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© Daniel Francisco Serrano Collantes, 2017

© EDITORIAL DESCLÉE DE BROUWER, S.A., 2017

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ISBN: 978-84-330-3803-6

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Me gustaría dar mi más sincero agradecimiento a mis amigos Ignacio González Sanz,
Juan José Montes y Rafael Mota, que han leído con paciencia y aconsejado en la
redacción final del libro.

También Josefina Díez, Luis Albarrán, Victoria Cruzate, Esteban Fernández-Hinojosa,


Esther Quero, Susana Cascajo y Juan Larrauri me hicieron sugerencias relevantes.

A mi amigo de infancia Fernando Alberca, por haberse mostrado disponible desde el


primer día para escribir el prólogo y darme algunas orientaciones respecto al mundo
editorial, ese que él tan bien conoce.

A Pablo Di Stefano por su colaboración informática.

A mi padre por su nota introductoria y porque siempre me dio aliento para escribirlo; y
a mi madre, por su apoyo y ánimos.

A mis pacientes, por las lecciones que me han dado a lo largo de mi vida y de los que
los que tanto he aprendido.

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Prólogo

La vida es una enfermedad que se cura con la felicidad

La vida está hecha para vivirse y vivirse bien. Aprendiendo a ser feliz, con una
felicidad que realmente todos tenemos al alcance de la mano, con independencia de las
circunstancias y que, sin embargo, pocos descubren.

La felicidad se provoca, como se provoca la vida, la inteligencia y el talento. Cuando


la felicidad es creciente y contagiosa, entonces la vida se convierte en un gozoso ovillo
que vamos desliando día a día, con insospechados beneficios. Aprender a vivir es
aprender a ser feliz, siéndolo.

Muchas veces el ser humano se siente solo y su vida se complica, se dificulta, porque
los obstáculos en soledad parecen mayores, y porque todo ser humano depende de
otro para lograr vivir primero y lograr ser feliz después. Si un bebé no recibe
atenciones afectivas, si fuera solo alimentado con un mecanismo que impidiera ser
cogido en brazos, si fuera alimentado, pero no querido y apoyado, consolado y
acogido, incluso con la presencia de una enfermera –como hizo un experimento
germánico– el resultado sería el que fue en aquel experimento. El bebé no se
traumatizaría de por vida, sino que no viviría. En aquel experimento realizado en la
Alemania de primera mitad del siglo XX no sobrevivió ningún niño a la alimentación
sin afecto.

Necesitamos querer tanto como ser queridos. Ser importantes, tener sentido propio.
Saber cuidarnos y saber cuidar a otros, que a su vez nos cuiden. Por eso es preciso

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rodearse –vivir– con quienes se preocupan de la vida de los demás. Apoyar, como en
este caso, a quienes escriben libros en los que lo importante sean los demás.

En esta necesidad humana, reside la grandeza de este escueto libro del doctor Daniel
Serrano. Su autor es uno de esos seres humanos completos que buscan en su
ocupación diaria, hacer la vida más feliz a todos. Desde su profesión médica observa
la realidad, la estudia y aplica el tratamiento que la vida necesita. Porque la vida es una
enfermedad que se cura con la felicidad.

Porque Daniel, como buen médico, no solo sabe de diagnósticos, sino también de
tratamientos. En estos 16 capítulos nos enseña a conocernos mejor y a reconocer los
verdaderos horizontes que hacen felices al hombre y la mujer de nuestro siglo, se
encuentre en la situación que se encuentre.

Personalmente conocí a Daniel cuando ambos teníamos solo seis años y coincidimos
estudiando Primero de Educación Primaria en el mismo colegio. Se convirtió
rápidamente –quizá por su bondad– en un buen amigo. Tan bueno, que aunque lo he
perdido de vista muchos años, aún mantengo con él la amistad de lo que no se
desgasta ni muere y siempre parece que está a tu disposición en el mismo sitio donde
lo dejaste hace años, porque hay cosas que cuando maduran, ya no puede
deteriorarlas el tiempo. Somos amigos de toda una vida que coincidieron solo dos años
en un colegio, y bastaron gracias a su excelencia humana, que es la que alienta cada
una de estas líneas que escribe y confirma en su experiencia como buena persona y
médico, siempre preocupado por investigar en el ser humano los remedios que este
necesita.

Así lo hace en este libro, cuya experiencia sirve a todos, como bien describe: “La
lectura y la escritura nos colocan frente a nosotros mismos, nos ayudan a conocer a
los demás y, sobre todo, a conocernos”, sirve a todo ser humano. Es lo que logra en
este libro, conocernos un poco más y ser un poco más prácticos también: ayudarnos

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por eso. Y porque es un libro escrito con la cabeza y el corazón, la razón y la emoción
que sostiene conjuntamente dieciséis reflexiones útiles al hombre para aprender a
mirar a su alrededor y vivir mejor.

Daniel Serrano ha sabido acudir a muchos casos reales que ilustran la simple verdad
de nuestras complicadas costumbres, de nuestros cotidianos engaños a veces. Acude a
ejemplos de su consulta y su observación que nos ayudan a entender lo que nos pasa
o pasa a nuestro alrededor, muy cerca. De esta forma tan didáctica el autor nos
presenta una vida que merece ser vivida con mayor destreza y acierto. En la que, por
ejemplo, como él escribe: “Si no eres cirujano, anestesista o bombero de guardia
localizada, pocos son los asuntos que no pueden esperar media hora”.

Y como de lo que se trata no es de dar lecciones, ni siquiera de reflexionar sobre la


vida que hoy vivimos, sino de aprender a vivirla mejor, Daniel incluye en cada
capítulo consejos prácticos, tan concretos como nuestros problemas: sobre las redes
sociales, sobre nuestra cabeza y corazón, el sufrimiento, la vida sana, la amistad, la
naturaleza, el amor, el tiempo y más ingredientes que nos ayudan a vivir, que son la
materia con la que cada ser humano construimos nuestra vida e interferimos en la
construcción de la vida de los demás. Elementos que Daniel nos ayuda a revisar,
limpiar y mantener, para construir nuestra propia felicidad y la de quienes nos rodean
y queremos, curando con la felicidad de verdad, la vida ordinariamente extraordinaria
que vivimos cada día, y a la que podemos sacar un jugo de sabor inimaginable, si
aprendemos a vivirla con libros como este.

Vivir es un don, aprender a vivir bien un medio al alcance de todos. Un signo de


talento también, y de bondad e inteligencia que merece desarrollar de forma práctica,
porque cada día hay aciertos cuyas felices consecuencias pueden durar toda la vida.

Fernando Alberca

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El profesor Fernando Alberca es orientador de un centro educativo y profesor de
la Universidad de Córdoba, autor de Todos los niños pueden ser Einstein, Cuatro
claves para que tu hijo sea feliz, Todo lo que sucede importa, 99 trucos para ser
más feliz o Nuestra mente maravillosa, Premio de Hoy 2013.

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Prefacio

Cuando se acercaba la fecha de mi jubilación pensaba en actividades a las que podría


dedicar las horas –muchas– que hasta ese momento había dedicado al trabajo
profesional. Iban desfilando por mi imaginación largas listas de ocupaciones a las que
en mi vida laboral activa no había podido dedicarles mucho o ningún tiempo y que me
atraían: lecturas, oír música, viajes, escribir, deporte, paseos y sobre todo dedicar
mucho, mucho tiempo a mi mujer, con la que tenía una enorme deuda contraída por
no haberle dedicado todo el tiempo que debiera y me hubiera gustado, y a mi familia,
y a los amigos… La lista se iba acrecentando, haciendo más y más larga, hasta el
punto que solía decir a alguno de mis compañeros de trabajo, medio en broma, medio
en serio, que necesitaría al menos 25 años de jubilación para hacer lo que iba
pensando.

En esta larga lista de cosas por hacer fue ganando posiciones una que me atraía
especialmente. Me gustaría dedicar buena parte de ese tiempo a la reflexión para
volcar sus frutos en escritos o trabajos que sirvieran especialmente a todas las
personas que por una u otra causa sufren, a los enfermos, especialmente a los
enfermos graves, que añaden a los sufrimientos y dolores físicos el terror ante lo
desconocido al ver acercarse la muerte… Una oportunidad para llevarlo a cabo se me
ofreció al conocer la existencia de un Seminario de Medicina y Filosofía que habían
puesto en marcha las Facultades correspondientes de la Universidad de Sevilla. Así
pues, me puse en contacto y participé en varias de sus convocatorias en las que
presenté alguna comunicación: “Humanizar la enfermedad y el sufrimiento”. No se
prolongó por mucho tiempo, por una parte porque para seguir esos trabajos hubieran
sido necesario continuos desplazamientos a Sevilla, lo que me resultaba difícil, y por

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otra parte porque los nubarrones que por entonces se venían encima sobre la familia,
me llevaron a la decisión de dedicarme por entero a hacer algo en defensa de la
institución familiar amenazada.

No obstante aquellas primeras inquietudes no quedaron olvidadas. No sé si algún día


podré dedicarles tiempo. Entre tanto me llegaron estas páginas que siguen en las que
mi hijo Daniel cuenta algunas experiencias que ha vivido en el ejercicio de la medicina,
y en las que ha ofrecido a sus pacientes una buena dosis de filosofía, que podrían
aliviar sus sufrimientos. Me parece que las experiencias que en ellas se relatan cubren
un espectro importante de lo que me parecía que debía ser esa Filosofía para médicos,
si bien desde una óptica práctica, no especulativa. Yo añadiría algunas de las ideas que
bullen en mi cabeza sobre el tema, ahora sí, como teoría. También podría añadir
alguna experiencia desde la práctica profesional, distinta de la medicina, pero que tiene
algo esencial en común, como es la educación.

El centro de la actividad educativa, en efecto, es la persona humana, como también lo


es el del ejercicio del sacerdocio, pero igualmente es el centro de una medicina
humanista, quizá hoy un tanto olvidada ante los evidentes progresos técnicos que
parece dominar esta ciencia, convirtiéndola exclusivamente en una tecnología y
deshumanizándola, con lo que, a mi juicio dejaría de ser una auténtica medicina. Ya el
Dr. Gregorio Marañón nos alertaba allá por los años 50 del pasado siglo de las “lacras
de nuestra Medicina” que, según él “pueden reunirse en las dos grandes
manifestaciones del dogmatismo: una, práctica, el profesionalismo; y otra teórica, el
cientifismo”. Pues bien, considero que la mejor terapia para tales lacras es una
filosofía humanista o, si se quiere, personalista en la que sea la persona humana con
toda su complejidad, la que ocupe el centro de atención de la medicina y de todas las
demás ciencias y conocimientos prácticos que se relacionen con el hombre.

En primer lugar hemos de tener un concepto adecuado de lo que es el ser humano.


Este es precisamente el objeto del que se ocupa una “antropología filosófica” madura,

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como la ha denominado el profesor Dr. Tomás Melendo. El hombre posee una
naturaleza física, corporal, pero tiene otra dimensión, la espiritual, que es la que
conforma su “psique”, la que fundamenta su personalidad, la que lo abre a la
trascendencia y lo configura en definitiva como “persona”. Cualquier dolencia corporal
tiene su reflejo en toda la persona humana, lo mismo que las emociones, sentimientos,
pensamientos o actos de la voluntad tienen una proyección en el cuerpo, en su
estructura biológica. Se produce así una interacción entre espíritu y cuerpo, ya que lo
que afecta a uno u otro son en definitiva afecciones de la persona. El médico no puede
acercarse al enfermo como si de solo un cuerpo material se tratase, sin valorar
también su situación psíquica, anímica o espiritual, a la que a veces será necesario
también aplicar una adecuada terapia.

En este contexto hay que situar también el tratamiento del dolor, que con frecuencia
acompaña a la enfermedad. Una de las preocupaciones que siempre han tenido los
profesionales sanitarios ha sido precisamente aliviar el dolor y, si fuera posible,
suprimirlo. Actualmente se ha avanzado muchísimo en el tratamiento del dolor, pero
no se le ha hecho desaparecer de la vida humana y, probablemente nunca será posible
suprimirlo totalmente. Por ello el médico ha de proporcionar junto a los tratamientos
más adecuados para aliviar el dolor, una auténtica “filosofía humanista” que dote a la
persona sufriente de la fortaleza necesaria para sobrellevar el dolor que no sea posible
eliminar. En este sentido es necesario ayudar a quien sufre a encontrar un sentido a su
dolor. Cualquier dolor o sufrimiento que tiene un sentido se hace mucho más
soportable, pues lo más insoportable es el absurdo de un dolor inútil. “Quien tiene un
porqué para vivir puede soportar casi cualquier cómo”, palabras de Nietzsche cargadas
de sabiduría, que cita V. Frankl en El hombre en busca de sentido.1

Cuando el médico se encuentra con un enfermo que tiene una fe religiosa, resulta
mucho más fácil hacerle comprender el sentido del dolor, sobre todo si tiene una fe
cristiana, pues en Cristo doliente en su Pasión, se hace más visible el sentido redentor
y corredentor del dolor; la imagen de Cristo doliente nos manifiesta el amor de Dios, a

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cada uno: “me amó y se entregó por mí” (San Pablo) y la Resurrección de Cristo nos
abre a la esperanza de una victoria final y definitiva sobre el dolor.

No me resisto a transcribir unos luminosos párrafos de Benedicto XVI en su encíclica


“Spe Salvi” en la que aborda el problema del sufrimiento humano y pueden servir de
acertada guía a personal sanitario, cuidadores, familiares para tratar a las personas que
sufren:

“Al igual que el obrar, también el sufrimiento forma parte de la existencia


humana. Este se deriva, por una parte, de nuestra finitud y, por otra, de la gran
cantidad de culpas acumuladas a lo largo de la historia, y que crece de modo
incesante también en el presente. Conviene ciertamente hacer todo lo posible para
disminuir el sufrimiento; impedir cuanto se pueda el sufrimiento de los inocentes;
aliviar los dolores y ayudar a superar las dolencias psíquicas. Todos estos son
deberes tanto de la justicia como del amor y forman parte de las exigencias
fundamentales de la existencia cristiana y de toda vida realmente humana. En la
lucha contra el dolor físico se han hecho grandes progresos, aunque en las últimas
décadas ha aumentado el sufrimiento de los inocentes y también las dolencias
psíquicas. Es cierto que debemos hacer todo lo posible para superar el
sufrimiento, pero extirparlo del mundo por completo no está en nuestras manos,
simplemente porque no podemos desprendernos de nuestra limitación, y porque
ninguno de nosotros es capaz de eliminar el poder del mal, de la culpa, que –lo
vemos– es una fuente continua de sufrimiento. Esto solo podría hacerlo Dios: y
solo un Dios que, haciéndose hombre, entrase personalmente en la historia y
sufriese en ella. Nosotros sabemos que este Dios existe y que, por tanto, este
poder que «quita el pecado del mundo» (Jn 1,29) está presente en el mundo. Con
la fe en la existencia de este poder ha surgido en la historia la esperanza de la
salvación del mundo. Pero se trata precisamente de esperanza y no aún de
cumplimiento; esperanza que nos da el valor para ponernos de la parte del bien
aun cuando parece que ya no hay esperanza, y conscientes además de que,

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viendo el desarrollo de la historia tal como se manifiesta externamente, el poder
de la culpa permanece como una presencia terrible, incluso para el futuro” (SS nº
36).

Volvamos a nuestro tema. Podemos tratar de limitar el sufrimiento, luchar contra él,
pero no podemos suprimirlo. Precisamente cuando los hombres, intentando evitar toda
dolencia, tratan de alejarse de todo lo que podría significar aflicción, cuando quieren
ahorrarse la fatiga y el dolor de la verdad, del amor y del bien, caen en una vida vacía
en la que quizás ya no existe el dolor, pero en la que la oscura sensación de la falta de
sentido y de la soledad es mucho mayor aún. Lo que cura al hombre no es esquivar el
sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en
ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con
amor infinito.

Pero aun en el caso de personas no creyentes o agnósticas siempre será obligación del
profesional sanitario y muy especialmente del médico ayudarle a dar un sentido al
sufrimiento y al dolor, manifestándole no solo de palabra, sino con su actitud que se
hace y se seguirá haciendo todo lo posible por aliviar sus padecimientos, pero si no es
posible suprimirlos totalmente sentirá el calor humano, la compañía, la solidaridad, el
amor en definitiva de cuantos le rodean, que será un alivio y una ayuda para
sostenerse y “conservar su valor, su dignidad, su generosidad”. (V. Frankl. O.c. pág.
71).

Yo mismo he presenciado cómo una persona en trance de morir, estaba pendiente de


lo que podía molestar a la enferma que ocupaba la cama contigua en la misma
habitación, o del detalle de que no faltaran los regalos a sus sobrinos pequeños el día
de Reyes.

Mitch Albon nos ofrece en su libro Martes con mi viejo profesor el testimonio de su
profesor, Morrie Schwartz, con quien se reencuentra después de quince años. Su viejo

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profesor, “gravemente enfermo de esclerosis lateral amiotrófica (ELA), a pesar de su
doloroso calvario, no ha perdido la vivacidad, su talante irónico, las ganas y la
capacidad de enseñar, de escuchar y de comprender”2. En la lectura de este
impresionante testimonio, encontramos un estímulo para vivir en plenitud todas las
situaciones, que la vida nos depara, porque todas ellas, incluida la muerte, son parte de
nuestra existencia humana, personal, única y original en la que nadie puede ser
sustituido por otro.

Cabría tratar de otros problemas que requerirían del médico una actitud filosófica-
humanista, como serían situaciones en que se plantea por parte de una mujer
embarazada un aborto, o cuando una pareja pretende que se realice la fecundación in
vitro, y otras múltiples situaciones ante las que nos sitúan los avances de la bioética,
pero no es posible abordarlos en los límites que me he propuesto en este prefacio.
Algunas situaciones que deben ser afrontadas con esta orientación de una medicina
humanista son las que en estos relatos del Dr. Daniel Serrano podemos encontrar, que
nos pueden llevar a ampliar lecturas y estudios en esta dirección.

Rafael Serrano

El profesor Rafael Serrano es filósofo. Ha trabajado en el sector de la educación


en diversos colegios en España, desempeñando labores de dirección y docentes.
Tiene diversas publicaciones en áreas como Filosofía y Medicina, el dolor y la
familia.

1. FRANKL, V. El hombre en busca de sentido. Herder, Barcelona 1982. Pág. 78, 104.

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2. ALBON, M. Martes con mi viejo profesor. Ed. Maeva. 9ª ed. 2004.

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Introducción

Después de largos años de experiencia profesional como médico de familia, observo


que con frecuencia los problemas o situaciones que me plantean mis pacientes
sobrepasan –por decirlo de alguna manera– el carácter estrictamente médico,
abarcando, invadiendo e inundando la vida misma. Este hecho no extraña, pues los
médicos de familia, somos más médicos de las personas, que médicos de las
enfermedades. Es decir, para nosotros, como decía Marañón, “no hay enfermedades
sino enfermos”. Somos médicos del cuerpo y del alma. La grandeza reside ahí: una
profesión, una especialidad, que es capaz, sin perder un ápice de ciencia, de enfocar
desde una perspectiva personal cualquier faceta del acontecer humano.

Esta visión global, bio-psico-social e integradora de la persona, es lo que nos


caracteriza. Es fundamental tener presente las circunstancias que pueden hacer que
una enfermedad sea totalmente diferente de una persona a otra, viéndola
contextualizada en su vida familiar, laboral y social. Detrás de la ciencia de la medicina
se encierra la cuestión del hombre, no lo olvidemos. Ya Sócrates advertía: “El mayor
de todos los misterios es el hombre”. Para ese abordaje global hay que disponer de
suficiente tiempo, lo que en España, tal y como está planteada la Medicina Familiar en
el sistema público, es muy difícil. Pero eso es otro cantar.

La mayoría de los capítulos de este libro ha surgido de consultas con mis pacientes. A
veces han sido problemas o situaciones concretas manifestadas. En otras han sido
cuestiones que han surgido de una manera secundaria, como fuera de contexto, pero
no por eso menos importantes para los pacientes. Los nombres que aparecen son
ficticios, no así las circunstancias.

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Las historias han ido reposando y a estas les he ido añadiendo algunas reflexiones
personales, enriquecidas con lecturas.

Hay bastantes ideas para mejorar cada uno su vida personal. Yo en este libro me he
limitado a darte unas cuantas, según mi experiencia. Espero que te sirvan e incluso que
se las des a tus amigos y amigas, como se hace con las buenas ideas.

Por tanto, estimado lector, lo que vas a encontrar no es algo imaginario, sino la
realidad, lo objetivo, la vida misma, tal cual es. Así he escrito entre otras, sobre: la
pareja, los hijos, la amistad, las tecnologías de la información y comunicación, la
medicación, la dimensión espiritual, la serenidad; en definitiva, aspectos que tienen
que ver con cada uno de nosotros.

Espero que su lectura, te ayude, –como a mí me ha ayudado su escritura– a


comprenderte mejor a ti y a los demás, a mirar la vida y saber vivir, en definitiva, a
conocer el ser más misterioso e interesante que existe: el hombre.

Daniel Serrano

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1ª idea:
un lujo de verdad

Vivimos a una velocidad vertiginosa, donde los avances tecnológicos se suceden con
una gran rapidez. Lo que hace un año era novedad en poco tiempo será visto casi
como una pieza de anticuario, incluso quedará bien llevarla, pero simplemente porque
da un aire “retro”. Si en el mundo del automóvil son clásicos a partir de los 25 años,
podemos decir que a nivel tecnológico sería a partir de los 5. Una de estas novedades
han sido las redes sociales. Se escucha con frecuencia que si no estás en las redes
sociales, es casi como si no existieras. Esto es especialmente válido para la gente
joven. Es una realidad que las redes sociales han venido para quedarse, no son algo
pasajero.

En mis consultas con adolescentes y preadolescentes hay una queja casi continua por
parte de muchos de los padres: el uso excesivo del móvil, de las redes sociales e
internet.

Estas herramientas, como casi todo en la vida, pueden tener un buen uso o un mal
uso. Es indudable que los padres están preocupados con todo esto. No solo por el
tiempo que los hijos pueden perder en Tuenti, Twitter, Facebook o Instagram donde
pueden pasar horas cotilleando, comentando unas fotos o las últimas tonterías de
clase, sino por todos los problemas que existen en la redes: ciberbulling, sexting…
Actualmente existen brigadas específicas, dentro de la Guardia Civil y Policía Nacional
especializadas en esta área recorriendo colegios e institutos para alertar a los padres, lo
que supone un baño de realidad para muchos padres por ser un “mundo desconocido”
para ellos. Tal vez tenían una idea generalizada de lo que son y los peligros que

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conlleva su mal uso, pero se habían quedado en eso, generalidades, sin siquiera pensar
que alguno de sus hijos o hijas pudiera verse implicado en alguna de estas situaciones.
Los expertos dicen que hay que estar con los hijos al principio, educarles y después
dejarles volar. En realidad nada nuevo en la manera de enfocar el asunto, ya que se
trata de formar y que sepa utilizarlo de manera racional. Esto exigirá a los padres a
veces un gran esfuerzo de conocer esta realidad con mayor profundidad.

Sería un error pensar por otro lado que esto solo es un problema de adolescentes.
Hace unos días leía de cierto político que tenía en su perfil de Facebook unas 2.500
fotografías. Un dato que me parece relevante. Era un adulto. No es la chica
quinceañera que se hace 100 fotos para elegir la que más le gusta en su perfil de
Tuenti o la veinteañera que cambia cada 3 días su foto de WhatsApp. ¡Era un hombre
de 35 años! Al mismo tiempo no me extraña que muchas empresas de recursos
humanos, una de las primeras medidas que adopten para estudiar el perfil de un
candidato sea ver su perfil en Facebook y las fotos que tiene colgadas nos dirán
mucho de esa persona. ¿Que puede ser una estrategia superficial e incorrecta? Pues sí,
pero las fotos que cuelga en la red ya nos están hablando de esa persona.

Hay una escena diaria que en muchos hogares después de las comidas se repite, es la
siguiente: Adolescentes, pre-adolescentes y niños esperan que se acabe de comer para
abalanzarse sobre la Play, la PSP o el móvil para ver y enviar mensajitos y
whatsappear (creo que este verbo se incluirá en la próxima edición del diccionario de
la Real Academia de la Lengua Española). Muchos padres no saben cómo actuar,
están desconcertados con tanta maquinita. Por un lado si se ponen severos aparecen
las caras largas, pero por otro les molesta profundamente, así que algunos escogen la
vía fácil y se dicen: mejor sedados con la tecnología que dando la murga.

Empezaremos considerando inicialmente el universo de la gente más joven con un


caso concreto. Después veremos otro que ilustra cómo puede llegar a afectar a los
adultos, y nos ayudará a plantearnos una serie de cuestiones.

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Juan tiene 16 años y vive con su madre, que se separó cuando él tenía 10 años. No
tiene más hermanos. Tiene un rendimiento escolar aceptable, sin haber repetido
ningún curso. Su madre dice que él se conforma con aprobar, que podría hacer mucho
más, que lo que pasa “es que se tira todo el día enganchado al ordenador”. Presenta
obesidad, con un índice de masa corporal1 (IMC) de 34 y tiene hasta estrías
abdominales. Él reconoce que efectivamente “tal vez pase demasiado tiempo con el
ordenador, pero que tampoco es para tanto”. Al preguntarle cuántas horas pasa
diariamente dice que unas cuatro, aunque los fines de semana más. No hace nada de
ejercicio y sale muy poco de casa. Su madre trabaja fuera de casa y pasa gran parte
de la tarde él solo.

¿Qué podemos hacer ante esta situación? Habría varios aspectos importantes que nos
plantea el caso. Por un lado parece que se ha llegado tarde y más cuando no está
presente la figura paterna. El preadolescente y adolescente debe saber que hay unas
reglas que son claras, incluso algunas de ellas son “innegociables”. Esas reglas pueden
variar en cada casa y cada familia, y ser negociadas inicialmente entre padres e hijos.
Pero lo que debe existir son reglas referentes al uso de internet, del ordenador, del
móvil al igual que las salidas... Por tanto se tendría que haber actuado antes: ahora es
muchísimo más difícil, entre otras cosas porque tiene un hábito adquirido durante
años. En cualquier caso nunca es demasiado tarde.

Otro aspecto no menos importante sería el cuestionarle a solas si es consumidor de


pornografía. Vivimos hoy en una sociedad erotizada y cultura pansexualizada, lo que
unido al fácil acceso a la pornografía hace del adolescente medio una presa fácil de la
misma. Es esta una cuestión importante y los padres tienen que adelantarse. Yo lo
intento para prevenirles, al tratar estas y otras cuestiones con mis pacientes
adolescentes. Les explico que el consumo de pornografía crea una gran dependencia,
adicción, como una droga, con unos efectos perversos que pueden pasar factura en
ese momento y en el futuro, cuando sea adulto. Para tratar esta y otras cuestiones,
este tipo de consultas las realizo sin estar los padres presentes, a los cuales les parece

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muy bien y comprensible que aborde estas cuestiones a solas. Yo diría que de manera
general la adolescencia se ha adelantado dos años pero no la madurez, mayor motivo
para adelantarse y saber encauzar bien la normal curiosidad.

Por otro lado vemos que el uso incontrolado del ordenador fomenta el sedentarismo,
la obesidad y la insociabilidad.

Seguro que podemos sacar algunas ideas. No quiero alargarme en este caso pero el
chaval comenzó a hacer ejercicio (bicicleta estática, ir a pie al instituto) y a cuidar la
dieta, siguiendo un plan nutricional. También limitó el uso del ordenador, llegando a un
acuerdo con su madre respecto al tiempo de uso. Poco a poco fue mejorando.

Pero no pensemos que esta dependencia del ordenador y TIC (Tecnologías de la


Información y Comunicación) en general es solo cosa de adolescentes. Como por
contagio, la enfermedad de la móvil-dependencia o TIC-dependencia se ha inoculado
a los adultos. ¿Con qué autoridad moral le va a decir un padre a su hijo que deje el
móvil en la comida cuando él es el primero que no consigue pasar media hora sin
enviar un WhatsApp o lo atiende mientras están cenando? El ejemplo es el pilar de la
educación tanto en cuestiones de gran calado como en minucias. Después vendrá todo
lo demás. Está muy estudiado cómo hay por parte de los hijos, casi
inconscientemente, una imitación de comportamientos de los padres. Podríamos
pensar en multitud de ejemplos, positivos y negativos. Así el hijo de padre alcohólico
tiene una probabilidad mucho más alta de llegar a serlo, que aquel cuyo padre no lo es;
y vemos cómo en una casa donde los padres leen o cuidan el orden, los hijos tienden a
leer y a ser ordenados también.

Expongo a continuación un caso que ilustra un mal uso de las redes sociales en una
persona adulta:

Matrimonio de clase media. Elsa tiene 42 años, formación universitaria, está casada y

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tiene dos hijos, una de 18 y otro de 13. Jacinto tiene 41 años, es comerciante, pero
con motivo de la crisis el negocio ha ido cada vez más flojo hasta que hace algo más
de seis meses cerró. Al principio él pasaba los días en casa. Ella, a través de unos
conocidos consiguió que comenzase a hacer un curso para desempleados con
prácticas.

Elsa, que tiene la clave de Facebook de su marido, ha descubierto que él anda


coqueteando por internet con una colega en su nuevo trabajo, con correos electrónicos
“muy cariñosos”. Un día por la tarde espera enfadada a que él venga. A él le
sorprende esta actitud y le pregunta qué le pasa. Elsa le dice que si él sabe el motivo.
Él le dice que no. Al día siguiente se repite la escena, pero ella no puede reprimirse y
le dice que encienda el ordenador. Él le dice que no es lo que parece. Jacinto asegura
que todo se ha quedado en esos correos electrónicos, que no ha habido nada más.
Elsa no se lo cree al principio. Él lo afirma categóricamente y ella acaba por creérselo,
pero indudablemente tendrá que ganarse su confianza porque ahora la ha perdido. Elsa
está desconcertada.

Ella que “siempre se había sacrificado por su familia, que había renunciado a tantas
cosas” se veía engañada. Era como si de pronto ese edificio que estaba construyendo
comenzara a tambalearse. Se ha dedicado de lleno a su familia y a su trabajo. Ha
dejado de lado vida social, incluso ha tenido que “ahuyentar algún buitre” que
revoloteaba a su alrededor y ahora su marido con el que lleva años y años casada y
con una buena relación le sale con esta. Está que explota. Se plantea todo, pero en el
fondo sabe que ella quiere a su marido –y así lo manifiesta– y su marido la quiere.
Pasan una época distanciados, aunque viviendo en la misma casa.

Le sugiero que tal vez debería pedirle a su marido que deje ese curso donde está ahora
para no ver más a esa persona así como su cuenta de Facebook. Elsa dice que
prefiere que eso salga de Jacinto, sin ella pedirle nada. Puede que sea la mejor
solución, pero recordemos –y todos tenemos experiencia de eso– que en momentos de

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ofuscación hay como una cerrazón mental que no nos deja ver las cosas como son,
como cualquier persona con sentido común las vería. Por eso es bueno dejarnos
ayudar, especialmente en esos momentos, por aquellos que nos quieren y merecen
nuestra confianza. Elsa de todas formas decidió que debía ser Jacinto quien tomase
esa resolución. Pasado muy poco tiempo él dejó ese curso y cerró su cuenta o por lo
menos dejó de utilizarla. Habían superado la crisis, pero como en todas las crisis
ambos habían aprendido.

Ella reflexionando sobre cómo había sido posible llegar a esa situación se dio cuenta
de una serie de actitudes que debía cambiar. Estaba acostumbrada a llevar siempre la
voz cantante y a él lo trataba “como si de otro hijo se tratara”. Así era la relación
actual y así había sido desde el inicio. Tal vez influía que ella tuviese una formación
académica que Jacinto no tenía o su juventud había sido más uniforme que la de él.
Otro aspecto del que ella se dio cuenta es que se había volcado demasiado en su
trabajo y había dejado a su familia en un segundo plano. Esto en el fondo le dolía y
mucho. Un día llegó a reconocerme que tenía la sensación “de que había perdido a su
hija”. Esto lo comentó cuando la hija comenzó con algún coqueteo con el alcohol y
drogas, que se manifestaba también en su manera de estar y vestir. Con Jacinto yo no
llegué a hablar aunque sí me mostré disponible para ello.

Pienso que ambos aprendieron algo de esta lección. Pero no olvidemos que el hombre
es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Hay un aspecto que me
parece importante y es que todos debemos aprender en cabeza ajena. De este caso
podemos sacar algunas conclusiones. Una de ellas es que vemos que no solo es cosa
de adolescentes, así que debemos ser prudentes en el uso de las redes sociales e
internet.

Volviendo a los móviles les contaré algo que me pasó hace un par de meses. Había
quedado para tomar una cerveza con un amigo. Quedamos en una terraza y como
tardaba un poco me senté y fui pidiendo una cerveza. Cuando llegó él, entró en el bar

24
para pedirse otra cerveza y al poco salió con la cerveza y hablando por teléfono. Así
estuvo unos diez minutos. Los dos sentados, con las cervezas en la mesa y él
hablando por el móvil con un compañero de trabajo de un tema profesional. Cuando
acabó me pidió disculpas. A mí sinceramente me pareció una descortesía mayúscula.
Seguro que ya les habrá pasado, que están hablando en una cena y se encuentran con
alguien con una mirada ausente pendiente de la pantalla del móvil, fisgando de reojo el
último WhatsApp. Esto genera algo que es ya una epidemia, que es la falta, el déficit
de atención. Y no piensen, como decía antes, que cuando digo esto estoy pensando
solo en los pre-adolescentes y adolescentes, sino también en nosotros, los adultos.

