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Thot-Hermes

Las leyes universales


Magia-Heka

Ramón Santiago López Tejero


La presente edición ha sido revisada atendiendo a las normas vigentes de
nuestra lengua, recogidas por la Real Academia Española en el Diccionario de
la lengua española (2014), Ortografía de la lengua española (2010), Nueva
gramática de la lengua española (2009) y Diccionario panhispánico de dudas
(2005).

Thot-Hermes. Las leyes universales. Magia-Heka

© Ramón Santiago López Tejero

ISBN: 978-84-16479-21-4
Depósito legal: A 19-2016

Edita: Editorial Club Universitario Telf.: 96 567 61 33


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previo y por escrito de los titulares del Copyright.
A mis padres y hermanos.
«Quod est inferius, est sicut id quod est superius»
Tabla esmeralda
Índice

Introducción................................................................... 11
Parte I. Thot-Hermes.................................................... 15
1. En el principio….................................................. 17
2. La esencia simbólica de Thot.............................. 35
3. El mundo clásico.................................................. 47
4. Legados de la tradición egipcia........................... 65
5. Hermes en la astromitología............................... 75
6. Pitágoras y la corriente neopitagórica................ 91
7. Filosofía, ciencia y gnosticismo.......................... 99
8. Hermes y el Guardián del Génesis.................. 115
9. Un poco de astrología........................................ 127
10. El akhasa y el campo morfogenético............. 143
11. Entidades incorpóreas..................................... 155
12. Sincronicidad..................................................... 177
13. I Ching, tarot y código genético..................... 189
14. Alquimia y hermetismo................................... 209
Parte II. Las leyes universales (El Kybalion)............. 237
Parte III. Magia-Heka.................................................. 279
Notas.............................................................................. 317
Bibliografía.................................................................... 363
Introducción

Creemos que el mundo que percibimos es tal como lo per-


ciben nuestros sentidos y, sin embargo, las evidencias experi-
mentales que está aportando la física cuántica dan cuenta cada
vez más de que todo es pura ilusión. La ciencia, dotada con
todo un bagaje de principios, leyes y metodología experimental,
ha conseguido crear un abismo entre la mente del observador
y los fenómenos y objetos percibidos a través de los sentidos.
En otras palabras, se nos ha enseñado que fuera de la men-
te del observador hay un conjunto de cosas construidas con
mezclas de diferentes elementos químicos, fuerzas y frecuen-
cias vibratorias, todo un conjunto de seres vivientes e inertes
cuyas propiedades son inherentes a su propia naturaleza; en
cambio, la mente, independiente del mundo que observa, cree
que todo aquello que percibe con los sentidos corporales es tan
real como lo puede ser una bacteria observada al microscopio.
El cerebro humano conviene y dispone su realidad de alguna
misteriosa forma e, inconscientemente, no se da cuenta de que
es el ego (mente consciente) el que crea su propia realidad. En
cierto modo, el cerebro funciona como una especie de «recep-
tor-emisor» de frecuencias diversas de distintas longitudes de
onda (señales procedentes de los fenómenos y objetos del en-
torno). Los colores y los sonidos son solo vibraciones, ondas
electromagnéticas y acústicas que captan nuestros sentidos y
son convertidas en impulsos electroquímicos que, a su vez, se
reenvían a la corteza cerebral, donde son procesados y trans-
formados en imágenes y sonidos, que el cerebro proyecta sobre
el mundo. Hay vibraciones que difícilmente podemos percibir,
como las ultravioletas y las infrarrojas, por no citar los rayos X,
cósmicos, los ultrasonidos, etc., y, sin embargo, están ahí fuera,
a nuestro alrededor, invisibles al sentido de la vista, del oído y

11
de la piel. Sabemos que esta clase de vibraciones electromag-
néticas y acústicas existen porque detectamos sus efectos en la
materia. Por ejemplo, el calor es radiación infrarroja mientras
que el color oscuro de la piel es el efecto de los rayos UVA
sobre las células pigmentarias (melanocitos) que residen en la
piel. Todas las cosas vibran con una frecuencia determinada. El
agua es un compuesto químico formado por molécula triató-
mica; en una molécula encontramos dos átomos de hidrógeno
y uno de oxígeno conectados por fuerzas de atracción entre los
electrones de ambos tipos de átomos. Cuando el agua está en el
estado sólido (hielo), sabemos que las moléculas de agua están
enlazadas formando cristales y nuestro cerebro percibe formas
sólidas. Cuando el hielo cambia al estado líquido, las moléculas
de agua tienen más libertad de movimiento, ya no están enlaza-
das como en el caso del hielo. Es como si el agua vibrase con
mayor intensidad que en el estado sólido. Al pasar al estado
gaseoso (vapor de agua), el agua ya ni siquiera se ve, aunque se
percibe la humedad que produce en el ambiente. Ahora, en el
estado de vapor, las moléculas de agua se mueven libremente,
muy distantes y apenas interactúan. Se deduce que los cuerpos
sólidos vibran con frecuencias muy bajas y los gases con fre-
cuencias mucho más elevadas.
Cuando el físico y matemático Isaac Newton investigó so-
bre la naturaleza de los colores, se dio cuenta de que la luz vi-
sible (luz blanca) consistía en una mezcla de frecuencias lumí-
nicas (colores) y que cada una de estas frecuencias presentaba
su propio grado inmutable de refractabilidad o variación de
dirección y velocidad cuando pasaba de un medio (aire) a otro
diferente (agua). Se producía un efecto curioso denominado re-
fracción lumínica, que es posible observar cuando se introduce
una varilla en un vaso de agua y vemos que se desvía un ángulo
determinado dentro del agua. En 1670, cuatro años después
del asombroso hallazgo, Newton había resuelto por completo
todos los detalles sobre la composición de la luz blanca, la luz
que consideramos visible dentro del espectro electromagnéti-
co. El fenómeno del arco iris fue reproducido en el laborato-
rio interponiendo en el trayecto de un rayo de luz brillante un
prisma de cristal. La luz proyectada sobre una pantalla reveló

