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EL SABER DELIRANTE

J.-A. Miller y otros


Prólogo Pág. 9
Pocos días antes de la fundación de la Escuela de la Orientación Lacaniana, en una memorable
conferencia1, Jacques-Alain Miller anticipaba el lugar y la función que correspondería al Instituto
del Campo Freudiano en la Argentina.
Recordaba allí la necesidad que llevó a Lacan, entre 1975 y 1977, a renovar el Departamento de
Psicoanálisis, a crear un doctorado universitario en psicoanálisis y una Sección Clínica: estimular a
su Escuela, la Escuela Freudiana de París.
«De igual manera -señalaba Miller-, al mismo tiempo que se va a crear una Escuela, habrá un
Instituto que será nuestra manera de continuar lo que Lacan indicaba en esos años...» 2.
La razón, aunque preñada de consecuencias, es sencilla. El Instituto se vuelve un lugar necesario
porque el discurso analítico mismo está habitado por una pulsión de muerte, por una dimensión
entrópica: la del saber supuesto. Y, para contrarrestarla, es necesario un ámbito que se funde y se
«constituya para honrar, para facilitar, para dar una prevalencia al saber expuesto» 3. Esa es, desde
siempre, la función primordial del Instituto.
La Escuela de la Orientación Lacaniana fue fundada el 3 de enero de 1992. Al año siguiente, el
Instituto del Campo Freudiano anunciaba que, en el marco de las Secciones Clínicas ya existentes
en el mundo, se encontraba en preparación y comenzaría pronto sus actividades públicas la que
sería la Sección Clínica de Buenos Aires 4.
Efectivamente, en 1994 esta nueva Sección inicia su trabajo de enseñanza, que proseguirá sin
interrupciones hasta finales del 997.
La mayoría de sus enseñantes, muchos de los que fueron entonces sus participantes y, sobre
todo, la gran experiencia acumulada durante esos años, constituyeron luego la base y el núcleo
fuerte sobre el cual fue fundado, en agosto de 1998, el actual Instituto Clínico de Buenos Aires.
Por todo ello la publicación de este nuevo volumen de nuestra Colección tiene un valor especial:
el lector podrá hallar en sus páginas un testimonio vivo de aquel trabajo de exposición de saber que
animó a la Sección Clínica de Buenos Aires y que, día tras día, intenta proseguirse en el ámbito del
Instituto.
El programa de enseñanza de la Sección Clínica se distribuía entonces en varios módulos. Uno
de ellos llevaba el nombre de «Seminarios-Coloquios». La actividad contaba con la presencia de
docentes del Departamento de Psicoanálisis de París VIII, y su preparación y organización estaban
a cargo de Dudy Bleger. Ella, por entonces responsable de la coordinación local de la Sección
Clínica, aseguró el intenso trabajo desplegado durante todo ese tiempo y dirigió la Colección
Nueva Biblioteca Psicoanalítica (Editorial Paidós), donde fueron publicados varios de dichos
Seminarios-Coloquios.
Sin embargo, algunos de ellos no habían sido editados hasta la fecha. Esto es lo que hoy
ofrecemos al público: dos Seminarios-Coloquios realizados en Buenos Aires en los años 1995 y
1996, aún inéditos. (Pág. 10)
El primero de ellos, que lleva por título «Delirio y fenómeno elemental», permite acceder a un
verdadero trabajo interno entre los docentes y los entonces participantes de la Sección Clínica.
En su primera parte, el lector podrá reconocer el fino y detallado ejercicio de la «disciplina del
comentario de texto», esfuerzo de lectura que trabaja en profundidad sobre un breve pasaje de un
texto y apunta a hacerle responder por las preguntas que él mismo se plantea. Se trata de un
1
M iller, Jacques-Alain, «El analista y los semblantes», conferencia pronunciada en Buenos Aires el 23 de diciembre de 1991, y publicada en De mujeres y
semblantes, Cuadernos del Pasador 1, Buenos Aires, 1993.
2
Ibíd., pág. 35.
3
Ibíd.
4
«Panorama del Instituto», 15 de febrero de 1993, Cuadernillo del Instituto Clínico de Buenos Aires Ciclo 2004, pág. 46.
1
esfuerzo de lectura metódica y sistemática que intenta dar cuenta de la lógica que lo sustenta. Dos
referencias freudianas sobre el delirio y dos lacanianas sobre la identidad entre fenómeno elemental
y delirio constituyen la base para este ejercicio y su posterior debate.
En la segunda parte, una conferencia de Jacques-Alain Miller no sólo abre múltiples vías para la
indagación de dicha identidad estructural sino que deja perplejo a su auditorio con la afirmación de
que «todo saber es delirio» y, a su vez, que «el delirio es un saber».
Esta sorprendente fórmula, que no hace sino extremar las consecuencias de lo indicado por
Lacan al decir que la psicosis es la normalidad y que «somos todos delirantes», surge de considerar
que hay, para todo sujeto, una relación inaugural al significante evidenciada por el fenómeno
elemental. Y si todo sujeto se enfrenta al hecho de tener que descifrar los significantes que lo
sumen en la perplejidad, todos, de un modo u otro, deliramos.
Una iluminadora comparación entre formaciones del inconsciente y fenómeno elemental, la
propuesta de concebir un «operador de perplejidad» y la utilización -sugerida por Lacan- del
gnomon griego para pensar la eficacia creativa del sujeto, constituyen algunos de los puntos más
sobresalientes de esta notable conferencia, en la que hallamos la inspiración para el título que
finalmente dimos a este volumen.
El segundo Seminario-Coloquio, titulado «Del síntoma al matema», lleva las marcas de las
circunstancias. Pensado inicialmente como un seminario de trabajo interno equivalente al de 1995,
su coincidencia con la realización en Buenos Aires del IX Encuentro Internacional del Campo
Freudiano en julio de 1996 llevó a que la actividad se abriera a un público más amplio.
La presencia y las intervenciones de algunos reconocidos analistas de otras latitudes geográficas
son prueba de ello y ofrecen un plus de interés. Muestran muy bien cómo el saber expuesto, que en
su aspiración de cientificidad se orienta por la vía del matema, conserva siempre algo de atópico:
vale como el mismo saber en todas partes 5. (Pág. 11)
En esta oportunidad, los comentarios a propósito de algunos párrafos del escrito de Lacan
«Introducción a la edición alemana de un primer volumen de los Escritos» y fragmentos freudianos
de «Inhibición, síntoma y angustia», son desplegados por docentes y participantes de la Sección
Clínica y sirven de apoyo para el debate. Debate que gira, desde diversas perspectivas, en torno a
las relaciones a establecer entre los «tipos clínicos», el síntoma y la estructura.
También aquí, aun cuando el acento recaiga sobre la problemática de la clínica de las neurosis,
pueden leerse -como sutil telón de fondo- los fundamentos de una clínica universal del delirio. Los
síntomas, incluso neuróticos, también son una invención sobre el trasfondo de un no hay.
Al modo de una verdadera conversación, como las que poco tiempo después comenzarían a
desarrollarse en el ámbito del Campo Freudiano y que aquí aparecen anticipadas 6, el lector podrá
constatar la continuidad de un esfuerzo: sostener una indagación profunda de las coordenadas
estructurales de la clínica que no se conforme con la reiteración dogmática de la enseñanza de
Lacan.
Por el contrario, podrá leerse en estas páginas el valor que tiene para la enseñanza y la
investigación que el acuerdo nunca sea total. De qué modo sostener ese desacuerdo implica
proseguir con la enseñanza de Lacan en lo que ésta tenía de inimitable consigo misma.
Así, hacia el final del volumen, una humorada de Miller nos recuerda la posición que conviene,
tanto al analista en su práctica, como al enseñante y también al lector. «¿Qué determina en uno -se
pregunta- el sentimiento de haber captado un sentido?» Y responde: «El sentido comprendido es el
goce, la satisfacción». Pero, como él nunca queda totalmente contento con su lectura de Lacan,
propone crear con quienes comparten el mismo sentimiento de insatisfacción un sindicato: el
sindicato de... ¡Los insatisfechos de Lacan! (Pág. 12)
5
Ibíd., pág 1.
6
Véase Los inclasificables de la clínica psicoanalítica, de esta misma colección (Buenos Aires, Paidós, 1999).
2
Auguramos que el lector que decida recorrer este nuevo volumen de la Colección del Instituto
Clínico de Buenos Aires, y cualquiera sea la forma que adopte su trabajo -ya sea asintiendo,
objetando o bien manifestando su desacuerdo con lo que en estas páginas se afirma-, pasará a
formar parte también él de ese «sindicato».
Al cumplirse más de diez años de la creación de la Sección Clínica de Buenos Aires, si eso es lo
que este libro consigue transmitir, su principal objetivo se habrá cumplido.
Tal vez sirva así de discreto homenaje.
LEONARDO GOROSTIZA
Buenos Aires, abril de 2005

I
Delirio y fenómeno elemental
Seminario-Coloquio de la Sección Clínica de Buenos Aires
1995

La actividad se desarrolló durante toda una jornada. Por la mañana, las ponencias dedicadas a la
«disciplina del comentario» abordaron fragmentos de textos de Freud y de Lacan. Dicha tarea fue
encomendada a algunos de los entonces participantes de la Sección Clínica de Buenos Aires. La
coordinación y animación del debate estuvo a cargo de docentes de la misma Sección Clínica. Por
la tarde, Jacques-Alain Miller pronunció una conferencia referida al tema.

DOS REFERENCIAS FREUDIANAS

Comentario de un párrafo de «Introducción del narcisismo» (Pág. 19)


Cecilia D'Aivia

I. PÁRRAFO ELEGIDO

«Puesto que la parafrenia a menudo (si no la mayoría de las veces) trae consigo un
desasimiento meramente parcial de la libido respecto de los objetos, dentro de su cuadro pueden
distinguirse tres grupos de manifestaciones. 1) las de la normalidad conservada o la neurosis
(manifestaciones residuales); 2) las del proceso patológico (el desasimiento de la libido respecto
de los objetos, y de ahí el delirio de grandeza, la hipocondría, la perturbación afectiva, todas las
regresiones), y 3) las de la restitución, que deposita de nuevo la libido en los objetos al modo de
una histeria (dementia praecox, parafrenia propiamente dicha) o al modo de una neurosis obsesiva
(paranoia).7»

II. UBICACIÓN DEL TEXTO

«Introducción del narcisismo», de 1914, está considerado uno de los escritos más importantes y
complejos de la obra freudiana. Resume pensamientos anteriores de Freud e introduce el término
narcisismo para designar una etapa en el desarrollo sexual.
Freud expuso el tema por primera vez en 1909, en una reunión de la Sociedad Psicoanalítica de
Viena, y ubicó el narcisismo como una etapa intermedia entre el autoerotismo y la elección de
objeto. En 1910, el libro sobre Leonardo da Vinci contiene una extensa referencia al concepto; y en
1911, en el caso Schreber, se incluyen varias puntualizaciones previas a este trabajo.

7
S. Freud, «Introducción del narcisismo», en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1979, t. XIV, p. 83.
3
En «Introducción del narcisismo» Freud presenta la distinción entre libido yoica y libido de
objeto. Esta separación es la consecuencia de un primer supuesto que dividió pulsiones sexuales y
pulsiones yoicas.
A lo largo de su desarrollo, se vio en la necesidad de formular un nuevo acto psíquico que
debería añadirse al autoerotismo para constituir el narcisismo, ya que no existe en el sujeto, desde
el comienzo, una unidad comparable al yo. Introdujo entonces los conceptos de ideal del yo y de
una instancia de observación de sí, que más tarde conducirá al superyó, así como también las
definiciones de sublimación e idealización, que permiten diferenciar ambas operaciones.
El proyecto de incluir la psicosis bajo la premisa de la teoría de la libido llevó a Freud a
considerar la imagen de un narcisismo primario o normal. Concibió, pues, que el narcisismo nacido
como un repliegue de las investiduras de objeto era un narcisismo secundario, constituido sobre la
base de otro primario. De modo que la clínica de la psicosis modificó, en cierto sentido, el discurso
freudiano imponiéndole distintas formas de pensar el yo. Cabe agregar que en determinado
momento Freud señaló que, más que aclarar el problema de la psicosis, pretendía justificar la
introducción del narcisismo.

III. COMENTARIO (Pág. 20)

El párrafo se encuentra en el capítulo II del texto, donde Freud plantea la parafrenia como la
principal vía de acceso al estudio del narcisismo. Realiza allí un resumen de las parafrenias, del que
intentaré despejar algunos puntos.
Cito a Freud. «Puesto que la parafrenia a menudo (si no la mayoría de las veces) trae consigo un
desasimiento meramente parcial de la libido respecto de los objetos [...]». En primer lugar, la forma
en que Freud comienza el párrafo (puesto que) nos lleva a suponer que lo que sigue (trae un
desasimiento parcial) se desprende de sus párrafos anteriores. Ahora bien, como entiendo que no es
así me pregunto por qué habla de desasimiento parcial en relación con la parafrenia.
Sabemos que la demencia praecox para Kraepelin, o esquizofrenia para Bleuler, se caracteriza
por la eficacia del retiro de la libido del mundo exterior, por una separación completa de la misma.
Se podría atribuir entonces esta afirmación de Freud a la inclusión de la demencia praecox y de la
paranoia bajo la noción de parafrenia.
Seguramente, como consecuencia del diagnóstico de Schreber, Freud pudo precisar y dar cuenta
de algunos hechos clínicos. En primer lugar, un enfermo puede evolucionar desde la paranoia a la
demencia praecox; y, en segundo lugar, los fenómenos se combinan en distintas proporciones y
pueden producir un caso como el de Schreber, que mereció el nombre de demencia paranoide.
Quizá sea importante recordar que en la correspondencia con Jung -sobre todo, en la carta XXV-
aparecen cuestiones centrales respecto de la clínica diferencial. Freud establece allí una clara
distinción entre lo que ocurre cuando hay éxito de la represión, la libido se retira del mundo
exterior y desemboca en el autoerotismo dando curso a la demencia praecox; y lo que sucede
cuando la represión falla: hay retiro de libido con transformación y proyección de la misma, lo que
da lugar a la paranoia pura con conservación del sentimiento de realidad. Plantea asimismo un
tercer caso, en el que solo una parte de la libido deriva hacia el autoerotismo, mientras que otra
busca de nuevo el objeto. La libido se fija de manera duradera en el delirio y surge de esta forma,
según Freud, el caso menos puro y más frecuente: la demencia praecox paranoide, o sea, el
diagnóstico de Schreber.
En esta misma carta, Freud le sugiere a Jung la posibilidad de atribuir muchos de los
malentendidos entre ambos al hecho de no haber diferenciado bien los dos tiempos del proceso: la
división entre represión y retorno de la libido. Sabemos que para él lo importante no es tanto la

4
pérdida de la realidad, la represión de la libido, sino lo que sustituye a esta pérdida, la tentativa de
reconstrucción. (Pág. 21)
Volviendo al párrafo, vemos que Freud diferencia tres grupos de manifestaciones. Señala
primero las de la normalidad: como en la paranoia, no hay una completa desvinculación del mundo
exterior; se conservan, pues, algunas de sus funciones. No sorprende que reúna en el segundo
grupo, el de las del proceso patológico, todas aquellas manifestaciones en las que hay un
extrañamiento respecto del mundo exterior, ya que se trata de uno de los dos rasgos fundamentales
que él propuso, junto al delirio de grandeza, para designar la parafrenia.
Detengámonos en este punto para intentar despejar por qué Freud ubica el delirio de grandeza
junto a la hipocondría, las perturbaciones efectivas y todas las regresiones. Es que, por lo que
define como proceso patológico, el desasimiento de la libido respecto de los objetos, resulta difícil
suponer lo que lo lleva a denominar delirio también a este proceso. Y, dado que sabemos del
esfuerzo freudiano por ubicar el delirio como un intento de restitución, nos preguntamos si no
estará nombrando del mismo modo procesos diferentes. Y, si es así, ¿por qué lo hace?
Leemos en el punto 2: «y de ahí», es decir, el delirio de grandeza como una consecuencia del
retiro de la libido de los objetos y no el retiro mismo. Hay que destacar la importancia que Freud
atribuye al destino de esa libido retirada de los objetos. No tiene las mismas consecuencias investir
el órgano (hipocondría) o replegarse sobre el yo y dar así origen al narcisismo.
Al volver sobre algunos párrafos anteriores, observamos que Freud está planteando una relación
entre la estasis libidinal y el servicio que presta el aparato anímico encargado de dominar las
sensaciones penosas producidas por el aumento de tensión, que se manifiesta como displacer. Y
más adelante leemos: «En las parafrenias, el delirio de grandeza permite esta clase de
procesamiento de la libido devuelta al yo [...]8». Entiendo que Freud está situando la forma en que
el delirio de grandeza intentaría encauzar la libido liberada que se volcó al yo. Evidentemente, se
trata de un delirio que rompe con la premisa freudiana del delirio como restitución. Pero ¿qué
función cumple? Intentando seguir la lógica del pensamiento freudiano, ¿podríamos, a esta altura,
plantear la hipótesis de que el delirio de grandeza funciona como bisagra? (Pág. 22)
Hasta aquí intenté situar dos aspectos: primero, la manifestación de un proceso patológico,
momento en que -cito a Freud- «La libido, convertida en narcisista, no puede entonces hallar el
camino de regreso hacia los objetos, y es este obstáculo a su movilidad el que pasa a ser
patógeno 9»; y en segundo lugar, cuando el delirio de grandeza procura el dominio psíquico de este
volumen de libido en un esfuerzo por tramitarla (procesamiento). Se podrían pensar así dos
momentos: la estasis libidinal y el intento de encauzarla. Es que, si bien no existe un intento de
ocupar libidinalmente los objetos (lado patológicos, hay un intento de encauzar la libido, y este
fracasa: «[...] solo después de frustrado ese delirio de grandeza, la estasis libidinal en el interior del
yo se vuelve patógena y provoca el proceso de curación que se nos aparece como enfermedad 10».
El delirio de grandeza se ve, pues, frustrado en su intento, y se sitúa en este momento el empuje al
delirio como proceso de curación. De modo que quedan claramente diferenciados el proceso
patológico del de curación.
Retomo la última parte del párrafo, donde Freud refiere las manifestaciones de la restitución y
destaca dos formas: al modo de una histeria o al de una neurosis obsesiva. Ubica así los momentos
productivos de la enfermedad, en el sentido alucinatorio y delirante. Este proceso de
restablecimiento se presenta de manera ruidosa en su intento de reconducir la libido a los objetos
abandonados previamente. Así como la dementia praecox recurre al mecanismo de la alucinación,
la paranoia utiliza la proyección como mecanismo esencial.

8
Ibíd.
9
S. Freud, «26º conferencias, en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1976, t. XVI, p. 383.
10
S. Freud., ob. cit. n. 1.
5
En las alucinaciones se observa un fracaso del intento de restitución de la libido al mundo
exterior y un triunfo de la represión, lo cual marca una diferencia importante con la paranoia, donde
se logra la reconstrucción del mundo y, por consiguiente, se restablecen las cargas libidinales
previamente transformadas. Luego, su desenlace aportaría la otra gran diferencia.
Tenemos entonces dos delirios con características y consecuencias diferentes: en el punto 2,
desasimiento de la libido de los objetos, retorno de la libido al yo (libido yoica), estasis libidinal,
procesamiento, fracaso del mismo. Y en el punto 3: restablecimiento de los lazos libidinales,
reconstrucción de la realidad, libido objetal, delirio como forma de trabajo de la psicosis. Este
delirio es la cura que el psicótico produce para restablecer los lazos libidinales con los objetos
como consecuencia de un cambio cualitativo en la dialéctica libidinal, que lo lleva a la
reconstrucción del mundo.
El proceso fracasa en el punto 2, cuando irrumpe la libido y hay un avasallamiento del yo. El
delirio de grandeza se frustra en su intento de restituir un orden libidinal. Podríamos pensar este
momento como un efecto inmediato de lo real que le vuelve al sujeto, antes de la mediación
delirante.
Intentando responder a la pregunta formulada, creemos que, en efecto, Freud utiliza la palabra
delirio en ambos procesos. Si suponemos que no es un uso arbitrario del término, quizá se pueda
pensar que el delirio de grandeza, ubicado en el tiempo patológico, y el delirio restitutivo, intento
de curación, son manifestaciones de diferentes momentos dentro de un mismo proceso.

Comentario de un fragmento de «Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de


paranoia (Dementia paranoides) descrito autobiográficamente» (Pág. 25)
Luis Darío Salamone

I. FRAGMENTOS ELEGIDOS

«¡Ay! ¡Ay! /¡Has destruido/ con puño poderoso/ este bello mundo!/ ¡Se hunde, se despeña! / ¡Un
semidiós lo ha hecho pedazos! [...] /¡Más potente /para los hijos de la Tierra, /más espléndido,/
reconstrúyelo, /dentro de tu pecho reconstrúyelo!» 11

«Y el paranoico lo reconstruye, claro que no más espléndido, pero al menos de tal suerte que
pueda volver a vivir dentro de él. Lo edifica de nuevo mediante el trabajo de su delirio. Lo que
nosotros consideramos la producción patológica, la formación delirante, es, en realidad, el intento
de restablecimiento, la reconstrucción. [...] Diremos, pues: el proceso de la represión propiamente
dicha consiste en un desasimiento de la libido de personas -y cosas- antes amadas. Se cumple
mudo; no recibimos noticia alguna de él, nos vemos precisados a inferirlo de los procesos
subsiguientes. Lo que se nos hace notar ruidoso es el proceso de restablecimiento, que deshace la
represión y reconduce la libido a las personas por ella abandonadas. 12»

Il. FREUD Y LA PARANOIA

Que la paranoia le interesó a Freud desde muy temprano se puede comprobar en el Manuscrito
H, enviado a Fliess el 24 de enero de 1894, donde, rompiendo con la psiquiatría de la época,
planteó que las ideas delirantes son consecuencias de un proceso psicológico. La paranoia rechaza
una idea intolerable para el yo mediante la proyección al mundo exterior de su contenido. En el

11
Goethe, Fausto, parte I, escena 4. Citado por S. Freud en «Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia (Dementia paranoides) descrito
autobiográficamente», en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1980, t. XII, p. 65.
12
S. Freud, Ibíd., pp. 65 y 66.
6
Manuscrito K, que data del 1º de enero de 1896, retorna el tema del mecanismo de proyección
como elemento determinante de la paranoia. En el curso de ese año escribió «Nuevas
puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa», donde aparece el análisis de un caso de
paranoia crónica, diagnóstico enmendado por él mismo años más tarde en una nota sobre dementia
paranoides, expresión que luego utilizará para Schreber. Después de otra carta a Fliess, del 19 de
diciembre de 1899, donde había señalado que la paranoia implica un retorno a un temprano
autoerotismo, realizó su contribución más importante al decidir analizar el caso Schreber.
Las Memorias... de Schreber se publicaron en 1903. Freud las trabajó en el verano de 1910, y en
septiembre de ese año mantuvo una conversación con Ferenczi durante un viaje a Sicilia. De
regreso, comenzó con la redacción del texto que ya en diciembre había terminado 13. Según plantea
Maurits Katan14, Freud recurrió a la autobiografía de Schreber para dar cuenta de dos teorías que
brindaban un nuevo enfoque de la estructura del delirio: la primera piensa el delirio como defensa
contra la homosexualidad, y la segunda, en tanto intento de restitución. Debido al fragmento
escogido para el comentario, nos detendremos particularmente en esta última.

IIl. LA RECONSTRUCCIÓN DELIRANTE (Pág. 26)

Con la cita del coro de espíritus (que canta tras la maldición con la que Fausto reniega del
mundo), Freud ilustra dos momentos evidenciados en casos de paranoia como el de Schreber: el
sepultamiento del mundo, resultado de la proyección de la catástrofe interior, y la reconstrucción,
cuando el sujeto edifica con el delirio un mundo habitable. Los términos reconstrucción o
edificación no son arbitrarios, ya que se pone en juego una verdadera arquitectura delirante.
Freud indica: «Lo que nosotros consideramos la producción patológica, la formación delirante,
es, en realidad, el intento de restablecimiento, la reconstrucción». Por un lado, es un hecho que
cuando un psicótico delira no es difícil suponer que se trata de otra cosa que de una producción
patológica. Pero más allá de esto resulta de interés que, al menos en el recorrido realizado, no se
encuentran antecedentes que hayan pensado en algo de otro orden frente a la formación delirante.
Una de las referencias psiquiátricas de Freud -y también de Schreber- es Kraepelin, quien
opinaba de la paranoia: «Como la enfermedad implica hondo quebranto de la personalidad, no es
de esperar la curación» 15. Asimismo había sostenido que lo usual era que al cabo de algunos años
sobreviniera una debilidad mental. La raíz del problema se encuentra, pues, en una predisposición
morbosa, la cual es una manifestación degenerativa, con insidioso desarrollo e incurable 16. Bleuler,
por su parte, señaló la importancia que tuvo en la psiquiatría la idea de que una enfermedad aguda
puede desembocar en un daño permanente del órgano afectado. Es que ciertos síntomas indicaban
una tendencia al deterioro, hasta tal punto que se llegó a hablar de una paranoia deteriorante. En su
estudio sobre la demencia precoz17, el autor utiliza estos términos para referirse al grupo de psicosis
cuyo curso puede detenerse o retroceder, pero que no admite una restitutio ad integrum. (Pág. 27)
Entonces, la idea del delirio en tanto restitutivo no solo es originaria de Freud sino que se opone
a la concepción psiquiátrica imperante hasta ese momento, aun cuando la obra de Bleuler se
hubiera visto influida por ella. Podemos rastrear la progresiva elaboración de la teoría de Freud en
la correspondencia mantenida con sus colegas que trabajaban con psicóticos. Así, en una carta

13
Cartas de Freud a Abraham y a Jung del 18 de diciembre de 1910.
14
M . Katan, «El delirio de Schreber acerca del fin del mundo», en Los casos de Sigmund Freud, Buenos Aires, Nueva Visión, 1993, p. 119.
15
E. Kraepelin, Introducción a la clínica psiquiátrica, M adrid, Nieva, 1988, p. 162. Con respecto a la demencia precoz, opinaba que el fin más frecuente
es la incurabilidad definitiva (Ibíd., p. 48).
16
La última edición del tratado de Kraepelin implica cierto cambio de opinión, consecuencia del cuestionamiento de su dogma de cronicidad de la
paranoia. No objeta la posibilidad de paranoias benignas seguidas de cura, si bien no realiza ninguna descripción clínica. Bleuler hablará de «paranoias
abortivas», capaces de corregirse por sí mismas; sin embargo duda de referirse a paranoias en estos casos, ya que para él la definición del concepto implica
la incurabilidad. (P. Bercherie, Los fundamentos de la clínica, Buenos Aires, M anantial, 1980, p. 159.)
17
E. Bleuler, Demencia precoz, Buenos Aires, Lumen-Hormé, 1993.
7
dirigida a Jung el 26 de diciembre de 1908, refiere que con Ferenczi realizaron especulaciones
coincidentes: «[...] aquello que consideramos como manifestaciones de su enfermedad (todo lo
espectacular, incluso las alucinaciones), es su tentativa de curación y a ello es a lo que denomina
usted tentativa de compensación18». Y mientras Jung insistía en una teoría tóxica de la
esquizofrenia, Freud decía haber seguido el camino abierto por el trabajo de Abraham sobre las
«Diferencias psicosexuales entre histeria y demencia precoz19».
Según el informe del director del asilo Sonnenstein, el doctor Weber, el delirio de Schreber se
fue cristalizando hasta desarrollar un artificioso edificio delirante capaz de reconstruir su
personalidad a un punto tal que, más allá de perturbaciones aisladas, se mostraba a la altura de las
tareas de la vida. En los alegatos ante el tribunal para ser dado de alta, Schreber no dejó de lado sus
delirios y defendió las argumentaciones expuestas en sus Memorias... Si logró que se levantara su
incapacidad, explica Freud, fue por la agudeza y el rigor lógico con que sostuvo su sistema.
El segundo fragmento elegido nos permitirá dar cuenta de la realización del proceso. El sujeto
sustrae la investidura libidinal del exterior, de las personas y cosas amadas, lo que hace que todo se
tome indiferente y se explique como algo milagroso, «improvisado de apuro», y conduzca a un
sepultamiento del mundo subjetivo. Este retiro se cumple bajo un mutismo y solo puede ser
colegido en un momento ulterior, donde contrasta con la forma ruidosa en que la libido es
reconducida a los objetos previamente abandonados. Este proceso ruidoso es el delirio. Y Freud
piensa la proyección como forma de llevarlo adelante. «Una percepción interna es sofocada, y
como sustituto de ella adviene a la conciencia su contenido, luego de experimentar cierta
desfiguración, como una percepción de afuera» 20, sostiene, en principio, para luego introducir esa
aclaración que merecerá la relectura de Lacan. No se trata de que la sensación sofocada
interiormente se proyecte hacia afuera, sino de que «lo cancelado adentro retorna desde afuera 21».
Lacan retomará la crítica del término proyección en el sentido psicológico; en la psicosis retorna
del exterior de lo que está preso en la Verwerfung, es decir, lo que se dejó fuera de la simbolización
que estructura al sujeto 22.
Si bien Freud utiliza el mecanismo de represión para pensar la psicosis, estas consideraciones lo
llevarán, luego de introducir la segunda tópica, a encontrar una diferencia entre la génesis de la
neurosis y la psicosis. La primera resulta, pues, de un conflicto entre el yo y el ello, y la segunda,
de una perturbación de los vínculos del yo con el mundo exterior, de una desgarradura ante la cual
el delirio opera como parche. Por eso los procesos patógenos en las psicosis en ocasiones aparec en
encubiertos por los intentos de reconstrucción23. (Pág. 29)
En «La pérdida de realidad en la neurosis y la psicosis» retomará la cuestión de los dos pasos
observados en la psicosis para indicar que, compensando la pérdida de la realidad, el segundo
apunta a la reparación, pero no a partir de una limitación del ello, como la neurosis, sino por la
creación de una nueva realidad, aun cuando en la neurosis también se procuraría sustituir la
realidad indeseada por medio de la fantasía. Mientras que en la neurosis la realidad es evitada no
queriendo saber nada de ella, en la psicosis es reconstruida. Freud sostiene que «Un cometido de la
psiquiatría especial, no abordado aún, es elucidar los diversos mecanismos destinados a llevar a
cabo en la psicosis el extrañamiento de la realidad y la reedificación de una nueva, así como el

18
S. Freud y C. Jung, Correspondencia, M adrid, Taurus, 1978, p. 236. Freud le comenta a Jung que realizará el estudio sobre Schreber. De manera que
quien lo lea creerá que estableció la teoría a partir del libro (Ibíd., p. 417).
19
K. Abraham, «Diferencias psicosexuales entre histeria y demencia precoz», Revista de Psicoanálisis IV/2, Buenos Aires, 1946. Véase también: S. Freud
y K. Abraham, Correspondencia, Barcelona, Gedisa, 1979.
20
S. Freud, ob. cit. n. 2, p. 61.
21
Ibíd., p. 66.
22
J. Lacan, El seminario, libro 3, Las psicosis, Barcelona, Paidós, 1986, pp. 72 y 73. El mecanismo de, por ejemplo, el delirio de celos proyectivo no
puede aplicarse al delirio de persecución, que tiene que ver con intuiciones interpretativas en lo real; en ese sentido Lacan plantea que sería mejor
abandonar el término proyección.
23
S. Freud, «Neurosis y psicosis», en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1984, t. XIX.
8
grado de éxito que puedan alcanzar24». Como observa Strachey, en realidad Freud mismo había
dado algunos pasos para dicha elucidación en el caso Schreber. Para comprobarlo, basta seguir su
lectura de las Memorias...

IV. LA RESTITUCIÓN EN SCHREBER (Pág. 30)

El delirio le marca a Schreber el camino que debe seguir: «En efecto, yo partía de la idea muy
rigurosa de que la eliminación de la totalidad de las “almas examinadas” o impuras, que se
constituían en instancias intermediarias y se interponían entre yo y la omnipotencia de Dios,
permitiría que una solución del conflicto conforme al orden del Universo emergiera
automáticamente [...] 25».
Desde que Schreber en la duermevela tuvo la representación de lo hermoso que sería ser una
mujer sometida al acoplamiento, el tema empezó a ocupar un lugar central en el sistema delirante.
Podría redimir el mundo, pero solo luego de ser mudado de hombre a mujer. No se trataba, sin
embargo, de algo que él quisiera, sino de un imperativo absoluto del orden del universo, un
compromiso razonable al cual no podía sustraerse. El milagro que comienza a operar en su cuerpo
es corroborado por las voces que le hablan. Explica, pues, que su feminidad pasó a primer plano y
que la emasculación puede llevar a la solución del conflicto.
En el trayecto del delirio se verifica una serie de cambios: la sustitución de Flechsig por Dios,
que primero conduce a una agudización que expande el delirio de persecución. No obstante, esto
prepara un segundo cambio, que lleva a la solución del conflicto: de negarse a ser una mujerzuela
frente al médico pasa a la aceptación de jugar el papel de mujer de Dios. La emasculación deja de
ser insultante para concordar con el orden del universo y permite atemperar el goce. Las teorías
freudianas del delirio en tanto restitutivo y de la homosexualidad en la paranoia encuentran así un
punto en común. No es para menos, como expresa Schreber: «Quisiera que me mostraran a alguien
que, frente a la alternativa de volverse loco sin perder sus atributos masculinos o volverse mujer,
pero sana de espíritu, no optara por la segunda solución26». Esta intuición o adivinación del
inconsciente, según la expresión utilizada por Lacan, orientará el delirio.
La tentativa de restauración conlleva una reducción de aquello que opera como persecutorio. El
alma de Flechsig, escindido entre cuarenta y sesenta fracciones, da lugar al binario Flechsig
superior y medio; como también hay dos dioses (Ormuz y Ahrimán), dos Schreber (el legítimo y el
que ocupa el lugar de la mujer). Este ordenamiento poco a poco permite cierta estabilidad 27.
Con respecto al otro eje del coloquio, el fenómeno elemental, Lacan destaca que, luego de cierta
estabilización de su mundo imaginario, los fenómenos elementales ya no se producen o, al menos,
adquieren otra dimensión. Las alucinaciones se reducirán a estribillos, a monsergas. El milagro del
alarido, por ejemplo, se distingue del fenómeno de llamado de socorro. Mientras el primero es puro
significante, el pedido de ayuda implica una significación, por elemental que sea.
De modo que la reconstrucción delirante conducirá al psicótico a encontrar un lugar en el
mundo, que, como plantea Freud, podrá no resultar espléndido, pero será habitable y no le
impondrá soportar embates capaces de hundirlo en el abismo de un goce mortificante. (Pág. 31)

DOS REFERENCIAS LACANIANAS

Fenómenos elementales y delirio en la tesis doctoral de Jacques Lacan (Pág. 35)

24
Íd., «La pérdida de realidad en la neurosis y la psicosis», en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1984, t. M X, p. 196.
25
D. Schreber, Memorias de un neurópata, Buenos Aires, Petrel, 1978, pp. 133 y 134.
26
Ibíd., pp. 180 y 181.
27
V Palomera, «Freud y la esquizofrenia (I)», en Uno por uno nº 38, Buenos Aires, Eolia-Paidós, 1994.
9
Roberto Cueva

Con el objeto de cernir en la tesis de 193228 la articulación entre los fenómenos elementales y el
delirio, seguiremos a Lacan en su revisión de la doctrina clásica que considera dichos fenómenos
como síntomas en los que se expresarían primitivamente los factores determinantes de la psicosis, a
partir de los cuales el delirio se construiría según reacciones efectivas secundarias y deducciones en
sí mismas racionales. De acuerdo con esta doctrina, la interpretación se cumple según mecanismos
normales del pensamiento y, en consecuencia, el delirio se presenta como un desarrollo lógico que
parte de premisas falsas. Lacan refutará esta doctrina a lo largo de su tesis y propondrá un estatuto
diferente para la interpretación delirante y para el delirio en su conjunto.
Partiendo del análisis de los fenómenos elementales tal como se presentan en el delirio de
Aimée, Lacan sostiene que la interpretación no solo es una perturbación primitiva de la percepción,
que no difiere esencialmente de los fenómenos pseudoalucinatorios, sino también el mecanismo
elemental que regula el crecimiento del delirio. Y acentuará el carácter de convicción e inmediatez
de la interpretación delirante, así como las características que la presentan como electiva, como una
experiencia cautivante y una iluminación específica (los antiguos autores acentuaban este aspecto
designando fenómeno de significación personal a la interpretación delirante). {Pág. 35.}
Quedan entonces resaltadas las características disruptivas, fragmentarias, inmediatas e intuitivas
de la interpretación delirante.
Lacan niega, pues, la condición de desarrollo lógico del delirio, el supuesto de que este se
construye según deducciones racionales de una secuencia articulada. Sostiene, por el contrario, que
se presenta más bien como resultado de la acción de los mecanismos elementales, que lo generan y
regulan su acrecentamiento.
A efectos de situar cómo se eslabona en el delirio de Aimée la construcción delirante,
describiremos una secuencia mínima compuesta de tres momentos, que graficamos de la siguiente
forma:

Primer momento: la aparición de un fenómeno elemental que va desde la alusión hasta la


interpretación delirante propiamente dicha. Este elemento incluye en sí mismo un sesgo
enigmático: significa, pero no se sabe bien qué.
Segundo momento: un trabajo del sujeto sobre ese enigma y su traducción en diferentes
preguntas de carácter acuciante.
Tercer momento: el surgimiento abrupto de una interpretación delirante como respuesta que fija
un sentido respecto del enigma inicial. Lacan acentúa tanto el fenómeno de significación personal
como el carácter fragmentario, inmediato e intuitivo de estas interpretaciones.