Ya no nos sorprende estar en una reunión de trabajo y que de pronto le suene el móvil
a alguien, se levante y deje la reunión. Eso por no hablar de los que continúan en la
reunión y empiezan a susurrarle al teléfono con la mano medio tapándose la boca,
adoptando una ridícula situación o se dedican a “jugar” con el teléfono. Si además
lleva una melodía de esas que no pasa desapercibida la reunión prácticamente se
puede dar por concluida. Por eso no me resulta extraño que en la Casa Blanca rija un
protocolo en que todos los asistentes dejan sus móviles en una bandeja antes de entrar
a las reuniones o algunos equipos de fútbol tienen en su reglamento que durante las
charlas del entrenador el móvil debe quedarse en las taquillas de cada jugador. Porque
sabemos que no solo se distrae el propietario sino que distrae a todos los demás.

Esta dependencia de los móviles en jóvenes y no tan jóvenes hace que podamos estar
más pendientes de ellos que de nuestro entorno. Esto ha sido ya estudiado y evaluado
tanto en sus motivaciones como en sus consecuencias. Tal vez una de las
consecuencias más a la vista es que el uso del móvil y en general todas las tecnologías
de información y comunicación, que cada vez funcionan a una mayor velocidad
pueden acabar generando alerta y ansiedad porque activan en nuestro cerebro
mecanismos de recompensa inmediata.

Cuando el cerebro reconoce una oportunidad de recompensa, secreta un

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neurotransmisor llamado dopamina. Es como si los móviles, y los portátiles tuvieran
una línea directa con nuestro cerebro y nos dieran constantemente dosis de dopamina.
¿Quién puede resistirse al oír el sonido de un WhatsApp? Si queremos controlarnos,
debemos distinguir las recompensas reales que le dan sentido a nuestra vida, de las
falsas que nos mantienen distraídos y adictos. Aprender a hacer esta distinción es la
mejor alternativa. A la larga, y sobre todo en la gente joven, hace que nos
encontremos con una generación que lo quiere todo, ahora, inmediatamente y no tiene
ninguna capacidad de espera. Esto finalmente deformará la realidad del joven
pudiendo incluso frustrarlo.

Es muy ilustrativa una prueba realizada un día entre semana a unos grupos de
estudiantes de 17 y 18 años de edad, previamente avisados, desde las nueve y media
de la mañana hasta la una y media. Se les retira el móvil y se les deja en clase con sus
asignaturas, compañeros, profesores, como cualquier otro día. Es de señalar que el
uso de móviles está prohibido y que se puede retirar si se les sorprende usándolos,
pero la realidad es que prácticamente aun estando prohibido lo llevan habitualmente.

Las primeras reacciones que se recogen al pasarles una hoja, para que cada uno
escriba las sensaciones que piensa va a experimentar en esas horas sin el móvil, son
del tipo “me voy a aburrir muchísimo, esta mañana va a ser horrorosa y larguísima,
no voy a saber qué me dicen y no me voy a poder comunicar con los de fuera, vaya
ocurrencia lo de quitarnos el móvil…”, y esto lo escriben rodeados de compañeros
con los que llevan más de diez años compartiendo aulas, con los que hacen deporte,
han tenido excursiones, fiestas y salidas de fin de semana ya que entre ellos hay
muchos que son buenos amigos.

La mañana va trascurriendo con sus clases y breves descansos, y las sensaciones van
cambiando en los participantes. Algunos reconocen que al inicio se han sorprendido a
sí mismos bajando las manos de manera espontánea a la zona del pupitre donde
esconden el móvil o al bolsillo, con la decepción de no encontrarlo. Se pasa

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nuevamente una hoja para que escriban sus impresiones. Ya se escriben expresiones
del estilo: “esto no es tan terrible, no es para tanto, me agobia mucho ver a mis
compañeros buscar los móviles, me doy cuenta de lo enganchada que estoy a esto del
internet”.

Después de la tercera hora de clase, tienen un descanso algo más prolongado, de


treinta minutos y hoy sí salen fuera del colegio a un parque cercano, sin ningún
artilugio inalámbrico. El resultado era el esperable: cambia el signo de sus
comunicaciones. En tan solo treinta minutos han surgido bromas, risas, alguna que
otra payasada simpática como ponerse a saltar escaleras. Al final del mismo, escriben
expresiones del tipo “hacía mucho tiempo que no me lo pasaba tan bien en el recreo
con mis compañeros, hemos recordado muchos momentos buenos en estos años de
colegio, nos hemos reído un montón con las tonterías de Alberto, incluso nos ha dado
tiempo para planificar lo que haremos el próximo fin de semana”.

Al llegar la una y media algunos terminan diciendo que ha sido un día buenísimo, que
han atendido más en clase, otros que ha sido una experiencia estupenda que se tendría
que repetir más veces y que realmente los móviles no son necesarios en clase. Se les
ve más sonrientes y comunicativos, con ganas de gastar bromas.

Destacaría las siguientes conclusiones de este estudio:

• Indudablemente se mejoran el rendimiento y la atención y esto debemos tenerlo


presente tanto al asistir a las aulas como a la hora de ponerse a estudiar. Esa
costumbre de los estudiantes escolares y universitarios de ponerse a estudiar con el
móvil al lado o ir a clase con él, provoca un déficit de atención y concentración.

• Se mejora la relación interpersonal, facilitando una mayor atención a los demás y


al entorno.

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Si no eres cirujano, anestesista o bombero de guardia localizada, pocos son los asuntos
en esta vida que no puedan esperar media hora. Pensémoslo la próxima vez cuando
vayamos a tomar una cerveza con unos amigos o estés charlando tranquilamente con
tu mujer. El teléfono móvil, en contra de lo que se cree y lo que inicialmente fue,
dejará de ser un signo de distinción. Aún recuerdo –cómo pasa el tiempo– cuando
todavía no era generalizado el uso de los móviles. Su posesión daba un cierto estatus
social. Entonces comenzaron a comercializarse esos teléfonos de broma que
simulaban uno de verdad y hasta hacían un ruido similar. Cómo han cambiado las
cosas. Hoy en día muchas personas y profesionales están deseando que lleguen las
vacaciones para dejar arrinconado el móvil. Están hartos de esa atosigante
servidumbre. Estar siempre localizado, con una disponibilidad absoluta a cualquier
hora del día, es agotador para cualquiera.

Con todo lo dicho hasta ahora no pretendo demonizar los móviles y en general las
tecnologías de la información y comunicación, pero sí hacer una llamada de atención
para poner límites. Límites en el uso del móvil, de internet, de las redes sociales, de
los juegos por parte los niños y a veces los no tan niños…

Algunas propuestas prácticas que te sugiero, sabiendo, que hoy en día son un lujo de
verdad:

1. Apaga el móvil o no lo atiendas durante las comidas. Con más motivos si estás
con tu familia, tu mujer, tu novia, un amigo o incluso solo.

2. Comienza a usar más el teléfono fijo de casa. Dáselo a tus amigos y familiares y
desconecta el móvil al llegar a casa. Por lo menos hazlo un par de veces por
semana para irte “liberando” de la móvil-dependencia.

3. Desconéctalo en las reuniones de trabajo. Este debería ser un principio que


imperara en cualquier reunión. Su uso, aparte de una descortesía hacia los demás,

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provoca un déficit de atención.

4. Si quieres que tus hijos te hagan caso, ve tú por delante con el ejemplo. “Fray
ejemplo es el mejor predicador”. Si tus hijos te ven pasarte horas delante del
ordenador no pretendas que ellos no pasen horas delante de la Play o del
ordenador. Si interrumpes una conversación con ellos porque te llaman al móvil,
no te extrañes de que también ellos hagan lo mismo.

5. Limita, incluso de manera contable, el tiempo dedicado a internet y al


ordenador. En mis consultas con adolescentes siempre les pongo el ejemplo de las
hijas de Bill Gates, a quienes sus padres les tienen restringido el uso del ordenador
a un máximo de 45 minutos diarios, además del que necesitasen para hacer las
tareas del colegio.

6. No veas una necesidad estar publicando continuamente fotos de lo que haces,


ni dónde estás. Explícales esto a tus hijos. Antes de unirte a una red social o crear
un blog, que en determinadas personas puede ser necesario o conveniente,
pregúntate cuál es tu finalidad.

1. IMC: Índice de masa corporal= Peso (kg)/ Estatura² (m)

Bajo peso < 18,5; Normal: 18,5-24,9; Sobrepeso: > 25-29,9; Obeso: ≥ 30 (obesidad leve: 30-34,9;
Obesidad moderada: 35-39,9; Obesidad mórbida ≥ 40)

29
2ª idea:
una cabeza templada y un corazón sensible

Los términos sentimiento, afectos, pasión, corazón y emoción poseen diferentes


matices en los lenguajes científicos –experimental y filosófico–, y no siempre existe
acuerdo entre los autores. Sin embargo es frecuente utilizarlos como sinónimos en el
lenguaje ordinario. Los utilizaré indistintamente, pero “corazón” me gusta
especialmente.

Las dimensiones operativas más importantes del hombre son tres: la inteligencia, el
pensamiento o el intelecto que sería el primero; la voluntad sería la segunda y la
afectividad, los sentimientos, las tendencias sensibles o lo que también he denominado
el corazón, la tercera. Siguiendo el modelo anatómico –por decirlo de alguna manera–
el hombre sería cabeza y corazón. La cabeza sería la inteligencia y la voluntad, y el
corazón la afectividad.

En la sociedad de hoy los sentimientos, la sensibilidad y el corazón, han ocupado el


primer lugar como motor de actuación en un número importante de personas. Es
decir, la persona se entiende en función de su afectividad. Esta mentalidad se
manifiesta en modelos teórico-filosóficos y modos de entender la vida, pero sobre
todo se refleja en modos prácticos de actuar y planear la propia existencia. “Se han
producido –en palabras del profesor Leonardo Polo– hipertrofias y atrofias: alguna
dimensión del ser humano se ha agigantado, se ha proyectado de una manera
excesiva; otras, en cambio, han sufrido una paralización, una regresión, han
experimentado una involución e, incluso, han degenerado. Entiendo que en nuestra
época, se han atrofiado el pensamiento y la voluntad, mientras que la afectividad ha

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alcanzado una especie de papel principal, asumiendo funciones que ya no cumplen las
otras dimensiones humanas, precisamente porque se han atrofiado”1.

La afectividad y el corazón son necesarios para vivir, pero es bueno saber cómo
funcionan. Se caracterizan por ser bastante autónomos, dotados de notable plasticidad
y creatividad, pero no por todo esto están desligados de responsabilidad. Deben
integrase armónicamente con la voluntad y por tanto, son moldeables y educables.
Pero este proceso de integración afectos-voluntad no es un proceso de represión en el
que la voluntad somete a los afectos. La afectividad no está reñida con la voluntad –
aunque pueda estarlo– y el plano de los afectos no es un terreno ajeno a la
responsabilidad, como decía anteriormente.

El problema empieza cuando la afectividad, el corazón y los sentimientos ocupan la


dimensión central de la vida, el primer lugar en nuestro día a día, a la hora de marcar
nuestra actuación, de regir nuestra conducta, fundamentalmente porque no somos
dueños de nuestros sentimientos. No podemos olvidar la inteligencia, la voluntad o,
por decirlo de otra manera, la cabeza. El hombre es cabeza y corazón y no siempre
resulta fácil que convivan dentro de cada uno de nosotros como dos buenos amigos.
Cuántas veces notamos, que andan como dos hermanos peleados y cada uno va por
su cuenta, sin hacer caso al otro, cuando lo lógico sería que se llevaran bien, que
dialogasen, pero siempre teniendo en cuenta la primacía del hermano mayor, que es la
cabeza. Con una imagen gráfica, dar la primacía al corazón sería como una persona
con una cabeza muy pequeña y un corazón muy grande. Esta imagen, bien podría ser
la de cualquiera de nosotros. Pero se trata de ser personas proporcionadas, sin
exageraciones, ni malformaciones. Tener, en definitiva, una cabeza y un corazón de
tamaño uniforme, proporcionado, normal, y que sea la cabeza, la que comande, la que
dé las instrucciones, porque si esta falla, todo falla.

Tenemos que saber que los afectos no son libres, aparecen sin que la libertad entre
inicialmente en juego. Yo puedo sentir ira contra el policía local, que me ha puesto una

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multa por dejar aparcado el coche en doble fila durante cinco minutos, mientras
dejaba unos pantalones en la tintorería. También puede gustarme mi compañera de
trabajo, con la que coincido por la mañana desayunando, o me alegro porque mi
equipo de fútbol ha ganado una importante competición. Estos afectos surgen en mí,
sin que yo me lo proponga. Es algo humano. Está claro que así, por ejemplo, en los
primeros instantes del amor no entra en juego la inteligencia, la cabeza. Sí lo está el
corazón. Están presentes el aspecto físico, la personalidad, la percepción del otro.

Pero frente a estos sentimientos, muchas veces repentinos, esa primera reacción de
“me resulta agradable”, “me gusta” o de la atracción por determinada persona, la
persona siempre puede y debe decidir. Debemos subordinar los afectos a la
inteligencia y a la voluntad, el corazón a la cabeza. ¿Subordinar? Sí, subordinar,
aunque no sea una palabra políticamente correcta. No puede ser al contrario: que me
deje llevar por los sentimientos, por los afectos y que sean estos los que sometan a la
inteligencia y a la voluntad. ¿Pero me estás diciendo entonces que tener sentimientos
es malo? De ninguna manera. Los sentimientos en sí mismos podríamos decir que no
son ni buenos ni malos, solo lo serán en la medida en que son asumidos por la libertad
y entra en juego la voluntad especificando los afectos, como conducta voluntaria,
libre, personal y responsable. Los afectos dependen por tanto de la razón y la
voluntad. Así los afectos son buenos cuando contribuyen a una acción buena, y malos
en el caso contrario.

Habitualmente la afectividad actúa como motivación de las decisiones voluntarias,


elegimos porque queremos y ese querer es facilitado por los sentimientos. Sin embargo
la motivación no es determinación, elegimos porque queremos ya que la voluntad
causa sus propios actos. Que a mí me guste alguien puede ser bueno o no, pero este
amor tiene que ser ordenado. Que un padre de familia quiera a sus hijos es loable y
bueno por lo que va a conllevar de donación, de entrega y mejora como persona; pero
que ame a una compañera de trabajo, no. ¿Por qué? Porque ya tiene otros amores,
otros compromisos que asumió libremente un día. Es decir, sí que debemos aplicar la

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cabeza para ver si esa persona conviene o no para mi futuro. La inteligencia, la
cabeza, es esencial tanto en la elección como en la perseverancia amorosa.

A continuación expongo un caso de mi consulta, que nos puede ayudar de manera más
práctica sobre estas consideraciones.

Rita vino a mi consulta, después de dos años de la última. Tiene 42 años, un hijo de 8
años de su compañero, con quien vive desde hace 12 años y es profesora. Antes no
había tenido ninguna relación formal. Me refiere que desde hace unos meses duerme
mal de noche. Tiene pesadillas, se despierta varias veces de madrugada, y a veces no
consigue dormirse de nuevo. En otras ocasiones presenta insomnio inicial, y cuando se
va a la cama le cuesta dormirse. La paciente también me refirió, después de ser
cuestionada, que había perdido 1,5 kg, pero que no se sentía especialmente triste, ni
había llorado. Le pregunté si ella relaciona todos estos síntomas, con algún hecho o
alguna situación.

Hago un breve paréntesis en la historia para dar algunos datos médicos de interés.
Normalmente el insomnio intermedio es uno de los síntomas más característicos de un
síndrome depresivo y junto con el insomnio inicial, característico de la ansiedad,
formaría el síndrome ansioso-depresivo, que generalmente va unido. De manera
habitual, la ansiedad mantenida en el tiempo acaba generando depresión y viceversa,
por eso la mayoría de estos episodios se presentan con un componente de ansiedad y
de depresión. Otro de los síntomas más característicos es la alteración del apetito, que
normalmente se manifiesta como una pérdida y más raramente como aumento. Por
eso no es raro encontrar que el paciente refiera haber perdido varios kilos de peso.
Alteración del sueño y del apetito son las pistas para investigar siempre un síndrome
depresivo. Luego están los síntomas propios como la tristeza, el lloro, la anhedonia
(incapacidad patológica para sentir placer).

Al insistir nuevamente si había alguna causa que pudiera estar relacionada con la

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aparición de aquellos síntomas, me reconoció finalmente que estaba enamorada de un
compañero de trabajo. Lo estaba pasando mal, pues el corazón le dictaba unas normas
y la cabeza otras. Este enfrentamiento estaba en la base de aquellos desajustes y
síntomas. Le hice ver lo peligroso que puede ser dejarse llevar por el corazón, sin
pasar los sentimientos por el tamiz de la cabeza. Ella con un hijo, con un compañero
al que quería, se había enamorado de otro compañero. Algo a lo que todos estamos
expuestos y más hoy en día, donde se pasan tantas y tantas horas en el trabajo. Es
fácil contar, casi sin quererlo, no solo las cosas del día a día, sino también tu
intimidad, a tu compañero/a de trabajo y así se va creando una amistad, una relación y
finalmente el enamoramiento. Ella tenía un compromiso con su familia que quería y
debía mantener, por lo que debía cortar esa relación.

Esta era una de esas situaciones, que se nos pueden presentar, que tanto pueden
agradar y tan inofensivas pueden parecer, pero que van minando los compromisos
adquiridos. En el fondo reconocía la situación, pero le costaba cortar. Estaba en un
punto en que esa relación –por lo menos interiormente– tenía ya algún recorrido. Le
dije que la cabeza es la que debía mandar y no dejarse llevar por el corazón. Lo había
hablado con su compañero de trabajo. Le pregunté qué le parecería a ella si la
situación fuera a la inversa, si fuera su compañero, el padre de su hijo, el que se
hubiera enamorado de una colega y lo dejara todo –a ella y a su hijo– por irse con esa
nueva compañera. Le parecería una tremenda injusticia –me dijo– y falta de lealtad,
como padre y compañero. Tal vez eso le hizo ver el egoísmo de su actitud. Decidió
que tenía que cortar esa situación, aunque reconoció que le costaría mucho.

Le prescribí un antidepresivo, que también le iba a ayudar, entre otras cosas, a


regularizar el sueño y quedamos en volver a vernos en la consulta pasado un mes.
Pasado ese tiempo, el sueño se había normalizado y el nivel de ansiedad era menor.
Había tomado la determinación de seguir con su compañero e hijo y cortar la relación
del trabajo. Esta decisión le estaba ayudando en todos sus síntomas, además de la
medicación.

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Este es el ejemplo que he tomado, pero a lo largo de mi vida profesional han sido
innumerables. De todos ellos, expongo algunas enseñanzas prácticas:

1. Ser una persona con una afectividad madura. Primero la cabeza, la inteligencia
y la voluntad. No dejarse llevar por el corazón únicamente. La cabeza –
inteligencia y voluntad– son los que deben mandar y guiar mi vida. Seguiré los
principios que dicta el corazón si son concordantes con los de mi cabeza, y en el
caso de no ser así mandará la cabeza. Una persona afectivamente madura lucha
para alcanzar un equilibrio, una integración armónica de voluntad, inteligencia y
afectividad. Esto no supone una ausencia de lucha, de conflicto. La persona
madura siente, pero no siempre consiente. Vive el autodominio, y su voluntad
gobierna los sentimientos, sin pretender hacerlos desaparecer.

2. Saber cortar al principio. El galanteo y el tonteo no es solo de adolescentes.


Nos puede pasar a todos y hay que tener el suficiente coraje para cortar una
relación que no es buena, ni conveniente. Si se deja arrastrar por esa situación, se
irá enredando cada vez más hasta que le resulte difícil solventar el problema. Sería
absurdo que todos los días me fuera en el coche con una colega de trabajo,
aunque así nos ahorrásemos un dinero y además contamináramos menos, pero
poco a poco podría estar intoxicando mi relación. Podría acabar contándole los
problemas que puedo tener en casa con mi marido o esposa, en definitiva,
abriendo casi sin quererlo la ventana de la intimidad y una vez abierta esta ventana
es muy fácil asaltar la casa.

Hay que ser consciente de que el mundo afectivo tiende a ser inestable, pues los
sentimientos son pasajeros, sujetos a la percepción del momento. Cuando aquello
que nos atrae deja de estar presente (por ejemplo la belleza) aquel afecto puede
desaparecer. De ahí que siendo un componente importante de la conducta, la
afectividad no puede ser rectora del comportamiento.

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3. Actuar. No valen las medias tintas. Tal vez eso implique determinaciones
importantes, como pueda ser dejar un puesto de trabajo, o cambiar de ciudad o
cosas más pequeñas, pero no menos importantes, como borrar un número de
teléfono móvil y dirección de correo electrónico de mi lista de contactos para no
caer en la tentación en algún momento de debilidad. Por tanto cuida tu familia, tus
compromisos; es el tesoro que tienes. Entrégate en cuerpo y alma y evita las
tentaciones que pudieran apartarte de ella.

4. Atención al sentimentalismo. Una manifestación típica de la preponderancia de


los afectos es el sentimentalismo: hacer las cosas solo porque se tienen ganas,
dejar de hacerlas porque se ha pasado el entusiasmo, la dependencia casi exclusiva
de los estados de ánimo, de la “ley del gusto”, de los caprichos. El
sentimentalismo entrona la sensibilidad y destierra la voluntad. Esto debemos
tenerlo en cuenta nosotros y también enseñarlo a los más pequeños. No hago o
dejo de hacer las cosas porque me apetezca o tenga ganas. Hay un diálogo en el
libro El despertar de la señorita Prim que me parece muy ilustrativo para saber
diferenciar sentimiento y sentimentalismo:

“Una cosa es el sentimentalismo y otra el sentimiento, Prudencia. El


sentimentalismo es una patología de la razón o, si lo prefiere usted, una patología
de los sentimientos, que crecen, se exceden, ocupan un lugar que no les
corresponde, se vuelven locos, oscurecen el juicio. No ser sentimental no significa
carecer de sentimientos, sino únicamente saber encauzarlos. El ideal, seguro que
estaremos de acuerdo, es poseer una cabeza templada y un corazón sensible”.

1. POLO, L. “El hombre en nuestra situación”, en Nuestro Tiempo n. 295, p. 23.

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3ª idea:
cuidado con el sufrimiento anticipatorio

En la época actual una de las características más destacadas de las sociedades


modernas, es querer tenerlo todo controlado, seguro. Y todo es absolutamente todo:
casa, trabajo, salud, niños, pareja, familia, vacaciones... Desde la época en que se va a
tener un niño hasta el mínimo detalle de ese viaje que vamos hacer, pasando por la
jubilación. Nos gustaría saber que nuestra salud, nuestra familia, nuestro dinero,
incluso nuestros sentimientos van a estar “asegurados”. Todos queremos estar
protegidos, tanto a nivel social como en nuestra dimensión más íntima, y para ello
contratamos seguros de salud, de hogar, profesionales. De alguna manera esto es
comprensible, porque es inherente a la misma condición humana.

Pero parece que en nuestro tiempo el miedo y la desconfianza se han instalado en


nuestra sociedad, y se piensa en el futuro como una nube negra, como un reto
imprevisible e insuperable. Lo desconocido, nos provoca tensión, ansiedad, temor,
inquietud. Y cuando no lo tengo todo controlado, esto me genera algo de estos
síntomas. Se tiene miedo al futuro porque es desconocido, porque no lo abarcamos,
en definitiva, porque no lo controlamos. Debemos tener siempre presente que la vida
es evolución, cambio continuo y nada es fijo o permanente. Es necesario que esto lo
tengamos claro y que no intentemos aferrarnos a nada de nuestro presente, pensando
en que siempre estará ahí.

Esta situación de control llevada al extremo resulta peligrosa para la persona y para los
que le rodean. Y cada vez es más frecuente encontrar hombres y mujeres que se
dejan arrastrar por esta “mente controladora” al extremo. Pero no tenemos que pensar

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en situaciones límite, porque en el día a día nos hemos rodeado de circunstancias que
tienen que estar controladas. Son situaciones que hace unas décadas eran más
naturales, más autónomas, pero todos de alguna manera nos hemos ido dejando
contagiar por esta mentalidad.

El sufrimiento anticipatorio se deriva de esta forma de pensar, que intenta controlarlo


todo, en todos los ámbitos de la vida. Puede referirse a la salud, al trabajo, a la vida
familiar y a otros muchos aspectos de nuestra vida cotidiana.

Muestro un caso interesante muy representativo.

Víctor tiene 63 años, está casado y dos hijos ya independizados. Es de clase media.
Está en mi fichero clínico junto con su mujer y su cuñada hace bastantes años. Tiene
antecedentes personales de diabetes mellitus tipo 2, hipertensión arterial y un
desprendimiento de retina. No tiene antecedentes familiares relevantes. Aunque está
jubilado tiene una actividad que le demanda gran cantidad de tiempo. Viene a consulta
regularmente para controlar la diabetes e hipertensión que conlleva realizar análisis con
cierta regularidad. Siempre insiste en solicitar cada seis meses el análisis del marcador
tumoral de la próstata, el conocido PSA. Le he explicado en varias ocasiones que no
es necesario hacer análisis del PSA cada seis meses, pero siempre me dice que le
preocupa que pueda tener un cáncer. Con todo tipo de detalles he intentado razonarle
la falta de rigor científico de ese criterio suyo, pero hasta ahora no se ha convencido y
cada vez que viene a la consulta me hace la misma petición.

Otro caso clínico, aunque más atípico, es el siguiente:

Elisa es una mujer joven, de clase media-baja, casada y con una hija. Lleva en mi
fichero clínico varios años y la conozco bien. Tiene una obesidad mórbida, como
único antecedente personal de interés, desde un punto de vista médico. Con alguna
periodicidad aparece en la consulta, por motivos aparentemente minúsculos, pero ya

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en varias ocasiones ha referido que realmente lo que le preocupa es que pueda tener
un cáncer. Por este motivo cualquier pequeña molestia, ya sea un dolor leve de cabeza
o cualquier alteración en la piel, para ella se convierte en una sospecha de cáncer, que
la hace sufrir. Después de venir a la consulta y explicar sus miedos, aclaro sus dudas y
se va más tranquila y contenta pero, ya sé que eso será por un cierto tiempo, porque
pasados varios meses volverá a acudir con la misma sospecha. He intentado hacerle
ver, lo ilógico de su temor constante, de su miedo anticipatorio, de su sufrimiento,
pero sin éxito.

Es verdad que este es un caso extremo, patológico, que necesitó de un


acompañamiento médico y una terapia psicológica, pero pensemos cómo es nuestro
día a día. Si bien el miedo al cáncer puede ser una causa, en general el miedo, el
sufrimiento anticipatorio a la enfermedad es más frecuente de lo que cabría esperarse.
Puede ser el miedo a la diabetes, al Alzheimer, a un infarto o cualquier otra
enfermedad.

Responsabilizarse de los asuntos, planificar, prepararse, ser precavidos, resultan


acciones positivas si se traducen en una conducta que apoya el logro de los propósitos
y la vida diaria. Pero cuando el querer tener todo bajo control se convierte en una
“manía”, ¡cuidado!

Podemos decir que el grado de ansiedad, que genera la incertidumbre, el futuro, la


falta de control sobre las situaciones, varía de una persona a otra. Existe un grado
normal, que podría ser, por ejemplo, el que se puede generar en una persona que tiene
que preparar una presentación en su trabajo o incluso hacer un viaje de avión, en el
que se mezcla algo de ansiedad, de tensión, que se desprende de no olvidar nada del
equipaje, de llegar a tiempo al aeropuerto, de no tener problemas con los billetes y que
todo vaya bien en el vuelo. Y uno muy diferente sería el caso expuesto, que es ya
patológico. Una cosa es hacer frente y combatir las batallas diarias y las adversidades
que se nos presentan y otra es tratar de controlarlas hasta que el estrés, la fobia,

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invada nuestras vidas. Porque, no lo olvidemos, hay cosas que podemos controlar y
otras no.

Por ejemplo en la salud hay factores de riesgo que podemos evitar y otros no. La
posibilidad de tener un infarto dependerá en gran medida de esos factores de riesgo
que tengamos. Así ser fumador, que es uno de ellos, es algo evitable. Que tengamos
antecedentes familiares de diabetes, y por tanto mayor probabilidad de tener diabetes,
no lo es. Siempre existirán variables externas sobre las que no tendremos control.
Identificarlas nos ayudará a andar por la vida con más tranquilidad. También el saber
hasta dónde podemos llegar nosotros, hasta dónde tenemos control y hacerlo lo mejor
posible, sabiendo que no podemos ocuparnos de todo ni de todos.

Preocuparnos en exceso de los asuntos y pensar que podemos controlarlo todo no


tiene un fundamento lógico. La preocupación jamás ha resuelto ningún problema.
Tenemos que aprender a vivir día a día. Lo que nos agota a menudo son todas esas
vueltas al pasado y miedo al futuro, mientras que cuando vivimos en el momento
presente, encontramos la fuerza, a veces sin saber de dónde. No por darles vueltas y
vueltas van a salir siempre bien, ni solemos resolverlos. Ya Séneca decía: “Dos cosas
deben suprimirse: el temor del mal futuro y el recuerdo del mal pasado; este ya no me
pertenece; aquel todavía no lo tengo”.

Cuando sentimos que los problemas que se nos plantean son más grandes que los
recursos que tenemos para hacerles frente, nuestro nivel de sufrimiento, de ansiedad
aumenta considerablemente, acompañándose habitualmente de síntomas como
cefalea, dolor de espalda o dolor torácico. Parte de la solución pasa por reforzar la
autoestima y el autoconocimiento, haciendo ver que se es capaz de hacer frente a las
adversidades que se puedan presentar. Así se podrá vivir sin una necesidad de control
constante y de un modo más relajado y sosegado. Para esto, a veces, será precisa la
ayuda de un profesional, generalmente un psicólogo. Dentro de los recursos, los
espirituales, tienen un papel fundamental en el creyente. La fe en Dios ayuda a dar a

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los asuntos la importancia que realmente tienen y verlo todo con una visión
sobrenatural relativiza los problemas.

Este deseo de control se manifiesta también en la relación padres-hijos. Afecta


fundamentalmente a padres, generalmente con pocos o un único hijo, al que quieren
proteger y evitar todo tipo de “peligros”. El hecho en sí es normal, pero fácilmente se
podrá caer en una sobreprotección, que será perjudicial para los hijos. Esta
sobreprotección, que es el mal más extendido en la educación del primer mundo,
según los expertos en la materia, está haciendo que la madurez se retrase. Los padres
con su mejor intención intentan además manipular el entorno –a los profesores, a los
vecinos– para que este también los sobreproteja. Tenerlos continuamente entre
algodones, puede hacer que cuando crezcan no sepan desenvolverse bien. En Portugal
hay un término, que para mi gusto define perfectamente a estas madres –aunque
también hay padres– y es “mãe galinha” que se traduciría como “madre gallina”. Las
“mães galinhas” no dejan que su hijo de diez años vaya a un campamento de verano,
porque le puede pasar algo o porque come muy mal y a saber lo que se comerá allí, o
con doce años no deja que coja el autobús urbano porque “ya se sabe cómo está la
calle” (como si viviera en São Paulo o México D.F.), o al ir a recogerlo al colegio, lo
primero que hace es cogerle la mochila, para que el niño no tenga que cargar con ella.

Ahora mira y descubre en qué medida te puede afectar este sufrimiento anticipatorio,
este exceso de control, y en qué áreas de tu vida y de los tuyos. Te sugiero algunas
ideas:

• Convéncete. Hay cosas que podemos controlar y otras no. Podemos aspirar a un
cierto nivel de seguridad, pero no a la “seguridad total”. Siempre existirán variables
externas sobre las que no tendremos control.

• Confía más en Dios. Si eres creyente, la confianza en Dios es un aspecto nuclear


en tu vida. Hay una oración de san Francisco de Asís que me gusta especialmente:

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“Dios, concédeme serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor
para cambiar las que puedo y sabiduría para reconocer la diferencia”.

• Ejercita tu “inseguridad”. Si piensas que eres una persona que tiene tendencia a
la “seguridad total” haz ejercicios que te lleven a ser más espontáneo y menos
previsor. Por ejemplo, que un pequeño cambio del tiempo atmosférico no te haga
alterar los planes, no revises antes de irte de viaje cincuenta veces que lo llevas
todo, o cambia tu camino habitual al trabajo.

43
4ª idea:
para una vida sana: más suela, menos cazuela y
algo más

A todos nos gusta llevar una vida sana, pero no todas las personas la llevan. ¿Por qué?
Son muchos los factores que entran en juego. Sobre algunos podremos actuar, sobre
otros no. Indudablemente uno de los puntos que más ayudan a llevar una vida sana es
hacer deporte con regularidad, por lo menos tres veces por semana. Lo ideal sería
realizar algún ejercicio aeróbico, como nadar, correr, andar, ciclismo o por lo menos
bicicleta estática. Otros dos factores fundamentales son comer saludablemente y no
fumar.

Quería empezar por esta última cuestión: el tabaco. Hace ya años que dirijo una
consulta de deshabituación tabáquica. En ella los pacientes son consultados con
regularidad y se hace un seguimiento ya sea presencial, en la consulta o telefónico,
conforme a cada caso. Son dados de alta cuando llevan un año sin fumar. La tasa de
éxito, es la equivalente a lo referido por la literatura médica en este tipo de consultas,
que gira en torno al 25-30%. Esa consulta tiene mucho de psicología. Animo a los
pacientes a auto-conocerse. ¿Cuántas veces andamos por la vida sin conocernos del
todo, o nos sorprendemos a nosotros mismos con reacciones que, vistas desde fuera
no relacionaríamos con nuestra persona, y sin embargo son nuestras? Por eso, como
decían los filósofos griegos en el templo de Delfos dedicado al dios Apolo, “conócete a
ti mismo”: es un principio que nunca podemos perder de vista con el pasar de los
años.

El tratamiento para la cesación del tabaquismo tiene dos vertientes, y así se lo explico

44
a los pacientes: una psicológica y otra farmacológica. Pero para nada sirven si la
persona no tiene fuerza de voluntad. El tratamiento multiplica por dos la fuerza de
voluntad, de modo que si una persona tiene 0 de fuerza de voluntad, el resultado de 0
(fuerza de voluntad) x 2 (tratamiento) = 0. Si tiene 2 de fuerza de voluntad, el
resultado final será 4, si es 5 será 10. Es una manera matemática, lógica, de hacerles
ver la importancia de la fuerza de voluntad para conseguir –como para casi todo lo
que en la vida merece la pena– abandonar el tabaco. Alguien podría decir: “Yo no
tengo nada de fuerza de voluntad”. Le diría que estoy seguro de que no es así. Puede
tener más o menos, pero algo tiene y si hablara con él, le haría ver cómo en el
transcurso de su vida hay hechos, toma de decisiones, que demuestran que tiene
fuerza de voluntad. Otra cosa distinta, es que podríamos crecer en ella. Eso siempre.
Por eso empiezo con unos “ejercicios” para la fuerza de voluntad. Es como la pre-
temporada de un equipo de fútbol. El verano, la falta de entrenamiento y algunas
cervezas hacen que todos los equipos necesiten unos días de concentración para
ponerse a tono física y psicológicamente, para centrarse en la próxima temporada.
Uno de esos ejercicios consiste en reducir gradualmente el número de cigarros, para
así ir fortaleciendo la fuerza de voluntad. Así el que fumaba 20 decide pasar a fumar
15, en un periodo de una semana. Después volverá a reducir en un periodo similar o
parecido. Además retrasará el primer cigarro, ese que es el que más suele costar a los
fumadores. Si antes se levantaba y fumaba en 5 minutos, lo retrasará media hora o
más, conforme su criterio y de lo que se vea capaz. Porque todos estos compromisos
quedan reflejados en un contrato que firmamos ambos, el paciente y yo, y que como
les digo es a lo que se comprometen ellos libremente, sin que nadie les haya
coaccionado y a lo que uno se compromete es para cumplirlo. Así llegamos al día D,
que es el día escogido por el paciente y por mí para parar de fumar. Esto es solo el
comienzo.

Después de estar tonificada la fuerza de voluntad entra la medicación para acabar de


cumplir el proceso. Todo esto es bastante más complejo de lo que he expuesto aquí,
porque entran en juego muchos factores, pero he querido dar unas pinceladas sobre la

45
consulta de deshabituación tabáquica. Algún fumador me dirá: “Yo en cuanto quiera,
dejo de fumar”. Puede ser que sí y he conocido personas que lo han conseguido, pero
son una minoría, porque la mayoría de los mortales, necesita de ayuda y por este
motivo le aconsejaría el apoyo de profesionales, que tengan experiencia en la
deshabituación tabáquica. Si usted cree que por sí solo es capaz de conseguirlo, no se
lo piense dos veces y dígase: el próximo día X paro de fumar. Pero que ese día X no
se retrase mucho. Y después de parar, es fundamental prevenir las recaídas. Cuando
les doy el alta de mi consulta a los pacientes les advierto sobre este peligro. Cuidado
con ese cigarro que se antoja en verano, cuando estamos en una terraza con unos
amigos, tomando unas cervezas; o ese purito que nos ofrecen en una boda. No pasa
nada, nos decimos a nosotros mismos. Un día es un día… Pues sí pasa.
Habitualmente después de ese cigarro vienen otros y así vuelve a su antigua condición
de fumador. Es una pena, que tanta lucha y esfuerzo se tire por la borda por una
pequeña cesión. Por eso, firmeza para mantenerse, para posicionarse en la condición
de ex-fumador, y estar especialmente prevenidos en esas circunstancias en que
sabemos que nuestra fuerza de voluntad flaquea y que variará de una persona a otra.

Son muchos los fumadores que he tratado y he llegado a la conclusión evidente, que
no hay dos personas iguales, gracias a Dios. Cada persona es distinta. Se trata, como
decía el Dr. Gregorio Marañón, de ver enfermos, no de ver enfermedades. Es decir la
enfermedad, sea la que sea, no hay que verla como desligada de la persona. Esto que
parece tan obvio, a veces se nos olvida a los médicos, sobre todo en esta época donde
predomina el tecnicismo sobre el humanismo, por eso nunca está de más repetir y
grabarnos esta frase de Marañón. Yo así procuro hacerlo. Procuro ver a esa persona
fumadora en su contexto bio-psico-social y, como nunca hay dos iguales, lo que para
una persona sirve, para otra no. No es lo mismo la mujer que fuma y quiere dejarlo,
pero su marido fuma, que el que trabaja de vigilante nocturno, en el que pasa horas y
horas o el padre cuya motivación es que se lo ha pedido su hija pequeña.

Les voy a contar el caso de un paciente que recuerdo siempre con mucho agrado (y él

46
también me lo recuerda cuando me ve) de 63 años que fumaba dos paquetes por día.
Este caso fue uno de aquellos en los que me equivoqué. El paciente consiguió dejar de
fumar y así se mantiene pasados varios años. Tal vez si tú fumas desde hace bastantes
años piensas que ya tienes un hábito muy arraigado y prácticamente será imposible.
¡Lo vas a conseguir si quieres! El caso que te he contado me sirvió para darme cuenta
de que nunca es tarde y no hay casos imposibles. Por eso si fumas, piensa que estás a
tiempo para dejarlo. Y además hay algo cada vez más importante que es el tema
económico. Si fumas un paquete al día con lo que te ahorras te podrías pagar unas
vacaciones. A una de mis primeras pacientes en la consulta la animé a comprarse una
hucha e ir poniendo diariamente el dinero que se gastaba en un paquete. Consiguió
dejar de fumar y al final tenía más de 1.500 euros, con los que ese año se pudieron ir
de vacaciones ella y su familia.

El otro capítulo es la comida. Los españoles comemos menos, según los últimos
estudios realizados. Concretamente hemos restado de nuestros platos 250 calorías
diarias. Sin embargo la tasa de obesidad ha crecido entre el 17 y el 21% respecto a
hace 20 años. Aparentemente es una contradicción. Comemos menos calorías pero
aumenta la obesidad. ¿Cómo es posible? La respuesta se encuentra en nuestro estilo
de vida sedentario: el 46% de los españoles no realiza ninguna actividad física. Como
se debe comer en función de lo que se gasta, es fácilmente perceptible que aunque se
coma menos, si no se consume casi nada porque se lleva una vida sedentaria, la
balanza se inclina primero al sobrepeso y después a la obesidad. Se habla de obesidad
cuando el Índice de Masa Corporal es mayor o igual a 30 y de sobrepeso cuando el
I.M.C. se encuentra entre 25 y 30. Este índice es el resultado del peso dividido por la
altura en metros al cuadrado.

La persona obesa debe entender que tiene un problema de salud y no solo estético. La
obesidad aumenta el riesgo de hipertensión arterial, diabetes, apnea del sueño,
patología cardiaca y articular.

47
En España la prevalencia de sobrepeso en la población fue del 34,2%, siendo mayor
en los varones (43,9%) que en las mujeres (25,7%); y la de obesidad fue del 13,6%,
sin existir diferencias entre sexos1. Nos encontramos en un punto intermedio entre los
países del norte de Europa, Francia, con las proporciones más bajas de obesidad, y los
EE.UU. y los países del Este europeo que presentan actualmente las cifras más
elevadas.

En EE.UU. es una epidemia. Más del 60% de los adultos tiene sobrepeso y, de ellos,
la mitad tiene obesidad. España aún no está a este nivel, pero está claro que la
sociedad del bienestar, del consumismo y la opulencia en la que vivimos, invita a
comprar más y más cosas, acumular cosas, y comer más de lo que necesitamos. Los
alimentos que consumimos son cada vez más ricos en grasas saturadas y altos en
calorías. Los niños ya no beben agua en la comida sino bebidas gaseosas. Así nos
encontramos con una sociedad donde se invita y favorece la obesidad pero al mismo
tiempo impone unos cánones de belleza que exalta la delgadez. Esto crea a veces
conflictos en adolescentes y no tan adolescentes, como es la anorexia.

Como decíamos antes, la obesidad es una enfermedad en sí misma y aparte de ser un


problema personal, se va convirtiendo en una epidemia cada vez en más países,
convirtiéndose en un problema de salud pública y como tal se debe invertir aquí. Igual
que se ha legislado y se ha concienciado a la sociedad de los efectos nocivos del
tabaco, así se debería hacer con esta nueva epidemia, que además comienza a ser
preocupante en los niños ya que actualmente el estilo de vida de los más jóvenes ha
cambiado respecto a los últimos 30-40 años. Los niños también hacen una vida mucho
más sedentaria. Y recordemos que adolescentes obesos tienen una alta probabilidad de
ser adultos obesos. El sedentarismo generado por las actuales diversiones infantiles
como videojuegos, internet, teléfonos móviles, así como la falta de ejercicio físico ha
disparado la obesidad infantil. Es verdad que en muchas ciudades comienzan a tomar
medidas concretas como la creación del carril-bici y la implantación de bicicletas
municipales para facilitar desplazamientos o un mayor número de instalaciones

48
deportivas…

También influyen otros factores en la obesidad, como la carga genética, hábitos de


vida familiares entre otros, pero indudablemente una vida sedentaria y una mala dieta
son los factores que más contribuyen.

Por tanto, podemos concluir con algunas ideas:

1. Haz deporte y ejercicio físico. Proponte comenzar, en el caso de que no lo


practiques, por 5-10 minutos y ve aumentando. Procura practicar un deporte
aeróbico como nadar, ciclismo, correr, y si quieres algo más simple, andar media
hora diariamente es una opción. Tal vez puedes ir a trabajar andando.

Hacer deporte acompañado, ya sea en el gimnasio o simplemente andar es una


buena motivación.

Acostúmbrate a subir por las escaleras en lugar de usar el ascensor.

2. Deja de fumar. Convéncete de que lo mejor que está de tu mano, para tu salud,
es dejar de fumar. Habla con tus hijos de los efectos que provoca el tabaco para
intentar que no empiecen a fumar al llegar a la adolescencia.

3. Come equilibradamente. Da preferencia a las verduras, frutas, pescado, carne


sin grasa y cereales. Acompañar cada comida con una ensalada es una buenísima
costumbre y cuanto más colorida mejor, más rica en antioxidantes. En las comidas
bebe agua o un par de vasitos de vino y deja los zumos y otros refrescos. Una lata
de Coca-Cola, tiene la cantidad equivalente a cuatro sobres de azúcar. Reduce el
consumo de sal. Come sin prisas, saboreando cada plato, sabiendo descubrir los
ingredientes, las especias.

Una alimentación “inteligente” ayuda en concreto a disminuir varias

49
enfermedades: hipertensión arterial, obesidad y sobrepeso, hipocolesterolemia,
arterioesclerosis, diabetes y osteoporosis.

1. RODRÍGUEZ-RODRÍGUEZ, E., LÓPEZ-PLAZA, B., LÓPEZ-SOBALER , A. M.ª, ORT EGA, R. M.ª “Prevalencia
de sobrepeso y obesidad en adultos españoles”. Nutr. Hosp. [periódico na Internet]. 2011 Abr
[citado 2014 Dez 09]; 26(2): 355-363. Disponible en: http://scielo.isciii.es/scielo.php?
script=sci_arttext&pid=S0212-16112011000200017&lng=pt.

50
5ª idea:
contacto con la naturaleza

Cuando yo era pequeño no entendía que a mis padres les gustara irse los fines de
semana a un pequeño chalet que teníamos a unos 30 km de la ciudad. ¿Por qué? me
preguntaba, si aquí lo tenemos todo. No es que fuera así exactamente, pero vivíamos
en un gran piso frente a la playa, y eso para mí lo era todo. Ahora que han pasado los
años lo comprendo perfectamente. Por un lado, irse al chalet era una manera de
romper la rutina diaria, y por otro, era una manera de entrar en contacto con la
naturaleza. Era una gran parcela llena de pinos, con césped y flores. Realmente era un
placer inigualable levantarse el sábado por la mañana y desayunar en el jardín, con las
gotas del rocío, acariciándote los pies, mientras el sol te invitaba a un nuevo día.
También, en ocasiones, salíamos los sábados o domingos a pasar el día en el campo.
Lo pasábamos fenomenal. Era un plan muy familiar. Se reunían tres o cuatro familias
con sus niños y trascurría el día entre charlas, juegos y tortillas de patatas. Para los
más pequeños jugar al fútbol en el campo no tenía precio y para los padres era un plan
bastante descansado, y buena ocasión para compartir alegrías y preocupaciones. Hoy
hablar de esto resulta ya raro, y las familias pocas veces salen así al campo. Es una
pena que se esté perdiendo, porque no solo permite el contacto con la naturaleza, sino
algo más importante, que es el contacto padres-hijos. Tengo grandes recuerdos de
pequeñas cosas de esos días, que son las que en definitiva nos hacen disfrutar de la
vida.

En algunas ciudades, como Cádiz, a veces este contacto con el campo no es una tarea
muy fácil, porque la distancia es un pequeño obstáculo y obliga a coger el coche. Pero
a menos de una hora de cualquier ciudad española, encontramos un buen sitio donde

51
pasar el día en el campo. Un plan mucho más socorrido es volver a recuperar los
paseos por los parques. Es un plan más urbano, muy asequible a cualquiera, barato,
que nos permite reencontrarnos con la naturaleza. Además, es muy frecuente
encontrar algunos atractivos, como una buena terraza donde poder sentarnos a tomar
un aperitivo y una zona de columpios para niños, que hará las delicias de los más
pequeños.

En una magnífica novela de Susana Tamaro, el protagonista dice: “El hombre


primitivo nos brinda la capacidad de intuir lo que necesitamos para romper la tenaza
de acero del sistema simpático: estar en la tierra, sobre la tierra, seguir el camino de las
semillas, regar, podar, cosechar los frutos, proteger las ovejas y los corderos en el
calor del aprisco. En contacto con la tierra, el hombre puede permitirse existir
nuevamente en su totalidad. ¿No será este tal vez el motivo por el que la mayor parte
de los seres humanos desea un trocito de tierra cuando se jubila?”1

Hoy en día se valora más todo lo natural, tal vez como una respuesta a nuestra época
excesivamente tecnológica. Esto se manifiesta en diferentes campos, desde la
alimentación hasta la medicina, pasando por la arquitectura. Alimentos biológicos,
terapias naturales o casas ecológicas. Alguna corriente ha caído en el lado contrario,
como siempre suele pasar, y tiene sus manifestaciones concretas en nuestros días. Con
la excusa de ser “natural” muchas personas han dejado de vacunar a sus hijos, han
caído en falta de educación, en su manera de vestir, de hablar, de tratar a las demás
personas, de comer…

Presento a continuación un caso de mi consulta que me parece interesante para ilustrar


algunos de estos aspectos.

Era una señora de cuarenta y pocos años, casada, con un hijo que había comenzado
recientemente los estudios universitarios en una ciudad próxima. Tenía un trabajo
estable desde hacía años, era funcionaria y una buena posición económica, que les

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permitía vivir en una zona residencial de la ciudad. Un día que estaba de guardia en el
Centro de Salud vino por primera vez a mi consulta. Presentaba una gran depresión –
aunque no era la primera vez– y lloró mucho durante la consulta. Como estaba de
guardia quedamos en vernos esa misma semana en la consulta para hablar con más
tiempo.

A pesar de los años que tengo de experiencia profesional no deja de sorprenderme


cómo continúan llegando casos de depresiones a las urgencias. Habitualmente –como
les explico a mis pacientes– a una depresión no se llega de un día para otro, sino que
es como ir acumulando en un vaso agua y más agua, hasta que hay un momento en
que está todo lleno y rebosa, que es cuando aparece la depresión. Hay excepciones,
sin duda alguna, como puede ser una depresión desencadenada por un hecho
concreto, como la muerte de un hijo o la ruina económica, que es lo que se llama una
depresión exógena o reactiva, por un factor externo concreto, pero estas son menos
frecuentes.

Vino a mi consulta en esa semana e hice la historia clínica completa. En la primera


consulta, entre otras cuestiones, siempre realizo el genograma o árbol familiar. Cuánto
ayuda este pequeño instrumento de trabajo. No solo porque haya determinadas
enfermedades que tengan un importante componente genético, sino porque nos da una
idea del plano bio-psico-social de la persona, cómo son las relaciones con el resto de la
familia, antecedentes familiares de interés… Me estuvo contando sus antecedentes
personales y las depresiones no eran algo nuevo. Se repetían cíclicamente desde hacía
ya varios años. De hecho esta repetición cíclica la había llevado a varios médicos, no
solo psiquiatras, también algún neurólogo. Había tenido diversos tratamientos con
resultados siempre parciales.

Es normal en estos enfermos que se prodiguen en visitas a diversos médicos,


intentando que alguno dé con el tratamiento correcto. Pero en estos casos de
depresión, que por los años de evolución, aunque sean cíclicas, podemos decir que

53
son crónicas, el tratamiento farmacológico ayuda, pero son difíciles de tratar.

Es importante en las depresiones crónicas además del tratamiento farmacológico


acrecentar la psicoterapia, en concreto, una opción es la terapia cognitivo-conductual.
Se trata de conocerse mejor, cambiar en pequeños pasos los pensamientos, emociones
y comportamientos, y mirar a la realidad de otra manera, por decirlo de una manera
simple. Habitualmente, aunque solo sea por una cuestión de tiempo, la psicoterapia es
realizada por un psicólogo o psiquiatra, que efectúa habitualmente una sesión semanal
o quincenal durante tres meses como mínimo. Como cada sesión es de unos 30 o 45
minutos es casi implanteable realizarla en una consulta de medicina familiar, por lo
menos en el sistema público. Pero eso no quita que en mis consultas intente hacer una
breve intervención psicoterapéutica. Parte de esa intervención es un trabajo que les
mando para que traigan en la siguiente consulta, que suele ser pasadas tres semanas.
Ese trabajo es lo que denomino “el sueño”. No es algo original mío sino que está
descrito en la literatura médica. Se trata de poner por escrito lo que para esa persona
sería “un día ideal”. Si tuviese un sueño, en el que todo salía bien. ¿Cómo sería ese
día para esa persona, qué cosas acontecerían, con qué personas se encontraría…? El
hecho de tener que escribir nos obliga a pensar, a reflexionar.

Pasadas las tres semanas volvió a la consulta. Había iniciado el nuevo tratamiento
farmacológico antidepresivo y aunque el tiempo para ver la respuesta era aún escaso,
lo estaba tolerando bien. Era ya un buen síntoma. Pero lo que me tenía más
expectante era el relato de su “sueño”, que trascribo, tal y como ella lo escribió,
aunque haya aspectos que estén descontextualizados como cuando habla del
“aparato”:

“Mientras duermo, tengo un sueño. En él sucede un milagro e imagino lo


siguiente:

Estoy soñando con un día en que fui al médico. Me siento nerviosa y tomo un

54
ansiolítico. Entro en la consulta, me presento, digo lo que me lleva allí, hablamos
durante algún tiempo y lloro. Después de analizar mi problema, el médico
sugiere que haga un tratamiento del que se esperan resultados bastantes
positivos. Reparo en un enorme aparato idéntico a aquel que hace la resonancia
magnética.

Para hacer el tratamiento es necesario que todo mi cuerpo entre dentro del
aparato, que por su apariencia me causa susto y pánico al verme falta de aire. El
médico me dio confianza y me dijo que lo podíamos intentar y si fuera necesario
podríamos interrumpirlo.

¡Acepto!

¡Necesito curarme, quiero sentir el placer de vivir!

Me quedo dentro del aparato 45 minutos. Allí dentro siento una cierta vibración,
veo luces que se encienden y se apagan al mismo tiempo, comienzo a
abstraerme de lo que dejé fuera. Es como si hubiese entrado en un mundo
mágico, veo imágenes maravillosas de personas felices que se ríen, divierten,
juegan, conviven en amistad, personas que ayudan a los necesitados, paisajes
lindos con árboles de tamaños y características diferentes, flores que cubren los
campos y hacen de ellos auténticas alfombras de colores, animales que viven en
libertad, ríos que corren y al mismo tiempo parecen cantar de alegría.

El tiempo pasó sin darme cuenta. Estuve en un mundo mágico durante 45


minutos.

La vida es bella; cuando existe un pensamiento positivo los problemas se


resuelven fácilmente.

55
A lo largo del día, me doy cuenta de que me estoy sintiendo mejor. Tengo
presente en mi memoria los momentos vividos en aquellos 45 minutos. Mis
preocupaciones no tienen razón de existir, comienzo a libertarme de mis
pensamientos, sonrío y siento ganas de jugar con los otros.

Para mí la primavera es la estación del año que más aprecio. Un fin de semana
en el campo oyendo piar a los pajarillos, sentir el aroma del campo, sentir el
silencio y la paz de vivir en libertad, sin mirar el reloj ni preocuparme con el
tiempo sería un momento ideal para poder disfrutar de la magia vivida.

Yo siempre fui una persona alegre, con buen ánimo, siempre disponible a ayudar
a los otros. Intento siempre dar una solución a los problemas que surgen. Soy
una persona muy sociable. Desde que faltan algunas de estas cualidades,
cualquiera que me conoce sabe que yo no estoy bien.

En este momento lo que importa es conseguir superar esta fase mala de mi vida,
quiero ser feliz con mi marido y mi hijo”. C.G.

De entrada me llamó la atención la referencia que hacía a su contacto con la


naturaleza como una parte significativa de su día ideal. Este contacto era difícil de
realizar diariamente –como para casi todas las personas– pero concretamos como una
parte del tratamiento disfrutar de los parques de la ciudad a última hora de la tarde y
aprovechar los fines de semana para salir al campo, aunque solo fuera un par de
horas, sin tener que ser todo el día. Otro objetivo sería tener flores naturales
diariamente en casa, así como plantas con flores, aunque estas ya las tenía. Se mostró
un poco reticente por la falta de tiempo. El tiempo pasa y nada podemos hacer para
detenerlo. Lo que sí está de nuestra mano es administrarlo de manera conveniente.
Esto merecerá un capítulo aparte. Finalmente, y después de hacer un esfuerzo de
organización, consiguió sacar tiempo para los objetivos que habíamos puesto.

56
Hoy en día después de varios años la situación de esta paciente poco ha cambiado.
Sigue periódicamente con episodios depresivos, que incluso la incapacitan para su
trabajo, que es cara al público, pero ha aprendido a convivir mejor con su
enfermedad. A mis pacientes les digo, que en las enfermedades crónicas, se trata de
aprender a convivir con esa nueva situación y hay que intentar que sea de la mejor
manera, ya que va a ser una compañera hasta el final de nuestros días y nos interesa
que esa relación sea lo más amigable posible. No podemos o no debemos pelearnos
con ella, porque en esa lucha derrochamos, gastamos mucha energía y además
siempre gana ella lo cual no significa que nos mantengamos como meros espectadores,
que miran sin actuar.

Hace unos días leía una entrevista a una psicóloga en la que hablaba de la importancia
del contacto con la naturaleza. Ella vivió su infancia en medio de la naturaleza y eso
deja huella. Apoya la tesis de que la inteligencia va muy unida al desarrollo motor, por
eso piensa que el contacto con la naturaleza agudiza el ingenio y el razonamiento
lógico. Contaba cómo su cercanía en la niñez a los pinos, sauces, encinas, álamos y
otras especies vegetales le han dejado una sensación de tranquilidad asociada a los
árboles, que busca hoy en día con frecuencia. Sostiene que la naturaleza nos equilibra
emocionalmente, que sirve para quitar la tensión, la energía negativa que se genera
con las prisas. Escuchar los sonidos de los pájaros, la brisa de los árboles, oler la jara
o a tierra mojada, nos ayuda a invadirnos de paz. Están más que demostrados los
beneficios del contacto con la naturaleza, o por lo menos el salir a caminar, para la
prevención del estrés, o para tratar crisis depresivas o de ansiedad. Y podríamos decir
algo más. En este caso del mar. Se está empezando a estudiar la relación del mar con
el cerebro, lo provechoso que resulta vivir cerca de él, ya que equilibra el
funcionamiento de los dos hemisferios cerebrales y mejora el funcionamiento de la
sinapsis.

Especial importancia tiene que los niños estén en contacto con la naturaleza. Cualquier
padre sabe que dejar a niños en casa todo el día es abono seguro para el desastre

57
doméstico. Si los pequeños no salen a corretear acaban entrando en ebullición ellos,
los hermanos y después todos. Tan importante resulta el entorno para los niños que
algunos autores ya hablan del trastorno de déficit de naturaleza, para referirse a las
alteraciones que sufren los niños sometidos a un ambiente artificial. Igual pasaba con
el síndrome de hiperactividad y déficit de atención. Este síndrome era un desconocido
hace unas décadas y hoy uno de cada cuatro niños en Estados Unidos está
diagnosticado de este déficit. Creo que es una exageración. Está sobrediagnosticado.
Pero indudablemente existe y muchos niños presentan grandes mejorías con un
tratamiento. Bueno, pues dentro de pocos años tal vez no nos resulte extraño que
nuestro hijo o nieto sea diagnosticado de un trastorno de déficit de naturaleza. En
España se ha traducido con el nombre de una serie de televisión que muchos de
nosotros recordamos: Heidi. Es decir es el “Síndrome de Heidi”, en referencia al
personaje creado por Johanna Spyri en 1880. Para los que no conozcan al personaje,
Heidi era una niña que enfermaba cuando tenía que irse a la ciudad, mientras que su
amiga Clara sanaba de sus males tras instalarse en la granja del abuelo de Heidi en los
Alpes.

Como se ve, la idea de que la naturaleza cura no es nueva. Pero hay quienes van más
allá y piensan que es precisamente la falta de contacto con la naturaleza lo que
trastorna al ser humano actual y especialmente a los niños. El neurocientífico Jaak
Panksepp defiende que el sedentarismo y la falta de ejercicio espontáneo al aire libre
intervienen en los crecientes trastornos de déficit de atención e hiperactividad que se
detectan actualmente en la infancia.

La idea de que la falta de naturaleza aliena a los niños y los hace enfermar es
defendida por autores como el estadounidense Richard Louv y, en España, por la
pedagoga Heike Freire, que ha sido consultora del Gobierno francés para educación y
que acaba de publicar Educar en verde, un libro que describe la situación y posibles
soluciones.

58
Lo que ocurre es que nuestra sociedad, tecnificada y urbana, no facilita estas
condiciones de contacto con la naturaleza. Hasta los años 80, dice esta autora, “jugar”
quería decir “jugar fuera”, lo que significaba que los niños tenían libertad y territorio
propio. Eso ha cambiado. Hoy si decimos “jugar”, es muy posible que imaginemos a
un niño dentro de su casa y posiblemente con una pantalla. En España, según una
encuesta de 2010, los niños entre cuatro y doce años pasan unas 990 horas anuales de
media frente al televisor, el ordenador o los juegos electrónicos. Es decir, un total de
41 días enteros al año.

Este arresto domiciliario en que viven los niños urbanos, más la artificialidad de
entrenamientos tecnológicos con los que juegan y se distraen, crea una suerte de
alienación.

Cada vez más padres y educadores de Europa y Estados Unidos apoyan el


movimiento No childinside (Ningún niño dentro). Reclaman que se reconozca el
derecho fundamental de la infancia de estar al aire libre tanto tiempo al menos como el
que pasan bajo el techo. Su objetivo es conseguir que las casas, escuelas y ciudades
incorporen y se integren mejor en un medio ambiente del que se pueda disfrutar en
libertad, y que los niños se vean libres del arresto domiciliario al que los somete la vida
actual. Intentar que los patios de los colegios tengan tierra y plantas y no sean páramos
de cemento. ¿Acaso hay algo con lo que disfrute más un niño que con la tierra y el
agua? ¿Quieren tener a un niño pequeño entretenido? Déjenle junto a una montañita
de tierra y un grifo, o unos charcos o en la playa. El gran poder de atracción que
ejerce en los niños la playa es ese, la posibilidad de jugar con la arena y el agua.

Una investigación llevada a cabo en colegios españoles por D. José Antonio Corraliza,
catedrático de Psicología Ambiental en la Universidad Autónoma de Madrid, demostró
que los niños que vivían y estudiaban en entornos más naturales eran capaces de
afrontar mejor situaciones adversas. De este modo el contacto con la naturaleza tiene
un efecto “amortiguador del estrés diario”, explica este autor, al presentar esa

59
investigación. En el mismo señala que “la desconexión del mundo natural afecta a la
salud física y mental de los niños”. Tienden a ser más obesos y a demostrar más
trastornos de hiperactividad. Por el contrario, el contacto directo con un entorno vivo
“mejora el rendimiento cognitivo de los niños, les ayuda a olvidarse de sus problemas,
a reflexionar, a sentirse libres y relajados”.

Podemos sacar algunas ideas, que creo nos sirven a todos:

1. Favorezcamos el contacto con la naturaleza. En niños y mayores, ya sea de una


manera directa, a través de una excursión al campo, al monte y en el caso de no
ser posible, dar un paseo por un parque o jardín.

2. Añadir un aliciente. Coger moras, ver pájaros, buscar setas, hacer fotos, visitar
algún monumento, conocer el nombre de diferentes árboles, nubes o cualquier otra
acción que sea un buen motivo sobreañadido.

3. La naturaleza facilita las relaciones familiares. Tener más contacto con los
hijos, con la mujer, con el marido, con los amigos o con otras familias, es de los
mayores beneficios que encontrarás.

4. Invertir en salud es barato. El contacto con la naturaleza es saludable ya que


mejora el ánimo, reduce el estrés y las preocupaciones, calma la agresividad, y
promueve un sentimiento de alegría general. Además fortalece el sistema
inmunológico debido a que la presión arterial, la tensión muscular y el nivel de
hormonas estresantes disminuyen más rápidamente en ambientes naturales.

5. Incorpora elementos naturales en tu casa. Busca que tu vista en casa tenga un


toque verde, con plantas y macetas, que evocan la naturaleza, la calma, la
armonía.

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1. T AMARO, S.: Para siempre. Seix Barral, Barcelona, 2012. Pág. 62

61
6ª idea:
coleccionar amigos

En la primera consulta en que veo a una persona, siempre le pregunto si tiene buenos
amigos, quiénes son, desde cuándo, las aficiones, si practica deporte, si está en alguna
asociación… De entrada podría parecer que es un dato superfluo, pero cada vez me
convenzo más de que no es así. La amistad, tiene mucha más importancia en nuestra
vida de lo que pensamos. El amigo, el amigo íntimo, es un confidente y, creo que
estarás de acuerdo conmigo, todos necesitamos de él. Las alegrías se engrandecen al
compartirlas con los amigos y los reveses de la vida se llevan mejor.

Han pasado ya bastantes años, pero me acuerdo perfectamente de aquella consulta.

El paciente tenía unos 55 años y llevaba muchos años trabajando en la misma


empresa, en donde estaba contento con la labor que ejercía. Era un directivo medio.
Con motivo de un aniversario de la empresa se organizó para los trabajadores un viaje
de placer fuera del país a la sede central pasando por algunas ciudades. Todo iba muy
bien hasta que después de una cena empezó con fiebre alta, intensas diarreas y
vómitos. Fue a un hospital, se le diagnosticó una gastroenteritis aguda y quedó
internado. Avisó a varios compañeros de su situación. Alguno fue a visitarle al
hospital, pero se iban al día siguiente a otra ciudad, porque el circuito seguía.
“Sintiéndolo mucho tenemos que seguir”, le dijo uno de los poquísimos compañeros
que se acercó a verlo. Se quedó allí solo, recuperándose, y cuando estuvo mejor se
volvió a su ciudad de origen. Contaba, con gran carga emocional, que era de las
peores cosas que le habían sucedido en su vida. Sintió una sensación de soledad, que
le afectó aún más al ser abandonado por sus compañeros. “Ninguno, ninguno –decía–

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tuvo el detalle de quedarse allí acompañándome. Después nos podríamos haber
incorporado al resto del viaje. Pero no, cada uno iba a lo suyo. Realmente pienso lo
que me ha pasado y los más de veinte años que llevo con muchos de mis compañeros
de trabajo y me entra una gran tristeza. Al final no han sido capaces ni de eso. Menos
mal que ya no me queda mucho para jubilarme”.

Es este un caso ejemplar en el que se confundió compañeros de trabajo con amigos.


Es verdad que incluso aunque solamente fueran colegas, se podría haber esperado una
actitud más solidaria de alguno de ellos.

