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En busca de las Primeras Fuentes

Pierre Crepón

Hacia el año 30 de nuestra era, apareció en Palestina una nueva secta


judía; se distinguía de la religión tradicional hebraica, de la que por otra parle
se sentía solidaria, en lo concerniente a los textos sagrados, por el hecho de
que reconocía en un cierto Jesús de Nazareth al Mesías anunciado por los
profetas de Israel en las Escrituras (tradición muy viva en la época, como lo
atestigua la predicación de Juan el Bautista). El ministerio de Jesús, al parecer,
no duró más que tres años; luego fue crucificado como agitador por los
romanos, ton el beneplácito de la clase sacerdotal judía

Esta secta surgida del judaísmo, religión muy minoritaria en el Imperio


Romano, va a conocer un éxito considerable. La nueva creencia, cuyos
adeptos se presentan como cristianos -apelativo utilizado por los paganos de
Asia Menor para designar a los adeptos de Jesucristo y retomada después por
los propios apóstoles-, por referencia a Cristo-el-Mesías (Christos es la
traducción griega del hebreo Maschiah, mesías), se extiende rápidamente por
la cuenca del Mediterráneo, gana las diferentes capas sociales del Imperio, ad-
quiere un peso específico creciente y se convierte, después de haber sufrido
diversas persecuciones, en la religión oficial, suplantando el antiguo
paganismo. Para una gran parte de la humanidad, comienza una nueva era.

Aun más que la predicación de Jesús, se puede considerar que el punto de


partida del cristianismo reposa sobre el misterio de la Resurrección. Este
acontecimiento insufla a los primeros discípulos de Cristo, desanimados por la
muerte ultrajante de su maestro, la fe y la energía necesarias para responder a
la llamada del Resucitado: «Id, pues; enseñad a todas las gentes,
bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,
enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado» (Mateo XXVIII, 19-
20). Esta frase del evangelista Mateo, en la que algunos reconocen la verdade-
ra «Carta fundacional de la Iglesia», se ve puesta en práctica por los primeros
apóstoles y después por generaciones y generaciones de cristianos. Desde
entonces la historia del cristianismo se confunde con las respuestas dadas por
estos cristianos, unidos en la Iglesia, a la llamada que constituye la vida, la
crucifixión y la resurrección de Jesucristo, Hijo de Dios.

Según la tradición, el encargo primero de extender la enseñanza de Cristo


corresponde a los apóstoles designados por el mismo Jesús. Éstos eran doce:
«Simón, a quien puso también el nombre de Pedro, y Andrés, su hermano;
Santiago (el Mayor) y Juan, Felipe y Bartolomé, Mateo y Tomás; Santiago, hijo
de Alfeo (el Menor); y Simón, llamado el Celador; Judas, hijo de Santiago, y
Judas Iscariote, que fue el traidor» (Lucas VI, 14-16). Después de su traición,
este último fue reemplazado por Matías (Hechos, I, 26). A estos nombres hay
que añadir los de Bernabé y Pablo, que recibieron la misión de evangelizar a
los paganos (es decir, a los no judíos, llamados los gentiles). Pablo, especial-
mente, que no había sido discípulo de Jesús estando éste vivo, y que inclusive

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había luchado contra los primeros cristianos, se convirtió, después de su visión
de Cristo en el camino de Damasco, en un evangelizador infatigable y fuera de
lo común. Llamado el Apóstol de los Gentiles, fue el artífice principal de la
expansión del cristianismo en el mundo griego y su papel fue primordial en el
nacimiento del cristianismo.

La historia ulterior de la Iglesia ha reconocido un valor específico a este


periodo de la primera generación de cristianos, llamado apostólico, que se
termina con la desaparición de los últimos discípulos directos de Cristo, hacia
los años 70. El martirio de Pedro y de Pablo en Roma se sitúa, en efecto,
durante la primera persecución anticristiana desencadenada por Nerón,
después del incendio de la ciudad en el 64, y la destrucción del templo de
Jerusalén se remonta al año 70. Los apóstoles estaban investidos del Espíritu
Santo y, por ello, la tradición ha concedido una importancia considerable a sus
acciones. Es por esto por lo que las iglesias y los escritos de los primeros
siglos siempre procuraron relacionarse con un apóstol particular o con uno de
sus discípulos directos. En muchos casos, estas afirmaciones posteriores no
son más que leyendas, pero ellas testifican el crédito concedido a la predica-
ción de los apóstoles, que se vieron, pues, investidos rápidamente de una
autoridad irrefutable

En efecto, desde el principio de la época apostólica, es decir, muy poco


tiempo después de la muerte de Jesús, aparecieron diferentes interpretaciones
del mensaje cristiano. La Palestina de entonces estaba sacudida por
desórdenes políticos y religiosos y, en el mundo restringido del judaísmo en el
que ellos se desenvolvían, los primeros cristianos tenían que responderse a
cuestiones verdaderamente esenciales. ¿Qué lazo había entre el Evangelio de
Cristo y la antigua Alianza de Yavé y el pueblo de Israel? Esta cuestión
fundamental se plantea con mucha agudeza, y las tentativas de los apóstoles
para justificar la predicación, y, sobre todo, la crucifixión de Jesús mediante las
escrituras del Antiguo Testamento, fueron los primeros ejemplos de la reflexión
sostenida por los teólogos cristianos durante siglos. Hay que hacer notar, por
otra parte, que los judíos ortodoxos siempre han rechazado las citas
presentadas como proféticas por los cristianos (principalmente los pasajes de
Isaías y de los Salmos). Asimismo, también se planteaban otros problemas
más prácticos ¿Qué actitud adoptar ante la jerarquía judía? ¿Había que llevar
el evangelio a los paganos? Y, caso afirmativo, ¿qué postura tomar frente a
determinadas prohibiciones rituales y frente a la circuncisión?

Sobre estos puntos y sobre otros varios era normal que las opiniones
divergiesen. Al principio, parece que la mayor parte de los judíos cristianos
originarios de Palestina estaban profundamente integrados en su medio. La
primera separación sobrevino con el grupo de los helenistas, que eran de
hecho judíos helenizados de la Diáspora, instalados en Jerusalén, los cuales
criticaban violentamente el culto tradicional. San Esteban, su jefe de filas, fue
lapidado y el grupo se dispersó por las regiones circundantes, provocando las
condiciones de un crecimiento del cristianismo y de una emancipación de la
religión madre. Éste movimiento de expansión tomó forma con San Pablo, que
decidió evangelizar a los paganos sin imponerles los múltiples interdictos de la
ley judía, con lo que abrió el camino al universalismo cristiano.

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Así, menos de diez años después de la muerte de Cristo, se dibujan diversas
tendencias en la comunidad cristiana, dentro de la cual, sin duda, surgen
enfrentamientos ideológicos, especialmente entre Pablo y los representantes
de la Iglesia de Jerusalén. Al amparo de la obra grandiosa del Apóstol de los
Gentiles y de algunos otros apóstoles misioneros que fundan en algunas
decenas de años múltiples iglesias en Asia Menor, en Grecia y en Italia, se
percibe un cristianismo que se diversifica conforme se va expandiendo y
tomando contacto con el mundo grecorromano.

Es también a la época apostólica a la que hay que atribuir la génesis de una


tradición cristiana, oral y escrita, distinta de la tradición judía. Los primeros
relatos de la predicación y de la Pasión de Cristo tuvieron que circular dentro
del grupo jerusalemita de los compañeros de Jesús y difundirse en forma oral,
o en forma de colecciones de palabras de Jesús (los Logion), en las otras
comunidades cristianas. Por otra parte, los apóstoles, para permanecer en
contacto con las comunidades alejadas, utilizaron cartas (las Epístolas), en las
cuales desarrollaban su concepción del cristianismo y sus directrices para la
buena marcha de las iglesias locales. No todas las epístolas incluidas en el
Nuevo Testamento están vinculadas con certeza con los apóstoles, pero al-
gunas de ellas son incontestablemente de sus manos, en particular algunas de
las atribuidas a Pablo, y por este hecho constituyen el primer testimonio escrito
del cristianismo (se remontan al entorno del año 50).

En los últimos decenios del siglo I, el movimiento de expansión del


cristianismo continúa intensificándose, aunque ahora tenga que enfrentarse
con las sospechas e inclusive con las persecuciones del gobierno romano. I )
desgraciadamente, se conocen pocas cosas sobre esta época determinante
para la formación de lo que iba a convertirse en el Nuevo Testamento, la
Sagrada Escritura de los cristianos. Es cierto, sin embargo, que, durante este
lapso de tiempo, los cuatro Evangelios canónicos recibieron su redacción
definitiva a partir de la tradición oral y, quizá, de colecciones de logiones.
Aunque las opiniones de los especialistas divergen, se puede estimar que el
Evangelio más antiguo, el de Marcos, se remonta al año 55 y el más tardío, el
de Juan, a los años 90. Durante el mismo periodo se constituyeron también las
colecciones de Epístolas que los apóstoles habían enviado a las diversas
iglesias, especialmente las de Pablo, pero también las de Pedro, Juan y
Santiago.

El hecho de que un cierto número de escritos haya quedado fijado en esta


época no implica, sin embargo, su reconocimiento universal y exclusivo por
todas las iglesias. Paralelamente a estos escritos, continúa circulando una muy
rica tradición oral, susceptible de engendrar otros textos o de modificarlos. Es
más, existían quizá ya otros relatos del mismo tipo que nuestros Evangelios,
aunque no tengamos pruebas ciertas al respecto. La primeras palabras del
Evangelio de Lucas, por ejemplo, «Puesto que ya muchos han intentado
escribir la historia de lo sucedido entre nosotros, según que nos ha sido
trasmitida por los que, desde el principio, fueron testigos oculares y ministros
de la palabra» (Lucas, I, 1-2), deja suponer que tales textos existían con to da
seguridad, lo que confirman algunas alusiones de los primeros Padres de la
Iglesia, los Padres apostólicos, que escribieron a finales del siglo I y a todo lo

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largo del siglo XII.

Sea lo que sea de la existencia o no de otros escritos en una fecha tan


temprana como la de los canónicos, importa subrayar que, en un pri mer
momento, cada evangelio fue adoptado más particularmente por la Iglesia, o el
grupo de iglesias, de la que había surgido o cuya tendencia reflejaba. El
Evangelio de Mateo se refiere, por ejemplo, a la tradición de las iglesias
palestinas, mientras que el de Lucas representa la de las iglesias griegas
fundadas por San Pablo, determinadas iglesias poseían también su propio
evangelio, diferente de los futuros Evangelios canónicos, y, en el siglo II,
circulaban otros textos sobre las enseñanzas de Cristo, tales como el Evangelio
de los Hebreos, el Evangelio de- los Egipcios, el Evangelio de Pedro o el
Evangelio según Tomás.

La necesidad de poner por escrito relatos paralelamente a la tradición oral se


hizo sentir con más agudeza a medida que se alejaban de la época de Cristo.
La Iglesia estaba fundada efectivamente sobre la autoridad que constituían el
Antiguo Testamento y las enseñanzas de Jesús, que se designaba bajo el
término de «Señor», y de los mismos apóstoles.

El Antiguo Testamento había sido ciertamente considerado siempre como la


Sagrada Escritura por excelencia, y no parece que, en el siglo II, los escritos
evangélicos fueran puestos al mismo nivel. Sin embargo, cuando tenían lugar
las asambleas culturales, se referían tanto a la Biblia como al «Señor» y la
redacción de los Evangelios, así como la colección de las epístolas y la relación
de la historia de la Iglesia naciente en los Hechos de los Apóstoles se
revelaban como indispensables. Esta propensión a poner por escrito las
enseñanzas de Jesús a partir de la tradición oral, de otros escritos y, sobre
todo, según las interpretaciones que de ellos se hacían, se acentuó en el siglo
II paralelamente a la multiplicación de las tendencias en el seno del
cristianismo.

