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Presentación Ícaros

07/02/2019

Al parecer, y según indican las señas de los tiempos, la poesía ya no es peligrosa. Comenzó a dejar de
serlo cuando la realidad se desconectó de la belleza, cuando de la potencia de la palabra se pasó a la
crudeza de la imagen visual, o al facilismo del panfleto. La realidad pasó a ser sinónimo de lo utilitario,
de lo material, de lo usual y cotidiano, y se perdió su dimensión más profunda, y a la vez más sutil:
aquella que no se comunica con eslóganes fáciles, con prosas unívocas y por ello mismo estériles, ni
con campañas de lavado o ensuciamiento de imagen. Me refiero a la realidad del alma, tanto de las
personas como de los pueblos. Porque sí, creo en la existencia de aquella entidad sutil, que es la que
(como revela su ancestro etimológico latino, anima) anima el ser de cada uno de nosotros, así como el
de las naciones, y en última instancia el del mundo al que pertenecemos.

Como decía, la poesía dejó de ser peligrosa. Y eso dice mucho de su relación, como arte, con la
realidad. En días en que la susodicha realidad se pone en juego en los noticiarios, en Twitter o
Facebook, en que el lenguaje se ha degradado hasta el oprobio y la desintegración máxima, parece que
la poesía tiene un lugar cada vez más relegado, postergado; una mera curiosidad al margen de la
sociedad, al margen por lo tanto de la realidad. Lo dicho u omitido en redes sociales puede elevar o
sepultar a cualquiera, se está a merced, constantemente, de los jueces instantáneos del escándalo. Pero
rara vez lo dicho en libros de poesía, o en lecturas públicas como esta, llega a generar una tendencia
social, o a alterar la realidad profundamente. Pero lo social, afortunadamente no es todo lo real, ni lo
real es, tampoco, todo lo que existe. La poesía ha dado cuenta a través de su historia de un abanico
inmenso de realidades, desde el pueril poema de amor hasta las grandes épicas; desde la más abstracta
entelequia hasta las voces del habla popular. Al parecer, la poesía siempre ha tenido una vocación
amplia, totalizadora, portadora de realidad en todos los niveles que es capaz de asir. Y es haciéndose
eco de esta riquísima tradición —sobre todo de la poesía chilena del siglo XX, y a través de ella de la
tradición universal —que Mauricio ha elaborado este poema extenso que es Ícaros.

Ícaros se pone sobre los hombros múltiples mochilas de realidad. Ya desde su título el poema se hace
cargo de un hecho concreto, salvaje, brutal de nuestra historia, que prefiero no enunciar aquí para que
ustedes mismos lo descubran al escuchar el poema. Pero a partir de este hecho doloroso y trágico,
Mauricio hace lo que hacen los poetas: hacer suyo el dolor y el drama para transfigurarlo, para
elevarnos por las alturas con su canto para luego soltarnos; hacernos caer con él, con ellos; convertirnos
a nosotros mismos en Ícaros desorientados, perdidos, aterrados; para llevarnos en un viaje sin retorno
por su mirada del mundo actual y de nuestra dura historia, pero también un viaje por el alma profunda,
por esa alma extrañamente doliente y melancólica que tenemos los chilenos, que es al mismo tiempo
profundamente noble y determinada, dando cuenta de esa capacidad que tenemos de rehacernos desde
nuestros propios escombros, que es tal vez una de las características que nos ha forjado nuestro paisaje,
nuestro territorio, tan dado a las catástrofes de la tierra.

Y es que da la impresión que todo poeta que se hunde en sus propias raíces termina encontrándose con
raíces comunes a otros, comunes a todo el género humano; de ahí que poetas tan auténticos de nuestras
tierras como por ejemplo Violeta Parra o Pablo de Rokha, terminen siendo poetas universales que le
hablan con la misma profundidad a personas de orígenes y culturas diversas. Asimismo, poetas de otras
latitudes y tiempos nos pueden hablar con actualidad que muchas veces sorprende. Cualquier ser
humano que cultive el arte poético, tiene al menos la oportunidad de lograr que su voz resuene a través
de los lugares y las épocas, sobre todo cuando ha hecho el viaje hacia su propia hondura para
transfigurar su historia, sus dolores y esperanzas, a través del canto, de la poesía, y hacer que esa
experiencia personal sea también la experiencia de todos.

