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Traducciones de una otredad

que atrapa: Pallaspa…


por Subida de Linea | Ene 5, 2017 | Cultura, Provincial, Reseña | 0 Comentarios

Sobre la nueva traducción y algunos datos de Pallaspa Chinkas Richkaqta (1953), de


José Antonio Sosa (edición y traducción de Atila Karlovich y Gabriel Torem)

Por Héctor Andreani


Universidad Nacional de Santiago del Estero
hectoralfredoandreani@yahoo.com.ar
Esta reseña (o no tanto) tratará sobre un acontecimiento feliz, respecto de ese corpus
misterioso e invisible socialmente (pero a la vez existente) llamado literatura en quichua
santiagueño. La novedad es que Atila Karlovich y Gabriel Torem han elaborado
recientemente una traducción muy especial (la segunda de su tipo) de Pallaspa
Chinkas Richkaqta cuyo título en castellano sería “Juntando lo que se va
perdiendo”. Esta obra escrita íntegramente en quichua (y nunca traducida al castellano)
de José Antonio Sosa, fue publicada en 1953. Esta reseña es especial por el tema, por el
objeto y por su espectro de preocupaciones, de modo que trataré de contar lo necesario
para que se entienda sobre este tema tan invisible para la mayoría de los lectores.
Tomaré de distintas fuentes más bien para compartir con ustedes, que para ofrecer algún
aporte en el ámbito de la narrativa quichua.

Esta reseña se compone, esencialmente, de tres partes: a) situación social de los


quichuahablantes; b) condiciones de la obra y del autor; c) condiciones de la nueva
traducción y edición a cargo de Karlovich y Torem. Como veremos, los tres están
relacionados por el tipo de historia, una historia que envuelve a todos los que tratan
(tratamos) de explorar el mundo social del quichua. Aclaro que la traducción de esta
obra está en proceso de publicación, de modo que es una reseña anticipada, un análisis,
y una invitación futura.

 Aspectos Clave
 Escenario del Pallaspa…
 Una escritura deliberada
 Escrituras de Otredad
 Para finalizar

Aspectos Clave

Pero las cosas no son tan simples, ni la película comienza con esta celebrada traducción.
Karlovich y Torem provienen de un contexto donde se encontraron varios porteños y
santiagueños para un objetivo en común: aprender la lengua quichua, investigarla, y
posteriormente enseñarla en ámbitos como la Universidad de Buenos Aires, en
compañía de docentes como Alejandro Lew, Gabriel Torem, Marcedes Palacio, Vitu
Barraza, y el acompañamiento incondicional del escritor e investigador quichuista
Mario Tebes, fallecido en 2009. Karlovich es colombiano, PhD por la Universidad de
Zurich, políglota y posiblemente el más lúcido crítico literario que conozcamos sobre la
literatura quichua santiagueña. Torem es traductor de inglés, y enseñó quichua durante
mucho tiempo en la UBA. Ambos han seguido trabajando después de la dolorosa
partida de su mentor en 2009, Mario Tebes, y desde hace tres años estaban trabajando
silenciosamente en el Pallaspa… una nueva edición comentada y con un estudio crítico.
Personalmente me alegra, porque en el ámbito de la investigación sobre el quichua hay
muy pocas manos, los ámbitos temáticos son demasiados, y la necesidad de políticas
lingüísticas eficaces siempre es acuciante.

