo quiénes más, fue-
ron sacados.
Todo era de ganadería, y había unos cultivitos de papa, trigo,
cebada, linaza, alverja, pero de allá del Belén para arriba. La papa
siempre sembraban con alverja; cuando levantaba el maíz regaban
el trigo, regaban cebada y ¡sí que se daba bueno! Por allí por el Be-
lén, ahora lo que es de taita Álvaro, por allí todavía había gente.
Desde allí del corral de las Ventanas para arriba había gente.
A veces hacían minga y a mi me mandaban a mingar, a sem-
brar trigo, y en la minga llegaban hasta 100 personas. Eso era de
aquí no mas toda la gente. Hombres y mujeres, 100 personas. En
75
ese entonces la minga hacían en tiempo de la ofrenda . Invitaban,
bailaban, comían la ofrenda. Con música de flauta y tambor. No
es como ahora. Entonces era pura flauta y tambor. Hoy ya todo es
distinto.
Fue en épocas de los Campo que salió la Ley 200 de 1936 de Tierras.
En 1936, bajo la presidencia de Alfonso López Pumarejo, salió
la Ley 200 y empezaron a hablar de la reforma agraria, empezaron
75
Ver Cerrando el ciclo, p. 248.
[134] l a f u e rz a d e l a g en te
a hablar de la rebaja del terraje y sacaron una ley de inscripción de
arrendatarios. Cuando empezaron a venir una serie de leyes, mi
papá se vinculó en eso y fue en ese momento que lo expulsaron.
(Javier Calambás)
76
Presidente de Colombia entre 1938-42.
77
Agustín Velasco fue gobernador en 1938.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [135]
terraje. Entonces allí […] ya decretaron que el terrajero tenía que
pagar solamente cinco días en cada mes, en cada 30 días.
(Luis)
78
Eloy Campo era hermano de Emilio y molinero, al igual que su hermano.
79
En tierra libre.
[136] l a f u e rz a d e l a g en te
Los terrajeros de los Campo
80
La conciencia y el sentimiento están para los guambianos en el hígado.
81
Juliana Muelas, hija de Juan Muelas, hermano de la abuela Gertrudis.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [137]
El patrón y el mayordomo daban juete
82
En realidad debió ser cada dos semanas, pero no fue posible rectificar este dato
con él porque al poco tiempo de la entrevista murió.
[138] l a f u e rz a d e l a g e n te
coger”. Cuando llegué al yastau Eloy me dijo así. Entonces me
metieron de mayordomo a mi, y estuve por cuatro años.
Cuando fui mayordomo, siempre andaba volteando a caba-
llo como el patrón mismo. Entonces la gente me empezó a odiar.
Como me odiaba, había un baile y yo andaba por allá en medio
de las muchachas y, en un momento que estuve sentado con ellas,
me sacaron cogido de los brazos y así me pegaron. Yo no había
tomado ni un solo trago y así me pegaron.
Después de eso me demoré como uno o dos meses y me casé.
Tuve ya mis 20 años y entonces fue que me casé y por eso me
pude salir.
La salida al Tablazo
Esas tierras del Tablazo fueron vendidas, según parece, por pre-
sión de los blancos del pueblo, quienes empezaron a decirle que
esa era área del poblado. La plata de la venta fue mal utilizada, pues
como Cruz mismo decía: “Yo siempre fui vagabundo”. Y así, se
quedaron sin tierra.
De allí salió a tierras del Resguardo, parece ser que mediante
compra a un Emilio Cuchillo, del Salado. Según cuenta Cruz,
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [139]
“inmediatamente el Cabildo a mi me dio la adjudicación y me po-
sesioné”. Allí duró entre cinco y ocho años, según su propio recuer-
do. Pero seguramente no tenía suficiente tierra, pues se quejaba
de no tener comida, razón por la cual se fue al pueblo a trabajar.
La ida a La María
Planes de ir al Huila
[140] l a f u e rz a d e l a g en te
En el Huila decían que era muy bueno, entonces mi marido fue
a buscar tierra. Como teníamos mucho traste, utensilios de cocina,
mientras tanto yo vendí todos los trastes, porque él mismo había
dicho que cuando ellos volvieran ya estuviera vendido y listo para
ir. Vendí y lo de llevar ya tenía listo, recogido en un solo sitio. Pero
en la tierra donde fue a ver había mucha plaga, entre ellos una lluvia
de mosquitos bravos; eso venía como venir un humo o una nube.
¡Yo vendí todos los platos de comer y todo, listo para ir, y no pude
ir! (risas)
Salida de La María
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [141]
montaña me encontré unos tipos de allá del yastau para abajo,
que traían tres caballos. Me dijeron que “en Pitayó no nos deja-
ron pasar. ¿Por qué no me lleva estas bestias, para que las tenga
allá no más?”. Con montura y todo, ellos solamente se bajaron y
me entregaron. Yo las llevé y arrendé una manga donde un
Benancio Casos. Dicen que las huellas eran de la guerrilla.
Nosotros no vimos pelear de frente la guerrilla, pero como
la mujer se fue a buscar panela y no volvió, después la volví a en-
contrar, cuando de pronto vino una cantidad de soldados, que
se veía azuuul, que no se veía ni el monte. Llegaron a mi casa,
porque yo tenía una casa grande, y empezaron a fritar carne.
Hemos estado con mi hija la Mencha, y vimos fritar harta carne,
y comían. La carne y las pailas de fritar trajeron de otra casa.
“Usted desde mañana baja a Jambaló y saca los certificados
para que pueda andar”. Eso dijeron los soldados. “Va allá al al-
calde y dígale que le de un certificado”. Yo me fui a caballo, por-
que hasta ahí yo tenía los caballos ajenos, me fui a Jambaló y sa-
qué los papeles y me dijeron: “Ahora sí te andas libre; a ellos no
hay que tocarlos y si mandan a cargar, a agarrar, usted no car-
gue”. A los otros que vivían allá les hicieron cargar unos bultos
grandes y llevárselos también en la mano, más tres gallinas, pero
a mi no me tocó todo eso. Entonces fue que nosotros nos fui-
mos de ahí.
En ese entonces Senciona fue niñita. Mi salida se debe a todo
esto83. Anduvimos y anduvimos, y ese mismo año nos salimos
del todo para acá para Siberia. Primero compramos donde Pa-
cho vendió y después compré aquí, sembré yuca y sembré plá-
tano. Eso demoramos como unos cinco años.
Yo vendí la tierra ¡bien barato! En tres mil. Y con eso fue que
compré aquí. Yo no pude tener la plata en el bolsillo, entonces
mandé a guardar a la mujer por tres años. Busqué tierra y busqué
83
En la década de 1950, integrantes de la guerrilla de Guadalupe Salcedo tuvie-
ron actividad en la región de Jambaló. El ejército ejerció una fuerte represión
contra muchos campesinos e indígenas, tildándolos de guerrilleros. Es a esta si-
tuación a la que se refiere Cruz, la cual causó una nueva migración de muchos
terrajeros guambianos que, como Cruz, por fin habían logrado acomodarse en
esas tierras.
[142] l a f u e rz a d e l a g e n te
tierra. Nadie me vendía. Anduve por allá por la laguna y por todo
eso volteé. Parecía que no podía comprar, y yo con hijos… En-
tonces anduve llorando. Anduve y anduve hasta que por fin com-
pré aquí. Y compré en buena parte, donde nada me ha pasado
hasta ahora. Eso hace 35 años84. Y aquí tengo los papeles de que
le compré esto. Rápidamente se hizo tanto tiempo, y en ese tiem-
po fue que aquí me enfermé. Tengo 72 años.
Por todo eso he tenido que salir de la hacienda, pero a mi
nada me hicieron allá.
84
La salida de La María debió ser aproximadamente en 1952-53.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [143]
El Chero también era tierra de Eloy Campo, o mandaba a tra-
bajar él. También tenía tierra un Gonzalo Caicedo. Ese era el que
más alegaba para expulsar a nosotros. El otro era Emilio Campo,
que tenía tierra por estos lados. Entonces a nosotros nos hacía
trabajar por allá en un medio donde había casa de la hacienda.
(Encarnación Tunubalá)
85
Aproximadamente en 1933.
[144] l a f u e rz a d e l a g en te
haciendo juntas para quitar las tierras, y a raíz de eso a nosotros
nos sacaron con la policía.
Cuando nos expulsaron, la casa solamente le quitaron […]
Había harta gente, pero nos expulsaron fue a nosotros solos […]
Vinimos expulsados, dejando la cebolla y ajos también, por allá
en la guaicada del Cóndor. Se arrancaba siempre nueve cargas
de cebolla y todo esto dejamos sin arrancarle nada. Como nos
expulsó, yo vine pensando: acá ¡qué iré a comer! Yo vine dejan-
do todos los cultivos y vine llorando, siempre pensando qué co-
meré y con qué vestiré, y para comprar mis cosas qué haré.
Entonces acá como Luis Felipe Calambás también me hizo
una caridad, volví a sembrar cebolla. Tampoco había un punto
muy bueno para construir la casa, pero el finado quiso hacer la
casa que hasta ahora existe. La cebolla, así sea la tierra más mala,
yo cultivando y cultivando, Tius me dio la cebolla. Entonces, si-
quiera he podido comprar algo con eso.
Los primeros expulsados fuimos nosotros […] A los demás
nadie les expulsó […] Deben haber sacado después. Son 60 años
desde que nos expulsaron.
Solamente kasuku Antonio Hurtado quedó apenado de que
nosotros vinimos, porque era del lado nuestro. Los otros a veces
vivían hasta furiosos porque mi finado andaba mucho. Antonio
Hurtado vivía allí del Alto de la Cruz para abajo; también don-
de llaman el Alto del Sale […] Por ahí tenía también tierra, y la
mujer de él llamaba tía Tunisia.
A tía Tunisia no le gustaba mucho que anduviera con mi ma-
rido. Decía que era por no trabajar que andaban molestando las
cosas del patrón […] Pero cuando nosotros íbamos a Bogotá, allá
nos decían que la tierra todavía es de ustedes, pero luchen que
algún día […] ustedes vivirán allí […] Eso dijeron en la casa del
gobierno que queda por allí cerca a Monserrate […]
Después de todo esto nos vinimos para acá y entonces los pa-
trones también quedaron tranquilos. Después volvimos vuelta
allá en la casa del gobierno conservador, y después fue en la casa
de los liberales. Siempre en eso, nos llevaban a caminar.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [145]
Cuando nos expulsaron, fuimos para el lado de Jambaló y
donde llegamos era un amigo paez, Javier Ipia, que nosotros lla-
mábamos patrón. Allá también apareció otro patrón, pero era dis-
tinto. No estábamos trabajando para él. Allá era a cuidar ganado;
era una sabana como de unas 100 hectáreas, con once cabezas de
ganado. La tierra sí le dejó a mi papá para que cultivara a su cuenta.
La casita la tenía cerca al pueblo. Allí estuvimos como unas
dos semanas y ya nos dijo: “Ahora sí tenés que ir donde vas a vivir
definitivamente”. Éste nos ayudó con un caballo y el mercado,
con unos maíces y unas cosas más.
En ese momento cuando llegamos allá, yo me di cuenta como
si estuviera despertando. A mi me traían en la espalda y desde
que me bajaron y me pusieron en el patio, que eso sí me acuer-
do clarito, de allí hasta 1944 estuvimos.
Como allí los vecinos cercanos también eran paeces y era
gente muy buena, también nos habían dado una tierrita, como
una hectárea para que cultiváramos todo, pero para el dueño de
la tierra que le hiciera un pedacito para él también venir y cose-
char. Tal vez el señor nos echó la bendición. Todo fue sembrado
de ulluco y cargóoo ulluco que la gente de acá cada siete días sa-
caba 20 o 30 cargas. ¡Y el ulluco no se acababa! Eso dio más de
200 cargas, pero en ese entonces la carga de ulluco solamente
valía 10 pesos. Entonces en ese momentico el que decía que era
patrón ya no le gustó.
De allí tocó otra vez despedirnos de esa tierra, agradecer e
irnos, ya como liberándonos del terraje. La gente de allá dijo que
no se deje mandar de otro y que venga para que usted consiga
su propia tierra. Y el Cabildo de Jambaló dio posesión. Ahí sí yo
ya tenía buen conocimiento cuando dijeron muchas gracias, y
nos fuimos.
Si mi papá no hubiera salido de esa tierra por un tiempo más,
haciendo los trabajos, esa tierra era para dárnosla a nosotros.
Pero entonces la gente insistía mucho en que estaban dejándose
mandar de otro, que entre nosotros los indígenas no puede ha-
cer eso. Como el Cabildo dijo que nos iban a dar una tierra pro-
pia, nos fuimos.
Tuvimos otro buen vecino que llamaba Cenón Dagua. Este
también nos dijo que él tenía una tierra que estaba de balde, que
[146] l a f u e rz a d e l a g en te
si quería trabajara. También dijo que dejara señalado un peda-
cito para él. Ahí trabajamos duro como unos tres años y de ahí
nos dio para hacer la casa arriba, a una hora de camino.
El primer patrón donde llegamos, todo el tiempo quería que
estuviéramos en sus manos; no quería que nos fuéramos. Nos
entregó 11 cabezas de ganado en el ’38, hasta el ’44, y en seis años
multiplicó a 65 cabezas. Al ganado le ordenó que cuidaran, no
como de él, sino como si fueran suyas. Entonces, de la leche que
ordeñábamos sacábamos queso, y él venía solamente a llevar
queso, pero nunca preguntaba cuánto comieron, sino que dejaba
libre para que nosotros comiéramos lo que quisiéramos. Y si al-
guien llegara, pues dele también para que coma, estábamos ad-
vertidos.
De todas maneras, hambre no pasamos una vez fuimos echa-
dos de estas tierras. Entonces mi papá siempre estaba contento.
“Acá también se sufre, pero la situación es distinta”, decía. Él es-
taba muy contento porque le acompañaba mucha gente a sem-
brar y a cultivar. Como mi papá sufría tanto aquí en Chimán,
que todo el tiempo lo tenían haciendo trabajos no propios de él,
con un poquitico de cultivos que hacía y por eso había que pa-
gar terraje, allá sentía que no era nada lo de cuidar ese ganado
en la sabana.
Todos los días, desde las ocho de la noche, siempre rejuntaba
el ganado en una guaicada de la sabana, y allí amanecía siempre
hasta las cinco de la mañana. Así duró seis años y no dejó per-
der ni una sola res. Entonces dijo que usted me cumplió gran-
demente y que muchíiisimas gracias. Pero el patrón, hasta que
salió, no hizo ningún reconocimiento por el cuido de ese gana-
do. De todas maneras mi papá quedaba agradecido porque, por
haber venido ahí, abrió espacio para que otros le dieran tierra.
El Cabildo dio posesión. Hasta ahora mi familia se mantie-
ne allá en la tierrita, sin pasarla a manos de otros. Como no so-
mos solos, mis hermanas mujeres por allá están. Pero todo esto
nos sirvió mucho, nos dio valor para estarnos allá al entorno de
Jambaló. Como nosotros tenemos la experiencia del sufrimien-
to de Chimán, allá nos portamos bien, como debe de ser, y eso
nos sirvió de mucho. Mis papás estuvieron allá hasta que fina-
lizaron su vida. Allá tengo guardados los huesitos de ellos.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [147]
La gente iba mucho allá. Unos a ver cómo conseguir culti-
var, otros a sacar carga de flete y otros a comprar comida. La gente
que venía a comprar comida, no venían a comprar comida, sino
a ayudar a cosechar, a recoger los productos, y entonces todos
los días, por la ayudada, les pagaban una arroba. Si venían dos
personas y trabajaban tres días o más, pues con eso se hacía una
carga para traerla. Entonces decían que venían a comprar, pero
lo que hacían era que ayudaban y ganaban la comida. Unos sa-
caban fletes y otros iban a conseguir tierra y a sembrar al partir.
Mi papá mantenía unas 20 o 30 personas siempre. Por las no-
ches, como cuando llueve páramo no podían salir temprano a tra-
bajar, mientras calentaba el día, mientras salían a trabajar, siem-
pre hablaban y hablaban, y esto era lo que decía: “Nosotros hemos
venido acá por esos motivos de expulsión allá, pero aquí no he-
mos fracasado”. Él contaba siempre que aquí estamos como libres,
contaba todo eso, la realidad, cómo empezaron aquí a echarnos.
Fue el patrón Emilio Campo, él fue el que nos sacó. Pero ha-
bía otro que ayudaba a expulsar, que era un familiar de mi papá
mismo que llamaba Celestino Calambás, hasta que murió. La
gente le decía a él que era el limpia-culo del patrón. Hasta que
nosotros vimos, él siempre andaba a caballo detrás del patrón,
hasta hace poco. Primero murió el patrón y, como la muerte de
todas maneras nos llega, éste también murió. Entonces, como los
blancos son así, como decían que era buen patrón y buen em-
pleado, decidieron enterrarlo al ladito de donde está el patrón,
y ahí está, en yastau.
Yo no me acuerdo mucho, pero la mayoría de los terrajeros,
casi todos, pasaron al lado de Michambe. Todos los Muelas son
del Chimán. Si me hubiera yo levantado o criado aquí adentro
de Chimán hubiera contado muchas cosas, pero yo me crié y me
levanté en otro lugar. Yo vine aquí en 1962, como un forastero,
como venido de otra zona.
[148] l a f u e rz a d e l a g e n te
en esta parte del Gran Chimán, salieron finalmente cuando esta
familia de terratenientes decidió utilizar la tierra para levantar
ganado de lidia. Prácticamente no tuvieron que hacer nada más
que meter los animales para que, asustada nuestra gente, se sa-
liera de sus tierras ancestrales. Como dice Luis:
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [149]
[…] Distribuyeron la gente, los vaqueros allá arriba, y a mi de-
jaron acá abajo en la quinta en la Sierra Morena. Ahí duré 31 años.
(Lino Calambás)
[150] l a f u e rz a d e l a g e n te
San Fernando
86
Clemencia y Soledad Medina, hijas de Bárbara Concha y Domingo Medina.
Soledad heredó el potrero Santiago y Clemencia Yeguas.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [151]
sólo la finca estaba hipotecada, sino que el ganado que había en
ella era de Lozano87.
Entre 1945 y 1964 hubo varias transacciones de venta, pero la
finca siempre permaneció en manos de la familia Garrido.
Yo no conocí por ahí porque, como al igual que las tierras, a
los indígenas también nos dividían, entonces uno no salía de los
predios donde pagaba terraje. Algunos dicen que, en épocas de
Rafael y José Antonio Concha, en San Fernando se pagaba una
semana de terraje al mes, y que el patrón les permitía trabajar
en las tierras faldosas, no en las planas, tal y como sucedía en las
demás partes del Gran Chimán.
87
Escritura 964 de 1945, Notaría 2ª de Popayán.
88
Tomado de entrevista realizada por Cruz Trochez y Miguel Flor en 1989, en
Ñimbe.
[152] l a f u e rz a d e l a g en te
El patrón era don Domingo Medina. Él fue que nos echó. Una
patrona ha sido Clemencia. Ella era buena, con ella sí se vivía bien
[…] Después fue que negoció con Domingo y él fue el que echó a
todos los terrazgueros […] Nosotros éramos de San Fernando y
fuimos echados por los patrones.
En San Fernando era pura casa pajiza […] Nosotros apenas
vivíamos en ranchos chiquitos. Eran tres en el mismo plan […]
Una casa era de nosotros y la otra era de taita Cruz […] Las tres
casas eran de familia de los Velasco […] A nosotros nos echaron
de allí y ya desbarataron las casas los patrones…
(Gabriela Velasco 89 )
89
Tomado de entrevista realizada por Cruz Trochez y Miguel Flor en 1989, en
La Campana.
90
Escritura 788 de 1964, Notaría 1ª de Popayán.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [153]
Chimán y Mario Córdoba
[154] l a f u e rz a de l a g en te
Entonces, desalojaban, quitaban las tierras, y con la misma
gente, con los mismos terrajeros, abrían el camino, que era la
peor desgracia. Lo único fue que buscaron un blanco para que
usara a los indígenas como trabajadores para abrir los cercos,
para hacer lo que necesitaban y meter ganado.
91
Escritura 3039 de 1944, Notaría 1ª de Cali.
92
Escritura 1366 de 1947, Notaría 1ª de Cali.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [155]
Mapa 4 Los terrajeros de El Chimán cuando llegó Mario Córdoba.
[156] l a f u erz a de l a g en te
Dicen que esa cruz la pusieron los misioneros que habían
entrado a imponer su pensamiento y su forma de vivir entre
nuestra gente. Luis sabe que:
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [157]
era de la hacienda también. Pero eran saltados, pues entre los
potreros quedaban espacios donde había núcleo de indígenas,
mucha gente. Eso tenían para los indígenas.
Había tierras como el Chillikkulli, hasta cerca de la casa de
Cabo Cruz, hasta un punto que se llama Takukullu, que aunque
legalmente hacían parte de la hacienda, no eran potreros de la
hacienda, sino lotes, pedazos que eran de misak. Takukullu mis-
mo eran tierras del Cabo Cruz y los papás, que mi papá les de-
cía tata Vicente y mama Luciana. Ahí mismo vivían juntos con
un criado que llamaba Antonio ‘el mecánico’. También había otra
persona que vivía ahí que llamaba Dionisio Ussa, a quien le fue
imposible seguir viviendo ahí y le tocó salir e irse. Vivió allí has-
ta que se casó. Hasta nosotros bajamos allá a cultivar.
Luis recordaba que “más arribita vivía uno que lo llamaban
Manuel ‘el chiquito’, que era el hermano del papá de ahora taita
Julio. A éste le tenían el apodo de Karunchi Manuel. La mujer
dizque era una timaneja” que, según Joaquín Morales, no hablaba
la lengua guambiana, y como que la llamaban María Crucita.
“Frente a Santiago, donde hay un medio plancito, en esa falda,
de ahí para abajo todo era potreros. Frente a Tapias, donde vi-
vían unos Tunubalás, más abajo era ya la casa de mama Dolo-
res, ahí en el puente de la Sierra Morena”, añadió Luis. Ahí en
seguida vivía Bautista Tunubalá.
93
Hijo de Manuel Calambás, según Joaquín Morales.
[158] l a f u e rz a d e l a g e n te
Joaquín Morales recuerda que la mujer de este Santiago se
llamaba María Antonia Tombé y que más arribita vivían Juan Ig-
nacio Tombé y la mujer, que llamaba Trinidad Morales. Estos
después se fueron para Jambaló.
Todos eran terrajeros. De ahí para acá vivía el suegro del Joa-
quín de ahora, que llamaba Jacinto Sánchez. Ahí vivían tres per-
sonas, que parece que fueran hermanos: Jacinto, Julio y Pranyu. De
ahí, más arribita, vivía Santiago Calambás.
(Luis)
Junto con Santiago vivía uno que llamaba Custodio, que por
apodo lo llamaban Montsulak. En un solo lugar había hartas ca-
sas. Había uno que llamaba Santiago, y otro que le decían José ‘el
malo’. Más arribita vivían otros que llamaban Antonio, Jesús y Joa-
quín Tombé, apodados ‘morrocoy’ por los blancos.
(Luis)
Vivió por allí mismo uno que llamaba Rafael Tombé. Esos se
fueron también por allá para la montaña de La María; allá se fue-
ron a acabar.
(Joaquín Morales)
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [159]
Petroglifo de Sruktrapu. Foto: Martha Urdaneta.
Por ahí vivía uno de nombre José Calambás y también una Helena
Calambás. Ella se casó cuando ya tenía dos hijos, y el marido se
llamaba Custodio Tumiñá, que vivía en Bujíos.
[160] l a f u e rz a d e l a g en t e
Domingo Trochez y su hijo José Antonio, terrajeros de El Chimán.
Antonio ‘el flautero’, que murió hace poco. Había otro hermano
del flautero que llamaba Julio, que se fue para las montañas de
María; hace poco volvió y andaba por ahí.
En Chillikkulli hoy vive Joaquín Morales94. En ese plan es
donde vivieron Cruz Tunubalá y Teresa Hurtado, los papás de Julio
Tunubalá, el dirigente del cric; ahí nació él, como también Juan
Pastor, el que asesinaron. Ahí también vivieron Pedro Tunubalá,
el hermano de Cruz, Vicente Tunubalá y Sebastiana.
Por estos lados vivió nuestro Jacinto Tunubalá. Según Luis,
“ahí eran tres casas juntas: la del papá de Jacinto con la tía Santa
y el otro hijo que llamaba Anselmo”.
También nuestro taita Domingo Trochez vivía enseguida. Allí
vivían Domingo el mayor y su mujer, María Cruz Cárdenas, su
hijo José Antonio y también Manuel, hermano del mayor Do-
mingo. Un hijo de Manuel llamaba Domingo, el mismo nom-
bre del tío, el otro llama Abelino y éste está viviendo hasta ahora
allí en Mataredonda, y el último hijo llamaba Rafael. Sus hijas
94
Relato del año 2000.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [161]
eran Joaquina, la primera mujer de Luis mi hermano, y Julia.
Ellos fueron los que vivieron ahí. Los pobres se fueron.
En toda esa guaicada de Chillikkulli sembraban mucho, por-
que aun en verano no se sufría por falta de agua. En la tierra de
Julio, donde estaban los cultivos de él, yo he andado por ahí. No
era roza de nosotros, pero cuando niño no tuve pena ni vergüen-
za y, como nos convidó, fuimos a coger papa ahí. ¡Yo le sacaba
las papas más grandes, que llamaban ‘quetenadas’!
En Chillikkulli también vivía Pascual Tombé, un médico tra-
dicional al que le decían Inkiaraju y a quien todo mundo ocupa-
ba; él pasó a Tapias, al otro lado de la carretera, y por allá murió.
Más arribita, en una faldita, vivía Ignacio Morales, papá del ahora
Joaquín, que se fue a la hacienda Otavio. Arriba en otro plan ha-
bía una mayora que le llamaban tía Tunisia, una persona de gran
estatura, y su esposo, taita Iginio Tunubalá. Joaquín Morales re-
cordó que:
[162] l a f u erz a d e l a g e n te
Como yo andaba siempre alrededor de los mayores, entonces yo
observaba y veía que se casaban y bailaban y hacían mingas. Pe-
ro esa fue casi la última vez que los misak hicieron fiesta allí en
ese sitio.
Un poco antes de llegar a la laguna que hizo Aurelio hay una
guaicada que llaman Mitsokulli. Allí hasta ahora existe un plan
donde vivió taita Jacinto Sánchez. Tenía casa arriba, pero tam-
bién tenía abajo, y siempre trabajó en dos partes: arriba y abajo.
Donde está la laguna era una huerta de mi abuela Rufina; ahí
tenía una casa, la casa de abajo, que se la quitaron recién llegado
Córdoba.
Entonces todo eso era tierra de misak, de la gente, y hasta en-
tonces las tierras no eran quitadas. Casi hasta muy cerquita de
una loma que llama el Kaluskutsintun, hasta allí era lo de los blan-
cos; lo demás, todo eso era tierra del misak.
De la laguna,
Por ahí también vivió su otro hijo, Manuel Paja, que también
eran terrajeros, y la hermana que se llamaba María Paja.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [163]
De ahí para arriba, en la guaicada, vivió Esteban Morales con
sus hijos que se llaman Trino y José Morales. De allí se fueron Este-
ban y Trino para Morales, y José hasta ahorita está viviendo por
allá por El Mango. Pero no era solamente de él, sino también vi-
vió allí Manuel Díaz, suegro de Esteban Morales y tío de finado
mi papá; una hermana suya, Juliana Díaz, era la mamá de mi papá.
(Joaquín Morales)
[164] l a f u e rz a d e l a g en te
Terrajeros de El Chimán, en épocas del terrateniente Mario Córdoba, descansando
mientras novelean al fotógrafo.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [165]
y hablaban bien bonito. Manuel capitán era de estatura media-
na y le gustaba cargar las mochilas cruzadas. Siempre caminaba
para allá y para acá rodeado de mucha gente, porque ellos eran
los que encabezaban la fiesta. Como era persona mayor, tenía
muy buen trato con la gente, atendía muy bien. Yo vi eso.
En ese entonces no había carretera, era camino, y los cami-
nos eran estrechos y llenos de subidas y bajadas, que iban por
un alto que llamaba el Kurusyuk. Del mismo kurus es el Kurus-
keta, la parte de arriba, donde hasta ahora anda taita Abelino
Dagua; él nació ahí. Ahorita no están sino los planes que fueron
su casa; ya no hay casa. Ahí mismo vivió también Julio Hurta-
do; ellos viven ahora en tierra caliente, y también han compra-
do algunas tierras por La Clara. El papá de él se llamaba Abelino
Hurtado, que también era mayor.
[166] l a f u e rz a de l a g en te
Dagua salió ya en tiempo de Córdoba. Hasta yo los vide cómo
sacaban las puertas y las llevaban, cuando recién empezaron a
quitar en ese lugar.
Y más arribita dicen que existió una casa de una señora que
se llamaba Rosalía, que eran los mismos familiares de Manuel Je-
sús Tombé, que abandonaron la casa y se fueron.
(Luis)
Allí vivieron los tíos Vicente, Julio, Rafael, y Abelino. Este Abe-
lino iba al otro lado, a Ambaló, donde Cruz Calambás, hermano
de la abuela Rufina, porque querían llevar para ellos, porque ellos
tampoco tenían hijos. Él descontaba terraje al lado de Ambaló y
fue expulsado en la misma época de expulsión de taita Anselmo y
los Lucianos. Más arribita era la casa de taita Antonio Calambás,
el papá de Juan Calambás.
(Jacinta)
95
Tenía casa aquí y también en Pilarautu.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [167]
Que no entraran por ahí porque eran casas abandonadas y
existían espíritus malos que causaban daño… Con un hijo de la
abuela Rufina, que llamaba Julio, con él anduve por allá comien-
do moras.
Manuel Díaz, ya cuando estaban quitando las tierras, compró
unas tierras por Morales y se fue toda la familia. Entonces que-
daron las casas y nosotros las vimos ahí, ya llenas de maleza, aban-
donadas. Al final no me di cuenta si se cayeron solas o alguien las
tumbó. Las casas eran grandes. Ahí hacían mingas y bailaban.
Hacían fiestas.
[168] l a f u e rz a d e l a g en te
cualquier parte para que se reprodujeran”. En esa guaicada tam-
bién vivió Eulogio Morales, primo hermano de Ignacio Mora-
les, el papá de Joaquín Morales.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [169]
Chambas de los indígenas
96
Ver Nota 65, p.123.
[170] l a f u e rz a de l a g en te
Mapa 5 Ampliación de la zona donde vivía la familia Muelas Hurtado.
seguida y era del papá de Juan Calambás, que era Antonio Calambás.
Enseguida era una tierra de la abuela Rufina que tenía un plan gran-
de, también con chamba, y en seguida había otra chamba de otra
huerta; el dueño de eso era Manuel Calambás, que era compadre
de mi papá y de mi mamá. De donde los Sánchez para arriba ya
era la del abuelo de nosotros, Pedro Muelas. De donde los Sánchez
había un puntico que llama el Mishkuetsikkullu y de allí la chamba
iba al Bernabekulli, y de allí subía a un punto que llama el Yaskapchak,
y eso atraviesa del lado de arriba de la casa donde nosotros vivía-
mos. De ahí conectaba con la tierra del Mushu. Del lado de arriba
de la casa de nosotros había como un pantanito, como un laguito,
como una ciénaga, entonces la chamba pasaba por una huerta de
cebolla que tenía el Mushu. Una parte colindando con el Mushu ya
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [171]
no hicieron chamba, sino que sembraron lechero como cerco na-
tural. De ahí subió hasta donde Pedro Calambás el cerco de lechero,
conectando la otra chamba que cruzaba al Tsurakutun. De allí
bajaba al hueco que llamaban el Soldadosorinkullu y de ahí subía
otra vez hasta donde taita Jacinto Sánchez. Con Pascual Morales,
Mushu lindaba donde amarraban sus ganados. Con el Mushu ha-
bía otra tierra colindante de una mujer que se llamaba Juliana
Trochez. De allí seguía colindando taita Abelino Calambás. Había
un corralito también ahí con un cerco de lecheros de él mismo.
Había otros cierros por ahí, pero ya no eran chambas sino cercos
de lechero, que hasta ahora existen esos árboles.
Cada uno, como los Sánchez, igual que Pedro Muelas, fueron
asegurando para ellos con las chambas. Era grande lo que ence-
rraban y además tenían la tierra común.
[172] l a f u e rz a d e l a g en te
la yunta de bueyes y ese tipo trajo unos pastusos con yunta de
bueyes para arar con arado de chuzo de madera. Como recien-
temente habían quitado las tierras, había tierras flojas, tierras
sueltas, cultivadas por los indígenas; entonces no era difícil. Y usó
también a los mismos indígenas, les enseñó allí a manejar la
yunta, a arar, a amarrar el yugo. Hizo mover mucho a la gente, a
cultivar para él.
En la época de Fernández y de Concha, no es que eran bue-
na gente. Ya los indígenas, dentro de la legalidad de los blan-
cos, no eran dueños de la tierra, pero por lo menos habían de-
jado espacios para hacer el cultivo y la gente cultivaba ahí,
pagando terraje a cambio. Unos pagaban en trabajo y otros
cultivaban el trigo, vendían, unas veces vendían ganado y, en
vez de ir a estar trabajando por allá, gritados por el mayordo-
mo, preferían trabajar en la tierra, hacían plata y pagaban el
terraje en plata. Nuestro abuelo Pedro Muelas, por ejemplo,
como ya era muy anciano y sólo podía caminar con bordón,
no podía salir a pagar el terraje; entonces convinieron pagar en
dinero. Cuando el mayor murió y mi papá tuvo 12 años, lo sa-
caron a él a trabajar terraje.
97
Alfonso Lozano no aparece como dueño de El Chimán en ningún documento,
pero sí como la persona a cuyo favor se hipotecó San Fernando entre 1941-45.
Además fue administrador de Chimán en épocas de Julio Fernández.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [173]
a trabajar, producir y vivir de lo que producían, entonces fue más
duro; la plata no les alcanzaba para nada.
Joaquín Morales recordaba que:
[174] l a f u e rz a d e l a g en te
había ya nada que hacer porque metieron los animales.
Entonces a los abuelos les tocaba poner cercas alrededor de la
casa, cuerdas de púa, para evitar que el ganado arrimara a las
casas y las derribara. Recuerdo apenitas que, cuando recién
empezaron a quitar las tierras, había tierras movidas, recién
cultivadas, recién cosechadas. Recuerdo apenas eso; yo fui muy
pequeño.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [175]
98
Pedro Roa llegó de a caballo. Había unos árboles de manza-
no y cogió las manzanas y comió. Sacó 30 pesos y le dio para que
se fuera con esa plata; que le compraba la casa. Para que se fueran
les daba esos 30 pesos. Entonces ya salieron.
Allí había mucha cosa. Los que salieron no llevaron absoluta-
mente nada, sino las ropitas viejas. Habían estribos de cobre, hoy
día podían ser valiosos, tarabas que llamaron, y otras cosas. Eso se
quedó todo allí botado. Eran de cobre pues, antiguamente del
bueno. Yo estaba muy muchacho.
Como los que quedaban ayudaban a tumbar las casas, también
tumbó la casa de Vicente Hurtado, que era la del taita Abelino y
99
abuelita Rufina . A ella también le desbarató la casa. A taita An-
100
tonio Hurtado también. A taita Abelino Hurtado , que vivía al
pie de Kurusketa, también lo sacó.
Ya entonces los mismos terrazgueros, con cabo Cruz, venían
a tumbar las puertas, bajar el techo y tirar pajiza para un lado, y
eso cortaban unos y otros los rajaban, y llegaba una recua de mu-
las y llevaban la leña para la Empresa que llamaban.
98
Administrador.
99
Vicente y Abelino Hurtado eran hermanos, hijos de Rufina, mi abuela materna.
100
Es de otra familia.
[176] l a f u e rz a d e l a g e n te
vacunar el ganado, y hacer todo. Él fue denominado como ma-
yordomo, y a pesar de eso también sufrió algunas consecuencias
de los blancos y, finalmente, también salió de la hacienda y se fue
a vivir en otra región.
Se hacía mucho comentario de tierras en otras regiones. Los
que recuerdan dicen que algunos, como Antonio Hurtado y
otros, como la familia de Domingo Trochez, se fueron para el
lado de Inzá y allá murieron. Sobre Inzá había un gran comen-
tario; allá iba mucha gente nuestra, atravesando el páramo. En
ese entonces no había carretera ni nada, pero sí había camino de
herradura para ir a caballo; otros iban a pie. Decían que encon-
traban tierras vírgenes, tierras muy buenas, donde habían con-
seguido un fríjol que era silvestre. Y hablaban mucho de comi-
da, fruta, aguacates; que buena comida. Decían que ese fríjol
silvestre era un favorito, ¡que se daba en el monte! Que en tiem-
po de cosecha no era sino ir a recolectar y que eso era un gran
aporte. También que el maíz se daba muy rápido y muy bueno.
La mayoría de la gente, el grueso de la gente, se fue para el
punto que llaman El Hatico, que es Morales. Estos hicieron ese
camino de ir al Hatico porque, como mercadeaban los produc-
tos —para abajo llevaban cebolla, papa y demás; para arriba
traían maduro y otras cosas—, habían hecho conocidos.
Como hasta entonces no circulaba tanto la plata, sino que ha-
bía intercambio, nuestra gente a veces salía a trabajar una semana
o más por comida. Cuando digo comida, no estoy diciendo el
plato de comida del momento, sino la comida que se gana en la
semana para traer para la casa el fin de semana y con eso subsis-
tir las siguientes semanas. Se trabajaba, no pensando en la plata,
sino pensando en la comida; se trabajaba una semana entera para
ver el fin de semana cuánto nos daban en comida.
Mirando hoy en día, trabajar tan duro no tiene comparación
con un racimo de guineo, que no vale mucho… Pero como eso
es lo que pagaba el patrono y eso lo necesitaba uno para llevar
para la casa, había que trabajar por eso.
Entonces, iban con el caballo, trabajaban una semana, y el
domingo se recolectaba la comida y se traía para la casa para
pasar la vida. Cuando se acababa esta comida, había que regre-
sar otra vez. Esa era siempre la rutina. Con esa comida también
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [177]
trabajaban la hacienda, porque para el trabajo del terraje no
daban ni la comida.
Y así fue como muchos guambianos ya habían hecho un
camino que después retomaron cuando tuvieron que salir de sus
tierras, como es el caso de Morales, La María y otros lugares.
Algunos se amañaban y se iban. Tenían el problema de que,
no como la gente de ahora que se acostumbra al pantalón, el ves-
tido era una ruana que se chumbaban y con esa ropa se moles-
taban mucho porque había mucho mosco, mucho insecto y tam-
bién había culebras. Además, como eran descalzos, también era
difícil para esos largos caminos. Entonces los que soportaban
toda esa situación y se amañaban, se iban definitivamente. Y en
esa ida en distintas direcciones fueron cambiando sus vestidos,
fueron cambiando hasta sus hábitos de vida, y muchos han per-
dido hasta el idioma; otros no.
En ese entonces no todos sabían bien el manejo monetario,
y eso hizo las cosas más difíciles. Hoy todo el mundo maneja la
moneda y aún así se dejan engañar en muchos negocios. Antes
fue mucho más difícil; siempre los engañaban. Yéndose a otras
partes, donde la situación era lo mismo en cuanto a los nego-
cios, al manejo monetario, así fuera poquito o bastante, al no
saber negociar les arrebatan la platica o los productos muy rá-
pidamente. Era por no saber el vocabulario del manejo del
negocio, y hasta no aprender este sistema, no logró cambiar la
vida del misak.
La salvación del misak ha sido que es trabajador, cultivador,
así sea tierra en arriendo o al partir de la utilidad que hacía con
sus brazos. Por eso vivieron y con ese trabajo se han hecho que-
rer de mucha gente. Los guambianos no se han querido dedicar
a vivir del negocio, sino que siempre se han quedado trabajando
en la tierra, porque siempre su designio ha sido ese. Sin embar-
go, aún no han logrado vivir una vida con holgura.
Hoy casi toda nuestra gente ha aprendido mucho a comer-
cializar los productos agrícolas, el ganado, los caballos. También
han aprendido a discriminar las tierras buenas de las malas. Pero
antes, como no conocían sino sus tierras de origen, se dejaron
meter muchas tierras malitas por buenas. En la tierra donde vi-
vimos, en nuestra tierra, el yastau, aun en las partes que se creen
[178] l a f u e rz a d e l a g en te
más estériles, allí el maíz se produce. En lo nuestro, en la peor
tierra se produce, así sea linaza. Pero en otras regiones no es así.
En tierra caliente hay lomas donde no se produce sino helecho,
tierras donde hay árboles de angucho, que son muy ácidas; esas
tierras son las que han vendido a muchos misak. Entonces, así fuera
con muy buena voluntad de trabajar, de producir para vivir me-
jor, si la tierra no ayudaba seguían siendo lo mismo de pobres.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [179]
esperando para la Semana Santa hacer comida de arepas de cho-
clo, hablaban mis mayores, y por esa huerta no pagaron sino 20
pesos. Tenía otro lote de trigo, una sembradura de cinco arrobas
que ya estaba amarilleando para jechar; a ese también le pagó nada
más 20 pesos. Por la casa reconocieron sólo 20 pesos. Entonces por
101
todo fueron 60 pesos .
Si los 60 pesos nos los hubieran dado juntos, así como hicie-
ron los de Santiago y otros, que allá al frente siempre compraron,
así también habríamos hecho nosotros. Pero nos dieron la plata
por contaditos y cada 15 días había que venir. No le daban a uno
junto, con el argumento de que ustedes tomarían trago con eso.
Al papá mío lo mandó para Otavio y nos dijeron que allá había
tierra y que, como había tierras, ustedes allá no necesitan sino para
comprar remesa. Con esa excusa le daban así de a poquito. Enton-
ces todo se fue en remesa y la plata no sirvió para nada.
Allá nos dio tierra, un pedazo para que cultiváramos, pero
había que seguir trabajando para ellos como terrajeros. A los seis
años de estar en Otavio vendió la hacienda a un doctor de Popayán
que llama José Antonio Duque. Éste no duró nada y volvió a ven-
der a uno de Palmira que llama Ernesto Castañeda, quien empezó
ya a vender a los mismos blancos de allí, por pedazos. A nosotros
que vivíamos allí no nos admitieron que compráramos; como ha-
bíamos sembrado café, solamente reconocieron lo que se llamó las
mejoras, para él poder vender bien las tierras. Yo ya estaba creci-
do en ese momento y anduve en Popayán reclamando mejoras en
la Oficina de Trabajo. Allá le tocó pagar, pero de igual manera no
pagaron junto, sino en tres contados. Lo que hizo pagar la oficina
de Popayán, no sirvió sino para comprar remesa y comer. Y así se
acabó eso.
Mientras tanto, en 1952, regresé a Guambía y al año, en el 53,
me casé. Yo anduve por ahí donde taita Salvador Calambás, ayu-
dando a trabajar. Alguien sapió que no pagaba terraje sino que
andaba allí libre y trabajando para mi mismo. Entonces ya exigie-
ron que pagara terraje por mi cuenta. En compañía del tata mi sue-
gro, compré una tierra y me fui para allá, porque yo no podía venir
casi a la hacienda.
101
Ver documento de venta de mejoras, en la siguiente página.
[180] l a f u e rz a d e l a g en te
Hay muchos documentos de “venta de mejoras” que Mario Córdoba obligó a los
terrajeros a firmar, para luego expulsarlos de sus tierras.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [181]
Nosotros somos cuatro hermanos, yo soy el mayor y mi her-
mana la que sigue llama María, que viven ahora allá en Santa
Helena (Morales). Tengo otro hermano que vive por allá por La
Cuanda arriba, que llama Cruz Morales. Trino y Esteban viven en
Mataredonda. Ellos desde que se fueron voltearon y voltearon, y
por fin se quedaron por ahí. Nosotros fuimos los primeros que
sacaron y ya con Mario Córdoba no teníamos nada que hablar.
Cuando fuimos a tierra caliente, allá era con otra gente. Allá nos
tocó pagando terraje mismo, pero no era con él. Yo también he
andado en todo esto y me ha tocado sufrir, ir y venir.
[182] l a f u e rz a d e l a g en te
vivían. Iban a traer comida, como mi familia, y regresaban allí,
al Chimán. Jornaleaban, se rebuscaban, pero ahí estaban.
Como los papás de José Sánchez, quien dice que:
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [183]
Cuantas veces salía al potrero el ganado, el mayordomo Ventu-
ra Riascos lo llevaba al coso. Entonces había que pagar multa
siempre y, como no tenían más de qué hacer plata para la multa,
el mismo mayordomo compraba el ganado y dentro del nego-
cio sacaba la multa y daba algún excedente al mayor. Y era bien
barato que pagaba. A la vez él mismo dejaba la plata y así se acabó
el ganado.
En vez de ellos suplir sus necesidades, vender una res o pe-
larla y alimentarse, el mayordomo ayudó a acabarlo. Y así, casi
todo el ganado fue una especie de regalo a los blancos hasta el
final de su vida. Murió en absoluta pobreza.
Así fue también con el papá de Javier mi cuñado, Pascual Mo-
rales, que era un mayor que tenía harta gente a su contorno,
porque se portaba muy bien con todos y eso le servía para que
muchos acudieran cuando él convocaba a una minga. Él com-
pró una tierra en lo caliente, en Morales, pero no para ir a vivir,
pues no se amañaba allá porque no era su tierra; lo hizo por cul-
tivar el café, la yuca, y los plátanos, para vivir de eso, para siem-
pre siempre ir a traer cargas de plátano y yucas, porque se sentía
la necesidad. Cada vez que podían iban una semana o 15 días.
También nuestro amigo Jacinto Tunubalá, que llamaban el
Hombre de Hierro, y su hermano Anselmo y su cuñado Vicente
Yalanda, se movían mucho y tenían una vida mejor. El trabajo
sería arduo porque trabajaban en tres sitios: en la hacienda, en
el Resguardo y también en tierra caliente, en Santander, pero así
no les faltaba la comida y no tuvieron que abandonar su tierra
de origen.
Eso ha sabido ser de acuerdo a la capacidad de cada individuo,
de cada familia. Para los que no fueron hábiles, la vida fue lo peor.
Había otra gente, como cabo Cruz y hoy cuñado Ricardo Tu-
nubalá, hijo de cabo Cruz, que se quedaron y vivían mejor, por-
que a ellos les habían dado un cargo como de cabo, que era re-
munerado, y tenían mejor garantía para tener algunos animales
y para cultivar. Para ellos el sufrimiento fue menos.
Y otros se quedaron. Muchos se quedaron.
[184] l a f u e rz a d e l a g e n te
que fue el papá de Cruz y de Juan, de Francisco y Abelino, él tam-
bién se quedó. Y así quedaron varios.
(Luis)
102
Mayordomo de Mario Córdoba.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [185]
Pero, en general, los que quisieron quedarse hasta el fin de
sus días debieron sufrir mucha humillación, mucha represión,
porque el terrateniente no los quería ahí. Sólo algunos, los que
él deseaba utilizar para su propio beneficio, los que él necesita-
ba para atacar a los mismos, para destruir los cercos y las casas
para que se fueran, fueron seleccionados para quedarse por sus
empleados, como el cabo Cruz. Estos tal vez eran los que le tra-
bajaban de buena gana al patrón o los que por algún motivo se
veían obligados a someterse.
Pero a ellos también les quitaron las tierras.
Dejaron a esos reservas sin tierras. Con sus casas y los solares
más reducidos se quedaron. Ellos siempre tuvieron en las faldas
otras tierritas, pero todo ese encierro común donde soltaban bes-
tias y vacas, de ese ya no había, ya no estaba. Porque, por orden
del terrateniente, los mismos terrazgueros arrancaron esos palos
de arrayanes viejotes ¡a raíz! Sí, los mismos terrazgueros. Y amon-
tonaron y araron y sembraron trigo para el terrateniente. Yo no se
cuánto sería el jornal, pero en todo caso ganaban.
(Luis)
[186] l a f u e rz a d e l a g en te
Terrajeras de El Chimán en épocas del terrateniente Mario Córdoba.
103
Ver aparte sobre Sierra Morena.
104
Escritura 2297 de 1949, Notaría 1ª de Cali.
105
Escritura 2883 de 1950, Notaría 1ª de Cali; Escritura 182 de 1950, Notaría de
Silvia.
106
Escritura 279 de 1954, Notaría de Silvia.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [187]
Los políticos del Cauca utilizaban hasta a nuestros niños en sus campañas partidistas.
[188] l a f u e rz a de l a g en te
de ir a ver eso. Bajaban y estaba con candado allá en el puente, para
que no vayan a pasar por sí. Los que tenían que llevar a los terra-
jeros así por grupitos eran el mayordomo y los molineros, que eran
Jesús María, Alfonso Penagos, y otros que trabajaban ahí. Ellos eran
los encargados de llevarlos para que los liberales no fueran a robar
el voto. Y así los llevaban. Y el que no hiciera eso, que vaya por des-
gracia a equivocarse, amenazaban con botar afuera, que tenía que
irse de la tierra. Por ese motivo eran conservadores. Por temor a eso.
Nadie iba por si, yo me voy solo, no era. Ellos echaban por de-
lante pues, y dos casi por los lados. Así llevaban. Que mucho cui-
dado, decían, que nada de dejar engañar allá.
A nosotros muchachos nunca nos dejaban pasar allá, nosotros
nos quedábamos allí en el patio. Como en el taller de la empresa
había una fragua, allí ponían una olla grandota y ese día hacían
café y le daban con dos panes. Ambición a eso era que iba uno. De
allí los vimos que ya daban el voto, entonces dentraban derecho
al café, y ellos mismos hervían más; café en leche sabe ser. De vez
en cuando mataban una res, pelaban, un pitico de carne. Enton-
ces el mayordomo decía: “A estos muchachitos también hay que
darles, porque ellos son los que van a votar después”. Entonces a
uno también le daban un pitico. ¡Qué contentos! Así sabe ser.
Venía mi papá metido en el dedo tinta verde. Así era la políti-
ca en la hacienda. Que no era yo quiero ser liberal, yo quiero ser
conservador. No era. Era una obligación. Por eso los terrazgueros
de Emilio Campo todos eran liberales. Y los de Julio Fernández
eran conservadores, porque Julio Fernández fue conservador. Así
era. En ese tiempo administraba pues era Lozano, conservador. Por
eso era la orden. Así se cumplía.
No era que libremente se iba a dar el voto. Nunca el mayor-
domo madrugaba como ese día de las elecciones. Y ese día, llue-
va o no, con un cauchote largote encima, montado encima de un
caballo sabía llegar. Todavía estaban acostados. Llegaba en el pa-
tio y de allí llamaba, que tienen que bajar. En todas las casas
dizque se iba. Él cogía para acá para el lado donde nosotros vi-
víamos. Para Sruktrapu y para otras partes cogían otros. Así es
que andaban.
(Luis)
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [189]
hacían aparentar como un hombre grande y que algunas veces
les cambiaban la ruana, otras veces el sombrero, y que los hacían
votar en una y otra mesa, y él votaba como unas cuatro veces.
Siempre obligado.
Entonces el indígena terminaba obligatoriamente siendo li-
beral y obligatoriamente siendo conservador. Por la presión.
Cuando vino la violencia del 48, cuando vino toda la matanza
de los paeces en Tierradentro, cuando hubo toda la matanza tam-
bién de los guambianos, unos tres líderes guambianos liberales,
ahí en pleno casco urbano de Silvia, ahí fueron fusilados. Mi papá
también estaba en lista. Como a él lo tuvieron los patronos libe-
rales, desde pequeñito lo adiestraron para que fuera adicto al
partido liberal; él decía que desde niño le gustaba vitorear al
partido liberal, que no sabía qué era el partido liberal pero le
gustaba. Y fue liberal y fue gaitanista, y decía que le afectó mu-
cho, lamentó mucho, la muerte de Gaitán. Que si no le hubiera
pasado nada, Colombia habría sido diferente, para el campesi-
no hubiera sido diferente. Quién sabe digo hoy yo, quién sabe
qué habría pasado si Gaitán hubiera sido presidente: si habría
sido diferente, si habría sido lo mismo, quién sabe. Por eso mi
papá se vino, se estuvo por Mondomo metido entre el monte,
para dejar pasar.
Cuentan que la matanza de los paeces fue muy terrible. Dicen
que en el puente de Cuetando, Tierradentro, los hacían enfilar.
Porque en ese entonces no había puente de pasar carros, sino puen-
te de un solo palo o dos palos, de pasar uno a pie. Entonces, como
los paeces de Tierradentro casi eran por unanimidad liberales
—con excepción de algunos pequeños pueblos conservadores
como Quichaya, Pueblo Nuevo y otros de más acá—, en el puente
de Cuetando dicen que hicieron desfilar a la gente. Y de un solo
tiro, ¡prum! al agua. Y se los llevaba el agua. Eso era sin Dios y
sin ley; era como matando perritos, igualito que ahora. Eso a mi
no me consta, pero siempre hablaban de los muertos paeces, que
nunca supieron cuántos fueron.
Mi papá tenía toda una historia de ese momento de la muer-
te de Gaitán. Decía que era un viernes, que mataron a la una
de la tarde del nueve de abril. Que él estuvo en Mondomo, y
como no había radio ni nada, bajó común y corriente el sába-
[190] l a f u erz a de l a g en te
do a mercar a Santander. Dijo que él veía muy raro, que en vez
de la gente bajar a mercar, toda la gente, aunque era bien tem-
prano, echaba para la loma, para la loma, y él era el único que
bajaba hacia Santander. Que lo veía muy raro, que ¡qué pasó,
qué!
Hasta que a algún negro le preguntó, y le dijeron que San-
tander, el país, estaba trastornado, que hay disturbios, que hay
violencia, que mataron a un jefe liberal. Mi papá fue valiente,
guapo; iba toda la gente para arriba, para la loma, y él siguió
yendo hasta que bajó a Santander. Dice que llegó en el puente
que lo llamaban el Humilladero, y que todo el comercio estaba
saqueado, quemado, incendiado, que estaba hecho el diablo. Que
llegó en un sitio donde siempre dejaba el caballo, dejó el caballo
allí y se fue a pie a comprar, a ver. Que había muchos negros, que
nunca había visto tantos como ese día, que los viejos, los viejos
liberales, esos acérrimos liberales, ese día salieron. Que ese día
vio más negros que nunca, un día de mercado común, que no
salen, pero que ese día sí habían salido, pero enfurecidos.
Mi papá dijo que estuvo allí comprando, y que de pronto
como a las 11 de la mañana leyó un bando en la plaza de merca-
do. Tan taarantatantan tantan, y el alcalde leyó un decreto ley:
que la galería cerrará a la una de la tarde, que hasta esa hora
pueden comprar y vender, y a esa hora la ciudadanía se puede
retirar. Dijo que ahí sí le tuvo miedo. Compró lo que iba a com-
prar, montó el caballo y se regresó a su casa.
Yo también recordaba que, antes de que mi papá llegara a El
Chimán, un tipo que llamaba Juan Sánchez, un guambiano que
siempre llegaba allá a la casa de mi abuela Gertrudis a comprar
cebolla para llevar a Morales, ese día llegó a decirle: “No, por
favor, no arranque la cebolla, vengo a avisarle que no puedo lle-
var esa cebolla porque dicen que dizque en Bogotá un perro viejo
ha matado a otro perro viejo. Por eso hay problemas por el ca-
mino, y no puedo ir a Morales”. Así decía. Aunque en guambiano
sale chistoso, como cómico, ¡no era en chiste ni nada, sino en
serio! Yo escuchando, así decía el mayor allí.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [191]
Sierra Morena y el italiano
que no dejaba pasar ni por leña
E
n 1948 Mario Córdoba vendió la mitad de las
tierras que poseía en El Chimán a un italiano llamado Giusseppe
Compagna. Con él hizo una sociedad que luego disolvió y, final-
mente, en 1949, se repartieron las tierras entre los dos, tocándo-
le al italiano lo que ahora es Sierra Morena107.
El italiano no tenía gente, terrajeros. Córdoba ya los había
sacado. Vendió vacío. Hasta el tiempo de Julio Fernández hubo
allí varios terrajeros que fueron expulsados por Mario. Luis
recuerda que:
107
Escritura 2075 de 1949, Notaría 1ª de Cali.
[192] l a f u e rz a d e l a g e n te
Todos los puentes los mantenían con candado y, además, los terratenientes mandaron a
hacer aletas de ambos lados, tanto a la entrada como a la salida, para que los terrajeros
ya expulsados no pudieran pasar ni a recoger leña. Foto: Bárbara Muelas Hurtado.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [193]
Pedro también estaba ya afuera, a él tampoco lo habían
dejado, pero por alguna razón lo seleccionaron para que mane-
jara la llave cuando viniera el italiano, para que él estuviera
abriendo y cerrando la puerta, como todo un portero. La orden
que tenía era no dejar pasar a ningún terrajero otra vez a la finca,
a la tierra.
Pero la gente tenía mucha necesidad de venir al otro lado, en
las tierras que fueron de ellos, que quedaron en la hacienda, no
sólo del italiano sino también de Mario y otros; la gente tenía esa
necesidad de pasar, fuere como fuere, sobretodo por la leña para
el fogón. Cuando el río estaba bajito, en verano, pues pasaban
por el agua. Pero cuando el río estaba grande, como tenían can-
dado en las puertas de los puentes, algunas veces se encarama-
ban arriba, por ahí tiraban la leña, y pasaban también por ahí.
Pero otras veces tenían que pasar por el lado de afuera de las
barandas, cargando la leña, corriendo mucho riesgo de caerse.
Como el terrateniente vio que la gente de alguna manera
conseguía una fisura y pasaba, ordenó que hicieran varias aletas
de ambos lados, tanto en la entrada como en la salida del puen-
te, para que no pudieran pasar, ni cargados ni vacíos. Eso vinie-
ron a quitar ahora poquito.
Y las mujeres, que toda la vida la leña ha sido como la mate-
ria prima para el fogón, sin la leña ¡qué hacían! Entonces, así su-
frieran, así se mataran, se cayeran al agua, tomaban ese riesgo
porque al otro lado no había leña.
Entonces a Pedro Hurtado los terrajeros empezaron a odiarlo
mucho porque, cuando él no estaba, estaba la mujer, y como te-
nía que cumplir la orden del patrón, era estricto a no dejar pa-
sar a nadie, a no dejar entrar por la leña. Él como de todas ma-
neras estaba adentro, él sí disfrutaba porque manejaba la llave y
tenía facilidad de la leña; no sufrió como los otros. Pero no ayu-
dó al misak. Supongo que tenía mucho miedo de desacatar la
orden del patrón y cumplió al pie de la letra no dejar pasar a
nadie. Eso fue muy comentado por toda la gente, cómo este
terrateniente extranjero lo utilizó a él para ese fin.
Había otros puentes, pero estaban todos igual de controla-
dos. Abajo, frente a la quebrada El Molino, por ejemplo, ese era
de Mario Córdoba y posteriormente de Pacho Morales y Aurelio
[194] l a f u erz a de l a g en te
Mosquera, y en ese era otro indígena que también lo cogieron
de portero, que era Celestino Calambás. Todos los que tenían esos
cargos cumplían estrictamente la orden del patrón. Todo a lo
largo de esa franja, ellos tenían ese control de no dejar pasar a
nadie.
En 1952, un caleño llamado Juan Ruiz le compró al italiano
las tierras de Sierra Morena108. Él tenía un granero en Silvia y, para
atraer al misak, se portaba bien con todos. Por eso la gente creyó
que algún beneficio iba a haber para ellos, cuando Juan compró
la tierra. ¡Pero qué va! Fue igual que los demás.
Más adelante, en 1960, los dueños de Santiago, en ese enton-
ces Las Mercedes, compraron estas tierras, que estuvieron en sus
manos hasta 1980, cuando fueron recuperadas por nuestra gen-
te, junto con las de Santiago.
108
Escritura 901 de 1952, Notaría 4ª de Cali.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [195]
Ambaló
[196] l a f u e rz a d e l a g en te
Por eso vinieron a vivir al lado del Resguardo y hoy viven los
hijos allá.
Esta parte del territorio guambiano era muy grande. Efraín
Pechené, quien nació ahí en Ambaló y fue terrajero de Aurelio
Mosquera, cuenta que:
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [197]
con sus hermanos, de la hacienda de Ambaló, la cual estaba en
manos de su familia paterna desde al menos los tiempos de sus
abuelos, y que en ese entonces había allí “70 y tantos indígenas
de macana con sus familias”109. En 1838 el dueño de la hacienda
Ambaló seguía siendo el mismo; en ese momento había un pleito
entre él y la testamentaria de Matías Fajardo, es decir, con los
‘dueños’ de Chimán, por el uso del agua del río Molino para sus
respectivos molinos110. Un documento de 1847 habla expresamen-
te de los indígenas que “estaban obligados a pagar terraje a los
dueños de la hacienda de Ambaló”111. Posteriormente, en 1855, el
terrateniente “don Antonio Carvajal dio a los indígenas de la
parcialidad de Ambaló en pago de lo que hicieron en la hacien-
da de Ambaló” un pedazo de ésta, el cual dividieron en 27 partes
para indígenas terrajeros. Para defender este lote, los indígenas
debieron pelear con un blanco del pueblo quien les había quita-
do parte del mismo, alegando compra112.