Ícaros resonó mucho en mí cuando leí el primer borrador que me confió Mauricio, y lo hizo en lugares
que sin duda no serán los mismos para todos. Las opiniones sobre muchos hechos concretos pueden ser
divergentes muchas veces, somos seres muy particulares después de todo, pero la poesía tiene el poder
de que une, no separa. De ahí que lo que más me tocó, lo que más me conmovió, fue el hecho de que el
poema en general cante de forma tan bella, siendo que nos presenta una realidad terrible. El lenguaje es
a ratos crudo, es cierto; a ratos también elevado y profundo en sus imágenes y en su cadencia, pero no
queda duda de que el autor se ha puesto por entero al servicio de su poema, y la Musa, la poesía misma,
le ha concedido la fuerza y la inspiración para llevar a término su canto, y poder encender en otros la
llama que porta su espíritu, sin dejar de ser fiel a lo que él piensa y sin dejar de dolerle lo que duele.

Además, Mauricio se arriesga y escribe un poema extenso en tiempos en que el intervalo de atención es
cada vez más corto, y en los que se fomentan las formas breves como micropoemas, microcuentos, o
tuits de 280 caracteres. Mauricio está respondiendo, en su poema, a una sociedad adormilada, y la está
desafiando a despertar a un encuentro consigo misma, a un remecerse y a un preguntarse, tanto por su
pasado y su presente, como por su porvenir. Porque todo gran poema nos toma por asalto, nos remece,
y nos hace preguntarnos por lo trascendente. O por lo menos, nos da esa oportunidad, aunque no
siempre la tomemos.

La poesía es mucho más que literatura: es la posibilidad que tenemos como humanos de transformar, de
transfigurar la realidad a través de la palabra y del canto. La poesía y su hermana la música, son, en mi
opinión, las expresiones más poderosas que hemos cultivado como humanidad. Y lo que creo que es
uno de los poderes más sorprendentes de la poesía es el siguiente: que un poema que nace de lo real y
lo concreto pueda tomar su propio vuelo, y atravesar las eras sin perder su fuerza y su verdad, aunque
su contexto se haya extinguido ya en los anales de la historia. Así es como ya nadie, salvo uno que otro
historiador, se acuerda de los notables e infames florentinos que Dante atormenta en su Inferno, salvo
por el hecho de que los nombra en su Divina Comedia. El devenir de los siglos se tragó su importancia,
dejó al poema sin contexto, desnudo en su genialidad: pero este hecho no lo debilita para nosotros,
lectores modernos; todo lo contrario, lo ensalza aún más por el hecho de haber resistido la prueba del
tiempo y por cantarle a lo que es común a todos los seres humanos sin mediar distancias físicas o
temporales, y nos maravilla aun hoy sin importar ya su contexto social, sin que sepamos ya quiénes
eran esos personajes que de seguro a Dante le quitaban el sueño. Asimismo, espero, algún día
personajes como un Churchill o un Mussolini serán notas al margen en la historia, y serán recordados
solo porque aparecen en los inmortales Cantares de Ezra Pound, el gran poema épico del siglo pasado.

Por último, me permito aventurar que cuando el contexto histórico, la contingencia de Ícaros, sea pasto
de académicos y poco o nada quede ya en la memoria común de los nombres (muchos de ellos infames)
que pueblan sus versos, quede para los lectores del futuro el poema mismo en su valor, en su belleza,
en su fuerza, en lo que tiene de universal; la forma en que canta a un dolor común que no tiene colores
políticos ni épocas determinadas porque se ha sufrido siempre, pero que nos da la esperanza y la
oportunidad de una reconstrucción desde los escombros. Pero no se trata esta vez de una reconstrucción
material, sino de una reconstrucción del alma, el alma rota de una nación, del alma rota de un ser
humano que aún no ha sido vencido del todo por el tiempo, y que todavía puede, de la mano de la
poesía, aventurarse a redescubrir lo inmenso de sí mismo. Los invito ahora a emprender el vuelo de
Ícaro, desafiando al sol.

Alevi Peña Jiménez

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