De simple secta emparentada con el judaísmo, el cristianismo se va a


transformar, en el curso del siglo II y los comienzos del III, en una religión
autónoma que poseía numerosos adeptos, una organización jerárquica,
doctores revestidos de autoridad y disensiones lo suficientemente importantes
como para amenazar la cohesión del conjunto. Se ha escrito mucho sobre este
éxito extraordinario en la difusión del cristianismo. Sometido a un gran
desconcierto religioso, el Imperio Romano era entonces sensible a los cultos
orientales importados, como lo demuestra la fortuna que tuvieron los cultos
mistéricos de Mithra, que, durante algún tiempo, le hicieron la competencia al
cristianismo. La pobreza de algunas capas sociales a las que el mensaje de
Cristo aportaba fraternidad y consuelo fue asimismo un elemento determinante
de esta difusión. Sería falso, sin embargo, no ver en el cristianismo naciente
más que una religión de los pobres. En efecto, si la propaganda cristiana se
extendió muy de prisa por los barrios populares de las grandes ciudades, le
costó mucho trabajo ganar a las masas campesinas (especialmente en
Occidente, donde se necesitarán para ello varios siglos), mientras que, por el
contrario, despertó muy pronto simpatías en la aristocracia romana y entre las
clases medias. La mayor parte de los Padres de la Iglesia surgieron de la

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burguesía cultivada, y desde el siglo II se señala la presencia de cristianos en
el ejército, la alta administración y el entorno del emperador.

Esta difusión en medios culturales tan diferentes, tanto desde el punto de


vista de las clases sociales como del reparto geográfico, no podía dejar de
avivar las divisiones que se han visto despuntar desde la época apostólica. Las
aspiraciones de un cristiano surgido de un ambiente judío del Oriente Medio, de
las escuelas filosóficas de Alejandría, de la cultura grecorromana, las de un
artesano de Capadocia, de un burgués de Tesalónica, de un aristócrata romano
o de un esclavo de Cartago, no podían ser rigurosamente idénticas. Añadamos
a esto que el tránsito de la expresión de una religión proveniente de la ide-
ología judía de la Antigua Alianza a otra funda-da sobre la filosofía griega era
propicia para todas las especulaciones, que con el tiempo la organización
eclesiástica evolucionó insensiblemente hacia un cuadro más rígido, que las
relaciones a veces difíciles con el poder romano constituían un factor de
inestabilidad, y se comprenderá fácilmente que se encontraban reunidos todos
los elementos para que una crisis abierta se produjese en el seno de las
comunidades cristianas.

Efectivamente, con el movimiento gnóstico, que surge en el siglo II, el


cristianismo conoce su primera crisis seria, que le conduce a la elaboración de
una teología ortodoxa que se opondrá a las tomas de posición diferentes, que
serán calificadas de heréticas. Este movimiento gnóstico no está ligado
fundamentalmente al cristianismo, y se encuentran tendencias gnósticas en el
judaísmo, el islam, la filosofía griega y el hinduismo.

«El gnosticismo es una actitud existencial completamente característica, un


tipo especial de religiosidad» que se encuentra en diferentes épocas y en
religiones diversas. Se cimenta sobre el concepto general de gnosis, «el
conocimiento», que permite escapar a las leyes de este mundo y acceder a la
salvación divina.

La idea de elaborar una colección de textos según reglas rigurosas que


rechazan los otros escritos se remonta a un gnóstico, Marción, que propone,
hacia el año 150, su propio corpus, compuesto de un Evangelium, el Evangelio
de Lucas amputado de las referencias al judaísmo, y de un Apostolicum,
constituido por una colección de determinadas epístolas de Pablo.

Es así como, progresivamente, se fija una lista limitada de los libros


reconocidos como de inspiración divina. Se puede seguir este proceso de
formación por las huellas que ha dejado en los escritos de los Padres de la
Iglesia y parece que, a finales del siglo II, se produjo un acuerdo general de las
diferentes iglesias, al menos para la mayor parte del Nuevo Testamento (los
cuatro Evangelios y la mayoría de las Epístolas, entre ellas las de Pablo). Por
oposición al esoterismo gnóstico, el espíritu que presidió la constitución de este
canon se volvió más hacia un universalismo tal como se expresa en el Sermón
de la Montaña; en éste se ve también la voluntad de justificar la venida de
Jesús mediante los profetas del Antiguo Testamento.

Sin embargo, el hecho de que los cuatro Evangelios sean aceptados por

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todos no implica que, a finales del siglo II, hayan desaparecido los otros
evangelios. Además de los escritos específicos de las sectas gnósticas, las
iglesias continúan prefiriendo tal o cual evangelio, mientras que otros libros no
canónicos, sin ser de naturaleza profundamente herética, gozaban del favor del
público. En el siglo III, autores cristianos como Clemente de Alejandría y
Orígenes atestiguan la existencia de otros varios evangelios, mientras que el
obispo de Antioquía, Serapion, consiente durante un tiempo que sus fieles lean
el Evangelio de Pedro.

El impulso general que conduciría inevitablemente a la prohibición de los


textos no canónicos se había desencadenado a partir del siglo II. Como
consecuencia, en efecto, aparecieron otras herejías, emparentadas o no con el
gnosticismo, y se constata una actitud cada vez más intransigente de los
representantes de la Iglesia, que se apoyaba sobre la noción de «textos
inspirados» para justificar la separación de algunos escritos. En el curso de los
siglos III y IV, el canon que se ha esbozado con anterioridad se afirma
claramente en la conciencia de la Iglesia y los textos van siendo poco a poco
elevados al rango de Escrituras Sagradas comparables al Antiguo Testamento.
El Nuevo Testamento ha nacido, retomando la división fundamental de su
predecesor: a la Ley y a los Profetas responden el Evangelio y los Apóstoles.
Añadamos que los dos conjuntos otorgan un lugar importante a los libros
históricos (Samuel o el Libro de los Reyes en el Antiguo Testamento, los
Hechos de los Apóstoles en el Nuevo Testamento), con lo que se prueba el
carácter común que los unía.

Desde entonces, los escritos del mismo tipo que se presentan también como
la enseñanza del Señor, pero que son rechazados por la Iglesia, están
abocados a desaparecer. Calificados de apócrifos -que significa ocultos, por
referencia a la enseñanza esotérica, secreta, de Cristo y, después, por
extensión, para designar a todos los escritos rechazados por la Iglesia-, estos
textos, como las sectas de las que surgieron, no pueden sobrevivir frente a la
oposición de la Iglesia oficial, sobre todo después de su reconocimiento por
Constantino y de su ascensión al estatuto de religión del Estado bajo Teodosio,
que le prestó la fuerza del brazo secular.

Esto explica que, de la floración de evangelios de los primeros siglos,


únicamente nos hayan llegado intactos los escritos reconocidos por la Iglesia,
que han podido atravesar los siglos sin demasiadas alteraciones hasta la
invención de la imprenta. De otros no conocíamos, hasta hace poco, más que
unas pocas alusiones de los Padres de la Iglesia, de las que no se podían
deducir más que su existencia, sin poderse fijar verdaderamente su contenido.
Gracias al descubrimiento de varios manuscritos, y en particular de la biblioteca
gnóstica de Nag-Hammadi, en el Alto Egipto, actualmente es posible conocer
un poco mejor estos diversos evangelios.

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Un Tesoro en el Desierto

A. Beaudoin

Sheneset es el nombre copto de una aldea del Alto Egipto llamada


Khenoboskion, situada no lejos de Nag-Hammadi y a unos 70 kilómetros al
norte de Luxor. Y es en este lugar donde, en 1945, unos campesinos del Valle
del Nilo desenterraron por casualidad una urna que contenía 52 escritos en
copto, agrupados en trece códices o manuscritos sobre papiro. Es fácil
imaginar su decepción en el momento de romper la vasija de barro cocido: en
lugar del oro que esperaban encontrar, hallaron sólo un montón de viejos
papiros en su funda de cuero. En todo caso, esos escritos, conocidos bajo el
nombre de Papiros de Nag-Hammadi, gracias a la gran sequedad del suelo en
que fueron enterrados hace más de 1.500 años, estaban en bastante buen
estado de conservación.

Aquellos pobres fellahs estaban muy lejos de vislumbrar la importancia de su


descubrimiento. Se llevaron los legajos de papiro a sus hogares arrojándolos
allí a un montón de paja, cerca del horno doméstico; posteriormente
confesarían haber echado al fuego varias de esas hojas.

Tras muchas peripecias y dificultades, los códices llegaron finalmente al


Museo Copto de El Cairo. Poco después, estarían a disposición de los
investigadores de todo el mundo, que se aplicaron a la formidable tarea de
descifrar esos preciosos vestigios de una biblioteca gnóstica de los primeros
siglos del cristianismo.

Desde el primer momento, científicos de reputación internacional llegaron


incluso a declarar que se trataba del más importante descubrimiento
arqueológico de nuestro siglo, más importante aún que el de los manuscritos
esenios del mar Muerto, en 1947, y de mayor interés científico que el del
fabuloso tesoro de Tutankhamon, en 1922.

Así, el eminente historiador y arqueólogo Jean Doresse afirmaría: «No creo


que pueda ya desaparecer, y ni siquiera disminuir, el interés de un
descubrimiento como el de Khenoboskion, tan rico en textos hasta este
momento totalmente perdidos. Hallazgos de esta importancia son muy raros. E
incluso estoy convencido de que cuando estos textos se conozcan totalmente y
de forma directa, su interés histórico, religioso y literario irá en aumento. Y
convencido, también, de que habrá que tomarlos como referencia y buscar en
ellos nuevas revelaciones».
El hecho es que estos manuscritos han tenido ya una considerable
incidencia. En efecto, además de poner en tela de juicio multitud de ideas
aceptadas sobre los orígenes del esoterismo occidental y, por supuesto, sobre
los fundamentos 51 naturaleza del propio gnosticismo, estos textos que
cambian totalmente la imagen que se tenía de los comienzos del cristianismo,
han supuesto una verdadera revolución en los ámbitos de la teología, la
cristología y la historia de las religiones.