Casi simultáneamente, Sebastián Basualdo, un estudiante de 21 años de Villa Salavina


que estudiaba en la Tecnicatura en Educación Intercultural Bilingüe (UNSE), publicó en
2014 con el acompañamiento de su profesora Lelia Albarracín (como editora y
comentarista) la primera traducción del Pallaspa. La edición fue de autor, y la intención
de Basualdo fue hacer una traducción elaborada con los parámetros discursivos de su
propia zona, Villa Salavina: al modo de una traducción “campera”, más libre, pero
también con posibilidades de que estuviera rimada donde se pudiera. A diferencia de la
edición de Basualdo, el trabajo de Pallaspa… de Karlovich y Torem busca repetir el
mismo efecto didáctico de una obra rigurosamente comentada como fue la antología del
textos quichuas Sisa Pallana (2006) que comentaré más adelante. Son notorias y
numerosas las notas al pie de los autores, buscando explicar muchísimos detalles hacia
un tipo de lector modelo en dos direcciones: I) a quien no sabe quichua, y II) a quien es
quichuista pero no posee acceso a un nivel de lectura sin los comentarios que ayuden a
la comprensión integral de la obra. Por desgracia, los autores son prácticos en afirmar
que su edición del Pallaspa… está dirigida a un público dentro de una etapa en peligro
de la lengua quichua, sobre todo las generaciones de miles de hijos o nietos de
quichuistas que viven en Buenos Aires, y que ya no tienen acceso a ese mundo
sociolingüístico de primera mano.

Karlovich ya había encarado con Tebes dos obras fundamentales: Sisa Pallana.
Antología de textos quichuas santiagueños, editado por Eudeba (2006); y el memorial
Castañumanta Yuyayniy. Ni los años ni la distancia, la primera obra narrativa de autor
único en quichua a cargo de Tebes, y la edición, traducción y estudio preliminar a cargo
de Karlovich (2009). Junto a estas obras, el marco previo estuvo acompañado de obras
que revelan una red de docentes, músicos e investigadores diversos entre Buenos Aires,
Tucumán y Santiago: Huayrast pitispa (cortando vientos), adivinanzas en quichua de
Mercedes Palacio (1999), un manual del músico quichuista Vitu Barraza (2002), la
gramática de Jorge Alderetes (2001), la reconstrucción de la gramática de Ricardo Nardi
de mediados de la década del 80 (Albarracín, Tebes y Alderetes 2002) y los manuales
de enseñanza de nivel superior de Lelia Albarracín (2009; 2011; 2016).

Valgan estas descripciones, para entender un marco de preocupaciones y aportes sobre


la lengua quichua, que van desde la difusión de narrativa, los estudios literarios, la
enseñanza de la lengua por vía sistemática, y la lingüística descriptiva. Ese es el marco
social de los autores, y la posibilidad de obtener –desde esa mirada colectiva- una obra
quichua de 1953, traducida y comentada con la mayor cantidad de pistas y explicaciones
didácticas para un muy amplio público.

Escenario del Pallaspa…

José Antonio Sosa vivió en la Atamisqui de los años 20 y 50. Fue comisario, juez de
paz, farmacéutico, y según memorias locales que no son condescendientes con él, fue un
temido practicante de la salamanca en su propia zona (para quien no sepa, significa que
tenía un pacto con el diablo y recibía “dones”). Según Karlovich (2006: 35) Sosa era
también escultor, y le habría regalado a Perón una escultura que representaba a la
Salamanca. Estamos en presencia de un agente rural polivalente, de múltiples funciones
como toda persona de contactos e influencias, que es tan quichuista como sus vecinos, y
que –aquí comienza lo inesperado- decide escribir un poemario narrativo de 170
estrofas, una especie de novela de aventuras e iniciación. Repito: estamos en 1950, en
una zona muy marginal de la gran ruralidad santiagueña. Nótese que el vínculo
inherente entre ser considerado socialmente un “salamanquero” y a la vez ser el autor de
una obra que habla de la Salamanca es, por lo menos interesante, por no decir
inquietante. Esto que digo no es, de ningún modo, algo exótico o alguna proyección
romántica de mi parte hacia los hechos “mágicos” del monte.
Explico mejor este último punto, para que no se confunda: soy docente en la
Tecnicatura en educación intercultural bilingüe con mención en quichua, en la UNSE.
Inicialmente, la carrera forma técnicos formados para capacitar, planificar y acompañar
proyectos interculturales y bilingües en educación. La variedad de estudiantes es muy
interesante: hay estudiantes de profesorados, docentes, trabajadores de salud y otras
proveniencias. Y también llegan quichuistas que viven en ciudades o en zonas rurales.
Y más de una vez, van llegando estudiantes que, con el paso de los meses y los años,
nos van mostrando su naturaleza de efectivos estudiantes salamanqueros. Cada año nos
vemos desafiados (interpelados) en cómo recibir, contener y acompañarlos en su
trayecto académico, a la par que seguimos reflexionando en cómo articular esos saberes
complejos que traen desde sus territorios, junto con la arbitraria (muchas veces violenta)
estructura universitaria. No es un chiste cuando refiero a practicantes reales de la
Salamanca. Lógicamente, este hecho cotidiano y a la vez extraordinario (sí, en el
claustro universitario) no siempre es comprendido cabalmente por los docentes o
incluso por los estudiantes.