Ya más recientemente, en 1910, la Hacienda Ambaló estaba
en manos de Manuel Caicedo Arroyo, quien en ese año la ven-
dió a Juan Caicedo y Josefa Arroyo de Caicedo. En 1914 Josefina
Caicedo de Mosquera la heredó de Josefa Arroyo de Caicedo, y
en 1917 ésta y Bolivar Mosquera la vendieron a José Rafael
Mosquera. En 1922, Aurelio Mosquera, con quien tendríamos
conflictos hasta hace muy poco, heredó la finca Santa Clara
—que hacía parte de la hacienda Ambaló— de José Rafael Mos-
quera, junto con otros familiares. Entre ese año y 1942 Aurelio
adquirió los derechos de todos los demás herederos, quedando
como único propietario113. Parece ser que el resto de la hacienda
Ambaló siguió en manos de distintos miembros de la familia
Caicedo y, posteriormente, Aurelio Mosquera le compró algunos
pedazos a ellos. Sobre este tema Efraín Pechené tiene algunos
recuerdos de lo que le contaba su padre:
109
agn, Indios-t.1-nº 37-fl.417
110
acc, Signatura 3505-Republica-Judicial iv.
111
acc, Republica-Signatura 2708.
112
acc, Republica-Signatura 2719.
113
Según certificado 81-103 de 1981, Registraduría de Silvia.
[198] l a f u e rz a d e l a g en t e
Mi papá contaba que el primer dueño, un viejito blanco, que-
ría vender a los indígenas mismos, pero los indígenas no lo com-
praron, por eso perdieron. Entonces quedaron pagando terraje,
porque empezaron a cobrarle. Allí empezaron a sufrir. Entonces
vendieron a los blancos y hasta ahora está como está. No se por
qué esta tierra fue de él, si en ese tiempo lo compró o simplemen-
te lo cogió por donde alcanzaba a ver; eso no me han contado. Y
éste ya vendió a los que posteriormente llegaron, de nombre Juan
María Caicedo.
Este Juan María Caicedo dicen que fue palmirano. El mayor,
el dueño de esto, ofreció estas tierras y entonces vinieron a com-
prar. Y compraron hasta donde alcanza a ver y, como se hicieron
dueños con sus títulos, se hicieron patrones. Todo eso hasta don-
de se alcanza a ver fue de una sola persona. De ahí repartieron ya
a los hijos, en grandes extensiones que les dio.
Uno llamaba Luis Caicedo, la mamá de Aurelio Mosquera lla-
maba María Caicedo, otro hijo llamaba el mismo nombre del pa-
pá, Juan María mismo, otro llamaba Gabriel Caicedo, que también
es hijo de Juan María Caicedo el viejo, y Víctor Caicedo. Así que-
daron ahí. El viejo murió, entonces quedaron los hijos. Lo de la
hacienda El Tejar le dio a dos: una llamaba Josefita, la otra llama-
ba Teresa, y le decían misia Teresa Caicedo. Del río Piendamó para
acá le dio todo a los hijos hombres. Así dicen que traspasaron. Y
la mamá de Aurelio, María Caicedo, también quedó ahí mismo.
Aurelio de allá se vino y cogió todo esto para acá. Él se quedó con
lo que le dio a la mamá. Como repartió extensiones, cada uno con
su tierra también cogió la gente que vivía ahí, quedándose de
terrajeros.
A Luis le tocó en dos partes: Ambachico, que después le ven-
dió a los evangélicos, y acá arriba al frente también. Desde abajo
de la peña para arriba.
Estos Caicedos no tenían tierra solamente aquí, sino tenían en
otras partes. Tenían en un lugar que llama El Guineal, y en Alto
Morena, que eran por El Tambo. Entonces los unos quedaron allá
y los otros por acá.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [199]
lejos, consiguió otro patrón: salió de la tierra de El Chimán y
pasó al otro lado, a Ambaló, que en ese entonces, como ya se
mencionó, también era hacienda. Allá vivió hasta su muerte.
Recuerdo que la abuela Rufina me llevaba a veces a donde
su compadre Matías Pechené, a donde llevábamos coles, papas,
cebolla de la montaña, para cambiar por maíz que nosotros no
teníamos. Uno llegaba, le daban comida, le desocupaban el mo-
rral y se lo volvían a llenar con maíz.
Muchos recuerdan los rigores de la terrajería en Ambaló,
sobre todo cuando el terrateniente era Luis Caicedo. La familia
de Abelino Calambás fue una de las tantas que debieron sufrir
su dominio y él recuerda esta vivencia, aunque luego pasó a vi-
vir, junto con sus padres y hermanos, a tierras del Resguardo,
donde aún se encuentra. Con él hablamos un poco sobre la vida
en Ambaló.
114
Ambaló.
[200] l a f u erz a de l a g en te
Desde ahí hasta el Cofre era de Luis Caicedo y del estrecho del
Umotun para abajo era de Aurelio, lo que llama La Clara. Abajo
lo que llama el Ambachico también era de Luis Caicedo mismo.
Él mismo era dueño hasta Ambachico: eran dos haciendas que
tenía Luis Caicedo. Arriba no había casa de hacienda sino sólo
casas de misak. Ambachico sí ya tenía casas grandes y esas están
hasta ahora.
La tierra de arriba era a donde subían el ganado cuando lo
destetaban; cuando las vacas daban cría las volvían a bajar. En-
tonces la gente de arriba bajaba a pagar terraje abajo y eso era
lechería. Y cada mes a mi papá le tocaba bajar con leñas. Iba con
las cargas de leña a trabajar allá y subía era cada mes. Iba todo
un mes a descontar terraje. Se iban desde el 1º hasta el 30; hasta
que no llegaba el reemplazo mi papá no subía. Siempre vivían
así cuando nosotros éramos niños.
Eso era todo pagando terraje. Le tocaba era ordeñar y herrar
los caballos. A veces subía lastimado por las patadas de los ca-
ballos y a la casa llegaba con llagas. Pobres, si que sufrían, casi
que era imposible aguantar. Cada que cumplía el mes tenía que
estar puntualmente. Le tocaba por allá en una falda, le tocaba
partir mucha leña.
Me acuerdo que cuando andaba trabajando por allí, en la
quebrada había una piedra grande como una casa y, cuando de
pronto venía una lluvia fuerte, arrimaba en esa piedra para es-
campar. Yo era un muchachito y a mi me hacía sentar entre las
piernas. En una de esas apareció ahí una olla, en un plan. Debe
haber sido del pishau115. Eso fue lo que yo vi. Me acuerdo de eso.
La olla era muy bonita y solamente con verla a mi me hizo daño;
me dio una hemorragia. Por eso consideré que era del pishau. Yo
como no sabía, la manipulé. Estaba en medio de un árbol que
llama lusek. Desde ese entonces, desde niño, me dio hemorragia
permanente, hasta cuando fui nombrado alguacil. Tanto tiem-
po, pero no me morí. Para curarme me hacían absorber el humo
del hollín y del café recién tostado. Eso a mi me causó daño, me
acortó mucho la vista; creo que fue el humo. Pero la hemorra-
115
Pobladores muy antiguos de antes de la invasión española.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [201]
gia, de pronto estoy sentado por ahí y si levanto la cabeza rápi-
do me vuelve a producir. Quedé sufriendo así. Nadie me pudo
curar esto […] Cuando estuve de alguacil, yo pensaba: ¿cómo iré
a pasar? Pensaba y lloraba, pero desde entonces se me quitó de-
finitivamente esta hemorragia. Hasta ahora no he botado ni un
grano de sangre; se me quitó solo, sin meter ningún remedio.
Las jornadas eran largas y, ya cuando se iba anocheciendo, a
veces se iba triste y lloraba dejando a los hijos ahí solos. De eso
me acuerdo hasta ahora (llanto). Entonces nosotros siempre es-
tuvimos con mi mamá no más, con mis hermanitos mayores.
A mi casi no me tocaron todas esas cosas, pero en la hacien-
da mi papá sí yo vide que sufría demasiado. Entonces él decidió
pasar a otra hacienda con otro dueño. Allí se acabó el trabajo de
la hacienda porque se fue. Después ya le tocó ordeñar con Aurelio
Mosquera.
Luis Caicedo era el patrón de allá de Cresta de Gallo. Allí ha-
bía otros terrajeros que llamaban taita Inocencio Chabaco y
Anselmo Chabaco. No eran sino cuatro terrajeros ahí con fina-
do mi tío Cruz, y a cada uno le tocaba ir a pagar su terraje, que
si no salen de allí hubieran estado hasta la muerte. Mi papá se-
ñor116 sí sufrió; allí estuvo y murieron ahí. Cruz también murió
allá mismo, sufriendo igual. Ovejos sí teníamos bastanticos;
abundaba rápido. No se si no gastábamos, no habría necesidad.
Mi papá ahí llegó a ser autoridad; no se si fue alguacil o alcal-
de del Cabildo de Ambaló. Como a él le ordenaban para que le
diera juete a los otros, lo odiaban, lo atalayaban por el camino, y
unas veces le pegaban. A mi papá lo defendía el patrón de la gente
que era contraria a él […] El gobernador de Ambaló era de nom-
bre Juan Pechené, era de Cerrogordo. En ese entonces el gober-
nador de acá de nosotros era un mayor de nombre Isidro Almen-
dra; yo no lo conocí.
Todos los martes a remesear no venía sino mi mamá, y noso-
tros quedábamos en la casa. Como éramos niños, llorábamos.
A mi papá le tocaba también bajar a ordeñar ahí en Ambachico
y de allá compraba algunas cositas y mandaba para nosotros. Y
116
‘Papa señor’ se usa a veces en reemplazo de srur o tata srur, que es la manera
de decir abuelo en guambiano.
[202] l a f u e rz a d e l a g en te
cuando subía, algunas veces subía malo, enfermo, herido de an-
dar trabajando. Y así estuviera enfermo, quién le iba a perdonar.
Tenía que ordeñar. Estos patrones de nombre Luis Caicedo ¡si que
han sabido ser malos patrones! En manos de estos mi finado papá
señor sufrió tanto y ahí acabaron, ahí murieron.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [203]
matar. Me daba el revólver, diciéndome que los ovejos no estaban
en la manga de ellos. A mi me mandaba a caballo con perros
grandes, para que mordieran. Yo iba siempre arriando los ovejos
para abajo, para que se devolvieran.
Finalmente, como en Ambaló también los presionaban para
salir, decidieron irse a tierra libre.
117
Israel Montano fue gobernador en dos ocasiones: en 1948 y 1956, año en que
lo mataron.
[204] l a f u e rz a d e l a g e n te
Cuando recién vinimos llegamos donde taita Antonio, pero
tierras no había… Como éramos bastantes, aquí si que vinimos
a estar deambulando por todas partes […] El Cabildo no tenía
tierra. Si hubiera habido nos habrían dado, pero no nos dieron
porque no había. Lo que había era las grandes sabanas arriba […]
Lo que nos dijo fue que, ya que vinieron ustedes, si tienen fami-
liares, vivan con ellos, trabajen ahí jornaleando y de eso vivan
[…] Si pueden comprar, compren, dijeron. A nosotros no nos
dieron tierra. Y así hemos estado pasando aquí.
Como vinimos con el consentimiento de las autoridades
del Cabildo, ellos mismos nos llamaban y nos daban trabajo. Y
como de allá trajimos una vaquita, mi papá la vendió y compra-
mos este solar en 150 pesos, y anduvimos y anduvimos hasta que
hicimos una casita pequeñita aquí. Entonces nos descansamos
aquí, íbamos a jornalear, ganábamos la comida, pero quedamos
bien aquí. Nos daban comidita por fuera pero aquí teníamos la
casa.
Entonces taita Antonio nos convidó sin tener tierra ni para
él. Y por eso estábamos por ahí de arrimados sin saber a dónde
ir; qué bueno que nos vendieron este lote. Lo compramos a uno
de nombre Antonio Ulluné. Eso compró mi papá con la venta
de ese animalito.
Hoy viéndolo bien, mis hijas y mis hijos parece que están aquí
como muy bien. En nuestra época, para nosotros sí que fue tris-
te, sí que fue duro. Pero bendito sea mi Dios; donde íbamos nos
daban comida y nos daban contratos, y todo el trabajo lo hacía-
mos por el kausro.
Mi papá era muy humilde, era callado, era un hombre silen-
cioso. Hoy el espíritu de mi mamá, de mi papá, donde quiera que
estén, deben estar muy bien por todo lo que hicieron por noso-
tros. Y murieron aquí. Mi papá murió el 10 de julio de 1968. Ben-
dito sea mi Dios.
A mi no me tocó pagar terraje. Yo no fui sino vaquero en la
lechería y allí era pagando. Me pagaban tres pesos. Yo no se a los
demás cuánto pagarían. Había harto ganado y eso sí tocaba
correr. Todo el ganado era bravo y tenía nombres dependiendo
del color de cada res […] Yo memoricé todo: el color de las va-
cas y los terneros y los nombres de cada uno, y aprendí bien a
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [205]
hacer esas cosas. Si me hubiera quedado allá habría aprendido
muchas más cosas, y a lo mejor Aurelio me habría regalado un
buen lote de tierra y hoy podría estar muy bien. Pero como se
vinieron mi papá y mamá, aunque nosotros ya éramos grandes,
nos vinimos y decidimos no quedarnos allá por nuestra cuenta.
¡Pero nosotros sí que hemos sufrido!
De todas formas en la hacienda el trabajo fue más duro. Aquí
había que trabajar, pero nos daban comida y la comida era con
carne, y además la daban en unos platos grandes, plato antiguo.
En ese plato grande le daban a uno para que comiera parte y el
resto se lo lleve. Y además nos pagaban. En ese entonces en platica
nos pagaban cinco centavos. Entonces aquí en el kausro pasamos
bueno. Pero fue duro porque, aunque estábamos libres, no ha-
bía a dónde trabajar. Pero hoy acá ha cambiado mucho; ahora
hay mucha escasez también acá.
118
Con Aurelio Mosquera.
[206] l a f u e rz a d e l a g en te
tocaba ocho días de trabajo […] Decían que ellos para trabajar en
lo propio no alcanzaban a hacer mayor cosa. Entonces siempre
sabían pensar y reclamaban para que bajara el terraje. Así que ya
acordaron trabajo mensual. Hasta hace poco quedó en cinco días.
A los jóvenes decían que los sacaban a los 20 años, cuando
ya tenían compañera. Los que no tenían compañera estaban li-
bres, así fueran adultos. Estos ayudaban a los papás. Pero cuan-
do consigue la compañera, ahí sí tiene que descontar el terraje.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [207]
camino y siempre eran dos los que venían arriando, uno se ha-
cía abajo y otro arriba, atajando los novillos y el ganado todo
afuera en el camino, como en la calle. Así traían hasta llegar a Ce-
rrogordo. Para la comida había que rebuscar cada quien y lle-
varla, y con eso sobrevivir. Llevaban también un líquido que
compraban en el camino, y con eso pasaban. Así me contaba que
le tocaba. Después de esto le daban bueyes para que araran, en-
tonces le tocaba arar allí en el plan de Ambachico, al lado del Alto
de la Cruz. Y tocaba arar en distintas partes.
[208] l a f u e rz a d e l a g en t e
que volviera, reconociendo que él se había equivocado. Y que
volvió vuelta, trabajó allí, y dicen que ahí murió. Eso dicen que
sirvió para que se ablandara y respetara, y no volvió a joder más.
¡Siempre le faltaba que le pegaran! Vicente era de Agoyán. Allá
había hartos Muelas, que eran de ahí.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [209]
Los que vinieron acá arriba no eran de aquí. Trajeron gente
de otra parte para que trabajara. Trajeron a Inocencio y Anselmo
Chabaco que eran de allá del Tengo, del Resguardo de Guambía.
Había otro […] de nombre Fernando Pechené, y otro de nom-
bre Anselmo Tenebuel, también del Resguardo. Todos eran gen-
te guambiana. Había un blanco del yastau, del barrio Caloto, que
se llamaba Miguel Orozco. Era pobre y le gustaba trabajar allá
en esa tierra y se vino… y como él se amañó ahí, se sentía bien,
entonces exigieron que descontara ‘terraje’ también. Trabajó
igualito con el indígena; donde quiera que estuvieran los indí-
genas trabajando, él también estaba.
119
Su esposa.
120
Se refiere a Aguablanca, donde tenemos nuestra tierrita.
[210] l a f u e rz a d e l a g e n te
bamos. Y a veces llovía y estilando agua nos amanecíamos ahí
con el ganado. Y al otro día nos levantábamos temprano, íbamos,
y si nos iba bien, a eso de las once de la mañana ya estábamos en
Santander. Y cuando el ganado molestaba, a las doce a una de la
tarde entregábamos el ganado. Esto era cada quince días. Pero
no era solamente allá, sino también a Popayán.
En ese entonces nos daba una racioncita de dos pesos, para
el camino. Eso no alcanzaba sino para la gaseosa del camino. Y a
veces, cuando llegábamos a Silvia, nos daban cinco pesos […]
Unas veces dejaban pago el mangaje, para cuando llegaba allá.
La quedada en el camino, eso no pagaba nadie. A veces el ganado
se cansaba y entonces uno se quedaba cuidando mientras el otro
iba a buscar alguna cosita que comer.
Para atajar el ganado, el uno se hacía abajo y el otro arriba, y
templábamos el rejo en la mitad del camino; y ahí nos dormí-
amos. El ganado cansado se echa y se duerme, pero a lo que va
amaneciendo se va levantando y quiere coger camino, entonces
uno tiene que orientar el camino. Pero hay que atajarle hasta que
claree bien, porque se envolata el camino. Y antes de arrancar hay
que contarlos a ver si están completos.
Yo empecé a pagar terraje en los 50; Aurelio había compra-
do El Chimán hacía tiempos y había comprado otras tierras, en-
tonces hubo nuevos trabajos. Compró, por Paletará, la que lla-
man la Calaguala. Allá nos tocó hacer viaje hasta con su papá121.
A Calaguala se iba por el camino a Popayán. Esos caminos vie-
jos ahora ya no existen, se acabaron. De Popayán para arriba sí
ya todo era carretera. Esto fue un viaje como de cuatro días. Y el
ganado aguantó tantos días caminando. Pero no lo hacían cami-
nar el día completo, sino hasta que se cansara. En ese viaje sí nos
traían comida; donde nos quedábamos nos hacían cocinar y
todo. Cuatro días caminando ¡si que nos dolían los pies! No te-
níamos ni alpargates, sino pie limpio. Así no más. Y así aguan-
tábamos. Para hacer mandado a los ricos, a los grandes, ¡si que
es duro!
121
Se refiere a mi papá, Juan Bautista Muelas.
l a t e r r a j e r í a q u e n o s t o c ó v i v i r [211]
4
Mis
primeros
años en
El Chimán
[ 2 1 4 ] l a f u erz a de l a g e n te
Mi niñez y juventud transcurrieron en medio
de grandes carencias materiales, pues pocos años después de mi
nacimiento —cuando apenas tenía unos seis años— se vino una
gran crisis para la familia y para todos los indígenas que eran
terrajeros en la región. Todo el tiempo ha sido difícil, pero en ese
momento nos quitaron las tierras en ese sector que los blancos
denominaban San Pedro, un sector que hacía parte de lo que en
guambiano llamaban Oskowampik. Ésta es una vasta región cuyas
tierras todavía estaban en manos de los terrajeros. Allí vivíamos
nosotros, allí teníamos las casas, allí teníamos las vacas, los ovejos,
las gallinas, allí teníamos todo.
Cuando les dio por arrasar con todo lo que teníamos, por
quitar las tierras, nos dejaron unas meras parcelas por la gotera
de la casa, nada más rodeando la casa. Fue la destrucción total
de los cultivos, fue el momento más desagradable, de quedar sin
ganado, sin ovejos, de quedar sin dónde cultivar. Y eso no sola-
mente fue a mi familia, sino a todos.
Antes, así la tierra estuviera a nombre del terrateniente, por-
que se habían apoderado de ella con sus escrituras públicas, en
la práctica todavía estaba en poder de los indígenas, de los terraje-
ros. Pero cuando nos las quitaron y prohibieron cultivar más, fue
el desastre, fue el caos, entonces fue la pobreza de todos.
¿De qué podríamos nosotros subsistir? ¿Mi mamá de qué
podría haber hecho ropa para nosotros? Porque la ropa no era
comprada del pueblo, sino que ella misma la hacía con la lana
que producían los ovejos. Como no tuvimos ovejos para que mi
mamá hiciera nuestro vestido, nos tocó pasar con lo poco que
quedó, con lo que teníamos antes de quitarnos la tierra, con unos
vestidos viejos. Afortunadamente la ropa de lana dura muchísimo
y, como es tan resistente, eso nos dio para vivir un buen tiempo.
m i s p r i m e r o s a ñ o s e n e l c h i m á n [215]
Yo no tuve muditas para cambiarme; tampoco tuve una ruana
especial hecha para niños, sino usada de los grandes, de los vie-
jos, que mi mamá me arreglaba para que yo usara.
Entonces, nos cortaron nuestro desarrollo verticalmente,
quedamos sin dinero, quedamos sin tierra, quedamos sin ani-
males. Vivimos al aire, sin el mínimo respaldo económico que
era la tierra y los animales. Es la gran pobreza que empieza. A
mis tíos también les habían quitado las tierras, estaban en la
misma situación. Los amigos estaban igual.
Los que vivían un poquito mejor eran aquellos que, de algu-
na manera, habían logrado comprar tierras por fuera, por Mo-
rales o Piendamó, por Inzá o por Guambía mismo, allá al otro
lado del río, sacrificándose, jornaleando o, si tenían una vaqui-
ta, vendiéndola e inmediatamente invirtiendo en algún lotecito
de tierra. Para ellos cambió la situación un poco, porque a pesar
de estar jodidos en Chimán, tenían otros lotes y allí cultivaban,
allá podían tener sus ovejos.
Algunos de pronto eran hábiles para por lo menos empezar.
Porque era tan básica la tierra, que no se pensaba más que en ella.
Los que no podían hacerse a una propiedad solos, se asociaban
dos hermanos, o dos amigos, y después partían el terreno, que-
daban con los lotes y allí producían la comida, desde allí se sus-
tentaban y tenían su casita allí.
Hoy se puede ver, al lado del río Piendamó, a muchos de
los antiguos terrajeros que están radicados allí, a lo largo de
la carretera. Otros, como los Tunubalás, están por allá por
Méndez, otros más como los Morales viven por Morales y los
Muelas por Pueblito y El Cacique; hasta en La Campana hay
muchos de los que fueron terrajeros en Chimán, que sufría-
mos las consecuencias en ese momento de la quitada de las
tierras. ¡Tanta gente!
Nosotros pudimos comprar en Mondomo, pero era lejos, dis-
tante, había que invertir dos días de camino, y estar allá. No era
nada fácil para uno alcanzar a suplir las necesidades inmediatas;
allá tampoco pudimos tener ovejos, ni ganado. Bestias sí tuvi-
mos, pero éstas sólo nos daban para traer comida; nos servían,
pero no nos daban papel billete. Por eso no tuvimos cómo com-
prar en los almacenes.
[ 2 1 6 ] l a f u erz a de l a g e n te
Pero, en contraste con la gran pobreza material que marcó
mi crecimiento, mi vida se desarrolló dentro de una enorme
riqueza espiritual que siempre me rodeó. Porque, aunque los
blancos pudieron restringir y hasta quitarnos totalmente las ba-
ses para nuestra subsistencia material, no lograron hacer lo mis-
mo con nuestra cultura, con nuestras creencias más profundas,
con nuestra visión sobre el mundo, la naturaleza, los espíritus.
Aunque el contacto de nuestra gente con el mundo blanco
fue permanente, el tipo de relación que la terrajería nos impu-
so, al menos mientras nos manteníamos dentro de la hacienda,
no alcanzaba a destruir nuestro fuero más interno. Fueron so-
bretodo la iglesia y la escuela, las instituciones que mayor im-
pacto tuvieron sobre nuestras tradiciones y creencias, pero ni aun
éstas pudieron acabar completamente nuestro mundo tradicio-
nal.
A los terratenientes lo que les estorbaba era la gente, el misak,
no su cultura, por eso no creo que ellos pensaran que había que
destruirla. No les importaba que uno hablara en lengua, ni que
pensara diferente a ellos, ni el trapo, ni nada de eso, sino que era
la gente misma la que incomodaba. Donde estaban los ran-
chos, para ellos era mejor que estuviera lleno de pasto, pero si
había indígenas lo que les interesaba era sobre todo que cum-
plieran las reglas que ellos imponían, el trabajo, que descontaran
el terraje. Pero no creo que su interés estuviera en blanquearnos.
Los curas sí tendrían otro pensamiento.
Creo además que hubo una cosa muy significativa, que nos
permitió mantener nuestro propio mundo, en buena medida, y
es que los blancos, en general, tenían asco de entrar en la cocina
indígena. La casita del terrajero, su ranchito, era el más humilde
de cualquier indígena: donde estaba el fogón, donde estaba la
cocina… ahí era un todo. Era cocina, era alcoba, había también
algún rinconcito donde guardar los alimentos, la leña y los cuyes,
todo. Nosotros mismos, mi mamá, tenía un fogoncito ahí en el
centro de una sala grandota; en el centro del fogón, en un alam-
bre colgado de una viga, estaban enganchadas las ollas, y por acá
tenía un estante para dejar cositas: las ollas, los platos, cualquier
cosa, y al otro lado era la cama. Pero como ésta no era suficiente
porque éramos bastantes niños, entonces los que cabían se ha-
m i s p r i m e r o s a ñ o s e n e l c h i m á n [217]
cían allá en la camita de tabla, y los que no, tendían un cuero y
se arrimaban allí al lado del fogón. Y pulgas que había… harta
pulga. Entonces los blancos ¡qué iban a estar entrando ahí! Por
eso no tenían mucho contacto, realmente. Vivían encima hacien-
do trabajar permanentemente, todos los días, pero no ponían un
pie adentro en la cocina, en la casita.
Yo me acuerdo mucho que el último mayordomo, que lla-
maba Ventura Riascos, con mi papá se entendían muy bien, y a
uno de sus hijos se lo hizo cargar en el bautismo, por lo que se
hicieron compadres. Entonces, cada vez que llegaba el compa-
dre a mi casa, mi papá lo hacía entrar. Era el único tipo blanco
que yo veía entrar. Mi mamá ofrecía lo que tenía, algunas veces
una comidita, la más humilde que ella podía cocinar, y uno veía
que él comía ahí con mala gana; entraba, se sentaba allí, miraba
por todos lados, y rápidamente salía y se iba. Pero el patrón, que
diga Aurelio Mosquera, adentrarse en la casa de terrajeros…
¡nunca! Ni tampoco otros. Pasaban sí por fuera, a caballo, se
oían los tropeles no más por allí, gritaban no más, llamaban no
más si querían alguna cosa, pero entrar en la casa, eso no lo ha-
cían nunca.
Entonces, afuera del rancho era permanente la presencia del
blanco, pero adentro no conocían, el terrateniente adentro de la
casita no conocía. En la casa adentro eran el papá, la mamá, quie-
nes hablaban con los niños, hacían todo, entonces no había in-
tromisión de afuera. Eso ha sido muy importante, que el blanco
dominaba de puertas para afuera, pero no de la puerta del
ranchito humilde para adentro. Yo creo que eso favoreció para
mantener nuestra propia cultura.
La influencia religiosa sí fue mayor, pero no alcanzó a borrar
nuestras creencias tradicionales. En Chimán por lo menos, yo
recuerdo que, desde que se institucionalizó la escuela, los curas
subían a decir misa, a la primera comunión, a algunas otras fies-
tas que se inventaban. Al comienzo salían lo que llamaban las
misioneras de casa en casa. Las monjas subían a evangelizar, a
catequizar, pero yo no recuerdo haber visto un cura o una monja
adentro de la choza de un indígena. Yo creo que no entraban, y
que la evangelización la hacían afuera, en pastizales. Tenían pa-
vor, tenían miedo de que había mucha epidemia. La consigna era,
[ 2 1 8 ] l a f u erz a d e l a g en te
como hasta hace poco decían las maestras del Núcleo Escolar, que
en la habitación de un indígena no aceptaban ni un tinto por-
que se contagiaban de cualquier virus, de cualquier infección.
Decían que lo único que podían aceptar era un huevito cocido
en agua, porque eso creen que está protegido por la cáscara, en-
tonces eso sí podían consumir. Pero algo preparado de una ma-
nera diferente no aceptaban, para no infectarse. Así que un pro-
fesor, una maestra o una monja iba simplemente a hacer su
evangelización o a enseñar lo que les correspondía, por cumplir
un deber, y no más.
Yo no recuerdo, pero mi papá decía que hasta allá a la casa
de nosotros llegaban las monjas. No se qué enseñarían, pero para
ellas debe haber sido muy difícil también, porque ¿cómo hacían
para entender? Porque nosotros, los terrajeros en general, no
hablábamos español. De pronto estarían enseñando a persignar,
a rezar… yo creo que lo podían hacer, el indígena podía imitar,
pero no sabía lo que estaba haciendo. Para ellas debe haber sido
muy difícil enseñar y seguro se cansaron, se aburrieron, porque
dejaron de volver. Se concentraron en Las Delicias y en La Cam-
pana, a lo mejor porque allí había más gente y más comodidad,
y ya después se convirtieron en maestras de niños en los plante-
les educativos y creo que dejaron a los adultos. Debe haberles ido
mejor porque empezaron a lavar el cerebro desde niños. Los
adultos tal vez fueron más duros.
De todas maneras, el bautizo y el matrimonio por la iglesia
se impusieron. Decían que el que no es bautizado no es cristia-
no, que un niño que se muere sin bautizo llega a un limbo, que
es el castigo más cruel, entonces el papá, la mamá, tenían miedo
de dejar morir a su hijo sin el bautismo, porque sentían ese car-
go de responsabilidad de que tuviera que padecer ese sacrificio.
El matrimonio era lo mismo. Hoy en día uno ve tanto lo que
llaman la unión libre, pero en ese entonces yo creo que no exis-
tió tanto. Todo el mundo, pobre, rico o mediano, tenía que ca-
sarse. Ese era como un control de la iglesia. No podían vivir
amañados, lo que llamaban amancebados, porque también te-
nían que estar en paz con la iglesia. La gente tenía miedo de ser
condenada por eso, entonces se casaban simplemente para cum-
plir un deber, una norma. Pero celebraban dos cosas: lo que ha-
m i s p r i m e r o s a ñ o s e n e l c h i m á n [219]
cía la iglesia, y la ceremonia propia que hacían en su casa, de su
cultura, de su tradición. En esta última, aparte de ellos, el padri-
no del matrimonio, los allegados, los abuelos, los viejos, todo el
mundo se reunía. Se sentaban todos los mayores frente a la pa-
reja y le daban toda una instrucción para su formación. Y eso era
una tradición: música, danza, a tales horas bailar, los papás de los
novios a tales horas danzar también, y la música de flauta y tam-
bor debe tocarse a tales horas y hasta tales horas de la mañana.
Así que, aunque la religión católica se impuso con bastante
fuerza, no logró hacerlo de manera exclusiva, como tampoco
pudo destruir las creencias indígenas más importantes. Lo que
con el tiempo se produjo fue una especie de mezcla en las ideas
y actividades religiosas y sociales, al irse aceptando, en buena
parte por temor, lo que era impuesto desde afuera, mientras las
creencias y ceremonias propias las mantenía el misak con gran
fuerza.
Por otra parte, lo más común era que los terrajeros solamente
salieran al pueblo a comprar o a vender lo que necesitaban, o a
hacerle alguna vuelta o un trabajo al patrón, pero básicamente
siempre estaban en la hacienda, sin salir a ninguna parte. Así que
el de los terrajeros era un mundo muy aislado del resto. Yo he
considerado que por eso aprendí a hablar el castellano sólo cuan-
do yo mismo pude salir a vender, a comprar. Hasta entonces no
sabía. Me mandaban a la escuela para que aprendiera, y qué di-
fícil que era aprender. Porque uno tenía concentrado en la mente
era lo que los papás le enseñaban, o los vecinos, cuando estaba
con ellos. Yo creo que todo eso favoreció para mantener nuestra
propia forma de pensar y de vivir.
El trabajo mismo influyó también. En el trabajo del terraje
había una fila larga de trabajadores, y uno estaba hablando, pero
de allá se alcanzaba a escuchar también. Unos hablaban cosas
importantes de la tradición, otros se reían, otros mamaban ga-
llo, había de todo, pero todo eso era en guambiano, entonces
había un permanente desarrollo, una permanente interrelación
con la gente. En los momentos de descanso era lo mismo. Y tam-
bién hacían muchas minguitas pequeñitas y otras más grandes.
Había mingas permanentes. Yo creo que todo eso mantenía y for-
talecía la identidad, en su vida cotidiana sencilla, humilde; ahí
[ 2 2 0 ] l a f u e rz a d e l a g en te
Preparado para bajar al mercado en el yastau. (1950 c.) Foto:Luis Ortega.
m i s p r i m e r o s a ñ o s e n e l c h i m á n [221]
desarrollaban su cultura. Y allá… ¡quién va a estar hablando en
castellano! Nadie. Cuando venía el blanco se alcanzaba a ver de
lejos, entonces todo el mundo se agachaba a trabajar para evitar
regaños; entre más se acercaba el blanco, más duro trabajan, y
allí ya se perdía hasta la conversación. Porque el calificativo era
que: no trabajan, sino se ponen a conversar, a hablar. Entonces,
para evitar ese regaño, cuando aparecía el blanco ya como que
se enmudecían. Cuando se ausentaba, otra vez volvían a hablar.
Es por todo eso que, a pesar de yo haber nacido en lo fino de
este sistema, a pesar de que mis abuelos, padres y demás parientes
y allegados fueron terrajeros, a pesar de haber sufrido todas las
consecuencias de esa forma de opresión y explotación, mi edu-
cación, mi formación, estuvieron profundamente arraigadas en
la tradición de nuestro pueblo.
[ 2 2 2 ] l a f u erz a d e l a g e n te
Creencias y rituales
m i s p r i m e r o s a ñ o s e n e l c h i m á n [223]
médico, pues él debe recibir al niño, curarlo y refrescarlo con las
drogas122 que tiene, volteando, como dicen allá, de la derecha a
la izquierda a los espíritus, con la mochila en la que maneja la
droga, la coca, con un poco de tabaco, y otros elementos que ellos
tienen. Porque la filosofía del médico guambiano es que todos
los espíritus buenos están a la derecha, entonces de la derecha
pasa a la izquierda todo lo malo, y sopla hacia la izquierda para
que los espíritus malos se separen. Así no quedan sino los bue-
nos espíritus de la derecha, para que la familia pueda pasar ese
nacimiento, ese parto, sin dificultades. De esa manera queda lim-
pio, purificado, libre de cualquier cosa anormal que se les pue-
da presentar al niño mismo, a la mamá o al papá.
Refrescarlo (pishimarop o pishinkuchip) quiere decir que a
uno lo limpian de pies a cabeza. Con una hojita de verdolaga que
es el refresco, una ramita de alegre y unos granitos de maíz blan-
co, todo eso masticado y revuelto por el médico, lo refresca. Esos
tres elementos son los básicos para curar, para poder tener con-
tento al kallim o pishimisak.
Pero el proceso no termina ahí. Mi papá decía que era im-
portarte ponerle al recién nacido manteca de león en el ombli-
go, después de cortarle el cordón umbilical. Él decía que con esa
manteca de león se hacen fuertes las piernas, los brazos, y la per-
sona se hace ágil, porque al untarle a uno esa manteca los hue-
sos como que se impregnan y se hace efecto al estilo del león.
También se empuña la ‘planta rendidora’ en las manitos del
recién nacido, sea hombre o mujer, para que cuando sea adulto
tenga ‘mano rendidora’ para sembrar, cultivar, cocinar, para re-
partir la comida a la gente sin que se agote y así alcance para
todos.
A los cuatro días de haber nacido, bañan al niño y a la mamá
conjuntamente, con una serie de plantas que sólo el médico tra-
dicional sabe cuáles son, para que ni la mamá ni el niño se en-
fermen, y para que todos los de la casa puedan ir a sus campos,
a sus actividades en la agricultura, en la ganadería, sin tener nin-
gún contratiempo.
122
Se trata de plantas rituales que se considera tienen poderes y/o de elementos
minerales que se mezclan con ellas.
[ 2 2 4 ] l a f u e rz a de l a g en te
Todos estos trabajos abren los caminos, no solamente para
poder levantar al niño, sino para que los papás, los de la casa, no
tengan ningún problema con la naturaleza. Porque, según ellos,
hay cosas malignas que pueden hacer mal al niño, a la mamá, al
papá, a todos los de la casa. Entonces con todo eso se busca que
no le acompañen los espíritus malignos, sino el espíritu benig-
no, con todo eso se busca que el niño, la mamá, el papá, los ani-
males, la agricultura, puedan seguir el camino del bien. Es un
camino que en ese momento abre el niño que nace y de ahí si-
gue el proceso.
Pero todos estos rituales dependen del entorno en el que vive
la familia, de si existen los elementos necesarios para hacerlos, y
por eso la salida de la gente de su territorio a causa de las expul-
siones y, en general, de la opresión originada en la terrajería, lle-
vó a la pérdida de muchos valores culturales entre los que se iban.
La planta rendidora, por ejemplo, no se da en lo muy frío, así que
a los que se fueron para el páramo se les dificultó seguir reali-
zando esta práctica.
m i s p r i m e r o s a ñ o s e n e l c h i m á n [225]
El refresco que hace el médico guambiano tiene un térmi-
no; éste se desvanece, se enfría. Por eso el médico, antes de su
retirada de una familia, en la mañana o en la noche de la cura-
ción, advierte para cuánto tiempo es, para que en ese tiempo
prudencial vuelvan a buscarlo. Es necesario hacer un refresco,
una curación, de manera permanente, constante, y no se puede
dejar mucho tiempo sin hacerlo porque causa daño. Según la
creencia guambiana, este proceso es un ciclo, una circunferen-
cia, que no tiene fin, hasta la formación de los niños y el proce-
so que dan.
Llega un término en el que ya no le toca a los médicos, sino
a los papás. Ellos deben ir levantando a los niños, levantan-
do a las niñas, de acuerdo a sus características, de acuerdo a
su costumbre, a su creencia, y a sus oficios diarios. Al niño
varón y a la niña se les enseña con las drogas que les corres-
ponden, y ya con la advertencia del médico se les lleva a ciertos
sitios sagrados.
Claro, esto sucedía cuando existían los buenos médicos y la
gente todavía creía en ello. Hoy en día todo ha cambiado tanto
que ya nadie parece interesarse en estos campos. Pero, hasta don-
de yo recuerdo, todo esto ha sido un baluarte porque es donde
se forman las personas para una sociedad.
123
A finales del año 2000 apareció en el nacimiento de esta quebrada una fami-
lia de osos andinos, animal que por mucho tiempo había desaparecido del te-
rritorio guambiano. Desde entonces, cada vez que vienen, van a ese punto a des-
cansar, a criar sus hijos y a comer vacas. Por eso se le ha vuelto a dar el nombre
de Wikyakullupi o río de la guaicada de la casa del oso.
[ 2 2 6 ] l a f u e rz a d e l a g en te
Cuando tuve cierta edad, nos mandaron a bañar al río
muy temprano, antes de tomar el tinto, antes de arrimarnos a la
candela, al fogón. De la cama había que bajar derechito a bañar-
se al río. ¡No era ningún agua tibia! Era por animarlo a uno…
¡Y uno sentía ese frío! Pero era una obligación, para quedar
curado. Decían que eso cura, que eso da vida, que da fortaleza,
que quita la pereza, y que uno se forma. Tenían un sitio especial
donde bañarse, y allá nos mandaban. Nosotros, ¡con qué frío íba-
mos allá! tiritando… Llegábamos, nos bañábamos, y salíamos
corriendo otra vez para la casa.
Pero cuando llegábamos del baño no podíamos entrar
directamente a la cocina, al fogón, o a tomar alimentos, mien-
tras no hubiéramos hecho algún trabajo como ritual, en lo agrí-
cola, en la construcción de vivienda, en el tejido del sombrero.
Era un trabajo simbólico, eran como los primeros trabajos que
empezaba a hacer uno durante la niñez, como un rito, como un
homenaje al Dios para que lo encarrilara a uno por el camino
del bien. Primero para que uno fuera fuerte, segundo para que
uno aprendiera a hacer oficios, no cualquier oficio, sino oficios
que realmente le corresponden a la familia y a la sociedad.
Después de todo esto uno ya tenía el derecho de entrar a la
cocina, al calor de la candela, al fogón, a tomar los alimentos. Pero
durante cuatro mañanas no se podía antes de esa romería. Algu-
nos tenían orden hasta de nueve mañanas de baño, pero a mi me
tocaron cuatro. Y si uno hacía la primera, la segunda, y se que-
daba en la tercera, no cumplía con el rito y quedaba con deuda,
con faltante, uno no quedaba completo de lo que es la razón de
ser con la naturaleza, y eso le afecta para el buen desarrollo, para
que pueda dar el proceso completo, para que cuando uno sea
adulto pueda dar cumplimiento con seriedad a las responsa-
bilidades en su vida.
Como la sal y el ají siempre han sido prohibidos en este cam-
po de la curación, durante la romería de las cuatro mañanas no
se podían consumir. Lo último que se podía consumir, después
de todo, era la sal; no podía uno tomarla mientras no hubiera
hecho el baño completo. Y mucho menos ají.
Como el médico, desde que uno nace, ya le ha hecho los
refrescos, esto del baño lo hacían los padres como un comple-
m i s p r i m e r o s a ñ o s e n e l c h i m á n [227]
mento. Yo no recuerdo que a mi me hayan puesto en las cuatro
mañanas un médico, ni ninguna droga; simplemente era un
complemento. Pero era obligación: en ayunas, levantarse, ir de-
recho al río y luego llegar al andén de la casa y sentarse otro ratico,
unos cinco a diez minutos, a tejer el sombrero, a hacer otras ta-
reas. Lo mismo ocurría con las niñas. A mi me tocaba lo del
sombrero y a las niñas les tocaba con el tejido del anaco, de las
mochilas y los quehaceres de la cocina. Hacer todo, claro, sim-
bólicamente.
Esto me lo enseñaron mis tíos, mi papá, pero mi mamá
especialmente me insistía mucho en ello.
Ritual en Tsaporaintun
[ 2 2 8 ] l a f u erz a de l a g e n te
Para que no se nos pegara 124 el kallim maligno
124
Kallim mendik es literalmente ‘kallim pegado’; significa tomado o poseído por
el kallim.
m i s p r i m e r o s a ñ o s e n e l c h i m á n [229]
Por eso es tan riesgoso, por eso los padres tratan de evitar el
espíritu maligno al máximo posible, y buscan que uno sea acom-
pañado por un espíritu benigno, para que le pueda hacer favo-
res, el bien, por toda la vida. Eso preveían mucho en mi familia,
para que no sufriéramos el mal, sino el bien.
El tsilo
[ 2 3 0 ] l a f u erz a d e l a g en t e
sin comida y por eso, si no se le ofrece, el tsilo se enoja. No se
puede alimentar solamente a la gente, sino que hay que brindarle
también al tsilo. Y ese brindis se hace con las primeras gotas de
sangre que empiezan a brotar de las venas del animal y, así
calientica, echando humo, se le brinda en un tarrito, en un tubi-
to, o en cualquier cosa.
El tsilo, como los otros espíritus, siempre los buenos están a
la derecha. En este caso del tsilo, el médico ordena que debe sem-
brarse al lado izquierdo. Recomiendan buscar un lugar que no
sea muy trajinado por mucha gente, un lugar mas bien sólido,
seguro, donde pueda estar tranquilo, porque donde se transita
mucho pues se molesta la matica, se molesta a su espíritu. Ade-
más se recomienda que las mujeres no se aproximen mucho a la
mata, guardar cierta distancia, y de tocarle, moverla, sembrarla,
le corresponde es a un hombre mayor. Sin embargo, la planta que
hemos tenido la venía manejando mi abuela, una mujer, pero
porque el médico paez le ordenó a ella que sí podía manejarla
con cierta precaución. Así la tenía hasta que mi papá, cuando ya
se formó, se apropió de ella. La tenía sembrada lejos de la casa
porque, cuando quitaron las tierras en el plan, no tenía un lugar
cerca de la casa donde sembrarla.
Mi papá decía que no quería que ninguno llegara allí; de pron-
to pensaba que no íbamos a ser capaces de manejarla y por eso
no quería que nos aproximáramos, para que no se fuera a mal-
tratar. A mi me hablaba de la planta sí, pero nunca me dijo dónde
se encontraba. Ya cuando estábamos desocupando todas las tie-
rras allá, con la expulsión de los terratenientes, mi papá aún no
quería decir dónde estaba. Entonces yo, por las charlas que él me
dio, me pude dar cuenta por qué lado podía estar y me fui a bus-
carle. Entre el monte, entre la maleza, debajo de una piedra gran-
de, allá estaba solito el tsilo. Mi papá, cada vez que podía, iba allá,
llevaba estiércol de ganado y abonaba. Pero estaba muy arruina-
dita, ya no encontré sino dos hebritas no más. Entonces yo, sin el
consentimiento de mi papá, la saqué de raíz y la traje con cierta
precaución, con un poco de miedo, pero me dije: esta mata no
puede seguir estando allí. Como tenía dos hebritas, la partí en dos:
una la sembré al lado de la casa de Jacinta y la otra la llevé para
Mondomo. Allá la tenemos, pero con esa misma precaución.
m i s p r i m e r o s a ñ o s e n e l c h i m á n [231]
Cuando el médico paez, Belisario Campo, se dio cuenta, se
alegró mucho mucho de que nosotros teníamos esa planta. Él
no tenía miedo ni nada; antes él, no solamente curaba a los ani-
males, sino que las hojitas las preparaba en agua y nos dio a
tomar. Que era una planta muy buena, que tenía mucha vir-
tud, mucha sabiduría. Este médico se puso muy alegre y nos
recomendó que esa plantica nos podía seguir ayudando mu-
cho para la salud de nosotros, para la finca, para todo. Por eso
ahí la tenemos.
El médico guambiano, hablando sobre el tsilo que nosotros
tenemos, decía que era una planta tan sabia, tan poderosa, tan
benéfica, que hay que mantenerla, que hay que cultivarla. Culti-
varla no quiere decir solamente cultivar en la tierra, quitar la ma-
leza, sino cultivarla con la ofrenda, con el refresco, que per-
manentemente se necesita. Eso es muy necesario; sin ello no es
posible.
Un día hablando con la mayora Jacinta, la hija de taita
Anselmo Muelas, me contaba sobre la influencia de esta planta
en la vida de la gente, en su salud, en su bienestar económico, y
sobre lo importante que es hacerle el refresco necesario para es-
tar bien.
[ 2 32 ] l a f u e rz a de l a g en te
Hace poco yo bajé al pueblo y encontré un médico de nombre
Juan, que vive allá en el lindero de los paeces […] Nos dijo que el
espíritu de la planta ahí está y que consiga unos dos médicos y
refrésquelo. Otro que vive allá en Anisrtrapu también me dijo igual.
Y un pariente mío, de nombre Joaquín, que vive en tierra caliente
[…] habló sobre la matica y dijo que la mata, así haya muerto, el
espíritu ahí está y brinca como picaflor.
Ese es el que atormenta. Cuando va atardeciendo siempre pasa
por encima de mi. El médico lo dijo así, que ese es el que llega allí
pringando. A eso me dijo que hay que refrescar, hay que venir con
un litro de aguardiente, con cigarrillo y no se qué más cosas re-
buscar. Yo la siento y la veo. Yo como tengo mis maticas de cebolla
y ando limpiando, siempre en las tardes una cosita así negrita brin-
ca, brinca y brinca.
Ese que es como el picaflor que anda brincando, ese es el que
me hace doler tanto la cabeza. Ese es el que me hace enfermar los
ojos. Eulogio me dijo que si usted no busca quien refresque, va a
quedar hasta ciega.
Uno de allá del Tranal que llama Joaquín Yalanda […] fue que
me dijo que ese es el espíritu del tsilo que estaba alcanzando, ha-
ciéndome enfermar, haciendo doler la cabeza […] Él es el que me
dijo que hay que hacer el refresco con alegre, maíz blanco, ver-
dolaga. Dijo así Joaquín Yalanda.
Desde Warkatrapu se había dicho que eso era para que no le
faltara comida, dinero, ni animales. Dijeron que era una matica
compañera, con el nombre tsilo. Entonces mi papá trajo de allá, le
dio un poquito al hermano y esa fue la que estuvieron arrancan-
do y quemando. Acá nosotros fue distinto. No fue la gente que
arrancó y quemó, sino que fue la helada que nos acabó.
Hace poco conseguimos unos ovejos y empezaron a llenarse
en la papada de agua y luego bajaba acá y de eso caían y se mo-
rían. Nos dijeron que era el espíritu del tsilo que estaba consu-
miendo, causándole daño. Mi Dios tan bueno, allá bajando en
medio de la montaña, un señor que llama Cruz Paja ha sabido
ser sabedor y además era gentecita nuestra. Entonces nosotros
fuimos allá a explicarle las cositas y este mayorcito nos escuchó
y nos dijo que es el espíritu del tsilo que está absorbiendo al es-
píritu de los ovejos. Este mayorcito nos dijo que ustedes tienen
que conseguir una jigrada de hojas de coca, de elementos, y es
muy necesario refrescar. Entonces hicimos eso y lo trajimos a él
m i s p r i m e r o s a ñ o s e n e l c h i m á n [233]
aquí […], refrescó, hizo muy bien todo, y quedó muy bien en ese
entonces.
Este médico nos hizo comprar una libra de carne, porque
como al espíritu del tsilo siempre le gusta absorber la sangre del
animal, entonces llevó la carne para poner allá abajo en el plan del
Cofre, para él. El finado trajo una carne de Totoró, la arregló bien
bueno y se la llevó para poner allá. Él la llevó y enterró allá.
Pero el espíritu siempre viene aquí donde fue sembrada la mata
y viene aquí a fatigarme […] Para irse, dijo que yo no estoy min-
tiendo, yo arreglé bien, de ahora en adelante sus ovejas no mori-
rán, abundarán, prosperarán, y efectivamente fue así. Tuvo hijitos
buenos, levantaron, todo bien, y abundó. Hasta hace poco toda-
vía tuvimos. Después otra vez se me volvió a acabar, y ahora me
quedé otra vez vacío. Ahora no puedo hacer nada.
Joaquín era quien siempre refrescaba con verdolaga […]
Cuando vino […] tuvo la jigrada de coca y lo demás, y esta mo-
chila tenía especial para refrescar a este espíritu. Lo mismo las aguas
que preparaba para salpicárselas a él. Ese era el que siempre me
hacía doler la cabeza y lo salpicó y salpicó y salpicó. Él entendió
que éste era el que me estaba haciendo enfermar tanto, pero creo
que éste no hacía completo porque no pidió carne, ni sangre, ni
nada. Este salpicó, pero sin sangre, y eso creo que le faltó.
Fuera bueno hoy volver a tener el tsilo si tuviera quien estu-
viera refrescándole. Si no refrescamos va a ser igual.
El tsilo era matica de la suerte, que era tan buena para el gana-
do, para el dinero, para la comida. La plantica ayudaba tanto que
todo lo que sembraban había rendimiento. Si tiene ganadito no se
cae ni se muere, sino que antes reproduce y reproduce. Esta matica,
no se cada cuánto, pero hay que estar refrescando y refrescando.
Entonces es que no le falta mi Dios para que haya los bienes.
Mi papá trajo la matica de allá del Chimán y partió en dos, y
el uno sembró acá abajito en el plan, y el otro lo sembró allá arri-
ba en la falda. Acá se acabó con la helada. Acá no fue que se secó
solo, ni que la arrancaron, ni quemaron, sino que se acabó. Pero
el espíritu anda todavía donde fue sembrado. Él anda. Como anda
el espíritu, ese es el que le alcanza.
[ 2 3 4 ] l a f u e rz a de l a g e n te
buenas cosechas, los animales están bien, dan cría cada año, hay
una producción permanente, no hay un fracaso económico, ni
hay una calamidad doméstica. Eso es lo que ha hecho el último
médico guambiano que trabaja con mi familia, porque él es
guambiano, pero ha alcanzado a conocer e interpretar bien el
gran valor que tiene el tsilo, el gran valor que tienen el kallim, el
pishimisak.
Como uno no es médico, él lo encomienda a uno, lo deja
recomendado. Cuando un médico se sienta con los valores, con
el don de la naturaleza y su poder mental, habla como si escucha-
ra, como si viera a los espíritus en persona, y les recomienda:
“Usted tiene este deber, a usted le estoy ofreciendo esta ofrenda
para que nos vea a esta familia, a esta gente, a usted le estoy ofre-
ciendo esta ofrenda para que nos vea todos los bienes que ad-
quiera esta familia. Usted no los vaya a descuidar, usted tiene el
deber. Yo los estoy recomendando a usted. Yo estoy ofreciendo
en nombre de ellos”. Él conversa, recomienda, para que escuche
y haga el bien, y no deje prosperar el mal. No para el médico, sino
para la familia a la cual representa esa noche.
Uno no ve, ni escucha, porque uno no es médico, pero
él sí habla y deja recomendado, como si fueran dos perso-
nas, dos seres vivientes. Yo no siento ni lo más mínimo de
lo que siente un médico tradicional, pero uno escucha y ve
lo que él hace.
Ofrendas al kallim
m i s p r i m e r o s a ñ o s e n e l c h i m á n [235]
la zona que es su tierra, que es su casa, que es su habitación.
Sin eso, pues algo pasa.
Se cree que todos los animales que hay como silvestres, el oso,
el león, el venado, el armadillo, los conejos, todos son animales
domésticos del kallim. Y así como uno estima la vaca, el caballo,
los perros, así el kallim estima los que son sus animales que vi-
ven allá. Por eso, para una cacería, la persona tiene que haberse
refrescado, haber consultado, haberle pedido permiso para po-
der cazar, para coger un animal silvestre del monte. Sin eso se
pierden los perros, o algo pasa.
Hay momentos en que uno va en un camino lejos, o que se
olvida, no lleva la verdolaga, o improvisadamente se le ofrece
viajar y va sin esa romería de la verdolaga. Entonces uno puede
limpiarse con agua, una agüita bien pura que encuentre en el
camino. Si no hay la verdolaga a la mano, si tampoco hay agua
limpia a la mano, en últimas también acepta una limpieza con
unos granitos de tierra. Pero no la tierra sobre la que uno va ca-
minando, pisada de todos, pisoteada, sino una tierrita limpia del
lado del camino; se escarba y se busca y con esa tierra también
se limpia, y el kallim acepta. Uno se limpia el cuerpo para poder
penetrar allá, en el sitio donde está el kallim, y él acepta que es
un refresco. Estos espíritus aceptan esas tres cosas. Entonces no
le pasa nada a uno.
Pero si no se hacen estos refrescos, se corre el riesgo de que
el kallim se enoje y de pronto le pase algo a uno. Porque el kallim
lo priva, lo tumba a uno, y muchos se mueren, caen en mala parte
y se mueren. Algunos dicen que les pega, les manda pedradas,
pedazos de palo, que es tan fuerte, tiene tanto poder, que con eso
mata a una persona, o a los animales.
Entonces, son cositas que no tienen ningún costo, pero que hay
que tener presentes en todo momento en esos sitios. Y simple-
mente tener fe, curarse, y así no se tiene ningún problema. Por-
que el kallim, el pishimisak, tiene mucha fuerza, mucho poder.
El Takpipisu y el kallim
[ 2 3 6 ] l a f u erz a d e l a g en te
por miles de años: es el Takpipisu. Esta laguna se encuentra en la
cabecera del Gran Chimán, donde aún hay lotes de bosques y
grandes montañas con rocas y cuevas. Al sur está el Cerro Cres-
ta de Gallo, al norte el Matsorektun o Cerro de los Jóvenes y la
laguna Maweipisu, y entre el Takpipisu y Cresta de Gallo se en-
cuentra Wikyakullupi o quebrada El Molino.
El Pisuchak, que es el plan donde se encuentra la laguna, ha
sufrido el deterioro de la naturaleza por nuestro mal manejo,
porque como nos quitaron todas las tierras planas, para nuestra
supervivencia hemos talado estos lugares para criar ganado, aun-
que las tierras no son aptas para el uso agropecuario debido a la
altura, pues están en pleno páramo. Solamente en estos últimos
años hemos dejado que se convierta en montaña nuevamente, y
es tal vez por eso que ha vuelto a venir el oso a estas tierras.
Cuando yo fui niño vi que mi abuela Rufina, que ya era muy
mayora, vivía por ahí. Tenía una casita, un trabajadero, abajito
del Takpipisu y allí dormía, trabajando durante el día. Así fuera
muy tarde, ella pasaba al trabajo y, cuando no dormía ahí, también
muy tarde de la noche bajaba. Tenía un lotecito de cebolla,
cultivaba la papa y sembraba ulluco siempre ahí.
Mi papá y mis abuelas insistían mucho en que allí existe el
kallim. Mi papá siempre nos recomendaba que como allí exis-
tían los dos kallimes: el maligno y el benigno, que siempre para
subir allá hay que hacer cualquier romería, una curación, una
ofrenda. Así vaya uno en descuido, tiene que acordarse en el
camino.
Cuando uno tiene animales en esa zona, al entrar tiene que
curar para que el kallim acepte que los animales estén en su tie-
rra, en su casa. Para que acepte, hay que hacer la ofrenda, refres-
car, para que entren bien. Y cuando los va a sacar hay que hacer
de igual manera, hay que refrescar. Si va y los saca así no más,
algo les pasa a esos animales en el camino, o en la noche en cual-
quier parte donde los deje.
El kallim tiene fuerza; hace morir a los animales, los esconde.
Cuando el kallim esconde un animal, lo mete en la montaña, por
allá en la profunda selva, en medio de las raíces, de las horque-
tas, en unos palos. Si los tiene vivos, es muy difícil sacarles, y así
usted pase por un lado, se hacen invisibles, uno no se percata,
m i s p r i m e r o s a ñ o s e n e l c h i m á n [237]
El kallim mata a los animales si no se hace el refresco.
[ 2 3 8 ] l a f u e rz a de l a g en te
mi papá, una linda vaca, la que más queríamos… la mató. A mi
me tocó ver y a mi me tocó degollar, y alzar la carne.
Pero antes de tocar todo tuve que curar, tuvimos que refres-
car con tabaco, cigarrillo, así cositas para alegrarlo primero a él.
Por no haber refrescado a tiempo a nosotros nos pasó así. Por
eso yo se que hay un personaje que vive ahí, y por eso uno no
puede hacer lo que quiera, sino que hay que respetarlo.
Esta tierra del Takpipisuchak siempre ha sido de nosotros
desde los tiempos inmemoriales y yo la quiero mucho. Era un
sitio sagrado, pero en algunas ocasiones de emergencia lo usa-
ban como guardadero. En las guerras civiles, contaba la abuela
Gertrudis, cuando las tropas bajaban o subían, arrasaban con lo
que encontraban: animales, cultivos, todo. Decían que para evi-
tar eso, la gente hacía un hueco en la tierra y a las gallinas, a las
aves, las guardaban debajo de la tierra mientras pasaban; pero
al ganado no podían hacerle eso. Entonces, rápidamente, en todo
el proceso de la guerra, subían allá y, como es un alto, una hon-
donada bien fría que la gente forastera no sabe que existe, era un
lugar propicio para guardarlo. Ahí no hay pasto bueno, pasto ar-
tificial no se produce porque es sabana, porque es frío, pero ahí
come maleza, ahí come ese pasto del páramo, y ahí subsistía el
ganado. Cuando paraba la guerra lo sacaban vuelta. Entonces de-
fendían a los animales en ese sitio. Tenían varios lotes, no sólo
de nosotros la familia Muelas, sino también de los Tunubalases,
los Pajas, y ellos también guardaban allá.
Cuando vino la reforma agraria, cuando los terrajeros lucha-
ron y ganaron unas tierras, tocó que dejar esos lotes y aceptar el
cambio con las tierras que adquirió la reforma agraria. Enton-
ces los lotes pequeños que tenían los Pajas, los Tunubalases y
otros, quedaron en manos del terrateniente. Para nosotros esas
tierras eran muy importantes y no podíamos perderlas. Ya nos
iban a sacar, ya estábamos a punto de perderlas definitivamen-
te. Yo y mis hermanos ya estábamos peleados con los blancos,
pero mi papá todavía tenía relación y entonces acordamos con
él proponerle compra al terrateniente, para no tener que salir-
nos. No había otra manera. El terrateniente a mi papá le contestó
con mala gana: “¿Cuánta plata tiene?”. Mi papá dijo que plata no
tenemos, pero que la iba a conseguir. El pidió una equis plata y
m i s p r i m e r o s a ñ o s e n e l c h i m á n [239]
dijo que si me da eso la vendo, y si no no la vendo. Nosotros lo
que queríamos era comprar a cualquier precio, porque era de-
masiado importante para nosotros, así que endeudándonos o no
se cómo, hicimos la plata y compramos. Solamente así pudimos
legalizar con título, como propiedad privada, esa tierra que fue
de nosotros. Entonces sentimos que aseguramos la tierra. Cuan-
do la recibimos, yo, mi papá y todos, estuvimos muy contentos.
Había todavía vestigios, unas chocitas que dejó mi tío Rafael, y
ahí nos metimos y ahí estuvimos largo tiempo trabajando y vi-
viendo, hasta que construimos el rancho.
Como allá es en un alto, estamos hablando de casi cuatro mil
metros, y además de abajo del camino, del plan, no se distingue,
parece que no existiera esa hondonada del Pisuchak; se ven sim-
plemente unas cuchillas, unos morros, unas rocas altas. Enton-
ces el terrateniente, que fue dueño de eso 20 o 30 años, no sabía
que existía. Cuando ya negoció con mi papá, ya dimos una par-
te de plata como pisándole el negocio, un mayordomo que lla-
maba Cruz Bravo fue por primera vez a rodear y encontró ese
Pisuchak. Ahí mismo trajo la noticia al terrateniente Francisco
Morales, que “¡Ay! encontré una tierra plana que estaba allá es-
condida en un hueco, una llanura inmensa”. Entonces el terra-
teniente dijo: “¡Hombre! yo no conozco eso y le regalé a Bautis-
ta”. Y a mi papá le dijo: “Yo le di eso tan barato, pero ya qué vamos
a hacer. Me dijo Cruz Bravo que había harta tierra, que yo ni la
conozco”. Pero que le respetaba porque ya había un negocio de
por medio. ¡Ya casi tenía ganas de echarse atrás! Él nunca subía,
ni el mayordomo; solamente los indígenas que nos gusta y sa-
bemos y estimulamos y la queremos somos los que subimos,
caminamos y llegamos allá, pero la gente blanca, por lo menos
el dueño, que no iba sino hasta donde llegaba el caballo y de ahí
para allá no daba un paso… Ni el mayordomo sabía de la exis-
tencia de este Pisuchak.
