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Glosario

Juan Avilés y Rosa Pardo


Septiembre de 2014

1. Conceptos económicos y sociales

Burbuja especulativa.

Se denomina burbuja especulativa (o burbuja de mercado) a un incremento


desproporcionado de los precios de un activo, ya se trate de acciones de una empresa o
de bienes inmobiliario, que se basa en las expectativas de los inversores respecto a su
precio futuro (de ahí que se denomine especulativa) y no en su rentabilidad actual. Por
ejemplo, se forma una burbuja cuando se compran viviendas a un precio más elevado de
lo que sería de esperar en función de la renta que se puede obtener al alquilarlas, en la
suposición de que la inversión será rentable porque el precio de las viviendas está
subiendo y seguirá haciéndolo. Esto supone que el mecanismo de la burbuja se alimenta
a sí mismo: los inversores adquieren el activo porque su precio está subiendo y se
espera que seguirá haciéndolo y su precio sube porque los inversores siguen comprando.
Llega sin embargo un momento que el precio es tan alto como para que la demanda se
retraiga y entonces se produce el mecanismo contrario: los inversores venden porque
pierden confianza en los activos y ello conduce a una reducción de sus precios, que a su
vez genera mayor desconfianza e incluso pánico.
El término alude a las burbujas de gas, que tienden a elevarse hasta que se deshacen. Se
utilizó por primera vez en Inglaterra a comienzos del siglo XVIII para referirse al
entusiasmo especulativo que generó la Compañía de los Mares del Sur y a su posterior
hundimiento: fenómeno al que se llamó burbuja de los Mares del Sur. El origen de las
burbujas especulativas ha generado mucho interés entre los economistas, que han
sugerido diversas explicaciones. Se ha argumentado que en parte resultan de la
insuficiente información que los inversores tienen acerca de la solidez de los activos que
adquieran, pero diversos estudios sugieren que pueden producirse incluso en
condiciones en que la información disponible es muy elevada.
Su aparición se ve favorecida por las políticas monetarias expansivas, que incrementan
la masa monetaria en circulación con la consiguiente reducción de las tasas de interés,
mientras que las políticas monetarias restrictivas pueden conducir a que estallen las
burbujas previamente surgidas. Dicho de otra manera, cuando los bancos centrales
favorecen el incremento de la circulación monetaria para estimular la economía, como
ocurrió en Estados Unidos y otros países a comienzos del siglo XXI, los inversores,
favorecidos por las tasas de interés bajas que les permiten disponer de amplios recursos,
aumentan su demanda de activos y ello puede conducir al surgimiento de burbujas
especulativas. Las burbujas inmobiliarias que se desarrollaron en Estados Unidos,
España Irlanda y otros países a comienzos del siglo XXI contribuyeron al
desencadenamiento de la gran crisis mundial de 2008.
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Correlación estadística.

Se llama correlación a cualquier tipo de relación estadística entre dos conjuntos de


datos, denominados variables, por ejemplo la formación académica y los ingresos
anuales de una muestra de ciudadanos, o su nivel de práctica religiosa y su intención de
voto.
El método estadístico más habitual para calcular el grado de correlación existente entre
dos variables es el coeficiente de correlación de Pearson, en el que r = 1 indica la
máxima correlación directa entre dos variables, es decir que cuanto mayor es el valor de
x mayor es el valor de y, mientras que r = -1 indica la máxima correlación inversa, es
decir que cuanto mayor es el valor de x menor es el de y. Cuando las dos variables son
independientes una de otra, el coeficiente es 0.
La correlación estadística no implica por sí misma una relación de causalidad. Por
ejemplo, de la constatación de que los votantes de determinado partido tienen un nivel
de práctica religiosa superior a la media no podemos deducir sin más que el sentido de
su voto se debe a sus creencias religiosas. Pero, aunque no permitan deducir por si
mismas una relación de causa a efecto, sí indican la posibilidad de que existan
relaciones de causalidad, cuya identificación puede requerir el análisis de otras
variables. Por ejemplo, se puede establecer que en el mundo actual existe una
correlación estadística entre el grado de desarrollo económico y el grado de libertad
política de los países, pero la explicación de este vínculo es compleja. Puede que el
desarrollo económico favorezca el establecimiento de un sistema político libre, puede
que un sistema político libre favorezca el desarrollo, puede que ambas variables sean
dependientes de otras y puede que las tres afirmaciones sean ciertas. En todo caso habrá
que investigar cómo influyen unas variables en otras, pero el hecho de que exista una
correlación estadística sugiere al menos una posible línea de análisis.

Déficit público y deuda pública.

Se denomina déficit público (o déficit presupuestario o déficit fiscal) a la diferencia


entre los gastos y los ingresos de la administración de un Estado. Cuando por el
contrario los ingresos son superiores a los gastos se produce un superávit. Dentro del
déficit público se incluyen el del Estado central o federal, el de los Estados federados o
comunidades autónomas y el de los municipios. Se calcula en términos anuales y a
menudo se expresa en porcentaje del Producto Interior Bruto. Si un Estado tiene, por
ejemplo, un déficit público de diez mil millones de euros y el PIB de ese país es de un
billón de euros, se dirá que el déficit público es del 1%, un porcentaje que resulta muy
razonable.
El déficit se financia mediante el recurso al crédito, mediante emisiones de títulos de
deuda. Si el déficit se prolonga se va acumulando la deuda pública, que también suele
expresarse en porcentaje del PIB del país. Puesto que la deuda pública es la deuda de un
Estado soberano, se le denomina también deuda soberana. Puede ser deuda a corto,
medio o largo plazo, según el período en que el Estado se compromete a devolver el
crédito recibido. Parte de la deuda pública es adquirida por inversores nacionales y parte
por entidades extranjeras. La deuda exterior es la deuda contraída por un país respecto a
instituciones internacionales, otros Estados e inversores extranjeros privados, e incluye
tanto deuda pública (del Estado) como deuda privada (de empresas y familias).
Los Estados pagan un interés por su deuda y si la deuda es elevada el pago de intereses
se convierte a su vez en un componente importante del gasto público y por tanto del
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déficit, lo que en casos extremos puede conducir a un círculo vicioso: el Estado tiene
que seguir endeudándose para pagar los intereses de la deuda contraída. En tales casos
puede llegar a un acuerdo con sus acreedores para efectuar una quita, es decir una
reducción del montante de la deuda. En último término se puede producir una quiebra o
impago de la deuda soberana (sovereign default) es decir que el Estado anuncie que no
pagará a sus acreedores, pero un Estado que lo hiciera se encontraría en adelante en
dificultades para encontrar crédito. En los siglos XVI y XVII la monarquía española se
declaró varias veces en quiebra.
La tasa de interés es más baja cuanto mayor es la confianza en que el Estado que emite
los títulos de deuda está en disposición de pagar los intereses ofrecidos y se eleva en la
medida que aumenta el riesgo percibido por los inversores. Se denomina por ello prima
de riesgo al incremento de la tasa de interés de las emisiones de deuda pública debido a
la desconfianza de los mercados. En Europa la deuda alemana es la que inspira más
confianza y por ello la prima de riesgo se mide por la diferencia entre la tasa de interés
que se paga por la deuda un país y la que se paga por los títulos alemanes. Así, por
ejemplo, si el bono español a diez años se paga a un interés del 4 % y el alemán al 2 %
se dice que la prima de riesgo es de 200 puntos básicos (un punto porcentual equivale a
cien puntos básicos). La prima de riesgo se mide en el mercado secundario, es decir en
el mercado de reventa de títulos de deuda, y puede presentar oscilaciones muy
marcadas. La prima española, que era prácticamente nula a comienzos de 2007, llegó a
superar los 600 puntos básicos en el verano de 2012.
Cuanto más aumenta el déficit público más aumenta la deuda pública y más disminuye
la confianza de los inversores, lo que genera un círculo viciosos porque esa
desconfianza hace que aumente la prima de riesgo. Para evitar ese círculo vicioso los
Estados han de ajustar su presupuesto, recurriendo a la elevación de los impuestos y a la
reducción de los gastos.
El déficit público está condicionado por las fluctuaciones del ciclo económico. En
momentos de recesión se reducen los ingresos públicos, porque los impuestos rinden
menos, y se elevan los gastos por prestaciones de desempleo. Por otra parte, como
destacan los economistas de la escuela keynesiana, la reducción brusca del déficit en
plena recesión, mediante el crecimiento de los impuestos y/o la reducción de los gastos
sociales, puede resultar contraproducente, al provocar una mayor reducción de la
demanda. Ello implica que las políticas de ajuste, necesarias para reducir el déficit, han
de ser graduales.

Desarrollo humano.

El concepto de desarrollo humano representa un esfuerzo para evaluar no sólo el


incremento de las magnitudes económicas reflejadas en el ingreso nacional por
habitante, sino el avance en la satisfacción de las necesidades humanas básicas. Su
concreción estadística se halla en el Índice de Desarrollo Humano (IDH) que el
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) elabora y publica desde
1990 en su informe anual sobre el desarrollo humano.
El concepto de desarrollo humano se basa en las investigaciones del economista indio
Amartya Sen, pero la iniciativa de concretarlo en un índice estadístico le correspondió al
pakistaní Mahbub ul Haq, quien diseñó el IDH con el propósito de que el análisis del
desarrollo trasladara su enfoque del crecimiento económico a la mejora del bienestar.
El IDH es un índice estadístico que, de acuerdo con el nuevo método adoptado en 2010,
combina datos relativos a la esperanza de vida, el nivel educativo (medido a través de
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los años medios de estudio de la población actual y los que tendrán los escolares de hoy
de mantenerse los parámetros actuales) y el ingreso nacional bruto por habitante
(medido según la paridad de poder adquisitivo). Su utilidad principal es la de evaluar los
progresos que se producen en los países de menor desarrollo, ya que trata de medir la
satisfacción de las necesidades básicas de salud, educación e ingresos. En 2013 el IDH
más alto era el de Noruega, 0,95, y el más bajo el de Níger, 0,30.
Dado el impacto negativo de la desigualdad sobre el bienestar social, el PNUD calcula
también el IDH ajustado por la desigualdad, que en 2013 era de 0.89 en Noruega y de
0,17 en la República Democrática del Congo.
El IDH no toma en consideración aspectos importantes de la vida, como los ecológicos
o los morales, pero constituye un instrumento muy útil para expresar en términos
cuantitativos el nivel de bienestar humano alcanzado por un país.

Economía de mercado.

Se denomina economía de mercado a un sistema económico basado en la división del


trabajo y en la propiedad privada de los recursos productivos, en el que los productos se
intercambian a través del mercado, es decir mediante un sistema de asignación de
precios basado en la oferta y la demanda. Esto significa que los precios fluctúan
libremente: suben si aumenta la demanda o disminuye la oferta, bajan si disminuye la
demanda o aumenta la oferta. Ello induce a los productores a variar su oferta en función
de las fluctuaciones del mercado El término capitalismo es prácticamente sinónimo de
economía de mercado, pero es hoy menos usado, excepto por quienes se oponen a este
sistema, que suelen definirse como anticapitalistas.
La economía de mercado se contrapone tanto a la economía de autosuficiencia como a
la economía planificada. En la economía de autosuficiencia, un sistema casi
completamente desaparecido hoy pero que ha sido predominante a lo largo de milenios
de historia humana, apenas hay división del trabajo ni intercambio de productos, por lo
que la mayor parte del consumo procede de lo producido por la unidad familiar o la
pequeña comunidad local. En la economía planificada, propia de los regímenes
comunistas y que hoy subsiste tan sólo en unos pocos países, los recursos productivos
son mayoritariamente de propiedad estatal y los precios son fijados por las autoridades
estatales en función de objetivos generales.
La gran mayoría de los economistas sostienen que la economía de mercado es el sistema
más eficiente de asignar los recursos y por tanto el fundamento de la prosperidad
económica. Sus críticos destacan que favorece a los poseedores de capital, es decir a los
propietarios de recursos productivos, frente a los trabajadores que sólo disponen de su
capacidad de trabajo.
En el mundo real no existe ningún país en el que toda la actividad económica sea
privada y todos los precios se fijen en un mercado libre. En mayor o menor medida, en
todos los países parte de la actividad productiva está dentro del sector público y la
actividad económica está regulada. En ese sentido casi todas las economía actuales son
mixtas, pero en la medida en que el sector privado es el más importante y el mercado es
fundamentalmente libre, es correcto denominarlas economías de mercado.
La mayoría de los economistas coinciden en que un exceso de intervención estatal
resulta perjudicial para la economía, tanto si se manifiesta en un sector público
demasiado amplio, como en una excesiva regulación de los precios en el mercado
interno, como en medidas destinadas a frenar las importaciones y por tanto la
competencia extranjera (proteccionismo). Pero dentro de este consenso general caben
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muchas opciones diferentes. El Estado juega hoy un papel más importante en la Europa
occidental continental que en Estados Unidos y Gran Bretaña.
La intervención del Estado se incrementó en Europa y América en el período
comprendido entre el final de la Segunda Guerra Mundial y la crisis del petróleo de
1973, período en el que tuvieron gran influencia las ideas del economista británico John
M. Keynes y se produjo el gran desarrollo del Estado de bienestar. Pero desde
comienzos de los años ochenta, se produjo un retorno hacia el libre mercado,
protagonizado por Margaret Thatcher en Gran Bretaña y Ronald Reagan en Estados
Unidos (neoliberalismo).
Algunos defensores de la economía de mercado, como Frederich Hayek y Milton
Friedman, sostienen que la libertad de los agentes económicos es indispensable para que
se desarrollen las libertades civiles y políticas. Lo cierto es que la experiencia histórica
muestra que la economía de mercado es compatible con un régimen autoritario, como en
el Chile de Pinochet o la China de hoy, pero que no ha habido ninguna democracia cuyo
sistema económico no sea de mercado.

Globalización.

El término globalización describe el proceso de creciente interacción entre los distintos


países del mundo en el plano económico, social, político, cultural e incluso biológico
(difusión de especies útiles y también de gérmenes patógenos). En particular se aplica a
la integración de la economía mundial en las últimas décadas como resultado del avance
tecnológico, en particular en el campo de las tecnologías de la información y la
comunicación, y de la supresión de las barreras al libre comercio. El término comenzó a
ser usado por economistas y otros estudiosos en los años sesenta del siglo XX y ha
alcanzado una gran difusión desde los años noventa. En el año 2000 el Fondo Monetario
Internacional identificó como sus componentes principales el comercio, los
movimientos de capital, las migraciones y la difusión del conocimiento.
La globalización se manifiesta pues en el incremento del comercio internacional, de la
difusión de los avances tecnológicos (por ejemplo el uso de teléfonos móviles), de los
flujos de capital y de la movilidad de los trabajadores. Pero no menos importante es la
difusión de las ideas, de los conocimientos y de la cultura popular, a través de congresos
científicos, medios de comunicación, incluido Internet, y grandes eventos deportivos:
las olimpiadas y los campeonatos mundiales de fútbol son excelentes símbolos de la
globalización por las inmensas audiencias que obtienen en todos los continentes.
Los orígenes del proceso de globalización se hallan en los grandes viajes de
descubrimiento de los siglos XV y XVI, que condujeron por primera vez en la historia
al establecimiento de redes de tráfico marítimo que enlazaban a Europa, América,
África y Asia. En el siglo XIX la globalización dio un gran paso adelante debido a los
avances tecnológicos, el triunfo del liberalismo económico, las migraciones
ultramarinas y la expansión colonial europea.
El periodo entre las dos guerras mundiales fue en cambio un período de retroceso de la
globalización, debido al cierre de los mercados. Pero la convicción de que la ausencia
de una respuesta internacional coordinada había contribuido a que se agravara la Gran
Depresión e incluso, indirectamente, a que estallara la Segunda Guerra Mundial,
condujo a que tras la victoria aliada los gobiernos de las potencias democráticas
pusieran especial empeño en potenciar el libre comercio internacional. La conferencia
de Bretton Woods de 1944 supuso un paso decisivo para impulsar un marco de
estabilidad económica y monetaria y de eliminación de las barreras al libre comercio,
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por lo que constituye el antecedente directo de la actual fase de la globalización. En el


plano comercial su principal resultado fue el establecimiento del Acuerdo General sobre
Comercio y Tarifas, denominado GATT por sus siglas en inglés. Las sucesivas rondas
de negociación que se han sucedido en el marco del GATT y de su sucesora, la
Organización Mundial de Comercio, han conducido a la reducción de las tarifas
aduaneras, de los costes del transporte marítimo, de los controles para el movimiento de
capital y de los subsidios a los productores locales, y al reconocimiento internacional de
los derechos de propiedad intelectual, todo lo cual ha propiciado una enorme expansión
del comercio, A su vez ello ha contribuido al crecimiento económico mundial, de
acuerdo con el principio de las ventajas comparativas, analizado por los economistas
clásicos, según el cual el comercio internacional es en términos generales, beneficioso
para todos los participantes, porque les permite especializarse en aquellas actividades en
que pueden obtener mayor eficacia comparativa.
El gran avance de la globalización se ha producido a lo largo de los últimos veinte años,
debido al espectacular desarrollo tecnológico que tiene en Internet su mejor símbolo, a
la consiguiente reducción en los costes de comunicación y transporte, y al
convencimiento general acerca de las ventajas de la apertura económica el exterior, que
ha conducido a la integración en el mercado mundial de los antiguos países comunistas
europeos, de China y de la hasta entonces muy proteccionista India. Ello también ha
dado lugar a un gran número de críticas a la globalización, por sus supuestas
consecuencias perniciosas.
La globalización es en parte resultado del progreso tecnológico, pero es también
resultado de una opción política de los gobiernos, que han decidido abrir sus
economías. Así es que la globalización tiene un componente casi irreversible, como es
el progreso tecnológico, y otro que no lo es, ya que los gobiernos podrían renunciar a la
apertura de sus economías a la competencia internacional en caso de que llegaran a
considerarla perjudicial para los intereses nacionales. La Gran Recesión iniciada en
2008 no ha provocado sin embargo una vuelta al proteccionismo, sino que se le ha
hecho frente a través de una cooperación internacional que contrasta con las respuestas
nacionales contrapuestas que se dieron durante la Gran Depresión de los años treinta.

Libre comercio.

El libre comercio es un tipo de política comercial que permite los intercambios


internacionales sin interferencia estatal. La política opuesta es el proteccionismo, que
trata de proteger a los productores nacionales de la competencia extranjera mediante
tarifas aduaneras, cuotas de importaciones, otras medidas administrativas que restrinjan
las importaciones o subsidios a la producción nacional.
El argumento fundamental a favor del libre comercio es el principio de las ventajas
comparativas, cuya demostración clásica fue expuesta en 1817 por el economista
británico David Ricardo. Este principio explica por qué el comercio resulta ventajoso
para las dos partes incluso en el caso de que uno de los países pudiera producir más
barata la mercancía que importa. El ejemplo de Ricardo se refería al comercio de vino y
tejidos entre Inglaterra y Portugal. Los costes absolutos de producir ambas mercancías
eran por entonces más bajos en Portugal, pero la diferencia era mayor en el caso del
vino, así es que a Portugal le resultaba rentable dedicar recursos a la producción de vino
a expensas de la producción de tejidos e importar estos de Inglaterra. A su vez a
Inglaterra le resultaba rentable especializarse en los tejidos, porque sus costes relativos
(es decir en comparación con los costes portugueses) eran más bajos que en el caso del
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vino. La conclusión es que todo país saldrá beneficiado en la medida en que se


especialice en la producción de aquellas mercancías para las que sus costes relativos son
menores.
La aplicación práctica de este principio da lugar a muchos debates, pero su validez
general es apoyada por una abrumadora mayoría de los economistas profesionales. De
manera muy gráfica, el prestigioso economista Paul Krugman ha afirmado que si su
profesión tuviera un credo, éste contendría sin duda los dos artículos siguientes:
“entiendo el principio de las ventajas comparativas” y “apoyo el libre comercio”. A los
consumidores les perjudica el proteccionismo porque las barreras a las importaciones
encarecen los precios que pagan. Y se ha comprobado que aquellos países que se han
orientado hacia la exportación han tenido en las últimas décadas un desarrollo
significativamente más elevado que los que adoptaron una política de substitución de
importaciones que reservara el mercado nacional a los productores nacionales
Sin embargo cierto grado de proteccionismo se da en todos los países. Uno de los
motivos es que siempre existen sectores productivos nacionales a los que el libre
comercio les perjudica: en el ejemplo de Ricardo serían el sector vitivinícola inglés y el
sector textil portugués. Desde el punto de vista político resulta además importante el
hecho de que el libre comercio beneficia al conjunto de los consumidores de manera
poco visible, mientras que puede dañar de manera muy obvia a un sector concreto, que
presionará en contra.
Además de la defensa de intereses particulares, el proteccionismo puede apoyarse en
diversos argumentos. Un argumento muy sólido es el relativo a los sectores productivos
nacientes, que no han alcanzado las economías de escala necesarias para reducir los
precios, pero que tras una etapa de protección estarán en condiciones de afrontar la
competencia exterior. En tales casos los economistas recomiendan unas tarifas
aduaneras moderadas. Menos justificación teórica pero mucho apoyo político tiene la
protección de ciertos sectores en declive, como es notoriamente el caso del sector
agrario de muchos países muy desarrollados. La política agraria común europea, por
ejemplo, es muy proteccionista. Otros argumentos se basan en la protección de la
independencia nacional, que ciertos sectores temen se vea comprometida si el país
depende del exterior para su prosperidad económica, aunque ello resulta en nuestros
días inevitable, a no ser que se admita el drástico declive del nivel de vida que
implicaría una política autárquica. Los sindicatos de los países desarrollados se sienten
amenazados por la competencia de los países con un nivel salarial más bajo, a los que se
traslada la producción industrial de ciertos sectores (deslocalización). A un nivel más
general, sectores de opinión de los países más desarrollados temen que la competencia
internacional lleve a poner en cuestión sus niveles de protección social o de protección
al medio ambiente. Sin embargo, el principio de que el libre comercio es en conjunto
beneficioso difícilmente puede discutirse.
La defensa del libre comercio a nivel global es el objetivo de la Organización Mundial
de Comercio, que promueve rondas de negociación en que los distintos países se
comprometen mutuamente a reducir sus barreras al comercio. También es posible
promover el libre comercio dentro de un área geográfica determinada, como lo hacen en
sus respectivas áreas la Unión Europea o el Tratado de Libre Comercio de América del
Norte, que integra a Estados Unidos, Canadá y México.
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Recesión económica.

Se denomina recesión a un período prolongado de caída de la actividad económica, que


se manifiesta en la reducción del PIB, de los ingresos de empresas y familias, del
empleo y del consumo. La regla que se utiliza habitualmente es la de considerar que una
economía ha entrado en recesión cuando el PIB cae durante dos trimestres consecutivos.
Ello puede afectar a un país, a varios países o incluso a la economía mundial, como ha
sido el caso de la Gran Recesión que se inició en 2008 en el sector financiero de Estados
Unidos y en 2009 se extendió por casi todos los países desarrollados. A pesar de su
gravedad, no llegó a convertirse en una depresión, término con el que se alude a las
recesiones que se prolongan durante tres o más años, como en el caso de la Gran
Depresión de los años treinta.
La respuesta de las autoridades al inicio de una recesión suele consistir en medidas que
estimulen la demanda, mediante una política monetaria expansionista, que lleve a una
reducción de los tipos de interés, y/o un incremento del gasto público. Ello puede
conducir sin embargo a un aumento del déficit público y por tanto a un creciente
endeudamiento público que debilite la confianza de los inversores en la solidez
financiera del país afectado y contribuya a sus dificultades económicas, a través de la
elevación de la prima de riesgo. En ese caso los gobiernos se ven obligados a políticas
de ajuste, es decir a elevar los impuestos y reducir el gasto público, para reducir el
déficit público, pero tales medidas inciden negativamente en la demanda, y por tanto
dificultan la recuperación de las empresas, por lo que su correcta aplicación es difícil.

Producto Interior Bruto


El Producto Interior Bruto (PIB) es el valor a precios finales de mercado de los bienes y
servicios producidos en el interior de un país durante un año. Representa el instrumento
más utilizado para medir el desarrollo económico de un país. En principio, de las cifras
oficiales del PIB quedan excluidas las actividades económicas que no se declaran, es
decir la economía sumergida, que en algunos países puede representar un porcentaje
importante del PIB real (casi el 25% en el caso de España en 2013, según algunas
estimaciones).
El PIB puede medirse mediante tres métodos, que deberían dar el mismo resultado. El
método de la oferta o del valor agregado consiste en sumar el valor neto de la
producción de todas las empresas del país. El método del gasto consiste en establecer el
gasto total en la compra de bienes y servicios mediante la suma del consumo privado, la
inversión bruta y el gasto público, que ha de ajustarse sumándole las exportaciones y
restándole las importaciones. Por último el método de la distribución o del ingreso
consiste en sumar los ingresos que obtienen los distintos participantes en la producción,
es decir la suma de salarios, beneficios, intereses y rentas. En 1993 se llegó a un
acuerdo internacional sobre los procedimientos de medición del PIB.
El Producto Nacional Bruto (PNB) se diferencia del PIB en que no tiene en cuenta la
localización geográfica de la producción de bienes y servicios, sino la nacionalidad de
los factores de producción. Incluye por tanto los ingresos obtenidos en el extranjero por
los ciudadanos de un país, pero no incluye los ingresos obtenidos en ese país por
extranjeros no residentes.
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Para medir el crecimiento del PIB de un año para otro es necesario tomar en
consideración las variaciones de los precios, para lo cual se calcula el porcentaje que el
valor de una moneda en un determinado año representa respecto a su valor en el año que
se toma como base. Si por ejemplo la inflación en un país ha reducido el 50 % el valor
de su moneda en veinte años, por ejemplo entre 2010 y 1990, el PIB de 2010 a precios
corrientes, es decir a precios de ese año, será equivalente a tan sólo la mitad medido a
precios constantes de 1990 y ese es el valor que debe ser tomado en consideración para
medir el crecimiento experimentado. Para ello se utiliza un índice de precios
denominado deflactor del PIB.

Para las comparaciones internacionales es necesario utilizar una tasa de cambio de las
monedas y para ello se utilizan dos métodos. El primero es utilizar la tasa de cambio del
mercado internacional, método por el que se obtiene el PIB nominal. El segundo, en
cambio, pretende una medición más realista teniendo en cuenta la paridad de poder
adquisitivo, es decir eliminando el efecto causado por las diferencias del nivel de
precios entre los distantes países. Puesto que los precios son más altos en los países más
ricos este segundo método, que refleja con mayor exactitud el nivel de vida relativo,
muestra una menor diferencia entre el PIB de los países más desarrollados y de los
países en desarrollo. En las comparaciones internacionales el PIB se expresa en dólares,
así es que el PIB según la paridad del poder adquisitivo (PPA) de un país representa la
suma en dólares de los bienes y servicios producidos en ese país, valorados según el
precio que esos mismos bienes y servicios tienen en Estados Unidos.

Transición demográfica.

El modelo de la transición demográfica, propuesto en 1929 por el demógrafo


americano Warren Thompson y basado en la experiencia de los países más
desarrollados a partir del siglo XVIII, describe una transformación de las variables
básicas de la dinámica demográfica, es decir natalidad y mortalidad, a través de cuatro
fases.
La primera fase corresponde a las sociedades tradicionales o preindustriales y se
caracteriza por elevadas tasas tanto de natalidad como de mortalidad. Las precarias
condiciones de vida (crisis de subsistencias, epidemias, guerras, etc.) se traducen en una
elevada y mortalidad, por lo que sólo una elevada natalidad explica que este tipo de
sociedades hayan podido subsistir durante milenios. Es preciso tener muchos hijos para
que sobrevivan la mitad hasta la edad adulta. Del equilibrio entre las tasas de natalidad y
mortalidad elevadas resulta un crecimiento demográfico lento, salvo en casos
excepcionales como la colonización de territorios con condiciones naturales apropiadas
por grupos humanos dotados de una tecnología más avanzada. Esta primera fase es la
que tomó en consideración Thomas Malthus cuando desarrolló su pesimista teoría de la
población, según la cual todo incremento del nivel de vida de las masas populares sólo
podía ser transitorio, porque generaría un crecimiento demográfico que presionaría
sobre los recursos disponibles hasta provocar un nuevo deterioro.
La segunda fase se caracteriza por un marcado retroceso de la tasa de mortalidad
debido al desarrollo tecnológico y económico (sociedades industriales), que se traduce
en mejoras en la agricultura y la alimentación, transportes, medicina, higiene y
educación. Puesto que ello no va acompañado inicialmente por un descenso equivalente
de la tasa de natalidad, el resultado es un rápido incremento de la población, tal como
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ocurrió en Europa en el siglo XIX y en muchos países en desarrollo en el XX. Los


países en desarrollo han alcanzado esta fase en apenas una o dos décadas durante la
segunda mitad del siglo XX, ayudados por los adelantos científico-sanitarios, a un ritmo
de urbanización brutal y sin las facilidades para emigrar al extranjero con las que
contaron muchas décadas antes los países europeos. De acuerdo con el modelo
maltusiano, su formidable crecimiento demográfico podría haber generado una grave
crisis de subsistencias (de hecho algunos Estados pusieron en marcha campañas para el
control de la natalidad), pero el riesgo se contuvo porque la transición a la siguiente
etapa fue más rápida de lo previsto, sobre todo en los países de desarrollo medio.
En la tercera fase se mantiene la caída de la mortalidad, pero disminuye más
rápidamente la tasa de natalidad como consecuencia del cambio socio-económico y de
mentalidad: cuestionamiento de planteamientos tradicionales, acceso a programas de
planificación familiar eficaces, mayor educación, autonomía e incorporación de la mujer
al trabajo, masiva emigración a ciudades, agricultura de mercado, etc. Las parejas optan
por criar un menor número de hijos (que sobreviven gracias a la drástica reducción de la
mortalidad infantil), con lo que mejora la situación económica de la unidad familiar. En
consecuencia, el ritmo de crecimiento demográfico se frena. Esta caída de la
fecundidad, que se dio primero sólo en los países más desarrollados, se extendió en muy
poco tiempo a Asia Oriental y Sudoriental y a América Latina, pero mucho más
lentamente a África.
La cuarta fase, típica de sociedades postindustriales, se caracteriza por tasas muy
bajas tanto de natalidad como de mortalidad. El crecimiento es mínimo o casi nulo, de
forma que las cifras de población se estabilizan. En algunos países se empieza a
producir un crecimiento negativo porque la tasa de fecundidad se sitúa por debajo de la
tasa de reemplazo (2,1 hijos por mujer, uno de ellos una niña) lo que conduce además a
un aumento de la edad media de la población, con serias consecuencias económicas sólo
temporalmente compensadas por la inmigración. Dado que el descenso de la natalidad
ha dejado de ser un fenómeno específico de los países desarrollados y se está
produciendo ya en la mayor parte del mundo, se perfila un futuro demográfico marcado
por el envejecimiento, que ya se constata en algunos países, y una disminución de la
población a partir de finales del siglo XXI.

2. Conceptos políticos y culturales

Comunismo.
El comunismo es una ideología política que propugna el establecimiento de una
sociedad sin clases basada en la propiedad colectiva de los medios de producción. Los
primeros partidarios del comunismo se dieron a conocer en Europa en los años cuarenta
del siglo XIX y el documento más importante de sus primeros tiempos fue el Manifiesto
comunista, publicado por los alemanes Kart Marx y Friedrich Engels en 1848, en cuya
doctrina se basaron todos los Estados comunistas del siglo XX. Hasta la revolución rusa
de 1917 los términos comunista, socialista y socialdemócrata se utilizaban casi como
sinónimos y el de comunista era el menos utilizado, pues los partidos que se inspiraban
en la doctrina marxista solían denominarse socialistas o socialdemócratas. Pero cuando
tras la revolución de 1917 el ala llamada bolchevique del Partido Socialdemócrata Ruso,
encabezada por Lenin, estableció su dictadura, adoptó la denominación de Partido
Comunista, reutilizando el término empleado por Marx y Engels en 1848. A partir de
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ahí se produjo una escisión en el movimiento socialista internacional y los sectores


favorables a las tesis de Lenin se agruparon en partidos comunistas nacionales.
La doctrina elaborada por Marx y Engels, conocida como marxismo, se
presentaba no como una propuesta de acción política, sino como el descubrimiento
científico de las leyes en las que se basaba el desarrollo histórico, la principal de las
cuales era la de la lucha de clases. Marx y Engels sostenían que el capitalismo había
promovido una enorme expansión de la capacidad productiva, pero era incapaz de
gestionarla, porque se basaba en el choque de las iniciativas privadas, y conducía por
ello a repetidas crisis económicas y al empobrecimiento de la mayoría de la población,
relegada a la condición de un proletariado carente de toda propiedad que no fuera su
propia capacidad de trabajo. Pero por efecto de las leyes inexorables de la historia, que
ellos creían haber descubierto, el proletariado derrocaría el poder de la burguesía
mediante una revolución violenta e impondría su propia dictadura. El capitalismo daría
paso a la propiedad colectiva de los medios de producción, que aseguraría la
desaparición de las diferencias de clases y el nacimiento de una sociedad comunista,
próspera y libre. Sin embargo, Marx y Engels nunca describieron ni siquiera los
mínimos fundamentos de cómo suponían que iba a funcionar la sociedad comunista del
futuro. Se limitaron a afirmar que la desaparición de las diferencias de clases llevaría a
la desaparición del Estado, que no era sino el órgano de una clase para oprimir a otra.
Así es que en la fase final del comunismo se llegaría a un modelo de sociedad similar a
la que propugnaban los anarquistas, aunque para estos la destrucción del Estado
representaba el primer paso de la revolución, mientras que los marxistas planteaban
como primer paso la conquista del Estado por el proletariado.
La doctrina oficial de todos los Estados comunistas del siglo XX ha sido el
marxismo-leninismo o sus derivados, como el maoísmo en China, oficialmente
denominado marxismo-leninismo-pensamiento de Mao Zedong. La premisa del
marxismo-leninismo, que fue codificado por Stalin, era que las afirmaciones de Marx,
Engels, Lenin y luego el propio Stalin o, en el caso de China, Mao, eran verdades
científicas indiscutibles. La principal aportación del propio Lenin fue el concepto de que
la revolución debía ser guiada por la “vanguardia del proletariado” organizada en un
partido disciplinado, el partido comunista. Lenin mantuvo la idea marxista de la
desaparición final del Estado, pero fundó de hecho un Estado muy autoritario, el primer
ejemplo de lo que algunos politólogos denominan Estado totalitario. Ello se debió a que
transformó el vago concepto de dictadura del proletariado, que Marx y Engels nunca
precisaron, en el concepto muy claro de la dictadura de un partido centralizado.
A partir de Lenin los términos socialista y comunista adoptaron significados
nuevos. Por un lado se produjo una escisión permanente en el movimiento socialista
internacional, que se dividió en partidos socialistas y comunistas, con la particularidad
de que para los comunistas los socialistas no eran sino renegados. Por otra parte en la
terminología leninista se denominaba socialista a la sociedad surgida en la primera fase
revolucionaria, reservando la calificación de comunista a la sociedad futura, en la que el
Estado desaparecería. Eso significa que ninguno de los Estados comunistas del siglo XX
llegó a entrar en la fase que según su propia definición sería el comunismo. Por eso la
denominación oficial que el Estado creado por Lenin mantuvo hasta su desaparición fue
la de Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Nótese: socialistas y no comunistas.
En la práctica los rasgos fundamentales de todos los Estados comunistas del siglo XX
fueron la propiedad estatal de los medios de producción, la planificación económica y la
dictadura de partido único, que en muchos casos se convirtió en dictadura personal del
líder supremo: Stalin en la Unión Soviética, Mao en China, Kim Il-sung en Corea,
Castro en Cuba. La desaparición del sistema comunista ha sido sorprendentemente
12

rápida. Entre 1989 y 1991 el comunismo desapareció en toda Europa central y oriental,
en la propia Unión Soviética y en Mongolia. En China y en Vietnam el mantenimiento
de la dictadura del Partido Comunista se ha combinado con una rápida transición hacia
la economía de mercado, con notable éxito. A la altura de 2010 el sistema comunista
sólo pervive también en otros pequeños países como Laos, Corea del Norte y Cuba.

Democracia.

El término democracia procede del griego y significa gobierno del pueblo. Los
primeros ejemplos de gobierno democrático conocidos son los de las antiguas ciudades-
estado griegas, en las que se practicaba una forma de democracia directa, mediante la
participación de los ciudadanos en asambleas populares. La democracia moderna es en
cambio representativa, es decir que son los representantes elegidos por el pueblo
quienes deliberan acerca de las principales decisiones a tomar. El punto de arranque de
la democracia moderna fueron las revoluciones americana y francesa de fines del siglo
XVIII, pero tuvieron que pasar décadas hasta la llegada de la democracia plena, cuando
el sufragio universal alcanzó a toda la población adulta tras la abolición de la esclavitud,
el derecho de voto femenino a partir de 1913 (en Noruega), el reconocimiento de la
igualdad jurídica de los pueblos colonizados y de derechos políticos a minorías étnicas o
raciales. De ahí que para muchos autores la democracia sea un fenómeno del siglo XX.
Las definiciones clásicas de democracia se han centrado en la fuente de
legitimidad del gobierno (la soberanía popular), en el propósito del gobierno (el bien
común) y en el procedimiento para formar el gobierno (con el consentimiento del
pueblo a través de sus representantes electos). Este último fue el aspecto destacado por
Joseph Schumpeter en su libro de 1942, Capitalismo, socialismo y democracia, en el
que criticó la validez de las definiciones basadas en la fuente de legitimidad y el
propósito del gobierno y propuso definirla en términos de procedimiento, es decir en la
competencia por el voto del pueblo entre quienes aspiran a gobernar. En esa misma
línea y en un libro publicado en 1991, La tercera ola, Samuel Huntington ha definido el
sistema democrático como aquel en que el poder se basa en elecciones “limpias,
honestas y periódicas” en las que los candidatos compiten libremente por los votos y
virtualmente toda la población adulta tiene derecho al voto, lo cual implica la existencia
de libertades de expresión, reunión y asociación que hagan posible el debate político y
permitan la organización de campañas electorales. También es el criterio seguido por las
organizaciones internacionales de referencia, como las dependientes de Naciones
Unidas, y por instituciones de prestigio mundial como la independiente Freedom House,
cuyo informe anual Freedom in the World, sobre el desarrollo de las libertades en los
distintos países son muy influyentes.
Una definición basada en el procedimientos tiene la ventaja de que permite
identificar si un sistema es democrático mediante el análisis de aspectos como la
limpieza electoral y el control parlamentario del gobierno, pero en último término una
democracia implica también un consenso general sobre unos principios éticos
fundamentales, que se pueden resumir en una concepción de la dignidad humana que
postula la libertad y la igualdad de todos los hombres y mujeres. La declaración de
independencia de los Estados Unidos de América lo planteó así en 1776, al afirmar que
“todos los hombres son creados en la igualdad, y dotados por su Creador de ciertos
derechos inalienables entre los que se encuentran la vida, la libertad y la búsqueda de la
felicidad”, y que para asegurar esos derechos crean los hombres gobiernos “que derivan
sus justos poderes del consentimiento de los gobernados”. Más de dos siglos después
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Ronald Dworkin, en su libro La democracia posible (2006), ha definido los dos


