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Libertad bajo palabra

UNA ENTREVISTA CON JOSÉ CARLOS YRIGOYEN POR

FRANCISCO IZQUIERDO QUEA*

Ameno, directo, sin medias tintas, así es José Carlos Yrigoyen


(Lima, 1976). El autor del reconocido poemario Lesley Gore en el
infierno conversó con nosotros y nos dio sus impresiones en torno
a la tradición literaria peruana de los últimos años, sobre su
trabajo con la poesía y algo más.

¿Qué te llevó a publicar Lesley Gore en el infierno? ¿Impera


demasiado para alguien que escribe publicar?

En el caso de mi primer poemario tuve muchas ganas, por una


vanidad propia de ser leído, sabiendo que el libro no era del todo
bueno. Ahora, pues, yo me demoro mucho en publicar; unos tres o
cuatro años para tener algo terminado. Apelo a cierto rigor para
estas cosas. Pienso que un libro puede tener errores por
incapacidad, por flojera o por incomprensión. Yo trato de evitar
cualquiera de estos.

¿Compartes tus textos con alguna persona de tu entorno


antes de publicarlos?

Por cábala escojo a dos o tres personas. Este último poemario se


lo di a Alfredo Villar, Francisco Melgar y a Arturo Higa, cuyas
opiniones me bastaron para hacer los cambios pertinentes. Como
te decía, creo que antes de publicar procuro imponer un rigor que
me obligue a estar horas y horas encerrado en mi casa, durante
semanas, corrigiendo, puliendo, hasta no poder más. Para mí, el
mejor placer de escribir poesía está en esta disciplina, que si bien
puede parecer objetiva me gusta mucho.

¿Por qué Lesley Gore?

Porque me gusta la canción, y ella me parece una chica linda,


además de que me seducía mucho el hecho de darle mi voz a otra
persona. Para esto último tuve muchos personajes, la mayoría
inventados, pero elegí a Lesley Gore, una chica hermosa que a los
18 años llega a cúspide de la fama y sufre mucho; ahora, todo
este aspecto he tratado de ponerlo de relieve en el libro, claro que
intercalándolo con mis experiencias.

La polifonía…

Claro, yo quería que en este poemario hablaran muchas voces, y


estoy satisfecho, pues creo que lo he conseguido en la mayoría de
poemas. En los anteriores libros solo hay un yo poético fijo. En
este caso, la voz y el entorno de Lesley Gore, una chica gringa de
los años sesenta, se ven mezclados con la voz y experiencias de
un sujeto contemporáneo, o de otro siglo.

¿Tú propósito fue implantar como referente a aquellos años o


todo partió de la figura propia de Lesley Gore?

A mí me encanta esa época, toda su música, su literatura, su cine;


pienso que en el lapso 60-70 la humanidad vivió un momento de
inspiración que no ha vuelto a repetirse. Mi intención en sí fue
hacer un paralelo de esos años con los principios de los noventa.
Así, los poemas referidos a ella son festivos, con un clima

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caluroso, de pecado y salvación; pero cuando me remonto a lo
contemporáneo hablo de mis padres, de la culpa, del tedio de vivir
acá. Y hago esa comparación para dejar en claro lo aburrida que
me pareció esa época, al menos acá, en el Perú.

¿Por qué imponer en este poemario un lenguaje con notoria


influencia narrativa?

Mi poesía más que asumir un aliento lírico es netamente


conceptual: una narración de imágenes. Y está el caso del poema
«Lesión neural irreversible», donde quise detallar una experiencia
con las drogas. Esta experiencia, como otras, la quise hacer a
modo de complicidad, como describirla en un diario, y ello guarda
relación con el nombre de la primera parte del poemario: Diario,
notas y canciones.

¿Qué lecturas previas has tenido para escribir el poemario?

John Berryman, quien ha influenciado mucho en esa cuestión de


la polifonía, de insertar diálogos en medio de un poema, en toda la
alteridad de voces juntas. Su capacidad para crear una serie de
imágenes sugerentes me parece increíble. Están también Olson,
los poetas de fines de los setenta, John Ashbery; de los peruanos,
he recogido versos de Ojeda, de Jorge Pimentel. He tratado de
parodiar lo clásico. Por ejemplo, el poema «Lesión neural
irreversible» tiene un parecido con el poema «El envío» de El
huso de la palabra de Watanabe.

¿Cómo asumes la buena acogida de Lesley Gore en el


infierno por la prensa?

Tranquilo, pues considero como poco relevantes todos los méritos

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que he recibido.

¿Tanto así?

Es que la función del crítico literario en el Perú ha sido tomada por


muchos periodistas que no tienen la preparación para opinar sobre
un libro. Personalmente me interesa que la crítica venga de gente
especializada, que haya estudiado literatura. No creo que un
periodista que ha estudiado ciencias de la comunicación pueda
formular un juicio de valor estimable frente a un poemario o una
novela.