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Lo que se denomina gnosticismo constituye una corriente de pensamiento
que habría surgido en el Cercano Oriente poco antes de Cristo y que se
desplegó por toda la cuenca mediterránea, para acabar desapareciendo hacia
el siglo VII u VIII de nuestra era, tras varias centuria! de persecuciones.
Según Jean Doresse, que participó directa^ mente en la recuperación de los
manuscritos de Khenoboskion por el Museo de El Cairo, l] «gnosis se define
como algo nacido de la poderosa penetración de grandes mitos iranios en un
liidaísmo místico, judaísmo a su vez alimentado de influencias griegas
-filosóficas o místicas- y caldeas». Y añade: «Al nacer, el cristianismo penetra
las sectas gnósticas.» Por lo demás, concluye Doresse, «en sus comienzos, el
cristianismo podría haber sido muy semejante a la gnosis».
Con el descubrimiento de los 52 manuscritos ile Nag-Hammadi, en lo relativo
a las fuentes originales, hemos pasado de pronto, como afirma el investigador
alemán Hans Joñas, «de la más absoluta indigencia a la esplendorosa
riqueza». En efecto, el estudio de estos textos ha permitido corroborar sin la
menor sombra de duda la inunción de ciertos eruditos, a saber, que el gnos-
licismo era anterior al cristianismo. Y todos esos eruditos e investigadores
coinciden hoy en reconocer que el gnosticismo es una doctrina autónoma,
contemporánea de los comienzos de la religión cristiana y nutrida de las
mismas fuentes. I'or lo demás, si en varias obras no aparece referencia alguna
a los datos cristianos, otras manifiestan incluso cierta hostilidad respecto al na-
ciente cristianismo, lo que confirma el origen no cristiano de la gnosis.
Las obras gnósticas originales que han llegado 1 nosotros están escritas en
copto y son probablemente la transcripción de obras más antiguas escritas en
griego, como sugiere, sobre todo, la generosa utilización de una terminología
griega. El copto constituía la forma popular de la lengua egipcia al principio de
nuestra era; no utiliza los HToglíficos, sino el alfabeto griego completado Con
algunos signos para transcribir los sonidos l'i opios de la lengua egipcia.
Sustituido en el siglo X por el árabe, el copto lólo se utiliza ya en la liturgia de
la iglesia cris-nana de Egipto.
Según los especialistas, los manuscritos gnósticos en copto datarían de los
siglos III y IV de nuestra era. Aunque la composición de los textos griegos
originales se remonte seguramente al siglo II, el profesor H. Koester, de la
Universidac de Harvard, tiene incluso buenas razones para pensar que, entre
otros textos, la redacción del evangelio según Tomás data de la segunda mitac
del siglo I, lo que le haría ciertamente anterior aj los Evangelios del Nuevo
Testamento, por lo menos en su versión canónica, opinión que comparte André
Wautier.
Si, en sentido estricto, el gnosticismo es el conjunto de doctrinas de la
gnosis contemporánea del advenimiento del cristianismo, considerada en sí
misma, la gnosis es intemporal y universal. La gnosis se ha venido
caracterizando como una actitud personal ante la vida, presente en todas las
épocas y en el centro de todas las grandes tradiciones espirituales de la
humanidad. Lo que induciría a ciertos autores, entre ellos Serge Hutin, a hablar
de una gnosis eterna y a afirmar que laj gnosis es «la fuente de todas las
religiones y su fundamento último».
Para Henri-Charles Puech, auténtica eminencia en la materia, la gnosis
sería «una experiencia interior mediante la cual, durante una iluminación que
es regeneración y divinización, el hombre se reapropia de su verdad, se
rememora y recupera la conciencia de sí, es decir, la conciencia de su

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auténtica naturaleza y origen; y, a través de esa recuperación, se conoce o se
reconoce en Dios, conoce a Dios y aparece ante sí mismo como emanado de
Dios y ajeno al mundo...»
Esta definición, muy completa, nos hace inmediatamente pensar en la
célebre fórmula de Teodoto, un discípulo del gran maestro gnóstico
Valentín, que vivió en el siglo II: «La gnosis libel a ¿Quiénes fuimos? ¿En qué
nos hemos convenido? ¿Dónde estábamos? ¿Adonde hemos sido arrojados?
¿Hacia dónde nos precipitamos? , I )e dónde hemos sido rescatados? ¿Qué es
la generación? ¿En qué consiste la regeneración?»
La palabra gnosis procede del griego gnosis, que significa conocimiento.
Cierto que, para los gnósticos, para «los que conocen», no se trata de un
simple saber intelectual, sino de una apren-.iDi) intuitiva, directa de los
grandes misterios del Universo. La clave de la «vía real» a este conocimiento
es naturalmente el conocimiento de sí.
Es evidente que en las épocas de crisis social, política y religiosa, la
humanidad es más permeable a los grandes problemas del destino humano,
más sensible a las grandes preguntas metafísicas, que en esos momentos
revisten una dimensión trágica. Y es entonces cuando la gnosis sale de la
sombra y resurge espontáneamente a la superficie. Los primeros siglos del
cristianismo fueron justamente uno de esos periodos de inestabilidad de las
instituciones, de intensa confrontación cultural, de profunda angustia
existencial, de replanteamiento de todos los valores: el individuo se sentía
dolorosamente acorralado por las cuestiones esenciales: ¿Quién soy? ¿De
dónde vengo? ¿Qué hay después de esta existencia? ¿En qué consiste este
mundo material en que me siento como en exilio? ¿Qué quiere decir este
sueño de perfección que me persigue?
Son numerosos los historiadores que se asombran de las múltiples
correspondencias entre esa época en que floreció el gnosticismo y la nuestra. A
decir verdad, no es necesario ser un gran sabio para darse cuenta de que en
nuestro periodo de mutaciones y radicales transformaciones de todo
tipo, en el amanecer de la nueva era de Acuario, esas graves cuestiones que
antaño atormentaban al alma gnóstica cobren hoy para muchas personas una
importancia vital.
Tenemos que darnos cuenta de la naturaleza esencial y absolutamente
moderna de la gnosis. En este sentido, el apasionado interés del psicoanalista
Cari Jung por el gnosticismo (y por la alquimia, su forma medieval) resulta
extremadamente revelador. Según Jung, las concepciones gnósticas
expresarían la otra cara de la psique, el' rostro oscuro, la parte de sombra que
tanto las sociedades como los individuos reprimen constantemente, cayendo
así en el absurdo. Jung insiste en la necesidad de integrar esos dos rostros,
para recuperar un equilibrio desde hace mucho tiempo roto, lo que haría correr
un grave peligro a la Humanidad.
E incluso es posible que, como Jung percibía, la única escapatoria, individual
y colectiva, al callejón sin salida ontológico en que estamos hoy todos metidos,
exija un análisis serio tanto de las cuestiones que la gnosis plantea como de las
res-1 puestas que aporta. Y no es ciertamente ninguna casualidad el hecho de
que esa corriente subterránea, oculta desde hace 1.500 años, emerja en pleno
siglo XX y resurja en nuestra época, que los hindúes llaman Kali Yuga (Edad
Negra).
Elaine Pagels señala a este respecto, como conclusión de una atractiva obra

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titulada Losj Evangelios secretos, que si los textos gnósticos de Nag-Hammadi
«se hubieran encontrado mil años antes, no ofrece muchas dudas de que se
habrían quemado por herejía. Pero permanecieron ocultos hasta el siglo XX, en
un momento en que nuestra experiencia cultural nos brinda nuevas perspecti-
vas respecto a los problemas que plantean. En efecto, hoy los leemos de una
manera diferente, no
Gomo «locura y blasfemia», sino tal como aparecí-, 11 ) a los cristianos de los
primeros siglos, es decir, I cuno una vigorosa alternativa a lo que conocemos
romo tradición cristiana ortodoxa. Es sólo ahora Miando comenzamos a
analizar las cuestiones que nos proponen». En nuestro mundo en crisis, añade
también, «los documentos de Nag-Hammadi nos invitan a reinterpretar la
historia y a reevaluar la situación actual».
("orno un puente tendido sobre el curso de los ligios, esos antiguos
manuscritos hablan al hombre actual, presa de una profunda crisis psicológica,
desilusionado de las seudoluces de la razón v del positivismo científico.
Estamos convencidos de que el gnosticismo puede ayudar al lector de hoy no
sólo a comprender mejor la edad cru-eial que vio nacer al cristianismo, sino a
interrogar al mundo en que vive, a reflexionar sobre la naturaleza de sus
relaciones con ese mundo y con la Divinidad, para encontrar, quizá, una res-
puesta a su búsqueda de sentido y extender los limites de su propia conciencia.
La fascinación que esos antiguos manuscritos e|crcen sobre los espíritus de
nuestro tiempo indica una semejanza en la actitud o experiencia ante la vida,
una secreta afinidad, por encima de las fronteras del tiempo y el espacio y las
dife-icncias culturales. Aportan una nueva mirada -obre los graves problemas
sociales, religiosos y nictafísicos de nuestra época -problemas como el lugar
que ocupan las mujeres en la sociedad y en la Iglesia, la necesidad de una
jerarquía clerical, e incluso de una institución organizada, la significación del
sufrimiento, la finalidad de la sexualidad humana, la naturaleza de las
relaciones en-nc Dios, el hombre y el Universo, el conocimiento de sí mismo y
la búsqueda espiritual...-, ofreciendo muy a menudo a esos graves problemas
respuestas originales que podrían inspirai transformaciones positivas en
nuestra vida. Mas para poder extraer de estos textos de recientí descubrimiento
el mayor provecho, cierto es quí deberían leerse no sólo con los «ojos de la
carne», sino con lo que Henry Corbin llama los «ojos de fuego».

10
Algunas claves de los evangelios gnósticos
Jean Doresse

Quién sabe qué respuestas a las cuestiones eternas Meen todavía


enterradas bajo el mar o la arena? Ilespuestas que se dieron en el momento en
que fue-ion planteadas las preguntas. Existía la posibilidad de i oniactar con
los procesos mentales y sin empañar de una parte de la humanidad. Quizá se
pudiera cruzar la niebla del aburrimiento de un siglo veinte que todo lo libe,
llegando a una era más brillante, iluminada por una claridad antigua. Ya existía
un precedente, el Renacimiento, que había consistido en gran parte en
I •■(' proceso: el de un conocimiento antiguo del que ñaua un nuevo impulso
creativo. Podía producirse de nuevo.
Los 52 textos de la biblioteca de Nag-Hammadi litaban unidos en libros que
contenían entre dos y ocho obras. Estaban escritos sobre papiro. Por lo OUe
se refiere a la fecha de composición (de los códices, no de sus fuentes),
obtenemos algunas pistas
< 11 fragmentos de letras y en las entradas utilizadas para reforzar las
uniones. Dos entradas llevan los unos 333,341,346 y 348.
¿Pero qué es lo que dice esa escritura? Ante todo, el lenguaje empleado es el
copto, que ira la lengua que se hablaba en Egipto, escrita prin-
II pálmente con caracteres griegos. Un estudio del
lenguaje ha demostrado que muchas de las obras
< >n traducciones del griego. Por eso no encontramos escritos sobre la
religión egipcia, aunque hay notables excepciones. Lo que sí encontramos es
una colección de escritos que, aunque difieren mucho en eontenido y
comprensión, comparten una sensación penetrante, una sensación filosófica
que se interesa piimordialmente por determinados tipos de experienda
religiosa. En el Códice 11 hay una obra titu lada El Evangelio de Felipe, en la
que se hace refe rencia a una tradición independiente sobre Jesúi
independiente de la tradición católica que inform la estructura y el contenido del
Nuevo Testamento

«Dijo el día de Acción de Gracias: "Os habéis unido a lo perfecto, la luz,


con el Espíritu Santc unid también a los ángeles con nosotros, las imáge
nes "(...)».

En el mismo evangelio se dice:


«Cuando un ciego y uno que ve están juntos e la oscuridad, no se
diferencian el uno del otra Cuando llega la luz, el que ve la verá, y el que
es cié go permanecerá en la oscuridad».

Todos hemos oído, y probablemente utilizad( la expresión «ha visto la luz».


Podemos decirL de un modo banal, o con seriedad, e incluso so lemos decirlo
con gran alivio. Lo que queremo decir con ello no es que esa persona ha visto
a go, una «luz», con sus ojos. Lo que queremos de cir es que de repente esa
persona comprend mejor que antes su situación. Como si los posti gos de una
habitación que creíamos pequeña oscura se abriera de pronto, sin que
hayamos he cho nada, y nos damos cuenta de que es una salí grande y muy
hermosa ... necesitada quizá de ui poco de limpieza aquí y allá, ¡pero una gran

11
ha bitación! ¿Cómo podía haber sido tan ciego?

Todos conocemos la historia de Scrooge (per sonaje de Disney, tío del Pato
Donald) en la ma ñaña de Navidad. Ha visto, visto realmente de u: modo
visionario que siempre había estado ant< sus, ojos que era un egoísta
avaricioso. Se trans formó a sí mismo y transformó a todos los que 1
|i 1 1.11 en la mañana de Navidad. «Hay luz dentro I. un hombre de luz, e
ilumina el mundo entero.
 i no brilla, es oscuridad», dice Jesús en El evan-flllo de Tomás. Eso es
precisamente lo que carac-
 I I . I a los autores de estas obras: todos sostienen |Ui la visión de la
«luz» es el principio central de 11 vida. Debieron tener una experiencia muy es-
i■ ■ . i .il de la luz para pensar de ese modo:

«INo hagas del reino de los cielos un desierto


•ii tu interior. No debéis enorgulleceros de la luz >¡u« ilumina, pero sed
para vosotros como lo soy vo. Por vosotros me he puesto en esta difícil
si-imiiión, para que podáis ser salvados».
(de El apócrifo de Santiago)

«Pues cuando ellos le oyeron y le vieron, él |H permitió que gustaran,


olieran y tocaran a su tunado hijo. Cuando él apareció instruyéndoles
•mitre el Padre, el incomprensible, cuando insudo en ellos lo que está en
la mente, haciendo su «oíuntad; cuando muchos han recibido la luz, «líos
se volvieron hacia él. Pues los materialistas lucios como extraños y no
vieron su semejanza v no le conocieron. Contando de nuevo cosas
lluevas, hablando sobre lo que está en el cora-i un del Padre, transmitía la
palabra sin error».
(de El evangelio de la verdad)

Pero ¿qué es la luz?