Por nuestra parte, queremos insistir sobre este rasgo paradójico de la interpretación delirante, ya
que, si bien fija un sentido, en el mismo movimiento incluye un elemento enigmático que puede dar
lugar, a su vez, a una nueva secuencia en la construcción del delirio.
Examinemos esta secuencia mínima en dos momentos de suma importancia en el
establecimiento del delirio paranoico de Aimée: en primer lugar, la localización del perjuicio que
padece el sujeto y, segundo, la localización del agente de ese perjuicio; esto es, de los
perseguidores. Nos remitiremos para ello a ciertos párrafos del apartado «Historia y temas del
delirio». Ya en el texto situamos la localización del perjuicio en el punto que Lacan denomina
«comienzo de los trastornos psicopáticos de Aimée». (Pág. 36)

28
De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad, M éxico, Siglo M , 1979.
10
«Aimée tiene, por esos días, la impresión de que, cuando charlan entre sí sus compañeros de
trabajo, es para hablar mal de ella: critican sus acciones de manera insolente, calumnian su
conducta y le anuncian desgracias. En la calle, los transeúntes cuchichean cosas contra ella y le
demuestran su desprecio. En los periódicos reconoce alusiones dirigidas asimismo contra ella».
Todos estos son fenómenos elementales. Lacan consigna explícitamente que Aimée se habría dicho
respecto de ellos: «¿Por qué me hacen todo eso?». Y luego está el momento en que surge la
respuesta: «Quieren la muerte de mi hijo». Subrayemos que, una vez que aparece esta respuesta,
queda fijada a lo largo del delirio.
Respecto de la localización del perseguidor, relevaremos tres momentos: en el primero la
paciente da a luz una niña muerta y atribuye la desgracia a sus enemigos (caracterizados de manera
difusa, sin localización precisa). Poco después del parto recibe la llamada de una amiga, cosa que le
resulta extraña. Y bruscamente, Aimée parece concentrar toda la responsabilidad del infortunio en
esta mujer. Tiempo después, nacido ya su hijo, y luego de una internación de seis meses en el asilo
de E., Lacan indica que persiste en ella un estado de profunda inquietud. «¿Quiénes eran los
enemigos misteriosos que parecían estar persiguiéndola? ¿No tenía ella un alto destino que llevar a
cabo?». Para buscar la respuesta, la paciente pide su traslado a París.
Sobre este fondo, situaremos el segundo momento de localización del perseguidor: la
introducción en el delirio de la señora Z. «Un día -dice Aimée- estaba yo trabajando en la oficina,
al mismo tiempo que buscaba dentro de mí, como siempre, de dónde podían venir esas amenazas
contra mi hijo, cuando de pronto oí que mis colegas hablaban de la señora Z. Entonces comprendí
que era ella la que estaba en contra de nosotros.»
Volvemos a comprobar que el delirio no progresa mediante deducciones racionales sino por una
suerte de precipitación de elementos significativos que recae sobre incidentes cuyo alcance se
encuentra abruptamente transfigurado; es decir, por una experiencia que tiene todas las
características del fenómeno elemental interpretativo: electividad, carácter cautivante, iluminación
específica. (Pág. 37)
El tercer y último momento es la introducción en el delirio de P B., el perseguidor novelista. Y
aquí Lacan señala que, como en el caso anterior, hay una amnesia en la evocación de las
circunstancias. Sin embargo, la revelación del perseguidor dejó en Aimée el recuerdo de su carácter
iluminador. Dice la paciente: «Fue como una carambola en mi imaginación». Y agrega: «Pensé que
la señora Z. no podía ser la única en estarme perjudicando tanto y tan impunemente, sino que de
seguro estaba sostenida por alguien importantes. Lacan aclara que esta explicación que parece
reconducirse a una deducción lógica es, sin embargo, una justificación secundaria. En las novelas
de P. B., Aimée encontraba incesantes alusiones a su vida privada. Este, además, promueve contra
la enferma situaciones escandalosas de común acuerdo con las actrices.
Entonces, de lo visto hasta aquí notamos que, contrariamente a la doctrina clásica, Lacan
instaura la interpretación delirante, con las mismas características del fenómeno elemental, como
mecanismo generador del delirio, que da cuenta de su acrecentamiento; y estas interpretaciones son
múltiples, extensivas y repetidas. Pero, si en lugar de examinar la secuencia de la construcción
delirante, consideramos el delirio en su conjunto, retomaremos la pregunta que Lacan formula al
final del capítulo 2 de la segunda parte: ¿Los fenómenos elementales dan cuenta de la fijación y
organización del delirio? Para responder a esta pregunta la dividiremos en dos y trataremos
separadamente la fijación del delirio y la organización de las ideas delirantes. En lo que respecta a
la fijación del delirio, gran parte del trabajo de Lacan del tercero y cuarto capítulos de la segunda
parte está destinado a profundizar el alcance, el porte psico- genético tanto de la interpretación
delirante como del delirio en su conjunto. Y se verá, pues, llevado a postularlos a ambos en
relación con el conflicto vital de naturaleza eticosexual que expresan de manera simbólica. Así,
indicará al final del tercer capítulo: «Los procesos agudos que hemos estudiado hacían difíciles de
11
explicar la fijación y la sistematización de las ideas delirantes: pero, por el contrario, la
permanencia del conflicto, al cual se refieren los acontecimientos traumáticos, ciertamente explica
la permanencia y el acrecentamiento del delirio, tanto mejor cuanto que sus síntomas mismos
parecen reflejar la estructura de ese conflicto». (Pág. 38)
Respecto de la organización de las ideas delirantes, Lacan profundiza las consecuencias de lo ya
establecido en el capítulo 2 de la segunda parte, donde afirmaba que, a partir de las modificaciones
atípicas de las estructuras perceptivas, se manifestarían modificaciones correspondientes de las
estructuras conceptuales en la organización general del delirio. Lacan analiza entonces las
funciones mentales de representación y, entre ellas, las propiamente conceptuales. Allí postula una
estructura conceptual particular de la psicosis paranoica, que denomina formas del pensamiento
paranoico, la cual da cuenta de la organización de las ideas delirantes. Estas formas imponen su
estructura conceptual al sistema del delirio y se expresan en cuatro principios:

1) Claridad significativa de los contenidos del delirio. Esta claridad da la impresión de un


presunto orden lógico en los contenidos del delirio, creencia que se basa en el carácter congruente
de los temas delirantes como expresión de tendencias efectivas desconocidas por la conciencia del
sujeto.
2) Imprecisión lógica y espaciotemporal en el desarrollo del delirio.
3) Valor de realidad de los temas delirantes, como consecuencia de los dos principios anteriores;
es decir, la relación con el conflicto inconsciente y la ausencia de encadenamiento lógico.
4) La identificación iterativa, definida como un modo de organización prelógico que se refleja en
las perturbaciones de la percepción por la repetición, multiplicidad y extensión de las concepciones
delirantes. Podemos situar un antecedente de esta categoría en el mismo Lacan cuando en 1931
describe en el texto «Estructura de las psicosis paranoicas» las interpretaciones del delirio de
interpretación como múltiples, repetidas y formadoras de un delirio en red. Luego, queda
establecida una identidad estructural entre los fenómenos elementales del delirio y su organización
general.
No cabe duda entonces de que en la tesis de 1932 debemos atribuirle al delirio la estructura de
un fenómeno elemental. Pero ¿todo en él es fenómeno elemental? Si es así, ¿qué estatuto darle al
trabajo que, en la secuencia mínima examinada anteriormente, se produce en el intervalo entre el
primer fenómeno elemental, enigmático, y el tercer momento, en que otro fenómeno elemental
cobra la función de respuesta? ¿Acaso debemos considerar que el delirio está totalmente
sistematizado, cuando las respuestas delirantes dieron cuenta de todos los enigmas?; y, si así fuera,
¿qué lugar ocuparía el psicoanálisis? (Pág. 39)

De una comprensión al rigor de una lógica de la estructura


María Graciela Campanella

I. PÁRRAFOS ELEGIDOS (Pág. 41)

«Hay algo que me parece ser exactamente el quid del problema. Si leen por ejemplo el trabajo
que hice sobre la psicosis paranoica, verán que enfatizo allí lo que llamo, tomando el término de
mi maestro Clérambault, los fenómenos elementales, y que intento demostrar el carácter
radicalmente diferente de esos fenómenos respecto a cualquier cosa que pueda concluirse de lo
que él llama la deducción ideica, vale decir de lo que es comprensible para todo el mundo.
«Ya desde esa época, subrayo con firmeza que los fenómenos elementales no son más
elementales que lo que subyace al conjunto de la construcción del delirio. Son tan elementales
como lo es, con relación a una planta, la hoja en la que se verán ciertos detalles del modo en que
12
se imbrican e insertan las nervaduras: hay algo común a toda la planta que se reproduce en
ciertas formas que componen su totalidad. Asimismo, encontramos estructuras análogas al nivel de
la composición de la motivación, de la tematización del delirio y a nivel del fenómeno elemental.
Dicho de otro modo, siempre la misma fuerza estructurante, si me permiten la expresión, está en
obra en el delirio, ya lo consideremos en una de sus partes o en su totalidad.
«Lo importante del fenómeno elemental no es, entonces, que sea un núcleo inicial, un punto
parasitario como decía Clérambault, en el seno de la personalidad, alrededor del cual el sujeto
haría una construcción, -una reacción fibrosa destinada a enquistarlo envolviéndolo, e integrarlo
al mismo tiempo, es decir explicarlo, como se dice a menudo. El delirio no es deducido, reproduce
la misma fuerza constituyente, es también un fenómeno elemental. Es decir que la noción de
elemento no debe ser entendida en este caso de modo distinto que la de estructura, diferenciada,
irreductible a todo lo que no sea ella misma. 29»

lI. COMENTARIO (Pág. 42)

Encarar la psicosis con la delimitación de los tres registros y su conceptualización, tal como
Lacan lo hace en El seminario 3, marca a mi entender un abordaje diferente con respecto a los
desarrollos anteriores. En lo que concierne al fenómeno psicótico en particular, podría afirmar que
está signado en su extensión por la preocupación de Lacan de distinguir los tres planos desde donde
es posible interpelar la experiencia psicótica, en dos sentidos: el primero se expresa con la pregunta
por el lugar que tendrían allí lo imaginario, lo simbólico y lo real; para el segundo no encuentro
mejor formulación que el decir de Lacan: «Nada puede expresarse en el abordaje de la psicosis en
el plano imaginario, porque el mecanismo imaginario da la forma pero no la dinámica de la
alienación psicótica30».
La otra particularidad de este seminario es situar la psicosis en el lugar desde donde podemos
avanzar en el psicoanálisis. La experiencia de la psicosis se torna fundamental para entender la
estructura no como un punto de arribo sino como un punto de largada, lo que se distingue del
abordaje de la tesis De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad, donde tenemos
que aplicar a los fenómenos psicóticos un método de análisis que demostró su validez en otros
terrenos.
La singularidad de los párrafos elegidos reside en que su desarrollo se ubica entre una pregunta
inicial -Lacan se interroga sobre la ambigüedad de lo dicho en torno a la noción de paranoia- y una
respuesta. Por lo tanto, este modo de inserción posibilita que encuentren entre sí una articulación
lógica en virtud de la cual se responde la pregunta inicial. Otra singularidad es que el último
párrafo permite resignificar los anteriores.
Los abordaré teniendo en cuenta la pregunta de Lacan que subrayé antes y su respuesta cuando
afirma que «este resorte de la estructura fue tan profundamente desconocido que todo el discurso
sobre la paranoia lleva las marcas de dicho desconocimiento 31». Aclaro, sin embargo, que bajo esta
pregunta inicial subyace, a mi modo de ver, otra más general: ¿A qué se debe la ambigüedad de lo
dicho en torno a la noción de psicosis? En dos sentidos: en primer lugar, por la forma en la que
Lacan comienza su seminario con el título de «Introducción a la cuestión de las psicosis». ¿Qué es
esta cuestión de las psicosis? Lacan destaca que aún no podemos hablar de tratamiento porque es
preciso abordar el quid de la estructura psicótica. Y en segundo lugar, en íntima relación con esto,
la respuesta a la pregunta inicial de nuestros párrafos apunta a esa estructura. Los párrafos cuya
lógica se establece en la operación que realiza Lacan de subsumir todo el decir de la psiquiatría a

29
J. Lacan, El seminario, Libro 3. Las psicosis, Barcelona, Paidós, 1984, p.33
30
Ibíd., p. 212.
31
Ibíd., p. 33.
13
un abordaje de la experiencia psicótica desde un registro que confunde el yo con el sujeto o
haciendo de este una materialidad que asienta, en algún lado, una entidad autónoma como
presupuesto de un sujeto unificante.
Los párrafos presentan un desarrollo que puede articularse de la siguiente forma:
- El primer concepto que aparece es el de fenómeno elemental, del cual se afirma que nada tiene
que ver con el parámetro de la deducción ideica, o sea, lo comprensible para todo el mundo.
- En un segundo párrafo, hay dos conceptos en juego (fenómeno elemental y delirio); algo
común entre ambos, la misma fuerza estructurante.
- La afirmación de que el delirio es también un fenómeno elemental, de lo que se desprende que
ni uno ni otro tienen que ver con la deducción ideica.
- Una equivalencia entre elementos y estructura, que resitúa la linealidad de los párrafos y nos
permite pensar que desde el principio hasta el final está en juego el concepto de estructura, de la
que se sostiene que nada tiene que ver con la referencia a lo comprensible y que opera desde el
fenómeno elemental hasta el delirio. (Pág. 43)
Lacan sostiene haber tomado el término fenómeno elemental de De Clérambault y pone el
énfasis en distinguir estos fenómenos de lo que su maestro llama deducción ideica. Aunque no se
registra el término fenómeno elemental en la obra de De Clérambault, encontramos el de
automatismo mental. Este autor define el automatismo como recorte del discurso corriente, y Lacan
precisa el concepto de fenómeno elemental en referencia a la estructura. El fenómeno elemental no
sería sino un modo particular de articulación del sujeto con el significante desligado de la cadena.
De Clérambault insistió en deslindar el fenómeno elemental, que es radicalmente diferente de la
deducción ideica, y lo señaló como una de las características del anideismo. A mi modo de ver, lo
que resuelve esta obviedad queda marcado por lo que Lacan anuncia en los párrafos como un
intento de demostrar el carácter radicalmente diferente de estos fenómenos respecto de todo lo que
pueda concluirse de lo que él llama deducción ideica32. Cualquier inferencia que se desprenda de
este párrafo -o el anideismo en De Clérambault- presupone la concepción de un sujeto del
pensamiento, un sujeto unificante. Lo anideico se concibe desde la ruptura de que lo que es
pensado debería ser lo comprensible.
Unas páginas antes de nuestros párrafos leemos: «La noción de automatismo mental, que está
polarizada aparentemente en la obra y en la enseñanza de De Clérambault por la preocupación de
demostrar el carácter fundamentalmente anideico, como solía decir, de los fenómenos que se
manifiestan en la evolución de la psicosis, lo que quiere decir no conforme a una sucesión de ideas,
lo cual no tiene mucho más sentido que, por desgracia, el discurso del amo. Esta delimitación se
hace entonces en función de una comprensibilidad supuesta33».
Ubicamos otra referencia unas páginas más adelante, donde se sitúa que, más allá de la teoría
órgano-genetista que sostiene De Clérambault, en el análisis de los fenómenos elementales subyace
el carácter ideogénico. Lo automático, lo parasitario y lo mecánico que definen el automatismo
para refutar el carácter ideogenético suponen a fin de cuentas un sujeto «que comprende de por sí,
y que se mira34», que registra estos fenómenos como extraños a su yo; es decir que los abordajes
psicogenéticos u organicistas presuponen en alguna parte una entidad unificante. Lo fundamental
será que aunque el sujeto no lo comprenda se lo formule.
En «Acerca de la causalidad psíquica...», y pese a que todavía no formulamos la causalidad en el
campo significante, ya leíamos «que el carácter decisivo -aun cuando el sujeto lo viva con alguna

32
Ibid.
33
Ibíd., p. 15.
34
Ibíd., p. 54.
14
extrañeza- es que son fenómenos que le incumben personalmente, lo desdoblan, le responden, le
hacen eco, leen en él; así como él los identifica, los interroga, los provoca, los descifra35».
Nuestros párrafos se ubican en un contexto de destitución de la concepción de un sujeto del
pensamiento, previo a un sujeto de la palabra. Consiguientemente, Lacan concluye que no hay otro
lugar donde debamos formularnos la pregunta por la psicosis más que el del registro mismo donde
se produce, esto es, la palabra. Según Lacan, la palabra misma crea toda la riqueza de la
fenomenología de la psicosis. Y su posición tan crítica respecto de De Clérambault responde a que,
a pesar de haberla aislado tan finamente, con su descripción del automatismo mental sucumbió al
presuponer un sujeto previo y dueño de su pensamiento.
Destituido este lugar, Lacan avanzará en el seminario acometiendo una tarea en cierto sentido
inversa a la realizada en la primera parte, donde se encuentran nuestros párrafos. Destacará su
mérito, «lo que De Clérambault delimitó con el nombre de fenómenos elementales de la psicosis, el
pensamiento repetido, contradicho, dirigido ¿qué es sino el discurso redoblado, retomado en
antítesis?36».
Haber delimitado el carácter ideicamente neutro de estos fenómenos implica, en nuestro
lenguaje, una referencia estructural. De Clérambault aisló de un modo preciso el fenómeno
primero, el núcleo de la psicosis, la relación del sujeto con el significante en su aspecto más formal,
de puro significante, como indica Lacan. Agregaría que, aun sin saberlo, lo formuló. (Pág. 45)
Cito una última referencia, donde destacará que el término automatismo mental es el más preciso
en la teoría de De Clérambault- «si el lenguaje habla por sí solo, aquí o nunca tenemos que utilizar
el término de automatismo 37».

Pasemos a la tesis. Cuando Lacan aborda los fenómenos elementales, ubica la interpretación
delirante como un fenómeno elemental que nada tiene que ver con la deducción racional ni con la
falsedad del juicio. Indica que demostró también que las interpretaciones forman parte de un
cortejo de trastornos de la percepción y de la representación, que no razonan más que ese síntoma:
ilusiones de percepción, de memoria, sentimientos de transformación del mundo exterior,
fenómenos frustrados de despersonalización, seudoalucinaciones y alucinaciones episódicas 38. La
interpretación se presenta con un carácter de convicción inmediata, como una electividad especial,
una experiencia sobrecogedora, una iluminación específica. Lacan recalca el excelente término
significación personal, de Neisser, para designar este fenómeno. {Pág. 46.}
El mecanismo que regula el acrecentamiento del delirio es la interpretación. Las identificaciones
sistemáticas del delirio no son secundarias en el tiempo respecto de los primeros fenómenos, sino
que guardan estrecha relación con el conflicto que las ha generado. Las primeras intuiciones y la
revelación de los perseguidores se presentan con el mismo carácter de iluminación. El delirio no es
una explicación secundaria, intelectual, racional, sino que está sujeto a las experiencias primitivas,
«no hay en el origen del delirio el menor hecho de razonamiento 39».
Aunque Lacan no cuenta en la tesis con la noción de estructura como efecto del lenguaje,
quisiera ubicar una pregunta que se formula y que es posterior a la indicación de que la psicosis no
es un fenómeno de déficit: «¿por qué, según lo que hemos indicado antes, la estructura de las
representaciones mórbidas no habría de ser, en la psicosis, simplemente otra, distinta que en la
situación normal?40».

35
J. Lacan, Escritos 1, Buenos Aires, Siglo XXI, 1988, p. 156.
36
Ob. cit. n. I, p. 359.
37
Ibíd., p. 438.
38
Ibíd., p. 246.
39
Ibíd., p. 197.
40
Ibíd., p. 261.
15
La pregunta ya señala dos cuestiones importantes: una es ubicar que la psicosis no tiene la
misma estructura que la neurosis. La diferencia no recae en una situación deficitaria errónea o
empobrecida de la primera respecto de la segunda, sino que responde a una lógica diferente de la de
la estructura «normal». Esto permite precisar el fenómeno elemental y el delirio, desde la tesis de
Lacan, en la estructura misma de la psicosis y desplazar así la cuestión de su incomprensibilidad
o, como dirá más tarde Lacan en El seminario 3, el sistema mismo del delirante nos da los
elementos de su propia comprensión.
Lacan postula una forma conceptual específica de la psicosis paranoica que ejerce su acción
desde la simple percepción hasta las operaciones discursivas de la lógica. Desde la percepción
delirante hasta la organización de las creencias delirantes indica que nos encontramos con dos
órdenes de trastornos, unos debidos a estados tóxicos o autotóxicos que, como sabemos, pueden
cambiar el sentido de la creencia, y los otros tienen que ver con formas conceptuales propias de la
psicosis. En estas formas se manifestó la falla de las marcas lógicas llamadas a priori del
pensamiento normal. ¿Cuáles son estos marcos lógicos? Son los principios lógicos de
contradicción, localización espacial y temporal, de la causalidad y de identidad. {PÁG. 47}
«Nada más difícil de captar que el encadenamiento temporal, espacial y causal de las intuiciones
iniciales, de los hechos originales, de la lógica de las deducciones en los delirios paranoicos, hasta
en el más puro de ellos. 41»
La doctrina clásica afirma que estas funciones se conservan, que el orden lógico se conserva en
los pensamientos, los actos y el querer, solo por ubicar los delirios paranoicos en el plano de los
delirios comprensibles y en oposición a los delirios parafrénicos. Lacan propone llamarlos
«formas del pensamiento»; no solo imponen una estructura conceptual al sistema del delirio, sino
que transforman la percepción. Y hay un punto muy importante, cuando Lacan acentúa que en el
estudio de las variaciones de la estructura conceptual según el tipo de psicosis se podría arribar a un
criterio de clasificación más próximo a la causa real de esta y no a una evaluación basada en meras
contingencias. Es decir que, ya desde su tesis y sin contar con la estructura del lenguaje, señala que
desde la percepción delirante hasta la organización del delirio nos encontramos con una lógica
particular que no es la de la estructura «normal». Subrayo que ya desde la tesis hay una búsqueda
de la especificidad misma de la estructura.
En El seminario 3 encontramos una formulación que invierte la anterior, en el sentido de que lo
que se señalaba en la tesis como estructura conceptual específica no es la causa sino el efecto. No
digo efecto de una estructura conceptual en el plano de la lógica formal, sino de la causalidad
significante en el plano de la significación. Solo a partir de concebir la estructura como efecto del
lenguaje Lacan dirá que es la ausencia del significante del Nombre del Padre, la forclusión de este
significante, lo que obra desde el fenómeno elemental hasta el delirio, que responden a la misma
lógica. Este es el punto en que ambos son estructurales, pues ponen de relieve la estructura de este
resorte que fue tan profundamente desconocido. Es que el delirio es también un fenómeno
elemental estructural. Luego, no se puede aislar la lógica que sustenta esta afirmación del contexto
en el que es introducida, lo que no significa borrar la diferencia entre fenómeno elemental y delirio.
El delirio permite restituir el orden delirante, pero esta restitución se relaciona con el fenómeno
primitivo mismo, que puede ser segundo cronológicamente, aunque precede a la estructura.
A mi modo de entender, Lacan opera en estos párrafos una verdadera revolución: nos dice que
desde el comienzo hasta el final, desde el fenómeno elemental hasta el delirio, se evidencia
determinada relación del sujeto con el significante.

Automatismo, fenómeno elemental y delirio (Pág. 49)

41
Ibíd., p. 266.
16
Claudio Godoy
AUTOMATISMO Y DELIRIO

En los párrafos de El seminario 3 que se nos propuso comentar (Léanse págs. 41 y 42), Lacan
destaca dos cuestiones referidas a De Clérambault: primero, que tomó el término fenómenos
elementales de su maestro, demostrando su diferencia con cualquier deducción ideica, ubicable en
el terreno de lo comprensible; y segundo, plantea la crítica de la concepción que considera que el
fenómeno elemental es un punto parasitario alrededor del cual el sujeto haría una construcción que
le permitiría enquistarlo y explicarlo.
Comencemos destacando, según se señaló 42, que el término fenómeno elemental no se encuentra
en la obra escrita de De Clérambault, quien concibe, por ejemplo, al automatismo mental en tanto
«fenómeno primordial43». La elaboración de este en su relación con el delirio, tal como se la
formula en 1920, es la que más se aproxima a la crítica de Lacan. Para dar cuenta de los delirios de
persecución con alucinaciones, que Gilbert Ballet ubica en la categoría de «psicosis alucinatorias
crónicas 44», señala allí que el automatismo es el hecho primordial y que el delirio de persecución
constituye una «construcción intelectual secundaria45» cuyo grado de sistematización dependerá de
las capacidades intelectuales preexistentes. Lo califica además de «trabajo sobreañadido» y
establece, en una frase ya célebre, que «en el momento en que el delirio aparece, ya la psicosis es
antigua. El delirio no es más que una superestructura46». Así, dicho trabajo interpretativo sería un
epifenómeno no mórbido o apenas mórbido, es decir, la respuesta de la personalidad sana a los
fenómenos intrusivos. La ideación es, de este modo, un producto psicológico, mientras que el
núcleo del automatismo corresponde, según la concepción etiológica de De Clérambault, a un
«orden histológico 47». (Pág. 50)
Ahora bien, esta formulación clásica -en general, la más difundida- se problematiza en los
desarrollos posteriores del psiquiatra francés. A partir de 1925 se torna manifiesto un
desplazamiento en su concepción cuando indica que «Una buena parte de la ideación no es
construida por la reflexión del sujeto, sino que se elabora mecánicamente en el subconsciente48», y
empieza a llamar «neoplásica» a dicha ideación. Articulada al síndrome de pasividad, la caracteriza
como sufrida por el sujeto y de una naturaleza mecánico-automática y parasitaria. «La construcción
misma del delirio -señala- se explica en último análisis por la acumulación constante de resultados
de trastornos infinitesimales, todos del mismo sentido, en las condiciones mecánicas del
pensamiento elemental49». Concluye que «es un error creer que la sistematización delirante es un
trabajo consciente tardío 50». Para dar cuenta de la estructura de esta construcción que sigue
«fuerzas intrínsecas» y no un plan establecido, comparable a «complejos naturales, tales como los

42
H. Wachsberger, «Du phénomène élémentaire à I'expérience énigmatique», en La Cause freudienne nº 23, L’enigme et la psychose, París, Navarin-
Seuil, 1993, p.18, n.16. El tema también es retomado extensamente por R. M azzuca en «Los fenómenos llamados elementales», en Análisis de las
alucinaciones, Buenos Aires, Eolia-Paidós, 1995, p. 61.
43
G. G. de Clérambault, «Automatisme mental et scission du moi» (1920), en Euvres psychiatriques, París, Frénésie, 1987, p. 465. Lacan utiliza asimismo
la expresión fenómeno primordial, por ejemplo, en el siguiente pasaje de El seminario 3, ob. cit. n. 1, p. 226: «¿No vieron cuál era el fenómeno primordial
cuando presento casos concretos, personas que comienzan a nadar en la psicosis?».
44
G. Ballet, «La psychose hallucinatoire chronique», en L’Encéphale, año 6, semestre 2, 1911. En este artículo Gilbert Ballet establece la entidad
nosológica de las psicosis alucinatorias crónicas señalando la función explicativa de las ideas delirantes y su relación con las alucinaciones: «En todos los
casos se encuentra en el origen un estado cenestésico penoso, hecho de inquietud vaga. Este estado conduce rápida o lentamente a ideas explicativas de
persecución o de ambición» (p. 402). Dos años después, retoma esta cuestión en «La psychose hallucinatoire chronique et la désagrégation de la
personnalité», en L’Encéphale, año 8, semestre 1, 1913. Aquí afirma que: «Ellas [las ideas de persecución y ambición] se asocian siempre a alucinaciones
de diversos sentidos, que las preceden a veces y que, en todo caso, por su constancia, parecen condicionarlas» (p. 501); y agrega que «M uy frecuentemente
no son más que secundarias y contingentes» (p. 503).
45
G. G. de Clérambault, ob. cit. n. 3, p. 464.
46
Ibíd., p. 466.
47
Ob. cit. n. 3, p. 482.
48
G. G. de Clérambault, «Psychoses à base d'automatisme» (1925). Ibíd., p.542
49
G. G. de Clérambault, «Psychoses à base d'automatisme (suite)» (1926), Ibíd., p. 545.
50
Ibíd., p. 560. La frase completa dice: «Así una buena parte de la sistematización de los delirios es espontánea y se organiza en el inconsciente; es un
error creer que sea debida enteramente a un trabajo consciente tardío».
17
cristales y políperos 51», señala que se trata de «anillos intrincados», «redes de derivación», «lote de
ideas». Nos preguntamos entonces si la crítica de Lacan es válida también para estas formulaciones
de De Clérambault, ya que parecería adjudicarle una estructura común al automatismo mental y al
delirio. Es decir que lo que era puesto en disyunción y planteado en términos de infraestructura-
superestructura pasa a ubicarse en conjunción, o sea, en una misma estructura.
Esta línea de pensamiento de De Clérambault alcanza tal vez su máxima expresión al final de su
obra, por ejemplo, en el texto de 1934 titulado El delirio autoconstructivo52. Aquí también se
aproxima mucho a lo que formulará Lacan, pero surgen asimismo los límites que le impone su
teoría organicista. Plantea dos niveles de pensamiento: el que denomina «extrapersonal» (es decir,
el automático, intrusivo) y califica de «inferior» con respecto al de la ideación «personal», que
refleja las cualidades intelectuales normales del sujeto. Esto prosigue su teoría de la existencia de
dos personalidades, que lo había llevado a sostener que «toda psicosis alucinatoria es una suerte de
delirio de dos 53». A su vez, considera la construcción extrapersonal anticipatoria del proceso
demencial; y, en ese sentido, la personalidad neoplásica anunciaría lo que sería del sujeto al cabo
de dicho proceso. Se podría seguir, según De Clérambault, la complicación ideica en su progresión
extensiva y su construcción temática desde el eco puro y simple hasta el final demencial. Verifica
el carácter automático en el rasgo clínico de que las ideas le son provistas por las voces y el sujeto
las rechaza como absurdas en un principio. «Se me dice que soy príncipe, es absurdo»; o, cuando se
lo interroga por el significado de un neologismo, contesta «pregúnteles a ellos». El delirio
automático es más constructivo que explicativo, más absurdo, nos muestra cómo la personalidad
parasitaria invade la personalidad primitiva hasta terminar sustituyéndola.

II. LAS NERVADURAS DE LA HOJA (Pág. 52)

Para señalar la relación estructural que subyace a los fenómenos elementales y la construcción
del delirio, Lacan nos propone el muy citado ejemplo de la planta, que, como él mismo afirma, se
articula con lo que sostenía desde 1932 en su tesis 54. En efecto, allí encontramos un ejemplo similar
formulado en los siguientes términos: «Esta impresionante identidad estructural entre los
fenómenos elementales del delirio y su organización general impone la referencia analógica al tipo
de morfogénesis materializada por la planta. Esta imagen es seguramente más válida que la
comparación con el anélido, que nos fue inspirada, en una publicación anterior, por las
aproximaciones aventuradas de una enseñanza completamente verbal55». Lacan expone la
comparación con el anélido un año antes en su trabajo «Estructura de las psicosis paranoicas 56»,
donde plantea que la interpretación en la paranoia «está hecha con una serie de datos primarios casi
intuitivos, casi obsesivos, que no ordena en un nivel primario, ni por selección ni por
agrupamiento, ninguna organización razonante. Se ha podido decir que se trata de un anélido, no de
un vertebrado 57». Nos indica además que esto último es una referencia de la enseñanza oral de De
Clérambault, y agrega que esos datos inmediatos son luego organizados, no sin esfuerzo, por la
facultad dialéctica, que es más bien arrastrada en la construcción, con su dimensión de absurdo. «El

51
Ibíd., p. 565.
52
G. G. de Clérambault, «Le délire auto-constructif» (1934), ibíd., pp. 610-612; ver también «Sur un “mecanismo automatique” foncier de certains délires
interprétatifs: le pseudo-constat spontané, incoercible» (1933), pp. 647-654.
53
Ob. cit. n. 8, p. 567.
54
J. Lacan, De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad, M éxico, Siglo XXI, 1979.
55
Ibíd., p. 270, nota 58. Hay diversos comentarios sobre los problemas evocados en estos párrafos. Véase: E. Laurent, «Trois énigmes: le sens, la
signification, la jouissánce», en La Cause freudienne nº 23, L’enigme et la psychose, París, Navarin- Seuil, 1993; D. Arnoux, «La ruptura entre Jacques
Lacan y G. G. de Clérambault», en Litoral nº 16, Córdoba, Edelp, 1994; É. Roudinesco, La bataille de cents ans. Histoire de la psychanalyse en France, t.
2, c. IV, París, Seuil, 1986; M . Girard, «G. G. de Clérambault: morceaux choisis pour un parcours historique», en: AA.VV., Clérambault mâitre de Lacan,
París, Les empêcheurs de penser en rond, 1993.
56
J. Lacan, «Estructura de las psicosis paranoicas», El analiticón nº 4, Barcelona, Correo/ Paradiso, 1987.
57
Ibíd., p. 10.
18
carácter imposible de sostener -señala Lacan- es en ocasiones experimentado por el sujeto, a pesar
de su convicción personal, que no puede apartarse de los hechos elementales. 58» Encontramos en
esta concepción de 1931 y su comparación con el anélido algo que está en la línea que llevaba a De
Clérambault a la teoría del delirio autoconstructivo y las personalidades primera y segunda. Según
citamos, en 1932 Lacan la cuestiona con el ejemplo de la planta, que considera más adecuado y
que, lejos de ser casual o contingente, constituye un primer modelo a través del cual busca dar
cuenta de una estructura. Esta referencia no es aislada sino que aparece en otros momentos de su
tesis 59. En su versión de El seminario 3, dicho modelo consiste en lo siguiente: el modo en que se
imbrican e insertan las nervaduras de una hoja reproduce una estructura análoga a la de las formas
que componen la totalidad de la planta. Del mismo modo, la composición del delirio y el fenómeno
elemental mostrarían estructuras análogas, «la misma fuerza estructurante60». {Pág. 53.}
Las propiedades de los anélidos no permiten transmitir adecuadamente la idea de estructura: se
trata de animales blandos de simetría bilateral, desprovistos de miembros articulados y cuyo cuerpo
está formado por anillos semejantes unidos unos a otros. Se llega a formular que cada anillo es un
individuo, pues posee los órganos necesarios para su existencia. Salvo los anillos extremos, los
demás son todos semejantes (por eso, si se corta cada parte, dicho animal sigue viviendo). En todo
caso este ejemplo servía, por su oposición a los vertebrados, para diferenciar la dimensión
automática del delirio del pensamiento explicativo, que se estimaba sano y le era sobreañadido, ya
que el vertebrado da cuenta de una organización diferenciada y jerarquizado, distinta de la
sumatoria repetitivo y autónoma del anélido.
El modelo de la planta es diferente y nos acerca mejor a la estructura. La hoja de una planta está
compuesta por el pecíolo y el limbo. En el primero encontramos la misma estructura que en el tallo,
en especial en los haces liberoleñosos y en el limbo. Esta estructura continúa luego en las
nervaduras de la hoja; es decir que ellas, en su disposición, constituyen una ramificación de dichos
haces. Podemos observarlos en su estructura desde la raíz hasta las nervaduras de las hojas y,
siguiendo la configuración de las mismas, dar cuenta de la estructura de la planta en cuestión.
Encontramos así que no hay una relación parte-todo, ni una sumatoria de elementos análogos,
sino una configuración compleja donde la misma estructura está presente, de diversos modos, en
cualquiera de los componentes de la planta; hasta el fragmento más pequeño de su hoja es un índice
de su estructura. El elemento no es la parte de un todo, sino que en él se resume la estructura
misma.

III. FENÓMENO Y ESTRUCTURA (Pág. 54)

Como se deduce de lo hasta aquí planteado, la articulación fenómeno-estructura es una constante


en los escritos y seminarios de Lacan sobre la psicosis, incluso desde sus primeros trabajos
psiquiátricos. Se modifica, sin embargo, el modo en el que concibe dicha estructura, lo que a su vez
produce un cambio en sus referencias teóricas y, más específicamente, en su lectura de De
Clérambault, donde encontramos momentos de distanciamiento y de retorno.
Podemos señalar, siguiendo el esclarecedor trabajo de H. Wachsberger, que «el valor clínico de
los fenómenos elementales varía con el grado de avances de la doctrina. Esencial al estatuto del

58
Ibíd., p. 11.
59
Ob. cit. n. 14, pp. 45-47. En el año 1932 Lacan encuentra la estructura que busca delimitar en los modelos de la botánica, tal como lo pone de relieve el
siguiente fragmento de su tesis: «Es el problema de la jerarquía de los caracteres, a saber: decidir cuál es el carácter determinante para la estructura,
distinguiéndolo de los que no corresponden más que a una variación sin repercusiones sobre el conjunto. Pero, más aún, es el problema de la identificación
del carácter: en efecto, lo que en un principio se toma por una identidad de carácter puede no ser más que una homología formal entre aspectos vecinos que
traducen una estructura del todo diferente: tales son, en botánica, los radios de las flores compuestas, que pueden representar, según los casos, los pétalos
de la flor simple o sus hojas de envoltura. Un mismo carácter estructural, por el contrario, puede presentarse -y ahí está, para demostrarlo, todo el estudio
de la morfología- bajo aspectos diferentes» (P. 47).
60
Ob. cit. n. 1, p. 33.
19
proceso, [ese valor] es eclipsado por la importancia dada por Lacan a los momentos fecundos y al
conocimiento paranoico que los estructura, Ros que] luego reencuentran un lugar en el campo del
lenguaje una vez precisada su inserción en la relación del sujeto al Otro 61». Consideramos que el
modo en el que Lacan define al Otro en El seminario 3, esto es, desde la perspectiva de las leyes de
la palabra y el reconocimiento, lo lleva a pensar la estructura psicótica por la exclusión de dicho
Otro, lo que se distingue del predominio otorgado al Otro del lenguaje en «De una cuestión
preliminar...». Allí los fenómenos serán ubicados por el texto de las alucinaciones schreberianas
como fenómenos de mensaje y de código (estos últimos admiten los «erróneamente llamados»
fenómenos intuitivos, que constituyeron el paradigma de los fenómenos elementales de su tesis).
Muestran cómo el vacío de la significación es engendrado por la falla del punto de capitón. El
desarrollo de la teorización de la estructura del lenguaje lo llevará en 1966 a un retorno a De
Clérambault, al señalar cómo su abordaje del texto subjetivo es lo más cercano en psiquiatría al
análisis estructural.
El fenómeno es primero índice de la estructura de la exclusión del Otro con la prevalencia
imaginaria que introduce, cosa que Lacan destaca con el ejemplo del enunciado «vengo de la
fiambrería». Este análisis cambia al abordar la interlocución delirante por el análisis lingüístico,
avanzando en el estatuto del significante en la psicosis mediante la formalización del concepto de
forclusión, pero también del objeto indecible que destaca lo real puesto en juego por la cadena rota.
En El seminario 3 se plantea el estudio de los fenómenos desde la perspectiva de los efectos de
significación, atribuibles al significante en lo real. Se destaca así una palabra que «Antes de poder
ser reducida a otra significación, significa en sí misma algo inefable, es una significación que
remite ante todo a la significación en cuanto tal62». Y esto se ubica en dos polos. la intuición
delirante y el estribillo, como detención de la significación, que califica de «característica
estructural que, en el abordaje clínico, permite reconocer la rúbrica del delirio 63».
Concluimos entonces que la identidad estructural del fenómeno elemental y el delirio radica en
lo que nos enseñan del significante y de los efectos de significación en la psicosis. Como afirma
Eric Laurent, «no quiere decir que entre alguien que tiene fenómenos enquistados que permanecen
limitados durante años, y un delirio completamente desplegado, se trate de la misma cosa. Eso
quiere decir que es exactamente la misma cosa desde el punto de vista de la estructura del
sentido 64». (Pág. 56)

BIBLIOGRAFÍA

- De Clérambault, G. G., (Euvrespsycbiat?iques, París, Frénésie, 1987. Lacan, J., El seminario,


libro 3, Las psicosis, Barcelona, Paidós, 1984.
- «De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis», en Escritos 2, Buenos
Aires, Siglo XXI, 1987.
- Laurent, É., «Trois érjigmes: le sens, la signification, la jouissance», en La Cause freudienne n'
2 3, L’enigme et la psychose, París, Navarin-Seuil, 1993.
- Mazzuca, R., «Los fenómenos llamados elementales», en Análisis de las alucinaciones, Buenos
Aires, Eolia-Paidós, 1995.
- Miller, J.-A., Clínica diferencial de las psicosis (Cuaderno de resúmenes 01/1987-03/1988),
Buenos Aires, Sociedad Psicoanalítica Simposio del Campo Freudiano, 1991.
- «Enseñanzas de la presentación de enfermos», en Matemas II, Buenos Aires, Manantial, 1987.

61
Ob. cit. n. 2, p. 15
62
Ob. cit. n. 1, p. 52
63
Ibíd., p. 53.
64
Ob. cit. n.15, p. 47.
20
- Solano, L., «Seminario del texto 'De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la
psicosis», Cuaderno nº 7, Córdoba, Colegio Freudiano de Córdoba, 1994.
- Strasburger, E., Tratado de botánica, Buenos Aires, Manuel Marín, 1969.
- Wachsberger, H., «Du phénomene élémentaire à I'expérience énigmatique», en La Cause
freudienne nº 23, L’enigme et la psycbose, París, Navarin-Seuil, 1993.

DISCUSIÓN (Pág. 59)

Juan Carlos Indart. -Las exposiciones fueron extremadamente sutiles y precisas, y articularon
numerosos problemas. De modo que intentaré fijar un nudo posible. Después daremos la palabra a
los asistentes para abordar distintas cuestiones.
Elegiré aquello que considero vinculado a un texto de Lacan comentado aquí, ya que también se
cita la metáfora de la hoja en el escrito «La dirección de la cura y los principios de su poder». Se
refiere allí que tanto en La interpretación de los sueños como en Psicopatología de la vida
cotidiana es preciso saber reconocer la estructura verbal tal como se reconoce una estructura en la
hoja, y no como si se tratara de un pedazo de piel. En otras palabras, es como si dijéramos que una
novela, por compleja y restitutiva que sea, no podrá sino explotar los recursos de una misma
estructura, que es posible suponer elemental en el sentido de la estructura de la frase.
Vale la pena debatir esta discusión respecto del texto elegido de Freud, donde hay abundancia de
explicaciones en términos de la teoría de la retracción libidinal o de la constitución del mundo por
investiduras libidinales de objeto.
En El seminario 1 Lacan realiza esfuerzos argumentases para tomar de Freud algo que no
entronice las explicaciones de la psicopatología en puros términos de movimiento libidinal -ya sea
como desinvestidura o como investidura-. Y esto vuelve más interesantes las discusiones sobre
comparaciones o diferencias entre fenómeno elemental y delirio, o el papel del delirio en la
restitución estructural y la estructura vinculada a lo simbólico inicialmente de un lado y la teoría de
la retroacción libidinal del otro. Estas cuestiones de fondo pueden servir para discutir el tema que
nos convoca hoy.

Gabriela Grinbaum. -Quiero formular una pregunta a Luis Salamone, ya que me parecía que
además del problema planteado por el delirio de grandeza -que aparece en Freud en relación con el
delirio de restitución-, Luis había aislado otros dos delirios diferentes: el que opera como defensa
ante la homosexualidad y el que funciona como restitución. ¿Es lo mismo para Freud, tal como
aparece en Schreber, el delirio de restitución como consecuencia de la defensa frente a la invitación
homosexual?
También quiero preguntar a Cecilia D'Alvia si podemos pensar, siguiendo a Lacan, el delirio de
grandeza como un fenómeno elemental.

Gabriel Lombardi. -Me gustaría comentar algunas reflexiones. Por un lado, creo que subsiste la
pregunta que fundamenta esta jornada, es decir, si el fenómeno elemental y el delirio son del
mismo orden, la misma sustancia. Encontramos al respecto distintas argumentaciones que van en
uno u otro sentido. También están los argumentos basados en las diferenciaciones hechas a partir
de las escansiones subrayadas por Miller en la enseñanza de Lacan. Creo que estas diferenciaciones
tienen el valor de destacar a veces lo que no se transforma, lo que permanece de algún modo igual,
el retorno tal vez de lo mismo en esa enseñanza. Por ejemplo, me parece encontrar algo de esto en
lo elemental de la paranoia. Y es que si bien hay variaciones entre algunas primeras afirmaciones
de Lacan y otras que vienen después (incluso respecto del fenómeno elemental como concepto que
no retomará), pienso que la idea de lo elemental en la paranoia permanece, hasta tal punto que en el
21
seminario sobre Joyce la considera constituida por un solo nudo y habla de una puesta en
continuidad de lo real, lo simbólico y lo imaginario. Incluso llega a dar una fórmula que parece
delirante: para hacer el nudo estructural se necesitarían tres paranoicos más uno.
Para alcanzar el discurso, al psicótico le falta el intervalo en su síntoma o en su delirio, según se
plantea en «Subversión del sujeto...» cuando se indica que el Otro de la psicosis es el que se basta
con el Otro previo, el del primer piso del grafo, que no tiene la discontinuidad, lo imposible como
lazo con el Otro como tal, es decir, ese que sigue siendo Otro pese al lazo. Desde este punto de
vista, todo lo que se elabora en la psicosis es elemental (quizá por este lado habría que tomar lo del
ensayo de rigor como la intención de elaborar un lazo posible con lo diferente).
Para concluir, quería leerles un breve párrafo del libro V de la Metafísica de Aristóteles, donde
se define el elemento tratando de distinguirlo como concepto respecto de otros. «El elemento es la
primera parte inmanente y formalmente indivisible en una forma diferente de que una cosa se
compone; por ejemplo, los elementos de la palabra son las partes de que se componen las palabras
y las últimas en las cuales se divide, pero que no pueden descomponerse en otros elementos
acústicos diferentes de ellas. Si se las dividiese, sus partes serían específicamente las mismas».
Después llega a plantear que hasta lo más universal puede ser el elemento pues, al ser cada uno
universal, siempre está presente en muchas cosas. Ya en todas o en la mayoría de ellas, sigue
conservando algo de su estructura elemental. Termina esta página con la conclusión de que donde
está presente el género no siempre está presente la diferencia. Y se puede plantear el género como
elemental, pero la diferencia no puede ser planteada. (Pág. 61)

Miguel Furman. -Quería comentar una cuestión relativa a lo que surgió como propuesta respecto
del delirio de grandeza para situarlo en relación con el fenómeno elemental, y al delirio entendido
como restitución o delirio propiamente dicho situarlo como una respuesta al delirio de grandeza, en
el sentido del retorno de la libido hacia los objetos.