A pesar de que mucha gente se deja orientar por las críticas o


reseñas en los medios para buscar libros de autores
jóvenes…

Eso es normal. Acá en el Perú nadie va a una librería a buscar un


libro de literatura, menos de poesía, por mero interés de lector,
sino más bien orientándose por lo que dice la prensa. Y es aquí
donde la lectura de la gente peligra, pues se deja llevar por la
escasa preparación literaria en los medios de prensa al momento
de afrontar la crítica a un libro de literatura.

¿Pero crees que esto sucede solo con los autores jóvenes?

No, pues la prensa también comete el error de celebrar


excesivamente a los llamados «poetas de edad», o sea, a los
poetas de los sesenta y setentas. Un caso es Watanabe y su
Habitó entre nosotros, un libro que no renueva nada en absoluto y
que es presentado como grandioso; o el caso de Marco Martos,
con su decadente Jaque perpetuo. La crítica de los medios no
advierte eso. No puede. Desde hace más de veinte años que

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Marco Martos no entrega nada bueno, y viendo a Watanabe
cualquiera puede pensar que la poesía peruana va para arriba,
cuando no es así.

¿Frente a lo que dices, toda crítica es buena?

Cuando es constructiva, sí. A mí me sorprende que aún haya


gente que piense que en los últimos 15 años la poesía peruana
tiene buenos exponentes, cuando solo hay buenos libros. Una
tradición poética no se consigue solo con buenos libros, sino con
proyectos, con una idea de base consolidada, que pueda leerse
de cabo a rabo. Acá existen buenos poemarios y poetas, pero no
proyectos de verdad.

Que consoliden una obra…

Claro, algo más allá que escribir libros a granel. Al poeta actual le
falta consolidación; en los noventa, ¿quién más allá de Miguel
Idelfonso o Alberto Valdivia tienen una obra continua, organizada?
Nadie. Idelfonso posee tres libros interesantes, algo excesivos,
pero con un valor inestimable para estos últimos años. Valdivia
puede ser ampuloso y desbordante pero en sus dos poemarios se
observa un proyecto muy coherente, con un lenguaje
sobresaliente para el pobre nivel de nuestra poesía actual.

Y así llegamos a la poesía de los noventa…

Que es la menos interesante; que ha preferido seguir la línea de


los poetas anteriores, la anglosajona, de Cisneros y sus
discípulos, y la de la experimentación, como Sánchez-Piérola. Por
ejemplo él en Ego puto muestra un experimentalismo pueril, un
gusto enorme por tontear. Realmente, el gran problema de la

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poesía de los noventa es su falta de conciencia ante la coyuntura.
Hubo muchos grupos que tuvieron cierta claridad, como Neón o
Noble Caterva, que dentro de todo lo deleznable fueron durante un
tiempo lo mejor de esta generación, que tiene poco valor y que
parece haber caído en un hoyo negro.

Muchos pueden pensar que lo que dices es por demás


gratuito

Es que la gente cree que digo esto por fregar, pero yo los invito a
revisar una antología de esa época y se darán cuenta de que si
ahora tenemos poetas malos, por aquellos tiempos batimos todos
los récords.

Dentro de los contextos, ¿qué le corresponde a los noventa?

En los sesenta, Lima tenía 2 millones de habitantes; ahora


tenemos 9. Por razón de perspectiva, sin culpar a los poetas,
nuestra coyuntura actual es pobre. Esto se arrastra de los
noventa, un período chicha, en el que la dictadura adormiló a los
poetas. Y ahora ellos son los hijos del terrorismo urbano, que por
entonces no tenían conocimiento de lo que sucedía a kilómetros,
salvo por uno que otro coche-bomba. Son poetas que no han
tenido una perspectiva real de lo que pasó; por eso, ante una
experiencia nula y una mala asimilación de lo propio solo les
quedó escribir sobre la base de lo anterior o simplemente
experimentar. Y los resultados han sido pobres. Aquí se marca la
involución a la poesía: no hay una adecuada óptica de la realidad.

¿Con todo esto dónde queda el poeta joven?

No lo sé. Con decirte que aquí no hay un Premio Nacional de

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Literatura desde 1977. Somos el único país en América Latina que
no lo tiene; es decir, no hay un incentivo mínimo del Estado ni de
las instituciones para el poeta.

¿Es el Perú una tierra de poetas?

El Perú mantiene un buen nivel, incluso ahora, a pesar de que


hemos perdido mucha calidad. Al escuchar hace poco a unos
poetas argentinos pude comprobar esto: lo mejorcito de ellos se
mantiene a la par con nuestra actual irregularidad. Ahora nuestra
tradición se ha visto disminuida a esto, a bajar al nivel de la poesía
argentina o colombiana.