12
su verdadera esencia al mostrarse el espectro electromagnético,
desde el color violeta hasta el rojo. A ambos lados del espec-
tro de la luz visible vibran frecuencias más altas (ultraviole-
ta, rayos X, rayos gamma) y frecuencias más bajas (infrarrojo,
radio). Las serpientes de cascabel perciben perfectamente las
radiaciones infrarrojas (calor); las abejas, en cambio, pueden
percibir las radiaciones ultravioleta. Han transcurrido trescien-
tos cincuenta años desde que Newton descubriese la verdadera
naturaleza de la luz visible. Hoy, todos los que hemos recibido
instrucción académica conocemos el experimento de difrac-
ción de la luz visible. Vivimos en un planeta en el que existe
una vasta región espectral de radiaciones que nuestros ojos son
incapaces de ver, pero las sentimos en la piel. Me pregunto si
no es razonable pensar que puedan existir muchas más cosas
que los sentidos y la mente pueden estar captando y no somos
conscientes. Existen diferentes planos y múltiples niveles de
vibración de la materia y la energía en el mundo que todavía
desconocemos.
La ciencia sostiene que todo lo que existe en el medio que
nos rodea, fuera de la conciencia, verificado por medio de los
instrumentos disponibles y que responda a determinada lógi-
ca, es real; en cambio, todos los fenómenos que los sentidos
no pueden percibir y experimentar, ya sea de forma directa o
indirecta, debe ser considerado irreal o inexistente. Sostener
que existe una «realidad no ordinaria» porque se ha percibido
a través de una experiencia directa interior, intuición espiritual,
es objeto de burla o, sencillamente, una suerte de elucubración
mística absolutamente incierta, no fundada en la experimenta-
ción científica y observación de los hechos.
En este libro, estructurado en tres partes, se abordan va-
riados temas relacionados con el hermetismo, psicoanálisis
junguiano, pitagorismo, gnosticismo, oráculos, alquimia, prin-
cipios básicos por los que se rigen el universo y la magia. Es
obvio que el lector se enfrenta, posiblemente por desconoci-
miento, a una variedad de temas que están fuera de la realidad
a la que está acostumbrado a vivir. Si cree que todo esto es fan-
tasía, me parece muy bien que así lo crea. Las creencias están
firmemente arraigadas en el ego de las personas y, por tanto,

13
difícilmente van a abandonar la caverna en la que el ego los
mantiene cautivos. El autor no es ajeno al mundo de la ciencia,
pero ello no significa que deje de lado, aunque sea temporal-
mente, el escepticismo propio de una mente analítica, racional
y separativa. Nada tiene de malo trascender los límites de la ca-
verna, desprenderse de la dualidad que nos mantiene divididos
y averiguar qué es lo que existe más allá de la realidad ordinaria.

El autor

14
Parte I

Thot-Hermes

15
1

En el principio…

Durante el verano de 2008, nueve meses después de conva-


lecencia a raíz de una neumonía bestial y cuatro tratamientos
de quimio, ya manifiestamente recuperado salí, como el que
dice, de las entrañas del Tártaro. Casualmente o causalmente
entré a comprar un periódico y leí que se daba una conferencia
sobre un extraño personaje llamado Hermes Trismegisto, en
un centro cultural de la capital de la Alcarria. Aquel verano
había decidido largarme a pasar los dos meses de estío en Gua-
dalajara, una ciudad acogedora, tranquila y cercana a Madrid.
Alquilé un pequeño apartamento en el casco antiguo y me de-
diqué a afianzar fuerzas, leer, escribir y charlar con mis primos.
La mayor parte de ellos son de Guadalajara, ciudad natal de mi
madre. Durante la conferencia, no tomé apunte alguno, pero
reconozco que algo debió quedar grabado en mi subconsciente
personal. La vida de aquel enigmático y legendario personaje
me sedujo hasta el extremo de llevarme a escribir este libro que
ahora comienza. No es el primero. En 1997, realicé un estudio
sobre la orientación astronómica de la capilla del colegio de
los Hermanos Maristas de Alicante (mi centro de trabajo habi-
tual), con el que concursé en la convocatoria anual de trabajos
de investigación didáctica que el Colegio de Doctores y Licen-
ciados en Filosofía y Letras propone anualmente. Y mira por
dónde, sin esperármelo, me fue concedido un segundo premio.
Ha llovido mucho desde aquel, día pero todavía guardo un gra-
to recuerdo de aquella investigación sobre la arquitectura oc-
togonal de la capilla y su perfecta orientación astronómica. En
la primavera de 2007, estando todavía convaleciente, publiqué

17
un breve relato de ciencia ficción titulado Bellatrix, el enigma de
la Luna, librito que ya tenía totalmente acabado antes del ine­
ludible descenso al misterioso abismo sin límites del Tártaro.
Al día siguiente, después de soportar una noche de rayos,
truenos y un diluvio de dos pares de narices, me marché a Ma-
drid y sin salir a la superficie tomé el metro hasta Sol. Me dirigí
a la Casa del Libro. Deseaba llegar a la planta en la que reposan
silenciosamente todos los libros relacionados con los temas
de ciencias ocultas y otras materias afines. ¡Sorpresa!, apenas
me había acercado a la primera estantería, allí estaba, no sé si
fortuitamente o causalmente, un pequeño libro titulado Isis y
Osiris, subtitulado Los misterios de Isis y Osiris (De Iside et Osiride)1.
Observé detenidamente la portada (autor del tratado: Plutar-
co, escritor griego que fuera discípulo del eximio filósofo grie-
go Aristocles, más conocido por el sobrenombre de Platón).
Pero en la contraportada, con el fin de obtener una rápida idea
del contenido del tratado, pude leer en la parte inferior de la
cubierta estas palabras: «Tradición hermética». ¡Qué curioso!
Nada más llegar, en el primer libro que me detengo a curiosear,
aparecía la palabra «hermética»2. No vacilé más sobre aquella
coincidencia significativa. Compré aquella joya de la literatura
clásica, pagué a la cajera en la planta baja, abandoné el local y
caminé entre el numeroso gentío que siempre va y viene por la
acera de la Gran Vía. Tomé un taxi y le indiqué al taxista que
me llevase a la estación de Atocha. Comprobé si tenía a mano
el billete de ida y vuelta y me subí al tren de cercanías presto a
salir con destino a Guadalajara. No podía quedarme más tiem-
po en Madrid. Me acomodé lo mejor que pude en un asiento
de ventanilla y comencé a leer ávidamente los misterios sagra-
dos de Isis y Osiris. Había comenzado a lloviznar, pero no me
importaba en absoluto, pues me encontraba a buen recaudo
sentado en el tren. Aquel día de julio comenzó a gestarse este
libro que el amable lector tiene ahora en sus manos.
Ya fuese simple coincidencia fortuita o causal, el texto de
Plutarco me embarcó en un viaje que nunca olvidaré. El estu-
dio del legendario Hermes Trismegisto orientó mi búsqueda
hacia la tradición iniciática en el Antiguo Egipto y, de ahí, pasé
al mundo de Pitágoras, Platón, los neopitagóricos3 y los neo-