Hechos siempre invisibles/inaudibles en plena clase. Pero con el paso del tiempo, de
charlas, clases de consulta (de apoyo, explicación, contención) y de discusiones de
pasillo… si yo estaba atacado por la tos y la gripe invernal, hay quienes fueron a sus
zonas y me obsequiaron raíces frescas de Huaycurú, para que hirviera e hiciera té.
Dones y contra-dones. Es la primera vez que refiero, así, este tipo de situaciones, pero
lo hago solamente para evitar el lugar folklórico y esencialista de estos saberes. Dicho
de otro modo: hay gente viva que practica estas cosas. Las otredades pueden estar en
cualquier parte inimaginable: el mundo de los guarachoguer, el fundamentalismo
religioso o una oficina del Banco Mundial. Y en este caso, como docente/investigador
obviamente hay cosas que conozco y muchas otras que ignoro, pero siempre debo
guardar prudencia ante lo que otras personas creen y practican, en tanto creencias que
son efectivamente verdaderas para ellos. Por ejemplo, una salamanca del siglo XXI que
sigue siendo practicada por fuera de cualquier mediatización folklórica contemporánea.
Este es el marco “subjetivo” desde donde cuento a los lectores sobre el Pallaspa
Chinkas…

Valen algunos datos generales para entender la situación de esta lengua, de la traducción
de la obra, y del lugar que ocupa. En las zonas rurales de la mesopotamia santiagueña se
sigue hablando quichua y castellano, pero atravesado por un complejo proceso
sociohistórico de asimetrías en el orden de los usos y ideologías respecto de cada
lengua. Se trata de hablantes bilingües (la denominación local del bilingüe es
quichuistas), de cuyas lenguas una es nativa y sufre de una integración muy
problemática hacia los dispositivos estatales públicos. Esto genera muchos problemas
para la transmisión de dicha lengua en contextos cotidianos.

Como proceso social atravesado por dispositivos de modernización estatal periférica y


hegemonías fluctuantes, Santiago del Estero conforma desde hace varias décadas una
parte de la población sobrante, considerada así por el gran capital (Sartelli, 2013). Un
conglomerado étnico (indígenas, afroamericanos, europeos, criollos, árabes, judíos, etc.)
devino en habitantes bilingües de parcelas empobrecidas en la mesopotamia
agroproductiva (Albarracín y Alderetes 2004). Encontramos una configuración social
que excede a las capas más pauperizadas: hubo comerciantes, abogados, arquitectos,
intendentes, diputados, médicos, rectores universitarios, y hasta gobernadores
quichuistas (es decir, bilingües). Esto fue así porque la estructura productiva se
compone de una configuración sociodemográfica de baja densidad. En consecuencia, no
sorprende esta paradoja: el sector bilingüe fue integrándose activamente a la estructura
productiva durante el siglo XX, aunque una gran mayoría haya quedado relegada a más
zonas empobrecidas dentro de la mesopotamia agroproductiva de la provincia.

