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A mis padres y mi hermana.

A Jorge Sequeiros, Gaby Sandoval


y Carmelita González.
Y para todos los niños y niñas que
no quieren ser príncipes ni princesas.

La princesa rana
Colección: El gato

d.r. © Textofilia Ediciones, 2010.
d.r. © Sofía Ballesteros, 2010.
d.r. © Ilustraciones de Mariana Zúñiga.
d.r. © Diseño de interiores y portada de Textofilia s.c.

Textofilia Ediciones
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isbn: 978-607-7818-27-4


Queda rigurosamente prohibido, bajo las sanciones establecidas por la ley, la reproducción parcial
o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento sin la autorización por escrito de los editores.
Había una vez una bruja llamada
Mariquita, que estaba muy aburrida
porque no tenía nada qué hacer.
Varias hechiceras que llegaron antes
que ella habían hecho encantamientos
tan exóticos que ya no quedaba mucho
qué cambiar en aquella región.
Los árboles estaban convertidos en flores
y las flores en pájaros. Las ardillas se
habían vuelto lobos; los osos, castores;
y los guardabosques ahora eran
cabras montesas.
Un día Mariquita trataba de jugar
bádminton con una catarina, lo cual
estaba resultando muy inútil, pues
todos sabemos que un bicho tan
pequeñito no puede sostener una
raqueta, ni con todas sus patitas.
De repente llegó saltando una rana que
intentó comerse al insecto. La hechicera
le advirtió: –¡Por querer engullir a mi
compañera de juegos, te castigaré!
¿Qué no ves lo aburrida que estoy?
¡No hay
nada
mejor qué h
acer
aquí!
Veamos, ¿en qué te puedo convertir?
¿En zopilote? No, eso ya lo hizo Onérica…
¿En renacuajo? No serviría de nada,
pues al rato creces y vuelves a ser rana…

¡Ya lo tengo!
Enseguida convirtió a la rana en
una linda princesa .

–¿Quién soy? ¿Dónde estoy?– preguntó la rana.


–Ahora eres una hermosa princesa– contestó
Mariquita, –Vete al palacio donde debes estar,
para que yo pueda seguir jugando.
La princesa huyó rápidamente
hacia el palacio.
Al llegar, los sirvientes le preguntaron
si quería algo de comer. Ella respondió
que se le antojaba una mosca, un grillo
y, de postre, una libélula. Los criados
salieron al jardín armados con varios
matamoscas para cumplir los deseos
de la heredera de la fortuna real.
–Su merienda está servida,
Princesa Verdina –
anunció uno de los mozos, indicándole
que pasara a sentarse al comedor real.
Los demás sirvientes permanecieron de
pie cerca de la puerta, con tal confusión
en sus rostros que parecían estar
pensando lo mismo: ¿podría la princesa
comer semejantes
asque r o s id a d e s ?

q
e
La princesa se dijo a sí misma: –Me llamo
Verdina y no volveré a ser verde jamás.
¡Oh, la ironía! e r te la m ía !–
¡A y , q u é s u
Entristecida, la princesa empezó a comer y se dio
cuenta de que las glándulas pegajosas habían
desaparecido de su lengua, al igual que el gusto por
comer bichos. Haciendo un esfuerzo sobrehumano
se terminó toda su cena y se fue a dormir, con el
firme propósito de no comer insectos nunca más.
Además de que ya no le gustaban, no quería
experimentar de nuevo la vergüenza de tener a
todos los criados mirándola como si fuera el
fenómeno más extraño que hubieran visto en su vida.

u
A la mañana siguiente, Verdina despertó
con la esperanza de que todo lo sucedido
fuera un sueño y que estuviese de vuelta
en el bosque, croando feliz, saltando
y cazando bichos con su lengua larga
y viscosa. Cuando vio que estaba en
una cama, en una recámara y traía
puesto un pijama, que su piel era rosada
y que su lengua, en vez de estirarse podía
hacerse taquito, se desilusionó aún más.
A la hora de desayunar pidió lo que los humanos
comen normalmente y los sirvientes le trajeron un
plato de avena con leche y azúcar morena. Ese
platillo le pareció delicioso como el relleno dulce y
cremoso de un escarabajo. El recuerdo hizo que le
lágrimas de los ojos.

f
brotaran
Después, Verdina salió a caminar al bosque para
tranquilizarse. No pudo evitar dar uno que otro
brinquito, por pura costumbre. Entonces se encontró
con un príncipe apuesto. Platicaron un rato y
descubrieron que tenían varios gustos en común,
como la misma banda de rock: los duendecillos verdes.
–¿Será coincidencia o será el destino ?–
se preguntó Verdina.
–¿Habrá sido él antes una rana igual que yo?–

De repente, una catarina llegó volando y se posó


en la mano de la princesa, cosa que interrumpió su
charla amena con el príncipe acerca de lo divertido
que es brincar de piedra en piedra en el estanque.
Mariquita, la bruja, apareció después y les
advirtió: “¡Por intentar robar a mi compañera
de juegos, los castigaré!

¡Ladrones vergüenza,
sin
ahora verán!”
Verdina tuvo una idea brillante y suplicó a la bruja:
“¡Por favor, no nos transformes en ranas !”

“¡Gracias por la sugerencia! ¡Soy malvada y por


eso te haré lo que no quieres que te haga!”
En ese instante, Verdina y el príncipe se convirtieron
en ranas y así fue como experimentaron una
interminable y emocionante aventura en el bosque.
Jugaban a ver quién croaba más fuerte. Iban de
cacería todos los días y Verdina descubrió que los
insectos saben mejor cocidos que crudos. Así que
se dedicó a escribir un recetario para el “ama de
estanque” que incluye manjares suculentos como
suflé de grillos, pastelón de mosquitos con salsa
de cochinillas y brochetas de escarabajos.
Gracias a las ventas del recetario, Verdina y su príncipe
rana se hicieron de una fortuna mucho mayor de la
que hubiera tenido si permaneciera como princesa.
La princesa rana de Sofía Ballesteros
se digitalizó en México.
Mil ranas andarán en el mundo croando felices por ser lo que
son.

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