Jacques-Alain Miller. -En un momento me interesé por los psicóticos en los hospitales y durante
los años 70 cada semana o cada quince días iba a la presentación de enfermos de Lacan. En
realidad, me llamaba la atención (creo que lo mencioné en un breve texto sobre dicha presentación)
que él se interesara especialmente en el inicio de la enfermedad intentaba situar cómo había
comenzado, en qué ocasión, qué había percibido. Cuando se trataba de un delirio, Lacan se tomaba
un tiempo para ubicar con la mayor precisión la emergencia de sus primeros fenómenos. Poco
tiempo después, al leer su tesis del año 1932, reencontré el mismo tema descripto como un método
de investigación recomendado por el señor Westerterp cuarenta y cinco años antes para interrogar
sobre el inicio de la enfermedad y ubicar los fenómenos elementales.
Además, en una nota de su artículo de 1931, Lacan mencionó la enseñanza de De Clérambault.
Es que hubo una enseñanza oral de Lacan recopilada en los seminarios, pero también otra,
informal, de las supervisiones y presentaciones de casos, donde utilizaba tanto la expresión
fenómenos elementales así como otros términos de la psiquiatría clásica. Aunque esto no
significaba refrendar exactamente todo el contexto del término, a veces alguna observación clínica
encuadraba bien en determinado fenómeno y podía decirse, por ejemplo, que lo que aparecía era
una sensitiva en el sentido de Kretschmer o una verdadera parafrenia de Kraepelin, etcétera.
Ciertamente Lacan utilizaba la expresión fenómeno elemental, y en mi opinión debemos dar
crédito a los fenómenos elementales. En efecto, cuando se practica un interrogatorio al estilo
Westerterp, en numerosos casos de delirio puede ubicarse ese famoso cambio de atmósfera, ese
sentimiento de inquietud. Creo que cuando reflexionamos aquí sobre el concepto de fenómeno
elemental, o la manera en que se verifica o no si es adecuado para la teoría desarrollada por Lacan,

22
realmente podemos hablar de un hecho clínico. Un fenómeno elemental es un hecho clínico, y es
difícil dudar que se presenta y emerge así.
Por último, una palabra sobre una cuestión que se debatió: el sentido de la frase de Lacan el
delirio es un fenómeno elemental relevada en el texto. A mi entender, es satisfactoria la respuesta
de Roberto Cueva, quien en su estudio destaca dos tiempos en el caso Aimée. Señala que el delirio
no progresa mediante deducciones racionales sino por una suerte de precipitación de elementos
significativos, y que avanza por una experiencia con todas las características del fenómeno
elemental. En otras palabras, ubica bien, tal como Lacan lo explica efectivamente, la estructura del
fenómeno elemental, que puede reconocerse en los momentos de escansión del desarrollo del
delirio: «electividad, carácter cautivante, iluminación específica»; para concluir: «[...] la
interpretación delirante, con las mismas características del fenómeno elemental, es instaurada por
Lacan como mecanismo generador del delirio».
Esta doctrina sobre la relación fenómeno elemental-delirio me parece satisfactoria, ya que la
considero demostrativa de los distintos problemas que vimos y que seguiremos discutiendo. En el
momento de la tesis, aunque haya utilizado el método Westerterp con Aimée, aunque refrende el
término fenómeno elemental, Lacan sostiene -y lo verifica con esa paciente- que dichos fenómenos
no explican la fijación y organización del delirio. Resulta, pues, interesante que a partir del material
ofrecido por Lacan, Roberto Cueva descubra que sí, que los fenómenos elementales explican en
cierto sentido la organización del delirio. (Pág. 63)

Daniel Millas. -La primera cuestión tiene que ver con el comentario inicial de Roberto
Mazzuca65 respecto de barrer con la diferenciación entre fenómeno elemental y automatismo
mental, que considero pertinente si se entiende como manifestación de la ruptura de la relación del
sujeto con la cadena significante. Tengo la impresión de que, sobre todo en «De una cuestión
preliminar...», Lacan propone diversas manifestaciones clínicas de la emergencia del significante
en lo real. No se trata allí solamente de la alucinación sino además, por ejemplo, de lo que responde
a la misma lógica, cuando explica los fenómenos intuitivos también como una manifestación de la
ruptura de la cadena significante.
La segunda cuestión se relaciona con el enigma de la significación -y el acento que Lacan ya
pone en la tesis y que fue subrayado- respecto de una experiencia inefable de iluminación, de
extrañeza. Me parecía importante introducir el enigma de la significación, pero también la
dimensión del enigma de goce; es decir que no solo se trata de un menos de significación sino de la
emergencia de un más de goce determinado en una experiencia específica. Desde esta perspectiva,
considero muy importante sostener la distinción entre fenómeno elemental y delirio y,
eventualmente, metáfora delirante, porque el problema no es únicamente el vacío de significación,
esto es, una interpretación delirante que fija de manera transitoria una significación pero no un
sentido, que resulta una metonimia interminable sin eficacia sobre el cifrado del goce en juego en la
experiencia. Por lo tanto, creí pertinente introducir la dimensión del enigma de goce junto al
enigma de la significación.

Marta Laura Marandino. -Quería hacer una pregunta a Roberto Cueva. Retomando el artículo de
Colette Soler que él mencionó respecto de ese segundo tiempo que enuncia como respuesta a ese
vacío enigmático que es la certeza, y se señala que no excluye la perplejidad, quisiera preguntar -
ya que estoy indagando sobre ello- si se le da un mismo estatuto al enigma que a la perplejidad. En
apariencia es así, pero a mí me parece que no.

65
Las mesas de presentación de las referencias freudianas y lacanianas fueron coordinadas por Graciela Brodsky y Roberto M azzuca. Lamentablemente,
no se conservan las cintas magnetofónicas con los registros de sus comentarios de apertura.
23
Intervención de un participante. -Una pregunta a Cecilia D'Alvia acerca de «Introducción del
narcisismo»: ¿la manifestación de la parafrenia que Freud distingue como normalidad conservada
podría referirse a lo que Helene Deutsch denominó como si, pero en relación con la paranoia?

Pablo Russo. -Me interesaba reflexionar sobre ciertas cuestiones planteadas por el párrafo de
Freud de «Introducción del narcisismo», a partir de algunos conceptos lacanianos. En principio,
creo que en ese párrafo surge una complejidad respecto del diagnóstico de lo que se denomina
parafrenia, ya que el mismo Freud establece más adelante una diferencia y sitúa la parafrenia
propiamente dicha en la tercera de las manifestaciones. Además, dentro de estas tres
manifestaciones introduce cosas que parecen estar más del lado de la paranoia, por ejemplo, cuando
define la parafrenia como «desasimiento meramente parcial de la libido». Pienso que no quedaría
del lado de la parafrenia propiamente dicha sino en el tercer grupo de manifestaciones. Tal vez se
podría considerar que el primer grupo (el de «la normalidad conservada») es un antecedente de las
denominadas prepsicosis; el segundo grupo del proceso patológico (el de desasimiento de la libido)
sería el momento del desencadenamiento, que Colette Soler definió como fenómenos primarios o
primitivos de la psicosis; y, por último, el tercer grupo de manifestaciones es lo que dicha autora
llamaba trabajo de la psicosis, ya situado del lado del delirio.
En todo caso, si no se toma esta idea del mecanismo general del delirio, que reproduce la
estructura del fenómeno elemental, pero se considera la posición que el sujeto psicótico tomó
respecto de la estructura del lenguaje -que a la vez tiene estricta relación con los modos de retorno
de lo real-, podría decirse que hay distintas formas de trabajo de la psicosis y que cada una
reproduce la estructura del fenómeno elemental, lo que llevaría a pensar que hay diferentes
fenómenos elementales y distintos procesos patológicos.

Jorge Chamorro. -Una pequeña observación sobre la cuestión del delirio y el fenómeno
elemental. Escuché los tres trabajos sobre el fondo de aquello que podrían aportar las
presentaciones de enfermos que realizamos respecto de esta cuestión y me parece que hay dos o
tres breves respuestas que podemos dar (al menos en lo que concierne a la experiencia que estoy
realizando).
En primer lugar, en las presentaciones de enfermos buscamos y tratamos de precisar los
fenómenos elementales. En segundo lugar, hay un momento en el que intentamos determinar el
delirio tomando como referencia los fenómenos elementales y no la realidad. Recuerdo la
presentación de un paciente uruguayo que deliraba con un tratado sobre la historia de su país y lo
relacionaba con su idea de que se lo estaba envenenando. Ante una pregunta realizada por el
psiquiatra jefe del servicio donde estaba internado («¿Cómo sabe usted que está siendo
envenenado?»), él respondió: «Porque tengo las uñas arrugadas». Dimos entonces a este dato el
valor del fenómeno elemental, lo que nos permitió anclar ese delirio.
De modo que se nos presentan dos cuestiones: primero, la precisión en el intento de poner un
límite al delirio a través de los fenómenos elementales; y, en segundo lugar, se espera luego de la
cura un ordenamiento de su dirección a partir de dichos fenómenos. Me parece que son dos
movimientos: cómo el sujeto responde a los fenómenos elementales con el delirio y cómo la cura
trata de destituir el desorden significativo anclándolo en esos puntos elementales. (Pág. 65)

Intervención de un participante. -Creo que es posible hallar una contradicción en los párrafos
propuestos de El seminario 3, ya que cuando Lacan habla de los fenómenos elementales dice que
estos subyacen tras la construcción del delirio y no son el delirio mismo. Respondiéndole a De
Clérambault, sostiene que el delirio es también un fenómeno elemental. Entonces, habría que
diferenciar el tratamiento del delirio según la psiquiatría y según Freud, para despejar un posible
24
malentendido o superposición. En numerosas oportunidades, cuando la psiquiatría habla de delirio,
no desconoce que se trata de una construcción en relación con elementos primarios, aunque lo
ubica como secundario respecto de la emergencia de síntomas primarios. Pero Lacan, con su frase
el delirio es también un fenómeno elemental, indica que el delirio no es en absoluto secundario; es
también primario, pues conserva una misma lógica.

Cecilia D'Alvia. -Para responder a la pregunta que me habían formulado: dentro del párrafo de
Freud (véase pág. 19 de este volumen) resulta en apariencia contradictorio que diga «desasimiento
meramente parcial» y hable de parafrenia, cuando antes había indicado que en esta última hay un
desasimiento total. En este momento Freud incluirá la paranoia dentro de la parafrenia, lo cual
explicaría su afirmación, ya que de algún modo el desasimiento meramente parcial después daría
lugar a las otras posibilidades. En su «26º conferencia» señala que incluyó la paranoia en este
artículo, y podríamos preguntarnos por qué, si permanentemente distingue entre ambas entidades
clínicas. Por otro lado, cuando se refiere a la represión, subraya que en la paranoia es parcial: una
parte va al delirio y otra, al autoerotismo. Después del trabajo sobre Schreber, en «Introducción del
narcisismo» da una explicación en cuanto a proporciones que se mezclan e indica que tomará
solamente la parte paranoica de la demencia. Surge entonces el diagnóstico de Schreber, pero es un
punto para preguntarse, ya que aquí incluye la paranoia y no lo hace ni antes ni después. (Pág. 66)

Roberto Cueva. -Voy a contestar las preguntas de Daniel Millas y María Laura Marandino, pues
creo que señalaron los puntos más oscuros de lo que presenté. No sabría precisar una respuesta para
ambas preguntas, pero comenzaré por lo que Colette Soler llama Bejahung de significación, tan
presente como informulable: «Así la experiencia enigmática se desdobla entre la experiencia del no
sentido percibido en el primer grado y la experiencia de su conversión en certidumbre o certeza
de significación en el segundo grado». A mi entender, parece referirse a dos experiencias
enigmáticas. El término perplejidad me evoca aquí con rapidez los fenómenos elementales. Del
mismo modo, planteamos la noción de enigma en el orden de los efectos de significación
remitiéndonos a la referencia de la página 558 de «De una cuestión preliminar...». Por eso, no sé de
qué modo pensar cómo el retorno de goce puede producir enigma, ya que allí donde hubiera goce
no habría enigma.

Miguel Furman. -Creo que entender el delirio de grandeza como retiro libidinal y el delirio
restitutivo como vuelta de la libido a los objetos es precisamente lo que cuestiona Lacan en El
seminario 1 a partir de una pregunta que se hace el mismo Freud en «Introducción del narcisismo»
acerca de si realmente habría una diferencia entre libido del yo y libido de objeto. La concepción de
delirio de grandeza y delirio restitutivo proviene de una libido del yo y de una libido del objeto, y
Lacan propone una igualdad entre ambas libidos, sobre la base de su teoría del yo considerado
como objeto imaginario. En este sentido, para diferenciar desde el punto de vista simbólico el
delirio restitutivo del delirio de grandeza, al igual que el fenómeno elemental del delirio mismo,
sería más conveniente articularlos, puesto que comparten una comunidad de estructura respecto de
la forclusión. Desde ese punto de vista serían iguales y no diferentes, como podría deducirse de una
concepción imaginaria libidinal del problema.

Leonardo Gorostiza. -En primer lugar me sumo a los elogios, porque todas las intervenciones
incluyeron el rigor, la precisión y el detalle, que son el eje de la investigación en la Sección Clínica.
Las preguntas puntuales serían las siguientes. Primero: se dijo que cuando Freud habla de delirio
de grandeza se refiere a lo que se conoce en la psiquiatría clásica como delirio interpretativo de

25
grandeza, pero creo que esto último tiene una connotación diferente sobre la que me gustaría que
pudiéramos avanzar.
Segundo: cuando Roberto Cueva estableció la secuencia en los tres tiempos de la interpretación
delirante (vacío de significación, significación de significación o significación enigmática, y luego
la traducción que haría el sujeto produciendo un sentido en una significación fija), dijo algo más.
Subrayó que, si bien allí se fija un sentido, el tercer tiempo de la traducción de lo enigmático
incluye, a su vez, un enigma, y ubicaba -a mi entender- algo así como la posibilidad de un armado
múltiple del delirio. Me pareció un planteo muy interesante y me gustaría escuchar más sobre él.
Por último, una inquietud que me acompaña desde el curso que tuve a mi cargo sobre la clínica
de las alucinaciones y que se redobla este alío con respecto a la interpretación delirante -es algo
vinculado a lo que mencionaba Roberto Mazzuca-: cómo, realizando un «barrido» de la semiología
de la clínica psiquiátrica clásica con la «escobilla» de Lacan, podríamos establecer algo así como la
pertinencia de una «semiología lacaniana».

Graciela Brodsky. -Ya desde El seminario 1 podemos ver el esfuerzo de Lacan por eliminar la
dialéctica libidinal y explicar el fenómeno de la psicosis por medio de la cuestión significante.
Habría entonces que pensar si la dialéctica libidinal se agota en la dialéctica imaginaria en los
primeros textos de Lacan. En apariencia es así, pero quizá se pueda renovar la cuestión de dicha
dialéctica haciendo un desplazamiento entre libido y goce; es decir, ya no entre la libido y lo que
pasa entre el yo y el otro.
En esa perspectiva me parece que se reactualiza el interés de ver la mejoría clínica en la psicosis
cuando el goce es de alguna manera articulado con el Otro, lo que Freud describe como una nueva
catectización del mundo externo, el enganche del goce al Otro respecto del goce autoerótico, que
captura el cuerpo y, más específicamente, los órganos (porque ya no es el cuerpo en su dimensión
de recubrimiento ideal sino en su dimensión más real de órgano). Una orientación es enfatizar la
libido en tanto que imaginaria, pero si ponemos el énfasis en la libido articulado con el goce,
reencontramos la virtud de la observación freudiana: no es lo mismo la libido enganchada al Otro
que enganchada al cuerpo. (Pág. 68)

Luis Darío Salamone. -Quisiera referirme a lo que planteaba Graciela Brodsky a partir de la
intervención de Miguel Furman, porque en El seminario 3 hay una crítica bastante exhaustiva al
tema de la proyección, pues había caído de lleno en el terreno de lo imaginario. Sin embargo, para
la teoría de la libido, Lacan plantea abordar la relación con el significante, sin tocar lo que se venía
planteando respecto de lo energético. Esto en ningún momento supone rechazar la noción de libido,
aunque no la trabaja allí. Creo que falta, como indicaba Graciela Brodsky, la articulación con el
goce para ver el valor de esto.
Respecto de la pregunta de Gabriela Grinbaum, precisamente, lo que se jugaba en el trabajo que
presenté era que una cosa es lo que plantea Katan, las dos tesis que quiere probar con relación al
delirio, donde se verifica que están articuladas, por ejemplo, cuando Schreber en todo momento
tiene la seguridad de que a toda pérdida, al crepúsculo del mundo -y aun cuando se necesiten
millares de años-, le seguirá una vuelta al estado anterior. Él tenía la certeza de que la eternidad
existía, tenía esa convicción, a partir del momento en que aceptó ser la mujer de Dios. {Pág. 69.}

Cecilia D'Alvia. -En cuanto a los dos delirios -interpretativo y de grandeza-, pensé que Freud
señala que el tema del procesamiento es distinto en el delirio de grandeza. Y si bien es un
procesamiento que falla, en el Manuscrito K indica que es el intento más serio de volver esta libido
al objeto, aunque no salga de la libido yoica. ¿Se trata de fenómeno elemental o no? Creo que, si
tomamos la vertiente de la libido imaginaria tal como plantea Freud, no es sencillo designarlo como
26
fenómeno elemental. Sin embargo, el delirio de grandeza ubicado en el punto dos en el momento
patológico es una libido que no se engancha a nada. Este cambio de estatuto cualitativo y no
cuantitativo de la libido objetal representa, a mi entender, una diferencia.

Roberto Cueva. -Quiero intentar una respuesta a Leonardo Gorostiza acerca del tema de la
experiencia enigmática, que me parece el punto central de lo que preguntó. En una primera lectura
de la tesis de Lacan no había reparado en el peso que tiene el carácter enigmático del fenómeno
elemental, y fue Roberto Mazzuca quien me señaló algún párrafo y me reenvió al texto de
Wachsberger para orientarme sobre el asunto. Tengo la impresión de que tu pregunta interroga los
tres momentos que él formula en relación con el desencadenamiento y la construcción delirante en
el caso Aimée desde las categorías del artículo de 1958 «De una cuestión preliminar...». Esta
diacronía que postula Wachsberger con sus tres momentos parece una referencia específica al
planteo de Lacan sobre la experiencia enigmática como inherente al encuentro con un vacío de
significación más que con la presencia de un significante en lo real, es decir, producto del
encuentro de una ausencia en la cadena significante del Otro.
En este sentido, y retomando un artículo esclarecedor de Colette Soler, «La experiencia
enigmática del psicótico: de Schreber a Joyce», volvería sobre cierto desdoblamiento del carácter
enigmático: un valor en relación con el grado cero de significación, vacío enigmático; un segundo
valor, en relación con la significación de significación y la certeza. En ese segundo momento, en la
diacronía de la estructura de las alucinaciones verbales, se podría retomar lo que planteaba
Wachsberger respecto de la consustancialidad entre el fenómeno elemental y la experiencia
enigmática, ya que me sirvió para acentuar algo que habitualmente perdemos de vista en la tesis de
Lacan (segundo capítulo de la segunda parte, página 147) cuando dice: «estos fenómenos están
completamente emparentados con la sensación de extrañamiento». He aquí en cierto sentido la
contracara de un fenómeno que por un lado tendría una significación personal específica, un
advenimiento de un fenómeno significativo o por lo menos un fenómeno de sentido, pero, por otro
lado, también tiene esta cara enigmática. (Pág. 70)

Roberto Mazzuca. -Anudo algunas reflexiones a las muchas cuestiones planteadas. Empiezo por
el estatuto del delirio de grandeza, que planteaban Leonardo Gorostiza y Gabriela Grinbaum.
Respecto del problema que subsiste acerca de si se trata de la misma sustancia en el fenómeno
elemental y el delirio, quisiera destacar algo de lo planteado por Gabriel Lombardi y que recalcó
especialmente Cecilia D'Alvia en su intervención al preguntarse si Freud denomina delirio a
procesos que en realidad son diferentes. Considero un mérito de esta mesa habernos mostrado que,
en efecto, esto es así, que de ninguna manera hay que tomar como homogéneo el término delirio en
Freud. A mi entender, él siempre le dio un tratamiento heterogéneo, y no sólo al delirio de
grandeza; hay otros textos donde establece diferencias metapsicológicas con otros delirios. Cecilia
D'Alvia citó el Manuscrito K, donde según los tipos de delirio ubica a algunos como síntomas en el
sentido del retorno de lo reprimido y a otros como síntomas de la defensa secundaria, con lo cual
metapsicológicamente le está dando un estatuto diferente, en este caso, no al delirio de grandeza,
sino al de interpretación.
Ahora bien, si tomáramos la función restitutiva del delirio, tal vez podríamos afirmar que no es
posible una identidad entre fenómeno elemental y delirio, porque este último cumpliría una o varias
funciones que no se llevarían a cabo en el fenómeno elemental. Podríamos reconocer una de ellas
bajo el nombre freudiano de restitución, pero al hacerlo debemos recordar que allí Freud asigna
esta función no solo al delirio paranoico sino también a la alucinación esquizofrénica, la cual sería
para él tan restitutiva como dicho delirio.

27
Vemos que se nos van desarmando estas unidades conceptuales porque, por una parte, hay cierta
heterogeneidad del delirio en Freud, pero, por otra, no se le adjudica una función específica pues la
comparte con la alucinación. Y si siempre es delicada la articulación de términos de Lacan con los
de Freud, dado que Lacan interpreta a Freud, en estos temas de psicosis lo es aún más. Resulta muy
difícil resolver cómo tomar en Lacan la función freudiana de la restitución. Tal vez lo más cercano
que podemos encontrar es lo que él determina como una función de estabilización que, sin
embargo, en Lacan no se confunde de ninguna manera con el conjunto del delirio. Lacan sitúa esta
función en la metáfora delirante, aunque está claro que no podemos ubicar todo el delirio en ese
lugar estabilizador. Además, como señaló Graciela Brodsky, no es posible tomar la restitución
como restitución de la realidad, sino como función de estabilización del goce ¡eruptivo de la
psicosis.
Respecto de la intervención de Leonardo Gorostiza, quiero destacar el uso del término
semiología lacaniana, ya que efectivamente Lacan generó una semiología distinta de la de la
clínica psiquiátrica, aunque en el punto de lo sensorial considero que hay en él una depreciación de
este aspecto, por ejemplo, respecto de considerar valioso si en las alucinaciones verbales el sujeto
escucha mucho, poquito o nada. (Pág. 72)

Jacques-Alain Miller. -Noto una dificultad en el programa del coloquio, en tanto hay una
disimetría que todo el mundo observó entre fenómeno elemental y delirio; es decir que el tema del
fenómeno elemental no pertenecía a la clínica freudiana. Empezamos, pues, por Freud y con él solo
pudimos hablar del delirio, y recién en la segunda parte surgió la problemática propiamente dicha
del fenómeno elemental y el delirio.
En mi opinión, a veces plantea una dificultad seguir la cronología de tomar primero a Freud y
después a Lacan, ya que en este caso, por ejemplo, vemos en el trabajo teórico una suerte de
retroacción. De modo general, creo que en la Sección Clínica es posible partir de Lacan para volver
a Freud y que, aun cuando algunos elijan conocer bien a Freud antes de abordar a Lacan, no es
necesario hacer de ello el modelo a seguir. Pienso que en varios trabajos podemos partir de Lacan,
de su lectura de Freud, y eventualmente verificarlo o criticarlo a partir de este último. Así, por
ejemplo, en esta ocasión, para reflexionar sobre el fenómeno elemental en Freud, hubiera sido
interesante tomar un concepto de Lacan y ponerlo a trabajar en él. Recuerdo que en una de las
discusiones con mi amigo Serge Cottet sobre problemas de tesis le aconsejé tomar un concepto de
Lacan, el de deseo del analista, sin correlato evidente en Freud, y después reorganizar el texto de
Freud a partir de dicho concepto... En este caso, por ejemplo, se puede ver que hay claramente
fenómenos elementales en Schreber, que de cierta manera son ubicabas en el trabajo... En fin, se
trata de una observación algo general sobre lo retorcida que es nuestra tarea entre Freud y Lacan.
Leí en el diario Página/12 una entrevista al epistemólogo Mario Bunge, quien creo que viaja
regularmente a la Argentina y a otros países para hacer críticas. Su posición de escandalizarse por
aquello que ocupa a la gente y que a su gusto no es científico me parece hasta simpática. Bunge
señalaba en esa entrevista que hay muchas disciplinas en las universidades que son arriesgadas por
su modo de practicar el comentario de texto, pues olvidan estudiar de manera científica las cosas;
es decir que criticaba la escolástica de varias disciplinas, de varias ciencias humanas o sociales. Y
es verdad que nosotros tenemos otra posición, que pensamos que algo real se pone en juego en los
textos, la escritura, el discurso; no consideramos que sea meramente ficción. En las cuestiones
clínicas hay algunos puntos sobre los que no podemos interrogar a Freud directamente, pero sí a los
pacientes psicóticos, y cuando estamos frente a un fenómeno elemental como en el caso Aimée,
nos topamos allí con algo muy preciso. Y debo subrayar que este interés por los fenómenos
elementales lo aprendí en la práctica de Lacan.

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Una palabra sobre el enigma, ya que considero que no es tan complicado de entender. Hay algo
enigmático y, en un primer tiempo, no se sabe lo que significa. ¿Qué provoca un enigma? Debe
haber algo que en un primer momento no se entiende, aparece una falta de significación
determinada. El segundo momento consiste en probar si finalmente, como no puedo determinar qué
significa, quizá no signifique nada. Aparece entonces esta suposición, lo que distingue este
momento del anterior. La conclusión es que eso significa algo pero no se sabe qué.
De modo que en el primer tiempo tenemos perplejidad, falta de significación y, en el segundo,
certidumbre y presencia de la significación como tal. Hay significación sin que se la pueda
determinar, es la presencia de una significación indeterminada. Un ejemplo: al ver un obelisco en
Egipto, alguien no puede descifrarlo, es un enigma y queda perplejo. Después puede preguntarse si
es una escritura, si se trata de una fractura de la piedra que ocurrió por azar, y entonces es posible
que tenga la certidumbre de que hay una significación de significación, es decir, que eso significa
algo aunque no se sepa qué es. Hay así un camino que va desde la perplejidad a la certidumbre.

Miguel Furman. -Me parece que habría que agregar también que esa significación que el sujeto
ve en el ejemplo del obelisco le es alusiva, significa algo para el sujeto.

Jacques-Alain Miller. -No es un ejemplo de psicosis... (Pág. 73)

Miguel Furman. -No, por supuesto, pero en un ejemplo de psicosis la perplejidad misma
adquiere una significación personal y da lugar al surgimiento del fenómeno de certeza porque se
dirige al sujeto.

Jacques-Alain Miller. -Efectivamente, está ese elemento suplementario que es pensar que
aquello que el sujeto descubre en Egipto se escribió a propósito de él. No es tan distinto de las
conversaciones que tiene Aimée en las que dice «ellos hablan de mí»; es como pensar que el
obelisco tiene un texto que finalmente habla de él y el fenómeno es eso que hay en la frase. La
significación personal es efectivamente eso habla de mí, es el eso inicial. En este sentido, Lacan
señala que hay una suerte de paranoia primitiva en todo sujeto en tanto que el significante lo
precede. El sujeto está fundamentalmente ante un fenómeno elemental, y en esta línea todos somos
locos.
Lacan desarrollará en ocasiones esa idea de locura generalizada, ya que, al depender del
significante, todo ser humano pasa por la perplejidad, luego por la certidumbre y después delira. Y
él prosigue esta tesis hasta sostener que todo el mundo delira, hasta la noción de delirio universal,
tema que desarrollé en Buenos Aires hace algunos años cuando me referí a la clínica irónica:
fenómeno elemental y delirio universal.

Luis Darío Salamone. -Quería retomar algo con relación a lo que decía Pablo Russo del
fenómeno elemental y el delirio, en la línea de lo que también comentaba Jacques-Alain Miller. Se
trata de una referencia de Lacan que me sorprendió encontrar en El seminario 4, donde habla del
delirio en Juanito, que no es un psicótico. Sin embargo, algo en la construcción de la elaboración
mítica sigue esa lógica de la estructura combinatoria significante que nos permite compararlo con
un delirio, porque la edificación ideica tiene su motivación propia, su propio plan, su instancia
originada por el problema de que el pene real le subsista a Juanito. Está allí presente toda la
elaboración mítica permutativa del significante, es el trabajo que intenta realizar y que no puede
confundirse con ningún juego o deducción intelectual, el cual volvería a restaurar la idea de un
sujeto unificante que razona psicológicamente; más bien sucede que la 1ógiea de las permutaciones
de la estructura va tratando de resolver ese problema.
29
Roberto Mazzuca. -De acuerdo con la propuesta de María Laura Marandino de distinguir enigma
de perplejidad, pienso que hay dos maneras de ubicar esta semiología de la perplejidad en Lacan:
una, como lo hizo Jacques-Alain Miller, articulada con el enigma a nivel del significado, porque el
enigma apunta siempre a un registro del significado; pero creo que hay también en Lacan una
perplejidad que no se relaciona con este registro y que él refiere a ese momento especial de la
psicosis en el que el sujeto se enfrenta con el agujero, cuando no se trata del significado sino de la
falta de un significante allí donde es llamado y no está. Esto se traduce en la fenomenología, este
concepto de falta de un significante se reconoce en la experiencia por una perplejidad especial y
diferente de la ligada al enigma. Esta otra perplejidad que puede dejar a un sujeto tirado en la cama
se distingue de la referida al registro del significado.

Jacques-Alain Miller. -La segunda perplejidad y la primera serían la misma, solo que faltaría el
obelisco. Es el ejemplo que toma Lacan en El seminario 3. pasa un auto rojo... En este caso el
obelisco estaría, pero usted alude a que el sujeto mismo no puede decir dónde está el significante
que lo deja perplejo. (Pág. 75)

Roberto Mazzuca. -Es claro, falta el obelisco. El segundo punto, esta cuestión de plantear el
fenómeno elemental en Freud nos conduce, a mi entender, a la primera mesa. Y Graciela Brodsky
dejó planteada una pregunta que no retomamos acerca de si podemos reconocer el fenómeno
elemental en la fase de desasimiento libidinal. Además de ser una pregunta bien construida, me
parece que es posible en principio contestar afirmativamente, y creo que hay en la enseñanza de
Lacan indicadores en este sentido. Señalemos sobre todo los fenómenos de franja, que distingue en
El seminario 3 y que surgen en el momento del dejar plantado de Schreber, al retirarse el discurso
interior. Entonces aparece este fenómeno tipo alarido que indica el desprendimiento, pero puede
cumplir al mismo tiempo la función de reconducir a este discurso del cual se separa.

Juan Carlos Indanrt. -A modo de resumen diría que hay un detalle en el texto comentado de
Lacan: en el preciso momento en que articula la noción de fenómeno elemental con la de delirio,
según la frase tan clásica y debatida, señala que elemental podría ser sustituido por estructural. Y
aunque fenómeno estructural es una suerte de contradicción, me parece que el modo en que Miller
nos recordó por qué el hecho clínico del fenómeno elemental es un hecho precioso justifica el
método de su indagación: se trata de un hecho clínico muy cercano a la verificación posible de algo
que nos permita entender la estructura psicótica. Desde ahí y desde esa noción de estructura creo
que se podría pensar la articulación.
Respecto del delirio y sus diferencias, insistiría en un punto: en relación con el texto de Freud, y
si admitimos una traducción de libido no en su tesis de retroacción, no en el plano imaginario
(recuerden que Lacan señala la comodidad de esta tesis, pues en el plano imaginario se observan las
investiduras y desinvestiduras), sino como una alusión a la cuestión del goce, insistiría -repito- en
que a veces se sustancializa mucho el goce, cuyo problema es que es invisible. No tenemos en tanto
tal más que un mito como el de la laminilla, la transformación que postula Lacan de la libido en un
mito referido al goce.
Entonces, me parece que quedaría en pie buscar en los textos de Freud la referencia al goce para
localizar eso de algún modo en una noción de estructura, donde la idea de fenómeno elemental
como hecho clínico precioso nos permitiría construir mejor la noción de estructura psicótica.
Habría que revisar los antecedentes en Freud de sus descripciones leyéndolas como los estatutos de
localización o no de la estructura del goce. Propongo esta solución positiva -o tal vez algo
ecléctica- para redondear el debate. (Pág. 76)
30
Jacques-Alain Miller. -Cuando Juan Carlos Indart recordó lo que yo había señalado sobre el
hecho clínico de los fenómenos elementales, se me ocurrió que también deberíamos indicar que
quizá Kraepelin haya sido el psiquiatra más grande de la historia y que Lacan consideró que el
sentido clínico de este alemán era el colmo del sentido clínico. Kraepelin negaba los fenómenos
elementales; nosotros acordamos en considerar que estos existen, los vemos, los buscamos, los
encontramos. Pero cuando surgió esta doctrina (que a veces denominamos clásica, a pesar de ver
de cerca cómo difieren en psiquiatría los argumentos que algunos ven y otros no), cuando tomó
consistencia la teoría de los fenómenos elementales, Kraepelin trató de descalificarlos, de indicar
que estos solo representaban un grado en el desarrollo y no marcaban una ruptura franca, cosa que
Lacan señala en su tesis. Por consiguiente, todos nosotros vemos los fenómenos elementales, pero
si Kraepelin estuviera aquí, no puntualizaría las cosas del mismo modo, puesto que intentó
demostrar que lo que el paciente presenta como una irrupción, una ruptura, un cambio, en realidad
ya estaba presente antes bajo otra forma.

CONFERENCIA
La invención del delirio 66 (Pág. 81)
Jacques-Alain Miller

El binomio fenómeno elemental-delirio responde al intento de diferenciar elementos que a su vez


forman parte del discurso común; son elementos comunes a todo ser hablante. Esta es una forma de
generalizar el concepto de delirio. Dado que el yo de cada uno es delirante, un delirio puede ser
considerado una acentuación de lo que cada cual lleva en sí, y que es posible escribir como:
deliryo.
La psiquiatría diferencia entre delirios ricos o pobres así como también entre delirio y
alucinación, señalando que el delirio es un discurso. Y en esta perspectiva tiene sentido la palabra
elemental
La enseñanza de Lacan nos permite formular que el delirio es un discurso articulado. Se trata de
una combinación de elementos donde el intento de ubicar fenómenos elementales toma un valor, un
sentido: destacar en el conjunto del discurso delirante los elementos mínimos, los elementos
primeros a partir de los cuales se construyó, se desarrolló y se elaboró el resto.
Así planteado, parece muy general, pero permite justificar un primer sentido de la palabra
elemental.
Podemos pensar por ejemplo que una argumentación formalizada resulta útil en lógica
matemática y, aunque esta no es común en nuestra práctica, poseemos cierta idea de ella. No solo
es posible deducir muchas cosas de tal sistema -por ejemplo, varios teoremas-, sino que además en
la presentación formalizada se destacan axiomas, fórmulas primeras que tomamos como base para
la demostración, para el discurso demostrativo. De algún modo, los fenómenos elementales serían
como esos axiomas de partida, que no se pueden poner en duda.
Este puede ser un primer abordaje, que sin duda es posible criticar. La inspiración lógica condujo
por ejemplo a De Clérambault a encarar cierto tipo de delirios y destacar los pasionales, dentro de
los cuales subrayó la erotomanía propiamente dicha, que ubica postulados (como él me quiere, no
me rechaza, no dice que no, u otros) que no cambian la premisa inicial. Se trata, pues, de la
búsqueda de elementos iniciales que funcionan de manera absoluta como principios de todo
desarrollo del discurso. Pero ¿cómo retomar este tema?

66
Título deducido del desarrollo de la conferencia y propuesto por Leonardo Gorostiza. Esta conferencia ha sido establecida a partir de la desgrabación y
reconstrucción realizada por Oscar Sawicke. (N. de la E.)

31
Kraepelin, por ejemplo, pensaba que no se podían ubicar fenómenos elementales en la psicosis;
postulaba la paranoia en continuidad con el desarrollo de una personalidad. Esta perspectiva se
opone a aquella según la cual hay fenómenos elementales, esto es, algo que señala en la vida del
sujeto el surgimiento de una discontinuidad e indica entonces que no se trata de un desarrollo
continuo. En efecto, se presenta una oposición entre continuidad y discontinuidad.
Y debemos agregar que los que ubicaron fenómenos elementales eran organicistas, ya que
sostenían que en el terreno del nacimiento de dichos fenómenos había algo orgánico que
determinaba la intrusión de un elemento en lo psíquico, del que no se puede dar cuenta por medio
de nada anterior. De este modo, se situaba una causalidad no propiamente psíquica de la psicosis.
Como nada puede dar cuenta de lo que surge o se espera, se impone la evidencia de una causalidad
orgánica: no se trata de alguien de quien pueda sospecharse que se volverá paranoico, sino que hay
una discontinuidad y algo totalmente nuevo que se introduce en lo psíquico. En esta concepción,
ante ese hecho en bruto, bizarro, que surge en él, el sujeto reacciona intentando dar cuenta de ello,
con explicaciones y construcciones delirantes. (Pág. 82)
En el seno de esta concepción organicista se establece una distinción entre el fenómeno
elemental como primario y el delirio como secundario, y entre la causalidad propia del fenómeno
elemental y la que corresponde al delirio. La causalidad del fenómeno elemental, como un
sentimiento de extrañeza, de inquietud que invade al sujeto, no tiene antecedentes en su
personalidad, su conciencia, su carácter. Debemos, pues, remitirnos a una causalidad orgánica. El
delirio, en cambio, tiene una causalidad psíquica porque es un esfuerzo intelectual para dar cuenta
de esa intrusión curiosa, extraña e inquietante.
Se abren así dos vías: una donde no hay fenómenos elementales y aparece el desarrollo de una
personalidad que acentúa sus rasgos en situaciones vitales cruciales o en momentos traumáticos, y
otra donde sí hay fenómenos elementales, es decir, la intrusión de un elemento heterogéneo de
fuente orgánica que obliga al sujeto a un gran esfuerzo de elaboración delirante para dar cuenta de
ella.
Lo curioso de Lacan es que en su tesis sostiene la posición de que hay fenómenos elementales,
pero a la vez los integra en una teoría de la personalidad. Esta es la paradoja de su tesis, la cual se
observa muy bien en los capítulos tercero y cuarto de la primera parte. En el tercer capítulo se
concibe la paranoia como desarrollo de la personalidad, mientras que en el cuarto aparece
determinada por un proceso orgánico, y se oponen las dos vías. Pero precisamente en este capítulo
se presenta la teoría de los fenómenos elementales y se toma un ejemplo de una causalidad que no
es de la personalidad.
En su elaboración del caso Aimée, Lacan se opone al organicismo. Allí la palabra esencial es la
personalidad, que encontramos en el título de su tesis («De la psicosis paranoica en sus relaciones
con la personalidad»), donde defiende una concepción personalista de la paranoia e integra en esta
concepción los fenómenos elementales pertenecientes a una idea organicista. En efecto, se puede
decir mucho al respecto, pues se trata de una concepción armónica pero que a la vez no encaja bien,
lo que la vuelve justamente más interesante. Es una cuestión árida. Sin embargo, es la tesis de
Lacan (cuya lectura se ve Facilitada por el trabajo de Silvia Tendlarz Aimée con Lacan), y debemos
tener en cuenta que es la base de nuestra discusión cuando aludo a ese tema. (Pág. 83)
¿A qué responde esta curiosa posición de Lacan? Quizá nos encontramos en el terreno de la
personalidad de Lacan, pues pone claramente en juego su relación con De Clérambault, su maestro.
Se trata entonces de algo muy delicado, ya que nos dio elementos para entender este tema. Pero lo
dejaremos de lado por un momento para retomar el debate y las presentaciones escuchadas hoy.
Ciertamente, nos concentramos mucho en cómo entender el tema del delirio y el del fenómeno
elemental. En esa dirección se trabajó la metáfora de la planta, ubicada en El seminario 3 de Lacan
y comentada por Claudio Godoy, con la indicación de que también se encontraba en la tesis. Se
32
sitúa allí donde Lacan señala que antes tomaba la referencia al anélido y luego prefiere la metáfora
de la planta.
En el trabajo anterior sobre la estructura de la paranoia, escrito dos años antes, Lacan tomaba el
término anélido -que es el que suprime- de De Clérambault. Y como subrayó Juan Carlos Indart,
Lacan continuó con la metáfora de la planta después de 1958 en su escrito «La dirección de la
cura...». En efecto, el ejemplo de la planta está presente en la tesis, también en El seminario 3 y en
1958, y se encuentra no solo a propósito de la psicosis sino también de la neurosis, y quizá sea algo
que debamos aprovechar.
La frase de Lacan de El seminario 3 que plantea que el delirio es un fenómeno elemental -si
aceptamos reducir la cita-, resulta tanto más necesaria cuanto que en el primer sentido, de acuerdo
con la concepción organicista, el fenómeno elemental es totalmente distinto y heterogéneo respecto
del delirio. Por el solo hecho de trasladarlo a una teoría continuista y de desarrollo de la
personalidad se restablece una continuidad entre el fenómeno elemental y el delirio. Pero, a mi
entender, Juan Carlos Indart indicó la manera de traducir esa frase, ya que inmediatamente después
de hablar del delirio como fenómeno elemental Lacan agrega: en tanto que elemento significa
estructura.
Podríamos traducir esta frase de la siguiente manera y someterla a discusión: podríamos entender
el delirio es un fenómeno elemental como el delirio tiene la misma estructura que el fenómeno
elemental. En este sentido, es interesante el término elemento generador, que utilizó Roberto
Cueva. Y es algo que se entiende, por ejemplo, con el modelo del gnomon griego.

(Ver cuadro de pág. 84)

Hacemos una figura, tomamos la diagonal y podemos construir toda una serie de figuras que
responden a las mismas proporciones. De modo que a partir de la célula inicial encontramos de
manera más y más extensa la misma estructura.
Cuando Lacan alude a esa famosa planta en «La dirección de la cura...» (dentro del texto en el
que analizará el sueño de la bella carnicera), señala que nada de eso es microscópico y que no se
necesita un instrumento especial para reconocer que la hoja tiene los rasgos de estructura de la
planta con la que está relacionada. En otras palabras, considera que ese sueño de una histérica es
capaz de indicarnos toda la planta de la histeria. Claramente relaciona esa formación del
inconsciente que es el sueño con la neurosis, y afirma que el conjunto de la neurosis está presente
en una formación del inconsciente minúscula como un sueño.
Que los pacientes a veces cuenten tres o cuatro sueños en una sesión nos haría creer que un
sueño es poca cosa en todo el trayecto de un análisis, pero la tesis de Lacan es que a partir de la
hoja podemos conocer la planta o el árbol, así como a partir del hueso de una pata es posible
reconstruir un dinosaurio.
En la vía de lo que elaboramos, mi propuesta es simple: en cierto sentido el fenómeno elemental
es a la psicosis lo que la formación del inconsciente es a la neurosis; aunque en escala reducida, nos
muestra la estructura de toda la enfermedad. No solo es un poco simple sino quizás algo excesivo,
pero sugiere que debemos trabajar comparando formación del inconsciente con fenómeno
elemental. Y esta comparación es válida debido al concepto de estructura, para la cual es lo mismo
tomar un texto enorme o solo una página, pues en tanto tal está presente de todas maneras. Piensen
cuando se tienen dificultades visuales, en la diplopía, por ejemplo: al cerrar los ojos o al mirar una
página o una sala la diplopía no desaparece. El objeto que se ve puede cambiar, pero el hecho de
estructura está, con una torsión específica. (Pág. 85)
Tomemos como ejemplo el trabajo del pase, donde en un tiempo muy corto (una hora, media
hora) alguien relata el análisis de otra persona ¡que duró diez años! ¿Cómo es posible este trabajo
33
y, además, cómo evaluarlo? Simplemente, porque creemos en la estructura, es decir, en que se
puede hacer una buena extracción y lograr apropiarse de la estructura en un fragmento. Es lo que
intentó mostrar Roberto Cueva tomando como ejemplo un fenómeno elemental del caso Aimée e
indicando que se repite en el transcurso de la elaboración del delirio. Él percibió esta cuestión.
Se nos presenta entonces un cortocircuito: ¿cuál es la estructura de las formaciones del
inconsciente?
La respuesta de Lacan nos permite afirmar que su base es la alienación significante (el
significante representa al sujeto para otro significante), y a veces, cuando un significante llama a
otro, al sujeto le surge como un lapsus y se sorprende por lo que él mismo produjo.
Avancemos a partir de esta estructura de la formación del inconsciente e intentemos elaborar la
estructura del fenómeno elemental en oposición a ella.

formación del inconsciente - neurosis


fenómenos elementales - psicosis

El fenómeno elemental representa algo pero no se sabe muy bien qué. Digamos que representa
no se sabe qué para alguien, para el sujeto. Como recordarán, se trata de la definición del signo de
Peirce, en la que se inspiró Lacan: el signo representa algo para alguien.
Retomando lo anterior, Lacan sostiene que en las formaciones del inconsciente el significante se
vincula con el significante y el sujeto surge como efecto de esa vinculación. Ahora bien, el sujeto
no está al tanto de este procedimiento; los significantes se vinculan entre sí y el sujeto queda un
poco relegado, como vemos en el lapsus.
En el fenómeno elemental es interesante el para alguien, porque es la significación personal que
se dirige a él. Y quizá podamos afirmar en una primera aproximación que en el fenómeno
elemental el signo elemental representa una x para el sujeto. Esta formulación nos presenta un
problema para resolver: ¿cómo formalizar el fenómeno elemental a partir de la fórmula de Lacan de
las formaciones del inconsciente? (Pág. 86)
Seguiremos con estas cuestiones un poco más. Por ahora tratamos de indicar el camino en el que
es posible seguir trabajando, ya que no damos el trabajo por terminado. Así como Lacan se inspira
en algunos ejemplos para construir sus fórmulas, inspirémonos en la fórmula de Lacan para hacer
nosotros mismos un trabajo.
Y así nos encontramos con un concepto muy útil para introducir en el debate. Hablamos de
fenómeno elemental y dudamos en su momento de dónde venía, porque Lacan indica que proviene
de De Clérambault cuando en realidad no lo encontramos en él. Hay fórmulas aproximadas en los
textos de Jaspers, que Lacan critica. Pero además hay un concepto clínico exclusivo de Lacan
respecto de la psicosis que es el de momento fecundo.
¿Qué es el momento fecundo? Con esta idea Lacan indica los empujes al delirio. En cierto
momento el sujeto aparece como embarazado, cuando dará a luz un nuevo episodio del delirio. Hay
entonces un momento de calma y otro de empuje, y precisamente esta concepción de los momentos
fecundos puede situarse como repetición de los fenómenos elementales. El sujeto está inquieto,
siente que algo le sobrevendrá, luego hay una precipitación, una cristalización y finaliza. El
momento fecundo es, pues, esa reiteración gnómica de la estructura del fenómeno elemental que a
la vez da la idea de una continuidad. El concepto de estructura reformaliza y redistribuye el campo
donde se oponían los conceptos de personalidad y organismo. En este caso el elemento es la
estructura y se repite, como en el gnomon, en distintos niveles.
Al principio Lacan trabajó esta idea de que el elemento es la estructura. El fenómeno elemental
aparecía como tal por su simplicidad, su carácter inmediato, bruto (que Godoy cita respecto del
texto sobre la estructura de la psicosis paranoica, cuando a propósito de la interpretación delirante
34
Lacan señaló que está hecha de datos primarios, casi intuitivos, sin organización razonante). El
carácter no organizado del fenómeno, en el delirio de interpretación, aparece como específico del
fenómeno elemental, y aquí se establece la comparación con De Clérambault, con la metáfora de
los anélidos, pequeños anillos iguales, sin vertebración, sin organización. (Pág. 87)
Descubrir que los fenómenos elementales son estructura, es decir, que incluyen una
combinación, impide oponerles el delirio, con el argumento de que este último es una articulación
mientras que el fenómeno elemental no está articulado. Se trata de un elemento simple, aislado y
distinto de un anillo. He aquí el descubrimiento de Lacan: el fenómeno elemental está estructurado
y su estructura es la de lenguaje, tal como la del delirio. Hay, pues, entre ambos una comunidad de
estructura. En general, se puede decir que el delirio es un fenómeno elemental y que el fenómeno
elemental es un delirio, ya que ambos están estructurados como un lenguaje. Vayamos, sin
embargo, más allá de este punto.
Consideremos ahora un nivel donde se oponen alucinación e interpretación. En ese sentido, la
intervención de Roberto Mazzuca incluye una valiosa referencia a Lacan. Si releen la «Respuesta al
comentario de Jean Hyppolite...», verán que diferencia radicalmente la alucinación del fenómeno
interpretativo, pero poco tiempo después, tal como señala Mazzuca, Lacan parece olvidarlo y
mezcla ambas nociones. En cierto nivel, entonces, entendemos que hay una oposición entre
interpretación y alucinación, la cual concierne a un fenómeno perceptivo. Afirmamos estar ante una
verdadera alucinación psicótica cuando lo que aparece tiene el carácter de certeza, y podemos decir
que el sujeto es pasivo, en tanto padece la alucinación como independiente de él. El esquema de la
vivencia de la interpretación es totalmente distinto: allí el sujeto es activo, no padece sino que actúa
y pasa por momentos de duda. La interpretación es del sujeto.
De modo que estos dos fenómenos tienen muchos rasgos distintos, pero a la vez, según descubre
Lacan, pese a esas diferencias fenomenológicas evidentes, las alucinaciones tienen estructura de
lenguaje. Todo el escrito «De una cuestión preliminar...» sirve para indicar que, si estudiamos las
alucinaciones verbales, veremos que responden a una estructura de lenguaje, que encuentran una
diferencia entre significante y significado y entre mensaje y código. Por supuesto, la interpretación
también se funda en un fenómeno de lenguaje.
A pesar de todas las diferencias fenomenológicas existentes entre alucinación e interpretación,
esta perspectiva de la estructura permite tratarlas de manera conjunta. Como señala Mazzuca,
Lacan puede sostener que algo vale tanto para la alucinación como para la interpretación, que estas
son completamente distintas en cierto nivel y que, en otro, la diferencia no importa pues responden
a la misma estructura. (Pág. 88)
Para ampliar nuestras referencias con relación al tema podemos tomar el texto «Respuesta al
comentario de Jean Hyppolite...», donde Lacan sostiene que la alucinación y la interpretación son
distintas. Lo prueba con el ejemplo freudiano del Hombre de los Lobos, respecto de la alucinación
del dedo cortado, e introduce inmediatamente el famoso caso del Hombre de los Sesos Frescos, es
decir, un ejemplo de acting out. Pero ¿en qué términos habla de este fenómeno de acting out? Lo
refiere a la interpretación. Muestra que el acting out está estructurado como una alucinación, que en
el caso del Hombre de los Lobos la falta de un significante en la estructura del sujeto hace que lo
forcluído vuelva en lo real. No obstante, en el acting out Lacan muestra, si uno lo sabe leer, que
falta un significante en la interpretación del analista, y surge en la conducta del sujeto un acto que
él no puede entender; y casi podemos suponer que hay una forclusión. Lacan lo formula allí como
el rechazo de una relación oral no simbolizada que vuelve como si fuera una alucinación.
Lacan trabaja asimismo este tema de enorme importancia en su seminario: el acting out equivale
a un fenómeno alucinatorio de tipo delirante. Lo dice claramente y explica que se produce cuando
los analistas abordan algo en el orden de la realidad y no en lo interno del registro simbólico; es
decir que encuentra la misma causalidad en ambos fenómenos. En el mismo texto se pueden oponer
35
a la vez alucinación e interpretación, tomar un ejemplo de alucinación y un ejemplo de acting out
en su vinculación con la interpretación analítica, y finalmente construir la misma estructura para
ambos. De este modo se justifica distinguir niveles. En uno, alucinación e interpretación se oponen,
y en otro nivel tienen la misma estructura. No se trata de una contradicción, sino de distinguir
niveles.
Retomemos ahora la historia de la relación de Lacan con su maestro De Clérambault, ya que es
todo un tema. En los Escritos, Lacan anticipa tempranamente a De Clérambault como «mi único
maestro en psiquiatría». Como yo no conocía a De Clérambault, en 1966, cuando salieron los
Escritos, empecé a leerlo. Luego de algunos años, en una presentación que hice de un texto de
Lacan que hablaba de De Clérambault, me di cuenta de que Lacan había introducido de esta manera
su lectura en Francia, lo que provocó un movimiento de paulatino interés por la personalidad y la
obra de dicho psiquiatra. (Pág. 89)
En un seminario que dicté en 1988 traté de convencer a los asistentes de que la tesis de Lacan era
jaspersiana. Sin embargo, es muy curioso que en sus antecedentes de los Escritos no diga una sola
palabra sobre Jaspers.
Lacan hace su tesis en 1932 después de haber sido interno de De Clérambault. Es decir que
realiza una tesis jaspersiana pero en los Escritos solo habla de De Clérambault. Por otra parte, en la
primera lección de El seminario 3 habla de Freud, rinde un homenaje a De Clérambault y luego
critica radicalmente a Jaspers. Lacan ya había elogiado a De Clérambault en su texto sobre la
causalidad psíquica en los siguientes términos: «pretendo que mi tesis responda al método de De
Clérambault».
¿Qué conclusiones podemos extraer de todo esto? En un momento Lacan se ubica como un
discípulo orientado por De Clérambault... La referencia está en un artículo publicado en Ornicar?,
en la nota 6, cuando se refiere al uso de la imagen del anélido -que dos años después sustituirá por
la metáfora de la planta- y subraya que toma esta imagen que resume el fenómeno elemental de la
enseñanza oral de De Clérambault, a quien se le deben muchas cosas en relación con el método y al
que, para no correr el riesgo de ser plagiario, es necesario rendirle homenaje por cada uno de
nuestros términos, es decir, por todo... Todo lo que digo debería ser un homenaje a De Clérambault.
Pero la tesis que escribirá dos años después está hecha contra él y, aunque no lo evidencia
explícitamente, es jaspersiana, a partir de la relación con la comprensión. Se trata de una tesis
antiorganicista, cuando, como recordarán, De Clérambault pensaba en una causalidad
fundamentalmente orgánica. De algún modo, en la tesis Jaspers mata a De Clérambault, quien sin
embargo vuelve y mata a Jaspers. En este movimiento, De Clérambault aparece primero
metaforizado por Jaspers, y finalmente se retorna a él en términos de «mi único maestro».

Jaspers De Clérambault
De Clérambault Jaspers
De Clérambault (Pág. 90)

En esa nota hay una continuidad: elogia el método de De Clérambault (lo recomienda y afirma
además que siempre fue el método de dicho psiquiatra) y, al mismo tiempo, se aparta de las tesis
organicistas. Y hay que pensar que, como organicista, De Clérambault también buscaba los
fenómenos elementales.
Seguramente en 1931 hubo un encontronazo entre ambos. Es lo que suponemos por el homenaje
que le rinde Lacan, pues sin duda De Clérambault debía de ser muy susceptible al robo de sus
términos, lo que nos complica las cosas a nivel histórico, pero explica que la expresión fenómeno
elemental encontrada en Jaspers se atribuya finalmente a De Clérambault.

36
Luego de este periplo por nuestros antecedentes podemos volver al tema de la estructura del
fenómeno elemental. Y en este punto encontramos discusiones sobre lo que Lacan expone en ese
famoso párrafo de «De una cuestión preliminar...» al referirse a la significación de significación,
donde ofrece una nueva traducción del fenómeno elemental. Sobre esta cuestión, el título del
seminario que dicté («La experiencia enigmática en la psicosis») seguía siendo un enigma también
para los docentes y lo justifiqué comentando la frase de Lacan sobre la significación de
significación y el vacío enigmático. Extraje ese adjetivo de dicha frase y lo expliqué. Es algo que
luego se encuentra bien tratado en el artículo de Colette Soler.
Ahora nos interesa retomar el comentario de Lacan de un modo diferente del de mi seminario.
Lacan no habla ni de fenómeno elemental ni de fenómenos elementales en el texto «De una
cuestión preliminar...», sino que se refiere a la necesidad de reformular fenómenos intuitivos. En
mi opinión, dice fenómenos intuitivos porque quiere ocuparse de la significación en los fenómenos
elementales y dejar abierto que en algunos de ellos esta no se presenta. Es posible extender la
significación, el dominio de los fenómenos elementales a fenómenos perceptivos,
seudoalucinaciones, donde la cuestión de la significación no es tan evidente ni tan pura.
Sin embargo, Lacan se refiere allí a esos fenómenos intuitivos que son los fenómenos
elementales evidentemente conectados con cuestiones de significación, donde la cosa aparece pura.
En el seminario tomé el ejemplo del auto rojo, en el que el sujeto se asegura: «Eso me dice algo,
eso está dirigido a mí», o cualquier otra cosa, como podría ser «El obelisco me habla». De esta
forma, permanece en una perplejidad misteriosa: fenómeno intuitivo al que sumamos la intuición
delirante que implica. En los fenómenos no hay solamente un vacío; en un momento dado, aparece
la iluminación: la señora Z, que lo persigue, o el escritor P. B., tienen que ver con una significación
que invade. Finalmente, creo que alude a ese sector de los fenómenos elementales, pero que vale
por los demás y los pone en evidencia.
¿De qué se trata entonces? Digamos que se trata de un momento curioso, una producción de
significación, una producción -ya sea inacabada o difícil- muy especial. M propuesta para hoy es
pensar ese momento a partir de la metáfora y la metonimia. Pero ¿por qué? Y es que son los dos
grandes mecanismos de la producción del sentido. Partiendo de esto, intentamos ubicar el
fenómeno elemental, el fenómeno intuitivo. Sabemos que en la metáfora hay sustitución y que,
según explica Lacan, se produce un efecto positivo de sentido, con la emergencia de un sentido
nuevo. Mientras que en la metonimia, como conexión de un significante con otro, el sentido no
puede emerger; se instala una falta en ser en la relación de objeto y el sentido se desliza siempre en
la cadena significante.

metáfora S’ (+) s
S
metonímia S.......... S’ (-) s

¿Qué decir de estos fenómenos de significación de significación descriptos por Lacan? De algún
modo podría decirse que en el momento de perplejidad el sentido no aparece satisfactoriamente. Es
un momento de espera de sentido, enigmático, que no colma de satisfacción. Recordemos que
Wittgenstein sostenía que el criterio de la comprensión es la satisfacción. En lo enigmático,
entonces, no hay satisfacción, sino más bien un menos de s minúscula (-s). Sin embargo, tampoco
se trata de metonimia, en tanto que no se desliza; por el contrario, se fija, se inmoviliza. Muchas
veces surge un solo significante que fija al sujeto en ese momento y puede rodearlo sin que
aparezca el sentido completo. (Pág. 92)

37
De manera que el fenómeno elemental se asemeja a una metonimia inmóvil, si podemos
permitimos este oxímoron, o se presenta como una metáfora impotente. La metáfora ubica un
significante que permite la emergencia del sentido: es la unicidad del significante, pero impotente
para hacer surgir sentido.
El fenómeno elemental, como metonimia inmóvil, en lugar de deslizamiento produce un estado
de confusión difuso, y como metáfora impotente, una fijación absoluta.
Pero ¿cómo escribir este curioso sentido? Podríamos escribir que emerge, no el sentido sino el
menos; es decir, utilizamos los conectores de Lacan: s 0 -sentido cero- para la experiencia
enigmática (establecemos una comparación con la metáfora y la metonimia), y se puede agregar un
signo lógico, un signo de interrogación, un operador que significa la interrogación, que la
introduce.

(¿?) s operador de perplejidad

La perplejidad es este operador de perplejidad simple, como pueden ver. Afirmamos entonces
que siempre hay, explícito o implícito, un significante en el fenómeno elemental, o algo que
debería tener este curioso efecto de interrogación sobre el sentido. Sería el modo especial de
vinculación del significante y el sentido en el fenómeno elemental.

S (¿?) s

Inventamos el operador especial, operador de perplejidad, y señalamos que es la situación


normal del ser humano en tanto efecto de significante, por cuanto todo sujeto se enfrenta a tener
que descifrar un significante. Esto es coherente con la teoría de Lacan que indica que la estructura
se revela en la psicosis, y que debemos dar cuenta del velo neurótico. Así, la cuestión de que el
deseo y el discurso son del Otro en los fenómenos de automatismo mental se presenta como tema
abierto. De la misma manera, es lícito afirmar que el fenómeno elemental evidencia nuestra
relación con el significante. (Pág. 93)
Es posible hablar de una paranoia inicial de todo sujeto o entender que, por ejemplo, al comienzo
de un análisis, algo semejante se produce para que pueda empezar la interpretación. Es lo que
Lacan denomina significante de la transferencia, que precipita la emergencia del sujeto supuesto
saber, sostén de la interpretación, cuya relación con este fenómeno elemental me llevó a sostener
que dicho significante es equivalente al inicial de un delirio.
Cuando Lacan estudia la estructura de las formaciones del inconsciente establece este primer
momento señalando que «ello habla de él». El comienzo para todo sujeto es que los demás hablan
de él. Consiguientemente, no hay que fascinarse con el aprendizaje del lenguaje, dado que lo
importante es que los otros y el Otro hablan. Observamos que a veces se habla más del niño antes
de su nacimiento que después de él. Pero veámoslo más de cerca.
El significante Uno (S1), el significante solo, es siempre elemental, es decir, no se sabe lo que
significa. Solamente cuando aparece el significante Dos (S2) puede surgir la significación de S1.
Traducimos de este modo que hay significante para interpretar. Y concluyo, como aproximación,
que lo que llamamos fenómeno elemental nos pone en presencia de un S1 y, por eso, la
significación no se despliega; en cambio el delirio es equivalente a S2. Es decir que se da sentido a
partir del delirio, lo cual corresponde a la descripción sobre lo primario, lo secundario, etcétera.

fenómeno elemental S1 ----------- S2 delirio



s
38
Con estas precisiones observamos un cortocircuito ya que, al poner el delirio en el lugar del S2 -
es decir, del saber-, nos muestra que todo saber es delirio y el delirio es un saber. Escuchando
repetir lo que afirma Lacan sobre lo interesante de la invención de saber, el psicótico se presentaría
como el delirante que no retrocede ante la elaboración de saber (recuerden, por otra parte, que
también se dice que el analista no debe retroceder ante el psicótico), con el elemento de delirio que
hay siempre en esta invención.
En este sentido, somos pocos los que pensamos que Lacan no delira. El señor Bunge, por
ejemplo, piensa que Freud era delirante. Hay asimismo muchas cosas delirantes en Newton, quien
le dedicaba más tiempo a la alquimia que a la matemática y se apasionaba descifrando el libro de
Daniel y el Apocalipsis en la Biblia. El señor Bunge no piensa de este modo, y lo desprecia por
ello. Es cierto que Newton no sabía tantas cosas como él. Y es que era un hombre del siglo XVII,
que se apasionaba descifrando el significante de la Biblia para conocer el futuro. Sin duda siempre
hay algún riesgo en la ciencia, dado que puede ser un delirio. Como sostiene Lacan, el Sputnik, ese
primer objeto lanzado al espacio que verificó muchas cosas, es en este sentido cierto tipo de
fenómeno elemental.
Volviendo entonces a la coherencia entre saber y delirio, preguntémonos qué implica. Hablar de
delirio no es solamente hablar de delirio de interpretación, sino que el delirio es una interpretación.
Esta fórmula que se encuentra en «De la psicosis paranoica...» es la frase más lacaniana de la tesis
porque no todo es lacaniano en ella. Lacan comentó que no quería publicarla y que lo hizo porque
las editoriales se lo pidieron. Indica, en un breve prefacio, que la publicó con reticencia, pues no
consideraba que todo fuera lacaniano. Sin embargo, lo más lacaniano de la tesis es la frase el
delirio es una interpretación, que señala que en el texto mismo del delirio encontramos una verdad
explícita y casi teorizada. El delirio es el doble perfectamente visible de lo planteado en la
investigación teórica, lo cual es coherente con toda la concepción freudiana de la teoría de la libido;
es algo análogo a la teoría de los nervios divinos en Schreber. Destaquemos también que no duda
en enfrentarse a cierta homogeneidad entre la estructura, el delirio y el saber.
Ahora bien, para verificar lo que expongo en relación con la metáfora y la metonimia es
necesario retomar el texto «De una cuestión preliminar...» de Lacan y observar que utiliza metáfora
solamente a propósito de la metáfora paterna. Pero en su seminario opone la palabra y la fórmula
argumentando que en el delirio de Schreber hay palabras llenas de sentido, de una gran densidad, y
hay fórmulas vacías y repetitivas. Creo que ordena muy bien la metáfora y la metonimia. La
palabra que condensa todo el sentido es de estructura metafórica, indica la emergencia del sentido
bajo la forma de una intuición que colma al sujeto; y la fórmula reiterativa y vacía queda más bien
del lado de la metonimia. (Pág. 95)
Introduzcamos, pues, metáfora y metonimia como binomio operativo para considerar el delirio.
A fin de aclarar las cosas en relación con el fenómeno elemental, podemos afirmar que nos
encontramos frente a la falta de S2, como primer momento; y esto produce el fenómeno de sentido
cero, de vaciamiento de la significación.
S1 (S2)
S₀

De aquí que el neurótico -polo normal- lleve en sí el S2 que necesita; es decir que en
determinada circunstancia sabe qué debe decir. Esta es nuestra comprensión precipitada. Y Lacan
nos invita a ser un poco más psicóticos, un poco más perplejos. Nos invita a leer las cosas sin
entenderlas y nos ayuda con su estilo, que produce la perplejidad. Nos enseña a no borrar el
momento de la perplejidad, a no salir corriendo con nuestro S2, nuestro saber, apoyado por nuestro
fantasma, para descifrar y afirmar que no tenemos ninguna dificultad y entendemos lo que pasa.
39
Intentar no entender lo que pasa es una disciplina. ¿Por qué no traducir de esta forma la forclusión
del Nombre del Padre, la forclusión de ese S2 que al neurótico le permite descifrar todo sin
perplejidad? Esto que en el neurótico, el llamado normal, surge tan naturalmente, si me permiten,
para el psicótico implica un gran trabajo pues debe hacer una elaboración de saber no tan natural.
Aunque elogié mucho el delirio, no debemos olvidar que no siempre es algo grandioso,
magnífico, sino que a veces es muy reiterativo. ¿Por qué?

(Ver cuadro pág. 96)

Porque en ese vacío simbólico se absorbe la estructura imaginaria, el a-a'; a partir de la cual se
desarrolla el delirio, por ejemplo, en la paranoia. Es lo que Lacan demuestra en el caso Aimée: la
relación de rivalidad con la hermana repite ese desdoblamiento que empezó con la madre. Aunque
la relación con la madre fue muy buena, el desdoblamiento se repite en todo su delirio, y en eso el
delirio es reiterativo. Cuando se inscribe en esta vertiente (delirios pobres, reiterativos), da lugar a
lo que Lacan describe en sus Escritos como su función de biombo. En este sentido, el acto
realizado por Aimée hace caer el delirio como biombo. Esta perspectiva acentúa su carácter de
decorado. Resulta, pues, necesario e imprescindible establecer una dialéctica entre saber
interpretativo y delirio como decorado, según la expresión que Lacan emplea en El seminario 3
sobre las psicosis. Pero no lo desarrollaremos ahora.
Lacan cambia la perspectiva sobre los fenómenos elementales. No se trata para nosotros de
desconocer el tiempo y la cronología, pero tampoco del comienzo de la psicosis. Ocurre que la
estructura indica que la psicosis ya está. En todo caso la cuestión es saber en qué momento se
desencadena. Por eso, en El seminario 3 Lacan formula que la psicosis no tiene prehistoria. Reduce
totalmente la historia, y esto es justamente la teoría del Nombre del Padre: la estructura está y falta
el significante que el sujeto debería tener a su disposición. La cuestión es saber qué pasó, qué le
pasó a él, a ese sujeto en particular, para que todo se ponga en marcha y se desencadene la psicosis.
En su comentario de Schreber, Lacan sugiere que, cuando algo en la realidad llama a ese
significante que falta y al que debería movilizar, se pone en evidencia que eso falta y empieza la
catástrofe, se deshace lo imaginario. De modo que el yo, capturado en lo simbólico, encarcelado, se
escapa y se modifica su distribución y la de su libido. Esta es la primera aproximación al goce en
Lacan. ¿Por qué? ¿Dónde está el goce en esta historia? Cuando habla en esos términos debe
entenderse que el goce circula entre a-a'.
Al elaborar su primera teoría, para Lacan la libido es imaginaria y circula entre el mundo y el yo,
con la diferencia existente entre libido yoica y libido sexual. Pero no tocaremos este tema.
Podemos destacar entonces que aquí el goce está en primer plano, y con este nivel de circulación
que supone y que contribuye a la elaboración del delirio. (Pág. 97)
Ahora pasemos al tema que tocó Cecilia D'Alvia. Es una cuestión difícil, porque fue efecto de
una lectura muy precisa del texto que apuntó a ver cómo Freud no ubica exactamente en el mismo
lugar el delirio de grandeza. La construcción freudiana se funda en un paralelismo entre psicosis y
neurosis de transferencia, con el objeto de compararlas. Y no sitúa exactamente en el mismo
momento el delirio de grandeza: momento de proceso patológico y curación, estasis libidinal e
intento de encauzarla, curación. No se sabe si el delirio de grandeza es la enfermedad de la que hay
que curarse por otro delirio o si es la curación misma. Aparece así el delirio como curación,
diferente del delirio como biombo.
El delirio de grandeza es en cierto modo el delirio fundamental, en tanto que es el delirio por
excelencia del yo. Todo el mundo tiene un delirio de grandeza, que incluso puede ser descripto
como no soy nada o no puedo nada, ya que una capacidad del sujeto es establecer siempre una

40
comparación con los ideales, que suprime todo lo fecundo o lo agradable. Aunque traducido por
una queja, es el delirio de grandeza, en el sentido del delirio del yo.
Es importante alojar esa doble posición del delirio de grandeza, el cual en cierto nivel es lo que
escapa, lo que se produce cuando el significante, lo simbólico, no puede encarcelar al yo y darle su
lugar; y eso justamente es la enfermedad. Pero como delirio, como elaboración, representa también
un dominio sobre la libido, y Freud lo expresa así. Luego, en este punto es posible reconocer dos
perspectivas. Es verdad que el texto de Freud lo formula rápidamente, pero podemos interpretar
que no dice lo mismo.
Propondría entonces distinguir niveles, como sugerí para la alucinación-interpretación. En un
nivel, el delirio de grandeza se presenta escapándose, sin freno; pero en otro, en tanto delirio,
implica un dominio sobre la libido -término que utiliza Freud y que habría que verificar en el texto
en alemán-. Nos enseña, pues, que un delirio logra cierto dominio sobre la libido o, en nuestro
lenguaje, cierto cifrado de goce.

II
Del síntoma al matema
Seminario-Coloquio de la Sección Clínica de Buenos Aires
1996

La actividad se realizó en Buenos Aires el 25 de julio de 1996 en el marco del IX Encuentro


Internacional del Campo Freudiano. Se desarrolló durante toda una jornada y siguió la modalidad
clásica de la «disciplina del comentarios en la cual participantes y docentes de la Sección Clínica
de Buenos Aires trabajaron sobre textos de Freud y Lacan referidos a los llamados «tipos clínicos»
(la neurosis obsesiva y la histeria). La coordinación y animación del debate estuvo a cargo de
Jacques-Alain Miller.

Apertura (Pág. 101)


Jacques-Alain Miller

Este encuentro había sido preparado como un seminario especial de investigación, de trabajo
interno, pero finalmente se decidió que se realizara ante un auditorio más amplio que el de los
docentes y participantes de la Sección Clínica de Buenos Aires. Sin embargo, al sentamos de este
modo, sin tribuna, no vemos muy bien al público, por lo que en cierto sentido lo ponemos entre
paréntesis... Hace mucho tiempo, hablando de la presentación de enfermos, me referí al hecho de
poner al público entre paréntesis. Y en esta ocasión somos nosotros quienes nos presentamos ante
el público.
Además pedí que se armara esta mesa de modo tal que permitiera suspender ciertas actitudes de
solemnidad o formalismo que a veces resultan necesarias frente a un auditorio. Entonces, a pesar de
la distancia que se crea, intentaremos hacer lo que planeamos. Por supuesto, no le quitaremos la
palabra al público; en el intercambio todos podrán intervenir, los docentes y participantes de la
Sección Clínica de Buenos Aires, y todo aquel que quiera hacerlo.
Hay algo de nuestra planificación que considero oportuno cambiar: pensábamos dedicar el
trabajo de la mañana al texto de Lacan y el de la tarde al texto de Freud, pero me parece más
interesante producir un entrecruzamiento, pasando de Freud a Lacan y de Lacan a Freud sin
mantener una división formal entre los dos registros.
Tengo aquí los trabajos que presentarán Gabriel Lombardi y Ernesto Sinatra, y los de las tres
participantes de la Sección Clínica de Buenos Aires: Cristina Nocera, Marina Recalde y Raquel

41
Vargas. Les agradecemos el esfuerzo de exponer en un ámbito más amplio que el previsto, aunque
esta mayor cantidad de personas es uno más uno, más uno y así sucesivamente. (Pág. 101)
Para iniciar el día de trabajo quiero invitar primero a Gabriel Lombardi a que presente lo que
escribió sobre «Los tipos clínicos y la cizalla analíticas. Les recuerdo que la cuestión de los tipos
clínicos y la estructura era el tema y el título anterior de este seminario, que sustituimos a último
momento por «Del síntoma al matema». Los tipos clínicos no es un sintagma que utilicemos con
frecuencia (no sé si durante el Encuentro del Campo Freudiano se habló de ellos), no es una
expresión usual, pero se la encuentra en los textos de Lacan y en los fragmentos que eligieron para
esta ocasión los docentes de la Sección Clínica.
Me gustaría indicar un punto de partida sobre todo respecto del tema de la lectura, ya que hay
una parte bastante importante de nuestra actividad intelectual que se desarrolla de este modo. Por
supuesto, está también la experiencia. No obstante, en la docencia hacemos muchas cosas que se
repiten. Así, no inventamos el objeto a, ni la represión, ni la pulsión, tampoco conocimos estos
conceptos por la experiencia directa sino por una lectura de Freud o Lacan, o por la que nos
comentan algunas personas en función de docentes. La lectura es entonces algo esencial en nuestra
formación, tanto en la propia como en la que intentamos transmitir, y me gustaría decir algunas
palabras sobre ella, en el marco de lo que Lacan señala como problema en el epílogo de El
seminario 11: el escrito no es para ser leído.
Fundamentalmente, el escrito no es para leer, cosa que se comprueba cada día. Experimentamos
cierta tranquilidad al saber que los fundamentos del psicoanálisis están en la obra de Freud, en la
obra de Lacan, y a veces no nos sentimos obligados a leerlo todo porque sabemos que están allí y
podemos mostrar dónde. La actividad de biblioteca nos resulta muy importante. La lectura no es
algo fácil, es algo para pensar, se opone a la naturaleza de lo escrito. Vi en el público a nuestra
amiga Leonor Fefer, quien trabajó en un ateneo de investigación sobre lo escrito durante varios
años, y quizá más adelante pueda dar su opinión.
Para empezar, señalo un hecho contingente: no tengo televisor para poder leer. Ocurre que es
más fácil mirar televisión, porque está hecha para eso, para que uno se ofrezca a su mirada. Sin
embargo, hubo una ocasión el año pasado en que salí de casa para ver la emisión de la
interpretación musical de fragmentos de la Novena sinfonía de Beethoven, con alguien que
explicaba cómo se debía abordar tal o cual parte de la obra. Se escuchaban los distintos efectos que
producían un cambio de ritmo, la entrada de los instrumentos rápida o con espacios... Era
fascinante. Después intervino el pianista para explicar el sentido y la interpretación de las
variaciones de los autores. Mostraba con sonidos el cambio provocado por el desplazamiento de los
acentos en una nota en particular y en determinado momento de la obra, y se obtenían efectos muy
distintos.
Sucede algo semejante con los textos, con los escritos: según lo que elegimos como centro y
periferia se produce un cambio total de la perspectiva. Intentaré entonces dirigir la orquesta con los
intérpretes, los expositores, pero no como una sinfonía sino como una cacofonía, la segunda de la
Sección Clínica de Buenos Aires, y cuanto más cacofónico mejor. Además, sería excelente no
llegar a un acuerdo sobre tal o cual punto, lo que nos permitiría hacer a continuación una tercera
cacofonía.
Me parece muy difícil la elección de fragmentos, que constituye a la vez una operación de
verdad sobre lo escrito porque problematiza inmediatamente la relación del texto y el contexto. Si
utilizáramos un esquema -similar a la diagramación infantil con la pizarra-, tendríamos aquí un
fragmento, pero que confiesa ser parte de algo más extenso. Y es tan importante el fragmento como
su relación con la zona más amplia de la cual se lo extrajo.

42
Parece evidente que el fragmento se extrae de un conjunto que, según el caso, puede ser un
capítulo, una página, un párrafo o un libro. En el caso de Freud, podría ser la totalidad de su obra,
que -siendo un poco borgeanos- constituye un fragmento de la biblioteca universal.
Elegimos estos fragmentos después de haber leído la biblioteca universal, aunque no cada uno de
nosotros... Sin embargo, podría suponerse que el conjunto de la Sección Clínica de Buenos Aires
leyó todo para llegar a elegir estos fragmentos. No sé si es suficiente, porque también la amplitud
del contexto puede abarcar el mundo, donde se extiende el sistema solar y el resto. Tenemos, pues,
la seguridad de estos fragmentos porque el contexto es una función ilimitada. Y por eso nunca
entendemos nada, ya que el contexto a partir del cual se da sentido a un fragmento es
potencialmente infinito e indeterminado, lo que resulta más tranquilizador. (Pág. 103)
Lacan aisló esta función enunciando S1, S2. S1 se ubica en el fragmento y S2 es el significante
contextual a partir del cual es posible situar el sentido del S1. Si el S2 es contextual, resulta mucho
más indeterminado en la lectura.
En esta presentación, S1 es un tonto. Según la manera en que fijamos el S2, tenemos sentidos,
interpretaciones distintas del S1, y esto hace que la lectura no resulte aburrida. Se pueden releer
escritos muchas veces con sentidos distintos en función de las coordenadas subjetivas del lector.
Así utilizados, S1 es un seudosignificante amo. El verdadero amo del significante amo es el S2, que
según cómo se lo ubique domina la producción semántica del S1.
Cabe agregar que esto permite efectos muy divertidos. Si por ejemplo tomamos como S1 la Ética
de Spinoza y decidimos que el S2 es la situación de la clase social en la Holanda del siglo XVII,
damos un sentido a dicho texto a partir del S2 lucha de las clases sociales en la Holanda del siglo
XVII, cosa que se hizo en el período más floreciente del marxismo, cuando se afirmó que en
realidad el dios de Spinoza era la bolsa de Ámsterdam, lo que se puede demostrar.
Nosotros pensamos otra cosa, consideramos que fundamentalmente en la experiencia analítica
cada uno se presenta con su S2 y sin gran libertad para fijarlo, lo cual se entiende muy bien
utilizando el grato de Lacan.
Si sacamos el S1 cuando lo tenemos como un fragmento de texto, queda la relación entre:

S1 S2
Fantasma (Pág. 104)

La fórmula del propio fantasma condiciona para cada uno la ubicación del S2. Supuestamente,
una vez que se atraviesa el fantasma, se tiene más libertad para ubicarlo. Demostraremos que la
Ética de Spinoza se explica por la lucha de las clases sociales... Es decir que es un poco repetitivo
cuando uno no desplaza el S2.
En efecto, la resonancia del S1 en un sujeto siempre se relaciona con lo que es o ha sido su
fantasma. Por eso las lecturas son distintas y, solo si aceptamos ciertas coordenadas comunes de
lógica, argumentación, transmisión, matema, logramos reducir las diferencias.
Estoy seguro de que cada uno de los expositores, cada uno de los docentes de la Sección Clínica
de Buenos Aires -para situarnos en el marco del conjunto restringido-, está interesado en una parte
distinta de estos fragmentos, y veremos en el transcurso del trabajo qué resulta de ello.
El contexto común con el que contamos es la obra de Freud, la obra de Lacan y -agregaría- el
Campo Freudiano. Y es que supongo que el tema del síntoma interesa porque se lo estudiará en el
Campo Freudiano desde ahora y durante un año, en varios países. Pienso que ustedes eligieron esos
fragmentos en referencia al contexto actual, en el que nos interesamos, después de la interpretación,
en la sintomatología. Por otra parte, creo ser prudente al aludir a este contexto ternario, Freud,
Lacan y nosotros mismos en el Campo Freudiano.

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Terminada esta introducción, propongo a Gabriel Lombardi que nos transmita desde el podio su
trabajo escrito, lo que le permitirá a este público entre paréntesis escuchar y leer. Luego
retomaremos la discusión y le daremos la palabra a Ernesto Sinatra. Ciertamente, es posible realizar
una lectura microscópica, y quizá la hagamos con las tres participantes de la Sección Clínica de
Buenos Aires. Me parece que Gabriel Lombardi, en cambio, dará un punto de vista panorámico,
muy apropiado como introducción teórica a este seminario.

Los tipos clínicos y la cizalla analítica (Pág. 107)


Gabriel Lombardi

Quienes estamos aquí reunidos, en mayor o menor medida, escudriñamos algunos textos
fundamentales del psicoanálisis donde creímos encontrar una clínica diferente de la de la
psiquiatría actual y también de los clásicos. Aun si el psicoanálisis recupera términos y
descripciones introducidos antes por el discurso médico, tendemos a pensar que de él surgió una
clínica propia, distinta, en la que se sostienen, por ejemplo, distribuciones originales de los tipos
clínicos -en la terna neurosis-perversión-psicosis, que encontramos varias veces en la enseñanza de
Lacan-. Nos parece evidente que de la introducción conceptual y operativa del sujeto, de la
transferencia, etcétera, debe resultar una clínica diferente.
Puede entonces sorprendernos un poco encontrar en la «Introducción a la edición alemana de un
primer volumen de los Escritos67» (cuando Lacan, hacia el final de su vida, se dirige a los
alemanes) la afirmación de que la clínica existente es anterior al discurso analítico. Uno puede no
estar de acuerdo... Pero, ¡atención!, cuando Lacan afirma algo que resulta chocante, anticuado, no
hay que pensar rápidamente que se equivoca, que dice tonterías, y que luego vendrá otro Lacan a
corregirlo. Me parece de esa clase de hombres que, como afirmaba él mismo de Marx y de Freud,
ne déconnent pas, no escriben pavadas. Incluso al contradecirse, por la estructura misma de su
discurso, la antinomia suele mostrar algo de lo imposible, algo de lo real, que no se aviene a la
expresión clara y lineal de la tesis. (Pág. 107)
En ese texto sorprende también la aposición: «hay tipos de síntoma, hay una clínica».
Conocíamos definiciones suyas más radicales de la clínica. Una de ellas, muy difundida, sostiene
que esta «es lo real en tanto que imposible de soportar»; otra, que constituye la interrogación de la
experiencia del analista, lo que supone incluir dicha experiencia en el principium reddendae
rationis, integrarla en la exigencia moderna de dar cuenta. La clínica sería entonces lo que permite
articular la práctica analítica y sus efectos en un discurso racional. En esta «Introducción...» nos
encontramos en cambio con una definición mucho más clásica, dada simplemente por los tipos de
síntoma. Pasada la sorpresa, se advierte que esa aposición es coherente con el clasicismo de Lacan,
evidente en materia de clínica. «Es clásico -escribe Italo Calvino- lo que persiste como ruido de
fondo incluso allí donde la actualidad más incompatible se impone.»
El hecho de tener los tipos clásicos como referencia no impide a Lacan considerar lo que en cada
caso particular resiste a lo típico, lo ya establecido. A veces llega a proponer un diagnóstico nuevo,
jamás empleado antes, a fin de destacar lo singular de la posición que un sujeto tiene por su
síntoma. Un ejemplo conocido es el comentario final a su presentación de enfermo del señor
Primeau, realizada también en 1975. Después de esa luminosa entrevista Lacan señala: «Cuando
entramos en detalles, vemos que los tratados clásicos no agotan el problema [...]. Esto es una
psicosis "lacaniana". Verdaderamente caracteriza, con esas "palabras impuestas", lo imaginario, lo
simbólico y lo real68». Si el caso superaba lo típico, solía ubicarlo de todos modos en referencia a lo

67
En Uno por uno, nº 42, Buenos Aires, Eolia-Paidós, 1995.
68
Íd., «Una psicosis lacaniana. Presentación de caso», en El analiticón, Barcelona, Correo/Paradiso, 1986, p. 41.
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ya descripto. Le gustaba decir: «Es un cuadro de los que no encontramos descriptos, incluso en los
buenos clínicos, como Chaslin».
Inversamente, el hecho de ubicar la particularidad del síntoma, la novedad, lo no descripto, lo
que se muestra por vez primera como un hápax en la historia de la clínica, no autoriza a olvidar las
referencias clásicas. Hay que haber leído mucho para decir, como Lacan, que «los tratados clásicos
no agotan el problema» o que «esto no ha sido nunca descripto». Fue lo que él hizo, y bajo su
poderosa influencia una parte de la comunidad analítica se interesó en leer a los grandes clínicos de
la psiquiatría.

EL SÍNTOMA, ESTRUCTURA DE SUPERFICIE (Pág. 109)

La clínica clásica pudo limitarse a la clasificación del síntoma en tipos. En todo caso, allí dio lo
mejor de sí. Conocemos al mismo tiempo el fracaso de un clínico brillante como De Clérambault
cuando intentó pasar del plano de la descripción superficial del síntoma al de las explicaciones
etiológicas o patogénicas. La clínica psicoanalítica, en cambio, consiguió añadir al par síntoma-tipo
clínico el término estructura, y se aproximó a una explicación causal del síntoma.
Lacan escribe en este texto que los síntomas se pueden ordenar en tipos clínicos en la medida en
que responden a la estructura. Establece así una triangulación, una triple solidaridad propia del
psicoanálisis de la que ya no podemos prescinda Y se puede rastrear en la breve historia del
psicoanálisis lacaniano la dificultad que resulta, por ejemplo, de dejar el síntoma únicamente
adherido al tipo clínico, apartándolo de la estructura.
En Villa Freud, y también en los servicios de Salud Mental de los hospitales porteños, en los
años 80 era casi de rigor oponer síntoma y estructura. Para muchos era una prueba de ser buen
lacaniano considerar el síntoma como una entidad de superficie, engañosa, que escondía la verdad
infernal y olvidada de la estructura, verdad profunda que Orfeo el analista debía traer a la luz. Pero
Orfeo estaba lleno de dudas y, a decir verdad, ardía por verla a cielo abierto, y Eurídice, síntoma
del infierno de la estructura, menos oculta a los sentidos que inaccesible a una mirada desconfiada,
se desvanecía cada vez. La estructura era insondable, el río del olvido la separaba de sus falaces
expresiones en el síntoma.
Esa concepción del síntoma tuvo consecuencias nefastas en la orientación de los tratamientos.
No es asombroso que en esa época se diagnosticara, por ejemplo, como locura histérica el delirio
de una psicótica, por poco que ella incluyera en su discurso a la Otra mujer. Celotípicas,
intrigantes, reivindicativas, esquizofrénicas incluso, eran todas histéricas. De nada valían entonces
los síntomas psicóticos -sobre todo cuando eran sutiles- en la decisión del diagnóstico. Detrás del
síntoma se sospechaba el contenido latente, la fantasía, el recuerdo encubierto. La eficacia de la
interpretación consistía en descubrir la estructura profunda detrás del síntoma de superficie. El tipo
clínico no era, pues, algo valorado; tipificar lo superficial no resultaba interesante. Se hablaba en
todo caso de estructuras clínicas -estructuras subyacentes expresadas en síntomas variables y
mentirosos-.
Tal concepción se prestaba para la preponderancia de toda clase de fantasías: por ejemplo, en la
medida en que los síntomas de conversión no resultaban dignos de interés, algunos clínicos ya no
encontraban histeria por ninguna parte, afirmaban que sus consultorios estaban en cambio repletos
de obsesivas y de fóbicos. Pensaban que en ese sentido había cambiado la clínica. Otros
encontraban fantasías histéricas en casi todas las esquizofrénicas mujeres, que eran por lo tanto
tratadas como histéricas.
La exposición de Éric Laurent en Córdoba en 1987 fue para muchos, también para mí, un punto
de inflexión. El título, el mensaje, incluso la consigna dejada por Laurent era: se puede confiar en
el síntoma. Y, si se puede confiar en el síntoma, la clínica se ordena de otra manera. Era ya la
45
posición de Lacan en 1975, cuando en su tercer discurso de Roma («La troisième du réel»)
afirmaba que el síntoma es lo que viene de lo real.
«Los tipos clínicos responden a la estructura», se lee en la «Introducción...» que hoy
comentamos. A decir verdad, no era necesario esperar al último Lacan para leer, por ejemplo en
«De una cuestión preliminar... 69», que «en ninguna parte como en la psicosis el síntoma está tan
claramente articulado en la estructura misma». El síntoma es la hoja más visible de la planta, la
más modesta, pero en su estructura se reproduce la estructura del árbol, el diseño interior del tronco
impenetrable y de la raíz subterránea. Los tipos clínicos del síntoma articulado en la estructura
recobraron entonces un nuevo interés, ya que así leídos permitían hacer el diagnóstico. El
fenómeno elemental, el automatismo mental, también la conversión, comenzaron a ser tenidos en
cuenta de otra manera: en ellos se manifiesta la estructura, es decir, el nudo real que detiene la
dispersión del saber en el pensar, soñar, fantasear o delirar. La estructura es el principio de
detención, el nudo pulsional de vida y lenguaje, que es la fuente íntima e ignorada de cada certeza.

UNA CERTEZA QUE TRANSMITE EL SÍNTOMA (Pág. 111)

Que el síntoma se articula en la estructura es una vieja idea de Lacan a la que permanece fiel.
Según él mismo, es anterior a su encuentro con el discurso analítico: la fidelidad a la envoltura
formal del síntoma, esa que enseñará a articular cada vez más rápidamente con la estructura por el
reconocimiento, diría, de su vacuidad, de su trama joyceana, sinthomática, de pura superficie.
Así como el inconsciente es para Lacan «menos profundo que inaccesible a una profundización
consciente», la estructura que subyace al síntoma se abre también en la superficie, es legible en las
nervaduras de la hoja. Esto tiene una traducción inmediata en la experiencia de esta época del
psicoanálisis que Jacques-Alain Miller califica de postinterpretativa. Tiene una traducción clínica
inmediata en el hecho de que la estructura se lee en el síntoma tanto más rápidamente cuanto más
pronto se supera esa etapa en que la promesa del sentido -edípico u otro- demora el análisis a la
espera de lo que está detrás; cuanto más rápido llegan las suposiciones de goce a la superficie del
decir, para revelarse en su esencia extrachata, bidimensional, de suposición.
Sobre esto se apoya après coup la concepción lacaniana de la clínica, que no necesitó del
discurso analítico para constituirse. Si puede decirse «hay tipos de síntoma, hay una clínica», es
porque el tipo es la huella, la marca etimológica dejada por el contragolpe de la causa en la
superficie estructural de la piedra. Luego eso puede ser modelo o paradigma. El discurso
psiquiátrico, el clásico, el bueno, supo hacer eso. Me refiero al de Séglas, Kahlbaum, Kraepelin y
De Clérambault, el de los médicos que dejaban hablar mucho tiempo al paciente y que tomaban
nota de los detalles sutiles e insensatos de sus disertaciones. Aun antes de la existencia del
psicoanálisis, la clínica era ya -en términos cercanos a los de Foucault- esa costumbre de fidelidad
que permite dar a ver al decir lo que de la subjetividad se estructura en la superficie del fenómeno.
El clasicismo de las referencias de Lacan en la «Introducción...» nos regala más de una sorpres a.
Propone allí tomar seriamente en cuenta la luz que el discurso analítico añade a la clínica solo
cuando lo que agrega es cierto y transmisible. «Tenemos necesidad de certidumbre porque solo
ella puede transmitirse, al demostrarse.» De un clasicismo, debemos decir, hoy demodé, en esta
época incierta en que los epistemólogos de la ciencia, alineados en la descendencia de Popper, nos
anuncian que la certeza no corresponde ya a la posición del científico, que más bien nos
encontramos en la era del fin de las certezas, que ya no es la certeza el índice de la cientificidad ni
el registro propio de lo que transmite la ciencia. Lacan se atiene entonces en este texto a un criterio
anticuado, platónico, el del Menón, aún vigente en Descartes cuando hablaba de la certeza de

69
Íd., «De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis», en Escritos 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 1987.
46
memoria de la deducción -opuesta a la certeza inmediata de la evidencia intuitiva-. Y todavía
vigente, aunque ya no por mucho tiempo, cuando en el comienzo del siglo XX Russell y Hilbert
planteaban sus programas -sus promesas- de una lógica sin fallas.
La gran innovación del psicoanálisis, la luz que aporta en el campo de la clínica, que consiste en
aparcar al síntoma la estructura del sujeto, no es sin embargo algo cierto y transmisible. «Es seguro
pero no cierto», dice Lacan. Hay de todos modos para él un único caso en que la clínica derivada
del psicoanálisis se acerca y tal vez alcanza la Ciencia -con «ce» mayúscula-, un caso en que el tipo
clínico responde a la estructura de un modo cierto y transmisible. No la histeria, sino la histeria en
tanto discurso. El psicoanálisis no matematiza la histeria sino la función de lazo social del síntoma
histérico. Discurso que, aunque esclarecido por el discurso de Freud y de Lacan, preexiste al
psicoanálisis.
No debemos dejar inadvertido este punto singular de la posición de Lacan en esta
«Introducción...»: en cuanto a lo cierto y transmisible de la clínica, fuera del sentido psicoanalítico
que pincha las certezas, el discurso analítico se apoya en otro gracias al cual puede recuperar
luego, en el acto, una certeza, se apoya en el discurso histérico, más próximo que él mismo al
discurso científico. ¿Cómo explicarlo? ¿Cómo aclarar sin simplificar excesivamente la operación
que propone aquí Lacan cuando articula lo típico con la estructura, lo general con lo particular, en
la función social del síntoma?
Partamos de su texto anterior, «Televisión», donde recuerda lo que Aristóteles enseñó en Perì
psykkhês- el hombre piensa con su alma. Esa idea, de cuna filosófica y atendida en su vejez por la
psicología, es estrictamente inutilizable en el análisis. En «Televisión70» se le opone otra bien
diferente: el sujeto del inconsciente no llega al alma sino por el cuerpo. Nadie llega más pronto
entonces que la histérica. Fue ella quien enseñó a Freud cómo hacerlo, cómo podrían también
hacerlo otros. Ella le dictó el paradigma de lo que puede entregar un paciente en una sesión de
análisis: cierta manera de discurrir a la que Freud llamó asociación libre y que es, materialmente,
cierta manera de hacer hablar al cuerpo.

LA TRANSMUTACIÓN CORPORAL i (a) → A/ (Pág. 113)

Pero ¿cómo llega el sujeto del inconsciente al alma del neurótico obsesivo, que está enferma de
duda, miedo, tristeza o de alguna misteriosa compulsión? Conviene en este punto recordar lo que
Roberto Mazzuca destacó: Freud innovó en la nosografía cuando aparcó una enfermedad del alma,
como la fotie de doute, a otra del cuerpo, como es la histeria. En la base de ese asombroso
acoplamiento está la afirmación de Freud de que el neurótico obsesivo puede hablar en el lenguaje
de la histeria; es decir, también en su caso puede hablar el cuerpo. Decisivo, ya que podría ocurrir
que solamente por la vía de una histerización del discurso el síntoma intrapsíquico del obsesivo se
avenga al lazo social y se vuelva elaborable analíticamente.
Esta parece la posición de Lacan, quien en su seminario El reverso del psicoanálisis afirma:
«Hay el discurso del analista, y eso no se confunde con el discurso psicoanalizante, el discurso
efectivamente sostenido en la experiencia analítica. Porque lo que el analista, por su acto, instituye
como experiencia analítica, es la histerización del discurso; dicho de otro modo, es la introducción
estructural, en condiciones de artificio, del discurso histérico».
El relato del obsesivo, tan armado, algunas veces tan cruelmente capitonado, y otras tan cercano
a una puesta en forma literaria o filosófica del pensamiento, más próximo por lo tanto al pensar del
alma que al hablar del cuerpo, es inutilizable en el análisis. Correlativamente el cuerpo permanece
allí como una imagen i (a). Y suele ocurrir, como pasaba en el Hombre de los Lobos, que el sujeto

70
Íd., «Televisión», en Psicoanálisis, radiofonía y televisión, Barcelona, Anagrama, 1993.
47
vaya todos los días a ver a su analista, pero no a hablarle verdaderamente. El síntoma del Hombre
de los Lobos, el «órgano rebelde», según Freud, quedaba en casa, donde era atendido
cotidianamente por un sirviente -el sirviente del órgano rebelde- con purgas y enemas. Mientras
tanto había pasado mucho tiempo de análisis intelectual en el que la investigación avanzaba sin
tocar el síntoma.
La auténtica instauración de la experiencia analítica solo ocurre cuando mediante una
interpretación que es un reto al órgano rebelde Freud logra atraer al análisis ese «pequeño
fragmento de histeria que regularmente se encuentra en el fondo de una neurosis obsesiva» -así se
expresa en el historial-. Es decir que hace pasar el cuerpo de su funcionamiento de imagen i (a) a
un estatuto de corpus, superficie de inscripción donde se acumula el material para el acto. El
cuerpo pasa de i (a) a Otro fragmentado por el órgano rebelde -«Fragmentación funcional del
cuerpo», leíamos en «Intervención sobre la transferencias, escrito de Lacan-.
El analista con su acto debe intervenir para que esto ocurra, así como intervino Freud en este
caso, y con sus maniobras tramposas de capitán cruel en el otro, porque el obsesivo por sí solo
suele ser incapaz de asociar libremente a la manera de la histeria. El cuerpo funcionalmente
fragmentado es para él más angustiante que para la bella indiferente. El retrocede en cuanto puede
del compromiso corporal de esos goces ignorados que, precisamente por desconocerlos, lo
horrorizan. (Pág. 114)
La histeria significa que el cuerpo es el Otro en tanto lugar donde se inscriben los significantes
(es lo que Elizabeth von R. y Dora enseñaron a Freud). El síntoma histérico, que para Lacan es «el
principio mismo de toda posibilidad significante», según indica en El seminario 1771, se vuelve
entonces una clave fundamental también para el análisis del obsesivo. Por eso en el análisis no
basta con la duda, no basta con el relato de sus pensamientos contradictorios ni el de sus proezas de
rutina, no basta tampoco con que el obsesivo esté algo angustiado; es preciso especificar
corporalmente su angustia, es necesario que el análisis lo lleve hasta la angustia ligada a un orificio
pulsional del cuerpo. Con frecuencia se trata del borde anal, eróticamente «educado» por la
demanda del Otro, que su fantasma vela en la medida en que cubre allí el deseo del Otro -que para
el obsesivo es la angustia misma- con la demanda del Otro.
Por esa vía el análisis revela que los pensamientos, las demandas, las órdenes superyoicas
absurdas que perturban el alma del obsesivo, no se explican por el pensamiento mismo, no son
errores de la cognición ni de la deducción, sino que hunden su raíz corporal en ese orificio que es la
fuente inagotable de sus pensamientos, y hasta de la dama de sus pensamientos... en cuyos ojos
ocasionalmente ve «pellas de estiércol». Allí los pensamientos toman cuerpo y se vuelven
vulnerables a la cizalla analítica.
Vale decir que para extraer el erotismo del velo de la demanda (que es también un ¡velo!, un
equívoco, una «torsión de voz») es necesario hacer hablar al cuerpo. Para ello se requiere la
precisión casi científica del cifrado histérico, donde cada significante del síntoma o de la memoria
es llevado al lugar en el que pueden interrogarse sus efectos de goce: el cuerpo, sus bordes
pulsionales, y la extensión histérica de esos bordes -sus zonas erógenas-. En ese lugar se produce
esa misteriosa Verlötung (soldadura) entre el sufrimiento somático y el sentido del síntoma, que
Freud destacó varias veces; por ejemplo, cuando habló de «amabilidad somática» (somatische
Entgegenkommen) para referirse a esa contingencia en que el cuerpo pulsional condesciende a un
sentido que viene del deseo.
Una vez establecido el principio ateo del psicoanálisis que dice que no hay goce que no sea del
cuerpo, es lógico pensar que el deseo del analista solo allí puede encontrar (en el cuerpo que habla)
el único lugar donde la cizalla analítica verdaderamente corta. Intentar, en cambio, cortar el

71
Íd., El seminario, libro 17, El reverso del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1992.
48
pensamiento es como tajar el agua con una tijera: de nada sirve que esté muy afilada. Tal vez por
eso con frecuencia constatamos que diez o quince años de «análisis» dejaron intacta una neurosis
obsesiva, ya que no se operó ese prélèvement, esa extracción de material del cuerpo con que se
constituye el analista mismo.
Podemos concluir que la histerización del discurso es un principio de transmutación del cuerpo
i (a) → A/, principio necesario para elevar el síntoma a lo social, donde el matema es transmisible.
Esa «sublimación» del cuerpo desde lo imaginario a una intersección simbólico-real puede darse en
el interior del discurso histérico, vía identificación histérica (identificación estructural, que
trasciende el sentido, señala Lacan en el texto que comentamos), pero también se produce en la
alternancia, habitual en el análisis, entre el discurso histérico y el discurso del analista, cada vez
que el síntoma se ofrece a la operatoria del análisis. Una interpretación justa apaga un síntoma, otra
lo resucita, y el análisis puede avanzar orientado por la brújula del cambio en el síntoma -la
«derivada» de su función-, que señala y alcanza el borde pulsional de la estructura subjetiva.

LA RENOVACIÓN CLÍNICA DEL PSICOANÁLISIS (Pág. 116)

El apoyo que encuentra el discurso analítico en el síntoma histérico no se limita a lo que este
vuelve accesible en la cura misma. También en un nivel epistémico Lacan sitúa el punto de apoya
que toma el analista en el discurso histérico -en el que llega a reconocer un real próximo al del
discurso científico-. El discurso histérico, que existía antes del analítico, «que existiría de todos
modos», conjetura en El seminario 1772, es el trazado en chicana, zigzagueante, sobre el que reposa
y en el que se demuestra el malentendido al que se reduce la relación sexual. «Como tenemos el
significante, es necesario entenderse -continúa allí Lacan-, y es justamente por eso que no nos
entendemos.»
Él había analizado la estructura de esa chicana del discurso histérico a propósito de la belle
bouchère en «La dirección de la cura y los principios de su poder»: los desvíos que nos impone el
pensamiento de Freud son los que impone su objeto, objeto que es idéntico a esos desvíos 73. El
sueño de la histérica se satisface por alusión al deseo de otra, deseo de deseo, deseo sustituido por
un deseo, y el número de reenvíos se multiplica... en un zigzag infinito, que nunca alcanza su
objeto, pero que constituye en sí mismo el desvío como objeto de la clínica freudiana. El síntoma
histérico es síntoma de otro síntoma, penúltimo síntoma, que es ya transmisión de un síntoma al
cuerpo-Otro.
Esa imposibilidad característica para «entenderse» con el partenaire es lo propio del discurso
histérico en lo que tiene de aprehensión estructural de «los deseos de todas las espirituales
histéricas del mundo». Se manifiesta allí un real próximo al discurso científico -donde lo general,
lo típico, tapa con seguridad los agujeros-, ya que esa chicana infinita que el discurso histérico trae
de cuerpo y alma al análisis es la única huella cierta del goce que deja el lenguaje en el discurso. Y
no hay ningún otro tipo de síntoma que alcance tan plenamente la cientificidad inherente al
discurso.
El tipo que el discurso analítico encuentra así con certeza inusual abre la puerta de una clínica
nueva, donde el cuerpo es recuperado del olvido cartesiano que sufrió en estos siglos en que,
después de un medioevo de goce censurado -es decir, preservado-, la ciencia «lo arrojó en la
extensión». Analicemos químicamente el goce, veamos en qué moléculas del cuerpo lo podemos
localizar: no se encuentra nada más. (Pág. 117)
Recuperación crucial, entonces, en una época en que la psiquiatría de los DSM -subvencionada
por los laboratorios que venden psicofármacos y actualizada en su ideología por la psicología
72
Ibíd.
73
Íd., «La dirección de la cura y los principios de su poder», en ob. cit. n. 3, p. 600.
49
cognitiva- borró cuerpo e histeria de sus manuales. Hace un tiempo, ya en el DSM III, la histeria
fue diluida en los somatoform disorders y la neurosis obsesiva incluida entre los anxiety disorders.
La exitosa ciencia cognitiva (en cuya cientificidad precaria y presuntuosa se apoyan cada vez
más los psicoterapeutas que aspiran a limitar y regular la práctica del psicoanálisis) también
minimiza la importancia del síntoma en el cuerpo en favor de los trastornos del comportamiento o
del pensamiento. Al borrar la dimensión corporal, suprime la función social del síntoma, su valor
de enlace de discurso entre los cuerpos, de comunicación por una vía que trasciende el sentido y es
la base de la renovación clínica que introdujo el psicoanálisis.
Contrariamente al universal del discurso histérico -por el que todos los histéricos del mundo
«comunican», según la expresión de Lacan-, el discurso analítico atañe a lo singular. Lo que un
análisis puede lograr es hacer jugar allí la bisagra esencial que el discurso de Freud da a la
identificación histérica: si la bella carnicera se identifica con su amiga, es porque esta es inimitable
en el deseo insatisfecho de salmón ahumado.
El discurso histérico tipifica y universaliza la falta tomada como objeto; el analítico en cambio
singulariza la causa de la falta. Una histérica se entiende con otra histérica, en el internado, incluso
en la sala de espera, sin conocer sus motivos ni sus desvíos de sentido. Un analista en cambio no
«entiende» a la histérica. No, al menos, en el sentido que escuchó en el síntoma de la otra, incluso
si él y ella, como suele ocurrir en el consultorio, se refieren a la misma. Más bien la escucha. Es
decir, pone el cuerpo, como un santo, recipiente del silencio en que se compacta una pérdida
vitalizante.

[Aplausos.] (Pág. 118)

Jacques-Alain Miller. -Está muy bien que se aplauda, aunque en un seminario tal vez sería bueno
silbar, preguntar a quien expuso cómo dijo tales cosas. Pienso que los aplausos son para los
encuentros, las conferencias. En un seminario por lo general no hay aplausos, sino una mirada
crítica con el fin de verificar y obtener una certidumbre de las cosas. No me refiero a la ponencia de
Gabriel Lombardi, sino a aquello que Lacan mismo escribe.
Él no dice que en la clínica solo se obtiene la certidumbre a propósito del discurso histérico,
sostiene (lo indicaré en castellano a partir de la traducción hecha en Barcelona) «que los tipos
clínicos responden a la estructura es algo que puede escribirse, aunque no sin vacilación». Esto es
honesto, hay que imaginar a Lacan vacilando en el momento de escribir algo. «solo es cierto y
transmisible del discurso histéricos. Ya no es tan claro saber que los tipos clínicos responden a la
estructura.
¿Y qué ocurre con la psicosis, por ejemplo? ¿Por qué Lacan privilegia la histeria respecto de la
psicosis, cuando él mismo nos enseñó hace años la forclusión del Nombre del Padre? Podemos
entenderlo para la neurosis obsesiva -que según el propio Freud es un dialecto de la histeria- y
considerar que, si tenemos una clínica de la certidumbre de la histeria, algo de esto puede
extenderse a la neurosis obsesiva, pero no a la psicosis o la perversión.
En este sentido, sería posible cuestionar a Lacan; y quizá también podemos discutir algunas de
las cosas que planteó Lombardi de la misma manera.

Juan Carlos Indart. -Brevemente, quería subrayar un punto de la exposición de Lombardi que
me parece importante para las próximas discusiones. La encarnadura en el cuerpo haría la
diferencia con la neurosis obsesiva, y por esta vía hallaríamos lo que podrí a haber articulado un
matema, una posible transmisión con certeza. Este es un punto que merece seguir en discusión.

50
Lacan también señaló en El seminario 17 que no hay como la histeria para indicar una ausencia
del cuerpo, que Freud llamó complacencia somática a algo vinculado con el síntoma histérico, pero
que no hay nada de complacencia somática en la histeria.
Quería oponer este argumento para dialectizar un poco esa referencia y llevar más lejos la
discusión de por dónde se habría circunscripto un imposible en el discurso histérico.

Éric Laurent. -Quisiera destacar tres puntos a partir de la ponencia de Lombardi. En primer
lugar, es verdad que hay que ubicar el contexto, ya que, cuando Lacan indica en 1975 que se tiene
una certeza a partir de la histeria, va a contracorriente del movimiento clínico de la época. En 1975
con el DSM III la histeria empieza a desaparecer por completo de la clínica moderna. Y, en el
mismo momento en que se pretende alejarla del contexto clínico, Lacan se atreve a formular que
tenemos certeza a partir de ella, lo que supone ir al revés, intentar mantener la luz cuando parece
que cae la sombra de la noche.
En segundo lugar, me gustó que Lombardi se detuviera en la palabra cizalla. ¿Por qué la cizalla?
Efectivamente, ¿las tijeras son instrumentos analíticos? Recuerden el librito alemán que le gustó
tanto a Freud en cuya portada se ve la amenaza de castración. Entonces, las tijeras están presentes
desde el inicio en la amenaza de castración. Pero, curiosamente, la cizalla es una herramienta que
no sirve para cortar papel o superficies blandas, sino algo muy duro. En el horizonte de la cizalla no
está solo la superficie blanda del papel sino el núcleo duro que hay que enfrentar (curiosa
expresión).
Sin embargo, al sostener que se opera sobre el cuerpo con una cizalla, se la representa en la
categoría del instrumento tan querida por Heidegger; es un instrumento que nos permite actuar
sobre aquel. Al mismo tiempo que se constituye la cizalla, aparece algo crucial -y me parece que es
la tesis del texto de Lombardi-, con esta herramienta se genera a la vez una superficie de
inscripción.
Lombardi lo expone en términos muy próximos a Foucault, quien formula en El nacimiento de la
clínica (esto interesó a Lacan y lo decía en su seminario de 1969) que el nacimiento de la clínica es
la emergencia de una nueva superficie, es el tejido biológico, la superficie sobre la que se verá algo
que no se veía antes. El nacimiento de una ruptura en la inercia es siempre el nacimiento de una
superficie de inscripción. Este instrumento vale tanto para la biología como para las ciencias duras;
un ciclotrón no es más que una superficie de inscripción. Cuando los físicos nos cuentan las
hazañas que realizan con la velocidad de la luz al lanzar partículas, lo que queda es una inscripción
de algo, una superficie de inscripción. Ese es el tejido. Y el cuerpo desde el punto de vista analítico
se construye como un nuevo tejido, un nuevo velo, una nueva superficie de inscripción que antes
no existía, con una dialéctica entre la superficie y el objeto. (Pág. 120)
Destaquemos también el acento que puso Lombardi en la interpretación freudiana de esta
superficie, que debe apuntar a lo que es el órgano rebelde o pulsátil, ubicado en la misma
dimensión que el objeto a. En Lacan la interpretación apunta al objeto, y en Freud al órgano
rebelde. Y esto nos remite a lo que destacó Jacques-Alain Miller en uno de sus cursos respecto de
cómo el saber funciona como marco del no saber, y que al mismo tiempo que se extrae el objeto a
del cuadro queda una superficie. Hay extracción y a la vez superficie de inscripción.
Una de las maneras de entrar en discusión con el texto de Lombardi es discernir lo que dice
Lacan sobre la histeria, o sea, ¿cómo es posible que la histeria produzca este tipo de equivalencia
entre el goce o el objeto y el sujeto, entre el ello y el sujeto, entre lo que viene a inscribirse de lo
real, de este goce, del ello y el sujeto de la histeria? ¿Cuál es la equivalencia?
Podríamos discutir si el sujeto de la histeria nos ubica más cerca de la ciencia o, dicho de otro
modo, si verificamos que el sujeto del psicoanálisis es el sujeto de la ciencia.

51
Jacques-Alain Miller. -Me parece que Lombardi tomó un punto de vista muy amplio ubicando
esos fragmentos en relación con la psiquiatría clásica, Freud y otras cosas. Justamente, le pedí que
comenzara con su texto porque nos da una visión panorámica y quizás ahora podríamos empezar a
usar nuestro microscopio. Podríamos discutir la cuestión de los tipos de síntoma -que se verifican
clínicamente- respecto de la idea de estructura. ¿Cómo lo piensa Lombardi?

Gabriel Lombardi. -Yo partí de la oposición entre síntoma y tipos clínicos, o de la relación entre
síntomas y tipo clínico. En todo caso, la clínica clásica, la psiquiatría clásica de la que habla Lacan,
estaba ligada a esta relación. Pero el psicoanálisis agrega otra cosa, que es la estructura entendida
como la función de lo real, la dispersión del saber -se puede tomar más de una definición en Lacan-
. Se arma entonces una especie de trípode. La relación entre síntoma y estructura podría pensarse
en la dimensión del sentido, como un sentido que se va agotando, tal como usted lo desarrolla en la
revista Uno por uno nº 42 indicando que «el sentido lleva a lo real». (Pág. 121)
Ahora bien, habría todavía otra vuelta posible, ya que el síntoma responde a la estructura a través
de ciertos tipos clínicos, lo que es curioso pero me parece que pasa. Yo creo que el discurso
histérico toma un valor en tanto transmite por fuera del sentido. Por eso una histérica no necesita
saber por qué la otra histérica tiene ese síntoma para identificarse con ella; es una transmisión
exterior al sentido. El analista, en cambio, necesita prescindir temporariamente del tipo para poder
interpretar a nivel del sentido. Entonces esto es más científico, más fuera de sentido.

Jacques-Alain Miller. -Quisiera retomar la cuestión de la relación efectiva entre síntoma y tipos
clínicos. Me parece que hay que representarse un poco las cosas, casi como al montar una escena.
Cuando los síntomas no son analíticos (no suponen la entrada en el lazo social analítico, la
histerización, la transferencia, una clínica bajo transferencia), es decir, si tomamos la clínica bajo la
mirada del psiquiatra clásico, el síntoma es un dato producto de la observación, obtenido al mirar y
escuchar. Ya cuando uno mira o escucha encuentra síntomas: Fulano no puede parar de hablar o
Zutano habla demasiado fuerte o interrumpe a los demás. Es una exposición de síntomas, y por eso
decía que nosotros mismos nos presentábamos hoy aquí.
Así, pues, son hechos de descripción y cuando el síntoma no es analítico, es una descripción,
cosa que divirtió mucho a los psiquiatras clásicos en el siglo XIX y hasta los años 30. Pero este
juego terminó, y la de Lacan es una de las últimas tesis clínicas. Durante un siglo hubo en Francia
un juego de palabras que consistía en cómo agrupar mejor los síntomas, es decir, constatar qué
síntoma acompaña siempre a otro o qué síntoma excluye a otro, etcétera. Este juego del
agrupamiento de síntomas resultaba apasionante, y había controversias porque cada profesor los
agrupaba de otra manera.
Por ejemplo, Bleuler, en referencia a Freud, finalmente fija las cosas en una zona muy discutida
de la psicosis con el concepto de esquizofrenia. Bleuler aclara en el prefacio de su tratado: «Soy
deudor de las ideas de Freud en cuanto al invento del concepto de esquizofrenia». Toma como eje
de su agrupamiento sintomático la asociación de ideas y dice que el síntoma esencial es la
perturbación de dicha asociación, y a partir de esto reordena la sintomatología. (Pág. 122)
Luego viene un gran clínico francés como Guiraud -a quien Silvia Tendlarz conoce muy bien
pues lo estudió en su tesis-, que rechaza de alguna manera el concepto de esquizofrenia y vuelve al
de demencia precoz de Kraepelin, quien por otra parte había separado de dicho grupo las
parafrenias. Tengo aquí el tratado de Guiraud donde ubica los síntomas de la hebefrenia. Él prefiere
un concepto restringido de la esquizofrenia y describe esencialmente dos tipos de síntomas, los
directos y los fundamentales. Piensa que los directos pueden deducirse del deterioro del proceso
cerebral sirviéndose de los medios de la época, los años 30. Poco después intenta ubicar la zona del
cerebro capaz de incidir en lo que llama hebefrenia. Se trata de una construcción
52
anatomopatológica. Por otra parte, llama síntomas fundamentales a los síntomas de observación,
clínicos.
Habrá que ver qué síntomas clínicos ubica en la hebefrenia, en esa zona restringida de lo que
ahora se conoce como esquizofrenia. Y es muy difícil porque indica que al comienzo del proceso
hay un esbozo de síntomas fundamentales, pero se trata de síntomas que tiene casi todo el mundo,
como por ejemplo la pereza del adolescente. Entonces, si encontramos síntomas típicos
fundamentales como el desinterés, la indiferencia en un adolescente, ya podríamos tener una ligera
sospecha de hebefrenia... También la inercia (como en las formas graves de quedarse inmóvil por
horas) o la ambivalencia pueden ser síntomas fundamentales de la hebefrenia. Y, en cuarto lugar,
algo muy interesante: el sentimiento penoso de extrañeza interior, que es efectivamente lo que
Lacan describe en el texto «De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis»
acerca de Schreber como lo que no va a la juntura misma del sentimiento de vida, cosa que ya
había sido ubicada por los clínicos clásicos.
No hay que tomar estos cuatro síntomas fundamentales de la hebefrenia según Guiraud en un
sentido ridículo. Aunque la descripción efectivamente se sale de lo común,, estos intentos de
construir tipos a partir de agrupamientos de síntomas, que permiten a la vez un diagnóstico y un
pronóstico, y se constituyen en un saber empírico, desembocan en la capacidad de previsión. Se
trata de una definición sólida del saber, que permite la previsión. (Pág. 123)
Si bien Lacan rechaza la pertinencia de tal o cual tipo de síntoma, acepta en general que, si hay
tipos sintomáticos, hay tipos clínicos. No supone el mismo pronóstico encontrar la indiferencia en
la histeria o en la hebefrenia, en cada caso indica tanto una previsión como un tratamiento distintos.
Lacan admite entonces lo que la clínica clásica aportó sobre este punto, y la palabra hay (hay tipos
de síntomas, hay una clínica) es muy valorada en la teoría de un señor que al mismo tiempo
construye todo sobre el hecho de que no hay relación sexual o no hay proporción sexual.
De modo que hay o no hay bajo la pluma de Lacan son expresiones muy valoradas. Es como si
dijéramos que existen en lo real esos agrupamientos diversos. Una vez que se aceptan los tipos, los
agrupamientos de síntomas que permiten una clínica, esta se define como el conocimiento de los
agrupamientos específicos de síntomas. Sin embargo, Lacan introduce una exigencia más que es la
referencia a una estructura.
De alguna manera, como señaló Lombardi, lo que ocupaba el lugar de la estructura lacaniana en
la psiquiatría clásica era la referencia al proceso cerebral, la idea de que todo esto tiene un soporte
en el aparato cerebro-psíquico. Y a veces esta referencia era algo mítica, como si fuera más bien la
reverencia a esta referencia (considerar que todo está determinado en el nivel del cerebro, sostener
que por supuesto somos materialistas y no espiritualistas). Lacan la sustituye por lo que llama la
estructura y considera muy importante conectar con ella los tipos clínicos, como una suerte de
exigencia científica.
No es una convalidación de toda la clínica clásica, porque ella misma en cierta zona no lograba
poner orden. El clínico al cual se refirió Lacan en la presentación de enfermos del señor Primeau -y
que citó Lombardi a propósito de la esquizofrenia o de la demencia precoz- hablaba de una
«ensalada de síntomas»; es decir que no logramos establecer nuestros tipos clínicos en esta zona.
Una ensalada de síntomas es lo contrario de los tipos de síntoma.
Primero, no es una convalidación total y hay que verlo en cada autor. Tenemos una distinción de
los tipos de síntoma. ¿Cuáles retomó Lacan y cuáles no? Es una investigación interesante para
hacer en las secciones clínicas. (Pág. 124)
Segundo punto, se trata de una suerte de exigencia científica que Lacan pone en la palabra
certidumbre, y aquí no coincido con Lombardi (tal vez se deba a mi cartesianismo personal y
nacional) en el modo algo rápido de decir que la certidumbre se acabó, que llegó el fin de la
certidumbre. Pienso que tiene razón en el sentido de que no poseemos la misma relación con la
53
ciencia que en el siglo XVII o en tiempos de Platón, cuando se fundaba esencialmente sobre la
aritmética, la geometría, etcétera.
Sabemos que hay revoluciones científicas que cambian todas las coordenadas, cuyas
consecuencias sobre la vida cotidiana solo conocemos por los objetos que se multiplican, cada vez
más y más mágicos. Basta mencionar por ejemplo el último, Internet. En este sentido, no nos
apoyamos en una certidumbre final cuando sabemos que mañana se inventarán nuevos objetos,
teorías fundamentales, etcétera.
Creo, sin embargo, que Lacan apunta a otra cosa, a la vez más modesta pero fundamental. A
partir del momento en que hay axiomas, se plantea la cuestión de la relación entre ciertos axiomas
y ciertos teoremas. Se trata de un camino especial entre dos enunciados que es el de la
demostración, que se distingue del de la mostración. El problema es cómo pasar de ciertos
enunciados verdaderos o falsos a otros enunciados, teoremas, por una vía metódica, siguiendo
pasos, para decir que a partir de un axioma y según las reglas de deducción pasamos de un
enunciado a otro. Eso es una demostración.
No siempre es así porque los matemáticos, por ejemplo, empiezan con un conjunto de axiomas
que pueden ser más o menos precisos y de pronto un día despiertan y dicen: ¡Hay un teorema que
puedo demostrar! Escriben el teorema y después buscan la demostración. Se constata, pues, un
paso de retroacción, ya que hay que tener la idea del teorema para buscar la demostración. La vía
de la demostración ofrece algo del orden de la certidumbre y lo transmisible, sin efecto retórico o
de resonancia, porque es pura conexión del significante con el significante.
Me parece que Lacan aspira a que la clínica ubicada en esos tipos clínicos pueda pasar del nivel
empírico a un nivel demostrativo. Por eso, una vez ubicada de esta manera que desplaza el modo en
que usted la ubica, no descartaría la palabra certidumbre. (Pág. 125)
Sobre esta base Lacan considera la escritura del discurso histérico como transformación del
discurso del amo. Piensa, pues, que nos da un matema, una estructura válida y demostrativa, como
por ejemplo ir del discurso del amo al discurso histérico. Señala además que la estructura del
discurso histérico es casi la misma que la del discurso científico, y considera que el agrupamiento
de síntomas histéricos responde a esta estructura y que algo así solo puede escribirlo de la histeria.
No cree, en cambio, que llegue a este grado de cosas lo escrito a propósito de la forclusión del
Nombre del Padre.

Gabriel Lombardi. -Es cierto que en la clínica del siglo XIX se encuentran todas las
combinatorias posibles de agrupamientos de síntomas en síndromes, pero me parece que Lacan
intenta algo distinto cuando dice que debemos ver cuál de estos síntomas se dirige a nosotros, qué
síntoma hace lazo social, cuál le concierne al sujeto o apunta a él.
En este sentido hay algo logrado en la histeria que hace del síntoma histérico un síntoma
completamente distinto de los demás. Se vio de qué manera el síntoma histérico habla, se dirige a
nosotros. No es un significante en lo real, sino que está muy bien ubicado en el discurso para
dirigirse al interlocutor. Creo que esta es la gran diferencia.

Jacques-Alain Miller. -Estoy de acuerdo siempre que no se borre la pregunta acerca de la


psicosis. El síntoma histérico sin la intervención del analista y el psiquiatra se distingue por ser
transmisible. Nosotros, siguiendo la idea de Lacan, buscamos la cientificidad de la clínica para
poder transmitirla, y debemos singularizar la histeria si consideramos que es la transmisión misma
del síntoma, cosa que se observó en el siglo XIX. La gran epidemia histérica es el síntoma que se
transmite, pero no por la vía del matema, sino, como indica Lacan, por la vía de la falta, del
agujero, de la identificación en tanto identificación con la falta de la otra.

54
Este síntoma transmisible es casi un matema. Hay un paso más -y por eso Lacan juega entre
ciencia e histeria- porque hay algo común: podemos aislar este rasgo de transmisibilidad.
Habría que ver si puede decirse que la psicosis se transmite... No, hay que distinguir la influencia
que un paranoico puede tener sobre las masas y la transmisión del síntoma mismo... Las masas
influidas por el paranoico no se vuelven masas paranoicas sino sometidas al paranoico.

Jorge Chamorro. -No silbé porque no silbo fuerte y no tenía micrófono, pero trataba de
compatibilizar dos afirmaciones de Jacques-Alain Miller. Querría saber si mi conclusión es posible.
Lacan mantiene la idea de que hay síntomas típicos y trata de pasar de la mostración a la
demostración. ¿Cómo articular estas dos formulaciones que parecen en, principio incompatibles?
Una se sostiene en la observación y la otra implica su velamiento.
Me respondía que el síntoma típico para Lacan es un efecto retroactivo de la articulación de
enunciados. En él el recorte de los síntomas típicos (la espera como síntoma de la angustia, por
ejemplo) se hace retroactivamente, una vez que hacemos toda la demostración. Entonces
sostenemos que de todos los síntomas clásicamente descriptos de la angustia, el síntoma observable
(que ya no es un observable puro sino retroactivo al hecho de definir la estructura), ese que nos
queda de todo el ordenamiento como síntoma típico de la angustia, es la espera y no los otros
síntomas que también se observan.

Jacques-Alain Miller. -Es difícil decir en qué medida la angustia se observa o no, es algo para
discutir pues se necesita el testimonio del sujeto. De hecho, hay sujetos de los que nunca se
sospecharía que están angustiados. Pero si tomamos algo como cojear, por ejemplo, eso sí se
observa. Se puede cojear por distintas razones, y es un síntoma, algo que no anda, pero que puede
deberse a tener un clavo en el zapato o a haber recibido un golpe en un músculo. Se puede cojear
después de un partido de fútbol, por una fractura o debido a una poliomielitis. También podría ser
la cojera de Edipo o de alguien que se ubica en ese papel y la simula. Como el cuerpo humano
aparentemente no está hecho para cojear, parece un síntoma en relación con las funciones normales
del ser humano o del yo, según indica Freud en el primer capítulo de Inhibición, síntoma y
angustia, y sitúa diferencias estructurales totalmente distintas.
Entonces, hay que ver qué matiz dar a la frase de Lacan hay tipos clínicos. No creo que
convalide ningún tipo clínico en particular, pero sí que los hay. (Pág. 127)
Y efectivamente es por retroacción: solo una vez ubicada la estructura, los podemos ver. Si
tomamos la duda, por ejemplo, podemos encontrarla en la histeria y debemos ser más precisos para
distinguir la verdadera duda obsesiva, tal como la ubicó Freud, de los movimientos desordenados y
agitados de excitación en la histeria. Si me refiero a cómo lo ubicó Freud, es porque siempre para
situar un tipo de síntoma debemos dar un ejemplo. Partimos de una descripción que alguien hizo
alguna vez y afirmamos que es una histeria freudiana (Lacan, por ejemplo, decía de algunas
psicosis, no de todas, es una psicosis lacaniana).
Finalmente llegamos al nombre propio; es decir que son categorías, la palabra tipo nos vuelve a
Aristóteles y a la lógica de la Edad Media. Son como una extensión de lo particular, y siempre
necesitamos indicar lo general, lo colectivo, lo típico, a partir de un nombre propio. Por eso
tomamos a Schreber, al que todos conocemos, y por eso Lacan indica en su tesis que tiene treinta
casos que podría utilizar, pero en lugar de compararlos para ver las distinciones, en vez de construir
una categoría, un tipo clínico a partir de una adición de casos, prefiere trabajar con intensidad un
solo caso como paradigma.
La oposición interesante es entre tipos clínicos y paradigma clínico. El tipo clínico no anula la
idea de paradigma clínico; significa que finalmente los tipos clínicos siempre se sitúan en relación
con un paradigma, dependen de él.
55
Roberto Mazzuca. -Estaba pensando en la primera parte del escrito «De una cuestión
preliminar...», donde en un momento determinado, cuando se trataba de ver cómo se agrupaban las
alucinaciones de Schreber, Lacan propone que en vez de reunirlas como la psiquiatría por el tipo de
sentido del que provienen (auditivo, visual, etcétera), era mejor hacerlo por lo que son, lo cual se
relaciona con la estructura del lenguaje, ya que las agrupa en fenómenos de código y fenómenos de
lenguaje.
Yo tomaría esto como referencia porque me estoy centrando en la propuesta de Jacques-Alain
Miller, esto es, cómo pensar la relación entre tipos de síntoma y estructura, cómo leer que los tipos
provienen de ella. (Pág. 128)

Jacques-Alain Miller -Lo interesante es que Lacan sostiene que son efecto de la estructura, pero
no establece una relación de causalidad, lo que sería muy difícil. Dice que los tipos clínicos tienen
una relación con la estructura, y antes destacaba que el síntoma estaba articulado a ella. Sin
embargo, no va hacia la causalidad.

