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DE JARICEROS A ARTESANOS: POLÍTICAS CULTURALES Y MERCADO.

En ese sentido, el caso de México en esta conformación es un caso particular donde la heterogeneidad de grupos
que operan de manera política dentro y fuera de sus fronteras da pie a que haya varias expresiones de su papel
en el sistema-mundo. Una de estas expresiones es el cambio que ha tenido el valor de varios objetos producidos
localmente -encaminados a una subsistencia meramente empírica- hacia uno que es determinado por las pautas
de intercambio y estilización –dados por el proceso mucho más grande que opera internacionalmente-. La
artesanía entonces juega un papel interesante como punto de interacción e integración de varios de los grupos
con ascendencia originaria dentro de un sistema nacional que se pliega frente a planes internacionales de
desarrollo.

En este caso, estudiar la producción artesanal no creo que sea solo comprender al productor directo y al objeto
producido (Vallarta, 1985) describiendo el trabajo que lleva incorporado o el proceso productivo en sí mismo,
es más que todo esto. La producción artesanal como se fomenta económicamente y concibe cultural e
ideológicamente en la actualidad, como una mercancía, es parte de un proceso más amplio, la penetración del
sistema de producción dominante sobre formaciones socioeconómicas particulares, la separación del productor
directo de sus condiciones de producción, la integración, la integración de comunidades con el capitalismo,
procesos que van teniendo distintas características para cada región y en cada momento histórico. (Ibid.)

Aquí lo que apela en este sentido sería la naturaleza que tiene el cambio de valor de un objeto que sigue las
pautas de producción de manera similar a través del tiempo, ya no como un objeto cuyo valor de uso –y por
ende substancial—sino como un valor de intercambio—formalista—que le da un precio en el mercado. Esto se
da en el sentido en el que la conformación del concepto de artesanía—que según G.Canclini se diferencia por la
no utilización de máquinas en su fabricación, que le da otro tipo de plusvalía—viene a pie con un sentido de
integración nacional cada vez más intensa en las pautas internacionales.

La fabricación de textiles de fibra de ixtle—fabricado a partir de la fibra del maguey o miembros de su


familia—es una práctica de la que se tiene registro desde hace siglos. En ese sentido, su valor dentro del
mercado regional mexicano estaba enfocado a su papel en la subsistencia de los pobladores de origen indígena o
mestizo que las usaban. A medida que la industrialización llegó al país, las formas cambiaron y la vestimenta se
empezó a fabricar en maquilas, más barata y con mayor variedad. En ese sentido, la fabricación del ixtle
conllevaba una organización sociopolítica en las comunidades que fueron perdiendo su plusvalía frente a otras
ofertas en el mercado. Ante esta adversidad, el contexto histórico frente a este tipo de mercados cambió
exponencialmente en la segunda mitad del siglo XX. Todo aquello que surgía de los pueblos originarios de
repente se volvió una clase de reminiscencia folk de un pasado glorioso y formador de identidad, como decía
Gamio. La plusvalía, de manera involuntaria, se disparó en ese sentido. La conservación de esas pautas
culturales evocaba otro tipo de consumo. El mercado se envolvió en las dinámicas nacionales y la artesanía
surgió como mercancía. Una oportunidad se abrió y los productores siguieron con sus pautas comerciales, pero
ahora enfocadas a la oferta del turista que empezaba a visitar el territorio como un agente económico
importante. Un formador de espacios y políticas, una apertura a los viajes exóticos.

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