principios básicos de la dignidad humana en los que se basa el consenso democrático
como el “principio del valor intrínseco” y el “principio de la responsabilidad personal”.
El primero, que responde al ideal de igualdad, implica que todas las vidas humanas
tienen un valor y que es importante que todas las personas tengan la oportunidad de
desarrollar su potencialidad. El segundo, que responde al ideal de libertad, implica que
corresponde a cada persona la responsabilidad de desarrollar su propia potencialidad, de
acuerdo con sus propios valores personales.
En su libro de 1991, La tercera ola, Huntington ha propuesto una periodización de
la historia de la democracia basada en tres periodos de avance, que denomina olas,
separados por dos de retroceso. La primera ola, que arrancó de las revoluciones
americana y francesa de fines del siglo XVIII, condujo a mediados del siglo XIX a la
aparición de los primeros sistemas políticos que satisfacían los criterios mínimos de la
democracia, definidos como un gobierno responsable ante un parlamento que a su vez
es elegido periódicamente por un cuerpo electoral suficientemente amplio. La derrota de
los imperios centrales en la Primera Guerra Mundial condujo al punto más alto de esta
primera ola y el retroceso se inició poco después con el establecimiento del régimen
fascista en Italia. A partir de entonces se produjo el auge de las dictaduras, que llegó a
su ápice con la conquista alemana de gran parte de Europa en la II Guerra Mundial. La
derrota del Eje dio inicio una segunda ola democratizadora, que se vio potenciada por la
descolonización, pero esta segunda ola fue de breve duración, pues el reflujo se inició a
comienzos de los años sesenta, con el avance de las dictaduras en Asia, África y
América latina. La tercera ola democratizadora se produjo en el último cuarto del siglo
XX. Su inicio se produjo con la caída de las dictaduras de la Europa mediterránea y su
momento culminante fue el hundimiento del comunismo, que desde 1945 había
representado la gran ideología que rivalizaba con la democracia.
Los politólogos, avalados por los datos de instituciones como Freedom House,
suelen distinguir dos niveles de calidad democrática al diferenciar entre democracias
electorales (con elecciones razonablemente libres y justas, sufragio universal, sistema
multipartidista) y democracias liberales. Las primeras permiten transferencias pacíficas
y regulares de poder entre fuerzas políticas rivales; las segundas, además de eso,
mantienen un alto nivel de respeto a los derechos humanos, con gobiernos sujetos al
imperio de la ley, libres de la tutela de autoridades militares o religiosas, con un sistema
judicial independiente y garantías de protección para los derechos políticos y las
libertades civiles.

Derecho de autodeterminación.

En el derecho internacional se entiende por derecho de autodeterminación el


principio según el cual los pueblos o naciones tienen derecho a decidir libremente
acerca de su soberanía política y su estatus internacional, es decir que pueden optar por
la independencia, la federación, la autonomía o la plena integración dentro de un Estado
más amplio. No existe sin embargo consenso alguno acerca de qué características
definen a un grupo humano como pueblo o nación ni acerca de cómo puede ejercer ese
derecho de autodeterminación. La primera manifestación del derecho de
autodeterminación aparece en la Declaración de Independencia de Estados Unidos. Ya
en el siglo XX se recoge en la Carta del Atlántico firmada por los aliados en la II Guerra
Mundial. La Carta de las Naciones Unidas, aprobada en 1945, afirma que las relaciones
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de amistad entre las naciones deben basarse en “el principio de iguales derechos y
autodeterminación de los pueblos”, sin más precisión. Desde 1960 las resoluciones de
Naciones Unidas han especificado la obligación de las potencias coloniales a transferir
poderes a los pueblos de territorios bajo su control y a prepararles ejercer este derecho,
pero nunca han sostenido que la plena independencia sea el mejor instrumento de
autogobierno de un pueblo.
Las naciones de Asia y África previamente sometidas a dominio colonial que se
independizaron a partir de 1945 lo hicieron en nombre de este principio de
autodeterminación, pero trazaron sus fronteras de acuerdo con el principio jurídico de
uti possidetis (como poseéis), derivado del derecho romano, que supone el
mantenimiento de los límites territoriales existentes, en este caso las antiguas fronteras
coloniales. Este último principio fue ya invocado por Simón Bolívar en el momento de
la independencia de las repúblicas latinoamericanas, por considerar que el
mantenimiento de los límites entre las antiguas demarcaciones administrativas
coloniales era el modo menos conflictivo de trazar las nuevas fronteras. Así pues las
nuevas fronteras asiáticas y africanas basadas casi exclusivamente en las establecidas
durante el período colonial, no tomaron en cuenta las diferencias étnicas o lingüísticas
ni trazaron sus fronteras mediante referéndum. Dado que casi ningún territorio era
homogéneo desde el punto de vista étnico y lingüístico y que las fronteras entre grupos
étnicos y lingüísticos no eran nítidas, cualquier otra solución habría resultado muy
conflictiva.
El derecho de autodeterminación llevado al extremo chocaría con otro principio
básico del derecho internacional, el de la integridad territorial de los Estados, que se
considera fundamental para el mantenimiento de la paz. Así es que en el único caso en
el que el derecho de autodeterminación tiene indiscutible primacía es en el de los
territorios coloniales o sometidos a ocupación extranjera, cuyos habitantes no tienen la
nacionalidad de la potencia ocupante y por tanto se ven privados no sólo del derecho
colectivo de autodeterminación como pueblo, sino del derecho individual a poseer una
nacionalidad, reconocido en el artículo 15 de la Declaración universal de los derechos
humanos, aprobada por Naciones Unidas en 1948. La Declaración del Milenio,
aprobada por Naciones Unidas en 2000, afirmó “el derecho de autodeterminación de los
pueblos que permanecen bajo dominio colonial y ocupación extranjera”, sin añadir más.
El conflicto se plantea cuando un grupo humano que es mayoritario en un territorio
que forma parte de un Estado más amplio se considera a sí mismo como una nación y
reivindica el derecho a la autodeterminación. El caso se ha repetido varias veces en los
últimos años, por ejemplo en la disolución de Yugoslavia, sin que la comunidad
internacional haya adoptado una doctrina coherente al respecto. En el caso de que la
división se realice por acuerdo de las partes, los nuevos Estados son inmediatamente
reconocidos por dicha comunidad internacional, como ocurrió en el caso de la
República Checa y de Eslovaquia, dos Estados surgidos de la división de
Checoslovaquia. Cuando la independencia se declara unilateralmente no existe en
cambio un criterio unánime, como ocurre en el caso de Kosovo, cuya independencia
respecto a Serbia ha sido reconocida por la mayoría de los Estados miembros de la
Unión Europea, pero no por otros, como es el caso de España. Una doctrina quizá
aplicable al caso de Kosovo es la del jurista Allen Buchanan, quien defiende la
integridad territorial como un elemento legal y moral de la democracia, pero admite el
derecho a la secesión sólo como último recurso de aquellos grupos humanos que hayan
sufrido graves injusticias para las que la secesión resulte el remedio apropiado. Muy
pocas constituciones recogen el derecho a la secesión: Austria, Etiopía, Francia o Suiza.
En el caso de Canadá, una sentencia de su tribunal supremo estableció en 1998 que la
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secesión unilateral de Quebec no era legal, ni siquiera a partir de un referéndum


favorable, porque dicho territorio no estaba bajo control colonial ni en régimen de
ocupación; sólo podía hacerse por negociación y, según la ley (Clarity Act 1999)
aprobada por su parlamento para regular el derecho de autodeterminación, una secesión
sólo podría ser legal si se daba la doble premisa de una supermayoría favorable
expresada en las urnas a partir de una pregunta clara y una enmienda constitucional que
fuera ratificada por todos los ciudadanos canadienses. En Bélgica las fuerzas
nacionalistas de Flandes han renunciado en 2014 a la secesión; en cambio Escocia y
Cataluña están planteando referendos de autodeterminación como vía para una posible
independencia.

Derechos humanos.
Los derechos humanos son aquellos que se reconocen a todos los seres humanos por el
hecho de serlo. Esta concepción no adquirió reconocimiento universal hasta 1948, año
en que la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó la Declaración universal de los
derechos humanos, pero sus orígenes se remontan a una tradición que arranca de la
filosofía griega y del concepto romano del derecho natural, luego desarrollado por
pensadores cristianos, como Tomás de Aquino, Francisco Suárez, Hugo Grocio y John
Locke. Los defensores del derecho natural afirmaron que por encima del derecho
positivo de los Estados existen un derecho basado en la propia naturaleza humana que
los gobernantes deben respetar y aunque en la actualidad la validez de los derechos
humanos no se asocia necesariamente con esta doctrina, es en ella donde se halla su
origen histórico. La expresión derechos humanos se comenzó a usar a fines del siglo
XVIII y se difundió en el XIX.
Las primeras declaraciones de derechos fueron el resultado de las revoluciones inglesa,
americana y francesa de los siglos XVII y XVIII. En Inglaterra la Ley de derechos de
1689 afirmó ciertos derechos individuales frente a la arbitrariedad del gobierno. En
Estados Unidos la Declaración de Independencia de 1776 afirmó que todos los hombres
han sido creados iguales y dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables,
entre los que se incluyen la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Y en Francia
la Declaración de derechos del hombre y el ciudadano de 1789 afirmó los derechos
naturales e imprescriptibles del hombre a la libertad, la propiedad, la seguridad y la
resistencia a la opresión.
La comunidad internacional no adoptó sin embargo la validez universal de los derechos
humanos hasta la fundación en 1945 de Naciones Unidas, cuya carta proclama en el
artículo primero el propósito de promover el respeto a los derechos humanos y las
libertades fundamentales de todos, sin distinción de raza, sexo, lenguaje o religión. A
partir de entonces una comisión de Naciones Unidas, presidida por Eleanor Roosevelt y
en la que jugaron un gran papel los juristas John Humphrey y René Cassin, elaboró el
texto de la Declaración universal de los derechos humanos, que fue aprobada en 1948
por la Asamblea General de Naciones Unidas, sin ningún voto en contra, aunque se
abstuvieron la Unión Soviética y demás países comunistas, Arabia Saudí y Sudáfrica. Al
tratarse de una declaración, no resulta de obligado cumplimiento para las Estados
miembros de Naciones Unidos, pero la autoridad moral que ha adquirido es enorme y
en muchos países sus artículos son invocados en la jurisprudencia. La Constitución
española la asume expresamente en su artículo décimo.
El siguiente paso fue la elaboración de un convenio internacional de derechos humanos,
vinculante para los Estados que lo suscriben, pero la tarea resultó muy compleja por los
16

diferentes puntos de vista de los Estados miembros. Finalmente se optó por elaborar dos
convenios: el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, y el Pacto
Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, que fueron aprobados en
1966. En 2013 el primero había ratificado por 167 Estados y el segundo por 160.
Posteriormente se han ido aprobando otros convenios internacionales específicos, como
los adoptados contra la discriminación racial, la discriminación de la mujer y la tortura,
y en favor de los derechos de los niños, de los inmigrantes y de las personas
discapacitadas.

Estado del bienestar.