Roberto Mazzuca. -Estoy de acuerdo con que no va hacia la causalidad, pero sí hacia un
ordenamiento. En otras palabras, si vamos a clasificar síntomas, tomemos razones de estructura,
pues los síntomas provienen de ella.
En ese sentido, es posible determinar un número limitado. Si hablamos de psicosis-neurosis-
perversión, no agregaremos un cuarto término; la estructura sitúa esa tripartición y nada más.
Ahora, respecto de esta tripartición, el término síntoma ubicado en relación con la perversión
siempre trajo problemas. Sin embargo, siguiendo lo que usted decía sobre qué pasa con el síntoma
en la psicosis si nos atenemos a este texto, podemos oponer el síntoma en la neurosis y en la
psicosis, esto es, distinguirlos respecto de razones estructurales.
Y pensaba entonces en el desarrollo que usted había hecho sobre los fenómenos elementales en
la conferencia que dictó el año pasado en el marco del Seminario-Coloquio de la Sección Clínica74.
El fenómeno elemental tiene una estructura en el síntoma neurótico y otra en la psicosis. Existen
dos y no hay una tercera. Recordándolo pensaba que no cabía duda en su desarrollo de cuál era la
estructura elemental del síntoma neurótico, y para el síntoma en la psicosis usted hizo una
propuesta.
Pensaba que en otro momento de la enseñanza de Lacan, que sigue al que estamos viendo ahora,
esta cuestión se invierte, y que cuando es posible plantear más claramente la estructura del
psicótico -como lo hace en los últimos seminarios a la altura de Joyce- se nos desdibuja la
estructura del síntoma neurótico. Hay algo ahí de figura-fondo que no llego a comprender bien y
quizás usted pueda decir algo en ese sentido. (Pág. 129)

Jacques-Alain Miller. -Agradezco todo lo que nos dijo Roberto Mazzuca, aunque no voy a
responder inmediatamente. Querría retomar solo un punto sobre la ubicación y cierta relatividad del
síntoma, que no impide, por supuesto, que utilicemos la distinción neurosis-psicosis-perversión.
En tanto que es algo que no anda, un síntoma supone siempre la referencia a lo que anda. Es
lógico, simple. En otras palabras, opondremos al síntoma algo que podemos llamar lo armónico,
especie no ubicada hasta ahora. Diremos entonces -y veremos si se sostiene-: a cada síntoma su
armonía.
¿Qué sería lo armónico? Se trata de algo que va bien, tanto que no fue ubicado hasta ahora.
Tomemos como ejemplo una función psicológica de la mente como la atención. Cuando tenemos la

74
Texto incluido en este mismo volumen, pág. 81 (N. de la E.).
56
idea de este elemento armónico que es la atención, es posible definir los trastornos asociados a ella.
Podemos sostener que el síntoma trastorno de la atención se encuentra en la neurosis obsesiva
porque, debido a la duda, el sujeto no logra concentrarse en su trabajo. Ocurre también en la
psicosis, donde, por atender a las voces que escucha, el sujeto no tiene la atención que debería en
sus tareas. Obtenemos finalmente una clínica del trastorno de la atención, aunque para nosotros eso
se refiere a estructuras distintas. Y no creo que sea totalmente absurdo, ya que, si por ejemplo se
trata de seleccionar pilotos de avión, la capacidad de atención es un factor muy importante que hay
que evaluar. Ya no pesa tanto en esta selección que se trate de un obsesivo o un psicótico si
ninguno presta atención al cuidado de sus pasajeros.
Hay así diferentes psicologías o prejuicios. Para Melanie Klein, por ejemplo, es muy importante
la capacidad de amar, y es posible hablar de trastornos en esta capacidad tanto en el p sicótico que
solo se refiere a Dios (Schreber) como en el obsesivo o el autista, que solo piensa en sí mismo. Se
obtendrán clínicas divertidas y también difíciles, porque al final Schreber recupera su capacidad de
amar.
De manera que hay un carácter relativo del síntoma con respecto al elemento armónico, y
obtenemos clínicas distintas en función de esos prejuicios, que señala Lacan al empezar «De una
cuestión preliminar...»: finalmente, toda una parte de la clínica de la psicosis se fundó en una
psicología proveniente de Aristóteles, a través de la Edad Media, que invadió el siglo XIX, y
debemos cambiar de coordenadas. En lugar de Aristóteles debemos tomar como referencia la
lingüística y hacer una clínica donde los trastornos sean trastornos del significante, de la
significación. Y allí se dirigió Lacan, quien precisamente en el texto de la «Introducción...» discute
su propia orientación clínica, que era reemplazar a Aristóteles por Saussure.
Ahora escucharemos los dos primeros puntos de la ponencia de Ernesto Sinatra.

Los tipos clínicos I (Pág. 133)


Ernesto Sinatra

LOS TIPOS CLÍNICOS Y LOS TIPOS TEÓRICOS

Se sabe. Y se sabe porque se dice en los pasillos: Hay tipos clínicos y hay tipos teóricos.
Respecto de los primeros se dice que saben qué hacer con los pacientes o que tienen mucha
experiencia clínica; mientras que de los segundos se profiere: Mucha teoría, sí, pero cuando las
papas queman... o ¿Ese? ¡Ese no tiene clínica suficiente!
Desde esta perspectiva el binomio teoría-clínica se introduce en la tipología, atraviesa su marco
y no deja de tener efectos en el mercado de la transferencia, ya que los que siguen a Fulano -quien
hizo correr el rumor, fundamentado o no, de que Mengano es un tipo teórico- generalmente suelen
creerle. Ergo: por este artilugio Fulano se da diques de tipo clínico desprestigiando a Mengano.
Por supuesto, y parafraseando a Jacques Lacan en su «Autocomentario» a la «Introducción a la
edición alemana de un primer volumen de los Escritos», esta chicana, por segura que sea su
transmisión, no tiene necesariamente que ser cierta75. Sucede, sin embargo, que los efectos de
grupo no son proclives a la demostración. Solo ocurren.
De este modo se transmite un sentido cristalizado por el sintagma tipo clínico-tipo teórico, que
no deja de ser problemático ya que la chicana retorna sobre Fulano (al menos debería retomar sobre
él) para exigirle que dé cuenta de la escisión que estableció entre teoría y práctica.

75
J. Lacan, «Autocomentario», en Uno por uno, nº 43, Buenos Aires, Eolia- Paidós, 1996, p. 18.
57
Sabemos de la insistencia con que Jacques Lacan machacó para intentar asegurar la existencia
del dispositivo analítico. Encauzó insistencia con la exhortación a los psicoanalistas para que
demostraran qué efectos reales se producían debido al discurso en acto.
En la proposición dirigida al analista de la Escuela -que instauró los tiempos del pase por los que
actualmente transitamos- Lacan enfatizó que el psicoanálisis consiste en una teoría de la práctica.
Sabemos que esta afirmación en su boca no indica una inocente paráfrasis del empleo del sintagma
teoría de la técnica según los posfreudianos. Hablar de teoría de la práctica implica necesariamente
el establecimiento de una vecindad topológico entre teoría y práctica.
Por más tipos lacanianos que existieran ninguno podría demostrar que la teoría fluye por aquí y
que la práctica fluye por allí. La enseñanza de Lacan es precisa al respecto: no puede hacerse
referencia a la teoría sino en tanto que conducida por la práctica, y no hay práctica sino aquella
enmarcada por el discurso analítico.

II. LOS TIPOS CLÍNICOS Y LAS GUERRAS DE RELIGIÓN (Pág. 134)

«¿Ahí está todo? Si he hablado de los tipos clínicos, no ha sido sin razón. Quisiera hacer una
observación, y es que los sujetos de un tipo -histérico u obsesivo según la vieja clínica- no tienen
utilidad alguna para los demás del mismo tipo. Es más que concebible, se toca con el dedo todos
los días, que un obsesivo no puede dar el menor sentido al discurso de otro obsesivo. Es incluso de
ahí que parten las guerras de religión76.»
A partir del discurso analítico, Jacques Lacan consideró el problema de su transmisión. En
cuanto un rasgo inherente a las comunicaciones humanas lo constituyen las variedades de sentido
que son adjudicadas a las proposiciones emitidas, Lacan procedió interrogándose acerca de las
posibilidades del psicoanálisis para establecer un camino que permita trascender el sentido «como
fundamento de un nuevo amor, efecto de la suposición de un sujeto al saber inconsciente, es decir,
al ciframiento 77».
Jacques Lacan advertía respecto de las dificultades que tienen algunos para dar sentido al
discurso de otros: la felicidad de los seres hablantes suele conducirlos a este callejón sin salida que
en este «Autocomentario» él identificó con la obsesión. Lacan subrayó la paradoja de que los tipos
obsesivos, es decir, aquellos que forman parte de la misma clasificación nosológica, son -
precisamente- los que más dificultades tienen en «comprender» el discurso de sus «congéneres»
(ellos también obsesivos).
Deducimos el obstáculo: el goce acumulado en torno de la propia imagen, es decir, el narcisismo
de las pequeñas diferencias, freudiano según la conceptualización del goce en la enseñanza de
Lacan. Constatamos que la fortaleza y la grandeza de la imagen del obsesivo frecuentemente no
deja lugar para que otra imagen -de otro obsesivo- se presente en el mismo sitio: él está muy
preocupado por cultivar su narcisismo al par que en pelearse con su Otro imaginario. Este Otro es
el mismo que -aun sin él saberlo- lo goza en sus pensamientos (con sus fantasmas, anota Lacan).
El lazo social que promueven los discursos parece encontrar en los tipos obsesivos un límite muy
marcado: defendiendo el solipsismo de su imagen, ellos no quieren «contaminarse» con la del
vecino sino a regañadientes. Esta dificultad de los tipos obsesivos, cuya consecuencia es «que un
obsesivo no puede dar el menor sentido al discurso de otro obsesivo», condujo a Lacan a situar el
verdadero problema: «Es incluso de ahí que parten las guerras de religión».
También lo sabemos: las guerras de religión patrocinadas por los tipos obsesivos pueden librarse,
asimismo, en nuestra comunidad analítica.

76
Ibíd.
77
Ibíd., p. 19.
58
a) Entre analista-analizante: se establecen cuando la tensión agresiva se concentra bajo
transferencia a partir de una lucha de prestigio. A la indexación fálica de la imagen del analizante -
que este pugna por hacer reconocer- responde el analista con otra imagen: la de su propio yo
patrocinado por su fantasma. La rivalidad se instaura cuando el analista cae en la trampa especular.
Las elaboraciones de los analistas posfreudianos que Jacques Lacan recusó decididamente
suelen abrevar en estas fuentes: valga como referencia la noción de «resistencias del paciente a la
cura» empleada habitualmente para describir la oposición del paciente a la persona del analista
cuando este pretende adoctrinarlo; o la de «contratransferencia», término frecuentemente utilizado
como contragolpe técnico para justificar los sentimientos de rivalidad que el analista mantiene
contra su paciente al haber sido herida la fortaleza de su narcisismo. En estos casos le resulta
imposible al practicante del psicoanálisis ir más allá del goce «técnico» de su propia imagen.
b) Entre analistas: el empleo de la jerga en la comunidad analítica suele evidenciar -al par que
ocultar- las preferencias transferenciales orientadas hacia lo que Lacan denominó en el texto de
referencia «los pequeños sentimientos personales»: cada cual intenta apropiarse del sentido de su
discurso para imponérselo a otros; por ejemplo, instaurando en nombre del «último Lacan» una
moderna caza de brujas que intentaría combatir a los «herejes» y que sería patrocinada de un modo
silencioso por un goce segregativo a partir de los fantasmas privados.
Sabemos que también la histeria- hace su agosto en este territorio, ya que no solo históricamente
ha ocupado el lugar sacrificial de la bruja, sino que además suele preferir desestabilizar al amo de
tumo para ocupar su lugar y reinar allí como la excepción. En este territorio puede establecerse un
pacto «tipológico» entre histeria y obsesión.

En fin, los tipos analíticos también podrían ser aquí considerados a la luz de los tipos clínicos. El
problema que se desprende es cómo hacer posible que el debate entre analistas responda -cada vez
más- a posiciones argumentativas definidas a partir de la relación que cada cual mantiene con el
psicoanálisis y no a enfrentamientos personales, guerras de religión causadas por el goce
fundamentalista de la «propia» imagen. (Pág. 136)

Jacques-Alain Miller. -Agradezco a Ernesto Sinatra haber aceptado dividir su texto. La tercera
parte ya se refiere a Freud, a quien tomaremos esta tarde. De modo que vamos a hacer un corte y
pasaremos al trabajo de Marina Recalde, que también apunta a los tres fragmentos de Lacan,
privilegiando las cuestiones ya discutidas del tipo y de por qué los sujetos de un mismo tipo no se
entienden. Luego podremos retomar las dos exposiciones juntas.

Prescindir del tipo clínico a condición de servirse de él (Pág. 139)


Marina Recalde

Tomaré como referencia tres párrafos extraídos de la «Introducción a la edición alemana de un


primer volumen de los Escritos».
Sabemos que abordar la cuestión de los tipos clínicos implica considerar un agrupamiento que
proviene de la nosografía psiquiátrica. Sin embargo, ¿esta sería una razón suficiente para
desecharlos?
Jacques Lacan en su «Introducción...» sostiene que «los sujetos de un tipo no tienen utilidad
alguna para los demás del mismo tipo». Sorpresivamente, en su «Autocomentario», agrega: «[...]
los sujetos de un tipo -histérico u obsesivo según la vieja clínica- no tienen utilidad alguna para los
demás del mismo tipo».

59
Me pregunto por qué esta aclaración. ¿Debemos suponer que lo que Lacan señala al hablar de
una «vieja clínica» implica la caducidad del tipo clínico? No resulta evidente, ya que, de ser así, su
permanencia no hubiera sido tan insistente.
La palabra tipo proviene del latín typus, que significa «modelo», definición que, a mi entender,
marca su carácter universal. Pero además el diccionario nos remite al griego typos, y señala que se
trata de una marca. Entonces, jugando un poco con la etimología misma de la palabra tipo,
podemos afirmar que tenemos conjugado lo universal, el para todos, el modelo, y lo particular, la
marca.
Me pareció oportuna esta definición, ya que permite colocar sobre el tapete la pregunta acerca de
la vigencia y utilidad de los tipos clínicos en la clínica psicoanalítica.

I. «Pues la cuestión comienza a partir de lo siguiente: que hay tipos de síntoma, que hay una
clínica. Solo que resulta que esa clínica es de antes del discurso analítico...» Pero ¿qué son los tipos
clínicos? Son agrupamientos que reúnen «modos específicos de respuesta del sujeto y [...] esas
respuestas se vuelven a encontrar en diferentes sujetos pertenecientes a un mismo tipo clínico 78».
Sabemos que hay tipos de síntoma. Es un hecho observable, constataba en la práctica. Sin
embargo, si nos quedamos en lo fenoménico, perdemos la brújula. No todo síntoma, en el sentido
observable del término, indica que se trata de una misma estructura en juego; es decir, no toda
duda, por ejemplo, es obsesiva. Con lo cual la universalización queda cuestionada desde el
principio, y aquí precisamente podemos ubicar un punto de inflexión en el que el psicoanálisis se
separa de manera definitiva de la psiquiatría: no se trata de quedarse con lo fenoménico.

II. «Por lo cual indico que lo que responde a la misma estructura no tiene forzosamente el mismo
sentido...» Aun tratándose de la misma estructura y teniendo en cuenta que está en juego, por
ejemplo, el mismo síntoma histérico en dos sujetos diferentes, el sentido no es idéntico, sino que
remite a lo particular. Hay un sentido diferente para cada síntoma o, dicho de otro modo, cada
síntoma alberga su sentido. Por eso Lacan subraya: «No hay análisis sino de lo particular 79». Para
el psicoanálisis, lo particular es la brújula que orienta.
Al no primar el sentido común, se abre la vía de la particularidad. Esta dimensión del sentido se
revela tras un desciframiento previo que, como va en contra del ciframiento del inconsciente,
permite -vía la significación- abrir un surco en la envoltura formal del síntoma. Este es un paso
previo y necesario en el camino de acceso al sentido. El desciframiento tiene un tope, pero también
una virtud: abre la vía hacia lo particular del sentido. El sentido, cuyo colmo, al decir de Lacan, es
el sinsentido, a saber: el sinsentido de la relación sexual.
Que los síntomas no tengan el mismo sentido significa que no tienen el mismo goce, que es lo
que en el síntoma define lo particular. En otras palabras, el goce determina el sentido. (Pág. 140)
Ya encontramos en Freud desde las épocas más tempranas esta tensión entre el tipo y lo
particular (1887): «En mitad de la serie se encuentra el "type", la forma extrema del cuadro clínico
[...], la plasmación completa y característica del cuadro clínico; no obstante, las más de las veces
los casos efectivamente observados divergen del tipo, han borrado del cuadro tal o cual rasgo [...]
Mientras que la nosografía tiene por objeto describir los cuadros clínicos, es tarea de la clínica
pasar a la plasmación individual de los casos y a la combinación de los síntomas 80».
Freud buscará entonces la sobredeterminación de cada síntoma. Así, la tos nerviosa que padece
una joven tratada por él en 1901 -a la que hoy conocemos como Dora- es entendida en los
siguientes términos: «Cuando insistió otra vez en que la señora K solo amaba al papá porque era

78
J. Lacan, «Introducción a la edición alemana de un primer volumen de los Escritos», en Uno por uno, nº 42, Buenos Aires, Eolia, 1995, p. 12.
79
Ibíd., p. 13.
80
S. Freud, «Prólogo a la traducción de J.-M . Charcot», en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1982, t. I, p.168.
60
ein vermögender Mann [un hombre de recursos, acaudalado], por ciertas circunstancias colaterales
de su expresión [...] yo noté que tras esa frase se ocultaba su contraria: que el padre era ein
unvermögender Mann [un hombre sin recursos]. Esto solo podía entenderse sexualmente, a saber:
que el padre no tenía recursos como hombre, era impotente.[...] Cuando le pregunté si aludía al uso
de otros órganos que los genitales para el comercio sexual, me dijo que sí; y yo pude proseguir [...]
con su tos espasmódico [...] respondía al estímulo de un cosquilleo en la garganta, ella se
representaba una situación de satisfacción sexual per os entre las dos personas cuyo vínculo
amoroso la ocupaba tan de continuo 81». O sea que para Freud la tos de Dora se descifra por la
fantasía de fellatio del padre. Sin embargo, no deja de notar que Dora era una chupeteadora. El
desciframiento de este síntoma llega hasta el punto donde se abre la dimensión del goce, un goce
sexual, infantil, pero que en Freud sigue siendo fálico.
Creo pertinente referirme a otro párrafo del texto que me sirve de eje. En él Lacan sostiene que
«no hay sentido común del histérico, y aquello merced a lo cual en ellos o ellas se juega la
identificación, es la estructura y no el sentido, tal como se lee bien por el hecho de que esa
identificación se refiere al deseo... 82».

III. «Que los tipos clínicos responden a la estructura, es algo que puede escribirse ya, aunque no
sin vacilación. Solo es cierto y transmisible del discurso histérico...» A partir de la matematización
de los discursos, queda ubicado el discurso de la histérica. Cabe subrayar que, si bien Lacan utilizó
el femenino, nos recuerda que no es privilegio de las mujeres. Los sujetos de sexo masculino
sometidos al análisis están también «obligados a pasar por el' discurso histérico, porque es la ley,
son las reglas del juego 83». Este discurso se establece entonces en torno del síntoma y lo ubica
como agente.
En este punto, cabe preguntarse qué recuperar del tipo clínico en la clínica psicoanalítica.
Como indiqué al comienzo, sabemos que hay tipos de síntoma; es un hecho observable que se
constata en la práctica. Por otra parte, el único tipo de síntoma que responde a la estructura es aquel
que pudo ser elevado al estatuto del matema, esto es, el síntoma histérico. Pero ¿qué decimos
cuando afirmamos que es el único tipo de síntoma que responde a la estructura? ¿A qué estructura
nos estamos refiriendo? Lo importante es situar cuándo hablamos de estructura referida a un tipo
clínico (histeria, neurosis obsesiva, etcétera) y cuándo nos referimos a la estructura de discurso.
Existe la histeria y existe la neurosis obsesiva. Existe el discurso histérico, pero no el discurso
obsesivo; no hay matema de él.
Siguiendo a Lacan, decimos que la especificidad de la histeria es que «alcanza al discurso 84». Si
la histerización es solo efecto de un análisis, ¿la clínica psicoanalítica solo debe tener en cuenta la
histeria? Ya en Freud encontramos una preciosa observación, según la cual «toda neurosis obsesiva
parece tener un estrato inferior de síntomas histéricos». Para él, la neurosis obsesiva es un dialecto
de la histeria. (Pág. 142)
De todos modos, esta pregunta impone una única respuesta: no se trata del tipo clínico, se trata
del discurso. El síntoma se vuelve analizable al devenir histérico, independientemente del tipo
clínico. Se trata, también, de histerizar el síntoma obsesivo.
Ahora bien ¿por qué la histeria (me refiero al tipo clínico) sería más permeable a un análisis?
Precisamente por la estrategia que sostiene frente al deseo del Otro: allí donde falta un significante
en el Otro, en ese lugar ella se aloja. Con lo cual la histérica está ligada radicalmente al Otro. Para

81
Íd., «Fragmento de análisis de un caso de histeria», en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1985, t. VII, pp. 42 y 43.
82
S. Ob. cit. n. 2.
83
J. Lacan, «El amo y la histérica», en El seminario, libro 17, El reverso del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1992, p. 34.
84
Ibíd.
61
identificarse, debe pasar por el deseo del Otro: se identifica con el significante de la falta en el
Otro. Toda histérica intenta extraerle al Otro un saber sobre su verdad.
Pero el síntoma debe ser puesto en el lugar del agente, y se lo debe hacer actuar. Y esto solo es
posible mediante la intervención del analista: es necesario entonces pasar por la histerización del
discurso para lograr el pasaje al discurso del analista. Y aquí sí, si se me permite la expresión, cae
la importancia del tipo clínico, lo que vale tanto para la histeria como para la neurosis obsesiva.
Con lo cual volvemos a la pregunta inicial: ¿sirven o no sirven los tipos clínicos? Si se trata de lo
que el analista instituye como experiencia analítica, esto es, la histerización del discurso, ¿cuál es la
importancia de saber si estamos frente a una histeria o una neurosis obsesiva?
Para el desciframiento del síntoma, considerar el tipo clínico no tiene ninguna utilidad. Referido
al sentido, tampoco. Ahora, cuando se trata de establecer de qué modo utiliza cada sujeto el
síntoma en su relación con el Otro, el tipo clínico vuelve a tener importancia, ya que solo el
síntoma histérico pasa por el Otro. En otras palabras, el tipo clínico interesa en la medida en que se
trata del modo peculiar de relación del sujeto con el Otro, con lo cual la clínica psicoanalítica
reformula la nosografía psiquiátrica.
Habrá una entrada de análisis universalizable: es necesaria, para todo sujeto, la histerización del
discurso; pero siempre que se tenga en cuenta que es una forma de universalizar lo particular que
aparece con cada uno. Es verdad que con el tipo clínico no alcanza, se trata de ir más allá, aunque,
parafraseando a Lacan, se puede prescindir de él a condición de servirse de él.
Para concluir, evoco aquí las palabras de Sigmund Freud: «Solo hemos dado un primer paso
hacia la comprensión del significado del síntoma. Pero queremos [...] avanzar poco a poco hasta
dominar lo que aún no comprendemos [...]. En suma, no tenemos razón alguna para acobardamos
por anticipado; ya veremos qué habrá de resultar85».

***
Jacques-Alain Miller. -Podemos comenzar la discusión de las dos ponencias juntas, la primera
parte de la presentación de Ernesto Sinatra y la exposición de Marina Recalde sobre los tres
fragmentos de Lacan. Quizás alguno de los docentes de la Sección Clínica de Buenos Aires quiera
intervenir.

Samuel Basz. -Efectivamente, entendemos que se trata de pasar de lo descriptivo a lo


demostrativo y desde ahí ubicar tipos de acuerdo con la lógica de Lacan, en función de la estructura
en juego. Esos tipos clínicos no serían otra cosa que una modalización de la determinación del
sujeto como efecto de la estructura del lenguaje, y el referente latente sería el goce producido por
lalengua. Si los tipos clínicos son una forma de la determinación del sujeto por efecto del discurso,
de la estructura del lenguaje, habría entonces aparte de los tipos clínicos clásicos otros dos tipos
clínicos, otras dos formas de determinación del sujeto: hombre y mujer, el lado masculino y el lado
femenino de la sexuación. Retengo algo de esto de un curso de Jacques-Alain Miller en que
hablaba justamente de formas de determinación del sujeto y de que habría elección de sexo en una
lógica equivalente a la elección de los tipos clínicos. Creo que esto es interesante porque todavía
queda una especie de asimilación del lado masculino de la sexuación con la obsesión y el lado
femenino con la histeria. Y esto dará en el futuro un trabajo para resolver la diferencia entre los
tipos clínicos provenientes de la psiquiatría y los que fuerzan la lógica del psicoanálisis. (Pág. 144)

Jacques-Alain Miller. -¿Cómo lo piensan Ernesto Sinatra o Marina Recalde?

85
S. Freud, «17º conferencia. El sentido de los síntomas», en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1978, t. XVI.
62
Marina Recalde. -Según el eje que tomé, me parecía posible plantear que efectivamente el tipo
clínico sigue teniendo vigencia en psicoanálisis pero de un modo reformulado: no se trata del tipo
clínico que considera la psiquiatría (que ubiqué del lado de lo observable y en función de lo
descriptivo, como señalaba Jacques-Alain Miller hace un momento). Creo, en cambio, y tal como
sostenía Roberto Mazzuca, que tienen utilidad si tomamos como referencia la estructura.

Ernesto Sinatra. -Respecto de lo que planteaba Samuel Basz sobre el tipo clínico hombre o
mujer, recordaba una formulación de Jacques-Alain Miller en su curso cuando ubicaba con un
neologismo (hablaba de sexismo) una forma de racismo instauradora del lenguaje y la posición de
los hablantes, en relación justamente con lo hétero respecto del Otro sexo. En ese sentido, esta
posición de los tipos clínicos, que creo que habría que tomar en este punto con cierta ironía
(teniendo en cuenta las especificaciones de Jacques-Alain Miller al respecto), nos autorizaría a
hablar de un tipo clínico hombre y un tipo clínico mujer, recordando que hay un sexismo que sería
base de los parlêtre, de los seres hablantes, respecto de lo que es insoportable de la relación con el
Otro sexo para cada cual. En ese sentido me parece que Jacques Lacan inscribía allí las guerras de
religión, por ejemplo, como este efecto de lo insoportable del Otro.

Miquel Bassols. -Me gustaría introducir una pregunta, porque definimos el término tipo, pero no
sé si todos estamos de acuerdo con la definición en el texto de la palabra estructura, de la que
hacemos surgir dicho término. Recordemos que tres años antes Lacan había definido la estructura
como lo real. Me parece que cambiaría mucho la articulación de estos términos si tomamos la
estructura en el sentido estructuralista de los años 50 o 60, esto es, como diferencia significante.
Creo que vale la pena la pregunta porque la estructura tomada en esta dimensión, donde no se
plantearía como una estructura de diferencia significante sino tal vez como significantes aislados -
tal como se desarrolló en algún momento-, resulta muy enigmática, más aún para articular esto con
los tipos que estamos describiendo.

Jacques-Alain Miller. -Querría que no se olvide un fragmento de la exposición de Sinatra que


resulta muy llamativo y que apunta a algo de los tipos clínicos hombre o mujer. Este fragmento
alusivo, muy interesante, dice: «instaurando en nombre del último Lacan una moderna caza de
brujas que intentaría combatir a los "herejes" y que sería patrocinada de un modo silencioso por un
goce segregativo a partir de los fantasmas privados. Sabemos que también la histeria hace su agosto
en este territorio, ya que no solo históricamente ha ocupado el lugar sacrificial de la bruja, sino que
además suele preferir desestabilizar al amo de turno para ocupar su lugar y reinar allí como la
excepción».
Me parece que hay en ello algo apasionante, que supongo referido a lo más actual del contexto
de la EOL. Hay, como dice Lacan, algo descifrado pero que mantiene el enigma, pues en el texto
de Sinatra queda algo enigmático, más allá de este primer sentido. No hay que olvidar entonces ese
fragmento que indica algo de la bruja y los ortodoxos, donde una posición parece femenina y la
otra señala el agrupamiento de síntomas varoniles. ¿Quiere agregar algo Sinatra?

Ernesto Sinatra. -Recordar que el enigma permanece en un punto para no ser comprendido y
para ser transmitido. (Pág. 146)

Jacques-Alain Miller. -Quisiera retomar la lectura minuciosa de Marina Recalde. No había


verificado en el diccionario el sentido de tipo, y observo que la indicación de que es a la vez algo
general y algo particular verifica la vinculación que trataba de improvisar sobre lo general, el
modelo y el paradigma. La misma palabra puede indicar ambas cosas. En este caso es
63
agrupamiento, como señala Marina Recalde. Entonces, quería plantear una pregunta o una objeción
a algo de su lectura. Hicimos algunas consideraciones sobre la vinculación o no de los síntomas
agrupados en tipos, y hay síntomas que escapan, que no quieren entrar en el agrupamiento. Son
síntomas de excepción, excepcionales, síntomas brujas, que no se pliegan al resto de la masa.
También está la relación entre el síntoma -con la letra griega sigma- y la estructura, que discutimos
con Lombardi para ver si es esencialmente la del discurso histérico o la del lenguaje, como
planteaba Samuel Basz.
Yo distinguiría entre este nivel de la argumentación en el que debemos ir de los tipos clínicos,
que son descriptivos, hacia una estructura que permite la certidumbre en la clínica, para decirlo
rápidamente, y otro en el que dentro de un mismo tipo clínico los sujetos no se entienden. Se trata
de cosas distintas.
En otras palabras, cuando Marina Recalde subraya que cada síntoma alberga su sentido o que el
goce determina su sentido, esto no llega a dar cuenta de por qué los sujetos de un mismo tipo no se
entienden y por qué Lacan acentúa este aspecto. Pienso entonces que en el texto comentado se trata
de una cosa fundamental que mencioné en mi curso apuntando al último período de la enseñanza de
Lacan. El mismo Lacan que en «La instancia de la letra...» había acentuado el hecho de que el
significante determina el significado:
S → s

y que había estudiado las dos modalidades según las cuales las combinaciones significantes
determinan el sentido (la metafórico y la metonímica), el mismo que había destacado las dos
maneras según las cuales el significante penetra el sentido y lo produce, en «Introducción...»
acentúa la disyunción entre el significante y el significado.

S//s

Lacan lo indica al comienzo, donde no define el significante por su capacidad de producir


significado, sino por la pura sustitución de uno por otro. Y la cuestión del sentido es otra cosa,
interviene, por supuesto, pero es de un orden distinto.
Me parece entonces que el punto esencial para entender este texto de Lacan, los tres fragmentos
y la pregunta sobre la clínica, es esta disyunción entre significante y significado, su propia
oposición a la tesis clásica de «La instancia de la letra...», y que no insiste en el carácter arbitrario
del signo como hacía Saussure, sino en la arbitrariedad del sentido. Comparado con el significante,
el sentido es siempre arbitrario, es decir, nunca se puede deducir un sentido a partir del significante.
Lacan lo ilustra en la clínica, cuando afirma que en un sujeto que podemos ubicar bajo el mismo
tipo clínico que otro -y que eventualmente se conecta con la misma estructura específica el sentido
de su síntoma es totalmente distinto.
(Ver cuadro pág. 148)

A partir de la misma estructura sintomática puede haber sentidos totalmente variados, distintos, y
la cuestión clínica se inscribe en el marco de esa demostración fundamental. Tomemos como
ejemplo a Schreber, quien afirma que debe consentir en ser La mujer de Dios frente a la insistencia
de este último, y supongamos que se nos presenta otro psicótico con fenómenos del mismo tipo,
que viene vociferando que él es Dios y le asegura a Schreber que no lo quiere por esposa. Solo de
cierta manera se entienden. Cuando Lacan alude a las guerras de religión, los tipos que se oponen,
esos teólogos protestantes después de Lutero, que utilizan el mismo tipo de argumentación para
demostrar cosas apenas distintas, finalmente se constituyen en partidos donde cada uno intenta
eliminar al otro, y en eso se entienden bien.
64
Se puede pensar todo esto del siguiente modo: a partir de los mismos significantes es posible
construir significados totalmente distintos. Y, por ejemplo, el mismo síntoma reconocible, el dolor
de cabeza en una histérica... o la tos, será la tos del padre o será una significación de embarazo; no
se puede saber. Sería además muy necio un analista que creyera poder decirle lo que es su tos por
haber analizado antes a otra histérica. Por otra parte, sería suponer que el sujeto en su singularidad
puede ser igual a cualquier otro. Ciertamente, Lacan exagera cuando formula que un sujeto de
cierto tipo no tiene ninguna utilidad para otro del mismo tipo, pues por supuesto la tiene. Una vez
que nos formamos en la clínica, en la experiencia analítica, en la dirección de la cura en la histeria
y en la obsesión, sin duda sirve. Sin embargo, Lacan intenta significar que no se trata de una
utilidad en general, que no es por encontrar el mismo síntoma en el nivel significante en una
histeria que conoceremos su sentido particular.
Me parece que esta es la clave para estos fragmentos: Lacan introduce la clínica como prueba.
Cuando sitúa la disyunción entre significante y significado quiere indicarnos que es algo que ya
conocemos por la clínica, en tanto que no hay una adición de los casos. En la experiencia analítica
el hecho de haber podido recomponer el sentido de un síntoma en un caso no ayuda a reconstruirlo
de manera algorítmica en otro, aunque se trate del mismo tipo clínico.
En Francia, en 1976 o 1977 pusimos el fragmento sobre hay tipos clínicos en la presentación de
la Sección Clínica de París para elaborar la estructura en la que se articulan esos síntomas. Pero en
aquella época no habíamos visto que la lógica total del texto es que Lacan busca todos los
argumentos para echar por tierra su propia consideración anterior, o al menos para desplazarla y
evidenciar que hay un abismo, un hiato entre significante y significado, dentro del cual hay que
ubicar el goce.

Marina Recalde. -En relación con lo que yo tomaba como la histerización universal del discurso
válida para todo sujeto, creo que vale siempre que se tenga en cuenta que se trata de universalizar
lo particular que aparece con cada uno. De este modo podría entender la frase de Lacan no hay
análisis sino de lo particular.

Jacques-Alain Miller. -Me parece que esa frase apunta a que precisamente el análisis no es un
análisis. El análisis de un sujeto no consiste en incluirlo en una categoría, sino en ayudarlo a
descifrar, para decirlo rápidamente, el sentido ya constituido de sus síntomas. Y para esta lectura
nos sirve haber leído esto en otra parte. Es como si leyéramos en Lacan: hay una clínica. Buscamos
en Kraepelin y también encontramos: hay una clínica. Pero la misma frase no tiene igual valor en
ambos casos. Lacan apunta a que, si llamamos análisis al desciframiento del síntoma, no hay
generalidad en eso. Así ocurre cuando se habla de la clave de los sueños y se sostiene, por ejemplo,
que soñar con una casa significa «mujer»; eso es considerar que cada significante tiene una
significación común. La Traumdeutung, en cambio, muestra algo totalmente distinto: el mismo
elemento en un sueño puede tener sentidos muy diferentes. Y es lo mismo que formula Lacan a
propósito del síntoma- un mismo síntoma tiene sentidos totalmente particulares, y no es posible
ahorrarse un análisis con el establecimiento de un listado de síntomas. ¡Felizmente... ! Si no,
bastaría ir a buscar al diccionario de síntomas para saber el sentido del síntoma de cada cual, sin
necesidad de emprender un análisis.

Juan Carlos Indart. -Yendo a la literalidad del texto, querría responder algo a la observación y
comentario de Miquel Bassols, a partir de la frase «los sujetos de un tipo no tienen pues utilidad
alguna para los demás del mismo tipo». De este comentario subrayo el término pues, ya que indica
que la frase está implicada por algo que se dijo antes y es que no hay sentido común del histérico.
En la frase siguiente Lacan ubica del lado de la estructura la identificación histérica. A partir de
65
esta observación de Lacan, podríamos considerar la identificación histérica como significante-
signo, con mecanismos de sustitución y transmisibilidad, siempre respetando la dimensión de
articular la falta tomada como objeto (eso se transmite porque juega, indica Lacan, en el nivel de la
estructura), y preservar la escisión resultante respecto de lo que producirá efectos de sentido,
singulares y diversos. Luego, supongo que se avanza lentamente en la consideración de la
estructura y su real, pero en este párrafo nuestra antigua identificación histérica -revisada una vez
más con la bella carnicera- es un elemento dado en el nivel estructural. (Pág. 150)

Éric Laurent. -Creo que sería posible desarrollar cada punto expuesto durante un largo tiempo,
pero no podremos hacerlo. Entonces, el primer punto que quería destacar es que Lacan nos
introduce en la tensión entre la clínica del síntoma y lo particular, y nos muestra que en esta ruptura
de la significación, que provoca el hiato entre significante-sentido, se halla contenida la cuestión
del fantasma. Afirma que hay tipos de síntoma, pero no indica que haya tipos de fantasma. Lo que
resulta una sorpresa, pues, pese a esto, dentro del movimiento psicoanalítico se tendió a afirmar que
la psiquiatría se atribuía la clínica del síntoma y el psicoanálisis la del fantasma. La psiquiatría no
tenía idea de lo que era el fantasma, mientras que el psicoanálisis lo encontraba por todas partes.
Después de la muerte de Freud, en el psicoanálisis surgió la tentación de renunciar precisamente al
síntoma para pasar por completo al fantasma. Y los psiquiatras no tenían el fantasma privado.
Como subraya efectivamente Sinatra, Lacan rechaza esta tentación y decide mantener el nivel de la
orientación clínica en psicoanálisis respecto del síntoma.
El segundo punto, que destacaba Miquel Bassols, es que después de 1973 Lacan ordena la
estructura a partir de lo real. Partiendo de esto, es posible leer la estructura en Lacan, que nunc a fue
la del estructuralismo, la de Lévi-Strauss (esto es, una estructura tal que no podía incluir en sí
misma un agujero), y releer lo que en ocasiones fue nuestro error al creer que él sólo había
insistido en la identificación en la histeria.
Lacan aclara en este texto que siempre sostuvo que la histeria se identificaba con el agujero, cosa
que no es tan fácil de señalar. Tomemos como ejemplo el texto de Jacques-Alain Miller sobre el
«Trio de Mélo», donde no es tan fácil hacer esa lectura del análisis del sueño de la bella carnicera,
ubicando los dos niveles en juego: identificación y agujero. Precisamente, no se veía antes de este
comentario, y esa es la articulación que propone el texto.
Pero también podemos observar que desde el inicio de su trabajo, cuando Lacan subraya la
importancia de la muerte en la obsesión, ubica toda una vertiente de identificación. Y hay
asimismo, dentro de la neurosis obsesiva, una identificación crucial con el agujero de la lengua, no
de la falta en el Otro, sino de lo que lleva en la neurosis obsesiva el nombre de la muerte: la muerte
como pulsión de muerte que hace el agujero dentro de la lengua como tal. En este sentido pueden
releerse los tipos clínicos y la articulación clínica a partir de la estructura articulada con la falta y el
agujero en lo real. (Pág. 151)
Tercer punto: el buen uso del tipo clínico en el torneo amoroso de los sexos hombre y mujer. Es
verdad que en última instancia la clínica psicoanalítica puede resumiese en que hay hombres y
mujeres, con lo cual ya llegamos al término irreductible: no hay proporción sexual. Nunca
tendremos manera de confundir todo y, pese a que nos explican que hay multiplicidad de sexos
(bisexuales, trisexuales, cuatrisexuales), en última instancia hay dos, porque son irreductibles. Sin
embargo, ya el hecho de tener la estructura clínica permite pensar que hay una tendencia a la
reducción, y la clínica analítica tiende a reducirse a dos: obsesión e histeria.
Ciertamente, Jacques-Alain Miller subrayó alguna vez que la incidencia de lo sexual es crucial
en esto. Y, aunque es verdad que hay más hombres obsesivos y más mujeres histéricas, siempre es
útil tener en cuenta que hay mujeres obsesivas y hombres histéricos. De esta manera, por lo menos
complicamos un poco el asunto y esto nos permite destacar que hay que separar la cuestión de la
66
feminidad de la histeria, como tarea esencial de la clínica analítica, y asimismo ver cómo
diferenciar masculinidad de obsesión. Y es que el colmo de la masculinidad no es el sujeto
obsesivo, aun cuando este tienda formidablemente a hacer el hombre, pero del modo equivocado,
pues hay un modo mucho más inteligente...

Jacques-Alain Miller. -Podrías explicárnoslo...

Eric Laurent. -No, el sujeto tiene que inventárselo en lo particular de cada análisis, una manera
más...

Jacques-Alain Miller. –Entonces terminamos aquí el trabajo de la mañana.

[Segunda parte.]86 (Pág. 152)

Jesús Santiago. -Quisiera hacer un comentario siguiendo lo que planteaba esta mañana Eric
Laurent. Me pregunto cuáles son las consecuencias de esta nueva concepción de las relaciones
entre el síntoma y la estructura. Llama la atención la frase de Lacan comentada por Marina
Recalde: «Por eso mismo no hay análisis sino de lo particular. Los sujetos de un tipo no tienen pues
utilidad para los demás del mismo tipo». Me gustaría señalar el término utilidad para situar una
perspectiva de investigación en el sentido de que no hay solo una nueva concepción de la estructura
en Lacan (aunque es cierto que él nunca aceptó la estructura tal como era definida por los
estructuralistas, ya que siempre ubicó un elemento no simbólico, el significante de lo imposible,
con lo cual respondía a Lévi-Strauss), sino un interés sobre qué hacer con el síntoma. De modo tal
que en esta disyunción entre significante- significado, entre significante-sentido, podría reflejarse
una preocupación por la singularidad del síntoma en la línea de qué hacer con él. Esa imposibilidad
de hacer corresponder un síntoma con otro de un mismo tipo clínico coloca al analista ante la
singularidad más pura, más esencial del síntoma, lo cual representa a mi entender una perspectiva
que debemos tener muy en cuenta.

Jacques-Alain Miller. -Sin duda es posible sostener que el síntoma es el lugar de lo más singular
del sujeto, pero creo que esta perspectiva debe situarse en el plano del sentido del síntoma. El
sentido es lo particular, propio de cada sujeto, no el síntoma mismo. En otras palabras, no
encontramos síntomas de una originalidad extrema. Solo en ocasiones un sujeto inventa un síntoma
realmente excepcional, que se relata en los encuentros. El año próximo haremos una reunión de las
secciones clínicas de habla francesa con el título «Casos raros: Los inclasificables de la clínica» 87
para ubicar precisamente los inventos sintomáticos excepcionales. En general hay cierta
regularidad del síntoma. Aunque el sentido sea propio de cada sujeto, hay grandes clases de
síntomas, cosa de la que no se sale fácilmente. También los fantasmas son de una tipicidad
extrema. Podemos lamentarnos, pero es así.
Ahora seguiremos con el trabajo de Cristina Nocera y luego con el de Raquel Vargas. Por
último, con Ernesto Sinatra y la parte freudiana de su texto.

