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¿SON LEGÍTIMOS LOS PARTIDOS

POLÍTICOS
PARA REPRESENTAR LOS INTERESES DEL
PUEBLO?

AUTOR: David Humberto Cruz Rodríguez

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¿SON LEGÍTIMOS LOS PARTIDOS POLÍTICOS
PARA REPRESENTAR LOS INTERESES DEL PUEBLO?
I PARTE

David Humberto Cruz Rodríguez

1. Sobre la Legitimidad y los Partidos Políticos

Legitimar deriva del latín Legitimus y se refiere al modo de hacer algo conforme a la ley
(Mungia, 2003: 450). Pero limitarnos a definir tal concepto desde su raíz nos reduce a
una interpretación que se estanca en los terrenos del positivismo; es decir, quedar
atrapados en la idea que todo aquello que se realice en sintonía con la ley es válido y
todo lo que se atreve a contrariarlo no lo es.

En otras palabras, legitimar, o más específicamente su calidad: la legitimidad, supera la


idea de legalidad. La primera, se refiere al consenso, aprobación o reconocimiento de
un grupo de personas frente a una decisión o situación en particular; en ocasiones, ésta
puede ser legítima, pero no legal o su antagonismo (Del Gallego, 2002: 5).

La legitimidad busca que una población determinada ceda por voluntad y no por la
fuerza. Al ser así, las personas han llegado al convencimiento de que tal situación o
decisión les es beneficiosa y justa, por eso la avalan. En palabras más elocuentes: “El
más fuerte no es nunca bastante fuerte para ser señor, si no transforma su fuerza en
derecho y la obediencia en deber…” (Rousseau, 2001: 13-14).

De tal suerte, el poder y, más específicamente el poder político, requiere siempre una
forma de reconocimiento que lo legitime o lo justifique ante todo sobre los que se
ejerce; esto, con el fin de asegurarse, por medio de la persuasión o la amenaza de la
fuerza, la obediencia y acatamiento de éstos.

Con lo dicho, podemos hacer referencia a uno de los canales a través del cual el poder
es reconocido y justificado, materializando así su legitimación: los partidos políticos.
Podemos asentar, con algunas discrepancias, que estas organizaciones han cumplido
un papel de importancia en la legitimación del sistema político y del Estado.

“Los partidos existen precisamente para propagar una concepción del mundo junto con
la actividad práctica que les corresponde. Intentan unir en una colectividad a todos
aquéllos que comparten una misma concepción del mundo y se dedican a difundirla. Su
papel consiste en homogeneizar a la masa de individuos influenciados por varias
ideologías e intereses” (Harman, 1969: 15).

Harman describe muy bien la piedra angular sobre la cual se sostiene la existencia de
los partidos políticos: la participación. Este es el elemento que le da a las referidas
organizaciones el aval social para servir como instrumentos, a través del cual, se
adquiere el poder y se implementa.
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Superando la visión meramente representativa, en donde los líderes políticos acceden a
los poderes del Estado para “representar” los intereses de la población, la participación
permite que la ciudadanía sea parte activa de la toma de decisiones que le afectarán.
Dando un paso adelante en la evolución del sistema democrático, se deja atrás, de esa
forma, el período electoral como única forma de expresión política de los ciudadanos de
un Estado.

La Democracia Participativa requiere, según Adrián Gil del Gallego, de dos elementos
esenciales: (1) Que la conciencia de la gente pase de verse a sí misma y de actuar
como esencialmente consumidores a verse y actuar como personas que ejercitan sus
propias capacidades y gozan con el ejercicio de éstas; y (2) Una reducción de la
desigualdad social y económica (Del Gallego, 2002: 76). Aunque es preciso acotar que
es el segundo elemento el que determina al primero, ya que como bien lo expresa Marx
y Engels: “No es la conciencia la que determina la realidad; sino al contrario, son las
condiciones objetivas la que determinan a la primera” (Marx y Engels, 1846: 12). Para el
caso de El Salvador, según lo manda el artículo 85 de la Constitución de la República,
debemos limitarnos a la Democracia Representativa.