[ 2 4 0 ] l a f u e rz a de l a g e n te
Por eso, hace mucho tiempo, a mi hermana Jacinta se le
pegó ese kallim como unas dos o tres veces en la montaña, y
después le seguía con frecuencia, quedaba sufriendo de eso. El
kallim priva, desmaya, hace caer a la persona, la persona se pone
como loca a gritar, a llorar, a hablar cosas sin sentido. Y eso le
pasaba a Jacinta. Cuando le dio por primera vez, la tuvieron que
bajar cargada de la montaña, y así duró como unas tres horas;
luego volvió otra vez en sí, pero ya descolorida, desanimada,
con la salud muy regular, hasta que volvió lentamente a la nor-
malidad.
Mi mamá, junto con la tía Teresa, hermana suya, siempre bus-
caban médico para lograr que este kallim se separara de ella y
la dejara como una persona normal. Pero cuando se pega un
kallim de esos, si no es de por vida, demora mucho tiempo,
hasta que se consiga un buen médico que sepa y que entienda,
interprete y logre convencer al kallim para que se separe de la
persona. Mientras no se separe, mientras no se aleje de la per-
sona, sigue dándole ese malestar, causándole ese daño.
Hasta cierta época siempre le daba con frecuencia, pero final-
mente creo que tuvo efecto el trabajo del médico y logró sepa-
rarlo. Nos duró muchos años con eso. Ahora cuando va a la
montaña, donde está el kallim, cuando va acercándose, interpreta
y dice: “¡Ah! el kallim está enojándose, está bravo. Hay que cu-
rar, hay que echar el agua”. El agua o la tierra, o el refresco. En-
tonces ya se va amistiando, ya puede llegar allá, pero curada con
el refresco. Ya el kallim se porta bien, ya no causa ningún daño.
Pero si siente que está bravo el kallim, que está enojado, y no hace
nada, pues de pronto vuelve y le da. Por eso ella es muy respe-
tuosa del kallim.
Jacinta dice que fue un día por la montaña y que fácilmente
se desvió del camino, que perdió el camino. No supo si era para
abajo, para arriba, a través de la pendiente… ¡perdió el camino
totalmente! Buscaron ese camino, pero hasta que no curaron,
hasta que no hicieron el refresco con el agua, con la tierrita, el
kallim no los sacó de esa oscuridad.
El camino no es que esté lejos, el camino ahí está; pero lo
tapa, le pone a uno como unas vendas, no lo deja ver. Pero en el
momento que hace la curación, el refresco, la agüita, la tierrita,
m i s p r i m e r o s a ñ o s e n e l c h i m á n [241]
entonces como que quita la venda. ¡Ah! otra vez encuentra el
camino. No a todo el mundo le pasa eso; a mi nunca me ha pa-
sado.
Kueikmantsik
[ 2 4 2 ] l a f u erz a d e l a g en te
En todo caso, las construcciones que hay ahí se considera que
quedaron iniciadas. Las rocas que están en lo que llaman
Matsorektun son consideradas como pilares, así como lo que baja
del Takpipisu, el canal por donde corre el agua, que es como pavi-
mentado, bien lisito y bonito. Todo esto se considera que kueik-
mantsik lo construyó para vivir. Como el sabio lo expulsó, se fue
el kueikmantsik; nadie sabe para dónde, ni en qué tiempo fue eso.
Del punto donde está Takpipisu, el agua baja subterránea
como por un canal, no por encima de la tierra. Si uno pone el
oído se escucha el ruido del agua y, además, hay huecos. Estos
canales han sido la casa del kueikmantsik, porque aunque el
kueikmantsik mayor fue expulsado, han quedado los segundos
que son el kallim benigno y el maligno. Por eso los mayores con-
sideran que no todo mundo debe ir allá, que especialmente los
niños no se deben llevar porque son los más delicados para este
caso. Y de todas maneras, para ir allá siempre hay que refrescar,
curar.
Hasta hace poco mi papá, ya siendo yo adulto, me recomen-
daba que hay unos huecos, como unas cuevas en la roca, a los
que uno no debe irse a asomar jamás. Para ir a dar vueltas allá,
cuando uno tiene tres o cuatro animales, hay que ir refresca-
do, y el día que toca sacarlos también hay que refrescar en la
puerta y dejar la verdolaga del refresco en la salida. Si no se hace
esto, el kallim se lo cobra y mata a los animales, porque si estos
han estado dos o tres meses ahí, el kallim ya los considera como
suyos.
Todas estas cosas las va uno aprendiendo mientras crece en
ese medio. Cada vez que llega un médico y saca a todos los ni-
ños, o a todos los habitantes de una familia allá afuera en el sitio
donde se sienta, donde va a hacer la ofrenda, el sitio de curación,
allí da toda una instrucción. Esas instrucciones tienen que man-
tenerse en la memoria de los papás y se las van transmitiendo a
los niños, a los jóvenes, a los que están levantándose. Entonces
uno aprende todos estos saberes, estas enseñanzas, en ese ciclo
de la vivencia, en el transcurso del tiempo, de los años. Si es para
ser médico, de pronto en esa vivencia aprende a ser médico,
sentidor. Si es que no, pues no, pero en esa vivencia tiene que
acudir a un médico que uno crea que pueda curar.
m i s p r i m e r o s a ñ o s e n e l c h i m á n [243]
Cerrando el ciclo
[ 2 4 4 ] l a f u erz a de l a g e n te
el espíritu de los vivos y de los muertos. Y eso fue lo que se hizo
cuando mi mamá murió.
Nosotros no sabemos dónde nos colocó el espíritu de ella. Sólo
sabemos que fue en un sitio fuera de la casa, para que esté allá.
En el caso de mi familia siempre el médico ha buscado del
lado del Gran Chimán el sitio de los muertos: el cuerpo en el
cementerio, el espíritu en Kaluskutsintun. Por eso es lugar sagra-
do y no puede ir nadie porque allá está el treromusik, el espíritu.
Cuando tienen mucho temor, los médicos siempre lo marcan ahí,
siempre lo aíslan y allá lo señalan. Con plantas de remedio, con
chonta, lo sacan de la casa. Allí botan junto la ropa o las camas
de los difuntos. No todo sino parte, lo que la familia crea que no
puede utilizar. Y allí, junto a esos implementos, señalan también
al espíritu para que esté allá. Kaluskutsintun es cerca. Pero hoy
está ya violado, han incendiado, han hecho muchas cosas.
La primera vez en mi vida que yo recuerdo haber visto un
cadáver fue en la casa de la abuela Rufina, cuando murió Jacinta
Trochez, la esposa de Vicente Hurtado, mi tío. Como a los 15 días
murió Cruz Calambás, hermano de la abuela Rufina, hijo de Juan
Calambás. Para esos dos muertos trajeron médicos. Ambos fue-
ron bajados y enterrados en Silvia, pero sus cosas las llevaron a
botar allá en el Kaluskutsintun. Llegaban los médicos y, en el
momento de bajar el cadáver para enterrarlo, hacían cargar to-
dos los enseres de los muertos a un mayor o a alguno de la casa.
Los cueros, la ropita y todo lo que consideraban que era de bo-
tar, lo botaban allí en ese sector, en ese sitio, en el Kaluskutsintun.
Bajaban y estas cosas siempre iban adelante del cadáver, adelan-
te de la gente, y antes de bajar al pueblo, ahí las dejaban. El mé-
dico ordenaba que dejaran ahí las cosas. El cuerpo lo llevaban a
enterrar en el cementerio católico.
Después, a los cuatro días, ya cuando hacen la limpieza, he
visto al médico con la chonta, con el bastón; lo pone en la mitad
de la sala y lo orienta también hacia allá, diciendo que el espíri-
tu tiene que ir a estar allá en su lugar.
Para eso es que se limpia, para que el treromusik, el espíritu
del muerto que viene de allá de las cosas botadas, no esté per-
turbando en la casa. Según ellos, al no hacer eso, queda el espíritu
en la casa convertido como en una mariposa grande que se mete
m i s p r i m e r o s a ñ o s e n e l c h i m á n [245]
por ahí, que se está por ahí. Entonces hay que ahuyentarlo con
la medicina. El espíritu convertido en mariposa es el que puede
causarle daño a los niños, a los adultos. Pero no solamente es la
mariposita esa, sino que afuera también anda y espanta; apare-
ce una sombra. Entonces para evitar eso el musikoropik, el mé-
dico, saca el espíritu de la casa y lo manda a ese lugar donde siem-
pre debe estar. Él con su coca, con su aguardiente, con los demás
implementos que necesita, desde ese entonces lo llamaban para
ahuyentar al espíritu, para que la mariposa no esté en la casa y
allá afuera no aparezca la sombra. Dicen que unas veces le toca
a uno el cuerpo y le asusta, y otras que aparenta ser una candile-
ja, como una bombilla que alumbra.
Desde ese entonces recuerdo a esos dos personajes que mu-
rieron. Pero después también, cuando murieron mis hermanos
Manuel y Samuel, y Jacinta, una prima, no importaba que fue-
ran niños, y muchos muertos que ha habido por allí, no solamen-
te de la casa sino otros, los vecinos, siempre se hacían los mis-
mos rituales. En los años 60, cuando murió mi abuela Gertrudis,
recuerdo que mi papá buscó al médico para hacer el mismo rito.
Se llamaba Pascual Tombé. Él vino allí a la casa, hizo traer mu-
chas cosas, yerbas, y con eso trabajaba toda la noche; recuerdo
tanto que en la mitad de la sala clavaba la chonta y de allí, en el
momento preciso, cuando ya al espíritu lo tenía allí, lo espanta-
ba con tierra y todo, lo apuntaba allá y soplaba para que se salie-
ra de esa casa y fuera a estar en su lugar. Y ese lugar lo señalaba
allá, con la chonta, con la droga, al hacer la palanca y tirar con
tierra y todo. Inmediatamente soplaba. Y tenía un ayudante,
como un auxiliar, que también hacía lo mismo, para que el es-
píritu saliera.
Yo en lo que he visto, casi todos todos han hecho así, y todos
han apuntado hacia allá, al Kaluskutsintun, y todos botaban allí.
Por eso creo yo que ese era, no se desde cuándo, el lugar donde
siempre botaban. Ya dejaron de botar porque ya el lugar fue vio-
lado de muchas maneras. No se el resto de los guambianos de la
Comunidad cuál es la filosofía. Yo estoy hablando de nuestra
gente, al entorno mío.
Dicen que el kansro es el espacio y tiempo de los muertos. No
hay un lugar específico donde haya una casa ni nada de eso, sino
[ 2 4 6 ] l a f u erz a de l a g e n te
que es en este mundo mismo, ahí en la tierra, pero como en otro
plano separado, como otro nivel, donde el espíritu puede estar
deambulando, sin necesidad de estar en un solo lugar. “El kansro
es aquí mismo y no lo vemos”, dice Jacinta, “pues sólo nos co-
municamos con él en sueños”, agrega Bárbara. El Kaluskutsintun
es el lugar específico y al entorno suyo debe estar el espíritu; no
amarrado.
A mi mamá yo considero que simplemente nos la ha aislado
de la casa y de las personas un poquitico nada más. Me parece
que para nosotros el médico ha hecho un trabajo muy especial
al espíritu de mi mamá. No nos la ha expulsado ni ha buscado
donde tenerla amarrada ni nada de eso, no creo que esté ni en el
cementerio, ni tampoco en el Kaluskutsintun, sino simplemente
nos la ha alejado un poquito nada más; pero ella puede andar,
puede estar en contorno a la familia, en contorno de la casa,
mirando, sin aparecer, sin aparentar esa sombra ante los ojos de
nadie —ni de los niños, ni de los mayores—, pero está en me-
dio de nosotros, sin causarle daño a ninguno. Lo importante es
que nadie vea la sombra porque se asusta.
Lo de mi mamá no lo hemos botado allá en el Kaluskutsintun,
pero sí había cosas que ya eran inservibles, que de todas mane-
ras había que sacarlas de la casa. Son cositas que no se pueden
usar, muchas cositas que guardaba mi mamá. Como ella era toda
una tejedora de tiempo completo, entonces tenía los hilitos, la
lana, los merinos, las puchicangas, los volantes. Como no sabía
leer, para ella todo papel era de suma importancia. Decía: “Éste
puede ser bueno. Ustedes le han botado, ustedes han descui-
dado y algún día les hará falta”. Entonces ella lo recogía y lo
guardaba. Bárbara estuvo rebrujando todo eso a ver qué podía
conservar y qué no; estuvo en esa selección. Lo que no servía
lo botó.
A mi mamá, lo primero que pensamos fue en enterrarla con
su propia ropa, con su propia indumentaria. La vestimos de
novia, con sombrero guambiano y todo. Como se cree que des-
pués de la muerte hay un largo viaje, el espíritu necesita también
absorber algún alimento por el camino, y tomar algo porque le
da sed. Entonces para la sed le pusimos chicha en una totumita.
También quisimos que fuera llevando algo de comer, la mochila,
m i s p r i m e r o s a ñ o s e n e l c h i m á n [247]
la puchicanga, el hilo, el volante. Eso lo hicimos porque a ella
nuuunca en la vida le faltaba; ¡ella era muy cautelosa! Toda la vida
en su mochila cargaba un cabito de vela y el fósforo para la can-
dela, las agujas de coser, de hacer remiendo, de tejer, los hilos;
como buena tejedora era muy guardosa para tejer los anacos, las
ruanas, las mochilas. Entonces, como sin esos implementos no
era vida para ella, pensamos que en su largo camino, en su viaje,
en una segunda etapa de vida, en esa vida posterior a esto, tam-
bién los necesitaba para que fuera satisfecha, también debía lle-
var estos implementos para que de pronto no le fueran a faltar
cositas allá, por un descuido de nosotros. ¡Ella necesitaba tanto
estas cosas!
En el mundo guambiano creemos en la ofrenda anual. De
una ofrenda a la próxima, para nosotros es un año y para el es-
píritu del muerto es un día, pero es un largo día de 365 días, es
una correría larga, y por eso es importante que tenga algo en ese
largo día. Necesita llevar algo que comer, alguna cosita como de
absorber, para que no le falte hasta que regrese. Es un año que
anda, un día de ellos, en el que no viene entre nosotros. Cuando
regresa se le brinda la ofrenda, los alimentos, para que pueda
disfrutar, acompañarle.
En este mundo nací, en él crecí, me desarrollé, me formé y a
él me sigo conformando. Cuando salí a la Constituyente y des-
pués al Senado, los médicos de la familia me refrescaron para
que me fuera bien. También los mamos koguis y arhuacos de
la Sierra Nevada me han hecho rituales de protección y me han
amarrado a la Sierra para que me vaya bien. Al terminar mis
labores he regresado a mi tierra, a mi pueblo, al seno de mi
gente, porque la creencia guambiana es que uno es como una
madeja de hilo cuyo origen siempre esta ahí donde se nace
—por eso los guambianos reclaman tanto que aquí está ente-
rrado mi ombligo—, y cuando uno sale ese hilo se desenrolla
y desenrolla sin fin, pero cuando ya termina la obra que está
haciendo por fuera de la Comunidad el hilo lo recoge y lo re-
coge y lo recoge hasta volver a llegar. Entonces, cuando uno tie-
ne esa identidad, cree y es firme en su pensamiento, no deja cor-
tar el hilo, el cual lo vuelve a enrollar hasta su centro espiritual
que está en Guambía.
[ 2 4 8 ] l a f u erz a de l a g en te
Las personas que rodearon
el contorno de mi vida
m i s p r i m e r o s a ñ o s e n e l c h i m á n [249]
usted va a reemplazar a su papá y tiene que empezar a trabajar,
a hacer cosas para que pueda ayudar a levantar a los hermanos
menores”. Para eso eran las instrucciones que nos daba.
Ella siempre nos decía: “Usted es un hombrecito, usted no
debe crecer con vicios”. Insistía mucho en que el producto de los
trabajos que hacía uno no debía malgastarse, que con eso no sola-
mente sufría uno, sino que hacía sufrir a la familia. “Cuando haya
productos de los cultivos hay que aprender a manejarlos bien”,
decía. Me recomendaba eso para los de vender. Pero que tam-
bién había que seleccionar la semilla y dejar para la casa; que así
era como debía aprender.
Con mucha frecuencia estábamos allá, donde lo de la abuela
Rufina. Tenían dos casas y nos manteníamos entre las dos casas
permanentemente. Había por ahí un kilómetro de casa a casa.
En Oskowampik, el sitio que hoy llaman San Pedro, vivían: aba-
jo tenía una casa que llamaban ‘la casa grande’, donde estaba el
fogón y la sala para atender a la gente, y la otra era una casa pe-
queña, la ‘casa de llave’, un lugar seguro para guardar los vesti-
dos y las cosas de valor.
La otra era la abuela Gertrudis Muelas. Ella estaba muy per-
manentemente en la casa, de la casa al cultivo de cebolla, y al
chorro a traer agua, a traer la leña, estaba con los ovejos, tenía
las vaquitas.
Ellos eran de una descendencia de peleadores de la tierra.
Tenían problemas con los blancos, con los terratenientes, pero a
la vez mantenían relaciones con los patrones.
La abuela manejaba bien el castellano porque Pedro Muelas,
su papá, la sacó a Silvia de sirvienta de mestizos y allí aprendió.
Ella no tuvo esposo, pero tuvo dos hijos: mi papá que se llamaba
Juan Bautista y la hermana que se llamaba Antonia.
La abuela Gertrudis tenía otra forma de hablar. También le
enseñaba a uno cómo cultivar, cómo mantener los animales; pero
además tenía otro sistema de charla, otro pensamiento que era
muy distinto y que también nos ha servido mucho. Nos daba
muchas instrucciones de cómo defenderse frente a la autoridad.
Decía que nunca debíamos decir dos cosas, que teníamos que ser
de una sola pieza y cuando dijéramos sí, es sí, y cuando dijéramos
no, es no. Decía que no debíamos hoy decir sí y mañana decir
[ 2 5 0 ] l a f u erz a d e l a g en te
Mi mamá fue la persona más importante de mi niñez y juventud, y ella estuvo presente
en todos y cada uno de los momentos que me marcaron, hasta el último día de su vida.
m i s p r i m e r o s a ñ o s e n e l c h i m á n [251]
no, porque allí era la caída de una persona. Y que quedar mal
ante la autoridad era lo peor de la vida.
En ese entonces hablaban de jueces blancos y jueces indíge-
nas, que eran los cabildos. Entonces la abuela nos decía: “Cuan-
do un juez lo indague, cuando un juez haga preguntas, siem-
pre tiene que decir una sola cosa. Cuando usted haya visto algo,
diga lo vi, cuando no, pues diga no”. Sobre eso eran charlas
permanentes.
Uno los oía que hablaban mucho de la vida, de cómo em-
pezaron a quitar las tierras, de cómo les tocaba ir a pie hasta Po-
payán, cargados; hablaban mucho de sus parientes Carlos y Lu-
ciano Muelas, y de cómo venían a Bogotá. Eran unas charlas
permanentes al lado del fogón.
Muchas veces eran unas charlas tristes porque decían: “Hoy
estamos aquí sin tierra, nos han quitado las tierras, no tenemos
qué comer; antes tuvimos mucha comida, nos sobraba comida,
porque había tierra y había animales”. Decían que hacían bue-
nos cultivos, que no les faltaba el maíz —que era la comida bá-
sica permanente—, que desde que haya maíz, vaca de leche y
ovejos para el vestido, con eso era suficiente para defenderse en
la vida, pero que sin esos elementos era difícil la vida. Hacían
mucho comentario de eso. Y uno siempre sentado ahí escuchan-
do, permanentemente, casi a diario. Repetían y repetían de una
manera y de otra, y reiteradamente escuchaba eso.
Yo ponía cuidado a lo que decía mi abuelita Rufina y tam-
bién la abuela Gertrudis. Ellas hablaban en dos maneras, dos len-
guajes. La abuela Rufina hablaba muy bien, que es difícil hoy
encontrar una persona como ella, que de orientación a la gente.
Del lado suyo, que me enseñó a cultivar, que me enseñó a la for-
mación de la persona, considero muy buenas las enseñanzas. Del
lado de la abuela Gertrudis, que era gente peleadora y por ser así
sufrieron las consecuencias del desalojo por parte de los terrate-
nientes, nos enseñó a pelear, y también considero que nos dio
unas instrucciones muy buenas. Yo he escuchado estos dos con-
sejos, y con base en eso parece que he venido desarrollando.
Con nosotros vivía también una hermana de la abuela
Gertrudis que se llamaba Teresa. Era una abuelita que venía
siempre a estar allí, pero tenía otra casita detrás de la casa de
[ 2 5 2 ] l a f u erz a d e l a g e n te
nosotros, un ranchito, y ella vivía allá. Cuando de pronto un
día… se murió ella.
Recuerdo mucho su muerte. Trajeron a la casa grande el
cadáver y allí llegó gente. Ella no tenía hijos, era soltera, vivió
siempre sola y así murió.
m i s p r i m e r o s a ñ o s e n e l c h i m á n [253]
de mal vivir, del mal clima tan frío, de tanta cosa allá, la trajeron
enferma. En la sabana no se encuentra ni un lote seco para ha-
cer rancho, para hacer fogón, para hacer la camita. Como no
tenían cama ni nada, dormían en el piso, en tierra húmeda, con
malos tendidos, mala cobija, mala alimentación. Y ella tenía sus
años; no se cuántos, pero ya era mayor. Entonces todo eso le
causó mucho daño a su salud. Ella no duró nada, se enfermó
muy rápido, estuvo muy mala. De regreso no pudo venir sola,
tocó traerla cargada en camilla. Un poco de gente que invita-
ron la trajo cargada. Volvió otra vez por el mismo camino a
Chimán.
Yo llegué con Jacinta. Estuvimos en la casita esa. Era debajo
de unos árboles, hecha de un material que llaman sobretana; con
eso habían hecho la casita. Mi tío Vicente hizo el esfuerzo de
hacer una casita mejor, fuera de esa, pero también era húmedo,
muy húmedo. Siempre he pensado que fue de mal vivir, del frío,
por tener que dormir en el piso, que la abuela murió.
En ese momento que yo estaba mordido de víbora, ella ya
estaba en agonía, para morir.
Después de mucho tiempo en Mondomo subí al fin, pero no
alcancé a ver a mi abuela en los últimos días antes de su muerte.
Tampoco en el entierro. Ya murió. Mi mamá se estuvo allá per-
manentemente acompañando a la mamá, hasta que llegó el día
en que la abuelita murió.
Me había mandado razón a mi: que Lorenzo cuidado con
estarse enfriando, que no vaya a estar saliendo a recibir mal vien-
to porque se muere; que se cuide.
No alcancé nunca más a volver a escuchar su voz, ni a verla a
ella. Yo tenía 12 años.
Mi papá
[ 2 5 4 ] l a f u erz a d e l a g en te
En ese proceso, dice que él tenía unos 12 años. De 1906 creo
que más o menos a 1918, una cosa así. Y que cuando tenía esa edad
la represión de los terratenientes fue fuerte, porque los Muelas
de ese entonces eran los que luchaban por la tierra, en compañía
de Manuel Quintín Lame, José Gonzalo Sánchez y otros.
Como los de la hacienda no podían salir a hacer presencia
física, entonces había gente que apoyaba en plata muy secre-
tamente, subterráneamente, a los que luchaban. Cuando el cua-
derno con los nombres de los que apoyaban económicamen-
te se perdió y llegó a manos del terrateniente, todos fueron
expulsados. Entre ellos caía la abuela Gertrudis, la mamá de
mi papá.
Uno de los mayordomos que se llamaba José Otero se condo-
lió de que la abuela también fuera sacada de la hacienda, por-
que no tenían a dónde ir y era mujer sola. Como en la casa de
ella no tenían un jefe de familia, un papá o esposo, sino que ella
era la que dirigía el hogar, entonces no había quien representara
la familia, quien fuera a pagar terraje. Siendo mujeres solas la
abuela y su hermana Teresa, mi papá era el único hijo que con
sus 12 años, ya se estaba queriendo formar.
Fue en ese entonces cuando el terrateniente Rafael Concha
trajo de los Estados Unidos todo ese ganado fino para la hacien-
da. Y como el tren de Buenaventura solamente llegaba hasta
Guachinte, los mayordomos y otros empleados tenían que ir a
traer esos cerdos, ese ganado.
Entonces este mayordomo, antes de que desalojaran de las
tierras a la abuela Gertrudis y a su hermana Teresa, que estaban
a punto de hacerlo por la colaboración que venían dando a los
luchadores por la tierra —a Juan Calambás, Anselmo Muelas, y
muchos otros ya los habían expulsado, ya los habían obligado a
salir de las tierras—, le dijo que mandaran a Juan Bautista para
que acompañara entre los mayores, entre los viejos, para que así,
viendo allá la presencia del muchacho, evitara su expulsión de
la hacienda. Y le dijo que él ayudaría a hablar a Rafael Concha,
que allá lo encontraría; que hablara y que no se dejara expulsar.
La abuela, para evitar la expulsión, convino en mandar al hijo
tan niño, para que a pie, en mula, fuera a ayudar a recibir ese
ganado que traían.
m i s p r i m e r o s a ñ o s e n e l c h i m á n [255]
Mi papá decía que de Guachinte demoraron como 15 días
para llegar a Silvia trayendo el ganado, ayudando a arriar. Él era
el ‘mulero’, trabajo que consistía en cabestrear la mula adelante
a todo momento, como guía. Atrás venía toda la recua de gana-
do, y todo lo demás. Y así llegó hasta Silvia. Por el camino se mu-
rieron un poco de cerdos, animales, pero ellos llegaron.
Entonces el mayordomo habló en defensa de las abuelas, para
que las dejara ahí en la tierra y no fueran expulsadas, con la con-
dición de no volver a contribuir al trabajo que estaban haciendo
Luciano y Carlos Muelas en la lucha por la tierra.
Como la abuela tenía miedo que los expulsaran, entregó a mi
papá al patrón, a los mayordomos, para que lo tuvieran allá de
tiempo completo a su servicio. Desde ese entonces empezaron a
sacarlo a trabajar para el terrateniente, primero como ‘paje’ y más
adelante de lo que llamaban ‘simanero’.
Mi papá mismo decía que él fue pajecito. Como era paje, le
tocaba ir a ordeñar, le tocaba también hacer de carguero de agua,
porque no tenían acueducto y había que cargar el agua en tinas
para la casa de la hacienda, le tocaba ir a traer mercado, les ser-
vía para los mandados, como mensajero, para todo lo que qui-
sieran mandarlo.
El mister que viajó en la época de la traída del ganado de los
Estados Unidos, un norteamericano que dizque venía a hacer una
empresa textilera en compañía del terrateniente Rafael Concha,
vino a vivir a lo que hoy es la Empresa, donde estaba el molino
que ya no existe, aunque tenía casa en el poblado de Silvia tam-
bién. Entre las tareas que le ponían a mi papá, estaba hacer el aseo
al cuarto donde él dormía. Cuando nos contaba de este oficio
decía: “¡Que asco!”. Le tocaba asearle el cuarto todas las maña-
nas, todos los días limpiar las tasas de noche llenas de la mierda
del mister. Pero le tocaba, porque como él era pajecito, y la mamá
lo había mandado para que lo tuvieran allá al servicio, al man-
do de los señores estos, entonces no había más remedio. Y ahí
siguió hasta que se formó, todo el tiempo.
Más adelante aprendió a enlazar y a amansar bestias. Él fue
muy buen vaquero porque lo adiestraron bien para tenerlo allá
a su servicio. Decía que a él lo habían adiestrado para enlazar
‘cacho limpio’, es decir, con la soga no por el pescuezo, ni con
[ 2 5 6 ] l a f u erz a de l a g en te
orejas, sino por los dos cuernos. Como él aprendió tan bien, el
mayordomo y el patrón lo querían mucho. A él le tocaba salir
con ganado bravo, pero como era bueno para enlazar sabía qué
tiro le alcanzaba el rejo, entonces allá lo voleaba, tiraba y los enla-
zaba. A no mas el animal sentía el rejo en los cuernos, se venía
encima a cornearlo y él tenía que salir cooorriendo adelante. Y
así lo llevaba.
Él jugaba con los animales, tanto con el ganado, como con
las bestias, así fueran bien ariscas. Aprendió muy bien esas co-
sas. Por eso los mayordomos siempre lo cogían como guía, o
como montador.
Ya cuando fue más grande lo mandaban a Popayán como ‘co-
rreo’, como el correo de hoy. Lo mandaban con cargas de plata
en moneda, con cajones de madera o petacas, de Silvia a Popa-
yán, y de Popayán a Silvia, con otros mandados para familiares
de los patrones que vivían en Santander de Quilichao. Estaba per-
manentemente entre Santander de Quilichao y Popayán, unas
veces arriando una carga y otras veces de escotero, así vacío, so-
lamente cargando un mensaje, como una carta.
Decía que para ir a Popayán era a pie y que unas veces madru-
gaba y otras iba tarde. Recordaba que a veces se caía en el río
Piendamó y que ¡tan frío!, que pasando se resbalaba y se caía al
agua con ropa y todo y, como no tenía con qué cambiarse, pasa-
ba al otro lado, apretaba y escurría el agua, volvía a ponerse la
ropa, y así se iba a Popayán. La ropa se le secaba en el cuerpo por
el camino. De Silvia a Santander decía que no gastaba sino ocho
horas a pie, vacío.
Pero este trabajo como terrajero lo obligó a desvincularse de
la casa. No le dejaron tiempo para que desarrollara las labores
de su hogar. Dedicó su vida, desde muy joven, al servicio del
terrateniente, al servicio del patrono, a trabajar y trabajar para
ellos. Él había aprendido a trabajar muy bien en el campo agrí-
cola y todo lo que hacía lo hacía muy bien. Sabía cómo hacer una
rocería en la montaña, cómo levantar eras en cualquier parte, có-
mo construir una casa, cómo arreglar los caminos, cómo arre-
glar los puentes… todo muy bien. También trenzaba muy bien
los sombreros. Pero le daban muy poquito tiempo para que vi-
niera a trabajar en el campo agrícola y pecuario con la mamá, y
m i s p r i m e r o s a ñ o s e n e l c h i m á n [257]
eso lo desvinculó un poco de ella; así también se desvinculó
cuando se formó, cuando se casó. Sin embargo, la mamá estaba
contenta, porque por él se había evitado que fueran sacados de
la tierra.
Todo este proceso de desvinculación duró mucho tiempo,
porque una vez finalizado el término con unos patronos se iban
apareciendo otros, y como el vaquero, el mayordomo, el sima-
nero, eran permanentes, lo obligaban a que fuera también como
servidor allá.
Dejó de ser paje, dejó de ser carguero de agua, dejó de ser
mensajero, y ya lo sacaron al terraje, al trabajo que le obligaban
a pagar mensualmente. En un principio como que fueron seis
días de trabajo cada quince días, y así duró un poco de tiempo.
Después lo rebajaron a cinco días por mes y entonces se desaho-
garon un poco.
Pero esto no alcanzaba para que mi papá trabajara en la casa
realmente, porque tenía otras actividades. Un buen tiempo se
dedicaba a lo que llamaba el negocio, a la compraventa de cebolla
y papas, que le gustaba bastante. Para eso iba mucho a Jamundí,
a Santander, a Popayán; se la pasaba para abajo y para arriba.
En ese proceso nos enseñó a trabajar. A mi me enseñó a enla-
zar un animal, a defenderme de los animales ariscos, a amansar
una bestia, porque la bestia, de acuerdo al tamaño, a la calidad,
así se adiestra. Decía que hay bestias que no sirven para silla de
montura y que a esas hay que enseñarlas como bestias de carga.
Muy joven también, después de haberse casado, lo sacaron
para alguacil del Cabildo. Pero no fue para beneficio de la Co-
munidad, ni de la familia, sino como era el caso con estos car-
gos, también para beneficio del terrateniente, del cura y de los
políticos. Como alguacil tenía que ir a recordar a los indígenas
de El Chimán, casa por casa, a dónde les tocaba la siguiente se-
mana, qué trabajos había que hacer para el terrateniente. Era una
obligación que él tenía de ir como mandadero. Era autoridad
indígena, pero no al servicio de la Comunidad, sino para avisar-
le a la gente para que saliera a trabajar. A eso dedicó un buen
tiempo, pues fue dos veces alguacil.
Recordaba mucho que hasta los 25 años no tenía el vicio del
aguardiente. Que a esa edad, cuando fue alguacil, se pusieron de
[ 2 5 8 ] l a f u e rz a de l a g e n te
acuerdo entre un patrono que se llamaba Emiliano Lemos, un
militar, un coronel, y el gobernador guambiano de ese entonces,
para darle una plata para que tomara. Él recibió como una pro-
pina del patrón y pensó guardarla, no gastarla, pero el patrón y
el gobernador guambiano ya tenían el plato hecho y, cuando iba
con la plata en el bolsillo, el gobernador le dijo: “Ala alguacil,
¿cuándo es que va a gastar la plata que le dio su patrón?”. A mi
papá le tocó obligadamente sacar la plata y comprar un aguar-
diente para gastarle al gobernador y a los acompañantes, al res-
to de los alguaciles. Allí empezó a enviciarse a tomar aguardien-
te, decía él.
Como él aparecía como buen repartidor, cada vez que había
un licor para dar, le pasaban para que distribuyera a la gente. Pero
al repartidor, tenía la costumbre la gente, cuando brindaba tam-
bién le daban de reciprocidad, le devolvían. Y así en cada vuelta
él tomaba unos dos o tres tragos y terminaba emborrachándose.
Entonces, así fue que empezó a tomar trago, después de los 25
años.
Pero el kallim también le enseñó, como sueño, a tomar tra-
go. Mi papá decía que, así como era muy baquiano para regar
trigo, que no le ganaba nadie en eso, le rendía muchísimo, por-
que le soñó, de igual manera le sucedió con el trago. Una vez, de
joven, se fue por los lados de Inzá, a la laguna que se llama Palacé,
y allí en esa laguna el kallim le dio un sueño: lo enseñó a traba-
jar, pero a la vez lo enseñó también a tomar trago. Eso sí, que a
él le soñó a tomar trago en forma decente. Que soñó a alguien
brindando en unas bandejas con unas copas altotas, y que se
ofrecían unos a otros, haciendo brindis; que “¡Salud!”, decían to-
dos, y levantaban la copa. Él decía que, efectivamente, la mayor
parte de los brindis que hacía con sus amigos los hacía en esa for-
ma, y que no tomaba con gentes en la calle, sino siempre con ami-
gos decentes, porque para eso fue soñado. Sin embargo, decía que
era una desgracia tomar, y reconocía que eso le había causado
gran daño, gran perjuicio.
m i s p r i m e r o s a ñ o s e n e l c h i m á n [259]
5
Aprendiendo
a letrear
[ 2 62 ] l a f u erz a d e l a g en te
Lo más importante de mi formación, las in-
fluencias más esenciales en mi vida, vinieron de mi hogar, de mi
gente. Pero también aprendí algunas cosas en el corto tiempo que
asistí a la escuela.
Yo no recuerdo de cuántos años, pero mi mamá nos mandó
muy pequeños a la escuela. Mi papá me matriculó. Como el
trabajadero de ellos era lejos, sería para que no estorbáramos que
nos mandó tan pequeños. Para que aprendiera, decía mi mamá,
quien tenía mucho interés en que uno supiera castellano, por-
que ella no lo hablaba y eso era muy difícil, pasaba mucho tra-
bajo, mucha dificultad. Entonces quería que de alguna manera,
por fuerza mayor, aprendiéramos a hablar.
La escuela era la que llaman La Marquesa. Según recordaba
Joaquín Morales, uno de los primeros alumnos junto con mis
hermanos Cruz y Manuel, fue Matilde Lemos125 quien empezó a
crear la escuela por allá por 1939, y en 1940-41 ya se terminó de
hacer. Contaba que la construyeron de paja y barro, exactamen-
te donde vivió y murió Rafael Hurtado y ahora vive su mujer, la
tía Dionisia Tunubalá. La construcción se hizo entre todos los
terrajeros, encabezados por kasuku Esteban, ermanto Eulogio,
que vivió allí en el Pesrotarau, y mi papá. No vino ningún blan-
co a dar orientaciones.
125
Dueña de El Chimán entre 1932 y 1944.
a p r e n d i e n d o a l e t r e a r [263]
estampas grandes con unas imágenes del diablo arrastrando el
alma de alguien. Y luego decían que así es que lo llevan y lo arro-
jan. Así lo enseñaban. Cantaban el Avemaría y todo eso […] Eso
así era que enseñaban. Era un grupo de las Lauras.
Entonces llegó el cura con otra imagen del Sagrado Corazón.
El cuadro lo trajo cargado el taita Antonio Hurtado un día martes.
(Luis)
[ 2 6 4 ] l a f u e rz a de l a g e n te
Escuela de El Chimán, donde aprendí a letrear.
a p r e n d i e n d o a l e t r e a r [265]
castellano, entonces todo era en guambiano. La maestra que lle-
gó allí era la única que no era guambiana. Esa relación sí fue di-
fícil, fue muy duro. Yo no se cómo aprendí. Entonces, ¡ah! era
un estorbo; jódame y jódame y uno nada que entendía, nada. Por
eso yo estaba aburrido.
Un día me escondí para no ir a la escuela. No estaba mi papá,
no estaba mi mamá, como que no tenía ganas, tenía pereza, no
quería ir. Entonces me quedé en el camino. Llegamos hasta allí
al Alto de la Cruz y, en vez de ir, me remonté para arriba a la
montaña con otros más viejos que también estaban aburridos.
Ellos me conquistaron para que fuéramos: “Hoy no vamos a la
escuela, escondámonos a ver qué pasa”. Pero no pudimos es-
condernos mucho tiempo. Siempre empezó a darnos hambre y
eso nos hizo buscar la casa otra vez. Fuimos con mentiras de que
hoy no hubo escuela, hoy no subió la maestra. “¡Mentiras!”, nos
pilló, “mentiras, yo lo vi, yo lo vi, ustedes no fueron”. Mis tíos se
habían dado cuenta que la maestra sí había subido. ¡Me pegan
qué regañada! Ya de allí no volví a esconderme, ya siempre fui a
la escuela. Pero harto, muy aburrido.
Por eso ya cuando se aproximaba el fin de los exámenes uno
se sentía feliz, parecía que uno ya salía de la cárcel. Podía ir a es-
tar con mi mamá, podía ir al trabajo, podía ir a jugar, uno podía
estar en la casa, podía dormir rico… Se sentía uno feliz cuando
terminaba la clausura.
Las maestras también sufrían con uno. Me decían cabeza de
rancho, cabeza de paila y nos daban con el libro en la cabeza. ¡Ni
aun así entraba!
Pero de pronto, yo no se, me dio una lucecita. Yo recuerdo tanto
qué letra aprendí a leer primero; ya no era memorizado, sino que
yo leí. Ponía una d, una e, y una l, y eso sonaba ‘del’. Esas fueron
las primeras letras que yo aprendí. Yo memoricé muchísimo.
Repetía, repetía, repetía, pero no leía. No podía leer. Memoricé.
Pero fuera de la repetidera, de la redundancia, cuando en ese
momentico me dio esa lucecita de aprender a leer esas tres letricas,
¡ahí el gran triunfo! Yo como que aprendí a leer de verdad.
La maestra se puso contenta, cuando yo leí eso. “¡Qué mu-
chacho tan inteligente!”. Desde ahí me tomó aprecio. A mi como
que me dio mucho aliento, me ayudó mucho para que leyera.
[ 2 6 6 ] l a f u erz a d e l a g en te
Entonces nosotros quedamos bien con ella y ella ante los padres
de familia, ante los demás, porque yo y Jacinta aprendimos a leer;
ella se contentó porque de allí empezamos a avanzar.
Los demás que iban allí a la escuela eran todos guambianos.
No eran niños, ya eran jóvenes, adultos. Como antes no había
escuela, los matricularon ya grandes. Había unos jóvenes, diga
usted de 14 años, de 16 años, como mi hermano Cruz que estu-
dió también un poquito allí, que ya era mayor. Los compañeros
de Cruz, que todavía andan, los dos Joaquines Morales, el que
vive en La Cuanda y el que vive en Morales, son compañeros de
ese entonces. Pero nosotros sí fuimos niños pequeños.
Era un solo salón donde había dos cursos que llamaban 1º y
2º. Los de 1º llegaban recién, empezaban a letrear; los otros ya
estarían más avanzaditos y ya leían. Yo recuerdo que llegué a 1º
y ahí fue que empecé a leer esas palabritas. De allí ya me fui aco-
modando, la misma maestra me enseñó a acomodar las letras:
ponga una letra adelante, la otra atrás, con otra más suena tal,
suena tal. Eso se fue avanzando, se fue avanzando.
Al final del año me dijo la maestra que yo era muy inteligen-
te, que quería ayudarme a conseguir una beca. Hablamos con
conocidos, con un tal Gentil Delgado. Decían: “Consigamos una
beca para Lorenzo, para que estudie”. Yo fui contento a avisarle
a mi papá, y él no me paró bolas.
Yo ni siquiera pude pisar un colegio. Yo no sé por qué nunca
me paró bolas mi papá. Mi hermano Cruz vino a estudiar por-
que a él le gustó y dijo: “Yo me voy”. Mi mamá lloraba para que
no se fuera, pero a él no le importó y se pisó, se fue. Cruz la pri-
maria la terminó en Medellín; lo recogieron las monjas y lo lle-
varon. Mi papá un poquito le apoyó para que se fuera, mi mamá
no. Y a mi no me apoyó ni mi mamá ni mi papá, pero yo tam-
poco fui capaz de salirme solo; esperaba que alguien me apoya-
ra y como no me apoyó mi papá… Mi mamá me apoyaba hasta
allí hasta la escuela, pero ya más no.
Había a donde ir, por lo menos en Silvia; también estaban
las misioneras en Las Delicias. Pero condiciones no habían. Era
lejos de la casa para estar corriendo todos los días allá. Y así,
como no fui capaz de salir ni a Piendamó, me quedé allí; me
quedé, me quedé.
a p r e n d i e n d o a l e t r e a r [267]
Para ninguno era fácil estudiar. Hablando con Joaquín Mora-
les, él recordaba haber ido a la escuela entre 1940 y 1943 y contaba
con tristeza que en ese entonces la profesora Odilia lo seleccionó
junto con mi hermano que se murió, mi hermano Cruz, y Bárba-
ra la hija de taita Eulogio, para mandarlos a estudiar en Medellín,
pero que ni él quiso ir ni el papá lo apoyó porque “la gente anti-
gua decía que la escuela no era sino una vagabundería, que la es-
cuela de los hijos es el barretón, el machete y el hacha”. Comenta-
ba que los papás comenzaron a enviar a los muchachos a la escuela
porque los alguaciles hicieron muchas reuniones hasta que por fin
los convencieron de que todos los niños tenían que ir, y que luego
empezaron a mandarlos a Medellín o a Silvia, pero que su papá
“decidió que los hijos que tengo, tengo para enseñar a trabajar y
no para andar por allá” y por eso él no fue a Medellín. Pero que tam-
poco continuó en Silvia porque para 1944, cuando le tocaba hacer-
lo, “ya habían hecho traspasos Julio Fernández y Matilde Lemos
y llegó Córdoba, y él exigió inmediatamente que le entregaran las
tierras”, siendo su papá uno de los primeros en ser expulsados.
Yo creo que en esa escuela estuve un poco más de dos años,
con Jacinta todo el tiempo. Primero tuve un año como asisten-
te, en el que no aprendí nada. El segundo año ya me matricu-
laron y comencé a aprender, el tercero ya aprendí, pero no lo
terminé. Y hasta ahí.
Recuerdo mucho que siempre estaba con mi hermana Jacinta.
Cuando estuvimos en la escuela fue precisamente en la época de
la quitada de las tierras, por lo que había mucha pobreza y no te-
níamos qué comer. Me acuerdo que cada uno tenía que llevar qué
comer a la hora del recreo. Muchos traían: café, una arepa gran-
dota. Pero la situación de todos no era igual. Yo creo que noso-
tros hemos estado en la peor situación, porque éramos una can-
tidad de niños pequeños y mi papá, mi mamá, ellos solos no
pudieron; entonces la situación de nosotros era muy delicada en
el aspecto económico. Recuerdo mucho que en la casa almorzá-
bamos temprano, no era desayuno sino almuerzo para todo el día,
y unas veces teníamos algo que traer, como papas sancochadas o
cualquier cosa, pero otras veces no traíamos nada y había que
aguantar hasta las cuatro de la tarde. Mi mamá nos mandaba así.
Entonces, ¿qué hacíamos nosotros?
[ 2 6 8 ] l a f u e rz a d e l a g e n te
Como en los estudios tal vez íbamos un poco más avanza-
dos que otros niños, entonces le soplábamos al vecino, a cam-
bio de comida. Lo hacíamos para ganar cualquier cosita. Había
algunos que traían, acostumbramos así, ya no una arepa sino dos:
una para él y otra para nosotros, con tal de que le sopláramos, le
ayudáramos, para ellos salir bien. Uno estaba cerca y ayudaba, y
estaba ganándose una arepa que nos servía para el almuerzo de
medio día.
Otras veces, cuando no podíamos, porque eso no era todos
los días, había un monte por allá donde había el carirucio, don-
de había mucha fruta, y a la hora del recreo, del almuerzo, como
no teníamos nada, salíamos corriendo Jacinta y yo, para allá al-
morzar pepas, moras, lo que fuera. Como había tanta hambre,
cogíamos unas moras, pero a veces eran escasas y conseguíamos
una sola morita que partíamos en dos para comérnosla. ¡Com-
partíamos! Otras veces había mucha y entonces cada uno cogía
y comía por manotadas.
Como la maestra siempre amasaba y asaba pan en un horno
que había en la escuela, nosotros con esa hambre, con esas ga-
nas de pan, nos quedábamos después que los otros niños se iban,
traíamos la leñita, la escoba para barrer, le ayudábamos a moler,
a hacer cositas, y espere el pan allí, espere el pan allí. El primer
pan que salía era para nosotros. La maestra nos daba, a veces nos
vendía, y salíamos corriendo para la casa con el pan para mi
mamá. Comíamos parte y parte llevábamos. Esa maestra murió
en Silvia hace poco.
Con Jacinta hemos recorrido mucho, hemos caminado mu-
cho desde niños. En ese entonces había el canto de la gitana y
otras canciones. Ella aprendió a cantar bien, tenía buena voz,
entonces la maestra la quería mucho. Cuando llamaban califi-
cadores el día del examen, ante ellos Jacinta cantaba bien, y yo
también echaba lo que llamaban la recitación, un verso. A veces
yo como que lloraba, pero en todo caso hice quedar bien a la
maestra. Por eso ella estaba contenta con nosotros y nos ganá-
bamos un almuercito, ahí junto con los calificadores.
Los papás llegaban ya al final y estaban contentos. La
maestra hacía rumba, tomaban trago, bailaban, finalizaba.
Uno salía corriendo a las cinco de la tarde, y ellos se quedaban
a p r e n d i e n d o a l e t r e a r [269]
allí. Entonces parecía que era el triunfo. Uno venía contento con
su cuaderno.
En esos exámenes traían un cura y siempre decían misa allí.
Parecía que el curita como que cantaba muy bonito, como que
eso de hablar a Dios era muy bonito, como que el vinito toman
muy rico… Jaja. ¡Lo emocionaban a uno y hasta ganas daban de
ser cura!
Claro, también era porque en la escuela lo que le enseñaban
mucho a uno era la religión. Eso era permanentemente, fue muy
insistente, nos clavó mucho en la cabeza; era como una obliga-
ción. Entraba uno persignándose y haciendo oraciones, a la hora
de recreo y a la hora de almuerzo también era persignándose y
oración, y por la tarde, a la salida, otra oración de despedida. Eran
cuatro oraciones al día.
También le daban esa hostia, lo hacían confesar. Le daban co-
mo una preparación para la confesión, para la Primera Comu-
nión. Y yo hice la Primera Comunión. Pero hacían cosas ab-
surdas. Con un hambre tan triste como vivía, me preguntaban:
“¿Qué robaste?”. Y yo… ¡qué iba a robar! Mientras mi mamá es-
taba de espaldas cogía un mordisco de una panela de la casa,
una panelita que había traído mi mamá o mi papá, o que uno
mismo había conseguido con el trabajo, y se creía que era ro-
bado. ¡Eso era lo que yo confesaba! Me robé un pedacito de
panela. Lo obligaban a uno a que lo confesara. ¡Yo qué pecado
podía tener!
En las clases me enseñaba a dibujar el escudo, mapa y ban-
dera de Colombia. En ese entonces nosotros usábamos pizarra,
que era un tablón no se de qué. Había unos lápices especiales para
escribir en pizarra y unas veces nos los daban, pero otras veces
nos tocaba comprarlos. Entonces yo aprendí a dibujar.
Me enseñaron también un poco sobre pecuaria, sobre la ur-
banidad que lo llamaban en ese entonces, el respeto mutuo de
las personas, un poco de matemática.
En la Historia Patria nos enseñaban mucho sobre Bolívar, el
Libertador Simón Bolívar, que cómo libertó. Yo ni conocía y la
profesora sí conocía por el Calicanto, el puente, que por allí pasó
como dos veces el libertador Bolívar. Hablaban mucho del ge-
neral Antonio Nariño, del general Santander, cuando la Decla-
[ 2 7 0 ] l a f u erz a d e l a g en te
ración de los Derechos del Hombre. Y yo memorizaba. Me pa-
recía muy importante. Y de una vez que fue detenido y el gene-
ral acosado por la multitud tuvo el valor de salir en los balcones
y decir: “Aquí estoy”. Eso me parecía rico, entonces yo como que
memoricé mucho de eso.
Algunos años más adelante, cuando yo ya caminaba solo,
cuando ya estuve en Mondomo, inventé cosas. Inventé cosas a
la manera de Antonio Nariño, del general Santander y Bolívar,
usando sus personajes, usando sus términos, porque me pare-
cía lindo que eran unos tipos que no se dejaban joder.
Algún tiempo después, cuando Pedro estuvo en la escuela,
le enseñaron a tejer alfombra. Él recuerda que:
126
Ventura Riascos, el mayordomo.
a p r e n d i e n d o a l e t r e a r [271]
cada uno por su lado, mi abuela Rufina —quien con mi tío Vi-
cente no se cómo se habían hecho a un lote de tierra allá en un
pedazo de montaña y sabana, en el punto denominado Las Áni-
mas, en Malvazá— le dijo a mi mamá: “Allá vamos a defender,
allá vamos a vivir tranquilos. Ustedes también tienen una tierrita
en Mondomo; váyanse para allá. Aquí no hay nada que hacer,
aquí nos vamos a morir de hambre. Así que no nos dejan culti-
var, que no nos dejan tener nada, aquí van a sufrir mucho. Es
mejor que ustedes también, así sea tierra caliente, pero como es
de ustedes, vayan para allá. Yo me voy primero, ustedes no se que-
den aquí. Yo hago que Vicente les acompañe, les ayude a llegar
hasta allá”. Y efectivamente, eso fue lo que hizo. Mi tío Vicente
nos levantó la platica para el pasaje y un día martes nos monta-
mos encima de la carga que llevaba un camión para Cali.
A Mondomo llegamos tarde. Pedro era bien pequeño, Bár-
bara más pequeña, entonces a Bárbara la cargaba mi tío Vicente
y yo cargaba a Faustina; a Manuel, el menor de todos, lo llevaba
mi mamá en la espalda. Y con las cositas, con los morrales, con
las mochilas y todo, nos fuimos caminando despacio hasta que
nos cogió la noche por El Turco. Nos quedamos donde unos
Moreno y al otro día llegamos a nuestra tierrita. Por el camino
cogimos guamas y comimos, donde un Fortunato Vivas que era
conocido. Cuando finalmente llegamos a la casa, mi tío Vicente
nos aconsejó que “estense aquí, quédense aquí, trabajen aquí,
cultiven aquí, que a eso los he venido a dejar”. Y nos dejó ahí.
Por eso abandoné la escuela. Porque allá no había vida, allá
no había ni siquiera para la sobrevivencia que llaman hoy en día,
y ya no pudimos resistir más. De tantas veces que abandoné la
escuela con los otros, yéndonos para el monte, esta vez sí ya la
abandoné legalmente, ya con mi mamá, con la autorización de
mi abuela para irnos, y con mi tío que nos llevó. Ya la escuela ni
falta me hacía, yo no me arrepentía, y más bien me sentía con-
tento con mi mamá, feliz comiendo guamas, plátanos, bananos
y mucha yuca.
Lo que sí me hizo mucha falta fue qué leer. Cuando ya supe
leer y después de tenerme que retirar de la escuela para irme a
producir comida en la tierra, no tuve qué leer, dónde leer, por-
que en la casa de nosotros no había libros. ¡Yo con tantos deseos
[ 2 7 2 ] l a f u e rz a d e l a g e n te
de seguir leyendo y lo único que encontré y leí hasta el cansan-
cio fueron las cajas de fósforos ‘El Diablo’! Me acuerdo que de-
cían ‘Fosforera Colombiana s.a.’ Yo buscaba cualquier papel que
tuviera algo para leer, como hoy en día las bolsas y cajas con le-
treros y leyendas en las que vienen empacadas las cosas, pero en
esa época los productos del mercado venían envueltos en hojas
de plátano.
a p r e n d i e n d o a l e t r e a r [273]
6
Mis
primeros
trabajos
Yo quería una vida mejor
m i s p r i m e r o s t r a b a j o s [277]
Yo nací allí, en esa casa, me crié en esa casa y, hasta que me
casé, viví en esa casa. Decíamos que nuestra casa era parecida a
la del puin —un espíritu que vivía en las montañas, en la nie-
ve—, que era muy vieja, fea, y llena de hollín, toda negra, bien
ahumada. Y así parecía la de nosotros.
Luis dice que las abuelas y mi papá contaban que en la casa
vieja, donde vivió el abuelo de mi papá, nacieron la abuela
Gertrudis y su hermana Teresa, y que allí vivieron ellas. Que
después entre las dos abuelas construyeron la casa donde na-
ció mi papá, donde nacimos nosotros, para todos ellos: una
parte para la abuela Gertrudis, mi papá y su hermana Antonia,
y la otra para la abuela Teresa. Pero que después ya la abuela
Teresa pidió que se partiera la casa, desde la cocina y la sala
grande, pero para no partirla resolvieron hacerle una casa apar-
te. Que pusieron las vigas, armaron, hicieron el techo de paji-
za con orejas (cumbrera), y que así conoció y la abuela Teresa
tenía sus cosas allá.
Recordaba también que decían que en la casa vieja de ellos
no vivieron mucho tiempo desde que murió el finado Pedro
Muelas, el abuelo, porque de repente brotó agua en la cocina, en
el puro fogón —porque cocinaban en el suelo— y entonces resol-
vieron buscar otro sitio más allacito, por temor a esa agua que
brotó.
Cuando brota alguna cosa o algo se oye o ve, eso algún signifi-
cado tiene, como mal agüero, como que algo va a suceder. Por ese
motivo resolvieron salir. Y la casa dicen que estaba vieja también.
Entonces resolvieron hacer la otra casa; la hicieron y vivieron ahí.
(Luis)
[278] l a f u erz a d e l a g e n te
Yo tenía mucho miedo de que la casita se nos cayera encima.
m i s p r i m e r o s t r a b a j o s [279]
llegó un momento en que no tuvo ya ni animales, ni comida,
ni nada. Entonces se quedó sin con qué, sin recursos, con las ma-
nos amarradas. No había cómo llamar a alguien para que viniera
a arreglar la casa, a coger goteras o a apuntalar. Sin con qué si-
quiera dar de comer al trabajador, ella se sentía imposibilitada.
De eso era un comentario diario.
De ella hoy no está sino el plan; ya la casa no existe, ni en foto
siquiera. Eso fue tumbado al sacar los últimos terrajeros. Se acabó
la casa. El patrón usó a los mismos terrajeros para tumbar las
casas de otros terrajeros y ahí fue el fin de nuestra casita y, por
supuesto, de nuestras tierras.
[280] l a f u e rz a d e l a g en te
nosotros también pudiéramos tener algún día una casita, como
una viviendita ahí, una camita para uno acostarse a dormir.
Pero eso me daba ánimo, porque ¿cómo él trabajando tenía
para bajar con una carga y para venir cargado para la casa? Yo
pensé hacer lo mismo: tengo que trabajar, tengo que sembrar, yo
voy a ser como Pascual Morales y voy a traer mi carga para ven-
der, pero también para la casa la comida. Yo nunca pedí, pero me
gustó, pensé que era bueno; yo también bajaría así, vendería y
por la tarde ya no traería una panela del mercado, sino mi me-
dia arroba, traería mis dos libras de sal, traería más cosas para
mi mamá. Y ya no traería en la espalda sino en el caballito; trae-
ría ya un poquito más descansado.
Entonces aprendí viendo como Pascual Morales iba para
abajo con la carga de papa, y para arriba con su remesita. Eso me
parecía muy bueno, me parecía muy bueno llegar con comida a
la casa. Yo pensé mucho en eso, en que hubiera comida.
Más tarde, como Pascual Morales también era terrajero, le
quitaron todas las huertas —las de cultivar y las de tener sus ani-
males— y le tumbaron las casas donde tanto tiempo vivió con
su familia. Y cuando murió, a su viuda le acabaron de incendiar
el último ranchito que tenía, le destruyeron los cultivos y a ella
la encarcelaron a la edad de 85 años, sancionándola para que
desocupara las tierras. Ahí murió.
Y no sólo Pascual, sino otros siempre tenían comida. Yo
miraba otras gentes, como mi suegro José Antonio Trochez,
Jacinto Tunubalá, y otros, que siendo terrajeros, aunque vivían
mal también, jodidos, vivían menos mal; ellos siempre tenían
comida, su casita más o menos bien, sus caballitos de montura.
Pero nosotros sí tuvimos mucha necesidad, de aguantar física
hambre.
¿Cómo salir adelante, cómo? ¡Cuándo por lo menos tendría-
mos qué comer, por lo menos una casita donde vivir, que cuan-
do hubiera mal tiempo, cuando lloviera, no lloviera adentro!
Esperábamos mucho eso.
Como era tan difícil, yo vivía aburrido, harto. Parecía que no
podía ser ahí donde yo nací, donde yo me crié. Era tan harto lle-
gar allí. Llegaba uno y la casa era bien fea, pa’ caerse; llegaba uno
con un caballo y no tenía donde amarrarlo, si lo amarraba, lo
m i s p r i m e r o s t r a b a j o s [281]
jodían, se lo llevaban y le sacaban multa; si uno tenía cuyes, como
los cuyes comen pasto, si uno iba a arrancar pasto decían que no,
que eso era hacerle daño al terrateniente. ¡Impedían hasta el pasto
para los cuyes! Si tenía un ovejo, pues un ovejo también tiene que
vivir del pasto; lo amarraba allá afuerita, y que no.
Cada vez nos estrechaban más y más. Entonces no había nada
que hacer ahí. Yo vivía harto, renegaba.
[282] l a f u e rz a d e l a g e n te
rada. Entonces uno ayudaba con el tubérculo que encontraba en
la tierra y con las frutas que se daban en el monte. A veces había
armadillos, pájaros como torcazas, gorriones, chiguacos, perdi-
ces, que corrían y se metían entre la paja, y entonces encontrá-
bamos nidos con muchos huevitos. A veces cogíamos los huevi-
tos y otras veces matábamos los pajaritos para comerlos.
También nos volvimos expertos en capturar armadillos. Enton-
ces nos defendíamos un poco, comíamos algo. Con eso y lo que
uno compraba tenía para la semana. Ese era el gran mercado.
Después ya aprendimos a comprar el arrocillo, el menudito,
la ripia. Comprábamos eso para la sopa, porque era rico. Más
adelante comprábamos de libra en libra de cositas; ya salimos de
la panela, de la sopa y de la manteca, y comprábamos otras cositas
más. Pero la situación era muy delicada, había mucha pobreza
realmente.
La abuelita lloraba. Recordaba que en una época tuvimos
buena comida, en una época tuvimos ganado, tuvimos ovejos,
tuvimos gallinas. Ahora llegaron estos blancos, se apoderaron de
todas estas tierras y no tenemos nada. ¡Lloraba! Y uno ahí escu-
chando, con hambre, unos niños sin fuerzas, sin poder hacer
nada, ni pelear ni nada… Ahí, mirando.
Pero ánimo de trabajar sí nos nació desde ese entonces, y co-
mencé a producir. ¡Primero, sembrando maíz volia’o, y luego así
a puña’os!
m i s p r i m e r o s t r a b a j o s [283]
subí a una piedra grande que había y… ¡volié el maíz como vo-
lear trigo! Di la vuelta en la piedra grande y se me acabó la
morralada de maíz. Y yo contento: ¡sembré maíz ya! Entonces
esperé que llegara mi mamá para avisarle:
—“¡Ay! mamá, cómo te parece que yo ya sembré el maíz”.
Mi mamá pregunta:
—“¿A dónde?”
—“Pues yo sembré allá”.
—“Pero, ¿a dónde?”
—“No había a dónde sembrarle y yo sembré allá”.
La llevé, ¡contento!
—“Yo boté el maíz entre la maleza”.
Y mi mamá me regañó:
—“¡Cómo se te va a ocurrir! Mi maíz ahí se va a perder.
¡Quién lo recoge!”
Me regañó.
—“El maíz no se siembra así”.
Me hizo ver que el maíz no se siembra así.
