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Primera parte
El sujeto ético
Marco Bianciardi
Premisa
Traducción de Ignacio Célèry, Psicólogo de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Docente del Diplomado en
Psicoterapia Sistémica y Familiar de la Universidad de Chile (2011). Mail: icelery@gmail.com
1 La cita exacta de Gregory Bateson en realidad suena como sigue: “En otras palabras, la multiforme y misteriosa
relación entre contexto y contenido vale tanto en anatomía como en lingüística” (Bateson 1972, p. 190)
En este breve ensayo quisiera proponer algunas notas que pretenden mantener el
focus sobre el entrelazamiento complejo entre sistemas e individuo y entre individuos y
sistema: mi tesis es que tal esfuerzo no puede sino conducir a hablar del sujeto cibernético
como sujeto ‘ético’.
El sujeto moderno
2 En la historia de la filosofía ‘sujeto’ es aquello que hipotetizamos más allá o por debajo de los atributos o de los
accidentes. Se trata por lo tanto del aspecto sustancial al que adhieren los predicados (Abbagnano, 1998, p. 1018).
Pero no se trata de una cuestión nominal: Abbagnano mismo argumenta cómo en la filosofía clásica no estaba
presente la noción de conciencia así como la entendemos actualmente (Abbagnano, 1998, p. 226); desde otro punto
de vista Jaynes sostiene que “El hombre de la Ilíada no tiene una subjetividad como nosotros; no tiene una
consciencia de su consciencia del mundo, no tiene un espacio mental interno sobre el cual ejercitar la introspección”
(Jaynes 1976, p. 101).
3 I. Kant (1781), Critica della Ragion pura. Dialettica trascendentale. Laterza, Bari 2005.
4 Cfr. Abbagnano 1998, p. 73 (nótese que el concepto de ‘apercepción’ es una suerte de precursor de los conceptos de
segundo orden: percepción de la percepción)
Observador vs. función observativa
Todos los sistemas vivientes, para vivir y en el vivir, realizan distinciones, trazan
diferencias, desarrollan funciones observativas6. Pero, en cuanto nos concierne, solo el
hombre se distingue a sí mismo del mundo externo: el hombre se reconoce cuando ve la
propia imagen en el espejo, vive aquella particularísima experiencia subjetiva que
denominamos ‘sentido de sí’ o ‘identidad’, construye incesantemente una narración de la
propia experiencia que da continuidad al propio vivir en el mundo.
Esto significa que el hombre (a diferencia de los otros seres vivientes) se distingue a
sí mismo como ‘sujeto’ de las propias actividades de distinción7).
La distinción entre sí mismo y otro distinto de uno mismo puede por lo tanto ser
conceptualizada como una distinción de segundo orden.
El distinguirse a sí mismo como aquel que realiza distinciones en el propio
ambiente, comporta, de hecho, el distinguir esta distinción (entre sí mismo y otro distinto
de uno mismo) como distinta (como diferente y sobre otro plano), respecto de todas las
innumerables distinciones vistas o creadas en el ambiente.
Creo que es posible hipotetizar sin más que, en la teoría de la evolución, la
posibilidad de esta meta-distinción haya emergido del increíble, improbable, milagroso
6
No solo los seres vivientes, también algunas máquinas planeadas y construidas por el hombre (a partir de la célula
simple).
7
Aunque debemos suponer que, para los animales superiores, esta afirmación puede no ser así de clara. Griffin, por
ejemplo, afirma: “Los resultados proporcionan una prueba evidente de la autoconsciencia de los chimpancés” (Griffin
1978).
desarrollo que la especie humana ha conocido, y en específico del conjunto de
contingencias, de adaptaciones, de exámenes que han llevado al uso de un lenguaje
simbólico, abstracto, arbitrario y convencional. Como observa Douglas Hofstadter: “En un
cierto punto, en el curso de la gradual diferenciación de los seres humanos de otros
primates, se abrió una excepcional diferencia evolutiva: su sistema de categorías se volvió
arbitrariamente extendible” (Hofstadter 2007, p. 109).
Desde luego, no podemos detenernos aquí sobre estos apasionantes temas. Nos
basta con enfatizar que la distinción entre sí mismo y otro distinto de uno mismo que pone
la subjetividad, emerge desde (y, recíprocamente, es puesta por) una función observativa de
segundo orden: observar el propio observar.
