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La performance “Una remera rockera”, a la que asistí en mi viaje a 

Buenos Aires el 2018, se llevó a cabo en el Centro Cultural Recoleta el 13 de 


septiembre. En esta, cuatro escritores narran ensayos sobre por qué la gente 
usa poleras de un músico o una banda. “​ ​¿Por qué elegimos usar una remera 
rockera? ¿Para mostrar nuestros gustos como bandera? Sí, claro. ¿Para estar a 
la moda? Varios lo hacen. ¿Por amor? Seguro. ¿Por necesidad? Puede ser. 
¿Para pertenecer a algo? Obvio, la remera es un rasgo de identidad. ¿Para 
llamar la atención? Por supuesto. La elección de un trapo estampado puede 
querer decir muchísimas cosas. Una remera rockera viene a desentrañar 
algunas. Los relatos que se van a leer son una historia del rock mundial en 
primera persona (​ Pablo Díaz Marenghi, curador).​” A
​ quí unos extractos: 
“¿Tenés ídolos o los mataste?” de Lucila Grossman 
¿Te imaginás a alguno de tus ídolos con una remera rockera? 
¿El chino de tu super (que obviamente es tu ídolo) usaría una remera rockera? 
Tu kioskero (que también lo es) sí. 
Messi no usaría una remera rockera. 
¿Te imaginás al Che y a Fidel haciendo la revolución con una remera de los 
Beatles? 
¿Te imaginás al Che y a Fidel haciendo la revolución con una remera del Che y 
de Fidel? 
Lenin no escribió El Estado y la revolución usando un remera rockera. 
Marx no usaría una remera rockera. 
Perón quizás sí. 
¿Lou reed no usaba remeras rockeras? 
No te olvidés que tu Presidente se disfraza de Freddie Mercury para bailar en la 
Casa Rosada. 
Cristina usaría una remera rockera con su propia cara. 
¿Tus amigos son tus ídolos? 
¿Ellos usan remeras rockeras? 
Ni tu vieja ni tu abuela usarían una remera rockera. 
David Bowie no usaría una remera rockera. 
¿Te harías una remera rockera con las caras de tus amigos? 
¿Qué vas a hacer cuando se terminen de morir todos tus ídolos? 
 
“Nos estalla el calefón” de Denis Fernández 
Nuestros padres nacieron cuando el rock estaba en su estado más puro. Pero 
nosotros, dos o tres décadas después, consumimos el rock desmembrado, 
amoldado a los nuevos sonidos de la naturaleza, de las ciudades, de las voces 
de los pueblos. Las bandas estaban flasheando con los ritmos de la electrónica, 
el rock se abrió en mil pedazos y quedamos todos asombrados. Y en la vida las 
cosas también empezaron a sonar así: en los bares, en la calle, en los colegios, 
en las publicidades. Nos pusimos técnos. Nos compramos los iphones, las 
mochilas ergonómicas, las zapatillas con aislamiento de aire para mantener una 
mejor postura al correr. Subimos hasta arriba de todo del sonido sin siquiera 
tropezarnos. Y nos mantuvimos levantando los brazos con nuevos discos y 
nuevas drogas. El primer disco que compramos. El primer disco que nos 
presentaron. Al estado actual de la música podría sintetizarlo así: todas las 
pistas de todos los discos juntas en una carpeta en el escritorio de una laptop 
guardada en la valija de una chica con una remera de Boy George que camina 
por Floresta escuchando el último disco de Juana Molina y no presta atención 
al semáforo y cruza igual y por suerte en ese momento no pasa ningún auto 
entonces ella se salva y toda la vida sigue su rumbo con la músic al palo, en 
cada auricular y en cada parlante, sin mosquearnos. 
 
“Un horizonte mío” de Flor Codagnone 
No me suelen gustar las remeras con leyendas, con palabras, con nombres o 
bandas y jamás iría a un recital con una de ellas. Cuanto más cercano el grupo, 
peor. Es como si no soportara la presión de llevar aquello sobre mi piel y que el 
otro sepa que llevo aquello sobre mí. 
Basta un vistazo a mi cajón: todas mis remeras , lisas, de colores, algunas rayas, 
ni una sola frase, ni un solo nombre. Es raro: si hago de la palabra carne y verbo 
todo el tiempo, y, más, si tanto me nutre la cultura del rock, sus letras, su decir 
¿por qué me molesta tanto llevarla en el pecho? 
Mi remera rockera favorita no está entre las que amo y sólo existe en mi 
cabeza. Refiere a una canción de Estelares, del disco Amantes suicidas, mi 
preferido, y a una inquietud. ¿Cómo puede ser que nadie se le haya ocurrido 
hacer esa remera? Porque es, también, una especie de broma. Manuel Moretti 
canta “El horizonte es mío, o algo así, lo llevas estampado en tu camiseta” y yo 
siempre quise volver reales esos versos. 
 
“Mi remera y Yo” de Walter Lezcano 
Guardamos cosas, porquerías para todos los demás, porque intentamos 
recordar y tener presente quiénes fuimos. Como si nos estuviéramos 
adelantando al alzheimer o como si dudáramos de nuestros ojos cada vez más 
débiles o porque somos fetichistas del éxtasis perdido en el flujo imparable de 
los almanaques. 
Y abrís el ropero y ahí están: todas tus remeras negras o blancas o rojas que 
alguna vez te dieron más identidad que la bandera que flameaba en el patio del 
colegio. 
Mierda, Wacho. Casi que es para ponerse a llorar o para anotarse en una 
religión que no pida demasiado de nosotros y ponerse a rezar. 
Sin embargo (siempre hay un “pero” que nos rescata de la locura o la ira de 
Dios), es posible pensar, sin mentirnos, que somos algo más que meros 
acumuladores y que somos parte de una tribu. Sí, esa idea le da un aliento 
épico, atávico, a un hecho tan emblemático, iniciático y vulgar como el hecho 
de elegir con qué cubrirte el cuerpo. 
Por eso elegimos la ilusión del rock. Esa utopía. 
 

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