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Hace pocos días cumplí 50 años (aunque sigo sintiéndome como mucho de 49) y, por

ello, dejadme que haga hoy uno de esos ejercicios típicos de mayores: dar consejos a los
jóvenes.

Las realidades universitarias y sociales de los países de habla hispana son muy diferentes.
En algunos países, como el mío, la falta de inversión en la renovación generacional de los
profesores universitarios está produciendo un increíble tapón que dificulta sobremanera
el futuro de los jóvenes que quieran dedicarse a la investigación. En otros países, en
cambio, no hay siquiera un cuerpo académico sólido y estable que conforme una mínima
y estructurada comunidad científica. Las facultades de derecho se nutren casi
exclusivamente de profesionales del derecho que, además, imparten clases. Pero una cosa
es impartir clases y otra investigar, producir ideas que puedan mejorar nuestras sociedades
desde el derecho, en último término, y ofrecer una mejor comprensión de los problemas
jurídicos, en primer término. Todo ello, claro, tiene que ver con la falta de profesores de
tiempo completo suficientemente bien retribuidos para que puedan dedicar su trabajo
exclusivo o principal a la investigación y la docencia. Un grave error político, que
pagamos todos.

En este post quiero centrarme en una de las víctimas de esa falta de red académica, los
que llamaré "jóvenes apresurados". Se trata de jóvenes curiosos, inteligentes, con ganas
de hacer cosas (a veces con pulsión hiperactiva) y con ansias de cambiar esa realidad a la
que antes me referí. Deberían ser chicos/as que recibieran el apoyo intelectual de
investigadores con experiencia, no sólo para transmitirles enseñanzas jurídicas sino sobre
todo para aconsejarles en el inicio de sus carreras. Sin ese acompañamiento, muchos de
estos jóvenes malgastan sus energías en la dispersión, en dedicar tiempo a mil proyectos
(todos ellos sin acabar), en saltar de flor en flor sin polenizar en ninguna. Se les abren
muy rápidamente oportunidades, porque la tecnología permite contactar fácilmente con
profesores de otras partes (a los que enseguida llaman amigos por tenerlos en facebook o
haberlos visto una vez), porque no tienen por encima suyo a un grupo de más edad que
ocupe la academia y que obligue a ser paciente para ir quemando etapas, etc. Después,
rápidamente son presas de la fácil adulación de las redes sociales y de los cursos y cursitos
a los que enseguida se les invita.

Y ante tantas oportunidades esos "jóvenes apresurados" no aprendieron que la única


forma de cambiar la realidad de nuestra academia y, con ella, mejorar nuestras sociedades
es adquirir una formación sólida. Y hacerlo exige tesón y sobre todo mucha firmeza y
paciencia. Los buenos vinos no se hacen a las carreras.

Les pongo ejemplos: yo desconfío muy fuertemente de quien dice que ha escrito más
libros que años tiene, de quien ha iniciado una maestría y antes de terminarla ya está
iniciando otra, de quien antes de terminar sus estudios ya está impartiendo conferencias
sobre materias que aún siquiera aprobó (incluso presentándose como si ya estuviera
titulado), de quien lanza mensajes en redes (o aún peor, escribe en su curriculum)
presentándose como especialista de lo que, como mucho, es un curioso amateur.

Todo ello ya está "sentenciado" por la sabiduría popular: "quien mucho abarca poco
aprieta". Muchos de los "jóvenes apresurados" son chicos/as inteligentes y con curiosidad
intelectual, mal orientados o desorientados por la falta de contexto académico. Mi
consejo: sean pacientes y busquen donde formarse adecuadamente, piensen que el
mercado de las ideas es el mundo y aprovechen las oportunidades (pero de una en una y
seriamente), huyan de la adulación fácil hacia sí y para otros y asuman que la
contradicción de ideas es la mejor forma de avanzar.

P.D.: mi consejo es para los jóvenes, pero, si alguien quiere interpretar que hay un tirón
de orejas en mi mensaje, no es a los jóvenes apresurados sino al sistema y a los mayores
que no fomentamos la formación seria, no establecemos los incentivos correctos y no
damos el tiempo y exigimos la calma debida a nuestros jóvenes.

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