Se denomina Estado del bienestar a un tipo de gobierno que asume la función de


garantizar un bienestar básico a todos los ciudadanos, sobre todo a los más necesitados
o en situación de riesgo (por enfermedad, desempleo, vejez, dependencia), a través de
sistemas de seguridad social y de transferencias de dinero público, dedicando la mayor
parte de sus recursos o una parte sustantiva de ellos a este fin. En términos generales la
combinación de democracia política, economía de mercado y Estado del bienestar se ha
extendido por todos los países más desarrollados, aunque el Estado del bienestar ha
alcanzado en Europa occidental una cobertura especialmente amplia, mientras que en
Estados Unidos es menor, debido a una mayor confianza en la iniciativa privada. Cabe
observar que las medidas de protección social pueden ser también impulsadas desde el
sector no gubernamental, a través de fundaciones y organizaciones caritativas.
Los principios básicos del Estado del bienestar son la garantía de la igualdad de
oportunidades, la promoción de una distribución más equitativa de la riqueza y la
responsabilidad colectiva respecto a aquellos que no son capaces de garantizarse por sí
mismos, por motivos de edad, enfermedad o desempleo, un nivel mínimo de ingresos.
Sus orígenes se encuentran en las políticas de gasto social que se iniciaron en algunos
Estados europeos a finales del siglo XIX, especialmente en la Alemania de Bismarck, y
se ampliaron durante los años treinta en respuesta a la Gran Depresión. El sistema se
desarrolló tempranamente en Suecia, a partir de 1936, quedó definido en un importante
documento del gobierno británico en 1942, el informe Beveridge, y se generalizó en
Europa occidental tras la Segunda Guerra Mundial. Para paliar la crítica situación socio-
económica provocada por dicho conflicto e intentar mantener la paz social y legitimar la
democracia frente al comunismo, se pusieron en marcha sólidos sistemas de protección
social. En la Europa occidental democrática las principales fuerzas políticas (liberales,
cristiano-demócratas y socialdemócratas) pactaron su mantenimiento, ligado a una
política económica keynesiana de pleno empleo y mayor intervención estatal en
economía para corregir sus disfuncionalidades y la desigualdad social, así como para
atajar el atractivo que podía ejercer el comunismo soviético. En EEUU ese proceso
iniciado por F.D. Roosevelt en los treinta, se completó en los sesenta durante el
mandato de L.B. Johnson. Muchas constituciones fueron incorporando derechos
sociales ligados al Estado de bienestar y los gobiernos procuraron extender sus
servicios y cobertura incrementando el gasto público, sobre todo en la bonanza
económica de 1945-1975.
Aunque la necesidad de un sistema básico de protección social no es discutida por
ninguna fuerza política significativa del mundo desarrollado, existe un gran debate
acerca de los límites del Estado del bienestar. Su ampliación ha exigido una elevación
del gasto público y por tanto del nivel de los impuestos, que en algunos países de la
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Europa septentrional se sitúan en torno al 50 % del PIB, y ello es objeto de críticas por
parte de sectores liberales conservadores. Estos arguyen que ese elevado nivel de gasto
público reduce la flexibilidad de la economía de mercado y resulta por ello perjudicial
para el progreso económico. Quienes defienden esta tesis argumentan que los Estados
Unidos, donde el gasto social es menor, han demostrado en las últimas décadas una
mayor capacidad de generar riqueza y empleo, mientras que los defensores del Estado
de bienestar arguyen que el caso de los países escandinavos demuestra que es posible
combinar eficacia económica y protección social. Sin embargo, los cambios
socioeconómicos, el envejecimiento de la población y los graves efectos de la crisis
económica en algunos países están obligando a casi todos a introducir reformas en el
Estado de Bienestar. Las grandes potencias emergentes del siglo XXI, China e India, no
son todavía suficientemente prosperas como para haber creado un amplio Estado del
bienestar.

Etnia.

Una etnia o grupo étnico es un grupo humano que cree provenir de unos
antepasados comunes, tiene una tradición cultural común y afirma un sentido de
identidad diferenciado. El término procede de la palabra griega ethnos, que suele
traducirse por nación. Durante el período colonial fue aplicado por los europeos a los
diversos grupos indígenas que convivían en los territorios colonizados y más tarde se ha
asignado a los grupos de inmigrantes que mantenían rasgos culturales diferenciados en
el seno del país en que se habían establecido.
No es sencilla la distinción en el uso de los términos etnia y nación. Ambos pueden
ser intercambiables cuando por nación se entiende un grupo humano diferenciado por su
tradición cultural; pero el término nación se utiliza también para definir a un grupo
humano que constituye un Estado soberano, mientras que etnia nunca se emplea en ese
sentido. Cuando en un mismo Estado nacional conviven grupos con tradiciones
culturales diferenciadas se puede decir que se trata de un Estado multiétnico. El término
nacional suele tener un contenido político más fuerte que el término étnico, así es que si
un grupo humano se define a sí mismo como nación está proclamando con ello su
aspiración a algún tipo de autogobierno, mientras que no ocurre lo mismo con un grupo
que se percibe como étnico, en parte porque, a diferencia de los grupos nacionales, los
grupos étnicos no siempre ocupan un territorio diferenciado. En los últimos tiempos, sin
embargo, han surgido movimientos que reivindican derechos específicos en función la
identidad diferenciada de su respectivo grupo étnico. De ello ha surgido el debate sobre
el multiculturalismo.
En el uso habitual, el término étnico se emplea sobre todo para grupos humanos de
origen no europeo. En Gran Bretaña, por ejemplo, puede hablarse de minorías étnicas
para referirse a los grupos caribeños o pakistaníes procedentes de la inmigración, pero
resultaría raro aplicar el término a los escoceses o los galeses. En las ciencias sociales el
término se utiliza, en cambio, con un alcance más general. Uno de los primeros
sociólogos en emplearlo fue Max Weber, quien definió como grupos étnicos a aquellos
grupos humanos que mantienen la creencia subjetiva de descender de unos antepasados
comunes, debido a sus rasgos físicos, sus costumbres o sus memorias de pasadas
migraciones o colonizaciones, independientemente de que dicha creencia tenga o no
bases reales.
En contra de una percepción bastante extendida, los grupos étnicos no son
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entidades estables, sino que se remodelan, aparecen y desaparecen en función de todo


tipo de interrelaciones entre las poblaciones humanas. Al proceso por el cual llega a
formarse un grupo étnico se le denomina etnogénesis. Por otra parte los límites de un
grupo étnico no son siempre nítidos, por lo que a menudo resulta imposible identificar
objetivamente el número de etnias que conviven en un territorio.
La utilización política de la identidad étnica puede llevar a la imposición de
identidades arbitrarias y conflictos violentos. El término limpieza étnica se emplea para
referirse a la expulsión violenta de un grupo étnico de un territorio. Las matanzas y otras
acciones encaminadas al exterminio de un grupo nacional, étnico, racial o religioso se
engloban en el delito de genocidio, definido en el derecho internacional a partir de la
convención de Naciones Unidas de 1948.
Hace un siglo etnia y raza tendían a identificarse, es decir que se pretendía asociar
los rasgos culturales propios de una etnia con determinados rasgos físicos hereditarios,
pero este enfoque ha quedado desacreditado, tanto por los avances de la investigación
científica como por el rechazo de todas las doctrinas racistas que se produjo tras los
horrores del nazismo. Un paso decisivo se dio con la declaración de la UNESCO sobre
la cuestión racial de 1950: destacados antropólogos afirmaron que los grupos
nacionales, religiosos, geográficos, lingüísticos y culturales no coincidían
necesariamente con grupos raciales y que sus rasgos culturales no tenían conexión
genética demostrada con rasgos raciales, por lo que para evitar errores era deseable
prescindir del término raza y referirse a tales grupos como étnicos.

Liberalismo.

El término liberalismo puede emplearse en sentido general para referirse a la


corriente ideológica que ha conducido al surgimiento de las democracias liberales y
cuyos principios básicos son compartidas por todas las fuerzas políticas que se
identifican con la democracia. En sentido más específico se aplica a aquellas corrientes
políticas que ponen especial énfasis en la libertad de los individuos frente a la
interferencia del Estado.
Su etimología se remonta al término latino liber (libre) pero su utilización para
designar a una corriente política se remonta tan sólo a comienzos del siglo XIX. Los
liberales españoles, defensores de la Constitución de 1812 fueron los primeros en
adoptar esa denominación, que a mediados de aquel siglo era ya comúnmente usada en
toda Europa y América.
Los principios liberales básicos, según el filósofo John Gray, son el individualismo,
el igualitarismo, el progresismo y el universalismo. Es decir que los liberales defienden
los derechos del individuo frente a las presiones colectivas, afirman la igualdad de
derechos de todos los seres humanos, confían en un progresivo avance político y social
y afirman la primacía de los valores humanos universales frente a las diferentes
tradiciones culturales. Los liberales defienden la propiedad privada, la libertad
económica, el gobierno representativo, la separación de la Iglesia y el Estado y el
pluralismo político.
Se suele considerar como “padre del liberalismo” al filósofo John Locke, quien tras
el triunfo definitivo del parlamentarismo en Inglaterra con la “gloriosa revolución” de
1688 defendió el gobierno basado en el consentimiento de los gobernados. Un siglo
después las revoluciones americana y francesa dieron un gran impulso a la idea de
libertad. El liberalismo clásico, que se desarrolló en Europa y América en el siglo XIX,
promovió los derechos individuales y el gobierno representativo. Su concepto de
libertad se basaba en la llamada libertad negativa, es decir, la libertad del individuo
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frente a toda coacción exterior, del Estado, de la Iglesia o de cualquier otra fuerza
colectiva, incluida la posible tiranía de la mayoría. La doctrina de los economistas
clásicos, expuesta por primera vez por Adam Smith en La riqueza de las naciones
(1776), defendió la libertad de mercado frente a las interferencias estatales y el libre
comercio internacional frente a las medidas proteccionistas. En todo ello el modelo
británico resulto particularmente influyente. John Stuart Mill, el más influyente filósofo
liberal británico del siglo XIX resumió el concepto clásico de la libertad al afirmar que
ésta consiste en que cada uno persiga su propio bien a su propio modo.
Desde comienzos del siglo XX el liberalismo clásico fue en parte reemplazado por
el llamado nuevo liberalismo o liberalismo social, que destacaba las obligaciones
sociales del Estado y fue una de las corrientes que contribuyó al surgimiento del Estado
del Bienestar. Surgió así el concepto de libertad positiva, desarrollado en primer
término por el filósofo británico Thomas H. Green, que destacaba la necesidad de
instituciones sociales y políticas que proporcionaran a los individuos las condiciones
necesarias para ejercer su libertad. Si de acuerdo con el concepto de libertad negativa la
misión del Estado es dejar hacer, de acuerdo con el concepto de libertad positiva el
Estado debe garantizar las condiciones de bienestar mínimas para que todos puedan
ejercer su libertad. La Gran Depresión de los años treinta contribuyó a una pérdida de
confianza en la capacidad del libre mercado para regularse de manera autónoma y a una
mayor intervención del Estado, que encontró su inspiración en la nueva doctrina
económica de John Maynard Keynes. Por el contrario, a partir de la crisis de 1973 y de
los gobiernos de Margaret Thatcher en Gran Bretaña y Ronald Reagan en Estados
Unidos, se ha producido un retorno a los principios del liberalismo clásico, a veces
denominado neoliberalismo, que se ha difundido por el mundo con el avance de la
globalización. En la actualidad los principios liberales básicos han sido asumidos por
todos los partidos identificados con la democracia, pero la herencia del liberalismo
clásico la mantienen sobre todo los diversos partidos liberales, de orientación en general
centrista, que forman la Internacional Liberal y que en el Parlamento Europeo se
agrupan en la Alianza de Liberales y Demócratas.

Multiculturalismo.

El término multiculturalismo puede emplearse en un sentido puramente


descriptivo, para referirse a la situación de una sociedad en la que conviven grupos
étnicos diferenciados por su tradición cultural y sus valores morales, y en sentido
normativo como valoración positiva de esa diversidad, basada en el derecho de los
grupos minoritarios a mantener su cultura y valores, e incluso en las ventajas que esa
diversidad cultural aportaría a la sociedad en su conjunto. También se ha llamado
multiculturalismo a las políticas de integración o pluralismo cultural que, sobre estos
principios, se han puesto en marcha desde las últimas décadas del siglo XX para
facilitar la integración de comunidades de inmigrantes de distintas etnias y culturas en
los países desarrollados de acogida.
Los partidarios del multiculturalismo propugnan un mismo respeto a los valores
de los diferentes grupos étnicos y religiosos y rechazan la promoción de determinados
valores como válidos para el conjunto de la sociedad. Su discurso subraya las nociones
de tolerancia, representación, participación y derechos culturales de los distintos grupos,
incluidos el derecho a hablar su lengua, a mantener instituciones y prácticas culturales,
lugares de culto propio, etc. Este modelo no es homogéneo. En su versión más suave, se
acepta la diversidad cultural en el ámbito privado, pero el Estado mantiene una actitud
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neutral hacia la diversidad cultural y no hay distingos en temas como educación,


vivienda, servicios sociales, etc. En su versión más radical, se procede al
reconocimiento de las diferencias culturales en la esfera pública: adecuación de horarios
laborales para prácticas religiosas, aceptación de vestimentas tradicionales o códigos de
modestia femenina, costumbres sobre enterramientos, etc. Además se proveen
dotaciones y servicios en lengua, educación, sanidad, justicia, etc., se permite la
organización de representación étnica o cultural para consulta e intermediación con
gobiernos locales o nacionales y se facilitan recursos para actividades culturales a las
distintas comunidades.
Las críticas al multiculturalismo se centran en la restricción de los derechos
individuales de los miembros de un grupo que pueden resultar de la promoción de
tradiciones culturales específicas, por ejemplo los recortes de los derechos de la mujer
en el caso de tradiciones culturales marcadamente patriarcales. También en el daño que
produce a la cohesión nacional, dado que la diversidad cultural en el seno de una
comunidad plantea problemas de integración y el riesgo, por ejemplo, de creación de
guetos urbanos. Un amplio estudio de campo llevado a cabo en Estados Unidos por el
politólogo Robert D. Putnam reveló que cuanto mayor era la diversidad étnica, menor
era la confianza de los ciudadanos entre ellos y respecto a las instituciones.
En cuanto a las implicaciones éticas y políticas de la promoción de la diversidad
cultural, el filósofo Aurelio Arteta ha argumentado que el multiculturalismo parte de la
convicción de que existen grupos culturales que definen la identidad de los individuos y
que deben ser protegidos, hasta el punto de que sus miembros deben ser eximidos de
algunas de las obligaciones generales de todos los ciudadanos. Lo cual pone en cuestión
la universalidad de los derechos humanos y la igualdad ante la ley. Así es que, según
Arteta, los principios democráticos conducen al respeto de las diferencias culturales, es
decir a la aceptación de la diversidad cultural, pero no a su promoción a expensas de la
igualdad de derechos de todos los ciudadanos de un país y del respeto a los valores
reconocidos en la Declaración universal de los derechos humanos, adoptada por
Naciones Unidas en 1948.

