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Quizá una de las cosas a las que estamos acostumbrados en el México

contemporáneo sea a la publicación del Plan Nacional de Desarrollo2 al inicio de cada


sexenio o administración, en el cual se establece la rectoría del Estado en materia de
desarrollo nacional y que obliga a los diferentes niveles de gobierno a presentar los
programas especiales, regionales e institucionales3, que determinarán las prioridades
nacionales y orientarán las políticas públicas de diversos sectores como salud,
comunicaciones, energía, etcétera, entre los que destaca el Programa Sectorial de
Educación 2013-2018. Esto no siempre fue así, aun cuando se presenta un plan
sexenal desde el sexenio de Lázaro Cárdenas, su existencia formal es apenas de
poco más de 30 años. Anteriormente, no existía la obligación constitucional de
formular un programa que sirviera de “norte” para la gestión del gobierno de los
distintos sectores a lo largo de toda su administración.

Ahora bien, quizá la primera referencia de un esfuerzo así en materia educativa —aun
cuando su ámbito fue parcial y sólo se refería a la alfabetización y la educación
primaria— fue el plan de los once años, ideado por uno de los únicos dos secretarios
de Educación Pública que ocupó el cargo en dos ocasiones4 y que además ostentó el
puesto de director General de la Organización de las Naciones Unidas para la
Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) de 1948 a 1952, Jaime Torres Bodet.
Este plan se planteó como una verdadera política de Estado, abarcando dos periodos
de gobierno, de 1958 a 1970.

Un segundo esfuerzo no legitimado normativamente como obligatorio fue el Programa


Educativo 1977-1982 elaborado por el fugaz secretario Porfirio Muñoz Ledo (1976-
1977); mismo que fue retomado, reformulado y priorizado por otro secretario de
Educación Pública que también fue nominado dos ocasiones distintas en el
puesto,5 Fernando Solana Morales. El principal mérito de este programa fue que, si
bien incluyó todo el espectro educativo nacional, focalizó la acción de su gestión en 12
programas prioritarios, dentro de los cuales destacó el programa Primaria para todos
los niños, conocido como el 3PTN, que permitió generar condiciones para la
universalización de la atención de ese nivel educativo.

Gracias a este último esfuerzo es que nace formalmente el Plan Nacional de


Desarrollo 1983-1988,6 y derivado de él, los programas sectoriales, como una
obligación institucional del Estado mexicano al inicio de cada administración para
determinar las acciones que el gobierno federal se propone realizar.

Desde entonces y hasta la fecha, todas las administraciones, tanto priistas, como
panistas estuvieron obligadas por ley a presentar estos programas y, de alguna u otra
forma, a ceñirse a su cumplimiento más o menos riguroso, sin que necesariamente
haya un seguimiento ni rendición de cuentas público efectivo de ello.

El contexto previo al programa 2013-2018

En el caso del sector educativo, en la anterior administración (2006-2012) se da un


hecho sui generis que altera esta programación fundamentalmente en el nivel de
educación básica: la aparición de la llamada Alianza por la Calidad de la Educación
(ACE), instrumento que remplaza al Programa Sectorial de Educación en dicho nivel.
Éste se gesta desde la representación sindical y cuenta con el beneplácito de la
máxima magistratura de la nación, generando distorsiones, duplicidades y traslapes
importantes en la gestión del sector y disminuyendo de forma importante la rectoría
del Estado y por ende la de los distintos secretarios que ocuparon la sep en esos
años, derivando todo ello en prácticas inusuales en la actual administración.

Concomitante con lo anterior se abandona la función de gobernar que compete al


Estado en otras áreas de la gestión pública, lo que da como resultado un caldo de
cultivo propicio y hasta necesario para que se geste lo que se conoce como el Pacto
por México, inusual instrumento de carácter político que mediante el consenso de las
tres fuerzas políticas mayoritarias del país, PAN, PRI y PRD, busca retomar la rectoría
del Estado en diferentes áreas de la gestión pública mediante compromisos
concretos, entre los cuales el sector educativo ocupa un lugar especial.

Después de dicho Pacto se de la reforma del artículo 3° Constitucional, la


promulgación de las leyes secundarias que de ella devienen (la Ley del Instituto
Nacional para la Evaluación de la Educación y la Ley General del Servicio Profesional
Docente), así como las modificaciones a la Ley General de Educación, que en su
conjunto forman el cuerpo jurídico normativo que determina el marco dentro del cual
se desarrollará toda la política educativa de la nueva administración —y en tanto no
surjan nuevas modificaciones— de las subsiguientes.

Así surge el Programa Sectorial de Educación 2013-2018, instrumento técnico-


programático quizá cuestionado, en tanto que se le pudiera considerar un “refrito” de
otros documentos político-cupulares (Pacto por México) o institucionales (la Reforma
“Educativa” y sus leyes secundarias), apreciación del todo equivocada, ya que el
Programa Sectorial es un instrumento de planeación de la gestión pública, que si bien
está enmarcado por lo que establece la reforma educativa, define cuáles serán las
estrategias y líneas de acción que la nueva administración emprenderá para lograr los
seis objetivos que se ha planteado:

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