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Tomado de Apologetica.org
1. Definición de "muerte"
La distinción entre estas tres "muertes" no nos impide, por otra lado,
reconocer el nexo profundo entre todas ellas: todo género de muerte es
consecuencia del pecado. De todos modos, tanto la muerte del alma (con
el pecado mortal, o bien "pecado que lleva a la muerte", según 1 Jn 5,16)
como la muerte eterna (el infierno) se llaman "muerte" no en sentido
literal, sino en sentido figurado.
1. Enoc y Elías. Sobre Enoc la Biblia nos dice que "fue trasladado para
que no viera la muerte" (Heb 11,5; también Gen 5,24; Sir 44,16; 49,16).
De Elías leemos que "aparecióun carro de fuego y caballos de fuego que
separó a los dos [a Elías de Eliseo]. Y Elías subió al cielo en un torbellino".
No podemos dudar, pues, que ambos fueron llevados por Dios con sus
cuerpos, preservados de la muerte. San Agustín decía sobre ellos: "Vivunt
Henoch et Elias; translati sunt; ubicumque sunt, vivunt" ("Enoc y Elías
viven; fueron llevados, de modo que donde sea que estén, viven";
Sermón 29,11). Sin embargo, esto no significa necesariamente que
ninguno de ellos deba jamás morir; en efecto, desde Tertuliano en
adelante, el sentir del pueblo cristiano ha creído que los "dos testigos" de
Ap 11,3ss serán precisamente Enoc y Elías, que vendrán al fin de los
tiempos como predicadores de conversión, y que ofrecerán sus vidas
como mártires en la lucha contra el Anticristo. De todos modos, esta
opinión no es compartida por todos los Padres de la Iglesia (así por
ejemplo San Jerónimo).
¿Qué decir de la Salvación que nos trajo Cristo? Por cierto que la obra
salvadora de Cristo produce, para el que cree, la cancelación de la muerte
ética del alma, es decir, del pecado, y en consecuencia conlleva también
la cancelación de la "muerte segunda", es decir, de la condenación
eterna. Pero Cristo no devolvió al género humano el don preternatural
(del que gozaban nuestros primeros padres antes de la caída) de la
inmortalidad física (ver Rom 5,17ss). Por el Bautismo, sin embargo, la
muerte pierde su valor de castigo, ya que en los justificados no queda
nada que merezca la condenación. El Concilio de Trento lo enseña de este
modo:
"Dios por cierto nada aborrece en los que han renacido; pues cesa
absolutamente la condenación respecto de aquellos, que sepultados en
realidad por el bautismo con Jesucristo en la muerte (Rom 6,4), no viven
según la carne (Rom 8,1), sino que despojados del hombre viejo, y
vestidos del nuevo, que está creado según Dios (Ef 4,22ss; Col 3,9s),
pasan a ser inocentes, sin mancha, puros, sin culpa, y amigos de Dios,
sus herederos y partícipes con Jesucristo de la herencia de Dios (Rom
8,17)." (Denzinger-Shönmetzer 1515)
Pablo proclama: "No hay condenación alguna para los que están en
Cristo Jesús" (Rom 8,1)
La muerte
En la muerte, Dios llama al hombre hacia sí. Por eso, el cristiano puede
experimentar hacia la muerte un deseo semejante al de san Pablo:
“Deseo partir y estar con Cristo” (Flp 1, 23); y puede transformar su
propia muerte en un acto de obediencia y de amor hacia el Padre, a
ejemplo de Cristo: