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DIVINIZACIÓN DEL HOMBRE

2 DICIEMBRE, 2014 / MARIANOESTEBANCARO

DIVINIZACIÓN

DEL

HOMBRE

MARIANO ESTEBAN CARO

SUMARIO
1-INTRODUCCIÓN
2-SAGRADA ESCRITURA
3-SANTOS PADRES
4-LITURGIA
5-MAGISTERIO
6-TEOLOGÍA
7-BIBLIOGRAFÍA
8-ÍNDICE

******************

INTRODUCCIÓN

Ya San Ireneo en su Tratado contra las Herejías escribía que el


Hijo de Dios se hizo Hijo del hombre para que el hombre, unido
íntimamente al Verbo de Dios, se hiciera hijo de Dios por
adopción (Adv Haer 3, 19). Éste es el maravilloso intercambio,
que nos salva, como enseñaba San Agustín (sermón
Güelferbitano 3) y cantamos en el tiempo de Navidad (Prefacio
III): así es como el pobre ser humano se hace partícipe de la
naturaleza divina, es divinizado, deificado, verdadero hijo de
Dios, ya que, injertado en Cristo, de Él recibe su vida divina, que
es vida filial.

Somos uno “en Cristo”, hijos en el Hijo, verdaderamente


participamos de la naturaleza divina. No se trata de una relación
meramente legal. Cuando Dios hace de nosotros un hijo, no está
obrando jurídicamente, sino como el Dios creador que es. El
hombre Cristo Jesús no es tampoco un hijo adoptivo de Dios: “tú
eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy”, dicen Pablo y sus
compañeros, refiriéndose a Jesús resucitado (Hch 13, 33). La
naturaleza humana, que en Cristo fue divinizada, no anulada,
también en nosotros ha sido elevada a la dignidad de hijos de
Dios, pues “el Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en
cierto modo, con todo hombre” (GS 22). El cristiano es
incorporado a Cristo en su humanidad. Se trata de una
comunión identificante.
Nuestra divinización es nuestra salvación. Dios, en su eterno
designio, dispuso que el hombre fuera realmente salvado,
divinizado por medio de la encarnación de su propio Hijo, que se
hizo hombre verdadero, igual en todo a nosotros menos en el
pecado. Al hacerse hombre el Hijo eterno de Dios, lo divino se
humaniza y la humanidad de Cristo es divinizada. La
encarnación en la plenitud de su realidad lleva en sí misma la
muerte y la glorificación. La resurrección está inscrita en la
naturaleza humana lo mismo que la muerte. En su resurrección
el hombre Cristo Jesús es plenamente glorificado, divinizado. Se
trata de la plenitud de la encarnación, que con la muerte y
resurrección constituyen un único misterio. El Crucificado-
Resucitado conserva en la gloria del cielo las heridas de la
pasión.

Cristo, llevado a la consumación (glorificación) se ha convertido


para los que le obedecen en autor de salvación eterna (Heb 5,
9). Causa y guía de nuestra salvación, es también el hombre
perfecto: la resurrección y la gloria son la perfección de la
naturaleza humana asumida en Cristo Jesús. De la plenitud de
vida divina en la humanidad de Jesús depende nuestra
salvación. Es el vencedor del pecado y de la muerte. Muriendo
destruyó nuestra muerte (Prefacio I de Pascua) pues murió para
resucitar (Jn 10, 17). Como el grano de trigo, que se siembra en
la tierra: su muerte es vida ya (Jn 12, 24). Decía Juan Pablo II que
la resurrección es “aquella gloria que está contenida en el
sufrimiento mismo de Cristo” (Enc. Salvifici Doloris 22) y en la
Enc. Evangelium Vitae (50) proclamaba: “¡en la cruz se
manifiesta su gloria!”. Cristo que, “a través del sufrimiento y de
la muerte en cruz, ha resucitado a la vida nueva y ha sido
glorificado” (Plegaria Eucarística V/a).

La transformación divinizante del hombre Cristo Jesús en su


glorificación le da poder para enviar a sus hermanos los
hombres el Espíritu Santo, en cuyo interior obra, haciéndolos
hijos de Dios e impulsándolos a vivir como tales. La gracia de
Cristo mediante el Espíritu transforma al hombre, al comunicarle
la vida divina, que él recibe del Padre.
Desde la eternidad el hombre ha sido pensado en Cristo, pues la
naturaleza humana, desde siempre, ha sido querida mirando al
Verbo eterno de Dios que en la plenitud de los tiempos habría de
asumirla. Alfa y omega, el primero y el último, principio y fin (Ap
22, 13) Cristo es, por tanto, cabeza de la Iglesia y de la creación:
todo fue creado por Él, que es también la cabeza del cuerpo de
la Iglesia (Col 1, 16-18). El Padre, por medio de su amado Hijo,
es creador del género humano y autor generoso de la nueva
creación (Prefacio común III).

El hombre se salva por su comunión con Cristo Jesús resucitado


y glorioso, alcanzando así su propia perfección, ya que se
humaniza totalmente con la gracia, que le transforma en su ser
y en su obrar. En Cristo habita corporalmente la plenitud de la
divinidad, y por él, que es la cabeza, hemos obtenido nuestra
plenitud (Col 2, 9): en él habita la plenitud de de ser, de vida, de
gracia, de verdad. Nuestra salvación está en vivir en comunión
con Cristo, pues “si morimos con Él, viviremos con Él” (II Tim 2,
ll). Cristo “revela plenamente el hombre al mismo hombre”,
decía Juan Pablo II, refiriéndose a la dimensión humana del
misterio de la redención (Redemptor Hominis 10).

La divinización del hombre hemos de entenderla como


deificación o participación de la naturaleza divina. Es fruto de la
encarnación del Hijo de Dios, entendida en su plenitud: incluye
la muerte y la resurrección de de Cristo. No deshumaniza al
hombre. Todo lo contrario. “En esta dimensión el hombre vuelve
a encontrar la grandeza, la dignidad y el valor propios de su
humanidad”. El hombre en cierto modo “es nuevamente creado”
(Encíclica Redemptor Hominis 10).
La Divinización del hombre llevan como título estas páginas. Es
una expresión presente en la tradición de la Iglesia desde los
Santos Padres hasta los últimos Papas. Su riqueza teológica está
recogida en la misma Liturgia y sobre ella han reflexionado los
teólogos, desde Santo Tomás hasta nuestros días.

SAGRADA ESCRITURA

SALMO 81, 6
Yo declaro: “Aunque seáis dioses,
e hijos del Altísimo todos,
moriréis como cualquier hombre,
caeréis, príncipes, como uno de tantos”.

EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 10, 34


Jesús les replicó: ¿No está escrito en vuestra Ley:
yo os digo: sois dioses?
Si la Escritura llama dioses a aquellos a quienes vino la palabra
de Dios (y no puede fallar la Escritura), a quien el Padre
consagró y envió al mundo, ¿decís vosotros que blasfema
porque dice que es Hijo de Dios?

SEGUNDA CARTA DE SAN PEDRO 1, 4b


Su divino poder nos ha concedido todo lo que conduce a la vida
y a la piedad, dándonos a conocer al que nos ha llamado con su
propia gloria y potencia.
Con eso nos ha dado los inapreciables y extraordinarios bienes
prometidos, con los cuales podéis escapar de la corrupción que
reina en el mundo por la ambición y participar de la naturaleza
divina.

OTROS TEXTOS

Evangelio según San Juan

1, 12
Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios,
si creen en su nombre.
3, 16-17
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que
no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida
eterna.
Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo,
sino para que el mundo se salve por Él.

6, 57
El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del
mismo modo, el que me come vivirá por mi.

10, 10
Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante.

Hechos de los Apóstoles

17, 28-29
En Él vivimos, nos movemos y existimos: así lo dicen incluso
algunos de vuestros poetas:Somos estirpe suya…Por tanto, si
somos estirpe de Dios…

Carta a los Romanos

8,14
Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de
Dios. Habéis recibido no un espíritu de esclavitud, para recaer
en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace
gritar: ¡Abba! (Padre).

Primera Carta a los Corintios

1, 9
Dios os llamó a participar en la vida de su Hijo Jesucristo Señor
nuestro. ¡Y Él es fiel!

Carta a los Gálatas


2, l9-20
Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo es, es Cristo
quien vive en mi.

3, 26
Porque todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús.

3, 27-28
Los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo, os
habéis revestido de Cristo. Ya no hay distinción entre judíos y
gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos sois
uno en Cristo Jesús.

4, 4-5
Pero cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo,nacido de
una mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban
bajo la Ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción.

Carta a los Efesios

1, 5-6

Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa


suya, a ser sus hijos,para que la gloria de su gracia, que tan
generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en
alabanza suya.

2, 8
Porque estáis salvados por su gracia y mediante le fe.
Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios

Carta a Tito

3, 7
Así justificados por su gracia, somos en esperanza,
herederos de la vida eterna.

Primera Carta de San Juan


3, 1
Mirad qué amor nos ha tenido el Padre, para llamarnos hijos de
Dios, pues lo somos.

3, 2
Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado
lo que seremos. Sabemos que cuando se manifieste, seremos
semejantes a Él, porque le veremos tal cual es.

4, 9
En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: En que Dios
mandó al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de
él.

SANTOS PADRES

LA DIVINIZACIÓN DEL HOMBRE EN LOS SANTOS PADRES

Carta Apostólica PATRES ECCLESIAE (JUAN PABLO II)


I. Introducción
Padres de la Iglesia se llaman con toda razón aquellos santos
que, con la fuerza de la fe, con la profundidad y riqueza de sus
enseñanzas, la engendraron y formaron en el transcurso de los
primeros siglos[1].
Son de verdad “Padres” de la Iglesia, porque la Iglesia, a través
del Evangelio, recibió de ellos la vida[2]. Y son también sus
constructores, ya que por ellos —sobre el único fundamento
puesto por los Apóstoles, es decir, sobre Cristo—[3] fue
edificada la Iglesia de Dios en sus estructuras primordiales.
La Iglesia vive todavía hoy con la vida recibida de esos Padres; y
hoy sigue edificándose todavía sobre las estructuras formadas
por esos constructores, entre los goces y penas de su caminar y
de su trabajo cotidiano.
Fueron, por tanto, sus Padres y lo siguen siendo siempre; porque
ellos constituyen, en efecto, una estructura estable de la Iglesia
y cumplen una función perenne en pro de la Iglesia, a lo largo de
todos los siglos. De ahí que todo anuncio del Evangelio y
magisterio sucesivo debe adecuarse a su anuncio y magisterio si
quiere ser auténtico; todo carisma y todo ministerio debe fluir de
la fuente vital de su paternidad; y, por último, toda piedra
nueva, añadida al edificio santo que aumenta y se amplifica
cada día[4], debe colocarse en las estructuras que ellos
construyeron y enlazarse y soldarse con esas estructuras.
Guiada por esa certidumbre, la Iglesia nunca deja de volver
sobre los escritos de esos Padres —llenos de sabiduría y perenne
juventud— y de renovar continuamente su recuerdo. De ahí que,
a lo largo del año litúrgico, encontremos siempre, con gran gozo,
a nuestros Padres y siempre nos sintamos confirmados en la fe y
animados en la esperanza.
Nuestro gozo es todavía mayor cuando determinadas
circunstancias nos inducen a conocerlos con más detenimiento y
profundidad. Eso es lo que sucede ahora al conmemorar este
año el XVI centenario de la muerte de nuestro Padre San Basilio,
obispo de Cesarea.

LA TRADICIÓN Y LOS PADRES DE LA IGLESIA

Los primeros cristianos, incluso los apóstoles, transmitieron de


viva voz las palabras y la vida de Cristo, formándose así la
tradición oral. Pero la Iglesia fue fijando por escrito sus
enseñanzas para la instrucción del pueblo y para responder a las
herejías. Así se fue formando lo que se denomina Literatura
Eclesiástica primitiva, que constituye el objeto de la Patrología.
Suele dividirse en tres períodos: el primero hasta el Concilio de
Nicea en el año 325; el segundo, hasta mediados del siglo V y el
tercer período hasta finales del siglo VII. Son cuatro los criterios
para considerar a un autor antiguo como Padre de la Iglesia:
doctrina ortodoxa, santidad de vida, aprobación de la Iglesia y
antigüedad. La Patrología estudia hasta San Isidoro de Sevilla
(560-630) en Occidente, y hasta San Juan Damasceno ( -754) en
Oriente.

AUTORIDAD DE LOS PADRES


Ya san Atanasio (328-373) en su Carta a Serapión (28-30) habla
de lo provechoso que es profundizar en el contenido de la
antigua tradición, de la doctrina y de la fe de la Iglesia católica,
“tal como el Señor nos la entregó, tal como la predicaron los
apóstoles y la conservaron los santos Padres. En ella,
efectivamente, está fundamentada la Iglesia, de tal manera que
todo aquel que se aparta de esta fe deja de ser cristiano y ya no
merece el nombre de tal”.

El Papa Benedicto XVI en su catequesis sobre San Cirilo de


Alejandría (3-X-2007) destaca el significado de los Santos Padres
en la tradición de la Iglesia: custodios de la exactitud, de la
verdadera fe, fidelidad de su teología con la tradición de la
Iglesia, en la que reconocen “la garantía de continuidad con los
apóstoles y con Cristo mismo”. Tuvo gran influencia un decreto
atribuido al Papa Gelasio I (492-496), en el que se establece el
catálogo de autores aceptados por la Iglesia. Desde entonces,
los Santos Padres son una referencia en el magisterio de la
doctrina católica. El Concilio de Trento en su decreto sobre la
recepción de los libros sagrados y las tradiciones (DS 1501-
1505) hace alusión a los Padres de doctrina ortodoxa. El Concilio
Vaticano I, en la sesión III, cap. 2, confirma el decreto tridentino
y declarando auténticamente su enseñanza, dice que a nadie le
es lícito interpretar el sentido de la Sagrada Escritura contra el
que mantiene la santa madre Iglesia ni contra el consenso
unánime de los Padres (DS 3007). En la Constitución Dogmática
del Concilio Vaticano II sobre la Divina Revelación podemos leer:
“La Iglesia camina a través de los siglos hacia la plenitud de la
verdad…Las palabras de los Santos Padres atestiguan la
presencia viva de esta Tradición, cuyas riquezas van pasando a
la práctica y a la vida de la Iglesia, que cree y ora” (DV 8). El
mimo Concilio, en el decreto “Optatam totius” sobre la
formación sacerdotal, al referirse a la enseñanza de la teología,
dice que se explique a los alumnos “la contribución de los
Padres de la Iglesia de Oriente y de Occidente a la transmisión
fiel y al desarrollo de cada una de las verdades de la revelación,
así como a la historia posterior del dogma –considerada también
su relación con la historia general de la Iglesia- (OT 16).

TEOLOGÍA PATRÍSTICA SOBRE LA DIVINIZACIÓN DEL HOMBRE

El intercambio que nos salva: Los Santos Padres, especialmente


los griegos, en múltiples ocasiones nos recuerdan que Dios se
hizo hombre para que el hombre se hiciera dios. El primero en
formularlo de modo explícito fue San Ireneo, que murió en el año
216, (Adv Haer III, 19, 1). Otros muchos posteriormente lo
expresarían de forma parecida. También ilustres Padres latinos,
como San Agustín, en el sermón 185 o San León Magno en el
sermón 26, 6 en la Natividad del Señor. Relacionada con este
intercambio salvador está la divinización, palabra utilizada por
primera vez por Clemente Alejandrino (150-216): “divinizando al
hombre”, dice en Prot. XI 114, 4. No se puede negar el influjo de
la filosofía religiosa de inspiración platónica, que presentaba la
asimilación a la divinidad como ideal del hombre.

Según la teoría de la divinización de los Padres, los griegos


principalmente, el Logos, encarnándose, pone a la naturaleza
humana en contacto con la divinidad, divinizando a esta
naturaleza y, en ella, toda la humanidad. Para ellos la
encarnación del Hijo de Dios es la causa de nuestra divinización,
sin olvidar que es la resurrección la que introduce este cambio
radical en la humanidad. Los Padres han conjugado encarnación
y resurrección como causas de la salvación del hombre, es decir,
de su divinización, (más griego) o de deificación (más latino).

Los Santos Padres formulan de diversos modos el intercambio


que nos salva: el Impasible por nosotros se hace pasible; el Hijo
de Dios se hizo hombre para participar de nuestros sufrimientos
y curarlos; Él cargó con lo peor para darnos lo mejor; Dios se
hizo hombre para que nosotros fuéramos hijos de Dios, por la
unión con el Verbo y la gracia de la adopción; para hacernos
dioses: “ El Verbo de Dios se ha hecho hombre, para que el
hombre se hiciera Dios”; casi con estas mismas palabras se
expresan San Atanasio y San Agustín.

La fundamentación bíblica: El punto de partida de la teología


cristiana sobre la divinización del hombre está en la Sagrada
Escritura. Especialmente en la Carta a los Gálatas 4, 4-5: “Al
llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de
una mujer, nacido bajo la ley, para redimir a los que estaban
bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción” (ten
uiothesían). San Pablo pone de manifiesto este intercambio
salvador también en otras cartas: Romanos 8, 3 ss; 2 Corintios
5, 2l y en le gran himno de Filipenses 2, 5-11.
La segunda Carta de San Pedro (1, 4) ejerció un enorme influjo
en los Santos Padres: es el único texto bíblico en el que aparece
esta participación en la vida divina. La “theia Physis” era
corriente en la filosofía griega y en el judaísmo helenístico. San
Pablo utiliza la palabra “koinonía” para expresar la comunión
vital del cristiano con Dios. Se trata de un don gratuito de Dios
por medio de Cristo. No es un hecho natural, como pensaban los
helenistas. La participación en la naturaleza divina es un hecho
actual, no solamente escatológico.

La Divinización y la filiación divina: estas dos expresiones


aparecen estrechamente relacionadas en numerosos
testimonios de los Padres: a los cristianos se les concede ser
dioses y ser hijos de Dios, por la gracia que adopta, no por la
naturaleza que genera. Por haber sido hechos hijos de Dios,
hemos quedado divinizados.

Para los Santos Padres la divinización tiene una claro origen


trinitario: “Por la participación en el Verbo, mediante el Espíritu,
recibimos los hombres, desde el Padre, la divinización” (San
Atanasio). Cristo: El Hijo de Dios, por su propia encarnación,
confiere a la naturaleza la gracia, la divinización, que está por
encima de la naturaleza. El nos ha glorificado. La naturaleza
humana se hace divina en Cristo y en todos los que por la fe
viven como Él nos ha enseñado. Por una enseñanza celeste el
hombre es divinizado, que, por la fe, queda injertado en Cristo,
que es la raíz, la cepa y nosotros, los sarmientos. Dios modela
en nosotros a Cristo, somos revestidos de Él. El Logos, mediante
el Espíritu, diviniza a las criaturas y a la creación. Enviando el
Espíritu a nuestras almas, nos llamamos y somos templos de
Dios y hasta dioses.

El Espíritu diviniza, porque es Dios. Nos hace hombres


espirituales y partícipes de Dios. Queda divinizado aquel en el
que está presente. Por la comunión con el Espíritu Santo somos
partícipes de la naturaleza divina, estamos unidos a la divinidad,
asimilados a Dios, porque somos portadores del Espíritu.
Iluminados por Él, nos diviniza en el bautismo y nos modela
según la plenitud de la imagen de la naturaleza divina; imprime
en nosotros, como en la cera, la imagen de Dios. La acción
misteriosa del Espíritu nos hace semejantes a Dios.

El hombre se hace Dios, porque quiere lo que quiere Dios.


Amando a Dios nos deificamos. Cada uno es lo que ama, ¿amas
a Dios?, eres Dios. El alma está divinizada porque contempla. Lo
más divino es hacer el bien. La divinidad es pureza, liberación de
las pasiones, remoción de todo mal. Si todo esto está en ti, Dios
está realmente en ti.

TEXTOS PATRÍSTICOS

SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA (+107)

1-Es justo que vosotros glorifiquéis de todas las maneras a


Jesucristo, que os ha glorificado a vosotros (Ephes 2, 2).

2-Sois, pues, vosotros y todos vuestros compañeros de viaje


deíferos, templíferos, cristíferos, santíferos (Ephes 9, 1-3).

3-Él mismo se llama en varias ocasiones “Teóforo” [Portador de


Dios]: Ephes 9, 2; Magn , Trall.
4-Hagamos, pues, todas las cosas con la fe de que Él mora en
nosotros, a fin de ser nosotros templos suyos y Él Dios nuestro
(Ephes 15, 3).

5-Aguarda al que está por encima del tiempo, al Intemporal, al


Invisible que por nosotros se hizo visible, al Impasible que por
nosotros se hizo pasible: al que por todos los modos sufrió por
nosotros (Polyc 3, 2).

6-Jesucristo es nuestro solo Maestro, ¿cómo podemos nosotros


vivir fuera de Él? (Magn 9, 1).

SAN JUSTINO (100-165)


1-El Verbo que procede del mismo Dios ingénito e inefable; pues
Él, por amor nuestro, se hizo hombre para participar de nuestros
sufrimientos y curarlos (Apol II 10,2-8).

2-Habiendo sido creados impasibles e inmortales, como Dios,


con tal de guardar sus mandamientos, y habiéndoles Él
concedido ser llamados hijos de Dios…Sea la interpretación del
salmo [81] la que vosotros queráis; aun así queda demostrado
que a los hombres se les concede llegar a ser dioses y que
pueden convertirse en hijos del Altísimo (Dial con Tryph 124, 4).

SAN TEÓFILO DE ANTIOQUÍA (+181)

Y así, si el hombre se inclina a la inmortalidad, guardando los


mandamientos de Dios, recibirá de Dios como galardón la
inmortalidad y llegaría a ser Dios (Ad Aut 2, 27).

SAN IRENEO (135-202)

1-A la manera que el olivo silvestre injertado no pierde su


naturaleza de árbol, sino que cambia la cualidad de su fruto y
también su mismo nombre…así el hombre injertado por la fe y
que ha recibido el Espíritu Santo, no pierde su naturaleza carnal,
sino que transforma la cualidad del fruto de sus obras y recibe
un nombre nuevo, que expresa su mejora. Ya no se llama carne
y sangre sino hombre espiritual (Adv Haer 1, 5).

2-Él ha derramado el Espíritu del Padre para operar la unión y la


comunión entre Dios y el hombre (Adv Haer 1, 59.

3-¿Cómo hubiéramos podido unirnos a la incorruptibilidad y a la


inmortalidad, si la incorruptibilidad y la inmortalidad no se
hubiera convertido en lo que nosotros somos, para que lo que
era corruptible fuera absorbido por la incorruptibilidad y lo que
era mortal por la inmortalidad, y para que nosotros recibiéramos
la adopción de hijos?…El Hijo de Dios se hizo hombre para que el
hombre, unido al Verbo de Dios y recibiendo la adopción, se
hiciera hijo de Dios (Adv Haer 3,19).
4-El Hijo de Dios asumió la carne para incitar al hombre a
hacerse semejante a Él (Adv Haer 3, 20).

5-El hombre que vive es la gloria de Dios, asimismo la vida del


hombre consiste en la visión de Dios (Adv Haer 4, 20).

6-¿Cómo puede el hombre llegar a ser Dios si Dios no se hace


hombre? (Adv Haer 4, 33).

7-No fuimos creados dioses desde el principio, sino primero


hombres, luego al fin dioses (Adv Haer 4, 33).

8-El Verbo de Dios… que por su inmenso amor se hizo lo que


nosotros somos para hacernos llegar a ser lo que es Él mismo
(Adv Haer 5, pref ).

9-Porque si no hubiera de salvarse la carne, en modo alguno se


habría encarnado el Verbo de Dios (Adv Haer 5, 14).

10-El Verbo de Dios se hizo hombre para que por Él recibamos la


adopción (Adv Haer 16, 3).

11-Por eso el Verbo se ha hecho hombre y el Hijo de Dios se ha


hecho hijo del hombre, para que el hombre, uniéndose al Verbo
y recibiendo la adopción, se haga hijo de Dios (Adv Haer 19,1).

CLEMENTE DE ALEJANDRÍA (150-216)

1-El Logos de Dios se hizo hombre, para que aprendas de un


hombre cómo el hombre puede llegar a ser dios (Protr, 1).

2-El Logos de Dios se hizo hombre para que también tú


aprendas de un hombre cómo el hombre puede llegar a ser dios
(Protr 8, 64).

3-Él nos ha hecho la gracia de la herencia paterna, grande,


divina y que no se pierde, divinizando al hombre por una
enseñanza celeste (Protr 11, 114).
4-El hombre que ha tenido en sí al Logos, recibe la hermosa
figura del Logos, y él mismo se embellece porque se asemeja a
Dios. Se hace Dios, porque Dios así lo quiere (Pedag 1, 5).

5-Bautizados, somos iluminados; iluminados, somos adoptados


como hijos; adoptados, llegamos a la perfección; perfectos,
venimos a ser inmortales (Pedag 1, 6).

6-El hombre habitado por el Logos…es la verdadera belleza


porque es Dios. El hombre se hace Dios porque quiere lo que
Dios quiere (Pedag 3, 19).

TERTULIANO (+220)

Dios es capaz de hacer a otros dioses y deificar a los hombres


( Apolog 11).

SAN HIPÓLITO (+ 235)

Serás partícipe de Dios y coheredero de Cristo, liberado de la


concupiscencia y de las pasiones. Has sido hecho dios…Dios ha
prometido concederte estas cosas, porque has sido deificado,
has renacido como inmortal (Adv Haer 1, 10).
Pero si, de todos modos, quieres llegar a ser dios también tú,
obedece a aquel que te ha hecho y no le resistas ahora
(Philosoph., 33).

ORÍGENES (185-255)

l-Para que la naturaleza humana, al unirse con una sustancia


más divina, se hiciese divina, no sólo en Jesucristo, sino en todos
los que, por la fe, abrazan la vida que Cristo ha enseñado, que
conduce a la amistad y a la comunión con Dios a todo el que
acomode sus costumbres a los preceptos de Jesucristo (Contra
Celsum 1, 3).

2-Así la naturaleza humana, por su comunión con la divinidad se


torna divina no sólo en Jesús, sino también en todos los que
después de creer abrazan la vida que Jesús enseñó, vida que
conduce a la amistad y comunión con Dios (Contra Celsum 1,
57).

3-Ellos [los discípulos] reconocieron que en Cristo había


empezado la unificación de la naturaleza divina con la humana,
para que la humana, gracias a esta íntima unión, se hiciera
divina, no sólo en Jesús, sino también en todos los hombres
(Contra Celsum 3, 28).

4-En Él la naturaleza divina y la naturaleza humana han


comenzado a unirse estrechamente, a fin de que, por su
comunión con lo que es más divino, la naturaleza humana llegue
a ser divina, no sólo en Jesús, sino también en todos aquellos
que, con la fe, abrazan la vida que Jesús ha enseñado y que
conduce a la amistad y comunión con Dios (Contra Celsum, 3,
28).

5-El alma está divinizada porque contempla (In Io 32, 27).

SAN METODIO DE OLIMPO (+311)


Cristo no ha venido a cambiar o a transformar la naturaleza
humana, sino a conducirla allí donde se encontraba antes de la
caída, a la inmortalidad (De res. I, 49).

SAN HILARIO DE POITIERS (+367)


1-Sólo en Cristo, Hijo de Dios e Hijo del hombre, la humanidad
encuentra salvación. Al asumir la naturaleza humana, unió
consigo a todo hombre. Asumió en sí la naturaleza de toda carne
y, convertido así en la vida verdadera, es la raíz de todo
sarmiento (Tract in Ps 51, 16).
2-Realmente estamos llenos de Él, lo mismo que Él está lleno de
la divinidad (De Trinit 9, 3).

DÍDIMO DE ALEJANDRÍA (314-398): Si por el bautismo junto con


Dios Padre y su Hijos, el Espíritu Santo nos conduce a la imagen
primera, si, comunicándose a nosotros, causa nuestra adopción
y nuestra divinización y si ninguna criatura tiene el poder de
adoptar y de divinizar ¿cómo no es Dios? (De Trinitate, III, 2; PG
39, 801d-804ª).

SAN ATANASIO (328-373)


1-Por medio del Espíritu todos nosotros somos llamados
partícipes de Dios…Entramos a formar parte de la naturaleza
divina mediante la participación en el Espíritu…He aquí por qué
el Espíritu diviniza a aquellos en quienes se hace presente (Ep
ad Serap 1, 14).

2-Si por la comunicación del Espíritu somos partícipes de la


naturaleza divina, sería necio decir que el Espíritu es de
naturaleza creada y no de la naturaleza de Dios. Aquellos en
quienes Él está, son divinizados. Pues si diviniza, no hay dudas
que su naturaleza es la de Dios (Ep ad Serap 1, 24).

3-Participando en el Espíritu, participamos de la naturaleza


divina. Pues si el Espíritu diviniza es indudable que su naturaleza
es divina (Ep ad Serap 4).

4-En el Espíritu Santo glorifica el Logos la creación, al conducirla


al Padre mediante la divinización y admisión a la adopción…
Mediante Él diviniza el Logos a las criaturas…A través de Él la
creación es divinizada ( Ep ad Serap 25).

5-El Verbo al asumir la carne, no quedó disminuido, antes bien,


convirtió en divino lo que revistió…Sólo por la participación en el
Verbo mediante el Espíritu reciben [los hombres] desde el Padre
esta gracia [la divinización] (Adv Ar 1,42).

6-El Verbo se hizo carne para hacer al hombre capaz de recibir la


divinidad (Adv Ar 2, 59).

7-Si el Hijo no fuera verdadero Dios, el hombre unido a una


criatura, no podría ser divinizado (Adv Ar 2,70).

8-Dios se hizo portador de carne [sarcóforo] para que el hombre


se hiciera portador del Espíritu [pneumatóforo] (Adv Ar 8).
9-Por la gracia del Espíritu que nos ha sido concedida estamos
en Él y Él en nosotros…mediante la participación en el Espíritu
estamos unidos a la divinidad (Adv Ar 24).

10-Del mismo modo que el Señor se hizo hombre asumiendo el


cuerpo, así nosotros los hombres somos asumidos por el Logos
en su carne y divinizados (Adv Ar 34).