Con la amistad puede pasar como con las angulas que venden en los supermercados, e
incluso en las gasolineras. Que es un plato exquisito, muy sabroso, aunque tengan
apariencia de angula, pero en realidad no lo son, únicamente son parecidas. Le han
pintado un ojo, le han añadido un aroma, y listo para ser servido como angula. Pues
igual puede pasarnos con la amistad. Parece un amigo, porque se toma todos los días
el café con nosotros en el trabajo, pero llega el momento de la verdad y nada; era solo
la apariencia de amigo, que con algunos retoques se mostraba como verdadera. Hay
que diferenciar entre amigos, conocidos y compañeros de trabajo. Alguien que sea
compañero de trabajo no es automáticamente mi amigo. Indudablemente en el caso
contado, el paciente tenía bastantes compañeros de trabajo pero ningún amigo de
verdad. Las bases, los cimientos para crear una amistad están ahí, pero ahora hay que
trabajarla. La amistad es algo más y a eso debemos aspirar. Hoy en día se habla
muchas veces de amigos, cuando en realidad son simples conocidos; eso por no hablar
de los amigos de Facebook. Ya lo decía Aristóteles: “No tiene ningún amigo el que
tiene demasiados conocidos”.

Estas exigencias de la amistad nos llevarán a no tener todos los amigos que nos
gustaría, Además hoy en día –y volvemos a las características de nuestro tiempo–
cada vez son más frecuentes los cambios de residencia por motivos profesionales, lo
que es un hándicap para mantener las amistades. Porque la amistad requiere y crece a

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través del trato y de la entrega. De aquí que, si el tiempo que media entre un
encuentro y otro es excesivo, es difícil que las amistades se mantengan vivas. La
distancia y las prisas no destruyen la amistad, pero sí la dificultan. Como decía Benito
Pérez-Galdós: “El verdadero amor, el sólido y durable nace del trato; lo demás es
invención de los poetas, de los músicos y demás gente holgazana”.

Es verdad, la amistad, que es una forma de amor humano, requiere trato sólido,
continuado en el tiempo, pero una vez que se ha forjado, se vuelve resistente y
duradera, no se rompe fácilmente. Esa es mi experiencia. Las amistades que se
rompen con facilidad no son verdaderas amistades, sino simples solidaridades o
coincidencias. El concepto de amistad efímera es contradictorio. Ser simplemente un
poco conocidos es solidaridad sin más. La amistad es un bien que vale la pena cultivar.
Una amistad sin trato se enfría, se entibia. Si se descuida la convivencia, la relación
decaerá porque las zarzas cubren el camino de la amistad cuando no se transita con
frecuencia, según expresión de Antoine Rivarol. Un error común en el que incurrimos
es pensar que todos los que conocemos están llamados a ser nuestros amigos, y
tratamos de lograrlo pero solo obtenemos frustración y cansancio. Séneca decía a este
respecto: Algunos cuentan al que le sale al encuentro lo que tan solo debería
confiarse a los amigos y fatigan sus oídos con cualquier cosa que les atormenta;
algunos, asimismo, también cierran su pecho a los más queridos amigos. No debe
hacerse ninguna de las dos cosas pues ambas son un defecto: el confiarse a todo el
mundo y el no confiar en los amigos.

Habrá que ingeniárselas para que las amistades conseguidas no las perdamos.
Tendremos que hacer los dos un esfuerzo para conservar esa amistad. Con los
diversos medios de comunicación podremos paliar el deterioro que sufrirá la amistad
por el distanciamiento físico. Las conversaciones telefónicas, las redes sociales, los
WhatsApp ayudan a mantener el contacto y el trato con los amigos, pero nunca podrán
sustituir al estar con el amigo conversando cara a cara.

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Uno de los problemas más acuciantes de nuestra sociedad es la fragilidad del amor, la
falta de relaciones de amistad. Por tanto tenemos que invertir en la amistad. Tener
amigos, buenos amigos, ensancha nuestras vidas, nos hace mejores.

En una entrevista que leí hace ya bastantes años le preguntaban a un ministro si


coleccionaba algo. Él respondió que sí, coleccionaba amigos. Me gustó esa respuesta.
Mucho se ha escrito sobre la amistad, desde los clásicos como Aristóteles o Cicerón a
autores contemporáneos como Laín-Entralgo u Ortega y Gasset.

Aristóteles consideró que la amistad estaba entre “lo más necesario de la vida” y “sin
amigos nadie querría vivir aun cuando poseyera todos los demás bienes”. Cicerón
decía que “quitar la amistad de la vida es quitar el sol del universo”. En el libro Sobre
la amistad de Laín-Entralgo hay una reflexión que me llamó la atención la primera vez
que la leí y de vez en cuando releo: “Dejar que el amigo sea lo que quiere ser,
ayudándole delicadamente a lo que él debe ser. En efecto solo ayudándole a descubrir
su mejor yo, se es verdaderamente amigo suyo”.1 Ortega y Gasset ha escrito de las
cosas más bellas sobre ella: amistad delicadamente cincelada, ese modo de
convivencia, que cuando está cuidada como se cuida una obra de arte, sería la cima
del universo.

Me quedaría con un par de aspectos antes mencionados. Por un lado ayudar al amigo
a descubrir “su mejor yo” de manera delicada, respetando su libertad. Y cómo
agradecemos que un amigo saque lo mejor que tenemos, en contraposición de
“nuestro peor yo” del que todos somos conscientes que llevamos dentro y en
ocasiones aflora.

Por otro lado es necesario cuidar la amistad, a los amigos, como a obras de arte. A
una obra de arte no se llega de manera casual. Para ello se requiere paciencia,
sacrificio y trabajarla poco a poco, como dice magistralmente Ortega y Gasset
“delicadamente cincelada”. Es decir, debemos –como se diría en lenguaje castizo–

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“currarnos” la amistad. Nos la podremos encontrar, pero si no la valoramos, podemos
tener en nuestras manos una esmeralda y pensar que es una piedra de bisutería.

Es indudable que es uno de los campos que más ha interesado a los hombres, desde la
antigüedad. ¿Por qué? Pienso que es una de las maneras de encontrar la felicidad en la
vida. Como decía la Sagrada Escritura “quien tiene un amigo tiene un tesoro”. Pero a
veces me pregunto si la amistad de ahora, la de nuestros días se ha desvirtuado, si será
igual que la de nuestros antepasados. Y me quedo con dudas. Dice C. S. Lewis, en un
libro titulado Los cuatro amores, que la amistad hoy es considerada “algo bastante
marginal, no un plato fuerte en el banquete de la vida. Pocos la valoran, porque pocos
la experimentan”. La amistad no es algo innato, exige tiempo, sacrificio, salir de
nuestro yo para darnos a los demás y eso, tal vez, pueda ser algo más difícil en los
tiempos que corren. Por eso la amistad va a ser uno de los grandes valores del siglo
XXI.

¿Será que dedicamos nuestro tiempo a otras actividades secundarias? Porque todo el
mundo se queja de la falta de tiempo, pero a la vez, como me decía una paciente en la
consulta, cada uno lo encuentra para lo que quiere. Esto lo he ido comprobando en mi
propia vida y la de los demás. Por eso me pregunto si nuestros mayores, que no
sentían tanto esta precariedad del tiempo, cultivaban mejor las amistades. En la cultura
dominante –sobre todo entre la gente más joven– el amor verdadero y la amistad
sólida parece que son más bien infrecuentes.

En un artículo titulado “Los cuatro valores que más cotizan”, el reconocido psiquiatra
Enrique Rojas señala la amistad como uno de ellos. En él define los grados de
amistad, lo que me pareció muy ilustrativo. Transcribo el siguiente párrafo.

“La secuencia de los grados de amistad va desde el conocido que saludamos por
la calle o aquel otro con el que nos paramos un rato a charlar, pasando por el que
vemos de forma frecuente, es decir el amigo de bastante familiaridad, hasta

66
llegar al amigo íntimo. Dentro de esos amigos con los que tenemos familiaridad
están aquellos conocidos que comparten un momento determinado y
circunstancial, ya sea por cuestiones de trabajo, universidad, aficiones, que
incluso llegando a significar mucho, si no se continúa el trato al cambiar las
circunstancias pronto se desvanecen. Los amigos íntimos son aquellos que han
traspasado la barrera del tiempo, de las pruebas, del cansancio. Son en definitiva
los que han perdurado a través de los años. Los que han demostrado su firmeza
y fidelidad en las buenas y en las malas. Pero no olvidemos nunca que los
amigos se ganan. Y para ganarlo y poseerlo hay que encontrarlo, valorarlo,
trabajar por él, apostar por él. Vamos de la superficie a la profundidad. La
amistad se hace de confidencias e implica trato. Y tratarse es buscarse,
preocuparse por sus cosas. Al mismo tiempo uno asiste a la existencia del otro y
viceversa y en este contexto es esencial la discreción. Por eso se dice que la
amistad se hace con confidencias y se deshace con indiscreciones. Con el amigo
íntimo nos abrimos de par en par, entra dentro de nosotros, no escondemos
nada, no le ocultamos nada, no intentamos aparentar, nos ve como somos y por
tanto nos conoce. Cuantos más años de amistad y más trato, mayor
conocimiento tendremos del amigo. La auténtica amistad madura con el tiempo.
En este plato fuerte de la vida, como decían los clásicos, que es la amistad,
debemos tener siempre tres ingredientes: afinidad, donación y confidencia”.

Al hablar del valor de la amistad hay que remontarse necesariamente a la experiencia


personal. Difícilmente llegaremos a comprender su significado leyendo libros o
asistiendo a charlas sobre la amistad. Solo aquel que ha tenido un encuentro personal
con un amigo es capaz de entender su importancia, su belleza y su inestimable valor.
El ser humano tiene una dimensión social indiscutible. Todos nacemos insertados en
una comunidad que es la familia, que pudiéramos definir como amigos predestinados
con quienes compartimos un lazo de consanguinidad. Pero aquí nos referiremos a esos
amigos escogidos por nuestra voluntad, a quienes decidimos amar y con quienes nos
une un lazo emocional, afectivo, a veces más fuerte que el de la sangre.

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Hay una cita que me gusta especialmente para definir la amistad, del pensador
estadounidense Ralph Waldo Emerson: “Un amigo es una persona con la que se puede
pensar en voz alta”. Con el amigo no nos andamos con circunloquios, es aquel con
quien nos podemos sincerar; abrir nuestra intimidad.

Algunas relevantes ideas sobre la amistad, serían:

1. Trabajar la amistad. Si bien es cierto, que la amistad en su etapa inicial surge de


un impulso espontáneo o empatía, para mantenerla hay que invertir en ella, hay
que mantener el trato.

2. Valorarla. Amigos de verdad, íntimos, no surgen todos los días, por tanto hay
que conservarlos y valorarlos. A veces descuidamos o cambiamos una antigua
amistad por una reciente que nos aporta más novedad.

3. Confianza y sinceridad. Hay que tener apertura al amigo. Confiarle nuestro


interior, nuestros pensamientos, sentimientos, lo que soy, lo que tengo, lo que
hago.

4. Confidencialidad. Con un amigo descargamos nuestro interior, sabiendo que


guardará lo que le contemos. Los amigos se ganan con confidencias y vivencias.

5. Lealtad. Leales son los amigos en los que se puede confiar, que ni critican ni
murmuran a espaldas del interesado, que no traicionan una confidencia personal,
que defienden los intereses y el buen nombre de sus amigos. Un amigo es para
siempre, no valen traiciones. Ser leal lleva consigo, también, hablar claro con
amigos y siempre que sea necesario, a exponer con cariño, pero con nitidez,
nuestra disconformidad con alguna acción suya que sea perjudicial para él o sus
allegados.

6. Humildad. Saber aceptar nuestros errores y pedir perdón. Aceptar la reprimenda

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amorosa del amigo sabiendo que quiere sacar nuestro mejor “yo”.

7. Dialogar. Sin diálogo, no hay conocimiento y sin conocimiento no hay amistad.


Dialogar supone también saber escuchar.

8. Encaminarla bien. La verdadera amistad trae ganancias y no pérdidas, tiende a


sacar lo mejor de nosotros. Nos ayuda a crecer y madurar. La amistad moviliza,
crea energías, amplía nuestro círculo de intereses. Por tanto, el enemigo de la
amistad será la indiferencia y falta de interés por la vida del amigo.

1. LAÍN ENT RALGO, P. Sobre la amistad; pág. 183. Círculo de Lectores.

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7ª idea:
vivir en pareja nunca fue fácil

Una pareja para toda la vida, amor eterno, para siempre, hasta que la muerte nos
separe… Esto es lo que suelen repetir los enamorados al principio de una relación.
Pero si la mayoría de la gente es lo que quiere, ¿por qué hay cada vez menos parejas
que sean efectivamente para siempre? ¿Qué falla?

Parece que vivir en pareja se ha hecho hoy más difícil, por lo menos es lo que
deducimos de los números de separaciones y divorcios. ¿Tanto hemos cambiado en
los últimos 40 años, tantos resortes psicológicos se han perdido para afrontar las
dificultades? ¿Qué es lo que ha cambiado? ¿Cómo han influido esos cambios de la
sociedad en cada uno de nosotros, en la pareja, en la familia? Sociólogos y pensadores
podrían darnos cada uno su respuesta. Para abordar estas cuestiones debemos tener
sobre la mesa todas las cartas para así acercarnos lo más posible, pero la gran
cuestión, en mi opinión, sigue siendo la convivencia.

Vivir con alguien, día a día, codo con codo, en definitiva convivir, compartir y hacer
partícipe al otro de mi vida –con todo lo que eso conlleva– y a la vez tomar parte en la
vida ajena. Parece que esta convivencia diaria se presenta a veces como una gran
dificultad. Llegar a conseguir una buena convivencia no es tarea fácil. No lo es hoy en
día ni nunca lo fue. Hace falta conocimiento propio y ajeno, tiempo, esfuerzo y lucha
para aceptar la personalidad de la pareja con quien se convive para entenderla y
comprenderla, para entender las cosas desde su punto de vista. Es un error pensar que
el amor de la pareja es algo fácil y sencillo. Como todas las cosas que en esta vida
merecen la pena requiere renuncia, sacrificio, esfuerzo y lucha.

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Una de mis pacientes ha celebrado este año las bodas de oro de casada. Casi nada, 50
años. En una ocasión que vino a la consulta, al felicitarla, me dijo que había sido muy
feliz en su matrimonio, pero que no todo había sido un camino de rosas, que también,
como en cualquier relación había encontrado algunas espinas. Dada su experiencia le
propuse que escribiera en unas breves líneas lo que ella referiría del matrimonio para
que sirviera a jóvenes matrimonios y vieran que sí, que es posible llegar a las bodas de
oro. Ella aceptó con algunas reservas, pensando que su experiencia podría servir a
alguna pareja en crisis o simplemente para que sirviera de referente a otros
matrimonios. Escribió lo siguiente:

“Después de dos años de noviazgo, muy bonitos y lleno de ilusiones, nos


casamos muy enamorados. Nuestro viaje de novios fue estupendo, nos sentimos
plenamente felices.

El primer año de casados fue difícil, porque es cuando empezó verdaderamente


la convivencia. A nivel personal se producen cambios, hay que ceder y adaptarse
a otras costumbres, uno quiere imponerse al otro, la forma de hacer y organizar
la vida, y aquí surgen los primeros conflictos, pero se afrontan y se van
superando poco apoco hasta adaptarse el uno al otro. La convivencia, a veces
nada fácil, lleva implícitos muchos esfuerzos pero también muchas recompensas.

Entre nosotros siempre tuvimos una actitud cariñosa y nos demostrábamos lo


mucho que nos queríamos.

También nuestros objetivos en la vida eran comunes, hijos, trabajo, viajes,


familia, amistades, etc. Uno de los momentos más felices de nuestra vida en
pareja fue la llegada de nuestros hijos, qué maravilloso, estábamos felices.

Fueron trascurriendo los años, yo siempre traté de entender a mi marido, aunque


a veces no lo conseguía, pues sus inquietudes y problemas no me los expresaba,

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con lo cual no podía ayudarle, y esto también nos ocasionaba algún disgusto, que
pasaba pronto.

Ahora después de 50 años en pareja miro para atrás y veo que mi vida, en
general, ha sido feliz. Y ya en la vejez estamos más estrechamente unidos, nos
ayudamos y apoyamos mutuamente, acepto a mi marido tal como es, con sus
defectos y virtudes, sin intentar cambiarlos”.

Resaltaría dos aspectos de esta consideración: la convivencia, que tiene mucho que
ver con el carácter, y las ideas, los proyectos en común.

El primer año de convivencia puede ser el termómetro que mida la temperatura de la


relación. No hay reglas fijas, ni un manual de instrucciones. Quizá la única sea el
grado de conocimiento que tengamos de nosotros mismos y estar dispuestos a querer
al otro con sus defectos y con sus virtudes. La vida tiene que tener unos cimientos,
tiene que ser argumental, unos objetivos, unos proyectos, e ilusiones y motivos para
andar juntos. Cuando estos no existen en la pareja, se es presa fácil del tedio, o del
aburrimiento, donde no hay nada que decirse, ni compartir. Falta oxígeno en esa
relación.

Un principio básico es saber elegir bien. Hay que tener claras las prioridades y no
tener miedo si una relación, un noviazgo no funciona. Hay gente que se empeña
pensando que las cosas cambiarán y luego generalmente no cambian. Quien lo ve
desde fuera podrá pensar que se veía venir.

Hace referencia el texto a la aceptación, pero sin intentar cambiar los defectos. Esa tal
vez sea la actitud más cómoda y llevadera, pero no la más apropiada, ya que se debe
intentar que el marido, la esposa, mejore, que luche contra sus defectos y decírselos,
en el lugar, el momento y en el tono adecuados.

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Veamos otro caso real en contraposición con el anterior:

Chica de veinticinco años, de familia de clase media, universitaria, que acabó hace
poco la carrera. Bastante atractiva, siempre tuvo muchos chicos a su alrededor. Desde
hace varios años tiene novio, con un trabajo estable. Recientemente ella ha encontrado
trabajo en su área, y está viviendo sola. Le planteé si en esta nueva situación en la que
tenían casa, y ambos estaban trabajando no se habían planteado dar una mayor
estabilidad a su relación afectiva, a lo que ella me respondió:

“A mí me gusta mi novio y también estar y salir con la gente, pero eso de estar
todo el día juntos, de vivir juntos, no me gusta. Yo soy muy independiente y me
gusta ser así, teniendo mi espacio vital y que nadie lo invada. Así, además,
podemos estar juntos cuando queremos, pero cada uno vuelve a su casa. La
verdad es que la vida no me está yendo como yo esperaba. He acabado la
carrera, tengo el trabajo que siempre deseé y un novio, pero no sé muy bien lo
que me pasa. La verdad es que no sé si en el futuro me seguirá gustando. Es
mejor así y cuando llegue a los treinta años me plantearé algo en serio”.

En unas pocas frases sale a relucir una forma de pensar muy concreta. Parece como si
la actual relación fuera solo un entretenimiento. A él no lo conozco, pero todo hace
pensar que esta relación no llegará a buen puerto y acabará tarde o temprano
naufragando porque en el fondo no quiere desprenderse de una vida independiente. En
ella faltan unos resortes psicológicos y humanos. Tiende a rechazar un compromiso
formal, porque en algún momento este se puede hacer pesado y costoso. Es una
relación de pareja en la que solo parece que existen objetivos materiales y hedonistas.
Este es un mal frecuente en nuestra sociedad y por tanto presente en muchas personas
y parejas. Probablemente, a esta chica le puede parecer que caminar juntos, convivir,
lleva a anularse y a perder la individualidad. Claro que se pierde individualidad, pero
anularse y caminar junto a alguien son dos realidades profundamente diferentes.
Debemos estar atentos si no queremos contagiarnos de esta mentalidad tan presente

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hoy en día. Diría que incluso debemos inmunizarnos. Tenemos que ser capaces de
sacar conclusiones prácticas y escarmentar en cabeza ajena, o en la propia cuando
vemos que las cosas no salen bien.

Vayamos a otro asunto: las rupturas. Estas claramente siguen en ascenso, con todo lo
que eso conlleva. Vemos que cuando se rompe una relación de pareja estable, un
matrimonio, sus consecuencias negativas van a repercutir no solo en la pareja sino a
su alrededor, a sus amigos, a la sociedad, alcanzando de lleno a los hijos.

Recientemente vi una película que aborda la crisis de una pareja. Se titula Prueba de
Fuego y plantea de una manera muy realista este problema de la sociedad. No hay
que temer a las crisis. La crisis puede ser la ocasión para asentar la relación, y redirigir
las cosas para un verdadero amor de entrega. Depende del matrimonio salir reforzado
o diezmado. Es terrible ver la frecuencia con que hoy cuando una pareja, un
matrimonio, atraviesa una crisis, se separa y busca otra pareja. La película va
abordando varios aspectos fundamentales para entender este problema. Hay escenas
que tienen una fuerza que no he olvidado. Unas son las discusiones y la otra cuando él
decide golpear el ordenador en el jardín hasta romperlo, ante el gran asombro del
vecino. Vivía sumergido en internet consumiendo pornografía y yates. Al final se da
cuenta de lo perjudicial que resulta para él y su matrimonio. Se puede sacar una
conclusión y es que probablemente para salvar una relación hay que dejar atrás, hay
que cortar con otras. Y con esto no solo me refiero a la relación, al flirteo con otra
persona, sino a veces también a cosas como ilusiones y proyectos profesionales, una
afición, un deporte…

Hay un aspecto en el que me gustaría detenerme y es la visión que cada miembro de


la pareja tiene de la convivencia. Esta visión viene determinada principalmente por la
educación recibida. Cada uno tiene su experiencia, su background que determinará en
buena medida la futura relación. La mayor parte de nuestras conductas se adquieren
como resultado de la experiencia. Los primeros meses en pareja sientan las bases de

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cómo será la relación. El amor no se construye con cosas extraordinarias, sino en la
vida diaria, en la vida ordinaria, en el día a día. Antes de vivir juntos se muestra al
otro lo que queremos que vea. Sin embargo en el día a día aparecen otros problemas.

De esos pequeños desencuentros se puede aprender mucho sobre nosotros mismos.


Una feliz convivencia consiste en superar los pequeños conflictos diarios. En no rehuir
las múltiples dificultades con las que nos encontramos, sino en hablarlas e intentar
resolverlas. Si las dejásemos pasar se van enquistando y al final formarán un absceso
purulento que bien abre espontáneamente, es decir, explota y ese día sale a relucir
todo, incluso lo de hace años, o bien comienza a causar fiebre, dolor, inflamación y no
queda más remedio que abrir el absceso. Perdón por el símil médico, pero creo que es
muy ilustrativo. Se abre, se saca todo el pus, se comienzan a hacer limpiezas
periódicas y a dar antibiótico. Habitualmente se resuelve, pero si el absceso es muy
grande o está en una zona peligrosa puede llegar a ser mortal. Por eso no hay que
dejar que la situación se degrade, se forme un gran absceso, una infección. Hay que
hablar, dialogar todo. No solo de las pequeñas o grandes cuestiones y dificultades, sino
de cosas intrascendentes y sin importancia. Decía un autor que el matrimonio se podía
definir como una conversación de cincuenta años. La convivencia necesita cuidados y
hay que mimarla porque es muy frágil. Algunos de sus enemigos son el dominio, más
o menos explícito, de un miembro sobre otro, el reparto injusto de papeles, la
utilización del dinero como medio de presión, la falta de acuerdos explícitos, la
intromisión excesiva de la familia política y el no saber escuchar.

Las diferencias en cuestiones opinables o secundarias no es algo que nos aleje, sino
que habitualmente nos enriquece. Si se dan en cuestiones esenciales, nucleares, es
difícil que un matrimonio llegue a buen puerto. Por este motivo tenemos que tener
claro lo que el otro piensa sobre esas cuestiones primarias, fundamentales, medulares.
Y claro, no hacer de algo secundario una cuestión primaria. Si no se tiene claro, es
mejor no iniciar la singladura. Cuestiones fundamentales son, por ejemplo, los hijos y
aunque parece increíble hay parejas que se embarcan sin haberse planteado muchas

75
cuestiones que pueden generar muchos problemas en plena travesía, incluso hundir el
barco.

Es muy importante que cada uno de los miembros de la pareja tenga su espacio y
comparta cosas con otras personas, esto ayudará a que tengan tema de conversación,
y no se agoten el uno del otro.

Para ello cada uno debe identificar lo que le gusta hacer y dedicar tiempo a hacerlo. Es
fundamental respetar el tiempo del otro. Por supuesto existirán unos límites que juntos
deben establecer. En ocasiones uno tiene ganas de hacer deporte con sus amigos, ir al
gimnasio o recibir unas clases de pintura. Eso no debe crear un sentimiento de
culpabilidad ni ser fuente de conflicto en la pareja.

En el caso de que haya una crisis de pareja es fundamental identificar el problema. La


psicología, la terapia familiar y la psiquiatría siguen hoy en día el principio de la
objetivación, mediante el cual se establece una relación de conductas positivas y
negativas, con el fin de extraer un listado de peticiones recíprocas. Se pide después a
cada miembro de la pareja qué le quitaría y qué le añadiría a su mujer/marido, con el
fin de que la convivencia entre ellos mejorase. Para concretar se debe contar con la
ayuda de un terapeuta, psicólogo o médico. Se van estableciendo objetivos que se
evalúan periódicamente. Esta es la única manera objetiva de ver la evolución y no caer
así en una visión subjetiva del conflicto y su evolución. Esto es muy importante y
actualmente en medicina, de una manera general y no solo en psiquiatría, se tiende a
objetivar las cosas. Así, por ejemplo, existen múltiples escalas para cuantificar ya sea
el grado de depresión, de ansiedad o la dependencia a la nicotina, por poner unos
ejemplos muy variados. Con ello se evita la subjetividad por ambas partes y no solo
de los pacientes.

A partir de esas peticiones se establece un programa de conducta, con objetivos


concretos que se valoran diariamente. Es un proceso lento que requiere la paciencia y

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la perseverancia por ambas partes que exigen un aprendizaje de habilidades de
comunicación y conductas adecuadas, en las que se deben esforzar por mejorar la
personalidad, limar los aspectos negativos, sortear los aspectos de la convivencia más
difíciles, aprender de situaciones negativas previas para no caer en los mismos errores,
incrementar las conductas positivas y sobre todo tener presente que la vida está hecha
de pequeños detalles y hay que estar en ellos, pasar de las ideas abstractas a lo
concreto. Concretar. Si no se concreta, si todo se queda en ideas vagas y genéricas no
se avanzará y caeremos en el subjetivismo.

En mi contacto con situaciones y parejas con dificultades, he asistido a


“hundimientos” cuando ya no había ni bote salvavidas. Se ha llegado tarde. A veces
han llegado a mí en esa situación y poco se podía hacer, pero me ha dado pena que
quizás cuando se había abierto una vía de agua en el barco y era muy pequeña no
hubo nadie, algún familiar, amigo, que les ayudara a hacer el diagnóstico a tiempo
ayudando a seguir esa singladura. También es verdad que algunas parejas no se dejan
ayudar y, claro, acaban naufragando. A este respecto me acuerdo de una paciente,
madre de dos hijos pequeños que me decía con gran pena, después de haberse
divorciado: “Creo que todo se habría solucionado si al principio hubiéramos acudido a
un terapeuta familiar”. Lo decía con resignación, pero con una gran tristeza, como
siendo consciente de haber tenido en su mano las herramientas para evitarlo.

Hay etapas en la relación de toda pareja que pueden conllevar algunos momentos
difíciles, pero que son completamente normales y necesarios en el proceso de
maduración de la pareja. Así el nacimiento de los hijos, sobre todo del primero, el
traslado a otra ciudad, la etapa de la mitad de la vida donde la monotonía y el
aburrimiento se pueden notar de manera sobresaliente, la salida de los hijos, pueden
resquebrajar a la pareja más sólida.

Creo que en todas las ciudades debería haber un monumento que representase a un
matrimonio mayor, anciano con una placa en la que pusiera que: “Es posible”. Sí, se

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puede llegar, merece la pena.

Hace unos días leí en la prensa algo que me gustó: ”66 años juntos y se mueren a la
vez”. Cuenta la historia de un matrimonio americano, Harold y Ruth que se
conocieron en la escuela, se enamoraron durante la II Guerra Mundial y se casaron
poco después. Desde entonces jamás se separaron el uno del otro. Los Knapke –decía
la noticia–, fueron ejemplo constante de fidelidad y entrega. Pero el romance terminó
el 11 de agosto, con el fallecimiento de Harold, de 91 años, en un hospital de Ohio.
Once horas más tarde, y por causas naturales, moría su viuda, con 89 años, para
sorpresa de sus familiares, que creyeron ver en este suceso la última prueba de amor
de la pareja. Una bonita forma de morir.

Algunas ideas para la vida en pareja que me permito sugerir:

1. La comunicación, el diálogo es fundamental. Sin esta comunicación la vida


conyugal no funciona. Se requieren habilidades de comunicación, que se irán
mejorando con el tiempo. Es importante hablar sobre los conflictos a medida que
surjan, buscando el lugar y el momento apropiado, en lugar de dejar que se
enquisten y estallar un día con reproches.

2. Saber pedir perdón y dar las gracias. Hablar enseguida mostrando la mejor
disposición y pidiendo perdón, si uno piensa mínimamente que ha tenido algo de
culpa.

3. Olvidar; mejor quemar, la lista de agravios y evitar las discusiones


innecesarias. No olvidar que las parejas con dificultades en la comunicación,
verbal y no verbal, suelen enzarzarse por cualquier motivo, acabando por salir a la
luz la lista de agravios.

4. El amor hay que cuidarlo a base de detalles. Como dice la letra de Intentando
enamorarte de Julio Iglesias:

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“…Faltaron los detalles más pequeños, / los que tanto gustan cuando estás
queriendo… / llamarte y recordarte que te amo, o llevarte rosas, / cualquier día del
año…”.

5. Tener un ideal. Un referente de la relación de pareja, de matrimonio, de familia,


sabiendo que cada persona, cada familia tiene sus singularidades, pero tener ese
modelo nos servirá de referencia.

6. Invertir y mejorar la formación personal y matrimonial. No faltan recursos que


pueden ayudar a esta mejora. Publicaciones, páginas de internet, cursos de
orientación familiar.

7. Aprender en cabeza ajena. En experiencias negativas de otros o incluso propias


para ver si se está repitiendo una situación ya conocida.

8. Ir siempre por delante. No pedir al otro más de lo que nos pedimos a nosotros.

79
8ª idea:
es posible mejorar la gestión del tiempo, el
orden y el estrés

De una manera general gran parte de la población vivimos sometidos diariamente a


una carrera frenética, vertiginosa, que hace que vivamos no viendo pasar la vida, sino
la vida viéndonos pasar. Y lo peor es que habitualmente nos damos cuenta, pero el
frenesí sin límites al que nos vemos abocados diariamente no nos deja pararnos casi,
ni a pensar en la manera en que estamos viviendo. Una de las principales fuentes de
estrés es la inadecuada gestión del tiempo y el desorden. Llamadas que no cesan,
interrupciones, correos electrónicos pendientes de leer o responder, tiempo perdido
buscando algo; todo ello unido a la presión y ritmo agitado del día a día, crea estrés, y
sensación de descontrol. Si asumimos muchas tareas, no concluimos ninguna, lo que
nos crea insatisfacción.

Tanto empeño en cosas “importantes”, hace que estemos desperdiciando lo realmente


importante: tiempos para el silencio, la reflexión, el pensamiento, el compromiso, la
capacidad de sentir y de transmitir lo que sentimos. En definitiva, la propia conciencia
de estar vivos, de darnos cuenta de que solo se vive una vez y por ello hay que
aprovechar cada acontecimiento que nos sucede, tanto los buenos, porque reconocen
nuestro valor y hacen sentirnos bien, como los malos, porque nos enseñan y dan
sentido a lo que merece la pena. Procuremos que en nuestra vida no nos pase lo que
decía John Lenon: “La vida es aquello que te va sucediendo mientras te empeñas en
hacer otros planes”. A la vez decía “Lo que importa no es pensar en el pasado ni en el
futuro. Lo importante es cargar con el ahora”. Aprender a vivir el día a día es una
tarea en la que siempre podremos mejorar.

80
Todos, en algún momento de nuestra vida, podemos tener la tentación de soñar con
un mundo ideal en el que se cumplen nuestros sueños. O también esperar a que se den
las circunstancias más adecuadas, ideales, para tomar decisiones importantes. El
problema es que, si nos dejamos llevar por estas tentaciones, corremos el peligro de
evadirnos de la realidad. Caemos entonces en: “¡Ojalá tuviera más salud! ¡Ojalá
hubiera estudiado Derecho en lugar de Medicina!, ¡Ojalá tuviera veinte años menos!,
¡Ojalá fuera más guapa!, ¡Ojalá fuera más listo!”... etc. Por tanto, debemos luchar
para no perdernos, no gastar todas nuestras energías en falsos idealismos y fantasías.

Pero al mismo tiempo tener proyectos, deseos, ambiciones y sueños es bueno. Nos
lleva a ser creativos, a tener ilusión, a buscar caminos que nos permitan crecer como
personas en todos los aspectos. Todo esto sin olvidar que lo real es aquello que
tenemos y somos.

Hoy más que nunca, hablar sobre nuestra vida ordinaria, diaria, la real, implica
reflexionar sobre el estrés, el orden y la gestión del tiempo.

