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Con las palabras en el corazón

Autor: Ojos esmeralda

El dolor es inevitable, es parte de vivir y de estar vivo, pero el sufrimiento es


opcional… Y Alexandra eligió a Dante, como la persona causante de su sufrir...

Dante sólo sabia engañar, provocar sufrimiento y hacer llorar a quien más quería,
Alexandra.

Por eso se fue, porque a pesar de que no quería perder a Alexandra, ya no quería
lastimarla, ni hacerla sufrir, no quería verla derramar otra lágrima por alguien que
en realidad no valía la pena, por alguien que no la merecía.
Y al marcharse, la felicidad de Alexandra quedó hecha añicos en un abrir y cerrar
de ojos, había perdido todo lo que le importaba, todo lo que amaba… Él se
marchó de su vida destruyendo todo a su paso, dejándola devastada, vacía, rota,
dejándola sola con el profundo amor que le profesaba y que ahora la consumía
lentamente…

Se sentía morir, deseaba morir para así poder dejar atrás todo el sufrimiento que
embargaba su alma.

Ella era demasiado aprensiva y se entregaba a sus sentimientos por completo, sin
meditarlo si quiera, era algo que no podía evitar, simplemente no podía, era parte
de su esencia, de su ser… Y eso la envenenaba aún más.

Cada vez que recordaba lo que pudo ser y no fue, no podía más que llorar
desconsoladamente por horas. Alexandra había llorado durante tantos días que
sus parpados estaban terriblemente hinchados, ya casi no comía, casi no hablaba,
sus bellos ojos esmeralda habían perdido aquel brillo y vitalidad que los distinguía,
era como si su alma se hubiese marchado con Dante.
Por las noches casi no dormía, sólo podía llorar en medio de la densa oscuridad y
el silencio ensordecedor. Y cuando por fin lograba dormir, despertaba empapada
en llanto pues en sus sueños recordaba una y otra vez el momento en el que se
había entregado a Dante por completo, sintiendo el calor y la pasión de sus besos,
el dulce veneno que emanaba de sus labios; para luego ver como todo se
desmoronaba una y otra y otra vez…
Entonces, Alexandra tomó la determinación de enterrar a Dante, de enterrar el
profundo amor que le profesaba para siempre.

Durante una semana fingió que nada pasaba. Por las mañanas después de
despertar, se aseaba, para luego tomar su desayuno, al terminar se sentaba a leer
hasta el atardecer y entonces salía a contemplar la puesta del sol en la playa.

Y es que la casa de Alexandra estaba a escasos metros de la playa “La Majahua”,


una pequeña playa, solitaria, hermosa, de arena gruesa y blanca, rodeada de
grandes y filosas rocas contra las cuales rompían las enormes y majestuosas olas
características de la playa.

Y al volver de su caminata, llegaba a casa exhausta de fingir que nada pasaba, de


fingir que jamás había conocido a Dante, de fingir que jamás había amado a
Dante…
Llegaba a los brazos de la única cosa que le daba un poco de consuelo, a los
brazos de su vieja libreta azul.

Esa pequeña y vieja libreta era la única cosa que conocía a la perfección a
Alexandra, conocía cada parte de su espíritu, de su sentir, de su pensar; y al
permitirle plasmar sus sentimientos en sus hojas, aminoraba un poco, sólo un
poco la pesada carga con la que ahora vivía.

Y finalmente después de escribir y derramar gruesos lagrimones sobre la tinta


fresca, Alexandra caía rendida a los brazos de Morfeo…

La noche del 1º. De Agosto (un par de semanas después de que Dante se
marchara) hubo una gran tormenta, que anunciaba la pronta llegada del huracán
“Genevive”.

Aquella noche Alexandra no podía conciliar el sueño, pero ya tampoco podía


llorar, era como si todas sus lágrimas se hubiesen esfumado, sólo podía escuchar
el sonido de las gotas de lluvia golpeando su ventana, ver los relámpagos iluminar
el cielo y a las palmeras moverse frenéticamente al compás del viento, mientras
pensaba y sufría por Dante… Cuando cerraba los ojos sentía con más intensidad
sus besos y la presión de sus labios contra los suyos, sentía nuevamente la
sensación de placer que le causaban sus caricias, provocando que los latidos de
su corazón se dispararan… No había forma de ganar en esto, desde el principio
supo con certeza que ella saldría perdiendo, que ella saldría herida, y ahora esa
era su realidad.

Al amanecer se apresuró a escribirle una carta a Dante, donde le hablaba de


cómo empezó a morir desde que él se fue, del sufrimiento que le había causado;
le contó sobre la necesidad que sentía de besarlo por última vez y le escribió cuán
profundamente lo amaba, para luego terminar la carta con dos palabras, “te amo”.
Dejo la carta sobre la cama recién tendida, esperando que alguien la encontrara y
se la diera al hombre que tanto amaba.
Se apresuró a vestir, se puso un vestido color blanco con un degradado azul
turquesa, cepilló su cabello y se maquilló el rostro delicadamente, tomó en sus
brazos aquella libreta azul que la había acompañado en su dolor y salió de la
casa.

Al salir, la lluvia invadió su cuerpo en cuestión de segundos, el viento alborotaba


su cabello mojado y hacia erizar su delicada piel. La lluvia era tan densa que casi
no la dejaba ver y el viento era tan intenso que casi no podía avanzar.

Como pudo llegó a la playa donde el viento hacia volar la gruesa y húmeda arena
por doquier, a lo lejos se podía ver como las enormes olas avanzaban velozmente
para luego romper furiosas contra las enormes rocas y convertir la superficie del
mar en una masa de espuma blanca.

Sentía como la arena se adhería a su cuerpo, invadía su boca impidiéndole tragar


saliva sin sentir dolor y nublaba su visión provocándole un inmenso ardor; su
mente se quedó en blanco por algunos instantes. Se giró brevemente, pues aún
tenía la tonta esperanza de que Dante llegara y la detuviera.

Alexandra contempló el panorama por algunos minutos sintiendo miedo y


fascinación por aquello.

De pronto el agua comenzó a retroceder con gran velocidad y Alexandra corrió


como si quisiera alcanzarla, y al detenerse pudo ver a la majestuosa ola que le
arrancaría la vida: Se podía oír, ver e incluso oler la fuerza de aquella ola. Sintió
sus piernas flaquear, sus pies se hundieron en la arena mojada, tomó aire, apretó
fuertemente su libreta azul contra su pecho, cerró los ojos recordando cada
palabra, cada acción, cada caricia y cada beso que Dante le había dado y que
tanta felicidad le había provocado; entonces el océano la golpeó furioso, la mató
instantáneamente…

A la mañana siguiente la guardia costera encontró el cuerpo de Alexandra


clavado en una enorme roca. Había trozos de papel ensangrentado flotando a su
alrededor, aún se podía ver un poco de sangre escurrir de su cuerpo, su vestido
blanco estaba hecho girones, su cabello dorado brillaba con el sol y en su rostro
se podían observar múltiples raspones y manchas de sangre, pero lucia
extrañamente lleno de paz… Cuando se dispusieron a retirar el cuerpo notaron
que entre el pecho de Alexandra y la roca yacía su libreta, ensangrentada,
destrozada, estaba incrustada en su tórax.
Alexandra fue hallada con las palabras en el corazón…

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