Nación.

El término nación, derivado del latín natio, se emplea para referirse a un grupo
humano que presenta ciertos rasgos culturales comunes y posee o aspira a algún tipo de
autogobierno. Aunque a menudo se emplea como sinónimo de país o de Estado (un
tratado internacional es en realidad un tratado entre Estados, de la misma forma que
Naciones Unidas es una organización formada por Estados), en principio no es difícil
establecer una distinción entre ambos términos, pues país se refiere básicamente a un
territorio, mientras que Estado designa una entidad política soberana. Más difícil es
establecer la distinción respecto a términos como pueblo o etnia, salvo que el término
nación tiene una carga política más fuerte: si un grupo humano se define a sí mismo
como nación manifiesta con ello su derecho al autogobierno.
Así mismo, el término nación se aplica tanto a la nación-estado como a la nación
cultural. Una nación-estado es un Estado que se presenta como la expresión soberana de
una comunidad nacional, mientras que una nación cultural es una comunidad que se
siente vinculada por unos rasgos culturales compartidos, aunque no posea un Estado
propio. Este segundo concepto resulta más problemático que el de nación-estado, ya que
no existe un consenso acerca de los rasgos que definen a una nación cultural. El
requisito indispensable es que los miembros que constituyen esa comunidad sientan la
21

existencia de un vínculo entre ellos basado en factores como la historia, la lengua, la


religión y otras tradiciones culturales.
Hay dos corrientes interpretativas básicas de nación. La interpretación
esencialista o primordial de las naciones, común ente los militantes nacionalistas,
considera que las naciones son las comunidades naturales en las que se subdivide la
especie humana, tienen profundas raíces históricas y cuya meta final de máxima
independencia busca conformar un Estado propio; mientras que los Estados
multinacionales serían construcciones artificiales. Otra corriente de autores estima, por
el contrario, que las naciones son construcciones sociales, es decir, producto de una
acción voluntaria y consciente de las nuevas élites del Estado moderno, es decir, un
producto de ingeniería social y cultural: “comunidades políticas imaginadas” basadas en
“tradiciones inventadas”, con contenidos revisados y redefinidos permanentemente, para
inculcar valores e impulsar la homogeneización cultural y la cohesión social, como una
especie de nueva religión política. Ernest Gellner, por ejemplo, ha afirmado que son los
nacionalismos los que engendran a las naciones y no viceversa. En unos casos son
viejos Estados los que promueven la nacionalización apoyándose en el sistema
educativo, la difusión de una lengua común, símbolos (banderas, himnos), mitos
históricos, fiestas, rituales y espectáculos (deportes), conmemoraciones, servicio militar,
impuestos, éxitos en el desarrollo económico o imperial, literatura, música y otras
manifestaciones culturales. En otros, cuando se trata de los nacionalismos sin Estado,
aunque tengan como base herencias étnicas, religiosas y culturas preexistentes, son las
élites nacionalistas las que reconstruyen y reinterpretan éstas para formular un proyecto
nacional de carácter político, movilizan a las masas tras él con los instrumentos a su
disposición del repertorio antes citado, y lo convierten en un movimiento político y
social cuyo objetivo es lograr la unidad de esa comunidad, su autonomía y, finalmente,
su independencia política.
Hay casos en que los ciudadanos de un Estado se sienten miembros de una
misma nación debido a su historia común, a pesar de sus diferencias étnicas o
lingüísticas. En Europa el caso más evidente es el de Suiza, un Estado en el que se
hablan cuatro lenguas y cuyos ciudadanos se sienten integrados en una Willensnation,
es decir una nación basada en la voluntad. Un caso similar es el de aquellas naciones
surgidas de la colonización y la inmigración, en la que la diversidad de los orígenes de
sus ciudadanos no ha impedido el surgimiento de un fuerte sentido de la identidad
nacional basado en su tradición histórica, como ocurre en Estados Unidos o en
Argentina. La concepción de la nación como resultado de la voluntad colectiva tiene su
más famosa expresión en las palabras del escritor francés Ernest Renan quien en 1882
afirmó que una nación es “un plebiscito cotidiano”, es decir que existe porque sus
miembros quieren que exista. Frente a la concepción primordial alemana según la cual
la lengua y la tradición cultural eran la base de la nación y por tanto Alsacia y Lorena
eran alemanas, para los franceses lo decisivo era la voluntad popular y por tanto Alsacia
y Lorena eran francesas. Renan afirmó también que una nación era un grupo humano
que había hecho grandes cosas en común y quería seguir haciéndolas. En contraste con
esta afirmación optimista cabe citar la definición humorística, cínica pero no del todo
desencaminada, que dio el deán Inge, profesor de teología en Cambridge, a mediados
del siglo XX: “una nación es una sociedad que comparte un mismo engaño acerca de
sus antepasados y un mismo odio frente sus vecinos”.

Nacionalismo.
22

El término nacionalismo se puede utilizar en dos sentidos, el primero muy


amplio y el segundo más estricto. Por un lado para referirse a todas las manifestaciones
culturales y políticas que se basan en el sentimiento de solidaridad entre los ciudadanos
de un Estado y de adhesión a los valores que dicho Estado representa, es decir como
sinónimo de sentimiento patriótico. En ese sentido el nacionalismo está presente en
todas las democracias, ya que el consenso democrático resulta difícil si los ciudadanos
no se sienten partícipes en un proyecto de común. Y por otro lado, para referirse a una
doctrina política que considera la nación como fuente de todo el poder político y social,
que estima que la lealtad hacia ella tiene prioridad sobre las demás lealtades, desde la
convicción de que la humanidad está dividida naturalmente en un tipo peculiar de
comunidades básicas, denominadas naciones, a cada una de las cuales corresponde la
soberanía sobre determinado territorio.
El nacionalismo en sentido estricto es una doctrina que surgió a fines del siglo
XVIII por obra de pensadores como el alemán Johann Gotfried Herder y que ha tenido
una gran influencia a lo largo de los siglos XIX y XX. Sus orígenes temporales
coinciden pues con los de la democracia y no es extraño que así sea. Cuando la
soberanía se atribuía a los monarcas, la identidad de sus súbditos no tenía trascendencia
política y, de hecho, las ciudades y territorios podían pasar de una soberanía a otra al
azar de las herencias dinásticas y de las guerras. La democracia parte sin embargo del
principio de soberanía popular y a partir de ahí la identidad nacional de los ciudadanos
adquiere una mayor relevancia política.
Históricamente se han seguido dos vías hacia el nacionalismo. La primera ha
sido la de identificar a la nación, sujeto de la soberanía nacional, como el conjunto de
los habitantes de un determinado Estado, que a veces es de origen dinástico, como en
los casos de Francia, España, China o Japón, y otras veces tiene un origen colonial,
como ocurre con la mayoría de los estados americanos o africanos. La segunda ha sido
la de atribuir esa soberanía a una nación cultural, es decir a una nación definida por
unos rasgos culturales específicos, cuyo territorio puede no coincidir con el de un
Estado ya existente, sino estar englobado en un Estado más amplio (como Irlanda en el
Reino Unido) o dividido entre varios Estados (como Alemania, Italia o Polonia). En el
primer caso la nación queda delimitada por unas fronteras que son el resultado de una
sucesión de azares históricos, como uniones dinásticas o victorias militares, mientras
que en el segundo es el propio movimiento nacionalista el que se arroga la capacidad de
identificar los límites de la nación soberana.
Cuando la nación identificada por los nacionalistas coincide con un Estado
preexistente, su objetivo será reforzar los rasgos culturales comunes que diferencian a
ese Estado respecto a sus vecinos, es decir esforzarse a crear una identidad cultural
diferenciada, y a su vez promover la homogeneidad cultural en el interior de sus
fronteras. Cuando la nación identificada por los nacionalistas resulta en cambio estar
dividida en varios estados o sometida a estados que los nacionalistas consideran
extranjeros, el movimiento nacionalista ha de plantearse necesariamente tres cuestiones:
cuáles son las fronteras de su nación, cuales son los rasgos culturales que diferencian a
los miembros de esa nación respecto a sus vecinos y cuál es el grado de autogobierno
político que desean para su nación. La acomodación de estos nacionalismos sin Estado
se convierte en conflictiva cuando los objetivos definidos por las élites nacionalistas
chocan con la realidad constitucional o ponen en riesgo la integridad territorial o los
intereses de los Estados implicados. Los mecanismos que han resultado más eficaces
son alguna fórmula federal que incluya una segunda cámara legislativa de
representación territorial, la distribución proporcional de recursos y poder estatal, la
23

protección especial de derechos culturales de las minorías contra discriminaciones y la


posibilidad de que los grupos minoritarios pueden rotar o compartir poder en las
coaliciones de gobierno central. Sin embargo, una segunda cámara legislativa con
sobrerrepresentación de las unidades con menos población (en EEUU o Brasil cada
estado tiene el mismo número de senadores con independencia de su población), viola el
principio democrático “un hombre, un voto” y la regla de la mayoría. Incluso puede
hacer difícil la formación de gabinetes en sistemas parlamentarios donde éstos necesiten
la confianza de las dos cámaras. Otra dificultad es la tensión entre la defensa de
derechos culturales colectivos y la protección de los derechos individuales. Los
primeros (derecho a un sistema educativo, instituciones religiosas o legales, medios de
comunicación propios) no deben violar política o constitucionalmente los derechos de
los ciudadanos individuales, detentadores esenciales de derechos en un sistema
democrático. Tampoco el estado central puede delegar completamente su
responsabilidad en el mantenimiento de los mismos. Ejemplos de este tipo de conflictos
se han dado en temas lingüísticos en Quebec, en Cataluña y Bélgica o con los tribunales
de familia musulmanes en India. El sistema federal de EEUU también permitió a los
Estados del Sur limitar la libertad de los afroamericanos.
Finalmente, hay que constatar la vulnerabilidad de las democracias a presiones
nacionalistas de tipo secesionistas. Una vez conseguidos el reconocimiento a la lengua y
a un sistema educativo propios, constituida una intelectualidad nacionalista, establecidas
instituciones con recursos dirigidas por la élite política nacionalista, ésta puede utilizar
todos estos elementos, bien para promover una acomodación dentro del Estado federal
más beneficiosa para sus intereses -lo más habitual- o bien para conseguir la
independencia. Estos procesos generan incertidumbre e inestabilidad política, además
de crispación y enfrentamiento en la comunidad afectada, con perjuicio sobre todo para
los ciudadanos que no se identifican con el ideal nacionalista.

Neoliberalismo.

El término neoliberalismo tiene una fuerte carga polémica, porque lo emplean


sobre todo los críticos de la liberalización económica para desacreditar las políticas que
denuncian. Su uso comenzó a extenderse en los años setenta del siglo XX,
especialmente en América Latina, donde se aplicó a la política económica de Pinochet
en Chile. Su contenido se precisó cuando en 1990 Johm Williamson forjó la expresión
“consenso de Washington” para referirse a las medidas “neoliberales” impulsadas en
todo el mundo por dos instituciones internacionales con sede en Washington, el Fondo
Monetario Internacional y el Banco Mundial. Según Williamson, los diez elementos del
“consenso de Washington” son: una política fiscal que evite el déficit público, salvo
transitoriamente en circunstancias de crisis; una reorientación del gasto público que
reduzca los subsidios directos indiscriminados y se centre en la educación primaria, la
sanidad básica y la inversión en infraestructuras; una reducción de la presión fiscal
excesiva, para estimular la innovación y la eficiencia; unas tasas de interés acordes con
la situación del mercado, positivas en términos reales pero moderadas; libre fluctuación
de las tasas de cambio de la moneda; liberalización del comercio exterior; liberalización
de los flujos internacionales de capital; privatización de empresas públicas;
desregulación, es decir eliminación de las medidas que restringen la libre competencia,
salvo las requeridas por motivos de seguridad, protección del medio ambiente y
protección de los consumidores; garantía jurídica de los derechos de propiedad y
desarrollo del sistema bancario.
24

A pesar de su carga polémica, el término neoliberalismo resulta útil para


destacar que durante las tres últimas décadas el período de intervencionismo estatal que
se inició en los años treinta y se inspiró en Keynes ha dado paso a un regreso de los
principios del liberalismo clásico, aunque ello no ha supuesto una renuncia al Estado del
bienestar. La Gran Recesión iniciada en 2008 ha planteado la necesidad de una
regulación más adecuada de ciertas prácticas financieras, pero no ha puesto en cuestión
la confianza general en el libre funcionamiento de la economía de mercado. Por su
parte, los críticos del neoliberalismo argumentan que reduce la soberanía económica de
los Estados, cuya política se ve condicionada por la respuesta de los mercados
internacionales, incrementa la desigualdad social y reduce el poder negociador de los
trabajadores.