18
platónicos4. El tratado de los dioses egipcios Isis y su consor-
te Osiris es realmente un texto iniciático impresionante, una
interpretación religiosa y mística de la cosmovisión que los
egipcios tenían acerca del mundo, evidentemente influida por
el pensamiento filosófico de Platón y algunos rasgos notables
de neopitagorismo que se mezclan con conceptos puramente
egipcios. Plutarco, admirador del sabio Pitágoras y del plato-
nismo, se documentó en Egipto. Según dice C. Sourdille5, en
su libro Heródoto y la religión de Egipto, existen auténticos papi-
ros egipcios que confirman la estancia de Plutarco en la tierra
sagrada del Nilo y que debió recopilar suficiente información,
real y simbólica, como queda plasmada a lo largo de toda la
narración del mito, que Mario Meunier, traductor del tratado
De Iside et Osiride, explicita con más de trescientas referencias,
notas y glosario a lo largo de las casi ciento setenta páginas del
texto.
Octavi Piulats6 opina que el nombre de Hermes Trisme-
gisto alude realmente a un cuerpo de escritos perteneciente al
período helenístico, en la etapa grecorromana, especialmente
entre los siglos II y III d. C. En aquellos tiempos se desarrolló
una corriente de pensamiento esotérico7 que reunió diferentes
ideas de la filosofía griega y de los sacerdotes egipcios unién-
dolas en un único corpus de conocimiento. La etapa grecorro-
mana marcó un período de decadencia del helenismo después
de los dos momentos precedentes de máximo esplendor, el
alejandrino (s. III a. C.), en el que destacaron científicos tan
importantes como Euclides, Arquímedes, Aristarco, Eratóste-
nes y Apolonio, y el período helenístico8, en el que persistió
el predominio y esplendor de la gran metrópoli de Alejandría,
fundada por Alejandro Magno, y otras ciudades como Pérga-
mo y Rodas.
Otros autores sostienen que Hermes es una adaptación
griega del nombre Thot9, divinidad egipcia que aparece en el
período dinástico Tinita, entre los años 3150 y 2700 a. C., co-
rrespondientes a las dinastías I y II del Antiguo Egipto. Es
preciso, sin duda, averiguar quién fue Thot. Es necesario pun-
tualizar algunos aspectos de esta deidad egipcia para entender
todos aquellos pormenores que, en lo sucesivo, pueden resultar

19
oscuros para la comprensión humana. Me permito traer aquí
las siguientes cualidades relacionadas con este dios egipcio, en-
tresacadas del Gran Diccionario de Mitología Egipcia10. La repre-
sentación iconográfica más conocida del dios Thot es humana
con cabeza de ibis (en ocasiones de babuino); sobrepuesta al
ibis aparece una lúnula que sostiene el disco solar. En las ma-
nos, Thot sostiene la paleta de los escribas. Esta deidad es muy
antigua, tanto que algunos autores la sitúan en períodos más
antiguos que el Tinita. Otros investigadores se han atrevido a
ubicarla en los tiempos de la civilización atlante, hace más de
diez mil años. También hay quienes han llegado a atribuirle un
origen siriano11, anterior al Diluvio Universal. Pero los egip-
tólogos modernos, en su ortodoxo quehacer, desconocen su
verdadera identidad, origen y si realmente existió un personaje
como Hermes. Sí es cierto, en cambio, que Platón trató en
dos ocasiones de desvelar el gran secreto de la destrucción
de la Atlántida, primero en el Timeo y luego en el Critias. Pero
nunca llegó a plasmarlo en ninguno de estos diálogos. Ni si-
quiera habló de Thot. En cambio, el Diluvio Universal sí fue
un hecho real, mientras que el continente perdido de la At-
lántida, así como otros dos llamados Lemuria e Hiperbóreo,
inexplicablemente desaparecidos entre los milenios XV y X
a. C., solo pertenecen de momento al terreno de la conjetura,
a la espera de que surjan nuevos documentos probatorios,
concretos y tangibles que verifiquen la existencia de los tres
continentes presuntamente desaparecidos bajo las aguas. Para
la ciencia actual no es aceptable que ciertos individuos, que
dicen poseer poderes psíquicos, afirmen con absoluta cer-
teza y convencimiento que son capaces de leer los etéreos
registros akásicos12, y que recopilen información sustancial de
hechos pasados. Volviendo a Thot, se cuenta que existió un
centro de culto en la ciudad egipcia de Hermópolis Magna13.
En la mitología egipcia se acepta que Thot fue el mensajero
de los dioses, papel que luego los griegos asignarían a Her-
mes y los romanos a Mercurio, el mensajero intermediario
entre los dioses y los hombres. Thot es considerado un neter
cósmico, vocablo egipcio que hace referencia a uno de los tres
niveles jerárquicos que los egipcios crearon: metafísico, cósmico

20
y terrestre. Vemos aquí tres niveles netamente diferenciados
que deben ser necesariamente explicados. El nivel metafísico
se corresponde con una realidad superior al mundo sensible,
y se considera constituido por un sistema de entidades di-
vinas jerarquizadas y perfectamente ordenado, en el que los
sacerdotes egipcios de Heliópolis incluyen, de acuerdo con
las explicaciones sobre el origen y formación del universo
(cosmogonía), al dios Nun, deidad que representa la unidad
primordial, oscura y abismal, que se extiende por todas partes
hasta el infinito; Nun esconde en su esencia el múltiple y va-
riado universo que en potencia no ha sido manifestado.
Otra deidad presente en la cosmogonía heliopolitana es
Atum. Se trata de una divinidad poderosa que representa el
principio capaz de liberar las múltiples potencialidades de la
existencia que permanecen ocultas en el océano primordial y
abismal simbolizado por Nun. Por consiguiente, Atum repre-
senta la potencialidad, la fuerza que inicia el despliegue de las
energías ocultas en el seno de Nun, iniciando el movimiento
desde la interioridad de Nun a la exterioridad, o sea, desde
la potencialidad al acto. Para los sacerdotes heliopolitanos
este movimiento es un proceso de autogeneración, una trans-
mutación que inicia el proceso de transformación del caos
primordial del Nun en un mundo ordenado emergente que
comienza a devenir, a autogenerarse. Es por esta forma de
actuar que Atum es llamado Kheprer, «el que deviene», el que
asume el proceso de transformación y el cambio. Más tar-
de, fuera del tiempo lineal tal como lo conocemos los huma-
nos actuales, Atum emerge de las aguas primordiales como
la Gran Colina, el montículo primordial sobre el que un ave
luminosa, mágicamente surgida de la oscuridad que envuelve
a Nun, viene a posarse. Este pájaro de luz es Ra, la deidad
representativa del origen universal, la divinidad hecha visible
en el sol; es el fiat lux (hágase la luz). Este plano metafísico
es el que Platón concibe constituido por las ideas, en el cual
residen los primeros principios del Uno (el bien metafísico, el
principio primero y supremo del Uno) y la Díada (o dualidad de gran-
de-pequeño, principio material de indeterminación, de multiplicidad,
por debajo del ser).14

