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Educación Cristiana de La Juventud
Educación Cristiana de La Juventud
Pablo Mella
En estos días de inicio del año escolar, y en los que se discuten tantos temas sobre la
educación cristiana y laica, especialmente en el tema de la sexualidad, un repaso a esta
declaración podrá ofrecer algunos principios orientadores en beneficio del debate democrático
sobre la educación y del bien común de toda la sociedad dominicana.
La Iglesia católica reconoce la importancia capital de la educación para el ser humano como
tal. Dicho con otras palabras, la educación no es mero medio, sino fin en sí misma. De acuerdo
a Gravissimum educationis, esta necesidad de educarse se acrecienta en los tiempos
contemporáneos por dos razones. En primer lugar, es más fácil acceder a los sistemas
educativos; en segundo lugar, las personas desean tener más participación en la vida pública
porque son más conscientes de su dignidad y de su deber.
Partiendo de esta constatación histórica de los tiempos modernos, la Iglesia católica reunida
en concilio quiso ofrecer algunos principios orientadores, convencida de que la mejoría de la
persona humana está íntimamente ligada a su vocación celestial. Este principio general de
carácter teológico debe seguir guiando el espíritu de los fieles e instituciones de la Iglesia
católica que se consagran a la tarea educativa: el primer compromiso con Cristo en el hermano
educando es la calidad misma de la educación que se ofrece.
La declaración del Concilio Vaticano II explica que la educación, de acuerdo a la cultura del
derecho, está orientada a “la madurez de la persona humana” y ha de realizarse
progresivamente, atendiendo a la edad de los educandos. Teológicamente, puede
interpretarse esta afirmación señalando que en la misma promoción humana ya está presente
el amor cristiano. Esta madurez queda caracterizada en el documento como el logro de “un
sentido más perfecto de la responsabilidad en el recto y continuo desarrollo de la propia vida y
en la consecución de la verdadera libertad” (n. 1).
En primer lugar, la declaración afirma que esta madurez se alcanza “en una positiva y prudente
educación sexual”. A seguidas, sostiene que se debe de educar para “participar en la vida
social” en un espíritu consonante con los principios democráticos contemporáneos, pues se
explicita que la instrucción dada en la escuela habrá de capacitar a los jóvenes a “adscribirse
activamente a los diversos grupos de la sociedad humana… dispuestos para el diálogo con los
demás” (n. 1).
Lógicamente, para la Iglesia católica la educación como derecho debe favorecer la recta
conciencia moral y el amor a Dios. Pero lo que subraya la declaración es que la educación
como tal es un derecho universal que debe de llegar a todos los rincones de la tierra.
Una vez esclarecido el sentido humano de la educación, la declaración pasa a hacer una
exhortación sobre la educación cristiana. El documento no se detiene a especificar el
contenido de dicha educación ni da instrucciones para que la educación cristiana declare una
guerra santa contra el espacio de la educación como derecho. Puede decirse que el
documento establece, en su estructura, una cierta dualidad entre ambas. Educación humana
como derecho y educación cristiana, evidentemente, no se confunden; pero tampoco se
oponen radicalmente.
El documento afirma sin ambages que los primeros educadores son los padres. “La familia es la
primera escuela de las virtudes sociales, que todas las sociedades necesitan”.
Ahora bien, los padres conciliares son conscientes de que la educación de los jóvenes no es
responsabilidad exclusiva del núcleo familiar, sino que compete a toda la sociedad. Esta
consideración es de capital importancia en un contexto donde las familias exhiben un
panorama lamentable como el dominicano, donde una de cada cinco jóvenes ha quedado
embarazada. ¿Cuál familia educará a la juventud dominicana?
De acuerdo a la declaración, compete a la sociedad velar antes que todo por el bien común
temporal. En este sentido, el Concilio entiende que la sociedad debe de tutelar a los padres en
su tarea educativa, ayudarlos en su tarea, suplirlos cuando sus fuerzas no alcancen, además de
crear escuelas e institutos públicos orientados al bien común. Ahora bien, para los padres
conciliares queda claro que esta labor es “subsidiaria”. Esta nota aclaratoria es importante en
estos momentos en que parece pedírsele todo a la escuela, lo cual no es del todo razonable.