—“Para sembrar maíz, primero se limpia, y después se ha-
cen huecos y se echan granitos contados. El maíz no se siembra
así, ese maíz se pierde”.
Se enojó, pero luego me explicó cómo se siembra. Para que
no se perdiera ese maíz, trajo una cerda que tenía cerquita amarra-
da y la amarró allí, para que recogiera el maíz a la redonda.
Pero no quedó así. Me volvió a llevar a sembrar maíz unos
días después, por allá por el Takukullu. Habían conseguido un
lote de tierra por allí, hasta muy buena tierra, donde se daba muy
buen maíz. Me llevó allá a sembrar.
Ese día no se por qué mi mamá no se dio cuenta que yo, con
el afán de sembrar rápido, de acabar la semilla rápido, mientras
ella sembraba bien y echaba contados los granos que debía echar-
le, yo donde abría un hueco le echaba por manotaditas, por
manotaditas ¡jaja! Pero ella no cayó en cuenta. Cayó en cuenta
cuando fue a limpiar, a desyerbar. ¡Había sabido dar unos rami-
lletes!
Y para completar, nos habían puesto a sembrar en eras que
habían hecho en ese plan y el maíz era para sembrar por el lomo
de la era, pero nosotros lo sembramos fue por el canal.
[284] l a f u e rz a d e l a g en te
Como la maleza era alta para un niño de mi edad, me subí a una piedra grande y…
¡volié el maíz como volear trigo!
m i s p r i m e r o s t r a b a j o s [285]
Me regaño ya después; que ¡cómo iba a volver a hacer la mis-
ma gracia, que cuándo iba a aprender! Que vergüenza; ella se
había ido con un trabajador a limpiar ese maíz y ¡salió así! Hice
quedar mal a mi mamá, ¡jaja!
127
Al hablar en castellano, los guambianos que no fueron a la escuela o lo hicie-
ron por corto tiempo, tienden a considerar como femeninos todos los sustantivos
terminados en ‘a’.
[286] l a f u e rz a d e l a g en te
siempre iba a mirar y escarbaba a ver cuándo nacía… Tan inge-
nuo uno, realmente, poniendo a ver. No era palo de yuca, la cli-
ma127 no era apta, pero intenté hacer eso: sembré y esperé un buen
tiempo que me germinara y ¡nunca nació, nunca germinó!
m i s p r i m e r o s t r a b a j o s [287]
Cuando tenía menos de ocho años ya llevé el fruto de mi primer trabajo, ya llegué
con mi morraladita de papa que yo mismo hice.
[288] l a f u e rz a d e l a g en te
mandó o me fui solo, pero en todo caso cogí una mochila y me
fui a donde estaban mis papas.
En eso gasté todo el día, porque yo le tenía mucho miedo a
los novillos, al ganado, a los cuernos. Me fui por allá por el
monte, hasta que por fin llegué. Cogí la papa, cogí esa mochila,
la acomodé y otra vez vine también por el monte, como pude.
Me acuerdo que me fui todo el día. No se cuánto era, unas cua-
tro a seis libras, la capacidad de un niño de casi ocho años.
Pero de esa edad ya llevé mi primer fruto del trabajo, ya lle-
gué con mi morraladita de papa que yo mismo hice: levanté las
eras, gasté un poco de tiempo, conseguí la semilla, sembré, apor-
qué, y estaban maduras ya, jechas. Entonces recolecté y traje para
la casa, para que mi mamá hiciera algo de comer con eso.
Recuerdo que iba llegando a la casa como a las cuatro de la
tarde en un día bien soleado, bien despejado, cuando un avión,
que en ese entonces yo no conocía porque poco avión pasaba por
ahí, iba pasando; yo le miraaaba y esa morralada de papas me
llevaba, me llevaba… Mi mamá toda preocupada, pues ya era
tarde, salió a ver a qué horas venía Lorenzo. Cuando salió a ver-
me, dice que allí yo estaba mirando el avión, y el morral de papa
me llevaba, me llevaba… Pero ya llegué con la morraladita de
papa. Si hoy me pongo a recordar, ese fue mi primer trabajo.
En ese lote de tierra que sembré me duré un poco de tiem-
po. Allí seguí andando, seguí sembrando nuevas cosechas. Que-
da ahí a la mano izquierda del camino cuando uno va subiendo
para el rancho, arriba para Cresta de Gallo. Eso eran potreros de
la hacienda y los blancos ya lo llamaban La Bugueña; al peque-
ño caudal de agua que baja por ahí lo llamaban La Bugueña. Pero
el nombre guambiano es Yasrketa. A toda esa región ya no le di-
cen ni Yasrketa, ni La Bugueña; todos dicen que Clara. Ya se per-
dieron esos nombres.
Después que coseché esa papa quedaron los ullucos y las coles
que duraron un poco de tiempo. Yo creo que mi mamá me si-
guió acompañando y un día hice una casita128 con su ayuda.
128
Un trabajadero.
m i s p r i m e r o s t r a b a j o s [289]
Pero no dejaban trabajar
[290] l a f u e rz a d e l a g en te
a dónde alumbraba el mayordomo! Porque vigilaban de noche
y, si lo cogían a uno con un animal en el potrero, se lo quitaban,
lo llevaban y lo sancionaban con cinco pesos de multa, o sino una
arroba de papas, o repollo. Uno no tenía ni para comer, mucho
menos para estar pagando multa. Entonces para evitar eso uno
se sentaba junto con el animal. A veces lo dejaba amarrado y uno
se venía a dormir y, cuando despertaba, iba a ver y ya no estaba,
ya se lo habían llevado. Era una desgracia.
Por eso, cuando ya teníamos la finca de Mondomo, yo hacía
mucha fuerza para ir allá porque era una esclavitud muy gran-
de en El Chimán. En Mondomo era distinto; allá, mal que bien,
uno llegaba, amarraba el animal y nadie jodía. Y más cuando ya
habíamos organizado una manguita con caña brava y todo, ya
ni siquiera el animal era amarrado. Uno llegaba allá, quitaba la
montura, o la angarilla, o la enjalma, quitaba la carga, pelaba la
jáquima, el cabezal, y el animalito iba suelto a comer allí. Enton-
ces uno se despreocupaba, no estaba jodiendo amarrando, ni
yéndose a dar agua ni nada de eso, sino que él solo comía, iba a
beber agua. Eso era una tranquilidad. Por eso yo me amañé mu-
cho allá.
m i s p r i m e r o s t r a b a j o s [291]
me acostumbré a venir a Mondomo y llegaba con la yuca, con el
plátano. Como uno la veía con hambre, de noche seleccionaba
la papa: la de vender, unas arrobitas, separaba; la de comer, se-
paraba; y le llevaba una bateada, cualquier cosa le llevaba allá, ¡y
ella se ponía contenta contenta!, se ponía feliz. Montaba la olla,
echaba las papas y la cebolla, la salcita y todo lo demás y… un
caldito. Cuando llegaba mi papá, contaba: “Cómo te parece
Pautista” —no le decía Bautista, sino Pautista— “que el awelú
Lorenzo llegó con las papas, yo me hice un caldito y me lo tomé.
Estoy contenta, me comí”. Mensaje que le daba cuando llegaba
mi papá. Cuando llegaba de Mondomo decía que el awelú Lo-
renzo llegó con las yucas, los plátanos, y me trajo a mí aquí.
Mi papá quedaba con la satisfacción de que yo iba allá, o yo
producía allá, y no comía solo. Llevaba para la casa para mi
mamá, para los hermanos, pero también llevaba allá para la
abuela, porque ellos tenían una cocinita aparte. Se ponían con-
tentas cuando yo llegaba con la comida.
[292] l a f u e rz a d e l a g e n te
En eso venía el cabo Cruz a mirar qué estaba haciendo mi
papá y qué estaba haciendo yo, y decía: “¡Pero Bautista para qué
habrá traído a ese muchachito; ese no hace nada!”. Se oía una voz
grandota desde lejos: “Para qué habrá traído Bautista ese mucha-
cho”. Mi papá, en voz baja, decía: “Dele, dele; usted no pare, no
vaya a estar volteando a mirar, sino dele al trabajo que está ha-
ciendo para que no lo rechace. Mientras él se me arrima y a mí
me esté hablando cualquier cosa, usted no esté volteando a mi-
rar, sino usted trabaje”. Y le llegó allí el cabo a hablarle a mi papá,
y yo le daba y le daba, pero no voltié a mirarlo, ni a mi papá. Así
estuve hasta que se fue. Cuando se fue, me resollé un poquito.
Como estaba al lado de mi papá, no pudo regresarme, no pudo
decirme que me fuera para la casa.
Duré una semana. Y en la semana, en los seis días —yo me
acuerdo que en ese entonces había unos billetes azules de a pe-
so—, me dio un billete de a peso y una moneda de 20 centavos.
¡Uy! la primera vez que yo hice platica, trabajando, jornaleando.
Ese era un triunfo para mi. Yo ya había hecho una platica con la
venta de la cebolla, para la sal y todo eso, pero eran 20 centavitos,
hasta 30 centavos. Pero jornaleando, trabajando ahí duro, ¡me
dieron 1.20! Me pareció mucha plata. Como que con el 100 mi
papá tenía una deuda y le ayudé a pagar. Con los 20 me quedé
contentísimo.
Pero no seguí jornaleando en lo de los morteros. Me que-
dé contento con la plata, pero no con el tipo.
En Kuruschak y todo el Oskowampik, en las huertas que le ha-
bían quitado a los terrajeros, regaron mucho trigo y otros pro-
ductos. Ya esos no eran de nuestra gente sino del patrón. Ahí
seguí yo jornaleando, cortando trigo, recogiendo maíz, lo que me
tocara.
Recuerdo mucho que yo ya no andaba con mi papá, ni
tampoco me juntaba con los jóvenes para trabajar. Desde peque-
ño —en épocas de Mario Córdoba, cuando a los terrajeros les
tocaba pagar dos días de terraje y el resto jornaleaban— me
acostumbré a estar en medio de los mayores cuando salía a ayu-
dar a descontar terraje a mi papá. Y no eran cualquier mayores.
Hoy viéndolo bien, han sabido ser los capitanes. Me acuerdo mu-
cho de un capitán Manuel Calambás, capitán Pedro Calambás,
m i s p r i m e r o s t r a b a j o s [293]
Jacinto Sánchez, que también era capitán del trabajo, Domingo
Trochez, que hoy pensando era el papá de José Antonio Trochez.
Ellos eran los baquianos para el trabajo, los que manejaban la
gente, los que hacían que trabajaran bien, y yo andaba en medio
de ellos.
Como siempre estaba en medio de ellos, escuchando a ver
qué decían, recuerdo que hablaban mucho. Muchas veces hacían
lamentos de la tristeza, del dolor de la escasez de tierras, del arre-
bato de las tierras. Conversaaaban todo el día, en los momentos
de descanso, cuando se sentaban a mambear a medio día. Eran
unas conversaciones de sus idas y venidas, de los sinsabores que
pasaron por ser terrajeros, por haberles quitado las tierras, por-
que la situación era cada vez peor. Y finalizaban diciéndome, se-
ñalándome a mi: “Este pooobrecito, ¡qué sufrimientos irá a co-
nocer a lo largo de su vida! ¡Quéee irá a conocer! ¡Cóoomo irá a
ser la vida de él!”. Ellos aseguraban que veían las consecuencias
que íbamos a sufrir en la vida, no sólo la mía, sino la de muchos
contemporáneos, que veían un panorama oscuro para el mun-
do de los llamados terrajeros.
Mi papá contaba que, años antes, allá donde trabajaban el te-
rraje, en las horas de descanso se reunían siempre con él, que
sabía leer. De vez en cuando leían el periódico y entre ellos leían
el artículo de la ida de José Gonzalo Sánchez a Rusia. Este fue
leído en repetidas veces, para que la gente se enterara, pensando
que los comunistas algún día apoyarían a rescatar la tierra. La
gente esto esperaba, porque la bola era que el comunismo rei-
naría en el mundo. También hablaban mucho de China Comu-
nista, que era una nación muy grande y con mucha gente. En-
tonces esperaban de José Gonzalo Sánchez, de esa relación, que
algún día ganarían las tierras, que algún día el comunismo de esas
naciones lejanas ayudaría algo, y no pensaban que la tierra ha-
bía que pelearla nosotros mismos.
[294] l a f u e rz a d e l a g en te
cha culebra y encontraron una brava en el camino. Pedro no la
vio. Mi papá decía que venía a caballo, la vio y le gritó: “José, José
—a Pedro lo llamaban José, porque él es Pedro José—, ahí está
la culebra, cuidado”. El muchacho, en vez de hacerse a un lado,
mas bien corrió derecho para donde estaba la culebra y ésta pegó
el zarpazo y mordió. Lo mordió en dos sitios por el tobillo. ¡Qué
problema tan grande para mi papá y mi mamá!
Allí encontró un amigo que se llamaba Luciano Patiño, llega-
ron donde él y misia María su esposa, y le dieron auxilio para
empezar a curar. Ahí estuvo como 15 días mientras se recuperaba
algo y luego lo bajaron para Mondomo. Allá había un buen
médico paez que se llamaba Pacho Campo, que vivía al otro
ladito del río Mondomo, y mi papá lo buscó para que fuera a
curar a Pedro. Lo tuvieron como tres meses allá. Un mes estuvo
privado totalmente de toda comida de sal; mandó solamente
comida de maíz, comida sin sal. Y así lo curó.
Cuando hubo ese problema, mi papá siempre subía a Silvia,
pero mi mamá, cuidando a José, demoró tres meses. Yoooo es-
perando a mi mamá… ¡tres meses solos! esperándola.
Cuando mi papá y mi mamá se iban, nos quedábamos por
allí refugiados donde las abuelas, donde las tías, tíos, entonces a
uno siempre, no estando el papá, no estando la mamá, así sean
muy buenos tíos, muy buenas abuelas, le hace falta la mamá, le
hace falta el papá, y sufríamos.
En esos tres meses no se qué comimos. Íbamos a rebuscarnos
en los trabajaderos viejos. El ulluco es una cosa como silvestre,
que así usted no trabaje, así esté en el monte, sigue dando. Nace,
crece, produce, muere y el tubérculo vuelve y nace y crece. En-
tonces uno iba allá a cueviar, a buscar cualquier cosita. También
nos acostumbramos a comer mucha cebolla en guiso. Y así es-
tuvimos todo el tiempo, donde las dos abuelas; cuando nos abu-
rríamos donde una, pasábamos donde la otra.
A los tres meses mi tío Vicente me llevó a trabajar. Que al-
guien necesitaba y me pagaba 20 centavos, para ayudar a descontar
terraje. En ese trabajo de la hacienda, a medio día daban un peda-
cito de panela y dos pancitos; ese era el almuerzo que daban.
En ese cerro alto que de allí de Silvia se ve, en toda esa loma,
el terrateniente estaba haciendo regar trigo; a los terrajeros los
m i s p r i m e r o s t r a b a j o s [295]
había hecho rozar, picar, echar azadón, todo eso, y en ese mo-
mentico estaban en esa labor de regar trigo. A mi me tenían allá
en tooodo el copete del cerro, allá arriba.
Pero a los tres meses vino mi mamá, sola; vino subiendo con
las dos yegüitas, y venía José ya alentado. Llegó en ese momento
del descanso, que yo solamente había alcanzado a recibir la
panelita y los dos panes. Entonces alguien dijo: “Veee, quién será
que viene allá, parece que es fulano”. ¡Aaaah! yo vi que era mi
mamá. Mi mamá. Y a mi no me importó nada. Ni qué tío, ni qué
20 centavos, ni qué herramienta de trabajo; le dejé allí tirada. La
panelita sí la llevé. Yo bajé esa falda pero rodando como una pie-
dra, para ver a mi mamá. ¡Feliz! Y ¡dónde que yo regresaba otra
vez a trabajar allí por la tarde! Yo dejé botado, porque hacía tres
meses que no había visto a mi mamá; para mi era la felicidad más
grande.
Por la tarde mi tío estaba bravísimo. Que por qué no había
aguantado medio día, que ¡cómo iba a perder medio día ya tra-
bajado! Y que además ya había recibido el pedazo de panela. ¡Jaja!
Que qué pena para él ante la gente, que un muchacho tan irres-
ponsable, que no merecía sino juetearlo. Él esperó que de pron-
to regresara, pero yo no regresé. Mi mamá tampoco me obligó a
que regresara a trabajar el resto del día. ¡Entonces me fui, me
olvidé mi trabajo!
[296] l a f u e rz a d e l a g en te
[297]
7
Mis
primeros
viajes
[300] l a f u e rz a d e l a g e n te
El ulluco y el viaje a Las Lajas
m i s p r i m e r o s v i a j e s [301]
Buscando un milagro de la Virgen de Las Lajas para salvar nuestra situación.
[302] l a f u erz a d e l a g e n te
confesamos, pagamos misa, y todo lo demás. Regresamos otra vez.
Yo como que conocí leeeejos por allá… en otro mundo, decí-
amos. Conocí. Fue mi primera ida lejos. Ir a Pasto, ir a Las Lajas,
¡eso era ya un día en carro! ¡dele y dele y deeeele! Eso era lejísi-
mos. Pero conocí mucho, conocí muchas tierras, conocí mucho
cultivo. Ni siquiera bajé del carro, pasamos solamente mirando,
pero esa ida me aprovechó muchísimo porque conocí otras tie-
rras donde se producen las papas que se levantan asíii, donde
producen trigo, maíz, fríjol, ¡cultivo tan bueeeno! ¡Ay, hombre!
yo voy a hacer lo mismo, me dije.
Eran esos buses escalera donde metían de a siete en banca.
Yo llegué allá bieeen molido, cansado. Pero nos aprovechó mu-
chísimo ver esas tierras. Cuando regresamos en las tierras de no-
sotros, mejoramos la agricultura. No se cómo, pero aprendimos.
Entonces nos fue un poquito mejor.
Ya después, no me acuerdo de cuántos años, mi papá quería
ir a Chiquinquirá, se le ocurrió. Yo no se cómo levanté plata y él
también cómo, Jacinta también cómo, y nos trajo. A mi mamá,
pobrecita, no. A mi mamá la había llevado mi papá a Las Lajas;
ahí tengo la foto de ella. No fue conmigo, pero sí mi papá la
había llevado. Entonces, otro que me enriquecí viniendo a
Chiquinquirá.
m i s p r i m e r o s v i a j e s [303]
Patipela’o en Bogotá
[304] l a f u erz a d e l a g en te
Armenia había tren. Llegamos de noche a Armenia y de ahí ha-
bía un trayecto en que no existía tren; entonces nos vinimos en
unos colectivos, hasta Ibagué. De Ibagué otra vez cogimos tren
para Bogotá.
Para mi era muy novedoso un viaje tan largo, con tantos
transbordos, y conociendo por el camino un poblado que llama
Girardot y que allí esta el río más grande, el río Magdalena. Yo
miraba por todos los lados. Si antes yéndome a Nariño vi de le-
jos los cultivos de papa, de cebolla y otros —porque no entré
nunca a los cultivos, simplemente vi de lejos—, cuando vine a
Bogotá ¡vi los cultivos de café, plátano!
Me parecía una maravilla ver eso, ver algunos avisos que de-
cían: “Sevilla, capital agrícola del café”, que era la mayor pro-
ductora de café en Colombia. Veía muchos cultivos hasta en las
barrancas de las carreteras. Había muchos cultivos. Yo miraba
por todos los lados. A mi nunca se me llenaban los ojos de mi-
rar todo a lo largo del camino.
En el camino mi papá compraba mecato, empanadas y co-
sas. ¡Y de eso tampoco nunca me llenaba! Tragón fui.
Una cosa que memoricé mucho en el viaje fue el pito del tren,
que era raro. Cuando regresé, yo como que silbaba, como que
gritaba al estilo del ruido del motor del tren. Era raro:
foquifoquifoquifoqui. ¡Y esa fumarola! Veía por los lados del tren
como unos codos que le daban vuelta. Yo siempre sacaba la ca-
beza por la ventanilla, y mi papá decía: “Cuidado, no saque”,
porque había unos avisos y era de cuidado sacarla.
En el tren venían unos tipos a los que llamaban ‘conducto-
res’; eran unos señores de vestido azul que venían a revisar los
tiquetes. A mi me quería sacar del tren porque tenía más de 12 años
y mi papá solamente había comprado medio pasaje. Entonces me
alegó que yo no tenía que ir con medio pasaje porque estaba ocu-
pando puesto. Mi papá alegaba, peleaba y por fin me dejó.
Y… ¡llegué a Bogotá! No se cómo nos trasladamos de la esta-
ción a la calle 11, donde estaban las monjas y donde estaba Cruz.
Llegamos ahí. Tal vez estuvimos más de ocho días, unos quince días.
Allá en la huerta que tenían en el convento de las monjas
había unos obreros que cultivaban hortalizas y botaban materia
orgánica. A mi me dieron un azadón para que ayudara a picar la
m i s p r i m e r o s v i a j e s [305]
tierra, a revolver la materia orgánica y otras tareas. Como eso era
lo que a mi me gustaba, me fui con el obrero allá a trabajar y él,
de ver que yo manejaba bien el azadón, de ver que yo picaba bien,
revolvía bien, me quería mucho. Yo manejaba bien y ¡me que-
ría! Estuve varios días ayudándole. Después de trabajar, me lle-
vaban al comedor, a comer; me dieron una comida totalmente
distinta a lo que comíamos habitualmente. Era comida rara:
harto arroz, chicharrones, carne, una comida que yo jamás ha-
bía comido. Yo como que comí harto de eso.
Con Cruz tuvimos contacto en la noche. Conversamos co-
sitas. Pero él como estaba estudiando, siempre iba todos los días
a su estudio y regresaba en la tarde. Estaba ahí permanentemente,
pero sólo en la tarde nos encontrábamos. Hasta ese momento mi
papá todavía esperaba que Cruz estudiara para ser cura. Y Cruz
hasta allí todavía parecía que tenía vocación de serlo.
Mi papá no vino solamente a ver a Cruz, sino a otros manda-
dos para el Cabildo de Guambía. En ese entonces existía ya Asun-
tos Indígenas, Ministerio de Gobierno, y el Cabildo había man-
dado algunas cartas; entonces estuvimos por ahí y habló algo con
el jefe de Asuntos Indígenas, que en ese entonces me parece que
era Gregorio Hernández de Alba.
También tenía la dirección del patrón, del dueño de Chimán,
que era Aurelio Mosquera. Yo no se cómo, pero en todo caso tuvo
contacto con él. Como mi papá era terrajero, yo era hijo de te-
rrajero, de Bogotá nos usó para llevar unas tres cajas grandes lle-
nas de una maleza de una flor amarilla que tiene espinas. Nos
llevó por allá al pie de Monserrate para arrancarla y acomodó, y
la mandó para sembrar allá en su casa quinta en Silvia. Creo que
ni nos dio plata para el transporte y el manejo de esas cajas gran-
des; fuera de lo pobres que estábamos, de la venta de mi novilla
y de Jacinta, yo creo que tuvo que pagar el costo para transpor-
tar esas cajas, porque se pasaba el peso del equipaje que nos co-
rrespondía llevar. El terrateniente lo único que hizo fue empa-
car y entregárselas. Mi papá las llevó. Creo que a mi me tocó
ayudar a cargar las cajas, a acomodarlas en el bus y todo. Y…
¡transbordando!
Mi papá me llevó a visitar al Señor de Monserrate. Para arriba
me llevó en un aparato que llama el funicular, que corría sobre
[306] l a f u e rz a d e l a g en t e
unos rieles; tenía un túnel también, muy parecido al tren. Subí.
Por allá mi papá pagó unas misas, compró unas estampas y de
bajada nos fuimos a pie.
También me llevó al Museo Nacional. Él decía que había que
conocer los antiguos cómo enterraban, lo que hoy día llaman las
momias, y muchas cosas de artesanía, antiguas. Yo no sabía qué
era eso. Conocimos todo: las bateas, las casitas, las formas de
cocinar los alimentos, mucha cerámica, ollas, tejidos, muchos
chumbes que había dentro de las vitrinas. Conocí eso.
Estuvimos además en la Quinta de Bolívar que quedaba por
allí cerca a Monserrate. Decía que la canoa era la del caballo pa-
lomo de Bolívar. Se veían todavía los trapos que Bolívar usaba,
las espadas. Entonces conocí esas tres cosas: Monserrate, el Mu-
seo y la Quinta de Bolívar.
Pero en Bogotá yo me sentí muy incómodo. Yo, como traía
la única ropa, no tenía más, ni pantalón ni camisa, no tenía en
cuenta si mi ropa estaba sucia o limpia. Un día me llamó la her-
mana y me dijo: “¡Uy, su ropa está muy sucia! Escoja aquí de las
que hay a ver cuál le sirve”. Unas ropas, no se de quiénes serían;
serían de los estudiantes o de los trabajadores. Y como estaba des-
calzo, también me mandó a mirar unos zapatos viejos que habían
ahí, a ver cuáles me quedaban buenos. Ninguno me quedaba bue-
no; eran muy grandes. La ropa sí la usé, camisa y pantalón, para
poder lavar la que tenía, la que traía de Silvia. Lavé mis pies, por-
que uno descalzo toca directo el barro, la tierra, y entonces mis
pies eran penetrados del barro, pero seguí estando sin zapatos.
Parecía que en la ciudad no se encontraba gente descalza, ¿no?
Todos con zapatos, todos todos, y yo era el único descalzo. Me
sentía incómodo. Yo le decía a mi papá: “¿No te sobra platica para
que compremos zapatos?”. Que no alcanzaba. No, y no compra-
mos. Así regresé otra vez a Guambía, sin zapatos… porque los
zapatos que me iban a regalar en el Convento eran muy gran-
des. Me sentí mal, hasta que llegué otra vez a Guambía y había
gente sin zapatos, porque me miraba mucho la gente. Yo no se
por qué; sería yo muy extraño. Desde que las monjas dijeron es-
coja uno de estos sería porque veían incómodo que yo andara
sin zapatos entre gente que toda tenía puesto calzado. Mi papá
siempre usaba alpargate.
m i s p r i m e r o s v i a j e s [307]
Entonces yo como que estuve rebelde, como que no quería,
pero ya estaba muy lejos… ¡El afán de venir a Bogotá! No sabía
a quién rebelar, pero me incomodé muchísimo. Cuando salí de
la casa para venir, salí contento, pero en el camino me incomo-
dé tanto tanto… ¡Imagínese entrar yo patipela’o allá donde el
doctor Gregorio Hernández de Alba, patipela’o donde el patro-
no Aurelio Mosquera. Pero la plata no alcanzaba. Las monjas qui-
sieron regalarme, pero tampoco me sirvieron.
A la Quinta de Bolívar no regresé nunca más desde ese enton-
ces. No se qué cambios habrá. He regresado a otros sitios, como
Monserrate, por funicular y ahora últimamente por el teleférico;
he bajado también a pie. Nunca había vuelto tampoco al Museo
Nacional desde ese entonces, cuando yo, descalzo, mugriento,
entré por primera vez. Pero volví ahora, 40 años después, que yo
mismo no pensaba recordar ese pasado triste y doloroso. Regre-
sé en 1992 para visitar una exposición de arte tradicional y, cuan-
do entré, había unas señoras, unas empleadas, empleados, que
me reconocieron como Constituyente y me dieron una atención
muy especial: una de las directivas del Museo personalmente me
hizo un recorrido, explicándome todo en detalle, y hasta me re-
galó el catálogo de la exposición. Me causó sensación, emoción…
Contento por un lado, pero por otro recordé mi niñez, mi in-
fancia, mi pobreza.
Es un cambio que hemos dado, un vuelco que hemos lo-
grado en un proceso de lucha de 40 años. ¡Cuarenta años! Ha
corrido mucho tiempo, es un recorrido largo. Pero me dio una
gran satisfacción haber logrado nosotros ese cambio, esa trans-
formación.
Antes, cuando entré con mi papá, nadie nos dio una aten-
ción. Miré las cosas, mi papá allí a grandes rasgos explicaba cómo
enterraban a los antepasados, como tejían, como vivían. Yo mi-
raba, pero no con mucha precaución, no con interés. Hoy mi-
rándolo de nuevo y reflexionando que ha sido un valor histórico,
eso parece que nos ha servido para estas transformaciones que
se han venido dando en los últimos tiempos. Es grato para mi
haber alcanzado a disfrutar algo, a sentir en mi paladar, en mi
propio pensamiento, en mi fondo, ese cambio. A los 40 años ya
no llegué con hambre ni sin zapatos; llegué algo distinto, y dis-
[308] l a f u e rz a d e l a g en te
frutando ese giro tan profundo, de respeto, que hemos hecho,
ese espacio que hemos ganado ante la sociedad nacional.
Y no solamente en el Museo, sino en cualquier entidad públi-
ca, privada, en las calles, con los transeúntes, en los buses, en los
taxis, en el avión, disfrutamos hoy de ese respeto que hemos lo-
grado conseguir y de ese apoyo de la sociedad nacional.
La gran mayoría de la gente no sabe el proceso —algún día
lo conocerán realmente—, no conoce la vida de uno y la vida de
las gentes contemporáneas del momento, que nos tocó con-
frontar esa situación de tanta miseria. Aún hoy hay pobreza, pero
la pobreza de hoy no se puede comparar con la esclavitud de
aquellos momentos, en la que fuimos tan sometidos al querer de
los terratenientes.
Pero ese mismo pasado doloroso nos ha hecho trabajar para
buscar el cambio. Y cuando las personas se proponen algo, te-
nemos una prueba, se pueden hacer las cosas, se puede dar un
cambio. Si uno se propone algo y contribuye, encuentra en el
camino gentes que pueden apoyar. En este caso muchas gentes
han apoyado moralmente, políticamente, e incluso económica-
mente. Porque si alguien nos alberga en una casa, nos da hos-
pedaje, si alguien nos apoya con los alimentos, si alguien nos
apoya con un transporte —como me ha ocurrido que a veces no
me han cobrado en los buses, o que me han recogido en la calle
y transportado en sus vehículos particulares o taxis—, yo siem-
pre reconozco que eso es un apoyo económico para uno.
Yo tengo el enorme orgullo, realmente, de haber pasado por
este camino. No quisiera recordar lo trágico, lo doloroso, pero
es necesario, para que las gentes puedan conocer que la vida no
es fácil, pero que el cambio tampoco es imposible.
m i s p r i m e r o s v i a j e s [309]
8
Abriéndonos
camino en
Mondomo
[312] l a f u e rz a de l a g en te
La compra de la finca de Mondomo
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [313]
Mi papá iba dispuesto a comprarle y Julio le ayudó para que
negociaran.
Recuerdo cuando hablaban en la casa que iban a comprar en
Mondomo, que iban a negociar, y de cómo hacer la plata. Ha-
blaban mucho en la casa, mi abuela, mi papá; había mucho co-
mentario, conversaban permanentemente. En ese momento ten-
dría yo seis años, pero me acuerdo perfectamente que, de esa
edad, deseaba que la compraran.
Yo tenía una gallina, era una gallina blanca, mi única galli-
na. No sé cómo la tuve, alguien me la debe haber regalado. Enton-
ces yo le decía a mi mamá: “Mate esa gallina, pélela y dele avío
para el camino a mi papá para que coma, que va a ir a ver la fin-
ca”. Pero mi mamá no me hizo caso, no mató la gallina, y des-
pués creo que se la robaron.
Un día ya mi papá fue a verla, llegó, y en la casa era todo un
comentario. Hablaban de las culebras, de las arañas, de los in-
sectos, pero también hablaban de las cosas buenas.
A mi me llamaba mucho la atención cuando decían que en
tierra caliente el maíz producía dos veces al año, que se pueden
dar dos cosechas al año. Eso me parecía muy rico, me parecía
muy bueno. Y hablaban de las naranjas, de los guamos, del ba-
nano, del aguacate… ¡frutas! Yo ni conocía cómo era un palo de
naranja, ni una mata de caña, ni una mata de plátano. Al bana-
no o a la naranja, ya la fruta de consumir, la traían y uno cono-
cía, pero no conocía la mata, cómo sembrar, nada. Entonces
hacían comentarios de todo eso. Hablaban de la yuca, la caña,
que Francisco Aranda tenía un trapiche de palo y en ese trapi-
che molía y tenía panela para no estar comprando hasta por seis
meses, que tenía panela guardada y la iba sacando y la iba con-
sumiendo, la iba sacando y la iba consumiendo. Que cuando aca-
baba esa arrumita de panela volvía a moler otra arrumita y que
la guardaba para el resto del tiempo, y así. Entonces no le tocaba
comprar. Todo eso eran cosas positivas, ricas.
Tenían mucho miedo de las víboras, las culebras, las arañas,
todos los insectos que uno puede ver en tierra caliente. Ha-
blaban mucho de eso. Que había culebras venenosas que lo
muerden a uno y uno se muere. Tal vez no conocían la culebra
en la casa, entonces decían que unas culebras iban por el piso
[314] l a f u e rz a d e l a g en te
arrastrándose, pero que otras se iban paradas, con la cabeza alta,
como el bejuco, ¡paradas!; hablaban de las culebras que andan
por las ramas, de las culebras que si uno se descuida están deba-
jo de la cama, en la cama y, uno sin ver, se acuesta encima y lo
muerden en la cara, en la cabeza y se muere. Había comentarios
terroríficos. Entonces yo cogía un palo de leña allí en la cocina y
decía: “¡Ah! yo sí me voy; si yo veo a la culebra yo le daría así”. Y
azotaba la tierra, el piso. “A las que están en el piso les pegaría así
azotando, a las que van paradas les pegaría así horizontal. Pero yo
las mataría, yo las mato. Yo sí me voy, yo sí no tendría miedo a la
culebra, yo sí la mataría”. Amenazaba, desafiaba haciendo fieros.
Mi abuela Gertrudis, cuando nos quitaron las tierras, tenía
algunas vaquitas en un potrero en rastrojo, las últimas vacas;
vendió esas vacas. Mi papá tenía unos caballos; vendió esos ca-
ballos. La hermana de mi papá, Antonia, tenía unas vacas; las
vendió. Por la tierra pedían 600 pesos, pero le rebajaron, se la
dieron por 450 pesos. Pero para hacer 450 pesos había que ven-
der vacas, vender caballos, y endeudar… quedaba debiendo to-
davía plata para seguir trabajando y pagar. Decían que algunas
vacas vendieron por cinco pesos, las mejores, las que hoy pue-
den valer 400, 500 mil pesos. Vendió y con eso compró.
Hoy recordando, lo mejor que mi papá pudo haber hecho en
su vida fue pensar en comprar esa tierra. Creo que eso fue la sal-
vación de todos nosotros. La salvación de él mismo, de la mamá,
de la abuela, de todos todos. Hoy poniéndome a pensar, ¡qué son
$450! Pero en ese entonces era mucha plata. Yo creo que él fue
financista en ese entonces. Él decía: “Si la escritura la hago por
$450, una entidad crediticia no me presta porque tiene muy bajo
valor. Si yo me valgo del vendedor para que diga que la finca no
costó $450 sino $900, me pueden prestar siquiera la mitad del
valor de la finca”. El vendedor aceptó. Así tengo yo la escritura
vieja, mano escrita de ese entonces, que la finca costó $900. Real-
mente no costó $900 sino $450.
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [315]
exigió que le devolviera su plata, y para pagarle mi papá tuvo que
endeudarse. Hizo varios créditos y esa deuda siguió permanente,
rodando, rodando. A él le tocó como en un círculo vicioso. En
ese entonces no existía la Caja Agraria en Santander de Quilichao;
existía era el Banco del Estado en Popayán, donde mi papá hizo
un crédito por 200 pesos, para ir pagando. Miguel Ángel Vidal,
un registrador de instrumentos públicos de Silvia que era ami-
go de él, lo fiaba para que le prestaran esa plata. El favor no era
gratis, mi papá le pagaba 10 pesos a él, pero iba y firmaba y mi
papá, con tal de que le prestaran la plata, lo buscó y también con
él quedó endeudado.
Muchos años después el Banco del Estado no prestó más pla-
ta: “Usted es un agricultor, para el agricultor ya hay Caja Agra-
ria. Vaya a la Caja Agraria en Popayán”. Empezó a hacer crédito
ahí. Más tarde ya lo mandaron a Santander de Quilichao, por-
que ya se había instalado ahí la Caja Agraria: “No tiene por qué
venir a Popayán. Allá esta su Caja Agraria, vaya allá”. Mandaron
el expediente allá y siguió haciendo el crédito ahí.
Más adelante ya no fue basta con la Caja Agraria. Se endeu-
dó también con el Banco Cafetero. Como tenía café, el Banco le
prestaba también platica. Entonces, unas veces con lo que le
prestaba la Caja Agraria pagaba al Banco, y con lo que le pres-
taba el Banco pagaba en la Caja Agraria. Todo el tiempo tenía
también deudas particulares, así que, si sobraba alguna cosa,
era para ir a sanear las deudas particulares. A cada santo debía
una vela: debía a los usureros en la calle y a los usureros oficia-
les. Siempre se mantuvo así y nunca pudo salvar la situación
económica.
Yo muchas veces me disgustaba porque vivía colgado ¡de un
año! Terminaba la cosecha en mayo, junio —en esa época va ter-
minando el café—, el café del año siguiente todavía no había flo-
recido, y él ya andaba tanteando con los bancos, con los usure-
ros, buscando clientes para negociar, para vender la cosecha.
Yo decía, pero ¡cuándo, cuándo! Yo casi ya no quería traba-
jar en la finca porque ¡trabajar y trabajar y plata no se veía nada!
Pagar al Banco, pagar a la Caja Agraria, pagar deudas particu-
lares, y al final de una cosecha no quedaba nada, ni un trapo se
alcanzaba a comprar. Yo no sé cómo no se dejó embargar la finca,
[316] l a f u e rz a d e l a g e n te
no se dejó quitar la tierrita. Yo creo que nosotros ayudamos mu-
chísimo.
Muchas veces tenía una vaca, la vendía, con la condición de
que él seguía teniéndola al partir, a utilidad. Y uno de esclavo del
otro señor. Yo cuidando la vaca, pero ya no era de mi papá, ya
no era de nosotros, ya era ajena. La cría que daba era un disgus-
to para mi. Yo quería levantar un ternero, una vaca, para noso-
tros, y no era de nosotros, ya estaba vendido. Uno cuidaba y te-
nía derecho solamente a sacar y consumir la poca leche que daba.
¡No más! Cuando ya se había levantado el ternero, podía valer
$200, pero a mi papá le daban $100 pesos y se lo llevaban. Y esos
$100, ya tenía deudas quién sabe a dónde para arreglar; enton-
ces se vendía, y ¡plata nada! Ya uno se daba perfecta cuenta de
los negocios, de las cosas, de los engaños que hacían los usure-
ros, y él que se dejaba.
Un buen día se azaró porque yo vivía de mal genio, y dijo:
“¡Ah! en fin esa tierra va a ser para usted porque es el único que
se amañó; te la voy a entregar”. Y le dije: “Yo tengo que salir de
esas deudas. Es que estoy aburrido con tantas deudas de tanto
tiempo y que nunca termina una cosecha y hay una platica li-
bre”. Y no solamente que no había una platica libre, sino que que-
dábamos todavía debiendo, que era lo peor. Y para poder comer,
para poder trabajar, había que vender la cosecha siguiente. ¡Qué
precio le pagarían a tan largo plazo! Ya ni querían comprar. Mi
papá rogándoles.
Un día le propuse que “ya que me va a entregar, pues escritú-
reme. Ya me ha dicho hace tanto tiempo, he vivido y trabajado
tanto tiempo, ya estoy mamado de tantas deudas, vamos a ver
yo cómo manejo…”
Prometí pagar las deudas: las particulares, las oficiales del
Banco y las a largo plazo, y ayudar para que compraran tierrita
en lo frío. Y así se hizo. Anualmente fui pagando, fui pagando,
hasta que por fin un día, para poder sacar la escritura que tenía
en la Caja Agraria, terminé de pagar las deudas. Saneé. Y le dije:
“Pagué las deudas, aquí está la escritura, ahora sí arrégleme el
problema”. Y él me firmó y entregó la escritura. Tal vez un po-
quito disgustado conmigo, no sé, pero me la entregó. Eso fue casi
20 años después de la compra de la finca.
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [317]
A mi me pareció una gran satisfacción poder uno llegar con
el café, con la panela, con cualquier cosa, o una res, y poder ne-
gociar en el momento, en vez de llevar ese producto solamente
a que le arreglen cuentas como le de la gana al usurero, a vender
barato porque ya debía plata. Me parecía que era justo uno lle-
var el producto, negociar en el momento, y recibir algo de dine-
ro. Esa me parecía la lógica.
Antes de yo recibir la escritura, ya habíamos comprado una
tierra en Malvazá, para Jacinta y Pedro; Cruz ya había termina-
do sus estudios también. Por eso él ya tenía prometido que la
tierra de Mondomo era para mi. Pero si yo no tomo el control
de la economía, la producción, y si no prometo pagar, habría
muerto endeudado y tal vez hasta habríamos perdido la tierra.
Lo hice a buen tiempo, pagué las deudas, liberamos un poco la
economía. Pero mi papá nunca pudo, siempre tenía compromi-
sos adelantados.
[318] l a f u erz a de l a g en te
Mis primeros viajes a Mondomo
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [319]
¡Pendejo! Le dióoo todo el día. Caminamos tooodo el día. Yo ya
no pude caminar, me cansé. Entonces me hicieron lancar detrás
de la maleta. Seguí unas veces a pie y otras veces en el anca del
caballo. Mi mamá a pie, dele y dele tooodo el día. Todo el día ca-
minamos, sin sabeeer a dónde, ¡cuándo llegábamos a comer el
banano!
Ya se fue oscureciendo por allí por Cerro Alto, bajando al
río Mondomo, bajando bajando ya se anocheció. Allí empecé
yo a aburrirme. ¡Me aburrí! Como que estaba en otro mundo,
en el infierno, un tormento. En Silvia yo me acostumbré a vi-
vir en esas tierras donde no hay grillos, ni chicharras, ni mos-
quitos. Entonces como que llegué en ese infierno donde chillan
los grillos, la chicharra, los sapos, las ranas, todo eso. Taaanta
bulla, tanto ruido. A lo que va oscureciendo como que se albo-
rota eso. Para mi era un gran tormento. Fuera de que venía pen-
sando en las culebras, que como comentaban que también sil-
ban, entonces yo no sabía si eran las culebras, no sabía qué
animal era, pero silbaba y era un gran tormento en mi cabeza,
en mi oído. Era otro mundo. Me aburrí muchísimo bajando allí,
pero me fui callado porque yo lloré para venirme y todavía no
llegaba donde estaba el banano. Y se oscureció, y no llegué a
donde estaba el banano.
Ya de noche llegamos en un gran río, el Mondomo. Sucio.
Pasamos y dele dele. Yo como que me dormí en ese tropel de los
animales. Hasta que por fin llegamos. Como a las ocho de la
noche, ya bien oscuro, ya bien avanzadita la noche, entramos dice
que a la casa. A la casa. Por allí me acuerdo, como que veo la casa.
Llegamos allí, y mi papá, ni bien descargó, apenas desmontó, sacó
la llave del bolsillo del zamarro, abrió y verdad: ¡Ve el banano!
Ahí estaba cayéndose. ¡Yo llegué allí! Fui derecho a comer. Esta-
ba el bananito desgranándose ya de maduro, ¡bien maduro!
Me comí no se cuántos bananos, comí hasta saciarme, hasta
que me supo a feo. Me dormí. Ya ellos no se qué hicieron con los
caballos, no se a dónde fueron a traer agua, no se qué cosas hi-
cieron en la noche. Pero yo me llené de bananos, me arrimé en
un rincón y me dormí profundamente. Me desperté al otro día,
pero no me acuerdo qué hice. Pero esa llegada sí me acuerdo muy
exactico. Esa fue mi primera venida a Mondomo.
[320] l a f u e rz a d e l a g e n te
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [321]
Posteriores bajadas a Mondomo
[322] l a f u erz a d e l a g en te
bía estar trayendo troncos de cachimbo grandísimos, lodo espe-
so, lleno, con toooda la corriente, con una gran fuerza bajaba.
Otras veces había buen tiempo, tiempo de verano, y hacía
¡qué solazo, pero qué solazo! Asentaban unos soles, que a uno le
daba una sed terrible. Entonces uno: “¡Ay! papá, ¡ay! mamá, ga-
seosita que me muero de sed”. Mi papá sin plata, mi mamá sin
plata, y uno llorando. Muchas veces mi papá se endeudaba con
cualquier amigo para darle gaseosa a uno. Harta hambre daba
también por el camino y uno no hallaba qué hacer. Cuando llevá-
bamos papa o algo, nos arrimábamos por ahí en una casa a que
nos prestaran una olla, un fogón, y allí cocinábamos y comía-
mos. Otras veces llevábamos papa sancochada, entonces comía-
mos y con eso hacíamos fuerza para llegar a la casa.
Yo todavía prefería el sol y no el agua, porque le tenía pavor
al río Mondomo tan crecido. Y uno llegar allí, para tener que pa-
sar, con bestiecitas malas, yegüitas paridas, potros o potrancas
con que íbamos… Mi papá calculaba. Cuando veía que no po-
día pasar, se regresaba y se quedaba allí hasta el otro día. Había
que quedarse al otro lado; no alcanzaba a llegar uno a la casa. Al
otro día, cuando había mermado el agua, pasábamos.
La gran mayoría de las veces hacíamos dos jornadas hasta
Mondomo; gastábamos mucho tiempo en eso. Entonces a uno
no le rendía nada el tiempo para trabajar, para producir comi-
da. Dos días subiendo y dos días bajando, ¡qué podíamos haber
hecho allá! ¡Qué podíamos haber hecho arriba en El Chimán!
El tiempo no alcanzaba. Pasábamos era caminando.
Unas veces hacíamos unas jornadas muy cortas cuando su-
bíamos de Mondomo. Nos quedábamos frente a Caldono, fren-
te a Siberia, por allí. Había un paez que se llamaba Ignacio
Güetio, que era muy buena gente. Tenía una casa grandota, casa
de teja; vivía acomodado. Me imagino que tenía buena finca y
era trabajador, porque tenía buen café y había mucho banano.
El paez no era mezquino al banano, ¡nos dejaba comer lo que
quisiéramos! Por eso nos amañábamos mucho, nos gustaba mu-
cho arrimar allí. Siempre llegábamos a quedarnos, a descargar y
a amarrar las bestias por allí, como si fuera en la casa de uno.
Pero también nos quedábamos donde un Samuel Velasco, en
La Chorrera; era un mestizo. Mucho, mucho nos quedamos en
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [323]
Mi papá, junto conmigo y mis hermanos Pedro, Jacinta y Bárbara (1950c.).
Foto: Luis Ortega .
[324] l a f u e rz a d e l a g e n te
bananos, y por último la yuca, que era la más delicada, que no
se podía preparar con tiempo porque se dañaba, sino que había
que arrancarla la víspera de la llevada. Los últimos días prepa-
raba las maletas, la carga, para llevar comida para Silvia, pues
como en Chimán había tanta escasez, uno llevaba para comer
15 días allá. Cuando se acababa la comida, otra vez a Mondomo.
Y así sucesivamente. Caminamos mucho tiempo así.
Ya cuando me metieron a la escuela, mi mamá no me lleva-
ba mucho. Me dejaban ahí para que fuera a la escuela, para que
estudiara, para que aprendiera a escribir y para que aprendiera
el castellano. Decía mi mamá que ella sufría mucho porque no
sabía leer, ni había aprendido a hablar el castellano, y que para
que no nos pasara lo mismo, para que no sufriéramos lo mis-
mo, teníamos que estudiar todos. Entonces todo el tiempo de mi
estadía en la escuela yo no bajaba a Mondomo. Iban ellos solos.
Me acuerdo que a veces, cuando podía, mi mamá llegaba con
una olla grande cargada con un racimo de banano maduro; lo
llevaba a la espalda desde Aguablanca hasta Silvia, pensando para
los muchachos. Como el banano es tan delicado y no lo podía
cargar en bestia porque se apachurra, no llega sino la cáscara, el
olor, para evitar eso ella lo echaba en una olla y lo cargaba. Otras
veces, cuando sentía que no podía, no llevaba. Yo esperaba en
Chimán que llegara mi mamá, y llegaba pero sin bananos ma-
duros. Entonces yo lloraba amargamente pidiendo banano, ¡llo-
raba a gritos!
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [325]
Con Cruz bajamos solos a la finca de Mondomo, y allí estaba mi abuelita Rufina.
[326] l a f u e rz a d e l a g e n te
teníamos mucho miedo que nos robaran el caballo. Porque po-
día suceder que cuando llevaba uno un caballo y lo dejaba allí,
pasara algo, que de pronto algún pícaro se lo llevara, se lo roba-
ra, y uno se quedaba con la montura o con la enjalma o con la
carga allí tirada, que era lo peor. Entonces tuvimos mucho mie-
do. Lo dejamos allí amarrado y casi no dormimos; de noche íba-
mos a ver el caballito a ver si estaba; y sí estaba. Se oía pastear, se
oía arrancar la hierba. Entonces veníamos y dormíamos.
Al otro día acomodamos vuelta. De Caldono hasta Mon-
domo, hasta Aguablanca, siempre hay como unas dos horas y
media, casi tres horas, para muchachos. Llegamos como a las
nueve de la mañana a la casa y allí encontré a mi abuelita. Yo
como que la veo hasta ahora. En el preciso momento en que
llegamos allí, cuando asomamos, ella estaba con un machete en
la mano, mirando unas matas de banano, unos racimos grandes.
Nosotros que llegamos y ella: “Veee estos muchaaachos… ¡a dón-
de vienen a aparecer!”. Se puso contenta. Nosotros también. Ella
estaba haciendo el almuerzo; llegamos casi justamente a la hora
de comer.
Yo todavía no podía venir solo, siempre venía acompañado,
con Cruz. Fue el primer viaje que hicimos los dos muchachos
solos. El año tal vez fue el 49 o 50.
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [327]
Adaptándome en Mondomo
[328] l a f u e rz a d e l a g en te
hacía sol fuerte, lo único que hacía era arrimarme a la sombra.
Si hubiera sido como hoy en día, si hubiera tenido distinta ropa
—gruesa, liviana, delgada, de clima frío, de clima caliente—,
podría haberme cambiado. Pero si uno no tiene más, ¿qué pue-
de hacer? Tiene que vivir con lo que tenga.
Ni para lavar la ropa había. El día que uno lavaba tenía que es-
perar que se secara. ¡No me acuerdo con qué lavaríamos! Uno usa-
ba agua limpia pero no quedaba bien lavada, quedaba con mal olor,
por eso se asentaban las moscas en la ropa y de eso se producían los
nuches. Lo que le da al ganado nos entraba también a nosotros.
El pasto yaguará era otro que lo afectaba a uno. Era altísimo
y mi papá siempre me llevaba allá a trabajar juntos. Iba. Y uno,
si era con la pala, le daba y eso levantaba un polvero que uno sa-
lía tosiendo porque daba mucha grasa. Pero poco a poco me fui
adaptando y fui aprendiendo a trabajar.
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [329]
la casa como para cocinar, ayudar a montar la ollita, para atizar la
candela, porque a veces ellos echaban las cosas, dejaban montada la
olla, pero si no se está atizando la candela se apaga, no cocina, y cuan-
do llegan está frío y apagado el fogón. Entonces a uno lo dejaban
allí para que mantuviera vivo el fuego, para que cuando ellos regre-
saran estuviera cocido para comer. Para eso es que me llevaban.
Yo me quedaba solo cocinando, pero con todas las cosas
allá adentro. Para colmo, por allí pasaba dizque un hijo de
Joaquín Betancur, que llamaba Joaquín mismo, de quien de-
cían que era loco. Pasaba por ahí porque al otro lado era la
tierra de ellos. Entonces yo tenía miedo que ese presunto de-
mente me molestara.
Un día que estuve allí, estaba en pleno la olla hirviendo; le
había echado yuca, plátano, y la ollita estaba hierva y hierva. La
comida de pronto se me puso espesa y se oía cuando hervía. En-
tonces vino Joaquín Betancur el viejo, que siempre pasaba por
ahí. Yo calladito allá adentro y la olla hierva y suene. Llegó allí y
decía: “¡Muelas!” —a mi papá le decía así— “¡Muelas!”. Él siem-
pre llegaba con un bastón, y con éste golpeó la puerta. “¡Muelas!
Para dónde se habrá ido Muelas”. Yo calladito ahí. Se fue. A lo
que salió, cerré la puerta y cooorra para donde estaba mi papá.
¡Jaja! Es que allá sí tenía miedo…
Yo era muy pequeño. No podía manejar machete ni nada.
Una vez mi papá se fue a trabajar, a rozar un monte jecho, pa-
los gruesos, caña brava, para sembrar maíz. Fue a trabajar él
solo. A mi me dejó en una casa abandonada de Jacinto Tunu-
balá; allí no había nadie por el momento. Me dejó allí sentado y
me dijo: “Cuidado Lorenzo, no vaya a estar durmiendo aquí, este-
se despierto”. Como no tenía qué hacer, para no dormirme me
agarré a hablar solo como una especie de discurso, pero bajo el
nombre de Antonio Nariño, del general Santander, de Bolívar.
Todos tres eran generales sobre los que me habían enseñado en
la escuela, y yo hablar como general me parecía un orgullo, una
cosa grande, buena, nueva. ¡Qué tanto hablaría yo… solo!
En otra ocasión había unos palos gruesos cortados del fina-
do Jacinto y en el asiento del palo se veían los hachazos. Como
yo no tenía nada que hacer, aburrido con los moscos, los zan-
cudos, como para practicar lo que había aprendido en clase de
[330] l a f u e rz a d e l a g e n te
matemáticas me puse a contar de cuántos hachazos habían tum-
bado el palo. Me puse a contar el golpe que se veía de cada ha-
chazo; no se veía sino el raspón, pero parecía que con unos 10 a
20 hachazos lo había tumbado. A ese tipo de cosas me dedicaba,
en eso la pasaba.
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [331]
chiquita y ya con eso como que era un alivio. Le daaaba, le
daaaba, cuando eran unos seis o siete bultos de café, pero tenía-
mos los implementos en la casa y rendía.
La yuca también me la enseñó a manejar. Yo no sabía qué cosa
era rayar yuca. Él consiguió una raya manualita con su amigo
Alejandro Velasco, y hacía como moler maíz en molino. Raya-
ba. También alquiló unos cajones para sacar el almidón. En fin,
él nos enseñó a cargar la yuca en el hombro, a rayar, colar, esas
cosas así prácticas.
Plátano siempre tuvimos, pero casi no se comerciaba, no se
vendía; se usaba mucho era para el consumo, porque como la
gente vivía lejos de la carretera, y además había mucha produc-
ción, nadie compraba. ¡En la finca había haaarto! Se veían har-
tos bananos, plátanos. Donde no había era en Silvia, pero en la
finca de Mondomo había mucho. Entonces a Silvia llevábamos
plátano y también yuca, que era la más delicada. Cuando uno
llegaba tenía que enterrarla inmediatamente para que pudiera
guardar humedad y mantenerse.
Cuando ya estuve más grande, que ya podía, también me tocó
jornalear. Había gente muy buena que, como nos veía allí fre-
gados, nos daba trabajo para que fuéramos a jornalear. Y yo iba.
Nos daban café con leche, con queso, con pan, almuerzo. Tenía-
mos que jornalear, pues teníamos una tierra, pero necesitábamos
la plata contante y sonante para comprar la panela, la sal, y tam-
bién para comprar un trapo o cualquier cosa. Nada podía hacer
uno sin plata. Entonces había que de todas maneras salir. Mi papá
siempre me aconsejaba: “Vaya a trabajar, pero no todo el tiem-
po a jornalear; trabaje dos días o una semana, allá gane platica,
y el resto del tiempo trabaje aquí en lo suyo. Con lo del jornal
usted no va a vivir todo el tiempo. Lo que necesitamos es comi-
da”. Yo hacía caso, iba a trabajar allá de jornalero agrícola, pero
no todo el tiempo, sino que siempre que podía me dedicaba a
cultivar lo de nosotros.
[332] l a f u e rz a d e l a g e n te
Gertrudis, mi papá ensayó con unas vacas en Mondomo. Com-
pró unas tres vacas de lo que llamaban ganado blanco orejinegro.
Mi papá sabía bien de ganado, pero en la compra lo engañaron
y, como no estaba acostumbrado a manejar ganado de tierra ca-
liente sino de tierra fría, donde no hay plaga ni tanto parásito, no
pudo mantener ese ganado de la abuela en la finca. Trajo estas tres
vacas y las metió en una loma brava que no estaba amansada
—porque pasto no tenía—, una loma de arrabal, potrero en ras-
trojo, donde era la primera vez que se metía ganado. Como no
supo matar los nuches y las garrapatas, no cuidó permanentemen-
te como se debía, las vacas se murieron, se perdieron. Compró, las
trajo, las dejó, vino a Silvia y demoró como unos dos o tres meses,
y cuando regresó ya se había muerto una. Las otras estaban para
morirse, llenas de nuche y de garrapata, acabadas, flacas. Para no
perder del todo, vendió a menos precio, perdiendo plata. No pudo
manejar el ganado de tierra caliente. Fue como una experiencia.
Durante mucho tiempo mi papá ni más pensó en tener ga-
nado. Se acabó el ganado. Ni la noción en la memoria de él, ni
en la de nosotros. Pero unos 20 o más años después, como íba-
mos cultivando la yuca, la caña, allí el pasto se iba produciendo
solo, como maleza, pasto común de la región, pasto yaraguá que
lo llaman. En un buen momento logré comprar un ternero, el
primer ternero comprado en Mondomo, y lo pude levantar con
ese pasto. Ya no se murió ni se llenó de plaga; se levantó bonito.
Entonces ya vimos que podíamos volver a tener ganado.
Después ya la misma Federación de Cafeteros decía que hay
que tener el café, la caña, el plátano y la vaquita de leche. Y esa
vaca de leche como que sonaba rico. Una vaca de leche para to-
mar con banano, uno se emocionaba saboreando: leche y bana-
no es rico. Entonces mi papá se endeudó y compró la vaca. Allí
empezamos a tener algunas vaquitas de leche y no las hemos de-
jado acabar hasta ahora.
Empezamos con un ganado blanco orejinegro. Ese se acabó,
pero se ha ido quedando otro ganado cruzado, un cuarto, que
llama cebú, un ganado resistente. Alguna gente buena nos acon-
sejaba que: “Cuando compren, compren ganado de la región, del
punto, que es un ganado que aquí no le entra ni la muerte. No
traigan ganado de otra parte. Si no quieren esclavizarse con
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [333]
plagas, nuche y garrapatas, compren un ganado de piel grasosa,
que a esa piel no se le prende ni garrapata, ni le asienta mosca,
ni nuches. No le pasa nada”. Muchas veces yo de desobediente,
de terco, llevaba ganado de Santander, ganado del plan, de buen
pasto, porque me parecía que era buen ganado. Lo llevaba y ese
se me atrasaba, por fin se moría, se perdía. Pero el ganado del
punto, de la región, hasta ahora lo he podido conservar.
[334] l a f u e rz a d e l a g en te
comedero para los perros, y el cajón grande, el laberinto, lo des-
barató y armó como una mesa. Se acabó. Nunca más se volvió a
tocar la tierra para minear. Mi papá decía: “¡Qué va a estar jo-
diendo, qué va dañar tierra! Yo no sigo dañando tierra”. Él siem-
pre consideraba que picar la tierra, lavarla y mandarla en lodo
era dañarla, y más bien quiso fue tapar, como rellenar esos hue-
cos grandes, poner árboles.
Según el negro Maximiliano, la mina donde habían comen-
zado no era sino una veta, y había que seguir la veta hasta la mitad
del plan, como a una cuadra o más, para llegar al grueso, a la hue-
vera. Que allí había oro grueso y cuando llegara allí era lo bue-
no. Él tenía la ambición de llegar allí, pero nunca lo hizo. No sé
si sea cierto. Ahí está lo mismo. ¡Tanto tiempo! Cincuenta años
desde que se compró eso y nunca me ha interesado picar para
ver qué hay. La mina, allí donde fue la veta, terminó siendo un
cafetal hasta hace poco. Hoy está en rastrojo.
Se burlaban de mi vestido
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [335]
En ocasiones especiales, los guambianos vestían una ruana larga, calzoncillos
blancos, y sombrero de caña elaborado por ellos mismos. Foto de 1935 (?)
[336] l a f u e rz a d e l a g e n te
tes de que saliera, para que ese chumbe no se me aflojara ni se
me cayera delante de la gente allá. Entonces yo llegaba como lis-
to, no para estar allá arreglándome, sino que desde la casa iba
listo para trabajar. Eso me arreglaba mi mamá.
Hasta que fui grande, yo recuerdo mucho que iba a Silvia y
bajaba sin pantalón, siempre con la bayeta que en ese entonces
había. Afortunadamente, en el medio del que vine de Guambía
y en el que llegué a Mondomo, no viví entre los blancos, que eso
fue lo favorito para mi. Vivía entre guambianos y llegué entre
paeces. Por eso no me dio pena, no me avergoncé, porque esta-
ba entre los mismos indígenas, donde comíamos lo mismo, dor-
míamos lo mismo, y era muy parecido el vestido también. Me
sentía bien. Pero cuando tocaba salir, siempre era un problema
porque se burlaban de uno.
En Mondomo viví con Manuel Campo y había ahí un Pací-
fico Mensa, un páez más viejo, que usaba una ruana larga y cal-
zoncillos elaborados por ellos; compraban la tela y ellos mismos
cosían. Allí fue donde vide que yo también podía usar pantalón.
Yo no mandé a comprar ni a coser de los paeces, pero ya años
después sí mi papá me ayudó a conseguir el primer pantalón que
usé, que creo que me duró mucho tiempo. De allí, cada vez que
se me acababa hacía el esfuerzo para adquirir otro.