La distinción de segundo orden, de hecho, por una parte, implica la posibilidad, por
otra, es puesta por la posibilidad, de una función observativa de segundo orden; y esto
hace posible la experiencia subjetiva que denominamos ‘conciencia’.
Conciencia y ceguera
Se reflexiona ahora sobre el hecho de que los organismos vivientes que viven
realizando distinciones, viven dentro de un ‘mundo’ del todo congruente a las
características y a las modalidades de su distinguir. Debemos suponer que el insecto y la
flor de campo viven, por así decir, ‘circunscritos’ [‘saldati’] al ‘mundo’ que computan a
partir de las propias potencialidades observativas.
Considérese un ‘observador’ artificial como la célula fotoeléctrica: la extrema
simplicidad de su función observativa nos permite comprender mejor. La célula
fotoeléctrica está diseñada para distinguir únicamente si un cuerpo sólido atraviesa o no,
en cada instante, el espacio ocupado por el propio sensor. Esta construye, por lo tanto, un
mundo perfectamente binario (el hecho de ‘sí’ y ‘no’ en cada uno de los instantes en que es
encendida), y podremos decir que aquello es su mundo: ‘mundo binario’ al que,
recíprocamente, las modalidades observativas que la caracterizan adhieren perfectamente.
Desde el punto de vista de la célula fotoeléctrica no puede haber ninguna duda, ninguna
alternativa, y ninguna conciencia posible. En este sentido la función observativa y el
mundo que esta distingue y crea, resultan perfectamente adherentes, como si estuvieran,
justamente, circunscritos, o como si se encajaran perfectamente.
Creo que podemos suponer que esto vale también, de manera sustancial, para los
organismos vivientes, desde los vegetales a los animales superiores. Aunque para estos
últimos, si bien están dotados de inteligencia y capacidades adaptativas, debemos suponer
que el ‘mundo’ construido resulta sustancialmente circunscrito a las potencialidades
perceptivas y a las características del SNC: la ‘realidad’ en la que viven resulta entonces
perfectamente adherente a como ellos pueden distinguirla, así como el comportamiento
dentro de esta ‘realidad’ resulta dictado por la conducta instintiva. Y es por esto que, a
diferencia del hombre, cada cambio evolutivo requiere tiempos largos de la selección
natural.
Podremos afirmar que, desde el punto de vista del organismo viviente que vive, por
así decir, circunscrito a la realidad que su observar construye, la ‘realidad’ es la Realidad: la
realidad es aquella y no puede sino ser aquella y punto.
Esta conciencia, sin embargo, no parece de ninguna manera dada por obvia8.
Sería necesario interrogarse sobre por qué es así de difícil, y se revela además
incompleta, provisoria, nunca adquirida de una vez por todas.
No es este el lugar para enfrentar una cuestión así de apasionante y compleja, pero
podemos adelantar la hipótesis que el proceso que permite al niño (in-fans = ‘no hablante’)
8 Gregory Bateson, por ejemplo, parte de la “…curiosa distorsión de la naturaleza sistémica del hombre individual,
por efecto de la cual la consciencia es, casi por necesidad, ciega frente a la naturaleza sistémica del hombre mismo.
(Bateson 1972, p. 448-449).
decir ‘yo’, distinguiéndose como sujeto autónomo, comporta en un primer tiempo una
necesaria ceguera respecto de los procesos computacionales que construyen sus
‘realidades’9. La posibilidad de reconocer la relación recursiva entre sí mismo y el ‘mundo’
así como lo computamos, sería, en este sentido, una conquista (aunque parcial, provisoria,
incompleta) de la adultez.
Douglas Hofstadter, que se ha ocupado admirablemente del ‘yo’ en términos de
recursividad, observa que el ‘yo’ es “una distorsión sorprendentemente confiable y
absolutamente indispensable”. Y agrega: “La noción de ‘yo’, en cuanto fórmula abreviada
de extraordinaria eficacia, es una expediente explicativo esencial del que no podemos
prescindir” (Hofstadter 2007, pp. 224-225).
El sujeto ético
Pero el punto sobre el que intento detenerme es que esta responsabilidad debe ser
entendida como problemática y compleja.
