Está en la página 1de 4

Oct 18 2018 José Rafael Herrera

De la moral y la ética
Home Benedetto Croce Escritos Ética Historia José Rafael Herrera
Moral Orden social Política De la moral y la ética
Benedetto Croce Escritos Ética Historia José Rafael Herrera Moral
Orden social Política

De la moral y la ética
De la moral y la ética por @jrherreraucv

Hay quienes presuponen que la ética y la moral son simples sinónimos. Son,
en su mayoría, quienes atienden las representaciones propias del más craso
sentido común, ese que Spinoza cali ca como “el primer grado del
conocimiento” o “el conocimiento de oídas o por medio de cualquier signo
de los llamados convencionales”. Pero también “por experiencia vaga, no
determinada por el entendimiento”. Son quienes desconocen el hecho de
que las palabras son determinaciones de la historia, surgen en ella y en
virtud de la necesidad que ella, objetivamente, impone. O lo que es igual,
que la acción humana –devenida Espíritu– se impone a sí misma. Ni la
historia es un anecdotario del pasado ni las palabras son atus vocis. La
historia es, siempre, y como a rma Croce, “historia contemporánea”, dado
que su estudio encuentra su motivación esencial en un interés que surge en
el presente, en el 'aquí y ahora'. Las palabras, por su parte, tienen sentido y
signi cado históricos, y no pueden ser utilizadas sin ton ni son,
abstractamente, es decir, indeterminadamente, sin que ello tenga
consecuencias, por cierto, históricas, sociales y, en última instancia,
políticas.
Cuando una sociedad se pregunta por temas y problemas relativos a la
ética y la moral es porque, quizá sin poseer cabal conciencia de ello,
está poniendo al descubierto el síntoma de sus fallas y ausencias. Se
exige, se reclama, lo que no se tiene. En medio de su infelicidad, la
conciencia siente que cuando los precios de los artículos de primera
necesidad aumentan día a día y cada vez más, cuando las calles se
inundan de basura, cuando se va la electricidad “las horas que sean
necesarias” o no sale agua por el grifo, es porque hay responsables, no
solo por incompetencia técnica o profesional sino, sustancialmente,
porque alguien se está enriqueciendo con el sufrimiento de la
población. ¿Quién responde por las desgracias de los venezolanos?
¿Quién o quiénes son los responsables de sus actuales miserias? He ahí
–como se dice– un asunto que atañe directamente a cuestiones de
naturaleza ética y moral.

Pero, cuando tal exigencia se hace, no pocas veces se asume como si,
quien la hace, estuviese ubicado más allá de todos los impíos y
pecaminosos, como si el resto, aquellos maculados por la corrupción de
cuerpo y alma, le fuesen extraños, ajenos, distintos y distantes. El dedo
señala y apunta en una sola dirección: son “ellos”, los “otros”, los
únicos responsables del desastre. Desde su inmaculada, reluciente e
intachable vestidura de blanco perfecto, la conciencia infeliz acude al
púlpito para enjuiciar, pero nunca para enjuiciarse. Denuncia y exige
sin denunciarse y exigirse. Las cosas no caen del cielo. La verdad es
norma de sí misma y de lo falso. No han sido pocas las veces que la
historia ha convalidado un viejo argumento hegeliano: Los pueblos
construyen los gobiernos que tienen. Nada sale de la nada. El único
“castigo divino” está en el abandono de la educación en sentido
enfático, estético, orgánico, en haberla sustituido por la simple
instrumentalización, la cual, por cierto, al excluir de sus intereses la
razón educativa, se hace cada vez más ignorante y mediocre. De las
entrañas de esa ignorancia, de esa mediocridad, que se va propagando
como la peste, surge la corrupción como modo de vida, mientras hace
del colapso, el fracaso, el temor y el culto a la muerte sus mayores
logros, sus elementos supremos, su satisfacción autocumplida.

Y de aquí resulta una diferenciación fundamental entre la ética y la


moral, que conviene tomar en cuenta, a la hora de establecer
precisiones que trascienden las abstracciones que desbordan el actual
estado de la conciencia. Cuando se dice, de la mano de la re exión del
entendimiento, que la ética es teórica mientras que la moral es práctica,
o, en otros términos, que la moral es la práctica de la teoría ética, se da
por supuesto que la teoría es una cosa y la práctica es otra. La moral
sería el lado activo, la ética el pasivo, que unas veces se entrelazan –
como las trenzas de un zapato– y otras se separan. Se olvida que no
puede haber conocimiento moral –en este caso, ético– sin objeto de
estudio moral, pero, además, que no puede haber objeto de estudio
moral sin sujeto que lo conozca. Así como no hay individuos sin
sociedad ni sociedad sin individuos, no hay ética sin moralidad ni
moralidad sin ética. Como no existe sujeto sin objeto, ni teoría sin
praxis. Porque, entre dichos términos existe una relación necesaria y
determinante. Solo se puede conocer lo que se hace. Solo se hace lo que
se puede conocer. El mismo conocimiento es, de hecho, un hacer
continuo. Verum et factum convertuntur, como dice Vico.

Que la moral y la ética no sean lo mismo y que no deban ser


confundidas, o que la una no sea la supuesta aplicación práctica de la no
menos supuesta teoría de la otra, no signi ca que su recíproco
reconocimiento y adecuación no conformen los términos constitutivos
de la vida humana, de la vida misma del devenir de la historia. La
moralidad comporta el aspecto subjetivo de la conducta del individuo,
la intencionalidad del sujeto, su disposición interior. La eticidad, en
cambio, contiene el conjunto de costumbres y valores que se van
efectivamente realizando en la historia, como lo son la familia, la
sociedad civil y el Estado. Si bien la palabra moralis –mores– es la
traducción al latín del ethikós –ethos– griego, no menos cierto es que
conviene tener presente que el hecho de que las ciudades-Estado
griegas enfatizaban lo social -la polis- por encima de lo individual,
mientras que, viceversa, los romanos fueron los primeros en digni car
la gura del individuo y de otorgarle ciudadanía. Aristóteles habla de
una “theoría ética”, no de una ética como teoría de la moral. El hecho
de que ethikós derive de ethos, cuyo signi cado es el de costumbres, ya
es indicativo de que la ética no se limita a la descripción de la conducta
moral sino, más bien, versa sobre los criterios y valores que deben ser
respetados por parte de los ciudadanos. En este sentido, y como
sostiene Hegel, la eticidad es la idea misma de libertad, el “bien
viviente” de la comunidad. No es un recetario de principios naturales o
formales, previos al quehacer social, sino, justamente, la posesión en la
conciencia social del saber y el querer que, mediante su actuación
concreta, se constituye en realidad efectiva. La eticidad es la libertad
conquistada que se ha convertido en mundo existente, en “naturaleza
de la autoconsciencia”, de la que la moralidad forma parte
indispensable, toda vez que en cada acto de cada individuo ella se hace
objetiva. Su sustento es la educación. Es, pues, una demanda y una
exigencia para todo nuevo orden que lucha por surgir de las cenizas,
dejadas por la crisis, el comenzar a construir desde ya las bases rmes
de una nueva ética para la consolidación de una nueva sociedad.

Next

Elogio de la crítica.

También podría gustarte