Mucho tiempo después, ya casi joven, a pesar de que yo
tenía pantalón, todavía usaba la bayeta. Un día, cuando iba
para Mondomo, un vecino nos encontró y se me rió, se bur-
ló de mi. Me decía: “Hola guambiano culipela’o ¿qué hiciste
los pantalones? ¿A dónde se te perdieron, quién te robó?”. Y
eso me dio mucha pena que un blanco me dijera qué hiciste
los pantalones, quién te los robó, hola guambiano culipela’o.
Me avergoncé mucho, porque eso me dijo ante otras gentes,
ante el público.
Como yo ya había aprendido a usar pantalón, ahí como que
me fui desalojando de mi ropa guambiana y de ahí ya no volví a
usar mi vestido un buen tiempo. Ya seguí usando más, incli-
nándome más hacia el pantalón. Parecía que era favorito tam-
bién porque se evitan los moscos. Y cuando uno empieza a
usar camisa, pues una camisa delgada en tierra caliente no da
calor; y cuando es manga larga era favorito para los zancudos
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [337]
que no le picaban a uno en los brazos. Parecía que iba dando
condiciones de vida. Entonces me fui cambiando.
Pero mi vestido lo manejé en dos maneras: una cosa para
Silvia, para Guambía, y otra cosa para Mondomo. Cuando iba a
Silvia usé igual que mi papá: entre pantalón y ruana, como un
vestido mixto. No era solamente el blanco, pero tampoco era
solamente el guambiano. Y usé sombreros grandes, de esos
alones, que hoy les dicen sombrero costeño.
[338] l a f u e rz a d e l a g e n te
Los amigos de mi papá
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [339]
Tenía muuucho banano. Él vivía solo: él solo trabajaba, cocinaba,
comía y él solo hablaba y carajiaba y peleaba. Entonces mi papá
me recomendaba: “Cuando vaya donde el mayor Jesús, si ve que
está comiendo, no hable. Espere que acabe de comer, espere que
se desocupe, y entonces aparece a ver si lo recibe”. La casa era
destapada. Uno iba calladito y lo veía, y si el viejo estaba comien-
do no podía arrimar. Como a mi me gustaba tanto el banano,
cuando no había en la tierrita de nosotros, uno llevaba unas pa-
pas —porque así como a uno le gustaba el banano, a él le gusta-
ban las papas—, y si uno llevaba unas seis libras de papa, le daba
unos dos, tres racimos. Era una ganancia para uno y también
para él porque el banano no tenía ningún valor ahí; se perdía.
Un tipo que llamaba Fortunato Vivas vivía por allá por el ca-
mino. Uno iba allá con hambre y le decía: “Regáleme una gua-
ma”. Y le regalaba.
Evangelina Vivas, una señora mestiza, todo el tiempo fue muy
buena amiga, muy buena gente. Uno muchas veces tenía la olla
puesta para el sancocho, pero ¡sin sal! No teníamos sal, no había
plata para ir por una libra de sal. Había la yuca, había el plátano,
había todo lo demás, la olla ya cocida, pero sin sal. Y un sancocho
sin sal es muy feo. ¿Qué hacía uno? Ir allí a donde la señora Evan-
gelina a decirle que me preste un poquito de sal. Otras veces te-
nía unas ganas de tomar agüepanela, y tampoco tenía panela y
no había plata para ir a la tienda. Entonces uno iba allá donde la
mayora a que le prestara, a que le fiara. Y si ella tenía una panela
la partía por la mitad y nos daba, si ella tenía un puchito de sal,
también la daba, compartía. Era una señora pobre, pero com-
partía, repartía lo poco que tenía. Uno también llevaba algo: ya
la papa, ya la cebolla.
Y otras gentes. Jacinto Tunubalá era un guambiano que vi-
vió allí siempre, que con mi papá la iban ¡muuucho! Conversa-
ban mucho. Buscaban un día para ir juntos a Santander, o cua-
draban un solo día para ir a Silvia, para ir conversando. Yo no sé
qué tanto conversarían, pero conversaban todo el día. Era un
hombre muy precautelativo. Desde la finca a Silvia él no nece-
sitaba plata por el camino, porque llevaba comida y así no aguan-
taba hambre, sin gastar un centavo. El llevaba todo, el avío para
el camino, los litros de café o agüepanela, lo que a él le gustara.
[340] l a f u e rz a d e l a g en te
Era un hombre muy organizado. Entonces me gustaba ir con él
porque unas veces uno no tenía nada, en cambio él llevaba todo.
Cuando se sentaba a comer, a uno también le daba. Uno mucha-
cho, sentarse a comer con él, la comida la quería, pero me daba
pena estar al lado de este señor. Era como malgeniado, como
bravo, y tenía una voz gruesa, alta, el tono de un hombre; enton-
ces yo tenía miedo. Entre más miedo tenía, él más hablaba. De-
cía: “Carajo, si no come ligero, hacemos lo que hace no se quien,
si no come rápido aquí dejo vaciado y nos vamos para que us-
ted se quede comiendo”. ¡Jaja! Yo comía rápido, porque buena
hambre que tenía. Era buena gente, aunque tenía ese carácter
serio, muy serio. Con él caminamos mucho. Él era un tipo muy
trabajador. A veces me mingaba, me invitaba para ir a trabajar,
pero a mi me daba miedo ir con él. A él le gustaba conversar con
uno, y a mi ¡qué miedo!
¡Arde la finca!
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [341]
Al fin llegó la noticia de que ardió toda la finca, y vinimos
allí a ver. De eso recuerdo mucho. Toda la loma estaba neeegra…
había ardido todo. A los platanales les había pasado el fuego y
había mucho plátano quemado, maduro, que se estaban comien-
do los pájaros, los animales. Uno no sabía a cuál arrimar y cor-
tar para comer. ¡Porque había mucho!
¡Eso fue una calamidad porque duramos sin comida como
más de un año! Mientras que al plátano le volvieron a salir los
hijos, levantaron y otra vez produjeron, demoró más de un año.
¡Más de un año sufrimos sin comida porque se quemó todo!
El café se salvó porque alguien dijo: “Truece todo el café, no
deje pasar ocho días. Si usted no trueza, se pierde todo el café. Si
trueza, queda como zoqueado, vuelve a retoñar, macolla, echa
nuevos hijos, y vuelve a producir”. Mi papá obedeció y trozó, y
el café echó nuevos retoños y volvió a levantar. Ya como al año y
medio, a los dos años, volvió a tener café de recolección para lle-
var al comercio.
[342] l a f u e rz a d e l a g e n te
Mi amigo Belisario, el paez
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [343]
no tenía ni un pedacito de panela para ir a hacer el café en el
trabajadero. El hambre era muy dura, no aguantaba uno. Yo no
sé por qué uno no se moría. En cambio uno bajaba a Mondomo
y allí había yuca, plátano, en época de guamos había harta gua-
ma y uno iba allá, se subía en un palo y comía. ¡Ah! uno se lle-
naba la barriga. Pero además, Belisario era buen tipo, no era mez-
quino a la comida. Y a veces lo hacía reír a uno.
Tenía un hijo que llamaba Jesús, y una muchacha, Amalia,
que siempre iban a trabajar. Como la casa era en un alto y uno
estaba trabajando por allá abajo, me llamaban: “¡Leeenzo!
¡Leeenzo!” —a mi me sabían decir Lenzo; los paeces a los Lo-
renzos les dicen Lenzo—, “sankuchuuuña, sankuchuuuña,
sankuchuuuña”. Que fuera a comer el sancocho. Cuando era ma-
zamorra de mejicano, “¡Leeenzo! Petekashuuuña! Lecheaaakna!
Panelaaaakna! Senaeeegua!”. Como yo estaba esperando a ver a
qué horas me llamaban para la comida, ahí mismo corría a la co-
cina. Comíamos mucha yuca, muy buena.
Carolina, la mujer de Belisario, también era muy buena per-
sona. No era mezquina ni a la comida, ni a las cosas. Yo tenía el
único pantaloncito, no tenía más. Uno de muchacho corre, jode,
se sube en los árboles, y ese pantalón se me acabó. Yo sentía que
estaba destapado y no tenía ni una aguja, ni un pedacito de hilo.
¡Ni qué hacer! Entre más árboles subía, más se me rompía el
pantalón, entre más rodaba más se me rompía. Entonces yo es-
taba casi pelado. Y era a la mujer de Belisario a quien yo le pe-
día: “¡Ay! un pedacito de hilo, la agujita”. Lo remendaba yo mis-
mo, ponía, me iba y no me duraba nada. ¡Vuelta, vuelta! La mujer
de Belisario me regalaba el hilo, me prestaba la aguja, y así me
colaboraba mucho.
Entonces por la comida, porque Belisario era buen trabaja-
dor, y porque toda su familia me apoyaba, por eso me amañé mu-
cho en Mondomo.
[344] l a f u e rz a d e l a g en te
quedaba con Belisario, que era muy duro para el trabajo, muy
fuerte. Mascaba coca, la mujer también, madrugaban, la mujer
madrugaba muchísimo, nos daba desayuno para ir a trabajar, si
era para rozar me daba machete y ¡vamos! Si era para limpiar,
para hacer lo que sea, también ¡vamos!
El paez nos ayudó, nos aportó. Me enseñó a raspar cabuya
en tabla. Él era un verraco para raspar cabuya. De día cortaba la
cabuya y desespinaba, y de noche con luna hacía lo que llamaba
‘descabezar’. Lo grueso, lo duro, lo hacía él; las hojas más livia-
nas lo ponía a uno a limpiar. Yo le daba le daba le daba, con una
tabla clavada en la cintura. Un día le di hasta orinar sangre… me
afecté a la vejiga. Entonces el paez se asustó y ya no me puso a
tallar más cabuya, ni él tampoco talló más. Pero me enseñó. Esa
leche, esa agua de fique, me salpicaba por toda la cara. ¡Y eso si
que le picaba a uno! Provocaba era desollar la piel. Me picaaaba.
Yo me rascaba. Pero como el paez trabajaba, y lo hacía por
apuesta… “A ver quién gana”, ese era el dicho de él, “¡ah! carajo,
vamos a ver, empiece, trabaje duro”. Y así era, no sólo para ras-
par cabuya. Le gustaba trabajar, era un duro para el trabajo.
Él era muy bueno, pero le gustaba mucho mamarle gallo a
uno, joderlo, le gustaba dejarlo a uno en la cola, quería dejarlo
colgado a uno allá, quedado. Con su coca, bien mambeado, le
daba, le iba dando, y hacía bramar esa pala. Y uno si se queda-
ba… “¡le dejé!”. Él era feliz y gritaba. Para un buen trabajador,
quedarse con otro buen trabajador es una vergüenza; la ver-
güenza del mundo. Entonces yooo a no dejarme joder. Cuando
subía él allá al final del lote primero, gritaba: “¡Qué hubo
caraaajo!, así es que trabajan los hombres, aprenda a trabajar”. Y
uno para no quedarse, para no quedar jodido, así fuera muerto,
había que salir allá junto igual. Era verraco. Uno muchacho, para
compararse con un mayor era jodido, era duro. Pero yooo a no
dejarme. Entonces él se ponía contento porque le rendía el
trabajo.
Era muy guapo para hacer las cosas. Para rozar… ¡ayayay! lo
dejaba a uno envuelto por allá en el monte. Usaba un machete
con un filo… ¡pero hágame el favor, una barbera! A la maleza le
decía: “¡Cuidado paconga, ahí vamos!”. Y eso le daba, le daba. A
uno le dejaba. A mi muchas veces rozando me dejó envuelto por
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [345]
allí. Eso es muy duro rozar un monte jecho, como lo llaman ellos.
Un hombre de fuerza, baquiano, eso le da muy sabroso. Cuando
él lo jodía a uno, salía contento, gritaba. ¡Jaja! El chiste era él sa-
lir adelante. Y yo también ya de 12, 14 años ya tenía fuercita para
salir adelante. Entonces unas veces me dejaba enredado en el
monte y otras veces no. ¡Pero el paez era bueno! Yo creo que en
gran parte aprendí a trabajar de él, por lo menos en tierra
caliente.
Cuando acababa algún trabajo en Mondomo y tenía otro
trabajo que hacer en Pioyá, a veces me llevaba. Cultivaba trigo,
tenía maíz, cosechaba buenas habas, había durazno, tenía ovejos.
De vez en cuando pelaba un ovejo, a veces había buen fríjol y
entonces preparaban un delicioso plato y yo era feliz comiendo
fríjol.
Un día decidió que rozara un lote de tierra allá, para que yo
sembrara para mi. Como a mi me gustaba producir comida, ahí
mismo rocé, y siempre alcancé a hacer como tres cosechas de
maíz en esa tierra del paez. Pero era más duro porque tenía que
hacer otra jornada de Mondomo a Pioyá. Ahí me quedaba co-
mo una semana trabajando, limpiando el maíz, y de allí me gas-
taba otro día para ir a Silvia. Después bajaba otra vez por allí, me
quedaba unos días en Pioyá y bajaba otra vez a Mondomo. Has-
ta que por fin como que me cansé. Me hice mis tres cosechas, tal
vez en tres años, el maicito nos ayudó, nos dio fuerza, pero no
volví más por allá. Es que era difícil, quitaba mucho tiempo tanta
volteadera.
A Belisario le gustaba ir a cazar pájaros con bodoquera. A mi
me daba una bodoquera y unas pepas de cualquier árbol. Co-
mo paez, él tenía muy buen tiro. Soplaba ¡fffff!, la pepita le pe-
gaba al pájaro y allá bajaba el pájaro; uno corría a cogerlo. Tenía
buen pulmón. También cazaba ardillas para comer. A la ardilla
la cogían a garrote o con bodoquera; buscaba pegarle en todo el
ojo, y tenía buen tino. Como lo hacía era por comida, cuando
mataba un pajarito o una ardilla lo pelaba y se lo comía. Tam-
bién salía a cazar conejo, que había mucho. Como tenía un pe-
rrito, con ese lo abijaba. Tenía caminos cerca, fijos, a ver ¡a dón-
de salía el conejo! Él tenía unos garrotes y, conejito que salía,
conejito que le daba. Por allá le volteaba las patas. Con uno que
[346] l a f u e rz a d e l a g en te
tumbara era muy rico para comer con yuca. Yo lo acompañaba
a cazar, por comida, y él siempre la compartía.
De noche me llevaba a pescar, a echar anzuelo. Pobre yo que
ni sabía qué diablo era por alláaa. Cazar todavía, porque cazar
pájaros, ardillas, conejos, se hacía de día. Pero a pescar me lle-
vaba de noche y sin linterna. Yo no sé cómo andaría uno. ¡Me
llevaba por alláaa abajo, en Aguablanca, abajo! Hay unos sitios
bien feos, donde hay unos arcos de piedra y unos charcos. ¡Ah!,
ahí empezaba a pescar, a tirar anzuelo. De allí para arriba. Él cogía
un anzuelo y a mi me daba uno. Yo no sabía pescar. Uno tira el
anzuelito con lombriz y cuando el pescadito toca la lombriz, al
anzuelo, uno lo siente. Entonces explicaba que en ese momen-
to, calculando que el pez se haya tragado el anzuelo, había que
halarlo. Daba instrucciones: “No debe jalar en la primer punta-
da, espere, quietico. En la primera puntada el pescado es muy
malicioso. Espere que se lo trague todo, primera puntada, segun-
da, tercera, que sienta que jale durito. Entonces sí sáquelo, pero
no le tire aquí a la orilla del agua porque se va. Sáquelo lejos”. Y
allá salía. El pescado brincaba. Lo atrapaba.
Llevaba un pescado negro de buen tamaño, que siempre
había, y otro que llaman guabino, que también es muy rico. En
una mochila uno cargaba el pescado ya tarde en la noche. Cuan-
do llegaba, la mujer lo estaba esperando, unas veces con yuca
sancochada, le fritaba en la paila o asaba en la brasa, y ¡a media
noche uno comiendo yucas y pescado! También dejaba un poco
para el otro día. Yo como lo hacía por comida, para mi era rico,
rico. Por eso me amañé tanto…
Me acuerdo un día que fuimos a pescar. Belisario estaría de
malas. Había un charquito bueno y él arrimó allí a pescar. De
pronto, recién empezamos, sacó un pescado muy grande. Con-
tento. De los tantos que había sacado era el único grande. Iba a
echar otra vez el anzuelo y no sé cómo se resbaló allí al ladito
del charco yyy se fue de cabeza al agua. Se lavó todito, se empapó.
¡Belisario se enojó! Yo muerto de risa. Yo me reía como yo solo y
él… bravo. No mas se sacó la ropa, se bañó y dijo: “¡Vámonos!”.
¡No pescó nada! ¡Jaja!
En la pesca como en todo, tan bien que me enseñó Belisario.
No me enseñó a comer, sino a pescar, a cazar, a cultivar.
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [347]
Con ellos poquito aprendí paez. Poquito. Para defenderme,
para decir véndame, tengo hambre, deme posada, o para que le
dijeran a uno dónde está su mamá, así cosas. Debí haber apren-
dido más, yo viviendo tanto tiempo con paeces. Pero, algo apren-
dí. Con eso me he podido defender en lo que he andado.
La bajada de la chucha
[348] l a f u e rz a d e l a g e n te
encontré. Llegué en el momento preciso en que iban a bajar la
chucha de la cumbrera. Belisario todavía bailaba, jodía, pero es-
taba bien tanga’o, pegado.
La chucha es como símbolo. Ponen la figura de una chucha,
hecha de cualquier paja, en la cumbrera de la casa, y la tienen allá
como símbolo. No era la chucha precisa, sino el símbolo. Enton-
ces a ese amarrado, a la cabuya, lo bajaban de allá, lo arranca-
ban a garrote, y luego hacían que la mataban allí. Eso es una tra-
dición, tanto de guambianos, como de paeces. Los guambianos
también bailaban chucha; ahora ya no bailan. Eso significa como
la curación de la casa nueva, la casa recién construida que van a
habitar, para que con el correr de los años venideros, cuando
críen gallinas, bimbos y todo eso, la plaga no venga por las aves.
Tienen que matar la chucha para que deje de venir. Para eso es
la tradición. Para eso era la fiesta de este paez.
Allí encontré a Belisario. En ese momento estaba en plena
efervescencia el guarapo, acalorados los paeces, ¡qué pelotera tan
macha! Unos a puños, pero otros ya era a machete. Ahí vi a un
paez que peleaba y peleaba. Yo viendo de atrás, él se fue con un
machete y tan… le dio en la nuca a otro. No sé quién sería, otro
paez, pero le dio, y a lo que levantó el machete… ¡chorros de
sangre! Eso no más vi. No sé si murió. Entonces, del miedo, salí
corriendo y a Belisario le jalaba como si fuera mi papá, para que
nos fuéramos. Belisario me hizo caso y nos vinimos.
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [349]
Mi primera venta de café
[350] l a f u erz a d e l a g e n te
acostumbraba a comprar pezuña de novillo para el sancocho,
para el caldo de pezuña, que es muy rico, entonces yo hice lo mis-
mo: compré la pezuña para llevar para la casa en Aguablanca,
compré la gordana, compré cosas, pero… ¡ah! como vivía tan
harto moliendo en piedra, compré un molino. También compré
un reloj grande de campana, despertador, y unos cigarrillos or-
dinarios que en ese entonces se llamaban ‘pati alzado’. Yo com-
pré. ¡Parecía tanta plata de la venta de una arroba o dos arrobas
de café!
Pero compré también pensando en ir al otro día domingo a
Silvia. En el camino fui planeando, fui pensando: hoy vine a San-
tander, compré la máquina, compré el reloj, compré cigarrillos,
compré pezuñas, compré arroz para dejar para la casa en Agua-
blanca. Mañana me voy.
Me acuerdo que ese día llovióoo taaanto cuando subimos por
una loma que llama La Vetica, una loma dura para subir, fuerte.
¡Ah!, yo no llevaba caucho ni nada sino la mera ruanita. El ciga-
rrillo tooodo se desbarató. ¡Perdí los cigarrillos que me traje! Seis
paquetes de cigarrillos. Yo no sé para qué compré tantos.
Cuando llegué temprano, Belisario estaba contento. “Caram-
ba”, decía, “¡caramba, caramba!”. Contento. Ya le dije: “Mañana
me voy para Silvia, para que me ayude a arrancar la yuca, los plá-
tanos”. Me ayudó y también me ayudó a levantarme temprano.
Entonces para Silvia también llevé. Eso sí ya no iba monta-
do, sino que llevaba una maleta cargada para ir a pie todo el día.
Ya la yegüita la iba arriando por delante, y yo iba caminando.
Decidí irme a pie porque la yegua no podía. Hice una maleta
grande de yuca, de plátano, de sarazos, más la gordana y no sé
qué otras cosas que compré.
Ese día me fui muy contento porque me parecía que era un
triunfo ya tener máquina de moler maíz; ya no estaba jodiendo
piedra con piedra, de granito en granito tapando, sino que ya uno
llenaba en el pozuelo y molía rápido. Entonces uno hacía la sopa
de maíz rápido, molía el café, las masas las hacía rápido. Me fui
contento a avisarle a mi papá y a mi mamá, pero llevando comi-
da también. Ese era el primer viaje que yo hacía solo. Me arries-
gué yo solo. Belisario me levantó temprano —no sé si serían las
cuatro de la mañana—, y me acompañó hasta el río Mondomo,
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [351]
hasta la orillita, porque era consciente que yo le tenía miedo,
pavor, al río. Allí sí, aunque la yegua iba pesada, con carga, me
dijo: “Móntese en el anca para que pase al otro lado”. Yo monté
en el anca a la yegua, me agarré de los rejos y pasé. Él de la orillita
alumbraba con la linterna para el otro lado y cuando pasé nos
despedimos. Él se regresó para la casa y yo me fui.
Como madrugué, le di una buena parte parejo, dele dele dele,
y llegué tempranito; como a las tres de la tarde ya estuve en la
casa en Chimán. Temprano, me rindió. Yo iba solito. No paré en
ninguuuna parte. Con lo contento que iba avancé mucho. En la
casa todavía estaba la abuelita, mi mamá y todos. Como llegué
con una carga de comida, se pusieron contentos. ¡Desde allí em-
pezó a apreciarme tanto la abuelita Gertrudis! Me decía awelú
Lorenzo.
Fue mi primer viaje solo y entonces supe que yo podía ir y
traer, así que ya me envicié. Iba, venía, iba, venía, iba y venía.
Cuando llegaba con la carga, mi mamá se ponía contenta, la
abuela se ponía contenta, porque llegaba con comida. De ver que
yo llegaba con comida y se ponían contentas, yo también me
sentía contento de haber hecho algo. Entonces seguí haciendo ese
algo, seguí trayendo comida.
La abuela, mi mamá, los que estaban en la casa, siempre en
un altico asomaaaban a ver a qué horas venía uno. Porque uno
decía, me voy tal día para estar tanto tiempo, y tal día subo. En-
tonces ese día lo esperaban a uno. Así empecé…
[352] l a f u e rz a d e l a g en te
El sueño de un trapiche de bronce
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [353]
Entonces a mi papá le tocó moler en trapiche de palo; mi ma-
má también ayudó allí a meter la caña, a sacar el bagazo y a ter-
ciar la caña. En cierto momento a mi también me tocó, pero
poquito, porque eso fue en los primeros tiempos de nuestra es-
tadía en Mondomo.
Pero, como es una tierra donde se podía cultivar la caña,
cuando nos fuimos formando ya, con Pedro fuimos ampliando
el cultivo porque nos gustaba tanto la panela, que parecía muy
bueno tenerla. En Silvia siempre comprábamos de a panelita,
y una panela comprada era nada; se partía en cuatro pedazos
y no era sino para cuatro agüepanelas o cuatro tintos. Se acaba-
ba. Lo mismo era en Mondomo, ¡porque daba tanta sed! Uno
trabajando en tierra caliente, muchas veces se sentía deshidra-
tado… no había para tomar agua de panela. Uno iba y fiaba o
compraba y ¡esa panelita comprada no rendía nada! Entonces
parecía que era muy bueno tener la caña; por eso seguimos
sembrando.
Pero tuvimos el gran problema de no tener trapiche, un tra-
piche que pudiera rendir en la molienda. El trapiche de palo era
bueno, pero era un trabajo muy dispendioso, muy riesgoso, y no
rendía. A la misma caña hay que pasar como tres veces para po-
der sacar el jugo del guarapo, porque eso no ajusta como para
poder sacar el jugo, para poder exprimir suficientemente. Yo
miraba que, en cambio, otros vecinos ya tenían trapiche de hie-
rro, de bronce lo llamaban, y en ese se mete una caña, la bestia
lo va volteando, gira, y la caña pasa escurrida de una. No se ne-
cesita repetir, no se necesita repasar; se aprietan las tuercas y de
una vez sale el bagazo ya sin jugo. Eso parecía que rendía mu-
cho para moler la caña.
Entonces, como habíamos ido ampliando la caña, pero no te-
níamos trapiche, la cosecha teníamos que darla al partir a un
vecino blanco. Y esas moliendas al partir a mi me disgustaban
muchísimo, porque uno fregarse desde la rocería, la sembrada,
las limpiezas, se jodía uno dos años —porque la caña demora
dos años en madurar—, y al final de la cosecha ¡tener que dar a
otro al partir! Y al partir quiere decir que tiene que partir mitad
y mitad; entonces quedaba un poquito ahí para el consumo de
la casa y de vender no quedaba nada.
[354] l a f u e rz a d e l a g e n te
A veces decidíamos vender el corte de caña. Al vender tam-
bién había que darle barato porque empezaban a hacer las cuen-
tas: que la gasolina, que la lámpara, que las bestias, que la cera,
que el melero, de todo hacían cuentas y le pagaban a uno bara-
to. De ninguna manera era rentable para uno: si daba al partido
no resultaba, si vendía, pues tampoco.
Yo sufría mucho pensando: “¿Cuándo tendremos un trapi-
che, pero un trapiche no de palo sino de bronce, para moler
nosotros?”. Yo pensaba siquiera moler un día en la semana para
dejar un poquito para la casa y otro poco para llevar al merca-
do, venderle y comprar otras cosas que hacían falta en la casa.
Pensaba siempre eso.
Mi papá me había asignado un lote de café viejo. Me dio ese
lote con la condición de que yo lo limpiara y siguiera agregando
nuevas matas. Y así lo hice. Él me ayudaba porque el lote era por
allá metido en un hueco donde había mucho mosco, mucho
zancudo, había culebra de esas bravas que llaman la X, y a mi solo
me daba miedo. Entonces no me dejaba ir ahí solo y me acom-
pañaba siempre. Pero ya teníamos café: él tenía y yo también.
Claro que el de él era más bastante. Tenía dos lotes: uno que lla-
maba Plan de la Casa, y el otro El Cachimbal. Uno era un rodetico
en el que había unos palos de cachimbo alrededor del cafetal, y
el otro era alrededor de la casa, donde estaba la cocina donde dor-
míamos. Tampoco era mucho, pero teníamos.
Yo recolecté mi café. No era mucho; como un bulto arrocero
de hoy, unas cuatro arrobas. Eso era la cosecha. Lo de mi papá
eran varios bultos. En todo caso había una porción con la que
podíamos hacer una platica. Entonces le dije a mi papá que éste
café que estamos recolectando, lo mío y lo suyo, destinémoslo a
comprar el trapiche. Yo decía: “No regalemos más la caña, no
demos ni al partido, ni vendamos. Cuando tengamos el trapiche,
molemos aquí”. Mi papá me aceptó. Que él asignaba el resto del
café y lo acumulábamos con lo mío para comprar el trapiche. Es-
tuve contento. Y vendimos el café. Juntamos lo mío con lo de él
para vender y traer la plata junta, para irnos un día a Santander.
Pero cuando vendimos el café, él tomó otra decisión con la
plata. Con lo de él y lo mío, pagó deuda tal vez a la Caja Agra-
ria o al banco, o deuda particular, no se. De toda la emoción que
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [355]
yo tenía laaargo tiempo, pensando y acumulando el café, me sentí
muy frustrado.
Le habíamos contado a Belisario. Como él era el que nos ayu-
daba a sembrar la caña, a limpiar y a todo, y él veía la caña allí ya
madura, y veía la necesidad del trapiche, y que era justo y bueno
comprarlo, y a él le gustaba y nos ofrecía el apoyo de trabajar,
entonces estaba contento. Pero cuando vio que el café fue reco-
gido, secado, vendido, pero se gastó la plata en otra cosa, y no
compró el trapiche, se fue por un buen tiempo. Después volvió
vuelta el páez.
Pero siempre seguíamos teniendo en la cabeza la idea del tra-
piche. Ya la caña no era solamente la de mi papá y lo mío, sino
que Pedro también había sembrado. Él estuvo un buen tiempo,
creo que con Bárbara y Faustina, solos en Mondomo. Porque
cambiábamos: un tiempo como que yo me radicaba en Mondo-
mo, y cuando me aburría, otra vez volvía a Chimán. Allá bus-
caba una tierra por allá bien lejos, conseguía gente que me ayu-
dara y solo hacía medias minguitas ahí, de cinco personas, de
siete personas, que me ayudaban a rozar. En ese trabajo me de-
moraba unos tres a cinco meses, o medio año. Rozaba, limpiaba,
quemaba y sembraba; me dedicaba un buen tiempo. Mientras
tanto eran los otros, Pedro, Bárbara, que estaban en Mondomo
solitos trabajando, y ellos también sembraron caña. Entonces ya
había caña, no solamente la mía y la de mi papá, sino que Pedro
también tenía la de él, sembrada por ellos.
Mucho tiempo después, por fin compramos el trapiche. Un
día sí mi papá compró una paila, con la venta del café. Vendió él
mismo, se fue a Mondomo, compró una paila de segundita, vie-
jita, una bieeen delgadita, bastante trabajada. Pero compró una
paila. Llegó como a las cinco de la tarde con esa paila cargada en
la yegua. Como eso era lo que esperaba, yo si que me contenté
cuando llegó la paila. No teníamos todavía el trapiche, pero sí
llevó una paila, que era lo básico. Era como la olla principal para
cocinar el guarapo. Me contenté muchísimo.
Pensando en el trapiche, después de haber hecho un buen tra-
bajo en Silvia, regresé a Mondomo con mi papá otra vez. Él pen-
saba que el trapiche y el horno en que metía la leña que co-
cinaba la panela había que hacerlos en ramada, bajo techo, para
[356] l a f u e rz a d e l a g e n te
protegerlos de la lluvia y del sol. Entonces me dediqué un buen
tiempo a recoger material para la ramada, a sacar madera, a sa-
car guadua, a recoger hoja de caña, que donde la misma caña es-
taba madura había mucha hoja que servía para el techo, para em-
pajar la casa. Luché luché luché hasta que recogí harta. La ramada
tenía que ser grandota, un espacio donde la bestia pudiera dar
la vuelta en contorno al trapiche; y tenía que haber otro espacio
por los lados para acumular los bagazos y protegerlos de la llu-
via, porque ese bagazo de la caña es el que sirve para el fuego del
fogón, de la hornilla. Entonces había que no botarla, sino con-
servarla ahí. También tenía que haber un espacio para la horni-
lla, y un espacio para el melero. Por eso se necesitaba una rama-
da grande y demoramos mucho tiempo en hacerla.
Como ya Pedro tenía una caña también, vendió una vaca que
tenía, para comprar el trapiche. Un día mi papá le rogó a un ami-
go que llamaba José Luis Mosquera, y fuimos a comprar el tra-
piche en Cali. Se trajo el trapiche y empezamos a moler la caña,
ya con Pedro.
Empezamos a producir, pero sin experiencia. Yo me imagi-
né que ahí era la salvación económica, que con la caña íbamos a
tener recursos, platica suficiente. Pero la ignorancia era tan gran-
de, la ingenuidad era tan grande… Empezamos a moler a mo-
ler a moler. ¡Molimos como un mes! Nos cansábamos mucho
moliendo porque había que madrugar a las dos, tres de la ma-
ñana, y estar hasta las nueve o diez de la noche ayudando, tra-
bajando. Terminamos esas primeras cuatro semanas mama’os.
Trabajamos mucho, pero plata no se veía. Nosotros no cono-
cíamos el comercio de la panela. Nosotros bien pendejos, acu-
mulamos la panela en una pieza húmeda y se nos dañó, se ne-
grió, crió lama… perdimos precio. Se vendió pero barata. De
tooodo un trabajo, empezamos a perder.
Hoy viéndolo bien, la panela es de sacarla semanalmente, irla
vendiendo al expendio rápido, o envolverla bien con un cincho
de plátano y tenerla en una pieza abrigada, cuidarla, proteger-
la para que la humedad no la acoja y le dañe el color. La salida
de la panela depende del color, y dicen que es buena cuando
en la misma panela uno raspa un fósforo y prende. Si no, dicen
que es de mala calidad; se vende para ciertas cosas como galle-
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [357]
tería, o para animales, pero para el consumo humano la panela
es complicada.
Como no sabíamos, éramos ingenuos, ahí empezamos a per-
der plata, empezamos a no hacer nada. Nos dio la satisfacción
de que comimos harta panela, tomamos harto guarapo, nos
untamos cachaza, nos enmugramos, pero no logramos hacer
nada de platica. Con la caña nadie se puso una camisa, con la
caña no se pagó deuda, con la caña no se hizo nada.
Las tierras tampoco fueron muy aptas para la caña; diría yo
como de una tercera clase. Produciéndola en tierras buenas, la
caña puede dar buena hasta cinco cortes, o ser eterna. Pero la
tierra que nosotros tuvimos en Mondomo no era tierra de caña.
Daba bueno el primer corte, pero ya el segundo mermaba mu-
chísimo, adelgazaba, ya no rendía; se fue acabando sola. Y si no
rinde la caña, no rinde la panela tampoco. Entonces nos desmo-
ralizamos un poco con la caña. Pero mi papá nos animaba a se-
guir trabajando.
Esa casa del trapiche, haaarto tiempo que gasté cargando hoja
de caña, sacándola del lote donde estaba la caña. Y un buen día
vino un huracán y me tumbó la ramada por allá patas arriba. Me
quedé otra vez con el plan sin casa. Entonces mi papá dijo: “Esto
no puede quedarse así. Ahora verá que vamos a construir de bas-
tiones de ladrillo y cemento con techo de teja”. ¡Se le metió en la
cabeza eso y yo ya estaba cansado con la caña! “Hay que seguir,
qué más se puede hacer”, decía. Compró ladrillo, cemento, a no-
sotros mismos nos hizo cargar, trajo dos mil tejas de Puerto Tejada,
buena teja, y esa es la ramada que hasta ahora está. Muchas veces
ha escapado de caerse y le he hecho algunos remiendos.
Pero no duramos mucho con ese trapiche. Ya como que fui-
mos dejando la caña un poco. Yo me aburrí muuucho con la
caña. Parecía que más era el trabajo que lo que se hacía. No ren-
día. Todo por no haber logrado manejar mejor el comercio de
la panela, quedamos aburridos, desilusionados con la caña. Yo
me quedé, pero Pedro dejó el trapiche botado y se fue.
Entonces ya se vino la idea de comprar tierra en Malvazá, ya
por el año 1963. Para eso mi papá decidió vender el trapiche de
Pedro. Además, recolectamos un café y cargas de una yuca muy
buena que teníamos junto a mi lote de café; se la vendimos a un
[358] l a f u e rz a d e l a g en te
señor que vivía en Turco y tenía ralladero, que llamaba Marco
Tulio Quintero. Una carga de yuca de catorce arrobas la vendía-
mos por treinta pesos. La tierra fue comprada, me parecía
muuucha plata, en $18.000. Yo no dejé vender la paila, y la con-
servamos hasta ahora. Después adquirimos otras pailas: prime-
ro una, después otra, y a lo último compré otra chiquita. Tenía-
mos tres, que aún conservo. Pero el trapiche sí lo acabamos.
Ya después Pedro se fue para Malvazá, Jacinta también, y yo
me fui quedando casi solo. Mi papá siempre bajaba, pero ya en-
tre Mondomo, Malvazá y Silvia no le daba tiempo para venirme
a ayudar con mucha frecuencia. Un día decidí acabar con la úl-
tima mata de caña, pensando que era mejor comprar panela. La
acabé.
Algunos de la región dicen que “la molienda es jodienda”. Pa-
ra los que saben manejar eso, es rentable, pero cuando uno no
sabe comercializar, llevar a tiempo, tener cliente a quién vender,
da pérdida. Nosotros perdimos: comimos, llevamos a Silvia, algo
se vendió a bajo precio, pero no nos llenó esa expectativa de con-
seguir plata para comprar tierrita y hacer cosas. Para eso no sir-
vió la caña. Ya me incliné un poco más por la yuca y el café, que
me daban alguna renta económica. Finalmente quedó como pro-
ducto básico el café y la finca como finca cafetera.
Pero más adelante —como la vida da tantas vueltas, uno se
aburre de una cosa un buen tiempo y vuelve otra vez— volví con
la joda. “¡Ah, esa panela comprada! ¿Yo bajar a comprar panela
en Mondomo? ¿Yo bajar a comprar panela en Santander, tenien-
do tierra?”. Pero tenía pereza de moler con bestia.
Porque eso sí que es cansón. Levantarse a las cuatro de la ma-
ñana a pegarle a una bestia, y uno atrás corra… ¡de arriero! Se
necesita alguien al pie del trapiche para que meta la caña, y otro
que arríe todo el día detrás de la bestia, ¡deeele juete! Eso nos
tocaba, unas veces a mi y otras a Pedro, o a veces buscaba otro
muchacho. Pero cuando no había quien, le tocaba a uno. Esa
caminata allí alrededor era como ir de Santander a Silvia; por eso
uno se sentía cansadísimo. Las bestias salían de ahí muriéndose;
por el cuadril tenían unas mataduras verracas las pobres, de car-
gar caña, de jalar el mallal. Nos acabamos nosotros, acabamos
las bestias y parecía que no sacamos mayores ganancias.
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [359]
Mucho tiempo después, ya por ahí como que algunos tenían
trapiche de motor. Entonces a mi como que me alumbró: “¡Ah,
eso sí que es bueno! Un motorcito, un trapichito, y no es sino
meter la caña”. Y me dije: “¿Algún día no compraré un trapiche
así pequeñito, pero de motor?”.
Porque como ya estaba muy acostumbrado a tomar agua de
panela suficiente, la panela comprada no dura nada. Me parecía
bueno moler y tener cualquier dos o tres arrobas acumuladas
encima del fogón, que eso en la candela no se daña. Así como el
maíz, que se conserva allí mucho, así es la panela. Si la trae uno
bien envuelta, con el cincho, con vástago de plátano, eso da ca-
lor, no se ahuma sino el cincho y, como está al interior, se man-
tiene fresquita. Y dije: “¡Ah! hay que volver a sembrar”. Enton-
ces volví a sembrar. La había acabado un buen tiempo y volví a
sembrar, ya en un lotecito de unas dos plazas de mejor tierra que
logré comprar.
Por esa época la Compañía de Empaques de Medellín esta-
ba vendiendo unos motorcitos de uso múltiple, con un descuento
para los fiqueros que les vendían a ellos. Yo producía fique, pero
lo vendía en pie, entonces yo no era cliente suyo. Pacho Trochez,
un mestizo de Tres Quebradas, era comerciante de fique, pero a
él no le compraban porque no era productor; entonces se valió
de mi para venderle el fique a la Compañía y yo aproveché esas
facturas de venta para comprar el motor a menor precio. Ya con
el motor, lo siguiente fue comprarle un trapiche usado, pero en
muy buen estado, a un vecino paez de Guaitalá. Con la venta de
una yegüita le pagué una parte y el resto me lo fió para pagárse-
lo con la venta de la panela. Y así fue como volví a tener panela
para el consumo de la casa, y también para la venta. En esta oca-
sión la tierrita era mejor, ya yo tenía más experiencia y me fue
mejor. Por eso la caña y la molienda se mantuvieron durante
muchos años más.
[360] l a f u e rz a d e l a g en t e
Y me envicié a montar en carro
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [361]
en la espalda de Aguablanca a Mondomo. Mi papá me decía:
“Hombre Lorenzo, usted no puede”. Y yo que sí, que sí puedo.
Terco. Mi papá me regaño: “Hombre no podés. Si va a llevar lle-
ve poquito, usted no puede salir con eso a Mondomo”. Que sí,
yo sí lo llevo. Hasta que le acomodé y lo llevé. Y carguéee hasta
una quebrada que se llama Aguasucia. Hasta allí vine muy bien,
hasta allí bajé, hasta ahí muy guapo. Allí empieza uno a subir,
bajar y volver a subir la loma. Y empecé a sudar, a sudar y a su-
dar; se me acabó la resistencia, se me acabó la fuerza. No pude,
me mamé. Quería llevar, pero no pude. Mi papá todo bravo. Yo
no se qué traía, pero el resto del camino tuvo él que cargar para
no botarlo. Y así salimos a la carretera. Llegamos con los pláta-
nos bien magullados, sudados, del sudor de la espalda de uno.
¡Cómo llegaría ese plátano!
Llegamos por Ambachico, por el monumento de Bolívar, en
ese camino de lo que hoy llaman La Fundación. Porque en
Chimán nos tenían jodidos. Ese camino frente a la casa donde
hoy vivimos en Silvia, por allí era la ruta recta para salir a la casa,
pero cuando cambiaron de dueños y partieron las haciendas
hubo un momento que nos quitaron la vía recta, y para ir a la
casa había que caminar por el cementerio, por una quebrada allí
por la Fundación, por toda la orilla del agua, y en tiempo de in-
vierno ¡habíiia unos barrizales tan tremendos! Era pavoroso sa-
lir por allá por esa vuelta; uno llegaba tarde, de noche, cansado,
y ¡tener que dar semejante vuelta! Pero ya no había camino rec-
to, no dejaban pasar.
Pero me envicié a andar en carro. Antes veía uno venir un ca-
rro y era un estorbo, pero cuando empecé a subir así era muy
bueno. Desde allí empecé a andar en carro. Llegaba uno muy rá-
pido a Piendamó, y de allí llegaba muy rápido a Silvia. Un ami-
go, Omar ‘cojo’, que tenía lo que en ese entonces llamaban berli-
na, un carrito pequeño, cuando había plata le pagábamos y
cuando no el hombre nos fiaba. Me acuerdo que el pasajito de
Silvia a Piendamó en ese entonces valía 60 centavos. Con 60 cen-
tavos uno bajaba a Piendamó; de Piendamó a Mondomo tal vez
otros 50-60 centavos. De alguna manera uno se hacía 1,20 para
la ida, otros 1,20 para la venida, y con eso parecía que uno esta-
ba a salvo. Entonces ya dejé de andar ese largo camino de dos
[362] l a f u erz a d e l a g e n te
jornadas, y así nos rindió más el tiempo, nos pusimos a trabajar
más, a hacer más cosas, nos ayudó para hacer los trabajos más
rápido.
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [363]
Soñando con una casita buena
[364] l a f u e rz a d e l a g en te
en lo seco, sin ir al río. La llamaban arena de peña. Entonces tra-
jo un poquito, hizo un repello para ensayar si la arena servía o
no, y la arena sirvió para la mezcla del cemento; se afinó bueno.
Él contento.
Tenía un amigo al que llamaban Manuel Mosquera, con
quien la iba muy bien, un mestizo que era carpintero-construc-
tor y vivía allí de vecino. Habló con él, le dijo que había encon-
trado esa mina de arena de peña y que quería inventar cómo ha-
cer bloques de cemento para construir la casa. Lo mandó a que
consiguiera madera para un par de teleras, y que él inventaba
para que fabricáramos los bloques. El carpintero elaboró el mar-
co para hacer los bloques de cemento.
Ahora seguía el problema de arrimar la arena. Él pensó que
había que economizar cemento y arena, y para eso, para que rin-
diera, nos puso a cargar piedra de la quebrada, para meter pie-
dras lo más grandes posible, en medio de la mezcla. Así, de un
saco de cemento sacábamos hasta treinta bloques. Fue muy di-
fícil, un trabajo muy duro para nosotros, cargar piedras y arena
en el hombro. La arena no era limpia, tenía lodo, entonces de la
peña cargábamos en la espalda bultos de arena, bajábamos has-
ta la quebrada para lavarla y, una vez lavada, otra vez salíamos al
alto cargando la arena mojada. Uno salía chorreando agua por
las piernas y así llegaba a la casa con esos bultos.
Una vez que llegamos, él fabricó los bloques; llenó esas gave-
tas con una mezcla de piedra, arena y cemento, dejó endurecer,
y a los dos días dio perfectamente un bloque. Estaba contentí-
simo porque había dado un gran resultado ese invento. Yo bra-
vo porque me puso a cargar esa arena, chorreando agua por to-
dos los lados, pero a la vez también contento porque inventó. Eso
nos tocó afrontarlo con Pedro, y Bárbara como asistente en la
comida. Ya Jacinta se había casado y se había ido.
Duramos muuucho tiempo sacando arena para hacer los mil
bloques con los que teníamos calculado hacer el cuadro de lo que
hoy es la casa en Mondomo. Yo no sé si algún día pasará algo,
pero es una casa muy fina. En el terremoto de 1994, que derrum-
bó muchas casas en Mondomo, a ésta sólo se le corrieron algu-
nas tejas. Como no sabíamos qué porcentaje había que mezclar
por carretada, cuánto era la carga que había que hacer de cemento
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [365]
a la arena, unos quedaron bien cargados de cemento, rucios de
lo fino. Por eso esos bloques quedaron muy finos; ese invento
resultó, efectivamente.
Primero mi papá trajo unos 20 sacos de cemento como para
experimentar. Contrató con Arcadio Betancur, que tenía mu-
las y podía transportarlos desde Mondomo. Esos 20 sacos nos
dieron para cargar arena y piedra un poco de tiempo. Fuimos
haciendo cuentas del número de bloques que necesitábamos.
¡Era muy difícil y muy costoso llegar a hacer mil bloques! Pa-
recía imposible. Pero mi papá insistía en que había que hacer-
le, nos empujaba. Y pooobres nosotros ahí, cargando piedra en
chacana, entre Pedro y yo en el hombro, y a espalda la arena.
Unas yegüitas casi las matamos cargando piedra y arena. Pero
¡por fin! Completamos los mil bloques que estaban calculados
y un poco más, para que al momento de ir armando no fuera a
faltar.
Completamos los bloques, pero nos faltaba la teja para el te-
cho, porque mi papá no quería hacer de ninguna otra cosa sino
de teja. Contratamos un camionero de Mondomo que llama
Gerardo Franco, y él nos trajo las dos mil tejas hasta El Turco.
Con dos mil tejas cubriríamos la casa. ¡Pero tampoco teníamos
bestias capaces de cargar desde El Turco hasta la casa! Entonces
volvió a contratar a Arcadio Betancur para eso. Y esa es la teja
con la que hasta hoy todavía esta techada la casa.
Mi papá quería una casa buena, él no quería cualquier casa.
Pero no había recursos. Él sabía de construcción de casitas de
bahareque, de estantillo: amarrar bahareque, techar con paja;
pero construir casa como la que quería no sabía, y no le gusta-
ba. Entonces tocó buscar un obrero. El obrero que vino, un Ra-
fael Cifuentes, se enfermó; comenzó y no pudo terminar. Tocó
buscar otro que se llamaba Manuel Mosquera. Ambos están
muertos. Nosotros comida producíamos. Papa y ullucos llevá-
bamos de Silvia, y yuca y plátanos había en la finca de Mondo-
mo. Eso era lo que cocinábamos para nosotros. Pero a un obre-
ro mestizo, quién sabe si le gustaba esa comida. En todo caso él
fue decente, nunca dijo nada, no tuvo escrúpulos, y comió lo que
nosotros cocinábamos. Como que la construcción nos la hizo por
$150. Le pagamos, quedamos agradecidos.
[366] l a f u e rz a de l a g en te
Ya por fin se techó. Nos faltaban las puertas, las ventanas. ¡Ah,
es que para construir esa casa en ese entonces, sí que era costo-
so! Como nosotros éramos tan pobres, tan arrancados, llevados
del diablo, nadie creía que fuéramos capaces de hacer la casa.
Mucha gente como que se burlaba y decían: “¡Esos cuándo ha-
cen casa!”. Era toda una noticia, una novedad, hacer casa noso-
tros. Pero ya teníamos el bloque, ya llegó la teja, entonces a con-
seguir la madera. Como la finca estaba recién incendiada, no
teníamos madera; había que conseguirla con los vecinos. Allí
había gente que tenía madera y nos colaboró: nos vendieron o
nos dieron a cambio de guadua, hasta que por fin la juntamos
también. ¡Nos faltaba para las puntillas!
Estando las paredes, estando el techo, con las puertas ya
podíamos meternos ahí. Porque nosotros vivíamos en una casa
entre el cafetal, que llovía por abajo, y se sabía que vivía gente
porque se levantaba el humo; pero casa no se veía. Por eso te-
níamos un afán por salir en esa casa nueva… ¡Ah! ¡El día que
techamos fue un triunfo, la felicidad! ¡Por fin! La tejita alcan-
zó ras con ras.
Mi papá contrató ocho obras con un carpintero que llama-
ba Laurencio León: seis puertas y dos ventanas, las principales.
Con eso ya podía cerrar la casa. Cada obra costaba $50. Enton-
ces las ocho obras costaban $400. Y ahora nosotros para hacer
$400… ¡de dóoonde diablos! Parecía muuucha cantidad de plata.
Una única vaca que teníamos en compañía con Pedro, esa la
vendimos y pagamos la teja. El transporte lo pagaría mi papá de
alguna manera.
Para las puertas vendí fue cebolla. Yo tenía una cebolla y unos
ajos por allá en Chimán arriiiba, en una tierrita que siempre nos
daba buena cebolla, donde mi mamá todo el tiempo trabajaba.
Mientras nosotros estábamos en esas, mi mamá se quedaba en
Silvia, cuidándonos la cebolla, haciendo cosas. Abajo nos defen-
dimos solos cocinando, lavando y trabajando, porque mi mamá
un buen tiempo dejó de ir a Mondomo. Entonces ella mantuvo
la cebolla que teníamos allá en la tierrita que llamábamos pastu-
tarau, y me ayudaba para arrancarla. Yo no sé cuáaantos viajes
de cebolla hicimos, pero por fin fuimos pagando, fuimos pagan-
do y sí pagamos los $400. Llevamos las puertas. Cuando llega-
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [367]
mos busqué a un vecino que se llamaba Jacinto, que él entendía
de eso, y nos colocó las puertas y las ventanas.
Nos faltaba lo que llama el embovedado, el tumbado de la ca-
sa. ¡Ah! pero ese sí, estábamos tan aburridos en la casa de abajo
que, sin embovedado, sin pisos ni nada, sólo con el techo y las
puertas, ¡ah! nos pasamos. Un día con Pedro y Bárbara decidimos
subir. Subimos los trastes, las cosas, y ¡qué frío! En ese alto… era
un cambio: había buena vista, uno alcanzaba a mirar por alláaa
al vecino, leeejos… se veía un panorama, pero era destapado. Te-
nía techo, sí, y puertas, pero lo demás era destapado y hacía frío.
Mientras buscábamos como echar barro y tumbado, pues… vi-
vimos ahí.
Después mi papá buscó quien echara el barro a la casa: un
Rómulo Díaz, un obrero que sabía muy bien de barro, él se com-
prometió y lo hizo. Hasta hoy se conserva la casa. Él aseguró bien,
con puntilla, con un bejuco que llama ‘sorondé’, que nos man-
daba a buscar y nosotros ni conocíamos, ni había en la finca. Él
lo había visto en tierras de otro y dijo: “Allá consiga como sea,
compre o robe o cualquier cosa, pero traiga”. Nosotros lo conse-
guimos y con eso trabajó bien. Después venía el embute, después
el aliso, después el pañete. ¡Tanta cosa!
La construcción de la casa —que hoy en día, viéndolo bien,
cualquiera lo hace, que no es sino pensar y buscar el modo y
hacerla— en ese entonces para nosotros fue muy difícil, ¡qué
difícil! Pero tener una casa que no llueve, tener una casa en la que
no pasa el agua, parecía que era una gran riqueza. Porque cuan-
do amanecía lloviendo, que llovía afuera y adentro, era muy tris-
te. Por eso, cuando construimos la casa, fue para nosotros un
gran triunfo. Nos sentíamos satisfechos de que íbamos avanzan-
do, íbamos haciendo cosas.
[368] l a f u e rz a d e l a g en te
debajo de los árboles, esas germinaban, levantaban y crecían, y
de esas sacábamos. Pero ya mi papá inventó una práctica, una
técnica de no arrancar ‘a escoba’, sino sacar con un pilón de tie-
rra cuadrado como una panela. Picaba los cuatro extremos, sa-
caba el espedón, y lo llevaba a mano. Luego hacía un hueco de
buen tamaño, echaba basura y hojarasca del mismo café, de
guamo, de cosas, la clavaba y, como la mata iba con un pilón de
tierra, tenía raíz, eso prendía fácil. Así fuimos sembrando, sin tra-
zo ni nada, sino al ojo.
Poco a poco mi papá se fue haciendo amigo de gerentes del
banco. Un buen día alguien le dijo: “Hombre, su finca es una fin-
ca cafetera. A usted le pueden ayudar a terminar la casa. Ud. ya
tiene parada la casa, le falta arreglo de pisos, de pintura y, como
es finca cafetera, se pueden hacer beneficiaderos de café para que
no estén esclavizados cargando agua, o llevando el café a lavar
en la quebrada”. Recuerdo a Jesús María Sarria, un amigo de él.
Tenía una voz grandota, hablaba bueno. Un día llegó a visitar allá,
a conocer, y después lo llevó a la Federación de Cafeteros. Dijo
que él era amigo de los de la Federación y que le ayudaba para
que le ayudaran. Y se dio eso efectivamente.
Nosotros pobres, no teníamos nada que brindar a estos seño-
rones que llegaban allí. Nos daba pena brindar un sancocho co-
mo los que preparábamos nosotros, de yuca, plátano, y a veces
fríjol, entonces no ofrecíamos sino un tinto y, si había huevito,
sancochábamos unos huevos y ofrecíamos eso. No había más. No
teníamos ni mesa, ni asientos a donde decir siéntense. Así que
los sentábamos encima de unos palos. Pero así llegó este Jesús
María Sarria y nos visitó.
Después vino a mirar un Mario Polo García, empleado de la
Federación de Cafeteros. Me recuerdo tanto que a mi papá le pre-
guntaba cuántas arrobas de café cogía, cuántos árboles de café
eran. Jesús María Sarria se le había anticipado en decirle: “Si usted
coge veinte arrobas, dígale que coge cuarenta, si usted coge cua-
renta, dígale que coge ochenta. Ínflelo para que le ayuden. No
diga bajito. Si usted dice bajito, dicen que no produce nada y no
le ayudan. Hay que inflar”. Eso ya fue como en 1960. Este señor
Mario nos ayudó a planificar los costos de la terminación de la
casa. Nosotros habíamos hecho solamente el cuadro, dos piezas,
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [369]
la sala y la cocinita ahí pegada, de bahareque. Dijo que eso de
bahareque no, que había que meterle ladrillo y cemento. Él am-
plió y presupuestó.
En ese entonces había en la Federación de Cafeteros una rega-
lía, no en plata sino en construcción, y gracias a Jesús María
Sarria, que era amigo de esta gente, lo descubrió. Mi papá hizo
un aporte, porque no todo fue en regalía. Primero, la casa esta-
ba en parte ya construida, y segundo, se comprometió a poner
todo el material allí.
Y lo mejor que pudo hacer la Federación fue que nos puso
el acueducto. Porque el agua la tenía que traer uno de un pozo
de barro abajo, o sino de la quebrada, que eso sí que es cansón.
Yo no sabía qué era, pero los técnicos decían que había que po-
ner el agua a gravedad. Y esa gravedad es la que ponen cogiendo
una vertiente en la parte alta y por el mismo peso del agua la
hacen llegar sin poner aparatos, ni arietes, ni motobombas. En-
tonces, con todo eso se nos mejoró la finca.
Nunca pensamos que íbamos a pintar la casa, ¡porque de
dónde! Y con esta ayuda se pintó la casa, nos echaron baldosa,
en parte cemento, nos hicieron el beneficiadero de café, de lavar
café, una casita, un patio para regar café. Todo ese material nos
tocó traerlo. Pero como ya tuvimos algunas bestiecitas, cargamos
parte de Mondomo, parte del Turco y otra parte de Tres Que-
bradas. Y la Federación misma mandó un obrero que se llamaba
Manuel Sánchez, un paisa, para que construyera.
Pero el presupuesto lo hicieron muy bajito y no alcanzó la
plata para terminar la casa. La Federación de Cafeteros decía:
“La casa no puede quedar inconclusa; hay que terminarla”.
¡Cómo iba a entregar una casa sin terminar la Federación! Pero
para terminarla no había la plata. Yo recuerdo que en la puer-
ta de la sala de la casa faltó un metro de baldosa, y ellos decían
que si fuera allá en una esquina echarían cemento, pero en la
entrada…
Tampoco alcanzaba la plata para el obrero que estaba cons-
truyendo. ¡Nosotros de dónde plata para pagarle! No teníamos
para comer, mucho menos para pagar un obrero. No era en tiem-
po de cosecha de café ni nada, fue en agosto o septiembre, que
es mal tiempo. La Federación decía: “Hombre, ustedes hagan al-
[370] l a f u e rz a de l a g en te
guna cosa, hagan alguna platica y paguen al obrero”. Y nosotros
no tuvimos nada.
Ahí salió perdiendo plata el obrero, pues había que terminar
porque era una obra oficial, y él tenía un contrato firmado. No-
sotros luchando, le dábamos la comida porque eso era un com-
promiso que le diéramos la comida y la dormida. Eso sí lo es-
tábamos haciendo. Por fin, así, el obrero perdiendo plata y la
Federación allá rebuscando, nos taparon ese hueco en la puerta
y pintó; el obrero siempre echó el blanquimento, bien delgadito
para que rindiera, y a ras alcanzó.
Y un día de 1961, diecisiete años después de comprada la
finquita, fue la inauguración de la casa. Vinieron y entregaron,
sin fiesta ni nada, pero contentos quedamos. Fue un trabajo de
toda una vida, desde niños, desde muchachos. Pero por fin ter-
minamos la casa.
Como mi papá era muy devoto a los santos, él decía que
como era un alto ahí, caía mucho rayo, y entonces que la finca
había que llamarla Santa Bárbara, que a la casa había que ponerle
un letrero que dijera Santa Bárbara, porque esa santa era la
abogada de las tempestades, de los rayos. Entonces buscó al mis-
mo obrero para que escribiera Santa Bárbara, y así la finca que-
dó con ese nombre; antes la llamaban Potrerito.
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [371]
¡Y casi perdemos las tierras!
129
No está claro cuál era el problema, pues existe una tradición respaldada por
escrituras públicas, que se remonta a un José Domingo Paz, cuyo heredero
Nemesio Paz aparece vendiendo en 1916 a una Celia Zúñiga de Valencia.
[372] l a f u e rz a d e l a g en te
Pero había otros, del otro lado, que sin argumentos jurídi-
cos, también querían quitarnos tierra. Hay una curva de la que-
brada de Aguablanca donde se forma como una islita. Esa islita
decía que era del otro lado y vino un día, pasó para este lado y
cercó. Puso muy buen cerco de caña brava, que mi papá decía
que daba lástima trozar esa caña. Cuando el vecino hizo eso, mi
papá consultó con otro vecino que era adversario político del pri-
mero; lo trajo, le mostró, y el amigo dijo: “Ustedes no tienen más
nada que hacer. Como esto es suyo, truece el cerco, échele ma-
chete”. Y mi papá le echó machete, todo lo tumbó al suelo, reco-
gió la caña y la amontonó en un solo sitio. El vecino que quería
quitarnos, ya vio que no podía y se quedó callado.
Pero siempre hubo problemas hasta los años sesenta. Han
querido quitarnos tierras por todos los lados, a la redonda. Lo
último que quisieron quitarnos fue una colita de la finca que que-
da en la parte de arriba. Un vecino, Abel Otero, quiso quitárnosla.
Mi papá peleó. Dijo: “Aquí no nos dejamos quitar. Ya van tres ve-
ces que me han hecho intento. Primero a quitarlo todo, después
una gambita de tierra por ahí y ahora la cola que tiene como unas
tres hectáreas, que siempre es grande. Eso no dejo quitar”. El ve-
cino, para poder ganar, rozó todo y amenazó con demandar. Mi
papá le dijo que demandara. En ese entonces ya Cruz estaba es-
tudiando para ingeniero agrónomo y él amenazó con Cruz.
Decía: “Yo tengo un hijo que está estudiando abogacía”. Que él
no gastaba plata en abogados, que demandara y él contestaba la
demanda. Pero nunca demandó. Ya comprobó, miró las escritu-
ras, el otro también ya quedó arreglado en paz, admitió que él
se había equivocado y pidió perdón.
Fue siempre una pelea permanente. Primero a quitarlo todo,
después un lote, después otro, pero él siempre peleó. A nosotros
siempre nos querían sacar, por las buenas o por las malas. Yo me
acuerdo que había un vecino que todo el tiempo decía: “Vénda-
me, véndame la tierra, véndame la colita esa de arriba, véndame
ese pedazo para una manga, para tener el burro allá”. Mi papá
decía que a veces sentía mucha necesidad y quería vender, pero
que “si vendo un pedazo, pues me comprarán de libra en libra y
por fin me comprarán todo. Si vendo un pedazo, ese blanco me
estará pasando por aquí estorbando mi casa, mi camino”. Muchas
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [373]
veces tenía necesidad de plata, pero pensaba eso y no vendía. Y cada
vez que hablaba, yo lloraba: “¡Cómo va a vender!”. Una vez ya casi
la tenía vendida, que dizque en $2000. Él hacía cuentas que si le
había costado $450 estaba ganando como $1.550. Y decía que eso
era harta plata, que con eso compraría no se qué cosas. Pero el
cliente que compraba no le daba en efectivo, sino en mulas. Afor-
tunadamente eso no le gustaba a mi papá, y no vendió. Muuuchas
veces le resultó compra y quería vender. Y cada vez, yo: “No ven-
da, no venda”, y siempre me hacía caso. No vendió.