«Yo soy la luz que existe en la luz, yo soy el relindo de la providencia ...
para que pueda entrar ni medio de la oscuridad y en el interior del
Hades».
(de El apócrifo de Juan)

«El reino del Padre se extiende sobre la tie-i ni, y los hombres no lo
ven».
(de El Evangelio de Tomás).
Los hombres no lo ven. En cambio un gnós co ha visto claramente la «luz».
Regresemos p un momento a la analogía de la habitación ose recida. Para el
gnóstico, esa habitación es mundo: el «mundo» de la experiencia del hon bre
sin la «luz». La naturaleza de este mundo pesada y oscura. Cambia y está
lleno de incert dumbre. Es un mundo de materia grosera som tida a decadencia
y muerte. Teatro de la guerr el demonio y la destrucción. Es un mundo lien de
ilusiones, de falsas promesas y dolor. Es \ mundo en el que los hombres y
mujeres esti hambrientos mientras los animales se consumí unos a otros. Está
caracterizado por la fatiga y dolor. Es, en suma, un mundo material.

Llegamos así a la raíz del asunto. Lo que gnóstico conoce (y la palabra

12
«gnóstico» signi ca «conocedor») es que este mundo, tal como he descrito, no
es su verdadero hogar. Mientr el mundo sueña, el gnóstico despierta:

«El que oiga, que se levante del sueño pro fundo. Levantaos y recordad
que sois vosotroi los que escucháis, y seguís vuestras raíces, qi soy yo,
el piadoso.
(de El apócrifo de Juan)

«Os digo que podéis conoceros a vosotros mimos».


(de El apócrifo de Santiago)

En el corazón mismo, en la «raíz» del gnóstico está «Jesús vivo». Eso es lo


que significa «conócete a ti mismo». El gnóstico sabe que un ser espiritual, «de
una sustancia con Padre»; pues lo que el ortodoxo dice de Cristo, i gnóstico
puede decirlo de sí mismo. No creí
que hayan denigrado a Jesús, sino que han descubierto la propia dignidad del
hombre: ser un gnóstico es haberse convertido en un ser elévalo, «como un
árbol que crece junto a un arroyo < i penteante». Así el hombre está en la
«luz» y MI ser espiritual adquiere alas:

«Todo el que busca la verdad de la auténtica ■bulliría se hará unas alas


para volar, huyendo Peí deseo que quema el espíritu del hombre».
(de El Libro de Tomás el contendiente)

Los gnósticos sienten intensamente su liber-iad con respecto al mundo:

«Quien haya llamado a entender el mundo ha rncontrado un cadáver, y


quien haya encontrado mi cadáver es superior al mundo».
(de El evangelio de Tomás)

El gnóstico distingue claramente entre sí mismo y la masa de seres


humanos que no compar-ii ii su experiencia: «Siempre han sido atraídos lucia
abajo» (Libro de Tomás el contendiente). isas personas son descritas como
«hílicas», es fecir «materiales». Eso significa que no tienen . n su interior nada
de esa luz divina que ansia la N non del espíritu con el Padre. La dinámica
que Mina el pensamiento gnóstico es que la luz divina ii.t (|uedado apresada
dentro del mundo material
deberá regresar a su verdadero hogar:

«Corre a ser salvador sin que te lo pidan. Y, si < | posible, llega incluso
antes que yo, pues así el Cnilre te amará».
(de El apócrifo de Santiago)

Tener la gnosis (el conocimiento de dónde se


procede, en dónde se ha sido arrojado y haci dónde se va) es convertirse en
parte del gra plan cósmico de rescate. El objetivo de ese pía es curar al ser
divino original (llamado < Pleroma, es decir, la Plenitud), que ha dado lu gar
trágicamente a una creación deficiente:

«Pues el conocimiento de las cosas que hai sido ordenadas es


verdaderamente la curado de las pasiones de la materia».

13
(de Asclepius)

En El apócrifo de Juan dice el Jesús gnóstic< «Soy el recuerdo del


Pleroma». El recuerdo í una clave fundamental. Se ha producido una es pecie
de amnesia cósmica. La gente no sabe d dónde procede. A la mayor parte de la
human dad eso no parece preocuparle. Los que se preocupan empiezan a
tener ansias; empiezan a sufr y luego, si prestan atención a lo más profundo di
su corazón, donde está la Plenitud del Ser (i Pleroma), su grito es escuchado
por el Padre, quien manda a su hijo, Jesús el Salvador, para que rescate al
alma solitaria. La voz del Salvado! es familiar. Es un recuerdo, un despertar a
verdadera realidad olvidada. Hay alegría y conocimiento profundo:

«Benditos sean los solitarios y elegidos, puc ellos encontrarán el reino. Pues
de él venís y a ( regresaréis».
(de El evangelio de Tomás)

Jesús el gnóstico procede del mundo espiritual del interior y de arriba, y se


aparece a los quj despiertan. Para los que no despiertan, para id que no tienen
la gnosis. Él es simplemente uníj imagen hecha de carne. Por sí misma la
carne carece de vida. Forma parte del mundo. Para el gnóstico, el mundo de la
percepción se ha convertido en una imagen y ya no está sometido a su control:

«Caminasteis en el barro, y vuestras prendas no se ensuciaron, y no habéis


quedado enterrados en su inmundicia, y no habéis quedado apresados».
(de El Apocalipsis de Santiago)

Antes de abandonar el mundo de la materia, Jesús dice a sus discípulos:

«Rezad y vigilad para que no lleguéis a ser en la carne, y para salir de la


esclavitud de la amar-Hura de esta vida. Y al rezar encontraréis descanso,
pues habréis dejado atrás el sufrimiento y la desgracia. Pues cuando
abandonéis los sufrimientos y la pasión del cuerpo, recibiréis descanso del
único Dios, y reinaréis con el Rey, unidos vosotros con Él y Él con vosotros, de
ahora en adelante, para siempre. Amén .
(de El libro de Tomás el contendiente)

Espero que todo lo anterior le dé al lector una idea del mundo del
sentimiento, el pensamiento v la experiencia que hay en gran parte de la bi-
blioteca de Nag-Hammadi. Hablar del «mensa-H» de la biblioteca sería
imprudente. La biblio-icca no puede verse, tal como hacen algunos con la
Biblia, como una gran masa homogénea de Verdad. Hay libros en la biblioteca
que parecen totalmente excluyentes; identifican a los autores v a aquellos que
están «en el conocimiento» y a los que se dirigen como a los únicos sabios,
considerando a todos los demás como a tontos que •<>lo valen para trabajos
pesados. Algunos de los libros adoptan una posición radical que sostien que el
mundo en el que vivimos es totalment maligno, ignorantes, por tanto, de la
línea d pensamiento y entendimiento que sostiene qu el Reino de los Cielos
está extendido por el mun do, pero todavía es invisible.
Creo que el lector de hoy se halla en posició de aceptar lo que parece que
tiene sentido, reí chazando lo que parece estúpido o incomprensi ble.
Seguramente fue la costumbre de los posee dores originales de los textos

14
mantener lo que ei general era desagradable en cuanto al conoci miento,
porque alguna intuición desperdigad hablaba en su nombre haciendo que
mereciera lj pena su conservación. Por lo que sé de la mentj gnóstica, debieron
pensar que lo que parecía unj insensantez con el tiempo podía tener un signifl
cado para el que no estaban preparados todavía
Esa reserva necesaria nos conduce a la últimj cuestión importante que
debemos plantear sobrj el tema de la biblioteca, la cual puede tener uj gran
significado para algunos lectores. Una cues« tión que podemos formular como
pregunta! ¿Escribió Dios la Biblioteca de Nag-Hammadi?
Lo que hemos dicho en la última sección nol indica que el sentimiento
gnóstico se apartaba de la percepción ordinaria. Eran libros que registra» ban
los pensamientos de marginados. Uno de lcf libros se titula Allogenes, que
puede traducirse como «de otra raza», «extranjeros» o «ajenos», Su
experiencia del mundo, tal como la sentían, era fundamentalmente diferente de
la del resto de la humanidad. Mientras que el mundo que existe para cada uno
de nosotros es el mundo que percibimos en nuestra mente a través de lew
sentidos, el gnóstico vivía en un mundo diferen* te. Creía que su percepción y
su experiencia eran intemporales, que estaban fuera de las condiciolies del
espacio y el tiempo. A veces se referían a *,! mismos como los «inmóviles».
Pensaban que, 111 su ser esencial no estaban sometidos a las leves y
condiciones que rigen la vida sobre la fierra. Este ser, que está más allá del
mundo, solí > estaba temporalmente unido a un cuerpo gro-•eio o material:

«Los Vivos no se ven afectados por nada, salvo por el estado del ser en
la carne sola, que soportan mientras aguardan expectantes el momento
en que conocerán a los receptores»
(de El apócrifo de Juan).

Esta conciencia extraordinaria, esta gnosis, Ista capacidad de pasar de la


tierra firme a la diente de esa «luz» que ellos creían les iluminaba, esa
familiaridad con el «Jesús Vivo» les daba, v podríamos decir que les daba de
manera natural, un acceso privilegiado a la efusión de la men-le divina. Por eso
puede decir Gongessos, el es-niba, que su obra está «escrita por Dios». Ha si-
llo escrita por aquel que, por así decirlo, ha traspasado las imágenes visibles
en el mundo mate-nal y ha llegado al mundo espiritual e invisible que el
gnóstico pensaba que estaba detrás de iu|uéllas.
Para el gnóstico, eso constituía suficiente autoridad. Por otra parte, dentro de
la gnosis había una tolerancia con respecto al valor de la experiencia subjetiva.
Es decir, que el gnóstico podía decir, «bueno ésa es tu visión de las cosas,
pero lo es la misma que la mía, y no puedo creer que lu visión tenga ninguna
autoridad sobre la mía, a menos que la experimente por mí mismo», también
sostenían esa opinión con respecto al Nuevo Testamento, ese «Canon»
acreditado como divino que Athanasius, en su 39 carta festal,
decía que es el criterio y la sustancia de la escri tura católica autorizada.
Por «católico» entiendo «lo que se sostien universalmente en una iglesia
universal». E gnóstico pregunta: «¿Qué significa cuand Cristo dice en El
Evangelio de Juan que Él es la puerta?». Medita entonces sobre eso y logra
algo que él está convencido que es una comunicación] con el «Jesús Vivo»,
que le dice lo que significa: «Golpea sobre ti como si fueras una puerta».
¿Cuál, podría preguntar alguien, es la escritura verdadera y divinamente

