Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
La gente cuenta que durante el apogeo del régimen nazi, llegó a ver en el cielo
nocturno extraños objetos voladores que no se parecían en nada a los aviones
conocidos, sin afán de causar alarma, eran esos a los que llaman ovnis. Pronto los
rumores llamaron la atención de los soviéticos y comenzaron a darles
seguimiento, para ello tomaron los detalles de los relatos que aparecían en todos
los testimonios y les dieron forma en un relato hablado. Si no se sabe lo que se
está buscando, puede tenerse delante de las narices y no verlo. Ahora se tenía
cierta certeza de que, lo que sea que llegó a sobrevolar los cielos de Berlín
durante la Segunda Guerra Mundial, tenía forma de campana. Alemania hoy en
día se ha convertido en un territorio en disputa por las dos superpotencias,
Estados Unidos consiguió quedarse con la mitad y la otra mitad está bajo el
control de la Unión Soviética, gracias a esto último, nos fue posible peinar toda
Alemania occidental en busca de la campana. Fuera de los conflictos ideológicos
que se fueron gestando durante lo que han llamado Guerra Fría, se creó algo
grande y por lo cual estoy aquí, viajando en un convoy militar conociendo Europa;
La descabellada idea de enviar hombres al espacio.
Noto que el camión para su marcha e Iván, el escolta que me han asignado para
vigilarme y que a la vez funge como mi intérprete, me saca de la parte de atrás del
vehículo. La luz matinal me cala en los ojos y delante de mí tengo una ciudad en
ruinas, los vestigios que quedan hablan de que alguna vez los edificios eran
hermosos. Mucha de su gente nos recibe viéndonos a través de sus ventanas,
algunas estrelladas, y una madre preocupada aparta a un pequeño que moqueaba
delante del vidrio. Parece que no ha sido muy buena idea que Iván y compañía,
vengan uniformados. Pronto nos dedicamos a inspeccionar el pueblo y no
tardamos en dar a la humilde morada del señor Shultz, quien nos recibe con poca
amabilidad. Su hogar eran un batidero, había ollar destartaladas en el lavamanos,
sobre la mesa tenía un montón de botellas a medio beber y un montón de trastos
oxidados ocupaban todo el lugar de su sala.
─ Se por qué están aquí ─ Nos dice desde su mecedora situada al final de la
cocina. Era un viejo con la apariencia de bebedor al que le faltaba una pierna.
─ Buenos días, señor Shultz. Verá, uno de sus colegas de la taberna del pueblo
vecino nos ha guiado hasta aquí con la esperanza de que pueda responder a
alguna de nuestras preguntas. ─ Se explicó Iván ─ Una disculpa si mi alemán no
es muy bueno.
─ No, discúlpenme ustedes a mí, caballeros, por no poder ofrecerles una taza de
té. No es descortesía, simplemente, como ven, no doy para mucho. Mi mujer me
ha abandonado porque se cansó de escuchar mis historias. ─ Se excusa él
mientras se llevaba una botella a la boca. ─ Personalmente no me agradan mucho
los soviéticos pero me desagradan más los americanos. Así que voy a cooperar
con ustedes porque los americanos me parecen indeseables. Pienso que todo eso
del Plan Marshall fue puro espectáculo para comprar al mundo… Debemos, o
deben, detenerlos.
Iván entró hasta la cocina, quitó una bacinica que ocupaba lugar en la silla delante
del señor Shultz y se sentó a tomar nota. Los demás militares aguardaron afuera.
Bastaba escucharlo hablar dos o tres frases para que te dieras una idea de porque
la gente lo tachaba de loco; no paraba de largar sobre teorías de conspiraciones.
─ De nada sirve que nos quedemos aquí, como dije. No tengo nada que ofrecerles
aquí. Si suben al segundo piso, podrán traerme mi silla de ruedas. Entonces los
guiaré hasta allá.
Con un guiño, Iván me indica que haga caso a las palabras del viejo. Hay un gato
muerto a media escalera que me da a entender que el segundo piso no estará en
mejores condiciones. Me sorprende encontrarlo totalmente despejado de muebles,
solo la silla de ruedas frente a una ventana. Como si se tratara de una película de
terror, las paredes están tapizadas con dibujos hechos por el mismo, dando a
entender que tampoco tiene madera de artista. Las paredes intentan narrar una
historia sobre la campana, en un dibujo pone a hombres dentro de la nave
sobrevolando una ciudad. En otra se ven un montón de muñequitos hechos de
palo con los ojos rasgados saltando sobre la luna.
Cuando bajo con la silla, el viejo se ha puesto un gorro hecho de alambre y nos
dice que está listo para salir. El mal higiene le ha podrido casi todos los dientes
delanteros.
Iván empuja la silla y el viejo va señalando hacia donde virar. Salimos un poco del
pueblo y bajamos por una rústica escalinata hecha de piedra cuando pronto nos
internamos en un camino saturado de espinas y maleza. El señor Shultz me pide
que aparte unas ramas del camino y llegamos a una puerta con la leyenda
«hangar».
─ La puerta está sellada, pero seguramente usted y sus hombres puede abrirla. ─
Nos dice. ─ La campana está ahí dentro. Cuando el führer estaba al poder, este
taller era manejado por japoneses, yo mismo trabajé para ellos. He visto la
campana, yo soldé parte de las paredes de la misma y puedo decirles que no es
muy diferente al dibujo que traen con ustedes. Hay otra cosa que deben saber: La
campana puede llevar un hombre dentro.
Yo empecé a bocetar en mi mente como es que una cosa así podía funcionar.
¿Realmente sería capaz de volar tan alto como para a travesar la atmósfera?