Como cuenta Karlovich, “la quichua”, denominada así por sus hablantes, tiene orígenes
de escritura que se remontan a los años treinta del siglo XX, cuando comenzó un
proceso de “presión nacional” sobre dicha lengua (2006: 22). Sobre un total de 896.461
habitantes en la provincia (INDEC 2010), se estima que en la mesopotamia santiagueña
sería 160.000 bilingües (17,84%) y otra cantidad similar en Buenos Aires, resultado de
una migración entendida como éxodo desde la segunda mitad del siglo XX (Alderetes
2001). La “castilla” del sector bilingüe fue expuesta por las mayorías como signo de
“autenticidad” santiagueña frente a la norma nacional (Grosso 2008). Algunos atributos
de subalternidad intentaban emerger al interpelar a la sociedad mayoritaria, pero
siempre fueron insuficientes para revertir esa asimetría (Andreani, 2014: 392).

¿Por qué es necesario entender estas condiciones para esta obra? Una de las respuestas
posibles es que el modelo agroforestal y la relación de explotación hacia sus obreros, si
bien fue denunciada como crisis socio-ecológica irreversible por gran parte de los
intelectuales (Di Lullo, 1937; Bernabé Gomez, 1942; Canal Feijoo, 1948), en realidad
no aparecen referencias críticas a la situación del quichua, que se considera era hablada
por obreros y sus familias y también de la gran mayoría poblacional de la primera mitad
del siglo XX. Por eso es importante resaltar la actitud de José Antonio Sosa, quien
estaba preocupado en escribir “la presente obra (…) con el ánimo de colaborar con los
estudiosos dedicados a esta especialidad” (Sosa, 2014 [1953]: 5). Sirva este marco,
también, para que el lector pueda entender por qué es importante la reedición,
comentada y traducida, del Pallaspa Chinkas Richkaqta.

Karlovich argumentaba años antes:

“(…) el objetivo prioritario del poema no es tanto ese mundo que se está perdiendo y
que en definitiva no vale la pena rescatar, sino la lengua quichua que está en peligro de
desaparecer con él (…) Se trata del futuro y no del pasado. El diagnóstico de Sosa en
cuanto al momento histórico del idioma es tan correcto como (tal vez demasiado)
optimista (…) El poema escrito que el autor presenta es un complejo primer paso para
que el quichua salga de su condición ágrafa. Sin embargo no puede dirigirse a su
público natural, a los quichuistas, por su condición de iletrados. El segundo paso
imprescindible, para que sea para ellos y para que la lengua cambie de estatus, es
consecuentemente la escolarización de la enseñanza del idioma que el autor confía que
va a implementar el gobierno. En todo caso queda claro que para Sosa sin literatura y
sin escolarización no hay futuro para la lengua, una vez anulado el contexto ya
insalvable de la cultura tradicional y oral. Un diagnóstico impecable” (2006: 36, mi
resaltado)

Traigo un caso para comparar. La investigación de Diego Escolar sobre una reciente
emergencia indígena Huarpe en San Juan, refiere que dicha adscripción identitaria
estaba (supuestamente) desaparecida desde hacía dos siglos. Para entender ese
ocultamiento, Escolar postula que hubo un pacto simbólico entre Estado de bienestar y
sectores populares, a través de un tipo de reciprocidad generalizada: El Estado otorgaba
beneficios y prestaciones sociales, derechos y desarrollo; en cambio, el pueblo
“devolvía” trabajo, lealtad y canalización pacífica de los conflictos políticos al estado y
a la nación (Escolar 2007). Este proceso fue muy similar en Santiago del Estero, al
permitir la inclusión como sujeto-ciudadano dentro del Estado de bienestar, ya no como
sujeto monolingüe quichua, sino como un sujeto bilingüe. Pero esa membresía al Estado
nacional supuso –como parte del “pacto”- el ocultamiento de una de las lenguas. A ese
bilingüismo táctico (cf. Grosso 2008: 92) pretendo ubicarlo en un momento y lugar
determinados de economía política zonal, es decir, el momento en que Sosa decide
escribir su Pallaspa. Aquello que no se definía como quichuista (antes no había causas
históricas para autoadscribirse de ese modo) pasa a definirse así, ahora que es necesario
ocultarlo frente a los nuevos usos estatales del castellano. Se es quichuista en el sentido
de ocultamiento, porque ahora se es (se conecta con) trabajador, golondrina, alumno,
peronista, juarista , shalaco , etc., todas categorías que la modernización del Estado de
mediados del siglo XX precisó para contrastarse con ciertas identidades difusas,
provenientes “del monte”. La subjetividad donde se asentaba la lengua cotidiana, se
resguardó para no salir jamás ante la presencia de la nación. Sólo logró emerger
públicamente todos estos años en el escenario folclórico. Como todo mito de la nación
eterna, también se reforzó la ideología de que la quichua siempre habría estado oculta.