21
Con la mentalidad lógica moderna no podemos entender esta
concepción de la emanación del mundo eterno del espíritu puro
en la materialidad. Al menos, es posible acercarnos, aunque sea
periféricamente, a la verdad tal como ellos la experimentaron.
Hay dos manifestaciones sagradas sucesivas de Atum: la primera
es como un acto de consolidación inversa: la emergencia de una
masa sólida indefinida y limitada en el océano primordial (Nun).
La segunda es un acto de emanación de la totalidad de todo lo
que es, de exteriorización de la interioridad luminosa que yace
oculta en la oscuridad de Nun. De esta forma es como la Divi-
nidad Suprema se despliega, se expresa, comienza a «respirar», a
salir de ese estado de introspección y de soledad comenzando a
manifestarse. Y es Atum el principio divino que finalmente lanza
ese haz de luz que se eleva majestuoso sobre las aguas primor-
diales.
En el nivel cósmico los egipcios incluyen a Osiris, Isis, Set y
Neftys, deidades esencialmente cósmicas, vinculadas a deter-
minados objetos celestes. Osiris es la constelación de Orión;
Isis es la brillante estrella Sirius, Set se asemeja a la Osa Ma-
yor y Neftys es la cúpula estrellada debajo del horizonte. Pero
estos dioses cósmicos han sido creados por entidades directa-
mente emanadas de Atum, entidades que expresan ya esencias
distintas, complementarias, separadas de Atum en un acto de
creación: el dios Shu, que representa el principio «masculino»,
el aire que sobrevuela sobre las aguas primordiales del Nun y
Tefnut, compañera femenina de Shu que representa la humedad.
Así es como Atum se desdobla y se crea la primera dualidad, la
polaridad sexual, a partir de la unidad primordial de naturaleza
intrínsecamente unitaria. Este paso en la cosmogonía egipcia es
previo a la creación del orden del mundo sensible, de lo que los
griegos llamarían el cosmos manifestado. De la unión sexual de
Shu y Tefnut, de la interacción de las dos deidades que confor-
man esta «Díada divina», nace la pareja Geb-Nut (el universo
inteligible), que al principio permanecen unidas en un sólido
abrazo amoroso. El universo todavía no se ha manifestado. Fi-
nalmente, Shu pone fin al abrazo espiritual entre Geb y Nut. Nut
todavía no manifestada en el plano físico, pues no ha adquirido
la forma externa, material, visible que conocemos actualmen-

22
te, acaba por adoptar la estructura y función del cielo estrellado
(bóveda celeste) y Geb, separado forzosamente de Nut, mani-
fiesta la naturaleza del mundo terrenal.
Observamos que la cosmogonía y teología heliopolitana
apenas se comprometen en profundidad con el origen y es-
tructura del mundo sensible, el cosmos tangible. Sin embargo,
en Hermópolis Magna (Khemenu), centro de culto de Thot, el
esquema cosmogónico hermopolitano diverge del heliopolita-
no en varios aspectos, si bien complementarios y nunca opues-
tos como ahora veremos. La deidad principal de la cosmogonía
hermopolitana sigue siendo el dios Thot. El comienzo de la
creación es el mismo que en el esquema heliopolitano. Nun
representa el océano primigenio, el agua caótica y beneficiosa
de la que emerge la Colina Primordial o Gran Colina, el primer
esbozo de materia sólida. Pero antes de que el universo se or-
dene, en su seno se halla Atum en estado de pasividad e inercia,
como si estuviera meditando. Si la creación en el esquema he-
liopolitano se produce por emanación, efusión o despliegue de
la energía contenida en el Nun, la cosmogonía hermopolitana
destaca fundamentalmente al poder del sonido pronunciado por
el dios Thot, especie de demiurgo15, poderosa deidad inteligen-
te universal que más tarde los griegos llamarían «lógos». Plutar-
co, en el párrafo 55 de su tratado «De Iside et Osiride», nos dice
cómo esta deidad fabricó su lira: «Thot era dios de la Música y del
Verbo; en efecto, originó sus [ocho] dioses menores (ogdóada) emitiendo
sonidos de su boca». Por tanto, ahora el instrumento creador del
cosmos sensible es la palabra articulada; en este sentido, Thot
es descrito como el principio divino regulador y ordenador del
universo.
En la iconografía egipcia, Thot es una deidad (neter) dual
que se representa como ibis sagrado y como babuino con luna
en la cabeza. Esta dualidad orgánica se debe a que los egipcios
hacían una distinción entre el concepto de inteligencia (ibis)
y el de intelecto (babuino). La inteligencia pertenecía al nivel
más elevado, trascendente, metafísico y el intelecto pertenecía,
más bien, al mundo tangible, no trascendente, es decir, el inte-
lecto nacía, permanecía y moría con el individuo. En cambio,
el ibis era considerado un animal sagrado que personificaba la

23
percepción correcta, pues era el único animal capaz de mirar
dentro del agua clara del río sin que le afectase el fenómeno de
la refracción (desviación) de la imagen de las presas sumergidas
en el agua. En consecuencia, para los egipcios Thot era una
inteligencia divina que podía expresarse en una o más funcio-
nes vivientes. Thot era considerado un principio inteligente en
acción que, a través del sonido, la palabra articulada, canalizó
la energía divina contenida en el Nun, según los principios de
armonía y proporción, hacia un cosmos organizado. Resulta
curioso y sorprendente que el sonido, la palabra correctamente
pronunciada, puede crear formas complejas en los granos de
arena fina depositados sobre una placa metálica o sobre mate-
ria fluida colocada en un recipiente (véase en el capítulo 15, el
principio de vibración).
Hay otras expresiones que describen acciones diferentes de
esta deidad cósmica. Thot es el contador del tiempo, el creador
del calendario lunar y el vigilante y protector de la luna. Su fun-
ción soberana del tiempo y de principio ordenador y regulador
del cosmos físico le reportó el papel de mediador de las inteli-
gencias celestiales: «a él debían ser notificadas todas las órdenes
para que las registrara y fueran cumplidas». Thot es asimismo
el dios de la magia debido al poder de expresión de la palabra
(sonido), que acaba manifestándose como forma geométrica,
ordenada, armoniosa, equilibrada en el cosmos manifestado.
No es nada extraño que los egipcios escogieran una deidad
complementaria, femenina, llamada Ma´at, para simbolizar,
personificar o encarnar el principio de orden, verdad y justicia
en el cosmos. Thot encarna, por tanto, a Heka, la «fuerza mági-
ca creadora», la energía primigenia neutral que era esencial para
la creación del cosmos sensible. Así que múltiples han sido los
papeles asignados a Thot: soberano del tiempo, patrono de los
escribas, inventor de la escritura, juez y notario en el acto de la
psicostasia o «pesada del alma del difunto», protector de Osiris,
mensajero de los dioses (Thot-Hermes-Mercurio), etc. Thot
fue venerado en Hermópolis bajo el título de «el que separa a
los combatientes». Los combatientes no son otros que Set (la
oscuridad) y el joven Horus (la luz), hijo de Isis y Osiris. Set
y Horus son deidades cósmicas que intervienen en un suceso