¿Con que clase de combustible funcionaba? ¿Levitaba usando imanes? Antes
llegué a trabajar para los Estados Unidos, ellos también querían enviar al hombre
al espacio, pero su tecnología no daba para que sus naves no superaran la
estratósfera sin estallar. El chirrido de la sierra cortando la cadena del hangar me
trajo de vuelta a la realidad. Pronto la cadena se da por vencida y nos da acceso
al lugar. Es maravilloso como tras unos años de abandono, la naturaleza parecer
querer reconquistar el sitio ocupado por el suelo del hangar, aquel que alguna vez
le perteneció; las enredaderas cuelgan de las paredes y alcanzo a ver como
algunos animalitos se estremecen y corren a buscar refugio cuando escucharon el
ruido de las puertas.
Los europeos, antes de Colón, se sentían el centro del universo, solo conocían
hasta donde el horizonte los dejaba ver, no concebían la posibilidad de que en
tierras remotas existieran civilizaciones más avanzadas a las de ellos. ¡Y la tierra
era cuadrada! Y si un barco osaba navegar hasta el borde de la tierra, podría caer
sin remedio al vacío. Después llego Colón y navegó días y noche enteros con la
promesa de llegar a la India, desembarcó finalmente en el nuevo continente.
Ahora se dice que los españoles no fueron los primeros en llegar, si no otras
tribus, que cuando lo hicieron, a diferencia de los españoles, no hicieron tanto
alboroto y su hazaña no fue atractiva para los libros de historia. Eso es
exactamente lo que pasó ahora.
Fue necesario pedir refuerzos para mover la campana y trasladarla hasta aquí,
pasamos unos días más en Alemania hasta que llegaron. Afortunadamente,
montamos un campamento, preferible eso a tener que pasar la noche en casa del
señor Shultz. Mientras estábamos asentados ahí, llegó un niño al campamento y
tuve la sensación de haberlo visto antes, por supuesto, era el niño de la ventana
que nos miraba muy atento cuando llegamos. Fue a entregarle una bolsa de cuero
a Iván que contenía una serie de fotografías, alegó que nos había visto antes,
bajando al hangar, y que supuso que aquello debía de pertenecernos a nosotros.
Cuanta que antes de que trozáramos las cadenas que protegían el recinto, le fue
posible escabullirse por una ventana para poder buscar algo para venderle a los
soldados que solían pasar por los caminos que atravesaban su pueblo. Su madre,
al enterarse de su fechoría, lo reprendió y le pidió que lo regresara de donde lo
sacó. Iván me contaba horas atrás lo que yo les acabo de compartir sobre Colón, y
al enterarse de que alguien profanó el hangar antes que nosotros, me dijo que no
podía evitar sentirse como Colón.
Iván no tarda mucho en encontrarme, para decirme que el Mayor Nikolai aterrizó
muy cerca de aquí y se dirige al campamento para comunicarnos buenas noticias
sobre la campana. Nada de lo que me diga, seguro me sorprenderá, porque
camino aquí me tomé el tiempo de estudiarla, posiblemente si haya volado muy
alto, pero no puedo determinar si haya o no llegado hasta el espacio. Tiene un
extraño sistema de propulsión que no logro entenderlo, y al tratar de encontrarle
lógica, más dudas saturan mi cabeza. ¿Saben que es lo más interesante? Que
hay indicios de que la cubierta exterior se ha sobrecalentado y hay hendiduras
provocadas por una alta presión en la cabeza de la nave, por lo que debió ser
volada varias veces, tampoco tiene mandos internos, por lo que posiblemente sea
controlada remotamente.
La audiencia enmudeció.
Me dijo Iván en voz baja que existían reportes de que el hangar hasta hace cinco
años todavía estaba en operaciones. No podemos evitar sentirnos como Cristóbal
Colón, porque la idea de que mientras nosotros creemos que somos los primeros
en enviar a un perro al espacio, los japoneses enviaron ya sabe a cuantos tipos.
Antes de que pudiera seguir preocupándome, el ring ring de un teléfono me
distrajo.
─ Han llamado los expertos y han corroborado que la campana pudiera ser capaz
de atravesar la atmósfera sin hacerle daño a su pasajero ─ Anunció Browstone.
─ ¿Qué está diciendo? ¿Acaso está loco? ¡Mandar un hombre al espacio sería un
asesinato! ─ Gritaron varias voces por toda la sala.
─ ¡Silencio en la sala! ─ Gritó un hombre de pie en el tumulto, con el pecho lleno
de medallas y un bigote peinado con brillantina. Se trataba del Mayor Nikolai, el
encargado del proyecto espacial. ─ Ya ha hablado conmigo el profesor Browstone,
yo mismo le he dado el visto bueno a su propuesta.
La gente se quedó atónita, la sala empezó a vaciarse hasta que quedaron poco
más de veinte personas, entre ellos yo e Iván. El Mayor Nikolai se posó en el
podio y se aclaró la garganta. Noté que Iván por algún momento titubeó sobre la
idea de permanecer o no en la sala. Aunque quisiera irme, no tendría a donde ir,
perdería mi asilo y posiblemente fuese castigado. Algunos de los uniformados con
los que surcamos Alemania en nuestra búsqueda, permanecieron en la sala. Esto
me dejó una vaga sensación de seguridad, pero seguridad al fin y al cabo.
─ Tal vez mis palabras suenan disparatadas y la idea de investigar y hacer uso de
la tecnología del enemigo les desagrade ─ Interrumpió el profesor Browstone ─
pero solo tengan en cuenta que si esto llegara a oídos del gobierno mundial, se
suscitaría un conflicto nuclear. Sabemos de lo que Estados Unidos es capaz y
también conocemos perfectamente el amplio arsenal bélico que tenemos
guardado. Una guerra más, acabaría con la vida en el mundo.