15
inspirada? La res-I puesta ortodoxa es: «La que es sostenida univer-| salmente
por la iglesia y está de acuerdo con laj tradición de las enseñanzas de los
apóstoles».] Pero el gnóstico no se ocupa de la iglesia univer-i sal: tiene un
universo dentro de sí mismo. Piensas que va a ir directamente a la fuente y
recela del que la iglesia se haya convertido, o se esté con-] virtiendo, en un
intermediario con intereses es-I peciales, especialmente la continuidad de la es-
i tructura eclesial. Volvemos a,encontrar aquí un] enfrentamiento de las
experiencias del mundo.
La utilización del predicado «Vivo» unido a Jesús sugiere que los autores
son conscientes de] la distinción entre el Jesús que caminó por Palestina y la
figura eterna de Jesús que puedej presentarse como una «luz» delante de
Pablo cuando iba camino de Damasco.
Muchos cristianos dicen hoy que hablan con Jesús y que él les aconseja
verbalmente. Pero no; dan a la imprenta sus diálogos. Creo que esto esi
importante. Nos dice algo sobre el modo en que! es considerado Jesús por
unos y otros. Para estas! personas esa comunicación con Cristo es perso-í nal,
concierne a los asuntos de la vida privada y no es comunicable a los tiernas. Es
un asunto personal, la sustancia de la oración. Sin embargo, el r.nostico
consideraba que Jesús no se preocupa-lía de los asuntos mundanos, a menos
que tuvie-i a n una relación directamente espiritual. Por ello lo que Jesús o el
ser espiritual -pues no es siempre Jesús el que comunica desde el mundo
divino en los textos de Nag Hammadi-, tienen <|iie ofrecer, es información
sobre el mundo espi-litual y sobre los principios que permiten acceder a él: con
frecuencia un conocimiento oculto o «escondido».
Esta información era de interés para algunos gnósticos. Tras iniciarse con
una experiencia de la gnosis, del conocimiento, se daban cuenta enseguida de
que había más cosas que saber. El conocimiento no tenía fin, ni límites la
profundiza-ción del ser divino: el ser interior del gnóstico. Así, cada nueva
información dejaba obsoleta a la anterior; pero todavía podía ser útil para otro
gnóstico que estuviera en camino al «origen». De ahí que en muchos de los
libros de la biblio-leca aparezcan nombres que ahora (y probablemente también
entonces) son incomprensibles; nombres de seres espirituales que podemos
en-eontrar en el viaje interior hacia el Pleroma. (bmparten elementos de esos
rasgos todos estos libros: Allogenes, La naturaleza de los arcones, Sobre el
origen del mundo, El libro de Tomás el contendiente, El evangelio de los
egipcios, Eugnostos el Bendito, El Apocalipsis de Adán, El trueno: la mente
perfecta, El concepto de nuestro xran poder, El discurso sobre el ocho y el
nueve, La paráfrasis de Shem, Las tres estelas de Seth, Aostrianos, Marsanes
y Protennoia trimórfica.
Podría decirse, como norma general, que cuanto más excéntrico suena el
título a nuestros oídos occidentales, más probable es que esté relacionado con
el hábito gnóstico de obtener in-íormación sobre «las realidades que hay tras
las

39
Mo/rA
rn
apariencias» mediante la contemplación interior en esos estados de la mente
que daban acceso a la experiencia gnóstica. En cuanto al origen de esas ideas,

16
el lenguaje y el mensaje de esas obras, estamos en libertad de especular,
como lo estaba también el gnóstico.
Sin embargo, lo que suele pedirse a una religión que ofrece salvación no es
especulación. La iglesia católica sintió profundamente la necesi-j dad de
establecer un cuerpo de escrituras que,| aún dando a los filósofos base para la
especula-j ción, fuera estable y universalmente aceptada; y accesible a un
grupo de fieles, no sólo al individuo.
Pero lo que en realidad queremos saber es la respuesta a esta pregunta:
¿Dijo alguna vez Jesús de Nazareth mientras vivió en la tierra lo que los textos
gnósticos ponen en su boca? ¿Se trata de una tradición sobre lo que dijo Jesús
mientras estuvo encarnado? ¿Era «gnóstico» el mensaje real de Jesús?
Con respecto a la cuestión de si el mensaje de Jesús era gnóstico, creo que
un incidente de mi vida puede proporcionarnos una pista. Un conocido sikh
llamado Raginder Nijjhar me dijo, con la característica audacia india: «No
puedes leef el Nuevo Testamento si no eres gnóstico». Lo que quería decir es
que las palabras del Nuevo Testamento no tienen significado pleno si no se
accede al espíritu en el que se formaron las palabras; es decir, si uno no ha
tenido la gnosis. Es característico de la actitud gnóstica ante un texto inspirado
creer que tiene un sentido exterior para los «fieles» ordinarios y un sentido
interiot cuyas dimensiones de significado pueden no tener límites.
En realidad, esta experiencia es similar a la de muchas personas, que
negarían que su actitud lucra gnóstica. El auténtico gnóstico creería que le le
ha permitido entrar en el mundo secreto del espíritu del que proceden las
palabras, que también es el mismo mundo de cual él deriva. Esto daba al
gnóstico «pneumático» (es decir, el ser espi;itual) la capacidad de interpretar
las escrituras de acuerdo con su propia experiencia de lo divino, y también
aumentar las escrituras en virtud de los orígenes divinos que comparte con el
que revela la gnosis.
Para el gnóstico cristiano, Jesús existe dentro del propio ser gnóstico,
mientras su propio ser existe dentro de la «luz». Él es un hijo de la -luz», y, en
consecuencia, divino en potencia o en hecho. El gnóstico cristiano creía que
Jesús había revelado el verdadero ser del gnóstico y que era «la raíz que soy
yo, el piadoso». En resumen, la respuesta a la pregunta de si el mensaje de
Jesús era gnóstico es: «Sí, si tú eres gnóstico».
Algunos de los ejemplos más interesantes de este enfoque gnóstico los
podemos encontrar en el modo en que tratan la crucifixión dos documentos de
la «biblioteca de Nag Hammadi»:

«Por mi muerte, que ellos pensaron que sucedió, sólo les sucedió a
ellos por su error y ceguera, puesto que clavaron a su hombre hasta
morir.
«Fue a otro a quien colocaron la corona de espinas. Pero yo me
regocijaba en las alturas por la abundancia de los arcones y las
consecuencias de su error, de su gloria vacía. Y me reía de su
ignorancia».

El autor dice que el Jesús espiritual se le apareció en su forma «real» como


ser espiritual, para explicarle la «apariencia» de la crucifixión. Y le dice:
«Habéis leído en el Nuevo Testamento que luí golpeado, humillado y después
crucificado Pues bien, sólo lo pareció; para los autores j del Nuevo

17
Testamento fue así en el sentido material. Pero a vosotros, que habéis llegado
a entender y ver el mundo espiritual, el mundo real que hay más allá de las
apariencias, os puedo decir lo que sucedió realmente. El cuerpo, lo que parecía
ser mi cuerpo, pertenece al mundo de la carne. El mundo de la carne y la
materia está gobernado por los arcontes (es decir por los regen-tes, invisibles a
los hombres e ignorantes del verdadero Padre, dedicados a entender al
hombre en el plano material, sometiéndole a la ley y la esclavitud) y trataron
de tener poder sobre mí como lo lemán sobre el resto del mundo. Pero en i el
momento en que pensaron que habían triunfado sobre mí, fui liberado del
cuerpo y los observe desde arriba. Podía ver realmente lo que estaba
sucediendo y ellos no podían verme a mí... , 1 labia que verlos en su ceguera!
Por eso, aunque os parezca que fue un día perverso, ¡en rea- | lid id lo fue
de triunfo! También vosotros os podéis reír de los arcontes, porque sólo
pueden conseguir vuestro cuerpo. ¡No pueden matar vuestro ser verdadero!».
Esta realidad que está tras las apariencias es el evangelio, la «buena
nueva» del gnóstico. Otro autor, esta ve/ el de El Apocalipsis de Pedro, I cuenta
la historia de un modo radicalmente dife- f rente. El gnóstico se sentía en
libertad de hacerlo así: la originalidad era el signo de que él tenía la percepción
creativa especial de la gnosis. Al ellos no les interesaba la historia tal como
nosotros la entendemos. Lo importante no era «cuál 1 había sido el
acontecimiento», sino «qué signifi-cado tiene para mí».
En El Apocalipsis de Pedro la identidad del autor se introduce bajo la de
Pedro. El autor se imagina a sí mismo como Pedro. Para el autor, éste no es un
personaje histórico, sino que expresa una relación de proximidad con el
Salvador. Sitúa a Pedro en el templo de lerusalén, es decir, se sitúa a sí mismo
allí, hablando con el Salvador, tratando de entender de qué modo respondería
Jesús al desarrollo de la iglesia y a la forma en que ésta le entiende a él. Allí,
en la imaginativa libertad del espíritu, Pedro tiene una visión:

«Vi cómo parecía que lo apresaban. Y dije: "¿Qué veo, Señor, que es a ti
mismo a quien se llevan y que tú me coges a mí? ¿O quién es éste que
contento ríe sobre el árbol? ¿O ese otro al que le golpean los pies y las
manos?".
«El Salvador me dijo: "El que ves en el árbol, contento y riendo, es
Jesús vivo. Y al que meten clavos en las manos y los pies es su parte
carnal, que es el sustituto expuesto a la vergüenza, el que nació a la
existencia a su semejanza. Pero mírale a él y a mí."
«Cuando hube mirado, le dije: "Señor, nadie te está mirando a ti.
Huyamos de este lugar."
«Y él me dijo: "¡Ya te advertí, dejad solo al ciego! Y tú ves que ellos no
saben ¡o que están diciendo. Pues han sometido a vergüenza ai hijo de su
gloria en lugar de a mi siervo."
«Vi que se acercaba alguien que se le parecía, incluso se parecía al que
estaba en el árbol. Y él se llenó del Espíritu Santo, y él es el Salvador.
Había una luz grande e inefable alrededor de ellos, y la multitud de
ángeles inefables e invisibles les bendecían. Y cuando le miré, aquel que
da las alabanzas quedó revelado».

A través de esta visión, el autor se ve a sí mismo. ¿Quién puede decir que


estaba equivocado?

18
Los gnósticos de la biblioteca de Nag Hammadi, ¿eran lo que podríamos llamar
«soñadores» que ofrecían soluciones imaginadas a las cuestiones perennes?
¿Era la gnosis una colección de «fantasías»? No creo que se puedan dar
respuestas concretas a esas preguntas. En gran parte la respuesta está en
«los ojos del que miran».
En el siglo veinte tenemos mucho que aprender sobre la importancia del
sueño. En una galería del arte moderno unos ven gloriosas riquezas y otros un
lío incomprensible; otros desean aplicar normas a lo que ven con el fin de
subdividir la obra artística y proporcionar solaz a los dos lados; y a sí mismos.
Aunque puede que la gran mayoría de los libros de la colección de Nag
Hammadi sean descendientes rebeldes y especializados de principios del
cristianismo, siendo posteriores a la composición de los libros del Nuevo
Testamento entre 50 y 280 años, hay razones para creer que la gnosis, como
concepto religioso, se remonta en formas menos desarrolladas a la época de
Cristo, e incluso antes. En el siglo segundo hay referencias a obras que
comparten los títulos de los de la biblioteca de Nag Hammadi. Hacia el año 180
de nuestra era, el obispo Irineo de Lyon menciona un Evangelio de la verdad y
un «Libro secreto de Juan», mientras que, en el siglo III, Porfirio, pupilo del
gran filósofo Plotino, menciona, con cierto disgusto, unas obras llamadas
Allogènes y Zostrianos. Varias de esas obras tienen la huella de la «mente» de
los seguidores de Valentinus, el más importante de los maestros gnósticos,
quien estaba en activo en Roma (y estuvo a punto de llegar al obispado) hacia
el año 160 de nuestra era, y cuya influencia y fama duraron por lo menos 300
años más. Se piensa que el notable Evangelio de la verdad pudo salir de su
pluma.
Sin embargo, el libro que puede reivindicar la primacía (si aceptamos que es
el más antiguo y probablemente el más puro y auténtico) en la época de su
fecha de composición es, sin duda, El evangelio de Tomás.

