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Separación individuo-violencia

I’ve been at the mercy of men “just following orders”. Never again.
Magneto
Para el brujo, el más allá se encuentra aquí mismo.
Tiqqun

Para las buenas mentes de Occidente, donde la fábula de la democracia y la propiedad privada
han triunfado, todo lo que atente contra el orden del mundo, por más terrible que pueda
resultarnos, debe ser evitado a toda costa. Se dice y redice “esta no es la manera correcta”, pues
la autoridad reinante ha sabido implementar reglas para que la masa demuestre su
inconformidad siempre por la vía de la razón, la moral y la ley, caminos que no hacen más que
legitimar su poder. Por ejemplo, no es gratuito que después de haber orquestado la matanza de
Tlatelolco, Gustavo Díaz Ordaz haya sido el presidente que cambió la minoría de edad para
votar y adquirir la ciudadanía de los 21 a los 18. Bajen las armas y acudan a las urnas, esa es
la forma adecuada de alcanzar la libertad. La radicalidad fue condenada, y su etimología
olvidada: relativo de raíz, radical es quien exige o genera cambios totales. Hubo que renunciar
al derecho de la fuerza, la venganza y la violencia, dado que quisimos habitar sueños ajenos,
un simulacro de vida. ¿Es el desorden tan funesto?

Hoy piedras y gas lacrimógeno vuelan, el vaivén de las armas cruza el cielo, la multitud
conforma una marea caótica. París arde y no es novedad para la historia. Quedan claras las
intenciones de los denominados “chalecos amarillos” frente a un contexto en el que no han
dejado espacio para la izquierda o la derecha, sea lo que estas posturas ahora signifiquen ser
una oposición radical al neoliberalismo. Frente a esto la prensa busca escandalizar y reprobar
los actos como irracionales y peligrosos, argumentando que son orquestados por sujetos con
intereses ocultos que se mantienen fuera de la escena. Se trata de criminalizar la protesta social.
Mientras la violencia no resida en manos del Estado, estos, los rebeldes, se configuran y
aparecen como criminales, vándalos. No obstante, puesto que los medios digitales permiten la
generación de espacios donde la información circula entre ordenadores a través del mundo sin
la necesidad de un tercero, la figura de los manifestantes cuyos métodos radicales han dado la
vuelta al mundo pudo ser resignificada y pasaron de criminales a referentes de la resistencia.

El indignado portavoz del gobierno francés, Benjamin Griveaux, señaló a modo de


condena en una reciente entrevista para el periódico Le Parisien: “es obvio que elementos
radicales politizados intentan transformar este movimiento en un instrumento para derrocar el
poder". Para mala suerte de las autoridades, la opinión pública he reivindicado su manera de
entender estas palabras al desautorizar el Estado y descriminalizar a los protestantes: los buenos
de ayer son los malos de hoy. Quien lanza la piedra es héroe, el policía que la recibe un
empleado del enemigo. Decía Max Stirner, a propósito del poder del Estado, que éste se
legitima mediante la fuerza, extrayéndola del uso libre bajo el argumento de que “en manos del
Estado la fuerza se llama derecho, en manos del individuo recibirá el nombre de crimen.
Crimen significa el empleo de la fuerza por el individuo” 1. Asimismo, “sólo por el crimen
puede el individuo destruir el poder del Estado, cuando considera que está por encima del
Estado y no el Estado por encima de él”. Éste ha de penalizar, por ende, toda violencia que
llegue a aparecer fuera de sus manos, pues el acto de desobediencia desestabiliza su autoridad.
Fue este “hacer uso de” lo que llevó al poder, entre otras muchas cosas, a criminalizar el
ejercicio de la fuerza.

Pareciera ser que este criminal insurrecto, aquellos chalecos amarillos que habitan el
mundo y pertenecen a la historia, representan el miedo más atroz del Leviatán. Ponen en duda
su propia existencia y legitimidad, le obligan a actuar en función del pueblo y no del mercado,
considerando los modos de producción actuales. Al salir a las calles y convertirlas en un campo
de batalla, retoman aquella fuerza que tiempo atrás les fue arrebatada con la promesa de un
porvenir que nunca ha llegado a hacerse presente: la violencia.