El estrés es un factor determinante para la producción de enfermedades mentales,


físicas como trastornos psicosomáticos (dermatitis, eczemas), ansiedad, depresión,
fibromialgia, insomnio. Así mismo produce desconexiones a nivel cerebral y, por tanto
propicia la falta de conexiones sinápticas adecuadas para el buen funcionamiento del
sistema nervioso central y para la formación de ideas y pensamientos. Además
dificulta la atención, la concentración y la memoria. Todos hemos experimentado
cómo en una temporada de mayor estrés, tenemos tendencia a olvidarnos más de las
cosas, dificultad de concentración y raciocinio. Esta es la causa.

Hoy en día se sabe que el estrés es un factor de riesgo cardiovascular tan importante
como el tabaco. Sin embargo seguimos con el mismo ritmo de vida y escatimando
horas al sueño, lo que aumenta nuestro estrés. España es uno de los países donde
menos horas se duerme. No es nada infrecuente que en un hogar se esté viendo la

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televisión, durante el invierno, hasta las 12.30 de la noche. Y, como es lógico, eso
repercute a lo largo del día.

Recientemente leí en una novela un consejo que le da un personaje a la protagonista


que se encuentra un tanto estresada. Este le cuenta una técnica que utilizan los
cartujos. Le pregunta a la protagonista cómo cierra las puertas, en concreto si las deja
entreabiertas, las empuja suavemente o tal vez las cierra de golpe. “Creo que las dejo
entreabiertas o las empujo suavemente. Nunca doy portazos eso desde luego” –
responde la protagonista. Entonces el personaje le cuenta lo siguiente: “A los cartujos,
durante su noviciado, se les enseña a cerrar las puertas volviéndose para activar
cuidadosamente su mecanismo, sin empujarlas, ni dejar que se cierren solas. ¿Sabe
por qué se les exige eso? Para que aprendan a no apresurarse, para que aprendan a
realizar una cosa detrás de otra, para entrenarlos en la mesura, en la prudencia, en el
silencio y la observancia de cada gesto”. Tal vez nos podamos plantear este pequeño
ejercicio, junto con otros que te parezcan, para ir ganando en serenidad y luchando
contra el estrés.

Hasta aquí está hecho el diagnóstico. Ahora nos toca a cada uno de nosotros poner los
medios para eliminar o disminuir el estrés. Es verdad que hay personas que por
temperamento, profesión u obligaciones familiares tienen una mayor predisposición,
una mayor tendencia, pero me gustaría dar algunas ideas, muchas de ellas
ampliamente difundidas, para que intentemos aplicárnoslas.

1. Aprender a decir “no”. A ese plan que nos invitan y no nos apetece, a esa tarea
profesional que no nos compete y quieren encargarnos pero sabemos que va a
conllevar reuniones, informes… y van a aumentar nuestro nivel de estrés.

2. “Momentos Nescafé” diariamente. Me gusta darle este nombre recordando un


anuncio en que se veía una señora en casa, junto a la chimenea disfrutando de una
taza de café mientras conversaba en esos momentos. Tenemos que intentar tener

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esos momentos diariamente, o por lo menos con periodicidad semanal. Conozco a
un amigo que su “momento Nescafé” es desayunar los sábados por la mañana en
una cafetería cercana a su casa, sentado en la terraza, tomando un chocolate con
churros y leyendo la prensa. Para otras personas puede ser ir a hacer Pilates, a
clases de pintura, tomarse un aperitivo con su mujer, o simplemente sentarse en
ese sillón tan cómodo al final del día, cuando los niños se han acostado y leer un
rato un buen libro o simplemente el periódico. Pero, ya sea una cosa u otra,
tenemos que intentar reservar un tiempo para nosotros mismos. A veces será
difícil que sea diario, pero como mínimo tiene que ser semanal.

3. Intentar crecer diariamente. En una época en que el axioma “tanto tienes, tanto
vales”, parece que comienza a quedar atrás, gracias a la crisis (de las cosas buenas
que hemos tenido) tenemos que invertir en los valores auténticos de crecimiento
personal, dedicar un tiempo, cinco o diez minutos, a leer algo que nos aporte
ideas, a hacer un análisis, un examen al final de la jornada y analizar cómo ha ido
el día, en qué aspecto hemos crecido, aunque solo haya sido unos milímetros. Hay
personas que se matan a trabajar y ganan mucho dinero, pero en el fondo son
pobres personas, es decir, su valor absoluto es el dinero y acaban
empobreciéndose en otros aspectos que han dejado de lado.

4. Ralentizar nuestro estilo de vida. A veces los cambios son tan simples como salir
diez minutos antes al trabajo, para no ir estresado, o levantar a los niños un rato
antes para no andar a la carrera por la mañana o incluso acostumbrarnos a andar
más despacio o tener un tiempo fijo para comer.

5. No compararnos ni competir: Dejar de competir, dejar de compararme con otros


para demostrar que soy mejor. En su lugar, me esforzaré en conseguir ser la mejor
versión posible de mí mismo. En esta carrera de resistencia de la vida no se
compite para ganar sino que solo compites contigo mismo, yendo a tu ritmo,
buscando y ampliando tus límites.

83
Respecto al orden y la gestión del tiempo debemos considerar su importancia para la
eficacia de cualquier trabajo y para la vida en general. Cuando se tiene orden el tiempo
se dilata, y se llega a más y esto se tiene que aprender desde pequeños. Por eso es tan
importante que los padres inculquen en los hijos esta virtud, fundamental para su
desarrollo personal, pero claro “fray ejemplo es el mejor predicador” y de nada
serviría insistir una y otra vez si el niño viese que los papás no hacen lo que dicen. Los
papás deben exigirse para poder exigir, en caso contrario no merece la pena. Los
pedagogos refieren que a la edad de dos años se debe comenzar a inculcar al niño el
orden. Cada vez están más estudiados los diferentes periodos sensitivos del niño y
cómo cada edad tiene una “sensibilidad” diferente, es decir, que todo tiene su edad.

Con el orden se multiplican las posibilidades, sin orden se pierden muchas energías y
proyectos. Seguro que todos conocemos a alguien, o nosotros mismos, que anda de
arriba abajo, sin parar, pero de una manera un tanto alocada, sin orden, sin fijeza y
nos damos cuenta de las energías que se pierden por esa falta de orden. Los ejemplos
los podríamos contar en primera persona: desde el día que salimos corriendo de casa y
al llegar al coche nos damos cuenta de que nos hemos olvidado las llaves y tenemos
que volver atrás, hasta el archivo que hemos guardado en el ordenador y después no
lo encontramos porque no sabemos dónde lo hemos guardado.

Cuando hablo de orden no me refiero únicamente al material (tener ordenado el


despacho o la consulta o el cuarto), sino también al orden en las ideas, en las
decisiones, que influirán en nuestro trabajo, en la vida diaria, personal, familiar y
social. Para eso, lo primero será saber dónde queremos ir en los diferentes aspectos de
nuestra vida. Me viene a la cabeza aquel magnifico diálogo en Alicia en el país de las
maravillas, entre Alicia y el gato:

—“¿Me podría decir cuál es el camino que debo seguir?” –preguntó Alicia.

—“Eso depende de dónde quieras ir” –respondió el gato.

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—“Es que no sé dónde quiero ir”.

—“Entonces da igual el camino que cojas".

Sin orden es frecuente caer en la decisión fácil: lo que más apetece o lo que reclama
nuestra atención dejando que las circunstancias o las voluntades ajenas nos lleven
hacia donde no queríamos ir. En cambio, cuando hay orden se puede saber lo que se
quiere hacer, lo que se está haciendo y lo que queda pendiente. Saber dónde ir supone
además la intención de rectificar el rumbo cuando sea preciso. Esto implica que antes
de comenzar la actividad hay que pararse a pensar para asignar prioridades. La
eficacia no consiste en hacer muchas cosas, sino las que tenemos que hacer en cada
momento, intentar diferenciar lo importante de lo que no lo es; lo urgente de lo que
puede esperar. Eso es discernir (del latín: separar, distinguir). Una idea que aprendí
hace ya bastantes años, y que me sirve como referente con frecuencia: Haz lo que
debes y está en lo que haces.

Resulta fundamental pensar bien, programar las tareas a desarrollar planificando la


secuenciación: el día, la semana, el mes. Te doy las siguientes sugerencias:

6. Dirígete por objetivos, organízate. Prepara de modo realista la lista de tareas, de


objetivos. Puedes hacerlo diaria, semanal y mensualmente. Adelántate, evita la
improvisación, en la medida de lo posible

• A primera hora de la mañana: 10 minutos para programar los objetivos, las tareas
de esa jornada.

• El domingo por la tarde: 20 minutos para programar los objetivos de la semana


que comienza.

• El último día de cada mes: 30 minutos a programar los objetivos del próximo mes.

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7. Asigna prioridades a las tareas. Es decisivo tener una jerarquía de valores bien
establecida, sabiendo qué es lo primero, lo primordial, y lo secundario, lo marginal
o lo accidental. Solo cuando se sabe lo que se pretende alcanzar, hacia dónde se
va, se pueden establecer prioridades entre “lo pendiente”.

8. Termina lo que empiezas. Tener muchas cosas empezadas a la vez descentra el


pensamiento. Lo que se completa da un sentimiento de logro.

9. Pon orden en tu día a día. Se concretará en el horario, en tu habitación, tu


armario, tu ordenador, tus papeles, tu casa, tu lugar de trabajo, en tus cosas y, no
lo olvides, en tu escala de valores y en tu cabeza.

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9ª idea:
saber escuchar y tener conversación

Hace unos días estuvo en mi consulta un paciente que viene de tarde en tarde, pero al
que conozco hace ya algún tiempo. Tiene cuarenta y nueve años, está casado y tiene
dos hijos. Le gusta hablar. Me cuenta sus consideraciones sobre la crisis que vivimos,
la amistad en los tiempos actuales y alguna cosa más. Durante la charla yo me limité a
intercalar alguna frase breve y asentir con la cabeza. Al final de la consulta después de
abordar los aspectos médicos me dijo: “¡Cómo me gusta hablar con usted!”.

Sonreí interiormente porque en realidad yo me había limitado casi exclusivamente a


escuchar. Esta consulta, junto con la lectura de varios artículos y reflexiones, me
sugirió este capítulo. Tal vez lo primero sea diferenciar entre escuchar y oír. Puede
parecer lo mismo, pero no lo es. Escuchar conlleva el regalo de la atención y oír no.
Podemos escuchar u oír una conferencia, una conversación o la radio según la
intensidad de atención que prestemos.

La mayoría de las personas da más importancia a la forma en que se expresa, que a la


forma en que escucha. Es una habilidad, en general, poco desarrollada, que requiere
gran paciencia y respeto hacia los demás.

Cada vez estoy más convencido de que las personas necesitamos que se nos escuche,
y a los pacientes con más motivo. En esta línea, James L. Hallenbeck analizó 74
cintas de conversaciones de médicos con sus pacientes: solo al 23% se le permitió
describir completamente sus preocupaciones. El promedio de tiempo que pudieron
hablar los pacientes, antes de la primera interrupción, apenas alcanza los 18 segundos.

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He experimentado lo difícil que resulta conversar sin interrumpir. Para tener
conversación hay que aprender a escuchar. Tal vez por eso Dios al crearnos nos dio
dos orejas y una sola boca, para escuchar más que hablar. Pero no siempre esto es
así. Seguro que conocemos a alguien que destaca por su locuacidad, por no parar de
hablar. Estas personas al final pueden resultar un poco pesadas e incluso podemos
llegar a evitarlas. Tal vez necesitan el consejo de un buen amigo que se lo diga
abiertamente, que con ese no parar de hablar y no escuchar nada o casi nada se hacen
insoportables.

En cambio, seguro que también conocemos a aquellas que tienen una gran capacidad
de escuchar, con verdadero interés, no fingido, sino real, que no les da igual lo que le
estamos contando. Qué bien estamos con ellos. Te escuchan con los ojos. Pero no
unos ojos aletargados; unos ojos que con su mirar te están diciendo: “esto que estás
contando me parece muy interesante” o, aunque no se lo parezca, lo disimulan, que
también eso es un arte que se va aprendiendo. También los hay que te escuchan de
una manera desligada, desde otra altura, distraído, sin importarle el final, más atento a
lo que les circunda que a lo que decimos. Esto puede suceder en cualquier
conversación de amigos, de colegas o de pareja.

Cualquiera de nosotros puede llegar a casa cansado después de un día agotador de


trabajo, pero tenemos que sacar energía para poder escuchar lo que el hijo pequeño
quiere contarnos que le ha pasado en el colegio o lo que la mujer quiere comentar.
Induda​blemente, seguro que si lo pensamos, podremos mejorar nuestra capacidad de
saber escuchar en todos los ámbitos: en casa, en el trabajo, en nuestras relaciones
sociales.

Pensemos también que la conversación no siempre surge espontáneamente, que en


muchas ocasiones tendremos que buscarla. Tenemos que tener el deseo, el anhelo de
conocer, de intercambiar opiniones, de comunicarnos. Por eso tener amplitud de
miras, áreas de interés, afán de aprender, de sorprendernos serán aspectos muy

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positivos para ganar en esa profundidad interior que ahuyentará esa persona superficial
y frívola a la que todos estamos expuestos y en la que tanta gente cae, quedando
reducida a los estratos primeros –y no pocas veces primarios– de la vida. ¿Seremos
nosotros uno de esos? La cultura audiovisual, la televisión, ha ayudado a crear este
perfil de persona en nuestra sociedad, donde mentalidad y valores son uniformes, un
hombre-espectador, como decía el filósofo Ricardo Yepes, que se deja llevar, que
tiene una enfermedad llamada pasividad.

Indudablemente la cuestión de la influencia de los medios audiovisuales y de las


actuales TIC en la conducta humana es uno de los puntos clave en la reflexión sobre
el mundo actual. Por eso a la hora de abordar la conversación hay que hablar
obligatoriamente de esos extraordinarios avances tecnológicos como el correo
electrónico, Skype, WhatsApp que se han incorporado a nuestro día a día en los
últimos años. Sin negar sus incuestionables ventajas, existe el peligro que representa
para todos su uso como sustituto de la conversación.

Las actuales Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC) nos permiten estar


comunicándonos constantemente, pero a veces hemos sacrificado la conversación por
la simple conexión. La tendencia a reemplazar conversaciones por mensajes escritos
se ha convertido en una epidemia, no solo en nuestro ámbito profesional, sino también
en el personal. El e-mail, Facebook, Twitter, toda comunicación digital puede tener su
lugar en el trabajo, en la política, en el comercio y en la amistad, pero no puede
convertirse en un sustituto de la conversación. Estar conectados para dar datos
concretos puede funcionar muy bien: “Quedamos a las 18:30 en la Plaza de San
Francisco” o “Mañana reunión a las 14:30. Orden del día adjunto” o un simple “estoy
pensando en ti”, pero no funciona bien si realmente queremos mantener una
conversación, una amistad, llegar a conocer y entender a una persona.

Cuántos conflictos de toda escala y en diferentes áreas se habrían evitado si en lugar


de abordar cuestiones y asuntos importantes a golpe de tecla, se hubieran abordado

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cara a cara, en una conversación. Seguro que has tenido experiencia de estos
conflictos en carne propia o ajena, con idas y venidas de correos o WhatsApps
envenenados.

No podemos pensar que esto es algo que les pasa a los demás y somos inmunes a
estas nuevas situaciones. Como no estamos en una burbuja, estamos expuestos a esta
nueva enfermedad. Lo que tenemos que hacer es prevenirnos del contagio y hay
bastantes medidas, pero de esto hablaremos más adelante. La prevención no siempre
consiste en una vacuna, que en este caso podría ser dejar de lado las TIC, pero esta
no será la solución porque estamos en el mundo. A veces –siguiendo con el
paralelismo médico– para prevenir enfermedades bastan medidas tan simples como
lavarse con frecuencia las manos.

Me contaba recientemente el director de un Colegio Mayor Universitario la crisis que


se vivía entre los residentes si por cualquier motivo durante algún tiempo dejaba de
haber wi-fi. Con mucha gracia y exagerando me decía que podía no haber comida o
agua caliente en los baños, todo eso era secundario. Lo fundamental sin lo que no se
podía vivir era wi-fi. Lo demás era secundario, casi superfluo. Pueden prescindir de
todo menos de su móvil de última generación.

También recientemente leía una carta al director de un periódico que abordaba este
tema. Refería la dificultad de mantener una conversación con los jóvenes de hoy en
día, pues les interesa más leer el WhatsApp que tus palabras. Ellos –decía– no quieren
desagradarte, pero se les nota en la cara, en cuanto terminas la segunda frase, ya están
deseando que desaparezcas de su horizonte. Este panorama tiene repercusiones
porque su función cerebral se reduce progresivamente, se va instalando solo en la
superficie; el conocimiento lo tienen guardado en la mano que encierra el móvil y por
tanto no necesitan investigar ni esforzarse por comprender.

Ellos, los jóvenes, son los más perjudicados, pero también los adultos se suman a

90
estas costumbres. Cada vez resulta más difícil encontrar un buen conversador o
simplemente tener una conversación. Pero no olvidemos que en las TIC hay mucho
de bueno si se saben utilizar con sentido común, aunque a veces es el menos común
de los sentidos.

Un profesor universitario ha ideado un nuevo descubrimiento para que sus alumnos –


al menos los más extravagantes– presten atención en clase. Se ha propuesto que todas
sus frases, no tengan más de 140 caracteres, de forma que quienes lo deseen puedan
tuitearlas en directo. Les pide que pongan sus móviles a la vista, esto es, que no los
escondan entre las piernas debajo de la mesa, y que comuniquen con sus seguidores lo
que más les atraiga de lo que escuchen en clase. Así –dice él– lograremos que la
filosofía sea un trending topic, un tema actual, fiel a su misión de despertar a las
mentes dormidas, desorientadas y aburridas con las trivialidades habituales de los
medios de comunicación.

Parece efectivamente una nueva habilidad, la de estar en clase con el móvil enviando
mensajes por WhatsApp. Pero cuidado, también los adultos se suman a estas nuevas
costumbres y así no es raro ver en una reunión de trabajo al colega enviando un
WhatsApp o saliendo de manera intempestiva para atender una llamada. Incluso aún
hay una habilidad más difícil, como recogió recientemente en un artículo en el New
York Times, Sherry Turkle1, psicóloga y profesora del MIT (Massachusetts Institute
of Technology): “mantener el contacto visual con alguien mientras se escribe un texto
a otra persona es difícil, pero con la práctica se puede lograr”. No sé si a usted le ha
pasado esta situación. A mí sí y es una de las sensaciones más desagradables con la
que últimamente me he encontrado. Lo peor es que yo, también puedo haber caído en
eso, casi sin darme cuenta.

Tenemos que estar muy atentos para que los malos hábitos que nos circundan no nos
atrapen y, aunque sean generalizados, no por ello dejan de ser malos. Así que, ten
cuidado y estate alerta. Te lo digo a ti y me lo digo a mí, porque esta psicóloga que ha

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dedicado los últimos quince años a estudiar la tecnología de comunicación móvil,
entrevistando a miles de personas, jóvenes y mayores, sobre sus vidas y la tecnología,
ha llegado al descubrimiento de que estos aparatitos tienen tanta fuerza psicológica que
no solo logran cambiar lo que hacemos, sino que también cambian un poco lo que
somos. Algunas de las tareas que hacemos ahora, hace unos años nos habrían
parecido raras, desagradables o de mala educación. Por ejemplo, como decíamos
antes, tener una conversación con alguien que está con el móvil encima de la mesa
mirándolo continuamente o con alguien que está escribiendo un mensaje y por tanto
mirando al móvil y solo levanta la mirada al final del mismo. Yo siempre tengo la
sensación de que no se ha enterado de nada.

Una joven de dieciséis años de edad, que usa los WhatsApp para casi todo, dice con
nostalgia: “algún día, –algún día, por supuesto no ahora– me gustaría aprender a tener
una conversación”. Efectivamente, notas que es difícil a veces mantener una
conversación con jóvenes, pues les interesa más el texto que leen en el WhatsApp que
nuestras palabras. A los jóvenes les cuesta cada vez más razonar e hilvanar
pensamientos, pues todo se ha reducido y no hay nada más allá de los 140 caracteres.
Cuántos, adolescentes y adultos, que se relacionan por Facebook, Twitter o lo que
sea, con otros que viven a tres mil kilómetros de distancia, tienen dificultad para
charlar amigablemente con el compañero de clase, del trabajo o el vecino. Como decía
una universitaria, hace unos años, refiriéndose a su Blackberry: “Te acerca a los que
están lejos; te aleja de los que están cerca”.

Hay varias características enriquecedoras propias de la conversación. La conversación


se desarrolla cara a cara, lentamente y podemos darnos cuenta del tono y el matiz de
la voz. También en la conversación están presentes los gestos y demás
manifestaciones del lenguaje corporal; es ahí donde vemos las cosas desde el punto de
vista del otro, donde nos ponemos en sus zapatos, y nos ayuda a comprender al otro,
a los demás.

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Otro aspecto no menos importante es que la conversación desarrolla la paciencia y el
respeto. Cuando nos comunicamos por nuestros dispositivos digitales, practicamos
hábitos diferentes. A medida que se sube la velocidad de las conexiones en línea se
comienzan a esperar respuestas cada vez más rápidas. Para conseguirlo nos
preguntamos y respondemos cuestiones cada vez más simples, ”entontecemos”
nuestras comunicaciones, incluso en los asuntos más importantes.

Me contaba el otro día la mujer de un amigo que todas las madres del curso de uno de
sus hijos habían formado un grupo de WhatsApp, y una de ellas no sé por qué motivo
había escrito que su hijo no podía ir a un cumpleaños porque estaba enfermo, y
pasados menos de tres minutos no paraban de entrarle mensajes, unos treinta,
diciéndole, “que se mejore” “lo siento” y otros por el estilo. Casi –me decía con
gracia– me dejan sin batería. No es extraño encontrar personas que reciben más de
cien WhatsApp en el periodo de un día.

Si se asoman por una biblioteca pública podrán ver a estudiantes universitarios o de


instituto con su móvil al lado. Mientras pretenden estudiar, no solo a veces escuchan
música, sino que están atentos al sonido que les avisa que ha llegado un WhatsApp, y
a la vez consultan en internet el resultado del partido de fútbol que se está jugando en
ese momento. ¿Será posible estudiar así? Para mí sería imposible. Tal vez detrás de
muchos de los llamados déficit de atención e hiperactividad o “problemas de
concentración” se encuentra esta superexposición que hace imposible prestar atención
continuada en el mismo tiempo a múltiples cosas.

Y claro, como todos los hábitos buenos y malos no se cultivan en un día, implican una
repetición de actos. Si el adolescente va a la biblioteca con sus cascos escuchando
música, cuando se ponga a estudiar, aunque se quite los cascos, su música seguirá
sonando en su cabeza. Estará delante del libro, pero le faltará lo fundamental para la
vida intelectual que es la atención, porque en ella es donde se articulan voluntad e
inteligencia.

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Por tanto, vamos a intentar cultivar el arte de saber escuchar y tener conversación,
comenzando por los más próximos, en la familia, en nuestro entorno y en nuestro
lugar de trabajo.

Reflexiona sobre el arte de saber escuchar y conversar a partir de estas sugerencias:

1. No interrumpas la conversación. Uno de los errores que con más frecuencia se


cometen en las conversaciones es el de interrumpir a quien habla.

2. Demuestra a tu interlocutor que le estás escuchando con interés. Para ello


utiliza tu tono de voz, mirada, gestos y preguntas.

3. No te alteres. Si tu interlocutor tiene ideas, opiniones, o puntos de vista diferentes


del tuyo. No opines, critiques o juzgues hasta que tu interlocutor haya terminado
de hablar, entonces podrás exponer con tranquilidad tu idea u opinión.

4. Aprende a mejorar tu conversación. Cualquier tópico puede generarla si te


interesas en saber qué opina la otra persona. Para asegurarte de que la
conversación fluya, no hagas preguntas cerradas que puedan responderse con un
“sí” o con un “no”, como “¿Te gusta tu trabajo? ¿Te ha ido bien en el trabajo?”;
en cambio, las preguntas abiertas como “¿Qué es lo que más te gusta de tu
trabajo?, ¿Cuéntame cómo te ha ido el trabajo?”, hacen que la persona se extienda
en el tema.

5. No olvides la comunicación no verbal. La asociada al lenguaje (tono, ritmo,


volumen, silencios, timbre) como la asociada al comportamiento (los gestos, la
expresión facial, mirada, la postura, proximidad) dicen tanto o más que la
comunicación verbal.

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1. T URKLE, S.; su obra más reciente es Alone Together: ¿Por qué esperamos más de la tecnología y
menos de los demás? Este articulo apareció en el New York Times, 21 de abril de 2012.

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10ª idea:
el secreto está en las croquetas

No hace mucho estuve un fin de semana en Portugal, en uno de esos hoteles que
“tiene de todo”: campo de golf, spa, guardería, varios restaurantes –uno de ellos con
dos estrellas Michelín–, un antiguo monasterio restaurado…, y todo rodeado de una
naturaleza exuberante, junto a un Parque Natural. En fin, ese tipo de hoteles en el que
uno desearía perderse unos días al año. El restaurante de las dos estrellas Michelín era
como esperaba. Nada más entrar tenía una amplia cocina a la vista, luces indirectas, y
mobiliario con diseño tipo futurista de los años 70, mezclado con unos elementos
minimalistas. Había, por ejemplo, varias mesas circulares rodeadas de las típicas
cortinillas metálicas, que tanto gustan en los pueblos andaluces, que son ideales para
no dejar pasar las moscas en verano. Los camareros con camisetas negras y el
anagrama del restaurante en un tono verde estampado en la parte superior. Por encima
una chaqueta también negra. Vasos de cerámica, más propios de un refectorio de un
convento, platitos para los entrantes que son láminas rectangulares de pizarra y claro –
aquí es donde quería llegar– grandes platos con poca comida, eso sí, muy refinada y
con una presentación envidiable.

Nuestra sociedad contemporánea parece que solo valora lo grandioso, lo noticiable, lo


extraordinario, es decir –siguiendo el símil gastronómico–, los platos sofisticados, y de
alguna manera desprecia las croquetas. Porque las croquetas las cocina todo el mundo.
En cambio la receta que sale en la revista es el mousse, cuya receta ha traído un chef
de Dubái. Y esto nos afecta a todos. En esta situación tienen gran parte de
responsabilidad los medios de comunicación, que buscan lo que es noticia y
habitualmente lo noticiable es lo que se sale de lo normal. Y es verdad, pero en ese

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afán de buscar y rebuscar noticias llamativas, nos hemos olvidado de lo cotidiano y no
olvidemos que la vida es fundamentalmente normalidad.

Recientemente leí un artículo de un periódico local en el que el autor refería que de un


cocinero lo que le interesaban no eran los platos sofisticados, ni los postres de revista,
sino las croquetas. El secreto está –escribía– en las croquetas. Y esto es extrapolable a
muchos aspectos de la vida. Lo difícil, lo exótico, lo exquisito todos somos capaces de
hacerlo un día, dos si se quiere, pero lo difícil es hacer de lo sencillo algo supremo. Un
autor espiritual contemporáneo y santo, condensaba muy bien esta idea: “hay que
hacer endecasílabos de la prosa de cada día”. Hacer endecasílabos en el trabajo, al
tratar con paciencia a ese colega que es un poco pesado, a aquel compañero al que
hay que repetirle varias veces las cosas para que se entere, o a ese paciente que viene
con exigencias inoportunas. Hacer endecasílabos al tratar a la mujer, al marido, a los
hijos, llevando con serenidad las pequeñas contrariedades normales de cualquier
hogar, sin poner el grito en el cielo, porque el niño se ha manchado la ropa con yogurt
o salir con la mujer a tomar una cerveza cuando lo que más podría apetecer es
quedarse en casa.

Veamos hoy el telediario, abramos un periódico o una revista del corazón. ¿Quiénes
son noticia o qué es noticia? Una ruptura de pareja, un acontecimiento meteorológico
devastador, un tipo innovador que creó un imperio empresarial. En cambio, Juan, que
es un mecánico de primera y me ha atendido esta mañana con una sonrisa en los
labios, no lo es, ni lo será nunca; o la fidelidad de Fernando y Ana, que han cumplido
veinticinco años de casados, tampoco será portada del periódico. Pues claro, eso es lo
normal. Posiblemente así es, pero a base de tanto “Top Chef” puede que nos
hayamos olvidado de las croquetas. Y todos tenemos al alcance de las manos
croquetas que tenemos que descubrir y saborear. Tal vez por su continua presencia
nos hemos acostumbrado y no las valoramos.

Tenemos que aprender a mirar los acontecimientos diarios de otra manera. Tenemos

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que tener ilusión por las cosas sencillas. El secreto para vivir la vida en clave
ilusionada es ser capaces de admirar lo que nos es familiar, en ver con ojos nuevos lo
que es ya antiguo a nuestra mirada. Y eso también se aprende, como casi todo en la
vida. No es cuestión de unas semanas de entrenamiento y ya está. Se necesita
constancia y auto-reflexión. Por ejemplo, tal vez tú seas de los privilegiados que
consigas desayunar en familia, aunque sea deprisa. Disfruta ese momento, mientras
miras a tus hijos que se comen esa tostada con mantequilla, o participas de sus
inquietudes por el partido que tienen esa mañana, o vas comentando en casa las
noticias del periódico o simplemente los planes de cada uno para ese día.

Probablemente por nuestro trabajo nunca llegaremos a ser noticia, mejor dicho no
seremos noticiables, pero con nuestra lucha por hacer las cosas bien, de manera
responsable y competente, muchas personas se beneficiarán. Un trabajo normal, como
el de la mayoría de las personas en el mundo, que también nos ayudará a crecer
interiormente, a sacar de nosotros lo mejor o por lo menos a eso debemos aspirar.

Y no se olvide de lo que dice Marta Yanci, la chef donostiarra que triunfa en Dubái:
“Fue cuando me mudé a Dubái, comencé a poner en práctica algunas recetas de mi
madre. Empecé elaborando platos sencillos, como crepes de setas, y platos
tradicionales españoles, como las croquetas, pero fusionándolos con ingredientes de la
región”. Tal vez el secreto es ese: las croquetas de toda la vida pero mezclándolas con
algún ingrediente que le dé una gracia particular y ese ingrediente lo tienes que
encontrar tú.

Llegado este momento, estimado lector o estimada lectora, te dejo esta vez que seas
tú, quien pienses en tu día a día y concretes algunas ideas.

98
11ª idea:
¿Dios está de vuelta?

Este es el título de un interesante libro publicado en el 2011 del que son autores el
editor de la revista The Economist, John Micklethwait, y Adrian Wooldridge, jefe de la
oficina de Washington. Se deduce que sí. La creencia religiosa está, de hecho, en
aumento y no solo en los países en desarrollo. Al mismo tiempo observamos cómo la
secularización es evidente en la sociedad contemporánea europea. En los EE.UU. el
92% de los adultos creen en la existencia de Dios o algún tipo de espíritu universal, el
70% están “absolutamente” seguros de la existencia de Dios y el 60% cree que es
alguien con quien pueda tener una relación personal.

Pienso que la clave está aquí, en esa relación personal, porque tener fe no es solo
creer que Dios existe, es creer que Dios me ama. Esta diferencia es importante y
profunda. Porque para llegar a la conclusión de que Dios existe no hace falta tener fe.
Hoy como ayer, mucha gente razonando sobre la maravilla del universo, deduce que
tiene que existir algo, porque si no, no se podría explicar el orden, ni la belleza, ni la
inteligencia que hay en el universo. Por eso pensar que Dios me ama incluye creer que
Dios quiere esa relación personal conmigo. Dios quiere que le conozca y le ame.

En esta vida es una cuestión medular, crucial saber dar respuesta a las preguntas
fundamentales, últimas: ¿De dónde vengo?, ¿Qué sentido tiene mi vida?, ¿Qué hay
después de la muerte? No es baladí saber cuál es nuestra meta, hacia dónde queremos
ir, cuál es el puerto al que queremos llegar. Tendremos tiempos de bonanza, días de
una luz radiante, pero también tormentas, oleajes, marejadas de fondo. Como le
ocurre a un navegante, en función del puerto de destino tendrá que escoger un

99
determinado trayecto y una manera de recorrerlo. En este proyecto, en esta singladura
de la vida, la dimensión espiritual juega un papel fundamental. Una vida sin Dios es
una vida huérfana, aunque aparentemente el barco avance, al final vemos que no llega
a ninguna parte.

En bastantes países desarrollados el crecimiento material, el bienestar ha traído con


frecuencia el adormecimiento del espíritu, la anestesia de lo espiritual. La búsqueda
obsesiva del bienestar material no deja lugar ni tiempo para buscar a Dios; y así, con
unas pocas y confusas ideas sobre Jesucristo y la Iglesia, con una formación
superficial –generalmente limitada a la recibida en la infancia–, se piensa conocer
suficientemente el cristianismo y haberlo experimentado. Se está de vuelta de algo
que, en realidad, se desconoce totalmente. Muchas personas viven en ese círculo
vicioso: los prejuicios quitan el aliciente para profundizar en las grandes riquezas de la
fe y la religión; y, sin ese esfuerzo, crece la propia superficialidad.

