Blanca Rubio
Siria Belén Torres Ruiz
Existe una visión general que explica la exclusión del campesinado a raíz de su baja
productividad. En la era globalizadora, de libre competencia, quedan frente a una dinámica
desgarradora de mercados mundiales que despedazan a las unidades productivas y sus
marginales cosechas. De acuerdo con la autora, el problema no se queda allí, pues sus
causales no son superfluas, sino estructurales: el despojo del valor producido por los
campesinos. Es la danza de los explotados a los despojados.
Los precios de los bienes alimentarios pagaban los costos de producción y el valor de
la fuerza de trabajo de la producción, pero no el excedente producido por los campesinos.
Así como el trabajo excedentario es absorbido en favor del capitalismo, la cosecha
excedentaria pasaba a engrosar también al gran capital.
Rubio explica que estamos frente a una dinámica que más allá de la explotación,
deviene en el despojo del valor de la fuerza de trabajo. Los alimentos ahora ya no constituyen
la forma de aumentar la ganancia, puesto que han cobrado un rol más estratégico de poder
político y hegemonía. La lucha por la supremacía obligó a la depreciación de los alimentos
para que fueran competitivos en el mercado y así dominar este ámbito económico. Ya no se
trataba pues de bajar salarios, se trataba de un enfrentamiento voraz cuyo objetivo era
penetrar/dominar mercados nacionales, y cuyo efecto colateral fue la
destrucción/desestructuración/doblegamiento de los “productores rivales”.
Como cereza del pastel, las teorías rurales refuerzan (antes que critican) el sistema.
No parten de la condición histórica del campesino, sino que urgen a retomar su condición de
marginales y su inviabilidad como productores. No se cuestionan las contradicciones
inmanentes del sistema, el dominio de la industria sobre la agricultura ni las causas
estructurales que soportan dicha dominación.
Rubio destaca que estas visiones carecen de límites definidos, puesto que las propias
organizaciones los sobreponen en una especie de eclecticismo que desconfigura las
proposiciones originales; las dos visiones aquí referidas no son complementarias, sino
contradictorias, como señala la autora, de modo tal que suponerse plurifuncionales implica
dejar de cultivar y dedicarse a actividades no agrícolas, además de que es una opción paliativa
que no resuelve el problema de fondo, igualmente es un planteamiento retomado desde las
formas de sobrevivencia propias del campesinado, de su naturaleza y diversificación, pero
que constituiría, a la larga, en el abandono progresivo de la agricultura. Desde el punto de
vista de la autora, se trata de asumirlos como productores de bienes básicos, denunciando a
su paso la explotación y el despojo al que son sometidos por la agroindustria y las potencias
económicas con sus políticas de establecimiento de precios y subsidios, además de evidenciar
ante los ojos ciegos la pérdida de la soberanía alimentaria y laboral. El propósito se convierte
pues en demostrar las relaciones de dominio, no de ocultarlas o proponer soluciones
intermedias.
Y es que el reto es mayúsculo, pues es “una lucha de corte mundial” de los excluidos
contra el poder agroalimentario. En este orden, Rubio indica la necesidad de la existencia de
una teoría transformadora con visiones causales, que expliquen los orígenes de la explotación
y la exclusión, que nos permita identificar quiénes son los beneficiarios con dicho régimen
de acumulación y reconocer así a los enemigos a atacar y vencer.