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3/1/2019 Una súplica a mis hermanas - Por el presidente Russell M.

Nelson

Una súplica a mis hermanas


Octubre 2015 Conferencia general
Por el presidente Russell M. Nelson
Presidente del Cuórum de los Doce Apóstoles

Necesitamos de su fortaleza, su conversión, su convicción, su capacidad para


dirigir, su sabiduría y sus voces.

Queridos élderes Rasband, Stevenson y Renlund, nosotros, sus hermanos, les damos
la bienvenida al Cuórum de los Doce Apóstoles. Agradecemos a Dios por las
revelaciones que Él da a Su profeta, el presidente Thomas S. Monson.

Hermanos y hermanas, cuando nos reunimos en conferencia general hace seis meses,
ninguno de nosotros podía anticipar los cambios que se avecinaban y que
conmoverían a toda la Iglesia. El élder L. Tom Perry pronunció un poderoso discurso
acerca de la función irreemplazable que cumplen el matrimonio y la familia en el plan
del Señor. Pocos días después nos sorprendió la noticia del cáncer que pronto se lo
llevaría de entre nosotros.

Aunque la salud del presidente Boyd K. Packer venía deteriorándose, él continuó “en
las las” con la obra del Señor. El pasado mes de abril, él se hallaba muy débil, no
obstante, estaba resuelto a declarar su testimonio mientras tuviera aliento. Luego,
apenas a treinta y cuatro días después de la partida del élder Perry, el presidente
Packer también cruzó el velo.

En la última conferencia general echamos de menos al élder Richard G. Scott, pero


hemos meditado en el poderoso testimonio del Salvador que él había compartido en
conferencias anteriores; y, hace doce días, el élder Scott fue llamado a reunirse en el
cielo con su amada Jeanene.

Tuve el privilegio de estar con esos tres hermanos en sus últimos días; incluso
acompañé a los familiares cercanos del presidente Packer y del élder Scott poco antes
de que fallecieran. Me es difícil aceptar que estos queridos amigos, estos magní cos
siervos del Señor se hayan ido. Los extraño más de lo que puedo expresar con
palabras.

Al re exionar en este inesperado giro de los acontecimientos, una de las impresiones


que ha permanecido en mí es lo que observé de sus esposas. Tengo grabada en mi

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mente la imagen de serenidad de las hermanas Donna Smith Packer y Barbara Dayton
Perry junto al lecho de sus esposos, llenas de amor, verdad y fe pura.

La paz que irradiaba la hermana Packer junto a su esposo en sus últimas horas
sobrepasa todo entendimiento1. Aun cuando era consciente de la partida inminente
de su amado compañero de casi setenta años de matrimonio, ella conservaba la
calma de una mujer llena de fe; lucía angelical, tal como se la ve en esta foto en la
dedicación del Templo de Brigham City.

De la hermana Perry noté que emanaba la misma clase de amor y fe. Era evidente su
devoción por su esposo y por el Señor y me sentí muy conmovido.

En las horas nales de sus esposos, y hasta hoy, estas fuertes mujeres han mostrado
la fortaleza y el valor que siempre demuestran las mujeres que honran los convenios2.
Sería imposible medir la in uencia que tienen tales mujeres, no solo en la familia, sino
también en la Iglesia del Señor, como esposas, madres y abuelas; como hermanas y
tías; como maestras y líderes; y, en especial, como devotas defensoras de la fe3.

Esto ha sido cierto en cada dispensación del Evangelio desde los días de Adán y Eva.
Sin embargo, las mujeres de esta dispensación son singulares debido a que esta
dispensación es distinta de cualquier otra4. Esta diferencia conlleva tanto privilegios
como responsabilidades.

Hace treinta y seis años, en 1979, el presidente Spencer W. Kimball hizo una profecía
profunda acerca del impacto que las mujeres que cumplen sus convenios tendrían en
el futuro de la Iglesia del Señor. Él profetizó: “Gran parte del progreso que tendrá la
Iglesia en los últimos días se deberá a que muchas de las buenas mujeres del
mundo… se sentirán atraídas a la Iglesia en gran número. Eso solo sucederá al grado
que las mujeres de la Iglesia re ejen rectitud y sepan expresarse bien en sus vidas, y
en la medida que las mujeres de la Iglesia sean vistas como singulares y diferentes de
las mujeres del mundo, y lo hagan de una manera feliz”5.

Mis queridas hermanas, a ustedes que son nuestras vitales colaboradoras en esta
escena nal: Hoy es el día que predijo el presidente Kimball. ¡Ustedes son las mujeres
que él predijo! ¡Su virtud, luz, amor, conocimiento, valor, carácter, fe y rectitud
atraerán a las buenas mujeres del mundo, junto con las familias de ellas, a la Iglesia en
cantidades sin precedente!6.

Nosotros, sus hermanos, necesitamos de su fortaleza, su conversión, su convicción, su


capacidad para dirigir, su sabiduría y sus voces. ¡El reino de Dios no está completo, ni
puede estarlo, sin las mujeres que hacen convenios sagrados y los guardan; mujeres
que pueden hablar con el poder y la autoridad de Dios!7.

El presidente Packer declaró:

“Necesitamos mujeres organizadas y que puedan organizar; necesitamos mujeres con


capacidad ejecutiva que puedan plani car, dirigir y administrar; mujeres que puedan
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enseñar y que puedan dar su opinión…

“Necesitamos mujeres con el don de discernimiento que puedan ver las tendencias
mundanas y detecten aquellas tendencias que, a pesar de ser populares, sean
insustanciales o peligrosas”8.