Socialdemocracia.

El término socialdemocracia se aplica a una corriente política que durante su


existencia de más de un siglo ha experimentado un considerable cambio en sus
objetivos, al tiempo que mantenía una notable continuidad en sus organizaciones, en su
apoyo social e incluso en sus principios básicos, que pueden resumirse en la aspiración
a un sistema económico y social más favorable para los ciudadanos y ciudadanas
comunes. En una primera etapa los socialdemócratas o socialistas, ambos términos eran
intercambiables, pretendían sustituir el sistema capitalista por otro basado en la
propiedad colectiva de los medios de producción y se inspiraban en gran medida en la
doctrina de Marx. Posteriormente algunos de ellos, entre los que destacó Eduard
Bernstein emprendieron una revisión de algunos aspectos del marxismo y esta tendencia
se fue acentuando tras la ruptura entre comunistas y socialistas que se produjo a partir
de la revolución bolchevique. En las décadas que siguieron a la Segunda Guerra
Mundial los socialdemócratas de Europa occidental jugaron un gran papel importante en
la creación del Estado del bienestar y se orientaron hacia la reforma del capitalismo más
que hacia su abolición. Ello condujo a su identificación práctica con el sistema basado
en la combinación de la economía de mercado y el intervencionismo estatal, dominante
en Europa en aquel periodo. Pero el retorno al liberalismo económico que se produjo a
partir de los años setenta llevó gradualmente a los partidos socialdemócratas a modificar
sus planteamientos y a apoyar un modelo económico más flexible y abierto. Esto ha
conducido a que a comienzos del siglo XXI las políticas económicas de los gobiernos
socialdemócratas no sean en muchos aspectos contrapuestas a las de gobiernos más
conservadores, al tiempo que la socialdemocracia se mantiene como la principal fuerza
política en el campo de la izquierda.
El primer partido socialdemócrata fue el alemán, que surgió en el congreso de
Gotha de 1875 de la fusión de dos partidos preexistentes y se basó en gran medida, pero
no de forma exclusiva, en la doctrina de Marx. En los años siguientes surgieron nuevos
partidos de semejante orientación, que adoptaron la denominación de socialistas o
socialdemócratas, y en 1889 se fundó la Internacional Socialista, también conocida
como Segunda Internacional, que actuó como órgano de enlace entre ellos. Fue en el
seno del Partido Socialdemócrata Alemán donde surgió la corriente revisionista del
marxismo en la que se encuentra el origen de la socialdemocracia actual. Su principal
impulsor, a partir de 1898, Eduard Bernstein, criticó el determinismo económico de
Marx y su creencia en el empobrecimiento creciente de los trabajadores, en el inevitable
hundimiento del capitalismo, en la división de la sociedad en dos clases antagónicas y
en la necesidad de la dictadura del proletariado. Por el contrario propuso que la
25

socialdemocracia colaborara con otros partidos democráticos de izquierda para impulsar


reformas sociales y políticas graduales por medios pacíficos. Los novedosos
planteamientos de Bernstein fueron mayoritariamente rechazados por el movimiento
socialista internacional, pero sus ideas terminaron por imponerse en la práctica.
A partir de la revolución rusa de 1917 y de la escisión comunista, la mayor parte
de los partidos socialistas rechazaron el marxismo dogmático y la dictadura de partido y
asumieron la defensa de las libertades democráticas. Tras la turbulenta era de los
fascismos y de la Segunda Guerra Mundial esa fue la tendencia que se impuso en la
socialdemocracia europea. La nueva Internacional Socialista, fundada en 1951,
denunció en su documento fundacional (la declaración de Frankfurt) tanto el
capitalismo como el comunismo. Los partidos que la integraban asumieron la defensa
de los principios liberales en que se basaban las democracias occidentales al tiempo que
impulsaban, junto a otros partidos, el desarrollo del Estado del Bienestar. En 1959 el
Partido Socialdemócrata Alemán abandonó en su congreso de Godesberg el marxismo y
el concepto de la lucha de clases.
El triunfo del Estado del bienestar, tanto en Europa como en otros lugares,
incluido Estados Unidos, que carece de una tradición socialdemócrata, ha restado
especificidad a los partidos socialdemócratas. Puesto que la sustitución de la economía
de mercado ya no se plantea y los rasgos básicos del Estado del bienestar no son
discutidos por ninguna corriente política importante, el programa socialdemócrata
básico se ha convertido en parte del consenso democrático. Por otra parte la necesidad
de combinar el mantenimiento del Estado del bienestar con la promoción de la eficacia
económica, en una etapa de creciente competencia a nivel global y de declive
demográfico, ha obligado a los gobiernos socialdemócratas a tomar medidas de
liberalización económica contrarias a su tradición.

Terrorismo, crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad.

Se puede definir el terrorismo como un conjunto de actos de violencia premeditada,


ejecutados por una organización clandestina o por agentes encubiertos de un gobierno,
dirigidos contra personas que no son combatientes, con el propósito de crear un efecto
en la opinión pública que favorezca los objetivos políticos perseguidos por los
terroristas.
El término terrorismo resulta polémico, debido a la fuerte connotación negativa que
posee, por lo que existe una reticencia a aplicarlo a los actos de quienes luchan por una
causa considerada justa. De acuerdo con una observación cínica, quienes para unos son
terroristas, para otros son luchadores por la libertad.
Existen sin embargo documentos internacionales relevantes que respaldan el empleo del
término en el sentido aquí apuntado. En 1995 a una resolución de la Asamblea General
de Naciones Unidas definió los atentados terroristas como “actos criminales con fines
políticos concebidos o planeados para provocar un estado de terror en la población en
general, en un grupo de personas o en personas determinadas” y afirmó que resultaban
“injustificables en todas las circunstancias, cualesquiera sean las consideraciones
políticas, filosóficas, ideológicas, raciales, étnicas, religiosas o de cualquier otra índole
que se hagan valer para justificarlos”. Una resolución de la Asamblea General, a pesar
de su importancia simbólica, no implica sin embargo ninguna obligación legal para los
Estados miembros.
En cambio un convenio internacional representa un compromiso obligatorio para todos
los Estados que lo suscriben. De ahí la importancia de que se incluyera una definición
26

del acto terrorista en la Convención Internacional para la Supresión de la Financiación


del Terrorismo, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1999 y
que entró en vigor en 2002. De acuerdo con ella se considera terrorista cualquier acto
“destinado a causar la muerte o lesiones corporales graves a un civil o a cualquier otra
persona que no participe directamente en las hostilidades en una situación de conflicto
armado, cuando, el propósito de dicho acto, por su naturaleza o contexto, sea intimidar a
una población u obligar a un gobierno o a una organización internacional a realizar un
acto o a abstenerse de hacerlo”.
Puesto que los intentos posteriores de que Naciones Unidas adoptara una convención
global contra el terrorismo no han tenido éxito, esta definición de 1999 sigue siendo la
de mayor validez en el ámbito del derecho internacional. Conviene por ello analizarla
con precisión los dos elementos que la integran. El primero define el acto terrorista en
relación con sus víctimas, que han de ser personas que no están combatiendo en un
conflicto armado. Es decir que, de acuerdo con esta definición un atentado contra un
militar en una situación de paz constituye un acto terrorista, pero no ocurre lo mismo
con un ataque realizado contra una patrulla militar en una situación de conflicto armado.
El segundo lo define en relación con su propósito, que ha de ser el de atemorizar a una
población o de forzar la voluntad de un gobierno o de una organización internacional.
De hecho el término terrorismo deriva de ese propósito de aterrorizar a una población:
el terrorista no mata sólo para eliminar a su víctima, sino para crear un sentimiento
generalizado de temor favorable a sus propósitos políticos.
Tal como se entiende habitualmente, un acto terrorista implica un acto clandestino, no
una violencia ejercida por agentes que se dan a conocer abiertamente. Los crímenes
contra la población civil realizados abiertamente por agentes de un gobierno se
engloban en cambio los conceptos de crímenes de lesa humanidad y crímenes de guerra.
El estatuto de la Corte Penal Internacional, que tras haber sido firmado por 139 estados
entró en vigor en 2002, declara que son "crímenes de lesa humanidad" aquellos que se
cometen "como parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población
civil" y "de conformidad con la política de un Estado o de una organización". Y en su
artículo 8 incluye entre los crímenes de guerra el de "dirigir intencionadamente ataques
contra la población civil en cuanto tal o contra civiles que no participen directamente en
las hostilidades".
El terrorismo presenta algunas similitudes con otras formas de violencia como la guerra
convencional y la guerra irregular o de guerrillas, pues en los tres casos se emplea la
fuerza para lograr un objetivo político. Por otra parte, los terroristas incumplen todas las
regulaciones con las que el derecho internacional ha tratado de limitar la barbarie de la
guerra, especialmente las convenciones de La Haya y Ginebra que imponen a los
combatientes, incluso irregulares, las reglas mínimas de llevar distintivos, portar armas
abiertamente y conducir sus operaciones “de acuerdo con las leyes y costumbres de la
guerra”, especialmente aquellas que excluyen el ataque deliberado contra poblaciones
civiles. En ese sentido, los crímenes terroristas son similares a los crímenes de guerra. Y
las campañas terroristas más graves pueden ser consideradas crímenes de lesa
humanidad.
27

3. Organizaciones internacionales

Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional

El Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) son dos


organizaciones internacionales fundadas en 1945, con el propósito de favorecer la
recuperación de la economía mundial tras la destrucción causada por la Segunda Guerra
Mundial. Su fundación se decidió en la conferencia de Bretton Woods de 1944, a la que
asistieron delegados de las 44 naciones aliadas que combatían juntas en la guerra y que
al año siguiente fundaron Naciones Unidas. Si el propósito principal de Naciones
Unidas había de ser el mantenimiento de la paz, el BM y el FMI habrían de contribuir a
ello mediante el fomento del desarrollo y la cooperación económica. Existía entonces la
convicción de que la Gran Depresión de los años treinta y la incapacidad de las distintas
naciones para hacerle frente de manera coordinada habían contribuido a la génesis de la
Segunda Guerra Mundial. La Unión Soviética no se incorporó a estas organizaciones.
Tanto el BM como el FMI forman parte del sistema de Naciones Unidas, pero toman
sus decisiones de manera autónoma. Ambos tienen sede en Washington y la costumbre
es que el presidente del BM sea un estadounidense, en la actualidad Jim Yong Kim, y el
del FMI sea un europeo, en la actualidad la francesa Cristine Lagarde. En 2013 tienen
188 miembros (los mismos en ambos casos) y el poder de voto de cada miembro está
en proporción a los fondos que aportan. En el BM los miembros con mayor poder de
voto son Estados Unidos, Japón, China, Alemania, Gran Bretaña y Francia, y en el FMI
Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Gran Bretaña y China. Ambos proporcionan
tanto créditos para objetivos específicos como asesoramiento. Su principal diferencia es
que el BM tiene como objetivos fundamentales los de promover el desarrollo y reducir
la pobreza, por lo que su apoyo va dirigido a los países en desarrollo, mientras que el
FMI tiene como misión fundamental promover la estabilidad del sistema económico
mundial, por lo que su apoyo va dirigido hacia los países que atraviesen dificultades
financieras, lo que puede incluir a países desarrollados, como ha ocurrido en los últimos
años con algunos países de la zona euro.
El Grupo del Banco Mundial incluye a cinco instituciones, pero el término Banco
Mundial se aplica habitualmente a la más importante de ellas, el Banco Internacional de
Reconstrucción y Desarrollo. Su función principal consiste en otorgar préstamos con
bajo interés a los países en desarrollo destinados a inversiones en educación, salud,
administración pública, infraestructura, desarrollo del sector privado y financiero,
agricultura y gestión ambiental y de recursos naturales. Algunos de estos proyectos se
cofinancian con gobiernos, otras instituciones multilaterales, bancos comerciales e
inversores privados.
El Fondo Monetario Internacional proporciona créditos a países que atraviesan
dificultades financieras y también ejerce una función de vigilancia de la situación
económica de los países miembros. Sus créditos están condicionados a que los
gobiernos que los reciben efectúen las reformas necesarias para la reducción de sus
desequilibrios económicos, de acuerdo con el diagnóstico efectuado por el propio FMI.
Esas condiciones están inspiradas por el llamado consenso de Washington, expresión
con la que desde los años ochenta se alude a una filosofía económica liberal compartida
por el FMI y el BM (recuérdese que ambas organizaciones tienen su sede en
Washington). Este consenso se traduce en aconsejar a los países en desarrollo o que
28

atraviesan dificultades financieras medidas como la reducción del déficit público; la


concentración del gasto público en áreas esenciales como infraestructuras, sanidad y
educación; la creación de un sistema sólido de impuestos, que genere los ingresos
necesarios para sufragar el gasto público, pero sin perjudicar la actividad económica; la
fijación de las tasas de interés por el mercado; una tasa de cambio moderada de la
moneda nacional, para facilitar el comercio exterior; la liberalización de las
importaciones, y de la inversión extranjera directa; la privatización de las empresas
públicas; la reducción de las disposiciones reguladoras que limiten la libre competencia,
excepto las necesarias para la protección de los consumidores y del medio ambiente y la
supervisión del sistema financiero; y finalmente la garantía de los derechos de
propiedad. Es decir, un conjunto de medidas que impulsen la iniciativa individual y la
competencia, y que concentren la acción del Estado en las áreas que difícilmente puede
cubrir la iniciativa privada. Esto hace que el BM y especialmente el FMI sean objetos de
duras críticas por parte de quienes se oponen al capitalismo liberal.