Criminal es el que reconstituye para sí el uso de cierto tipo de violencia y es el campo


de la protesta un espacio para revelarse, para desplazar la fuerza de su lado. Llaman la atención
la serie de discursos que desde hace siglos han buscado condenarla como algo que atenta contra
los buenos principios y la sociedad misma. Es lo salvaje, lo irracional, inhumano. El poder
habló y nosotros le creímos. ¿Es la violencia tan terrible? ¿Hemos olvidado la posible
existencia de otros tipos? ¿Será, quizá, que la hemos comprendido desde nosotros mismos
ignorando el estar a travesados por saberes que nos han persuadido a desaprobarla? Según
Lipovetsky, las prácticas de la violencia han sido resignificadas a través de la historia, habrá
que darnos momento para pensar esto. Las funciones se transforman, van y vienen; son estos
saberes y discursos producto de determinadas condiciones establecidas mediante las relaciones
de poder.

Si se nos ha articulado la violencia como mala e indeseable, el desear conocerla en sus


múltiples formas y desenmascararla para apreciarla en su diferencia, es ya una manera de variar
dichas relaciones desde la resistencia. Si la productividad está sostenida por los sujetos

1
disciplinados, resistir a lo dicho, su cómo y dónde, al modo de ser tan interiorizado, es una
forma de lucha al romper con el continuum de las cosas. La sociedad disciplinaria se ha
autoimpuesto la separación individuo-violencia, la extrajo de sí en un acto taxidérmico;
normalizó un concepto y le dio un rostro monstruoso. Despojados de la fuerza, de la posibilidad
de restituir el orden de las cosas por nosotros mismos, nos enajenamos para pasar a ser agentes
serviles. Es necesario el que pensemos las violencias y el poder en su diversidad.

Considerando lo anteriormente expuesto, propongo darme a la tarea de pensar estos dos


agentes sociales. Problematizar puede ser parte de la estrategia para restituirles a la esfera
humana, al libre uso, lejos de su monstruosa divinización. Si el todopoderoso pasó de ser Dios
al Estado, desdivinizar la violencia y el poder, ese brazo con el que articula su fuerza,
conllevaría a hacerlos nuestros, sea por un instante o el tiempo que fuese. Respecto a lo
segundo, la revolución copernicana emprendida por Pierre Clastres en La sociedad contra el
Estado sobre la manera en la que analizamos el poder, permite no pensarlo sólo desde la lógica
occidental sino a partir de su particularidad de acuerdo a las prácticas y cosmovisión de cierto
grupo. Esto es algo que explicaré más adelante. Sin embargo, la violencia fue algo que se le
escapó de las manos y fue Gilles Lipovetsky en Violencias salvajes, violencias modernas quien
trabajó para darle un lugar en el entramado social. Sin más por el momento, comencemos.

Clastres identifica como problemática la etnocéntrica simbiosis occidental del poder y


la violencia, pues pareciera que una no puede pensarse sin la otra. Se pregunta por un poder no
coercitivo-violento y es en las sociedades denominadas salvajes donde encuentra otras
posibilidades. Es dentro de ellas que identifica depositarios comunes del poder carentes de éste,
un poder político no jerárquico, violento y coercitivo, sin una relación orden-obediencia.
Concluye que donde hay sociedad, existe necesariamente lo político aun si “adquiere múltiples
sentidos, incluso si este sentido no es inmediatamente descifrable”. La separación que hace
entre política y violencia, deviene en su “no hay sociedad sin poder”. Con lo segundo estaremos
de acuerdo, sobre lo primero habría que problematizar qué es la violencia y cuáles son los
sentidos hacia los que puede llegar a desplegarse. Tememos que su despolitización puede llevar
a desactivar la posibilidad de uso en las sociedades. Así como existen aquellas sin Estado pero
sí con poder, ¿puede la violencia habitarlas pero no de la manera en la que generalmente
concebimos su significado?

La violencia coercitiva es, en efecto, herramienta del Estado. ¿Existen otros tipos que
se nos escapan a primera vista? El poder ejercido fuera de la comunidad siempre se inclinará
por oprimirla, hecho que se fundamenta en una separación incluso visible a través de la historia:
“amos-esclavos, señores-súbditos, dirigentes-ciudadanos". Los opresores imponen una
alienación mediante el uso de la fuerza y se autolegitiman como los únicos con el derecho de
usarla, pues el poder ha salido del grupo para pasar a ser ejercido por una figura externa. Estado,
violencia coercitiva y división actúan en una red de interdependencia. Frente a esto y como
defensa, la sociedad primitiva desarrolló una serie de dispositivos que conforman un
mecanismo de resistencia que rechaza su separación del poder. ¿Pero, la ausencia de una
máquina estatal quiere decir carente de violencia? Lo será en la del tipo coercitivo, pero habría
que traer a la mesa su posible cambio de sentido y la manera en la que esta se articula desde su
diferencia.

En efecto, “las sociedades primitivas son sociedades sin Estado porque el Estado es
imposible allí”, sin embargo, ¿carecen necesariamente de violencia?

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