Hoy, permítanme agregar que necesitamos mujeres que sepan cómo hacer que las
cosas importantes sucedan mediante su fe y que sean defensoras valientes de la
moralidad y la familia en un mundo enfermo por el pecado. Necesitamos mujeres que
sean devotas en pastorear a los hijos de Dios por la senda del convenio hacia la
exaltación; mujeres que sepan cómo recibir revelación personal, que entiendan el
poder y la paz de la investidura del templo; mujeres que sepan cómo invocar los
poderes del cielo para proteger y fortalecer a los hijos y a la familia; mujeres que
enseñen sin temor.

Tales mujeres me han bendecido a lo largo de la vida. Mi fallecida esposa Dantzel era
una mujer así. Siempre le agradeceré la in uencia transformadora que tuvo en mí en
todos los aspectos de mi vida, incluso en mis esfuerzos como pionero de la cirugía de
corazón abierto.

Hace cincuenta y ocho años, se me pidió operar a una niña pequeña que padecía una
grave afección congénita del corazón. Su hermano mayor había fallecido de una
condición similar. Sus padres me rogaron que los ayudara. Yo no era optimista en
cuanto al resultado, pero prometí hacer todo cuanto estaba en mi poder por salvar su
vida, a pesar de mis mejores esfuerzos, la niña falleció. Más tarde, esos mismos
padres me trajeron a otra hija de apenas 16 meses, que también había nacido con
malformación cardíaca. Otra vez, tras su solicitud, llevé a cabo la cirugía. Esa hija
también falleció. Esta tercera pérdida de esa familia literalmente me destrozó.

Llegué a casa sumido en la tristeza. Me tiré en el suelo de la sala y lloré toda la noche.
Dantzel permaneció a mi lado, escuchándome mientras yo repetía que nunca más
haría otra operación de corazón. A eso de las cinco de la mañana, Dantzel me miró y
me dijo tiernamente: “¿Ya terminaste de llorar? Entonces vístete y vuelve al
laboratorio. ¡Ve a trabajar! Tienes que aprender más. Si ahora lo abandonas, otras
personas tendrán que sufrir mucho antes de aprender lo que tú ya sabes”.

¡Ay, cuánto necesitaba la visión, la rmeza y el amor de mi esposa! Volví al trabajo y


aprendí más. Si no hubiese sido por el estímulo inspirado de Dantzel, no hubiera
hecho operaciones de corazón abierto y no hubiera estado preparado para la cirugía
que en 1972 salvó la vida del presidente Spencer W. Kimball9.

Hermanas, ¿se dan cuenta de la amplitud y el alcance de la in uencia que tienen


cuando expresan esas cosas que les llegan a la mente y al corazón, dirigidas por el
Espíritu? Un gran presidente de estaca me contó de una reunión de consejo de estaca
donde analizaban un problema difícil. Hubo un momento en que se dio cuenta de que
la presidenta de la Primaria no había hablado, así que le preguntó si tenía alguna

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impresión. “Pues, sí la tengo”, dijo, y entonces compartió una idea que cambió
totalmente el rumbo de la reunión. El presidente de estaca me dijo: “Cuando ella
habló, el Espíritu me testi có que ella le había dado voz a la revelación que habíamos
estado buscando en el consejo”.

Mis queridas hermanas, sea cual sea su llamamiento, sin importar sus circunstancias,
necesitamos sus impresiones, sus re exiones y su inspiración. Necesitamos que
hablen sin reservas y den su opinión en los consejos de barrio y de estaca.
Necesitamos que cada hermana casada se exprese como “una compañera que
contribuye en una forma total”10 al unirse con su esposo para gobernar a su familia.
Casadas o solteras, ustedes, hermanas, poseen capacidades singulares y una intuición
especial que han recibido como dones de Dios. Nosotros, los hermanos, no podemos
reproducir la in uencia sin igual que tienen ustedes.

Sabemos que el acto culminante de toda la creación fue ¡la creación de la mujer!11.
¡Necesitamos de su fortaleza!

Los ataques contra la Iglesia, su doctrina y nuestra manera de vivir van a aumentar.
Debido a ello, necesitamos mujeres que tengan un entendimiento sólido de la
doctrina de Cristo, y que lo usen para enseñar y ayudar a criar a una generación
resistente al pecado12. Necesitamos mujeres que puedan detectar el engaño en todas
sus formas; mujeres que sepan cómo acceder al poder que Dios pone a disposición
de los que guardan sus convenios, y mujeres que expresen sus creencias con
con anza y caridad. Necesitamos mujeres que tengan la valentía y la visión de nuestra
madre Eva.

Mis queridas hermanas, nada es más crucial para su vida eterna que su propia
conversión. Son las mujeres convertidas y que guardan sus convenios —mujeres
como mi querida esposa Wendy— cuyas vidas rectas se destacarán cada vez más en
un mundo que se deteriora y quienes, por ello, serán consideradas diferentes y
singulares al hacerlo de una manera feliz.

¡Así que hoy suplico a mis hermanas de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los
Últimos Días que den un paso al frente! Como nunca antes, ocupen sus puestos en el
hogar, en la comunidad y en el Reino de Dios que les corresponden y que son
necesarios. Les suplico que den cumplimiento a la profecía del presidente Kimball y
les prometo, en el nombre de Jesucristo, que al hacerlo, ¡el Espíritu Santo magni cará
su in uencia de un modo sin precedentes!

Doy testimonio de la realidad del Señor Jesucristo y de Su poder redentor, expiatorio y


santi cador; y como uno de Sus apóstoles, les doy las gracias, mis estimadas
hermanas, y las bendigo para que se eleven a su pleno potencial, para que cumplan la
medida de su creación, conforme caminamos codo a codo en esta obra sagrada.
Juntos ayudaremos a preparar el mundo para la segunda venida del Señor. De eso
testi co, como su hermano, en el nombre de Jesucristo. Amén.

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