La realidad es que hoy en día para muchos creyentes, la religión ha quedado como
algo residual. Pueden tener práctica religiosa en las grandes fiestas, pero esta es una fe
social, rudimentaria, que no impregna la vida y tiene poca o ninguna relevancia en su
vida diaria. Y como es lógico no puede haber una doble vida, dos vidas paralelas, por
una parte la denominada vida espiritual, y, por otra, la vida de familia, del trabajo, de
las relaciones sociales, del compromiso político y cultural. Porque en todos los campos
en que se desenvuelve la vida de cualquier persona debe entrar la vida espiritual, de
trato con Dios. Las situaciones que aparentemente son más vulgares, también son un
medio y ocasión de encuentro con Dios. No debemos esperar lo extraordinario para
buscar y encontrar a Dios.

Lo espiritual, al igual que en el deporte, hay que entrenarlo. Cuando se corren medias
maratones, –y lo sé por experiencia después de haber corrido bastantes– se necesita
tener un plan y ceñirse a él, ya tenga uno más o menos ganas, se esté más o menos
ilusionado, haga frío o calor. Gran parte del éxito está en la constancia. En el deporte

100
hay que ser un deportista completo, entrenado y fortalecer todo el cuerpo, para no
dejar una parte atrofiada mientras que otra se hipertrofia. Estableciendo un paralelismo
diría que no podemos dejar atrofiada nuestra fe, porque esta tiene que formar parte de
nuestro entrenamiento diario, es decir, tiene que tener manifestaciones concretas y
diarias. En caso contrario es difícil que Dios esté o entre en nuestra vida. Si no hay
trato, el amor muere, tanto en el plano humano, como en el divino. Por tanto, será
necesario trabajar, entrenar la dimensión espiritual.

Traigo a colación las reflexiones de uno de mis pacientes.

Joanes es un holandés casado y con tres hijas rubias guapísimas, de 5, 8 y 13 años.


En Holanda se dedicaba a criar vacas lecheras, lo que es muy holandés. Por unos
amigos, descubrió Portugal, con su sol, su tranquilidad rural. Hizo cuentas, vendió lo
que tenía allí y se instaló en el Alentejo portugués. Pero no cambió de profesión. Con
lo obtenido de la venta pudo comprarse aquí una buena finca e instalarse en una casa
magnífica, con vistas infinitas. Esto podemos no valorarlo, pero para un holandés, la
tierra es un bien muy preciado y todos conocemos la batalla que desde hace años
planifica Holanda para ganarle terreno al mar. Joanes y su familia son católicos, lo cual
hoy en día hasta puede parecer un poco sorprendente, sabiendo que son holandeses.
Pero es bueno recordar que hubo un momento en la historia, que Holanda era uno de
los países que más misioneros tenía repartidos por todo el mundo. Era una nación
profundamente católica. Hoy la descristianización de nuestra vieja Europa es
generalizada, pero Holanda es de los países, que va a la cabeza. Y es natural que esta
descristianización, que conlleva un retroceso en el desarrollo no solo espiritual, sino
también humano, haya traído leyes contra natura como el aborto o la eutanasia de
adultos y de niños.

Joanes me decía un día: “Mi madre siempre me recordaba un aspecto referente a la


vida del católico que nunca debía olvidar, y es que por muy bien que me fueran las
cosas materialmente nunca debería olvidarme de Dios”. En el terreno material,

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económico todo va sobre ruedas a muchas personas –reflexionaba– y comienzan a
arrinconar a Dios de su vida, hasta que acaba encerrado en el trastero, parcial o
totalmente olvidado, y solo ante un revés económico, familiar o de salud vuelven a
sacar a Dios del trastero para pedirle ayuda, como si Dios fuera única y
exclusivamente un recurso para los tiempos difíciles, cuando las cosas no van bien. Y
eso mismo –me decía Joanes– no solo le pasa a las personas, sino también a los
países, y así una nación fuerte económicamente podría estar empobrecida
espiritualmente, porque se olvide de Dios pensando únicamente en su bienestar,
mirándose y remirándose el ombligo, lo cual le impide levantar la cabeza para mirar al
cielo”.

Hay un aspecto que me parece importante referente a lo espiritual: la formación.


Como en el terreno profesional, también en el espiritual siempre podemos mejorar,
aunque ya estemos bien formados. Un médico siempre tendrá que preocuparse de su
formación, bien sea, leyendo, por ejemplo, un artículo en una revista científica sobre
un nuevo tratamiento para la diabetes que se ha experimentado con éxito o
simplemente repasando viejos conocimientos que con el paso del tiempo ha ido
olvidando. La formación continuada, a lo largo del tiempo, es un requisito
indispensable para muchos aspectos de la vida y en otros, cuando menos, muy
recomendable. Mejorar nuestra formación espiritual debe ser una aspiración que
tenemos que tener.

No basta querer tener una buena formación, sino que hay que poner los medios. El
querer no es suficiente. Tendré que preocuparme, para no conformarme con los
rudimentos que aprendí en la infancia. Igual que la persona crece materialmente,
también debe ir parejo un crecimiento espiritual, que indudablemente pasa por crecer
y mejorar mi formación. Concretar esto es asunto de cada uno.

Sugeriré algunas ideas de personas y amigos que se propusieron en su día hacerlo.


Conozco a un amigo que decidió profundizar su relación con Dios –decía que solo lo

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conocía– y para eso inició un plan de lecturas aconsejado por un experto en la
materia, otro se inscribió en un pequeño curso de Sagradas Escrituras y otro comenzó
a asistir a unas charlas sobre el Catecismo de la Iglesia Católica. Son solo algunos
ejemplos. Lo fundamental es darse cuenta de la necesidad de esa formación y
concretar algún aspecto. Y como siempre en la vida hay prioridades, tenemos que ver
cuál ocupa en la nuestra la dimensión espiritual y religiosa. Si en la escala de valores
está en el décimo lugar, siempre encontraremos algo mucho más interesante y
entretenido que asistir a un curso sobre el Catecismo. Por el contrario, si este aspecto
ocupa un lugar preferente –sabiendo que envuelve a todos los demás– sabremos sacar
tiempo para diariamente cultivar nuestra vida espiritual. Uno saca tiempo para lo que
le interesa. Todo depende de la importancia que tenga para nosotros.

Otro aspecto relevante es la transmisión de la fe en la sociedad actual. Para trasmitir la


fe en la familia resultan clave, entre otros, dos factores. En primer lugar, el ejemplo, la
coherencia de vida y la práctica religiosa. El papa Benedicto XVI recordaba de su
infancia: “De nuestros padres, aprendimos lo que significa tener un apoyo firme en la
fe en Dios. Se rezaba cada día antes y después de la comida y en la cena. Esta piedad
vivida y practicada ha conformado toda mi vida”. En segundo lugar la relación entre
padres e hijos juega un papel mucho más importante de lo que aparentemente puede
parecer. En un estudio hecho entre cuatro generaciones, con más de 3.500 personas
en Estados Unidos se reveló que los padres con más éxito en la educación religiosa
eran los más cariñosos, acogedores y comprensivos.

Hay un enfoque que se observa con alguna frecuencia: la afirmación de la


espiritualidad y la negación de la religiosidad. Esto parece un contrasentido, ya que
toda religión presupone espiritualidad. Pero se observa que hoy en día va ganando
adeptos esta “espiritualidad” porque solo lo material no llena e incluso intelectualmente
es de una gran pobreza, por eso hasta queda bien dar “un toque” espiritual a nuestra
vida.

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Cualquier religión implica establecer una relación con la divinidad, en la que se supone
que la religión marca unas normas, que se consideran procedentes de lo Alto. Por
tanto, una espiritualidad hecha al margen de la religión –con cierto aire snob– es una
espiritualidad que, en el fondo quiere prescindir de Dios y de la norma ética y el
compromiso moral. Se trata de una espiritualidad hecha al capricho, “a la carta”, a mi
medida, en la que yo hago y deshago, en la que se deja como última medida solo el yo
y sus deseos. Parece difícil que una espiritualidad así pueda dar la salvación eterna,
porque en el fondo se olvida de Dios. Se puede observar una evolución en algunas
personas que han pasado del archiconocido Dios sí, pero la Iglesia no, al de
espiritualidad sí, pero Dios no. A este respecto me gustaría recordar unas palabras del
papa Francisco.

“Incluso hoy alguien dice: ‘Cristo sí, Iglesia no’. Aquellos que dicen: ‘Yo creo en
Dios, pero no en los sacerdotes’, ¡eh! pero es precisamente la Iglesia la que nos
lleva a Cristo y nos dirige a Dios: la Iglesia es la gran familia de los hijos de Dios.
Por supuesto, también tiene aspectos humanos; en los que forman parte de ella,
pastores y fieles, hay defectos, imperfecciones, pecados: hasta el Papa los tiene,
¡eh! y ¡tiene tantos!

Pero lo hermoso es que cuando nos damos cuenta de que somos pecadores nos
encontramos con la misericordia de Dios: Dios siempre perdona. No olvidemos
esto: ¡Dios siempre perdona!”1.

En nuestra sociedad observamos dos problemas que nos afectan en mayor o menor
medida a todos: la soberbia y el relativismo. El hombre soberbio se ha olvidado de que
es hijo de Dios y por tanto cree que no lo necesita y que se basta a sí mismo para
vivir. Por otro lado, el relativismo que predica que cada cosa es como le parezca a la
persona interesada. Este virus ha infectado todas las dimensiones de lo humano:
economía, trabajo, familia, educación, sanidad y por supuesto la religión. Es decir, ese

104
dejarse llevar de aquí hacia allá por cualquier viento de doctrina, constituyendo así lo
que se ha llamado “la dictadura del relativismo”.

De este relativismo se desprende una gran desconfianza hacia todo aquel que defienda
la existencia de unos criterios objetivos de comportamiento correcto, porque donde no
hay verdad sobre el bien y el mal, cualquiera que presente argumentos a favor o en
contra de un determinado comportamiento, es considerado manipulador, que quiere
imponer sus criterios a los demás. En el ámbito religioso es vivir como si Dios no
existiese, porque la última referencia y medida es solo el yo y sus deseos. En
definitiva, los hechos determinan quién es el dios de cada uno de nosotros.

Los sociólogos dicen que vivimos en una época post-secular que ha venido
acompañada por el retorno de lo religioso. Ahora puede ser buen momento para
volver, o crecer en el terreno espiritual, en nuestro trato con Dios. Te dejo que seas tú
el que definas qué pasos concretos vas a dar.

1. PAPA FRANCISCO, Catequesis del 29 de mayo del 2013. Roma

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12ª idea:
no medicar la vida

En una era en que los cuidados de salud son, felizmente, cada vez mejores, ofreciendo
más años de vida con la calidad que le es debida, las personas y las sociedades se van
deparando con nuevas necesidades, nuevas exigencias, nuevos desafíos.
Indudablemente uno de estos nuevos desafíos que preocupa es el fenómeno de la
creciente medicación, porque el exceso de consumo puede tener efectos nocivos para
la salud. En esta línea, un artículo recientemente publicado en una prestigiosa revista
médica (British Medical Journal) formulaba las siguientes preguntas: ¿Cuántos
productos de los que ofrecemos a nuestros pacientes son innecesarios? ¿Qué daño
podemos causar prescribiendo tratamientos excesivos?

Para hablar de medicación deberíamos primero hablar del concepto de salud al que ya
hemos hecho referencia. La definición de salud dada por la Organización Mundial de
Salud, que no ha sido modificada desde 1948, es la siguiente: “La salud es un estado
de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones
o enfermedades”1.

Partiendo de esta definición el listón queda muy alto, porque podríamos decir aquello
de que levante la mano el que tenga un completo estado de bienestar físico, mental y
social. Me parece que serían muy pocos. Parece inalcanzable ese “completo estado”.
Podría decir simplemente “un estado”, pero lo de completo, va demasiado lejos. Así
que, claro, partiendo de esta premisa y abarcando el plano físico, mental y social, creo
que habrá poca gente saludable para la OMS. También es verdad que el rigor y
prestigio de esta organización cayó bastante después de saberse que estuvo detrás de

106
la alarma social provocada por la gripe A. Pero aun así, la OMS continúa teniendo
algún predicamento en la comunidad científica, política y en la sociedad en general.

Parece claro que al haber pocas personas “totalmente sanas” el campo de la


medicación se amplía, y es que la medicación de la vida es uno de los problemas que
actualmente se encuentra en los sistemas sanitarios de los países desarrollados. Este
concepto de salud contribuye a una masificación de las consultas, sobre todo de los
médicos de familia, así como de los servicios de urgencias. Pero, antes que nada ¿qué
entiendo por medicación de la vida? Por decirlo de una manera muy sencilla: es el
proceso de convertir situaciones, que han sido siempre normales, en cuadros
patológicos y pretender resolver mediante la medicina, situaciones que no son
médicas, sino vitales, sociales, profesionales. Se incluyen una gran variedad de
situaciones y manifestaciones, como el duelo por un ser querido, las rabietas de los
niños, la glotonería, la soledad, el desempleo, la pobreza.

Ocasionalmente estas manifestaciones pueden tener un componente patológico, y


necesitan ser tratadas medicamente, pero eso no es lo más frecuente. Por ejemplo una
depresión reactiva o exógena derivada del fallecimiento de un familiar, o de una
situación de desempleo prolongada. Ante estas situaciones los médicos hemos de
evitar caer en la tentación de convertirnos en agentes sociales paliativos de reacciones
psicológicas normales ante frustraciones de acontecimientos adversos. Existe hoy una
errónea tendencia a patologizar reacciones de ánimo normales y transitorias ya que
vivimos en una sociedad que fomenta la creencia de que podemos vivir en un
permanente estado de ánimo de felicidad y bienestar. Algunos sectores de población
tienden a buscar en la medicación una solución a problemas que, quizá, no sean
exclusivamente médicos o que, en muchos casos, podrían encontrar una solución más
adecuada con otro tipo de actuaciones. Hace falta más psicoterapia para problemas
menores y sobra medicación. Muchas veces somos los médicos los que caemos en un
exceso de medicación. Hay que tener presente que las actuaciones médicas pueden
ocasionar daño o perjuicio tanto por omisión como por acción de las mismas.

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Expongo a continuación un caso relacionado con este aspecto:

Carmen era profesora y tenía dos hijos, un chaval de diecisiete y una niña de nueve.
Hace varios años se separó y actualmente no tenía pareja. La primera vez que se
presentó en mi consulta vino a hablarme de su madre. Padecía un cáncer en estado
terminal y lo estaban pasando muy mal las dos. Lloró en la consulta. Quería
acompañar a su madre lo mejor posible en sus últimos momentos y me solicitó si sería
posible estar unas semanas de baja laboral para atender a su madre. Como es una
opción contemplada de la baja, me pareció muy oportuno. La madre no era paciente
mía.

Pasadas tres semanas vino a verme nuevamente. Su madre había fallecido. Ella estaba
triste, pero a la vez serena porque había podido acompañar a su madre como ella
quería. En la consulta lloró y se desahogó. Recordó a su madre y algunos detalles de
ella. Al final me dijo que, a veces, cuando se acordaba de su madre, lloraba y tenía
una sensación de “opresión en el corazón”. Estos síntomas le hacían cuestionarse si
no debería tomar un antidepresivo.

Le expliqué que esa “opresión en el corazón” era motivada por la ansiedad a la que
había estado sometida, a las noches de insomnio, que antes no notaba o por lo menos
no con tanta claridad, pero que ahora el organismo estaba haciendo una llamada,
como diciendo: ahora ocúpate de mí un poco, que me has tenido olvidado durante
estas semanas. Tal vez ocasionalmente podía tomar un ansiolítico, pero no necesitaba
un antidepresivo. Era normal que estuviese triste y llorase de vez en cuando. Lo
anormal –le razoné– sería que no estuviera así, sería un síntoma fatal. Al decirle esto,
sus ojos que estaban vidriosos y serios, sonrieron. Sí, era lo normal, lo comprendió.
Asintió con la cabeza. Le expliqué que puede haber casos patológicos del luto, pero lo
que le pasaba a ella era normal y no sería necesario ningún antidepresivo. Quedamos
nuevamente en la consulta pasados dos meses, pero en el caso de que se sintiera peor
vendría antes. Cuando volvió a la consulta pasado ese tiempo se encontraba mucho

108
mejor. Había retomado su vida normal y ya no lloraba al contar algo referente a su
madre. Le di el alta y me puse a su disposición para cualquier consulta que necesitase.

En el año 2014 se publicó el DSM-V, elaborado por la Asociación Estadounidense de


Psiquiatría, que es la referencia mundial de enfermedades psiquiátricas. Es, por tanto,
la biblia de la psiquiatría. El anterior fue publicado en 1994 y este tiene como novedad
que recoge cinco enfermedades, que en mi opinión no lo son, ya que son reacciones
normales de la gente normal a las vicisitudes de la vida. Como afirma el prestigioso
psiquiatra americano Allen Frances: “El peor error del nuevo DSM-V es convertir el
duelo normal por un ser querido en una depresión grave, de manera que si pasas más
de dos semanas melancólico y sin apetito, ya se puede diagnosticar y recetar
antidepresivos. Necesitamos mecanismos para vigilar los nuevos diagnósticos”.

Según estos criterios, a esta paciente mía que durante algún tiempo experimentó en su
proceso de duelo alguno de los síntomas de la depresión como tristeza, lloro, falta de
sueño y apetito, ansiedad, debería ser tratada con antidepresivos, olvidando que es
normal experimentar el sentimiento de pérdida.

Paradójicamente vemos que cuanto mayor es la oferta de salud, mayor es la demanda


de las personas y más gente responde que tiene problemas y enfermedades. Cuanto
una sociedad está más desarrollada y se gasta más en asistencia sanitaria, mayor es la
percepción de los individuos de que están enfermos. Es decir, la salud subjetiva
percibida por ellos es peor. Mientras, en las zonas con servicios sanitarios menos
desarrollados y con peores condiciones esta percepción es menor. En buena medida
esto es debido a las altas expectativas creadas de forma artificiosa que no se ven
cumplidas. Existe la convicción del público en general de que la medicina moderna es
capaz de resolver mucho más de lo que en realidad es posible. El mayor nivel de vida
unido a una cultura de consumismo, de la que la medicina no está exenta, nos ha
trasladado a un escenario en el que se ha instalado el rechazo a la enfermedad y a la
muerte, olvidando que son actores principales, partes inevitables de la vida.

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Todo esto tiene que llevarnos, sobre todo a los profesionales sanitarios, a
replantearnos nuestros objetivos. Indudablemente los médicos somos los principales
agentes de la medicación. También en estas decisiones juega un papel importante el
nivel de formación profesional y cultural tanto de los médicos como de los individuos
de un país. ¿Se imaginan lo que diría un paciente que fuese a una consulta, ya sea en
un centro de salud o en un hospital, y no le recetasen nada? El médico debería
aguantar a sus espaldas comentarios como “no me ha hecho ni caso y fíjate ni me ha
mandado nada. Pues, para eso no voy”.

La cultura de la medicación está muy arraigada hoy por hoy en España. La evidencia
demuestra que el nivel educativo es un factor clave en el deseo y exigencia de
participar en las decisiones. Qué diferencia con países como Alemania, donde el
paciente, cuando le hablas de que tiene que tomar un antibiótico te cuestiona si es
totalmente imprescindible. O de Holanda, donde en las otitis medias agudas se
mantiene una actitud expectante, incluso en los niños, ya que la mayoría se resuelven
de manera espontánea en menos de cinco días y el tratamiento de primera línea no
pasa por los antibióticos. Hacer una medicina más participativa supone un cambio
cultural, que como todos los cambios culturales será difícil, porque supone abandonar
lo conocido y embarcarse en una aventura en la que habrá que aprender otras
habilidades y actitudes a las que no estamos acostumbrados y, digámoslo también,
porque el aire que se respira de una “medicina defensiva” por parte de los médicos no
favorece estos cambios.

Los factores que contribuyen al creciente fenómeno de la medicación de la vida son


diversos y complejos. Además de los médicos y los pacientes que ya referimos,
también la industria farmacéutica, los medios de comunicación e internet juegan un
importante papel. No es raro encontrarnos en la consulta algún paciente que viene a
preguntarnos sobre algo que ha escuchado en la televisión o leído en internet sobre
una enfermedad o un medicamento. Es lógico que en muchas ocasiones detrás de
estas informaciones lo que se pretende es influir en la conducta de los pacientes y

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también de los profesionales sanitarios. Pero también debemos tener presente que la
comunicación social puede afectar positivamente a la utilización de servicios sanitarios,
promoviendo estilos de vida saludables y el uso de intervenciones efectivas.

Ya se sabe que la publicidad tiene algo de arte, que lleva a crear necesidades donde no
las hay y captar nuevos clientes con nuevas estrategias. Así la creación de nuevas
enfermedades ampliaría el mercado, especialmente en aquellos ámbitos en los que se
pueda disponer de una elevada sensibilización por parte de potenciales beneficiarios.
Para eso, se debe llegar, no solo entre los profesionales, sino a los potenciales
consumidores lo que se consigue a través de los medios de comunicación de masas
(anuncios, campañas publicitarias, artículos de opinión…) donde se advierte de las
miles de personas “afectadas” que no están siendo tratadas.

Yo les digo a mis pacientes: “Medicamentos los justos, ni más, ni menos”. Es verdad
que este criterio peca bastante de subjetividad, pues lo que para un médico se necesita
tratar solo con una serie de medidas dietéticas para otro se requiere una artillería
medicamentosa. Sin embargo hoy existen protocolos terapéuticos, que realizados con
rigor objetivo y criterio científico, apoyan a los profesionales en la toma de decisiones.
Las normas de orientación clínica y los protocolos, aun siendo imprescindibles, deben
ser vistos como un elemento de apoyo que no sustituye el raciocinio clínico.

Podemos concluir con algunas orientaciones:

1. Recurrir a la medicación cuando sea única y exclusivamente necesario. Ni por


exceso ni por defecto. Todos los medicamentos tienen sus efectos secundarios. No
guiarse por el propio criterio y auto-medicarse. La máxima hipocrática Primum
non nocere (lo primero es no hacer daño), aunque fue dicha hace muchos siglos
atrás y sin tecnología, sigue siendo totalmente válida.

2. Ni sobrevalorar, ni subestimar los síntomas que presentes. Para darle su justo

111
valor recurre a un profesional. Ya Séneca decía: “No te hagas más graves tus
propios males tú mismo y los hagas más pesados con tus quejas; pues es leve el
dolor si la preocupación no le añade nada”.

3. Deshazte de la mini-farmacia de casa y deja solamente lo realmente necesario.


Recuerda que los medicamentos caducados no se deben tirar a la basura o al
inodoro como medida preventiva medio-ambiental. Llévalos a tu centro de salud o
una farmacia.

1.Preámbulo de la Constitución de la Organización Mundial de la Salud, que fue adoptada por la


Conferencia Sanitaria Internacional, celebrada en Nueva York del 19 de junio al 22 de julio de 1946,
firmada el 22 de julio de 1946 por los representantes de 61 Estados (Official Records of the World
Health Organization, Nº 2, p. 100), y entró en vigor el 7 de abril de 1948.

112
13ª idea:
ser una persona leída y viajada

Tal vez la primera reacción al ver el título de este capítulo habrá sido la de decir: “Eso
es lo que me gustaría a mí”, y pensamos en la multitud de responsabilidades y
quehaceres diarios que nos lo impiden. Eso por no hablar de las limitaciones
económicas. Pero, como siempre digo, lo ideal es enemigo de lo bueno; así que no
podremos escudarnos en estas responsabilidades para mantenernos al margen de
cultivar una vida intelectual.

El horizonte de la vida intelectual se ensancha mediante el estudio, la conversación, la


lectura, el arte, los viajes, el cine y de manera especial se enriquece mediante la
escritura de temas y aspectos que a uno le interesan o inquietan. Mucho podríamos
comentar de estos aspectos, pero querría centrarme fundamentalmente en la lectura y
los viajes.

Recientemente en una entrevista que hacían al escritor Javier Marías, decía que en
España se había producido en no muchos años una especie de rebajamiento del nivel
de exigencia, del nivel de expectativas y del nivel de interés también. Ponía una
referencia bien objetiva: la lista de best-seller. “Estas listas –decía Javier Marías– con
todas las objeciones que uno les quiera hacer no dejan de ser la guía de lo que la gente
lee y lo que a la gente le gusta, y en estas, hace veinte años, uno normalmente
encontraba que había libros de calidad entre ese tipo de obras. Había una tendencia de
la gente en general a mejorar, a ser más cultivada. Actualmente parece haberse
producido una especie de enorgullecimiento de la ignorancia”.

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En una charla que di a un grupo de universitarios les hice caer en la cuenta de que
ellos, en su gran mayoría, cada vez leen menos. Aparte de algo relacionado con su
carrera, algún periódico deportivo vía internet o alguna revista de algún hobby, no leen
prácticamente nada más. No estoy de acuerdo con la manida frase: “esta es la
generación mejor preparada”, entre otras cosas, porque no conocen bien ni la propia
lengua, escriben mal, tienen faltas de ortografía y dificultad para comprender lo que
leen.

Estamos ante una generación que tiene más información, pero es una información
superficial, generada por internet, por wikipedia, pero después son incapaces de
analizar, reflexionar, pensar. Como decía antes, hay excepciones. En esta línea iba lo
que me decía el director de un Colegio Mayor Universitario que lo que más le
preocupaba era que los universitarios pensaran, esta era su ambición.

Bien, estamos convencidos de que hay que leer. Pero ¿qué libros leer? Hay millares de
buenos libros y como es lógico muchos de ellos no los leeremos, bien porque no nos
dará tiempo en nuestra vida o porque no lleguemos a conocerlos. ¿Qué leer? Pues lo
que nos apetezca por cualquier razón. Tal vez en una determinada época en que
estamos más cansados nos apetezca más una novela, en otras un ensayo. Un buen
motivo para leer un libro puede ser que alguien al que apreciamos nos lo haya
recomendado y con más motivo aún si sabemos que esa persona es un buen lector.
También hoy en día existen bastantes blogs y páginas, como por ejemplo
www.delibris.org o Pasen y lean que nos pueden servir de orientación, o revistas de
las propias editoriales, o críticas de suplementos culturales. Otro criterio puede ser
haber leído algo de ese autor que nos ha gustado anteriormente. Recuerdo a un amigo
que recientemente me recomendó un libro de Stefan Zweig. Nunca había leído de este
autor. Disfruté tanto leyéndolo que desde entonces he leído varios del mismo autor.

Respecto al orden, tal vez lo mejor no sea tener un orden muy concreto. Podemos
tener algunos libros esperándonos a veces, en otra nos “topamos” con un libro, o

114
vamos tirando de una lista. En cualquier caso dependerá también del tiempo que
tengamos para leer. Personalmente, excepto en tiempo de vacaciones, me gustan libros
cortos. Otras ideas que me permito sugerir, parafraseando a Steiner, es leer con un
lápiz en la mano para poder tomar notas de ideas, sugerencias, argumentaciones o
incluso diálogos o expresiones que nos han llamado la atención.

Pasemos a los viajes. Como decía al principio, probablemente cualquiera de nosotros


no viajará todo lo que le gustaría, pero tenemos que sacarle el máximo jugo a los que
hagamos, ya sean nacionales o internacionales. Se puede viajar de muchas maneras.
Yo aquí me refiero al viajero, no al turista. El viajero se documenta antes de viajar,
lee, escoge un destino concreto por un determinado interés; es decir, prepara el viaje,
lo disfruta desde antes de salir de su casa. Al mismo tiempo está abierto a otras
culturas –incluso dentro del propio país–, otras maneras de ver la vida, de hacer las
cosas y ve lo positivo que hay en cada una. No se cierra a localismos donde la
referencia de toda comparación es su tierra.

Recuerdo lo que me contaba un amigo profesor cuando estaban visitando el Escorial


con un grupo de chavales de fuera de Madrid. Era una visita guiada e iban
explicándoles con todo lujo de detalles la construcción de aquella joya arquitectónica y
artística. En un momento la guía preguntó: “¿Alguien tiene alguna pregunta o duda?”.
Un chaval, con la mejor intención dijo: “Pues en mi pueblo las columnas del
ayuntamiento son más gordas que estas de aquí”. Claramente este chaval tenía que
salir más de su pueblo. Cada vez me convenzo más del beneficio de pasar una
temporada, unos años, fuera de España, aunque solo sea para conocer mejor lo que
tenemos. El escritor Antonio Muñoz Molina decía que su estancia en Nueva York le
había ayudado a conocer mejor España. Después de mi experiencia personal viviendo
fuera cuatro años soy de la misma opinión.

Por eso me parece estupendo que la gente joven ahora se vaya fuera, aunque sea más
por obligación, porque eso le ayudará a ser una persona más abierta, más globalizada,

115
y eso en el mundo que nos ha tocado vivir, es fundamental. Se acabó eso de trabajar
en Madrid o Barcelona. Para muchos el futuro pasará por trabajar en Estocolmo o
Dublín. Por eso no concibo un universitario del siglo XXI que no hable, por lo menos,
inglés. Esta época de globalización que nos ha tocado vivir, no solo es para decir que
uno tiene una amiga en Canadá, o que va a volar con Ryanair un fin de semana a
Berlín, sino para coger los bártulos e irse a trabajar donde haga falta, ya sea Nueva
Zelanda o Brasil, sobre todo en una época de la vida en que no se han asumido
responsabilidades familiares.

Me permito dejarte las siguientes sugerencias:

1. Dedica semanal o diariamente un tiempo, concreto, a leer algún libro. También


lleva siempre uno contigo para esos momentos muertos que se pueden presentar
durante el día. Lee en el trasporte público, al final del día, después de comer…
busca tu momento para leer.

2. En tus lecturas toma notas, ideas, citas, reflexiones, anécdotas, expresiones. En


definitiva procura que al acabar un libro te haya aportado algo.

3. Prepara los viajes. Las lecturas previas de historia, cultura, arquitectura…son


imprescindibles. Una buena guía te permitirá, a ti y a los que te acompañan,
disfrutar el doble y piensa que no tiene por qué ser más atractivo ir a Berlín que a
Segovia.

4. Déjate sorprender. Al mismo tiempo que los preparas ve con espíritu y


mentalidad abierta, sabiendo que tan importante como el viaje es lo queda en ti de
él.

5. Haz fotografías de tus viajes y vacaciones. Tenlas bien ordenadas en carpetas en


el ordenador y a la vuelta prepara con tus amigos una cena temática del sitio
donde has estado y enséñales las fotos.

116
117
14ª idea:
la mejor inversión en época de crisis y de
bonanza

Actualmente la economía está muy presente en nuestra vida, lo queramos o no, y más
si cabe por estar en unos años de crisis que ha agudizado la situación mundial. Antes
la gente hablaba de economía real, es decir, de euros, pero ahora se escucha por la
calle hablar de las agencias de calificación y la prima de riesgo, hasta a los jubilados.

Pero la crisis es una excelente oportunidad para hacer una introspección, para
reflexionar sobre el sentido a dónde y cómo caminamos, lo que queremos de la vida,
lo que nos orienta, cuáles son nuestros valores, principios y metas. En definitiva, en
qué queremos invertir, cuáles son nuestras prioridades. Todo lo que nos está tocando
vivir nos ayuda a llegar a la conclusión de que las cosas materiales son relativas y
cuestionables. No podemos decir que es absoluto lo que es relativo y relativizar lo que
es absoluto. A lo largo de los años, la sociedad, las personas parece que nos hemos
vuelto cada vez más individualistas y egoístas. Este momento, esta crisis, puede crear
una ola de solidaridad y de aproximación a las personas. El egoísmo provoca soledad e
indiferencia. Como decía un autor “la puerta de la felicidad se abre hacia afuera”.
Excelente oportunidad los tiempos que vivimos para preocuparnos más de los otros
que de nosotros mismos, en el sentido de construir una sociedad mejor, con lugar para
todos.

A la hora de pensar en los otros indudablemente tenemos que comenzar por los más
próximos, por los de nuestra familia. Es muy fácil pensar en un prójimo lejano, porque
con ese no convivimos el día a día y no nos enfadamos nunca. Por tanto, no lo dudes,

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la mejor inversión es siempre la familia, tanto en tiempos de crisis como de bonanza.

Esto no solo es teoría, concrétalo en tu vida. Tú, mejor que nadie, conoces tus
circunstancias y dónde te aprieta el zapato, porque estoy seguro que tienes aspectos –
como yo– en los que mejorar. Ver crecer a los hijos, acompañar a los padres en el
final de su vida, esas confidencias de tu mujer al final del día cuando los niños se han
acostado, no tiene precio.

Expongo a continuación un caso que sucedió en mi consulta y nos ayudará a


reflexionar sobre lo comentado anteriormente.

Un día apareció en mi consulta Pablo. Nunca hasta entonces había tenido contacto ni
con él ni con su familia. Estaba casado y tenía tres hijos, una chica y dos chicos.
Tenía unos cincuenta años muy bien llevados. Sus ojos claros, piel bronceada y
elegancia hablaban de alguien que en tiempos más jóvenes habría sido un
rompecorazones.

Como ya he referido en la primera consulta con un paciente siempre hago una historia
clínica completa. Me interesan no solo los antecedentes médicos personales, sino
también otros aspectos personales de suma importancia que afectan a la salud integral,
físico-psíquica, como profesión, aficiones o hobbies. También los antecedentes
familiares y la realización del árbol familiar donde se reflejan de manera gráfica las
relaciones familiares, los antecedentes patológicos, que muchas veces tienen un
componente genético, como algunos tumores.

Pablo era veterinario, lo que justificaba su piel bronceada. Desde el inicio hubo
sintonía. Había estudiado en una ciudad donde yo viví de pequeño algunos años. Era
educado y sabía estar.