Una puerta de entrada a la neurosis obsesiva (Pág. 155)

86
Lamentablemente, no se ha podido recuperar una intervención de Andrea Blasco de Kindgard, al comienzo de esta segunda parte del Coloquio (N. de la
E.).
87
Jacques-Alain M iller y otros, Los inclasificables de la clínica psicoanalítica, Colección del Instituto Clínico de Buenos Aires, vol. I, ICBA-Paidós,
Buenos Aires, 1999, en esta misma colección (N. de la E.).
67
Cristina Nocera

Los párrafos que seleccioné para este comentario corresponden a Inhibición, síntoma y angustia,
que data de 1925. Cabe considerar la importancia de este texto nodal, ya que no solo es un punto de
viraje y reformulación de viejas concepciones, sino que además ubica la angustia como un eje
central a partir del cual se ordenan y articulan los demás conceptos.
En primer lugar, Freud arriba a una definición: «La angustia es la reacción frente al peligro 88», y
el peligro no puede ser otro que la castración. Así, la angustia siempre será angustia de castración.
En segundo lugar, establece una relación causal entre angustia y defensa: «La angustia crea a la
represión y no la represión a la angustia89», como opinaba antes. Por lo que declara a «la angustia
de castración como el único motor de los procesos defensivos que llevan a la neurosis 90». Y en
tercer lugar, aborda el para qué del síntoma: «La formación de síntoma tiene, por lo tanto, el
efectivo resultado de cancelar la situación de peligro 91». Los síntomas se crean para sustraer de la
angustia al yo. Se convierte entonces en un texto privilegiado para abordar las particularidades de
la formación de síntomas en los distintos tipos de neurosis.
Tras esta breve reseña, me centraré en un párrafo 92 y retomaré otros solo en función del primero.
El párrafo en cuestión plantea que hay una situación inicial común a histeria y neurosis obsesiva, se
trata de la defensa como necesaria ante las exigencias libidinosas del complejo de Edipo. Luego le
sigue lo que a mi entender posee todo el peso de una afirmación: «toda neurosis obsesiva parece
tener un estrato inferior de síntomas histéricos formados muy temprano». Esta afirmación nos
muestra su carácter universal, ya que se aplica a toda neurosis obsesiva y deja fuera la posibilidad
de que exista al menos una que no la cumpla. Por último, no hay que perder de vista que la
afirmación encierra además una localización en las coordenadas de espacio y tiempo, puesto que
se habla de un estrato inferior formado muy temprano.
Hasta aquí el párrafo. M trabajo constará de dos partes, la primera será ubicar dicha afirmación
en la lógica del pensamiento freudiano y la segunda será verificar sus consecuencias clínicas.

1. LA AFIRMACIÓN (Pág. 156)

La afirmación de que en toda neurosis obsesiva hay síntomas histéricos está presente en Freud
desde el principio y aparece indisolublemente ligada al problema de la etiología de las neurosis. En
textos tales como «Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa», «La etiología de
la histeria», el «Manuscrito K» (1896), entre otros, Freud presenta los fundamentos que lo llevan a
considerar una etiología traumática de las neurosis.
Dos factores confluyen de manera decisiva: por un lado, las vivencias sexuales de eficiencia
traumática (es decir, «no son ellas mismas las que poseen efecto traumático, sino solo su
reanimación como recuerdo») y, por otro lado, que tales vivencias ocurran en la primera infancia,
antes de la pubertad.
Sobre este terreno común para las neurosis vemos perfilarse las diferencias entre histeria y
neurosis obsesiva. La condición específica de la histeria será una vivencia displacentera primaria,
de naturaleza pasiva, y el tiempo será la niñez más temprana. La neurosis obsesiva, por el contrario,
será el resultado de una vivencia sexualmente activa con placer, en un tiempo más tardío, aunque
siempre antes de la pubertad. Así Freud ve en las «representaciones obsesivas unos reproches que
el sujeto se dirige a causa de este goce sexual anticipado». Y, más aún, nos anticipa el modo de
88
S. Freud, Inhibición, síntoma y angustia, en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1988, t. XX, p. 141.
89
Ibíd., p. 104.
90
Ibíd., p. 135.
91
Ibíd., p. 137.
92
Ibíd., p. 108.
68
defensa, «a raíz de un desprendimiento de placer se genera compulsión, a raíz de un
desprendimiento de displacer, represión».
Pero Freud vislumbra ya en ese momento que una agresión sexual prematura denuncia el influjo
de una seducción anterior. En este punto surge la afirmación como necesidad lógica. Freud dice:
«En todos mis casos de neurosis obsesiva he hallado un trasfondo de síntomas histéricos que se
dejan reconducir a una escena de pasividad sexual anterior a la acción placentera. Conjeturo que
esta conjugación es acorde a ley [...]». Por lo tanto, la vivencia displacentera primaria, vale d ecir
pasiva, es condición de la histeria y responsable de los síntomas histéricos en la neurosis obsesiva.
En definitiva, la explicación última en la que recae la afirmación.
Hasta aquí Freud tenía las cosas resueltas de la siguiente manera: el factor etiológico, la causa
última, el acontecimiento verdaderamente traumático no era otro que la seducción de un niño por
parte del adulto, escena inaugural de la pasividad primaria. Luego, el predominio del elemento
activo o pasivo de la vida sexual, así como la edad en que ocurrían los traumas sexuales,
solucionaba el problema de la elección de neurosis.
Pero Freud no tardó en advertir su error, y «Mis tesis sobre el papel de la sexualidad en la
etiología de las neurosis» (1905) es una muestra de ello. Lo interesante será que a partir de este
error descubre los conceptos fundamentales del psicoanálisis. Es necesario, entonces, puntuar este
recorrido para entender por qué la misma afirmación reaparecerá en 1925, cuando supuestamente
había abandonado la teoría que la sustentaba.
El desacierto estaba en haber considerado como recuerdos reales lo que en verdad eran fantasías.
Así descubre una nueva fuente, las fantasías de deseo inconsciente, que pueden obrar con toda la
fuerza de las vivencias reales y aún más (si la realidad no las ha concedido, la fantasía compensará
esa falta). De este modo llega a postular las fantasías primordiales como patrimonio indispensable
de la neurosis. De todas maneras, si bien les otorga una importancia capital, nunca perdió la
esperanza de encontrar por detrás trozos de una realidad perdida, restos de lo visto y
particularmente de lo oído, que hicieran de soporte a la fantasía. (Pág. 157)
En lo sucesivo el síntoma se anudará a una fantasía y no a una vivencia efectivamente real,
mostrando que la realidad psíquica es la decisiva para el mundo de las neurosis. Pero Freud avanza
un paso más y se pregunta de dónde viene la necesidad de crear tales fantasías, a lo cual responde
categóricamente: «no cabe duda de que su fuente está en las pulsiones».
De la mano de la fantasía de seducción se encuentra con el complejo de Edipo, al que considera
un suceso universal de la niñez temprana y, como tal, el genuino núcleo de la neurosis. Así sale a la
luz la sexualidad infantil, tan profundamente olvidada y negada. Tres ensayos de teoría sexual
(1905) no será más que el intento por describir la constitución sexual a partir de la pulsión sexual
misma y de las diversas fuentes orgánicas que contribuyen a originarla.
A decir verdad, Freud no abandona su teoría basada exclusivamente en el acontecimiento sexual
realmente vivido, sino que la completa produciendo un nuevo ordenamiento de sus elementos.
Habrá, pues, ocasiones externas que pasan a ser contingentes, aunque de importancia grande y
duradera. Allí sitúa la influencia de seducción, que trata prematuramente al niño como objeto
sexual, y causas internas dadas por la dinámica de las mociones pulsionales. En conformidad con
dichas causas vemos que lo traumático ensancha su horizonte. Por un lado, toma como paradigma
del trauma infantil la introducción en la sexualidad por parte de un otro, tal es el texto de la fantasía
de seducción pasiva. Por otro lado, y más precisamente en Inhibición, síntoma y angustia, ubica lo
traumático bajo otras coordenadas: se trata del desvalimiento psíquico frente a la magnitud, la
fuerza de la pulsión, en la que el yo no puede sino padecer dicho vasallaje. Plantea de manera
conclusiva que el trauma no puede vivirse sino pasivamente y, más aún, que esto hace a su
definición. La situación traumática es necesariamente una situación de desvalimiento.

69
Podríamos concluir que pasa del acontecimiento a la fantasía, de la vivencia a la pulsión, del
tiempo cronológico al tiempo lógico, de la organización pregenital de la libido, de los traumas
sexuales infantiles al infantilismo de la sexualidad. Es decir, la sexualidad sigue siendo traumática
por definición, aunque ya no en un sentido realista. (Pág. 158)
El cuadro que así se completa en relación con la etiología de las neurosis se mantiene hasta el
final, casi sin modificaciones. En Esquema del psicoanálisis (1938) y «Análisis terminable e
interminable» (1937) la neurosis será el resultado de la conjugación de dos factores: el
constitucional, en la fuerza indomeñable de lo pulsional, y el accidental, en la contingencia del
encuentro con lo traumático. Manejar ambas exigencias es una tarea que no puede más que
fracasar; el yo endeble e infantil recurre entonces a la represión como recurso. Llama a este último
factor alteración del yo en la lucha defensiva, a la vez que nos advierte que suponer un yo robusto y
normal que esté a la altura de las circunstancias es una ficción ideal.
Pulsiones hiperintensas y alteración perjudicial del yo encierran el máximo pesimismo freudiano,
son los determinantes desfavorables que hacen que el análisis pueda naufragar en lo interminable.
Podríamos decir que en el acto mismo de esclarecer las causas de la neurosis cierne los puntos de
detención en la cura.
Antes de concluir con la primera parte y después del recorrido hecho, me parece necesario volver
una vez más sobre la afirmación para despejar su verdadero alcance. A mi entender, la histeria no
sería una gran neurosis con sus distintas formas: neurosis de angustia, obsesiva y conversiva. Freud
lo indicaba explícitamente en «La herencia y la etiología de las neurosis» (1896): no se trata de
histeria con obsesiones sino de neurosis obsesiva con síntomas histéricos. Tampoco se trata de
neurosis mixtas, un poco de histeria y otro poco de obsesión. No obstante, Freud utiliza dicho
concepto cuando intervienen síntomas de las neurosis actuales y de las psiconeurosis. Solo en este
caso se justificaría el término neurosis mixta, que implica reunión de neurosis de distinta expresión.
Quiero decir que dicha afirmación no desdibuja en absoluto los límites precisos que existen
entre histeria y neurosis obsesiva: justamente en Inhibición, síntoma y angustia Freud plantea el
mayor parentesco entre ambas por compartir la misma etiología, pero su diferencia más radical en
el mecanismo psíquico en juego. Distinguiendo entre defensa y represión, reserva esta última para
la histeria, donde se produce un verdadero esfuerzo de desalojo; prueba de ello es la amnesia y el
síntoma conversivo como satisfacción sustitutivo, donde el yo nada tiene que ver en la formación
de síntoma, posición de belle indifférence tan característica de la histeria. Para la neurosis obsesiva
encuentra variantes de la represión en la regresión libidinal, la formación reactiva, el aislamiento y
la anulación, responsables directos del síntoma obsesivo por excelencia, la duda; en síntesis, el
pensamiento todo ha sido libidinizado. El yo y el superyó están en la escena misma de la formación
del síntoma y más tarde o más temprano sacarán ventaja de esta situación. Mientras en la histeria
«el síntoma afirma su existencia fuera de la organización yoica y con independencia de ella», en la
neurosis obsesiva el síntoma se fusiona cada vez más con el yo y hasta se convierte en
indispensable para este.
En medio de la diferenciación tan acabada que señala entre histeria y neurosis obsesiva reaparece
la vieja afirmación, que muestra que a pesar de que mediaron treinta años entre una y otra
enunciación y que toda la teoría tuvo lugar en ese intervalo, Freud sigue sosteniendo que hay un
trasfondo, un estrato inferior; en definitiva, que el fundamento último de la neurosis es histérico.
Así nos abre un camino nuevo; ya no se trata de una única neurosis ni de neurosis mixtas, sino de
concebir la neurosis obsesiva como una variedad de la histeria, un dialecto, lo que no le impide
tener sus propias leyes.

II. CONSECUENCIAS CLÍNICAS (Pág. 160)

70
Podríamos repetir que el psicoanálisis fue hecho por y para la histeria, pero en un primer tiempo
signado por el optimismo Freud daba una considerable importancia al adoctrinamiento, a la aptitud
del paciente en cuanto a la inteligencia. Sin embargo, cuando se refiere a la histeria lo hace en
términos de opacidad por contener ese enigmático salto de lo anímico a lo corporal, lo que en
definitiva nunca se esclareció para Freud. En estos primeros tiempos, por el contrario, utiliza la
palabra transparencia para referirse a la neurosis obsesiva, por estar más «emparentada con la
expresión de nuestro pensar conscientes.
Con el paso del tiempo y de la clínica se vuelve más pesimista; ya no considera que inteligencia,
claridad y razón intervengan en el camino de la cura de manera decisiva, por lo cual la histeria
sigue siendo opaca en la intelección del mecanismo del síntoma conversivo, pero tan absolutamente
permeable al psicoanálisis como el primer día. En cambio, la neurosis obsesiva sigue transparente
para la intelección de sus mecanismos, pero un hueso duro de roer para el tratamiento analítico.
En «Nuevos caminos...» (1918) Freud nos advierte sobre la necesidad de ajustar la técnica para
el caso de las fobias y sobre todo para la neurosis obsesiva: «estos tienden en general a un proceso
de curación asintótico, a un tratamiento interminable, y su análisis corre siempre el peligro de sacar
a luz demasiado y no cambiar nada». La única que no necesita ningún ajuste sigue siendo la
histeria. Encontramos un planteo similar en la Conferencia 19 «Resistencia y represión» (1916/17).
Si unimos estas cuestiones que ya Freud venía planteándose con el peso de la afirmación que no
quedó solo en el decir, encontraremos sus aplicaciones en la clínica.
Voy a tomar el caso del Hombre de los Lobos y dejaré deliberadamente a un lado el problema
del diagnóstico. El espíritu de mi trabajo es buscar la lógica del pensamiento freudiano en la
cuestión que nos ocupa; por lo tanto partiré de lo que fue para Freud: un tratamiento analítico de un
neurótico obsesivo.
Habían transcurrido cuatro años de análisis -que para los tiempos que manejaba Freud sería una
eternidad-, pero hasta entonces nada pasaba, «atrincherado tras una respetuosa indiferencia»
transcurría su análisis y, por qué no, su vida hasta que el analista decide aprovechar el síntoma
intestinal, que por otra parte había estado desde siempre guardado en un cajón. Vemos que apela a
la afirmación que venimos indagando, esta vez hecha carne en la clínica, cuando sostiene que la
perturbación intestinal «representaba el pequeño fragmento de histeria que regularmente se
encuentra en el fondo de una neurosis obsesiva». El fenómeno de conversión estaba presente en
tanto la homosexualidad inconsciente, reprimida, se había replegado al intestino, el que de ahí en
más se comportó como un «órgano histéricamente afectado».
Le profirió la promesa de curación produciendo un cambio de la incredulidad a la creencia, es
decir, por primera vez el Hombre de los Lobos tenía que decidirse a creer o no en Freud. Pero este
pasaje se consumó en un terreno muy peculiar, la duda se disipó, halló su fin «cuando el intestino
empezó a responder al trabajo, a intervenir en la conversación». A partir de ese momento el
intestino recobró su función normal; así Freud pudo decir que tuvo en sus manos el arma más
poderosa para la finalización de la cura. {Pág. 161}
No se trata aquí de inclinar la balanza hacia las bondades de la histeria para con el análisis; en
verdad no quita ni ahorra las tempestades por venir, solo posibilita una entrada. No sin perder de
vista que fue la intervención de Freud la que rescató para el análisis el síntoma histérico del
síntoma intestinal.
En este historial la afirmación que podría haber sido solo una elucubración teórica toma su
papel decisivo en la clínica; es decir, el historial del Hombre de los Lobos no es solo un ejemplo de
localización de un síntoma histérico en una neurosis obsesiva, sino que avanza un poco más y
opera con esto.
Para concluir, es necesario agregar que en adelante Freud no hace de esta maniobra una regla
técnica, sino que se inscribe como la particularidad del caso la cual podría anunciarse de la
71
siguiente manera: entró en el reino de la neurosis obsesiva por la puerta del síntoma histérico, único
camino por el cual pudo burlar la celosa guardia.

BIBLIOGRAFÍA (Pág. 162)

Freud, Sigmund (1896), «Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa», en


Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1978-1985, t. III.
-(1896), «La etiología de la histeria», O. C., t. III.
-(1896), «Manuscrito K», en Los orígenes del psicoanálisis, O. C., t. I.
-(1896), «La herencia y la etiología de las neurosis», O. C., t. III.
-(1896), «Correspondencia con Fliess», carta 52, en Los orígenes del psicoanálisis, O. C., t. I.
-(1905), Tres ensayos de teoría sexual, O. C., t. VII.
-(1916-17), «Conferencia 19a "Resistencia y represión», en Conferencias de introducción al
psicoanálisis, O. C., t. XVI.
-(1916-17), «Conferencia 23a 'Los caminos de la formación de síntomas», en Conferencias de
introducción al psicoanálisis, O. C., t. XVI.
-(1918), «Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica», O. C., t. XVII.
-(1918), «De la historia de una neurosis infantil» [El hombre de los lobos], O. C., t. XVII.
-(1937), «Análisis terminable e interminable», O. C., t. XXIII.
-(1938-40), Esquema del psicoanálisis, O. C., t. XXIII.

***
Jacques-Alain Miller. -Damos lugar al comentario de Juan Carlos Indart sobre Inhibición,
síntoma y angustia.

Juan Carlos Indart. -Lo que haré será ir ordenando la exposición a partir de un esquema sobre
estos textos de Freud:

1) RH (represión histérica)
2) DO (defensa obsesiva)

La llave indica una manera de agrupar un problema. Lo escrito con un «uno» indica una
anterioridad lógica de la represión histérica. En un momento «dos», la defensa obsesiva, y el vector
sirve para señalar que la obsesión, según Freud, debe ser deducida de los hechos fundamentales,
estructurales, de la histeria. Esto se correspondería bien con la frase: la obsesión, dialecto de la
histeria.
Y otra llave, otro Freud, donde ahora pondría a y b (ya no 1 y 2), porque podría romperse esta
implicación dando a cada cosa su plena autonomía, a la represión histérica y a la defensa obsesiva.
Un signo de desigualdad indicaría el esfuerzo máximo por llegar a la articulación de estos síntomas
con la estructura de una manera diferencial y autónoma.

1) RH
=/=
2) DO

Sin embargo, me parece importante para la discusión considerar que en Freud no hay solo este
problema. Se trata de un problema doble, porque cuando él reflexiona de esta manera la cuestión,

72
su concepto crucial de articulación con la estructura, es el término represión, que pongo ahora sin
ningún subíndice. (Pág. 163)
represión 1) RH
2) DO

Y cuando piensa que podría haber una distinción, debido a la diferencia estructural de la histeria
y la obsesión, invierto esto colocando defensa.

defensa 1) RH
=/=
2) DO

Una vez más, retomando el término defensa, la represión quedaría ahora como una de sus
especies. Y sabemos, por ejemplo, el apoyo fundamental que tuvo Melanie Klein en este viraje para
resituar todos esos impulsos sádicos tan frecuentes en la obsesión como mecanismos más
primitivos de la represión, dando así lugar a una orientación de la cura que evoca cierta obsesión
educativa. Parece claro que Lacan insistió desde el principio hasta el final con la represión como la
noción fundamental que ligaría, para empezar, los tipos clínicos con el problema de la estructura,
cosa que no desarrolló con la noción de defensa. M inquietud fue sobre todo tratar de desplegar el
problema de esta manera, aunque haya constantemente algo en juego acerca de la diferencia última
y crucial de histeria y obsesión.
Tomaré lo que nos enseñó hoy Jacques-Alain Miller para emplearlo y probar si estos fragmentos
son un S1, los que representan esta problemática. Sincrónicamente me dejé atravesar por todos los
S2 que utilicé en mi formación como analista, como analizante, en las supervisiones, en las
discusiones clínicas, leyendo el volumen sobre histeria y obsesión, discutiendo todos y cada uno de
los distintos segundos significantes que podrían darnos la clave respecto de estos fragmentos
enigmáticos. (Pág. 164)
S2
S1
S2

Todos resultaron insuficientes, y llegué de modo muy despojado a los últimos dos S2 que me
quedan, sin los cuales no alcanzo a entender definitivamente el enigma de estos fragmentos. De
manera que pondré dos S2 y dejaré el tema para una intervención posterior.

S2: R/S
S1
S2: conciencia

El primer S2 es el matema de la no relación sexual. Sin inyectar esta noción de Lacan en


Inhibición, síntoma y angustia me parece difícil esclarecer la cuestión. Observarán que el primer
párrafo responde a las mismas exigencias libidinales del Edipo, que en mi opinión no son hacerse
chupar, hacerse cagar, hacerse ver, hacerse oír. La exigencia libidinal del Edipo es la de una
relación genital, lo que aclararía muchos párrafos que intentaré citar después, si dispongo de
tiempo, para ir a la noción clave, para despejar cierta cuestión en la histeria.
El segundo S2 es conciencia. Sin una teoría de la conciencia, inyectada también por Lacan ya
desde «El seminario 10» y El seminario 11, me parece difícil esclarecer todos los aportes
extraordinarios de Freud obtenidos de la clínica, como las características del tipo clínico neurosis
73
obsesiva -aunque esto se presente bajo la forma de la facilidad con que en la obsesión aparece una
satisfacción yoica, narcisista, en relación con los síntomas-.

Mónica Torres. -Me pregunté por qué trabajar el texto Inhibición, síntoma y angustia para
indagar las cuestiones de la histeria y la neurosis obsesiva. Me parece que puede ser importante
porque allí se define de otra manera la cuestión del síntoma, ya que también podemos dividir la
enseñanza de Freud en dos partes: una primera parte que tiene que ver con el trauma como real, una
segunda donde el énfasis está en la fantasía, que a su vez se dividiría en dos: los ensueños diurnos
del lado de la conciencia y las protofantasías.
De todos modos, creo que lo interesante aquí es que está planteada una relación del síntoma con
la pulsión que es completamente distinta de la del Freud anterior (y esto a partir de Más alta del
principio de placer y de El yo y el ello) justamente, me parece importante que si se trata de señalar
alguna diferencia o igualdad entre histeria y neurosis obsesiva, sea por el lado de una nueva
definición de los modos de goce, de acuerdo con la manera en que Freud puede decirlo en ese
tiempo, es decir, respecto de la pulsión. Aquí Freud establece que el síntoma siempre se satisface.
No era el problema que se le presentaba antes, que era un conflicto entre la pulsión y una parte del
yo que quería impedir que esta pulsión encontrara satisfacción. El descubre que siempre hay
satisfacción, hasta en la misma cura (por eso habla del peligro del curarse), y se enfrenta al
interrogante de qué hacer con esto. En este sentido pienso que este texto no está centrado en el
complejo de Edipo, sino en el complejo de castración, porque es posterior a «La organización
genital infantil», donde prevalece en la teoría freudiana la castración. Entonces, creo que habla
claramente del complejo de castración, central aquí, y no del complejo de Edipo. Por lo tanto,
definirá de un modo distinto el caso Juanito e incluso el del Hombre de los Lobos.
También quisiera señalar que Lacan en Los cuatro conceptos fundamentales.. agrupa por un lado
pulsión y transferencia y, por el otro, inconsciente y repetición. Sin embargo, la compulsión de
repetición freudiana -como indica el nombre compulsión-, que es uno de los referentes para Más
allá del principio de placer, no tiene que ver con esta agrupación. Queda más bien situada del lado
de la pulsión y la transferencia, y no del inconsciente y la repetición significante. Me parece que
esto está en Freud desde Más allá del principio de placer, en El yo y el ello, de manera marcada, y
en este texto, Inhibición, síntoma y angustia. Entonces considero que aquí el trauma no se relaciona
con un accidente de la realidad sino con lo real (como uno puede pensarlo desde Lacan, es decir,
con los modos de goce, la pulsión). En esta línea sería un tercer momento en la enseñanza de
Freud, y por eso es importante la elección de este texto para mostrar este goce del sentido ajeno al
significante. (Pág. 166)

Gabriel Lombardi. -Quería formular una pregunta a Cristina Nocera, quien, al igual que Marina
Recalde, es una participante de la Sección Clínica de Buenos Aires y ha hecho una muy buena
exposición. Freud acentúa su desacuerdo con una teoría de las neurosis mixtas. Lacan también
sostiene esto. Por otro lado, explicaste cómo en Freud hay una idea de que la neurosis obsesiva es
un dialecto de la histeria. Podemos preguntarnos cómo compaginar entonces una cosa con otra. No
es neurosis mixta, pero al mismo tiempo la neurosis obsesiva es un dialecto de la histeria. Hay allí
una contradicción parcial que vale la pena desarrollar.

Cristina Nocera. -En realidad, en el texto de Freud se encuentra explicitado que no se trata de
una única neurosis, una histeria con diferentes formas, sino de una neurosis distinta de la histeria,
aunque contenga en su interior un estrato de síntomas histéricos. Intenté situar que esto se relaciona
con ese hallazgo freudiano del displacer primario para toda neurosis. Después, cuando se refiere a
la histeria como tipo clínico, dirá que esto es la histeria. Además, me parece que él aísla algo en
74
esta cuestión del displacer primario que podría pensarse como la inscripción o la marca del trauma
sexual, cosa que se daría para toda neurosis. En adelante describirá en la histeria esta vivencia
displacentera primaria y ubicará para la neurosis obsesiva una estrategia ante la pasividad.

Éric Laurent. -Inhibición, síntoma y angustia, como señaló Mónica Torres, es un texto de sumo
interés porque plantea un montón de problemas. Es un último desarrollo de Freud antes de una
nueva reconcepción de su experiencia; y hay muchísimas maneras de poner esto de relieve. Lo que
propuso Juan Carlos Indart es muy útil, ya que es la manera de concebir la complejidad existente
entre la especificidad de la represión histérica y la defensa obsesiva. Cristina Nocera señala la
dificultada de concebir cómo se articulan exactamente estas dos vertientes de la neurosis, y
Lombardi lo subraya. Me parece que hay una brújula que Freud nunca pierde en su obra desde las
cartas a Fliess, cuando sostiene que en la histeria hay un menos de goce, y en la obsesión un plus; o
que la experiencia de placer desborda en el obsesivo y que, por el contrario, en la histeria hay un
menos, siempre una insatisfacción.
Como es algo que Freud reformula de múltiples maneras, conservaré lo que nos propuso Juan
Carlos Indart introduciendo como S2 las referencias entre el más (+) y el menos (-); para observar
que la represión histérica podría dirigirse entonces a este menos y la defensa obsesiva se situaría
frente al más como plus. Y una manera de reordenar los problemas de dialecto o lengua
fundamental entre las dos neurosis es indagar si el texto está centrado en el problema del trauma
como fundamental, incluso de la irrupción traumática, de la angustia, antes de la represión paterna.
Podemos observar cómo el concepto de Lacan de plus de goce permite al mismo tiempo definir una
relación con una experiencia de goce que en su formulación es al mismo tiempo un más y un
menos. Supone una extracción fundamental, primera, que remite a la represión histérica, el menos
en juego, y al mismo tiempo es un más que remite a la defensa contra la invasión de este plus de
goce.

Juan Carlos Indart. -Estoy de acuerdo con el modo de lectura de Mónica Torres, pero en cuanto
al comentario de los párrafos -ya que se habla de las exigencias libidinales del complejo de Edipo-
siempre es válido seguir pensando qué quería decir Freud con este complejo. Si prestamos atención
a lo que intenta extraer de las llamadas «zoofobias histéricas infantiles», al comparar el caso
Juanito con el del Hombre de los Lobos, la angustia originaria de castración le permite pensar que
allí se sitúa la represión (por ejemplo, en el Hombre de los Lobos la idea de ser objeto sexual del
padre supondría sacrificar sus genitales y producir una transmutación en mujer). Eso no implica
para Freud una fantasía de homosexualidad en la que se podría conservar el falo y la castración
fálica como menos phi (-φ). Se trata de situar el punto justo donde sobreviene esa angustia y que es
la idea de imaginarse transformado en mujer por la relación con el padre. Y ahí surge un imposible.
Si nos dirigimos a lo que él llama el Edipo positivo, veremos que las fantasías de ser devorado,
pegado o cagado por el padre, fantasías sádico-anales, son ya para Freud taponamientos
fantasmaticos de ese imposible, como Tiresias, de la transformación que advendría en ser mujer de
ese padre. En el Edipo activo, en el que sitúa más a Juanito, cuando él se refiere a una moción
pulsional que producirá angustia y sobre la que sobrevendrá la represión, ubica una corriente
hipertierna hacia la madre. Y dado que lo presentó como cosa nueva, para reverse a sí mismo, en su
último texto «La escisión del yo...», imagina siempre una moción pulsional que hubiese sido
genital. Quiero decir con esto que se dirige a la posible relación sexual y al Otro sexo. Y ahí
también se articula toda la angustia anterior al padre, o primero atribuida al padre. (Pág. 168)
Vemos así que por los dos caminos Freud va circunscribiendo con esa clave el tema de la no
relación sexual, que hay un problema en relación con la genitalidad, sobre lo cual después se
ubicarán el objeto a y sus fantasmas. Quería destacar que sería una manera de leer aquí las
75
condiciones de un lenguaje fundamental histérico, aunque hay algo que complica esta lectura y es
que el síntoma histérico debería articularse en el nivel del objeto a, de la pulsión, pero también de
la no relación sexual como tal, que no es pulsión.
Quiero además dejar planteada una cuestión respecto del otro S2, el de la conciencia. No se
habló mucho de la formulación de una pulsión en el sentido de hacerse matar. En este sentido, la
pulsión de muerte pura nos queda siempre desarticulada de la lista de las pulsiones que conocemos
desde Lacan. Considero importante la articulación de ese tema con la conciencia como tal. Como se
ve en el acto de Empédocles, que es el extremo máximo de la conciencia cuando trata la alienación,
en el que Lacan nota de algún modo esa asunción de un morir-matar, un hacerse matar, que resulta
un punto importante en cuanto a aquello de lo que se defiende y evoca todo el tiempo la neurosis
obsesiva.
Estamos entonces frente a un problema: nos falta una pulsión mejor estudiada para ir más allá de
todas las pulsiones sádico-anales, orales, etcétera, del obsesivo para ver de qué se defiende en su
angustia. Y sería preciso incluir la noción de no relación sexual para terminar de articular bien la
especificidad de la histeria como lengua fundamental o incluso como discurso histérico. Creo que
en El seminario 17 Lacan dejó alguna huella indicando que, si ubicamos en el discurso histérico el
objeto a en el lugar de la verdad, es para poder entrar en discurso, pero no agota totalmente la
cuestión. Y es que la histérica no entraría en discurso si quisiera poner directamente la no relación
sexual bajo su síntoma, la división subjetiva. De modo que hay allí también un uso del objeto a que
sería preferible no simplificar en esta discusión relativa a la problemática de la pulsión. (Pág. 169)

Jacques-Alain Miller. -Me habría gustado entrar en la discusión, pero Raquel Vargas lo hizo
mejor de lo que yo hubiera podido hacerlo. Comenzaré resumiendo su introducción de tal manera
que empiece en el primer punto.
En la introducción, Raquel Vargas, tal como lo hizo Mónica Torres, recuerda los textos
anteriores de Freud que permiten ubicar Inhibición, síntoma y angustia; es decir que constituye el
contexto adecuado para la lectura de esos fragmentos tomando Más allá del principio de placer
(1920) y El yo y el ello (1923). Estas dos referencias freudianas son el contexto conceptual
fundamental de Inhibición, síntoma y angustia, texto escrito en 1925 y publicado en 1926. Raquel
Vargas señala que nuestro problema para la discusión de hoy es una de las formaciones del
inconsciente: el síntoma; y esto tiene su valor porque usualmente cuando se resume Inhibición,
síntoma y angustia se suele destacar la novedad de la noción de angustia. No obstante, Raquel
Vargas nos recuerda que es también un texto sobre la inhibición y sobre el síntoma: «Por lo tanto a
una nueva formulación del concepto de angustia sería lícito corresponderle con una nueva
formulación sobre el concepto de síntoma».
En cierto modo nuestra guía principal para entrar en este texto es la vía del síntoma. Además,
tomando el fragmento del capítulo cinco y el de los Addenda, ella divide su texto en dos partes muy
precisas, es decir que centra su ponencia sobre el primero y el tercer fragmento que tenemos a
disposición.
Tomemos una cita del primero: «La situación inicial de la neurosis obsesiva no es otra que la de
la histeria», donde se destaca lo que hay de común entre histeria y neurosis obsesiva, la situación
inicial, traumática. En cambio, el tercer parágrafo acentúa lo que las distingue: «[...] el proceso
mediante el cual la neurosis obsesiva elimina una exigencia pulsional no puede ser el mismo que en
la histeria». En otras palabras, hay según Freud una identidad, una comunidad en la situación
inicial, pero existe una diferencia en el modo de eliminar lo que él llama la exigencia pulsional.
A partir de esa observación Raquel Vargas desarrolla una primera parte sobre la situación inicial,
que llama la constante estructural en la histeria y en la neurosis obsesiva, y despliega luego una
segunda parte sobre la diferencia en cuanto a la defensa, que es la palabra freudiana para la
76
eliminación de la exigencia pulsional. Con esto ya ordenamos la lectura de un texto muy breve y
agudo.
Comentario sobre Inhibición, síntoma y angustia (Pág. 171)
Raquel Vargas

I. LA CONSTANTE ESTRUCTURAL

Primera referencia: «La situación inicial de la neurosis obsesiva no es otra que la de la histeria, a
saber, la necesaria defensa contra las exigencias libidinosas del complejo de Edipo. Y por cierto,
toda neurosis obsesiva parece tener un estrato inferior de síntomas histéricos, formados muy
temprano 93».
De manera general, el párrafo señala un punto de encuentro entre neurosis obsesiva e histeria. Se
puede decir que Freud los junta, los reúne bajo un común denominador que permitiría establecer
aquello que hace a la condición del sujeto neurótico, a saber, la necesaria defensa contra las
exigencias libidinosas del complejo de Edipo. Una defensa, entonces, motivada en la angustia de
castración.
Ahora bien, en la segunda parte del párrafo reúne asimismo ambos tipos clínicos, pero aquí en
relación con los síntomas. La pregunta es qué aspecto de este estrato inferior de síntomas soporta
algo compartido, por decirlo de algún modo, por los sujetos. Entiendo que es posible encontrar una
respuesta apelando a una referencia de Freud sobre esta misma cuestión formulada en su segundo
trabajo sobre «Las neuropsicosis de defensa». En ella destaca: «[...] en todos mis casos de neurosis
obsesiva he hallado un trasfondo de síntomas histéricos que se dejan reconducir a una escena de
pasividad sexual anterior a la acción placentera94».
Entonces, cuando Freud afirma que toda neurosis obsesiva tiene un estrato inferior de síntomas
histéricos formados muy temprano, si lo leemos sobre el fondo de este último texto mencionado, se
refiere a los restos que el síntoma acarrea de una escena sexual, más específicamente a los restos
del trauma sexual. Freud siempre destacó que la sexualidad es esencialmente traumática y sitúa al
sujeto en una relación de exterioridad.

Jacques- Alain Miller -De modo que esa es la referencia freudiana al déficit de goce al que
aludía Eric Laurent hace instantes, solo que, frente al trauma sexual, ambos tipos clínicos disponen
una estrategia diferente.

Raquel Vargas. -Luego, por el carácter traumático de la sexualidad humana, puede afirmarse
que, más allá del tipo clínico establecido, la neurosis tiene un trasfondo de histeria. En suma, el
estrato inferior se revela como un núcleo, un germen de histeria que cada cual poseería y que
Freud ya había descubierto a propósito de las condiciones de la proton pseudos histérica en el
«Proyecto de una psicología...».
De manera que esta referencia de Inhibición, síntoma y angustia orienta, a mi entender, lo
constante en la estructura, lo universal en Freud que ya había sido advertido en «La etiología de la
histeria»' Allí señala que, sin importar el caso o el síntoma del cual uno haya partido,
indefectiblemente se termina por llegar al ámbito del vivenciar sexual.
Freud invita en este texto a tener en cuenta que, cuando de sujetos neuróticos se trata, no estamos
frente a víctimas de la herencia ni de la civilización sino ante «tullidos de la sexualidad 95».

93
S. Freud, Inhibición, síntoma y angustia, en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1988, t. XX, p. 108.
94
Ibíd., «Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa» (1896), en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1981, t. III. p. 169.
95
Ibíd., «La sexualidad en la etiología de las neurosis», en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1981, t. III, p. 267.
77
Jacques-Alain Miller. -Detengámonos un momento en esto, pues considero que es una
formulación fundamental, que va en la misma dirección que las observaciones de Juan Carlos
Indart.
Señala Raquel Vargas que «por el carácter traumático de la sexualidad humana puede afirmarse
que, más allá del tipo clínico establecido, la neurosis tiene un trasfondo de histeria», tal como lo
recuerda Freud y lo retoma Lacan al situar el carácter fundamental del estatuto mismo del sujeto
como histérico. El sujeto tachado es el sujeto histérico y el sujeto como tal en tanto que finalmente
tiene una relación esencial como sujeto con la insatisfacción, con una vivencia primaria
displacentera. Eso no impide (me adelanto a la segunda parte de la exposición de Raquel Vargas
para establecer una conexión) que por un lado el estado fundamental del sujeto sea la
insatisfacción, pero que, por otro lado, la pulsión siempre se satisfaga. La pulsión siempre se
satisface, ya sea de modo directo o de modo indirecto, ya sea con sublimación, represión o
síntomas; todo es bueno para la pulsión. Y hay en esto una antinomia, pues como sujetos estamos
permanentemente insatisfechos, mientras que nuestra pulsión, si me permiten, siempre se satisface.
Para responder a este tema Freud inventa el concepto de pulsión, en contradicción con el yo
freudiano.
Por ello, recordar el carácter traumático de la sexualidad humana nos conduce a otra formulación
de la angustia de castración y también, más allá de la misma, como nos recuerda Juan Carlos
Indart, a la ausencia de relación sexual. Hay un encadenamiento entre el carácter clínicamente
fundamental de la histeria, el papel esencial de la angustia de castración y el matema de la no
relación sexual.