Estas son las palabras ocultas que Jesús vivo dijo y que Dídimo Judas
Tomás escribió: «Quien encuentre la interpretación de estas palabras no
conocerá la muerte».
Gilíes Quispel describe el momento en que leyó por primera vez esas
palabras:

«...en el otoño de 1956. Estaba sentado aquí (en El Cairo) en un hotel, por la
tarde, cerca del Museo Metropolitano, tratando de traducirlas de una fotocopia.
Era una experiencia tener ante uno un texto del que no entiendes nada, unir
esos caracteres y transmitirlos a la historia. A cada momento salía «Jesús dijo».
En el fondo de la mente se tiene siempre la misma idea; ¿no serán palabras
auténticas, aunque desconocidas?, pues nunca se ha descubierto una
colección de frases desconocidas. Por eso la experiencia fue grandiosa. Muy
excitante y, bueno, me ha costado el resto de mi vida demostrar que mi
intuición original era correcta. Que teníamos aquí una tradición independiente
con las frases de Jesús».

¿Pertenecen a la Biblia esas frases?


«Bueno, no soy un príncipe de la iglesia, ni obispo ni Papa, que son las
personas que determinan el Canon. Pero, según una opinión considerada de
los eruditos que han estudiado seriamente El Evangelio de Tomás, algunas de

19
esas frases están más cerca de la fuente que las que Jesús trasmite en los
evangelios canónicos».
En un libro publicado en 1962, Thomas and the Evangelists, de H.E.W.
Turner y Hugh Montefiore (anteriormente obispo de Birmingham), se llega a
esta conclusión:
«Es justo, por tanto, concluir que, a pesar de la forma en que se ha vertido y
de la gran deuda que tiene para con la tradición canónica, el clima de
pensamiento del documento es ajeno al mundo del Nuevo Testamento. El
Evangelio de '• Tomas debió parecerle a su compilador «las palabras secretas
que pronunció Jesús Vivo»; a pesar de ello, las palabras del resto del
Preámbulo no son, para los que aceptan como guía el Nuevo Testamento, las
palabras de la vida eterna».
De este modo, la iglesia de Inglaterra dijo «no».

El Evangelio de Tomás contiene frases de j Jesús que aparecen en los


evangelios canónicos j de Lucas y Mateo. Esto resultó interesante para los
eruditos que desde hacía tiempo habían sos-tenido que los autores de este
evangelio habían I empleado junto con Marcos una fuente de frases a la
que dieron el nombre de «Q» (por la palabra alemana Quelle, que significa
«fuente».
I posible que El Evangelio de Tomás fuera Otra fuente de- frases que
circuló en la iglesia ju-deo ei ishana de Siria antes de la composición de los
evangelios de Lucas y Mateo (hacia el año 1 /0 90 de- nuestra era). Lucas,
que representa una gran paile del -(.lima del pensamiento» del Nuevo
Testamento, inicia su evangelio con la frase siguiente: «Puesto que
muchos han intentado narrar los acontecimientos que se han producido i
entre nosotros...». Lo cpie no dice Lucas es que esas narraciones,
que eran muchas, fueran «apócrifas» e inaceptables para la iglesia.
En la época tic la carta de Athanasius a la que nos hemos referido,
estaba ya establecido que sólo había cuatro evangelios que revelaban la
verdad inspirada por la divinidad. Athanasius parafrasea incluso la forma de
las palabras de Lucas al decir: «Puesto que muchos han intentado reducir a
un orden por sí mismos los libros llamados apócrifos...».
Tras haber dicho esto, es importante recordar esos pasajes del Nuevo
Testamento que hablan de cosas que no están escritas desde el interior. El
pasaje más evidente es el de Marcos IV, 10-12, que a menudo ha provocado
perplejidad en los lectores, pero adquiere más sentido desde una perspectiva
gnóstica:
«Cuando quedó a solas, los que iban con él y los doce le preguntaron
por las parábolas».
«Y él les dijo: a vosotros se os ha dado el misterio del Reino de Dios,
pero a los que están fuera todo se les presenta en parábolas.
Para que viendo lo que ven, no perciban; y oyendo lo que oyen, no
comprendan no sea que se conviertan y haya que perdonarles».

Este es un pasaje muy misterioso, y en todas mis lecturas nunca he


encontrado una explicación satisfactoria. Ese misterio mismo es el que atrae a
la mente gnóstica, como si fuera un pez atrapado en una red. San Pablo es
igualmente consciente de los misterios, pero al mismo tiempo es también
profundamente consciente del orgullo espiritual, del crecimiento del ego al que

20
puede conducir la experiencia del misterio. Habla sobre ella en la segunda
carta de los Corintios.
Muchos estudiosos consideran que Pablo se levantó contra una tendencia
gnóstica que había en Corinto y que amenazaba con dividir a su joven iglesia
por la distinción habitual de los gnósticos entre el fiel simple y la conciencia
espiritual más «iluminada».

1,6 AfWCoio
47 Arto/Cero
Pablo considera que la base de la cuestión es el orgullo y dice, en un
maravilloso pasaje del Primer Corintios, XIII, que es el amor lo que más importa
de todo, que el corazón que ama es más querido a Dios que la más sabia de
las frases sabias. Sin embargo, se tiene la sensación de que Pablo se sentía
profundamente inquieto por la experiencia de una gnosis que tenía la capaci-
dad de dividir a los seguidores de Cristo. Escribe en II Corintios XII, 1-7:
«Debo necesitar gloria, aunque no es de ninguna utilidad, pues iré a las
divisiones y revelaciones del Señor. Sé de un hombre en Cristo (solía
pensarse que era el propio Pablo) que hace catorce años -si en el cuerpo o
fuera de él no lo sé. Dios lo sabe- fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y sé
que este hombre -en el cuerpo o fuera de él, no lo sé, Dios lo sabe- fue
arrebatado al Paraíso y oyó las palabras inefables que el hombre no puede
pronunciar. De ese tal me gloriaré, pero en cuanto a mí sólo me gloriaré en mis
flaquezas. Si pretendiera gloriarme, no haría el necio; diiía la verdad.
Pero me abstengo de ello. No lea que alguien se forme de mí una idea superior
a lo que cu mí ve u oye decir de mí. Y para que no me exalte demasiado
con la sublimidad de las revoluciones, se me ha dado un espino en la carne
un mem&jero de Satán que me abofetea para que no me exalte
demasiado».
Pablo también dice: «Sé lo que habláis. He es-lado alu v Conozco
la tentación de glorificarme. Pero la expeí uncía me ha humillado y antes
glorificaré la visión ile otro». No pasaría mucho tiempo antes de
que el visionario fuera sospechoso para la iglesia, y una parte sustancial
de los dones espirituales de los que gozaba la iglesia
de Pablo sena degradada, y excluida totalmente
en el caso de la gnOSÍS.
Por último, antes de abandonar la biblioteca de Nag Hammadi, veamos de
nuevo el misterio (al menos para mí), en el Capítulo IV del evangelio de San
Marcos, versículo 19 y 21-22:

«Y las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y las


demás concupiscencias les invaden y ahogan la palabra y queda sin
fruto.
Y les dijo: ¿Acaso se trae la lámpara para colocarla debajo del celemín
o debajo de la cama? No, es para ponerla sobre el candelera. Pues no hay
nada oculto que no sea para ser manifestado, nada hay secreto que no
sea para salir a la-luz».

Veamos cómo se trata este tema en El Evangelio de Tomás:

21
«Negociantes y mercaderes no entrarán en los Lugares de mi Padre».
«Reconoce lo que está a la vista, y lo que está oculto de ti te será claro.
Pues no hay nada oculto que no vaya a ser manifestado».
«Las imágenes son manifestadas a los hombres, pero la luz que hay en
ellas permanece oculta en la imagen de la luz del Padre. Él será
manifestado, pero su imagen quedará oculta por su luz».
O este comentario que el profesor Gilles Quispel me hizo en El Cairo, en
1986: «Creo que el hombre moderno sólo puede aceptar lo que experimenta y
puede ver, y puede aprender de los gnósticos que puede experimentar mucho
más de lo que es consciente. Por tanto, creo que para los auténticos creyentes
y para los no creyentes la gnosis es muy importante, pues les revelará una
dimensión desconocida que tienen en su interior».

4. El misterio de
los evangelios de Tomás

Para comprender el interés del descubrimiento del Evangelio según Tomás,


hay que decir, en primer lugar, lo que representaba para los historiadores,
antes del descubrimiento de nuestro escrito copto, el simple título de
«Evangelio según Tomás». Por un lado, con este título, o más exactamente
como «Evangelio de Tomás el filósofo Israelita» teníamos un apócrifo del todo
diferente al que a continuación vamos a leer y que pretendía relatar diversos
episodios de la infancia de Jesús.
La obra contenía una serie de relatos que iban a tener mucho éxito en la
Edad Media latina. Hstas anécdotas no solamente son ingenuas, sino incluso,
de vez en cuando, un tanto rudas, ya que presentan- al Salvador niño como un
ser sobrenatural, omnisciente, pero, sobre todo, vengativo y capaz de enviar
calamidades a aquellos que tienen la mala suerte de contrariarle. Es aquí
donde encontramos la anécdota de los pájaros que Jesús modela el día del
sábado y luego les da vida; después esia la historia de un maestro de
escuela que quiere enseñar a Jesús las letras del alfabeto y recibe de su
alumno las lecciones más humillantes.
A ¡uzgai poi este último pasaje, el Evangelio de lomas el Israelita podría
ser de origen bastante antiguo. A finales del siglo II, en su tratado contra las
herejías, San heneo relata ya-sin mencionar el título de la obra de la
tpie procede-, el episodio del Señor ensenando a su maestro el significado
profundo del alfabeto. San Ireneo se limita a creer que esta anécdota procede
de un apócrifo elaborado por los gnósticos discípulos de Marcos para su
uso. Sin embargo, una referencia más antigua todavía demuestra que este
episodio existía antes de que fuera utilizado en este apócrifo herético. Sin
duda, es entre la época de la Epístola de los Apóstoles y de los discípulos de
Marcos, refutados por Ireneo, que debemos fechar la composición del libro,
entre los años 140 y el 180.
No obstante, a pesar de que tenían ya este Evangelio de Tomás el Israelita,
los críticos modernos pudieron darse cuenta de que tenía que existir bajo el
simple título de El Evangelio según Tomás, una segunda obra, claramente
herética. Fue poco después del año 233 cuando Orígenes hizo mención de la
misma en la primera de sus Homilías sobre Lucas. En el 326, Eusebio le men-

22
ciona en su Historia Eclesiástica, junto a los evangelios de Pedro y de Matías,
cuyo empleo atribuye también a unos herejes.
El Papa Inocencio I no es más suave: «Respecto a los otros (evangelios)
que llevan los nombres de Matías, Santiago el menor, o de Pedro y de Juan, y
también el que lleva el nombre de Tomás, ¡no solamente hay que
abandonarlos, sino incluso condenarlos!». En el siglo VII, el decreto de Gelasio
sobre los libros canónicos y sobre los libros apócrifos condena al Evangelio
según Tomás, que según este autor utilizaron los maniqueos.
Finalmente, se adivinaba que el apócrifo desaparecido tenía que haber
estado particularmente ligado a los evangelios, también perdidos, de Felipe y
de Matías. El testimonio mas elocuente sobre este punto procede de los
gnósticos, a los que debemos el escrito copto que tiene por título Fe-
Sabiduría. Según algunas líneas de este tratado, la verdad sobre Jesús y sus
enseñanzas -las que son posteriores a su resurrección- habría sido
establecida por los evangelios redactados por tres test i gos, que serían
Tomás, Felipe y Mateo.
Sin duda, para esos gnósticos, los evangelios