El motivo que le traía a la consulta era presentarme un informe del psiquiatra. Estaba

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con una depresión y no se encontraba en condiciones para ejercer su trabajo. Su
depresión, como pasa en bastantes ocasiones, era debida fundamentalmente a
situaciones derivadas de su actividad laboral. Una serie de encontronazos y
malentendidos con el jefe lo habían arrastrado a este estado depresivo. El trabajo es
una gran fuente de satisfacciones, pero cuántas y cuántas veces he visto en mi
consulta cómo es un motivo de pesadumbre y aflicción para muchas personas, por lo
menos durante un periodo de su vida. Normalmente son las relaciones con los colegas,
con los jefes, los problemas económicos de la empresa, el cese del contrato y otras
muchas circunstancias, pero casi siempre son las relaciones personales lo que
predomina.

Como el psiquiatra trabajaba en la medicina privada no podía pasar la incapacidad


laboral, lo que le había “obligado” a ir a mi consulta, ya que yo era su médico de
familia y era el que podía tramitar la baja. Estuve haciendo la historia clínica completa
y pasé a conocerlo mejor. Tramité la baja y le dejé la medicación prescrita por el
psiquiatra, con el que tenía nueva consulta pasado un tiempo. Así seguimos durante
un par de meses. El psiquiatra que lo trataba me merecía confianza.

Pasados varios meses, seguía teniendo un contacto mensual con Pablo para renovar la
incapacidad laboral. Siempre aprovechábamos para conversar un rato. Había vuelto a
una nueva consulta al psiquiatra y mantenía la misma medicación.

Dos semanas después me llamó por teléfono la mujer de Pablo. Quería hablar
conmigo. No la conocía y nunca había venido a la consulta. Quedé en la consulta un
día al fin de la tarde para tener más tiempo y así mayor tranquilidad. Me expuso un
problema. Su marido, Pablo, se había ido de casa. Estaba viviendo solo en una
pequeña casa que tenían en la misma ciudad. Como es lógico, yo conocía la actual
situación laboral de su marido y que estaba con una depresión, pero no encontraba
ningún motivo que justificase la actitud del marido de dejar el hogar. Simplemente le
expuse que la depresión es una enfermedad y a veces los comportamientos de una

120
persona con depresión son difíciles de entender, y que hablaría con él en mi próxima
consulta. Esto, que es evidente, es importante decírselo a los familiares, porque si no
puede pasar, como muchas veces me he encontrado con maridos que piensan que “es
todo cuento de la mujer” o viceversa, para que le preste más atención e infravaloran
parcial o totalmente un síndrome depresivo. El familiar no entiende lo que es, lo que
siente, cómo reacciona. En definitiva, les parece “que no es para tanto”.

Cuando vino Pablo a la consulta, le dije que su mujer se había puesto en contacto
conmigo y me había explicado que había dejado el hogar. Me manifestó que prefería
en ese momento que fuera así. No se encontraba bien y deseaba estar solo. Realmente
uno de los síntomas característicos del síndrome depresivo es el aislamiento social y
familiar, pero la mayoría de las personas con depresión no deja su casa, aunque solo
sea porque no tiene otro sitio donde ir. Le escuché. Estaba buscando otro trabajo.
Claramente estaba en una fase difícil. Le expuse mi opinión diciéndole que aunque
estuviera con una depresión no me parecía que dejar la casa fuera lo más acertado
para él, pero que lo pensase. Su mujer –le comenté– era consciente de lo que tenía, de
su actual situación y nadie mejor para ayudarle. Muchas veces ocurre –y más en los
hombres que en las mujeres– que no cuentan las cosas importantes a quien deben
contárselo. Un marido a su mujer, una mujer a su marido. Es triste que una mujer te
diga que no se lo ha contado a su marido porque él no lo entendería. Para un hombre
el motivo suele ser diferente. Es más por autoestima, por soberbia, por no presentarse
vulnerable, necesitado de ayuda. Qué poco nos gusta a los hombres pedir ayuda,
consejo. Nos creemos que lo sabemos todo, que lo podemos todo. Indudablemente –
como en otros muchos aspectos, por no decir prácticamente todos– las mujeres, en
esto también ganan por goleada.

Nos despedimos quedando en que pensaría lo que habíamos hablado. Siguió pasando
el tiempo y encontró un nuevo trabajo, que poco tenía que ver con su experiencia
laboral previa.

121
¿Qué más podría hacer yo? Como era una persona instruida y a la que le gustaba leer
–era una de sus aficiones, como me dijo en la primera consulta–, pensé que sería una
buena opción. Tenía tiempo para leer, ahora solo tenía que aconsejarle algún libro. A
la siguiente consulta le regalé un libro titulado “La brújula de la vida”, de Covadonga
O´Shea. Abordaba de una manera positiva temas como el trabajo, la familia y otros
muchos aspectos con ejemplos prácticos. Esta es una práctica que he ido adquiriendo
con los años, la de dar o aconsejar algo de lectura. A veces es un simple artículo,
como hago con todos los adolescentes que veo en mi consulta para reforzar algunos
aspectos de los que hemos hablado, referentes al alcohol, drogas y sexualidad.

En la siguiente consulta me llevé una grata sorpresa. Había vuelto a casa. Su mujer e
hijos estaban muy contentos. La conversación que habíamos tenido y la lectura del
libro le había hecho ver que aquella no era la actitud más correcta, que así no se
solucionaban las cosas, que tenía que dejarse ayudar en casa, por su familia aunque a
él, que nunca había precisado de nada, le costase. Siguió con su tratamiento
antidepresivo y volvió a trabajar en su mundo, el caballo, aunque temporalmente en
otro sitio y poco a poco fueron mejorando todas las circunstancias. Por Navidad me
escribió una felicitación, agradeciéndome todo lo que había hecho por él. Me refería
que la lectura del libro que le había regalado había sido determinante para su cambio
de actitud. Hacía un elogio del libro, que de buena gana se lo hubiera mandado a la
autora. También su mujer me agradeció mucho el acompañamiento de su marido.

En este caso que te he contado, la mujer de Pablo, en pleno periodo de crisis, tuvo
claro que tenía que actuar. Sabía que la mejor inversión que tenía entre manos era su
familia.

Dentro de esta inversión, la educación de los hijos es una inversión a largo plazo en la
que no siempre está asegurada la rentabilidad. Ser padres conlleva examinarse
periódicamente cómo mejorar en la propia labor educativa, aunque eso no garantize
nada, pero las posibilidades de hacerlo con éxito son mayores. Es un hecho evidente.

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Todos conocemos familias que han educado igual a sus hijos y muchas veces el
“resultado” es totalmente diferente dentro de la misma familia. Cada vez me convenzo
de la dificultad que entraña el educar, y hoy en día más si cabe. Como nadie nos ha
enseñado, cada uno lo hace de manera intuitiva, teniendo como referencia tal vez a los
padres.

Por eso me parece importante la formación en este tema para los padres. En muchos
colegios y asociaciones de padres organizan charlas de educación, escuelas de padres,
cursos de orientación familiar, que ayudan en la mejora personal, matrimonial y
familiar. También hoy en día hay bastantes páginas de internet, publicaciones, por
ejemplo la Colección “Hacer familia”, donde se aborda la educación de una manera
global según las diferentes edades, donde los padres pueden sacar ideas para educar
mejor.

Concluyo con las siguientes propuestas:

1. Tiempo real y de calidad para estar con la familia. Para hablar, comentar,
pasear o simplemente estar.

2. Mejora tu formación e inversión de tiempo tanto en el amor matrimonial como


en la educación de los hijos. Esto mismo vale cuando tienen tres años que
cuando tienen catorce.

3. Apóyate en tu familia. En tu mujer, en tu marido, en tus padres en primer lugar.

4. Pon una foto de tu familia. En tu móvil, lugar de trabajo o en tu cartera que te


recuerde de manera constante a los tuyos.

5. Si eres creyente, reza en familia. Bendecir la mesa, o rezar con los hijos
pequeños por la noche es una buena costumbre que les durará toda la vida.

123
124
15ª idea:
cenar sin interferencias

Cádiz, mi ciudad, es conocida entre otras maravillas por sus Carnavales. Al contrario
de otras ciudades, donde lo que se privilegia en carnavales es el disfraz, en Cádiz, son
las letras de las agrupaciones. Hay coros, chirigotas, comparsas y cuartetos. Cada una
tiene sus propias características de instrumentos, número de componentes, temática,
carácter, pero en todas las letras prima el buen humor, la gracia y el sentido común.

Recuerdo hace ya bastantes años una que hablaba sobre la necesidad de cenar sin
tener encendida la televisión y loaba todas las ventajas que eso traía. También
rememoro cómo el año anterior el papa Juan Pablo II hablaba en una Cuaresma
explicando el sentido que tiene el ayuno e invitando al mismo, pero no solo de
alimento, sino también de televisión. Me llamó la atención, pues era algo en lo que no
había pensado. Tal vez, incluso el letrista del coro de Cádiz, tomara la idea del Papa,
aunque él no le daba un matiz religioso. Sí estaban de acuerdo en el beneficio de cenar
sin la televisión encendida.

Varios estudios científicos demuestran que cenar en familia tiene una incidencia directa
sobre el comportamiento de los más pequeños, sus notas y hábitos alimentarios. Eso
sí, se deben seguir varias pautas, y entre ellas está la de conversar, charlar, que es
facilitado por no tener la televisión conectada. Hay otras de las que hablaremos más
adelante. Cenar en familia, algo aparentemente sencillo, proporciona a los padres
momentos informales para conocer mejor a sus hijos y anticiparse a posibles
dificultades. También ayuda a que sus hijos se sientan más seguros, a que sean
mejores estudiantes y menos propensos a beber alcohol o drogarse. Así lo han

125
comprobado investigadores de la Facultad de Medicina de la Universidad de
Minessota y lo han corroborado expertos del Centro de Adicciones y Abuso de
Sustancias de la Universidad de Columbia, en Estados Unidos.

Según ambos estudios, cenar habitualmente –al menos cinco veces por semana–
reduce la propensión a las adicciones. Los americanos, tan dados a los datos objetivos
y a cuantificarlo todo, no se andan por las ramas. Asegura la investigación de
Columbia que de esta manera se reducen el 42% las posibilidades de que los
adolescentes beban alcohol, en el 59% de que fumen tabaco y en el 66% de que
prueben marihuana. Es bueno tener estudios que confirmen lo que es de sentido
común.

Y es que estar con las personas que nos quieren, compartir, aprender a darse a los
otros, ser comprendidos, son modos de socializar y mejora las relaciones entre los
miembros de la familia.

Recuerdo un autor que leí recientemente, que relata sus recuerdos de infancia y
adolescencia, cómo contaba que su padre estaba convencido de que el mejor sitio para
educar a los hijos era alrededor de la mesa. Este es el momento más propicio para
explicar, comentar y preguntar por los acontecimientos, problemas y decisiones de
cada uno.

Es muy frecuente, y cada vez se extiende a más estratos de la sociedad, que tanto el
padre como la madre trabajen fuera del hogar porque son necesarios los dos sueldos
para mantener la economía doméstica. Las dificultades que imponen horarios y
distancias para que coincida la familia al completo resultan con frecuencia notables,
especialmente en las grandes ciudades. Así, en muchos hogares, la única comida
familiar diaria es la cena, además de la comida del fin de semana. Por este motivo me
voy a centrar en la cena, pero lo dicho también se podría aplicar a las comidas del fin
de semana o incluso a las comidas diarias si la familia se reúne para comer.

126
La cena tiene un valor especial con respecto al resto de las comidas, muchas de ellas
condicionadas por el estrés y las prisas, porque es al final del día cuando uno se relaja
y hay más propensión al diálogo. Pensemos en el desayuno y las comidas. El
desayuno, excepto el fin de semana y los días de fiesta, suele ser a la carrera. Tal vez
todos juntos, pero visto y no visto. Muchas veces cuando uno se sienta, otro está
acabando ya. Esto tiene consecuencias, tanto para los adultos como para los niños. La
que debería ser la comida más fuerte del día, acaba por ser la hermana pequeña de las
comidas, por lo menos en España. Luego la comida o almuerzo, que, como decía
antes, en muchas ocasiones se realiza en el lugar de trabajo o un lugar próximo,
generalmente y salvo excepciones –que en España las hay– también suele ser una
comida rápida y sin gran demora.

Vuelvo a lo que da título a este capítulo: la televisión. Conviene subrayar lo primero,


que no solo la televisión es incompatible sino todo aquello que entorpezca las
relaciones interpersonales, como juegos, móviles, auriculares, teléfonos, tablets. Se
puede optar por no coger el teléfono durante la cena, a no ser que se espere una
llamada importante. Esto es válido tanto para el fijo como para los móviles y se debe
aplicar a todos los miembros de la familia, porque si le estamos diciendo a la hija
adolescente que no atienda durante la cena el móvil, estaremos dando mal ejemplo y
toda nuestra teoría se iría por tierra, si la madre o el padre atendiera el móvil. No
olvidemos que el teléfono es para nosotros, y no nosotros para el teléfono. Además la
mayoría de nuestros amigos y conocidos, y los de los hijos, deberán ir sabiendo que
ese es nuestro hábito y no se sorprenderán si llaman a esa hora y no atendemos el
móvil o el fijo. Volverán a llamar más tarde o nosotros le devolveremos la llamada.

Otro aspecto, no menos importante, es aprovechar este momento para hacer una
correcta educación alimentaria no solo de palabra, sino con el ejemplo. Apliquémonos
lo que decía Einstein, que educar con el ejemplo no es una forma más de educar, es la
única. Podemos dar mensajes contradictorios –y esto se aplica a todo– si, por
ejemplo, les decimos que hay que comer de todo y nosotros no lo hacemos, o que

127
deben comer verdura y fruta y nosotros nunca tomamos fruta... En fin, coherencia.

En general, los niños de hoy –mucho más que los de ayer– están mucho más
concienciados sobre la importancia de la variación dietética. Otra cosa es la realidad,
donde la pasta, las patatas fritas, pizzas y hamburguesas ocupan el puesto de honor.
Siempre les explico en mi consulta a los niños y adolescentes que todos –incluida su
madre, su padre, yo mismo– tenemos preferencias y hay cosas que nos gustan más y
cosas que nos gustan menos, pero que hay que acostumbrarse a comer de todo, que
no pueden ser niños caprichosos. Y si un niño caprichoso resulta algo repulsivo,
imaginemos lo que sería un adulto caprichoso. No tendría ninguna autoridad moral
sobre sus hijos. A este respecto siempre recuerdo a un colega mío. Cuando llegaba el
momento de comer o cenar el día de guardia en el hospital, y era una comida del
menú, casi siempre había problemas. Un día que si “no me gustan las lentejas”, otro
“qué asco de fruta”…, en fin, un adulto caprichoso. Siempre me quedé con la
curiosidad de cómo comerían sus hijos, aunque viendo al padre, era fácil de adivinar.

La mesa es un lugar excelente para recordar detalles de educación sobre los que
incidir. Seguro que muchos de nosotros recordamos de nuestras comidas familiares:
“¿Te has lavado las manos antes de sentarte a la mesa?”. “Corta la carne en trozos
pequeños, y no hables con la boca llena”. “Te agradezco que vayas por sal”. “Ponte
derecho, y no cruces las piernas cuando comes”. “¿Puedes ayudar a tu hermano a
poner la mesa?”. “El pan no se tira”. “Agarra bien el tenedor”. “Hay que comer no
solo con el estómago, sino con la cabeza, y se come todo lo que uno se ha servido,
guste o no guste”. “La sopa a la boca, no la boca al plato”. “Límpiate antes de beber,
y no hagas ruido”. “No bebas con el codo apoyado en la mesa”. Quizá parezcan
negativos –aunque no hará falta decirlos todos, ni continuamente–, pero vistos como
afirmaciones hablan de la consideración que hemos de tener por los demás; cosas
pequeñas que revelan corrección, cortesía, higiene; muestras de solicitud sobre
aspectos que tal vez por inadvertencia podrían molestar a alguno.

128
En las comidas, se pueden aprender cosas elementales como cuánto es razonable que
me sirva, teniendo en cuenta que hay otros comensales; o cuándo debo comenzar a
comer, recordando que es bueno que se sirvan todos antes de empezar; o a no comer
fuera de horas, y así apreciar mejor lo que me dan. Por otra parte, comer juntos no es
solo un hecho social también es cultura en el sentido más noble y riguroso del término.

Otra pauta importante es que nadie se levante hasta que todos hayan acabado. Será
difícil, pero se debe luchar hasta conseguirlo. Una buena costumbre, si se es creyente,
que nos ayudará a marcar los ritmos de las comidas, será dar gracias a Dios por los
alimentos –al igual que al comenzar, bendecir la mesa– y solo después se podrá uno
levantar. Así lo aprendí de pequeño y me acuerdo que mis padres decían: “Que
todavía no hemos dado gracias”. Sabíamos que invariablemente para levantarse de la
mesa teníamos que haber dado gracias y eso servía tanto si había invitados como si
no.

Después de la comida o cena algunos días podremos tener un tiempo de sobremesa.


La sobremesa no solo es algo para los mayores. Los hijos, conforme su edad, también
deben ir saboreándola y descubriéndola, por eso es muy importante que desde
pequeños se vayan familiarizando con ella, aunque sea breve. Resulta así un buen
momento para la charla, en un ambiente relajado. Se aprende a hablar, a contar y al
mismo tiempo a escuchar. Cada vez hay menos capacidad de escucha en nuestra
sociedad y este arte es algo que los niños deben ir aprendiendo desde pequeños. Es
normal en estas edades atropellarse y quitarse unos a otros la palabra, donde todos
quieren ser escuchados al mismo tiempo, pero hay que ir poco a poco explicando que
mientras uno habla los demás escuchan. Se debe invitar con preguntas a que los hijos
cuenten sus cosas, sus pequeñas aventuras en el colegio, incluso en esa época de los
monosílabos, que es la adolescencia. Y por supuesto que cuenten todos, porque papá
y mamá también pueden contar algo relacionado con su trabajo, una historia familiar,
hacer un comentario oportuno, o dar un criterio sobre un determinado
comportamiento. Podemos programar excursiones y visitas artísticas; y desvelar, poco

129
a poco, aspectos de las tradiciones familiares.

Los niños aprenden así a hablar sin levantar la voz ni gritar, se ejercitan en escuchar, y
se acostumbran a no interrumpir el hilo de las conversaciones, a no imponer sus
puntos de vista ni sus exigencias. Recuerdo algo que leí del autor del libro El monje
que vendió su Ferrari. Contaba cómo su padre seleccionaba algunas noticias del
periódico de ese día y las iban comentando. Excelente estrategia. En definitiva,
adaptarse a las edades de los hijos.

En torno a la mesa y en tertulias familiares, se prepara a los hijos para la vida en


sociedad. Cada vez es más claro que el lema del “todo vale” no se ajusta a la realidad.
Expresarse con corrección, saber intervenir en una conversación o esperar el turno,
aprender a presentarse con decoro, en el vestido y en el adorno, son aspectos de la
vida en sociedad.

También la forma de vestir para cada ocasión se aprende. Y esto los niños lo cultivan
y aprenden en el hogar, viendo cómo sus padres actúan en todo momento con
elegancia y discreción. La pulcritud no consiste en tener un vestuario caro o de marca,
sino en llevar la ropa limpia y planchada. No es lo mismo asistir a la cena de
Nochebuena que estar cenando en casa con unos amigos, o en la intimidad de la
familia. Es importante aprender a vestir conforme a la ocasión.

Estoy casi seguro de que habrás descubierto algún aspecto, aunque sea menor, en los
que es posible mejorar. Sugiero algunos:

1. Comer todos juntos en la mesa, sin televisión, ni otras interferencias. Este es


un tiempo y lugar fabuloso para hacer familia.

2. La mesa es un lugar excelente para recordar detalles de educación. Se podría


decir que parte de la madurez en la educación de las personas adultas es saber

130
estar y comportarse de manera correcta en torno a la mesa. Empieza a
inculcárselo desde pequeños a tus hijos, pero sé paciente sabiendo que es
complejo.

3. Haz una variada y correcta alimentación. No solo de palabra, sino con el


ejemplo.

4. Saborea la sobremesa. Para disfrutar una sobremesa hay que estar convencido
de que en ella se pasan algunos de los mejores momentos de la vida.

131
16ª idea:
mantenerse siempre joven por dentro

Recientemente estuve en una conferencia de un profesor universitario de filosofía en


que abordó varios temas, entre otros el de la juventud. Me pareció sugerente, me
aportó algunas ideas y pienso que lo dicho allí nos lo podríamos aplicar muchos, sobre
todo los que vamos comenzando a tener ya una cierta edad. Abro un paréntesis para
dar una pincelada sobre “una cierta edad” con algo que me comentaba, hace ya algún
tiempo, un gran amigo mío de tiempos de la universidad. Me decía: “Ahora cuando
me hablan de una persona de 45 o 50 años ya no me parece mayor”. Claro, el motivo
es que nosotros dos estamos ya en esa horquilla de edad. Bueno, pues volviendo a mi
reflexión, una de las notas características de la época que nos ha tocado vivir es el
culto a la juventud y el menosprecio de lo añoso. Y este hecho tiene múltiples
manifestaciones en la publicidad, el cine, la moda, en el ámbito laboral… Pero, ser
joven implica también otras cosas.

El joven está constantemente estrenando cosas –empieza una carrera o una formación
profesional, un noviazgo, hace sus primeros viajes–, hay como una búsqueda
constante de la novedad y la rutina le suena a aburrimiento. La rutina tiene mala
prensa hoy, pero quiero darle un sentido positivo entendiendo ese hacer lo mismo día
tras día, sin que las cosas sean –aquí está la clave– en absoluto igual, sino
estrenándolas. Las rutinas tienen mucho valor, y en ellas se esconde una de las
riquezas y de los grandes aprendizajes de la vida. Sin embargo a veces el adulto se ha
instalado en una realidad rutinaria, mal entendida. El problema aparece cuando esa
rutina pasa a ser monótona, es decir, que se hace siempre todo de igual forma. Es fácil
caer en ella ya que hacemos semana tras semana más o menos las mismas cosas, con

132
el mismo horario.

Por eso, caer en la rutina, ya sea en la relación de pareja, la vida laboral o social, y no
hacer nada para salir de ella, es cavarse la tumba, es de alguna manera empezar a
morir en vida. Por eso es muy importante hacer algo para evitar que la rutina destruya
nuestra relación de pareja, nuestra ilusión profesional o nos enquistemos socialmente.
Al mismo tiempo, tenemos que ser conscientes de que vivir cada día estrenándolo,
con intensidad, no es fácil, porque existe la tendencia a salirse del presente para
fugarse al pasado o al futuro. Parece como si no se valorara el tiempo en que se vive,
y, en cambio, se idealizara lo que ya se ha vivido o si se esperara lo mejor en el
tiempo que está todavía por venir.

Para las personas menos jóvenes, para los adultos, una forma de mantenerse joven
sería vivir de estreno, “estrenar” la vida cada día. El tedio es corrosivo, y estropea lo
que toca: en el amor, en la convivencia, en el trabajo…y tenemos que luchar contra él.
Decirlo es muy fácil, llevarlo a la práctica un día tras otro es más difícil. Pero tenemos
esta receta de estrenar la vida cada día. Diariamente tenemos por delante la
oportunidad de dar lo mejor de nosotros mismos en todos los ámbitos con que nos
relacionamos, ya sea en la familia, el trabajo, nuestra vida social, espiritual o cualquier
otro.

Tenemos que tomar conciencia de ello y para eso nos puede ayudar examinarnos
periódicamente en este aspecto. Algo tan arraigado en el mundo de los negocios, como
ver dónde estamos y dónde queremos ir, pero no de una manera general y a largo
plazo, sino día a día, como el dueño de un bar hace las cuentas al final del día para
ver los gastos y los ingresos. En función de esas cuentas, verá que a corto plazo la
estrategia que tendrá que seguir para aumentar los ingresos tal vez será la de ofertar un
menú diario con una buena relación calidad-precio o invertir más en publicidad para
darse a conocer. En fin, examinar, reflexionar, pararse a pensar y ver aspectos
concretos en los que mejorar.

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Hay una historia que me parece fascinante y nos puede servir de referente. Es la de
Diana Nyad. Con 64 años, en el año 2013, consiguió cruzar a nado el estrecho de
Florida, que separa Cuba de Estados Unidos, convirtiéndose en la primera persona en
atravesar los 166 kilómetros sin jaula de protección de tiburones. Si este hecho en sí
mismo ya es fascinante más aun es su historia. Todo comenzó cuando tenía 28 años,
en la plenitud de su carrera deportiva y se planteó hacer esta travesía a nado, pero el
mal tiempo lo impidió. Después lo volvió a intentar varias veces más, cinco intentos
más en concreto, pero la hipotermia, las malas condiciones del mar, los tiburones
impidieron que su sueño se hiciera realidad. Ahora con 64 años lo ha conseguido,
aunque no fue nada fácil ya que el frío extremo y una gran medusa estuvieron a punto
de que no lo consiguiera. Pero lo consiguió y cuando sus pies pisaron la arena de las
playas de Florida dijo: ¡Nunca hay que rendirse!

Te sugiero algunos puntos para pensar:

1. Lucha contra la rutina de pareja. Una vez al mes organiza algo diferente y
especial. Puede ser una cena en un lugar romántico o invitar a tu pareja a un sitio
donde podáis ver juntos el amanecer o el atardecer. Y por supuesto si tienes hijos,
puedes una vez al mes dejarlos con los abuelos o una niñera, y dedicar ese día con
tu pareja a salir de la rutina. Se trata de organizar algo diferente a tu pareja de
acuerdo a sus gustos, pero para ello tienes que ocuparte en conocer muy bien a tu
pareja para saber qué es lo que más le hace feliz.

2. Descubre cosas nuevas. ¿Qué es lo tuyo? ¿Qué es eso que tienes en mente que
te encantaría probar, pero por pereza, inseguridad o falta de tiempo no probaste?
Voluntariado, cocina, natación, baile, escritura, bricolaje, costura…

3. Haz pequeños cambios. No necesitas un cambio radical para salir de la rutina.


Pequeños cambios –que pueden ser puntuales– también tiene un gran efecto,
porque hacen que pienses y actúes de forma distinta a la habitual. Por ejemplo:

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practica un deporte nuevo, cambia de lugar de vacaciones, cambia de emisora de
radio o canal de televisión, ve a un bar distinto, acude al trabajo en transporte
público o andando en lugar de en coche. Cualquier cosa que se te ocurra para
pensar de forma diferente. Al principio te costará, pero luego se irá despertando tu
creatividad y disfrutarás mucho con esos pequeños cambios.

4. Destierra la rutina laboral. La rutina es positiva cuando aprendes a mirarla de


manera positiva, ya que aporta seguridad y es una fuente de talento por estar
basada en la experiencia. Sin embargo, cuando existen problemas de motivación o
de “trabajador quemado”, hay dificultades para ver algo positivo en la rutina. En
estos casos hay que cambiar de actitud. Siéntete afortunado por tener un trabajo,
incluso aunque sea algo que no tenga nada que ver con tu carrera. Por otra parte,
deja de lado la queja y la protesta para pasar a la acción, es decir, para tomar la
iniciativa. Si no te gusta tu trabajo, entonces, sencillamente, lo que debes hacer es
elaborar un plan de búsqueda de empleo eficaz.

135
Epílogo

Hemos llegado al final de la lectura. A lo largo de estos capítulos he intentado


transmitirte algo de mi experiencia y tomarme la libertad de darte algunas sugerencias.
Hasta aquí era mi parte, ahora te corresponde a ti, pasar de la teoría a la práctica, de
ponerle patas a algunas de las ideas que te han resultado sugerentes, ponerlas a andar
y así “cocinar” mejor tu vida.

Te animo a que releas los capítulos que te hayan resultado más interesantes, los que te
han llamado la atención, aquellos en los que te has visto reflejado o simplemente te
hayan gustado. Pon por escrito objetivos, ideas concretas. Escribirlas te ayudará.
Puedes hacerlo en tu agenda electrónica o un cuaderno y repasarlas periódicamente.
La regla de las PPP es muy realista a la hora de concretar estos objetivos. Se trata de
que sean: Prácticos (cosas concretas para hacer y no solo teorías o deseos). Posibles
(a nuestro alcance, sin falsos idealismos). Progresivos (buscando el crecimiento,
gradualmente). No se hace todo de una vez, pero para avanzar, para llegar a la meta
hay algo que resulta evidente y es que hay que ponerse en marcha, y a eso es a lo que
te animo ahora, a que cojas los bártulos (esos objetivos concretos, medibles y
realistas) y empieces a disfrutar ya del viaje.

136
Bibliografía recomendada

AGUILÓ, Alfonso: Carácter y acierto en el vivir. Palabra, Madrid, 2006.

ALBERCA , Fernando: Todos los niños pueden ser Einstein. Toromítico. Sevilla, 2011.

ALMAGRO, Francisco: Convivir en el matrimonio, Palabra, Madrid, 2005.

APARICIO RIVERO, Amadeo: Casarse: Un compromiso para toda la vida, Eunsa,


Pamplona, 2002.

CONTRERAS, José María: En torno a la pareja y los hijos, Umelia, Madrid, 2005.

FUSTER, Valentín; Rojas Marcos: Corazón y mente. Booket, Madrid, 2010.

FUENTES MENDIOLA , Antonio: Aprender a madurar, Rialp, Madrid, 2009.

HAALAND MATLÁRY, Janne: Para um novo feminismo, Principia Cascais, 2002.

LEÓN DE MOLINA , Nani: Dibujando una realidad, Rialp, Madrid, 2004.

LORENTE, Joaquín: Pensar es libre, Planeta, Barcelona 2011.

O´SHEA , Covadonga: La brújula de la vida, Temas de Hoy, Madrid, 2001.

O´SHEA , Covadonga: El valor de los valores, Temas de Hoy, Madrid, 1998.

137
ROJAS, Enrique: Remedios para el desamor. Cómo afrontar las crisis de pareja,
Temas de hoy, Madrid, 1998.

ROJAS, Enrique: El amor inteligente, Temas de hoy, Madrid, 1997.

SANMARTÍN FENOLLERA , Natalia: El despertar de la Señorita Prim, Planeta, Barcelona,


2013.

SÉNECA : Cartas a Lucilio, Editorial Juventud, Barcelona, 2006.

SHARMA , Robin: El Monje que vendió su Ferrari, Grijalbo, Barcelona, 2004.

T AMARO, Susanna: Para siempre, Seix Barral, Barcelona, 2012.

VARLÁMOV, Alexéi: El nacimiento, Acantilado, Barcelona, 2009.

YEPES STORK, Ricard: Entender el mundo de hoy, Madrid, 1993.

138
Acerca del autor

Daniel Serrano. (1966) es médico, especialista en Medicina Familiar y


Comunitaria, con una dilatada experiencia profesional. Ha trabajado tanto
en el sector público como el privado, en el ámbito rural y urbano, en
España y en el extranjero. Entiende la Medicina de una forma holística y en
su práctica clínica utiliza el modelo biopsicosocial. Formador en su
especialidad, ha impartido cursos en varios países y es tutor de alumnos de
Medicina. Es co-autor de un libro en el ámbito de su especialidad
(Dermatología Básica en Medicina Familiar) y de numerosos artículos
científicos. Colabora periódicamente en prensa escrita.

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Otros títulos

Adquiera todos nuestros ebooks en

www.ebooks.edesclee.com

141
142
Abre tu consciencia
José Antonio González Suárez
David González Pujana

ISBN: 978-84-330-2828-0

www.edesclee.com

Solo el 5% de nuestra mente es consciente, el otro 95% es subconsciente. El


conocimiento lo tiene la mente consciente, pero el poder lo posee la mente
subconsciente. Muchas personas llevan un estilo de vida que no les gusta ni desean,
pero se sienten indefensas ante el poder de su subconsciente. Mueren sin haber vivido,
ni disfrutado. Abre tu consciencia es un libro que te ayudará a descubrir las claves del
bienestar y de la salud integral. A base de relatos cortos, cuentos e historias
apasionantes, irás descubriendo que lo que llevas tanto tiempo buscando fuera de ti,
habita en tu interior, y que está a tu servicio y a tu alance. Descúbrelo.

Es un libro que te hará pensar, sentir e incluso desprenderá por tu mejilla alguna
lágrima o arrancará de tu boca alguna sonrisa. No te dejará indiferente y, muy
probablemente, significará un “antes y un después” en tu vida.

143
Los autores lo hemos escrito con el corazón para que llegue a tu corazón y para que
los mensajes pasen a ser parte de tu patrimonio personal. Solo te deseamos que
disfrutes leyéndolo tanto como nosotros hemos disfrutado escribiéndolo.

Visítanos en abretuconsciencia.wordpress.com

144
Ya no tengo el alma en pena
Rösse Macpherson

ISBN: 978-84-330-2836-5

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Este libro te enseñará a vivir siendo fiel a tus principios. Te transformará. Hay un
antes y un después de leerlo: es la historia de varias personas, de sus sueños rotos, de
cómo recompusieron sus vidas de la mano de una terapeuta peculiar y casi ‘mágica’ –
alguien que supo ver sus almas y sanar sus heridas emocionales–. Es muy fácil
identificarse con Marlene (la protagonista) porque sus anhelos, desvelos y sueños son
similares a los que podemos tener cualquiera de nosotros: alcanzar nuestras metas y
lograr el éxito.

