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Memoria de unx zurdx que quiere ver arder la Asamblea Legislativa.

Dedicado a la clase media indignada, aquella que sigue sin poder ver más allá de sus privilegios.

Cuando unx está en la calle, manifestándose, protestando, creyendo que otro mundo es posible, reventando el bombo
con cada paso, anhelando la caída del Capital y el patriarcado; ahí, en esos instantes, se siente la ira, se siente la
rabia, el odio, el dolor. Casi se puede sentir también lo duro que es para una mujer en situación de pobreza, no saber
qué dar de desayunar a sus hijos al día siguiente. Y por eso, es que unx camina, grita, lucha y se organiza. En ese
pequeño momento –que en realidad son varios momentos continuados– unx sabe que la lucha de clases es abierta,
es despiadada, es violenta, profundamente violenta y, que ni el Estado, ni el orden burgués, nos quieren ahí.
Y no es que no haya vivenciado nunca esto. No es que sea unx más que se queja por quejarse. Aunque mi
performatividad de género me “salve” de recibir ciertos tipos de violencia, no me salva de la clase social a la que
pertenezco. Soy obrerx. Soy trabajadorx. Pertenezco al proletariado. Y recuerdo con asombrosa lucidez lo que
significa esperar en casa a un padre borracho, desde las 2 de la tarde, que llevara algo de comer. A mí, y a mi mamá,
con quien estaba en ese momento. Nunca llegó esa noche y, a las 10pm, naturalmente teníamos hambre. Mucha
hambre. Recuerdo tener que pedir prestados mil colones, para los pasajes al colegio, porque no teníamos dinero.
Recuerdo qué significa trabajar todo diciembre en un mall, sin un solo día libre, para pagarme unas pastillas que
me arreglaran un poco el acné de la cara y aportar para comprar la primera computadora de la casa, la misma con
la que hoy escribo esta carta. Porque la clase social pasa por el cuerpo. Por eso, mi lucha en las calles no está vaciada
de contenido: ni histórico, ni corporal, ni social… y ahora, tampoco teórico. Que de lo que se trata es, de transformar
la realidad. Caminar horas y horas, llevar sol. Cantar consignas y pelear contra el Estado, no son vanidades.
La huelga es un campo de guerra donde unx puede palpar, sentir en carne propia la lucha de clases. Si usted nunca
la ha sentido, por las razones que sean, adelante. Vaya, luche, ¡métase en la vara! Que nada de lo que pasa en la
sociedad carece de ligamen con lo que usted es o puede ser. Ahora, las palabras ácidas:
Si usted comparte, parcialmente mi historia, seguramente nos vimos en las calles. Si no (y acá no le juzgo por ser
lo que es, solo coloco un punto que merece la pena valorar para la autocrítica), difícilmente comprenda qué se siente
estar atravesadx por la clase social. ¿Tiene la posibilidad de comprar la ropa que desee, cuando lo desee? ¿Puede
pagar una consulta privada en ginecología o dermatología? ¿Tiene acceso a Netflix? ¿Su casa cuenta con piso
cerámico? ¿Cuánto pagó por su computadora personal, si la tiene? ¿Necesitó alguna vez dinero para comprar algo
de comer en la soda del colegio –público claro está? ¿Sabe lo que se paga de agua o electricidad en su casa? ¿Alguna
vez tuvo que sacar dinero, producto de su trabajo, para eso? ¿Alquila casa; usted lo paga? ¿Cuántas veces ha salido
del país? ¿Su papá/mamá es profesional? ¿Cuánto pago la última vez que fue al supermercado a comprar el diario?
A ver, que ninguna de esas preguntas puede responderse sin apelar a la clase social. Todas y cada una esconden
detrás la posibilidad de percatarse o no, de los privilegios con los que se cuenta. Y son los privilegios los que tienen
a la clase media de Costa Rica adormecida. Todo bien con Netflix; todo bien con la salida a Lincoln Plaza; todo
bien con el café (hípster) de Starbucks (bueno, no tanto, ahí sí como que todo mal). Mae, todo bien con pegarse la
fiesta en La Cali o la Calle de la Amargura –a mí también me gusta. Me gusta la Pilsen y el perreo intenso. Pero no
ver más allá de la inmediatez, no ver más allá del fucking semestre. No ver más allá de los privilegios con los que
contamos, y no ser capaces de salir a las calles, a luchar, a hacerle frente al gobierno represor, abiertamente
entregado al capitalismo, eso, nos va a matar. A todxs. Tanto, como el patriarcado también nos está matando.
La huelga y la lucha en las calles –que continua, sobre todo después de la aprobación del Plan Fiscal– me ha
enseñado lo mierda que está el mundo. Pero también me enseñó ternura, afecto, solidaridad, sororidad. Me enseñó
amor, no un amor iluso e inocente, me enseñó un amor que toma el odio, la rabia y la ira que siento, y lo usa para
incendiar la consciencia. Me enseñó que ningún cambio se hace solx; y que siempre hay alguien ahí para sostenerle
a unx cuando la vara se pone fea. Me enseñó que no podemos ser la resistencia funcional al sistema: debemos ser
LA resistencia. La que lucha, la que pelea por un mundo mejor, la que quiere ver arder la burguesía, la que desea
con todas las ganas la caída del patriarcado. Y también la que ama, profundamente ama.
Tengo un montón de cosas más por decir. Pero como no se puede, solo les voy a incitar a quemar:

¡Vamos a quemar!
¡Vamos a quemar!
¡La conferencia episcopal!
Vamos a quemar, la conferencia…
…por machista y patriarcal.

¡Vamos a quemar!
¡Vamos a quemar!
¡La casa presidencial!
Vamos a quemar, toda la casa…
…si no cae el Plan Fiscal.

Con todo el amor revolucionario feminista y socialista…

La persona zurda que desea ver arder la Asamblea Legislativa.

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