II. LA DEFENSA (Pág. 173)

El segundo tramo que elegí para comentar ya no hace hincapié en lo universal sino en la
particularidad del tipo clínico. Si en el primer párrafo se destacaba aquello que reunía histeria y
obsesión, aquí lo que se nota es el esfuerzo de Freud por dar cuenta de lo que las distingue, las
separa. Lo cito: «Pero la diferencia es lo bastante grande para justificar nuestra opinión de que el
proceso mediante el cual la neurosis obsesiva elimina una exigencia pulsional no puede ser el
mismo que en la histeria96».
Su esfuerzo por establecer aquello que comanda, a partir de un mismo punto, la elección
posterior de la neurosis es algo que puede rastrearse desde el inicio de su obra. Y Freud ensaya
varias respuestas en torno a este problema: el factor temporal del acontecimiento traumático, el
carácter con el que se lo haya vivenciado, el factor constitucional y la predisposición por fijación de
la libido.
Sin embargo, la pregunta se encuentra aún renovada en este escrito del siguiente modo. «[...]
saber de dónde viene la neurosis, cuál es su motivo último, particular 97». Es decir, se interroga por
la causación de la neurosis en general, pero además por las particularidades que ofrece. En otros
términos, ¿qué determina el tipo? La respuesta que da Freud en Inhibición, síntoma y angustia
llega por la modalidad de la defensa; considera, pues, ventajoso recurrir a este viejo concepto y lo
recrea bajo la forma generalizada de la que el yo se vale en sus conflictos. Lo distingue de la
represión en tanto esta designa un método específico de defensa y permite, además, definir la
histeria como tipo clínico. La neurosis obsesiva, en cambio, se explicará por sus subrogados: la
anulación y el aislamiento.
Ahora bien, uno podría preguntarse por qué Freud necesita definir el tipo clínico. Ocurre que su
atención se dirige hacia el camino de la formación de síntomas y este se apoya, toma forma, en el
96
4. Ob. cit. n. 1, p. 153.
97
Ibíd., p. 140
78
sesgo de la modalidad defensiva empleada por el sujeto, por la posición que adopta frente a lo que
aquí llama exigencia pulsional. Freud indica que en tanto esta exigencia es algo real el sujeto la
vive como un peligro del cual solo puede defenderse aviniéndose a la formación de síntoma y que
este se erige como sustituto del daño inferido a la pulsión 98.
Sin embargo, establecer el tipo clínico no implica que haya síntoma-tipo. En su conferencia de
1917 sobre el sentido de los síntomas Freud afirma que, pese a encontrar con frecuencia en la
clínica síntomas típicos, descubre sin embargo que, sobre el trasfondo de un mismo tenor, «los
enfermos singulares engastan sus condiciones individuales, sus caprichos [...]». (Pág. 174)
Señala de este modo la importancia del síntoma en tanto singular y el hecho de que solo
develando ese cuño del síntoma 99 puede establecerse el nexo con el vivenciar del sujeto. En este
punto, la frontera del tipo clínico ya se vería traspasada. Se podría afirmar que, a partir de este
sello, este cuño singular del sujeto en el síntoma, de su relación íntima con la pulsión, que designa
su sitio más allá del principio de placer, Freud localiza esta dimensión del síntoma en su faz
resistencial. Al tropezar con esta zona oscura, tropieza también con lo que limita el desciframiento,
el saber y el sentido, dando así con un núcleo indialectizable de donde ve brotar de manera feroz lo
que designa con el nombre de necesidad de castigo, donde el sufrimiento como tal es lo que cuenta.
Ve allí uno de los obstáculos más firmes para la prosecución de la cura, que se manifiesta bajo la
forma de una reacción terapéutica negativa.
Este tope, este límite irreductible que Freud encuentra en el síntoma se comprende sobre el
fondo de su nueva elaboración sobre lo inconsciente. A la altura de La interpretación de los sueños
exponía su concepción del aparato psíquico en términos de sistemas susceptibles de ser
traspasados. Vale decir, lo inconsciente era susceptible de conciencia. Desde 1914 la doctrina de la
represión sitúa en el inconsciente lo reprimido primordial, que marca por un lado lo latente y es
susceptible de conciencia, pero también aquello reprimido que no es en sí susceptible de
conciencia.
A partir de 1923, en El yo y el ello Freud aclara: «Discernimos que lo inconsciente no coincide
con lo reprimido; sigue siendo correcto que todo lo reprimido es inconsciente, pero no todo
inconsciente es, por serio, reprimido 100».
Este inconsciente, no tocado por la represión, ofrece las bases para la comprensión del síntoma
como lo más singular. Sin embargo, es preciso notar que este lugar de sombras para Freud ya se
encuentra de algún modo anticipado, mucho antes, en su conceptualización sobre el ombligo del
sueño, que ubica un punto insondable donde se asienta lo no conocido 101. Esta cara del síntoma no
designa la relación del sujeto con el inconsciente, sino más bien lo que ex-siste a él. Indica de
manera patente más bien su relación íntima con la pulsión, lo que podría llamarse su ser pulsional.
Para concluir reitero entonces lo que me sugirió la lectura de estas referencias. Por un lado se
ubica lo que funda una cuestión de estructura, lo que es universal y se refiere al para todos. Por
otro, la localización de la particularidad que ofrece el tipo clínico a partir de cierta estrategia del
sujeto frente a la castración destinada a eliminar la exigencia pulsional. Sin embargo, Freud señala
que la pulsión siempre encuentra un modo de satisfacción, una vía sustitutiva. El punto es que el
modo en el que el sujeto opera esta sustitución es absolutamente singular. Con el material que
ofrece esta singularidad se moldea el síntoma cuyo desciframiento dará con un tope, un límite, que
contiene las claves de aquello que se revela como lo más íntimo del sujeto y que solo vale para él.
(Pág. 176)

98
Ibíd., p. 146
99
S. Freud, «17º conferencia. El sentido de la formación de síntomas», en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1987, t. XVI, p. 247.
100
Ibíd., El yo y el ello, en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1986, t. XIX, p. 19.
101
Ibíd., La interpretación de los sueños, en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1991, t V, p. 519.
79
Jacques-Alain Miller. -Quiero agregar algo a esta presentación. No se trata de objeciones, porque
sobre lo fundamental no tengo ninguna. Al leerla encontré más bien la perspectiva que quería
sostener. Quiero agregar el intento de conjugar ahora lo que analizamos del texto de Lacan y de
Freud. Me parece que resulta adecuado comentar a la vez la «Introducción a la edición alemana de
un primer volumen de los Escritos» e Inhibición, síntoma y angustia. No se puede pensar nada más
coherente que esos dos textos, uno de Lacan, otro de Freud.
Una primera observación en este sentido es que la histeria es mucho más que la histeria. Ya
señalamos que cuando decimos la histeria nos referimos a la posición fundamental del sujeto del
inconsciente, y recuerdo, por ejemplo, que para Bleuler y Jung el síntoma histérico era el síntoma
freudiano, ese que se puede interpretar. Y esto no es habitual, pues los síntomas de la clínica
psiquiátrica no se interpretan. Son síntomas que se observan y agrupan -como vimos antes-, pero
no se interpretan ni se consideran susceptibles de tener un sentido escondido para descifrar. Resultó
entonces una novedad para algunos psiquiatras suizos cuando al leer a Freud se dieron cuenta de
que describía un tipo de síntoma desconocido, que se interpreta, esto es, el síntoma histérico.
A partir de aquí se preguntan si los síntomas en la psicosis pueden ser interpretados o no, y
constatan que Freud demuestra con el caso Schreber que sí, que también en la psicosis hay
síntomas descifrables. Y esto alcanza asimismo a los síntomas esquizofrénicos, que no se
interpretan pero son el residuo que queda en la clínica psiquiátrica del hecho de haber tomado las
ideas freudianas. En otras palabras, haberlo incorporado a Freud produjo una suerte de limpieza en
el caos que reinaba en la clínica psiquiátrica, porque él ordena los síntomas indicando que hablan, y
con aquellos que no hablan Bleuler inventa la esquizofrenia.
Ahora bien, hubo alguien que se entusiasmó de inmediato con el descubrimiento freudiano que
liga el síntoma con la palabra: se trata de Jacques Lacan, quien en 1953 en Francia se hizo
realmente portador de esa buena noticia que no había sido suficientemente situada y subrayó, en
«Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis», que el síntoma es palabra, cosa
que no se reconoce porque tiene otro soporte que no es lingüístico. Cuando una palabra tiene como
soporte los sonidos de la palabra, la reconocemos. En ocasiones, cuando se hacen ruidos furiosos
con la boca, es más difícil reconocer que es una palabra. Pero si su soporte es un brazo que queda
paralizado, un ojo que no puede ver o una pierna que deja de moverse, no reconocemos que se trata
de una palabra, porque esta utiliza como soporte una parte del cuerpo, y en este nivel estamos en la
cizalla analítica que subrayaba Lombardi. (Pág. 177)
En 1953 Lacan se apoya explícitamente en Inhibición, síntoma y angustia; por ejemplo, en la
segunda parte de «Función y campo...» -donde se refiere al campo privilegiado del descubrimiento
psicoanalítico, o sea, los síntomas, la inhibición y la angustia en la economía constituyente de las
distintas neurosis-, considera a la palabra tomada aquí del discurso concreto, de los fonemas, y
encuentra su soporte ya en las funciones naturales del sujeto, ya en las imágenes que organizan, al
límite de la Umwelt y de la Innenwelt, su estructura relacionar. De alguna manera, sostiene que la
palabra, simbólica, encuentra su soporte en elementos reales, las funciones del individuo, o en
varias imágenes del límite entre el cuerpo y el mundo exterior. Esa referencia a las funciones
naturales del sujeto remite evidentemente a la inhibición, a lo que Freud toma en el primer capítulo
de su texto como las funciones del yo.
Lacan define entonces el síntoma como el significante de un significado reprimido de la
conciencia del sujeto. De modo que ubica su teoría del síntoma con referencia al significante y al
significado, más precisamente, a la diferencia entre ambos términos, y formula que el síntoma es
equivalente a un significante cuyo significado permanece escondido o apresado. Cuando hablamos,
el significado fluye, pero cuando nos expresamos mediante una parálisis del brazo o de la pierna,
como ocurre a veces, vemos cómo su sentido permanece escondido y secreto. Por eso, Lacan puede

80
definir el tratamiento analítico como una recuperación del sentido apresado o, incluso, como una
liberación del sentido.
En la misma línea -que consiste en insistir en el estatuto de palabra del síntoma-, Lacan se ve
llevado a comparar en «La instancia de la letra...» la formación del síntoma con una metáfora,
relacionándolo explícitamente con el trauma. Su explicación es la siguiente: hay un significante en
la cadena que sustituye al significante enigmático del trauma, y el resultado es la emergencia de
una significación fijada en el síntoma, pero no accesible a la conciencia del sujeto. El síntoma es
algo del significante susceptible de sentido, pero que no está producido de manera consciente. Por
eso hay que buscar el sentido y, supuestamente, una vez que el sujeto accede al sentido del
significante sintomático, este ya no parece tan necesario.
Tomemos el ejemplo mayor de esos significantes sin sentido descifrable: los jeroglíficos.
Mientras no entendemos la escritura egipcia, estamos obligados a conservarlo todo. Una vez
descifrados esos signos, ya son menos valiosos. Pero cuando hay un significante que no se puede
descifrar, debemos conservarlo de manera preciosa. Así, son siempre símbolos raros los que se
conservan y se consideran sagrados. (Pág. 178)
Volviendo a la presentación de Lacan en «Función y campo...», vemos que el síntoma está
ubicado únicamente a partir de la fascinación del mecanismo significante. Y precisamente este
mecanismo se difundió como la doctrina de Lacan. Del mismo modo, cuando comenta el Witz de
Freud, se detiene casi exclusivamente en el capítulo sobre el mecanismo de formación del chiste, lo
cual era muy interesante pues en el contexto de esa época se desconocía la relación estrecha del
inconsciente con el lenguaje, que Lacan restableció. Pero, cuando tiempo después leyó el Witz
como inhibición, síntoma y angustia, encontró algo muy distinto: una ubicación del síntoma que no
tiene tanto que ver con el significante y su sustitución sino con la sustitución de goce. Lo esencial
en «Inhibición, síntoma y angustia» son las sustituciones de goce, esto es, cómo la pulsión logra su
satisfacción mediante varios sustitutos. Y Freud muy explícitamente destaca la articulación entre la
sustitución significante y lo que se sustituye en el campo pulsional. Por ejemplo, en el capítulo IV -
al cual aludía Juan Carlos Indart hace un momento a propósito de las exigencias libidinales del
complejo de Edipo- Freud analiza el caso Juanito en la perspectiva de la sustitución significante
(sustitución del padre por el caballo), pero a la vez estudia el porvenir de la pulsión.
Estos son los elementos que debemos tener en cuenta para entender la organización de este texto,
aunque Freud no haya titulado sus capítulos. El primer capítulo de Inhibición, síntoma y angustia
comienza con la inhibición como fenómeno del yo. Tal como la define Freud, una inhibición
consiste en no poder utilizar algunas funciones naturales del sujeto, implica la renuncia a una
función. ¿Por qué razón en determinado momento uno no puede servirse de su brazo, su pierna, su
ojo, de una parte del cuerpo según la cizalla? La respuesta conocida es: debido a la erotización de
esa zona corporal.
Ahora bien, ¿qué significa esto? Significa que Freud ubica un campo referido al yo en oposición,
en antinomia activa con el campo de la pulsión. La inhibición traduce el avance de la pulsión sobre
el campo del yo: cuando las exigencias pulsionales, las fuerzas armadas del ello ingresan en el
terreno del yo, este retrocede y deja una parte del territorio para que lo ocupe lo pulsional, el goce.
De tal manera que debe restringiese y no puede hacerlo todo, no puede salir a la calle, no puede
escribir, no puede trabajar, no puede... Esto traduce un avance de la pulsión. El primer capítulo nos
muestra entonces la derrota del yo ante el avance de las fuerzas del ello.
Ahora bien, el segundo capítulo presenta su reverso: el síntoma, que, según Freud, traduce el
avance del yo sobre el terreno de la pulsión. A su entender, en un momento dado mediante la
represión el yo logra impedir una satisfacción pulsional y transformar la Lust esperada de la
Befriedigung, de la satisfacción de la pulsión, en Unlust, y el síntoma que se instala traduce el
triunfo del síntoma, que es el triunfo del yo que impide el curso normal de la pulsión. A tal punto
81
que en el tercer capítulo Freud tiene que empezar aclarando que no hay que concebir el yo y la
pulsión como dos campos opuestos. Pero insiste en ello porque los dos capítulos nos presentan eso,
aunque no son estrictamente campos adversarios.
El tercer capítulo plantea que finalmente el yo mismo no es más que una parte del ello; es decir
que en la renuncia misma a la satisfacción pulsional hay en realidad otro modo de satisfacer la
pulsión. Y por eso Lacan sostiene en «Televisión» que el sujeto es fundamentalmente feliz. Se trata
de una lucha interna en el campo del ello y de dos maneras distintas de satisfacer la pulsión, que es
lo que Freud desarrollará en El malestar en la cultura, texto que comenté hace años en este lugar
intentando recomponer precisamente esa lucha interna del yo, y que vemos cuando él aclara que
también el superyó está al servicio del mismo sistema. (Pág. 180)
Encontramos aquí las dos caras del síntoma, que en cierto modo es Unlust, displacer (por lo
general, un síntoma no es agradable), pero se descubre que en esta Unlust hay una satisfacción; la
Befriedigung, la satisfacción pulsional, es compatible tanto con la Lust como con la Unlust.
Partiendo de esto, Freud hace esas complicadas elaboraciones sobre neurosis obsesiva e histeria,
donde reintroduce el concepto de defensa. ¿Por qué? ¿Qué había descubierto en el análisis de la
histeria? Descubrió que, dado el trauma inicial, el carácter siempre traumático de la sexualidad, el
sujeto histérico era capaz de reprimir una parte de lo desagradable, era capaz de olvidarlo, esto es,
de situarlo en el inconsciente. En ese sentido, el inconsciente se descubrió a partir del sujeto
histérico, a partir de la amnesia histérica, lo que parece establecer las cosas de una manera frontal.
En otras palabras, hay algo, en este caso hay una exigencia pulsional que pide ser reconocida: es la
exigencia con un carácter significante marcado, que quiere algo con intensidad. Y en la histeria
vemos una fuerza contraria, que se opone a la fuerza pulsional e impide la representación de esa
pulsión en el nivel consciente, según Freud. De modo que la representación se encuentra reprimida,
cosa que Lacan traduce en términos de significante y significado. En «Función y campo...» señalará
que el significado es el que está reprimido, aunque más adelante dirá que es el significante.
Lo importante es que Lacan traduce la representación de lo pulsional en términos significantes o
lingüísticos. Y el mismo Freud se pregunta qué ocurre con la moción pulsional. Porque, gracias a la
histeria, sabemos qué pasa con la representación, pero no lo que ocurre con la moción pulsional en
sí. La histeria pone en evidencia el mecanismo de la represión y el modo en que el sujeto logra huir
de las exigencias pulsionales. Es que la exigencia pulsional se presenta en Freud como un peligro;
es siempre un más de, algo que perturba la organización del yo.
La represión se presenta en la histeria como el método favorito del sujeto histérico para huir de
la exigencia pulsional. Primero se reprime la representación («ustedes no tendrán parlamento»)
para traducirlo en términos políticos; según el método que indica Freud, esto supone no encontrar
el objeto en cuestión, es decir, huir de él. Eventualmente Freud inscribe la fobia en este registro de
huida del objeto, aunque a su entender esto no alcanza para desentrañar el secreto del síntoma. Y es
que en la histeria el síntoma se presenta siempre, o de manera más evidente, en su cara de displacer.
Por ejemplo, en una parálisis el sujeto tiene los beneficios secundarios de esa dolencia, pero qued a
bien apartado del yo. Se ve que el yo está incapacitado en esto.
En este sentido, la neurosis obsesiva es más interesante, aun cuando se funde en la misma
constante estructural, según la expresión de Raquel Vargas. En la neurosis obsesiva entra en juego
algo más complejo que la represión y, para traducirlo, Freud reintroduce el concepto de defensa.
Hay un párrafo en el que formula claramente que la neurosis obsesiva es lo más interesante de todo
lo que se puede encontrar en la clínica. (Pág. 181)
Pero ¿por qué sería lo más interesante? Porque en ella no se trata solamente del choque de dos
corrientes opuestas -para retomar las palabras de Freud en el texto sobre el Witz-, sino de que para
afrontar la exigencia pulsional el yo mismo se modifica. Es lo que Freud denomina formaciones

82
reactivas. El mismo yo muestra una extraordinaria plasticidad y, frente al enemigo que llega, se
transforma -como en el fenómeno de mimetismo animal-.
Así, pues, nacen en la neurosis obsesiva cierto tipo de síntomas difíciles de ubicar, no tan bien
separados como en la histeria o la fobia, donde adquieren un carácter masivo. En la neurosis
obsesiva se imponen síntomas casi invisibles, porque están mezclados en la estructura misma de lo
que Freud llama el yo, lo cual nos ubica ante otro tipo de proceso frente a la exigencia pulsional,
que es, en términos freudianos, la defensa propiamente dicha. La defensa toca la forma misma del
yo y Freud la construye como algo más general que la represión. Pero ¿por qué? Llama defensa a
todos los métodos del yo para protegerse de las exigencias de la pulsión, y la represión es uno de
ellos, es el método más evidente, ese que le permitió a Freud descubrir el inconsciente. Sin
embargo, aquí no se trata de descubrir el inconsciente, sino de ver lo sutil del síntoma.
El síntoma, en cierto sentido, se presenta como una parte del ello conquistada, que traduce el
triunfo del yo, pero por otra, cuando se considera al yo como la parte organizada del ello, el
síntoma está presente en el yo. Se sitúa, pues, como la intersección entre el ello y el yo, y lo difícil
es que en el síntoma se realiza una satisfacción. El tema de las jornadas anuales de la EOL,
«Satisfacciones del síntoma», surgió luego de una discusión con los responsables de la Escuela.
Este título surge directamente de Inhibición, síntoma y angustia, donde Freud afirma exactamente
que en la neurosis obsesiva un síntoma puede tener una significación sexual, una significación
erótica. Y cuando eso ocurre casi todo termina, ya que el sujeto empieza a gozar de lo que le hace
mal. Después para intentar desprenderlo de eso necesita una cizalla; por otra parte, se trata de algo
muy lento. En este nivel Lacan ya no habla de atravesamiento del fantasma sino de identificación
con el síntoma. Cuando habla de esto, lo hace tal como Freud lo describió a propósito de la
neurosis obsesiva en Inhibición, síntoma y angustia. De aquí que haya muchas frases para destacar
en dicho texto. (Pág. 182)
Si hay mucho para decir es porque se trata de un punto de encuentro de los textos de Lacan y de
Freud. Y hay una expresión extraordinaria en el texto de Freud cuando habla de la compulsión a la
repetición del ello. Es decir, mientras toda la primera parte de la obra de Lacan había consistido en
separar la compulsión a la repetición de todo lo que era la libido, ubicando esta última del lado
imaginario y la compulsión a la repetición del lado simbólico, esa frase de Freud, por lo contrario,
une la compulsión a la repetición y el ello. Es lo que Lacan retoma en El reverso del psicoanálisis
en términos de la relación del saber con el goce. De modo que lo que Freud nos presenta como
debate entre la pulsión y el yo se traduce en Lacan por la antinomia entre el goce y el saber.
Cuando Freud habla del yo, ¿de qué habla finalmente? Habla de una organización, una
articulación significante, y de la admisión o no de un significante en ese conjunto de significantes.
Luego, es fácil ver que todo lo que Freud refiere del ello, de la pulsión, apunta a lo que nosotros
llamamos con Lacan el goce. Pero el término opuesto a lo que Freud denomina yo es para nosotros
el saber.
Esto puede parecer un poco exagerado. Sin embargo, tomemos un concepto difícil de entender
en Freud, como el de energía desexualizada del yo. Diremos en principio que el yo no tiene energía
desexualizada. Pero ¿a qué necesidad responde ubicar esta energía? Responde exactamente a lo que
indicamos como un desierto de goce en el campo del Otro, cuando decimos que el gran Otro se
establece sobre una negación del goce [jouissance] (A / J/). Esta sería la versión lacaniana de la
desexualización de la energía, dado que lo que Lacan destacó del pasaje del goce a la contabilidad,
el pasaje del goce a los significantes, traduce lo que Freud llama en su lenguaje energía
desexualizada. Es la misma necesidad, y luego en ese gran Otro como desierto de goce hay este
enclave del objeto a, que en cierto modo es el secreto del síntoma. En otras palabras, pese a que se
puede deslibidinizar todo lo que se quiera, queda esta parte condensada de goce que llamamos el
objeto a. (Pág. 183)
83
Vemos así que es posible una lectura totalmente lacaniana de Inhibición, síntoma y angustia a
partir de la «Introducción a la edición alemana...». Señalé esta mañana que lo esencial era leer ese
texto a partir de la disyunción entre significante y significado. Una vez separados, el significante
lacaniano va a unirse con el goce, y por eso la frase esencial de toda la «Introducción a la edición
alemana...» es que el inconsciente es un saber que trabaja para el goce. Se trata, pues, de una
articulación significante cuya finalidad es la producción de goce, es obedecer al principio ampliado
del placer tal como Freud ya indicaba en el Witz. En el Witz, Freud se interesa en los mecanismos
significantes, pero en el encuadre del aparato psíquico subraya la producción de goce. Y esta parte
funciona para el Lust, para un plus de goce, un plus de Lust, una ganancia de placer que traducimos
como un más de goce y es también la orientación principal de este texto de Freud. He aquí entonces
el texto fundamental para el tema del síntoma, la sintomatología lacaniana y la satisfacción del
síntoma.
Me detengo aquí a fin de que pueda continuar la discusión, aunque pienso que es una
introducción correcta a la tercera parte del texto de Ernesto Sinatra, quien presenta el artículo de
Freud sobre los tipos libidinales, artículo de 1931 que precisamente propone una tipología clínica
según la relación de cada sujeto con la libido; es decir que es una clínica, una tipología de la libido.

Los tipos clínicos II (Pág. 185)


Ernesto Sinatra

Empezaré con una cita de Sigmund Freud que dice así: «La observación nos muestra que cada,
persona realiza la imagen universal del ser humano en una diversidad casi inabarcable. Si uno cede
al legítimo afán de distinguir tipos separados dentro de esa multitud, deberá elegir de antemano los
criterios y puntos de vista según los cuales emprenderá tal separación. Para este propósito las
cualidades corporales no serán menos utilizables que las psíquicas; las diferenciaciones más
valiosas serán aquellas que prometan obtener una conjunción regular entre los rasgos corporales y
los anímicos. Es dudoso que desde ahora nos resulte posible dilucidar tipos que reúnan esas
condiciones, como sin duda habremos de conseguirlo un día, sobre una base aún desconocida102».
En 1931 Freud escribió un artículo que no goza de mucha simpatía entre nosotros. En él se
refirió a los tipos libidinales para intentar dar cuenta -una vez más- de la etiología de las neurosis,
en la misma época en que descubría la importancia del enlace libidinal de la niña con su madre en
la constitución de la sexualidad femenina.
¿Por qué casi al final de su enseñanza Freud necesitó volver sobre este tema, cuando sus
estructuras clínicas parecían ya aseguradas? Además, ¿por qué recurrió a una tipología para sus
fines?, ¿cuál es el Kern, cuál es el núcleo, cuál es la cuestión central de este asunto?
Proseguimos el planteo freudiano con una nueva cita: «Para todos ellos tiene que valer la
exigencia de que no coincidan con cuadros clínicos. Al contrario, deben abarcar todas las
variaciones que, de acuerdo con nuestra apreciación orientada en sentido práctico, caen dentro del
ámbito de lo normal. Empero, en sus plasmaciones extremas pueden aproximarse a los cuadros
patológicos y, de esa suerte, contribuir a salvar el supuesto hiato entre lo normal y lo
patológico 103».
Al establecer su clasificación tripartita según los tipos erótico, narcisista y compulsivo, Freud
dejó bien sentado que los tipos puros son casi inexistentes, que los más frecuentes son los tipos
mixtos. El tipo erótico -bajo el predominio del territorio del ello- comprende a aquellos que
estarían más sujetos que otros a la angustia frente a la pérdida de amor. El tipo compulsivo -
sometido a la angustia de su conciencia superyoica- daría cuenta de las personalidades
102
S. Freud, «Tipos libidinales», en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1988, t. XXI, p. 219.
103
Ibíd.
84
preferentemente conservadoras; aquí nos encontramos con la obediencia culpable de aquellos que
en la esfera social serían, para Freud, los verdaderos portadores de la cultura (!).

Jacques-Alain Miller. -Aquí ha puesto usted signos de exclamación, ¿considera que esta
proposición de Freud es sorprendente?

Ernesto Sinatra. -Creo que sí, que es para resaltar. Esos signos de admiración son para destacar
esta ubicación de Freud -que hasta ahora se había pasado por alto- en relación con los tipos, con la
psicología de las masas. Porque hay aquí toda una teoría del discurso. (Pág. 186)

[Continúa la lectura del texto.] Mientras que el tipo narcisista -desprovisto, según Freud, de la
tensión entre el yo y el superyó- surge como el prototipo del individuo independiente y no
temeroso, aquel que no depende de los otros y quien, a partir de lo que llama una elevada medida
de agresión que compone su yo, se demostraría apto para «servir de apoyo a los demás». Se trataría
de un tipo configurado por aquellos que no se prestan a ser conducidos por otros sino que ellos
mismos son los conductores sociales, esos que se imponen a otros como personalidades y son
capaces de menoscabar lo establecido. En síntesis, este tipo narcisista describiría al líder de masas
freudiano, ese que no solo genera la adhesión de los individuos a la subordinación c olectiva, sino
que es el uno de la excepción a tal subordinación.
Luego de describir los tipos mixtos, Freud precipita su conclusión estableciendo la relación entre
tipos libidinales y tipos clínicos: «Que los tipos eróticos den por resultado una histeria en caso de
enfermedad, así como los tipos compulsivos una neurosis obsesiva, parece fácil de colegir, pero
forma parte de la incerteza recién destacada104».
Habría dicho antes Freud: no obstante yo opino que no se debería decidir acerca de esas
constelaciones sin una cuidadosa demostración especial. Continúo con la cita: «Los tipos
narcisistas, que a pesar de su independencia en los otros campos están expuestos a la frustración
por el mundo exterior, contienen una particular disposición a la psicosis, a la vez que conllevan
también condiciones esenciales de la criminalidad». Extremando la argumentación -y de un modo
que no deja de ser curioso- Freud localiza con sus tipos a las personalidades, los hombres de
excepción y grandes conductores de masas... del lado de las psicosis y la criminalidad.
Podemos establecer aquí una hipótesis respecto del tratamiento freudiano de los tipos clínicos: a
partir de su deseo de impulsar la transmisión del psicoanálisis más allá de sí mismo, Freud no
quería que su invención quedara identificada con su persona ni confinada a la intelección de
desarrollos exclusivamente mórbidos. Por ello introdujo los tipos psicológicos (o libidinosos, ya
que consideró que la libido era el articulador conceptual con más pergaminos para servir de
fundamento a su clasificación) para una función muy precisa: asegurar la existencia del
psicoanálisis extendiendo su dominio a la normalidad, aun corriendo el riesgo de superponer sus
tipos con sus cuadros patológicos.
De aquí que deba aclarar que estos tipos se sitúan entre lo normal y lo patológico y pueden
extenderse más allá de su ordenación con una sola exigencia: no recubrirse exactamente con sus
cuadros clínicos. En otras palabras, los tipos clínicos freudianos deben considerados como su
tentativa de propagar el psicoanálisis más allá de las fronteras de la psicopatología, incluyendo la
normalidad de los registros sociales.
Pero, en definitiva, estos tipos dejaron a Freud insatisfecho: «Es dudoso que desde ahora nos
resulte posible dilucidar tipos que reúnan esas condiciones, como sin duda habremos de
conseguirlo un día, sobre una base aún desconocidas.

104
Ibíd., p.221.
85
Quizás esta base aún desconocida sea la que Jacques Lacan escribió con sus cuatro discursos,
modos de presentar la estructura de los lazos sociales a partir de un imposible que a cada cual
determina. (Pág. 188)

Jacques-Alain Miller. -Hay que ver el término que emplea Freud a propósito de portadores de
cultura, se refiere a los tipos conservadores, no a los creadores; menciona entre ellos a los eruditos,
los directores de museo, incluso a nosotros en tanto que hablamos con pasión de un libro de Freud
que tiene setenta años, «Inhibición, síntoma y angustia». En esto somos conservadores.
No encuentro muy sorprendente la consideración de Freud sobre el hecho de que los líderes de
masas, como él señala, estén próximos a la psicosis y la criminalidad. En 1931 existían Mussolini,
Hitler, y debemos pensar qué era lo que ya observaba Freud, pues sabemos que la psicología de las
masas tiene que ver con eso, es una anticipación. En 1931 este diagnóstico ya era sólido, bien
establecido. Efectivamente, creo que esa referencia -que Lacan toma en algún momento de El
seminario 4- es totalmente tópica porque muestra el intento de Freud por dibujar cuadros clínicos
originales, propiamente analíticos, emparentados con la relación del sujeto con el goce y con los
temas que desarrolla en «Inhibición, síntoma y angustia». Hasta ahora habíamos visto dónde
ubicaba la inhibición como derrota del yo, conquista del terreno del yo por parte del ello, el
síntoma como incidencia del yo en el ello, pero a la vez con este agregado de que el yo es en sí
mismo una parte del ello.
Queda, pues, por definir la ubicación de la angustia, el tercer término. ¿Dónde está la angustia?
Efectivamente, Freud la ubica en el yo, pero hay que reubicarla en el conjunto. Se plantea la
cuestión del topos de la inhibición, del topos del síntoma y, después del de la angustia. Y hace de la
angustia algo así como una incidencia muy directa de la exigencia pulsional en la organización del
yo. Hay angustia como el afecto primario del yo cuando se hace sentir la exigencia pulsional como
algo extraño, algo en sí mismo, que el sujeto percibe como propio, pero a la vez experimenta como
extraño. Luego, es el afecto de la extimidad, de algo íntimo y exterior a la vez, cosa que un
neurótico puede experimentar muy bien. Por ejemplo, tuve un paciente totalmente atrapado en
cierto momento por una compulsión -él mismo lo explicaba en estos términos- a ir de putas cada
noche, con gastos muy importantes, porque era un hombre refinado, y dificultades para salir (ya
que debía argumentar con su esposa, etcétera) y, en un momento dado, lo sobrecogía un
sentimiento de extrañeza que continuó por algunos meses y que después terminó. Como señaló
Raquel Vargas, esto le permite hablar a Freud de una exigencia pulsional en el síntoma, que es algo
real, que resuena para nosotros como lo real en Lacan, aunque no es inmediatamente superponible.

Miguel Furman. -Me quedé pensando en lo que nos recordaba Miquel Bassols por la mañana, la
idea de considerar la estructura como real, y me preguntaba por el segundo párrafo que trabajamos
en la «Introducción a la edición alemana de un primer volumen de los Escritos», donde se señala
que los tipos clínicos responden a la estructura. Si uno considera la estructura como real, ¿se puede
plantear que tanto el tipo clínico como el tipo de síntoma responden a ella? Y es interesante
remarcar el significante responden, como respuesta a lo real, como imposible de soportar. Es decir,
el síntoma y la clínica o el tipo clínico como defensa -para articularlo con el primer párrafo
planteado en Inhibición, síntoma y angustia- contra las exigencias libidinales del complejo de
Edipo, como defensa ante la estructura de lo real y no solo dando cuenta de ella. (Pág. 189)

Beatriz Schlieper. -De entrada me interesó lo que usted planteó en relación con la extracción en
un contexto de un significante amo y cómo se problematiza la cuestión respecto del S2. Pensaba
que hay una clínica previa a la psicoanalítica, que sostiene tipos clínicos, y también en lo que

86
señala Lacan sobre la necesidad. Tal vez podríamos leerlo como la extracción de un fragmento,
como usted planteaba y como retomó Juan Carlos Indart, en esta particularidad del decir del sujeto.
Tengo la impresión de que Freud insistía en una particularidad respecto de los tipos clínicos, en
la diferenciación de cada tipo clínico. Y pensaba que cuando se extrae un fragmento de un
conjunto, se lo extrae en función de incluirlo en otro conjunto. Según señaló Éric Laurent, como
este cambio en la clínica en que ese S1 quedaría inscripto en un conjunto distinto. En este punto
creo que habría cierta tensión, o una cuestión por resolver que sería el salto o el aporte de Lacan. Se
trataría de un paso más respecto de la clínica psiquiátrica, pero incluido en la clínica psicoanalítica,
tal como los tipos clínicos que tiene en cuenta Freud. Me preguntaba cómo articular estas
cuestiones en una presentación de enfermos cuando se hace el comentario posterior. Si hay que
dejar a un lado realmente el primer conjunto (S1-S2 de la psiquiatría) o si de alguna manera hay
que incluirlo abrochándolo o viendo de qué manera se va de un conjunto al otro.

Éric Laurent. -Quisiera tomar la línea que se dibuja a partir del aporte de Ernesto Sinatra sobre
este texto poco comentado de los tipos libidinales en Freud, a partir de la perspectiva novedosa que
nos propuso Jacques-Alain Miller del yo como el sistema del saber y la transformación que implica
para él la identificación con el síntoma. Vemos que la perspectiva de los tipos libidinales es al
mismo tiempo la mejor y la peor de las perspectivas. Es la peor cuando se trata de la clínica actual
desde la perspectiva psicoanalítica IPA, en continuidad con la consideración de Anna Freud, quien
en vez de los síntomas pensó las defensas del yo como sistemas. Otto Kernberg presenta la forma
actual más inteligente de esta versión con el sistema completo de reabsorción de la clínica dentro
de las personalidades. Él intentó negociar con la psiquiatría el hecho de añadir al DSM III un eje de
las personalidades, como aporte propio del psicoanálisis. Pero esta clínica disuelve completamente
la clínica, la envoltura formal y la consideración formal del síntoma dentro de esta perspectiva.
Sin embargo, otros analistas consiguieron hacer comentarios del orden de lo que hizo Freud con
estos tipos libidinales, de manera muy interesante. Uno de los inventos que debemos considerar es
la distinción que propone Balint de los tipos libidinales entre aquellos a los que les gusta el skeel y
aquellos otros que gustan del sreel. Utiliza la oposición de las palabras inglesas, skeel, que es «un
talento con algo, con un instrumentos, y el sreel, que significa «mantenerse sin ningún instrumento
en el límite de la angustia», y la generaliza a toda la actividad humana.
Del mismo modo, Deleuze aisló el tipo libidinal moderno sosteniendo que la única invención
moderna son los deportes como el esquí, el surf, el aladeltismo, todas las invenciones modernas que
excitan a la gente hasta construir una industria. La única industria que insistió en este campo del
deporte fue la de este gusto por el deslizamiento, por separar y así mantenerse en el límite del sreel,
según Balint.
Esta concepción que considera una modificación del yo en la cultura a partir de una relación con
el objeto de goce resulta mucho más interesante que estas personalidades tipo narcisista, histérico,
no maduro, etcétera. Es más, son efectos de significación interesantes. Y, en esta perspectiva,
quería mencionar un párrafo del final del seminario de Lacan sobre la angustia, que termina con un
llamado muy entusiasta respecto de la misión del psicoanálisis. Se indica que en la conclusión de la
cura se podría proponer un estatuto del yo capaz de aliviar a la humanidad de estos sufrimientos y
distorsiones del yo, que Freud refiere al final de su texto de 1924 «La pérdida de realidad en la
psicosis y la neurosis». Hay un párrafo allí muy alentador sobre la misión social del psicoanálisis
que Lacan retomó, y yo nunca entendí bien. Me parece ahora que en esta perspectiva proponer un
tipo de identificación con el síntoma, como se dibujaba en las consideraciones de Jacques -Alain
Miller, podría orientarnos en la vía de una relación en la cultura con el goce, que implica cierta
modificación del yo. Considerar una relación con el goce me parece acorde con el buen uso del tipo
libidinal. (Pág. 191)
87
Leonor Fefer. -Saldré del paréntesis del público, aunque no voy a abandonarlo pues me serviré
de él para hablar de la función.
Seguí muy atentamente la exposición de Jacques-Alain Miller y me sorprendió un poco que, al
leer una introducción que es de 1975, no se tuviera en cuenta que cuando Lacan habla aquí de
estructura se refiere a una estructura nodal, como señalaba Miguel Furman, que es nudo. Entonces,
desde ahí, me preguntaba cómo pensar la articulación de lo particular con la palabra, cuando en ese
momento esta última ya no tiene para Lacan el mismo valor que en «Función y campo...», sino que
aquí lo que realmente importa es la función de la letra -y de la cifra- en el síntoma. ¿Cómo pensar
entonces la articulación entre sentido y palabra?

Jacques-Alain Miller. -La problemática de la letra en Lacan empieza cuando separa significante
y significado, cuando involucro la relación del significante con el goce, ya que un significante sin
significado es un jeroglífico, esto es, una letra. Por ejemplo, «Lituraterre» es un texto para pensar, y
es también un texto que reescribe «La instancia de la letra...», retoma el problema de la letra en
relación antinómica con el goce y con la finalidad de pensar la relación existente entre ambos.
Además, esas son las bases para entender algo de los nudos y del intento de Lacan que separa
decididamente el significante del significado, porque en la clínica de los nudos el significado
pertenece a lo imaginario y el significante, a lo simbólico.

Marie-Hélène Brousse. -Al terminar el trabajo de la mañana, la demostración de que con los
mismos significantes es posible construir sentidos totalmente distintos estableció la disyunción
entre significante y sentido. Luego usted señalaba que con el divorcio entre significante y
significado el significante se casa con el goce. Me pregunto, pues, qué ocurre con el significado:
¿permanece solo o también se casa? Si es así, ¿con quién?

Jacques-Alain Miller. -Lacan encuentra la pareja del significado en el cuerpo. El tema de la


resonancia, que reconduce a la pulsión, trata finalmente de resonancias del cuerpo.

Gabriel Lombardi. -Tal vez a partir de este punto y de la pregunta de Marie-Hélène Brousse se
pueda retomar la intervención de Juan Carlos Indart de esta mañana, cuando recordaba ese lugar de
la enseñanza de Lacan en El seminario 17 donde habla de la complacencia somática como rechazo
del cuerpo. Si seguimos el trazado del significante amo en la histeria, se trata de un rechazo del
cuerpo. Si la histeria pone en evidencia, como indicaba Jacques-Alain Miller, cómo huir de la
exigencia pulsional, hay de todos modos una ambigüedad: por un lado, hay una escritura, el cuerpo
es empleado como lugar de inscripción, hay un acento evidente puesto en el cuerpo; por otro lado,
aparece este rechazo del cuerpo como lugar de goce.

Jacques-Alain Miller. -Esa contradicción es lo que es. Por un lado tenemos lo que desde el inicio
de su obra Freud llama las migraciones de la libido: finalmente la libido en su representación se
concentra en las zonas erógenas. Se trata ya de un cuerpo deslibidinizado con concentración de la
libido en ciertas zonas, lo que Lacan traduce en términos del Otro como lugar vaciado de goce.
Cuando lo formula, en «Radiofonía», él utiliza esa expresión de que el primer Otro fue el cuerpo, y
en esto es directamente freudiano.
La primera superficie de inscripción siempre fue el cuerpo, como puede verse en los dibujos de
los primitivos sobre él. Se utilizaba el cuerpo como una superficie de inscripción para extraer goce
mediante la letra, por medio de las letras corporales. Tenemos el ejemplo de la circuncisión judí a,
donde realmente se trata de extraer goce del cuerpo y a la vez permitir el uso instrumental del
órgano. Podemos tomar asimismo un ejemplo actual que provoca reacciones en la ONU y la OMS
88
para impedir que algunos africanos procedan a la extirpación del clítoris en las mujeres. Para
nuestra cultura es una tortura abyecta; para ellos se trata de extraer el goce del cuerpo de las
mujeres (más aún si consideran que ellas no solo tienen una sino nueve partes de goce). En nuestro
caso, intentamos explicamos la diferencia entre la sexuación masculina y la femenina. (Pág. 193)
Entonces, son varias las operaciones que llevan a ese desierto de goce del que quedan algunos
oasis que son las zonas de Freud o lo que Lacan llama el objeto a, principio mismo de la regresión
freudiana en el desarrollo pulsional. En otras palabras, el hecho de que la representación fálica
como significante no termina con todo el goce, ya que siempre queda ese resto que significa
también que el significante fálico no equivale a la relación sexual, que finalmente el falo no nos da
su representación adecuada. Y así, como señalaba Juan Carlos Indart, apunta finalmente a la no
relación sexual.
No hay vacilación en ello, es correlativo: por un lado, el vacío de goce, y por otro esos plus, esos
oasis de goce que son las zonas de Freud o el objeto a de Lacan. Conviene, sin embargo, recordar
que, según el mismo Lacan, el objeto a no traduce adecuadamente tampoco lo que hay en el goce.
Él afirma que el objeto a es un semblante, una manera de captar lo que se trata del goce pero ya en
el campo del Otro, e introduce la noción de goce del Otro, más allá del goce fálico. Ahora bien, no
es posible tratar la complejidad de todo esto con los primeros capítulos de «Inhibición, síntoma y
angustia».

Patricia Markowicz. -Me quedó sin aclarar la pregunta de Marie-Hélène Brousse, pues, si el
significante se casa con el goce, este necesariamente muerde el cuerpo. Luego, todo parece ubicarse
del mismo lado.

Jacques-Alain Miller. -No, no es así. Sería necesario distinguir varios estatutos del cuerpo.
Tenemos el cuerpo de goce, este cuerpo vaciado y que puede reducirse en el límite a una superficie
de inscripción; está también el cuerpo imaginario, el cuerpo visual, la forma del cuerpo, el cuerpo
del estadio del espejo, por ejemplo. En determinado momento de su clínica de los nudos Lacan
sostiene que lo imaginario es el cuerpo. Pero apunta al estadio del espejo, donde este entra
esencialmente como cuerpo visual, como imagen del cuerpo. Asimismo hay que distinguir entre el
cuerpo y el organismo.
Sabemos que en la actualidad hay especialistas en la imagen del cuerpo (maquillajes, modas,
etcétera), pero, si debemos someternos a una cirugía -que involucra el organismo-, nos dirigimos a
otros especialistas, lo cual ya nos permite distinguir dos estatutos del cuerpo. Además Lacan
explica, por ejemplo, que en la histeria los límites del organismo superan los del cuerpo, y eso casi
nos lleva al plano de la etología. Sabemos que los animales circunscriben a su alrededor un terreno
específico y, si alguien ingresa en esa zona, se sienten amenazados aunque no se los toque, porque
hay una distancia mínima que se debe respetar, la de un organismo que va más allá de su cuerpo.
Hay entonces diversos estatutos del cuerpo que no son el cuerpo, ya que el cuerpo como tal no
existe. En una fase de su enseñanza Lacan lo reduce a un efecto de resonancia en el cuerpo
imaginario. ¿Qué determina en uno el sentimiento de haber captado un sentido? La respuesta que
propuse -y creo que resuena en lo que presentó Marina Recalde- es que el sentido comprendido es
el goce, la satisfacción. Pensamos que hallamos un sentido cuando estamos contentos con eso, cosa
que nunca logré con la lectura de Lacan, y creo que Indart tampoco. Junto con otros, constituimos
el sindicato de los insatisfechos de Lacan.

Roberto Mazzuca. -Quería proponer una pequeña modificación a la imagen que introdujo Marie-
Hélène Brousse, porque el hecho de que se produzcan esa separación y ese casamiento me parece
que no impide que el significado siga siendo, en definitiva, algo relacionado con un efecto del
89
juego de significantes. Entonces, las relaciones con el goce no impiden seguir teniendo relaciones
con el significado. (Pág. 195)

Éric Laurent. -Querría decir algo sobre el goce y el cuerpo. Si pensamos que el significante se
vincula con el goce, ¿en qué se distinguirían la pareja significante-goce y la pareja sentido-cuerpo?
En la clínica, el estado maníaco es una excelente prueba natural de esta distinción. El sujeto
maníaco está completamente aferrado al significante sin freno y pleno de este goce del significante,
letal, mortal, que agota su cuerpo sin ningún borde pulsional que pueda enlazar este goce fuera del
cuerpo con su propio cuerpo. Lo único que puede hacer este goce es invadirle, taponar todos los
agujeros y llevarlo a la muerte en el agotamiento maníaco -que hay que detener de cualquier forma-
. Por el contrario, se ve que en el sentido se trata de contar con un borde pulsional para poder tomar
un poco de este goce fuera del cuerpo; el aparato del borde pulsional permite establecer este enlace.
Pero, a pesar de ser domesticado por los bordes pulsionales, el goce siempre hace daño. Un
cantante español de flamenco llamado Camarón de la Isla, que murió hace unos años, acuñó el
siguiente aforismo: «Todo lo que me gusta en la vida o está prohibido o hace mal». Es razonable.
Toda manera de gozar del cuerpo implica un daño. Solo los ecologistas piensan que es posible
obtener un placer tranquilo con el cuerpo, en unión armónica con la naturaleza. Mientras que el
efecto de goce implica un más allá del principio de placer, supone dañarse.

Jacques-Alain Miller. -Es el ejemplo de la rata en esa experiencia psicológica totalmente


objetiva, que nada tiene que ver con el psicoanálisis, donde mediante electrodos se le estimula el
centro de placer y se deja a su alcance la posibilidad de provocar el estímulo ella misma. Se
comprueba entonces que deja de hacer todo lo que hacía normalmente para repetir eso de manera
continua, dándose placer hasta morir; es decir, descubre la pulsión de muerte y muere.
Respecto del sentido podemos retomar una referencia de Lacan, mencionada por Germán García,
donde el sentido sería como un garabato del objeto a, un garabato del goce. De modo tal que detrás
del sentido está el goce, que es la verdad de todo sentido. Creo que es un buen punto para terminan.

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