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¡Por Freud!

(By A.E.Bataz)

Ellos venían sonando tambores y ondeando sus banderas con miembros fálicos y demás
perversiones sexuales, o al menos lo eran para la gente de corte moralista de la era victoriana. No,
en este universo es la edad media, y como tal, las batallas se resuelven en el calor del choque de
espadas contra escudos, en la lluvia de brea y en esas cosas llamadas por el rey, “épicas”. El rey
nos mandó a este punto para hacerle frente a la amenaza de letras y hojas; el rey estaba
medicado, y aunque en su universo solamente escribía un simple ensayo, aquí había una batalla
digna de ser narrada.

“¡Por Freud!” gritaban los hombrecillos, descargando con furia palabras y hojas en blanco sobre
nuestros castillos. Es bien sabido que la brea repele ejércitos a tu puerta, así como la cafeína
repele a los ensayos, de modo que nosotros sabíamos que hacer: ¡Que lloviera café en el campo!
Por tanto llenamos las almenas de brea con cafeína y trozos de aspirina para soportar la larga
batalla. Los hombrecillos del ensayo estaban sufriendo pero seguían avanzando, seguramente
como sobre-compensación de alguna inferioridad, producto de su deseo incestuoso por sus
madres.

Por lo anterior, llegó el mago blanco. “¡Por el reino!” gritaba, mientras usaba su bastón de roble
para repeler a los soldados que iban subiendo las murallas, a pesar del café con pastillas. El mago,
por cierto, se parecía mucho a un tal Carl Rogers, a quien el rey tiene en muy alto concepto. Le
faltaba barba, pero bueno… para eso estaba Perls. La batalla duró toda la noche (porque la fecha
de entrega era para la mañana siguiente, nuestro rey es un poco moroso cuando de ensayos se
trata).

Los hombrecillos freudianos, o así se llamaba el ejército, del cual todos los soldados tenían una
pipa y cara completamente de pervertidos, montaron a los ejecutores de Morfeo, simpático señor
que hace dormir a la gente. Sin embargo, las bestias de sueño eran como dragones, pero con tres
cabezas y aliento de niebla. Todo el que tocara esa niebla, caía muerto para no despertar, así que
el rey tomó una decisión extraña: escribir un poema para cierta mujer que lo tenía cautivado.
Haciendo eso, las bestias de Morfeo perdieron poder (debido a la confusión), y el logró comandar
a las fuerzas de su mente para terminar con ese maldito ensayo antes de que se terminara el
efecto de la cafeína y el ácido acetil-salicílico.

Sin embargo, mientras más enemigos vencía, más se convencía de algo: El ejército de Freud tenía
razones… No era tan malo, después de todo. Por tanto, a pesar de la masacre (que terminó a las
5:23 de la mañana), adoptó a muchos soldados con pipas, y se dispuso a imprimir ese ensayo. Los
hombrecillos del reino y nosotros, “Los Habitantes” (como fuimos mencionados en cuentos
previos) vivíamos en paz… hasta que un alarido proveniente del rey nos asustó a todos:

– ¡Mierda! ¡La impresora no tiene tinta!

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