24
astronómico inusualmente corto, pero dramático y terrorífico
para los mortales egipcios. Hablamos de un eclipse total de Sol
(Ra) producido en el año 4787 a. C. El fenómeno celeste figura
en un papiro expresado en lenguaje mitológico; en el texto se
simboliza la batalla cósmica entre Set y Horus:

Tú ven a mí rápidamente, ya que deseo ver tu rostro des-


pués de no haber visto tu rostro. Vislumbro aquí la oscuridad
incluso cuando Ra está en el cielo; el cielo se hunde en la tierra
y una sombra se forma hoy en la tierra.
Las canciones de Isis y Neftys.

Este breve fragmento narra un eclipse total de Sol. La au-


sencia de luz (Horus pierde su luminosidad, la visión en el ojo
derecho) es restituida rápidamente por Thot, que empleará la
magia, rellenando con saliva milagrosa el órgano de la visión
dañado por el dios Set16. Precisamente por esta intervención
mágica, Thot se convirtió en protector de la luna. En verdad,
Horus es el reflejo microcósmico del dios Atum-Ra. En cuanto
al esquema final de la cosmogonía hermopolitana, Thot, tras
pronunciar el sonido creador contenido en su esencia, forma
ocho deidades, cuatro parejas complementarias, masculinas y
femeninas, que personifican las diferentes cualidades del cos-
mos aún no manifestado: caos, oscuridad, infinitud y movi-
miento no manifiesto. Todas estas deidades, bajo la tutela del
dios Thot, son las que van a generar el huevo cósmico, «recep-
táculo sensible», «útero materno y paterno», del que emergerá
Ra, deidad idéntica a la de la cosmología heliopolitana, creado-
ra del tiempo y del cosmos físico, con la ayuda de Thot, que
personifica su mente (el corazón, sede la inteligencia) y volun-
tad creadora (la lengua, las cuerdas vocales, órganos activos de
la palabra).
El tercer nivel se relaciona con los neters terrestres. El más
destacado es Ptah, una divinidad que debe ser entendida como
modeladora de las formas materiales. Ptah es la deidad for-
jadora del mundo material que los griegos asimilarían al dios
Hefesto y los romanos a Vulcano. Ptah es un neter venerado en
Tauy (Reino Antiguo), a partir de la dinastía XVIII, sede del

25
culto sagrado al dios Ptah. Los griegos llamaron Menfis a esta
ciudad del Bajo Egipto. Ptah personifica el «principio divino»
de la creatividad terrestre. Esta deidad está comprometida en
toda la creación hasta la aparición de «personas, animales, criaturas
reptantes y todo lo que vive». A diferencia de las cosmogonías he-
liopolitana y hermopolitana, en las que la Divinidad Suprema
se concentra en la emanación del Todo (el Absoluto) a través
de los neters cósmicos, mediadores entre la Divinidad Suprema
y el cosmos físico, en la cosmogonía menfita se hace total hin-
capié en la encarnación final de la sustancia divina en toda la
creación. El Absoluto se hace inmanente e inherente al univer-
so. La trascendencia de Ptah y de toda la teología y cosmogonía
menfita reside en la vinculación e identificación de Ptah con
Tatenen (Cronos y Hefesto el Grande para los griegos). Tate-
nen es una deidad creadora (demiúrgica) y andrógina (macho
y hembra), relacionada con Nun y la Colina Primordial de la
cosmogonía heliopolitana. De ahí que Ptah se identifique con
Atum, Horus y Thot. Es decir, el mito cosmogónico elaborado
por los sacerdotes egipcios en Menfis asume toda la multipli-
cidad de formas divinas de las otras dos cosmogonías al consi-
derar que Ptah es el Gran Uno (Todo) Poderoso, la fuente de
todo lo que existe, de modo que Ptah es Atum autodiferen-
ciándose de Nun, mientras que Horus personifica el corazón
(sede del pensamiento) y Thot, la lengua, el órgano que emite
el sonido creador, la palabra, el verbo y, finalmente, toda la
Enéada o compañía divina menfita: Atum, Shu, Tefnut, Geb,
Nut, Osiris, Isis, Neftys, Set. La egiptóloga Elisa Castel afirma
en su Gran Diccionario de Mitología Egipcia que «el dios Ptah fue
la única divinidad que no se fundió con Ra, a partir del Primer
Período Intermedio (dinastías VII-VIII, IX-X y XI, entre 2200
y 2061 a. C.). No aparece nunca como Ptah-Ra, algo que le
ocurre al resto de los dioses del panteón egipcio».
Estos tres esquemas de la creación permiten vislumbrar
aspectos concretos del pensamiento egipcio. Las divinidades
egipcias (neter, en singular; netcheru o neteru, en plural) simbo-
lizaban los principios filosóficos más sutiles, las inteligencias
divinas, que se expresaban en una o más funciones vivientes.
En realidad, los dioses egipcios personificaban una o varias

26
acciones operativas dentro del orden cósmico. Para los egip-
cios eran inteligencias activas que buscaban siempre la forma
como elemento de expresión, de modo que la forma contenía
en sí misma el mensaje de la función correspondiente en todos
los planos de la creación. Las deidades egipcias encarnaban
diversas fuerzas que reflejaban la expresión de la presencia y
poder divinos. Al creer que los dioses o inteligencias divinas es-
taban presentes en el ser humano y en otros seres, los egipcios
realizaban actos rituales propiciatorios con el fin de mantener
un estado de armonía perpetuo y vital entre el cielo y la tie-
rra. De ahí la preocupación por nombrar a alguien que actuase
como sacerdote-mago, alguien que desempeñara el papel de
intermediario entre los diferentes niveles espiritual y material.
No debe extrañarnos, pues, que el máximo representante de la
clase sacerdotal egipcia fuera Thot, una inteligencia operativa
dotada del poder de Heka (véase parte III), del dominio de las
energías universales. Por tanto, Thot-Hermes fue desde enton-
ces la deidad masculina que representaba la magia (la deidad
femenina era Isis), «la energía esencial que [fluía] tanto en el
universo de los dioses como en el de los humanos»… Y es así
que Thot vino a ser el dios canalizador del poder mágico del
dios Heka. Es más, Thot, al estar en consonancia con Ma´at,
el principio operativo de orden, verdad y justicia, funcionaba
acorde con Ma´at porque solo estando ambos en armonía que-
daba asegurado el flujo perfecto y equilibrado de energía entre
los diferentes niveles material y espiritual.
Josep Fábregas17 sostiene la idea de que el dios Hermes, el
Thot egipcio, vivió en Grecia. Hermes es también el dios Mer-
curio de los romanos, divinidad que actuaba como mensajera
de los dioses. De él se sabe, a través de la ciencia iniciática, que
encarnó antes en Egipto y que ordenó construir las grandes
pirámides. Esta creencia se basa en la ciencia iniciática y as-
trológica. En efecto, según afirma Josep Fábregas, experto en
astrología, en la era de Géminis (constelación regida por el pla-
neta Mercurio), Thot-Hermes fundó la escuela de los misterios
sagrados. En el Papiro de Turín consta un registro que consigna
los nombres de diez netcheru (dioses), en donde se puede leer el
número 3126, que hace alusión a los años que duró el reinado