Sobre esto último, Enrique Sánchez Hernani, refiriéndose al


caso de Colombia, mencionaba que siempre mantuvo un nivel
bueno, óptimo de poesía, pero que nunca tuvo uno alto, como
en nuestro caso…

Estoy completamente de acuerdo con Sánchez Hernani. Acá


hemos tenido muchos altos y bajos, muchos Cubillas y Waldir, esa
es la realidad. Colombia no posee hitos determinantes, como
nosotros con Vallejo o Eguren. Igual sucede con la poesía
venezolana, boliviana o ecuatoriana: no tienen picos ni momentos
claves. Ecuador por ejemplo tiene el caso de Adoum, que es un
gran poeta, pero que no ha marcado un cambio en su contexto,
como sucede aquí con Vallejo, quien se barre las dos
generaciones siguientes, y luego con Hinostroza, Cisneros y
Hernández hasta llegar a los ochenta. De ahí todo parece ser
igual, con la onda coloquial, la poesía pop. Ante la ausente
renovación de cánones en nuestra literatura se ha creado una
ruptura que escenifica la falta de calidad de nuestra poesía actual.
Nosotros, los poetas del noventa, somos la continuación del

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fracaso que se inició en los ochenta. Esta se mantiene en la
actualidad, con los poetas jóvenes.

¿Vale la pena publicar en el Perú?

No. Aquí, para publicar, tiene que prevalecer en ti la vanidad. Si


piensas que vas a recuperar lo invertido estás mal. En sí, todo es
cuestión de darle tu libro a los amigos, a los críticos, y esperar las
pocas reseñitas que puedan salir en los diarios. Y el hecho de que
no exista una crítica de verdad en este país conlleva a que casi
todos los libros publicados, como el mío, lleguen a no más de cien
personas.

¿Publicar poesía en el Perú es un acto suicida?

Lo es. Aquí no creo que existan muchos imbéciles que tiren su


plata para publicar un libro que casi nadie comprará, a menos que
esperen sentados a que Peisa o Campodónico los visite: algo
imposible, que solo le toca a un Cisneros o a un Martos. El que se
publica, como yo, únicamente puede aspirar a recuperar una parte
de su inversión.

¿Y la ley del libro?

No sirve, los libros continúan y continuarán caros. Acá vas a una


feria y todo es carísimo; el colmo es cuando llegas al stand de
Peisa y te topas con la última novela de Cueto. Considero que lo
mejor en una feria son los stands de libro viejo, definitivamente.

Frente a esto, ¿qué opinas de la piratería?

Yo sí la justifico. Gianmarco o Suárez Vértiz se quejan de la


piratería, cuando deberían estar agradecidos pues por medio de

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ella llegan a mucha gente que recibe un sueldo mínimo y no
puede adquirir un CD original. Aquí alguien que quiere leer a
Vargas Llosa no se va a gastar los setenta soles que te pide Peisa,
que para eso es una tremenda conchudez; no, tiene que recurrir
modestamente a comprar su edición pirata. Yo no le puedo exigir a
alguien que gane trescientos soles que compre mi libro de 15. Si
lo consigue a tres soles, pues bien.

¿Te sentirías halagado si piratean tu libro?

Totalmente, me encantaría, aunque aquí nadie piratea poesía,


salvo a Vallejo. Creo que todos los poetas deberían sentirse
halagados si se encuentran pirateados en la calle; es más,
deberían piratearnos de una buena vez en lugar de hacerlo con
Bryce. Ahora, hay que resaltar las ediciones de los periódicos, que
son bonitas, sencillas, y muy cómodas.

¿Qué opinas de los suplementos culturales?

Bueno, El dominical en sí es el suplemento de Alonso Cueto, de


Thays, de Ampuero, los mismos de siempre, que libro tras libro
demuestran que no han ganado nada. En sus páginas se ve que
no hay nadie que imponga una renovación. De por sí es previsible:
yo te puedo decir palabra por palabra qué sale ahí este domingo,
los libros que van a comentar, el tipo de crítica aduladora a Bryce,
el amiguismo en su máxima expresión. Por otro lado, Identidades
me parece una publicación mucho más seria, más académica.
Incluso criticaron un artículo mío, pero de manera tangencial. A mí
me hubiera gustado que me contradigan frontalmente, pero,
bueno, hasta ahora sigo esperando.

¿Revisas literatura en internet?

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No, aún no puedo habituarme a ese tipo de lectura. Yo sigo
pegado al papel. Tengo un apego especial por el libro como objeto
físico, tanto así que la sola idea de quemar uno me irrita; no tiene
ningún sentido hacer eso con un libro, salvo los de Verástegui.
(Jajaja).

¿Nunca quemarías un libro?