Si de hecho mantenemos bien circunscrito el focus de nuestras reflexiones sobre la
relación que imbrica al sujeto a los contextos y el contexto a los sujetos, debemos recordar
9 Bianciardi 1993.
que responsabilidad no significa poder.
La responsabilidad del hombre no es, entonces, unidireccional; o, para ser más
precisos, no se da a partir de un poder unidireccional.
La subjetividad es responsable de la elección de las modalidades operacionales
según las que computa el propio ‘mundo’ y da significado a la propia experiencia; pero,
desde otro punto de vista, tales modalidades operacionales han emergido desde sus
experiencias relacionales precoces, y son mantenidas en vida por las relaciones
emotivamente significativas. El lenguaje mismo, que ha permitido al individuo decir ‘yo’
poniéndose como sujeto, y es el instrumento de su ininterrumpido narrarse a sí mismo la
propia experiencia, es la lengua natural que ha recibido en donación desde la propia
familia de origen. Ciertamente no elegimos las palabras, el léxico familiar, las reglas
sintácticas, que nos permiten acceder a la subjetividad; al contrario, las características de
nuestra lengua natural contribuyen a formar, desde su nacimiento, las formas de nuestro
computar y las características de nuestra experiencia subjetiva. Es más, nos volvemos
‘sujetos’ precisamente al hacerlas nuestras, al asumir en primera persona las palabras y
formas lingüísticas que no hemos podido elegir: desde aquel momento nos volvemos
partícipes de la constante evolución de nuestra lengua (la que, en efecto, no es una lengua
muerta justamente en tanto evoluciona constantemente; y todos nosotros participamos en
esta evolución, somos, por lo tanto, co-responsables, aunque sea del todo obvio que
ninguno tiene algún poder unidireccional en el direccionar la evolución de la propia
lengua).
Somos, por lo tanto, responsables de las modalidades según las que participamos en
las relaciones en que nos implicamos; sin embargo, por un lado, estas modalidades han
emergido de la historia de relaciones en la que ciertamente no tenemos ningún poder
direccional, por otro lado, tampoco tenemos, ciertamente, ningún poder de dirigir de
manera unidireccional la relación en la que estamos participando ahora.
En otros términos: en el aquí y ahora participamos en una danza de la que somos
co-responsables, en la que, entonces, somos responsables solo de nuestro modo de
participar, del cómo nos proponemos; pero, por otra parte, también este cómo ha emergido
de relaciones en que no podemos ciertamente decirnos sólo los actores en juego y por lo
tanto los únicos responsables.
La subjetividad cibernética, en tanto no puede ser concebida como un ser sino como
una función observativa de segundo orden, debe ser reconocida como responsable sea de las
modalidades según la cual desarrolla esta función, sea de cómo aplica estas modalidades en
el aquí-y-ahora de las relaciones en curso, es decir, de cómo desarrolla las funciones
observativas de primer orden en que se empeña. Pero esta responsabilidad no es para
nada absoluta; al contrario, se declina siempre e inevitablemente como una co-
responsabilidad, como un participar en un proceso sobre el cual el sujeto no puede, sin
embargo, tener un poder unidireccional.
Se trata de una responsabilidad en que no están previstos puntos fijos. Se trata de
una responsabilidad procesual y recíproca, donde yo soy responsable de mí al ser
responsable del otro, y sé que el otro es responsable de sí al ser responsable de mí; donde
cada uno es responsable, en el aquí-y-ahora, de cómo actúa respecto de los principios y
valores éticos que, lejos de ser absolutos, emergen, en la historia de nuestra especie, de
procesos de los cuales todos y cada uno de nosotros somos co-responsables.
Abbagnano N., 1960. Dizionario di filosofia. Tercera edición ampliada y actualizada por
Giovanni Fornero. Utet, Torino 1998.
Bateson G., 1972. Verso un'ecologia della mente. Adelphi ed., Milano 1976.
Bertrando P., Bianciardi M., 2002. “Terapia etica. Una proposta per l'epoca postmoderna”.
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Hofstadter D., Dennet D. (1981), The Mind's I. Fantasies and Reflexions on Self and Soul (tr. it.
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Maturana H., Varela F. (1980), Autopoiesi e cognizione. Marsilio ed., Venezia 1985.
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