Con la participación ciudadana en la toma de decisiones, el sistema de partidos


políticos ha alcanzado un mayor grado de legitimidad, con lo cual se han asestado la
posibilidad de ser el canal para la toma del poder político. A través de los mismos las
personas pueden lograr altos cargos de dirección del Estado, ejerciendo así la
dominación sobre las personas que integran al mismo.

Cabe recordar las palabras de Max Weber: “La dominación o sea la probabilidad de
hallar obediencia a un mandato determinado, puede fundarse en diversos motivos:
puede depender directamente de una constelación de intereses, o sea de
consideraciones utilitarias de ventajas o de inconvenientes del que obedece o puede
depender también de la mera ‘costumbre’, de la ciega habituación a un comportamiento
inverterado, o puede fundarse, por fin, en el puro afecto, en la mera inclinación personal
del súbdito. Sin embargo, la dominación que sólo se fundara en tales móviles sería
relativamente inestable. En las relaciones entre dominante y dominados, la dominación
suele apoyarse interiormente en motivos jurídicos, en motivos de ‘legitimidad’, de tal
manera que la conmoción de esa creencia en la legitimidad suele, por lo regular,
acarrear graves consecuencias” (Weber, 1977: 706-707).

Weber hace énfasis en que la probabilidad de obediencia a un mandato, o dominación,


debe estar sustentada en la legitimidad; es decir, es un aspecto de suma importancia
para que la relación entre el que domina y el que obedece tenga efectos o
consecuencias de relevancia plena, más aún, para que el poder se materialice.

Toda relación entre dominante y dominado, según lo expresa Weber, que no se


fundamente sobre la legitimidad será “inestable”, intrascendente o irreal. No tendrá
mayores consecuencias que afecten a los que participan en tal relación de poder, será
un simple vaivén que quedará en buenas intenciones, haciendo ondear “Los laureles
del mero querer [que] son hojas secas que nunca reverdecieron” (Jean, 1987:122).
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II PARTE

David Humberto Cruz Rodríguez

2. Hegemonía de los Partidos Políticos

La hegemonía, como bien lo entendiera Gramsci, parte de su etimología de “conducir”,


“ser guía” (Días, 1993: 232). En ese sentido, los partidos políticos son hegemónicos en
la sociedad actual, porque se les ha legitimado la dirección política, intelectual y moral
de toda sociedad, al menos es el ideal que se sigue.

Para Gramsci, la hegemonía de un grupo social, para el caso los Partidos Políticos, se
manifiesta por dos formas: (1) como dominio y (2) como dirección intelectual y moral.
Expresa que “Un grupo social es dominante de los grupos adversarios que tiende a
“liquidar” o a someter…, y es dirigente de los grupos afines o aliados. Un grupo social
puede y también debe ser dirigente ya antes de conquistar el poder gubernativo (y esta
es una de las condiciones principales para la misma conquista del poder); después
cuando ejerce el poder y cuando lo tenga fuertemente en un puño, se convierte en
dominante, pero debe continuar siendo también ‘dirigente’” (Gramsci, 1934-1935: 2011).

En ese sentido, los partidos políticos poseen una hegemonía legitimada, ya que las
sociedades modernas, en su mayoría, les reconoce su instrumentalización para que las
personas que participan en la política puedan obtener el poder de dirigir el Estado, o al
menos, parte de éste. Según el autor italiano, debe primar la capacidad de dirección en
todo grupo social que desee poder. Su rol de dominante queda en segundo plano por el
de dirigente.

Y es que no puede ser de otra forma, los partidos políticos deben de poseer la
capacidad de dirigir a la sociedad, ser instrumentos a través de los cuales las personas
puedan desarrollar propuestas de ideas que les sean beneficiosas. No puede dominar
nada más. Al hacerlo, desembocaría en los modelos políticos que el siglo XX conoció
muy bien: el Nacionalsocialismo Alemán y el Estalinismo Soviético, o en fases insípidas
de los mismos, pero que mucho mal le hacen a toda sociedad.