Ya muy recientemente, tal vez en 1965, había rumores de que
iban a abrir carretera por ahí. No había ni recursos ni nada, pe-
ro había intentos. Llegó un momento de una campaña política,
y algún politiquero de la región mandó un topógrafo a trazar.
El topógrafo llegó y trazó bien. La finca de nosotros no la tocó,
pasó por el pie y allí buscó la pendiente. Pero con los vecinos,
¡qué problemas! Un vecino, solamente de mala fe, nos quiso
meter la carretera para dañar una cafetera que teníamos.
En ese entonces no había café caturra. No sé en qué año se-
ría que llegó; apareció de pronto en la región. Como a mi me gus-
taba tanto el café caturra, fui a conseguir semilla donde un ami-
go, Julio Zúñiga, y él me llevó a su cafetal a cogerlo; fui cogiendo
el café y también fui buscando las chapolitas… ¡contento! Sem-
bramos, ampliamos el café, teníamos buena cafetera. Ese era el
cafetal que nos querían dañar. Pero como mi papá ya era amigo
del de la Federación de Cafeteros y era cliente del Banco Cafe-
tero, se valió de un gerente del Banco para que la carretera no la
echaran por la finca nuestra, y menos por el café. Yo acompañé
a mi papá, me acuerdo tanto, y el gerente fue y habló con el in-
geniero para que buscara el menor perjuicio. Pero no era sino
politiquería, no había nada, ni plata, ni máquina, ni nada; eso se
quedó en pelotera y la carretera se apagó por mucho tiempo.
Todo era un afán de dañarnos, de sacarnos, de aburrirnos, de ha-
cernos vender.
Mi papá todo el tiempo peleaba. Peleaba, pero con los mismos
tipos siempre andaba junto. Yo no sé por qué. Hasta que ya ellos
se cansaron, ya vieron que nosotros nunca íbamos a vender la tie-
rra. Por último ya los que nos molestaban no volvieron a hacerlo,
ya quedaron muy respetuosos con nosotros todo el tiempo.
[374] l a f u e rz a d e l a g en te
a b r i é n d o n o s c a m i n o e n m o n d o mo [375]
9
Las luchas
de los
últimos
terrajeros
[378] l a f u e rz a d e l a g en te
130
Los que encabezaron la pelea eran mis abuelos . Mi
papá decía siempre que hubiera sido mejor, en vez de
gastar peleando, comprar aquí tierras. Los otros no
apoyaron así con mayor fuerza… Los de allá eran
Tunubalases, Hurtados y Muelas también. Eso era por allí
lo que hoy es Santiago, donde hubo ganado bravo.
130
Luciano y Carlos Muelas a principios del siglo 20.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [379]
cuanta cosa. Yo no alcanzaba a interpretar qué era lo que
pasaba en el fondo, si pensaban que viniendo la gente del
Chimán iban a dominar a ellos. Yo he estado pensando
que como ellos no salen, no se mueven, no conocen, por eso
creo que son así. Pienso yo.
[380] l a f u e rz a de l a g en t e
Las últimas épocas de la terrajería
en E l Chimán:
Pacho Morales y Aurelio Mosquera
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [381]
bien conocido en la zona pues desde hacía mucho tiempo su
familia poseía tierras contiguas a El Chimán, y desde 1922 él
mismo era dueño de parte de La Clara, predio en la antigua ha-
cienda Ambaló, el cual adquirió, junto con otros familiares, por
sucesión de José Rafael Mosquera. Poco a poco Aurelio fue ad-
quiriendo los derechos de sus familiares, hasta que en 1942 ya era
el único propietario131.
Entonces, con la noticia de la compra a Mario Córdoba,
como que la gente esperaba un poco un cambio; yo oí a mi papá
como contento, venían hablando que esperaban un cambio favo-
rable. Por lo menos que dejara cultivar. Y cierto, compraron. Y
de tal lindero para arriba ya los indígenas no eran terrajeros de
Mario Córdoba, sino de Pacho Morales y Aurelio Mosquera. Vino
otra gente.
Ya en 1950 Córdoba había vendido parte de El Chimán a Au-
relio, en cabeza de su esposa, y a Pacho (Alsalcia)132; en 1954 Juan
Van-Arken, quien le había comprado la mitad de El Chimán a
Mario Córdoba en 1949, también le vendió a Aurelio y a Pacho;
en 1961 Córdoba le vendió lo que le quedaba (La Esmeralda,
Alaska, Los Alpes, Rancho Grande) a la esposa de Pacho. Y de
esta manera, Aurelio y Pacho fueron quedando como los gran-
des terratenientes de El Chimán, que para entonces, como sabe-
mos, ya no incluía ni San Fernando, ni Las Mercedes.
Pero la situación no cambió para beneficio de los indígenas.
Como recuerda Luis:
El que vino a quitar toda esas faldas fue don Aurelio Mosquera,
cuando ya no era el cabo Cruz sino Ventura Riascos. Ese fue el que
vino ya a quitar hasta encima de las peñas, hasta donde podía su-
bir una vaca pues. Todavía había harto terrazguero, mucha gente.
Yo se eso porque yo ayudé a trabajar a papá Juan.
131
Certificado 81-103 de 1981, Registraduría de Silvia.
132
Escritura 2883 de 1950, Notaría 1ª de Cali; Escritura 182 de 1950, Notaría de
Silvia.
[382] l a f u e rz a d e l a g en te
cuando entraron Pacho y Aurelio había mucho rastrojo. Enton-
ces ellos llegaron con la estrategia de usar a los terrajeros para
limpiar, para hacer pastos. Como la gente estaba necesitada, te-
nían hambre y querían trabajar, los usaron. Les dieron algunas
porciones de tierra, como a nosotros, que a mi papá le dieron
un pedazo que era de nosotros mismos, que nos lo había quita-
do Mario, y ahí estaba en rastrojo.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [383]
Pero los cultivos no son permanentes, demoran en produ-
cir, y además ya ni semilla teníamos. Así que, a rebuscar los
cogollitos de arracacha, de coles. ¡No se de dónde se sacó! El maíz
no se de dónde salió. Lo cierto es que llegó un momento, mientras
producía lo que cultivábamos, que quedamos ¡sin nada! Ya no
teníamos el jornal, no teníamos cultivos tampoco; era empezar
de nuevo. En ese momento la situación fue muy crítica para
nosotros; esos cambios bruscos que se dieron nos causaron
mucho daño.
La situación llegó a tal extremo que hasta en carroñeros nos
convertimos. Como no había comida, la gente quería consumir
el ganado que se moría en la hacienda. Pero tampoco nos deja-
ban; estaba prohibido. A los indígenas mismos les hacían abrir
huecos profundos para meter los animales muertos y echaban
específico o veneno para que no los sacaran durante la noche.
Otras veces no los enterraban, sino que les dejaban allí para los
perros y los gallinazos. Pero éstos no consumían todo; comían
la carne, pero las pezuñas quedaban. Entonces, recuerdo una vez
que mi tía Antonia, hermana de mi papá, recogió las pezuñas de
una vaca muerta, todas pisadas de los perros, de los gallinazos, y
las trajo para ponerlas en la olla común. Hizo un caldito con eso
para comernos entre todos. Eso no me lo contó nadie, sino que
yo vi y a mi también me repartió ese alimento. Comimos.
Sin embargo, a pesar de las circunstancias tan adversas, to-
dos luchamos para sobrevivir. En esa época Pedro tendría unos
15 años y aunque era tan joven recuerda como:
[384] l a f u e rz a d e l a g e n te
coles en Malvazá, donde el finado taita Pascual Morales. El cogo-
llo sembramos y las hojas comimos. Buscábamos semilla de arra-
cacha, mauja. ¡Dónde no más estaríamos buscando! Hablando
ahora, es increíble. ¡Quién va a creer el cuento!
Así era lo que buscábamos y sembramos. Ya habiendo tierra
podíamos comer algo. Ya hubo ulluco, maíz. ¡Cuánto hará! Así es
que vivíamos de trabajoso.
Esos lotes que nos fue dando Aurelio los tuvimos más de dos
cosechas. Nosotros seguimos cultivando, seguimos cultivando,
hasta que por fin dijo: “Ya no más, ya no más”. Y cuando dijo no
más, abrieron ellos mismos. Entonces nos tocó ir quién sabe a
dónde a cultivar por lotecitos, por pedacitos. Pedro comentaba:
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [385]
trabajaba para el terrateniente, le quedaban tres semanas; después
de que compró la finca en Mondomo, dos semanas bajaba allá,
y sólo le quedaba una semana para todo lo demás. Cuatro sema-
nas se pasaban volando y no alcanzaba a descontar el terraje.
Cada año quedaba colgado 10 días, ¡unas veces hasta 15 jornales!
De los tres meses que tenía que pagar como terraje cada año que-
daba debiendo y entonces era acosado, que usted esta debiendo
tantos jornales.
Esa semana del terraje era un martirio. Nadie quería salir,
pero había que hacerlo. Cinco días de trabajo gratis para una
familia de escasos recursos es muy complicado; sin tierras, ni
cultivos, ni animales, y todavía tener que regalar cinco días de
esfuerzo de trabajo para satisfacer al terrateniente, solamente
para no ser expulsado a la calle, era demasiada injusticia. Pero
para no sufrir esta consecuencia, el terraje había que pagarlo sin
pensar dos veces.
Por eso a mí me llevaba allá, ya tendría yo 15 años, para que
ayudara a descontar el terraje, para mermar jornales. Él iba y
negociaba, hablaba: “Estoy colgado, estoy alcanzado, traigo aquí
para que me ayuden a descontar el terraje”. En el negocio, a mi
papá le decían: “Pues aceptamos que trabajen cuatro días para
hacerle cuenta dos”.
Mi papá alegaba, decía que los muchachos trabajan. Y el blan-
co decía: “No, es que el muchacho, comer sí come igual con los
grandes, pero trabajar no trabaja igual”. Eso me daba a mi mu-
cha ira, me daba rabia, y pensaba: “¿Acaso me están dando de
comer ellos? Yo mismo tengo que trabajar para comer y ¿por qué
ellos me tienen que decir que comer sí como igual con los gran-
des y trabajar no trabajo igual con los grandes? Y por eso tengo
que trabajar cuatro días para que solamente pasen lista dos”. Yo
sentía que me robaba dos días. Pero como no había nada que
hacer, así regalaba mi trabajo.
Porque mi papá hacía más con mis cuatro días trabajando
juntos, así no los contaran completos. Mermaba dos días y para
él era siempre mejor, ayudaba. Pero yo ya notaba claramente lo
que me estaban haciendo. Respetaba a mi papá y le ayudaba, pero
al blanco no, porque sentía que me estaba robando.
Un tiempito después, yo ya tenía mis 16 años y tenía que pagar
[386] l a f u e rz a d e l a g en te
terraje, no ya para ayudar a mi papá, sino de cuenta mía, porque
estaba en la hacienda de ellos y vivía allí. Yo y mi papá reclama-
mos para no pagar ese terraje y así fue pasando el tiempo. Pero
cuando tuve mis 18 años se me vino la definición del servicio mi-
litar obligatorio y la cédula de ciudadanía, así que ya no tuve
escapatoria; ya fui mayor de edad y me tocó pagar terraje sin
dilación. Se abre una nueva lista y un nuevo terrajero.
Hasta entonces yo había sido terrajero por ser hijo de terra-
jero, pero en ese momento ya me sacaron por mi cuenta. Me tocó
pagar terraje con ambos, con Pacho y con Aurelio. El tiempo de
trabajo era de cinco días en el mes. Los jóvenes empezaban con
dos días e iban subiendo gradualmente, hasta los cinco días cuan-
do ya eran adultos. La comida siempre era por cuenta de uno.
Estas cosas así, yo alcancé a conocer y a vivir.
En ese entonces ellos no sembraban, era todo ganadería. En
la época de Mario sí sembraban, pero de eso ya había pasado mu-
cho tiempo. Entonces me tocó en la ganadería. No me tocó ni
ordeñar, ni andar de vaquero, ni nada de eso, sino en la limpieza
de potreros, cargando postes; cuando había para cercos largos,
grandes, unos cortaban madera, postes, y otros cargaban. A esas
cosas así. Descontando terraje.
Yo era perfectamente claro sobre lo difícil que era ser terraje-
ro. El día y la semana de terraje, yo en mis adentros murmuraba
y me sentía rebelde y angustiado ante esta nueva realidad, pen-
sando siempre en las jornadas de trabajo, en lo duro, en el mal-
trato que recibía el terrajero, y en que no había esperanza de nada
para uno. Sentía una vida trágica, sin saber hasta cuándo esto
sería así. Lo primero que se me ocurrió pensar fue que, como a
mis abuelos y a mis padres, esto podría ser por toda la vida. Mi
más grande preocupación era con qué íbamos a vivir, si no nos
dejaban trabajar, cultivar la tierra, ni tener animales de pastoreo,
ni cuyes dentro de nuestras casitas.
Aburriendo a la gente
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [387]
A mi me tocó con taita Antonio Hurtado como capitán. Él se
fue para Inzá; no se si habrá muerto o no, debe vivir allá. En ese
entonces a mi no me tocaba sino dos días. Cuando compró Aurelio
ya me obligó a trabajar cinco días. Y todavía yo insistí y no pagué
sino cuatro días.
Cuando entré a descontar esos cuatro días de terraje hubo
mucha presión a mi suegra, mama Dionisia, para hacer trabajar
terraje a cuenta de ella. Quisieron hacerla trabajar de cuenta de ella.
Entonces yo tuve que asumir a trabajar cinco días porque cómo
iban a sacarla a ella, a una vieja, que no es capaz de descontar
terraje. Entonces trabajé un día más para protegerla. Desde enton-
ces quedé pagando cinco días. Yo tuve que defender a mi mama
suegra. Eso fue hasta que salimos ya del terraje.
[388] l a f u e rz a d e l a g en te
gente se fue aburriendo y anochecían pero no amanecían. Por
eso, cuando las recuperaciones, había muy poquita gente para
luchar.
Muchos se fueron. Como Esteban Morales, que pagó terraje
todo el tiempo con Aurelio y después se fue. Como Manuel Ca-
lambás y el hijo Cruz Calambás, que les dio tanta ira, que Cruz
yo creo que lo maldice hasta ahora y seguirá haciéndolo, pues
habían sembrado una papa en Kuruschakketa y Ventura Riascos,
por orden de Aurelio, una noche rompió el cerco y metió gana-
do, y al otro día no encontraron sino el tierrero. Entonces dijo:
“No, esto… yo me voy. Me voy, me voy”. Y esa semana se fue. No
volteó a ver nada más; ni su casa, ni su cultivo, sino que ¡se fue!
Después se fueron los Trino Morales, cuñado de mi papá, y tam-
bién la esposa María Antonia Hurtado y los hijos, ya para
Malvazá. Juan Calambás Sánchez también terminó en Morales,
donde compró una tierrita vendiendo los animalitos que tenían,
y recogiendo cebolla:
133
Ver La Empresa y El Coscorrón, p. 439.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [389]
Como allá arriba yo sufría tanto, tenía esta tierra acá, vine pen-
sando de presto, pero cuando bajé acá como que para arriba otra
vez no me dio ganas de ir. Me quedé y me quedé y hasta ahora estoy
aquí […] Detrás de mí bajó mi yerno Alonso también y ellos tam-
bién se quedaron. Para mi fue mejor. Yo para arriba ya ni pienso.
Y hasta ahora estoy aquí pasando.
Acá siempre es bueno porque da el cafecito, maicito, la yuca,
el fríjol. Eso me pareció bueno. Después ya bajó el hijo Francisco
también y ahora están por aquí. A veces se ponen a pensar los tra-
bajos que hay que hacer arriba, pero yo digo que no piensen arri-
ba. Y aquí están, no se han ido.
[390] l a f u erz a de l a g en te
del Gran Chimán y estaban peleando. Entonces pensé solidari-
zarme con ellos y con otras gentes que estaban allí, que todavía
batallaban por defender sus derechos. Me parecía que YO que-
darme por fuera, sin aportarles nada, era injusto. Por eso vine a
solidarizarme con ellos, a compartir con ellos, no solamente en
las charlas, no solamente en las reuniones, sino que también me
dediqué a ir junto con ellos a trabajar134.
Analizando hoy en día esta situación, uno piensa que si ni
trabajando con juicio para uno alcanza para vivir, los terrajeros
cómo y con qué podríamos haber subsistido, regalando el es-
fuerzo de nuestro trabajo a otros, y además pagando sanciones
cuando nos agarraban un animalito en los potreros al borde de
nuestras casitas.
Agoniza la terrajería
y surgen las primeras luchas de esa época
134
A picar la tierra para recuperarla.
135
En 1963 Aurelio Mosquera formó legalmente una Fundación para traspasar
las tierras y otros bienes que iba a ceder o vender a los terrajeros, de la cual él era
presidente. Fue a través de esa Fundación que hizo todos los movimientos de tie-
rras y demás.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [391]
Mientras tanto ya habían partido la tierra, y también divi-
dieron a la gente. Entonces en ese momento dijo Aurelio: “Los
que se van conmigo, van para la Fundación Mosquera”. En cam-
bio Pacho Morales no hizo ninguna construcción y simplemen-
te dijo: “Los que se van con Aurelio pues se van; los que quieran
quedarse conmigo, se van para arriba. Busquen allá arriba a
dónde vivir”.
136
Los que se fueron para Pueblito eran terrazgueros de Aurelio Mosquera; los
que se fueron para arriba, a lo inhabitable (yuksro), eran de Pacho Morales.
[392] l a f u e rz a d e l a g e n te
Pero ya la casa vieja de abajo, eso ya estaba advertido, tanto por
Aurelio como por Pacho, que de allí los terrajeros tenían que tras-
ladarse. Y empezaron a tumbar las casas. La de Pascual Morales,
la de Vicente Muelas, la de Antonio Calambás, todas esas casas
que existieron ahí, en ese momento empezaron a echar abajo. La
de nosotros fue la última en ser desbaratada.
Con Mario Córdoba nos habían quitado las tierras y a la
abuela Rufina fue él quien le había desbaratado la casa de abajo
y la había metido, sin tierra, en la casa de Pedro Calambás, a
quien acababan de expulsar. Como ahí no se acostumbró, ter-
minó yéndose para Malvazá, donde murió de frío. A la abuela
Gertrudis le habían dejado el pedacito de la casa, la casa vieja de
nosotros, la casa paterna, la casa donde por primera vez yo sem-
bré maíz al voleo, y esta casa fue la que tumbó Mosquera en 1962.
Cuando la desbarataron, yo ya estaba viviendo en Mondomo y
no los vi hacerlo. Yo quise llevar a mi papá y a mi mamá para
allá, pero ellos no quisieron ir. Entonces subí, porque sabía que
ellos tenían unas cosas para sacar de ahí: un baúl, una cama, unas
ollas de barro, y ayudé a subir todo al nuevo rancho. Yo ya no
vivía ahí, me había ido en 1960. Pero fui a ayudar a subir las co-
sas ya en el 61. En ese entonces, hasta que subieron, todavía esta-
ban pagando terraje.
El traslado no fue voluntario. A la gente la obligaron a salir.
Les desbarataron las casas y ‘a la brava’, es decir, con la policía,
les hicieron irse para arriba o recibir, en el caso de los que se
quedaron con Mosquera, las casas con huerto que construyó en
Pueblito. Esto fue en 1962. Mi hermana Bárbara recuerda que:
Ha sido tan horrible… Dividieron la gente un patrón con otro.
Entonces Aurelio hace las casas como en la parte más plana, como
más cerca al pueblo, unas casas más o menos vivibles, mientras que
Pacho mandó a la gente a las peñas. Les dijeron sí, construyan, pero
nada más. Yo, por ejemplo, vivía allá encima de la peña. A mi me
tocó vivir allá íngrima sola. Y para allá cargamos esas ollas gran-
des, porque habían pues ollas de barro; todo lo que podíamos lle-
var lo llevamos allá. Tocaba subir lomas muy empinadas para po-
der llegar allá. Gastaba una hora para poder llegar del plano hasta
allá. Mi tío Rafael estaba más arriba todavía. Entonces los más per-
judicados éramos nosotros.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [393]
Mi papá quedó con Pacho y Jacinta quedó con Aurelio. Mi papá
aceptó subir allá porque nosotros teníamos trabajaderos allá. Por
eso aceptamos.
En ese momento del problema, Pedro se va a estudiar a la es-
cuela, al Núcleo que estaba recién fundado, porque allí enseñaban
ebanistería y un poco de cosas, y mi papá llevó a mi mamá para
Mondomo a vivir allá. Como había unos cerdos, unos ovejos, una
vaca, por salvarlos me dejaron a mí. Sola íngrima. En ese enton-
ces yo tenía como doce, trece años, por ahí más o menos.
Entonces me quedé sola, cuidando los animales, cuidando la
casa. Pero sola sola. Era una casa en la peña. Yo salía de la casa y
había una peña así. En estos inviernos tan feos, había un matorral
bonito, y allí era la única parte sequita. Yo me sentaaaba allí a es-
cuchar el canto del búho. Y lo único que se escuchaba era bramar
esos novillos de Pacho Morales. De día oía los mayordomos, su-
bía también don Pacho Morales, y eran los que hablaban con los
novillos. Yo me acuerdo los gritos que pegaba Pacho Morales.
[394] l a f u erz a de l a g en te
Si no podía pasar, ¡quéee podía hacer! Ni cantaba el gallo cuando
ya bajé allá.
Cuando me vi abajo ya sentí temor y entonces ya no caminé
más y dejé el caballo, con carga y todo, para que comiera pasto. La
carga era pesada, de 10 arrobas. Yo estaba pensando que el caballo
no podía aguantar y se iba a caer. Y allí pues ni quién ayudara a
cargar. ¡Pobre caballo! Comía pasto pero se sentía fatigado. Enton-
ces lentamente se echó con carga y todo. Yo lo dejé descansar. Pensé
que se ladearía la carga. Por el peso de la carga el caballo se queja-
ba. Al buen rato cantó el primer gallo, y el caballo siguió echado.
Al rato el caballo se levantó lentamente, con la carga y todo. Ya co-
menzó a comer pasto. Estuvo un buen rato. Otra vez cantó el ga-
llo y ya vino despacito.
Bajé al pueblo antes de amanecer y ahí también estuve espe-
rando un buen rato. Los que madrugaban ya bajaron. Busqué la
forma de pasar y pasamos. ¡Seguro que vine como a las 10 de la
noche no más!
En el sitio donde vivíamos era fatigoso para cargar remesa y
para bajar los productos hasta lo plano, en la espalda no más. Era
tan difícil que yo sentía que no había nada que hacer. Además, aun-
que Pacho dejaba trabajar, de todas formas nos jodía para hacer-
nos aburrir. Por eso ya me aburrí allí y en ese entonces ya fuimos
para Malvazá. Por eso me fui.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [395]
todo. Como era un lote pequeño, entonces no fuimos todos, sino
que quedamos acá. Como teníamos nuestra tierra, pagando terraje,
aun cuando en peñasco, había a donde sembrar.
(Jacinta)
[396] l a f u e rz a d e l a g en te
La Banqueta nos dio junto con las casas de Fundación, para
que mantuvieran la vaca, el caballo, así. En común fue que nos dio
a todos los terrazgueros que habitamos allí, las 16 familias para las
que él construyó las casas. A Javier mi esposo y al papá les dio una
casa gemela en Fundación, y nos dio también para que trabajen
La Banqueta.
Ese lote es al lado de la casa de Fundación; al voltear no más
es. Colinda con esas casitas. Un lote nos dio, fuera de los lotes indi-
viduales, para que mantuvieran en común.
137
La cebolla de los terrajeros que fueron lanzados en 1972.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [397]
todo. Era en común, pero volvió a quitar, así como la de La Ban-
queta, que también nos quitó. Entonces teníamos vacas y no ha-
bía donde tenerlas.
(Jacinta)
138
Ver Cooperativa Las Delicias, p. 422.
[398] l a f u e rz a d e l a g en t e
ver qué pasa. Yo no puedo seguir viviendo aquí, humillado,
arrumado arriba en la loma”.
José Sánchez, terrazguero de Chimán, me contaba los recuer-
dos que aún tiene de esos momentos.
Me parece que fue el compañero Javier de San Fernando que
vino aquí a hablarnos, a insistirnos, que ustedes están sufriendo
mucho, que es bueno que reclamen la tierra, como en otras partes
que fueron terrajeros y ya no pagan terraje y están luchando por
las tierras. Aquí también dijeron ya a no pagar más terraje.
Por eso se enojaron los patronos. Lo que decían era que el
que no pagara terraje se fuera. Entonces dijimos, pues no nos
vamos, y nos organizamos. Como taita Javier organizó, nosotros
dijimos, vamos a recuperar. Así que salimos y empezamos a tra-
bajar y empezaron a agarrar también. Agarraron y metieron en
las cárceles.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [399]
docitos abajo en la orilla del río Molino y le dijo: “¿Por qué no pasó
rápido?” Cuando dijo eso, empujó a mi papá y lo tumbó y él cayó
sentado. Así hizo el hoy Aurelio Mosquera.
Yo me sentí muy profundo, sentí mucho dolor cuando vi empu-
jar a mi padre. Entonces me separé allí y me quedé parado pensando.
Llegaron a hacer hasta ese grado, nosotros siendo nativos de
aquí […] desde el principio. Yo no se por qué maltrataban tanto a
la pobre gente de nosotros. Y eso yo quedé pensando y pensando,
y anduve y anduve, pensando y pensando qué hago yo.
Para trabajar teníamos unos pedacitos arriba en la montaña,
pero no teníamos un pedacito así un poco más planito. Si nos
hubiera dado un pedacito mejor, así fuera pequeñito, hubiera sido
menos difícil. En ese entonces ya la cebollita empezó a decrecer.
Arriba en la falda era bastante frío, por lo que la cebollita se vino
acabando acabando. Entonces yo le dije al finado Pacho que: “Acá
afuerita tengo visto un pedacito de plan, ¿por qué no me da a culti-
var?”. Como arriba la cebolla se vino acabando, entonces yo pedí
el favor de que me diera un pedacito allí en el plan. Él me contes-
to que: “Arriba donde tienes es más grande y acá donde estas pi-
diendo el plan es muy pequeñito”. Y se fue sin darme respuesta.
Como yo había avisado ya, allí yo decidí. Entonces me fui a le-
vantar las eras ahí, y las levanté en todo el lote, yo solito. Gasté tres
días y nada pasó. Estaba eso silencio. En ese momento el ma-
yordomo era kasuku Ignacio. Entonces él vino a dar vuelta, lo vio,
no dijo nada y se fue. Yo seguí trabajando. A mi pariente José
Sánchez le pedí al partido un bulto de papa para sembrar ahí en
compañía. Ya sembré la papa y también puse la posteadora e hice
el cierro con alambre. Entonces ahí a mi me iban a coger preso.
Cuando me iban a llevar a la cárcel, andaban los de San Fernan-
do, ahora el compañero Javier, y como decían que estos eran com-
pañeros de nosotros, yo fui a avisar. Me dijeron: “Escóndase unos
días”. Y yo anduve por ahí escondiendo.
Mientras me estaba escondiendo, encontré a Aurelio y le dije
que me diera trabajo, que me diera algo para hacer. Aurelio me dijo
que usted tiene un patrón y vaya pídale trabajo a él, vaya trabaje
allá donde Pacho.
De andar escondiendo no sabía yo qué hacer. En ese momen-
to mi primo Julio Tunubalá estuvo haciendo acuerdos y me dije-
ron: “Vaya a la cárcel, qué se hace”. Y dijeron que ellos ayudaban. En-
tonces fui y me presenté para irme a la cárcel. El alcalde no era el
[400] l a f u e rz a d e l a g en te
titular sino había un reemplazo no más. Era de apellido Rengifo. Y
este alcalde empezó a regañarme. Pero yo no me dejé regañar de él
[…] Como yo respondí, no me querían. Por eso no me mandaron
directo a la cárcel, sino me mandaron al calabozo. Eso me hicieron
y me dijeron que yo era desobediente, sólo porque le respondí.
El calabozo, afortunadamente, me tocó en tiempo de verano.
Eso me presenté a las diez de la mañana y como a la una me me-
tieron al calabozo. En la tarde, ya como a las cinco y media, me
pasaron a la cárcel […]
Entonces la gente ya, de ver que yo solo me metí, hablaron que
por qué no podemos meter también entre bastantes. Yo había es-
tado diez días en la cárcel y ya ellos también se metieron a trabajar
allá mismo donde yo cultivé, al piecito de mi labranza. Yo había
cultivado en un planito, pero la gente que fue se hizo en una parte
más visible. Ellos también vinieron a la cárcel diez días después.
Pero todos salieron primero de la cárcel y a mi me dejaron otros
cinco días más, porque me calificaron como cabecilla, por haber
empezado y por responder a la autoridad […] Por eso me tuvie-
ron cincuenta y un días. Eso sí me acuerdo yo clarito. En ese en-
tonces tenía yo mis 18 años, o sea que yo era joven.
Desde que tenía 15 años salí a jornalear en Andalucía (Valle).
Allá me fui un año y regresé. Entonces anduve pensando y pen-
sando y estudiando y estudiando, hasta que decidí hablar a los pa-
trones. Yo hablé a todos dos patrones. A Aurelio le dije que me diera
trabajo y a Pacho le pedí que me dejara trabajar en la tierra. Yo no
dije más que la tierra que tenía allá en lo bien frío me la cambiara
por una un poco más abajo, un poco más abrigado. Eso fue lo que
no me quisieron cambiar. Como no me respondieron nada…, y
como ya estaba dicho…, como yo pedí permiso y no me lo die-
ron…, entonces fue que me metí…
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [401]
Metieron tantos a la cárcel que parecía que ya no quedaba quién continuara la lucha.
[402] l a f u e rz a d e l a g e n te
Fotos: Victor D. Bonilla
Venían más y más nuevos. Todas las semanas, hoy taita Javier
recogía gente. Empezamos a picar los potreros. A nosotros nos
139
Ver Empresa Comunitaria El Chimán, p. 427.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [403]
encarcelaron, a unos 60 días, a otros 30 días. A mi y al papá del
actual alcalde de aquí, taita Julio, no nos mandaron a la cárcel […]
Entonces nosotros lo que hacíamos era ir a visitar en las cárceles a
los que estaban allá y ayudar aquí a las mujeres que quedaban. A
nosotros nos dijeron que miraran a toda la gente, llevando re-
mesa y todo. Como estábamos por fuera, hablábamos con los pa-
trones, preguntando cuánto tiempo era que iban a meter en la
cárcel. También queriendo saber si es que la tierra nos la iban a
entregar o no…
Nosotros cada ocho días nos estábamos dando cuenta, llevan-
do remesa a las mujeres, y éramos los dos haciendo todo eso. Como
la gente dejó botados los animales, eso también nos tocó a noso-
tros cuidar, además de ir a verlos en las cárceles. El trabajo era igual
los que estaban allá en la cárcel y los que iban a picar tierra. Taita
Julio el flautero y yo así hacíamos. Nosotros que no estuvimos en
la cárcel sufrimos igual. Afuera también era trabajando.
La primera vez que metió en la cárcel a la gente, todos los sába-
dos íbamos allí a donde la señora Ana Julia, llevábamos leña, co-
mida, cocinábamos ahí y llevábamos a la cárcel. Así hacíamos.
Primero a Aurelio le tocó matar unas vacas y dar en la cárcel, pero
los que estaban en la cárcel también reclamaban, porque esa car-
ne no era solamente para nuestra gente, sino para que comieran
todos los presos. Cuando se acabó, la gente siguió reclamando.
Y aquí la gente, todos estaban en la cárcel. No quedaban sino
mujeres. A algunos mayores los querían, como mi Abelino, como
el taita Pacho. Los sacaron, pero con advertencia de que no se aso-
ciaran con los de afuera y volvieran a trabajar en la tierra. Era una
orden. Si volvían vuelta, era ya para 90 días de cárcel.
El patrón casi nos venía ganando a nosotros metiendo a todos
a la cárcel. Y como todos estaban en la cárcel, ya no había más gente
quien fuera a trabajar en la recuperación. Era para que no se pa-
rara que el compañero Javier andaba hablando por allá en Guam-
bía, en Anisrtrapu. Cada ocho días venían de a diez, de a diez. Mien-
tras unos estaban en la cárcel, venían ellos.
(José Sánchez)
[404] l a f u e rz a d e l a g en te
fue dando resultados. Unos años después, en 1970, tanto Aurelio
como Pacho ya habían liquidado la terrajería. A partir de ese año
ya no obligaban a trabajar, el terraje ya fue abolido. Ya dieron por
cancelado el pago del terraje.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [405]
de la exigencia de trabajo gratis para el terrateniente, la lucha de
nuestra gente fue un factor fundamental. Pero la otra cara del
problema era la usurpación original de nuestras tierras por par-
te de los blancos, de manera que con la eliminación de la terra-
jería los indígenas no sólo quedábamos sin la obligación de pa-
gar terraje, sino también sin tierra. Al terrateniente le convenía
el trabajo gratis que nosotros le proporcionábamos, pero no el
tener que permitirnos trabajar en algunos lotes de las haciendas.
La legislación sobre reforma agraria de los sesentas garantizaba
a los terrajeros, así fuera en el papel, algunos derechos en cuan-
to al uso de la tierra, razón por la cual ésta se convirtió en una
carta potencialmente contraria a los intereses terratenientes: te-
ner terrajeros en una hacienda abría la posibilidad legal de te-
ner que hacer reforma agraria en esas tierras. Y eso era lo últi-
mo que querían los terratenientes. Así que eliminaron la
terrajería. Y entonces los terrajeros quedaron sin la carga del pago
de terraje, pero también sin los lotecitos que por muchos años
les habían permitido producir su subsistencia.
Es por ello que, a pesar de que la terrajería ya había sido elimi-
nada, fue tan difícil organizarse para obtener ingresos. Los que
estaban allá, tanto los que se fueron para arriba con Pacho, co-
mo los que se fueron a la Fundación, quedaron convertidos co-
mo en jornaleros agrícolas.
Los de la Fundación, que antes eran terrajeros, le iban a
trabajar al mismo terrateniente en la hacienda, a sus quehace-
res, pero ya no iban a trabajar de balde, sino que a cambio de
ese trabajo les daban una plata, les pagaban un salario. Pero ya
no tenían derecho a cultivar en ninguna parte. Ese era el nue-
vo cambio.
[406] l a f u e rz a d e l a g en te
subió a decir Aurelio personalmente. No se por qué dejaron de co-
brar el terraje, eso sí no se.
Y entonces les soltó a todos para que ya no pagaran terraje. Los
de Ambaló también, a todos […] La cuadrilla que pagaba terraje,
siguieron trabajando, pero por dinero.
(Juan Calambás Sánchez)
Lo mismo ocurría con los que iban para arriba. Pero para
arriba con Pacho fue más difícil, porque ni siquiera contaban con
una casita vivible y tampoco había suficiente trabajo para jornalear.
Mi papá se subió simplemente porque era su tierra, porque no
quería salirse de ella, y allí hizo su escampadero, su casita.
Los que pasaron a Fundación tenían un salario más fijo que
los que se fueron con Pacho, porque Aurelio organizó su ganade-
ría y también cultivó mucho en la tierra allá. Sembró papa y no
se qué tanta cosa hizo, pero ocupó mucha gente. Él tenía previsto
para tener a su gente trabajando ahí como jornaleros. En cam-
bio Pacho no cultivaba, sino simplemente tenía ganadería que,
así fuera lechería, para cercos, los alambres, eso se mantiene con
poca gente, entre dos o tres personas. Por eso para arriba Pacho
utilizó muy poca gente. Me acuerdo que mi papá lo que hizo fue
contratos para limpiar potreros.
Finalmente, tras mucho forcejeo de lucha, de trabajo, a
Aurelio le tocó ceder legalmente parte de la tierra para unos
terrajeros, y parte venderla al incora para que pagaran a lar-
go plazo140. Lo mismo pasó con Pacho Morales, quien no ce-
dió tierra, pero sí le tocó vender para adquisición de la refor-
ma agraria.
140
En 1970, mediante oficio de mayo 20, Aurelio ofreció al incora la donación
de 20 Unidades Agrícolas Familiares (uaf) para igual número de familias de
terrajeros (14 de ellos con nombres específicos), la venta de cuatro uaf para otros
cuatro, así como la donación de las 15 casas de Pueblito de la Fundación Mosquera
y una casa en Medialoma. Según la Escritura 133 del 22 de agosto de 1973 de Silvia,
Aurelio finalmente cedió —realmente la Fundación Mosquera vendió por 1
peso— a 13 terrajeros (que no incluyen los cuatro que llamarían ‘desleales’, aun-
que en el mencionado oficio sí los había incluido), una finca de 58 has. en Mo-
rales, Medialoma (60 plazas) y Pueblito (95 plazas) con las casas.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [407]
Así es como Aurelio,
[408] l a f u e rz a d e l a g en t e
De allí de Fundación eran 16 casas que construyó el patrón don
Aurelio mismo. Pero pues cedió, y luego cuando se presentó el
problema de arrasar las huertas arriba en Oskowampik, también
nos quería sacar de lo que nos dio en Fundación.
Esas casas las dio fue para que vivieran allí en cambio de las
casas que destruyó arriba. Y a la hora, cuando se presentó el proble-
ma, quería sacar de allí también, y la huerta pues quería quitar y
pasar a los mismos compañeros de trabajo que lo apoyaban. Que-
ría hacer un lanzamiento, y que nosotros fuéramos para El Cos-
corrón, un lotecito que anteriormente los terrazgueros, tío Rafael
y otros, habían logrado ganar allá.
Pero pues nosotros no queríamos dejar y no dejamos. Y así está
hasta este momento.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [409]
Mis inicios en el movimiento indígena:
ya me había ido pero pensé solidarizarme
[410] l a f u e rz a d e l a g en te
organizando y querían recuperar en ese momentico. Decía que
la tierra siempre fue de los indígenas, de nosotros, que hoy está
en manos extrañas, y que los indígenas teníamos que recuperarla.
Decía que no era cualquier cosa la lucha de nuestros antepasa-
dos, de los abuelos y de los padres, que todo el esfuerzo que hi-
cieron no fue cualquier cosa, que había que rescatarlo, y que eso
solamente la gente podía hacerlo. Que había que luchar. Enton-
ces me pareció que todo eso era importante. Yo seguí hablando
con él, quería ingresar, ya por ahí me fui arrimando, arrimé tam-
bién a la Empresa de Chimán, quería participar, arrimé a varias
charlas, y por ahí empecé.
Pero mi papá no quería que me metiera. Él realmente tenía
miedo. Veía todo el poder, la represión que se podía desatar con-
tra los indígenas, y decía que antes que él muriera no quería ver
alguno de sus hijos muerto. Esa era su consigna. A mi me decía,
una y otra vez: “Pero si yo le di una tierra en Mondomo para que
viva ahí, trabaje ahí, viva de eso; ¿qué necesidad tiene de venirse
a meter aquí a que nos molesten, qué necesidad? ¡Vaya trabaje
allá!”.
Yo no obedecí a mi papá en ese punto, no lo acaté. Siempre
recordaba a Luciano Muelas, a Carlos Muelas, todos los esfuer-
zos que hicieron. Ya en ese entonces Javier Calambás nos habló
del título extrajuicio 1051 de 1912 y me dio una lucecita de que
fue ¡muy importante en ese entonces! Y que era increíble que
desde entonces nosotros hubiéramos perdido ese derecho a te-
ner la tierra. Me parecía que habían sido muy importantes las
luchas de esa época y también lo que queríamos hacer en ese mo-
mento. Yo no quería quedarme por fuera.
Entonces, como los terrajeros del Chimán venían organi-
zándose para recuperar nuestras tierras, con el apoyo de la gen-
te de la Comunidad y de la Cooperativa de Las Delicias, volví para
apoyar a la gente. Ahí fue que, no solamente yo, sino todos:
Jacinta, Pedro, Bárbara que estaba estudiando, muchachita,
Faustina, Manuel, ingresamos. No sabíamos cuándo finalizaría,
sabíamos que era difícil, nos encontrábamos contra la muralla,
pero queríamos hacerlo, así nos golpeara.
Los terratenientes y las autoridades del municipio tenían un
gran interés en no dejar levantar la fuerza del movimiento
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [411]
indígena, y por eso trataron de aplacarnos, de apagar la llama
por completo. Por eso hubo una época muy difícil.
Recuerdo un día en que todos fueron a parar a la cárcel. Mu-
chos guambianos del Resguardo que vinieron a solidarizarse,
ellos también fueron a parar a la cárcel, además de los terraje-
ros. Recuerdo a María Antonia Trochez, la mamá de Javier Mo-
rales, una mayora de más de 80 años, una viuda, anciana, naci-
da y criada ahí, fue a parar a la cárcel por el solo hecho de estar
trabajando en su parcela, por el solo hecho de seguir insistiendo
que era su parcela, pues no tenía más de dónde vivir, de qué vi-
vir, a dónde ir. Mi mamá también, Jacinta, todos los de la casa
fueron a parar en la cárcel.
Mi mamá fue a la cárcel solamente porque nos apoyaba
moralmente. Ella ni siquiera estaba en la parcela, no había ido
al trabajo y, abusivamente, nos la cogieron en la casa en Silvia.
La policía hizo barrida una tarde, una recogida en la casa, por
orden del terrateniente y del alcalde de ese entonces, que yo re-
cuerdo, tengo en la memoria, que se llamaba Jorge Rengifo, quien
apoyaba fuertemente al terrateniente. Y se la llevaron a ella tam-
bién, y la encarcelaron junto con los demás en la cárcel de hom-
bres de Silvia. Ni siquiera en la cárcel de mujeres, sino juntos en
el mismo patio, en los mismos salones de la que llamaban Cár-
cel de Hombres del Circuito.
Como en ese entonces a todos nos calificaban de comunis-
tas, guerrilleros, influenciados por otras gentes, a mi mamá, una
anciana, simplemente porque estaba con nosotros, la llevaron
con la acusación de ‘invasora’. Ellos lo llamaban ocupaciones
de hecho, invasiones. Por esa acusación, Jacinta, Faustina, Luis,
casi todos, todos, estaban en la cárcel. Yo fui el único que me
escapé porque no estuve en el momento de la barrida; por eso
pude de alguna manera tratar de buscar un abogado y la pre-
sión de la fuerza de la Comunidad haciendo manifestaciones
de protesta, para poder sacar a estas personas que estaban en
la cárcel.
También me tocó ver morir de física hambre a Cruz Calam-
bás. El hombre era trabajador, pero pobre, porque todo el tiem-
po fue terrajero y un terrajero no tiene ninguna posibilidad de
levantarse económicamente, ni para la subsistencia. A él le hizo
[412] l a f u e rz a de l a g e n te
un lanzamiento el terrateniente Aurelio Mosquera, y mientras
lo tenían en la cárcel, los pocos cultivos que tenía los destruyó
con la policía. Incluso utilizó a los mismos indígenas terrajeros
que todavía estaban aliados a su lado para destruir. Lo que ya
estaba maduro, lo recolectaron y lo distribuyeron; el resto de los
productos lo trajeron a Silvia y lo repartieron también entre los
pobladores, como si fueran suyos. Los verdaderos dueños
estaban en la cárcel y otros estaban aguantando hambre, y el te-
rrateniente, solamente por someter, por dominar, por humillar,
hizo esa destrucción. Este Cruz Calambás quedó con los brazos
cruzados; no tuvo absolutamente nada de qué subsistir. Algunos
meses después murió de física hambre. No hubo ayuda, nadie
decía nada, nadie apoyaba nada. El alcalde estaba en contra, el
cura igual, los gamonales del pueblo lo mismo, el Cabildo de
Guambía de ese entonces también estaba en contra. No había
nadie que diera la mano. Por eso lo vi morir de hambre y tuvi-
mos que recolectar para su entierro.
Jacinta recuerda también la muerte de este compañero:
141
Gobernador del Cabildo de Guambía en 1974.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [413]
Primera marcha hacia Bogotá, realizada en 1972, para reclamar nuestros derechos.
Ésta fue disuelta por la fuerza pública, en Tunía. Foto: Victor D. Bonilla.
dennos”. Dije que no hay con qué hacer el entierro, y Aurelio es-
taba ahí sentado. Nuestra gente, el gobernador, no nos dio. Aure-
lio se levantó ligerito y me dio 50 pesos.
La limosna no la recibí yo, sino la hice recibir por la viuda y
los niños. Esos 50 pesos de Aurelio serían como hoy 20 mil; le ha-
brá servido algo. El ataúd lo dimos nosotros, me acuerdo que lo
dio Lorenzo, y lo enterramos. El patrón nos dio, pero el goberna-
dor que era de nuestra gente no nos dio. Como tenía rabia, nos
quería ayudar a echar, por eso sería que no nos dio.
Cruz era el que más le había trabajado todo el tiempo al patrón.
[414] l a f u e rz a d e l a g en te
y apoyo, pidieron que se hiciera reforma agraria en esas fincas,
que el incora comprara. Pero de nada sirvió. Cruz murió de
pena moral y de hambre. Su muerte quedó registrada en la prensa
nacional 142.
Fue a finales de 1972 que se dio la persecución implacable
contra el movimiento indígena que se estaba desarrollando. Ellos
veían que se estaba creando una alternativa para los indígenas
del Cauca, y las autoridades del departamento, del municipio, al
igual que las autoridades nacionales, no querían que surgiera. Eso
fue en esa época.
Yo veía esa gran injusticia y recordaba toda la historia de ex-
plotación tan inhumana que sufrimos como terrajeros. Pusieron
a trabajar gratuitamente a nuestros abuelos y a nuestros padres
por tanto tiempo, los explotaron, y por último éramos sacados
a la fuerza, encarcelados, incendiadas las chozas, destruidos los
cultivos, destruidos los utensilios, quitadas las herramientas de
trabajo. Y de ver tanta humillación, tanto sometimiento, tanto
abuso que cometían con los terrajeros, mirando todos esos pro-
blemas, pues eso me ha hecho fortalecer mi decisión de integrar-
me al movimiento indígena, de solidarizarme con mis herma-
nos, con otras gentes, con otros terrajeros que allí sufrían, que
no tenían qué comer, que deambulaban por las calles porque no
había nada que hacer. Pensé que frente a esta injusticia yo tenía
que meterme ahí, involucrarme también en el problema.
Entonces mi integración fue, primero, porque fui terrajero,
y segundo, porque vi con mis propios ojos esa gran injusticia con
extraños y con mis hermanos de sangre que también estaban
sufriendo las mismas consecuencias. Pero no pensé que me iba
a encontrar un camino tan largo.
Como el movimiento indígena no era fuerte, decidí con-
tribuir para empezar a hacerlo en esa región. Gente había, deam-
bulaba por todas partes, pero no había una organización, no
había lo que hoy llamamos la concientización. La mayoría de los
indígenas no hablaban de la recuperación de la tierra; creían
que las tierras no eran de nosotros, que los terratenientes eran
142
El Espectador, en su edición del 15 de mayo de 1974, reportó estos encarcela-
mientos y la muerte de Cruz Calambás.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [415]
intocables, que nunca se les podía hacer nada. Frente a eso trata-
mos de organizar.
Como yo me había retirado de las tierras del Gran Chimán
por el mismo acoso, no tenía ninguna relación con los guambia-
nos. Cuando volví comencé a integrarme, relacionándome prin-
cipalmente con la Cooperativa de Las Delicias y algunas perso-
nalidades de la Comunidad. Y así, lentamente, fuimos
avanzando. Pero fue un momento muy difícil.
En ese entonces nuestro pensamiento se concentraba en
recuperar la tierra para poder cultivar los alimentos y construir
una casa, tener un caballito para el mercado, la vaquita de leche.
La subsistencia física era lo fundamental. Y a mi me parecía muy
importante poderme integrar para recuperar una tierra que pa-
recía que nunca iba a volver en manos de nuestra gente. Los te-
rratenientes tenían mucho poder, mucho dinero, y las autori-
dades militares, civiles, los religiosos, tanto católicos como
protestantes, todos todos estaban a su favor. Entonces parecía que
era imposible que unas tierras que ya habían pasado en manos
de los blancos por tantos años volvieran a manos de las comu-
nidades indígenas.
Pero como ya se había experimentado con la recuperación
de las tierras de la Empresa El Chimán, se había probado que sí
podían regresar a nuestras manos. Sabía que era una situación
difícil, riesgosa, pero a mí me gustaba. Parecía que era muy jus-
to pelear ante el alcalde, ante el juez, hablar en público por el de-
recho; me parecía que era muy válido aprender a pelear por un
derecho. Por eso, cada vez me concentré más, cada vez enfrenta-
ba más al alcalde, al terrateniente, empecé a pelear, a alegar, y eso
me llevó a profundizar cada vez más y más.
En busca de la reivindicación de ese derecho empecé a salir
a otras partes, empecé a charlar con otras gentes, empecé a rela-
cionarme con los no indígenas, pues también había gente de
afuera que aportaba y que apoyaba. Con ellos parecía que cada
vez me animaba más. Después de una reunión uno salía más
alegre, más contento, con más posibilidades, pese a que muchas
veces fuimos reprimidos, a que también nos sentíamos frustra-
dos. Pero parecía que no había otra alternativa diferente a ese
movimiento, parecía que el único camino era ese que habíamos
[416] l a f u e rz a de l a g en te
encontrado, y que nuestro objetivo era un tesoro muy valioso:
recuperar nuestro antiguo territorio que había sido arrebatado
de las manos del misak.
Yo mismo no tuve un lugar por los lados de Guambía. No lo
tuve. Había vivido 10 años en Mondomo, en unas tierras extra-
ñas, donde hace tanto calor, donde hay tantos insectos, moscos,
culebritas y todo lo demás, y al llegar a Guambía me parecía que
el aire que uno recibe, el ambiente que uno recibe, era muy agra-
dable, muy rico. Y recuperar tierras de esa naturaleza, esas tie-
rras donde nací y crecí, nuestras tierras, parecía que era muy
válido, un tesoro incomparable. Entonces eso me hizo concen-
trar cada vez más y más. Me puse a andar, me puse a salir.
Afortunadamente en mi vida no aprendí a gastar dinero en
licores, en vicios. Lo que pude haber gastado en eso lo invertí en
el movimiento. De pronto no le di plata a nadie, pero sí un mí-
nimo recurso que pude adquirir me sirvió para transportarme,
para mi subsistencia. Nunca pensaba que perdía tiempo y dine-
ro, sino que sentía que era una inversión que a largo plazo pro-
duciría, si no a mi, a otros les podía reportar. Entonces me pare-
cía que no podía hacer más sino contribuir.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [417]
auge, se estaba fortaleciendo el movimiento indígena. Entonces
Mondomo me daba algunos pesos para salir, para el transporte,
para la comida, para lo que necesitaba.
Pero a Mondomo nunca la abandoné. Yo hacía un trabajo con
un doble propósito: trabajaba duro en Mondomo —todo el
tiempo he trabajado duro, pero en esos momentos trabajé más
duro porque sentía que era una situación muy difícil y que no
podíamos quedarnos agachados frente a los abusos de los te-
rratenientes—, cada vez intensifiqué más los trabajos, trabajaba
dos días en la semana, y luego me iba a las reuniones. Así pude
subsistir todo el tiempo, casi 20 años, sin hacer ruptura total de
la finca, ni tampoco al movimiento indígena.
Parecía que esa era mi vida, parecía que yo estaba aportan-
do algo, que estaba aprendiendo algo, que estaba conociendo a
Guambía, al Cauca, parecía que yo estaba conociendo a los blan-
cos, a los políticos que muchas veces nos engañaban. Porque
cuando uno es niño, joven, uno aguanta hambre y sufre, pero ni
cuenta se da por qué. Pero en ese momento empecé a descubrir
el pensamiento de los blancos, de los políticos, del cura, empecé
a aprender a discriminar una cosa de la otra, y entonces para mi
fue muy importante. Pero al mismo tiempo empecé a hacerme
una vida difícil.
Muchas veces, cuando hacían lo que llama hoy la ‘recupera-
ción’, cuando se lanzaban a hacer un trabajo, pasara lo que pa-
sara, arriesgando la vida, ir a parar en la cárcel, cuando se lan-
zaban a la consigna de ese entonces de la Asociación Nacional
de Usuarios Campesinos-anuc, que era: ‘¡A desalambrar!’, yo
también me integré a desalambrar, a recuperar la tierra. Otras
veces me integraba en las mingas que hacían, no en la región,
no en Guambía, sino mingas comunales con los paeces, en
Pitayó, en Jambaló, o por allá en Popayán donde también ha-
bía solidaridad.
Yo siempre pensaba en aprovechar el tiempo al máximo y me
integré al trabajo con un doble propósito: hacíamos el trabajo
material, pero a la vez también hacíamos el trabajo político. Las
dos cosas paralelamente. Cuando podía, estaba con ellos traba-
jando con la herramienta en la mano, ya con el machete, ya con
la pala o con lo que fuera, y cuando no, pues estaba en el trabajo
[418] l a f u e rz a d e l a g e n te
de las largas noches de reunión. También, en los momentos de
descanso, siempre discutíamos el problema político y el proble-
ma social que en ese momento se vivía, para ir creando concien-
cia sobre el pensamiento indígena. Entonces me integré a eso: a
compartir en las charlas y a compartir en el trabajo, todo a lo
largo, desde que empecé.
Nosotros estábamos radicados principalmente en Silvia,
donde ahora estamos. Pero había una concentración, un centro,
que era la Cooperativa de Las Delicias. Como el Cabildo de
Guambía en ese entonces estaba a favor del terrateniente, no
había quién protegiera; solamente la Cooperativa y sus dirigentes
apoyaban a este grupo de indígenas terrajeros. Por eso siempre
nos concentrábamos ahí; era como la base. Muchas veces nos
reuníamos también en la casa nuestra, y siempre compartíamos,
siempre resolvíamos algunos problemas ahí.
Pero la mayor parte del trabajo lo hemos hecho casi subterrá-
neo, como si fuéramos delincuentes, pues no podíamos hacer
reuniones visibles porque éramos perseguidos, reprimidos por
la fuerza pública. Y en realidad, nosotros no hacíamos otra cosa
que lo que hasta hoy llamamos y es muy popular, que hasta el
niño mas pequeño hoy menciona la palabra: ‘recuperar’. So-
lamente sobre esas ruedas veníamos rodando.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [419]
La recuperación fue por etapas
y comenzó donde aún estábamos
algunas raíces
[420] l a f u e rz a d e l a g e n te
de explotación, la que hizo que en los terrajeros creciera la se-
milla de la rebeldía frente a tanta injusticia, y fue la que, en últi-
mas, generó el movimiento indígena que llevó a la recuperación
de nuestras tierras y posteriormente al reconocimiento de mu-
chos derechos más.
Esa raicita que todavía no se cortaba, para los de tierra libre
también fue muy válida. Yo creo que en ese momento ambos
fueron sumamente válidos. Ellos no tenían un argumento fuer-
te para pelear, mientras que los terrajeros sí, los terrajeros tenían
una raíz: que aquí está mi choza, que aquí está mi parcela, aquí
están los vestigios nuestros de que estas tierras son nuestras. Nos
sacaron sí. Era un argumento de que allí existía la vida, la raíz.
Pero no había una fuerza organizativa, no había una multitud
de gente para confrontar. Entonces este pequeño grupo iba allá
a decirles: “¡Apóyennos, apóyennos! Compartamos la tierra”. No
estábamos diciendo simplemente ayúdennos, como una minga
que solamente se ganan un bocado de comida, no, sino vengan,
trabajen y compartamos. ¡Vivan aquí también que tierra hay!
Entonces escuchaban eso, se pudo conjugar lo uno con lo otro,
y hubo un entendimiento.
Los terrajeros solos no habrían podido de pronto hacer todo
lo que se hizo. Habrían hecho algo, sí, pero no una confronta-
ción tan grande como la que se dio en la finca llamada Las Merce-
des, que todavía hasta 1980 existió, lo que hoy es Santiago. Allá
no había ni un solo terrajero porque ya los habían desalojado a
todos, ante todo porque trajeron un ganado de casta, toros de
lidia, y con eso los corrieron a todos. Y los terrajeros que habían
sacado de ahí y estaban al otro lado del río sin poder hacer nada,
no tenía una fuerza capaz de enfrentar una situación tan dura;
primero, por el tanto poder que tenía el terrateniente, y segundo
porque tampoco se arriesgaban fácilmente a los cuernos de los
toros, cosa que no era nada fácil. En 1980 se necesitó una fuerte
organización, un buen Cabildo, un buen gobernador y el grueso
de la Comunidad; fue lo único que pudo recuperar a Santiago.
Los de tierra libre solos tampoco tenían conciencia de que
esas tierras eran de los guambianos. ¡Nooo! Habían pasado
muchísimos años y ya el guambiano estaba convencido de que
esas tierras no eran suyas. Por eso nos costó trabajo convencerlos,
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [421]
hacerles creer, hacer pensar en su cabeza que esas tierras eran
nuestras, del misak… y hacerles pensar que los terrajeros tam-
bién éramos misak. Fue difícil. Pero se conjugó una cosa con la
otra y eso dio efectividad.
Los de El Chimán esperaban mucho; se ponían contentos
cuando bajaban unos 200-300 guambianos a recuperar la tierra,
se ponían alegres porque con ellos sí había una fuerza para tra-
bajar. Con lo que no concordaban era con que de pronto traían
muchos problemas, porque allí viven con una serie de conflictos
de límites entre ellos, mientras que nosotros los de El Chimán,
por la imposición autoritaria de los terratenientes, éramos su-
mamente respetuosos, porque el terrateniente nos ponía en re-
gla. Creía uno que estaban mejor en tierra libre porque ellos te-
nían la autoridad del Cabildo, y cosa que no. Entonces había
cierta incompatibilidad por el manejo mismo de las costumbres.
Entre los terrajeros había menos conflicto, no peleaban, no ha-
bía problemas así graves, mientras que en la Comunidad había
mucho conflicto con el papá, con el hermano, con quien fuera
había mucho problema, especialmente de linderos.
Hoy recuerda uno que todavía143, 20 años después de inicia-
das las recuperaciones, el terrateniente Aurelio Mosquera tiene
algunos lotes enredados por ahí, que los guambianos han perdido
de vista, no han echado a ver. Pero también se han venido ga-
nando las tierras, porque eso ha sido una eterna lucha, espe-
cialmente de nosotros los terrajeros. Entonces esto se ha venido
dando por etapas.
143
1992.
[422] l a f u e rz a d e l a g en te
Hacia 1960 la situación general de explotación y humillación
que padecíamos los guambianos era muy grave. Las familias ha-
bían crecido y la tierra seguía igual para unos y para otros era peor,
porque los patrones comenzaron a echar a los terrajeros que que-
daban en las haciendas, ante el temor de que ya venía la reforma
agraria. (p. 5)
Fue entonces que Julio Calambás Muelas y Vicente Tombé co-
menzaron a reunirse con algunos terrajeros de las veredas Las
Delicias, Tapias, Chimán y San Fernando, en el rancho de uno de
ellos, en esta misma hacienda. Allí analizaron los problemas, ter-
minando en que había que hacer un censo de familias para cono-
cer la necesidad y comenzar de ahí una nueva lucha para recupe-
rar las tierras robadas […] (p. 5)
[…] en 1961 el grupo ya reunía a 20 compañeros activos quie-
nes constituían un pequeño Comité de Lucha […] (p. 6)
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [423]
Ya empezaron a hablar que va a funcionar la reforma agraria
y todo eso, y que en Cuba ya empezó la reforma agraria. Aquí
en Colombia con la Ley 135 empezaron a hablar a la gente bien
bonito […]
Nosotros dijimos […] que necesitamos ampliación de la tie-
rra. Vinimos insistiendo, varias veces proponiendo comprar la tie-
rra de Las Mercedes. Hablamos y hablamos hasta que hicimos
varias citas. En Silvia nos reunimos dos veces con los Caicedos,
dueños de la hacienda, con la sociedad de ellos, Las Mercedes, y
después con ellos mismos nos reunimos en Popayán. Allá nos
preguntaban que qué querían ustedes, que ellos estaban dispues-
tos a ayudar, que para ellos era muy difícil el traslado de los ani-
males bravos, pero […] que querían ayudar […]
Nosotros insistimos en que lo que necesitábamos era la tierra,
que de alguna manera debemos negociar. Entonces pedimos que
hicieran una oferta voluntaria al incora para entrar en un proce-
so de negociación. Nosotros fuimos también al incora y allá nos
dijeron que si había posibilidades que ellos negociarían. Eso nos
dijeron los del incora. Entonces nosotros estábamos un poco ale-
gres, contentos. Pero después dijeron que hacer esa negociación
como decían ellos era imposible, que los animales eran bravos y
que tenía un costo muy alto hacer ese traslado. Entonces nos ne-
garon venderla.
Mandamos una carta, donde manifestamos que si no nos
venden la tierra, la Comunidad se iría encima […] Ellos nos res-
pondieron que si actuaban en la forma como manifestaron, que
ellos tenían autoridad, leyes, ejército. Y con eso nos acabaron ese
proceso.
Entonces no demoró nada en venirse ya el Cabildo con toda
la gente y resultó como si nosotros hubiéramos mandado a hacer.
Por todo eso nosotros no pudimos hacer la ampliación que que-
ríamos.
[424] l a f u erz a d e l a g e n te
Empezamos nosotros organizando la Cooperativa y prestan-
do unas platas. En ese entonces nadie nos decía qué debemos ha-
cer y entonces nosotros empezamos a hacer todo a nuestra mane-
ra de pensar. El único objetivo de nosotros era que la tierra llegara
a nuestras manos, así que nos metimos a comprar.
Después el incora quería comprar más tierra, pero la gente
entró allá a no comprar, sino a apoderarse de la tierra con la fuer-
za de la gente. Por esa vía querían hacer ya la ampliación.
Desde 1912 […] los terratenientes tenían un dominio de 50
años —eso hacía cuando nosotros compramos San Fernando—.