11-Cristo no fue antes hombre y luego Dios, sino viceversa:


siendo Dios se hizo hombre para hacernos dioses (Adv Ar 39).

12-Con relación al Verbo dice San Atanasio: El hombre no podría


quedar divinizado mediante su unión con una cosa creada (Adv
Ar 70).

13-El [Cristo] es Hijo de Dios por naturaleza, nosotros por gracia


(De Incar Verbi 8).
14-El Verbo de Dios se ha hecho hombre para que el hombre se
hiciera Dios (De Incar Verbi 54, 3).

15-Tenemos la suma de todos los bienes por el bautismo:


recibimos el perdón de los pecados, la santificación, la
participación en el Espíritu, la adopción de hijos, la vida eterna
(In Act Apost Hom 40, 2).

16-La pureza del alma tiene el poder de reflejar a Dios en ella (C.
Gent 2, 8).

SAN BASILIO DE CESAREA (329-379)


1-Las almas portadoras del Espíritu, iluminadas por el Espíritu…
de ahí la ciudadanía celestial, la danza con los ángeles, la
alegría interminable, la permanencia en Dios, la asimilación a
Dios y el deseo supremo de hacerse Dios….Él [el Espíritu Santo]
iluminando a aquellos que se han purificado de toda mancha, los
hace espirituales por medio de la comunión con Él…Así las
almas que llevan el Espíritu se hacen plenamente espirituales…
De ahí el cumplimiento de los deseos: convertirse en Dios (De
Spiritu Sancto 9, 23).
2-Y así el que no vive ya según la carne, sino que es conducido
por el Espíritu de Dios, es llamado hijo de Dios y se conforma a
la imagen del Hijo de Dios(De Spiritu Sancto 26, 61).
3-¿Cómo no va a ser Dios quien hace dioses a los hombres? (Adv
Eunom 3, 5).

SAN GREGORIO NACIANCENO (+390)


l-Tratemos de ser como Cristo, pues también Cristo se hizo como
nosotros: Tratemos de ser dioses por medio de Él, pues Él mismo
se hizo hombre por nosotros. Cargó con lo peor, para darnos lo
mejor (Orat 1, 5).
2-El sacerdote haciéndose como Dios diviniza a otros (Orat 2, 71
y 73).
3-Si el Espíritu no debe ser adorado, ¿cómo es que puede
divinizarme por el bautismo? (Orat 5, 28).
4-Un gran misterio me envuelve y me penetra. Pequeño soy y al
mismo tiempo grande, exiguo y sublime, mortal e inmortal,
terreno y celeste. Con Cristo soy sepultado, y con Cristo debo
resucitar; estoy llamado a ser coheredero de Cristo e hijo de
Dios; llegaré incluso a ser Dios mismo (Orat 7, 23).
5-Reconoce de dónde tienes lo que eres: hijo de Dios,
coheredero de Cristo y para hablar con más audacia, incluso has
sido hecho Dios (Orat 14, 23).
6-Conviértete en Dios para el desventurado, imitando la
misericordia de Dios (Orat 14, 26).
7-Lo más divino en el hombre es hacer el bien. Tienes, por tanto,
la posibilidad de hacerte Dios sin gran trabajo: no dejes pasar
esta ocasión de divinización (Orat 17, 9)
8-Si el Espíritu no es Dios, si no tiene derecho a mi adoración,
¿cómo puede divinizarme?…Si es del mismo rango que yo,
¿cómo me hace Dios o cómo me une a la divinidad? (Orat 31, 4).
9-Si el Espíritu Santo no es Dios, que primero se divinice y luego
me divinice (Orat 34, 12).
10-El hombre es un ser viviente capaz de ser divinizado (Orat
45, 7).
11-Lo que no ha sido asumido no ha sido curado (Ep 101, 32).
12-Llegar a ser dios, un dios hecho, es verdad, pero lleno de luz
suprema (Poem moral., 10).

SAN MACARIO DE EGIPTO (300-390)


1-El Señor ha venido para cambiar y recrear nuestras almas,
para hacerles participar de la naturaleza divina, como está
escrito, para dar a nuestra alma un alma celestial, a saber, el
Espíritu de la divinidad, para cnducirnos a través de las virtudes,
para que nosotros podamos vivir la vida eterna (Homilía IV).
2-Por la fuerza del Espíritu y el nuevo nacimiento espiritual…el
hombre llega a ser más grande que el primer Adán, porque el
hombre es deificado (Homilía XXVI).
3-En la oración por la cual somos dignos de llamar a Dios Padre,
se nos da la verdadera filiación adoptiva en la gracia del Espíritu
Santo; en la santa participación de los inmaculados misterios de
vida se nos da la comunión y la identidad con él, recibida
participadamente por semejanza, y por ella, el hombre es
juzgado digno de pasar a ser de hombre a Dios (Mystagogia, C.
24).

SAN GREGORIO DE NISA (+396)


1-Dios se ha mezclado a nuestra naturaleza, a fin de que,
gracias a su mezcla con lo divino, nuestra naturaleza llegue a
ser divina (Orat Cat 25).
2-El Dios que se ha manifestado se ha mezclado a la naturaleza
perecedera, a fin de que, por su participación en la divinidad, la
humanidad fuera con-divinizada (Orat Cat 37).
3-Por la unión con aquel que es inmortal también el hombre se
hace partícipe de la incorrupción (Orat Cat 37).
4-Dios mismo modela el bloque…limando y puliendo nuestro
espíritu, forma en nosotros a Cristo (In Ps 2, 11).
5-El llegar a ser semejantes a Dios no es obra nuestra, ni
resultado de una potencia humana, es obra de la generosidad de
Dios, que desde su origen ofreció a nuestra naturaleza la gracia
de la semejanza con él (De virginitate 12, 2).
6-Para el alma no se trata de conocer algo de Dios, sino de tener
a Dios en sí misma…La divinidad es pureza, es liberación de las
pasiones y remoción de todo mal: si todo esto está en ti, Dios
está realmente en ti (De beatitudinibus 6).

SAN AMBROSIO (340-397)


l-Cristo envía el Espíritu Santo a las almas de los creyentes y
hace que more en ellos…Cuando por la santificación somos
configurados a su imagen, somos formados a imagen de Dios…y
así nos llamamos y somos templos de Dios y hasta dioses…Nos
llamamos también dioses porque por la unión con Él somos
hechos partícipes de la naturaleza divina (De Spiritu Sancto 1).

SAN JUAN CRISÓSTOMO (+407)


l-El Logos se hizo hijo del hombre, siendo Hijo de Dios por
generación, para hacer hijos de Dios a los hijos de los hombres
(In Io Hom 11, 1).
2-Por eso se mezcla Él con nosotros y por eso injerta su cuerpo
con nosotros: así nos haremos uno con Él como un cuerpo unido
a su cabeza (In Io Hom 46).
3-Yo [dice Cristo] estoy identificado, entretejido contigo. No
quiero que en adelante haya nada en medio de nosotros: deseo
ser uno contigo (In Tim Hom 15).

TEODORO DE MOPSUESTIA (350-428)


l- Así nos uniremos todos en la comunión con los santos
misterios y, por medio de ella, nos uniremos a nuestra cabeza,
nuestro Señor Cristo, del que –como creemos- somos el Cuerpo
y por el que obtenemos la comunión con la naturaleza divina [ 2
Pe 1, 4] (Hom 16, 13).

SAN AGUSTÍN (+430)


l-De no haberse tu Verbo hecho carne y habitado entre nosotros,
hubiéramos podido juzgarlo apartado de la naturaleza humana y
desesperar de nosotros (Conf 10, 43).
2-Porque el único Hijo de Dios por naturaleza se hizo hombre por
misericordia, para que nosotros, que somos hijos de hombre por
naturaleza, por gracia y mediación suya nos hiciéramos hijos de
Dios (De Civ Dei 21, 15).
3-Nosotros hemos sido hechos su Cuerpo y por su misericordia
somos lo que recibimos (Ser 6).
4-Sois lo que recibís, por la gracia con que habéis sido redimidos
(Ser 7).
5-Nuestro Señor Jesucristo quiso nacer hoy en el tiempo para
conducirnos hasta la eternidad del Padre. Dios se hizo hombre
para que el hombre se hiciera Dios (Ser 13).
6-Amando a Dios nos deificamos (Ser 121, 1).
7-Por tanto, nosotros somos Él mismo, porque somos sus
miembros, porque somos su cuerpo, porque Él es nuestra
cabeza, porque cabeza y cuerpo hacen el Cristo total (Ser 133,
8).
8-Dios te quiere hacer Dios, no por naturaleza como es aquel a
quien engendró, sino por don y adopción (Ser 166, 4).
9-Para divinizar a aquellos que son hombres, Él que era Dios se
hizo hombre (Ser 192, 1).
10-Aquel Hijo, que siendo Hijo de Dios, vino para hacerse hijo del
hombre y para darnos a nosotros, que éramos hijos del hombre,
hacernos hijos de Dios (Ep 140, 3).
11-Al tomar la naturaleza de los hijos de los hombres, Él ha
extendido por adopción su propia naturaleza a los hijos de los
hombres…Descendió Él para que nosotros ascendiéramos y
permaneciendo en su naturaleza se hizo partícipe de nuestra
naturaleza para que nosotros permaneciendo en nuestra
naturaleza nos hiciéramos partícipes de su naturaleza (Ep 140,
4).
12-Revestidos como estamos de Cristo, somos todos Cristo, con
nuestra cabeza (En in Ps 3).
13-Llamó dioses a los hombres, deificados por su gracia, no
nacidos de su sustancia…Si hemos sido hechos hijos de Dios,
somos también dioses, pero esto por la gracia que adopta, no
por la naturaleza que genera (En in Ps 40).
14-Si hemos sido hechos hijos de Dios, hemos sido también
hechos dioses; pero por donación gratuita de Dios, no por
generación de sustancia (En in Ps 49).
15-Dios llama dioses a los que Él ha deificado sin haberlos
engendrado de sus sustancia…Sólo deifica aquel que es Dios por
sí mismo y no por la participación de otro…
El que justifica, deifica, porque al justificar a los hombres los
hace hijos de Dios…Si nosotros hemos venido a ser hijos de
Dios, es que hemos llegado a ser también dioses, por la gracia
de la adopción, se entiende, y no por la naturaleza de la
generación…Pues no hay más que un Hijo de Dios que sea Dios
y con el Padre, un solo Dios…los otros que han sido hechos
dioses se aprovechan de su gracia, no nacen de sus sustancia
para ser lo que Él es (En in Ps 42).
16-El que justifica, deifica, pues justificando hace hijos de Dios…
Es evidente que llamó dioses a quienes quedaron deificados por
su gracia, pero no nacieron de su sustancia.
Sólo puede justificar quien es justo por sí mismo, sin que reciba
la justicia, ya que por la justificación, hace que los hombres se
conviertan en hijos de Dios…Si hemos sido hechos hijos de Dios,
hemos quedado deificados y esto únicamente por gracia de
quien nos adoptó, pero no por la naturaleza de quien nos ha
engendrado (En in Ps 49).
17-Yo dije: Dioses sois e hijos todos del Altísimo. Claro es que
llamó dioses a los hombres deificados con su gracia, no nacidos
de su sustancia. Porque justifica el que por sí mismo y no por
otro es justo, y diviniza el que es Dios por sí mismo y no por
ajena participación (En in Ps 49).
18-El Hijo de Dios se ha hecho partícipe de nuestra condición
mortal, para que el hombre pueda tener parte de la divinidad
(En in Ps 52).
19-Porque no nos hubiéramos hecho partícipes de su divinidad si
Él no se hubiera hecho partícipe de nuestra mortalidad (En in Ps
118).
20-Congratulémonos y demos gracias a Dios no sólo por haber
sido hechos cristianos, sino Cristo…Pues si Él es nuestra cabeza,
nosotros somos sus miembros (In Io Ev 2l).
21-No está Cristo [sólo] en la cabeza y no en el cuerpo, sino que
Cristo entero está en la cabeza y en el cuerpo (In Io Ev 28).
22-Pues de una misma naturaleza son la cepa y los sarmientos;
por lo cual, siendo Dios, cuya naturaleza nos es extraña a
nosotros, se hizo hombre de modo que en Él la naturaleza
humana fuese la cepa, de la que pudiésemos ser sarmientos
nosotros los hombres (In Io Ev 80).
23-Cada uno es lo que es su amor… ¿Amas a Dios? No me
atrevo a decirlo por mi autoridad, escuchemos la escritura: Yo he
dicho dioses sois e hijos todos del Altísimo [Sal 82, 6; Jn 10, 36]
(In Ep Io 2).
24-¿Amas la tierra? Te harás tierra. ¿Amas a Dios? Serás Dios (In
Ep Io 2).
25-¿Comenzaste a amar a Dios? Ya comenzó Dios a habitar en ti
(In Ep Io 8).
26-Por ti se hizo Cristo temporal, para que tú seas eterno (In Ep
Io 10).

SAN CIRILO DE ALEJANDRÍA (370-444)


1- Nacido de mujer según la carne, se ha apropiado el cuerpo
(tomado) de ella, a fin de injertarse él mismo en nosotros por
una unión indisoluble y hacernos más fuertes que la muerte y la
corrupción (In Luc 5, 19).
2-Por Cristo ascendemos a una dignidad por encima de la
naturaleza, pero no seremos hijos de Dios como Él sin diferencia,
sino como Él por gracia, según imitación, pues Él es el Hijo
verdadero que existe del Padre, nosotros adoptivos por
benignidad, recibiéndolo como gracia: “Yo dije: dioses sois e
hijos del Altísimo todos” [Ps 81, 9] (In Ev Io 1).
3-Del mismo modo que se amasan los trozos de cera y se les
pone a derretir al fuego para convertirlos en un solo trozo, así
está Él en nosotros y nosotros en Él después de recibir su cuerpo
y su preciosa sangre (In Ev Io 10, 2).
4-La eucaristía es el medio que la sabiduría del Hijo ha ideado
para unirnos y fundirnos con Dios y entre nosotros, aunque por
nuestros cuerpos y almas seamos siempre seres particulares (In
Ev Io 11, 11).
5-La comunicación del Espíritu Santo da al hombre la gracia de
ser modelado según la plenitud de la imagen de la naturaleza
divina (Thes de Trinit 13).
6-Las mismas cosas que se hallan en Cristo derivan también a
nosotros (Thes de Trinit 24).
7-¿Cómo puede decirse hecho a aquel que imprime en nosotros
la imagen de la esencia divina y fija en nuestras almas el
distintivo de la naturaleza increada? El Espíritu Santo no diseña
en nosotros la esencia divina a la manera de un pintor –sería
distinta de él- ; no nos hace a imagen de Dios de esta manera.
Porque es Dios y procede de Dios, se imprime como en la cera,
en los corazones de los que le reciben, a la manera de un sello,
invisible; por esta comunicación y asimilación con él, devuelve a
la naturaleza humana su belleza original y rehace el hombre a la
imagen de Dios (Thes de Trinit 34).
8-Aunque rico, se ha hecho pobre, otorgándonos sus propias
riquezas y teniéndonos a todos en sí mismo por la carne que ha
asumido (Ad Nestor, 1).

SAN PROCLO DE CONSTANTINOPLA (+446)


1-Si no se hubiera revestido de mi, no me habría salvado. Al
encarnarse en el seno de la Virgen se vistió de condenado. Allí
se produjo el admirable intercambio: dio el Espíritu y tomó la
carne (Hom I de V M 8).

SAN PEDRO CRISÓLOGO (+450)


1-¿Qué provoca más estupor: que Dios se haya dado a la tierra,
que haya asociado a sí nuestra carne o que nos asocie a su
divinidad?…El abajamiento de la divinidad hacia nosotros es ago
tan grande que la criatura no sabe de qué maravillarse más: de
que Dios se haya abajado a nuestro estado de siervos o que él,
con un rasgo de su poder infinito, nos haya elevado a la
dignidad de su misma divinidad (Ser 67).
2-¿Cómo pues los que no nacieron con tal naturaleza celestial
llegaron a ser de esta naturaleza y no permanecieron tal cual
habían nacido, sino que perseveraron en la condición en que
habían renacido? Esto se debe, hermanos, a la acción misteriosa
del Espíritu para que aquellos vuelvan a nacer en condición
celestial y lleguen a ser semejantes a su mismo Creador (Ser
117).

SAN LEÓN MAGNO (440-46l)


1-El Hijo de Dios al cumplirse la plenitud de los tiempos asumió
la naturaleza del género humano para reconciliarla con su
Creador…Despojémonos, por tanto del hombre viejo con todas
sus obras y ya que hemos recibido la participación de la
generación de Cristo, renunciemos a las obras de la carne…
Reconoce cristiano tu dignidad y, puesto que has sido hecho
partícipe de la naturaleza divina, no pienses en volver con un
comportamiento indigno a las antiguas vilezas(Ser 1, 1-3 in
Nativ Dom,)
2-La participación del cuerpo y de la sangre de Cristo no hace
sino transformarnos en aquello que asumimos; y llevamos por
completo así en la carne como en el espíritu, a Aquel mismo, en
el cual hemos muerto y hemos sido sepultados y resucitados
(Ser 64, 7 de Pass Dom).
DIONISIO AREOPAGITA (Siglos V-VI): La salvación no es posible
sino por divinización de los que son salvados: la divinización es
la semejanza y unión a Dios en cuanto es posible (De
Eclesiastica Hierarchia I, 3).
Dios nos ha hecho la misericordia de venir a nosotros y
uniéndonos a Él, nos asimila, como hace el fuego, a todos
aquellos que Él ha admitido a su unión en la medida de su
propia aptitud para recibir la divinización (Hier Eccl II, 2, l).
Los ministros santísimos de las cosas santas y los asistentes
devotos que miran con veneración el Sacramento de los
sacramentos, celebran en el himno universal al Príncipe
benefactor y dador de bienes, del cual se nos han revelado los
ministros salvadores que producen la sagrada divinización de los
iniciados (De Eclesiástica Hierarchia III, III, 7).
Toda operación sacramental consiste en unificar deificando
nuestras vidas dispersas, en semejanza a la conformidad divina,
todo aquello que en nosotros está dividido, en hacernos entrar
en este modo en comunión y unión con el Uno (De Eclesiástica
Hierarchia, PG 3, 424 D).

LEONCIO DE JERUSALÉN (500-536)


La carne jamás ha subsistido sin Dios y por ella misma en una
simple naturaleza propia; en ella no hay nada despojado de la
divinidad (Adv.Nest. IV, 37).
SAN MÁXIMO EL CONFESOR (580-662)
1-El hombre se hace Dios en cuanto Dios se hace hombre (PG
91, 101).
2-Dios se hace todo en nosotros…lo que nos pertenece es la
buena disposición de la voluntad (Ad Thalas 54).
3-Por su propia encarnación [el Hijo] confiriendo a la naturaleza
la gracia que está por encima de la naturaleza, la divinización
(Ad Thalas 61).
4- Y Dios nos divinizó por la gracia tanto cuanto Él por la
dispensación (economía) se hizo hombre en la naturaleza (Ad
Thalas, PG 90,725c).

5-La ley de la gracia es un principio sobrenatural que transforma


inmutablemente la naturaleza hacia la divinización (Ad Thalas,
90).
6-Si la obra del designio divino es la divinización de nuestra
naturaleza y si el fin de os pensamientos divinos es conducir a
término lo que buscamos en nuestra vida, entonces, entonces
conviene conocer, practicar y poner por escrito
convenientemente la potencia de la oración del Señor
(Interpretación del Padre Nuestro, prólogo).
7-Por la degustación de este alimento, saben por conocimiento
verdadero que el Señor es bueno, él, que mezcla a quienes
comen de él con una cualidad divina, para divinizarlos, de
manera que es y es llamado, con toda caridad, pan de vida y de
potencia (Interpretación del Padre Nuestro).
8-Hagámonos dioses por su gracia, por eso Él se hizo hombre,
siendo Dios y Señor por naturaleza (Diálogo Ascético, 43).
9-¿Qué es más deseable para los que son dignos de la
divinización, según la cual Dios, unido con los que han sido
hechos dioses, hace todo suyo por bondad? (PG 91, 1088c).
10-Si Dios, el Logos de Dios Padre, se hizo Hijo del hombre y
hombre para hacer dioses e hijos de Dios a los hombres,
creamos que estaremos allí donde Él está ahora (Theol. Et
oecon. 2, 25).
11-Porque Dios se ha hecho hombre, el hombre puede
convertirse en Dios (Cap. Teol. et eco., PG 90, 1165).
12-La gracia de la divinización es no-relativa, ni tiene la
naturaleza poder capaz de producirla, de lo contrario no sería
una gracia, sino la manifestación de una operación de su poder
natural. Así lo que sucedería no sería algo extraordinario, si la
divinización fuera según efecto del poder de la naturaleza capaz
de producirla… El hombre que se ha hecho en todo obediente a
Dios, es llamado dios (Amb; PG 91, 1237ab).
13-La potencia que diviniza al hombre en Dios por amor a Dios,
y humaniza a Dios en el hombre por amor al hombre y produce
la bella conversión, el hombre se hace Dios por la divinización
del hombre, y Dios hombre, por la encarnación de Dios (Amb; PG
91, 1084cd.).
14-El hombre, fortalecido por el amor, se diviniza ( Amb; PG 91,
1113 BC.
15-No era posible que el hombre creado, se manifestara hijo de
Dios y Dios según la divinización por la gracia, sin antes haber
sido engendrado según la voluntad por el Espíritu (Amb; PG 91,
1345 d)
16-Así ellos pueden ser y ser llamados dioses por divinización, a
causa del Dios que, todo Él, los colma totalmente, no dejando
nada de ellos vacío de su presencia (Myst 21; PG 21, 697a).
17-El hombre divinizado es imagen y manifestación de la luz
invisible (Myst 23; PG 91, 701c).
18-Nada es más divino que el amor divino…el misterio de la
caridad, el cual nos hace de hombres, dioses (Ep 2; PG 91,
393bc).
19-La divina y feliz caridad…une a Dios y manifiesta como dios a
quien ama a Dios (Ep. 2; PG 91, 397b).
20-Como revestidos de Cristo y hechos cristos…(Ep. 4; PG 91).
21-Pues para eso nos ha creado, para que participemos de su
naturaleza divina y seamos partícipes de su eternidad y
aparezcamos como semejantes a Él por la divinización por
gracia (Ep. 24; PG 91, 609c).

SAN ANASTASIO SINAÍTA (+700)


La divinización es la elevación hacia lo mejor, no es una
disminución ni una transformación de la naturaleza (Hodegos II,
7, 8-9; PG 89, 77B).

SAN JUAN DAMASCENO (+754)


1-Asumió Él mismo nuestra pobre y débil naturaleza para
purificarnos, hacernos incorruptibles y partícipes de nuevo de su
propia divinidad (De Fide Orthod 4, 13).

EL TESTIMONIO DE LA LITURGIA

LEX ORANDI LEX CREDENDI

“Cuando la Iglesia celebra los sacramentos confiesa la fe


recibida de los apóstoles, de ahí el antiguo adagio: Lex orandi
lex credendi. La ley de la oración es la ley de la fe, la Iglesia cree
como ora” (Catecismo de la Iglesia Católica 1124). Ya en el siglo
V Próspero de Aquitania decía: “la ley de la oración determina la
ley de la fe” (Ep. 217; Cf. Denz.-Sch. 246). Y el Concilio Vaticano
II, en la Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación,
enseña que “la Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto,
conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo que cree”
(DV 8). Juan Pablo II, en su audiencia del 28 de julio de 1982,
refiriéndose al “texto-clave y clasico” –gran misterio es éste- de
la Carta a los Efesios (5, 22-33) dice que es “un texto muy
conocido en la liturgia, en la que aparece siempre relacionado
con el sacramento del matrimonio. La lex orandi de la Iglesia ve
en él una referencia explícita a este sacramento: y la lex orandi
presupone y al mismo tiempo expresa siempre la lex credendi”.
El Papa Benedicto XVI en la Exhortación Apostólica
“Sacramentum Caritatis” (22-II-2007) se refiere a la relación
intrínseca entre fe eucarística y celebración, así como al nexo
existente entre lex orandi y lex credendi: “La reflexión teológica
nunca puede prescindir del orden sacramental instituido por
Cristo mismo”. Y citaba la Relación nº 4 post disceptationem de
la XI Asamblea General del Sínodo de los Obispos del año 2005:
“El intellectus fidei está originariamente siempre en relación con
la acción litúrgica de la Iglesia” (SC 34).
El Concilio Vaticano II, en el decreto “Optatam totius” sobre la
formación sacerdotal, dice que se disponga la enseñanza de la
teología dogmática de tal manera que también aprendan a
reconocer los misterios de la salvación “siempre presentes y
operantes en las acciones litúrgicas y en toda la vida de la
Iglesia” (OT 16).
Los textos litúrgicos que recogemos hacen referencia al
admirable intercambio que nos salva: Dios se hace hombre,
toma la naturaleza humana, para que nosotros participemos de
la naturaleza divina; el Hijo de Dios asume nuestra humanidad,
para que nosotros participemos de su divinidad; se hace hijo de
los hombres, para que los hombres puedan llegar a ser hijos de
Dios. La liturgia utiliza varias expresiones: el cristiano participa
de la vida divina, vida eterna, de la gloria de su inmortalidad, de
su divinidad; compartimos su divinidad, la naturaleza divina, la
vida inmortal, su condición divina. Somos hechos partícipes ya
en esta vida de los bienes eternos de su Reino, de los bienes del
cielo, de la misma gloria. Participamos de la vida divina del Hijo,
de su divinidad.
A la adopción filial hacen referencia también los textos
litúrgicos: somos hijos de Dios, por el bautismo. En Cristo hemos
renacido a una vida nueva, hemos sido transformados a su
imagen. La gracia nos modela a imagen de Cristo. Estamos
llamados a alcanzar la plenitud de la adopción filial, que hemos
recobrado. Nos llamamos y somos hijos de Dios.
TEXTOS LITÚRGICOS

I-MISAL

OFERTORIO
El agua unida al vino sea signo de nuestra participación en la
vida divina de quien ha querido compartir nuestra condición
humana.

CANON
l-Plegaria Eucarística I: Reunidos en comunión con toda la
Iglesia, para celebrar el domingo, día en que Cristo ha vencido a
la muerte y nos ha hecho partícipes de su vida inmortal…
2-Plegaria Eucarística II: Acuérdate, Señor, de tu Iglesia
extendida por toda la tierra y reunida aquí en el domingo, día en
que Cristo ha vencido a la muerte y nos ha hecho partícipes de
su vida inmortal.
3-Plegaria Eucarística III: Atiende los deseos y súplicas de esta
familia, que has congregado en tu presencia, en el domingo, día
en que Cristo ha vencido a la muerte y nos ha hecho partícipes
de su vida inmortal.

PREFACIOS
l-Prefacio II de Navidad: “…en el misterio santo que hoy
celebramos Cristo el Señor sin dejar la gloria del Padre, se hace
presente entre nosotros de un modo nuevo: el que era invisible
en su naturaleza se hace visible para adoptar la nuestra. El
eterno, engendrado antes del tiempo, comparte nuestra vida
temporal para asumir todo lo creado.
2-Prefacio III de Navidad: Por Cristo Señor nuestro hoy
resplandece ante el mundo el maravilloso intercambio que nos
salva, pues al revestirse tu Hijo de nuestra frágil condición no
sólo confiere dignidad eterna a la naturaleza humana, sino que
por esta unión admirable nos hace a nosotros eternos .
3-Prefacio de la Epifanía del Señor: Porque hoy has revelado en
Cristo, para luz de los pueblos, el verdadero misterio de nuestra
salvación, pues al manifestarse Cristo en nuestra carne mortal
nos hiciste partícipes de la gloria de su inmortalidad.
4-Prefacio del IV domingo de Cuaresma: Cristo Señor nuestro,
que se hizo hombre, a los que nacieron esclavos del pecado, los
hizo renacer por el bautismo, transformándolos en tus hijos
adoptivos.
5-Prefacio II de la Ascensión del Señor: …y ante los ojos de sus
discípulos fue elevado al cielo para hacernos compartir su
divinidad.
6-Prefacio II Dominical del Tiempo Ordinario: El cual,
compadecido del extravío de los hombres, quiso nacer de la
Virgen, sufriendo la cruz, nos libró de eterna muerte y
resucitando nos dio vida eterna.
7-Prefacio III Dominical del Tiempo Ordinario: Porque
reconocemos como obra de tu poder admirable no sólo haber
socorrido nuestra débil naturaleza con la fuerza de tu divinidad,
sino haber previsto el remedio en la misma debilidad humana.
8-Prefacio en la celebración del Matrimonio B: Porque
estableciste la nueva alianza con tu pueblo, para hacer
partícipes de la naturaleza divina y coherederos de tu gloria a
los redimidos por la muerte y resurrección de Jesucristo.
8-Prefacio II de difuntos: … es más quiso entregar su vida para
que todos tuviéramos vida eterna.

RITO DE LA COMUNIÓN (Antes del Padre nuestro)


l-Llenos de alegría por ser hijos de Dios, digamos confiadamente
la oración que Cristo nos enseñó.
2-El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con
el Espíritu Santo que se nos ha dado.

BENDICIÓN SOLEMNE EN TIEMPO PASCUAL


El Dios, que por la resurrección de su Unigénito os ha redimido y
adoptado como hijos, os llene de alegría con sus bendiciones.

ORACIONES
1-Tiempo de Adviento:
Colecta del l7 de diciembre:… escucha nuestras súplicas y que
Cristo, tu Unigénito, hecho hombre por nosotros, se digne
hacernos partícipes de su condición divina.
Oración sobre las Ofrendas del l8 de diciembre:…para que
participemos de la vida inmortal de tu Hijo, que nos curó de la
muerte, al asumir nuestra mortal naturaleza.