Una escritura deliberada

Hace algunos años, Karlovich postulaba que todo parece indicar que la lengua quichua
se pierde, de modo que sería irrisorio pensar que hubiera literatura quichua. Y sin
embargo, como dice el autor, algo hay. Si el lector decidiera alguna vez encarar alguna
exploración, ese “algo” se iría definiendo gradualmente, como una imagen borrosa que
va tomando forma y texturas diversas, a medida que se van desempolvando documentos
y materiales en dos caminos: escritos en quichua, y escritos sobre el quichua.

Basualdo y Albarracín refieren en su introducción que el sistema de escritura que usó


Sosa era notablemente coherente, dado que utilizaba la /k/ como oclusiva velar sorda y
la /kh/ como posvelar sorda, entre otros fonemas que Sosa distinguió correctamente
entre sistemas consonánticos (2014: 5). Su observación tiende a remarcar un hecho que
nunca fue percibido antes: Sosa estaba utilizando un sistema mucho más coherente que
el propuesto por el maestro Domingo Bravo en 1956. Este último alfabeto, denominado
como signografía, era una escritura quichua plagada de normas del castellano que
violentaba la pauta silábica del quichua, pero que terminó dominando el escenario
escolar y cultural durante 50 años. Valga esta observación porque significa que los
quichuistas, cuando pueden acceder a recursos, escolarización y estímulo necesario,
pueden pensar y aplicar sus propias propuestas de políticas lingüísticas, aunque otros
agentes exógenos con su accionar con más recursos y capital simbólico desde el espacio
urbano (como Bravo) hayan sedimentado estas prácticas otras de escritura, de
producción nativa.

Ese “algo” –nombrado por Karlovich- podría completarse gradualmente porque, es


verdad, no hubo tanto material en el siglo XX como para que haya quedado siquiera en
el imaginario social local. Pero pienso en este momento en una obra sobre quichua, que
se componía de fragmentos de un cierto quichua “mezclado”, o un cierto bilingüismo
emergente en sus personajes. Shunko, de Washington Ábalos (1949), durante varias
décadas se convirtió en la obra santiagueña más leída, incluso como material de lectura
escolar, y hasta como formación de la educación afectiva de decenas de miles de
maestras rurales. Muchas docentes jubiladas cuentan emocionadas cómo se leía antes el
Shunko en el aula. Pero por algún ardid del destino de este territorio, la obra –en tantas
décadas- no desarrolló una conciencia social sobre la lengua que se perdía, a la vez que
sí perduró una conciencia poética (o testimonialista) que nada hizo por actuar en pos de
dicha lengua. Sobre todo, de sus hablantes.

Quería referir la situación de esta obra, para contraponerla con el Pallaspa…, o mejor
dicho, para pensar en los dispositivos de invisibilización de este tipo de obras quichuas.
Estaba pensando en la reflexión que hacen Karlovich y Torem en su introducción:

“(…) la historia del Pallaspa es un testimonio vivo de la minorización que siguió


sufriendo el quichua y de cuánto se condena a toda una población al condenar su
lengua. Si Sosa la hubiera escrito en español, quizás la obra habría adquirido la talla
de clásico, por su calidad poética, su profundidad antropológica y su riqueza histórica.
Sin embargo, su destino fue bien distinto” (s/d).