Al ser simples instrumentos de dominación y no de participación y de dirección, los


partidos políticos se corrompen, caen en el nepotismo, en la corrupción, y en última
instancia, en la barbarie. En la Alemania de 1933 “La reorganización de la sociedad fue
el resultado más importante de la revolución nazi; reorganización total que condujo a la
supresión de todo grupo social independiente. Cada vez que dos o tres personas se
reunían el Fhürer estaba presente” (Sheridan, 1967: 256).

El Partido Nacionalsocialista Alemán o NSDAP, llegó al poder por vías democráticas,


fue a través de las reglas establecidas por las que pudo gozar su poderío. Desvirtuó su
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papel de dirección, haciendo prevalecer a toda costa la dominación. Su máximo líder se
impuso, les desenterró y los volvió a enterrar.

Hitler justificaba sus decretos de “coordinación” suponiendo que reflejaría, la “unidad


nacional” en cada uno de los cuerpos gubernamentales. Pero la mayor parte de los
habitantes vieron cómo la coordinación y dirección se extendía también a la
organización social, con el fin de controlarla y desmantelar a la que no se alineaba con
las ideas del III Reich.

Cuando un partido político logra alcanzar un alto nivel de poder, olvidando su capacidad
de dirigir y acabando con todo mecanismo de control, viene el declive. Con las reglas
de la Democracia se puede destruir a la Democracia. A fin de cuentas, “es la sociedad
misma la que cesa de existir en el plano de las relaciones humanas; o más bien, su
existencia se manifiesta en lo sucesivo bajo una nueva forma, según la cual cada
individuo no se vincula a los otros, sino al Estado y a sus dirigentes que se han
convertido en la encarnación del Estado” (Sheridan, 1967: 256-257).

El caso estalinista no escapa de la barbarie. Tanto el nacionalsocialismo, como este


último, fueron canales a través del cual se obtuvo el poder. La supresión de otros medio
de participación fue una de las características primarias de ambos. La traición del ideal
comunista, llevó a Stalin a realizar actos de carnicería nunca antes vistos. La
implantación de un partido único como “vanguardia” de la clase obrera, no llevó a los
más preparados al poder, sino a los más despiadados.

Con Stalin, no sólo murió el ideal marxista-leninista de crear una sociedad más justa y
equitativa, sino también millones de personas a las cuales se les negó el derecho de
participar en una verdadera democracia, en donde por fin la clase proletaria podía ver
realizado su sueño. “El Padre de todos los Pueblos”, mermó las ideas de partido como
vanguardia de la clase obrera a un modelo de corrupción y violencia que superó al
zarismo.

Por tanto, podemos asentar que la naturaleza de los partidos políticos debe estar
sustentada en la participación de las personas y en la dirección de las mismas a la
creación de mejores condiciones objetivas que les permitan realizar una vida plena, en
donde las necesidades básicas sean suplidas de forma total.

Ser canales para obtener el poder político y con éste llegar a otorgarle a la sociedad un
sistema de salud y educación de calidad, empleos y salarios dignos, respeto a todos los
derechos civiles, políticos, sociales y culturales, son fines que deben verse realizados;
en fin, los partidos políticos para gozar de legitimidad deben de tener en su trabajo
diario el respeto a los derechos humanos y el cumplimiento de los mismos.

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III PARTE

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3. Sistema de Partidos Políticos en El Salvador

En El Salvador, el artículo 85 inciso 2° de la Constitución de la República, expresa que


“El sistema político es pluralista y se expresa por medio de los partidos políticos, que
son el único instrumento para el ejercicio de la representación del pueblo dentro del
Gobierno. Las normas, organización y funcionamiento se sujetarán a los principios de la
democracia representativa”. Agrega su inciso tercero “La existencia de un partido único
oficial es incompatible con el sistema democrático y con la forma de gobierno
establecidos en esta Constitución”.