Con un estilo directo, amable, libre de artificios, rico en incorrección política y con
una historia bien hilada, la autora nos sumerge en un particular universo que en otros
libros solo se explica de modo teórico, vago y lejano. Los consejos y reflexiones se
presentan de forma muy original (otra de sus grandes virtudes): nos propone un buen
inventario de los 8 mejores aciertos y los 7 errores que debemos evitar.

145
¿Es un libro para todos los públicos? Solo para aquellos que tengan el coraje y la
determinación de conocerse a sí mismos, con todos sus riesgos y con el mayor placer
de todas sus benditas consecuencias.

146
Ahora que he decidido luchar con esperanza
José Luis López Morales
Enrique Javier Garcés de los Fayos Ruiz

ISBN: 978-84-330-2850-1

www.edesclee.com

¿No sería maravilloso adelgazar o comer lo que quieras sin engordar? ¿Aprender a
controlar el apetito y no abusar de los alimentos? Más allá de métodos inalcanzables,
irreales y que te obligan a cambiar los hábitos sin un proceso continuo, Ahora que he
decidido luchar con esperanza es una guía que te permitirá aplicar un programa
desarrollado por expertos para adelgazar o controlar el consumo de alimentos. En este
viaje se incluyen ejercicios de autoconocimiento, estrategias de afrontamiento,
actividades diarias y de apoyo que te permitirán prevenir los obstáculos, te guiarán
paso a paso en la incorporación de unos hábitos saludables y solventarán los
impedimentos que puedas encontrar.

Diseñado para todos aquellos que no pueden controlar el deseo de comer o han
probado multitud de métodos sin éxitos perdurables, está basado en los últimos
avances multidisciplinares que estudian la obesidad y otros problemas relacionados

147
con el comportamiento alimentario. Por ello, es un instrumento indispensable que
permite adquirir las capacidades necesarias para vencer al apetito excesivo.

Este libro podría ser la historia real de una mujer obesa que no puede perder peso.
Conoceremos su batalla interna, cómo aprende a superar sus miedos, a afrontar los
obstáculos y, finalmente, a lograr un cambio de vida que le haga más feliz. Quizás
aprendamos que una pequeña acción puede conducir a un gran cambio. ¿Será este tu
comienzo?

148
Poesía terapéutica
194 ejercicios para hacer un poema cada día

Reyes Adorna, Jaime Covarsí

ISBN: 978-84-330-2824-2

www.edesclee.com

De todas las artes de la palabra, la Poesía es la más terapéutica de todas. Ella es la que
mejor penetra en el interior de nosotros mismos, la que mejor desentraña y libera
emociones, la que con mayor facilidad puede ayudarnos a entendernos y conocernos
en nuestra totalidad.

Además de esto, la Poesía también puede educarnos la mirada para que observemos el
mundo con los ojos del asombro, despertándonos del automatismo que la rutina nos
impone. Con esa mirada atenta, los seres vivos, los objetos o los acontecimientos, se
llenan del esplendor y la belleza de lo extraordinario.

Este libro demuestra que todos llevamos en nuestro interior un poeta. Para

149
descubrirlo, nos enseña un método con el que adquirir el hábito de familiarizarnos con
él, convertirlo en un refugio, en un amigo que nos acompañe en nuestro viaje vital y
que nos regale una visión más profunda e intensa del camino. Está dirigido a quien
desee iniciarse en esta terapia, a terapeutas o docentes que quieran aumentar sus
recursos y estrategias, y también puede servir de inspiración a quien escriba poesía de
forma habitual.

El método consiste en hacer un poema cada día. Para facilitarnos esta labor, el libro
consta de 194 ejercicios o propuestas que nos inspiran a escribir y nos ayudan a
educar la mirada poética. Si nos acostumbramos a hacerlo, veremos, como dice
Benedetti, que “debajo de cada piedra, de cada baldosa, se esconde un poema”.

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DIRECTORA : OLGA CASTANYER

1. Relatos para el crecimiento personal. Carlos Alemany (ed.). (6ª ed.)

2. La asertividad: expresión de una sana autoestima. Olga Castanyer. (39ª ed.)

3. Comprendiendo cómo somos. Dimensiones de la personalidad. A. Gimeno-Bayón. (5ª ed.)

4. Aprendiendo a vivir. Manual contra el aburrimiento y la prisa. Esperanza Borús. (5ª ed.)

5. ¿Qué es el narcisismo? José Luis Trechera. (2ª ed.)

6. Manual práctico de P.N.L. Programación neurolingüística. Ramiro J. Álvarez. (5ª ed.)

7. El cuerpo vivenciado y analizado. Carlos Alemany y Víctor García (eds.)

8. Manual de Terapia Infantil Gestáltica. Loretta Zaira Cornejo Parolini. (5ª ed.)

9. Viajes hacia uno mismo. Diario de un psicoterapeuta en la postmodernidad. Fernando Jiménez Hernández-
Pinzón. (2ª ed.)

10. Cuerpo y Psicoanálisis. Por un psicoanálisis más activo. Jean Sarkissoff. (2ª ed.)

11. Dinámica de grupos. Cincuenta años después. Luis López-Yarto Elizalde. (7ª ed.)

12. El eneagrama de nuestras relaciones. Maria-Anne Gallen - Hans Neidhardt. (5ª ed.)

13. ¿Por qué me culpabilizo tanto? Un análisis psicológico de los sentimientos de culpa. Luis Zabalegui. (3ª
ed.)

14. La relación de ayuda: De Rogers a Carkhuff. Bruno Giordani. (3ª ed.)

15. La fantasía como terapia de la personalidad. F. Jiménez Hernández-Pinzón. (2ª ed.)

16. La homosexualidad: un debate abierto. Javier Gafo (ed.). (4ª ed.)

17. Diario de un asombro. Antonio García Rubio. (3ª ed.)

18. Descubre tu perfil de personalidad en el eneagrama. Don Richard Riso. (6ª ed.)

19. El manantial escondido. La dimensión espiritual de la terapia. Thomas Hart.

151
20. Treinta palabras para la madurez. José Antonio García-Monge. (12ª ed.)

21. Terapia Zen. David Brazier. (2ª ed.)

22. Sencillamente cuerdo. La espiritualidad de la salud mental. Gerald May.

23. Aprender de Oriente: Lo cotidiano, lo lento y lo callado. Juan Masiá Clavel.

24. Pensamientos del caminante. M. Scott Peck.

25. Cuando el problema es la solución. Aproximación al enfoque estratégico. R. J. Álvarez. (2ª ed.)

26. Cómo llegar a ser un adulto. Manual sobre la integración psicológica y espiritual. David Richo. (3ª ed.)

27. El acompañante desconocido. De cómo lo masculino y lo femenino que hay en cada uno de nosotros
afecta a nuestras relaciones. John A. Sanford.

28. Vivir la propia muerte. Stanley Keleman.

29. El ciclo de la vida: Una visión sistémica de la familia. Ascensión Belart - María Ferrer. (3ª ed.)

30. Yo, limitado. Pistas para descubrir y comprender nuestras minusvalías. Miguel Ángel Conesa Ferrer.

31. Lograr buenas notas con apenas ansiedad. Guía básica para sobrevivir a los exámenes. Kevin Flanagan.

32. Alí Babá y los cuarenta ladrones. Cómo volverse verdaderamente rico. Verena Kast.

33. Cuando el amor se encuentra con el miedo. David Richo. (3ª ed.)

34. Anhelos del corazón. Integración psicológica y espiritualidad. Wilkie Au - Noreen Cannon. (2ª ed.)

35. Vivir y morir conscientemente. Iosu Cabodevilla. (4ª ed.)

36. Para comprender la adicción al juego. María Prieto Ursúa.

37. Psicoterapia psicodramática individual. Teodoro Herranz Castillo.

38. El comer emocional. Edward Abramson. (2ª ed.)

39. Crecer en intimidad. Guía para mejorar las relaciones interpersonales. John Amodeo - Kris Wentworth.
(2ª ed.)

40. Diario de una maestra y de sus cuarenta alumnos. Isabel Agüera Espejo-Saavedra.

41. Valórate por la felicidad que alcances. Xavier Moreno Lara.

42. Pensándolo bien… Guía práctica para asomarse a la realidad. Ramiro J. Álvarez.

43. Límites, fronteras y relaciones. Cómo conocerse, protegerse y disfrutar de uno mismo. Charles L.

152
Whitfield.

44. Humanizar el encuentro con el sufrimiento. José Carlos Bermejo.

45. Para que la vida te sorprenda. Matilde de Torres. (2ª ed.)

46. El Buda que siente y padece. Psicología budista sobre el carácter, la adversidad y la pasión. David
Brazier.

47. Hijos que no se van. La dificultad de abandonar el hogar. Jorge Barraca.

48. Palabras para una vida con sentido. Mª. Ángeles Noblejas. (2ª ed.)

49. Cómo llevarnos bien con nuestros deseos. Philip Sheldrake.

50. Cómo no hacer el tonto por la vida. Puesta a punto práctica del altruismo. Luis Cencillo. (2ª ed.)

51. Emociones: Una guía interna. Cuáles sigo y cuáles no. Leslie S. Greenberg. (6ª ed.)

52. Éxito y fracaso. Cómo vivirlos con acierto. Amado Ramírez Villafáñez.

53. Desarrollo de la armonía interior. La construcción de una personalidad positiva. Juan Antonio Bernad.

54. Introducción al Role-Playing pedagógico. Pablo Población Knappe y Elisa López Barberá. (2ª ed.)

55. Cartas a Pedro. Guía para un psicoterapeuta que empieza. Loretta Cornejo. (3ª ed.)

56. El guión de vida. José Luis Martorell. (2ª ed.)

57. Somos lo mejor que tenemos. Isabel Agüera Espejo-Saavedra.

58. El niño que seguía la barca. Intervenciones sistémicas sobre los juegos familiares. Giuliana Prata, Maria
Vignato y Susana Bullrich.

59. Amor y traición. John Amodeo.

60. El amor. Una visión somática. Stanley Keleman. (2ª ed.)

61. A la búsqueda de nuestro genio interior: Cómo cultivarlo y a dónde nos guía. Kevin Flanagan. (2ª ed.)

62. A corazón abierto. Confesiones de un psicoterapeuta. F. Jiménez Hernández-Pinzón.

63. En vísperas de morir. Psicología, espiritualidad y crecimiento personal. Iosu Cabodevilla.

64. ¿Por qué no logro ser asertivo? Olga Castanyer y Estela Ortega. (8ª ed.)

65. El diario íntimo: buceando hacia el yo profundo. José-Vicente Bonet, S.J. (3ª ed.)

66. Caminos sapienciales de Oriente. Juan Masiá.

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67. Superar la ansiedad y el miedo. Un programa paso a paso. Pedro Moreno. (9ª ed.)

68. El matrimonio como desafío. Destrezas para vivirlo en plenitud. Kathleen R. Fischer y Thomas N. Hart.

69. La posada de los peregrinos. Una aproximación al Arte de Vivir. Esperanza Borús.

70. Realizarse mediante la magia de las coincidencias. Práctica de la sincronicidad mediante los cuentos.
Jean-Pascal Debailleul y Catherine Fourgeau.

71. Psicoanálisis para educar mejor. Fernando Jiménez Hernández-Pinzón.

72. Desde mi ventana. Pensamientos de autoliberación. Pedro Miguel Lamet.

73. En busca de la sonrisa perdida. La psicoterapia y la revelación del ser. Jean Sarkissoff.

74. La pareja y la comunicación. La importancia del diálogo para la plenitud y la longevidad de la pareja.
Casos y reflexiones. Patrice Cudicio y Catherine Cudicio.

75. Ante la enfermedad de Alzheimer. Pistas para cuidadores y familiares. Marga Nieto Carrero. (2ª ed.)

76. Me comunico… Luego existo. Una historia de encuentros y desencuentros. Jesús De La Gándara Martín.

77. La nueva sofrología. Guía práctica para todos. Claude Imbert.

78. Cuando el silencio habla. Matilde De Torres Villagrá. (2ª ed.)

79. Atajos de sabiduría. Carlos Díaz.

80. ¿Qué nos humaniza? ¿Qué nos deshumaniza? Ensayo de una ética desde la psicología. Ramón Rosal
Cortés.

81. Más allá del individualismo. Rafael Redondo.

82. La terapia centrada en la persona hoy. Nuevos avances en la teoría y en la práctica. Dave Mearns y
Brian Thorne.

83. La técnica de los movimientos oculares. La promesa potencial de un nuevo avance psicoterapéutico. Fred
Friedberg. Introducción a la edición española por Ramiro J. Álvarez

84. No seas tu peor enemigo… ¡…Cuando puedes ser tu mejor amigo! Ann-M. McMahon.

85. La memoria corporal. Bases teóricas de la diafreoterapia. Luz Casasnovas Susanna. (2ª ed.)

86. Atrapando la felicidad con redes pequeñas. Ignacio Berciano Pérez. Con la colaboración de Itziar
Barrenengoa. (2ª ed.)

87. C.G. Jung. Vida, obra y psicoterapia. M. Pilar Quiroga Méndez.

88. Crecer en grupo. Una aproximación desde el enfoque centrado en la persona. Tomeu Barceló. (2ª ed.)

154
89. Automanejo emocional. Pautas para la intervención cognitiva con grupos. Alejandro Bello Gómez,
Antonio Crego Díaz.

90. La magia de la metáfora. 77 relatos breves para educadores, formadores y pensadores. Nick Owen.

91. Cómo volverse enfermo mental. José Luís Pio Abreu.

92. Psicoterapia y espiritualidad. La integración de la dimensión espiritual en la práctica terapéutica. Agneta


Schreurs.

93. Fluir en la adversidad. Amado Ramírez Villafáñez.

94. La psicología del soltero: Entre el mito y la realidad. Juan Antonio Bernad.

95. Un corazón auténtico. Un camino de ocho tramos hacia un amor en la madurez. John Amodeo (2ª ed.).

96. Luz, más luz. Lecciones de filosofía vital de un psiquiatra. Benito Peral. (2ª ed.)

97. Tratado de la insoportabilidad, la envidia y otras “virtudes” humanas. Luis Raimundo Guerra. (2ª ed.)

98. Crecimiento personal: Aportaciones de Oriente y Occidente. Mónica Rodríguez-Zafra (Ed.).

99. El futuro se decide antes de nacer. La terapia de la vida intrauterina. Claude Imbert. (2ª ed.)

100. Cuando lo perfecto no es suficiente. Estrategias para hacer frente al perfeccionismo. Martin M. Antony
- Richard P. Swinson. (2ª ed.)

101. Los personajes en tu interior. Amigándote con tus emociones más profundas. Joy Cloug.

102. La conquista del propio respeto. Manual de responsabilidad personal. Thom Rutledge.

103. El pico del Quetzal. Sencillas conversaciones para restablecer la esperanza en el futuro. Margaret J.
Wheatley.

104. Dominar las crisis de ansiedad. Una guía para pacientes. Pedro Moreno, Julio C. Martín. (13ª ed.)

105. El tiempo regalado. La madurez como desafío. Irene Estrada Ena.

106. Enseñar a convivir no es tan difícil. Para quienes no saben qué hacer con sus hijos, o con sus alumnos.
Manuel Segura Morales. (14ª ed.)

107. Encrucijada emocional. Miedo (ansiedad), tristeza (depresión), rabia (violencia), alegría (euforia).
Karmelo Bizkarra. (4ª ed.)

108. Vencer la depresión. Técnicas psicológicas que te ayudarán. Marisa Bosqued.

109. Cuando me encuentro con el capitán Garfio… (no) me engancho. La práctica en psicoterapia gestalt.
Ángeles Martín y Carmen Vázquez.

110. La mente o la vida. Una aproximación a la Terapia de Aceptación y Compromiso. Jorge Barraca Mairal.

155
(2ª ed.)

111. ¡Deja de controlarme! Qué hacer cuando la persona a la que queremos ejerce un dominio excesivo sobre
nosotros. Richard J. Stenack.

112. Responde a tu llamada. Una guía para la realización de nuestro objetivo vital más profundo. John P.
Schuster.

113. Terapia meditativa. Un proceso de curación desde nuestro interior. Michael L. Emmons, Ph.D. y Janet
Emmons, M.S.

114. El espíritu de organizarse. Destrezas para encontrar el significado a sus tareas. P. Kristan.

115. Adelgazar: el esfuerzo posible. Un sistema gradual para superar la obesidad. A. Cózar.

116. Crecer en la crisis. Cómo recuperar el equilibrio perdido. Alejandro Rocamora. (3ª ed.)

117. Rabia sana. Cómo ayudar a niños y adolescentes a manejar su rabia. Bernard Golden. (2ª ed.)

118. Manipuladores cotidianos. Manual de supervivencia. Juan Carlos Vicente Casado.

119. Manejar y superar el estrés. Cómo alcanzar una vida más equilibrada. Ann Williamson.

120. La integración de la terapia experiencial y la terapia breve. Un manual para terapeutas y consejeros.
Bala Jaison.

121. Este no es un libro de autoayuda. Tratado de la suerte, el amor y la felicidad. Luis Raimundo Guerra.

122. Psiquiatría para el no iniciado. Rafa Euba. (2ª ed.)

123. El poder curativo del ayuno. Recuperando un camino olvidado hacia la salud. Karmelo Bizkarra. (4ª
ed.)

124. Vivir lo que somos. Cuatro actitudes y un camino. Enrique Martínez Lozano. (4ª ed.)

125. La espiritualidad en el final de la vida. Una inmersión en las fronteras de la ciencia. Iosu Cabodevilla
Eraso. (2ª ed.)

126. Regreso a la conciencia. Amado Ramírez.

127. Las constelaciones familiares. En resonancia con la vida. Peter Bourquin. (13ª ed.)

128. El libro del éxito para vagos. Descubra lo que realmente quiere y cómo conseguirlo sin estrés. Thomas
Hohensee.

129. Yo no valgo menos. Sugerencias cognitivo- humanistas para afrontar la culpa y la vergüenza. Olga
Castanyer. (4ª ed.)

130. Manual de Terapia Gestáltica aplicada a los adolescentes. Loretta Cornejo. (5ª ed.)

156
131. ¿Para qué sirve el cerebro? Manual para principiantes. Javier Tirapu. (2ª ed.)

132. Esos seres inquietos. Claves para combatir la ansiedad y las obsesiones. Amado Ramírez Villafáñez.

133. Dominar las obsesiones. Una guía para pacientes. Pedro Moreno, Julio C. Martín, Juan García y Rosa
Viñas. (5ª ed.)

134. Cuidados musicales para cuidadores. Musicoterapia Autorrealizadora para el estrés asistencial. Conxa
Trallero Flix y Jordi Oller Vallejo

135. Entre personas. Una mirada cuántica a nuestras relaciones humanas. Tomeu Barceló

136. Superar las heridas. Alternativas sanas a lo que los demás nos hacen o dejan de hacer. Windy Dryden

137. Manual de formación en trance profundo. Habilidades de hipnotización. Igor Ledochowski

138. Todo lo que aprendí de la paranoia. Camille

139. Migraña. Una pesadilla cerebral. Arturo Goicoechea (4ª ed.)

140. Aprendiendo a morir. Ignacio Berciano Pérez

141. La estrategia del oso polar. Cómo llevar adelante tu vida pese a las adversidades. Hubert Moritz

142. Mi salud mental: Un camino práctico. Emilio Garrido Landívar

143. Camino de liberación en los cuentos. En compañía de los animales. Ana María Schlüter Rodés

144. ¡Estoy furioso! Aproveche la energía positiva de su ira. Anita Timpe

145. Herramientas de Coaching personal. Francisco Yuste (3ª ed.)

146. Este libro es cosa de hombres. Una guía psicológica para el hombre de hoy. Rafa Euba

147. Afronta tu depresión con psicoterapia interpersonal. Guía de autoayuda. Juan García Sánchez y Pepa
Palazón Rodríguez (2ª ed.)

148. El consejero pastoral. Manual de “relación de ayuda” para sacerdotes y agentes de pastoral. Enrique
Montalt Alcayde

149. Tristeza, miedo, cólera. Actuar sobre nuestras emociones. Dra. Stéphanie Hahusseau

150. Vida emocionalmente inteligente. Estrategias para incrementar el coeficiente emocional. Geetu
Bharwaney

151. Cicatrices del corazón. Tras una pérdida significativa. Rosa Mª Martínez González

152. Ojos que sí ven. “Soy bipolar” (Diez entrevistas). Ana González Isasi - Aníbal C. Malvar

157
153. Reconcíliate con tu infancia. Cómo curar antiguas heridas. Ulrike Dahm (2ª ed.)

154. Los trastornos de la alimentación. Guía práctica para cuidar de un ser querido. Janet Treasure -
Gráinne Smith - Anna Crane (2ª ed.)

155. Bullying entre adultos. Agresores y víctimas. Peter Randall

156. Cómo ganarse a las personas. El arte de hacer contactos. Bernd Görner

157. Vencer a los enemigos del sueño. Guía práctica para conseguir dormir como siempre habíamos soñado.
Charles Morin

158. Ganar perdiendo. Los procesos de duelo y las experiencias de pérdida: Muerte - Divorcio - Migración.
Migdyrai Martín Reyes

159. El arte de la terapia. Reflexiones sobre la sanación para terapeutas principiantes y veteranos. Peter
Bourquin (2ª ed.)

160. El viaje al ahora. Una guía sencilla para llevar la atención plena a nuestro día a día. Jorge Barraca
Mairal

161. Cómo envejecer con dignidad y aprovechamiento. Ignacio Berciano

162. Cuando un ser querido es bipolar. Ayuda y apoyo para usted y su pareja. Cynthia G. Last

163. Todo lo que sucede importa. Cómo orientar en el laberinto de los sentimientos. Fernando Alberca de
Castro (2ª ed.)

164. De cuentos y aliados. El cuento terapéutico. Mariana Fiksler

165. Soluciones para una vida sexual sana. Maneras sencillas de abordar y resolver los problemas sexuales
cotidianos. Dra. Janet Hall

166. Encontrar las mejores soluciones mediante Focusing. A la escucha de lo sentido en el cuerpo. Bernadette
Lamboy

167. Estrésese menos y viva más. Cómo la terapia de aceptación y compromiso puede ayudarle a vivir una
vida productiva y equilibrada. Richard Blonna

168. Cómo superar el tabaco, el alcohol y las drogas. Miguel del Nogal Tomé

169. La comunicación humana: una ventana abierta. Carlos Alemany Briz

170. Aprender de la ansiedad. La sabiduria de las emociones. Pedro Moreno (3ª ed.)

171. Comida para las emociones. Neuroalimentación para que el cerebro se sienta bien. Sandi Krstinic

172. Cuidar al enfermo. Migajas de psicología. Pedro Moreno

173. Yo te manejo, tú me manejas. El poder de las relaciones cotidianas. Pablo Población Knappe

158
174. Crisis, crecimiento y despertar. Claves y recursos para crecer en consciencia. Enrique Martínez Lozano
(4ª ed.)

175. Cuaderno de trabajo para el tratamiento corpomental del trastrono del trastorno de estrés postraumático
(TEPT). Programa para curar en 10 semanas las secuelas del trauma. Stanley Block y Carolyn Bryant
Block

176. El joven homosexual. Cómo comprenderle y ayudarle. José Ignacio Baile Ayensa

177. Sal de tu mente, entra en tu vida. La nueva Terapia de Aceptación y Compromiso. Steven Hayes

178. Palabras caballo. Fuerza vital para el día a día. Dr. Juan-Miguel Fernández-Balboa Balaguer (2ª ed.)

179. Fibromialgia, el reto se supera. Evidencias, experiencias y medios para el afrontamiento. Bruno Moioli
(2ª ed.)

180. Diseña tu vida. Atrévete a cambiar. Diana Sánchez González y Mar Mejías Gómez (2ª ed.)

181. Aprender psicología desde el cine. José Antonio Molina y Miguel del Nogal

182. Un día de terapia. Rafael Romero Rico

183. No lo dejes para mañana. Guía para superar la postergación. Pamela S. Wiegartz, Ph.D. y Levin L. y
Gyoerkoe, Psy.D

184. Yo decido. La tecnología con alma. José Luis Bimbela Pedrola (2ª ed.)

185. Aplicaciones de la asertividad. Olga Castanyer (3ª ed.)

186. Manual práctico para el tratamiento de la timidez y la ansiedad social. Técnicas demostradas para la
superación gradual del miedo. M.M. Antony, PH .D y R.P. Swinson, MD.

187. A las alfombras felices no les gusta volar. Un libro de (auto) ayuda… a los demás. Javier Vidal-Quadras.

188. Gastronomía para aprender a ser feliz. PsiCocina socioafectiva. A. Rodríguez Hernández

189. Guía clínica de comunicación en oncología. Estrategias para mantener una buena relación durante la
trayectoria de la enfermedad. Juan José Valverde, Mamen Gómez Colldefors y Agustín Navarrete Montoya

190. Ponga un psiquiatra en su vida. Manual para mejorar la salud mental en tiempos de crisis. José Carlos
Fuertes Rocañín

191. La magia de la PNL al descubierto. Byron Lewis

192. Tunea tus emociones. José Manuel Montero

193. La fuerza que tú llevas dentro. Diálogos clínicos. Antonio S. Gómez

194. El origen de la infelicidad. Reyes Adorna Castro

159
195. El sentido de la vida es una vida con sentido. La resiliencia. Rocío Rivero López

196. Focusing desde el corazón y hacia el corazón. Una guía para la transformación personal. Edgardo
Riveros Aedos

197. Programa Somne. Terapia psicológica integral para el insomnio: guía para el terapeuta y el paciente.
Ana María González Pinto • Carlos Javier Egea • Sara Barbeito (Coords.)

198. Poesía terapéutica. 194 ejercicios para hacer un poema cada día. Reyes Adorna Castro y Jaime Covarsí
Carbonero

199. Abre tu consciencia. José Antonio González Suárez y David González Pujana

200. Ya no tengo el alma en pena. Rosse Macpherson

201. Ahora que he decidido luchar con esperanza. Guía para vencer el apetito. José Luis López Morales y
Enrique Javier Garcés de los Fayos Ruiz

202. El juego de la vida Mediterránea. Mauro García Toro

203. 16 Ideas para vivir de manera plena. Experiencias y reflexiones de un médico de familia. Daniel
Francisco Serrano Collantes

SERIE MAIOR

1. Anatomía Emocional. La estructura de la experiencia somática. Luciano Sandrin (11ª ed.)

2. La experiencia somática. Formación de un yo personal. Stanley Keleman (2ª ed.)

3. Psicoanálisis y análisis corporal de la relación. André Lapierre

4. Psicodrama. Teoría y práctica. José Agustín Ramírez (3ª ed.)

5. 14 Aprendizajes vitales. Carlos Alemany (ed.) (13ª ed.)

6. Psique y Soma. Terapia bioenergética. José Agustín Ramírez

7. Crecer bebiendo del propio pozo. Taller de crecimiento personal. Carlos Rafael Cabarrús, S.J (12ª ed.)

8. Las voces del cuerpo. Respiración, sonido y movimiento en el proceso terapéutico. Carolyn J. Braddock

9. Para ser uno mismo. De la opacidad a la transparencia. Juan Masiá Clavel

10. Vivencias desde el Enneagrama. Maite Melendo (3ª ed.)

11. Codependencia. La dependencia controladora. La dependencia sumisa. Dorothy May

12. Cuaderno de Bitácora, para acompañar caminantes. Guía psico-histórico-espiritual. Carlos Rafael

160
Cabarrús (5ª ed.)

13. Del ¡viva los novios! al ¡ya no te aguanto! Para el comienzo de una relación en pareja y una convivencia
más inteligente. Eusebio López. (2ª ed.)

14. La vida maestra. El cotidiano como proceso de realización personal. José María Toro

15. Los registros del deseo. Del afecto, el amor y otras pasiones. Carlos Domínguez Morano (2ª ed.)

16. Psicoterapia integradora humanista. Manual para el tratamiento de 33 problemas psicosensoriales,


cognitivos y emocionales. Ana Gimeno-Bayón y Ramón Rosal

17. Deja que tu cuerpo interprete tus sueños. Eugene T. Gendlin (2ª ed.)

18. Cómo afrontar los desafíos de la vida. Chris L. Kleinke

19. El valor terapéutico del humor. Ángel Rz. Idígoras (Ed.) (3ª ed.)

20. Aumenta tu creatividad mental en ocho días. Ron Dalrymple, Ph.D., F.R.C.

21. El hombre, la razón y el instinto. José Mª Porta Tovar

22. Guía práctica del trastorno obsesivo compulsivo (TOC). Pistas para su liberación. Bruce M. Hyman y
Cherry Pedrick

23. La comunidad terapéutica y las adicciones. Teoría, modelo y método. George De Leon

24. El humor y el bienestar en las intervenciones clínicas. Waleed A. Salameh y William F. Fry

25. El manejo de la agresividad. Manual de tratamiento completo para profesionales. Howard Kassinove y
Raymond Chip Tafrate

26. Agujeros negros de la mente. Claves de salud psíquica. José L. Trechera

27. Cuerpo, cultura y educación. Jordi Planella Ribera

28. Reír y aprender. 95 técnicas para emplear el humor en la formación. Doni Tamblyn

29. Manual práctico de psicoterapia gestalt. Ángeles Martín (11ª ed.)

30. Más magia de la metáfora. Relatos de sabiduría para aquellas personas que tengan a su cargo la tarea de
Liderar, Influenciar y Motivar. Nick Owen

31. Pensar bien - Sentirse bien. Manual práctico de terapia cognitivo-conductual para niños y adolescentes.
Paul Stallard

32. Ansiedad y sobreactivación. Guía práctica de entrenamiento en control respiratorio. Pablo Rodríguez
Correa

33. Amor y violencia. La dimensión afectiva del maltrato. Pepa Horno Goicoechea (2ª ed.)

161
34. El pretendido Síndrome de Alienación Parental. Un instrumento que perpetúa el maltrato y la violencia
Sonia Vaccaro - Consuelo Barea Payueta.

35. La víctima no es culpable. Las estrategias de la violencia. Olga Castanyer (Coord.); Pepa Horno, Antonio
Escudero e Inés Monjas

36. El tratamiento de los problemas de drogas. Una guía para el terapeuta. Miguel del Nogal (2ª ed.)

37. Los sueños en psicoterapia gestalt. Teoría y práctica. Ángeles Martín (2ª ed.)

38. Medicina y terapia de la risa. Manual. Ramón Mora Ripoll

39. La dependencia del alcohol. Un camino de crecimiento. Thomas Wallenhorst

40. El arte de saber alimentarte. Desde la ciencia de la nutrición al arte de la alimentación. Karmelo
Bizkarra

41. Vivir con plena atención. De la aceptación a la presencia. Vicente Simón (2ª ed.)

42. Empatía terapéutica. La compasión del sanador herido. José Carlos Bermejo

43. Más allá de la Empatía. Una Terapia de Contacto-en-la-Relación. Richard G. Erskine - Janet P.
Moursund - Rebecca L. Trautmann

44. El oficio que habitamos. Testimonios y reflexiones de terapeutas gestálticas. Ángeles Martín (Ed.)

45. El amor vanidoso. Cómo fracasan las relaciones narcisistas. Bärbel Wardetzki

46. Diccionario de técnicas mentales. Las mejores técnicas de la A a la Z. Claudia Bender - Michael Draksal

47. Humanizar la asistencia sanitaria. Aproximación al concepto. José Carlos Bermejo (2ª ed.)

48. Herramientas de coaching ejecutivo. Francisco Yuste (2ª ed.)

49. La vocación y formación del psicólogo clínico. Aquilino Polaino-Lorente y Gema Pérez Rojo (Coords.)

50. Detrás de la pared. Una mirada multidisciplinar acerca de los niños, niñas y adolescentes expuestos a la
violencia de género. Sofía Czalbowski (Coord.)

51. Hazte experto en inteligencia emocional. Olga Cañizares; Carmen García de Leaniz; Olga Castanyer; Iván
Ballesteros; Elena Mendoza (2ª ed.)

52. Counseling y cuidados paliativos. Esperanza Santos y José Carlos Bermejo

53. Eneagrama para terapeutas. Carmela Ruiz de la Rosa

54. Habilidades esenciales del conunseling. Guía práctica y de aplicación. Sandy Magnuson y Ken Norem

162
163
Índice
Portadilla 2
Créditos 4
Agradecimientos 5
Prólogo 6
Prefacio 10
Introducción 17
1ª idea: un lujo de verdad 19
2ª idea: una cabeza templada y un corazón sensible 30
3ª idea: cuidado conel sufrimiento anticipatorio 38
4ª idea: para una vida dana: más suela,menos cazuela y algo más 44
5ª idea: contacto con la naturaleza 51
6ª idea: coleccionar amigos 62
7ª idea: vivir en pareja nunca fue fácil 70
8ª idea: es posible mejorar la gestióndel tiempo, el orden y el estrés 80
9ª idea: saber escuchar y tener conversación 87
10ª idea: el secreto está en las croquetas 96
11ª idea: ¿Dios está de vuelta? 99
12ª idea: no medicar la vida 106
13ª idea: ser una persona leída y viajada 113
14ª idea: la mejor inversión en época de crisis y de bonanza 118
15ª idea: cenar sin interferencias 125
16ª idea: mantenerse siempre joven por dentro 132
Epílogo 136
Bibliografía recomendada 137
Acerca del autor 139
Otros títulos 141
Abre tu consciencia 143
Ahora que he decidido luchar con esperanza 145

164
Ahora que he decidido luchar con esperanza 147
Poesía terapéutica 149
Colección Serendipity 151

165

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