2-Tiempo de Navidad:
Oración sobre las Ofrendas de la misa de media noche de
Navidad:…haznos partícipes de la divinidad de tu Hijo, que al
asumir la naturaleza humana, nos ha unido a la tuya de modo
admirable.
Colecta de la misa del día de Navidad:…concédenos compartir la
vida divina de aquel que hoy se ha dignado compartir con el
hombre la condición humana.
Oración después de la Comunión de la misa del día de Navidad:
…hoy nos ha nacido el Salvador para comunicarnos la vida
divina, humildemente te pedimos que nos haga igualmente
partícipes del don de su inmortalidad.
Colecta del sábado del tiempo de Navidad:…concédenos que así
como él comparte con nosotros, naciendo de la Virgen, la
condición humana, nosotros consigamos en su reino participar
un día de la gloria de su divinidad.
Colecta del martes antes de la solemnidad de Epifanía: Dios
todopoderoso, tú has dispuesto que por el nacimiento de tu Hijo,
su humanidad no quedara sometida a la herencia del pecado:
por este admirable misterio, humildemente te rogamos que
cuantos hemos renacido en Cristo a una vida nueva, no
volvamos otra vez a la vida caduca de la que nos sacaste.
Colecta del martes después de la solemnidad de Epifanía: Señor,
Dios nuestro, cuyo Hijo se manifestó en la realidad de nuestra
carne, concédenos poder transformarnos interiormente a
imagen de aquel que hemos conocido semejante a nosotros en
su humanidad.
Colecta del sábado después de la solemnidad de Epifanía: Dios
todopoderoso y eterno, tú que nos has hecho renacer a una vida
nueva por medio de tu Hijo, concédenos que la gracia nos
modele a imagen de Cristo, en quien nuestra naturaleza mortal
se une a tu naturaleza divina.
Colecta de la fiesta del Bautismo del Señor (2ª): Señor, Dios
nuestro, cuyo Hijo se manifestó en la realidad de nuestra carne,
concédenos poder transformarnos interiormente a imagen de
aquel que hemos conocido semejante a nosotros en su
humanidad.

3-Tiempo de Cuaresma:
Oración después de la Comunión del II Domingo de Cuaresma:…
al darnos en este sacramento el cuerpo glorioso de tu Hijo nos
haces partícipes, ya en esta vida, de los bienes eternos de tu
reino.
Oración después de la Comunión del Domingo III de Cuaresma:
Alimentados ya en la tierra con el pan del cielo, prenda de
eterna salvación, te suplicamos, Señor, que se haga realidad en
nuestra vida lo que hemos recibido en este sacramento.
Oración sobre las Ofrendas del lunes IV: Señor, concédenos
recibir todo el fruto de estas ofrendas que te presentamos, para
que muera en nosotros el antiguo poder del pecado y nos
renovemos con la participación en tu vida divina.
En numerosas oraciones de las ferias de Cuaresma pedimos a
Dios que la Eucaristía sea para nosotros fuente de vida eterna,
nos alcance los bienes de la vida futura, nos haga partícipes de
las alegrías del cielo, sea causa de salvación eterna, germen de
la vida inmortal, para alcanzar los dones del cielo, nos haga
partícipes de la vida eterna.

4-Tiempo de Pascua:
Oración después de la Comunión del miércoles II:…haz, Señor,
que vivamos ya desde ahora la novedad de la vida eterna.
Colecta del martes IV: Te pedimos, Señor todopoderoso, que la
celebración de las fiestas de Cristo Resucitado aumente en
nosotros la alegría de sabernos salvados.
Oración después de la Comunión del jueves IV: Dios
todopoderoso y eterno, que en la resurrección de Jesucristo nos
has hecho renacer a la vida eterna.
Colecta del martes V: Señor, tú que en la resurrección de
Jesucristo nos has engendrado de nuevo para que renaciéramos
a una vida eterna.
Colecta del sábado V: Señor, Dios todopoderoso, que por las
aguas del bautismo nos has engendrado a la vida eterna, ya que
has querido hacernos capaces de la vida inmortal…
Colecta del martes VI: que la alegría de haber recobrado la
adopción filial afiance su esperanza de resucitar gloriosamente.
Oración sobre las Ofrendas del jueves V y miércoles VI: Oh Dios,
que por el admirable trueque de este sacrificio nos haces
partícipes de tu divinidad.
Oración después de la Comunión del miércoles VI:…haz que
abandonemos nuestra antigua vida de pecado y vivamos ya
desde ahora la novedad de la vida eterna.
Colecta del viernes VI: Escucha, Señor, nuestras súplicas para
que la predicación del Evangelio extienda por todo el mundo la
prometida salvación de tu Hijo y todos los hombres alcancen la
plenitud de la adopción filial.
Oración después de la Comunión de la de la solemnidad de la
Ascensión: Dios todopoderoso y eterno, que mientras vivimos
aún en la tierra nos das parte en los bienes del cielo, haz que
deseemos vivamente estar junto a Cristo, en quien nuestra
naturaleza humana ha sido tan extraordinariamente enaltecida
que participa de tu misma gloria.
Oración después de la Comunión del jueves VII:…que los santos
misterios nos comuniquen tu misma vida divina.
Oración después de la Comunión del sábado VII:…ayúdanos a
pasar de nuestra antigua vida de pecado a la nueva vida del
Espíritu.
Oración después de la tercera lectura de la Vigilia de
Pentecostés: Que tu pueblo, Señor, exulte siempre… y que la
alegría de haber recobrado la adopción filial afiance su
esperanza de resucitar gloriosamente.

5-Tiempo Ordinario:
Oración después de la Comunión del VII Domingo: Concédenos,
Dios todopoderoso, alcanzar un día la salvación eterna, cuyas
primicias nos has entregado en estos sacramentos.
Oración después de la Comunión del VIII Domingo:…te pedimos
nos hagas un día ser partícipes de la vida eterna.
Oración después de la Comunión del XX Domingo: Señor,
después de haber recibido a Cristo en estos sacramentos,
imploramos de tu misericordia que, transformados en la tierra a
su imagen, merezcamos participar de su gloria en el cielo.
Oración después de la Comunión del XXIII Domingo:…
concédenos que estos dones de tu Hijo nos aprovechen de tal
modo que merezcamos participar siempre de su vida divina.
Oración después de la Comunión del XXVIII Domingo: Dios
soberano, te pedimos humildemente que, así como nos
alimentas con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, nos hagas
participar de su naturaleza divina.

6-Solemnidades del Señor:


Oración después de la Comunión de la Solemnidad del Santísimo
Cuerpo y Sangre de Cristo: La comunión de tu Cuerpo y de tu
Sangre, Señor, signo del banquete del reino, que hemos gustado
en nuestra vida mortal, nos llene del gozo eterno de tu
divinidad.

7-Memorias:
Oración después de la Comunión de la misa del común de la
Virgen María (tiempo de Navidad): Te rogamos, Señor, que estos
sacramentos, recibidos con gozo en la conmemoración de la
Virgen María, nos hagan partícipes de la divinidad de tu Hijo.
Oración sobre las Ofrendas de la misa nº 36 de las misas de la
Virgen María: Te pedimos, Señor, que nos sea provechosa la
ofrenda que te dedicamos, para que recorriendo con la Virgen
María el hermoso camino de la santidad, nos renovemos con la
participación en tu vida divina y merezcamos llegar a la
contemplación de tu gloria.
Colecta de la misa de San Cirilo de Jerusalén (18 de marzo):
Señor, Dios nuestro…concédenos llegar a conocer de tal modo a
tu Hijo que podamos participar con mayor abundancia de su
vida divina.
Colecta de la Solemnidad de la Anunciación (25 de marzo):
Señor, concédenos que lleguemos a hacernos semejantes a él
en su naturaleza divina.
Oración después de la Comunión de la memoria de San Joaquín
y Santa Ana (26 de julio): Tú has querido, Señor, que tu Hijo
unigénito naciese de los hombres para que los hombres, en
misterio admirable, renaciesen de ti…

8-Otras:
Colecta de la misa B por un difunto:…y tú que en esta vida le
hiciste imagen de tu Hijo por medio del bautismo…
Oración 2ª para iniciar el oficio de la Pasión (Viernes Santo): Oh
Dios, tu Hijo Jesucristo, Señor nuestro, por medio de su pasión
ha destruido la muerte, concédenos hacernos semejantes a Él.
De este modo llevaremos grabada en adelante, por la acción
santificadora de tu gracia, la imagen de Jesucristo, el hombre
celestial.

II-RITUAL DEL BAUTISMO

RENUNCIAS Y PROFESIÓN DE FE
Queridos padres y padrinos: En el sacramento del Bautismo,
estos niños que habéis presentado a la Iglesia van a recibir, por
el agua y el Espíritu Santo, una nueva vida que brota del amor
de Dios.
Vosotros, por vuestra parte, debéis esforzaros en educarlos en la
fe, de tal manera que esta vida divina quede preservada del
pecado y crezca en ellos de día en día.

RECITACIÓN DE LA ORACIÓN DOMINICAL


Hermanos: Estos niños, nacidos de nuevo por el Bautismo, se
llaman y son hijos de Dios…Ahora nosotros, en nombre de estos
niños, que son ya hijos por el espíritu de adopción que todos
hemos recibido, oremos juntos como Cristo nos enseñó.
BENDICIÓN
El Señor todopoderoso… bendiga a estas madres y alegre su
corazón con la esperanza de la vida eterna, alumbrada hoy en
sus hijos.

III-LITURGIA DE LAS HORAS

EL OFICIO DIVINO

La Constitución sobre la Sagrada Liturgia (SC) del Concilio


Vaticano II dedica todo el Capítulo IV al Oficio Divino, que es la
Oración de Cristo con su Cuerpo al Padre (84), estando todos los
que lo recitan ante el trono de Dios en nombre de la madre
Iglesia (85). La Liturgia de las Horas, como las demás acciones
litúrgicas, no es una acción privada. Es oración pública de la
Iglesia (90).
Refiriéndose al Oficio de Lecturas, dice que las segundas
lecturas están tomadas de los Padres, Doctores y escritores
eclesiásticos (92b). En la Constitución Apostólica “Laudis
Canticum” del Papa Pablo VI (1-XI-1970) se reitera que el Oficio
Divino es la oración de todo el pueblo de Dios (19).
Expresamente se refiere a la lectura cotidiana de las obras de
los santos Padres y de los escritores eclesiásticos, en que se
presentan “los mejores escritos de los autores cristianos”, las
mejores páginas de los autores espirituales. Hemos recogido
algunos testimonios de estos autores como parte integrante del
Oficio de Lecturas y, por tanto, del Oficio Divino, con la
autoridad que les da ser oración pública de la Iglesia (SC 90).
Resumimos estos testimonios:
En numerosas lecturas se repite la verdad de que somos hijos de
Dios. Alcanzamos esta dignidad porque participamos de su
naturaleza. Somos asimismo hombres celestiales: por la gracia
hemos subido al cielo con Cristo (San Agustín). La justificación
es una incoación de la transformación al final de los tiempos.
Somos resucitados con ÉL, glorificados con Él. El cristiano, por la
gracia, participa, ya ahora, de su plenitud, de su propia
naturaleza; las vírgenes participan en este mundo de la gloria de
la resurrección (San Cipriano).
No son pocos los Padres y Doctores que dan testimonio de que
somos deificados, divinizados, más aún, afirman que el Hijo
tomó nuestra naturaleza para “hacer dioses a los hombres”
(Santo Tomás de Aquino). Te has vuelto inmortal. El alma se
hace deiforme y Dios por participación ( San Juan de la Cruz). En
virtud de la naturaleza humana, nosotros estamos en Cristo y
Cristo en nosotros. Bautizados en Cristo y revestidos de Él,
hemos sido hechos semejantes a Él.

ORACIONES:
l-Sábado Santo: Señor todopoderoso, cuyo Unigénito salió
victorioso del sepulcro, te pedimos que concedas a tus fieles,
sepultados con Cristo por el bautismo, resucitar también con Él a
la vida eterna.

PRECES:
l-Vísperas del Jueves I de Adviento: Cristo Jesús, que viniste a
nosotros como Hijo del hombre, concede a cuantos te reciben el
poder de ser hijos de Dios.

OFICIO DE LECTURAS:
1-Tiempo de adviento:
Lunes I: El Padre, por su inmenso amor hacia nosotros,
pecadores, nos envió a su Hijo único… para enriquecernos con
los tesoros de su gracia y hacernos hijos sus adoptivos y
herederos de la vida eterna (San Carlos Borromeo, Sobre el
tiempo de Adviento).
Martes I: El Hijo de Dios en persona, por amor del hombre, se
hace hombre, asumiendo todo lo humano, excepto el pecado: y
así, siendo Dios, nació con la naturaleza humana que había
asumido para que yo pueda conseguir las riquezas de su
divinidad, para que yo pudiera ser partícipe de su plenitud.
Convenía que la naturaleza humana fuera santificada mediante
la asunción de esta humanidad por Dios. A la oveja descarriada
la condujo a la vida celestial. Fue necesario que Dios se hiciera
hombre y muriera para que nosotros tuviéramos vida. Hemos
muerto con él para ser purificados; hemos resucitado con él,
porque con él hemos muerto; hemos sido glorificados con él,
porque con él hemos resucitado (San Gregorio Nacianceno,
Sermón 45, 9. 22. 26. 28).
Sábado II: Así pues, (el Hijo de Dios) hecho hijo del hombre, hizo
a muchos hijos de Dios. Atrajo a muchos hacia sí, único como es
por su caridad y su poder: y todos aquellos que por la
generación carnal son muchos, por la generación divina son uno
solo con él (Beato Isaac de Stella, Sermón 51, PL 194, 1862-
1863).

2-Tiempo de Navidad:
30 de diciembre: Pero Dios ha prometido también otorgarte
todos sus atributos una vez que hayas sido divinizado y te hayas
vuelto inmortal (San Hipólito, Refutación de todas las herejías
10,33-34).
31 de diciembre: Cualquier hombre que cree –en cualquier parte
del mundo- y se regenera en Cristo… pasa a ser un hombre
nuevo al renacer y ya no pertenece a la ascendencia de su
padre carnal sino a la simiente del Salvador, que se hizo
precisamente Hijo del hombre, para que nosotros pudiésemos
llegar a ser hijos de Dios (San León Magno, Sermón 6, en la
Natividad del Señor).
1 de enero, Solemnidad de Santa María, Madre de Dios: Las
cosas sucedieron de esta forma para que la Palabra, tomando
nuestra condición y ofreciéndola en sacrificio, la asumiese
completamente, y revistiéndonos después a nosotros de su
condición…(San Atanasio, Carta a Epicteto, 5-9).
4 de enero: Dios se hace efectivamente hombre perfecto…esta
carne sería al mismo tiempo remedio de la naturaleza humana,
ya que al mismo poder divino presente en aquélla habría de
restituir la naturaleza humana a la gracia primera…Inmenso
misterio de la divina encarnación, que sigue siendo siempre
misterio; pues ¿cómo la Palabra, que es toda ella Dios por
naturaleza, se hizo toda ella por naturaleza hombre, sin
detrimento de ninguna de las dos naturalezas, ni de la divina, en
cuya virtud es Dios, ni de la nuestra, en virtud de la cual se hizo
hombre ? (San Máximo el Confesor, Centuria 1, 8-13).
5 de enero: Nuestros conocimientos son ahora parciales, hasta
que se cumpla lo que es perfecto. Y ara que nos hagamos
capaces de alcanzarlo, él, que era igual al Padre en la forma de
Dios, se hizo semejante a nosotros en la forma de siervo para
reformarnos a semejanza de Dios; y, convertido en hijo del
hombre –él que era único Hijo de Dios-, convirtió a muchos hijos
de los hombres en hijos de Dios (San Agustín, Sermón 194, 3-4).
7 de enero: Nuestro Señor Jesucristo quiso nacer hoy en el
tiempo para conducirnos hasta la eternidad del Padre. Dios se
hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios (San Agustín,
Sermón l3).
8 de enero: El Padre de la inmortalidad envió al mundo a su Hijo,
Palabra inmortal, que vino a los hombres para lavarlos con el
agua y el Espíritu: y para regenerarnos con la incorruptibilidad
del alma y del cuerpo, insufló en nosotros el espíritu de vida y
nos vistió con una armadura incorruptible. Si, pues, el hombre
ha sido hecho inmortal, también será dios. Y si se ve hecho dios
por la regeneración del baño del bautismo, en virtud del agua y
del Espíritu Santo, resulta también que después de la
resurrección de entre los muertos será coheredero de Cristo (Del
Sermón de la santa Teofanía, atribuido a san Hipólito,
presbítero).

3-Tiempo de Cuaresma:
Lunes I: Reconoce de dónde te viene que seas hijo de Dios,
coheredero de Cristo, y, dicho con toda audacia, que seas,
incluso, convertido en Dios (San Gregorio Nacianceno, sermón
14).
Sábado II: Elevemos, por tanto, nuestros espíritus hasta el Sumo
bien, estemos en él y vivamos en él, unámonos a él… este es el
bien que lo penetra todo, que hace que todos vivamos en él y
dependamos de él, mientras que él no tiene nada sobre sí,
porque es divino; pues no hay nadie bueno, sino sólo Dios, y, por
tanto, todo lo bueno es divino y todo lo divino es bueno (San
Ambrosio, sobre la huida del mundo).
Lunes III: El único motivo que te queda para gloriarte, oh
hombre, y el único motivo de esperanza consiste en hacer morir
todo lo tuyo y buscar la vida futura en Cristo; de esta vida
poseemos ya las primicias, es algo ya incoado en nosotros,
puesto que vivimos en la gracia y en el don de Dios (San Basilio
Magno, Homilía 20).
Jueves IV: Y como, desde antiguo, la condición humana esperaba
ser sanada de sus heridas y purificada de sus pecados, el que
era unigénito Hijo de Dios quiso hacerse también hijo del
hombre, para que no le faltara ni la realidad de la naturaleza
humana ni la plenitud de la naturaleza divina (San León Magno,
papa, Sermón 15).
Lunes Santo: Así el inmortal pudo morir, así pudo dar su vida por
los mortales; y hará que más tarde tengan parte en su vida
aquellos de cuya condición él primero se había hecho partícipe.
Pues nosotros, por nuestra naturaleza, no teníamos posibilidad
de vivir, ni él, por la suya, posibilidad de morir. Él hizo, pues, con
nosotros este admirable intercambio: tomó de nuestra
naturaleza la condición mortal, y nos dio de la suya la posibilitas
de vivir (San Agustín, Sermón Güelferbitano 3).

4-Triduo Pascual:
Sábado santo: Cristo dijo a Adán: Yo soy tu Dios, que por ti y por
todos los que han de nacer de ti me he hecho tu hijo; y ahora te
digo que tengo el poder de anunciar a los que están
encadenados: “salid”, y a los que se encuentran en las tinieblas:
“iluminaos”, y a los que duermen “levantaos”.
Y a ti te mando: Despierta tú que duermes, pues no te creé para
que permanezcas cautivo en el abismo; levántate de entre los
muertos, pues yo soy la vida de los muertos. Levántate, obra de
mis manos; levántate imagen mía, creado a mi semejanza.
Levántate, salgamos de aquí, porque tú en mi y yo en ti,
formamos una sola e indivisible persona (De una homilía antigua
sobre el grande y santo Sábado).

5-Tiempo de Pascua:

Miércoles de la octava: Quiso el Señor ser, por un tiempo, lo que


somos nosotros, para que nosotros, participando de la eternidad
prometida, viviéramos con él eternamente…Ésta es la gracia de
estos sagrados misterios, éste el don de la Pascua, éste el
contenido de la fiesta anhelada durante todo el año, éste el
comienzo de los bienes futuros (De una homilía pascual de un
autor antiguo, Sermón 35, 6-9, PL 17,696-697).
Viernes de la Octava: Bautizados en Cristo y revestidos de Cristo
habéis sido hechos semejantes al Hijo de Dios. Fuisteis
convertidos en Cristo al recibir el signo del Espíritu Santo
(Catequesis Mistagógica de Jerusalén 31, 1-3).
Miércoles II: Es indudable, queridos hermanos, que la naturaleza
humana fue asumida tan íntimamente por el Hijo de Dios, que
no sólo en Él, que es el primogénito de toda criatura, sino
también en todos los santos , no hay más que un solo Cristo
(San León Magno, Sermón 12, 3).
Sábado III: Así Cristo entregó su cuerpo por la vida de todos, y a
todos nos devolvió la vida. De qué modo lo realizó, intentaré
explicarlo, si puedo. Una vez que la Palabra vivificante hubo
tomado carne, restituyó a la carne su propio bien, es decir, le
devolvió la vida y, uniéndose a la carne con una unión inefable,
la vivificó, dándole parte en su propia vida divina (San Cirilo de
Alejandría, Comentario sobre el Evangelio de San Juan, Libro 4,
2).
Miércoles IV: Si Cristo está en nosotros y nosotros estamos en Él,
todo lo nuestro está con Cristo en Dios. En virtud de la
naturaleza divina Cristo está en el Padre y, en virtud de la
naturaleza humana, nosotros estamos en Cristo y Cristo está en
nosotros (San Hilario, De Trinitate 8,13-18).
Lunes V: El que por nosotros se hizo hombre semejante a
nosotros, siendo el Unigénito del Padre, quiere convertirnos en
sus hermanos y, al llevar su humanidad al Padre, arrastra tras de
sí a todos los que ahora son ya de su raza (San Gregorio de Nisa,
Sermón I sobre la resurrección de Cristo).
Martes V: Los que están unidos a él (a Cristo) e injertados en su
persona, vienen a ser como sus sarmientos y, al participar del
Espíritu Santo, comparten su misma naturaleza (pues el Espíritu
de Cristo nos une con él). Nosotros nos adherimos a Cristo por la
fe. Así llegamos a participar de su propia naturaleza y
alcanzamos la dignidad de hijos adoptivos. Pues así como la raíz
hace llegar su misma manera de ser a los sarmientos, del mismo
modo el Verbo unigénito de Dios Padre comunica a los santos
una especie de parentesco consigo mismo y con el Padre, al
darles parte en su propia naturaleza, y otorga su Espíritu a los
que están unidos con él por la fe (San Cirilo de Alejandría,
Comentario sobre el Evangelio de San Juan, Libro 10, 2).
Viernes V: El cuerpo íntegro con su cabeza es Hijo del hombre,
Hijo de Dios y Dios…Por tanto, todo ello con Dios forma un solo
Dios…Por esto los miembros fieles y espirituales de Cristo se
pueden llamar de verdad lo que es Él mismo, es decir, Hijo de
Dios y Dios. Pero lo que Él es por naturaleza, éstos lo son por
comunicación y lo que Él es en plenitud, éstos lo son por
participación; finalmente, él es Hijo de Dios por generación y sus
miembros lo son por adopción (Beato Isaac, abad del monasterio
de Stella, Sermón 42, PL 194, 1831-1832).
Lunes VI: En el bautismo nos renueva el Espíritu Santo como
Dios que es…nos convierte en espirituales, partícipes de la
gloria divina, hijos y herederos de Dios Padre, configurados de
acuerdo con la imagen de su Hijo, herederos con él, hermanos
suyos…Todos aquellos que creyeron en Cristo recibieron el poder
de ser hijos de Dios, esto es, del Espíritu Santo, para que
llegaran a ser de la misma naturaleza de Dios (Tratado de
Dídimo de Alejandría sobre la Santísima Trinidad, Libro 2, 12).
Martes VI: Ya no nos tenemos simplemente por hombres, sino
como hijos de Dios y hombres celestiales, puesto que hemos
llegado a ser partícipes de la naturaleza divina. De manera que
todos nosotros ya no somos más que una sola cosa con el Padre,
el Hijo y el Espíritu Santo: una sola cosa por identidad de
condición, por la asimilación que obra el amor , por comunión de
la santa humanidad de Cristo y por participación del único y
santo Espíritu (San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el
Evangelio de San Juan, Libro 11, 11).
Martes VII: De esta comunión con el Espíritu Santo procede la
presencia del futuro…De aquí procede la permanencia en la vida
divina, de aquí el ser semejantes a Dios, de aquí, finalmente, lo
más sublime que se puede desear: que el hombre llegue a ser
como Dios (Del libro de San Basilio Magno sobre el Espíritu
Santo, 9, 22-23).
Jueves VII: Convenía que nosotros llegáramos a ser partícipes de
la naturaleza divina del Verbo…Esto sólo podía llevarse a efecto
con la comunión del Espíritu Santo…Este mismo Espíritu
transforma y traslada a una nueva condición de vida a los fieles
en que habita y tiene su morada (Del comentario de San Cirilo
de Alejandría, sobre el Evangelio de San Juan, Libro 10)
Ascensión del Señor: Nosotros estamos identificados con él, en
virtud de que él, por nuestra causa se hizo Hijo del hombre, y
nosotros, por él, hemos sido hechos hijos de Dios. Bajó pues del
cielo por su misericordia, pero ya no subió al cielo él solo, puesto
que nosotros subimos también en él por la gracia (San Agustín,
Serm in Asc Domini 98, 1-2).

6-Tiempo Ordinario:

Domingo II: Es justo que vosotros glorifiquéis a Cristo que os ha


glorificado a vosotros (San Ignacio de Antioquia a los Efesios 13-
18,1).
Miércoles IV: El Verbo de Dios se hizo hombre y el Hijo de Dios se
hizo Hijo del hombre para que el hombre, unido íntimamente al
Verbo de Dios, se hiciera hijo de Dios por adopción (San Ireneo,
Tratado contra las herejías 3, 19).
Viernes IV: Los que han llegado a ser hijos de Dios y han sido
hallados dignos de renacer de lo alto por el Espíritu Santo y
poseen en sí a Cristo, que los ilumina y los crea de nuevo, son
guiados por el Espíritu de varias y diversas maneras, y sus
corazones son conducidos de manera invisible y suave por la
acción de la gracia (Homilía 18 de un autor espiritual del siglo
IV).
Lunes V: Por la fe habita Cristo en nuestros corazones (San
Buenaventura, Breviloquio – prólogo-).
Jueves V: Cristo toma forma por la fe en el hombre interior del
creyente. Recibe la forma de Cristo el que vive unido a Él con un
amor espiritual (San Agustín, Carta a los Gálatas 37.38).
Sábado XII: La divinidad es pureza, es carencia de toda
inclinación viciosa, es apartamiento de todo mal. Por tanto, si
hay en ti estas disposiciones, Dios está en ti. Resumiremos todo
esto diciendo que la santidad, la pureza, la rectitud son el claro
resplandor de la naturaleza divina por medio del cual vemos a
Dios (San Gregorioio de Nisa, Homilía 6).
Martes XVI: Como sé que estáis llenos de Dios… (San Ignacio de
Antioquia, a los Magnesios 10).
Viernes XVIII: Y no hay que tener por imposible que el alma
pueda una cosa tan alta que el alma aspire a Dios como Dios
aspira en ella por modo participado, dado que Dios le haga
merced de unirla en la Santísima Trinidad, en que el alma se
hace deiforme y Dios por participación (San Juan de la Cruz,
Cántico Espiritual 39, 4).
Sábado XXIX: En aquél (Adán), la tierra se convierte en carne; en
éste (Cristo), la carne llega ser Dios….Adoptados como
verdaderos hijos de Dios, llevemos íntegra y con plena
semejanza la imagen de nuestro Creador: no imitándolo en su
soberanía, sino siendo su imagen por nuestra inocencia,
simplicidad, mansedumbre, paciencia, humildad, misericordia y
concordia virtudes todas por las que las que el Señor se ha
dignado hacerse uno de nosotros y ser semejante a nosotros
(San Pedro Crisólogo, Sermón 117).
Viernes XXX: Un gran misterio me envuelve y me penetra…
llegaré incluso a ser Dios mismo. Esto es lo que significa nuestro
gran misterio; esto es lo que Dios nos ha concedido, y, para que
nosotros lo alcancemos, quiso hacerse hombre; quiso ser pobre,
para levantar así la carne postrada y dar incolumidad al hombre
que él mismo había creado a su imagen; así todos llegaremos a
ser uno en Cristo, pues él ha querido que todos nosotros
lleguemos a ser aquello mismo que Él es con toda perfección
(San Gregorio Nacianceno, Sermón 7, 23-24).
Lunes XXXIII: La primera transformación gratuita consiste en la
justificación, que es una resurrección espiritual, don divino que
es una incoación de la transformación perfecta que tendrá lugar
en la resurrección de los cuerpos de los justificados, cuya gloria
será entonces perfecta, inmutable y para siempre (San
Fulgencio de Ruspe, Tratado sobre el Perdón de los Pecados,
Libro 2).
Domingo XXXIV, Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo: Ya
desde ahora este nuestro ser, corruptible, debe revestirse de
santidad y de incorrupción, y este nuestro ser, mortal, debe
revestirse de la inmortalidad del Padre, después de haber
reducido a la nada el poder de la muerte, para que así, reinando
Dios en nosotros, comencemos ya a disfrutar de los bienes de la
regeneración y de la resurrección (Orígenes, Opúsculo sobre la
Oración, Cap. 25).

7-Solemnidades del Señor:


Solemnidad de la Santísima Trinidad: No podemos recibir ningún
don si no es en el Espíritu Santo, ya que hechos partícipes del
mismo, poseemos el amor del Padre, la gracia del Hijo y la
comunión de este Espíritu (San Atanasio, Carta I a Serapión 28-
30).
Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo: El Hijo único de Dios,
queriendo hacernos partícipes de su divinidad, tomó nuestra
naturaleza, a fin de que hecho hombre, divinizase a los hombres
– “ut homines deos faceret-” (Santo Tomás de Aquino, Opúsculo
57 en la fiesta del Cuerpo de Cristo).
Fiesta de la Transfiguración del Señor (6 de agosto): Debemos
apresurarnos a ir hacia allí –así me atrevo a decirlo- como Jesús,
que allí en el cielo es nuestro guía y precursor, con quien
brillaremos con nuestra mirada espiritualizada, renovados en
cierta manera en los trazos de nuestra alma, hechos conformes
a su imagen, y, como él, transfigurados continuamente y hechos
partícipes de la naturaleza divina, y dispuestos para los dones
celestiales (Anastasio Sinaíta -Siglo VII-, Sermón en el día de la
Transfiguración del Señor).
8- Memorias de los Santos:
Memoria de San Atanasio (2 de mayo): El Hijo de Dios, inmune a
la corrupción, por la promesa de la resurrección, hizo partícipes
de esta misma inmunidad a todos los hombres, con los que se
había hecho una misma cosa por su cuerpo semejante al de
ellos ( San Atanasio, Sermón sobre la Encarnación del Verbo, 8-
9).