Sobre la función de los partidos políticos en relación con la representación política, tal
disposición expresa que es a través de los partidos políticos que se ejerce la
representación del pueblo dentro del Gobierno. Lo anterior destaca la existencia del
régimen de democracia representativa en El Salvador, en donde es el pueblo quien
designa a sus gobernantes; sin que ello implique que fuera de los partidos políticos las
opiniones de los diferentes sectores de la sociedad, como parte del sistema político, no
sean válidas, pues las diferentes manifestaciones del derecho general de libertad de
que gozan los ciudadanos son formas por las cuales se coadyuva en la formación de la
voluntad estatal, propia de un sistema político pluralista.

En la actualidad los partidos políticos tienen una función mediadora o articuladora en la


representación política, función que en muchos países les está expresamente
reconocida, tal y como ocurre en El Salvador. No obstante, los partidos políticos
cumplen una función auxiliar, son sólo instrumentos de la democracia, es decir, la
democracia no tiene por sujetos a los partidos, sino a los ciudadanos. Es más, “…los
partidos no agotan los cauces de expresión del pluralismo político, como tampoco
agotan los cauces de expresión del pluralismo social los sindicatos, las asociaciones
profesionales y las demás formaciones colectivas” (Sentencia de 26-VI-20090, Amp. 34-
A-96, Considerando II 1).

En El Salvador, el sistema de partidos políticos tuvo su real parto en 1992 con la firma
de los Acuerdos de Paz y el ingreso del Frente Farabundo Martí para la Liberación
Nacional (FMLN) en la escena política. Ello significó el inicio de una nueva etapa para
nuestro país.

“La firma de los Acuerdos de Paz en 1992 permitió la instauración de una democracia
electoral en El Salvador, en la cual los Partidos Políticos se convirtieron en sus
principales protagonistas. Transcurridos 17 años de la firma de la paz, se celebraron en
el año 2009 las segundas elecciones generales, es decir, elecciones municipales,
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legislativas y presidenciales, situación que se produce cada 15 años. Sin embargo, el
Tribunal Supremo Electoral decidió separar la fecha de realización de ambas
elecciones: el 18 de enero las legislativas y municipales, y el 15 de marzo las
presidenciales” (FUNDAUNGO, 2009: 5).

Este suceso, marca un logro sustancial en la madurez democrática de nuestro país. No


solo porque por primera vez llegó un partido de izquierda al poder presidencial; sino,
porque sus resultados fueron respetados. Tal respeto, es un indicador que nos da un
pleno mensaje: en la actualidad, el sistema de partidos en El Salvador, con sus
problemáticas, es la vía más efectiva para lograr la consolidación de la democracia.

La legitimidad con la que gozan estas organizaciones puede verse en las diversas
encuestas realizadas antes, durante y después de las elecciones del año 2009. El 3
diciembre del año antes señalado, el periódico “La Prensa Gráfica” publicó los
resultados de una investigación que midió el grado de aceptación de los partidos
políticos en la población.

Ante la pregunta: “¿usted con cuál partido político simpatiza? El 41.6% respondió que
con el FMLN; el 19%, con ARENA; y el 2.1% con el resto de partidos políticos. El 37.3%
se declaró neutral en términos políticos 1”. Sumados los tres primeros resultados,
podemos observar que el 62.7% de la población encuestada simpatiza con un partido
político; lo cual muestra el grado de aceptación que tales organizaciones poseen.

Pero, aunque los partidos políticos posean legitimidad, no quiere decir que los mismos
tengan una buena imagen. “Existe un amplio consenso en que los partidos son
esenciales para el funcionamiento de la democracia; sin embargo, simultáneamente, la
opinión pública se caracteriza por la permanente insatisfacción y desconfianza en los
partidos políticos. De este modo, los partidos políticos salvadoreños son una de las tres
instituciones peor valoradas en el país, después de la Asamblea Legislativa (cuya
imagen está íntimamente asociada a la suya) y al Tribunal Supremo Electoral 2”.