•>() Año/Cnm
K1 UñA/rAIVt
apócrifos de Tomás, de Felipe y de Matías tomaban el lugar de los sinópticos
utilizados por la gran Iglesia -Mateo, Marcos y Lucas-, ¡que ellos evitaban
cuidadosamente utilizar!
Vamos a analizar ahora la sustancia misma de la obra, antes de sacar
conclusiones. Es al apóstol Tomás a quien se atribuye la redacción de esta lar-
ga colección de parábolas y de sentencias: se le llamó también, desde el
principio, Dídimo Judas Tomás. Hay que observar, sin embargo, que a lo largo
de todo este apócrifo sólo interviene una vez: en el párrafo 14. Pero el papel
que se le atribuye aquí es bastante importante, puesto que es el mismo que
los evangelios sinópticos le atribuyeron a Pedro en el episodio de la
«confesión» de ( Vsarea de Felipe (Mateo, XVI. 13-20: Marcos VIII, 27-30).
1 lay que recordar que la figura de Tomás en los evangelios canónicos sólo
aparece en el de San luán, en algunos episodios. Posteriormente, es
mencionado por los antiguos historiadores de la Iglesia, quienes le atribuyen la
predicación entre los pai tos y en Persia. Fue supuestamente enterrado en
lídesa. A partir del siglo IV, la crónica le atribuirá una vida cada vez más
legendaria: la evangelización de la «India».
I ii efecto, es precisamente la literatura apócrifa la que se encarga
esencialmente de glorificar al apóstol lomas. Y es en una rama concreta de di-
cha literatura donde observamos que se utiliza con preferencia la
denominación de «Dídimo Judas Tomás» con la que el comienzo de nuestro
evangelio copto designa al apóstol. Esta denominación se debe, en primer
lugar a que Dídimo y Tomás representan, uno en griego y otro en arameo, el
mismo término de «gemelo». Este triple nombre nos lleva a las tradiciones
orientales.
¡Es una fisionomía hien compleja la que otra obra apócrifa, los Hechos de
Tomás le atribuyen al apóstol, de quien Edesa fue el primer santuario oriental,
pero cuya historia iba a ser trasladada por las leyendas cada vez más hacia el
centro de Asia, hasta la India! En estos Hechos no solamente al apóstol se le

23
llama con los nombres de «Judas Tomás» (Dídimo, en griego), sino que
además se le designa con unos términos que recuerdan exactamente, por una
parte, el comienzo de nuestro Evangelio según Tomás y, por otra, el de nuestro
Libro de Tomás. En efecto, los Hechos (cap. XX-XIX) le llaman «gemelo del
Cristo, apóstol del Altísimo, tú que conoces la palabra secreta de Cristo y que
has recibido de Él palabras ocultas...»: lo cual corresponde casi exactamente a
los términos que utiliza nuestro Evangelio. En estos Hechos se le llama
también «extranjero». Lo que le confiere el carácter de un Salvador venido del
mundo «extranjero», enviado de lo alto.
Queda así demostrado que la figura de Tomás iba a ser glorificada y
enaltecida por las tradiciones apócrifas. Por ejemplo, es su designación de
«Judas Tomás Dídimo» la que va a pasar a Occidente, donde la encontramos
entre los herejes priscilianistas y en Isidoro de Sevilla, quienes probablemente
la han sacado de los Hechos o de nuestro Evangelio de Tomás.
Respecto a su supuesto papel histórico, el apóstol se distingue en lo
sucesivo por dos rasgos particularmente importantes: Tomás es, por una parte,
el profeta de los inmensos reinos de Asia central y oriental e incluso de la
«India»; por otra parte, le vemos convertido en un misterioso «gemelo» de
Cristo, heredero de la enseñanza oculta de Jesús y, por ese hecho, revelador
de las mismas doctrinas secretas que los gnósticos atribuían a los
«extranjeros»: es decir, a Set, hijo de Adán, a Sem, a Zoroastro y al propio
Jesús.
No vamos a añadir nada a lo que ya hemos dicho sobre el Evangelio de
Tomás el Israelita, modelo de los otros apócrifos que fueron consagrados a la
infancia de Jesús. Su sustancia se multiplicó, es cierto, en versiones cada vez
más populares, hasta nuestra Edad Media, y dejó incluso unos extraños
recuerdos en el mundo místico del Islam.
Tampoco merece la pena entretenerse en un Apocalipsis de Tomás, que
hace medio siglo todavía se consideraba como perdido porque entonces sólo
se conocía de él el título al que hace mención el «decreto de Gelasio» en su
lista de libros condenados como apócrifos.
El libro que hay que abrir y examinar detenidamente para quien esté
interesado en profundizar con un estudio comparativo, es el de los Hechos de
Tomás. Éstos, atribuidos a nuestro apóstol, forman parte, junto con los de
Pedro, Juan, Andrés y Pablo, del grupo de cinco Hechos apócrifos que fueron
supuestamente atribuidos por la tradición a un solo autor llamado Leucio.
En el siglo XV habrían sido agrupados en una especie de «corpus» que
utilizarían en particular los maniqueos y que la Iglesia condenó de manera
radical poco después. De esta serie de cinco, los liedlos tic lomas son los
únicos que nos han llegado enteros. Se trata de una obra amplia, compuesta
en un principio en sirio, en Edesa, a lo largo de la primera mitad del siglo 111.
Tiene como tema la misión di- lomas a la «India».
El relato empieza en Jerusalén, en el momento en que el mercader
Abbanés, enviado por el rey «hindú» Guadaphor, acaba de llegar con el encar-
go de adquirir para su amo un esclavo hábil en el arte de la construcción. Jesús
se presenta como un traficante y le vende a Tomás, que Abbanés se lleva
consigo. Ese viaje extraño, que empieza por mar, cubre la primera etapa: ¡la
ciudad de
Andrápolis, donde precisamente se está celebrando la boda de la hija del rey!
Durante el banquete nupcial, Tomás canta el himno místico: «La novia es la hija

24
de la Luz...». Luego el rey le pide que bendiga a los recién casados. Pero,
después de la fiesta, es el propio Jesús quien se aparece a los recién casados
bajo el aspecto de su «gemelo», es decir, de Tomás, y los convierte a la
castidad y al ascetismo. Después, el apóstol y Abbanés se marchan: llegan
rápidamente a la capital de Gundaphor, donde Tomás recibe el encargo de
construir un palacio para el soberano. Pero él gasta en obras de caridad todo el
dinero que le han dado para la construcción. El príncipe, entonces, manda a
Tomás a la cárcel hasta el día en que le es revelado milagrosamente el
espléndido palacio que Tomás le ha edificado, no en la Tierra sino en los cielos.
La tercera y última etapa del viaje de Tomás le conduce a otra ciudad de la
«India», gobernada por el rey Mazdal. La esposa de un pariente del soberano,
Mygdonia, es la primera persona convertida por las enseñanzas del apóstol: a
partir de entonces, ella se niega a hacer vida de matrimonio, por lo cual su
esposo, Karish, denuncia al rey las enseñanzas subversivas de Tomás. Una
vez más Tomás es enviado a un calahozo: es aquí donde el relato le atribuye
ese largo «himno del alma» de rica simbología, poesía gnóstica cuya exacta
procedencia permanece en el misterio y que constituye la parte más hermosa
de los Hechos de Tomás. Después de Mygdonia, la reina y un hijo del rey
abrazan a su vez la fe cristiana. Las consecuencias de esta predicación eficaz
serán la condena y el martirio del apóstol, cuyos restos serán trasladados
después «a las regiones del oeste», es decir, a esa ciudad de Edesa, donde
efectivamente fue levantada en su honor una espléndida iglesia.
En este relato tan movido, tan novelesco, los lugares y los personajes no
son todos tan ficticios como puede parecer a primera vista. No se trata, por
supuesto, de la India tal y como la situamos hoy en día, sino de ese inmenso
Irán cuyos confines orientales limitan con la India a través de Paquistán y de
Afganistán. Sin duda, el nombre de Mazdal pertenece a algún príncipe iraní.
Respecto al de Gundaphor, un soberano con ese nombre reinó en esas
regiones hacia la mitad de nuestra Era. Era un parto que, al parecer, fue lo
suficientemente poderoso como para librarse de la soberanía feudal de los
arsácidas y cuyas monedas de oro se han encontrado en Saistan.
Desde luego, los milagros atribuidos a Tomás por estos Hechos dónde, por
ejemplo, los animales se ponen a hablar en varias ocasiones, son asombrosos.
Pero el ascetismo místico ensalzado por este texto es también profundamente
sincero. Los Hechos de Tomás son una novela, pero una novela que ilustra con
episodios pintorescos la profunda conversión de los individuos al mundo espiri-
tual. Lsta mística rechaza radicalmente la vida de matrimonio y sobre todo,
asigna un papel funda-mental a la persona de Jesús, siempre invisiblemente
plísente, en todo lugar, al lado de sus fieles.
De hecho, el descubrimiento del Evangelio según ¡ornas nos va a permitir
comprender mejor algunos de los orígenes de estos Hechos del apóstol.
¿Acaso no liemos leído en el capítulo XXXIX de esta obra, [a fórmula:
«Gemelo de Cristo, apóstol del Altísimo, tú que has sido iniciado en la en-
señanza oculta de ('listo y que has recibido esas palabras secretas»? Esto
parece una verdadera alusión a nuestro Evangelio según Tomás.

Jean Doresse
5. El Evangelio según Tomás

25
1. Y él ha dicho: Aquél que encuentre la interpretación de estas palabras no
conocerá la muerte.

2. Que aquel que busque no cese de buscar hasta que encuentre, y, cuando
encuentre, será turbado, y, habiendo sido turbado, será maravillado, y reinará
sobre el Todo.

3. Si aquellos que os guían os dicen: Ved, el Reino está en el cielo, entonces


los pájaros del cielo os aventajarán; si os dicen que está en el mar, entonces
los peces os aventajarán. Pero el Reino está en vuestro interior y fuera de
vosotros. Cuando os conozcáis, entonces seréis conocidos y sabréis que sois
los hijos del Padre que está vivo. Pero, si no os conocéis, entonces estaréis en
la pobreza, y sois la pobreza.

4. El hombre viejo en sus días no vacilará en interrogar a un niño de siete


días a propósito del Lugar de la Vida, y vivirá, pues muchos de los primeros
serán los últimos, y se harán uno solo.

5. Conoce lo que está delante de tu cara, y lo que está oculto te será


desvelado, pues nada hay escondido que no llegue a ser manifestado.

6. Sus discípulos le interrogaron y le dijeron:


¿Quieres que ayunemos? ¿Cómo rezaremos?
¿Daremos limosna? ¿Qué observaremos en ma-
teria de alimentación? Jesús les dijo: No mintáis
y no hagáis lo que aborrezcáis, pues todo está
desvelado ante el Cielo. Nada hay, en efecto, es-
6. El Libro de Tomás

Palabras confidenciales dichas por el Salvador a Tomás Judas y que yo,


Mateo, he puesto por escrito; deambulaba por allí cuando les oí hablar.

1. El Salvador dijo: «Hermano Tomás, mientras tengas tiempo en este


mundo, escúchame y te revelaré las cosas que has meditado en tu pensa-
miento.

2. «Puesto que se ha dicho que eres mi hermano gemelo y mi fiel


compañero, analízate a ti mismo para comprender quién eres, cómo existes y
en qué te convertirás. Pues si dicho está que eres mi hermano, conviene que
no te ignores a ti mismo. Sé que has comprendido, porque ya sabes que yo
soy conocimiento de la verdad. Así, mientras estés conmigo, aunque no hayas
comprendido todo, has comenzado ya a saber, y serás llamado el que se
conoce a sí mismo. Pues quien no se conoce a sí mismo nada ha
aprendido, y sólo quien se conoce a sí mismo aprende también, al mismo
tiempo, el conocimiento del Todo. Por eso, lomas, hermano mío, has visto
ya lo que para los hombres resulta oscuro, es decir, todo aquello, que, por
su ignorancia, les hace tropezar».