Memoria de San Cirilo de Alejandría (27 de junio): Jesucristo es


Dios y Hombre a la vez: no un hombre divinizado, igual a
aquellos que por la gracia se hacen partícipes de la naturaleza
divina… (San Cirilo de Alejandría, Carta 1).
Memoria de Santa María Virgen, Reina (22 de agosto): Así pues,
(María) durante su vida mortal, gustaba anticipadamente las
primicias del reino futuro, ya sea elevándose hasta Dios con
inefable sublimidad, como también descendiendo hacia sus
prójimos con indescriptible caridad (San Amadeo de Lausana,
Homilía 7).
Fiesta de san Esteban Protomártir (26 de diciembre): Ayer
celebramos el nacimiento temporal de nuestro Rey eterno…Ayer
nuestro Rey, revestido con el manto de nuestra carne y saliendo
del recinto del seno virginal…su venida no ha sido en vano, pues
ha aportado grandes dones a sus soldados…Ha traído el don de
la caridad por la que los hombres se hacen partícipes de la
naturaleza divina (San Fulgencio de Ruspe, Sermón 3, 1-3).
Común de Vírgenes: Vosotras participáis ya en este mundo de la
gloria de la resurrección (San Cipriano, Trct de Virgin 3-4).

ANTIFONAS:
l-Solemnidad de Santa María, Madre de Dios: Antífona 1 de
Vísperas: ¡Qué admirable intercambio! El Creador del género
humano, tomando cuerpo y alma, nace de una virgen y, hecho
hombre sin concurso de varón, nos da parte en su divinidad.

MAGISTERIO

ENSEÑANZAS DEL MAGISTERIO


LA GRACIA
Nos hace partícipes de la naturaleza divina, hijos de Dios; nos
deifica, nos diviniza. La participación en la naturaleza divina es
participación de la verdad y del amor de Dios. Nos une a Dios en
el amor. Es comunión existencial íntima con Dios. La gracia nos
inserta en Dios.
Es la gracia principio y fuente de la nueva vida. Nos introduce en
la realidad sobrenatural de la vida divina. Participar en la vida
divina lleva consigo la eternidad (es vida eterna) y la
participación en la actitud filial. Esta vida eterna no significa sólo
que dure para siempre, es una nueva calidad existencial,
inmersa en el amor de Dios.
Produce una transformación interior del hombre. La gracia, que
es santificante y deificante, eleva nuestro ser y nuestro obrar.
La gracia nos hace hermanos. Es, como dice Santo Tomás, gracia
fraterna (STh 2-2, q. 14, a 2). La vida divina nos pone en
comunión con los hermanos, que participan del mismo amor.
Ya ahora participamos de la vida divina, recibida en el bautismo.
Comienza ya ahora por la fuerza del Espíritu Santo, que habita
en nosotros. Estamos salvados, resucitados, somos divinizados
ya ahora, aunque caminamos hacia la culminación en la vida del
cielo.

LO QUE NO ES LA DEIFICACIÓN
No nos transformamos ni nos convertimos en Dios, que al
divinizarnos, no nos da todo lo que es propio de la naturaleza
humana de Cristo. El ser humano no desaparece ni entra a
formar parte de la esencia de Dios: el hombre divinizado no es
una sola cosa con Dios.
No es absorbida la naturaleza humana, ni en Cristo ni en
nosotros. Ni hay una negación del hombre, ni se suprime la
diferencia entre Dios y el hombre, ni se trata de una fusión sin
distinción. La divinización no es sólo una realidad moral

LA SANTÍSIMA TRINIDAD Y LA DIVINIZACIÓN DEL HOMBRE


La vida nueva, obtenida por Cristo es extendida por el Espíritu
Santo. Con la gracia somos capacitados para vivir en relación
con la Santísima Trinidad. El Espíritu Santo nos inserta en la
unidad que une al Hijo con el Padre. Por la vida divina recibida
en nosotros somos personalmente partícipes en las relaciones
que se dan entre el Padre y el Hijo. La gracia nos hace partícipes
de la vida trinitaria y capaces de amar por amor a Dios. La
deificación se realizará en su plenitud sólo en la visión de Dios,
de la Santísima Trinidad.
El Padre desde toda la eternidad decretó elevar a los hombres a
ser partícipes de su vida divina, según su designio de divinizar al
hombre mediante la humanización de su Hijo.
En Cristo su humanidad fue divinizada, no anulada (es verdadero
Dios y verdadero hombre). Injertados en Cristo, por medio de Él
participamos de la vida divina. Dios nos da la vida nueva divina
y eterna por medio de Cristo crucificado, muerto y resucitado. El
Verbo transforma desde dentro la existencia humana,
comunicándonos su ser Hijo del padre: somos hijos en el Hijo. Él
es el hombre perfecto, que ha devuelto al hombre la semejanza
divina. Nuestra unión con Cristo nos constituye en su Cuerpo
una sola persona mística. El objeto de la evangelización debe
ser proclamar que en Cristo se nos ofrece la vida de Dios, la
salvación.
Del Espíritu Santo proviene la gracia junto con las virtudes. Él
hace nacer y crecer en el cristiano la vida divina, que anima y
eleva todo su ser; nos hace partícipes de la vida divina. “En
quienes habita el Espíritu están divinizados”.
Los Sacramentos y el Bautismo nos dan la gracia de Jesucristo,
que produce en nosotros la deificación. En el Bautismo somos
hechos hijos de Dios, partícipes de la naturaleza divina. En él
recibimos la gracia que nos capacita para entrar en relación con
el Creador para siempre y nos introduce en la relación de Jesús
con el Padre. La Eucaristía: quien se alimenta de Cristo recibe ya
ahora la vida eterna como primicia de la plenitud futura.

DIVINIZAR Y HUMANIZAR
“La deificación, entendida correctamente, hace al hombre
perfectamente humano: la deificación es la verdadera y última
humanización del hombre”(Comisión Teológica). La primera
tarea de la Iglesia es divinizar, pero esto no la exime de
humanizar (Juan Pablo I). La vida eterna es cumplimiento de la
vocación del hombre, pues, en la divinización, la vida humana es
penetrada (no anulada) por la vida divina, que le da una
dimensión divina y sobrenatural en su ser y en su vida. La gracia
dilata el área vital del hombre. La vida espiritual se desarrolla
por las facultades naturales y las nuevas capacidades adquiridas
por la gracia, siendo las virtudes teologales las que adaptan las
facultades del hombre a la participación de la naturaleza divina.
***
No ha definido la Iglesia la participación del cristiano en la
naturaleza divina, pero está afirmada de forma explícita en la
Sagrada Escritura (2 Pe 1, 4). Puede decirse que es una verdad
de fe divina y católica (Flick, M- Alzeghi, Z).

TEXTOS DEL MAGISTERIO DE LA IGLESIA

SAN DAMASO I: Nosotros que nos sabemos íntegra y


perfectamente salvados, según la profesión de fe de la Iglesia
católica, confesamos que el Dios verdadero asumió al hombre
verdadero (Carta a los Obispos Orientales, año 374, DS l46).

CONCILIO TOLEDANO VI: Este Señor Jesucristo, pues, mandado


por el Padre, acogiendo lo que no era sin perder lo que era,
inviolable por razón de lo que es suyo, vino a este mundo para
salvar a los pecadores y justificar a los creyentes, hizo milagros,
fue entregado por causa de nuestros pecados y muerto para
nuestra expiación, resucitó para nuestra justificación, hemos
sido curados mediante sus heridas (Is 53 , 5), mediante su
muerte reconciliados con Dios Padre y resucitados mediante su
resurrección ( año 638, DS 492).

CONCILIO CONSTANTINOPOLITANO III: Porque a la manera que


su carne animada santísima e inmaculada, no por estar
divinizada quedó suprimida, sino que permaneció en su propio
término y razón, así tampoco su voluntad quedó suprimida por
estar divinizada, como dice Gregorio el Teólogo: “Porque el
querer de Él, del Salvador, decimos, no es contrario a Dios,
como quiera que todo Él está divinizado” (Sesión XVIII, l6 de
septiembre de 68l, DS 556).

JUAN XXII: Errores de Eckhart (Const. “In agro dominico”, 27 de


marzo de 1329).
Artículo 10: Nosotros nos transformamos totalmente en Dios y
nos convertimos en Él. De modo semejante a como en el
sacramento el pan se convierte en cuerpo de Cristo. De tal
manera me convierto yo en Él que Él mismo me hace ser una
sola cosa suya, no cosa semejante: por el Dios vivo es verdad
que allí no hay distinción alguna (DS 960).
Artículo 11: Cuanto Dios Padre dio a su Hijo unigénito en la
naturaleza humana, todo eso me lo dio a mí. Aquí no exceptúo
nada, ni la unión ni la santidad, sino que todo me lo dio a mí
como a Él (DS 961).
Artículo 12: Cuanto dice la Sagrada Escritura acerca de Cristo,
todo eso se verifica también en todo hombre bueno y divino (DS
962).
Artículo 13: Cuanto es propio de la divina naturaleza, todo eso
es propio del hombre justo y divino. Por ello, ese hombre obra
cuanto Dios obra y junto con Dios creó el cielo y la tierra y es
engendrador del Verbo eterno y, sin tal hombre, no sabría Dios
hacer nada (DS 963).
Censura: Nos condenamos y reprobamos de modo expreso los
quince primeros artículos y los dos últimos como heréticos (DS
979).

PIO V: Errores de Miguel Bayo sobre la naturaleza humana y


sobre la gracia (Bula “Ex ómnibus aflictionibus”,1 de octubre de
1567):

Sentencia 42: La justicia con que se justifica el impío por la fe,


consiste formalmente en la obediencia a los mandamientos, que
es la justicia de las obras, pero no en gracia alguna infundida al
alma, por la que el hombre es adoptado por hijo de Dios y se
renueva según el hombre interior y se hace partícipe de la divina
naturaleza, de suerte que, así renovado por medio del Espíritu
Santo, pueda en adelante vivir bien y obedecer a los
mandamientos de Dios (DS l942).
Censura: Estas sentencias en el rigor y sentido propio de las
palabras querido por sus defensores las condenamos como
heréticas, erróneas, temerarias y escandalosas (DS 1980).

INOCENCIO XI: Errores quietistas de Miguel de Molinos (Decreto


del S.O. de 28 de agosto y Constitución “Celestis Pastor” de 20
de noviembre de 1687):
Proposición 5: No obrando nada, el alma se aniquila y vuelve a
su principio y a su origen, que es la esencia de Dios, en la que
permanece transformada y divinizada, y Dios permanece
entonces en sí mismo, porque entonces no son ya dos cosas
unidas, sino una sola y de este modo vive y reina Dios en
nosotros, y el alma se aniquila a sí misma en el ser operativo
(DS 2205).
Censura: Es condenada esta proposición junto con otras más por
“errónea y por su sabor herético” (DS 2269).

LEON XIII: Encíclica Divinum Illud Munus (9 de mayo de l897):


l-Tal es la obra de la divina gracia en las almas de los hombres
que, en las Sagradas Escrituras y en los Padres de la Iglesia, son
llamados “regenerados, nuevas criaturas y consortes de la
naturaleza divina, e hijos de Dios y deificados –deifici-“(ASS 29,
652).
2-Esta admirable unión (nuestra con Cristo) y que con nombre
propio se llama inhabitación, difiere sólo en la condición o
estado de aquella con que Dios abraza a los cielos
beatificándolos (ASS 29, 653).

PÍO XII: Encíclica Mystici Corporis (29 dejunio de 1943):


l-Hechos ya por el Verbo Encarnado hermanos, según la carne,
del Hijo Unigénito de Dios, recibieran el poder de llegar a ser
hijos de Dios (nº 9).
2-Por eso el Hijo Unigénito del Eterno Padre quiso hacerse
hombre, para que nosotros fuéramos conformes a la imagen del
Hijo de Dios [Rm 8,29] y nos renovásemos según la imagen de
Aquel que nos creó [Col 3, 10] (nº 32).
3-Ni solamente asumió Cristo nuestra naturaleza, sino además
un cuerpo frágil, pasible y mortal, se a hecho consanguíneo
nuestro…El Verbo lo hizo para hacer partícipes de la naturaleza
divina a sus hermanos según la carne [II Pe 1, 14], tanto en este
destierro terreno por medio de la gracia santificante, cuanto en
la patria celestial por la eterna bienaventuranza (nº 32).
4-Nuestra unión con Cristo…se la presenta tan íntima que
conforme a aquello del Apóstol: “Él mismo es la Cabeza del
Cuerpo de la Iglesia [Col 1, 18], enseña la más antigua y
constante tradición de los Padres que el Redentor divino
constituye con su Cuerpo social una sola persona mística, o
como dice San Agustín: el Cristo íntegro [En in Ps 17,51 y 40,2]
(nº 52).
JUAN XXIII: Encíclica “Mater et Magistra” (15 de mayo de 1961):
Exhortamos, pues, insistentemente a nuestros hijos de todo el
mundo, tanto del clero como del laicado, a que procuren tener
una conciencia plena de la gran nobleza y dignidad que poseen
por el hecho de estar injertados en Cristo como los sarmientos
en la vid [Jn 15, 5] y porque se les permite participar de la vida
divina de Aquel (nº 32).

CONCILIO VATICANO II (11 de octubre de l962 a 8 de diciembre


de 1965):
1-Constitución Dogmática sobre la Iglesia “Lumen Gentium” (21
de noviembre de 1964): El Padre Eterno, por una disposición
libérrima y arcana de su sabiduría y bondad, creó todo el
universo, decretó elevar a los hombres a participar de la vida
divina (nº 2).
2-Constitución Dogmática “Lumen Gentium”: Los seguidores de
Cristo…han sido hechos por el bautismo, sacramento de la fe,
verdaderos hijos de Dios y partícipes de la naturaleza divina, y,
por lo mismo, realmente santos. En consecuencia, es necesario
que con la ayuda de Dios conserven y perfeccionen la
santificación que recibieron (nº 40).
3-Constitución Dogmática “Lumen Gentium”:El benignísimo y
sapientísimo Dios, queriendo llevar a cabo la redención del
mundo, cuando llegó la plenitud del tiempo, envió a su Hijo,
hecho de mujer…, para que recibiésemos la adopción de hijos
[Gal 4, 4-5] (nº 52).
4-Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el Mundo Actual
“Gaudium et Spes” (7 de diciembre de 1965): La razón más alta
de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la
unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es
invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el
amor de Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo
conserva. Y sólo se puede decir que vive en la plenitud de la
verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía por
entero a su Creador. Muchos son, sin embargo, los que hoy día
se desentienden del todo de esta íntima y vital unión con Dios o
la niegan en forma explícita (nº 19).
5-Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el Mundo Actual
“Gaudium et Spes”: El que es imagen de Dios invisible [Col 1, l5]
es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la
descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el
primer pecado. En Él, la naturaleza humana asumida, no
absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin
igual. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto
modo, con todo hombre…Cristo resucitado, venciendo a la
muerte con su muerte, y nos dio la vida, de modo que, siendo
hijos de Dios en el Hijo, podamos clamar en el Espíritu: “¡Abba!”
[Padre] (nº 22).
El Verbo de Dios, por quien todo fue hecho, se encarnó para que,
Hombre perfecto, salvara a todos y recapitulara todas las cosas
(nº 45).
6-Decreto sobre la Actividad Misionera de la Iglesia “Ad Gentes
Divinitus” (7 de diciembre de l965): El Hijo de Dios marchó por
los caminos de la verdadera encarnación para hacer a los
hombres partícipes de la naturaleza divina…Los Santos Padres
proclaman constantemente que no está sanado lo que no ha
sido asumido por Cristo. Mas Él asumió la entera naturaleza
humana cual se encuentra en nosotros, miserables y pobres,
pero sin el pecado (nº 3).
7- Textos del Concilio Vaticano II que se refieren al cristiano
como “hijo de Dios”:
Constitución Lumen Gentium:
El Padre nos predestinó en Cristo a ser hijos adoptivos (LG 3); el
Espíritu Santo ora en nosotros y da testimonio de nuestra
adopción como hijos (LG 4); la dignidad y la libertad de los hijos
de Dios (LG 9,2); los fieles incorporados a la Iglesia por el
bautismo… quedan regenerados como hijos de Dios…en el
bautismo quedan constituidos hijos de Dios (LG 11, 1-2); Cristo
es cabeza del nuevo pueblo de los hijos de Dios (LG 13, 1); los
presbíteros han de estar siempre preocupados por el bien de los
hijos de Dios (LG 28,2); la diversidad de gracias, servicios y
funciones congrega en la unidad a los hijos de Dios (LG 32, 3); a
los sagrados pastores han de manifestarles sus necesidades y
deseos con aquella libertad y confianza que conviene a los hijos
de Dios y a los hermanos en Cristo (37,1); los seguidores de
Cristo por el bautismo han sido hechos verdaderos hijos de Dios
y partícipes de la naturaleza divina (40, 1); las personas que
siguen los consejos evangélicos dan un testimonio más evidente
del Salvador, al abrazar la pobreza en la libertad de los hijos de
Dios (LG 42, 4); la Iglesia vive entre las criaturas, que gimen con
dolores de parto en espera de la manifestación de los hijos de
Dios…Unidos a Cristo en la Iglesia con verdad recibimos el
nombre de hijos de Dios y los somos (LG 48, 3-4); todos los que
somos hijos de Dios y constituimos una sola familia en Cristo (LG
51, 2); Dios envió su Hijo al mundo para que recibiéramos la
adopción de hijos (LG 52); la Iglesia, por la predicación y el
bautismo, engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos
concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios (LG
64).
Constitución Dei Verbum:
En los libros sagrados, el Padre, que está en el cielo, sale
amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con
ellos (DV 21).
Constitución Sacrosanctum Concilium:
Para que se congreguen en la unidad los hijos de Dios que están
dispersos hasta que haya un solo rebaño y un solo Pastor (SC 2);
Y así, por el bautismo, los hombres reciben el espíritu de
adopción de hijos (SC 6); los trabajos apostólicos se ordenan a
que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo… (SC
10).
Constitución Gaudium et Spes:
El hombre es llamado, como hijo, a la unión con Dios y a la
participación de su felicidad (GS 21, 3); Cristo resucitó; con su
muerte destruyó la muerte y nos dio la vida, para que, hijos en
el Hijo, clamemos en el Espíritu: Abba !, ¡ Padre! (GS 22,6);
cuando el Señor ruega al Padre que todos sean uno, como
nosotros también somos uno, abriendo perspectivas cerradas a
la razón humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de
las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad
y en la caridad (GS 24, 3); entonces – en la consumación-
vencida la muerte, los hijos de Dios resucitarán en Cristo (GS
39); la Iglesia está formada por hombres que tienen la vocación
de formar en la propia historia del género humano la familia de
los hijos de Dios …Es un misterio permanente de la historia
humana que se ve perturbada por el pecado hasta la plena
revelación de la claridad de los hijos de Dios (GS 40, 2-3); el
Evangelio anuncia y proclama la libertad de los hijos de Dios (GS
41, 2); la Iglesia advierte a sus hijos a que con este familiar
espíritu de hijos de Dios superen todas las desavenencias (GS
42, 14); Dios Padre es el principio y el fin de todos. Por ello,
todos estamos llamados a ser hermanos (GS 92, 5).
Otros documentos conciliares:
Decreto Presbyterorum Ordinis: la obediencia de los prebíteros
conduce a la más madura libertad de los hijos de Dios (PO 15,
2); unidos íntimamente con Cristo puedan así clamar como hijos
de adopción: Abba! ¡Padre! (PO 18, 3).
Decreto Perfectae Caritatis: la obediencia religiosa…lleva, por la
más amplia libertad de los hijos de Dios, a la madurez…Los
superiores gobiernen a sus súbditos como a hijos de Dios (PC 14,
2-3).
Decreto Apostolicam Actuositatem: quienes poseen esta fe viven
con la esperanza de la revelación de los hijos de Dios (AA 4,4).
Decreto Ad Gentes Divinitus: los regenerados en Cristo por el
Espíritu Santo, contemplando unánimemente la gloria de Dios,
podrán decir: Padre nuestro (AG 7, 3).
Declaración Dignitatis Humanae: el hombre, redimido por Cristo
Salvador y llamado por Jesucristo a la filiación divina (DH 10);
quiera Dios Padre de todos que la familia humana…llegue a la
sublime e indefectible libertad de la gloria de los hijos de Dios
(DH 15, 15):
Declaración Gravissimum Educationis: Todos los cristianos,
puesto que en virtud de la regeneración por el agua y el Espíritu
Santo han llegado a ser nuevas criaturas y se llaman y son hijos
de Dios, tienen derecho a la educación cristiana (GE 2).
Declaración Nostra Aetate: el Concilio ruega a los fieles…tengan
paz con todos los hombres, para que sean verdaderamente hijos
del Padre que está en los cielos (N AE 5,3).

PABLO VI:
Encíclica “Ecclesiam Suam” (6 de agosto de 1964): La presencia
de Cristo, más aún, su misma vida, se hará operante en cada
una de las almas y en el conjunto del Cuerpo Místico, mediante
el ejercicio de la fe viva y vivificante (I La Conciencia).
Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi, (8 de diciembre de
1975): La evangelización también debe contener siempre –como
base, centro y a la vez culmen de su dinamismo- una clara
proclamación de que en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre,
muerto y resucitado, se ofrece la salvación a todos los hombres,
como don de la gracia y de la misericordia de Dios… una
salvación que desborda todos estos límites para realizarse en
una comunión con el único Absoluto, Dios, salvación
trascendente, escatológica, que comienza ciertamente en esta
vida, pero que tiene su cumplimiento en la eternidad (nº 27).
JUAN PABLO I:
Audiencia del 20 de septiembre de 1978: La primordial misión
de divinizar no exime a la Iglesia de humanizar (il compito
principale del divinizare non esime la Chiesa dell’ umanizare).

JUAN PABLO II:


l-Encíclica” Redemtor Hominis” (4 de marzo de 1979): Esta
unión de Cristo con el hombre es en sí misma un misterio, del
que nace el “hombre nuevo” , llamado a partir de la vida de
Dios. La unión de Cristo con el hombre es la fuerza y la fuente
de la fuerza, según la incisiva expresión de San Juan en el
prólogo de su Evangelio:
“Dios les dio poder de llegar a ser hijos de Dios” [Jn 1, 12]. Esta
es la fuerza que transforma interiormente al hombre, como
principio de una vida nueva que no se desvanece y no pasa, sino
que dura hasta la vida eterna [Cf Jn 4, 14].Esta vida prometida y
dada a cada hombre por el Padre en Jesucristo… es el final
cumplimiento de la vocación del hombre (nº 18).
2-Encíclica “Dives in Misericordia” (30 de noviembre de 1980):
La cruz de Cristo sobre el Calvario surge en el camino de aquel
admirabile commercium, de aquel comunicarse de Dios al
hombre en el que está contenida a su vez la llamada dirigida al
hombre, a fin de que, donándose a sí mismo a Dios y donando
consigo mismo todo el mundo visible, participe en la vida divina,
y para que como hijo adoptivo se haga partícipe de la verdad y
del amor que está en Dios y proviene de Dios (nº 7).
3-Exhortación Apostólica “Familiaris Consortio” (22 de
noviembre de 1981): En realidad la gracia de Cristo, “el
primogénito de entre los muertos”, es por su naturaleza y
dinamismo interior una “gracia fraterna como la llama santo
Tomás de Aquino” (nº 21).

4.- Audiencia del 9 de diciembre de 1981: Las palabras de los


sinópticos atestiguan que el estado del hombre en el “otro
mundo” será no sólo un estado de perfecta espiritualización,
sino también de fundamental “divinización” de su humanidad.
Los “hijos de la resurrección” —como leemos en Lucas 20, 36 —
no sólo “son semejantes a los ángeles”, sino que también “son
hijos de Dios”. De aquí se puede sacar la conclusión de que el
grado de espiritualización, propia del hombre “escatológico”,
tendrá su fuente en el grado de su “divinización”,
incomparablemente superior a la que se puede conseguir en la
vida terrena. Es necesario añadir que aquí se trata no sólo de un
grado diverso, sino en cierto sentido de otro género de
“divinización”. La participación en la naturaleza divina, la
participación en la vida íntima de Dios mismo, penetración e
impregnación de lo que es esencialmente humano por parte de
lo que es esencialmente divino, alcanzará entonces su vértice,
por lo cual la vida del espíritu humano llegará a una plenitud tal,
que antes le era absolutamente inaccesible. Esta nueva
espiritualización será, pues, fruto de la gracia, esto es, de la
comunicación de Dios en su misma divinidad, no sólo al alma,
sino a toda la subjetividad psicosomática del hombre. Hablamos
aquí de la “subjetividad” (y no sólo de la “naturaleza”) porque
esa divinización se entiende no sólo como un “estado interior”
del hombre (esto es, del sujeto), capaz de ver a Dios “cara a
cara”, sino también como una nueva formación de toda la
subjetividad personal del hombre a medida de la unión con Dios
en su misterio trinitario y de la intimidad con El en la perfecta
comunión de las personas. Esta intimidad —con toda su
intensidad subjetiva— no absorberá la subjetividad personal del
hombre, sino, al contrario, la hará resaltar en medida
incomparablemente mayor y más plena.
La “divinización” en el “otro mundo”, indicada por las palabras
de Cristo aportará al espíritu humano una tal “gama de
experiencias” de la verdad y del amor, que el hombre nunca
habría podido alcanzar en la vida terrena. Cuando Cristo habla
de la resurrección, demuestra al mismo tiempo que en esta
experiencia escatológica de la verdad y del amor, unida a la
visión de Dios “cara a cara”, participará también, a su modo, el
cuerpo humano.
La vida eterna hay que entenderla en sentido escatológico, esto
es, como plena y perfecta experiencia de esa gracia (= charis)
de Dios, de la que el hombre se hace partícipe mediante la fe,
durante la vida terrena, y que, en cambio, no sólo deberá
revelarse a los que participarán del “otro mundo” en toda su
penetrante profundidad, sino ser también experimentada en su
realidad beatificante.
Suspendemos aquí nuestra reflexión centrada en las palabras de
Cristo, relativas a la futura resurrección de los cuerpos. En esta
“espiritualización” y “divinización”, de las que el hombre
participará en la resurrección, descubrimos —en una dimensión
escatológica— las mismas características que calificaban el
significado “esponsalicio” del cuerpo; las descubrimos en el
encuentro con el misterio del Dios viviente, que se revela
mediante la visión de El “cara a cara”.