Tales organizaciones, si quieren incrementar su legitimidad deben de buscar


mecanismos que mejoren su imagen y aceptación. Como por ejemplo: (a) La necesidad
de formar cuadros de partidos y del personal de la administración pública y de la
ciudadanía en general, por medio de institutos de formación política, escuelas de
capacitación pública y educación cívica en universidades; (2) mayor intervención
institucional en la vida interna de los partidos con legislación que regule inscripciones,
funciones y transparencia de las cuentas de ingresos y gastos. (3) El Tribunal Supremo
Electoral debe tomar mayores responsabilidades en la vida política interna de los
partidos. En la actualidad no existen leyes que regulen correctamente la financiación de
los partidos políticos; (4) Elaboración y facilidad en el acceso público a los datos y
estadísticas de afiliación de los partidos políticos.
1
Para consultar los datos de la referida encuesta, se puede hacer en la siguiente dirección electrónica:
http://216.75.53.124/el-salvador/lpg-datos/77069--se-fortalece-imagen-del-fmln.html
2
Para mayor información sobre el sistema de partidos en El Salvador, se recomienda visitar:
http://www.instituciones-fusades.org/talleres/taller2/propuesta.htm

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4. A manera de conclusión

Los partidos políticos gozan de legitimidad, ya que son concebidos como la vía a través
de la cual las personas pueden llegar a ostentar cargos de poder político. Tales
organizaciones son herramientas, instrumentos que se encuentran a disposición de las
personas para la creación de condiciones objetivas que le sean más favorables.

Su mera existencia, expresan un medio de participación y de dirección. Estos son dos


elementos que deben de converger para que la legitimidad pueda adquirir su máxima
expresión. La hegemonía o dirección debe prevalecer sobre la dominación y
sustentarse en el respeto y realización de los derechos humanos.

El sistema de partidos políticos de El Salvador goza de legitimidad constitucional; la


cual, ha adquirido una plena realización después de las elecciones generales del año
2009.

Pero aún tan importante suceso, únicamente cumple con el formalismo derivado del
artículo 85 de la Constitución de la República; es decir, mantener el status quo de la
Democracia Representativa. Para pasar al sistema de participación ciudadana o
Democracia Directa, en donde la población sea un ente activo en la toma de decisiones,
falta algo más.

Para crear y desarrollar un buen ejemplo de democracia participativa se debe poseer


tres piezas claves: (1) Poder decisorio; (2) Poder de conocimiento; (3) Poder
Redistributivo (Vera-Zavala, 2007: 1)

En primer lugar, el poder decisorio es clave en una Democracia Participativa. Pero


¿quién debe poseer tal elemento? Por supuesto que la población, ya que es la misma el
sujeto que decidirá la permanencia o cambio de una decisión tomada por el poder el
gubernamental. Y es que no puede ser de otra forma, porque la piedra angular de tal
sistema es la de interactuar de forma activa en la toma de decisiones y no para reunirse
a opinar o para ser otra instancia consultiva.

Por ello, la participación política-ciudadana al ser "un conjunto de actos y actitudes,


enfocados a influir de una forma más o menos indirecta, y legal sobre las decisiones del
poder, en el sistema político, con la clara intención de preservar o incidir en la
estructura del sistema de intereses regularmente dominante” debe de tener claro en
todo momento que quienes gozan de derechos políticos son exclusivamente los
ciudadanos (Esquivel, 2002: 20)

En segundo lugar, el poder de conocimiento es vital para ser un sujeto activo en la toma
de decisiones. Saber es tener poder, si hay conocimiento se tienen las herramientas
idóneas para crear y desarrollar propuestas que le sean beneficiosas a la sociedad. Ser
entes racionales y no pasionales es la clave para que una Democracia Participativa sea
exitosa.