En realidad, en toda mi vida he quemado un solo libro, en la


parrillada de un amigo, hace muchos años. Fue uno de Winston
Orrillo. Recuerdo que entre varias personas buscamos un poema
malo, y revisábamos página por página para ver cuál se quemaba,
pero como todos eran malos no había pierde, así que prendimos
el poemario completo.

¿Tan mal poeta es Orrillo como para quemar un poemario


suyo?

Por supuesto, y te digo con sinceridad que Orrillo debe estar entre
los cinco peores poetas peruanos, desde la época de la República
hasta ahora. Por ahí también andan José Beltrán Peña y Eduardo
Rada.

¿Qué opinión tienes en torno a la poesía femenina peruana?

Salvo María Emilia Cornejo, quien ha dejado poemas


extraordinarios, no existe. Bueno, existió hasta finales de los
ochenta con Patricia Alva. Hubo intentos como Ana Varela Tafur,
quien comenzó bien. Ahora hay buenas perspectivas como Lucía
Guerrero o la última entrega de Elisa Fuenzalida, que si bien es
interesante respeta mucho el canon y no propone otros
planteamientos.

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¿Y los casos de Carmen Ollé, Rocío Silva Santisteban,
Giovanna Pollarollo y Rosella di Paolo?

Rescato el primer poemario de Carmen Ollé, Noches de


adrenalina, un libro orgánico, sorprendente para la época, con
muchas imágenes y harto nervio. De Rocío Silva solo Este oficio
no me gusta, que es bueno; el resto de su obra me parece una
seguidilla de clichés eroticones. Pollarollo me cae muy bien, pero
no me gusta para nada lo que hace. Y Di Paolo pues, no ofrece
nada novedoso.

¿Qué piensas de los narradores peruanos contemporáneos?

Ahora hay más competitividad. Hay buenos narradores como


Santiago Roncagliolo y Santiago del Prado. Creo que ambos le
han puesto una cuota de esperanza a la narrativa de los noventa,
copada por Bellatín, Benavides, quien plagió el argumento de
Conversación en La Catedral para hacer una novela; y Thays, el
escritor más sobrevalorado, quien posee un lenguaje excelente
pero cuyos argumentos parecen sacados de una obra teatral de
tercer grado. Sinceramente me gusta más su programa de
televisión que su narrativa.

Y de los consagrados…

Arguedas me gusta mucho. Bryce solo hasta La vida exagerada


de Martín Romaña. De Scorza me quedo con Redoble por Rancas
y Garabombo, el invisible, novelas con las que no me conecto del
todo, pero que sin embargo me parecen notables. Y bueno,
Vargas Llosa, que eclipsó a toda la narrativa peruana hasta
principios de los ochenta.

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Y en el caso de cuentos…

Yo soy más de novelas que de cuentos. Del Perú me agrada


Ribeyro, el primer libro de Reynoso, Los inocentes, que es
excelente, una belleza.

¿Te atrae algo más aparte de la literatura?

Me gusta mucho el cine. Recurro a películas de serie B, y


modestamente me considero un especialista en cine
estadounidense e italiano. Ahora estoy investigando el cine turco,
básicamente la versión de La guerra de las galaxias titulada
Dunyayi Kurtaran Adam, y que obviamente es considerada desde
su estreno, a inicios de los ochenta, como uno de los hitos del cine
basura de todos los tiempos, peor que Godzila o King Kong.

Háblanos de tu proyecto actual

Ando escribiendo un poemario, en el cual unas partes girarán en


torno a la selección indonesa de fútbol. He cogido a cinco de sus
principales cracks, y en los poemas estoy intercalando sus voces
con las mías. Este libro también se verá relacionado con Bonnie
Consolo, quien es una mujer sin brazos y que hace todo con los
pies. Reconozco que este proyecto es sumamente complicado, sin
forma del todo definida, cuyos referentes me seducen mucho para
plantearlos como poesía. Está una selección siempre perdedora,
que nunca le ha ganado a nadie, y que representa la frustración; el
caso de Bonnie Consolo simboliza la esperanza. Trataré de
armonizar esto.

Finalmente ¿qué pueden esperar tus lectores de ti?

Creo que nada. Lo que sí quiero dejar en claro es que todo libro

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que yo tengo es un proyecto conceptual, es un trabajo que va más
allá de la poesía. La poesía es experimentar, es buscar nuevas
perspectivas, y eso es lo que realmente el lector debe esperar, no
solo de mí, sino de cualquier poeta.

(*) Francisco Izquierdo Quea (Lima, 1980). Bachiller en Literatura Peruana y


Latinoamericana por la Universidad Nacional de San Marcos. Coeditor de la Revista
Virtual de Literatura El Hablador (www.elhablador.com)

desco / Revista Quehacer Nro. 149 / Jul. – Ago. 2004

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