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La atribución de identidad sexual y sus complejidades (Bleichmar)

El recorrido de la sexualidad se constituye como un complejo movimiento de ensamblajes y resignificaciones, de articulaciones


provenientes de diversos estratos de la vida psíquica, con fuerte incidencia cultural e ideológica.
El concepto de sexualidad ampliada implica el autoerotismo insubordinable, la genitalidad definible como plus de placer no reductible
a la autoconservación, infiltrando de modo directo o a través de formas sublimatorias el conjunto de la vida psíquica, de la sexuación,
atribución masculino-femenino clásicamente vinculada a la diferencia sexual anatómica. Este concepto debe separarse del de género,
que implica el modo histórico-social de atribución de rasgos culturales a esta diferencia.
El género es el conjunto de atributos mediante los cuales se define lo masculino-femenino (las niñas tienen pelo largo, los varones
corto, etc.). El concepto de género se puede pensar como lo que Freud considera en el orden de la diversidad; el orden de la
diferencia se define, para este autor, en términos de presencia o ausencia del atributo fálico. El matiz diferencial está dado, en el nivel
conceptual, porque esta diversidad, aún cuando tome variaciones singulares, está marcada fuertemente por la cultura.
Es importante la división entre “diversidad” y “diferencia” como instaurando una lógica de la identidad antes de toda elección genital
del objeto. Siendo, en última instancia, modo nuclear de lo identitario, constitutivo del entramado básico con el cual el sujeto se
posiciona ante el mundo, y entrando en contradicción con el deseo inconciente, con las múltiples formas con la cual éste ataca, las
llamadas certezas yoicas.
La identidad sólo puede ser instaurada en el yo. No existe un negativo de la identidad del yo en el inconciente, dado que este no se
caracteriza por tener una identidad de ningún tipo. Lo que caracteriza al Icc es la ausencia de sujeto. Homo, heterosexualidad y
sentimientos icc son categorías impensables del lado del icc en la medida en que son articuladores lógicos esencialmente disyuntivos:
“o” uno u otro, caracterizados en nuestra cultura por la lógica binaria, y que serían impensables del lado del icc cuya legalidad es la de
la coexistencia de los contrarios.
Del lado del yo la cuestión de la identidad forma parte de los atributos básicos del sujeto y una desarticulación no puede producirse
sin consecuencias severas para toda la estructura psíquica en su conjunto.
Que la atribución identitaria sea del orden de lo arbitrario no quiere decir que sea de la arbitrariedad del sujeto sino de los
ordenamientos históricos con los cuales la subjetividad se regula. La distribución de género se establece, usualmente, a partir del
correlato con el sustrato anatómico del niño. Regido por formas de clasificación sostenidas por los modos con los cuales ciertas reglas
de cultura imponen esta distribución. Es completamente arbitrario el hecho de que los padres digan que su hijo es niño o niña, esta
arbitrariedad se organiza en relación con la diferencia anatómica, la pautación básica con la cual se define la diferencia que organiza
a los seres humanos más allá de otros atributos. El atributo que hace a la sexuación masculino-femenino está no constituido con
relación a los ideales sino instituido en ser mismo. Se enraiza en la estructura misma del yo y es anterior al reconocimiento de la
diferencia anatómica.
Los cambios de la actualidad en cuanto al rehusamiento a que la anatomía defina el destino del deseo marca la historia, el carácter no
natural ni determinado biológicamente de la sexuación, poniendo de relieve que, por un lado, no hay contigüidad entre la naturaleza y
la cultura, y por otro, que el reencuentro con entre ambas, cuando opera, lleva siempre las marcas del estallido de origen.
Laplanche afirma que lo adquirido Viene antes de lo innato. Nada permite suponer un determinismo genético en la aparición y la
evolución de esta sexualidad infantil. La sucesión de los supuestos estadios es muy discutible, lo que debe concluirse es que en la
sexualidad humana y su desarrollo, lo adquirido sobreviene no sobre la base de lo innato sino antes de este. En la psicología de la
adolescencia esto es muy importante ya que en el momento en que llega el instinto, el terreno ya esta totalmente ocupado por la
pulsión, por el fantasma. De allí la idea de recruzamiento, en ese momento, entre la pulsión y el instinto.
Si la implantación pulsional, dependiente de otro ser humano, se instala como sexualidad ampliada antes de que el ser humano
desarrolle el instinto sexual que daría lugar a la genitalidad, es inevitable que no haya posibilidad de que el instinto se despliegue tal
cual, salvo que el psiquismo no se hubiera constituido previamente. En el psiquismo la genitalidad no es instinto sino deseo
fantasmatizado, no esta sujeta a ciclos, no es impulso natural no se rige por un destino de procreación de la especie.
La instauración de la identidad sexual tampoco es desenlace natural sino a priori constitutivo, prerrequisito de existencia simbólica,
tanto el sujeto debe saber qué es y quién es, en el entrecruzamiento de identidades del cual la identidad sexual es nuclear. Si esta
instauración es constitutiva del yo y no puede ser desarticulada sin riesgos severos para el psiquismo, se enlaza en la conjunción
entre el género y la sexualidad con la cual se biparte, en nuestra cultura, el ordenamiento que regula si no la sexualidad sí el rango de
emplazamiento ante la alteridad.
Castoriadis dice que la lógica identitaria, lógica de conjuntos, ocupa un lugar fundamental en la construcción de categorías a partir de
ordenamientos que son instituidos siendo a su vez instituyentes. Esta determinación de conjunto inclusivo constituye una dimensión
esencial e ineliminable de la identidad, y no sólo a nivel del lenguaje, sino de la vida y de toda actividad social.
En el plano de instauración de la realidad, la creencia opera como fundamento simbólico, sólo a ser desechado cuando es perforado
por la vivencia que la hace entrar en contradicción y somete a caución su validez. Así como no hay posibilidad de superación de la
ideología sino relevo, ni destitución del imaginario yoico por otro más acorde a la verdad, tampoco el orden de la creencia puede ser
desechado bajo la suposición de que los modos simbólicos con los cuales se organiza el ordenamiento de la realidad no tienen una
realidad material que trasciende al sujeto.

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