3. Y Tomás dijo entonces al Señor: «Por eso, yo te ruego, Señor, que antes

26
de tu ascensión me respondas a lo que te pregunte. Y cuando haya oído lo
que me digas sobre lo oculto, entonces podré hablar. Pues me parece desde
luego difícil testimoniar ante los hombres la verdad».

4. Y el Salvador le respondió: «Si las cosas que para ti son visibles te


parecen oscuras, ¿cómo podrás oír de mí las que no son visibles? Si difícil te
resulta testimoniar hechos reales visibles en el mundo, ¿cómo podrás, en
efecto, testimoniar sobre aquellos que se refieren a las más elevadas alturas y
al Pleroma, cuando no son visibles? ¿Cómo, pues, llamaros artesanos? Pues
en este sentido, aprendices sois, pues que todavía no habéis recibido la cima
de la perfección.

6. Y Tomás dijo: «Por eso te digo, Señor, que


quienes hablan de cosas invisibles y difíciles de
explicar son semejantes a quienes tiran con arco
sobre un blanco en la noche. Ciertamente, dispa-
ran sus flechas como cualquier otro podría ha-
cerlo, puesto que apuntan al blanco, pero el
blanco no es visible. ¡Pero cuando la luz vuelve y
rechaza las tinieblas, la obra de cada cual apare-
ce. Y entonces, Tú, nuestra luz, nos iluminas,
Señor!»
Y Jesús respondió: «La luz está en la Luz».

7. Tomás habló y dijo: «¿Por qué, Señor, apa-


rece y se extiende esta luz visible que luce para
los hombres?»
Y el Salvador le contestó: «Cierto es, oh^ bienaventurado Tomás, que esta
luz visible de Él ha lucido para vosotros -y no porque te quedes aquí, sino
porque sigues-, pero cuando todos los elegidos hayan abandonado el estado
animal, esta luz regresará a su esencia y su esencia la recibirá en ella misma,
pues es un buen servidor».

8. Y el Señor continuó: «Oh, incomparable


amor de la luz. Oh, tristeza del fuego que quema
en el cuerpo de los hombres consumiéndolos no-
che y día, y quemando sus ríñones, embriagando su corazón y turbando su
alma, luz que (enlaza) a hombres y mujeres, día y noche, luz que les agita de
[...] secreta y abiertamente. Porque dicho está, de varones [...] y mujeres [...],
que quienquiera que busque la verdad en la verdadera sabiduría se hará alas
para huir del ataque de la voluptuosidad, que despedaza el espíritu de los
hombres. Y él mismo se hará alas para huir de todo espíritu visible».

10.Y Tomás contestó diciendo: «Todo eso es


evidente, y ha sido ya dicho [...] a quienes no sa-
ben que traicionarán su alma.»
Y el Salvador le contestó diciendo: «Bendito sea el hombre sabio que (ha
buscado la verdad) y que, cuando la ha hallado, descansa en sí mismo para
siempre sin temor a quienes querrían distraerle de ella».

27
11.Tomás contestó: «Acaso es bueno para no-
sotros, Señor, replegarnos en nosotros mismos?»
El Señor dijo: «Sí, es útil. Y es bueno para vo-SOtros, pues las cosas que
para los hombres son visibles se descompondrán, la nave de su carne se
descompondrá.
«Por lo demás, los que son capaces de ver cosas no visibles, si no sienten
el amor primero, se extraviarán en la preocupación por esta vida y el fuego les
deshaia. Pues lo que es visible no tarda en descomponerse; después, se alzan
sombras informes, sombras que errarán ya para siempre sobre los cadáveres y
entre las tumbas, en el dolor y en la corrupción del alma.

12.Tomás le contestó: «¿Qué se puede decir


frente a esto? ¿Qué decir a los ciegos? ¿Qué en-
señar a esos miserables mortales que dicen:
Estamos aquí para gozar de lo bueno y no para sufrir? A esos mortales
convencidos de que puede afirmar: Si no hubiéramos sido concebidos de
carne, no hubiéramos conocido [...]»
Y el Salvador dijo: «Verdaderamente, no considero a éstos como hombres,
sino como bestias. Pues de la misma manera que las bestias se devoran entre
sí, así también los hombres de esta clase se devoran entre ellos. Mas como
aman la dulzura del fuego, se verán en cambio frustrados del reino: son los
servidores de la muerte y se arrojan sobre las obras de corrupción, sacian los
deseos de su padres. Y serán precipitados al abismo, y sufrirán los tormentos
de amargura de su vil naturaleza. Serán, sí, torturados hasta el punto de que se
arrojarán, con la cabeza baja, al lugar que desconocían, y [...] pero en la
desesperación. Hay quienes se complacen en este desorden sin concebir [...]
que son sensatos [...] la belleza de sus cuerpos, como si fueran imperecederos.
Enfermos de frenesí, sólo piensan en lo que van a hacer. Mas el fuego les
abrasará».

14. Tomás respondió: «Nos has convencido plenamente, Señor. Pensamos


de corazón, y es evidente que así es, que tu palabra basta. Mas, para el
mundo, esas palabras resultan ridiculas y despreciables, pues han sido mal
comprendidas. ¿Cómo podríamos, pues, predicar, si el mundo nos desprecia?»
Y el Salvador le contestó: «En verdad, te digo que, quien oiga tu palabra y te
vuelva la espalda riendo o sonriendo desdeñosamente será juzgado ante el
Regidor que en lo alto reina sobre las potencias como un rey. Y le hará dar
media vuelta, y desde lo alto lo abandonará en los fondos abisales, donde
quedará encerrado en un oscuro reducto.

76 Arto/Cero
77 ArWPern
15. Y el Salvador siguió diciendo: «¡Desgraciados de vosotros, los ateos,
los que no tenéis esperanza, y confiáis que eso no llegará!

16. «¡Desgraciados de vosotros, los que os


reinstauráis en la carne, esa prisión que perece-
rá! ¿Durante cuánto tiempo estaréis indiferen-
tes? Las cosas imperecederas, ¿creéis que tam-

28
bién pasarán? Vuestra esperanza se basa en el
mundo, y vuestro dios es esta vida. Y os dedicáis
a corromper vuestras almas.
«Desgraciados de vosotros por el fuego que os quema, porque ese fuego es
insaciable».

17. «¡Desgraciados de vosotros por culpa de la


rueda que gira en vuestro cráneo!»
«¡Desgraciados de vosotros por lo que en vosotros quema, porque os
consumirá la carne y arruinará secretamente vuestra alma. Y preparaos para
vuestros compañeros!

18. «¡Desgraciados de vosotros, los cautivos,


pues estáis encadenados en las cavernas! ¡Reíd,
sí! Desternillaos de insensatas risas. Estáis in-
conscientes de vuestra perdición y no pensáis en
lo que os rodea, ni habéis comprendido que
erráis en La oscuridad y en la muerte. Por el con-
trario, os habéis embriagado de fuego y estáis
llenos de hastío. Vuestro espíritu está alterado
por la llama que hay en vosotros. ¡Y qué dulce
resulta, para vosotros, la corona de follaje de
vuestros enemigos! Mas, con la luz, para voso-
tros ha surgido la tiniebla, y vuestra libertad ten-
drá que dejar paso a la servidumbre. Habéis en-
sombrecido vuestros corazones y abandonado
vuestros pensamientos al delirio, habéis llenado
vuestro pensamiento con el humo del fuego que
en vosotros está. Y vuestra luz se ha ahogado en
las nubes de la oscuridad y ha quedado oculta por el velo con que la habéis
cubierto, vosotros [...] fascinados por una esperanza falaz. ¿Y en qué consiste
aquello en que habéis creído? Ignoráis vuestro error [...]. Habéis bautizado
vuestras almas en el agua de la tiniebla. Os habéis paseado por vuestras
propias quimeras.

19. «¡Desgraciados aquellos que permanecen en el error sin preocuparse de


que el Sol, ese Sol que juzga y vigila el Todo, rodee un día todo co mo para
dominar al enemigo. No prestáis atención a la Luna, a la forma en que mira
hacia abajo, día y noche, vigilando el cuerpo de vuestras envolturas carnales!

20. «¡Desgraciados de vosotros apegados a las relaciones íntimas con la


mujer y que ensuciáis vuestro trato con ella!
«¡Desgraciados de vosotros, por el poder de los malos demonios!

21. «¡Desgraciados de vosotros que extraviáis


vuestro ahínco en medio del fuego! ¿Quién apli-
cará sobre vosotros ese frescor rosado que pue-
da extinguir la brasa que os consume? ¿Quién
hará, pues, que el Sol luzca sobre vosotros para
disipar vuestras tinieblas y velar la noche de las
aguas polucionadas?

29
El Sol y la Luna os traerán buen olor, y también el aire y el espíritu de la
tierra y de las aguas. Pues si el Sol no luce para esos cuerpos, se mustiarán y
perecerán como la hierba. Si el Sol luce sobre las malas hierbas, éstas crecen
y perjudican la viña; pero también crece la viña, extendiendo su sombra sobre
la mala hierba y toda la grama que crece a su alrededor. La parra, sí, crece y
se desarrolla, para acabar ocupando todo
el lugar en que crece dominando el espacio que sombrea. Entonces, cuando se
ha desarrollado, cubre todo el terreno y es próspera para su propietario, cuya
alegría es tanto mayor cuanto mayor peligro ha sufrido de verse invadida por la
vegetación. Pero la viña, por sí sola, ha destruido y suprimido la maleza».

23. «Benditos seáis, los primeros en aprender cuáles son los escollos y que
habéis huido de lo que puede enajenaros».

24. «Benditos seáis, vosotros, los injuriados y despreciados a causa del


amor que por vosotros siente el Señor».

25. «Benditos seáis, los que lloráis y estáis oprimidos por quienes están sin
esperanza, pues se os librará de todas las cadenas».

26. «Velad y rogad para no quedar prisioneros de la carne y poder así


libraros de los lazos de amargura de esta vida. Pues, si rezáis, encontra réis el
sosiego perdido dejando tras vosotros el sufrimiento y las adversidades.
Porque cuando os hayáis librado de los sufrimientos y de las pasiones del
cuerpo, recibiréis la paz de Quien es bueno y reinaréis con el Rey al que estáis
unidos y él reinará con vosotros, ahora por siempre y jamás. Amén.»

El Libro de Tomás.
El Campeón escribe a los Perfectos.
Acordaos también de mí, hermanos,
en vuestra plegarias.
Paz a los santos y a los pneumáticos
7. La Epístola secreta de Santiago

2. Puesto que me pediste te enviara el libro secreto que el Señor nos reveló,
a mí y a Pedro, cumplo tu encargo. Pero te escribo en caracteres hebraicos y te
lo envío exclusivamente a ti. Y, puesto que eres un instrumento de salvación
para los santos, cuida celosamente de no comunicar a demasiadas gentes este
texto que el Salvador no deseaba fuera conocido por todos sus doce
discípulos. Más afortunados serán los que se salven por la fe en ese discurso.

3. Hace diez meses, te envié también otro libro secreto que el Salvador me
reveló. Pero, vistas las circunstancias, considero ese libro como revelación
exclusiva que el Salvador me hizo [...].

5. Ciento cincuenta días después de que resu-


citara de entre los muertos, le preguntamos: «¿Te
fuiste para dejarnos?»
Mas Jesús respondió: «No, pero me iré al lugar de donde he venido. Si

30
queréis acompañarme, ¡venid!».

6. Y todos le respondieron diciendo: «Si nos lo


pides, iremos».
El Salvador dijo: «En verdad os digo: nadie entrará nunca en el reino de los
cielos porque yo se lo pida, sino sólo si estáis henchidos de él. Dejad a Jago
(Santiago) y a Pedro para que yo pueda henchirlos de ese reino.» Y, tras llamar
a éstos, se los llevó aparte, pidiendo a los demás que siguieran haciendo
aquello en lo que estaban ocupados.

BO Iño/Cmn
0« » A —

31

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