Pagando catastro y todo eso, para ellos eso era legal. Como en los
municipios ya habían registrado y todo eso, tenían poder de do-
minio sobre la tierra. Entonces ellos tenían razón de no aflojar la
tierra así fácil. Pero nosotros compramos San Fernando legal-
mente, con escritura. En ese título demuestra […] que ahora ya
los dueños son los de la Cooperativa […]
La de nosotros es una cosa sagrada aquí, que no venga aquí
alguien que no haya luchado. El título que nosotros tenemos es im-
portante como cuestión legal, pero como cuestión natural es otra
cosa. Como nosotros propios nativos, dueños, eso es lo legítimo.
Para hacer todo esto nosotros no hemos hecho sólo con nues-
tra fuerza, no podemos decir eso, sino que había unas organizacio-
nes populares como fanal, utracauca, que tenían otros inte-
reses, pero vinieron aquí. Nos trajeron hasta Bogotá hasta el
llamado Tercer Congreso de fanal. Nosotros anduvimos con
nuestro título en mano y así hicimos algunos amigos. Un José
Antonio Colorado reconoció que la posición de nosotros era im-
portante de haber pensado en recuperar nuestras tierras. En una
finca cerca de Bogotá, a través de fanal habían recuperado una
tierra los campesinos y era una finca modelo y que íbamos a ha-
cer igual. Entonces quedaron de acuerdo con los sindicatos y quedó
de venir a Silvia y el sindicato le dio pasaje para que viniera, y aquí
llegó. Por allí ahora donde vive mi yerno, José Antonio Colorado
dijo que esto sí vamos a comprar […] Como estaban aquí los na-
tivos, esta tierra tiene que llegar en manos de ustedes.
Nosotros ya teníamos el proyecto de cooperativa, no muy bien
ordenado pero teníamos. Entonces lo llevaron para Popayán y lue-
go a Bogotá. Este Colorado nos ayudó a gestionar en la Caja Agra-
ria. Fue en la época que el préstamo que hacían a los indígenas era
de mil pesos para la agricultura, y para ganadería era de cuatro mil.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [425]
Como nosotros estábamos haciendo una solicitud de 250 mil pe-
sos, los blancos de Silvia y los indígenas mismos se burlaban de
nosotros; nos decían que nosotros éramos unos locos. Frente a eso
nosotros tuvimos el valor de no agacharnos.
Con ese proyecto estuvimos en Bogotá haciendo solicitudes.
El gerente de la Caja Agraria de ese entonces era José Elías del Hie-
rro. Nos recibió […] con el señor Colorado. Estábamos allí en la
mesa y Colorado dijo que si ustedes hacían el préstamo a la Coo-
perativa para que ellos compren la tierra, esta institución fortalecerá
y será muy superior. La respuesta que dio José Elías del Hierro fue
que era posible. Entonces nos quedamos ocho días en Bogotá, por-
que en esos días iban a reunir ellos e iban a hacer la aprobación.
Colorado fue muy importante para nosotros porque nos presen-
tó a mucha gente […] Si este señor no nos apoya en la forma como
nos apoyó, a los indígenas en ese entonces ¡qué nos iban a hacer caso!
Por eso yo soy convencido de que hay algunos blancos buenos.
[426] l a f u e rz a d e l a g e n te
En ese momento, el proceso de recuperación de las tierras del
Chimán estaba en camino, en medio de una fuerte represión
orquestada por los terratenientes. Pero nuestra gente no cedía.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [427]
las cárceles. Desde los púlpitos de los templos y los estrados del
Estado éramos calificados y señalados como comunistas y gue-
rrilleros, estrategia usada por los terratenientes y las autoridades
para no dejar levantar un movimiento indígena con autoridades
propias que condujeran su destino.
[428] l a f u e rz a de l a g en te
ahí a nosotros ya nos sacan con el incora. Y así fue nuestra lucha
hasta el día de hoy.
(Joaquín Morales)
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [429]
dirigido y conformado esas organizaciones, fácilmente pueden
volver a manos de los blancos, se pueden perder.
Jacinta recuerda que esas tierras se recuperaron porque como
la gente tenía gran necesidad, fueron a picar:
145
Según Aurelio Mosquera, la Hacienda El Chimán, compuesta por dos lotes
—Chimán y Santa Clara— tenía 1320 hectáreas. Él cedió gratuitamente al
incora 280 has. para formar Unidades Agrícolas Familiares para 14 terrazgueros.
Como eran 18 terrazgueros en total, el incora compró las 80 has. para los otros
terrazgueros. Además vendió 400 has. a 14 colonos y dio promesa de venta so-
bre 150 has. a otros 10 indígenas. Según Mosquera, estos lotes los cedió con el
compromiso de que los terrajeros desocuparan las tierras que él se iba a reservar
y, como no lo hicieron, los lanzó (El Liberal, junio 5 de 1973 y marzo 28 de 1974).
De acuerdo con la Escritura 133/73 de Silvia, los terrajeros favorecidos fueron:
Eulogio Sánchez, Celestino Pechené, Alonso Pechené, Manuel Tunubalá, Alfon-
so Gembuel, Efráin Pechené, Lorenzo Gembuel, Anselmo Pechené, María Velasco
vda. de Tunubalá, Alfonso Pechené, Lorenzo Pechené, Anselmo Velasco y
Anselmo Pechené.
[430] l a f u e rz a d e l a g e n te
querían ser terrajeros del incora. Por eso no todos quisieron
integrarse; algunos quedaron allí y otros que querían su parce-
la, su lote, no quisieron entrar a ella y prefirieron irse.
Recuerdo un Antonio Calambás, que tuvo derecho, se fue;
Jacinto Tunubalá, que también tuvo derecho, tampoco se que-
dó; Cruz Tunubalá, que había sido el cabo del terrateniente, que
le sirvió todo el tiempo, a él también le reconocía para que vivie-
ra, pero también salió; igualmente hizo parte José Antonio
Trochez, pero tampoco se quiso quedar.
Por otro lado, aunque la lucha por la tierra la hicieron los
terrajeros, junto con los guambianos que ya no eran o que nun-
ca habían sido terrajeros, mientras esta lucha se estaba dando a
nivel de base, en la Comunidad, en el trabajo, en la recuperación,
ahí peleando en el terreno, las negociaciones se estaban haciendo
en Popayán, en Bogotá, y no eran los terrajeros de base, sino el
recién creado cric, especialmente su presidente Julio Tunubalá,
quien estaba en eso. Entonces ahí llegó la intromisión del cric
sobre los terrajeros, sobre la Empresa, y eso dio para que suce-
diera lo que la Cooperativa de las Delicias y nosotros considera-
mos un mal manejo que no compartíamos.
Las tierras se ganaron en nombre de los terrajeros, quienes
fueron la raíz fundamental, y el terrateniente mismo, el gobier-
no, el incora, tuvieron que reconocer que por la existencia de
los terrajeros se adquirió esa finca, y se adquirió para ellos.
Pero los terrajeros reconocían que otras gentes, antiguos
terrajeros y no-terrajeros de la Comunidad, habían aportado, y
que ese aporte, ese sacrificio, había que reconocerlo. Y la mane-
ra de hacerlo era que ellos también participaran en la tierra. Ellos,
el llamado ‘grupo de los 40’, no tenían derecho legal; sólo los que
habían sido terrajeros. Pero, desde nuestro punto de vista, la tie-
rra se había ganado entre todos, terrajeros y no-terrajeros, así que
nosotros queríamos que todos los que participaron en la lucha,
en la recuperación, tuvieran derecho a vivir, a producir y a sub-
sistir de eso.
Pero no sucedió así. Ya cuando tuvieron las tierras al alcance
de la mano, la directiva de la Empresa y el cric, asesorados por
el incora, empezaron a actuar solos, a ser los únicos, y se dañó
el pensamiento en ese momento. Ellos pudieron manipular y
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [431]
convencieron a los empresarios del Chimán para que expulsaran
a los de tierra libre —algunos de quienes eran antiguos terrajeros
expulsados ya hacía mucho tiempo— que habían contribuido
para recuperar esa tierra.
José Sánchez, quien hizo parte del grupo que se integró a la
Empresa Comunitaria creada por el incora y ahora vive en La
Chorrera, expresa bien el pensamiento que se estaba impulsando
dentro de la Empresa en ese momento. Él cuenta que, cuando la
gente estaba en la cárcel, y en vista de tanto problema que se le
había creado por la presión de los nuestros,
[432] l a f u e rz a d e l a g e n te
Nosotros no compartíamos esa actitud, para nosotros esos
no eran los principios. Primero, porque ésta era prácticamente
la primera recuperación en el Chimán, era una experiencia muy
grande, era como un experimento para prueba de que las tierras
podían regresar otra vez a manos de las comunidades indígenas;
segundo, porque era un pacto y se había convenido que todos
los que se integraran a luchar tendrían participación, tenían de-
recho a vivir en esa tierra, a producir y a usufructuarla. Enton-
ces las peleas internas empezaron por eso, por lo que nosotros
considerábamos que era un mal manejo político y económico
de los recursos conseguidos, especialmente de la tierra.
Como tres meses después de haber fundado la Empresa,
expulsaron a los del grupo de los 40 que en ese entonces esta-
ban integrándola, que habían luchado y que pagaron cárcel, que
pagaron la sanción, la multa y todo lo que la represión los obli-
gó. Los expulsaron entre el incora, los directivos del cric y los
directivos de la Empresa en ese momento. Ellos tomaron la mis-
ma actitud de los terratenientes: expulsar.
El argumento del incora, defendido por los del cric y por
la directiva de la Empresa, era que había mucha gente y así la
Empresa no podía ser eficiente.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [433]
En realidad el único interés del cric y de los directivos de la
Empresa, asesorados por el incora a quien lo que le interesaba
era la rentabilidad económica y no el problema social, fue usar
al grueso de la gente de Guambía para recuperar las tierras, pero
una vez en sus manos, no cumplieron lo acordado; fue todo un
engaño. Ellos no pensaron sino en sus propios intereses, y des-
pués nunca participaron ni apoyaron la lucha para recuperar las
demás tierras del Gran Chimán; ni el cric, ni la Empresa hicie-
ron nada por recuperar las demás tierras para la otra gente. Una
vez solucionado su problema personal, los demás no les intere-
saron para nada.
Desde ese momento nosotros empezamos a tener problemas.
Estaban sacando a los del Resguardo, pero también querían sa-
car a los terrajeros que no estaban de acuerdo con esa actitud
tomada, como Cruz Calambás, Juan Calambás, Juan Tunubalá,
Jacinta, Javier. El que no estaba con ellos, también para afuera
junto con los otros.
Y lo que era peor: sacaban a los terrajeros, a los verdaderos
dueños, y a los luchadores, y traían gente de afuera, de Guambía
mismo, pero que no eran terrajeros ni habían luchado por la tie-
rra, gente sumisa que no decía nada y los apoyaba en todo.
Entonces comenzamos a tener problemas con el incora, con
el Ejecutivo del cric, al que le decíamos que por qué orientaba
de esa manera, y así mismo cuestionábamos a los directivos de
la Empresa.
Julio Tunubalá, un terrajero que inicialmente fue un buen
dirigente, fue nombrado presidente del cric y de la Empresa, y
entonces él hacía presencia en Popayán, a nivel departamental,
y también en Bogotá, con el apoyo de la gente de la Empresa y
de no indígenas. Los terrajeros no tenían ningún poder porque
eran sumamente pobres y no tenían ni siquiera para ir a Popa-
yán, mucho menos para ir a Bogotá. Y como no había una or-
ganización que representara a los terrajeros a esos niveles, Julio
cogió fuerza y, a través suyo, la influencia del cric y su poder
sobre los terrajeros se hicieron grandes. Así se impusieron sobre
ellos.
Con un poder en el incora, otro en el cric, y otro en la
Empresa, Julio Tunubalá juntaba los tres poderes, demasiado
[434] l a f u e rz a d e l a g en te
Mapa 6 División de El Chimán entre Francisco Morales y Aurelio Mosquera y ubica-
ción de zonas en conflicto.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [435]
poder, que no usó para bien de sus hermanos terrajeros, sino
para reprimirlos. Porque el indígena también, cuando tenía el
poder, nos apretaba las tuercas lo mismo que el terrateniente, lo
mismo que los alcaldes, lo mismo que hacían los jueces blancos.
A los terrajeros que todavía tenían parcelas dentro de esa Em-
presa se las quitaban y metían los amigos de Julio, y si había cul-
tivos los destrozaban. Como hacía el terrateniente, así mismo le
hacía el indígena a sus hermanos, a los terrajeros especialmente.
Y entonces, ¿qué hacíamos nosotros? No podíamos agachar-
nos a llorar. Íbamos a meternos ahí, pasara lo que pasara. ¡Esto
es nuestro! Y volvíamos a sembrar allí. Hasta que por fin nos
hacíamos respetar también dentro de la Empresa. Era un pro-
blema ya interno, pero la represión era igual a la del blanco.
En una ocasión en que tuvimos que ir a Bogotá a resolver
asuntos relacionados con la lucha que veníamos dando simul-
táneamente contra el terrateniente, mientras nosotros estábamos
peleando, pasando malos ratos allá, los de la Empresa, Julio
Tunubalá, Álvaro Tombé, quien después fue también presidente
del cric, en vez de apoyarnos, se metieron a una huerta que te-
nía Jacinta mi hermana en Coscorrón. Era una parcela que aún
conserva Faustina abajo en el río Molino, al ladito de Agustín
Tombé, la cual trabajaban casi entre todos porque, como recien-
temente nos habían lanzado, era la única que quedaba; era una
huerta donde tenían maíz y fríjol que estaba para recolectar. Se
metieron allá para quitárnosla también.
¡Los productos se los robaron, se los llevaron como si fue-
ran de ellos! Y le metieron gente y palearon, limpiaron y sembra-
ron maíz allí. Ya nos sacaron a nosotros. Cuando llegamos, no-
sotros contentos porque dimos la pelea en Bogotá, acabamos de
contar, cuando otro problema… Nos dijeron: “¡Ay! qué te pare-
ce que allá los de Chimán se metieron a la huerta y cogieron el
maíz, el fríjol, lo llevaron y repartieron a la gente, limpiaron y
sembraron”. ¡Ya se habían metido a la huerta! Nos quitaron la tie-
rra otra vez. Nos quitaron, nos sacaron. ¡Qué rabia! Nos tocó
pelear con Julio directamente, como presidente del cric y de la
Empresa.
Entonces empezamos a denunciar estos atropellos dentro de
la Comunidad. Cada vez que había una reunión, lo denunciaba.
[436] l a f u e rz a d e l a g e n te
Como yo andaba mucho, ya salía mucho, en la anuc, los sin-
dicatos, Javier Calambás me llevaba para todas partes, entonces
hablaba y denunciaba esas cosas. Para evitar estas denuncias, ellos
perdieron el trabajo, perdieron la semilla y nos cedieron el lote
otra vez. Hicimos respetar la huerta.
Y éste es sólo un ejemplo. Pero hubo una serie de casos como
ese, no sólo con nosotros, sino con otros también. Fueron vio-
lentos, daban un trato tan inhumano, que uno preguntaba: “Para
qué van a hablar de organización, de compañeros, de derechos,
si ustedes son los primeros que violan e irrespetan el derecho”.
Yo siempre peleaba de afuera, porque yo no hacía parte de la
Empresa Comunitaria, pero los que vivían adentro, a diario re-
cibían mal trato. ¡A diario! Era un martirio realmente para la
gente que vivía ahí.
Unos años después, por el mal manejo del Ejecutivo del cric,
de los directivos de la Empresa y del incora, la Empresa termi-
nó dividida en Empresa Comunitaria El Chimán y Empresa
Comunitaria La Chorrera-La Conquista146. Esta última se sepa-
ró de la empresa originalmente creada y finalmente fue disuelta,
se individualizó.
146
La Empresa original se llamó Chimán, y cuando se dividió, la mitad volvió a
llamarse Chimán.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [437]
iban a continuar con la Empresa, pero no se qué decidieron, que
también repartieron.
El problema lo crearon ellos mismos; nosotros estábamos
trabajando bien. Ellos no trabajaban, pero a la producción sí que-
rían repartir igual igual. La gente que trabajaba, trabajaba los días
completos, y ellos no trabajaban sino uno o dos días. Entonces a
ellos quisimos pagarles menos, y empezaron a alegar. Decían que
no repartían bien la producción, igual, y ahí empezamos el pro-
blema. Y entonces repartimos la tierra y se acabó todo.
(José Sánchez)
[438] l a f u e rz a d e l a g e n te
porque tenían que abandonar sus tierras, su casa, pero no qui-
sieron pelear.
La Empresa y El Coscorrón
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [439]
seguida de nosotros, como vivíamos en Fundación, sembrábamos
allí. Ese lotecito de 56 has. también entró en esa negociación, como
147
donación para cuatro terrazgueros reconocidos .
147
Según la Escritura 744 del 6 de julio de 1972 de la Notaría 2ª de Popayán, en ese
año Virginia de Mosquera, esposa de Aurelio, cedió al incora un pedazo de
Chimán (56 has.) que parece corresponder a Coscorrón, y vendió otro de 80
has., ambos “con destino específico para los terrajeros reconocidos por el
incora”. El lote cedido es para Juan Sánchez, Javier Morales, Juan Calambás,
Cruz Calambás y Julio Tunubalá y el vendido para los cuatro hijos de Juan
Sánchez.
[440] l a f u e rz a d e l a g en te
Ya no era problema con el patrón. Nos querían sacar era los
de la Empresa, allí la misma gente, cuando era presidente Julio, y
Álvaro y otros dirigían, que nunca ni el patrón mismo nos había
quitado. A nosotros nos dio muy duro, nos levantó problema en-
tre nosotros indígenas mismos. Así nos trató a nosotros.
Así mismo ha de haber hecho aburrir a otros también. Noso-
tros no entramos dentro de la Empresa, pero pues así nos hizo. Para
que no fuéramos a trabajar nos hizo caer el puente, sacaba la se-
milla y cortaba. Así hicieron los de la Empresa.
Con todos estos problemas, nosotros entramos haciendo tra-
bajos con mingas. Toda la gente de allí, en Medialoma, taita Alfonso
y todos, así como trabajábamos juntos en el terraje, mingábamos
a todos sin que quedara ni uno. A los que vivían más bravos, como
a mi esposo Javier no se le ocurría que esa gente estuviera disgus-
tada, entonces en todo el recorrido de la invitación a la minga no
dejaba ni uno, mingaba a todos todos, que para él era normal. Casi
todos venían, con excepción de algunos. Entonces nos acompañó
mucha gente en este proceso; a la Cooperativa y a otras gentes re-
cogíamos.
Yo no quería tener enfrentamiento entre indígenas; yo estima-
ba. Como nuestra gente no entendía, no quise estar lejos de ellos,
quería era tenerlos cerca; aun cuando hubieran hecho el lanza-
miento con sus manos, pero pues ellos no tenían la culpa. Yo no
sentía que fueran enemigos, no quería tener enemistades con los
vecinos. Por eso era que yo hacía mingas.
Pero también pues, aquí me estaba perdiendo éste que entre-
gaba don Aurelio, diciendo que la parte de Coscorrón era de no-
sotros, y que la Empresa salió diciendo que no era de nosotros.
Como esta huerta era nuestra de mucho antes, cuando pagábamos
terraje, por eso yo no quería dejar perderla aun cuando no les
gustara a los de la Empresa, que es nuestra gente misma, pero pues
se venían encima de uno por no dejarlos que nos quitaran ese lote.
Como los de Fundación sí sabían que esa huerta era de noso-
tros, venían tranquilamente a ayudarnos. Por eso yo los invitaba a
ellos también. Así fue que hacía minga para no dejar perder esta
huerta. Y no la perdí.
(Jacinta)
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [441]
específicos. El gobierno, a través del incora, el cual tenía bien
claro qué y para quiénes habían vendido y cedido los terrate-
nientes, pues era a través suyo que se hacían todas las negocia-
ciones, en vez de ayudar para que se respetaran los derechos de
cada cual, lo que hizo fue asesorar y apoyar al cric para crear
una división entre terrajeros y gente del Resguardo, y mantener
silencio ante los enredos generados por el terrateniente, ayudan-
do con eso a dividir a los terrajeros148. Todo esto fue creando pro-
blemas entre la gente, hasta que finalmente la Empresa terminó
dividiéndose.
148
La manipulación llegó a tal grado que, aunque en 1970 el terrateniente hizo
una escritura a favor de los cuatro terrajeros, todavía a finales de 1981 éstos
—Juan José Sánchez, Juan Calambás, Anunciación Hurtado vda. de Calambás,
Javier Morales y Juan Tunubalá— estaban solicitando al Cabildo de Guambía
que les fueran adjudicadas las tierras de La Laguna-Coscorrón (53 has.), lo cual
lograron antes de terminar ese año. No queda claro sobre qué base legal el Ca-
bildo hizo esta adjudicación, pues sólo hasta 1990 Aurelio Mosquera (Fundación
Mosquera) donó al Cabildo de Guambía El Coscorrón. En la Escritura 2520 del
3 de septiembre de 1990 de la Notaría 2ª de Popayán, se lee: “Con esta donación
se cumple la promesa que hace aproximadamente 20 años hizo [...] el señor
Aurelio Mosquera Caicedo y por lo cual, los miembros de la comunidad de
Guambía vienen poseyendo y explotando el predio objeto de la donación”. En
el mismo documento se especifica que el Cabildo de Guambía recibe el predio
especialmente para quienes ya están asentados allí, que en ese momento ya eran
12 personas.
[442] l a f u e rz a d e l a g e n te
Finalmente el movimiento también se dividió
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [443]
Colombianos, que nunca antes había surgido algo de esa natu-
raleza. El historiador Juan Friede decía que nos habíamos reu-
nido por primera vez alrededor de 4000 indígenas de más de
2000 kilómetros de distancia. Porque llegaron delegados desde
la Sierra Nevada de Santa Marta hasta Quito; había indígenas
paeces, arhuacos, yanaconas del Cauca, coconucos, inganos y
kamëtsas de Sibundoy, y muchos más. Ese encuentro nacional
de indígenas tan importante, tan valioso, tan positivo, estaba pro-
gramado para hacerse en Tierradentro, pero el gobierno no lo
permitió, alegando razones de orden público; finalmente éste se
logró hacer en Silvia, donde estaba todo el peso de los te-
rratenientes. Muchos paeces no pudieron llegar porque la poli-
cía tenía orden de obstaculizar la movilización, llegando al punto
de prohibir la salida de los indígenas hacia Silvia, pues decían que
era una reunión de comunistas.
En el Encuentro, a pesar de haberse hecho en La Coopera-
tiva de Las Delicias, en pleno territorio guambiano, como el
Cabildo estaba a favor de los terratenientes, no se contó con la
presencia masiva de guambianos; sólo los de la Cooperativa y
los terrajeros estuvimos ahí. Nosotros asistimos y estábamos
contentos por los discursos, la expresión de la gente, las rela-
ciones y todo lo demás. Pero detrás de la apariencia, en el fon-
do, teníamos serios problemas con el cric y los directivos de
la Empresa.
Tuvimos muchas otras asambleas, muchas reuniones, mu-
chas veces intentamos arreglar los problemas, pero nunca pudi-
mos solucionarlos; cada vez se antagonizaban más y más, hasta
que por fin los llevamos a Toez, Tierradentro, en 1974, al Cuarto
Congreso del cric. Allá se peleó, se dieron los debates, se desta-
pó todo. Porque el cric y la Empresa de El Chimán querían
aparentar que ésta era como un espejo, lo más brillante que
se pudiera imaginar, lo más democrático. Y nosotros, con la
Cooperativa de Las Delicias, fuimos y desenmascaramos que en
la realidad no era así.
En 1975 nos abrimos oficialmente del cric. Hasta allí toda-
vía éramos dependientes; peleando, pero defendíamos al cric.
Yo por lo menos tomaba la bandera del cric como hoy tomar
la bandera guambiana, porque era un símbolo de libertad, que
[444] l a f u e rz a d e l a g en te
Yo tomaba la bandera del CRIC como hoy tomar la bandera guambiana,
porque era un símbolo de libertad, que daba como una esperanza. Foto: Victor D. Bonilla
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [445]
pero también recogía algún mensaje para llevar a la Comunidad
otra vez.
Pero en su relación con los terrajeros guambianos no estuvi-
mos de acuerdo, tuvimos contradicciones todo el tiempo. Por
eso, después ya empecé a retirarme, porque ya sabía uno per-
fectamente que allí era donde tomaban decisiones. Ya en 1975 los
de la Cooperativa y todos los demás guambianos que asistimos
a un encuentro en San Fernando, en la Cooperativa, decidimos
no tomar más la bandera del cric, ya nos retiramos oficialmente.
No más con ustedes; pase lo que pase, nos vaya como nos vaya,
nosotros nos separamos de ustedes. Hasta allí.
Desde entonces nosotros salíamos por todas partes a denun-
ciar, no sólo al terrateniente y al incora, sino también la actitud
del Comité Ejecutivo del cric.
Duramos cinco años dentro del cric, pero esos cinco años
fueron de una continua pelea: peleando con el terrateniente, con
la Empresa El Chimán, con el Ejecutivo del cric, con el incora;
peleábamos con todo mundo, y muchas veces parecía que uno
se encontraba en un callejón sin salida.
Recuerdo una época en que parecía que el movimiento
indígena se nos había acabado. El cric estaba partido en peda-
zos, nosotros andábamos por ahí flotando, sin una tolda donde
arrimar. ¡Casi nos acabamos! Y así demoramos mucho tiempo.
Pero la Cooperativa de Las Delicias siempre estuvo al tanto
de la situación y sirvió mucho para mantenernos durante todo
ese tiempo. Yo creo que por eso hasta hoy sigue siendo una Coo-
perativa importante pero pobre, porque de los proyectos eco-
nómicos que organizan, como una tienda, de allí financian la
lucha de la gente. Eso ha pasado todo el tiempo en la Coopera-
tiva. No se ahora si se habrá levantado algo económicamente,
pero la Cooperativa gastó mucho dinero en la organización de
la gente para recuperar la tierra.
En todo caso todo esto nos llevó a confrontar grandes conse-
cuencias. Como el Ejecutivo del cric siempre manejó con un
doble filo, nadie creía cuando uno hablaba de todas estas cosas
que estaban pasando, nadie creía que Julio fuera así, nadie creía
que el Ejecutivo del cric fuera así, nadie creía que en Guambía
estuviera sucediendo tanta cosa. Se creía que todo estaba como
[446] l a f u e rz a d e l a g en te
un paraíso. ¡Mentiras! Hasta que Guambía reconoció que tenía-
mos la razón cuando, en 1980, el incora con el Ejecutivo del
cric y los directivos de la Empresa El Chimán hicieron juicios
de lanzamiento también entre ellos.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [447]
Recuerdo el día en que fueron como unos 10 policías y un
juez a lanzarlos. ¡Que un lanzamiento a la esposa de Julio Tunu-
balá! ¡Es que era increíble! Era increíble que los mismos que un
día lo abrigaron tanto, le dieron tanto poder, tanto dinero, que
lo estimaban, ayudaban, le dieron toda la libertad para que hi-
ciera lo que quisiera, hoy tomaran esa decisión de ¡lanzar a la
calle! No buscaron otro sitio dónde pudieran meterse, sino que
¡los tiraron a la calle!
El Cabildo de Guambía, que parecía que hasta ese entonces
nosotros éramos sin Dios y sin ley, Segundo Tunubalá que era el
gobernador, cuando subió allá decía al juez: “Vine, ¡favor no lan-
cen, no tiren a la calle. Favor! ¡Yo vengo a ver porque se que ellos
son guambianos, es mi gente, es de mi sangre, es mi sangre! Por
eso vine a ver”. Segundo Tunubalá decía así. Es sangre de nues-
tra sangre, por eso vine a ver qué pasa. Clamaba para que no lan-
zaran a la calle. Y el juez nunca acató; tuvo tanto poder, con la
policía, que no acató al gobernador, ni a la gente.
[448] l a f u e rz a d e l a g e n te
privadas. Que ellos estaban con la orden del Estado, por la ley del
Estado, bajo la ley del incora, que hay un régimen puesto […]
Quien decía ser el abogado señalaba que ya iba llegando la
hora, que el presidente de la organización había dado este plazo.
Entonces empezaron a discutir que había hecho muchos daños y
que ni a esos ha querido arreglar y ahora no había sino que apli-
car. Acusaban a la mujer de no haber dado cumplimiento en los
trabajos […]
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [449]
maltratados, por nadie, ahora de nuevo unos que habían sido
terrajeros le hicieran todo eso a uno de los mismos y a su fami-
lia, y peor aún, después de que ellos mismos lo habían apoyado
en todas sus actuaciones, en todos sus manejos. Y aunque por
todas las maldades que nos había hecho debimos haber pensa-
do que estaba recibiendo su merecido, en realidad no fue así y
sentimos mucho dolor.
Jacinta mi hermana fue piedra angular en la lucha de los últimos terrajeros. Cuando
el terrateniente Aurelio Mosquera le ofreció bala antes de ser expulsada de su
huerta, la respuesta de ella fue: “Mátennos que pa’ morir hemos nacido”.
[450] l a f u e rz a d e l a g e n te
Para morir hemos nacido:
últimos lanzamientos
de los terratenientes
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [451]
las tierras. Jacinta, a quien le tocó vivir esta experiencia, cuenta
cómo ella, “siendo mujer y sin estudios”, debió enfrentar esta
última etapa de la imposición terrateniente, que en su caso fue
encarnada por Aurelio Mosquera.
[452] l a f u e rz a d e l a g en te
expulsando, desde 1912 venían expulsando, pero ahora fue a
nosotros que nos hicieron lanzamientos. Empezaron a lanzar a
Javier y mama Antonia, mi suegra, y ellos no comprendían el cas-
tellano, al igual que el papá y la mamá de Juan ‘Pastor’. Taita Juan
Calambás tampoco respondía a los problemas. Venían destru-
yendo los cultivos, las casas, quemando y todo. No nos dejaron
nada que comer, no nos dejaron sino el plan de la casa. Destru-
yeron todos los cercos, los alambres de púa, todo se lo llevaron.
Hicieron eso tan horrible. Pero yo no lloré, y con el finado Juan
Tunubalá anduvimos mucho.
También abrimos como un nuevo camino para donde taita
Javier Calambás y, de tanto caminar, el camino se amplió. Él tam-
bién habló lo de 1912 y contó que ellos tenían el documento de esas
tierras e insistió en que nos paráramos firmes, que fuéramos fuer-
tes. Ellos siempre prometieron estar detrás de nosotros. Entonces
nos sentimos con cierta claridad y nos sentimos respaldados.
149
Hay que recordar que Aurelio Mosquera pasó a los terrajeros al Pueblito y les
cedió Banqueta, con el compromiso de salirse de los demás lotes. Pero ellos no
se salieron, siguieron cultivando, y fue de esas pequeñas huertas de máximo una
plaza de extensión que los comenzaron a lanzar en 1972.
150
También papa, haba y coles, según la Diligencia de Reconocimiento y Avalúo.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [453]
íbamos a salir, porque todas las semanas cosechábamos y ven-
díamos la cebolla. Nosotros no salimos y entonces nos empe-
zaron a mandar papeles. Llegaron hasta allá a la huerta donde
estábamos arrancando cebolla, gritándonos que saliéramos. Nos
decían que si no salíamos nos quitaban por la fuerza.
El manimocho151 subió con un tal Pedronel y el alcalde. Lle-
gó y allí gritaron, y mandaron a arrancar toda la cebolla. Y yo
respondí:
—“Yo no voy a arrancarla. Yo de aquí ¡pa’ donde voy a co-
ger! Usted mismo dijo que no fuéramos a ninguna parte, que
podíamos mantener esas huertas de Tsoshankullu. Yo vivo de esa
cebolla no más”.
—“Yo sí te puedo lanzar, o sino, ¡te voy a quemar ya!”.
—“Quémeme, yo no voy a vivir para siempre. Para morir es-
toy. ¿Por qué no me mata ya mismo?”.
¡Sería para asustarme! Yo estuve en el rancho, detrás de un
alambre. Él estaba abajo del alambre, gritando. El patrón dijo:
—“Salga y venga aquí”.
Será pa’ pegar, pensé. Entonces respondí:
—“Pa’ qué vino. Usted venga hasta aquí”.
Yo no salí. Estuve contestando desde el rancho no más. No
sé qué me pasó, que no me dio miedo. Que si a la otra venida
encontraba el cerco así, él mismo lo destruía. Que estaba avisan-
do por las buenas. Ya a lo último estaba bravo y dijo que alzaran
la cebolla. Yo dije otra vez: “¡No voy a alzar!”. Y no la alcé. Seguí
cogiendo la cebolla.
¡Ese cebollal era grande! Si uno arrancaba arriba, abajo ya es-
taba retoñado. Así arrancábamos nosotros. Por eso no hice caso.
Allá subieron de nuevo a la huerta y dijeron que ustedes ya
estaban advertidos que salieran, qué están haciendo que no han
arrancado la cebolla, tienen que arrancarla. Nosotros dijimos que
no íbamos a arrancarla y que no íbamos a salir. Allí empezaron
a decir ya que nos iban a disparar, que nos iban a matar. Enton-
ces yo dije: “Mátennos que nosotros pa’ morir hemos nacido”.
Andaban con otras gentes que decían que eran peritos y con
151
Se refiere a Aurelio Mosquera, quien perdió una mano cuando trataba de di-
namitar un lechero, cerca al establo en La Clara.
[454] l a f u e rz a de l a g en te
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [455]
policías. Nosotros hicimos el trabajo normal que siempre hacía-
mos. Arrancábamos la cebolla, pero dejábamos la semilla.
Decían que iban a hacer lanzamiento y nos llegó la notifica-
ción del alcalde Antonio Manzano. Ese papel no lo dirigió a los
hombres. Como yo era habladora, como hasta ahora, me lo man-
daron a mi. Quién sabe qué habría pasado si el lanzamiento, es-
tos papeles, lo hubieran hecho al esposo, a Javier, y no a mi. Lle-
gó con la amenaza de que si nosotros voluntariamente no
arrancábamos la cebolla, si no recogíamos todo, ellos harían el
lanzamiento152. Nosotros respondimos que no teníamos que
arrancar la cebolla y lo demás, porque estábamos en lo nuestro.
Después llegó otra notificación que decía que los cultivos que
ustedes tienen, con los peritos y los abogados ya hicimos los
avalúos y que, por lo tanto, los enseres que había allí ya eran de
ellos. Y avisaron que tal día iban a arrancar y destrozar, que para
ustedes ya es el lanzamiento. A cuenta de la mayora mandaron
un perito para avaluar el lote del cebollal y el de otros también.
Ese lote era para cuatro personas, entonces querían sacar a todos.
Un día de lanzamiento era para los cuatro. El papel que recibí
era del abogado Alberto Velasco.
Nosotros nos fuimos a la Cooperativa porque ellos ya se ha-
bían organizado, ya tenían tierra y otras cosas. Decía la gente que
en la Cooperativa estaban hablando en favor de la gente pobre,
y entonces nosotros nos fuimos con Juan. Ellos nos dijeron que
la tierra es de ustedes, que algún día tiene que llegar en manos
de ustedes, y que nosotros hemos encontrado unos documen-
tos. Nos dijeron: “No se dejen expulsar, y si ordenan que arran-
quen la cebolla, ustedes mismos no lo hagan, no salgan por vo-
luntad propia, que si los sacan ellos sería distinto, y nosotros
vamos a estar siempre atentos”.
Los papeles esos de notificación que nos llegaron, nosotros
ni siquiera entendíamos qué era eso, con finado Juan. No sabíamos
152
El 10 de agosto de 1972, el alcalde, por solicitud del apoderado de Aurelio
Mosquera, los notifica de la demanda de lanzamiento por ‘ocupación de hecho’,
es decir, alegando que ellos ya no eran terrajeros sino invasores. No debemos
olvidar que tan solo un año y medio antes Aurelio mismo había informado a los
terrajeros sobre su decisión de eliminar la terrajería. Se hace ahora evidente la
motivación de esta decisión.
[456] l a f u erz a de l a g en te
qué quería decir ‘lanzamiento’. Como no entendíamos bien cas-
tellano… Entonces con Pedro fuimos a preguntar a la alcaldía,
cuando estaba de secretaria María Inés, y ella dijo: “¡Ay Virgen
santísima! a ustedes los van a lanzar de sus casas, vayan a ver qué
hacen”. Nos fuimos y allá estuvimos sentados todo el día y nadie
llegó, en todo el día no pasó nada en la casa. ¡Estaban era arriba
en los cultivos!
Bien tarde ya bajaron con el tractor cargado de cebolla, papa,
ullucos y coles, con los mismos terrajeros que estaban a favor del
terrateniente153. A nuestros hombres, como no obedecieron para
arrancar la cebolla, los mandaron a la cárcel. A mi no me deja-
ron ir, ya me retuvieron, y que tenía que estar en la casa sin poder
ir ni a Piendamó, ni a ninguna parte. Como ya habían avaluado,
querían arrancar, arrasar ellos mismos. Yo insistí que no es de us-
tedes, que yo voy a cosechar más. Llevé caballo. Yo cargar sí carga-
ba. Entonces vieron que yo estaba allá y en la puerta ya pusieron
candado. Ya pasó la notificación y arrancaron todo.
En esos momentos taita Alfonso Gembuel, el que vive en Me-
dialoma, vivía en la Quinta de Aurelio. Él no había ido a ayudar
a arrancar cebolla, pero a él también le regalaron. Taita Alfonso
recibió, pero como era muy amigo, vino a avisar que recibió la ce-
bolla, pero que él no fue a arrancar. La mamá de taita Alfonso me
quería mucho; me llamaban awelá. De eso había quedado alguna
amistad. Como arrancaron la cebolla y como taita Alfonso tam-
bién era terrajero, pero además era empleado del blanco, le llevó
un bulto de cebolla y se lo regaló. Entonces vino a preguntar que
ahora yo ¿qué hago con su cebolla? Como él era bondadoso, dijo
que para mi es como molesto. Yo le respondí que como usted no
fue el que fue a arrancar, usted verá qué hace con la cebolla; yo
me entiendo con el patrón. De ahí fue que empecé a pelear.
Los cultivos eran de Cruz, Teresa la mamá de Juan, y de
nosotros. Entonces fuimos a ver y ya no había ni una mata de
153
Aunque ya se había acabado el terraje, se siguen denominando terrajeros, pues
seguían bajo el dominio terrateniente y con todos o más de los problemas que
sufrían con el sistema de la terrajería. Es así como eran obligados por el terrate-
niente a arrancar y quemar lo de otros ex-terrajeros, lo cual muchos hacían contra
su voluntad.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [457]
Javier Morales Trochez, esposo de mi hermana Jacinta, nunca se doblegó ante la
represión terrateniente. Hoy en día sigue trabajando en las tierras que defendió.
Foto: Bárbara Muelas Hurtado.
Encarcelaron a todos
[458] l a f u e rz a d e l a g e n te
otros hermanos de Javier, pero tampoco tenían un instrumento
de defensa, no tenían habla.
Entonces mama Antonia me dijo que usted que sabe hablar
castellano, hable a ver qué va a hacer con nosotros. Todavía a Juan
no lo habían agarrado, pero rapidito lo agarraron también, mien-
tras andábamos en la Cooperativa. Y a los otros, Juan Calambás,
Cruz Calambás, también los agarraron y los metieron a la cárcel.
Entonces no había quién representara, ni quien hablara porque
todos estábamos encarcelados. Yo me fui a la alcaldía, que por
qué hacía todas estas cosas; y el alcalde dijo que ustedes tienen
la culpa porque ustedes no quisieron salir. Como era el mismo
alcalde que había hecho el lanzamiento…
Ellos ya habían avaluado. Los cultivos y la casita de mi sue-
gra y los elementos que tenían de la casa eran bastantes y, ade-
más, llevaron el alambre. En ese momento la casita más grande
era la de mama Antonia y ella era la que tenía más cosas; eso se lo
llevaron y se quedaron con todo. Hasta allí, ella como guardaba
cosas antiguas, lo que llamaban la botijuela y unas bateas, como
se quedó sin nada, quedó llorando más. Cuando avaluaron,
avaluaron un poquitico ahí no más154. Ella tenía también cultivo,
pero el que ella tenía ni en cuenta tuvieron; solamente la notifica-
ron. Viendo eso, a mi no me dio satisfacción. Como los mayores
vivían era de su trabajo y no sabían hablar castellano, entonces lo
que hacían era llorar y llorar. Ver eso a mi me dio mucho dolor.
Pero yo como tenía rabia, nunca lloré. Decidí no llorar en ninguna
parte, ni en la cárcel, ni en ninguna parte, a ver qué me pasaba.
El cultivo de las otras personas lo pasaron por encima. A er-
manto Cruz, que murió, quien tenía un pedazo de cebolla155, y a
Juan Tunubalá, sí avaluaron los peritos156. Juan Calambás no te-
nía cultivos; encontraron solamente una manga de ganado y por
eso solamente quedó en la notificación, y no hubo ningún ava-
lúo, pero le quitaron la manga.
154
Esta casita, tan importante para la mayora, su hogar, fue declarada en la Dili-
gencia de Reconocimiento y Avalúo como ‘rancho inservible’.
155
También papa.
156
Tenía cebolla, papa, maíz, col, arracacha, alverja y haba, según la Diligencia
de Reconocimiento y Avalúo (Agosto 18, 1972).
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [459]
Con Juan Tunubalá íbamos a comentar todo esto a la
Cooperativa de las Delicias. Eran tres hermanos: uno llamaba
Manuel Jesús, que ya está muerto, que ojalá descanse en paz, los
otros eran taita Mariano y Javier. Nos dijeron que no tuviéramos
miedo, que haga lo que haga, lo que hay que hacer es una de-
manda. Ellos siempre dijeron que el problema era de nosotros
y, con insistencia, la pelea teníamos que darla nosotros, que ellos
respaldarían siempre, que nosotros que sentíamos el dolor éra-
mos los que teníamos que hacer. Entonces explicó que así no
sirvieran para mayor cosa, ahí estaba Asuntos Indígenas y que
también había algunos abogados en el incora. También dije-
ron que con el Cabildo no podíamos contar: “¡Ustedes qué van
a ir a decirle al Cabildo, esos no van a hacer nada para ustedes!”.
El día del lanzamiento hubo una reunión en el Concejo, a la
que invitaron al Cabildo para decirles que nos recibieran. No-
sotros nunca habíamos hablado con el Cabildo, y ese fue el pri-
mer día que hablamos. Empezamos a hablar con taita Isidro Al-
mendra157, que fue el que estuvo cuando empezaron a lanzarnos,
para explicarle la situación y pedirle que si tenía tierra que nos
recibiera, pero que si no, pues que dijera que no nos podía reci-
bir. El patrón mismo fue el que convocó al Cabildo de Guambía,
a su gobernador, taita Isidro, para decirle que recoja a estos
terrajeros, que se los lleve. La respuesta de taita Isidro fue que ni
ellos cabían en el Resguardo, que por lo tanto no podía recibir-
nos: “La gente allá donde nosotros es mucha. Si pudiera recibir-
los lo haría, pero no puedo. Arreglen ahí no más, dándoles tie-
rra en Chimán”, le dijo al patrón.
Nosotros acudimos a la comunidad grande158 pensando que
nos iba a ayudar a resolver, pero no. Javier Calambás sí nos ha-
bía dicho que el Cabildo de Guambía no nos recibiría, que tie-
rra no tenían ni para ellos, y que la Cooperativa tampoco tenía
tierra para recibirnos, que ellos apenas estaban empezando. Pero
sí nos garantizó que si en algún momento llegaba la desgracia
de ser expulsados sin ninguna posibilidad, albergarían a la gente
en algún lugar de su Cooperativa.
157
Gobernador del Cabildo de Guambía en 1972.
158
Al Resguardo de Guambía.
[460] l a f u e rz a d e l a g en t e
En esa hora estuvo el Procurador y Asuntos Indígenas.
¡Quiénes no más serían! El alcalde también. Ese es el primer día
que vimos a nuestro Cabildo. Los blancos también eran desco-
nocidos.
Nosotros siempre demandamos toda esa destrucción. Por
estos cultivos ellos habían consignado una plata en la Caja Agra-
ria, pero como teníamos odio nunca recibimos eso. Entonces me
amenazó que porque era muy respondona, que era grosera, y me
dijo:
—“Te encarcelo”.
—“Encarcéleme que yo nada le debo”.
—“Aguardate que te mando para Santa Magdalena”.
Yo no sabía dónde era, pensé que Santa Magdalena era más
allá del mar, entonces le dije que quería ir a conocer. Al fin me
encarceló.
Me dijeron que fuera a recibir la plata, y había que firmar lo
mío, lo de mama Antonia y los otros. Como yo era peleadora, a
mi me había consignado unos pesos más, eran 1.980 pesos, que
incluían las cercas y el rancho. Lo de los otros era nada. A Juan
Tunubalá era 1.280 pesos, pero lo de finado Cruz no eran sino
250, incluyendo el alambre de las cercas. Lo de taita Juan
Calambás se quedó en la notificación, porque él no tenía culti-
vo y no le reconocieron los cercos. Yo no recibí porque eso era
una injusticia. “Devuélvanos la tierra y, si no quieren vernos aquí,
compren tierra en otra parte y dénnosla”, dije yo.
Fue cuando Aurelio llamó al Cabildo para mandarnos al Azu-
fral. Nosotros decidimos no ir. Dijimos que para allá para el
Azufral vayan ustedes, que nosotros vamos a ir a vivir donde
siempre hemos vivido, que es de nosotros. El Cabildo y todos
estaban de acuerdo con que allá había buenas tierras y nos di-
jeron que fuéramos.
Como no pudieron darnos la plata a la fuerza, hicieron una
reunión en el Concejo Municipal y nos llamaron. Allí era la in-
terrogación que quién había aconsejado para que hiciera todo
esto. Alguna gente de la Comunidad que no estaba de acuerdo
con nosotros también tenía muchas ganas de mandar a la cárcel
a los de la Cooperativa, a Trino Morales, a Mario Yalanda, que
siempre fueron buenos con nosotros y nos apoyaron. Los jueces
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [461]
ya los habían llamado a ellos primero. A Mario Yalanda acaba-
ban de hacerle interrogación, y enseguida estaba yo. Yo estaba allá
sentada y Mario, en guambiano —qué tan bueno es saber ha-
blar una lengua distinta a la de los blancos— me dijo ante el juez:
“Cuidado Jacinta, no vaya a estar respondiendo mal; escuche bien
y responda bien”. Eso a mi me dio valor como para no equivo-
carme. Yo pensé entre mi, ¡qué haré!
Entonces empezó la interrogación y lo primero que dijeron
fue que quién le había ordenado. Yo le dije que nadie me había
ordenado, nosotros lo estamos haciendo porque es nuestro dere-
cho. Querían era agarrar a Trino y a Mario y a los de la Coope-
rativa. Pero ¡quién va a estar avisando! Me debe haber ayudado
mi Dios. Cuando empezó la interrogación yo fui respondiendo,
y después vide que he dado buena respuesta. Tenía mucho mie-
do. Y eso nos sirvió posteriormente. Allá también planteé los de-
rechos, para que reconocieran, no con esa pequeña injusticia,
sino que paguen con algo justo para con esa plata poder com-
prar tierra en alguna parte. No quedaron de pagar. Pedro dijo que
reconociera.
—“So gran pendejo, ¿no querés el establo?”.
—“Algún día llegamos al establo”, contestó Pedro.
Como ya llegamos. Y yo dije:
—“Algún día llegaremos al plan de la casa que era nuestro”.
En esa forma le hablamos. Yo sabía pelear así, aunque nos
despreciaran y miraran mal, porque nosotros de todas formas
teníamos que llegar allí. Llegamos y ahora estoy contando.
[462] l a f u erz a d e l a g e n te
el hecho de no recibir la plata y era hasta que recibiera la plata
por los alambres, por la cebolla, por los ranchos y todo159. Los
amigos y los compañeros siempre estaban por ahí cerca dicien-
do que no reciban. Siempre la Cooperativa fue muy política, di-
jeron: “Ustedes no vayan a estar recibiendo, que si reciben no
tienen nada más que hacer, ahí terminan”.
La segunda detención, o sea la primera vez de cárcel, me man-
dó 27 días. Fue en el mismo 1972, cuando volvimos a la huerta a
cultivar, y en vista de que no quisimos recibir los pagos. Como
no era sino por la plata que no recibí, no era mucho el pago de
cárcel. Yo andaba trabajando en la misma huerta de donde nos
habían lanzado, y de allá de la roza me cogieron. Fueron los po-
licías y me trajeron. Éramos cuatro que estábamos: yo, Juan
Calambás, Juan Tunubalá y Cruz Calambás. Y no me acuerdo si
al papá de Juan también lo encarcelaron. De pronto sí. Inmedia-
tamente después encarcelaron a la mamá de Juan, a la abuela
Antonia, a mi mamá, a Faustina y a la hija de Joaquín de la Cho-
rrera, que llama Agustina. Los metieron aquí en la cárcel de Silvia
mismo, pero a Faustina y a Agustina las mandaron al Buen Pas-
tor en Popayán. La cárcel de aquí yo no la conocí, a mi me man-
daron a Popayán. A los otros sí, una y otra vez, en la cárcel de
Silvia. A la mujer de Juan Tunubalá, que llama Josefina, también
le tocó ahí. A ellos siempre los tenían en Silvia no más, pero a
mi me mandaban a Popayán, porque me tenían por alevosa,
respondona.
Como había que pagar una fianza y nosotros no teníamos
con qué, querían que recibiera esa plata para que pagara al juez.
Mucha gente del pueblo decía lo mismo, que ustedes reciban esa
plata, que si reciben no irán a la cárcel. De alguna manera los que
andaban afuera hablaron y me sacaron; en ese entonces andaba
un abogado político que llamaba Omar Henry Velasco, y ese me
sacó. Mientras tanto el período de taita Isidro terminó, porque
eso no es sino de un año.
La segunda vez que me mandaron a Popayán, ya en 1974, me
acusaron de que era demasiado terca, y por eso me mandaron
159
En realidad, todas las veces fue por invasora, porque siguió yendo a la huerta
a cultivar, e insistía en no recibir la plata de las mejoras.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [463]
dos meses. Juntos en ese momento, al mismo tiempo, había otros
encarcelados. Los hombres, Pedro mi hermano, Juan y otros,
estaban todos en Silvia, pero a mi las dos veces fue a Popayán,
con Faustina. Me mandaron allá, para que estuviera comiendo
bueno (risas).
Allá en la cárcel también me preguntaban e interrogaban, y
yo siempre respondí lo mismo, que era por la injusticia y que
consideraba que eran nuestros derechos. “Estoy pagando aquí
cárcel, pagando una injusticia, porque no he hecho absolutamen-
te nada”, siempre he dicho. En la cárcel escribí algunas ideas que
mis amigos hicieron publicar en El Periódico de Popayán del 3
de mayo de 1974.
A mi me mandaban allá a hacer oficio y yo lo hacía porque,
como soy enseñada a trabajar en el campo, a mi no se me daba
nada, por feas que fueran las tareas. Yo no sentía mucho abu-
rrimiento; estuve fue tejiendo mochilas. Como me gustaba ha-
cer oficios, no me gustaba estar de balde, hacía lo que ellos me
mandaban a hacer, y entonces les dije que me trajeran un meri-
no para recuperar el tejido de mochila guambiana. Tejí mochi-
las y luego, entre las varillas de las ventanas, ahí armé la cincha
sin pedir permiso a nadie, sin explicarle a nadie, y la tejí sin
macana, solamente con los dedos. Cuando ya había avanzado
bastantico en el tejido, la monja guardiana se dio cuenta de lo
que estaba haciendo y reconoció que estaba buena, y fue a traer
una macana y me prestó.
Allí ya empezaron a quererme y me mandó a tejer para ellos
también. Si hubiera estado otro tiempo más, ya me estaban pre-
parando porque necesitaban una profesora para tejidos en el
sena. Pero me llegó la boleta de libertad. ¡Por otro tantico hu-
biera ido yo también allá al sena, de profesora! Así he andado
siempre.
De todo eso hemos peleado y hemos peleado. El incora me
dio un abogado que llamaba Bernardo Bermúdez, y esto lo lle-
vamos hasta el Tribunal del Cauca. En esa demanda llevamos los
peritos a atestiguar, a buscar vestigios de los cultivos y todo eso.
Es como los tiestos en arqueología, encontrar huellas, vestigios.
Encontraron todo, las huellas, las raíces de los cercos, los planes
de la casa. Cuando dimos poder al abogado entre los cuatro,
[464] l a f u e rz a d e l a g en te
Carta de Jacinta desde la cárcel, publicada en El Periódico el 3 de mayo de 1974.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [465]
como no había más quien gestionara, siempre fuimos yo y Juan.
Como a nosotros nos quitaron todo, la cebolla y las huertas, nos
quedamos sin oficio, las manos libres. Entonces nos dedicamos
solamente a eso por más de dos años, a andar y a andar. Como
los de la Cooperativa hacían minga y otros también, entonces an-
dábamos en minga para abajo y para arriba. Hemos llevado esta
pelea hasta el Tribunal, y el abogado nos diligenció bien, pero
como era con los ricos, ellos también tenían abogados, y creo que
deben haber hecho mucha cosa para obstaculizar. Como los
blancos son así…
El abogado nos hizo bien el trabajo, que casi tuvimos la posi-
bilidad de volver a llegar donde nos hizo el lanzamiento. Pero eso
se perdió, se quedó así.
No pudimos llegar específicamente en el sitio donde nos
hicieron el lanzamiento160. Pero ganamos por el otro lado, por-
que siempre existían los derechos y pudimos quedarnos en el
Pueblito de la Fundación, que también hicieron mucho esfuer-
zo para sacarnos de allí, donde ahora vive Javier, de donde ellos
mismos nos habían adjudicado. Siempre fue muy importante
que algunos pedazos de tierra y la casa de Pueblito los ganamos.
160
En diciembre de 1973 la Gobernación del Cauca revocó el acto de lanzamiento,
por haber sido tramitado en forma antiprocesal e injusta. Según el abogado de
los terrajeros, la resolución “ratificó el reconocimiento de terrazgueros de la ha-
cienda Chimán [...] Al presentarse la cesión y la venta de una parte de la finca al
incora para el fin aludido en las Leyes 135 de 1965 y 1ª de 1968, no por ello per-
dieron 3 de los demandados el carácter de terrazgueros que tenían desde tiem-
po atrás para convertirse en ocupantes de hecho de los predios cuestionados,
como lo entiende el Abogado-Actor. Téngase en cuenta que la Ley 1ª de 1968, lejos
de tener el alcance propuesto por el doctor Velasco-Caicedo (abogado de Aurelio),
redundó en beneficio de los arrendatarios, aparceros o similares”. Pero finalmente
el pleito se perdió, por términos vencidos.
[466] l a f u e rz a de l a g en te
La recuperación que fue frustrada
161
Según parece, se los dio de palabra y sólo hasta 1976 se los escrituró (Escritura
20 del 10 de febrero de 1976 de la Notaría Única de Silvia).
162
Vereda El Pueblito del Resguardo, diferente al Pueblito de Fundación
Mosquera.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [467]
Sin embargo, Isidro Almendra no estuvo del lado del terra-
teniente. Pero como hubo cambio de cabildos, ya los siguientes
cabildos fueron distintos, ya vino Antonio Tumiñá, sobrino del
profesor Tumiñá, de gobernador. Como el Cabildo no estaba con
nosotros, el patrón se fue a llamarlo, hablando bien bonito y ofre-
ciendo regalar tierra, diciendo que nosotros éramos los malos y
lo jodíamos mucho. Y como los blancos son así, mientras noso-
tros peleábamos, a ese nuevo gobernador le empezaron a regalar
tierras, ladrillos, ganado. Ellos recibieron estos regalos y empeza-
ron a decir que los malos éramos nosotros. No entraron a nuestro
favor, sino que lo que debía de ser para nosotros lo recibieron ellos.
El lote de terreno que recibieron era como para sacarnos a la
fuerza. Pero allí mantuvimos el ganado de nosotros; ellos lo saca-
ban, pero nosotros lo volvíamos a meter. Allí entramos entonces
a pelear también contra nuestra misma gente, con ese Cabildo y
con el profesor Tumiñá.
Finalmente no pudieron sacarnos, ni recibiendo tierra, ni va-
cas, ni ladrillo, porque nosotros no peleamos por pelear, sino pen-
sando en que cuando niños pasamos trabajos. Por eso fue que nos
enfrentamos a los blancos.
(Jacinta)
[468] l a f u e rz a d e l a g en te
versión de los hechos deja ver con claridad las artimañas del te-
rrateniente, el uso de alcohol para manejar a los indígenas, y la
actitud asumida por las ‘autoridades’ del Resguardo.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [469]
que le acompañara para el siguiente sábado. Yo no me fui nada para
donde iba, sino que me regresé para avisar a mis compañeros. Hice
que avisaran a toda la gente, para que los que pudieran acompa-
ñar nos acompañen para eso. Fuimos a ver primero lo de Esteban
Ulluné, que le había dado la tierra fiada, pero como no le pagó le
volvió quitar la tierra, y esa la iba a dar al Cabildo. Entonces noso-
tros aceptamos recibir eso, y se quedó así. Esto dijo que había do-
nado al Cabildo, pero el ganado no fue dado.
El día de la cita yo bajé con mis alcaldes. Aurelio arrimó al
estanco y no me acuerdo si fueron dos o tres litros, pero los sacó.
Y ellos primero fueron los que me gastaron: Aurelio. Como a él
también le gustaba tomar, y como nos regalaba tierra, nosotros los
que decimos que somos el Cabildo, ¿no darle nada? Mucho misak
los martes llegaba a demandar y nos llevaban aguardiente, y no-
sotros no gastábamos ese aguardiente. Entonces había unos so-
brantes, no me acuerdo si eran 12 o 20 medias de aguardiente. Todo
éste lo cargamos y llevamos y allá nos lo tomamos.
Entonces se nos fue agotando el tiempo, como siempre es así,
y ya se vino el cambio del periodo. Hasta ese entonces no fue por
escritura, sino en palabra. Los Cabildos posteriores fueron los que
hicieron las escrituras. De eso ya yo no me di cuenta qué fue lo que
hicieron.
163
Blanco del pueblo.
[470] l a f u e rz a d e l a g e n te
Ya no se podía luchar con un solo terrateniente, sino ya toca-
ba enfrentar a toda esa gente que compró. Compró la gente del
pueblo, compraron los guambianos, compraron hasta unos ca-
leños, y se hicieron varios dueños. Fue la táctica del terrateniente:
vender así, para enfrentar entre todos.
Esto pasó con la hacienda El Chimán, pero ya no con las tie-
rras de la Empresa El Chimán; eso ya estaba quieto.
Después del lanzamiento empezaron todas esas cosas, porque
don Aurelio sabía perfectamente que ya estaba avanzada esa lucha.
Por no perder, ofreció en venta a todo mundo. Entonces compraron,
y allí estaba metido el Cabildo apoyando a los que querían comprar.
Antonio Ulluné, que había sido mi alguacil, dijo que me vio tra-
yendo los terneros, y que yo me le robé a la Comunidad este ganado.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [471]
Yo conseguí solamente un ternero […] Cuando pasamos en
la hacienda, negociaron 12 novillas, entonces mi compadre Cruz
Morales […] me preguntó si quería un ternero y que si tenía un
saldo de plata le diera parte, y la otra parte me daba fiado […] En-
tonces los que vieron dijeron que había recibido regalado para la
Comunidad, y cuando éste se reprodujo y se hizo varias, todos me
dijeron que tenía el ganado de la Comunidad.
164
Los blancos del pueblo.
[472] l a f u e rz a d e l a g en te
hablando bien con nosotros […] Vino ahí a la oficina de incora,
que estaba frente a la actual ferretería de Antonio Reyes, y allí fue
que estuvimos hablando […] Ese tal Esteban entró diciendo que
en vez de ir mama Jacinta a la cárcel, iría él, que no me preocupa-
ra, que ellos irían. Pero a la hora se fue con el terrateniente.
Aurelio iba a entregarles en un mismo día a los blancos y a los
guambianos que iban a comprar tierra. Para entregarla los llama-
ron ese día, y ahí él se fue como perro hambriento. Trajeron a va-
rios blancos y guambianos a quienes les ofrecieron tierras, para
presionarnos. En medio de esa situación fue que recibió el Cabil-
do la tierra, cuando estuvo Antonio Tumiñá de gobernador.
Otra gente también hizo como Esteban. Yo como mujer, si
hago mal, me quedo con eso; y si hago bien, también me quedo
con eso. No hablo dos y tres palabras, ni me volteo. Yo soy firme.
Ellos parecían locos, no ayudaron bien. Por eso nosotros pasamos
muchas dificultades.
Cuando recibieron la tierra dada al Cabildo, éste pidió contribu-
ción a la Comunidad para comprar alambre y cercaron esa tierra, y
entonces formaron esa Junta. Y con esa fuerza a nosotros ya nos
querían sacar. El presidente era un tal Efraín Binasco, un blanco.
En esa reunión, desde que inició la discusión, no se qué me
pasó, pero me enfrenté de igual a igual. Como hablaban mal-
tratándonos y Javier, mi esposo, es tan callado, y así era la mamá,
también callada, entonces a mi me dio rabia porque ellos lloraban.
Al ver yo, me pareció que podía enfrentarme y agarré a contestar.
Como mis hermanos se encontraban repartidos, yo agarré a
contestar, porque al ver yo, era muy feo cuando nos lanzaron. Es-
taba respondiendo bien porque había oído hablar a los mayores
sobre 1912 y me acordé de lo más antiguo, que esas tierras eran de
nosotros. Como así hicieron, agarré a contestar. Como la tierra es
de nosotros, pensé, ¡aunque nos saquen!
En ese entonces ya teníamos la tierra en Malvazá, aunque endeu-
dando, pensando en pagar aunque fuera jornaleando. Como tenía
para donde irme, pensé y me planté, y frente a frente seguí alegando.