27
del legendario Thot-Hermes. Otro de los registros del famoso
papiro está relacionado con una comunidad de seres divinos
llamada «seguidores de Horus» (Shemsu-Hor), que, al parecer,
gobernaron en Egipto durante casi 14 000 años, en un período
de tiempo predinástico, es decir, antes del reinado del faraón
Menes, el primero de los reyes del Antiguo Egipto, hace unos
3000 años a. C. A partir de Menes, el sacerdote egipcio Ma-
netón18 registró hasta XXXI dinastías, cada una regida por un
rey mortal. El historiador griego Diodoro Sículo también se
hace eco de la presencia de seres divinos y héroes que reinaron
durante casi 18 000 años. ¿Quiénes eran estos seres llamados
«seguidores de Horus»? El investigador alsaciano R. A. Schwa-
ller de Lubicz19 sostiene que el término «Shemsu -Hor», que
se traduce como «los seguidores de Horus», hace referencia
a la trayectoria solar a través de la eclíptica20, a lo largo de las
doce constelaciones zodiacales. Aquí se hace referencia al de-
nominado movimiento de precesión21 terrestre, es decir, al len-
to movimiento hacia el oeste de los equinoccios de primavera
y otoño por la eclíptica, a uno y otro lado de la esfera celeste,
movimiento retrógrado en el que el equinoccio vernal (prima-
vera) retrocede por el camino zodiacal (Zodíaco) a razón de
1o de arco cada 71,6 años. Si este dato se multiplica por 360º
(una vuelta completa alrededor del sol), se obtienen 25 776
años (71,6 años/1º × 360o = 25 776 años. Si dividimos por
12 (el número de constelaciones) el resultado anterior, obte-
nemos la cantidad 2148 años. Por consiguiente, existe un ciclo
de casi 26 000 años, llamado «Año Magno» (algunos autores lo
estiman en 25 920 años), causado por el movimiento circular
que describe el eje de rotación terrestre con un radio de casi
23,5º alrededor del polo norte celeste, del que seguramente los
antiguos egipcios eran conscientes, ya que les fue revelado por
los seguidores de Horus. Aproximadamente cada 2150 años, el
equinoccio de primavera retrograda a través de las doce cons-
telaciones en esta dirección:

LeoCáncerGéminisTauroAriesPiscis
AcuarioCapricornioSagitarioEscorpioLibraVirgo

28
Un camino inverso al que describe diariamente el Sol, de
este a oeste, todos los días, debido al movimiento de giro de la
Tierra sobre su propio eje. Josep Fábregas recurre a la analogía
que se establece entre el signo de Géminis y su regente Mercu-
rio, que no es otro que Hermes Trismegisto, ubicándole en la
era de Géminis y afirmando que en ese período astronómico
fue cuando Thot encarnó en Egipto e inició en los templos a la
clase sacerdotal de la antigua civilización egipcia en los conoci-
mientos sagrados acumulados por los atlantes. Las evidencias
de todo lo que se ha dicho hasta ahora sobre esta misteriosa
hermandad de seres divinos y héroes, encabezada por el dios
Thot, puede verificarse en diferentes textos escritos de visitan-
tes del Antiguo Egipto tan distinguidos como el historiador
griego Heródoto, el legislador griego Solón y Pitágoras, perso-
najes que, presuponemos, leyeron en papiros conservados en
los templos de Heliópolis.
Otra versión muy extraña es la de la terapeuta transpersonal
y canalizadora llamada Isabel de la Fuente, que afirma que el
dios Thot procede de la desaparecida Atlántida y tiene su ori-
gen en un planeta del sistema de Sirio. Se afirma, que una vez
que se destruyó la civilización atlante, los escasos supervivien-
tes se trasladaron al valle del Nilo y crearon la antigua civiliza-
ción egipcia. Por otro lado, Matías Stefano, un joven de 23 años
de nacionalidad argentina, sostiene y afirma, basándose en vi-
vencias de sus vidas pasadas en la Tierra, que Hermes-Thot
vivió en la Atlántida y tanto él como los habitantes de aquella
cultura eran seres híbridos, es decir, seres cuya sangre procedía
de las estrellas y del planeta Tierra. Estas versiones, excesiva-
mente fantásticas, carecen de fundamento racional, pues no
hay forma de probar el origen siriano de Thot o que fuese un
híbrido entre un ser alienígena y otro humano.
Hermes Trismegisto es mencionado también por el sacer-
dote anglicano Charles W. Leadbeater. La reputación de Lead­
beater proviene de su capacidad clarividente y de su relación
con la Sociedad Teosófica (1883), en la que conoció a la enig-
mática experta en ciencias ocultas Helena Petrovna Blavatsky22,
autora de dos famosas obras de ocultismo tituladas Isis sin velo y
La doctrina secreta23. Leadbeater sostenía que era posible acceder