Hay elementos para pensar las características de la obra que permaneció silenciosa, y
que, como afirman Torem y Karlovich, perfectamente podría haberse convertido en una
de las obra señeras de toda la literatura regional. Pallaspa… posee 170 estrofas escritas
en sextillas octosílabas. El lector podría pensar que se trata de un poema, pero no. Hay
una narración que va desde el comienzo hasta el final, y que se asemeja notablemente a
la novela-poema del Martín Fierro. Como ocurre en la obra de Hernández, el Pallaspa
está narrado bajo la forma de una especie de “viaje” vivido por un hombre, que recorre
varios escenarios y vive experiencias entre cotidianas y extraordinarias. Vale exponer
ejemplos de traducciones de los autores (Sosa, Basuado, Karlovich-Torem), para da
cuenta de la riqueza expresiva que puede surgir en la lengua-destino (es decir, el
castellano):

(versión original- Sosa)

Soqta punchawsta purispa

Suk mayupi lloqserani

Tiyachkas uyarerani

Llikchaq laya musicasta

Salamanca kanqa nispa

Pensarani mana kaqta

(versión Basualdo)

Luego de andar seis días

En un río salí

Estando escuché
Parecido a variedades de músicas

Mientras decía que ha de ser la [Salamanca]

Lo que no era pensé

(versión Karlovich-Torem)

Habiendo andado seis días

salí adonde había un río;

sentándome en la barranca

oí vivas melodías.

Diciendo: “Esa es Salamanca”,

pensé cosas indebidas

Escrituras de Otredad

Resulta muy interesante ver la apreciación de Domingo Bravo sobre el Pallaspa…


cuando, en su Cancionero quichua, opinaba en 1956: “Hay en toda la producción del Sr.
Sosa un fuerte sabor folklórico por sus motivos, su lenguaje y sus ideas. Tiene ella
méritos suficientes para su consagración en el cancionero popular” (1956: 25). Aquí hay
una caracterización muy particular que intento interpretar. Esta caracterización es muy
amena hacia Sosa, mirando como “folklórico” aquello que para mi percepción se
presenta como otra cosa. Dicho de otro modo, una escritura con marcas de alteridad. Es
la misma actitud amena que tuvo el intelectual urbano Bernardo Canal Feijóo hacia la
obra y el oralismo en la escritura del maestro copeño Andrónico Gil Rojas (1954; 1962).
Este maestro vivió y trabajó durante mucho tiempo en el extremo norte del Chaco
santiagueño, una zona que recién fue territorializada a comienzos del siglo XX, y su
escritura era extremadamente cargada de marcas orales en castellano y en quichua. Esto
provocaba –para la época- una lectura demasiado incómoda. Me interesa remarcar este
elemento: tal fue el aprecio de Canal Feijóo, que escribió una obra teatral, publicada
póstumamente en 1983, llamada los cuentos de Don Andrónico.

Esa misma mirada encuentro en Bravo hacia la obra de nuestro autor, José Antonio
Sosa, buscando palabras (“sabor folklórico”) para caracterizar una obra escrita desde
una posición de otredad que estos intelectuales urbanos trataron de abordar pero desde
una perspectiva que nunca logró convertirse (diríamos, antropológicamente) en la del
“lugareño”. La mirada de Canal, Bravo, Di Lullo, Rava y muchos otros, es la mirada de
quien se “acerca” a mundos socioculturales muy diferentes del de uno, y se escribe en
consecuencia con diversas modalidades de acercamiento. Por ejemplo, Canal con el
ensayo sociológico, Di Lullo con la historia de perspectiva provinciana, y Bravo con
una mirada hispánica sobre el quichua. Por eso, en plena época del folklore del
“rescate” (es decir, del 30 al 50) y en plena conformación del campo intelectual que
buscaba mirarse a sí mismo como científico (Chein 2005), es perfectamente
comprensible que Bravo se haya querido desmarcar, caracterizando al Pallaspa… de
Sosa con un “sabor folklórico”. En términos actuales, diría yo, se trata de una escritura
de otredad que no pudo ser caracterizada adecuadamente durante más de 70 años.