Porque al que no se enfrenta lo sacan fácil. Sentía respaldada para
pelear, porque si las cosas salían mal teníamos para dónde ir.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [473]
era suficiente, y que necesitaban además a los blancos del pue-
blo. Por eso les cedieron y vendieron tierras a ellos también.
Según el certificado 81-103 del 17 de marzo de 1981 de la Re-
gistraduría de Silvia, entre agosto de 1975 y octubre de 1978
Aurelio Mosquera escrituró casi 900 plazas de tierra de Santa
Clara a blancos de Silvia (Antonio José Cabal, Pedro Nel Cór-
doba Bolaños, Fernando León Durán Rivera, Gloria Durán de
Alba, Mario Angulo Doria) y a más de 20 guambianos (Mariana
Tunubalá de Muelas, Vicente Tunubalá Muelas, Eulogio Tumiñá
Muelas, Cruz Muelas Muelas, Francisco y José Antonio Hurta-
do Muelas, Avelino Hurtado Tunubalá, Manuel Ussa Almendra,
Jesús María Morales, Avelino Almendra Tombé, Joaquín
Yalanda Campo, Jesús Antonio Tunubalá, Esteban Ulluné Ussa,
Juan Bautista Ussa Tumiñá, Juan Tunubalá, Lorenzo Tunubalá
Tunubalá, Trino Morales Díaz, Cruz Tunubalá Tumiñá, Julio
Hurtado Morales, Miguel Antonio Muelas Tunubalá, Alcides
Hurtado Calambás, Eulogio Tumiñá Muelas, José Antonio Hur-
tado Muelas, Miguel Antonio Muelas Tunubalá), además de las
19 plazas del Cabildo de Guambía.
Durante la gobernación de Antonio Tumiñá hubo muchos
conflictos con el profesor Tumiñá y el Cabildo, todo a raíz de los
negociados que tenían con Aurelio Mosquera para no dejar avan-
zar la lucha de los terrajeros en Chimán. El caso del viaje a Bo-
gotá, para el cual el terrateniente les financió el bus expreso del
que habla el gobernador Tumiñá, fue uno de ellos:
[474] l a f u e rz a d e l a g en te
Claro que hasta razón tendría en eso de que éramos deslea-
les, pues como dice Mario Calambás:
La gente cuando ya no acata, claro que es desleal. Como ya no
regalaban su fuerza de trabajo a ellos, entonces para ellos ya eran
desleales. Cuando la fuerza de trabajo ya no iba para allá sino que
venía para acá, lo hacía porque ya tenía otra concepción. Ahí es,
por ese lado. Cuando por todo los jodían y nada hacían, entonces
ellos estaban bien. Así miraba yo desde afuera.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [475]
Aurelio mismo había conseguido una casa grande donde ha-
bía todo; yo no recuerdo cómo llamaba ese hotel, pero era un ho-
tel grande, donde había todo de comer, de beber. Había arrenda-
do el patrón mismo. Este hotel era solamente para ellos, y nosotros
nos metimos.
En Bogotá apareció taita Gerardo Morales. Dijo que si él cono-
ciera los problemas, ayudaría; y además que no tenía poder, que
solamente era secretario del Cabildo, que nosotros estábamos al
aire, que no teníamos ningún respaldo de este Cabildo.
Aunque nosotros decíamos que éramos de la misma gente,
hablamos la misma lengua, nunca nos quisieron entender. Yo y el
finado Juan Tunubalá entramos hablando con mucha claridad y
no nos dejamos, pero a mi me tocó muy duro.
[476] l a f u e rz a de l a g e n te
A mi me nombraron de gobernador y yo solamente estaba
encargado de velar por mi Comunidad. Anduve yo con ese com-
promiso. Nosotros solamente pensamos recibir todo lo que nos
regalaran para nuestro Cabildo y Comunidad.
[…] sobre la terrajería cómo fue, como nosotros no hemos
sufrido en carne propia, entonces no entendemos en claro eso.
Como nosotros no sabíamos la vida de ustedes, sus sufrimien-
tos […], entonces no se si hicimos mal o hicimos bien.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [477]
Pero mientras nosotros estábamos ocupando y teníamos ga-
nado ahí, una noche, con machete, cortaron todo el ganado y nos
lo mataron. Solamente escaparon algunitos que no se dejaron
alcanzar del machete.
Con Juan nos movimos mucho a Popayán, veníamos a Silvia,
así las autoridades no nos escucharan, los jueces, el alcalde, y tam-
bién en el incora-Popayán. Harto que corrimos, y los pocos ani-
males que teníamos ahí se nos acabaron.
(Jacinta)
[478] l a f u erz a de l a g en te
Le preguntamos que qué era lo que le pasaba de hacernos es-
tos encarcelamientos, después de haber dicho que de allí no se mo-
viera nadie. Que aclarara bien lo que dijo, porque nosotros no
entendíamos por qué nos hacía lanzamiento de Fundación, dicien-
do que para nosotros la tierra estaba en el Coscorrón.
Como también teníamos el problema del lote frente a
Medialoma que había recibido el profesor Tumiñá para el Cabildo,
entonces nosotros, mientras no aclararan, seguíamos dentrando
donde le habían dado al Cabildo.
Así es que le pedimos a Aurelio que nos diera las escrituras de
Fundación para nosotros estar claros. Como eso le daba global a
todos, le dijimos que nos diera independiente a cada uno el lote-
cito, y él comprometió a dar la escritura y sí nos cumplió. Y así,
tenemos hasta este momento reconocido y firmado con las ma-
nos de él, pues ya hablamos por las buenas.
Cuando hicimos las escrituras de Fundación, en ese momen-
to mismo dialogamos muy bien con don Aurelio lo de la laguna
(Coscorrón), qué verdad era, para nosotros irnos a trabajar, para
no seguir molestando allá donde recibió el Cabildo. Nosotros creía-
mos que de pronto estaba engañando la Empresa, o el mismo don
Aurelio. Entonces preguntamos bien, y dijo don Aurelio que él no
estaba engañando, que él había entregado al incora y al Cabildo
para que a ustedes les adjudiquen, que sí era cierto que él le había
entregado al incora para las cuatro familias. Entonces ya el mis-
mo don Aurelio nos hizo descubrir.
Yo hice una minga grande donde teníamos siempre la parce-
la, con los de la Cooperativa, los de Chorrera que también esta-
ban con nosotros, y los de Fundación que siempre nos acompa-
ñan. Fuimos a picar en todo el camino; cogimos un lote grande y
picamos. Como ya nos dijo don Aurelio que sí era cierto que ha-
bía cedido a las cuatro familias las 56 has., entonces nosotros ya
descubrimos eso y haciendo esa minga fuimos a trabajar.
En ese momento que hicimos minga grande, ya de ver que
nosotros veníamos venciendo, de ver que nosotros no dejamos, esa
vez ellos, los de la Empresa, tenían un tractor, quitaron el alam-
bre, los postes, ya sacó en esos momentos, y ya nos dejó trabajar.
Así fue que ganamos, y así fue que calmamos, porque ya con-
seguimos donde trabajar.
Entonces nosotros sí dividimos para esas cuatro familias que
donó don Aurelio al incora para que el Cabildo de Guambía nos
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [479]
volviera a arreglar a nosotros. En esa forma fue que nos cedió, para
esas cuatro familias reconocidas. Nosotros no formamos ningu-
na empresa, sino que directamente, hasta este momento, disfru-
tamos trabajando así en parcelas. Peleando fue que rescatamos este
donado de 56 has.
Así hemos estado y no hemos aflojado, y no soltamos la tierra
de Fundación, el Pueblito; también hicimos que resultara para
nosotros esa tierra de Coscorrón que tenía la Empresa El Chimán.
(Jacinta)
[480] l a f u e rz a d e l a g en te
cuatro que nos estaban lanzando. Así hicimos el arreglo. Los otros
ahora poco fue que arreglaron. Pero nosotros fuimos los prime-
ros que conseguimos las escrituras directamente con el mismo
patrón.
Así aseguramos la casa donde vivíamos y el lote de Coscorrón.
Entonces ya no volvimos a meternos en el lote del Cabildo. Com-
prometimos de no volver a meter allá, sino que nos arreglara lo
de Fundación y que nos arreglara lo de Coscorrón que men-
cionaba. Y dejamos en paz. Así calmó. Eso fue en el 76, con el go-
bernador Antonio Tombé.
(Jacinta)
Así es que esa casa que hoy tiene el Cabildo es también pro-
ducto de nuestra lucha y no del gran corazón del terrateniente.
Dice Pedro:
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [481]
Los de kausro eran bien vestidos y nosotros con vestidos
rotitos nos miraban con desprecio. Pero esa gente no tenía ni casa
165
de Cabildo; tenían casa prestada no más .
La casa que ahora tiene el Cabildo es esfuerzo y trabajo de no-
sotros. No es regala’o por el patrón así por así al maestro Tumiñá
y a Antonio Tumiñá, cuando era gobernador; no por buena gen-
te, sino por el trabajo y el esfuerzo nuestro en ese momento, para
que ayudaran a sacarnos para pasarnos al Resguardo, o para que
fuéramos pa’ donde quisiéramos, para eso les dio, para que noso-
tros no siguiéramos peleando.
165
El Cabildo utilizó una casa prestada de un señor Rubén Pitingo, según Jacinta.
[482] l a f u e rz a d e l a g en te
A mi me acusaron siempre que trabajaba en favor de los blan-
cos. Por eso hasta mi casa me la dañaron. Pero mi conciencia era de
que yo no estaba a favor de los blancos, ni he trabajado para ellos.
(Profesor Tumiñá)
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [483]
Pero todos nosotros sabemos que cuando estaba en pleno
auge el proceso de organización y recuperación de tierras, el
terrateniente Aurelio Mosquera, en vista de que no podía frenar
la fuerza del movimiento, acudió al Cabildo y al profesor Tumiñá
para que le ayudaran. Y también sabemos que el profesor, en vez
de defender a su gente, le dio todo su apoyo al terrateniente y
consiguió el apoyo del Cabildo, de la Comunidad y de muchos
blancos del pueblo para él. Por eso, aún hoy en día los que fue-
ron terrajeros guardan un triste recuerdo de quien debió haber
sido el defensor por excelencia de sus derechos. Muchos comen-
tan que como él era el que sabía, el que tenía conocimientos,
pensaron que los favorecería, pero que más bien usó esos cono-
cimientos en contra de su propia gente.
El compañero Javier Calambás cuenta que los blancos decían
que el profesor Tumiñá tenía “una cabeza pero bellísima”.
[484] l a f u e rz a d e l a g e n te
Hoy en día ya no tiene nada que hablar, pero él tenía el trabajo
de ser el profesor, y de ahí que a los niños les enseñaba lo que los
blancos le ordenaban que debía de enseñar […] A estas alturas, ya
cumplidos los años, ahora ya quedó pensionado, ya no tiene nada
que hablar. Propiamente el profesor Tumiñá es, en el fondo de mi
pensamiento, enemigo del desarrollo de la comunidad guambiana.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [485]
Con Bárbara pensamos que, como él era el único castellano
y el único que era “Popayán pueblo, patrón de mandar, espejo
comprar, ovejo maleta…”166 (risas).
Jacinta tiene muchos y tristes recuerdos del profesor Tumiñá,
sobretodo porque no reconocía que los terrajeros éramos tam-
bién misak:
166
Hace mucho tiempo, cuando los primeros patronos llegaron a Silvia, pero
tenían sus sedes en Popayán, a los terrajeros les mandaban como cargueros con
bestias. Los indígenas no sabían el castellano. Caminaban, los ojos visualizaban
y los llevaba el camino, pero lo difícil era la comunicación con la gente en el trans-
curso del camino. La gente mestiza que encontraban les preguntaban: “¿Para
dónde va?”, y el indígena respondía: “Popayán pueblo, patrón de mandar”, y les
[486] l a f u e rz a d e l a g en te
bianos cómo es que nosotros hablamos guambiano. Nosotros nos
hemos quedado enredados, un grupo pequeño, aislados del resto
de la comunidad grande que es Guambía, quitados las tierras,
empobrecidos, que no teníamos ni un trapo para cubrir el cuer-
po, entonces ya teníamos miedo hasta de salir al pueblo. Fuimos
un grupo discriminado de extrema pobreza. Pero él ni siquiera sa-
bía, ni siquiera conocía lo que éramos nosotros, y tanto en el Con-
cejo Municipal, como en la alcaldía de Silvia, como también en Bo-
gotá en las instituciones, particularmente en el incora, leía un
documento escrito en mano, y calificaba que esta gente eran los
terrajeros desleales y que por eso eran para expulsar de esas tierras.
En ese entonces yo ni entendía bien el castellano, pero pude
entender ese calificativo de ‘desleal’. Nosotros dijimos: “Para us-
ted saber que éramos terrajeros desleales ¿es que usted estuvo
arrancando maleza con nosotros, estuvo trabajando con nosotros?
¿Cómo le consta a usted que somos terrajeros desleales?”. Yo con
ira le dije al profesor Tumiñá que usted no fue terrajero, usted
nunca vivió con nosotros, nunca estuvo con nosotros, no lo ha-
bíamos visto nunca, entonces usted cómo hizo para saber todo
esto, para venir a calificar esto; nosotros a usted no lo conocemos.
Planteamos que nosotros, porque conocemos, porque sufrimos,
porque hemos pagado terraje, sabemos que somos de ahí, y por
eso consideramos que tenemos unos derechos. Y así planteamos
en el Concejo, en las alcaldías y en todas las instituciones en Silvia,
Popayán y Bogotá.
Me he equivocado mucho pensando que el profesor Tumiñá
podría representar a nuestro favor. Como el que más conocimiento
tenía era él, guardábamos la esperanza de que iba a representar-
nos, pero no fue así y por eso nos peleamos mucho. Allí me di
perfecta cuenta que él jamás representaría a la gente pobre, que no
conocía la hacienda de los terrajeros y, cuando vino, lo hizo en
contra de nosotros. De todo esto, como nosotros teníamos la ra-
zón, no perdimos; encontramos algo y lo tenemos en nuestras
manos. Y así hemos pasado, y así descubrimos que a los pobres no
voltearía a mirar. Y así terminó.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [487]
Cuando lo llamó el patrón y ofreció prebendas, recibió todo
eso: la tierra, las vacas y los ladrillos. Ya luego trajeron los blancos,
también los guambianos, los que más tenían, y el patrón prome-
tió vender la tierra. El profesor vino también apoyando eso, sola-
mente para sacarnos a nosotros y meter otra gente. Entonces sali-
mos peleando duro. Nosotros ya en él no creíamos nada. “Usted
por qué viene a meter en las cosas que no son suyas, que no sabe,
usted no conoce nuestro problema”, le decía. Tumiñá fue siempre
de allá de la parcialidad, pero vino acá a tocar lo que no debía ha-
ber tocado. Él fue inteligente, pero a veces como que se le iba la
inteligencia.
Como el proceso siguió, con mi papá decían que eran amigos.
Siempre venía aquí a la casa a saludarlo, y un día llegó y pidió per-
dón. Pensé que debía ser así. Trajo un agua y nos sentamos a ha-
blar. Entonces yo pensé que él se había equivocado y, como ya
habían pasado las cosas, ya habíamos recuperado, pensé que yo
también en algunas cosas me habría equivocado de haber pelea-
do tanto. Desde allí ya seguimos saludándonos, pues él había pe-
dido perdón; pero quedó bien reconocido que no iba a represen-
tarnos. Así me di cuenta que el leído también se ha sabido
equivocar.
[488] l a f u e rz a de l a g en te
Esperando al grueso de la gente
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [489]
Javier Calambás Tunubalá, un dirigente que nos orientó en un sentido amplio, para
recuperar nuestras tierras e identidad.
[490] l a f u e rz a d e l a g e n te
del común, que también fue de la hacienda, estaba esperando en
algún momento la recuperación.
Como también había otro poco de gente en la que había mu-
cha resistencia para esto, Javier insistió mucho para que noso-
tros mismos, los terrajeros, fuéramos a hablar con ellos, porque
a nosotros sí nos iban a escuchar. Pero fuimos y hablamos, y la
respuesta que daban era que aquí donde estamos estamos bien,
aquí nos regalan comida. Que se sentían bien. Y vimos que no
había posibilidad de que vinieran a respaldar. Javier decía que
algún día tendrían que entender e insistió mucho para que no
cediéramos.
Viendo esa situación de escasez de tierra, decidimos no acep-
tar resolver solamente el problema de los dos, sino que atendimos
la petición de Javier para más adelante resolver el problema de
todos. Entonces, en vez de recibir, seguimos recuperando con los
de la Cooperativa. Ahí fue cuando me mandaron a la cárcel por
segunda vez (1974).
De todas maneras, entre nosotros no más podíamos dar un
golpe duro al patrón. Ya había posibilidad de vencer entre pocos.
Fui a avisar a todos los que estaban en lo caliente, pero ellos no
hicieron caso. Nos miraron como si hubiéramos estado mintien-
do. En ese entonces taita Abelino Dagua era presidente de la Junta
de Acción Comunal en San Antonio (Morales). Ellos también eran
terrazgueros. Les avisamos, pero no quisieron venir. Dijeron que
ellos ya habían comprado sus lotecitos en tierra caliente y que allá
estaban bien, que trabajáramos nosotros nomás.
También fuimos a Malvazá, porque la gente vivía en un panta-
nero. Vivía por Malvazá, en Las Ánimas, un hijo de Anselmo Mue-
las, ese que, cuando estaba joven, se había ido con taita Luciano
Muelas y Carlos Muelas a acompañarlo hasta Bogotá ¡a pie! En-
tonces me fui a invitar a ellos también. Que nos pasa este pro-
blema, pero dicen los de la Cooperativa que de pronto podría-
mos recuperar. Y como nosotros sabíamos que en 1912 había
andado el abuelo Muelas, pues pensamos que un hijo de ese
podía venir a acompañar. Fuimos a invitar, pero él se había vuelto
creyente en la religión evangélica Alianza Cristiana, y pues tam-
poco quiso.
Entonces no había nadie para nosotros. Así fue que planteamos
casi solos, con los pocos de la Cooperativa, con los pocos de la
Comunidad y los de la hacienda. Por eso, la lista de los que salieron
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [491]
167
fue de unas 60 a 62 personas no más . De todos los que nosotros
quisimos invitar, pues no salió sino esta gente. Ni el Cabildo de
aquí, ni los de abajo nos voltearon a ver. Nos dejaron a nosotros
solos. Muy pocos salieron.
Como ya estaba planteado pedir ampliación de las tierras con
la Cooperativa, como el Cabildo de ese entonces no quería, noso-
tros habíamos hecho documentos de solicitud, peticiones, en La
Clara y todo eso168. Todo esto lo hicimos para que no se diera como
sucedió en 1912, una traición con la gente.
Entonces, lo poquito que pagaban de los avalúos del lanza-
miento, nosotros no recibimos. No recibimos ni la plata, ni tam-
poco la tierra que decían que nos iban a dar. Siempre esperamos
al grueso de la gente, así ellos nos hubieran rechazado. Y por el
hecho de haber escuchado a Javier, y de nosotros no haber cedido
por nada, fue que se logró venir todo ese grueso de la gente que
hoy está en esas tierras.
Yo tengo que agradecerle mucho mucho a la Cooperativa, por-
que decía que el problema era de ustedes, y ustedes sigan insistien-
do, las mujeres también tienen que hablar, las mujeres también
tienen que pelear. Ellos a las mujeres no nos dejaban atrás, sino
que nos apuntalaban y nos apoyaban. Decían siempre que uste-
des contesten, ustedes respondan, nosotros cómo hacemos. Que
así fueran los indígenas o los blancos, tienen que enfrentar son
167
Los que fueron a la cárcel, según la lista de Jacinta son: Asención Tunubalá
Gembuel, Lucía Sánchez, Agustina Morales, Joaquina Sánchez, Jesusa Tunubalá,
Juan Tunubalá H., Javier Morales T., Lorenzo Muelas H., Joaquín Tombé Y., Fe-
lipe Tombé Pillimué, Luis Ortega, José Tunubalá, Francisco Tombé P., Miguel
Antonio Tumiñá, Anselmo Tunubalá T., Juan Tunubalá T., Francisco Tumiñá,
Luis Felipe Paja Y., Eulogio Tumiñá P., Cruz Tumiñá Cantero, Jesús María Paja,
Agustín Tunubalá, Mario Calambás, Domingo Morales, Juan Ignacio Tombé,
Joaquín Calambás, Avelino Calambás, Vicente Calambás P., Vicente Yalanda Y.,
Manuel Fernández, Antonio Morales V., Ignacio Morales, Antonio Tombé,
Avelino Trochez T., Juan Yalanda, Vicente Tombé, Juan Sánchez, Julio Sánchez,
Joaquín Morales C., Manuel Jesús Muelas, Julio Yalanda, Manuel Trino Yalanda,
Jesús María Calambás, Juan Calambás Sánchez, Cruz Calambás Sánchez, Mar-
cos Cuchillo, Javier Calambás, Javier Tunubalá, Joaquín Morales Trochez, Anto-
nio Tunubalá, Joaquín Tombé, José Antonio Cantero, José Antonio Morales, Ja-
vier Morales, Manuel Ulluné, Antonio Tunubalá, y Cruz Calambás M. En otra
lista aparecen además Antonio Ulluné, Cruz Ulluné, José Velasco, Custodio
Tumiñá, Joaquín Chirimuscay, de La Chorrera y El Chimán.
168
Se refiere a las muchas cartas de petición que enviaron al incora para que
le comprara a Aurelio y les adjudicara a ellos.
[492] l a f u e rz a d e l a g en te
ustedes. Que usted, así sea mujer, hable, porque cómo en otras
partes, como las mujeres paeces, ya hay hasta gobernadoras. Sola-
mente los guambianos hemos sido así, que dejamos a la mujer
atrás. Entonces yo sentí que esto era un gran apoyo, y seguimos
confrontando: a blancos y al misak. Yo iba hablando, no importa-
ba que fuera el alcalde, el juez, los abogados, y no derramé lágri-
mas frente a ellos. A los de la Cooperativa no se les puede olvidar
nunca este acompañamiento.
José Gonzalo Sánchez, Manuel Quintín Lame, todo el mensa-
je que vinieron dando, el resultado es la tierra que tenemos recu-
perada, que dicen que es la madre y como madre está produciendo
y va a seguir produciendo. Esto es como un ejemplo a la gente
nueva que hay, y las que vendrán, para que vivan de ella; ni deben
vender, ni deben arrendar, ni deben hipotecar, que la tierra sola-
mente se necesita trabajarla. Si esto se diera, como deseamos que
sea, será nuestro bienestar a largo plazo.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [493]
José Joaquín Paja, Gobernador de Guambía en 1853.
Acuarela de Henry Price.
[494] l a f u e rz a d e l a g e n te
La autoridad guambiana
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [495]
Jacinta cuenta que:
169
Marco Aurelio Paz, Jefe de Asuntos Indígenas del Cauca.
[496] l a f u e rz a de l a g en t e
para sacarnos, diciendo que éramos malos. Entonces yo dije: “Don-
de ustedes yo no voy, porque no tengo nada que hacer”, y le dije
que no se siguiera entrometiendo. “Lo que hacemos nosotros, no-
sotros lo haremos. Otra vez no me vuelvan a invitar a la reunión”.
Así me vine. Él anduvo bravo, que ni hablaba.
Un día lunes de ofrendas (1975), nos sacaron todos los anima-
les de la tierra del Cabildo hasta el circo de los toros de Silvia. Nos
echaron como la primera vez. En ese entonces aún andaba el finado
Juan, pero ese día no vino; me dejó a mi sola. Me acompañó un tal
ahijado Francisco. Cuando llegamos a la alcaldía estaba Manolo
Martínez de Asuntos Indígenas, que lo trajo Lorenzo para que ha-
blara con el alcalde Jorge Rengifo. “¿Usted por qué le está echando
más leña al fuego haciendo más acusaciones, en vez de ayudar a los
indígenas un poco. Por qué esta atizando más?”. Le dijo Manolo
enojado. “Hoy mismo vayan y entren, mientras resuelven”. Manolo
Martínez habló a favor. Entonces otra vez me dejó entrar los ani-
males a la manga. Hasta ese blanco estaba en favor de la gente, pero
nuestra misma gente estaba en contra. Andábamos así.
Se me hace que fue a mediados de enero de 1976 que taita Anto-
nio Tombé de la Campana, que hoy vive, planteó para no recibir el
mando como gobernador, por el problema de nosotros. Dijo que si
no arreglábamos nuestro problema, no recibía la gobernación. En-
tonces citaron al gobernador Juan Tunubalá con un alguacil, para pe-
dirnos perdón, en la casa del Cabildo, y nosotros quedamos ya a las
buenas. Antonio Tombé recibió al bastón de mando peleando y en
ese año no dijo nada. Como estuvo enfermo, ni nos quiso lanzar. Así
fue que pasó. Taita Antonio no era malo, y así pasó a las buenas.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [497]
Y fue sólo hasta 1980, con el finado taita Segundo Tunubalá,
que la autoridad del Cabildo nos reconoció como guambianos,
porque él sí sabía que éramos guambianos, pues su papá siem-
pre le dijo así.
Así que fue sólo hasta que taita Segundo fue gobernador que
la autoridad guambiana nos reconoció. Antes éramos tratados
como si no fuéramos la misma gente, como gente mala.
Los terrajeros tuvimos muchos problemas con el Cabildo y,
en general, con nuestra gente de tierra libre. Muchos de ellos nos
desconocían y despreciaban, nos decían que no éramos guam-
bianos, nos trataban como extraños.
[498] l a f u e rz a d e l a g en te
Por eso, hubo un momento en que pensamos crear un Ca-
bildo aparte. Pero no lo hicimos. Pedro mi hermano comenta esta
situación así:
Pero como no eran todos los que nos despreciaban, los que
pensaban mal, por eso, finalmente nos quedamos juntos:
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [499]
Taita Segundo Tunubalá
y la primera insurrección guambiana
[500] l a f u e rz a d e l a g e n te
Gerardo Morales (1988), Segundo Tunubalá (1980), Ricardo Tunubalá (1981),
Abelino Dagua (1982) y Vicente Calambás (1983) (de derecha a izquierda) se
cuentan entre los primeros gobernadores de una nueva época, en la cual la
autoridad guambiana recuperó su autonomía.
170
Lame Chantre, 1971, p. 133.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [501]
nunca a nadie fue vendido, ni se han hecho traspasos, sino que
nos quitaron por la fuerza, y eso hay que recuperar. Entonces eso
como que fuimos madurando y ese discurso, para nosotros po-
der convencer, fue muy importante. Porque los guambianos
creían que esas tierras jamás podrían recuperarse, que eran del
terrateniente y que ellos tenían mucho poder. Entonces el dis-
curso de convencimiento era hablar del derecho.
Yo me acuerdo tanto cuando taita Ricardo Tunubalá salía y
decía: “Hay que recuperar sin pago, sin pago a la tierra”. En el
Tercer Congreso plantearon los paeces de Caldono, Patricio
Ácalo, que: “Nos sostenemos hasta lo último a no pagar por la
tierra”. Cuando él decía así, a uno le parecía que era increíble,
porque sin pagar la tierra ¿cómo? Pero cada vez iban afirmando
más el derecho. Fue lento, pero sabíamos que existía ese derecho.
Ya saliendo de Guambía, recuerdo mucho que, desde antes
de retirarnos del cric, también se hacían muchas reuniones
con algunos paeces que tampoco estaban conformes con el
Ejecutivo. En ellas la influencia del pensamiento de Quintín y
otros viejos dirigentes de los terrajeros era muy fuerte. Esto fue
fortaleciendo el desarrollo de un movimiento, entre esas comuni-
dades al margen del cric.
Javier Calambás tenía relación con Jambaló, Pitayó, y de algu-
na manera nos habíamos relacionado también con los paeces de
Aguablanca, donde estaban organizados en una empresa co-
munitaria llamada La Andrea. Y ellos ya nos invitaron a donde
otros, ya ampliamos más, y por eso yo empecé a subir a Mun-
chique. Entonces nos fuimos extendiendo un poco. No me
acuerdo exactamente con los de Novirao cuándo empezamos
la relación, pero también nos relacionamos con ellos. Se esta-
bleció también una relación con los indígenas de la empresa La
Betulia de Malvazá. Además, estuve en una empresa comunitaria
de los campesinos en Patía, porque también era importante, y
allí fue donde —por insistencia de Javier, quien me decía que
yo sí podía y tenía que hacerlo— por primera vez yo hablé en
público. Allí como que relacionamos con alguna gente, y se fue
ampliando así de esa manera, lentamente. Entonces, empezamos
fue a caminar y a caminar, a hablar a la gente, y en eso pasaron
esos años.
[502] l a f u erz a de l a g en te
Durante muchos años me dediqué a caminar, a hablar a la gente, tratando de hacer
un aporte para recuperar nuestros derechos.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [503]
Y recuperaron bastantes tierras que estaban en manos de hacen-
dados de Santander de Quilichao.
Pitayó en cambio no avanzó mucho en las recuperaciones,
porque allá era muy concentrada la política de los partidos tra-
dicionales y los dirigentes eran muy liberales. Que me conste que
hayan recuperado así como Jambaló, no. A Quichaya bajamos,
nos acompañaban de vez en cuando, nosotros también íbamos
allá, pero Quichaya nunca pudo consolidarse, porque era una
comunidad muy aislada, muy politizada por el partido conser-
vador, creían mucho en ellos.
Mientras tanto, en Guambía ya venían algunos pequeños
cambios. Ya Floro y otros empezaron a hablar a la Comunidad;
ya se fue como madurando, madurando. Los gobernadores no
arrancaron a la recuperación, ni enfrentaron los problemas, pe-
ro por lo menos dejaban que la Cooperativa y nosotros hiciéra-
mos, nos daban la razón. Veían que era importante recuperar la
tierra, que organizar era importante; lo que no querían era en-
frentar. Yo creo que no estaban preparados políticamente.
De muchas, muchas reuniones pequeñas que se hicieron en
Guambía por todas partes, ya vino el año 1980 con el goberna-
dor Segundo Tunubalá, cuando se hizo una gran reunión en la
escuela de Michambe. Después se hizo otra más masiva en el
Núcleo Escolar, donde se creó la bandera, donde fue aprobado
el Manifiesto Guambiano, y también otra cartillita que se llamaba
La Proclama del Derecho. Esta fue como la reunión más impor-
tante en la toma de decisiones. Se hizo ya como unos 20 días antes
de la toma de Las Mercedes, entre el 28 y el 29 de junio. En su
intervención para dar comienzo a esta reunión, taita Segundo se
dirigió a todos nosotros con las siguientes palabras:
[504] l a f u erz a d e l a g e n te
Taita Segundo Tunubalá fue el primer gobernador guambiano en reconocer a los
terrajeros como misak, y fue él quien encabezó la primera verdadera recuperación
de El Gran Chimán. Foto: Bárbara Muelas Hurtado.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [505]
Indígenas hoy aquí, hoy nos ha tocado ver entre todos […]
nosotros. Entre todos nos estamos dando cuenta aquí de unas
barreras que nos estaban atravesando, unas divisiones. Hicieron
unas separaciones y […] estas divisiones nos han hecho los blan-
cos. Así ha sabido ser. Los políticos y la religión son los que han
venido haciendo estas divisiones. Nos implantaron a nosotros así
y nosotros hasta ahora vinimos a caer en cuenta. Eso nos toca que
pensar nosotros mismos.
[…] antes de la Conquista […] vivíamos nosotros común-
mente. Así ha sabido ser. Y entonces nuestras riquezas vinieron
explotando posteriormente: el oro y la tierra. Nosotros ni siquiera
nos dábamos cuenta cómo nos robaron, y hemos estado perdien-
do la totalidad de nuestra cultura. Eso estamos descubriendo.
Hemos vivido esclavizados y explotados, como unos anima-
les que nos hacen cargar las cargas. Así nos ha tocado vivir. Noso-
tros bien perdidos, no entendíamos nuestros derechos perdidos.
Eso nos toca ver ahora a nosotros. Y esto siempre estaré conti-
nuamente avisando. Esto nos toca que pensar nosotros cómo la
tierra se nos perdió. Cuando dicen los derechos perdidos, es que
han sabido estar perdidas nuestras tierras. Esto hasta ahora está
perdido en su totalidad […] Eso es lo que hay que pensar. Y esto
toca entre todos, pueden ser grandes o pequeños, sin ningún dis-
tinción hay que hacer la unidad entre nosotros.
Pero es que hay que pensar muy de fondo cómo va a ser para
nuestros hijos, para los hijos que están levantando. Hay que hacer
la unión como sea, hay que aliar con los cabildos de otros res-
guardos, con otras parcialidades. Es como hoy, que estas gentes que
hoy nos acompañan es el comienzo de este trabajo.
Pero hoy la gente está hablando mucho de que lo que estamos
haciendo es malo. Dicen que queremos robar las tierras. No es que
queremos robar las tierras, sino que nosotros estamos pensando
en las tierras que hemos perdido. Eso es lo que estamos pensando
con nuestra unidad en la comunidad. También necesitamos que
nos fortalezca nuestros cabildos.
Estos que estaban perdidos, parece que en muy corto tiempo
nos va a llegar en nuestras manos. Por eso yo en este momento
estoy hablando a nuestra gente. Hay que hacer un esfuerzo de la
unidad, que nosotros no somos poquitos. Parece que en este punto
no debemos tenerle miedo a nadie. Por esta razón estoy invitan-
do a mi gente. He dicho que va a llegar esta concentración. Me ha
[506] l a f u e rz a d e l a g e n te
tocado estar explicando a todos los compañeros, no solamente yo,
sino muchos, como algunos compañeros presentes aquí, que tie-
nen mayores conocimientos. Y ellos nos están dando ánimo a no-
sotros para hacer más fuerza. Y algunos mayores que tienen ma-
yor entendimiento, nos estamos integrando. Y esto pensemos entre
todos cómo sea una salida para sacar adelante. Esto hay que pen-
sar para los hijos del futuro.
[…] ¡Desde antes esto fue de nosotros! Resguardos y todas las
demás haciendas, desde antes ¿de quién fueron? (coro: De nues-
tras gente). Desde antes, esas tierras de la hacienda, ¿de quién fue-
ron? (coro: Fue de nosotros). Y ahora ¿de quién es? (coro: Es de
nosotros). ¡Viva la autoridad indígena! (coro: Que vivan) ¡Vivan los
derechos indígenas! ¡Viva el pueblo guambiano! (coro: Que viva).
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [507]
Como taita Segundo sí estaba entusiasmado, él sí quería y ve-
nía asumiendo la responsabilidad, ese encuentro de paeces y
guambianos en Jambaló era para reafirmar la lucha por la tie-
rra, el derecho a la tierra. Taita Segundo hablaba mucho del pun-
to el Guayupe, allá en Jambaló, y decía: “En Guayupe me invita-
ron y me dijeron que ustedes también recuperen”. Él decía que a
veces le daba pena, le daba vergüenza, que tantos guambianos
allá y en verdad el Cabildo de Guambía no había asumido esa
responsabilidad de recuperar la tierra; pero que había que ha-
cerlo. Entonces de allá vino decidido a asumir esa responsabili-
dad. Los paeces llamaron para que asumiera ese compromiso, y
fue muy fructífero. Vino, convocó cada vez más a la gente, y lo-
gró organizar masivamente.
Fue entonces, con el mayor Segundo Tunubalá, que para
nosotros se dio lo que yo siempre he llamado la primera insurrec-
ción guambiana que recordará la historia, en la que se produjo
una movilización muy grande, con un buen gobernador. Fue el
inicio de una segunda etapa fuerte de recuperaciones. Afortu-
nadamente él pudo; tenía un criterio realmente organizativo, un
criterio de lucha, de trabajo, tenía el coraje necesario para con-
frontar la situación en ese momento, y pudo organizar. Yo siem-
pre, cada vez que recuerdo, la llamo la insurrección guambiana
más grande que uno haya podido ver.
Santiago sí fue una recuperación de verdad y al Estado le tocó
reconocer que esas tierras eran de nuestras comunidades, que por
la lucha las habían vuelto a adquirir. La de hoy sí es una verda-
dera recuperación, porque la tierra se la DEVUELVEN a los indí-
genas. Ya ni la Comunidad ni el Cabildo quedan sometidos a un
nuevo endeudamiento. Pero eso ha venido lentamente.
De tooodas esas angustias, de tooodas esas tristezas, de toda
esa frustración, que muchas veces parecía que nos hubiéramos
acabado, en ese año, el 19 de julio, se entran los guambianos allá
en Las Mercedes, hacienda que había hecho parte del Gran
Chimán y que en ese momento estaba en manos de la familia del
ex-gobernador del Valle del Cauca, Ernesto González Caicedo,
quien la tenía para criar ganado de lidia, toros bravos.
Hasta ese momento los guambianos vivían como amarrados
de los políticos, del cura, de los jueces, del gobierno. Y ese día se
[508] l a f u e rz a d e l a g en te
desató, ya ese día no le hicieron caso ni al cura, ni al juez, ni al
terrateniente, ni al alto gobierno. Todos cogimos la pala y fui-
mos a trabajar. El gobernador encabezó la toma. Primero entran
más de 600 guambianos, pero los sacan. Dejan un receso de tres
días, descansan, vuelven y se organizan, le meten al tercer día
2000, al cuarto día eran 4000, 5000. Un día oí al ejército que decía
que allí había más de 7000 indios trabajando.
El terrateniente nos echó la tropa, nos echó gases, hubo
encarcelamientos, hubo muertos, el gobernador no podía salir
al pueblo, no podía andar con su bastón, le tocó esconderse para
evitar que le pasara algo; hubo mucha represión.
Pero la pelea fue, no solamente contra la fuerza pública, sino
también contra los toros bravos. A muchos de los que iban a tra-
bajar los levantaban con los cuernos y los tiraban, y hubo muer-
tos también. Eso fue una batalla campal, no solamente con el
ejército y la policía, sino también con el ganado bravo.
Fue permanente el trabajo durante casi dos años, porque uno
no puede ir un día, una noche, y abandonar. Había que estar ahí
hasta desalojar a los terratenientes con todos sus ganados, con
todos sus enseres. En esos días para mi fue la resurrección real-
mente. Me sentía tan satisfecho, que parecía que me brotaban
lágrimas de la alegría. Parecía que era imposible, que ya no ha-
bía ninguna posibilidad, pero la gente estaba allí como una re-
serva, como una cosa guardadita, y en el momento en que se
necesitó, el Cabildo, el gobernador, llamó, y la gente acató, en-
tró a recuperar y se hizo respetar.
Hasta ese entonces las luchas no habían sido tan masivas, por-
que los de El Chimán éramos poquitos, unos 100 guambianos
que iban a recuperar tierra, y de los 100 unos 20 eran menores y
otros 20 mujeres. Entonces, muchas veces a los menores y a las
mujeres les daban libertad, jodían a los hombres, a los mayores
de edad, y quedaban 50-60 en la cárcel, hasta tres meses en la
cárcel, y eso jodía, desmoralizaba. Así trataban de acabarnos. Pero
ya cuando fueron 2000-3000, ya no pudieron.
Eso nos sirvió, eso fue como el mejor abogado jurídico,
político, y desde entonces no pudieron atropellar tanto, ni repri-
mir tan violentamente como hasta ese momento. Hasta enton-
ces no habían valido abogados, no valían jueces ni nada, porque
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [509]
la lucha legal no servía para nada; lo que nos vino a salvar fue la
lucha política. Muchos guambianos fueron a parar a la cárcel,
pero no así de un abuso absoluto. Así hubiera cárcel, siempre
había un poco más de respeto, una situación distinta a la que
hubo hasta ese momento. Entonces las condiciones vinieron me-
jorando un poquitico.
Sobre este importante momento de la recuperación masiva
con taita Segundo, Jacinta dice que:
[510] l a f u e rz a de l a g e n te
Trabajando en la recuperación de la hacienda Las Mercedes, la cual hacía parte de
nuestro antiguo territorio de El Gran Chimán. Foto: Victor D. Bonilla.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [511]
Después de Santiago
[512] l a f u e rz a d e l a g en te
En 1985 el Pueblo Guambiano, reconociéndome como su hermano de sangre, me
eligió como su gobernador. Foto: Bárbara Muelas Hurtado.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [513]
Asamblea en la casa de Santiago, para definir nuestras políticas; 1985.
[514] l a f u e rz a d e l a g e n te
la gente de más escasos recursos económicos. Todos tenían de-
recho, pero había que hacer una preferencia a la gente más ne-
cesitada.
Con el acompañamiento de muy buena gente, entre miem-
bros del Cabildo: alcaldes, alguaciles, secretarios, y otros miem-
bros de la Comunidad, logramos movilizar y reordenar la
distribución de las tierras, actividad que llamamos ‘reubicación’.
Le dimos tierra a los mayores de doce años, pues nuestra con-
signa era ayudar para que todos pudieran trabajar, así fuera en
lotes muy pequeños. Nuestra política era que ningún guambiano
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [515]
estuviera desocupado, luchar entre todos, trabajar entre todos,
y beneficiarnos entre todos, para que a nadie le faltaran los ali-
mentos de la supervivencia.
También encontré que las tierras recuperadas estaban sin
legalizar con el incora desde 1980. Cuando se recuperó Santia-
go, el Cabildo y sus dirigentes siempre pensaban que el Estado
debía reconocer todo el globo de terreno de los antiguos títulos.
Hubo un forcejeo permanente para someter a la Comunidad a
un nuevo endeudamiento, hasta que en 1982 llegó a Santiago el
entonces Presidente de la República Belisario Betancur, y lo re-
conoció como territorio indígena, ordenando que los recursos
provenientes del Fondo Agrario, invertidos en estas tierras, se en-
tregaran gratuitamente a las autoridades indígenas. Sin embar-
go, los guambianos tenían desconfianza y nunca aceptaron ne-
gociar con el incora, por más que insistieran sus funcionarios.
Cinco años duró este impasse, y precisamente en mi goberna-
ción empezamos a tramitar y a negociar con la institución del
gobierno. En 1983 el Consejo de Estado, absolviendo una con-
sulta del Ministro de Agricultura, había abierto el camino para
que el incora pudiera ceder, es decir, entregar en forma gra-
tuita, tierras a los cabildos indígenas171 . Este hecho, aunado a la
decisión del Presidente Betancur sobre el particular, validó la
lucha de los pueblos indígenas por la recuperación de sus terri-
torios. En el caso de Guambía, finalmente el 14 de septiembre de
1985, con la presencia de los funcionarios del incora y del go-
bernador del Cauca, ante muchos testigos indígenas de distin-
tos resguardos paeces y solidarios no indígenas, fue firmada en
una Asamblea la entrega de estas tierras, para con ellas ampliar
el Resguardo, mediante un Acta de Entrega que fue protocolizada
en la Notaría 2ª de Popayán. A esta Acta se le adjuntó una histó-
rica Constancia del Cabildo y Pueblo Guambianos, firmada tam-
bién por el incora y el Gobernador del Cauca, la cual hace parte
del documento protocolizado; en ella se reivindica todo nues-
tro antiguo territorio y se afirma el carácter de recuperación
que tuvo la acción de toma de las tierras de Santiago.
171
Consejo de Estado, Consulta nº 1978, 16 de noviembre de 1983.
[516] l a f u e rz a de l a g e n te
... (siguen dos páginas del documento y cinco de firmas)
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [517]
Es así como la lucha nacida de los terrajeros lleva a que, por
primera vez en la historia de Colombia, el Estado reconozca
nuestro Derecho Mayor, el derecho que tenemos los indígenas a
nuestros territorios ancestrales, y nos haga entrega oficial de
parte de estos, sin obligarnos a pagar por ellos, sin tener que
quedar endeudados. No se puede negar que, después de tanta lu-
cha y de tanto sacrificio, este hecho fue un triunfo para el Cabil-
do de Guambía y para los pueblos indígenas en general.
Estos dos hechos fueron muy relevantes, primero porque se
logró zanjar el problema interno de distribución de esta tierra,
y segundo porque se logró dar el primer paso para su legaliza-
ción con el Estado colombiano. Después de ello ya el pueblo
guambiano se movilizó nuevamente para recuperar otras par-
tes del Gran Chimán.
A finales de 1985, se empezó nuevamente a recuperar las tie-
rras que antes habían sido de un solo dueño, del terrateniente
Aurelio Mosquera. Los pequeños lotes que Aurelio había ven-
dido a muchos de los blancos de la población de Silvia, para
entorpecer la lucha de nuestra gente durante la década de 1970,
también tuvieron que recuperarlos los guambianos. Se trata-
ba ya de fincas pequeñas, pero que pertenecían originalmente
al Gran Chimán. Hoy uno puede no recordar cuántas fincas
eran, pero fácilmente se puede decir que más de 15 fueron
recuperadas a partir de 1985, incluyendo especialmente una
hacienda grande, lo que hoy llaman Santa Clara, que era el fuerte
de Aurelio Mosquera.
Las últimas recuperaciones que he podido ver en este lento
proceso fueron las de 1989. Ya los guambianos pudieron llegar
hasta El Chero, casi colindando con el Resguardo de Totoró. Ha
sido lento realmente, pero fue positivo; pudimos llegar hasta allá,
lo que antes parecía que era imposible.
El proceso de recuperación de tierras debía estar acompaña-
do de un proceso igual de recuperación del pensamiento pro-
pio, los valores propios, la educación propia, y demás. Las autori-
dades y dirigentes de Guambía se pusieron en la tarea, a partir
de 1980, de trabajar en otros campos para recuperarlo todo.
Durante mi año de gobierno le di especial atención, además de
la resolución de los asuntos relacionados con la recuperación de
[518] l a f u e rz a d e l a g en te
la tierra, a los temas del conflicto religioso que amenazaba con
dividir nuestra Comunidad, y a la educación.
El conflicto religioso en Guambía viene de largo tiempo,
pues, como es bien conocido de todos, desde la Colonia uno de
los intereses mayores de los blancos fue ‘cristianizarnos’, o sea,
lavarnos el cerebro con sus pensamientos religiosos, destruyen-
do nuestros propios sistemas de creencias. Pero en los últimos
años ese problema se había venido agudizando, con la entrada
de representantes de otras líneas de pensamiento religioso. En
1985 el conflicto llevaba más de 40 años y no había entendimiento
entre nuestra gente sobre ello.
Después de muchos diálogos, logramos zanjar las diferencias
y concluimos con un acto ecuménico entre sacerdotes católicos
y pastores protestantes. El resultado de esta labor fue que, al si-
guiente año de yo entregar el bastón de mando, el pueblo
guambiano eligió como gobernador a un protestante, Henry
Eduardo Tunubalá, a quien recibimos con mucho honor y gran
reconocimiento de la importancia de este hecho para nuestro
pueblo.
Durante mi gobierno se logró también producir el plan
educativo guambiano, para implementar una educación propia
en todo el Resguardo. Por primera vez ocurrió en Guambía que
se empezaron a rescatar nuestros conocimientos propios y nues-
tros propios valores, mediante un proceso de investigación con
los mayores, los ex-cabildantes, los maestros, la Comunidad en
general, y con el apoyo también de algunos no indígenas de fue-
ra de la Comunidad. Hoy en día creo que fue muy importante
esta labor, porque fue una proyección a largo plazo, hecha con
el espíritu de modificar la educación tradicional del Estado con
otra de nuestra inspiración, para nuestra gente guambiana. El
objetivo no fue simplemente enseñar a escribir y a leer, sino pro-
fundizar en los conocimientos indígenas, mirar lo que somos y
hemos sido, para definir mejor nuestro camino futuro, antes de
que sea demasiado tarde.
Pero además del problema interno de Guambía y el de las
relaciones con el Estado, quise trabajar también el problema
externo de las comunidades. Desde 1975, cuando nos separamos
del cric, habíamos seguido trabajando independientemente, y
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [519]
En 1985 acompañé, en mi calidad de gobernador, a las autoridades paeces de
Novirao y Jebalá, a quienes el Estado se había negado a reconocer, para que fueran
posesionadas por el alcalde de Totoró. Foto: Victor D. Bonilla.
[520] l a f u e rz a d e l a g en te
conseguimos algunas relaciones con otras comunidades indí-
genas; con ellos continuamos el trabajo hasta los días de hoy.
Nosotros los guambianos, junto con los paeces que nos
acompañaban, que eran los de los resguardos de Novirao, la Paila,
hasta 1983 también los de Jambaló, igualmente un sector de
Munchique-Los Tigres, Jebalá y Naya, y los nariñenses que co-
menzaron en ese entonces: los resguardos de Cumbal, Panam,
Chiles y Mayasquer, queríamos un movimiento diferente, que no
fuera una copia del cric. Con ellos se hizo la primera Marcha
de Gobernadores, en 1980.
En ese entonces pensábamos en hacer una organización sin
cúpula, ni ejecutivo, sin presidente, sin cabeza visible, que tuviera
una estructura horizontal, y que quien convocara no fuera el
ejecutivo, ni el presidente, sino las mismas autoridades, los mis-
mos cabildos; porque nosotros queríamos valorar era a las au-
toridades, que ellos fueran los que dirigieran, los que filosofaran
su pensamiento y dieran una orientación política a sus comu-
nidades, y que fueran formando a los dirigentes. Queríamos
hacer algo diferente al cric, no tanto en los objetivos de trabajo
expresados en los 7 puntos, que eran importantes, sino en el
manejo político, pues había una gran diferencia entre lo que es-
cribían y lo que uno vivía permanentemente, la forma como
actuaban. Tampoco queríamos copiar las organizaciones socia-
les de mestizos, de blancos, sino que deseábamos valorar a las au-
toridades de las comunidades.
Ya en el 82-83, la organización dejó de llamarse Gobernado-
res en Marcha, para darse el nombre de Movimiento de Autorida-
des Indígenas del Sur-occidente (aiso). Bajo esa denominación
se vino desarrollando. Pero teníamos algunos altibajos, porque
estas organizaciones que se piensan así horizontales, como no
tienen cabeza visible, un ejecutivo, un presidente, en cierta for-
ma quedan al aire. Mientras no convocaran los cabildos, las mis-
mas autoridades, los mismos gobernadores, no había quién lo
hiciera. Por eso en 1985, cuando fui nombrado gobernador, el
Movimiento estaba en decadencia: no se movilizaba, la gente
estaba quieta.
Me acuerdo tanto que algunos paeces me hicieron llegar
u n oficio en el que me preguntaban qué iba a hacer yo como
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [521]
Con Juan Tunubalá Hurtado, dirigente asesinado, en una reunión en Santiago; 1988.
Foto: Bárbara Muelas Hurtado.
[522] l a f u e rz a d e l a g e n te
así que, por sugerencia de algunos solidarios no indígenas, en
1989 me arriesgué a lanzarme a la Cámara de Representantes por
el Cauca, a nombre de nuestro Movimiento; pero no logramos
el apoyo necesario. Posteriormente, en 1990, fui candidato a la
Asamblea Nacional Constituyente por el mismo Movimiento
aiso, y en esta ocasión sí logramos llegar, gracias al apoyo de
muchos colombianos no indígenas.
Sintiendo que habíamos ganado un espacio a nivel nacional,
mediante el cual nos hicimos conocer y respetar de muchas otras
comunidades indígenas a lo largo y ancho del país, el Movimien-
to de Autoridades Indígenas del Sur-occidente se convirtió en el
Movimiento de Autoridades Indígenas de Colombia (aico). Éste
Movimiento existe aún hoy en día, aunque los objetivos y el ca-
mino trazados por las autoridades que originalmente lo crearon
fueron muy distintos a los propósitos, actividades, y formas de
actuar que se reflejan en la actualidad.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [523]
Bibliografía Consultada
Fuentes Primarias
[524] l a f u e rz a d e l a g en te
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Prensa
Fuentes Secundarias
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l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [527]
Vocabulario Guambiano
[528] l a f u e rz a d e l a g e n te
Kurustañik Loma de la Cruz.
Kurusyuk Alto de la Cruz.
Kuskuru lugar en tierra paez, pasando el páramo de
Las Delicias.
Kolinchaku Quilichao.
lusek árbol de tierra fría utilizado para cercos y como leña.
machikchik diminutivo de paez.
Malpasrapchak Malvazá.
Matsorektun Cerro de los Jóvenes.
Maweipisu Laguna del Abejorro, entre Chimán y Mishampi.
michiya casa para el rito de paso de la pubertad femenina.
misak gente; así se autodenominan los guambianos.
misakmera plural de misak.
Mishkuetsikkullu Guaicada donde Mataron al Gato.
Mitsokulli Guaicada del Ciruelo.
musikoropik médico tradicional que se encarga de ‘limpiar’ la
casa donde vivía la persona recién muerta.
mutap tata padrino de bautizo.
Mutauta forma de dirigirse a los personajes más
respetados, como los caciques.
montsulak apodo que significa sopa de coles.
Natoashippi Quebrada de las Candilejas, sitio al que los blancos
conocen como La Bugueña.
Ñimpipisu Laguna de Ñimbe.
ñimpiro arcilla.
Nukotraksro Bogotá.
numama forma de dirigirse a la hermana mayor, a la esposa
del hermano mayor, a la hija mayor casada.
Nupirau Novirao.
Nupirrapu nacimiento del río Piendamó; vereda La Campana.
Nupitrapuik gentilicio para las personas de Nupirrapu.
nutata forma de dirigirse al hermano mayor, al esposo
de la hermana mayor, al hijo mayor casado.
Nuyapalo Plan de la Casa de Mama Manela; vereda San
Fernando.
Palotaro Paletará.
Panikketa Paniquitá.
panku banquito de una pieza labrado de un tronco.
pantso nombre que significa árbol motilón.
Pantsotaro Pancitará.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [529]
pastutarau ladera del pasto.
patakalu espíritu de la nube (negra).
paya moropik consulta al médico tradicional.
perakuallipik dirigir; mandar con el ejemplo personal.
Pesrotarau zona en la vereda de Las Delicias, cerca al antes
llamado Núcleo Escolar, hoy Colegio
Agropecuario Guambiano, y un cementerio.
Pilarautu sitio donde hay árboles de piluk en el cerro del
mismo nombre.
pintsu nombre que significa árbol aliso.
pishau gente antigua.
pishimarop refrescar.
pishimisak espíritu equivalente en partes de Guambía al
conocido como kallim en Gran Chimán.
Pishimpala Pisimbalá.
pishinkuchip regar el refresco.
Pisintarau Pisitao.
Pisuchak Planada de la Laguna Takpipisu.
piuno niño del agua.
piurek plural de piuno.
Piuya Pioyá.
Pullantaro Polindara.
puin helada; nieve; espíritu de la montaña.
Rosaliakullu Guaicada de Rosalía, posteriormente denominada
Renterías por los blancos y actualmente conocida
como San Roque.
Soldadosorinkullu Guaicada del Soldado Enterrado.
srekollik señor rayo.
Sruktrapu Hondonada entre Peñascos; sitio denominado
Caracol por los blancos.
Sruktrapukulli/kullu Guaicada de Sruktrapu.
sronkatsiksro horizonte donde se oculta el sol.
Takpipisu Laguna del Agua de Hollín.
Takpipisuchak Planada de la Laguna del Agua de Hollín.
Takukullu Guaicada del árbol Taku.
tampalkuari sombrero tradicional elaborado en caña brava.
Takpi Quebrada del Agua de Hollín.
tata papá.
Tesha nombre.
Tius Dios.
[530] l a f u e rz a de l a g en te
tiusilli pájaro migratorio.
Trerosruktarau Falda de Piedra Podrida.
treromusik espíritu de los muertos que se presenta en forma
de mariposa o de sombra.
Tsaporaintun Alto de la Iniciación, sitio sagrado en Cresta de
Gallo, entre Chimán y Malvazá, donde se hacen
rituales con los jóvenes. También se aplica al filo
Cresta de Gallo, en general.
tsilo planta ritual que tiene espíritu y es secreta.
tsitso capa tejida con fibra vegetal.
tsosha chontillo.
Tsurakutun Loma de la Sierpe.
Tsoshankullu Guaicada del Chontillo.
Tuktaro Totoró.
Tumpe actual apellido Tombé.
Tumpekulli Guaicada de los Tombé.
Tunya Tunía.
Turimpiu Toribío.
Tompiu Timbío.
Umotun Alto del Pepo.
utsolekilli pájaro migratorio.
wañuktsi planta rendidora.
Warkatrapu territorio de la actual vereda de Santiago.
Warkullu Guaicada entre Peñascos, en el actual Santiago.
Wikyakullupi Río Molino.
yalo kaulli caballo negro.
Yaskapchak Planada de la Portada, cerca a la casa de la abuela
Gertrudis Muelas.
Yasrketa Sitio de los Borracheros, en Pablo Paja, al pie del
Cerro de los Jóvenes.
yastau poblado de Silvia.
yautu Popayán.
yuksro lo inhabitable; las tierras altas y pedregosas,
llegando al páramo.
Oskowampik región del Chimán donde vivieron las familias de
las abuelas Rufina Calambás y Gertrudis Muelas
(ver mapa).
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [531]
Glosario Castellano
(palabras que no están en el Diccionario de la Real Academia, o
que en este texto tienen una acepción diferente a las dadas en él)
abijaba azuzaba.
aguacerada aguacero.
agüinche hoja metálica que al encabarse servía de machete.
almocabra almocafre usado en minería.
amistiar hacer las paces.
angucho árbol cuya flor rosada se utiliza como medicina
para la tos ferina; apellido.
bayeta paño rectangular de color azul, el cual se envuelven
los hombres guambianos de la cintura hasta media
pierna, sujetándoselo con un cinturón.
bimbo pavo.
bultear cargar bultos.
cachimbo árbol grande que se usa para dar sombrío al café.
chagrería cuidado de los cultivos mediante personas
(chagreros) que se dedican a espantar los animales
que hacen daño, principalmente aves, monos,
ardillas, tirándoles piedras con una guaraca
(especie de boleadora).
chiguaco mirla negra.
chistear bromear.
chucha animal que se cuelga de su larga cola desde las
ramas de los árboles y que suele salir de noche a
llevarse las aves domésticas.
chumbar ceñir con un chumbe o envolver a un bebé.
criado persona recogida y criada dentro de una familia ajena.
cueviar revisar la tierra después de la cosecha, para buscar
restos de comida; sin arrancar la mata, seguir la
raíz hasta encontrar la comida (papa, ulluco, etc.);
sistema de cosechar, por ejemplo la yuca amarilla.
culebrero donde hay mucha culebra.
embute arcilla pisada que se utiliza para rellenar las cajas
formadas por los estantillos y las varas de las
paredes en las casas de bahareque.
encierro huerta de cultivo que el terrajero podía trabajar
para su propio sustento dentro de la hacienda.
enestico muy rápidamente.
[532] l a f u erz a d e l a g en te
escampadero lugar donde protegerse del agua y, en general, de
las inclemencias del clima.
espedón corte de césped con tierra que se hace al elaborar
eras, o en actividades agrícolas similares.
gamín persona que vive en la calle.
granizo canelo de páramo utilizado como aromática.
guaicada pequeño valle transversal.
guango atado.
guayabilla planta rastrera de páramo de la que se usan las
hojas para hacer aguas aromáticas.
impasse atolladero.
jechar madurar.
jecho maduro.
jigrada medida de cantidad que corresponde a una jigra o
mochila llena.
juetear fuetear; dar latigazos.
lancar ir a las ancas.
letrear leer o escribir las primeras letras.
macana instrumento de madera dura que se usa para
apretar la trama cuando se teje en telar; ver
también el dra.
macollar retoñar, producir hijos (chupones en el caso del
café, colinos en el del plátanos, etc.).
mallal palo eje del trapiche para moler caña panelera, que
lo hace mover.
mambe sustancia caliza que se obtiene de piedras, conchas
y otras, utilizada en la masticación de la coca.
mangaje pago por el arriendo de una manga.
mauja tubérculo de color blanco o amarillo, con o sin ojo
negro.
mayora forma respetuosa de dirigirse o referirse a una
mujer de edad.
mejicano calabaza, vitoria.
minear trabajar en minería.
ovejo oveja o carnero.
paconga hierba tenida como maleza, usada por indígenas
para producir insecticidas.
pateador que da patadas.
plan tierras planas; terraza de vivienda; aterrazamiento.
posteadora serie de postes.
l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [533]
precautelativo precautelar.
puchicanga palito con mota de lana envuelta y amarrada en él,
de donde se saca la fibra para cardarla o hilarla.
quetenada las papas, maíz, etc. más grandes.
quicuyo pasto rastrero de clina frío.
ralladero instrumento para rallar yuca en el proceso de
producción de almidón.
rebrujar escudriñar; revolcar.
remesear comprar el mercado.
sabana páramo.
sobretana paja de páramo de hoja ancha para el techo
de las casas.
sólido solitario.
sombrero pandereta tampalkuari, en lengua guambiana.
Sombrero tradicional de los guambianos, tejido en
caña brava por los hombres.
sorondé árbol de tierra cálida, de fuerte corteza, la cual se
usa para armarrar cercos, armar embovedados o
paredes, en las casas de bahareque.
tanga’o golpeado.
tarabas instrumento para hilar cabuya y hacer lazos;
estribos de madera y cuero.
trabajadero pequeño rancho utilizado temporalmente como
punto de apoyo en el desarrollo de actividades
agropecuarias.
ulluco tubérculo.
verraca/o difícil, duro, severo; persona muy fuerte o guapa
a l enfrentar cualquier situación.
verraquillo palo con cuero amarrado en su punta, o perrero,
utilizado para fuetear.
yacoma tubérculo miniatura de color blanco o negro,
usado por médicos tradicionales de algunos
pueblos indígenas.
yaguará pasto de tierra cálida, acreditado como muy bueno
para lechería.
zaratano color de las plumas o piel de algunos animales,
que se distingue por presentar manchas de
distintos colores.
zoquear cortar una planta para que retoñe.
[534] l a f u e rz a d e l a g e n te
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l a s l u c h a s d e l o s ú l t i m o s t e r r a j e r o s [535]