29
a los registros akásicos y obtener información relevante acerca
de los orígenes y la vida de Hermes, así como de otros perso-
najes importantes desencarnados. Según Lead­beater, cualquier
imagen, sonido o acontecimiento acaecido en la Tierra queda-
ba grabado en el plano astral, en forma holográfica. Por medio
de la técnica del viaje astral, Leadbeater y su colega teósofa An-
nie Besant podían acceder a las imágenes holográficas archiva-
das en este plano etéreo, ver el futuro o el pasado de la vida de
Hermes Trismegisto y otros seres espirituales a lo largo de sus
encarnaciones en la Tierra. Durante el verano de 1910, Lead-
beater realizó estas experiencias astrales, no se sabe si mediante
procesos de clarividencia, en estado de trance o mediante via-
jes astrales, pero dejó constancia de sus visitas al plano astral
en el libro Man: Whence, How and Whither (1913), en el cual sitúa
a Hermes en la Atlántida junto a los dioses y otros seres semi-
divinos iniciados en los grandes misterios. Por consiguiente,
Thot-Hermes refundaría, después del hundimiento del conti-
nente atlante, los misterios sagrados egipcios, instruyendo a los
sacerdotes y a los reyes en los antiquísimos conocimientos. Los
misterios secretos de Thot-Hermes fueron transmitidos por
la clase sacerdotal egipcia a los estudiantes neófitos, que de-
bían adquirir la sabiduría oculta a través de diversos grados de
aprendizaje en los doce templos situados en el margen oriental
del Nilo y finalizar su peregrinaje iniciático en la pirámide de
Keops. Solo aquellos que acudían a los templos provistos de
la pertinente recomendación de los hierofantes respectivos de
sus ciudades entraban en las escuelas de los templos.
Sebastián Vázquez Jiménez, periodista e investigador del
tarot y la religión egipcia, ofrece una explicación muy curiosa
y original acerca de la naturaleza de Hermes. En el Tarot de
Marsella (uno de los mejores), la carta 1 corresponde a la figura
arquetípica de «El Mago». Esta carta también personifica a «El
Consultante». Aunque el verdadero origen del tarot es incierto
y confuso, Court de Gebelín afirma en su obra Monde Primi-
tif (1781) que el tarot es el único libro, en forma de láminas
(naipes), que queda de la ciencia oculta antigua de los templos
egipcios. Cuando se examina detenidamente la carta de «El
Mago», se advierte que el personaje está de pie al lado de una

30
mesa sobre la que, aparte de otros utensilios, hay un cubilete
con dados. En la mano sostiene una rama o, tal vez, una varita
mágica. Sobre la cabeza cubierta por un sombrero se ve un
ocho tumbado, símbolo matemático del infinito: ∞. También
aparecen una bolsa de cuero, una daga (a veces es una espada)
y un disco. En otras barajas también se ve una copa. Es obvio
que todos estos elementos decorativos son propios de la figura
arquetípica del adivino, del sacerdote-mago que ejerce de me-
diador entre el consultante que desea saber acerca de su futuro
y la sabiduría infinita de los dioses, representados en el naipe
por el signo «infinito». Tal vez, la varita mágica levantada actúa
como elemento receptor de las fuerzas cósmicas para después
distribuirlas. La asimilación de la carta de «El Mago» con Thot
no va mal encaminada, según la opinión de Sebastián Vázquez,
y, por tanto, con Hermes-Mercurio, considerado este último el
mensajero de los dioses.
Existe un tratado antiguo del siglo I perteneciente al Corpus
Hermeticum24, profético y revelador, en el que Thot dejó escritas
las siguientes palabras pronunciadas por la diosa Isis a su hijo
Horus:

No es apropiado, hijo mío, que deba dejar este relato


inacabado; debo decirte lo que Thot-Hermes dijo sobre los
libros sagrados: «Los libros sagrados, que han sido escritos
por mis perecederas manos, han sido empapados por Él en
la droga de la inmortalidad, que es el señor de todo, per-
manece lo incorruptible a través de los tiempos, y no sea
visto no descubierto por todos los hombres que irán de un
lado para otro por las llanuras de esta tierra (Egipto), hasta
que los cielos, ya viejos, creen hombres (de cuerpo y alma)
dignos de ti». Habiendo dicho esta plegaria sobre las obras
de sus manos, Thot-Hermes fue recibido en el santuario de
los lugares eternos.

Este fragmento se conoce con el nombre de Kore Kosmou


(La Virgen del mundo)25 y de él se infiere que en algún lugar de
Egipto deben estar ocultos los libros de Thot. Hay un hecho
que sí es evidente respecto al dios Thot-Hermes. A pesar de

31
que no se conoce realmente su fecha de nacimiento y muerte,
pero sí su ciudad natal (Sais, Bajo Egipto), donde se fundó un
centro iniciático dedicado al culto de Thot, se tiene la creencia
de que Thot-Hermes vivió en Egipto unos 3000 años antes que
Zósimo de Panópolis, alquimista del s. IV d. C., quien refiere
en su obra escrita que el enigmático texto conocido como La
Tabla de Esmeralda es atribuible al mismo Thot-Hermes basán-
dose en el hecho de que el citado manuscrito, descubierta ac-
cidentalmente por soldados del ejército de Alejandro, se ocul-
taba en un presunto sarcófago dentro de la pirámide de Keops
de Guiza, apoyada sobre el pecho de la momia perteneciente
a un sacerdote egipcio. No hay pruebas evidentes de que este
sarcófago existiera dentro de la pirámide de Keops. Sin embar-
go, en 1828, se descubrió fortuitamente en la ciudad de Tebas
la tumba de un sacerdote-mago anónimo en cuyo sarcófago se
podía leer el texto completo de la legendaria Tabla de Esmeralda.
Otro texto que aparece en el Corpus Hermeticum es el tratado ti-
tulado Asclepio26. Se trata de un diálogo profético entre Hermes
y su discípulo preferido, Asclepio, acerca del inexorable fin de
la civilización egipcia, además de otras verdades secretas de di-
fícil comprensión para la mente del hombre actual. El Asclepio,
también conocido como «Logos Teleios» (El discurso perfecto),
fue compuesto, probablemente, entre los siglos III y VI d. C.
y solo nos ha llegado una versión latina del sabio y lingüista
Marsilio Ficino, protegido de Cosme de Médicis (el Viejo), du-
que de Florencia, que fue impresa en 1469. Hay, además, un
anexo añadido, en versión griega, que se supone qie se debe a
un tal Ludovico Lazzarelli, poeta y astrólogo fascinado por los
conocimientos filosóficos, astronómicos y alquímicos plasma-
dos en el Asclepio. En 1945, se descubrieron en Nag Hammadi
(Alto Egipto) algunos fragmentos del Asclepio27 reproducidos
en unos textos de carácter gnóstico escritos en lenguaje copto.
El misterio en torno a la figura del legendario Hermes con-
tinúa dando quebraderos de cabeza a los estudiosos de las doc-
trinas secretas cuyos orígenes se remontan probablemente a la
Atlántida, y luego al Antiguo Egipto. La investigadora británica
Frances Yates28, autoridad mundial sobre el Renacimiento, sos-
tiene el hecho, consensuado por una gran mayoría de expertos

32
en la literatura hermética, de que los escritos herméticos, el
denominado Corpus hermeticum o Hermética, representan la fu-
sión entre las enseñanzas que poseían los sacerdotes egipcios
celosamente conservadas en los templos y los sistemas filo-
sóficos de la época helenística, es decir, Hermes Trismegisto
pudo haber sido el nombre de una escuela de autores helenos
(griegos), traductores de los libros de Thot, o bien Hermes fue
un sacerdote egipcio que los griegos identificaron con el dios
egipcio de la sabiduría mágica de Thot. En capítulos posterio-
res volveremos a tratar con mayor detalle el Corpus hermeticum.

