Está en la página 1de 4

It’s rrealllll!

Lo que he aprendido de Jonas Mekas

Prefiero pensar que Mekas ha muerto después de una buena película como Lady
Bird -que fue una de las últimas que le gustó-, con un vino y sol de mediodía,
aunque ese día amaneció con lluvia y nublado Nueva York, y no a causa de ver
Roma, como se comentaba en la fiesta del Anthology la noche después de su
muerte

Y es que Mekas nos enseñó, como Trueba en España, que hay que aprender a
odiar las malas películas tanto como a querer las buenas. Ya no podremos saber
lo que piensa Mekas de nada, él que siempre estuvo a la última, curiosísimo y
preguntón. Cuando el último verano pasó por España regresando de la
Documenta de Kassel contó que lo mejor de allí lo había visto en Las Naves del
Matadero, en Madrid, durante un ensayo de la performance Ningún Lugar. Lo
contó después de verlo, entusiasmado como cuando se entusiasmaba contando
lo que le entusiasmaba; porque la performance de Orquestina de Pigmeos le
pareció algo vivo y sin pretensiones, humano y político: y es que el arte sencillo
como el que practicaba Mekas es en realidad el más complicado, que decía
Murnau.

Cuando nació Mekas Murnau estrenaba Nosferatu, pero pese a la efeméride no


le dedica ninguna de las páginas de su Diario de cine y sí más de cincuenta a su
amigo Markopoulos; lo que no significa que no le gustara Murnau a Mekas, al
contrario, sino que Mekas se interesaba sobre todo por lo nuevo porque su
columna de entonces era de actualidad y, sobre todo, por una cuestión política y
de resistencia. Lo que no significa que pensara Mekas que progresar era
mejorar. Lo nuevo, de Marilyn a Yoko Ono, lo nuevo en un sentido amplio, para
que no pudiera ser utilizada tal bandera en «su» contra, en contra del Nuevo
Cine Americano; lo nuevo, pero nunca lo mainstream, atento Mekas incluso a lo
nuevo por venir y que aún no ha sido, y solo ha intuido.

Lo que he aprendido de Mekas es que la alegría no es la felicidad, pero que la


alegría lo es todo, como bailar sobre la nieve virgen con tu hermano; que se
ahorra mucha energía riendo en vez de llorando, aunque las gaviotas griten
dentro de uno. Lo que he aprendido de Mekas es que puedes haber devorado
todo el cine, pero debes saber que cuando filmas o montas hay que olvidar
porque el cine que se alimenta solo de cine produce un cine desconectado de la
vida, que es la que debe mandar siempre. Lo que he aprendido de Mekas es que
la mayoría de las veces la solemnidad es el escudo de la estupidez, y que a partir
de los noventa el vino blanco y no antes desde la hora de comer; que mientras
se siente nostalgia uno está muerto porque solo existe el ahora; que nuestro
amigo Marcel Hanoun es el mejor realizador francés después de Bresson. Lo
que he aprendido de Mekas es que la improvisación es una elección como
cualquier otra, y que no existen tomas sino planos. Lo que he aprendido de
Mekas -que para mí era un marxista humanista transcendentalista que si hubiera
abrazado alguna religión sería el budismo- es que sagrado, si es que hay algo
sagrado, es el arte, que nos salva de la muerte celebrando la vida. Lo que he
aprendido de Mekas es que el valor del arte, su sentido y la vida no puede
decidirse en los juzgados o en las prisiones (cuando nos metan, montaremos un
taller de video). Lo que he aprendido de Mekas es que experimental no es una
buena palabra porque todo cine es experimental o no es cine como Mayakovski
decía del arte y lo revolucionario; que el cine aún tiene mucho que aprender de
la poesía, de las bandas de rock y del arte contemporáneo. Lo que he aprendido
de Mekas es que la basura del tacho tirado en la calle en que rebusca un pobre,
las cosas pequeñas y sin importancia, son en realidad las cosas de importancia.
Su amigo Allan Kaprow -Mekas tiene muchos amigos- lo dijo muy bonito en el
año 57 hablando de Pollock recién estrellado:

«Cualquier objeto puede convertirse en material para el nuevo arte: la pintura,


las sillas, la comida, las luces eléctricas y las luces de neón, el humo, el agua,
unos calcetines viejos, un perro, las películas y las mil cosas que serán
descubiertas por la generación de artistas actual. Estos audaces creadores no
solo nos mostrarán, como si fuera por primera vez, el mundo que siempre hemos
tenido a nuestro alrededor sin que le prestáramos atención, sino que además
revelarán aconteceres (happenings) y sucesos inauditos hallados en cubos de
basura, archivos policiales, vestíbulos de hotel, vistos en escaparates de
grandes almacenes o en las calles, e intuidos en sueños y espantosos
accidentes. El olor de unas fresas aplastadas, la carta de un amigo o una valla
publicitaria que anuncia detergente Drano, tres golpes en la puerta de casa, un
arañazo, un suspiro o una voz que desgrana una conferencia interminable, un
destello cegador que se repite, un sombrero de bombín, tales serán los
materiales de este nuevo arte concreto».

Este precioso texto en el que Kaprow inventa el concepto happening me


recuerda a otro de su amigo Mekas escrito dos años antes -y que probablemente
había leído su amigo-, un texto incluido en su Diario de cine y que fue publicado
originalmente en su columna libre del Village Voice y en el que, en plan
Nostradamus, recitaba:

«Pronto podrá hacerse una película con la misma facilidad que un poema y con
el mismo dinero. Todo el mundo, en todas partes, hará películas. Los imperios
del profesionalismo y de los grandes presupuestos se están viniendo abajo.
Todos los días conozco a jóvenes, hombres y mujeres, que se infiltran en la
ciudad desde Boston, Baltimore y hasta desde Toronto con rollos de películas
debajo del abrigo, como si llevaran pedazos de papel garabateados con poemas.
Las pasan en el estudio de algún amigo, o quizás en el Fígaro, y luego
desaparecen sin hacer mucho ruido. Éstos son los verdaderos trovadores del
cine. Es lo mejor que le ha ocurrido desde que Griffith filmó su primer plano».

Y al mismo tiempo en el mismo día, al otro lado del Atlántico en la Place de


Clichy, un jovencísimo Truffaut que aún no había rodado pero que ya era un
famoso terrorista intelectual, escribía otra exhortación a lo amateur, en una
proclama muy parecida a la de Mekas:

«La película del mañana la intuyo más personal incluso que una novela
autobiográfica. Los jóvenes cineastas se expresarán en primera persona y nos
contarán cuanto les ha pasado: podrá ser la historia de su primer amor o del más
reciente, su toma de postura política, una crónica de viaje, una enfermedad, su
servicio militar, su boda, las pasadas vacaciones, y eso gustará porque será algo
verdadero y nuevo… La película del mañana será un acto de amor».

Y es que las flores, los niños, el vino, los amigos, aunque no los veas como
quisieras y merecen, las chicas, la comida alrededor de una mesa, el arte y el
amor, la copa que apuro en este instante son lo único real. Esto es lo más
importante que he aprendido de Mekas.

*
En su funeral Sebastián, el hijo, puso con una delicadeza infinita al padre en un
ataúd de cartón y en una iglesia; todos sonrían, amigos, niños y flores …y un
acordeón, que es el piano de los pobres.

Este es un poema canción que le gustaba mucho a su amigo Marcel Hanoun;


cierra Campos de Castilla y es todo un epitafio y bandera.

Sabe esperar, guarda que la marea fluya


-así en la costa un barco- sin que el partir te inquiete.
Todo el que aguarda sabe que la victoria es suya;
porque la vida es larga y el arte es un juguete.

Y si la vida es corta
y no llega la mar a tu galera,
aguarda sin partir y siempre espera,
que el arte es largo y, además, no importa.

…porque después de tanto y de tan poco, más allá del arco iris y la nieve, detrás
del horizonte, ya lo saben, solo nos aguardan caquitas de conejo.

***

Javier Rebollo

También podría gustarte