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Era unos días antes de navidad y, medio sin querer, nos fuimos con Juampi a ver qué pasaba.

Saxo
y guitarra al hombro, el destino era Cabo San José. Allá estaba David, gran músico y anfitrión,
esperándonos con algo para brindar y vivir un primer atardecer charlando sobre música frente al
Mar de Cortes. Amanecimos, luego de largas disertaciones, y fuimos derecho al mar. Para llegar
tuvimos que sortear una barricada de hoteles, todos de una arquitectura y un lujo realmente
colosal. Cuando llegamos vimos como la fauna local quería esconconderse sin suerte entre las olas
cristalinas.

Una tarde surgió la oportunidad de ir a tocar unos “standards” a una granja orgánica en medio de
la montaña donde funcionaba un restaurant. Nos recibió un cálido público y luego nos agasajaron
con la “pesca del día” y un chile Habanero que disfrutamos con coraje. No sé si por el llanto o por
la música, todo terminó con una invitación para un festival de jazz que celebraba ahí mismo esos
dias. Increíblemente pudimos compartir un escenario de ensueño entre las plantaciones del lugar
con dos grandes músicas como Ingrid y Christine Jensen.

Días más tarde conocí a “Los Mustangs”, quienes me invitaron un “hueso” para tocar el día de año
nuevo en Cabo San Lucas. Frente a una pileta que se fundía con el mar, y con alguna que otra
ballena en el horizonte, tocamos hasta que una cuenta regresiva que dio paso a una cantidad de
fuegos artificiales como nunca había visto. Después del festejo correspondiente, el 2016 me
recibía tocando con mis amigos en locales de la zona.

La pasamos de maravilla tocando, intercambiando ideas, algo de deporte y gozando de la cocina


autóctona con sus quesadillas, tacos, burritos y enchiladas. Todos platos enormes que
acompañábamos con “aguas” de horchata, de Jamaica o de sandía. También había lugares que
cocinaban tu pesca. Gran noticia para Juampi que le encanta pescar. Osea, bajaba al mar con su
caña, se cansaba de sacar “toritos” que luego le cocinaban para comerlos fresquitos antes de
volver a casa a practicar un rato más la viola.

La cultura musical del lugar era muy gratificante. Recuerdo un grupo de ballet que tenía sus
ensayos por las noches en la plaza central. Se escuchaban grupos de norteño, banda sinaloense,
rock, pop, algún tanguero, jazz y los infaltables mariachis decoraban los sonidos de los bares para
turistas y locales. Si andaba un cumpleañero por ahí no tardaba en escucharse “las mañanitas” que
es una suerte de “feliz cumpleaños” bastante sofisticado. un grupo de ballet que tenía sus ensayos
por las noches en la plaza central. La noche también nos dio la oportunidad de ir alguna casa y
disfrutar de jam sessions tocando con y para las nuevas amistades que no tardaban en invitar unos
mezcales.

De ese modo fueron pasando los días, y el último tomé coraje para que me lleven a dar una vuelta
en ala delta. Fue increíble planear sobre el mar y ver. Ver rondas de carpas que parecen volar
dentro del agua, una infinidad de cardúmenes y el fondo lleno de colores. Ver cómo una cantidad
enorme de palmeras se desparrama bajando hacia la costa desde los humedales y pantanos que
quedan entre los médanos cuando la creciente se retira. Ver una ciudad que se extiende hasta el
horizonte sobre las montañas que acompañan al mar hasta el Pacifico.

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