33
2

La esencia simbólica de Thot

El antropólogo E. Cassirer, en desacuerdo con la definición


que afirma que el hombre es solo un animal racional, propo-
ne en su libro Antropología filosófica otra definición: «En lugar
de definir al hombre como un animal racional, lo definiremos
como un animal simbólico». Si consultamos el diccionario de
la RAE, encontraremos que la palabra símbolo se define como
una realidad material que representa a otras, inmateriales o
reales, por las relaciones que se establecen entre ambas. Por
ejemplo, un círculo conectado a una cruz en su lado inferior,
♀, puede significar «el espejo de Venus», el sexo femenino, re-
presentar al planeta Venus, simbolizar al elemento cobre, etc.
Por consiguiente, se observa que, en función del contexto que
escojamos, la interpretación puede variar. Símbolo es un tér-
mino que deriva del griego symbolon, con el sentido de reunir y,
por tanto, según especifica R. Alleau, este término se refiere a
«algo compuesto de dos». En cierto sentido, nada podemos es-
perar de nuestro cerebro racional porque el único camino que
podemos recorrer para acceder al conocimiento del símbolo
solo se encuentra en el hemisferio cerebral derecho, al que se
considera cerebro intuitivo, holístico y creativo. Y este lado de
nuestro cerebro parece que es el más apropiado para el estudio
de los símbolos. El historiador del arte Santiago Sebastián dice
lo siguiente acerca del tratamiento del símbolo: «La lectura del
símbolo no puede hacerse porque sea una forma de lenguaje
reservada a los iniciados, sino porque se trata de una llamada
al inconsciente». Para acceder a la comprensión del símbolo
es necesario, por lo tanto, trascender nuestra actividad mental

35
habitual, despojarnos de nuestra mentalidad lógica, analítica,
fría y calculadora, exclusiva del hemisferio izquierdo de nues-
tro cerebro; solo con las imágenes que se manifiestan a través
de la actividad del subconsciente, a través de las experiencias
oníricas y eliminando el pensamiento discursivo del estado de
vigilia es posible identificarse con la esencia del símbolo. El
hombre es y debe ser un animal hermenéutico29, es decir, está
capacitado para interpretar el significado de los símbolos. La
cuestión que se plantea es cómo abrir esa especie de puerta ce-
rrada, aparentemente inaccesible, que impide el paso directo al
significado hermético del símbolo. Hemos de admitir que debe
existir un código secreto, una clave original que de un modo
apropiado nos acerque a la estructura y función implícita en el
símbolo. En el Antiguo Egipto, la única forma de aproximarse
a la misteriosa iconografía simbólica del pensamiento egipcio
se basaba en la observación y asimilación del símbolo como un
código sagrado. Pero antes debemos establecer ciertos concep-
tos necesarios para proseguir con este estudio sobre la esencia
simbólica de Thot.
Tres son los elementos a tener en cuenta antes de entrar en
el estudio de la naturaleza simbólica del dios Thot. A saber, el
concepto de dato, de información y de conocimiento. ¿Qué se
entiende por «dato»? Derivado del latín datum, significa «lo que
se da». Un dato es información previa codificada de modo que
sirva para llegar a un conocimiento exacto o para deducir con-
clusiones ciertas sobre algo. Por ejemplo, si escribimos sobre
el papel 10-3, tenemos un dato cuyo significado va a depender
del contexto en el que se encuentre. En matemáticas, se trata
de una potencia de exponente negativo que, en realidad, es
1/103 = 0,001; en química podría ser la concentración de iones
hidrógeno (expresada en moles/litro) correspondiente al pun-
to 3 de la escala de acidez (pH) de una disolución, o sea, una
disolución de naturaleza marcadamente ácida; en otro contex-
to, por ejemplo, en unidades de longitud, 10-3 podría referirse
a «una milésima de metro» (10-3 m). Otro ejemplo. Escribamos
en una pizarra el dato 21 %. Alguien podría interpretarlo como
el porcentaje de aire inspirado del medio ambiente en tanto
por ciento en volumen; otra persona podría entender que 21 %

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se refiere al IVA de un artículo expuesto en un mercado o bien
el porcentaje de rebaja sobre el precio del mismo. Es obvio
que el ser humano a través de su capacidad interpretativa y en
función del contexto asigna un significado al dato. El resultado
de esa interpretación es lo que se califica de «información». En
tal caso, la información es un dato que posee un determinado
significado sometido a un proceso de interpretación dentro de
un contexto concreto. Cuando esta información se memori-
za es cuando entra en juego el concepto de «conocimiento».
Archivado el dato en la memoria, el sujeto aprende. Sin em-
bargo, aquí entran en juego dos enfoques diferentes en cuanto
al modo de almacenamiento del dato. El dato puede simple-
mente memorizado. Pero para aprenderlo no es suficiente con
archivarlo en la memoria; es necesario que pueda recuperarse
de su lugar de almacenamiento y se pueda reutilizar con el fin
de modificar la conducta más adelante. Po ejemplo, cuando
almacenamos en la memoria un dato como la señal de stop, no
sirve de nada tenerlo registrado en los archivos del cerebro si
no se sabe cómo reutilizar esa información con el propósito
de cambiar una conducta inapropiada desarrollada en anterio-
res ocasiones. Este aspecto es importante porque dos personas
con la misma información memorizada y en un mismo entor-
no pueden actuar de modos muy distintos. ¿Por qué se da esta
distinta actuación? La razón es muy sencilla. Los datos suelen
estar almacenados en un soporte material (libro, audio, CD,
DVD, etc.) y, por tanto, cuando dos personas acceden a un
mismo dato, puede suceder que estas personas, que solo están
leyendo la misma información, la interpreten de modo dife-
rente y adquieran un conocimiento desigual. Para evitar esta
multiplicidad interpretativa, lo que se hace es proporcionar al
dato el mismo significado. Por ejemplo, los pictogramas de la
moderna señalización relacionados con el tráfico por carrete-
ra adoptan determinadas formas geométricas. Estas señales de
tráfico requieren para su comprensión de un proceso de apren-
dizaje, pero, una vez almacenada en la memoria, la información
que prestan es inmediata y espontánea. Solo hay que saber reu-
tilizarlas con el fin de modificar los hábitos adquiridos. La señal
de dirección prohibida, almacenada en la memoria colectiva de

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