Quiero agregar aquí otra obra contemporánea a la de Sosa y Gil Rojas: El desierto
saladino, de Ángel Luciano López (1938). Precisamente ahí, en estas obras referidas,
hay un indicio de lo que significa la escritura de estos tres autores: se trata de escrituras
quichuas, castellanas o bilingües, cuyo locus sociolingüístico dista de ser el locus de
otras literaturas santiagueñas. Estos autores escriben desde un interior todavía no
territorializado del todo por los dispositivos estatales, mezclando con suma libertad un
discurso fluido bilingüe lleno de anécdotas de poblamiento del Chaco santiagueño (en
Gil Rojas), recopilando leyendas e historias fantásticas como si fueran experimentadas
por pobladores del Salado (en López), o narrando con estrofas rimadas y de modo casi
autobiográfico el trayecto de un muchacho con el diablo, las fiestas y el poder (en Sosa).

Para finalizar

Intenté hacer una reseña de la obra y la traducción de Karlovich y Torem, pero más bien
acumulé una serie de datos importantes para el lector que no tenga estos elementos
previos. Se trata de entender un contexto posible para este texto singular. Sabemos,
además, muy poco sobre la vida de José A. Sosa. En 2015 estábamos en la feria del
libro, y una señora pariente de Sosa se nos presentó en el stand de la Tecnicatura de EIB
quichua. Charlamos un buen rato, pero desgraciadamente perdí su contacto para poder
entrevistarla mejor. Lo que sí sabemos es que se trataba de una familia que poseía
tierras en Atamisqui, aunque esta señora dijo que vivía en Loreto.

Este tipo de pequeños “datos”, siempre son los que definen a las búsquedas silenciosas
en torno a misterios como el origen de este libro, y el misterio que encierra a un
quichuista que decidió escribir una especie de novela de aventuras en quichua, allá en
1953.

En el mundo de las traducciones, estas pequeñas joyas merecen un lugar destacado


como obras literarias de primera línea. Hablan de zonas de frontera cultural, refieren el
ingreso problemático de los dispositivos homogeneizantes del Estado, y también de
ciertos saberes “del monte” que han sido tapados por la historia dominante, o han sido
deglutidos por la avasallante marcha del folklore provinciano.

En realidad, la labor de traducción, aquí, no se asemeja a un “salvataje”. Más bien, se


trata de un trabajo paciente de visibilización de saberes y miradas, propias de una
población que estaba a medio camino entre el modo campesino y el modo de
explotación capitalista, y que desde ese momento en adelante (años 50) estaba
convirtiéndose en parte de la gran población sobrante, es decir, para estructura
productiva de este capitalismo tardío y parasitario de Argentina. El punto histórico
donde Sosa estaba escribiendo su Pallaspa, fue un proceso que terminó relegando
definitivamente a la provincia en una zona periférica y atrasada dentro del mapa
nacional.
Este es un dato no menor que me surge mirando el Pallaspa…, y es una hipótesis para
desarrollar a futuro: el proceso sociohistórico reciente que gradualmente fue
perjudicando la vitalidad de la lengua quichua, tal vez estaba aportando elementos para
mantenerla en un resguardo.

Ese resguardo con vías ríspidas que todavía debemos recorrer, y que acaso seguimos sin
comprender. Parte de ese encanto, es la invitación a leer el Juntando lo que se va
perdiendo, de José Antonio Sosa.

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