5-Encíclica “Dominum et Vivificantem” (18 de mayo de 1986): La


gracia santificante es en el hombre el principio y la fuente de la
nueva vida: vida divina y sobrenatural…Así la vida humana es
penetrada por la participación de la vida divina y recibe también
una dimensión divina y sobrenatural ( nº 52).
Mediante el don de la gracia que viene del Espíritu el hombre
entra en una nueva vida, es introducido en la realidad
sobrenatural de la misma vida divina…
En la comunión de gracia con la Trinidad se dilata el “área vital”
del hombre, elevada a nivel sobrenatural por la vida divina (nº
58).
El hombre viviendo una vida divina es la gloria de Dios (nº 59).
Cuando, bajo el influjo del Paráclito, los hombres descubren esta
dimensión divina de su ser y de su vida…(nº 60).
6-Encíclica “Redemtoris Mater” (25 de marzo de 1987): El
misterio de la “plenitud de los tiempos”…Esta misma plenitud
señala el momento en que el Espíritu Santo, que ya había
infundido la plenitud de gracia en María de Nazaret, plasmó en
su seno virginal la naturaleza humana de Cristo. Esta plenitud
define el instante en el que, por la entrada del Eterno en el
tiempo, el tiempo mismo es redimido y, llenándose del misterio
de Cristo, se convierte definitivamente en tiempo de salvación
(nº 1).
Si él (Dios) ha querido llamar eternamente al hombre a
participar de su naturaleza divina (cf 2 Pe 1, 4), se puede afirmar
que ha predispuesto la “divinización” del hombre según su
condición histórica, de suerte que, después del pecado, está
dispuesto a restablecer con gran precio el designio eterno de su
amor mediante la “humanización” del Hijo, consustancial a él (nº
51).
7-Exhortación Apostólica “Christifideles Laici” (30-XII-1988): El
bautismo nos regenera a la vida de los hijos de Dios: nos une a
Jesucristo y a su cuerpo, que es la Iglesia; nos unge en el
Espíritu Santo, constituyéndonos en templos espirituales (nº 10).
Por el santo bautismo somos hechos hijos de Dios en su
unigénito Hijo, Cristo Jesús …el EspírituSanto es quien constituye
a los bautizados en hijos de Dios y, al mimo tiempo, en
miembros del cuerpo de Cristo (nº 11).
El bautismo significa y produce una incorporación mística pero
real al cuerpo crucificado y glorioso de Jesús. Mediante este
sacramento, Jesús une al bautizado con su muerte para unirlo a
su resurrección (nº 12).
La comunión de los cristianos con Jesús tiene como modelo,
fuente y meta la misma comunión del Hijo con el Padre en el don
del Espíritu Santo: los cristianos se unen al Padre al unirse al Hijo
en el vínculo amoroso del Espíritu…la comunión de los cristianos
entre sí nace de su comunión con Cristo (nº 18).
9-Audiencia de 26 de julio de l989: El inicio de la vida nueva se
realiza mediante el don de la filiación divina, obtenida para
todos por Cristo con la redención, y extendida a todos por obra
del Espíritu Santo que, en la gracia, rehace y casi re-crea al
hombre a semejanza del Hijo unigénito del Padre. De esta
manera el Verbo encarnado renueva y consolida el “donarse” de
Dios, ofreciendo al hombre mediante la obra redentora aquella
“participación en la naturaleza divina”, a la que se refiere la
Segunda Carta de Pedro [cf. 1, 4]; y también San Pablo, en la
Carta a los Romanos [1, 4] habla de Jesucristo como de Aquel
que ha sido “constituido Hijo de Dios, con poder, según el
Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos”.
10-Encíclica “Redemtoris Missio” (7 de diciembre de 1990):
Cristo no es sino Jesús de Nazaret y éste es el Verbo de Dios
hecho hombre para la salvación de todos (nº 6).
Ante todo debemos afirmar con sencillez nuestra fe en Cristo,
único salvador del hombre…Jesús vino a traer la salvación
integral, que abarca al hombre entero y a todos los hombres,
abriéndoles a los admirables horizontes de la filiación divina (nº
11).
El anuncio tiene por objeto a Cristo crucificado, muerto y
resucitado: en él se realiza la plena y auténtica liberación del
mal, del pecado y de la muerte. Por él Dios da la “nueva vida”,
divina y eterna (nº 44).
11-Audiencia del 3 de abril de 1991: Toda la vida cristiana se
desarrolla en la fe y en la caridad, en la práctica de todas las
virtudes, según la acción íntima de este Espíritu renovador, del
que procede la gracia que justifica, vivifica y santifica, y con la
gracia proceden las nuevas virtudes que constituyen el
entramado de la vida sobrenatural. Se trata de la vida que se
desarrolla no sólo por las facultades naturales del hombre
-entendimiento, voluntad, sensibilidad-, sino también por las
nuevas capacidades adquiridas mediante la gracia, como explica
santo Tomás de Aquino [Summa Theologica, I-II, q. 62, aa 1, 3].
Ellas dan a la inteligencia la posibilidad de adherirse a Dios-
Verdad mediante la fe; al corazón, la posibilidad de amarlo
mediante la caridad, que es en el hombre como “una
participación del mismo amor divino, el Espíritu Santo” [II-III, q.
23, a. 3, ad 3]; y a todas las potencias del alma y de algún modo
también del cuerpo, la posibilidad de participar en la vida nueva
con actos dignos de la condición de hombres elevados a la
participación de la naturaleza y de la vida de Dios mediante la
gracia: “partícipes de la naturaleza divina”, como dice San Pedro
en su segunda carta [1, 4].
12-Audiencia del 12 de febrero de 1992: Seguir las huellas de
Cristo quiere decir revivir en nosotros su vida santa, de la que
hemos sido hechos partícipes con la gracia santificante y
consagrante recibida en el bautismo.
13-Encíclica Evangelium Vitae (25 de marzo de 1995): La
salvación realizada por Jesús es don de vida y de resurrección…
consistente en el perdón de los pecados, es decir, en liberar al
hombre de su enfermedad más profunda, elevándolo a la vida
misma de Dios (50).
El hombre participa de la misma vida de Dios. Es la vida que,
mediante los sacramentos de la Iglesia –de los que son símbolo
la sangre y el agua manados del costado de Cristo-, se comunica
continuamente a los hijos de Dios (51).
14-Carta Apostólica “Orientale Lumen” (2 de mayo de 1995).-Nº
6: Hay algunos rasgos de la tradición espiritual y teológica
comunes a las diversas Iglesias de Oriente, que caracterizan su
sensibilidad con respecto a las formas asumidas por la
transmisión del Evangelio en las tierras de Occidente. Así los
sintetiza el Vaticano II: «Todos conocen también con cuánto
amor los cristianos orientales realizan el culto litúrgico,
principalmente la celebración eucarística, fuente de la vida de la
Iglesia y prenda de la gloria futura, por la cual los fieles, unidos
al Obispo, al tener acceso a Dios Padre por medio de su Hijo, el
Verbo encarnado, que padeció y fue glorificado, en la efusión del
Espíritu Santo, consiguen la comunión con la santísima Trinidad,
hechos “partícipes de la naturaleza divina” (2 P 1, 4)».
En esos rasgos se perfila la visión oriental del cristiano, cuyo fin
es la participación en la naturaleza divina mediante la comunión
en el misterio de la santísima Trinidad. Con ellos se delinean la
«monarquía» del Padre y la concepción de la salvación según la
economía, como la presenta la teología oriental después de san
Ireneo de Lión y como se difunde entre los Padres capadocios.
La participación en la vida trinitaria se realiza a través de la
liturgia y, de modo especial, la Eucaristía, misterio de comunión
con el cuerpo glorificado de Cristo, semilla de inmortalidad. En la
divinización y sobre todo en los sacramentos la teología oriental
atribuye un papel muy particular al Espíritu Santo: por el poder
del Espíritu que habita en el hombre la deificación comienza ya
en la tierra, la criatura es transfigurada y se inaugura el Reino
de Dios.
La enseñanza de los Padres capadocios sobre la divinización ha
pasado a la tradición de todas las Iglesias orientales y constituye
parte de su patrimonio común. Se puede resumir en el
pensamiento ya expresado por san Ireneo al final del siglo II:
Dios ha pasado al hombre para que el hombre pase a Dios. Esta
teología de la divinización sigue siendo uno de los logros más
apreciados por el pensamiento cristiano oriental.
En este camino de divinización nos preceden aquellos a quienes
la gracia y el esfuerzo por la senda del bien hizo «muy
semejantes» a Cristo: los mártires y los santos. Y entre éstos
ocupa un lugar muy particular la Virgen María, de la que brotó el
Vástago de Jesé (cfr. Is 11, 1). Su figura no es sólo la Madre que
nos espera sino también la Purísima que -como realización de
tantas prefiguraciones veterotestamentarias- es icono de la
Iglesia, símbolo y anticipación de la humanidad transfigurada
por la gracia, modelo y esperanza segura para cuantos avanzan
hacia la Jerusalén del cielo.
Aun acentuando fuertemente el realismo trinitario y su
implicación en la vida sacramental, el Oriente vincula la fe en la
unidad de la naturaleza divina con la inconoscibilidad de la
esencia divina. Los Padres orientales afirman siempre que es
imposible saber lo que es Dios; sólo se puede saber que Él
existe, pues se ha revelado en la historia de la salvación como
Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Este sentido de la inefable realidad divina se refleja en la
celebración litúrgica, donde todos los fieles del Oriente cristiano
perciben tan profundamente el sentido del misterio.
«Existen también en Oriente las riquezas de aquellas tradiciones
espirituales que encontraron su expresión principalmente en el
monaquismo. Pues allí, desde los tiempos gloriosos de los
Santos Padres, floreció aquella espiritualidad monástica, que se
extendió luego a Occidente y de la cual procede, como de su
fuente, la institución religiosa de los latinos, y que más tarde
recibió también del Oriente nuevo vigor. Por lo cual, se
recomienda encarecidamente que los católicos se acerquen con
mayor frecuencia a estas riquezas espirituales de los Padres
orientales que elevan a todo el hombre a la contemplación de lo
divino».
En este número 6 de Orientale Lumen, Juan Pablo II hace la
siguiente cita: (15) Injertados en Cristo, “los hombres se
convierten en dioses e hijos de Dios,… el polvo es elevado a tal
grado de gloria que prácticamente es igual en honor y deidad a
la naturaleza divina”, NICOLÁS CABASILAS, La vida en Cristo, I:
PG 150, 505.
15-Audiencia del 10 de diciembre de 1997: El Hijo de Dios vino a
ofrecer a todos la participación en su vida divina. El don de esta
vida conlleva una participación en su eternidad. Jesús lo afirmó
especialmente a propósito de la Eucaristía: “El que come mi
carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna” [n 6, 54]. El efecto
del banquete eucarístico es la posesión, ya desde ahora, de esa
vida….La comunicación de la vida eterna de Cristo significa
también una participación en su actitud de amor filial hacia el
Padre…La entrada de la eternidad en el tiempo es el ingreso, en
la vida terrena de Jesús, del amor eterno que une al Hijo con el
Padre.
16-Audiencia del 2 de abril de 1998: El Espíritu Santo hace nacer
y crecer en el cristiano una vida “espiritual”, divina, que anima y
eleva todo su ser. A través del Espíritu la vida misma de Cristo
produce sus frutos en la existencia cristiana.
17-Audiencia del 27 de mayo de 1998: Santo Tomás recoge esas
afirmaciones: “El Hijo unigénito de Dios, queriendo que también
nosotros fuéramos partícipes de su divinidad, asumió nuestra
naturaleza humana, para que, hecho hombre, hiciera dioses a
los hombres” [Opusc. 57 in festo Corporis Christi, 1], es decir,
partícipes por gracia de la naturaleza divina.
18- Audiencia del día 22 de julio de 1998.- El Espíritu del Señor
no sólo destruye el pecado; también realiza una santificación y
divinización del hombre. Dios nos «ha escogido —dice san Pablo
— desde el principio para la salvación mediante la acción
santificadora del Espíritu y la fe en la verdad» (2 Ts 2, 13).
Veamos más de cerca en qué consiste esta «santificación-
divinización».
El Espíritu Santo es «Persona-amor. Es Persona-don» (Dominum
et vivificantem, 10). Este amor donado por el Padre, acogido y
correspondido por el Hijo, se comunica al hombre redimido, que
se convierte así en «hombre nuevo» (Ef 4, 24), en «nueva
creación» (Ga 6, 15). Los cristianos no sólo somos purificados
del pecado; también somos regenerados y santificados.
Recibimos una nueva vida, pues somos hechos «partícipes de la
naturaleza divina» (2 P 1, 4): somos «llamados hijos de Dios, y
¡lo somos!» (1 Jn 3, 1). Se trata de la vida de la gracia: el don
gratuito con que Dios nos hace partícipes de su vida trinitaria.
No se debe separar a las tres Personas divinas en su relación
con los bautizados, puesto que cada una obra siempre en
comunión con las otras; tampoco se las debe confundir, ya que
cada Persona se comunica en cuanto Persona.
En la reflexión sobre la gracia es importante evitar concebirla
como una «cosa». Es, «ante todo y principalmente, el don del
Espíritu que nos justifica y nos santifica» (Catecismo de la Iglesia
católica, n. 2.003). Es el don del Espíritu Santo que nos asemeja
al Hijo y nos pone en relación filial con el Padre: en el único
Espíritu, por Cristo, tenemos acceso al Padre (cf. Ef 2, 18).
La presencia del Espíritu Santo obra una transformación que
influye verdadera e íntimamente en el hombre: es la gracia
santificante o deificante, que eleva nuestro ser y nuestro obrar,
capacitándonos para vivir en relación con la santísima Trinidad.
Esto sucede a través de las virtudes teologales de la fe, la
esperanza y la caridad, «que adaptan las facultades del hombre
a la participación de la naturaleza divina» (Catecismo de la
Iglesia católica, n. 1.812). Así, con la fe, el creyente considera a
Dios, a sus hermanos y la historia no simplemente según la
perspectiva de la razón, sino desde el punto de vista de la
revelación divina. Con la esperanza, el hombre contempla el
futuro con certeza confiada y activa, esperando contra toda
esperanza (cf. Rm 4, 18), con la mirada fija en la meta de la
bienaventuranza eterna y de la realización plena del reino de
Dios. Con la caridad, el discípulo se esfuerza por amar a Dios
con todo su corazón y a los demás como el Señor Jesús nos amó,
es decir, hasta la entrega total de sí.
La santificación del creyente se realiza siempre mediante la
incorporación en la Iglesia. «La vida de cada uno de los hijos de
Dios está ligada de una manera admirable, en Cristo y por
Cristo, con la vida de todos los otros hermanos cristianos, en la
unidad sobrenatural del Cuerpo místico de Cristo, como en una
persona mística» (Pablo VI, Indulgentiarum doctrina, 5).
19-Audiencia del 29 de julio de 1998: El mismo Espíritu nos hace
“uno en Cristo” [Ga 3, 28], y así nos inserta en la misma unidad
que une al Hijo con el Padre.
Quedamos admirados ante esta intensa e íntima comunión entre
Dios y nosotros.
La comunión invisible, un siendo por naturaleza un crecimiento,
supone la vida de gracia, por medio de la cual se nos hace
“partícipes de la naturaleza divina” (2 Pe 1, 4).
20-El día 29 de noviembre de 1998, Juan Pablo II publicaba la
Bula “Incarnationis mysterium”de convocación del gran Jubileo
del año 2000. En el número 2 de este documento decía: “La
Iglesia, al anunciar a Jesús de Nazaret, verdadero Dios y Hombre
perfecto, abre a cada ser humano la perspectiva de ser
“divinizado” y, por tanto, de hacerse así más hombre. Éste es el
único medio por el cual el mundo puede descubrir la alta
vocación a la que está llamado y llevarla a cabo en la salvación
realizada por Dios”.

21- En la Audiencia del día 17 de marzo de 1999, Juan Pablo II


decía: “El conocimiento, en el lenguaje bíblico del Antiguo y del
Nuevo Testamento, no se refiere sólo a la esfera intelectual;
implica normalmente una experiencia vital que compromete a la
persona humana en su totalidad y, por tanto, también en su
capacidad de amar. Se trata de un conocimiento que permite
«encontrar» a Dios, situándose en el proceso que la tradición
teológica oriental llama «divinización», y que se realiza por la
acción interior y transformadora del Espíritu de Dios (cf. san
Gregorio de Nisa, Oratio catech., 37: PG 45, 98 B).

22- En la Carta Apostólica NovoMillenio Inaunte (23) escribe Juan


Pablo II: Jesús es el « hombre nuevo » (cf. Ef 4,24; Col 3,10) que
llama a participar de su vida divina a la humanidad redimida. En
el misterio de la Encarnación están las bases para una
antropología que es capaz de ir más allá de sus propios límites y
contradicciones, moviéndose hacia Dios mismo, más aún, hacia
la meta de la « divinazación », a través de la incorporación a
Cristo del hombre redimido, admitido a la intimidad de la vida
trinitaria. Sobre esta dimensión salvífica del misterio de la
Encarnación los Padres han insistido mucho: sólo porque el Hijo
de Dios se hizo verdaderamente hombre, el hombre puede, en él
y por medio de él, llegar a ser realmente hijo de Dios.
En la nota 12 de esta Carta Apostólica añade el Santo Padre: A
este respecto observa san Atanasio: « El hombre no podía ser
divinizado permaneciendo unido a una criatura, si el Hijo no
fuese verdaderamente Dios », Discurso II contra los Arrianos 70:
PG 26, 425 B.

23-Encíclica “Ecclesia de Eucaristía” (17 de abril de 2003): Quien


se alimenta de Cristo en la Eucaristía no tiene que esperar el
más allá para recibir la vida eterna: la posee ya en la tierra
como primicia de la plenitud futura, que abarcará al hombre en
su totalidad (nº 18).
.

BENEDICTO XVI:

1-En la homilía de la Asunción de nuestra Señora decía el Papa


Benedicto XVI: “El hombre es grande, sólo si Dios es grande.
Con María debemos comenzar a comprender que es así. No
debemos alejarnos de Dios, sino hacer que Dios esté presente,
hacer que Dios sea grande en nuestra vida; así también nosotros
seremos divinos: tendremos todo el esplendor de la dignidad
divina.”.
2-En la Homilía de la Inmaculada de 2005, el Papa Benedicto XVI
decía: “El hombre que se dirige hacia Dios no se hace más
pequeño, sino más grande, porque gracias a Dios y junto con él
se hace grande, se hace divino, llega a ser verdaderamente él
mismo”
3-Homilía de Nochebuena del año 2005: Dios se ha hecho uno
de nosotros para que podamos estar con él, para que podamos
llegar a ser semejantes a él.
4-Audiencia del 29 de marzo de 2006: En el tiempo de la
peregrinación terrena el discípulo, mediante la comunión con el
Hijo, ya puede participar de la vida divina de él y del Padre.
5-Homilía en la Vigilia Pascual, 15 de abril de 2006: Vosotros
habéis llegado a ser uno en Cristo, responde Pablo [cf. Ga 3, 28].
No sólo una cosa, sino uno, un único sujeto nuevo.
6-Viviremos mediante la comunión existencial con Él, por estar
insertos en Él, que es la vida misma. La vida eterna, la
inmortalidad beatífica, no la tenemos por nosotros mismos ni en
nosotros mismos, sino por una relación, mediante la comunión
existencial con Aquel que es la Verdad y el Amor y, por tanto, es
eterno, es Dios mismo (de la misma homilía).
7-En el Ángelus del 18 de junio de 2006, decía Benedicto XVI: La
Eucaristía tiene también un valor cósmico, pues la conversión
del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo constituye
el principio de la divinización de la misma creación.
8-Meditación Mariana (1 de noviembre de 2006): Para nosotros
los cristianos, “vida eterna” no indica sólo una vida que dura
para siempre, sino más bien una nueva calidad de existencia,
plenamente inmersa en el amor de Dios, que libra del mal y de
la muerte, y nos pone en comunión sin fin con todos los
hermanos y las hermanas que participan del mismo amor. Por
tanto, la eternidad ya puede estar presente en el centro de la
vida terrena y temporal, cuando el alma, mediante la gracia,
está unida a Dios, su fundamento último.
9-Audiencia del 15 de noviembre de 2006: El Espíritu nos sitúa
en el mismo ritmo de la vida divina, que es vida de amor,
haciéndonos participar personalmente en las relaciones que se
dan entre el Padre y el Hijo.
10-Mensaje de Navidad, año 2006: ¿Tiene todavía valor y
sentido un “Salvador” para el hombre del tercer milenio?…Este
hombre del siglo veintiuno, artífice autosuficiente y seguro de la
propia suerte, se presente como productor entusiasta de éxitos
indiscutibles…Cristo es también Salvador del hombre de hoy.
11-Exhortación Apostólica “Sacramentum Caritatis” (22-II-2007):
Jesucristo…nos comunica la misma vida divina en el don
eucarístico. Se trata de un don absolutamente gratuito, que se
debe sólo a las promesas de Dios, cumplidas por encima de toda
medida (Nº 8).
Aún siendo todavía como “extranjeros y forasteros” [1 Pe 2, 11],
participamos ya por la fe de la plenitud de la vida resucitada (Nº
30).
12-Homilía en la Misa Crismal del 5 de abril de 2007: Cristo se
ha puesto nuestros vestidos: alegría de ser hombre, el hambre,
la sed, el cansancio, las esperanzas y las desilusiones, el miedo
a la muerte, todas nuestras angustias hasta la muerte. Y nos ha
dado sus “vestidos”…el don del nuevo ser [Ef 4, 22-26].
13-Audiencia del 20 de junio de 2007:…San Atanasio afirma con
una frase que se hecho justamente célebre que el Verbo de Dios
“se hizo hombre para que nosotros llegáramos a ser Dios”.
14-Mensaje a los jóvenes del mundo con motivo de la XXIII
Jornada Mundial de la Juventud (20 de julio de 2007): “Una vez
más os repito que sólo Cristo puede colmar las aspiraciones más
íntimas del corazón del hombre; sólo Él es capaz de humanizar
la humanidad y conducirla a su «divinización»”.
15-Discurso 5 de octubre de 2007: Dios realizó el sacrum
commercium, el sagrado intercambio, para que nosotros
pudiéramos recibir lo que era suyo, ser semejantes a Dios.
16- Encíclica “Spe Salvi” (30-XI-2007): Estar en comunión con
Jesucristo nos hace participaren su ser “para todos”(S S 28).
17-Angelus del 16 de diciembre de 2007: Cristo, el Dios-con-
nosotros, ha asumido nuestra condición, escogiendo ser en todo
como nosotros, excepto en el pecado, para hacer que
llegáramos a ser como él.
18-Angelus del 23 de diciembre de 2007: Dios se hizo Hijo del
hombre para que nosotros nos convirtiéramos en hijos de Dios.
19-Homilía con ocasión del “Te Deum” el 31 de diciembre de
2007: El Verbo encarnado transforma desde dentro la existencia
humana, comunicándonos su ser Hijo del Padre. Se hizo como
nosotros para hacernos como él: hijos en el Hijo.
20-Homilía del 13 de enero de 2008: En el bautismo el pequeño
ser humano recibe una vida nueva, la vida de la gracia, que lo
capacita para entrar en relación personal con el Creador, y esto
para siempre, para toda la eternidad.
El Hijo de Dios, que desde la eternidad comparte con el Padre y
con el Espíritu Santo la plenitud de la vida, se “sumergió” en
nuestra realidad de pecadores para hacernos participar en su
misma vida.
21- En el Ángelus del día 17 de febrero de 2008 dijo el Papa
Benedicto XVI: Hoy, segundo domingo de Cuaresma,
prosiguiendo el camino penitencial, la liturgia, después de
habernos presentado el domingo pasado el evangelio de las
tentaciones de Jesús en el desierto, nos invita a reflexionar sobre
el acontecimiento extraordinario de la Transfiguración en el
monte. Considerados juntos, ambos episodios anticipan el
misterio pascual: la lucha de Jesús con el tentador preludia el
gran duelo final de la Pasión, mientras la luz de su cuerpo
transfigurado anticipa la gloria de la Resurrección. Por una parte,
vemos a Jesús plenamente hombre, que comparte con nosotros
incluso la tentación; por otra, lo contemplamos como Hijo de
Dios, que diviniza nuestra humanidad.
22-Audiencia del día 25 de junio de 2008, dedicada a San
Máximo el Confesor: Sólo en Dios nos encontramos a nosotros
mismos; sólo en él encontramos nuestra totalidad e integridad.
Así se ve que el hombre que se encierra en sí mismo no está
completo; por el contrario, el hombre que se abre, que sale de sí
mismo, es un hombre completo y precisamente en el Hijo de
Dios se encuentra a sí mismo, encuentra su verdadera
humanidad”. Y siguió diciendo el Papa: El grado máximo de la
libertad es el “sí”, la conformidad con la voluntad de Dios. El
hombre sólo llega a ser realmente él mismo en el “sí”; el hombre
sólo llega a estar inmensamente abierto, sólo llega a ser
“divino” en la gran apertura del “sí”, en la unificación de su
voluntad con la voluntad divina. Adán deseaba ser como Dios, es
decir, ser completamente libre. Pero el hombre que se encierra
en sí mismo no es divino, no es completamente libre; lo es si
sale de sí; en el “sí” llega a ser libre. Este es el drama de
Getsemaní: no se haga mi voluntad, sino la tuya. Cambiando la
voluntad humana por la voluntad divina nace el verdadero
hombre; así somos redimidos. Este era, en síntesis, el punto
principal del pensamiento de san Máximo y vemos que en él
está en juego todo el ser humano; está en juego toda nuestra
vida.
23-Catequesis del 22 de octubre de 2008: Cristo es la
recapitulación de todo, lo asume todo y nos guía a Dios. Así nos
implica en un movimiento de descenso y de ascenso,
invitándonos a participar en su humildad, es decir, en su amor al
prójimo, para ser así partícipes también de su glorificación,
convirtiéndonos con él en hijos en el Hijo. Pidamos al Señor que
nos ayude a conformarnos a su humildad, a su amor, para ser
así partícipes de su divinización.

24-Meditación Mariana del 23 de noviembre de 2008: El Padre


encomendó al Hijo la misión de dar a los hombres la vida eterna,
amándolos hasta el supremo sacrificio y, al mismo tiempo, le
otorgó el poder de juzgarlos, desde el momento que se hizo Hijo
del hombre, sem Sólo en Dios nos encontramos a nosotros
mismos; sólo en él encontramos nuestra totalidad e integridad.
Así se ve que el hombre que se encierra en sí mismo no está
completo; por el contrario, el hombre que se abre, que sale de sí
mismo, es un hombre completo y precisamente en el Hijo de
Dios se encuentra a sí mismo, encuentra su verdadera
humanidad.
Sólo en Dios nos encontramos a nosotros mismos; sólo en él
encontramos nuestra totalidad e integridad. Así se ve que el
hombre que se encierra en sí mismo no está completo; por el
contrario, el hombre que se abre, que sale de sí mismo, es un
hombre completo y precisamente en el Hijo de Dios se
encuentra a sí mismo, encuentra su verdadera humanidad.
25-Ángelus del 11 de enero de 2009: La persona humana,
mediante el Bautismo, es introducida en la relación única y
singular de Jesús con el Padre, de manera que las palabras que
resonaron desde el cielo sobre el Hijo unigénito llegan a ser
verdaderas para todo hombre y toda mujer que renace por el
agua y por el Espíritu Santo: Tú eres mi hijo amado”.
26-Homilía en el Bautismo de trece niños el 11 de enero de
2009: Si en este sacramento el recién bautizado se convierte en
hijo adoptivo de Dios, objeto de su amor infinito que lo tutela y
defiende de las fuerzas oscuras del maligno, es preciso
enseñarles a reconocer a Dios como Padre y a relacionarse con
él con actitud de hijos. Por tanto, según la tradición cristiana, tal
como hacemos hoy, cuando se bautiza a los niños
introduciéndolos en la luz de Dios y de sus enseñanzas, no se los
fuerza, sino que se les da la riqueza de la vida divina en la que
reside la verdadera libertad, que es propia de los hijos de Dios…
Queridos padres, queridos padrinos, os saludo a todos con
afecto y me uno a vuestra alegría por estos niños que hoy
renacen a la vida eterna.
27- En la audiencia del día 6 de mayo de 2009, dedicada a San
Juan Damasceno, Benedicto XVI decía que, “a causa de la
encarnación, la materia aparece como divinizada, es
considerada morada de Dios”. Y concluía su catequesis con
estas palabras: “Dios quiere morar en nosotros, quiere renovar
la naturaleza también a través de nuestra conversión, quiere
hacernos partícipes de su divinidad”.
28-El 14 de mayo de 2009, en la homilía de las Vísperas, en el
santuario de la Anunciación de Nazaret, decía el Papa: “El
prodigio de la Encarnación sigue desafiándonos a abrir nuestro
entendimiento a las posibilidades ilimitadas del poder
transformante de Dios, de su amor por nosotros, de su deseo de
unirse a nosotros. Aquí el Hijo eterno de Dios se hizo hombre, y
así nos capacitó a sus hermanos y hermanas para que
compartiéramos su filiación divina. Aquel movimiento de
abajamiento de un amor que se despojó de sí mismo hizo
posible el movimiento inverso de exaltación con el que nosotros
también nos vemos elevados a compartir la vida misma de
Dios”.
29-Homilía de la misa de la Solemnidad de la Ascensión,
celebrada en Cassino el 24 de mayo de 2009: En el Cristo
elevado al cielo el ser humano ha entrado de modo inaudito y
nuevo en la intimidad de Dios; el hombre encuentra, ya para
siempre, espacio en Dios. El “cielo”, la palabra cielo no indica un
lugar sobre las estrellas, sino algo mucho más osado y sublime:
indica a Cristo mismo, la Persona divina que acoge plenamente
y para siempre a la humanidad, Aquel en quien Dios y el hombre
están inseparablemente unidos para siempre. El estar el hombre
en Dios es el cielo. Y nosotros nos acercamos al cielo, más aún,
entramos en el cielo en la medida en que nos acercamos a Jesús
y entramos en comunión con él.
30-Benedicto XVI dedicó a Juan Escoto la audiencia del 10 de
junio de 2009. En esta ocasión decía el Papa: Así, el
reconocimiento adorante y silencioso del Misterio, que
desemboca en la comunión unificadora, se revela como el único
camino de una relación con la verdad que sea a la vez la más
íntima posible y la más escrupulosamente respetuosa de la
alteridad. Juan Escoto, utilizando también aquí un vocabulario
arraigado en la tradición cristiana de lengua griega, llamó a esta
experiencia, a la que tendemos, “theosis” o divinización, con
afirmaciones tan atrevidas que en algunos suscitaron sospechas
de panteísmo heterodoxo. Por lo demás, se experimenta una
fuerte emoción al leer textos como el siguiente, donde,
recurriendo a la antigua metáfora de la fusión del hierro, escribe:
“Por tanto, del mismo modo que todo el hierro candente se licúa
hasta el punto de que parece haber sólo fuego, pero siguen
siendo distintas las sustancias de uno y otro, así se debe aceptar
que, después del fin de este mundo, toda la naturaleza, tanto la
corpórea como la incorpórea, sólo manifiesta a Dios, aunque
permanezca íntegra de tal modo que a Dios se le pueda com-
prender aunque siga siendo in-comprensible y la criatura misma
sea transformada, con maravilla inefable, en Dios” .
31-En la audiencia del día 25 de junio de 2009, dedicada a San
Máximo el Confesor, decía el Papa Benedicto XVI: “El grado
máximo de la libertad es el “sí”, la conformidad con la voluntad
de Dios. El hombre sólo llega a ser realmente él mismo en el
“sí”; el hombre sólo llega a estar inmensamente abierto, sólo
llega a ser “divino” en la gran apertura del “sí”, en la unificación
de su voluntad con la voluntad divina. Adán deseaba ser como
Dios, es decir, ser completamente libre. Pero el hombre que se
encierra en sí mismo no es divino, no es completamente libre; lo
es si sale de sí; en el “sí” llega a ser libre. Este es el drama de
Getsemaní: no se haga mi voluntad, sino la tuya. Cambiando la
voluntad humana por la voluntad divina nace el verdadero
hombre; así somos redimidos. Este era, en síntesis, el punto
principal del pensamiento de san Máximo y vemos que en él
está en juego todo el ser humano; está en juego toda nuestra
vida”.

32-Encíclica Caritas in Veritate (29 de junio de 2009): El


desarrollo conlleva atención a la vida espiritual, tener en cuenta
seriamente la experiencia de fe en Dios, de fraternidad espiritual
en Cristo, de confianza en la Providencia y en la Misericordia
divina, de amor y perdón, de renuncia a uno mismo, de acogida
del prójimo, de justicia y de paz. Todo esto es indispensable para
transformar los «corazones de piedra» en «corazones de carne»
(Ez 36,26), y hacer así la vida terrena más «divina» y por tanto
más digna del hombre (nº 79).