Consonante también con el espíritu del Concilio, la declaración reflexiona sobre la importancia
de la formación religiosa en la escuela; pero igualmente considera las circunstancias variadas
en que esta se puede llevar a cabo. No siempre hay que pensar en una clase específica de
religión cristiana ni en una clase de moral cristiana cuando la escuela no es católica. En estos
casos, los padres conciliares invitan al testimonio personal de las personas católicas en
escuelas públicas y a reforzar los ministerios de enseñanza en la comunidad cristiana. En este
punto podría repetirse lo que se dijo en el acápite anterior sobre los padres y la familia como
educadores: no se le puede pedir todo a la escuela en los temas que conciernen a la enseñanza
de la fe.
De singular luz es lo que afirma sobre la formación cristiana en las escuelas públicas. “La Iglesia
aplaude cordialmente a las autoridades y sociedades civiles que, teniendo en cuenta el
pluralismo de la sociedad moderna y favoreciendo la libertad religiosa, ayudan a las familias
para que pueda darse a sus hijos en todas las escuelas una educación conforme a los principios
morales y religiosos de las familias” (n. 7). Es ese pluralismo abierto a las diferentes figuras de
la fe el que convendría buscar en estos momentos en la reforma curricular dominicana que
está en curso.
También las instituciones educativas de la Iglesia católica se ven sumadas al espíritu conciliar
en esta declaración. Todo el cuerpo eclesial está llamado a ser fermento de la comunidad
humana, no simplemente de la Iglesia misma y de sus miembros. La Iglesia, como Pueblo de
Dios, ha de promover el diálogo entre la comunidad de los creyentes y la sociedad humana en
general, de tal modo que ambas salgan beneficiadas. Por eso, el documento saluda que las
escuelas católicas acojan a alumnos no católicos en los territorios de nuevas iglesias. Hoy día,
puede decirse que ante el decrecimiento del número de los católicos en el mundo, este
principio puede servir de orientación a las escuelas católicas de iglesias particulares que
experimentan una merma en su feligresía.
Como no podía faltar por razones evangélicas, el concilio invita especialmente que las escuelas
católicas, en su diversidad curricular, estén atentas a las necesidades de los más pobres.
El documento señala además que en las instituciones católicas de educación superior donde
no haya una facultad de teología, debe haber al menos un instituto o una cátedra de teología.
Y en las universidades no católicas, se deberá de procurar una presencia pastoral. Esta
observación es de cabal importancia en el contexto dominicano, en el que los conocimientos
que son producto del uso libre de la razón en la investigación no se ven acompañados de una
reflexión teológica propia de la edad adulta. Resulta preocupante que muchos católicos
profesionales sigan teniendo una reflexión de su fe que parece sustentada en el catecismo
apologético que recibieron a los 12 años.
Consideraciones conclusivas
El concilio expresó su gratitud a todas las persona que se dedican a la enseñanza y los invita a
perseverar en su vocación. Invita a la juventud a abrazar su formación con generosidad, sobre
todo cuando no pueden contar con maestros. Y a los consagrados dedicados a la educación los
invita a reforzar su empeño pedagógico y a profundizar su estudio de las ciencias, para que
realmente puedan beneficiar al estudiantado. Esta labor educativa de calidad no solo mejora la
vida misma de la Iglesia católica, sino que también hace un aporte valioso en el ámbito
intelectual.
Sobre estas conclusiones cabría hacer algunas reflexiones para el contexto dominicano. Desde
hace años, la sociedad dominicana experimenta un auténtico “boom” educativo. Este “boom”
se da en un contexto de pluralidad de opiniones, que quedó parcialmente reflejada en el Pacto
Educativo, firmado en abril de 2014 por casi todos los sectores que intervienen en la actividad
educativa en suelo quisqueyano. En medio de este entusiasmo social por la educación, la
Iglesia católica dominicana puede hacerse eco del Concilio y, tomando para sí misma la palabra
de los obispos en un comunicado dirigido a los legisladores dominicanos el 15 de julio de 2015,
“convocar a la totalidad de los actores sociales para producir una ley que no reduzca la
educación sexual a la genitalidad”.