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Por último, el poder redistributivo es un elemento esencial en toda Democracia
Participativa. En otras palabras, brindarle más capacidad de decisión a otros elementos
del Estado, como los Gobiernos Locales, es una tarea de imperiosa necesidad. Para
ello, es necesario fortalecerlos económicamente. Ninguna resolución puede ser tomada
si una organización no cuenta con los recursos económicos necesarios para ello. Por tal
motivo, robustecer a los Gobiernos Locales con la asignación de más presupuesto
proveniente del erario público es una tarea que no se puede pasar por alto.

Ahora bien, si participación significa en principio “tomar parte, convertirse uno mismo en
parte de una organización que reúne a más de una sola persona. Pero también significa
"compartir" algo con alguien o, por lo menos, hacer saber a otros alguna noticia. De
modo que la participación es un acto social" (Merino, 1995: 9), entonces quiere decir
que las personas deben organizarse a través de un mecanismo de participación.

Por ello, la propuesta inmediata para que en nuestro país pueda existir una
participación política-ciudadana, en los términos previos descritos, es adoptar el
mecanismo de plebiscito y el referéndum.

El primero, por ser una herramienta que “sirve para que los ciudadanos decidan entre
aceptar o rechazar una propuesta que concierne a la soberanía” (Francois, 1997: 24);
además de ser una “consulta al cuerpo electoral sobre un acto de naturaleza
gubernamental o constitucional, es decir político, en el genuino sentido de la palabra,
que no gira en torno a un acto legislativo, sino a una decisión política, aunque
susceptible quizá de tomar forma jurídica” (Arteaga, 1999: 90).

El Segundo, por ser “un mecanismo de participación directa mediante el cual la


ciudadanía manifiesta su aprobación o rechazo previo a una decisión del gobierno”
(García y Gross,1998: 673) y así “someter algún acto importante del gobierno a la
aprobación pública por medio de una votación” (Arteaga, 1999: 88)

En otras palabras la esencia del referéndum es ser un “procedimiento jurídico por el


que se someten al voto popular leyes o actos administrativos, cuya ratificación debe ser
hecha por el pueblo. Es un proceso de consulta para la aceptación de una ley, así como
para su modificación o abrogación, al cual tienen derecho los gobernados de acuerdo a
las leyes de cada país, es un instrumento conocido por la teoría política como
democracia directa” (Berlín, 1997: 819).

Pero para utilizar tales mecanismos como una forma de participación, debe de utilizarse
una herramienta que es primaria para la instauración de una Democracia Directa: la
iniciativa popular. Ésta es definida como “el derecho que permite a los votantes
proponer una modificación legislativa o una enmienda constitucional, al formular
peticiones que tienen que satisfacer requisitos predeterminados” (Francois, 1997: 25);

Es decir, la iniciativa popular, faculta a la ciudadanía a generar propuestas de


modificaciones al cuerpo jurídico de un país. Es este instrumento el idóneo para
también proponer cambios constitucionales. El Salvador, necesita de tal iniciativa, ya
que si bien es cierto que la Constitución de la República no regula los mecanismos de
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participación antes descritos, tampoco los prohíbe. Pero lo mejor es incorporarlos al
texto constitucional para garantizar plenamente el derecho a participar en la toma de
decisiones por parte de la población salvadoreña.

Aunado a lo anterior, es indispensable modificar lo expresado por el artículo 85 de la


Constitución de la República, para que se refleje que nuestra sociedad posee una
Democracia Directa, es decir, participativa y superar la visión limitada de ser una
Democracia Representativa o Indirecta.

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BIBLIOGRAFÍA

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derivadas”, Tercera Edición, Editorial de la Universidad de Deusto, P. 450.

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Sentencia de 26-VI-20090, Amp. 34-A-96, Considerando II 1

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Gramsci, A., (1934-1935), “Cuadernos de la Cárcel - Tomo 2”, Turín, Italia (web en
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11
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