33-El día 5 de octubre de 2009, al inicio de los trabajos del


Sínodo de los obispos para África, el Papa Benedicto XVI decía:
“En nosotros mismos debería realizarse esta unidad de razón y
caridad, de fe y caridad. Y así, transformados en la caridad, ser
divinizados, como dicen los padres griegos…El hombre debería
ser divinizado y, de este modo, realizarse”.
34-En la Audiencia del día 2 de diciembre de 2009, Benedicto
XVI habló sobre Guillermo de Saint-Thierry. Haciendo una síntesis
de su pensamiento, dijo el Papa: “Guillermo funda este itinerario
en una sólida visión del hombre, inspirada en los antiguos
Padres griegos –sobre todo Orígenes- , los cuales, con un
lenguaje audaz, habían enseñado que la vocación del hombre es
llegar a ser como Dios, que lo creó a su imagen y semejanza”.
35-En la Homilía de las primeras Vísperas de la solemnidad de
Santa María Madre de Dios, el 31 de diciembre de 2009, decía
Benedicto XVI que “con la encarnación del Hijo de Dios, la
eternidad entró en el tiempo, y la historia del hombre se abrió al
cumplimiento en el absoluto de Dios”. Y se refería al misterio de
la Navidad: “Dios se hace hombre y al hombre se le da la
inaudita posibilidad de ser hijo de Dios”.
36-Audiencia del 17 de febrero de 2010: “También Jesús, el
Señor, quiso compartir libremente con todo hombre la situación
de fragilidad, especialmente mediante su muerte en cruz; pero
precisamente esta muerte, colmada de su amor al Padre y a la
humanidad, fue el camino para la gloriosa resurrección,
mediante la cual Cristo se convirtió en fuente de una gracia
donada a quienes creen en él y de este modo participan de la
misma vida divina. Esta vida que no tendrá fin comienza ya en
la fase terrena de nuestra existencia, pero alcanzará su plenitud
después de la resurrección de la carne”.
37-El día 18 de febrero de 2010, en la Lectio divina con el clero
de la diócesis de Roma, decía Benedicto XVI: San Máximo el
Confesor, en su interpretación del Monte de los Olivos, de la
angustia expresada precisamente en la oración de Jesús, “no mi
voluntad, sino tu voluntad”, ha descrito este proceso, que Cristo
lleva en sí mismo como verdadero hombre, con la naturaleza, la
voluntad humana; en este acto —”no mi voluntad, sino tu
voluntad”— Jesús resume todo el proceso de su vida, es decir,
de llevar la vida natural humana a la vida divina y, de este
modo, transformar al hombre: divinización del hombre y así
redención del hombre, porque la voluntad de Dios no es una
voluntad tirana, no es una voluntad que está fuera de nuestro
ser, sino que es precisamente la voluntad creadora, es
precisamente el lugar donde encontramos nuestra verdadera
identidad.
Y siguió hablando el Papa: Dios nos ha creado y somos nosotros
mismos si actuamos conforme a su voluntad; sólo así entramos
en la verdad de nuestro ser y no estamos alienados. Al contrario,
la alienación tiene lugar precisamente si nos apartamos de la
voluntad de Dios, porque de ese modo nos apartamos del
designio de nuestro ser, ya no somos nosotros mismos y caemos
en el vacío. En verdad, la obediencia a Dios, es decir, la
conformidad, la verdad de nuestro ser, es la verdadera libertad,
porque es la divinización. Jesús, llevando el hombre, el ser
hombre, en sí mismo y consigo, en la conformidad con Dios, en
la perfecta obediencia, es decir, en la perfecta conformación
entre las dos voluntades, nos redimió y la redención siempre es
este proceso de llevar la voluntad humana a la comunión con la
voluntad divina.
38-En la alocución, que pronunció en el Regina caeli del día 16
de mayo de 2010, solemnidad de la Ascensión del Señor, el Papa
Benedicto XVI dijo: “El Señor, al

abrirnos el camino del cielo, nos permite saborear ya en esta


tierra la vida divina”.
39- “Hemos sido “incorporados” también en el hombre nuevo,
en Cristo resucitado, y así la vida de la Resurrección ya está
presente en nosotros. Esta incorporación, que se nos da en el
bautismo, es incorporación, que da la vida”, decía el Papa el 15
de agosto de 2010, en la Homilía de la solemnidad de la
Asunción de María.

40-En el Mensaje para la Cuaresma de 2011 (4 de noviembre de


2010) escribía Benedicto XVI: “El Evangelio de la Transfiguración
del Señor pone delante de nuestros ojos la gloria de Cristo, que
anticipa la resurrección y que anuncia la divinización del
hombre.
41-El día 27 de noviembre de 2010, en la Homilía de las vísperas
del inicio del tiempo de adviento, decía Benedicto XVI: “Dios nos
ama de modo profundo, total, sin distinciones; nos llama a la
amistad con él; nos hace partícipes de una realidad por encima
de toda imaginación y de todo pensamiento y palabra: su misma
vida divina”.
42-El día 15 de septiembre de 2011 decía a los Prelados de
reciente nombremineto: “El don fundamental que estáis
llamados a alimentar en los fieles encomendados a vuestro
cuidado pastoral es ante todo el de la filiación divina, que es
participación de cada uno en la comunión trinitaria. Lo esencial
es que llegamos a ser realmente hijos e hijas en el Hijo. El
Bautismo, que constituye a los hombres «hijos en el Hijo» y
miembros de la Iglesia, es la raíz y la fuente de todos los demás
dones carismáticos”.
43-“Del evento cristológico forma parte algo incomprensible,
pues incluye –como dicen los Padres de la Iglesia– un sacrum
commercium, un intercambio entre Dios y los hombres. Los
Padres lo explican del modo siguiente: nosotros no tenemos
nada que podríamos dar a Dios; sólo podemos poner ante Él
nuestro pecado. Y Él lo acoge, lo asume como propio y nos da a
cambio a sí mismo y su gloria. Se trata de un intercambio
verdaderamente desigual, que se lleva a cabo en la vida y la
pasión de Cristo. Él se hace pecador, toma sobre sí el pecado,
asume lo que es nuestro y nos da lo que es suyo. Pero después,
en el desarrollo del pensamiento y de la vida a la luz de la fe, se
ha ido aclarando que nosotros no le damos sólo el pecado, sino
que Él nos ha dado la capacidad; desde lo íntimo nos da la
fuerza de darle también algo positivo, nuestro amor, de
entregarle la humanidad en sentido positivo. Naturalmente, está
claro que únicamente gracias a la generosidad de Dios el
hombre, el mendicante que recibe la riqueza divina, puede no
obstante dar también algo a Dios; Dios hace que el don nos sea
soportable haciéndonos capaces de convertirnos en quienes
pueden darle algo” (Discurso en Alemania, 25 de septiembre de
2011).
44-En la Audiencia del 4 de enero de 2012, Benedicto XVI una
amplia reflexión sobre el admirabile commercium. Dijo el Papa
en esta ocasión:La teología y la espiritualidad de la Navidad
usan una expresión para describir este hecho: hablan de
admirabile commercium, es decir, de un admirable intercambio
entre la divinidad y la humanidad. San Atanasio de Alejandría
afirma: «El Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios» (De
Incarnatione, 54, 3: pg 25, 192), pero sobre todo con san León
Magno y sus célebres homilías sobre la Navidad esta realidad se
convierte en objeto de profunda meditación. En efecto, el santo
Pontífice, afirma: «Si nosotros recurrimos a la inenarrable
condescendencia de la divina misericordia que indujo al Creador
de los hombres a hacerse hombre, ella nos elevará a la
naturaleza de Aquel que nosotros adoramos en nuestra
naturaleza» (Sermón 8 sobre la Navidad: ccl 138, 139). El primer
acto de este maravilloso intercambio tiene lugar en la
humanidad misma de Cristo. El Verbo asumió nuestra
humanidad y, en cambio, la naturaleza humana fue elevada a la
dignidad divina. El segundo acto del intercambio consiste en
nuestra participación real e íntima en la naturaleza divina del
Verbo. Dice san Pablo: «Cuando llegó la plenitud del tiempo,
envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para
rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la
adopción filial» (Ga 4, 4-5). La Navidad es, por lo tanto, la fiesta
en la que Dios se hace tan cercano al hombre que comparte su
mismo acto de nacer, para revelarle su dignidad más profunda:
la de ser hijo de Dios. De este modo, el sueño de la humanidad
que comenzó en el Paraíso —quisiéramos ser como Dios— se
realiza de forma inesperada no por la grandeza del hombre, que
no puede hacerse Dios, sino por la humildad de Dios, que baja y
así entra en nosotros en su humildad y nos eleva a la verdadera
grandeza de su ser. El concilio Vaticano II dijo al respecto:
«Realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece en el
misterio del Verbo encarnado» (Gaudium et spes, 22); de otro
modo permanece un enigma: ¿Qué significa esta criatura
llamada hombre? Solamente viendo que Dios está con nosotros
podemos ver luz para nuestro ser, ser felices de ser hombres y
vivir con confianza y alegría. ¿Dónde se hace presente de modo
real este maravilloso intercambio, para que se haga presente en
nuestra vida y la convierta en una existencia de auténticos hijos
de Dios? Se hace muy concreto en la Eucaristía. Cuando
participamos en la santa misa presentamos a Dios lo que es
nuestro: el pan y el vino, fruto de la tierra, para que él los acepte
y los transforme donándonos a sí mismo y haciéndose nuestro
alimento, a fin de que recibiendo su Cuerpo y su Sangre
participemos en su vida divina.
45-Angelus, 8 de enero de 2012: “Dios se hizo hijo del hombre,
para que el hombre llegara a ser hijo de Dios”.
46-Audiencia, 1 de febrero de 2012: Jesús vive su existencia
según el centro de su Persona: su ser Hijo de Dios. Su voluntad
humana es atraída por el yo del Hijo, que se abandona
totalmente al Padre. De este modo, Jesús nos dice que el ser
humano sólo alcanza su verdadera altura, sólo llega a ser
«divino» conformando su propia voluntad a la voluntad divina;
sólo saliendo de sí, sólo en el «sí» a Dios, se realiza el deseo de
Adán, de todos nosotros, el deseo de ser completamente libres.
Es lo que realiza Jesús en Getsemaní: conformando la voluntad
humana a la voluntad divina nace el hombre auténtico, y
nosotros somos redimidos.
47-Regina Caeli, 27 de mayo de 2012: Jesús, después de
resucitar y subir al cielo, envía a la Iglesia su Espíritu para que
cada cristiano pueda participar en su misma vida divina y se
convierta en su testigo en el mundo.
48-Homilía, 27 de mayo de 2012: El Espíritu Santo nos guía
hacia las alturas de Dios, para que podamos vivir ya en esta
tierra el germen de una vida divina que está en nosotros.
49-Audiencia, 5 de diciembre de 2012.-Dios no sólo dice algo,
sino que se comunica, nos atrae en la naturaleza divina de tal
modo que quedamos implicados en ella, divinizados. Dios revela
su gran designio de amor entrando en relación con el hombre,
acercándose a él hasta el punto de hacerse, Él mismo, hombre.
50-Audiencia, 9 de enero de 2013.- Dios hizo de su Hijo único un
don para nosotros, asumió nuestra humanidad para donarnos su
divinidad. Este es el gran don.

CATECISMOS

CATECISMO ROMANO (Publicado por mandato del Papa Pío V,


año 1566):
1-Los puntos más importantes que creemos deben explicarse
acerca del admirable misterio de la encarnación…son los
siguientes:
1) Dios tomó nuestra carne y se hizo hombre.
2) El modo íntimo como se realizó esta encarnación…
3) Por último, Dios quiso hacerse hombre para que nosotros
renaciéramos como hijos de Dios (Cap. III, 2).

2-Dios quiso asumir la humilde fragilidad de nuestra carne para


levantar a los hombres al más alto grado de dignidad. Es
evidente que toda la sublime grandeza concedida a los hombres
en la encarnación deriva de este solo hecho: haberse querido
hacer hombre el que es verdadero y perfecto Dios (Cap. III, 6).
3-Esta divina gracia une nuestras almas con Dios en un apretado
lazo de amor, y por ella –encendidos en ardientes sentimientos
de piedad- comienza en nosotros la nueva vida de cristianos: ser
partícipes de la divina naturaleza [2Pe l, 4] y llamarnos y ser
realmente hijos de Dios [l Jn 3, 1] (Cap. VIII, 3).

CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA (Publicado el 11 de octubre


de 1992 por el Papa Juan Pablo II mediante la Const. Apost.
“Fidei Depositum”):
l-Por la participación del Espíritu venimos a ser partícipes de la
naturaleza divina…Por eso, aquellos en quienes habita el
Espíritu están divinizados [San Atanasio ep. Serap. 1,14] (nº
1988).
2-La gracia de Cristo es el don gratuito que Dios nos hace de su
vida infundida por el Espíritu Santo en nuestra alma para sanarla
del pecado y santificarla: es la gracia santificante o divinizante,
recibida en el bautismo. Es en nosotros la fuente de la obra de
santificación [Jn 4,14 y 7,38-39] (nº 1999).
3-Las virtudes humanas se arraigan en las virtudes teologales
que adaptan las facultades del hombre a la participación de la
naturaleza divina [cf 2 P 1, 4]. Las virtudes teologales se refieren
directamente a Dios. Disponen a los cristianos a vivir en relación
con la Santísima Trinidad. Tienen como origen, motivo, y objeto
a Dios Uno y Trino (nº 1812).

COMPENDIO DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATOLICA


(Publicado mediante Motu Proprio del Papa Benedicto XVI el 28
de junio de 2005):
l-La gracia es un don gratuito de Dios, por el que nos hace
partícipes de su vida trinitaria y capaces de obrar por amor a El.
Se llama gracia habitual, santificante o deificante, porque nos
santifica y nos diviniza. Es sobrenatural, porque depende
enteramente de la iniciativa gratuita de Dios y supera la
capacidad de la inteligencia y de las fuerzas del hombre.
Escapa, por tanto, a nuestra experiencia (nº 423).

COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL

DOCUMENTO “TEOLOGÍA-CRISTOLOGÍA-ANTROPOLOGÍA” (año


1981)

1-“El Verbo de Dios se ha hecho hombre para que el hombre se


hiciera Dios” [Atanasio, oratio de incarnatione Verbi 54, 3]. Este
axioma de la soteriología de los Padres, sobre todo de los Padres
griegos, se niega en nuestros tiempos por varias razones.
Algunos pretenden que la “deificación” es una noción
típicamente helenista de salvación que conduce a la fuga de la
condición humana y a la negación del hombre. Les parece que la
deificación suprime la diferencia entre Dios y el hombre y
conduce a la fusión sin distinción. A veces se le opone como un
adagio más coherente con nuestra época esta fórmula:”Dios se
ha hecho hombre para hacer al hombre más humano”.
Ciertamente, las palabras deificatio, zeosis, zeopoiesis, omoiosis
Zeo, etc., ofrecen, de suyo, alguna ambigüedad. Por eso, hay
que exponer brevemente, en sus líneas fundamentales, el
sentido genuino, es decir, cristiano de la “deificación”.
2-De hecho, la filosofía y la religión griegas reconocían un cierto
parentesco “natural” entre la mente humana y la divina.
Mientras que la revelación bíblica considera claramente al
hombre como criatura que tiende a Dios por la contemplación y
el amor. La cercanía a Dios no se alcanza tanto por la capacidad
intelectual del hombre cuanto por la conversión del corazón, por
una obediencia nueva y por la acción moral, las cuales no se
realizan sin la gracia de Dios. El hombre llamado puede sólo por
la gracia alcanzar lo que Dios es por naturaleza.
3-Deben añadirse los temas propios de la predicación cristiana.
El hombre, que ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, es
invitado a la comunión de vida con Dios, el cual es el único que
puede colmar los deseos más profundos del hombre. La idea de
deificación alcanza su culminación en la encarnación de
Jesucristo: el Verbo encarnado asume nuestra carne mortal para
que nosotros, liberados del pecado y de la muerte, participemos
de la vida divina. Por Jesucristo en el Espíritu Santo somos hijos
y así también coherederos [cf. Rom 8, 17], “partícipes de la
naturaleza divina” [2 Pe l, 4)]. La deificación consiste en esta
gracia, que nos libera de la muerte del pecado y nos comunica
la misma vida divina: somos hijos e hijas en el Hijo.
4-El sentido verdaderamente cristiano de nuestro adagio se
hace más profundo por el misterio de Jesucristo. De la misma
manera que la encarnación del Verbo no muda ni disminuye la
naturaleza divina, así tampoco la divinidad de Jesucristo muda o
disuelve la naturaleza humana, sino que la afirma más y la
perfecciona en su condición creatural original. La redención no
convierte a la naturaleza humana simplemente en algo divino,
son que la eleva según la medida de Jesucristo.
En san Máximo el Confesor, esta idea está también determinada
por la experiencia extrema de Jesucristo, es decir, por la pasión
y el abandono de Dios: cuanto más profundamente desciende
Jesucristo en la participación de miseria humana, tanto más alto
asciende el hombre en la participación de la vida divina.
En este sentido, la “deificación” entendida correctamente hace
al hombre perfectamente humano: La deificación es la
verdadera y última “humanización” del Hombre.

5-La asimilación deificante del hombre no se realiza fuera de la


gracia de Jesucristo, la cual se da principalmente por los
sacramentos de la Iglesia. Los sacramentos nos unen
eficazmente con la gracia deiforme del Salvador, en una forma
visible y bajo los símbolos de nuestra vida frágil [Cf. LG 7]. La
deificación, además, no se comunica al individuo en cuanto tal,
sino como miembros de la comunión de los santos; más aún, en
el Espíritu Santo la invitación de la gracia divina se extiende a
todo el género humano. Por tanto, los cristianos deben con su
vida corroborar y perfeccionar la santificación que recibieron [Cf.
LG 39-42]. La deificación se realiza en su plenitud sólo en la
visión del Dios trino, que implica la vida bienaventurada en la
comunión de los santos.

CARTA ORATIONIS FORMAS (15-10-1989)


14. Para aproximarse a ese misterio de la unión con Dios, que
los Padres griegos llamaban divinización del hombre, y para
comprender con precisión las modalidades en que se realiza, es
preciso ante todo tener presente que el hombre es
esencialmente criatura[16] y como tal permanecerá para
siempre, de manera que nunca será posible una absorción del
yo humano en el Yo divino, ni siquiera en los más altos estados
de gracia. Pero se debe reconocer que la persona humana es
creada «a imagen y semejanza» de Dios, y el arquetipo de esta
imagen es el Hijo de Dios, en el cual y para el cual hemos sido
creados (cf. Col 1, 16). Ahora bien, este arquetipo nos descubre
el más grande y bello misterio cristiano: el Hijo es desde la
eternidad «otro» respecto al Padre, y, sin embargo, en el Espíritu
Santo, es «de la misma sustancia»: por consiguiente, el hecho
de que haya una alteridad no es un mal, sino más bien el
máximo de los bienes. Hay alteridad en Dios mismo, que es una
sola naturaleza en tres Personas y hay alteridad entre Dios y la
criatura, que son por naturaleza diferentes. Finalmente, en la
sagrada eucaristía, como también en los otros sacramentos —y
análogamente en sus obras y palabras—, Cristo se nos da a sí
mismo y nos hace partícipes de su naturaleza divina[17], sin que
destruya nuestra naturaleza creada, de la que él mismo
participa con su encarnación.
15. Si se consideran en conjunto estas verdades, se descubre,
con gran sorpresa, que en la realidad cristiana se cumplen, por
encima de cualquier medida, todas las aspiraciones presentes
en la oración de las otras religiones, sin que, como
consecuencia, el yo personal y su condición de criatura se
anulen y desaparezcan en el mar del Absoluto. «Dios es Amor»
(1 Jn 4, 8): esta afirmación profundamente cristiana puede
conciliar la unión perfecta con la alteridad entre amante y
amado, el eterno intercambio con el eterno diálogo. Dios mismo
es este eterno intercambio, y nosotros podemos
verdaderamente convertirnos en partícipes de Cristo, como
«hijos adoptivos», y gritar con el Hijo en el Espíritu Santo:
«Abba, Padre». En este sentido, los Padres tienen toda la razón
al hablar de divinización del hombre que, incorporado a Cristo
Hijo de Dios por naturaleza, se hace, por su gracia, partícipe de
la naturaleza divina, «hijo en el Hijo». El cristiano, al recibir al
Espíritu Santo, glorifica al Padre y participa realmente en la vida
trinitaria de Dios.

TEOLOGÍA

LOS TEÓLOGOS Y LA DIVINIZACIÓN DEL HOMBRE

En estas páginas se recoge el testimonio de los teólogos. Sus


reflexiones nos ayudan a identificar algunos principios
fundamentales de la divinización o deificación del hombre.
En la base de la divinización está la participación en la vida
divina como consecuencia de nuestra incorporación a Cristo.
Participamos de la divinidad en razón de la humanidad de Jesús,
el Hijo de Dios hecho hombre verdadero. Él es la vid. Esta
participación excluye cualquier tipo de identificación panteísta o
igualación con Dios. El concepto de participación es fundamental
en el pensamiento agustiniano sobre la gracia. Dios nos deifica
“por medio de una cierta participación de semejanza” (Santo
Tomás de Aquino).
La divinización es don de Dios, no resultado del esfuerzo
humano. Consecuencia de la realidad deiforme, deificante, de la
gracia. El conocimiento por fe y amor teologales imprimen en el
cristiano una semejanza sobrenatural con Dios: “amando a Dios
nos hacemos dioses” (San Agustín).
Esta deificación del hombre no es simplemente moral de mera
relación intencional o pseudomística, sino real y entitativa en
todo el ser personal (esencial y existencial). Se trata de una
transformación absoluta y óntica (Rahner). Tiene consistencia
ontológica y dinámica. El don de la vida divina nos transforma
realmente.
Nuestra filiación es nuestra divinización: El cristiano es deificado
por su participación en la vida de Cristo resucitado, que nos
configura con él. Dios diviniza al hombre en su Hijo,
conformándolo con él por el don del Espíritu Santo. Nuestra
unión con Cristo en la participación de su filiación divina
constituye la máxima perfección del hombre (Ladaria). Esta
incorporación a Cristo hace que participemos de su vida divina,
que es vida filial. Somos hijos en el Hijo. Nuestra filiación es
nuestra divinización. Nuestra filiación n es un acto jurídico de
Dios, sino creador: nos crea en el orden espiritual. El creyente es
constituido hijo. La autocomunicación divina produce efectos
divinizantes.
Realidad escatológica: La divinación del hombre no es un hecho
puntual. Es un proceso hacia la plenitud escatológica. Realidad
ya presente, pero todavía no consumada. La gracia, en razón de
su “pulsión escatológica” (Ruiz de la Peña), no es un medio. Es
ya el fin incoado: la gracia es la gloria en el exilio, la gloria es la
gracia en la casa del Padre (Newman). Los que ven a Dios son,
de alguna manera, transformados en Dios: imperfectamente,
ahora ya por la fe (como en un espejo); y perfectamente
transformados los bienaventurados, porque verán a Dios
perfectamente (Santo Tomás de Aquino). El acto de fe divina es
participación, ya ahora, en la vida de Dios, que implica la
transformación divinizante del creyente.
La estructura sacramental: La gracia de Cristo es gracia de
encarnación. Tiene estructura sacramental, pues la naturaleza
humana de Cristo, divinizada, es signo eficaz de la
autocomunicación de Dios. En el encuentro sacramental con
Cristo se realiza la comunión con Dios, que nos santifica y nos
diviniza. Así la comunión con Cristo en los sacramentos hace
que en Él entremos en comunión con la vida divina. La
participación de la naturaleza divina, de la que se nos habla en
la 2ª Carta de San Pedro (1, 4) es la participación en la vida de
Dios por medio de la gracia que se nos da en los sacramentos,
especialmente en del bautismo.