G8 y G20.
El G8, o Grupo de los Ocho, inicialmente G6 y luego G7, es un foro de discusión
intergubernamental creado en 1975 por iniciativa del presidente francés Giscard
d’Estaing y con la participación inicial de Francia, Alemania, Italia, Japón, el Reino
Unido y los Estados Unidos, con el fin de analizar los problemas de la economía
mundial, que en el momento de su fundación se veía gravemente afectada por el
impacto de la crisis del petróleo de 1973. Al mismo se incorporaron Canadá en 1976 y
Rusia en 1997. La Unión Europea también está representada. Una vez al año se celebra
una cumbre de los jefes de gobierno del grupo, con participación de representantes de la
Unión Europea, y además se celebran reuniones ministeriales sobre diferentes temas de
interés común. Las cumbres anuales despiertan una gran atención en los medios de
comunicación, pero no se trata de nada parecido a un gobierno mundial, sino de un foro
en el que los jefes de gobierno de algunos de los países más poderosos intercambian
ideas y puntos de vista. Para subrayar su condición de simple foro de discusión, el G8
no se ha dotado de una estructura administrativa permanente, por lo que la
responsabilidad de convocar y presidir las reuniones rota anualmente entre los países
miembros En 2012 los miembros del G8 representaban casi el 15% de la población
mundial, el 50% del Producto Mundial Bruto nominal y el 40 % del mismo medido
según la paridad del poder adquisitivo. El G7, sin Rusia, ha seguido reuniéndose
también. En 2014, a raíz de la intervención militar rusa en Ucrania, el G8 ha dejado de
reunirse.
En 2008 el impacto de la crisis económica mundial y el reconocimiento de la creciente
importancia de las economías emergentes condujeron a que adquiriera mayor relevancia
otro grupo, el G20. Este existía desde 1999 como grupo de ministros de hacienda y
gobernadores de los bancos centrales, pero a partir de ese año se han celebrado cumbres
de los jefes de gobierno del grupo. Hubo dos cumbres en 2009 y otras dos en 2010, pero
a partir de entonces se ha acordado que sean anuales. Los temas abordados se refieren a
la estabilidad económica mundial. El G20 incluye a los miembros del G8, es decir
Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Alemania, Francia, Italia, Rusia y Japón, a otros
once países: México, Brasil, Argentina, Sudáfrica, Turquía, Arabia Saudí, India,
Indonesia, China, Corea del Sur y Australia, y a la Unión Europea. En conjunto, esos
diecinueve países representan el 65 % de la población mundial y el 85 % del Producto
Mundial Bruto. Ciertas instituciones internacionales, como el Banco Mundial y el
29

Fondo Monetario Internacional, también están representadas. Al igual que el G8, el G20
carece de estructura administrativa permanente y la presidencia es rotatoria.
A pesar de carecer del grado de institucionalización de Naciones Unidas, las cumbres
del G8 y el G20 representan los más importantes foros de discusión colectiva de los
principales líderes mundiales.

Naciones Unidas.
La Organización de Naciones Unidas, o más sencillamente Naciones Unidas, es una
organización internacional fundada tras la Segunda Guerra Mundial para defender la
paz y la seguridad y promover los derechos humanos y el desarrollo económico y social.
El primero en usar la expresión naciones unidas fue el presidente americano Franklin D.
Roosevelt, que lo empleó para referirse a los estados aliados que combatían juntos en la
guerra mundial, y su primer uso oficial fue en la Carta del Atlántico, suscrita en enero
de 1942 por los gobiernos de 26 países. En abril de 1945 se inició la conferencia de San
Francisco, en la que se aprobó la Carta de la nueva organización. La primera Asamblea
General se celebró en Londres en enero de 1946, con la participación de los 51 Estados
que inicialmente se incorporaron.
En 2013 cuenta con 193 Estados miembros. Sus lenguas oficiales son árabe, chino,
español, francés, inglés y ruso (el árabe se añadió en 1973 a los cinco originales). Las
lenguas utilizadas por el Secretariado son francés e inglés. Sus cinco órganos
principales son la Asamblea General, el Consejo de Seguridad, el Consejo Económico y
Social, el Secretariado y la Corte Internacional de Justicia. La sede de los cuatro
primeros se halla en Nueva York, mientras que la Corte tiene su sede en La Haya. El
sistema de Naciones Unidas cuenta también con diversas agencias especializadas, cuyas
sedes se reparten por diversos países del mundo.
La Asamblea General, integrada por todos los países miembros, es un órgano
deliberativo que celebra sesión una vez al año. Excepto en lo que afectan al presupuesto
de la propia organización, sus resoluciones no son vinculantes para los países miembros,
aunque tienen un valor político importante. Los convenios internacionales aprobados
por la Asamblea no entran en vigor hasta que son ratificados por un número
determinado de Estados y sólo son vinculantes para los Estados que los ratifican. Las
decisiones principales han de ser tomadas por mayoría de dos tercios de los Estados
miembros.
El Consejo de Seguridad es el encargado de velar por la paz y la seguridad
internacionales. A diferencia de los restantes órganos de Naciones Unidas, que sólo
pueden hacer recomendaciones, las resoluciones del Consejo de Seguridad acerca de las
obligaciones que los Estados miembros han asumido conforme al artículo 25 de la
Carta, son vinculantes. Lo integran 15 Estados, de los cuales cinco, China, Estados
Unidos, Francia, Reino Unido y Rusia (es decir los vencedores de la Segunda Guerra
Mundial) son miembros permanentes con derecho a veto. El derecho a veto permite a
cada uno de los cinco miembros permanentes evitar la adopción de resoluciones a las
que se opone, pero no evitar que se debatan. Los diez miembros no permanentes son
elegidos por la Asamblea General sobre una base regional y con un mandato de dos
años. Las propuestas de reformar el Consejo de Seguridad, incluida la incorporación de
nuevos miembros permanentes, no han salido adelante por falta de consenso.
30

El Secretariado está integrado por funcionarios internacionales independientes de sus


respectivos gobiernos y lo encabeza el Secretario General, que es el responsable de la
selección de esos funcionarios. Tiene la misión de impulsar las resoluciones adoptadas
por la Asamblea General, el Consejo de Seguridad y otros organismos de Naciones
Unidas, así como recabar la información y preparar los estudios necesarios. El
Secretario General es nombrado por la Asamblea General a propuesta del Consejo de
Seguridad, cada uno de cuyos miembros permanentes tiene derecho al veto respecto a la
propuesta. Representa la cabeza visible de Naciones Unidas y su autoridad moral como
mediador en problemas internacionales es grande. Sus principales tareas son contribuir a
la resolución de conflictos, dirigir las operaciones de mantenimiento de la paz y
organizar conferencias internacionales. La costumbre es que ejerza su función durante
uno o dos mandatos sucesivos, que su procedencia geográfica sea rotatoria y que no
provenga de ninguno de los Estados miembros permanentes del Consejo de Seguridad.
El actual Secretario General es el coreano Ban Ki-moon y su inmediato antecesor fue el
ghanés Koffi Annan.
El Consejo Económico y Social está integrado por 54 miembros, elegidos por la
Asamblea General para un período de tres años y se reúne cada año durante una sesión
de cuatro semanas, además de celebrar una reunión anual con responsables del Banco
Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Su misión es apoyar a la Asamblea
General en la promoción de la cooperación y el desarrollo económico y social. Coordina
varias agencias especializadas de Naciones Unidas.
La Corte Internacional de Justicia, con sede en La Haya, fue establecida por la Carta de
Naciones Unidas de 1945 y es continuadora de la Corte Permanente de Justicia
Internacional, creada en 1922 por la Sociedad de Naciones. Se ocupa de las
controversias de orden jurídico entre Estados y emite opiniones consultivas respecto a
cuestiones jurídicas que pueden serle sometidas por órganos o instituciones
especializadas de Naciones Unidas. No debe confundirse con la Corte Penal
Internacional, que opera desde 2002 y se ocupa de los crímenes de derecho
internacional más graves, esto es genocidio, crímenes contra la humanidad y crímenes
de guerra.
Las agencias especializadas de Naciones Unidas más conocidas son la Agencia
Internacional de la Energía Atómica, el Banco Mundial, el Fondo Monetario
Internacional, la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO), la
Organización Mundial de la Salud y la Organización de Naciones Unidas para la
Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).

Organización Mundial de Comercio.


La Organización Mundial de Comercio es desde 1995 la encargada de promover el libre
comercio entre las naciones, tarea que desde 1948 se venía realizando en el marco del
Acuerdo General sobre Comercio y Tarifas (GATT). Favorece la firma de acuerdos
entre sus miembros y resuelve las disputas surgidas entre estos por la aplicación de
dichos convenios. Actualmente tiene 153 miembros, que incluyen no sólo a Estados
soberanos sino también a territorios con autonomía aduanera, como Hong Kong y
Taiwán. Los principales países que todavía no tienen la condición de miembros son
Rusia, Irán e Irak.
Los principios del libre comercio en los que se basa la Organización Mundial de
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Comercio son la no discriminación (que implica que un miembro debe conceder el


mismo trato a todos los demás países miembros, y no puede favorecer a los productos
nacionales frente a los importados mediante barreras de diverso tipo), la reciprocidad, el
carácter vinculante de los convenios, la transparencia (que obliga a los miembros a
hacer públicas sus regulaciones comerciales) y la aceptación de excepciones en
circunstancias específicas. Un elemento clave del sistema, establecido en el acta
fundacional de 1994 es el acuerdo sobre resolución de disputas, por el que si un
miembro cree que otro está violando el convenio se compromete a resolver la cuestión
por el procedimiento multilateral acordado en vez de recurrir a represalias unilaterales.
El antecedente de la OMC se encuentra en el GATT, un acuerdo que entró en
funcionamiento en 1948, como parte del esfuerzo por asegurar la cooperación y el
desarrollo económico que llevó también a la creación del Banco Mundial y el Fondo
Monetario Internacional. Este acuerdo se desarrolló a través de sucesivas rondas de
negociaciones, la última de las cuales fue la ronda Uruguay, que se prolongó durante
ocho años. Esta ronda, iniciada en la reunión de Punta del Este (Uruguay) en 1986,
concluyó en la reunión de Marrakech (Marruecos) en 1994, en la que se revisó el
acuerdo inicial de 1947 y se decidió la fundación de la OMC. El GATT revisado de
1994 es el más importante de los acuerdos supervisados por la OMC, cuyo número total
es de sesenta y que abarcan no sólo cuestiones referentes al comercio de bienes, sino
también al sector de servicios y a la propiedad intelectual.
Las conferencias ministeriales de la OMC, en las que participan todos los miembros, se
suelen celebrar cada dos años. En la cuarta, celebrada en Doha (Qatar) en 2001, se
inició una ronda de negociaciones que todavía no ha concluido, la ronda Doha. El
principal obstáculo con el que se encuentra este acuerdo es el proteccionismo agrícola
de los países desarrollados como Estados Unidos y la Unión Europea, que los países en
desarrollo denuncian como contrario a los principios del libre comercio. A su vez los
países en desarrollo se muestran reacios a adoptar los llamadas temas de Singapur,
nuevas cuestiones referentes a contratos gubernamentales, comercio, inversiones y
competencia, que la Unión Europea y Japón plantearon en la conferencia inaugural de la
OMC, celebrada en Singapur en 1996.

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