REFLEXIÓN TEOLÓGICA

ALBERTO MAGNO (SAN): En sus obras emplea con frecuencia la


palabra “deiformis” para referirse al cristiano.
El alma, divinizada por la gracia, entra en la familia trinitaria (In
Io 6, 44).
Así la natividad divina produce el carácter de la virtud divina,
por la cual el nacido es llamado hijo de Dios y dios por
participación…semejantes a Él; esto es, por participación de la
divinidad (In Matth 6, 10).
ALFARO, J.: (II)La Encarnación ( el hacerse hombre el Hijo de
Dios, la humanización de lo divino en Cristo) implica la
divinización de la Humanidad de Cristo, que queda constituida
en la Humanidad del Hijo de Dios…La gracia creada de Cristo
(que constituye la divinización de su Humanidad) es la
expresión-realización de su gracia increada. Esto quiere decir
que la gracia de Cristo, por ser gracia de encarnación, tiene
estructura sacramental. En Cristo tiene lugar la unión suprema
de lo divino con los humano (bajo la primacía de lo divino), de
tal modo que lo divino se manifiesta y obra en lo humano, y lo
humano es elevado a signo eficaz de la autocomunicación de
Dios (6-7).
Como misión del Hijo de Dios al mundo, la Encarnación proviene
en último término del amor del Padre hacia los hombres. La
iniciativa salvífica de Dios, que implica la intención de dar al
hombre participación en la vida divina, radica en la persona
misma del Padre “invisible”, Principio fontal de la vida trinitaria.
La comunicación de la vida divina a los hombres debe pasar a
través de su Hijo y de su Espíritu (7).
La transformación divinizante del hombre Cristo en su
glorificación confiere al Resucitado el poder de enviar a la
humanidad el Espíritu Santo, que obra internamente en el
corazón del hombre y crea en él una actitud filial para con
Dios…Por su Resurrección entra Cristo en la plena comunión de
vida con Dios y (por su Espíritu) comunica a los hombres la vida
eterna, que Él recibe del Padre (12-13).
La presencia personal de Hijo de Dios comporta la divinización
de la naturaleza humana de Cristo, a saber, su elevación a signo
supremo, por sí mismo absolutamente eficaz, de la
autocomunicación de Dios y de la unión suma posible del
hombre con Dios…La presencia del Espíritu Santo comporta la
divinización de la comunidad humana, a saber, su elevación a
signo eficaz de la gracia de Cristo (19).
(IV) Vana sería la fe, si Cristo no hubiese resucitado realmente (1
Cor 15, 14.17); esto quiere decir que la fe aprehende la muerte
y la resurrección de Cristo como reales. La fe vive de la realidad
de su objeto, sin esta realidad el acto de fe carece de contenido
y se reduce a una actitud puramente subjetiva (109).
El acto de fe divina es en su misma estructura formal una
participación supercreatural en la vida de Dios, y por eso implica
esencialmente la transformación divinizante del hombre…Por la
gracia el hombre es elevado a participar en la vida misma de
Dios…El creyente posee ya ahora la vida eterna, que vitalmente
tiende a su plenitud escatológica en la unión inmediata con Dios
en Cristo (115).
Ya desde ahora el creyente participa en el misterio salvífico de
Cristo; pero todavía no ha alcanzad la plenitud de esta
participación…Por su misma estructura formal (creer a Dios), la
fe tiende a la visión de Dios…por la fe el hombre entra en la
intimidad con Dios y comienza a participar en su vida divina
(123).
ANSELMO DE CANTORBERY (SAN): En la resurrección, Dios nos
hará concorpóreos con su hijo unigénito y convertirá en dioses a
los llamados por su nombre. En efecto, está escrito: “Os he
dicho, sois dioses e hijos del Altísimo” (De beatitudine coeli 12).
ANTONIO DE PADUA (SAN): La gracia está de pie cuando hace
perseverar varonilmente en la penitencia al penitente, para que
llene todos sus miembros de muerte, es decir, de mortificación,
a fin de que, muerto al pecado, viva para Dios en Cristo Jesús.
Entonces se podrá decir de él lo que sigue: caminando por la
tierra llegaba al cielo. La gracia llega hasta el cielo, estando
sobre la tierra, cuando hace llegar hasta el cielo por su vida
celestial al penitente, afincado todavía en este mundo (II 1763).
ARA, A.: (I) Tomás afirma que la criatura deviene realmente no
Dios sino como Dios, en virtud de la donación de una forma
inteligible que es la misma esencia divina y que permite al beato
contemplarla (390). Una segunda lectura posible, pero
equivocada, es considerar la deificación limitada al
entendimiento (394). La deificación del hombre por la gracia
tiene una importancia notable en el pensamiento y en los
escritos de Tomás de Aquino (414).
(II) La deificación del hombre en Tomás de Aquino:
reconocimiento de textos.- En el corpus tomasiano la idea
aparece 135 veces con términos propios y otras 142 de forma
equivalente. En total aparece 277 veces, si son tenidas en
cuenta sólo aquellas que aparecen “in recto”. El dato estadístico,
por tanto, demuestra, fuera de toda duda, que la idea de la
deificación del hombre tiene un peso notable en el pensamiento
del Doctor communis (321).
De la consulta del Index Thomisticus aparece que, si es verdad
que la expresión “conformatio ad Deum” aparece una sola vez y
“conformitas ad Deum” 4, la exprsión “similis Deo” aparece 47
veces, “assimilari Deo”, 37; “assimilatio ad Deum”, 53; el
sustantivo “deificatio” aparece sólo 6 veces y “deiformitas”, 14;
el verbo “deifico”, en todas sus variantes, aparece 52 veces y el
adjetivo “deiformis”, 63 (nota 9, página 321)
Se puede decir que para Tomás de Aquino la deificación del
hombre tiene lugar en dos estados: la primera, “in statu viae”, la
gracia confiere una naturaleza semejante a la angélica; después
“in patria”, el lumen gloriae eleva al santo a la “visio Dei per
essentiam” (336).
La acción deificante de la gracia tiene efctos reales en primer
lugar sobre la esencia específica existente en el individuo (342).
ARGÁRATE, P.: (II) La encarnación es divinizante para el hombre
y para el mundo (11). La encarnación tiene por fin la divinización
del hombre. Esto es una constante en los Padres griegos. El fin
de la encarnación no puede ser sólo ni principalmente la
redención, sino la deificación del hombre y el reunir todas las
cosas en Cristo (12). La encarnación del Señor diviniza ya al
hombre dándole todo el ser que Dios quiso desde el comienzo
para él (20). Encarnación que –como hemos mostrado
largamente- tiene para los Padres griegos y orientales y para su
liturgia, una profunda dimensión transfiguradora y divinizante
del mundo (21).
(III) A lo largo de este estudio queremos dilucidar la importancia
de la concepción de Máximo el Confesor.
Su Mystagogía es ante todo una ontología eclesial y una
eclesiología, inspiradas ellas -como todo su pensamiento- por la
unión divinizante del hombre con Dios, en la persona de
Jesucristo. La liturgia aparece como el ámbito de ese teandrismo
divinizante. En ella se manifiesta plenamente la acción salvífica
de Dios, por la cual Dios hace que toda la creación con-spire a la
unión consigo.
La iglesia, y su liturgia, aparece como ese locus de divinización
del hombre. Sin embargo la piedra de toque de esa divinización
es, no podía ser de otro modo, el agape, la caridad de la
filanthropiapor el hermano sufriente, en la cual mostramos,
desde ya, transfigurados, el rostro del Dios vivo.
(IV) Esta divinización responde al deseo más hondo del hombre.
El hombre no se diviniza a sí mismo, sino que es divinizado. El
agente de la divinización es siempre Dios. Los Padres van a
acentuar, precisamente, esa dimensión trinitaria del proceso de
divinización. Esa divinización es una transfiguración, una
transformación de lo humano por la penetración de lo divino.
Resulta evidente, entonces, que la transfiguración del hombre
no implica la destrucción de lo humano. El hombre no deja de
ser hombre. Por el contrario, empieza a ser plenamente hombre,
un hombre divino, por participación en el torrente de vida
trinitaria. Este hombre divinizado es quien obra desde Dios. La
divinización es la plenitud de la vida del Espíritu en nosotros. Si
bien la divinización es obra de toda la Trinidad, es apropiada
especialmente al Espíritu, el santificador (Introducción, 9-14).
La transfiguración operada en el hombre y el cosmos no implica
una confusión entre Dios y la criatura, no constituye una
identificación, sino que es más bien una gracia y una
participación por la gracia en la naturaleza divina. Se trata de
alcanzar por gracia lo que Dios es por naturaleza; participar en
las propiedades de la divinidad, pero sin jamás obtener la
identidad de naturaleza con Dios. Al mismo tiempo se dice que
la salvación es la gracia de la divinización. La diferencia que
podemos establecer entre ambos conceptos es que salvación
tiene un matiz negativo, es siempre un “salvar de”, un rescate
de una situación negativa. La divinización tiene, por el contrario,
una connotación positiva: es la transfiguración del hombre en
Dios. El hombre no es sólo redimido del mal sino que es
transformado en imagen del bien, en luz divina. La divinización
es la participación del hombre en el ser y obrar de Dios. La
divinización es así una verdadera introducción en el misterio
trinitario (Hombres ebrios de Dios, 24-38).
Para explicar el paso de la primera a la segunda fase de la
divinización, es decir de la divinización de la naturaleza humana
de Cristo a la divinización de los individuos, algunos Padres
acuden a una determinada concepción filosófica: la comprensión
de la naturaleza humana como un todo, genérico, como un
hombre genérico, y del cual participarían todos los individuos.
Esta doctrina física de la divinización conlleva, sin embargo,
ciertos riesgos y no debe ser confundida con la doctrina general
de la divinización del hombre. El principal de aquellos riesgos es
el de llegar a pensar que en virtud de la divinización de la
naturaleza humana de Cristo, esa divinización se prolonga
automáticamente a todos los hombres. Será san Máximo el
Confesor quien desarrolle todas las implicaciones del misterio
cristológico para la divinización. El hombre puede ser divinizado
porque Dios se humanizó. El hombre se diviniza tanto, cuanto
Dios se humanizó. El hombre divinizado es así el que ha sido
transformado, y alcanza el culmen de la libertad por una fijación
en el bien. Llega a ser dios e imitador de Dios por esa
permanencia en el bien. La divinización del hombre se presenta
como un don de toda la Trinidad: viniendo del Padre como de la
fuente de todo bien, ella nos es directamente conferida por el
Logos, pero en el Espíritu Santo. La divinización es, pues, la
irrupción de la Vida trinitaria y su gloria en el mundo y en el
hombre. En síntesis somos divinizados por la unión íntima con el
Espíritu Santo, que nos une al Hijo de Dios y, a través de Él, al
Padre (Fuego trisolar, 61-86).
La Iglesia es el ámbito de divinización del hombre y
transfiguración del mundo, esa dynamis transformante alcanza
su máxima potencia en la celebración de la Iglesia. La liturgia
ritualiza y sacramentaliza el ascenso a Dios: adopción filial,
unificación, comunión, semejanza y finalmente, y como
englobando todo, la divinización. La Iglesia es la matriz
dvinizadora del cosmos. La Iglesia es el gran sacramento, la
presencia operante de Dios en el mundo. Todos los sacramentos,
y en especial los misterios eucarísticos, se orientan a la
divinización del hombre y transfiguración del mundo, la
pneumatización de la creación entera, fundada en el Misterio
Pascual del Señor. Todo el misterio divinizante de la Iglesia y de
sus ritos litúrgicos, así también como todo el ascenso espiritual,
culminan en la eucaristía y, más precisamente, en la comunión
eucarística. Por el misterio eucarístico, penetra en nosotros el
obrar divino y lleva a la perfección nuestra divinización. La
celebración que realiza la Iglesia del misterio eucarístico va
divinizando al hombre. Por la comunión Dios nos transforma en
Sí, en lo que comemos, haciéndonos semejantes a Él. Ella nos
hace dioses por gracia y participación, sin que esa divinización
disminuya, sin embargo, nuestra naturaleza humana. La
divinización es un proceso de divinización en cuanto Dios nos
llena todos con su presencia, no dejando nada vacío (El Tálamo,
la Iglesia, 122-131).
La divinización es la realización última de la creación. La vida en
Cristo tiende a la divinización como fin de todo. La divinización
aparece como término y culmen. La divinización aparece como
el término de toda la historia de la salvación. De todo esto se
sigue que la divinización es, en realidad, una realidad futura,
aún cuando esté, de algún modo, incoada en la vida presente.
Este carácter futuro de la divinización hace que Máximo (el
Confesor) la denomine pascua escatológica (Hombre y mundo
saturados por la luz divina, 136-142).
El hombre para responder a esta vocación divinizadora se ve
necesitado de la fe, por la cual empieza el proceso divinizador.
Un lugar privilegiado en el proceso de divinización se le concede
a la obediencia. Así la obediencia en cuanto escucha amorosa
del Señor se manifiesta como camino de divinización. La caridad
es la dynamis unificante en el misterio de la divinización. Ella
hace a Dios descender hacia el hombre; ella hace que el hombre
ascienda hacia Dios. La caridad aparece como el medio para
alcanzar la divinización, pues es la concentración y plenitud de
todos los bienes. Sólo la caridad puede divinizarnos porque, en
definitiva, ella no es sino el Nombre de Dios. La compasión hace
no que amemos como Dios, sino que amemos con su mismo
Corazón. Por la compasión el hombre se vuelve como la luna,
que todo lo ilumina por el reflejo en ella de la Luz del Sol de
justicia. La divinización requiere un corazón sensible, un corazón
que perciba y sienta con los hermanos, especialmente con los
que sufren; un corazón que padezca con los que está sumidos
en el dolor. El misericordioso “llega a ser dios de aquellos que
reciben” esa misericordia (San Máximo el Confesor). No hay
imitación mayor del Señor, y por la cual se alcance un grado
más alto de divinización, que el dejar que brille en nosotros y en
todo su esplendor su corazón compasivo. Nada nos hace más
divinos que cuidar del hermano. El hombre divinizado es aquel
que manifiesta en sí el Corazón de Dios, la pasión trinitaria: la
kénosis de amor. La manifestación suma de la divinización es la
de estar dispuestos a dar la vida unos por otros (El Corazón que
arde: praxis de la divinización, 160-177).
ARRONIZ, J.M.: Para Ireneo, el hombre no es de sustancia divina,
pero queda deificado, al recibir de Dios y hacer suyo el don de la
inmortalidad que lo eleva por encima de todo lo que es
meramente creado (262). Cuando Ireneo dice que en la
consumación el hombre está “dentro de Dios”, “dentro de la luaz
de Dios”, “participando de su claridad”, indica que el hombre
llega a ser él mismo incorruptible, lúcido, eterno: es decir,
espiritual y, en algún modo, de naturaleza divina. La
incorruptibilidad es un perfeccionamiento ontológico del
hombre, que llega a ser en algún modo Luz conmo Dios mismo
(272). La vivificación del ombre corre paralela a un progresivo y
ontológico perfeccionamiento, de suerte que la vida se va
apoderando más y más del hombre, a medida que se acerca la
consumación (276). El hombre persevera eternamente en vida,
no porque Dios lo mantenga eternamente en el ser, sino porque
Dios lo perfecciona en tal grado que el hombre permanece
eternamente porque tiene en sí mismo la fuente de esta
permanencia eterna (279).
BALTHASAR (von) H.U.: “Divinización” [más griego] e
“incorporación a Cristo” [más latino]…las distinciones entre
ambas cosas se esfuman casi completamente: para los griegos
la “divinización” tiene como presupuesto irrenunciable la
encarnación de Dios, y su prolongación en la eucaristía; por
consiguiente, tampoco aquí se llega de otro modo al Padre que –
paulina y joánicamente- por el Hijo y en el Espíritu; para los
latinos, la incorporación a Cristo es el único camino para llegar a
ser partícipes de la vida divina trinitaria; Agustín tampoco
rechazará el concepto de divinización (188).
BARZAGHI, G.: El tema de la divinización del hombre es central
en la fe cristiana. Por este motivo los padres de la Iglesia lo
señalan como una verdad casi indiscutible (40). La divinización
del hombre está dentro de dos límites de la presencia de Dios: la
presencia de inmensidad y la presencia de gracia (42). Si la
gracia es el don que Dios hace de sí mismo al alma del hombre,
ocurre que el alma no es el receptor adecuado: esto es, debe ser
capaz de recibir la gracia. Pero si la gracia es por esencia la vida
divina infinita, el alma humana debe poseer una capacidad
infinita. Pero esta capacidad infinita, pasiva y obediencial no es
de cualquier manera una capacidad de recibir una acción
material y transitiva, porque el alma humana es espiritual y otro
tanto se debe decir de Dios y de su obrar, que es también su
mismo ser (44).
BELTRAN, M.: Esta participación en lo divino lleva al hombre más
allá de los confines de su propia naturaleza, algo caracterizado a
veces como un éxtasis por el que trasciende los límites del
mundo, pues se trata de la propia participación con lo increado,
una unión entre Dios y el hombre que se produce sin confusión
ni cambio de esencia. El hombre participa de los atributos
divinos sólo por la gracia, de modo que su naturaleza humana
no se trasnforma (13).
Y si la naturaleza divina puede hallarse inmanente en la humana
sin que haya confusión ni alteración entre ellas, a fortiori en
Cristo ambas naturalezas se dan sin que ello comporte dificultad
alguna (23).
BIFFI, G.: El verdadero término asignado a la asunción de
nuestra humanidad por parte del Unigénito del Padre es la
divinización del hombre (33). Desde la eternidad todos los
hombres han sido pensados y queridos en Cristo Redentor…Él,
antes aun de ser la cabeza de la Iglesia, es la cabeza de todo lo
creado (94). La gracia libera al hombre de la opresión sofocante
del mal y le permite realizar su índole de “icono de Cristo”,
haciéndolo crecer progresivamente en la conexión y en la
semejanza con su Salvador. Como se ve, el hombre sin la gracia
es “menos hombre”; con la gracia “se humaniza totalmente”
(95).
BOFF, L.: La divinización representa el punto culminante de la
redención, de la gratuita comunicación de Dios y de la
personalización (39). La divinización no es resultado de una
dialéctica racional de caminos mistagógicos o de indicaciones
rituales. Es don de Dios, quien, con gran amor, se abaja hasta el
hombre y lo asume para hacerlo aquello que no es, pero que
representa el sumo grado de ser, la divinización (240). El
hombre sólo es hombre en la medida en que comulga con
alguien distinto a él…Cuanto más se relaciona con el
absolutamente Otro, tanto más es él mismo…Por consiguiente la
perfecta personalización implica la divinización del hombre. En
esta perspectiva comienza a tener nuevamente sentido hablar
de participación de la naturaleza divina (243). Para el hombre,
participar de Dios es poder tener lo que en Dios es ser: es amar
radicalmente, autodonarse permanentemente, comulgar
abiertamente con todas las cosas… Cuanto más sale uno de sí
mismo, comulga con otro y se da, tanto más se asemeja al ser
propio de Dios. Amar es dejar acontecer a Dios en la vida, es
divinizarse y permitir que Dios se humanice. Divinizarse no
constituye un proceso milagroso, inexperimentable y exterior a
nuestra vida. Divinizarse es vivir el amor en la existencia
cotidiana (246-247).
BOROS, L.: Sólo la participación sobrenatural (obra de la gracia)
en la actividad creadora de Dios hace que el hombre consiga
llevar a la plenitud su propia naturaleza…Plena autorrealización
es, pues, participación en la actividad creadora de Dios (28-29).
Como el ser de Dios es esencialmente idéntico a su acción, el
hombre, con cuerpo y alma, y el mundo, recreado por el poder
del hombre en virtud de Dios, participan de la esencia divina. En
este punto hemos llegado a los límites de la reflexión filosófica
sobre el cielo, por cuanto hemos atisbado el misterio de los
misterios como fin y contenido del impulso creador del hombre:
la divinización de todo (29).
BOULGAKOV, S.: La esencia de la Iglesia es la vida divina
revelándose en la vida de las criaturas; es la deificación de la
criatura por la fuerza de la Encarnación y de Pentecostés (5).
BRUNO CARTUJANO (1030-1101): Christus, cum Deus sit,
deificabit quoque suos (Expositio in Psalmis, 83).
BUENAVENTURA (SAN). : La gracia nos conduce a Dios y actúa
de forma que Dios nos posea y que nosotros le poseamos a él, y
que así él habite en nosotros (Breviloquium, 1, 5).
La gracia santificante, gratia gratum faciens, nos vuelve
deiformes y nos lleva a Dios. Hace que Dios nos posea y que sea
poseído por nosotros y de este modo habite en nosotros
(Breviloquium, 1, 5).
Esta influencia deiforme (de la gracia), porque es de Dios y
según Dios y por Dios, vuelve la imagen de nuestra alma
corpórea conforme a la Beatísima Trinidad, no sólo según el
orden del origen, sino también según la rectitud de la elección y
según la quietud de la fruición (Breviloquium 5, 1).
Nadie posee a Dios, si antes no ha sido poseído por él de una
manera especial. Nadie le tiene ni es tenido por él, si no le ama
por encima de todo y sin comparación y si él no es el objeto de
su amor (Beviloquium, 5, 1).
CABASILAS, NICOLÁS (1322-1398): La vida en Cristo germina ya
en este mundo. Aquí tiene sus primicias. Y su consumación en el
cielo, cuando lleguemos a aquel día (19). La vida en Cristo no es
algo puramente futuro; es ya una realidad presente, que
acompaña a los santos que viven y obran conforme a esta vida
(27).
¡Que los hombres se divinicen y se hagan hijos de Dios! ¡Que
nuestra naturaleza reciba honores divinos y sea elevado el polvo
a gloria tan alta, que alcance el honor y condición divina de la
Naturaleza Divina misma! ¿Hay acaso alguna otra cosa parecida
a ésta? ¿Novedad tan extraordinaria no supera todo? (32).
Pues bien, tal es la obra de la economía dispensada en favor de
los hombres: Aquí no comunicó Dios a la naturaleza humana un
bien cualquiera, reservándose para Sí lo mejor, sino que infundió
en las almas la plenitud de la divinidad y toda la riqueza de su
naturaleza (33).
El Salvador, al morir, además de libertarnos, reconciliándonos
con el Padre, nos dio el poder de ser Hijos de Dios: y esto lo hace
uniendo nuestra naturaleza a la suya, mediante la carne que Él
había asumido, y uniendo a cada uno a su propia carne por
medio de la virtud de los Misterios (sacramentos). Así hace
nacer su propia justicia y su propia vida en nuestras almas (35).
Tal es el precio, la muerte del Salvador, por la que llega a
nosotros la verdadera vida. La iniciación en los Misterios
(sacramentos) es el medio de hacer afluir esa Vida a nuestras
almas: ser lavados por el Bautismo, ungidos con el crisma, y
alimentados en la sagrada Mesa. Quienes esto realizan, Cristo
habita en ellos, se une a ellos, se entraña en ellos, les borra el
pecado, les infunde su vida y fuerza, les hace participar de su
Victoria, y -¡oh, bondad!- les corona en el Bautismo y proclama
triunfadores en la Cena (43).
En el cielo seremos dioses con Dios (47). Cristo siendo desde la
eternidad Dios por naturaleza deificó la humana naturaleza
asumida (49). Al quedar deificada nuestra naturaleza humana
en el cuerpo salvador, desapareció el vaso que separaba a Dios
del hombre (106). Cristo vive entrañado en los que se acercan a
los sagrados Misterios (sacramentos), se les entrega (117).
Al encarnarse desciende Dios a la tierra; al asumirnos nos
levanta a las alturas. Lo uno es humanizarse, lo otro deificar al
hombre (130). Para que los seguidores de Cristo puedan unirse a
Él y vivir su misma vide se requiere, por una parte, la obra de la
regeneración que Dios obra en ellos y por la que les une a Sí.
Pero es además necesario que esta unión se perfeccione por
nuestra parte con la práctica de la virtud y los combates
gloriosos (151).

CAPÁNAGA, V.: La deificación de los hombres es la obra maestra


de Cristo y del Cristianismo, revelada sobre todo en los salmos y
en los libros del Nuevo Testamento (746).
La regeneración cristiana infunde una justicia o santidad que es
una participación del mismo Dios (474).
El texto del salmo 81, 6: “Ego dixi Dii estis et filii excelsi omnes”
le sirve ( a san Agustín) para formular su fe en este misterio y
para identificar la filiación adoptiva y la deificación, como
también para los Padres Griegos, theopoiein y uiopoiein son la
misma cosa (476).
Frecuentemente S.Agustín compara la Encarnación y la
justificación. En la Encarnación hay un admirable descenso, pero
sin ningún deterioro del ser divino: en la justificación hay un
admirable ascenso de la criatura, que tampoco destruye, sino
perfecciona y mejora su ser… En ambas hay un intercambio de
naturalezas: Dios se hace partícipe de la naturaleza humana, y
el hombre se hace partícipe de la naturaleza de Dios (747).
El concepto de participación es fundamental en la doctrina
agustiniana de la gracia, y con él se enlazan los de justificación,
deificación y filiación adoptiva…No se trata, pues, de una
igualación absoluta con Dios, sino de una participación de su ser
(748).
La participación de la divinidad en el hombre tiene por
fundamento la participación de la humanidad en Jesús, que es la
Vid en comunión vital con los sarmientos…He aquí una bella
analogía de la deificación, para expresar las relaciones de
intimidad entre Cristo y los cristianos, que reciben su vida de
Cristo, como los sarmientos de la Vid (749).
Muchas de las fórmulas agustinianas, relativas a la deificación,
tienen un alcance escatológico, pues se trata de un proceso
temporal que se acaba en la eternidad. Por eso la deificación
equivale a inmortalidad (750).
La actuación concreta de estos cambios maravillosos, debidos a
la omnipotencia, sabiduría y bondad del Creador, recibe el
nombre de participación, concepto que va en la entraña misma
de la filosofía agustiniana y en la doctrina de la gracia
deificante…Tal participación es analógica, y excluye toda
deificación en un sentido panteístico, al estilo de algunos falsos
místicos, e incluye más que la participación de semejanza por
simple imitación moral, como quieren los semirracionalistas
(751).
La divinización de la criatura racional no es un proceso evolutivo
de las fuerzas inmanentes en ella, sino una donación gratuita
que viene de lo alto. Lo perfecto perfecciona lo imperfecto (752)
El conocimiento por fe imprime una semejanza sobrenatural con
Dios…Idéntico efecto produce el amor sobrenatural o infuso. Lo
mismo para S. Agustín que para los místicos el amor es
asimilativo… “Amando a Dios nos hacemos dioses” [Ser 121, 1]
(753).
Resumiendo, concluimos que en la soteriología agustiniana la
deificación tiene una importancia considerable. La justicia
sobrenatural implica la deificación (754)
CAPDEVILA, V. M.: (III) Tres temas de la patrística oriental (no
ajenos a occidente) íntimamente relacionados entre sí y con la
divinización del hombre: 1º. La imagen y semejanza de Dios; 2º.
La filiación adoptiva, fruto de la encarnación del Logos; 3º. El
don del Espíritu Santo (570).
La gracia es a la vez liberación y divinización del hombre…la
gracia es siempre divinización del hombre, configura a Jesucristo
(589). Los orientales [con relación a la gracia] ponen el acento
en la “divinización del hombre”, los occidentales en su
“liberación”…la teología oriental de la gracia es optimista…En
occidente, san Agustín descubre en la gracia el auxilio divino
que lo hace realmente libre (563).
CARBONE, G.: Por una parte está claro que la divinización no
significa que la criatura sea absorbida en Dios como la estatua
de sal que se disuelve en el agua del mar. Pero de otro lado la
divinización no comporta simplemente una liberación de toda
forma de alienación y una restitución de la criatura a la propia
autonomía, sino que comporta también una elevación, esto es,
la comunicación de la vida misma de Dios (193). La dicotomía
entre humanización y divinización no es otra cosa que el reflejo
del modo de concebir la relación entre creación y redención,
entre naturaleza y gracia. La oposición divinización-
humanización, deificación-secularización pierde gran parte de su
relevancia en la medida en que se toma en serio tres verdades
de fe: la inmanencia del Creador en su creación, la prsencia de
la shekhinah divina en la historia de la salvación y la función de
Cristo en la creación y en la redención (198). La verdad de la
divinización del hombre puede ser utilizada como tema
unificante y ordenador de la teologóa moral (201). Profundizar
en el tema clásico y patrístico de la deificación de la persona
humana es particularmente eficaz a fin de superar la
fragmentación y la pérdida de unidad en la teología moral y en
el saber teológico en general (203).
CERFAUX, L.: (I) La filiación (divina), en sentido paulino, siempre
es natural, en el sentido de que no se limita a ser un acto
jurídico de Dios, sino que nos crea en el orden espiritual
glorificándonos realmente (272).
(II) La resurrección de Cristo ha sido una primera comunicación
de esta vida divina…Nuestro ser cristiano es una participación
de la vida de Cristo resucitado (266).
La vida del cristiano tiene el mismo origen y la misma
naturaleza que la de Cristo resucitado. Es como si la vida, esta
vida nueva divina, desbordara de Cristo y se derramara en todos
los cristianos para volverlos a crear y renovarlos en su ser…Lo
esencial en la relación entre la vida de Cristo y la del cristiano
procede de una relación de causalidad: Cristo resucitado es el
origen de nuestra vida (269).
“Cristo vive en mi”, simplemente significa: La vida de Cristo (por
la eficiencia de la resurrección de Cristo sobre mi) está en mi y
constituye mi propia vida (270-271).
Cristo, una vez resucitado con el poder de santificación y de
espiritualización, transmite la vida (la vida de la que él es
origen, causa eficiente, modelo y depósito) a los cristianos,
individual y colectivamente (285).
COLZANI, G.: La relación de Cristo con la criatura no es sólo
sanante, no es sólo victoria sobre el pecado, sino que es sobre
todo una elevación de la misma a las alturas de la criatura
nueva, dándole su misma vida. Este vivir en Cristo es lo que los
padres llaman théiosis, divinización. La divinización es el
misterio de la presencia y de la actividad de Cristo en nosotros:
la comunión con él conduce al hombre a su plenitud (164).
Globalmente hablando la divinización se presenta según dos
acentuaciones distintas. La primera contempla un predominio de
los tonos escatológicos, llegando a señalarla como una
participación en la resurrección de Cristo en virtud de aquel
bautismo que nos inserta en la muerte-resurrección del Señor: la
participación en la vida divina se describe entonces como una
participación en la inmortalidad, en la incorruptibilidad, en la
apathéia, es decir, en la situación de vida gloriosa propia del
Señor Jesús…La segunda acentuación consiste más bien en el
presente de la vida cristiana y vincula la divinización al
renacimiento bautismal y a su desarrollo a través de la Palabra,
la eucaristía y la ascesis, la oración y la fe, hasta llegar a la
unión transformante y hasta la visión de Dios (165).
COMITÉ PARA EL JUBILEO DEL AÑO 2000: La tradición de la
Iglesia llama a esta obra santificadora del Espíritu “divinización”
o “deificación”… presencia del Espíritu en el hombre se puede
llamar también “gracia santificante”, porque si es cierto que los
cristianos son “partícipes de la naturaleza divina” [2 Pe 1, 4]
esto es posible mediante la santificación del Espíritu [cf. 1 Pe 1,
2] (138).
CONGAR, Y. M. J.: (I) Tenemos que dar todo su impresionante
realismo al carácter teologal de esta vida. Es nuestra, enraizada
vitalmente en nosotros por dones que son verdaderamente
nuestros, pero tiene a Dios mismo por principio y por término.
Somos hijos de Dios [1 Jn 3, l-2]. Se trata de una divinización.
Dios es Dios no sólo en sí mismo, sino también en nosotros. Y lo
es tanto en la tierra como en el cielo. Se comprende que el
Espíritu Santo, que es el término de la comunicación de la vida
divina intra Deum, sea el principio de esta comunicación de Dios
fuera de sí, más allá de sí mismo(587).
Las personas divinas se hacen presentes por medio de los dones
de gracia, efecto de las mociones invisibles del Verbo y del
Espíritu, como participantes de una comunión espiritual…Cristo
y el Espíritu Santo se convierten en la vida de esos fieles…
¿Podemos definir esto como “divinización”?. En la perfecta
posesión del cielo, sí. Allí, Dios será “todo en todos” [l Cor 15,
28]…en la tierra, podemos gustar, a lo sumo, las primicias (587).
Los ortodoxos tienen la firme convicción de que la teología latina
no expresa una verdadera divinización. Sin embargo, fundada en
la doctrina profundísima de las misiones divinas, ve, en la
comunicación de gracia, una continuación, en lo creado, de las
procesiones eternas… Mediante las misiones del Verbo y del
Espíritu, con sus efectos de gracia, Dios –el Dios Trinidad- existe
verdaderamente fuera de sí mismo… (588).
(III) Para la antropología antigua, sobre todo la platonizada, el
hombre es por naturaleza y por creación imagen de Dios;
partícipe propiamente, en orden a la culminación de sí mismo,
de las condiciones de la vida divina; ha sido hecho para realizar
plenamente la semejanza de Dios (omoiosis to Theó), gozando
de las condiciones de la vida divina, la athanasía o inmortalidad.
Esto es la divinización, es la entrada en la luz de Dios, la visión
de Dios. Así el hombre es en su esencia imagen de Dios,
comunicación del ser divino. La naturaleza humana es teófora,
hecha esencialmente a imagen de Dios (95-96).
Un tercer elemento determinante de la tradición espiritual
oriental: una cierta concepción de la Encarnación redentora
como recuperación del proceso de divinización, del que la
naturaleza humana guarda una especie de nostalgia…todo lo
que el Verbo asume por su venida en carne Él lo salva
renovándolo (97).
El Oriente cristiano se inspira principalmente en la tradición
platónica; intenta concebir y explicar los seres por una
participación de Dios en el orden de la causa formal…Si este
punto de vista se aplica a la gracia ésta será concebida como
una impresión, una imagen lo más perfecta de Dios…la
naturaleza a penas aparecería como una participación
imperfecta de Dios, de la que la gracia realiza perfectamente la
semejanza (99-100).
El Oriente habla de “deificación”. Se trata de realizar la
semejanza con Dios, de llegar a ser “consustancial” con Dios; la
realidad de la gracia representa el perfeccionamiento ontológico
del hombre que, profundizando y perfeccionando su semejanza
nativa y constitutiva con Dios, le comunica las condiciones del
ser de Dios. Se trata de una elevación de la ontología humana
de una iluminación transformadora del ser mismo de la
naturaleza humana (101)…El Occidente habla de
bienaventuranza. Se trata de ver a Dios como Él se ve…la gracia
es un principio radical de operaciones sobrenaturales; es
concebida como participación de la naturaleza divina, es decir,
de aquello que en Dios es principio de actos propiamente
divinos…A esta doble concepción del término (deificación-
semejanza; bienaventuranza-operación) corresponde una doble
concepción del hombre: por una parte, una antropología
concebida de una manera ontológica y por otra, una
antropología pensada desde el punto de vista de la operación
(101).
La Iglesia será para el Oriente un medio de operación deificante,
por medio de los sacramentos, del culto, por un descenso de la
eternidad en el tiempo, de lo invisible en lo visible, de lo
increado en lo creado…dándose la tentación de olvidar el
carácter militante de la Iglesia (105) La Iglesia es una
comunicación y una extensión de la unidad misma de Dios…
(131). La Iglesia es como una extensión o manifestación de la
Trinidad, el misterio de Dios en la humanidad; la Trinidad y la
Iglesia es Dios que viene de Dios y que retorna a Dios llevando
consigo y en sí su criatura humana (141).
CORBON, J.: Este poder transformante del río de a Vida que
penetra a todo el hombre, persona y naturaleza, la tradición
indivisa de la Iglesia lo llama con una palabra maravillosa que
resume el misterio de la liturgia vivida: la deificación…Es Jesús
quien vino a deificar esta naturaleza humana que Él se ha unido
de una vez para siempre…
No hay aquí ninguna pseudomística pancrística, ya que la
persona humana permanece la misma, creada y libre, de frente
a su Señor y Dios; y no hay tampoco moralismo alguno, otro
error que nos acecha, ya que la naturaleza humana participa
realmente en la divinidad de su Salvador (215-217).
DE ANGELIS, B.: La divinización, es decir, la filiación que viene
por obra del Espíritu, esa por consiguiente prevista desde el
momento de la creación y ese objeto mismo de la creación (67).
La salvación-deificación es una obra de colaboración entre Dios
y el hombre, en la cual la gracia de Dios es el principio activo,
sin que la participación del hombre haya de ser entendida en
sentido meramente pasivo (71). El proceso de divinización,
fundado en la encarnación de Cristo, comienza en el bautismo
(75). También la expresión paulina “tengamos el nous de Cristo”
es interpretada por Máximo en sentido fuerte, para indicar no
solamente el adecuamiento del pensamiento y de la intención a
los de Cristo, sino como una real asimilación del nous humano
entendido como facultad o “órgasno” del alma, al de Cristo (77).
DE LIBERA, A.: El Libre Espíritu profesaba la deificación sin la
gracia (Conclio de Vienne VI, 6, Hefele-Leclerc, pág. 682);
distinguiendo los incipientes, los proficientes y los perfecti,
afirmaba que una vez llegados a término los perfectos eran
deificicados y debían convertirse en objeto de un culto de
adoración. Reservaba, sobre todo, la deificación a ciertos
elegidos. Para Eckhart, por el contrario, todo hombre debe
convertirse en Hijo de Dios…Si la deificación desempeña un
papel capital en Eckhart y sus discípulos, Cristo sigue siendo
para ellos el único camino posible (20).
Por “deificación” o “justificación”, los místicos renanos entienden
la inhabitación de la Trinidad entera en el alma del justo (23).
La justificación y la deificación son presentadas, a menudo, por
Eckhart como resultantes del nacimiento del Hijo en el alma
asegurando la “penetración” (durchbruch) del alma en Dios
(146).
DIADOCO DE FOTICE (+468): Pues el Dios glorioso no se hizo
hombre para engañar a la imaginación de su criatura, sino, por
la participación en nuestra naturaleza, para destrozar
definitivamente la inclinación al mal, sembrada por la serpiente.
La “posición” y no la naturaleza es la que ha cambiado la
encarnación del Logos para que nos desacostumbremos a
recordar el mal y atraigamos el amor de Dios, hemos sido
transformados no en algo que no éramos, sino renovados
gloriosamente en lo que fuimos una vez (Ascens. VI)
DÍAZ LORITE, F. J.: Pues al comer [la eucaristía] es Él el que nos
convierte en suyos y, por tanto, nos hace partícipes de Él mismo
y de su divinidad, no por naturaleza como Él es, sino por
participación (272).
Esta unión [con Cristo en la eucaristía] es tan fuerte que la única
comparación posible es la unión que existe entre el Padre y el
Hijo…así al estar unidos a Cristo participamos, también por
gracia, de su naturaleza divina, por lo cual llegamos al culmen
de lo humano, a ser dioses por participación. Esto significa que
al recibir a Cristo en la eucaristía comenzamos a vivir la vida
eterna, pues aquella no será sino la consumación de esta vida
de gracia (273).
En esta comunión con el Dios trino y uno es donde llegamos al
cumplimiento definitivo de lo que estábamos destinados: a ser
semejables a la imagen del Hijo (277).
DOCKX, S. I.: El Hijo es el autor de la adopción como causa
formal ejemplar. Como hijos de Dios por adopción tenemos una
cierta semejanza con el Hijo de Dios por naturaleza. Esta
semejanza permite atribuir la adopción, por apropiación, al
Verbo (Capítulo primero: la filiación adoptiva). Capítulo II: La
deificación en general (párrafo 1): Esta presencia de Dios en
nosotros constituye la comunicación de la naturaleza divina. La
deificación en el estado de bienaventuranza (párrafo 2). Capítulo
III: la fuente de nuestra deificación en este mundo. Capítulo IV:
el conocimiento amoroso de Dios. Capítulo V: nuestra deificación
y las relaciones trinitarias. Capítulo VI: nuestra filiación
sobrenatural: nuestra unión a Dios por la gracia es una
semejanza de la naturaleza divina.
DUNS ESCOTO, J. (1265-1308): El alma se hace deiforme gracias
a la especial inhabitación de Dios, como el carbón se convierte
en fuego, igniforme, mediante el fuego que está presente en él
(Ord. II, d.26, q.un., n.16).
La gracia es la participación en la vida divina (Ord. III, d.13, q.4,
n. 14
DURRWELL, F. X.: (I) En suma, la resurrección de los muertos
tiene su fuente allí donde la creación y la divinización del
hombre empiezan: en el misterio del Hijo (98).
(II)Dios crea a los hombres a su imagen; quiere divinizarlos, pero
en su Hijo, en la receptividad. El intento luciferino, en donde el
hombre tiende a divinizarse fuera de la sumisión a Dios, es una
perversión de la naturaleza humana (34).
(III) Es verdad que san Pablo utiliza una palabra (huiothêsia) que,
en el lenguaje profano, expresa la adopción filial. Pero lo
entiende en su sentido etimológico: el fiel es realmente
constituido hijo. Cuando Dios hace del hombre un hijo, no actúa
jurídicamente, sino divinamente, es decir, como creador. En su
humanidad, Jesús no es un hijo adoptivo y su resurrección es un
engendramiento muy verdadero. También es real el
engendramiento de los que resucitan junto con Cristo: “El nos ha
regenerado…por la resurrección de Jesús de entre los muertos”
[1 Pe 1, 3]; “nos ha engendrado con un germen incorruptible” [1
Pe 1, 23], mediante la participación en la “naturaleza divina” [2
Pe 1, 4]. El que nace de este modo es hijo de Dios más aún que
de sus padres… Los fieles son hijos de Dios, porque son “uno en
Cristo Jesús”, formando con él una unidad personal [Gál 3, 28].
Son uno no porque constituyan una persona colectiva; no existe
persona colectiva. Son hijos de Dios y están unidos entre sí en
virtud de la persona de Cristo en la que han sido asumidos de
alguna manera. Cristo constituye la personalidad profunda de
cada uno, filializa a cada uno, lo une a sí mismo en la unidad de
su persona…Por tanto el fiel está cristificado, está personalizado
por Cristo, está divinamente filializado (81-82).
EMERY, G.: (I) La filiación consiste en la participación de la vida
divina que confieren la gracia y más tarde la gloria, en virtud de
una conformación con el Hijo por el don del Espíritu Santo (292).
Esta participación en la que consiste la filiación adoptiva es una
“divinización” o “deificación” (296).
La gracia santificante y sus dones de sabiduría y de amor son
necesarios para que se dé “proporción” entre el hombre y las
personas divinas, es decir, para elevar la naturaleza humana y
el obrar humano a fin de hacer al hombre capaz de llegara Dios [
es la divinización] (542-543).
ESCOTO ERIÚGENA, J. (810-870): “Por tanto, del mismo modo
que todo el hierro candente se licúa hasta el punto de que
parece haber sólo fuego, pero siguen siendo distintas las
sustancias de uno y otro, así se debe aceptar que, después del
fin de este mundo, toda la naturaleza, tanto la corpórea como la
incorpórea, sólo manifiesta a Dios, aunque permanezca íntegra
de tal modo que a Dios se le pueda com-prender aunque siga
siendo in-comprensible y la criatura misma sea transformada,
con maravilla inefable, en Dios” (V, PL 122, col. 451 b).
Quema el Padre, quema el Hijo, quema el Espíritu Santo, porque
a la vez nuestros delitos son consumidos y a nosotros, como un
holocausto por THEISIN (esto es, la deificación), nos atraen a su
unidad (PP, IV, 743A).
EVAGRIO PÓNTICO (+399): La oración es la más divina de todas
las virtudes (Tractatus de Oratione, 150).
FARRUGIA, E.: Deificación o divinización representa la
antropología del oriente cristiano desde el tiempo de los padres
hasta el día de hoy…“Deificación” es una expresión típica
forjada por los padres griegos para expresar el objeto central del
hombre en esta vida (236).
El pensamiento de Rahner representa la tentativa de traducir el
mensaje de la deificación en clave moderna. Según él, los
términos del AT y del NT convergen en el tema de la
“participación de la naturaleza divina”. Gracias a la iniciativa
divina, el hombre llega a ser “partner de Dios” (241).
Desde esta perspectiva Rahner no duda en llamar a la historia
del mundo una “historia de deificación” y de “pneumatización”
(espiritualización) del mundo (242).
Entre Dios y el hombre existe, al menos como ideal que se va
realizando en la historia, una unidad-en-la-distinción. Lo cual
representa para Rahner el modo de expresar la teología
patrística del hombre como imagen y semejanza de Dios. Se
trata propiamente de la historia de Dios en el mundo, pero
dejando espacio a la libertad del hombre (242).
Dios se da a sí mismo: da su vida para que sea participada. Por
eso, Rahner uiliza el término “Selbst-mitteilung”, la
autocomunicación de Dios al hombre en la revelación y en la
gracia. Dios se comunica libremente, y también la respuesta del
hombre, de aceptación o de rechazo, es libre (242).
El intento prográmatico de esta apertura al pensamiento oriental
aparece en un documento inédito que Rahner escribió durante la
segunda guerra mundial: “La teología oriental siempre tiene
algo que decir: naturalmente, también viceversa. La teología
oriental da un estímulo nuevo a pensadores como Tomás,
Petavio, Scheeben. La teología oriental de la resurrección y
transfiguración…de la transformación también del universo
entero por medio de la gracia posee una cualidad que puede
impulsar actualmente también nuestra teología occidental”
(243).
En el Curso Fundamental sobre la Fe (1976) como en otros
escritos suyos (de Rahner) la categoría de la autocomunicación
de Dios viene descrita como “perdonante y deificante” (243).
FERNÁNDEZ JIMÉNEZ, F.M.: Otra característica de la divinización
es que a ella están llamados todos los hombres, aunque los
caminos para llegar a ella sean distintos (106).
Un hecho importante, en este camino hacia la divinización, es el
que Dios dé al hombre el verdadero conocimiento…En efacto
sólo conociendo a Dios, el ser humano podrá amarlo y, de este
modo, buscar únicamente su gloria, uniéndose a él (107).
FLICK, M.-ALZEGHY, Z.: Los textos litúrgicos que hemos citado
demuestran que la doctrina de la participación de la naturaleza
divina forma parte del magisterio ordinario de la Iglesia (559).
Para comprender plenamente el peso del testimonio patrístico
sobre la deificación, hay que observar que los padres no se
limitan a repetir las palabras de la Biblia sobre la “participación
de la naturaleza divina”, sino que interpretan esta doctrina de
manera diferente, por medio de una terminología muy extendida
en la filosofía religiosa helenística (557-558).
Si los padres desafían el peligro de los malentendidos
(panteísmo) y no dudan en usar esta terminología para expresar
la doctrina revelada, ello quiere decir que juzgaban insuficiente
toda explicación puramente moral y metafórica de la
participación de la naturaleza divina (558).
La Iglesia no ha definido nunca la participación del justo de la
divina naturaleza. Pero la revelación afirma explícitamente esta
doctrina, y la Iglesia la enseña como parte integrante de la fe:
Por consiguiente, es de fe divina y católica la realidad de esta
participación (562).
FORTE, B.: Mientras que Oriente se mantendrá en una
contemplación teológica más vinculada a la vivencia espiritual y
litúrgica, profundizando en la idea de la “deificación del
hombre”. Occidente dirigirá su atención especialmente a las
dimensiones antropológicas de la gracia (191).
A través de ellos (los sacramentos) la gracia se hace presente en
el tiempo como prenda y anticipación de la eternidad; en este
sentido la liturgia revela de forma muy densa cómo la gracia no
es más que la gloria en el tiempo de la peregrinación, y la gloria
no es más que la gracia en el cumplimiento de la patria. “Grace
is glory in exil, glory is grace at home” [J. H. Newman]” (267).
FRANSEN, P.: La doctrina que entiende la gracia como
divinización alcanzó su punto culminante precisamente durante
las duras controversias cristológicas y pneumatológicas (615).
La doctrina oriental sobre la gracia se puede resumir en el
concepto de apocatástasis, con el que se indica el
restablecimiento de la humanidad caída operado por Cristo y
realizada en nuestras almas por el Espíritu Santo (616).
FROMM, E.: La afirmación más fundamental de la Biblia sobre la
naturaleza del hombre es que éste ha sido hecho a imagen de
Dios (61). El hombre no es Dios, pero si adquiere las cualidades
de Dios, no está por debajo de Dios, sino que anda con Dios
(63). ¿De qué modo trata el hombre de imitar las acciones de
Dios? Practicando los mandamientosde Dios, su ley…Esta
imitación de Dios mediante el obrar del modo que obra Dios
significa hacerse más y más semejante a Dios, significa al
mismo tiempo conocer a Dios (64). Lo que hemos descrito hasta
aquí representa la línea principal del pensamiento bíblico y
rabínico: el hombre puede hacerse como Dios, pero no puede
hacerse Dios (65).
GALINDO RODRIGO, J. A.: En cuanto a la equivalencia
significativa de la participación de la divina naturaleza y la
divinización, creo que es patente. En ningún caso puede
pensarse la participación sin la divinización y viceversa. Más
aún, ambos conceptos se incluyen recíprocamente. Y se
identifican (211).
La divinización es una intensificación y plenificación de la
justificación. Pero evidentemente no es lo mismo divinizar que
justificar…No obstante ambas, la justificación y la divinización,
van inseparablemente unidas; porque ambas son dimensiones
de una misma realidad que es la gracia (213).
La deificación no es una mera relación intencional entre el
hombre y Dios desprovista de consistencia ontológica,
cualquiera que sea la forma que se le dé. Sino que es necesario
que la divinización sea también entitativa (215-216).
La divinización se realiza en todo el ser personal del hombre.
Este ser personal tiene dos dimensiones: el estático-esencial…y
el dinámico-existencial…La divinización se realiza en ambos;
aunque su centro de gravitación es el ser personal-esencial…El
ser personal-esencial, ya establecida la divinización del hombre,
genera y determina la continua divinización del ser existencial
(222-223).
Pero el bien comunicado al hombre es el amor, que es el ser de
Dios, según la Escritura. Así la divinización se constituye en la
transición de lo ontológico (bien) a lo personal (amor). Nada hay
en la gracia más óntico que la “participación de la naturaleza
divina”…la divinización sería el núcleo y la síntesis de la gracia
(382).
GARCIA DE HARO, R.: Para revelar el misterio de nuestra nueva
relación con Dios, la Sagrada Escritura habla de la filiación
divina…siendo hijos de Dios, llegamos a ser un hombre nuevo,
una nueva criatura, hasta el punto de no ser extrraños, sino
familiares de Dios…Por este nuevo nacimiento llegamos a ser
hermanos de Cristo…La filiación divina del cristiano se revela así
estrechamente ligada al misterio de la Trnidad: es el modo en
que se realiza nuestra participación en la vida íntima de Dios:
Padre, Hijo y Espíritu Santo (396).
Nosotros somos dioses por participación: S. Tomás resalta que es
todo el ser creado el que es elevado, y no solamente ayudado
en su obrar: “la gracia antes está en la esencia que en las
potencias”, así se llega a deber hablar de nueva creación o
recreación…La correspondencia entre el misterio de la
divinización y la participación metafísica, continúa también en
realación a la dialéctica del Uno y el múltiple: la criatura en
gracia es divinizada, no totalmente, sino participativamente; y
por esto somos muchos dioses por participación y un solo Dios
(397).
El nuevo ser de la divinización debe estar constantemente
sostenido por Dios, en conformidad con el realismo ontológico
de la nueva creación: “la gracia es causada en el hombre por la
presencia de la divinidad” (S. Th. III, q.7 a 13 ac.)…La filiación
adoptiva es una semejanza participada de la Filiación divina
natural (398).
La participación en la Filiación natural del Verbo –en la cual
consiste nuestra filiación adoptiva- …debe ser relación con el
Padre, pero una realación participada de la relación perfecta,
única y subsistente. (400).
Somos hijos del Padre en el Hijo por el Espíritu Santo,
radicalmente transformados y regenerados en lo profundo de
nuestro ser -y por tanto, en toda nuestra persona, naturaleza,
potencias y operaciones-; verdaderamente deificados, vivamos
en la luminosidad del misterio de la Santísima Trinidad (401).
GARRIGOU-LAGRANGE, R.: La gracia nos asimila también
inmediatamente a Dios como tal, en su vida íntima; es una
participación formal analógica de la Deidad tal como es en sí…la
gracia santificante es una semejanza analógica de Dios en tanto
que Dios o de su Deidad, de su vida íntima, que no es
naturalmente participable ni naturalmente cognoscible de forma
positiva (475).
La palabra deificar [utilizada por Santo Tomás] demuestra que la
gracia es una participación de la naturaleza divina, no
solamente según la razón del ser o de la inteligencia, sino según
la razón propia e íntima de la Deidad (476).
Desde toda la eternidad el Padre tiene un Hijo, al que le
comunica toda su naturaleza, un Hijo igual a Él, al que le da ser
Dios de Dios… y, por pura bondad, gratuitamente ha querido
tener en el tiempo otros hijos, hijos adoptivos, según una
filiación no solamente moral (por declaración exterior), sino real,
íntima (por la producción de la gracia santificante, efecto del
amor activo de Dios por nosotros). Él nos ha amado con un amor
no sólo creador y conservador, sino vivificador, que nos hace
participar de su vida íntima, de la visión inmediata que Él tiene
de sí mismo y que comunica a su Hijo y al Espíritu Santo (478).
La gracia santificante nos hace hijos de Dios por una semejanza
analógica y participada de la filiación eterna del Verbo…es, por
tanto, en nosotros una participación de la Deidad tal como es en
sí…tal como la ven los bienaventurados…el justo tiene una vida
no solamente intelectual, sino deiforme, divina, teologal,
deificada(479).
La gracia es un accidente finito (un hábito entitativo, recibido en
la esencia del alma), la fe es un hábito operativo recibido en
nuestra inteligencia, la caridad un hábito operativo, recibido en
la voluntad. Todo esto es verdad en razón del sujeto que lo
recibe; pero estos hábitos son una participación formal de la
vida íntima de Dios; de otra forma, no nos dispondrían a verla tal
cual es en sí, por una visión inmediata que tendrá el mismo
objeto formal (quod et quo) que la visión increada que el Dios
uno en Tres Personas tiene de sí mismo (480).
La gracia santificante es una participación formal analógica de la
Deidad tal cual es en sí (482).
GELABERT, M.: (I) En el centro de la paradigmática historia del
primer pecado aparece esta dimensión de autoafirmación:
“seréis como dioses, conocedores del bien y del mal” [Gén 3, 5].
Adán se pone en lugar de Dios, pretende ser dueño único de su
destino, tomarse a sí mismo por medida y disponer de sí mismo
a su talante, negándose a depender del que lo ha creado.
Entiéndase bien: la gravedad del asunto no está tanto en querer
ser como dioses, cuanto en quererlo ser en la desobediencia a
Dios. Pues el hombre, creado a imagen de Dios, fue llamado a
compartir la vida divina…Apoyándose en la propia finitud no
puede sacierse el deseo infinito del hombre. La llamada a
compartir la vida divina no puede lograse desde la ruptura, la
autonomía y el enfrentamiento. Pues Dios es Amor en la
Comunión, y la divinización humana siempre es algo recibido,
que no puede alegarse en contra del dador…El hombre, llamado
a la divinización, pero criatura limitada, no puede divinizarse por
sí mismo, sino por gracia. En suma, el pecado no está en
pretender ser como Dios, sino en pretenderlo al maregen de
Dios (163-164).
En esta comunicación Dios sigue siendo Dios, el misterio
absoluto, la realidad sin medida. Y, sin embargo, viene al
hombre, comunica su ser…Y el hombre, sin dejar de ser hombre,
sin quedar anulado en su finitud, se diviniza, su área vital queda
elevada a nivel sobrenatural por la vida divina. Esta divinización,
lejos de anular al hombre, le personaliza, le permite alcanzar su
verdadra statura, su auténtica dimensión humana. Dios es más
Dios que nunca cuando viene al hombrey el hombre es más
hombre que nunca cuando recibe a Dios (226).
GILLET, R.: La misión del hombre es, pues, divinizar el cosmos
sensible, sirviendo de intermediario entre el cosmos y Dios (76).
El hombre contribuye a dirigir hacia Dios toda la creación (77).
Liberar al hombre de la muerte y deificarle es, según Gregorio
de Nisa, la misión del Salvador…La encarnación reconcilia a toda
la creación con Dios (79).
El hombre divinizador cósmico, se ha visto, con la encarnación,
relevado en esta función por Cristo. Relevado e infinitamente
sobrepasado, pues la unión personal con el Verbo, privilegio
exclusivo de la humanidad de Cristo, ha extendido su fuerza y
sus consecuencias a todas las criaturas racionales. Relevado,
pero no reemplazado, pues Cristo para cumplir su misión se ha
hecho hombre. Esta es la razón de que podamos decir, según el
pensamiento de Gregorio de Nisa, que el hombre, como Cristo,
tiene poderes divinos (83).
GONZALEA-AYESTA, C.: Me ineresó, por tanto, desarrollar el
estudio de los dones (del Espíritu Santo) desde la perspectiva de
la inhabitación como divinización del cristiano (12). La
inhabitación de las personas divinas en el hombre se da por las
misiones invisibles del Hijo y el Espíritu Santo. Así se opera la
divinización del hombre…Santo Tomás se refiere a la radical
divinización dl hombre que posee al Dios trino como su fin-
felicidad, su bienaventuranza (199).
GRANADOS GARCÍA, L.: “Os he dicho sois dioses, todos vosotros,
hijos del Altísimo” [Sal 81, 6]. El tema patrístico de la
divinización adquiere en el Confesor una fuerza y síntesis
incomparable. A partir de una profunda reflexión metafísica, la
imagen bíblica supera la mera metáfora sin caer por ello en una
disolución en lo divino. Se trata de una verdadera divinización
que, como veremos, es, al mismo tiempo, completa
humanización (106).
Jesucristo no sólo posibilita la divinización del hombre, sino que,
en cuanto Logos Creador, se presenta como su modelo. Esto no
supone una mera reproducción exterior y contingente de sus
obras, sino más bien una semejanza interior (129-130).
Como ya vimos la misión divinizadora de Cristo es característica
de su sacerdocio. Ahora podemos precisar que esta consiste en
una nueva generación [gennomenon] según el modelo de su
obediencia al Padre: la divinización consiste en un nuevo
nacimiento que nos hace connaturales [symphitoi] con Cristo.
De este modo, la nueva plasmación de la imagen, consiste en
formar “imágenes vivas de Cristo” [zosas eikonas Xristou] en
aquellos que siguen su misma vida: iconos del ágape (131).
La divinización, por ello, consiste en la cristificación. Al igual que
en Cristo, supondrá un camino de crecimiento en las virtudes y
en la gnosis, y el don del Espíritu que disponiéndolo
interiormente posibilitará la acción humana en concordia con la
voluntad del Padre (132).
La ausencia de pecado en Cristo implica una diferencia
fundamental con la divinización del justo, pues en Él no es
necesaria la purificación del mal y de las pasiones contrarias al
logos. Por otra arte, la perfección de la libertad de Cristo supoen
que no sólo no comete pecado sino que no puede pecar…Esta
impecabilidad, presente en Él desde el inicio será para el justo el
punto de llegada de su divinización (133).
Así pues, en unidad y diferencia respecto a Cristo, la divinización
del justo es plena, sin por ello quedar disuelto en lo divino. Se
trata de una renovación en el tropos, no en el logos. La
naturaleza humana permanece idéntica pero recibe un nuevo
modo divino que no es mera restauración de un estado anterior.
En virtud de la encarnación del Logos divino, la dignidad
humana es enriquecida de una forma nueva. Redimida del
pecado que la alejó de Dios, recibe, además, la salvación, es
deci, la divinización a imagen de Cristo (134).
Al igual que Cristo, el hombre debe avanzar desde la imagen
hacia la semejanza divina através de las virtudes y la gnosis. A
diferencia de Cristo, tal camino incluye la purificación de las
pasiones contrarias a la naturaleza, que han roto la armonía
interior del hombre (135).
La divinización sólo es posible desde la primacía absoluta de
Dios, por su sola fuerza. Esto no niega la colaboración humana
[sinergia], sino que aclara que “no hay más que un recurso para
aniquilar los males: Dios”, y que sólo a partir de este pilar puede
darse una verdadera sinergia (136).
El Espíritu actúa en las potencias naturales llevándolas a su
perfección, de modo que éstas, lejos de ser eclipsadas, se
convieten en operadoras de divinización…Por tanto, la
divinización consiste en la acción divina [del Espíritu] de una
persona humana (139).
De este modo, el fundamento de esta sinergia divinizadora se
halla en la encarnación. El camino que el Espíritu recorre en
nosotros es semejante al del Logos en la humanidad de Cristo,
que aprendió a ser hijo a través de su obediencia. Esto es
posible porque el mismo Espíritu Santo es el Espíritu de Cristo
(140).
Al hacer suyo el obrar divino, las acciones del justo se
convierten en manifestación de la presencia de Dios en el
mundo. Se produce una unidad en la operación entre Dios y los
que son dignos y, más aún, una cieta encarnación de Dios en el
justo (148).
El fruto de la divinización es, pues, la plena libertad obtenida por
la impecabilidad. La libertad limitada y siempre en camino
durante la vida del justo alcanzará su perfección en el cielo,
donde la impecabilidad será absoluta…La impecabilidad del
justo, como un querer y rechazar lo mismo que Dios, es posible
sólo en virtud de la acción redentora de Cristo. La acción
humana de la persona divina del Hijo abre el camino de la
divinización del hombre…La plenitud de la divinización consiste
en la acción divina de una persona humana, es decir, en la
acción del justo con un tropos divino, queriendo y rechazando
todo y sólo aquello que el Padre quiere y rechaza (151).
La divinización es una gracia divina que se recibe
humanamente, pues el Espíritu no actúa sin el hombre, sin sus
capacidades naturales: la necesaria colaboración del hombre
con Dios [sinergia] supone su docilidad, a imagen de Cristo, el
“ungido” por el Paráclito. Así, el mismo Espíritu que camina en
Jesús por las virtudes, diviniza lacarne del justo haciéndolo
partícipe de Cristo.Los dones del Paráclito, acciones del Espíritu
de Cristo, realizan la divinización, es decir, esculpen en el
hombre la imagen de Cristo (154).
GROSS, J.: Que el cristiano viva una vida divinizada es una
verdad universalmente admitida desde el siglo IV: y no como
una verdad puramente especulativa y abstracta, sino como una
convicción profunda, una idea-fuerza, que fue tal vez el resorte
más poderoso de la época (344).
GROSSI, V.: En la Iglesia ortodoxa griega la divinización en Cristo
es la base soteriológica de la mística o unión con Dios. El
hombre, en otras palabras, en Cristo es incorporado en la
divinidad [la divinización] (322).
En realidad el hombre de Agustín es aquel de la visión paulina,
que, sometido al pecado, gime por la redención. Por tanto, la
primera acentuación gravita no tanto sobre el hombre que se
diviniza cuanto sobre el hombre liberado del mal y adoptado
como hijo de Dios. El término “redención” llega ser con él la
palabra clave de la teología occidental y, por tanto, su teología
constituye un todo de antropología y soteriología. Él, por tanto,
trata prevalentemente el aspecto medicinal de la gracia (negado
por los pelagianos), la gratia sanans, pero trata también de los
frutos de la gracia, que deifica el alma haciéndola partícipe de
su naturaleza divina y, por eso mismo, hija adoptiva de Dios. En
otras palabras, la deificación se identifica en él con la filiación
adoptiva. Agustín por tanto desarrolla la divinización del hombre
sobre todo en relación a la comprnsión del misterio de la
encarnación, que nos establece en la filiación adoptiva (323-
324).
Agustín desarrolló la divinización del hombre sobre todo en
relación a la comprensión del misterio de la encarnación, que
fundamenta la filiación adoptiva del hombre, también –respecto
a los griegos que hacen palanca en la Theopoiesis o divinización
y hablan por ello siempre de elevación, de glorificación del
hombre- insiste sobre la liberación del mal operado por la gracia,
dado que este dato era negado por los pelagianos (335).
GUILLERMO DE SAINT-THIERRY (1075-1148): Hay otra semejanza
con Dios, que ya no se llama semejanza, sino unidad de espíritu,
cuando el hombre llega a ser uno con Dios, un espíritu, no sólo
por la unidad de un idéntico querer, sino por no ser capaz de
querer otra cosa. De esta manera, el hombre merece llegar a ser
no Dios, sino lo que Dios es: el hombre se convierte por gracia
en lo que Dios es por naturaleza.
HONORIO DE AUTUN (1090-1152): La causa de la encarnación
de Cristo ha sido la predestinación de la deificación humana.
Desde la eternidad, en efecto, estaba predestinado por Dios que
el hombre sería divinizado (Liber octo quaestionum, q. 2, PL 172.
1187).
ISAAC DE STELLA (1100-1169): El Hijo de Dios es el primogénito
entre muchos hermanos, y, siendo por naturaleza único, atrajo
hacia sí muchos por la gracia para que fuesen uno solo con él.
Pues da poder para ser hijos de Dios a cuantos lo reciben
(Sermón 51).
ISAAC EL SIRIO (640-700)
Déjate conducir por la compasión, que cuando ella se encuentra
en tu corazón, es en ti el icono de de la santa belleza, a la
semejanza de la cual has sido creado. El carácter universal de la
compasión, aun sin que haya necesidad de la mediación del
tiempo, da al alma el comulgar con la divinidad, en la unidad del
esplendor de la gloria (Discurso 1).
JEREMIAS, J.: Si Dios es el padre, los discípulos son sus hijos…Ser
hijos de Dios, a los ojos de Jesús, no es don de la creación, sino
don escatológico de la salvación. Tan sólo el que pertenece al
reino, puede llamar Abba a Dios, ya desde ahora tiene a Dios
como padre, ya desde ahora está en la condición de hijo. La
condición de hijos, que los discípulos poseen, es participación en
la filiación de Jesús. Es anticipación de la consumación (213-
214).
JOURNET, CH.: La gracia de Cristo es una gracia filial…Por el
hecho de extenderse de Cristo a su Iglesia no cambia de
naturaleza la gracia santificante. Lo mismo en uno que en otro
caso es una participación de la naturaleza divina (80-81).
JUAN DE AVILA (San): Pues así como mi Padre está en mí, y, por
estar Él en mí, la vida que yo vivo es en todo semejante a la de
mi Padre, que es vida de Dios, así aquel en que yo estuviere por
medio de este sacramento [eucaristía], la vida suya será
semejante a la mía, y así no vivirá ya como hombre, sino como
Dios (Meditación del beneficio que nos hizo el Señor en el
sacramento de la Eucaristía: II, 759).
El que comulga llega a “ser participante del mismo Dios”
(Meditación del beneficio…: II, 760).
Llegamos a ser un espíritu con Él y a ser Dios por participación
(Sermón 18, 10: III, 233).
Siendo el manjar tú, los conviertes en ti, y siendo tú verdadero
Dios, haces a ellos dioses por participación (Sermón 56,18: III,
755).
El hombre con Dios es como Dios y sin Dios es grandísimo tonto
y loco (Carta 2, 19-20: IV 15).
Debéis perseverar en vuestro ejercicio [amar a Dios], porque si
no perseveráis, no vendréis a gozar de la corona y el paraíso
que vienen a alcanzar los aprovechados en este santo amor, aun
acá en la tierra (Carta 26, 195-198: IV, 164).
¿Dónde más alto se puede subir que en amar a Jesucristo, que la
amó y lavó con su sangre y se da a sí mismo al que lo ama y de
hombre la torna en Dios? (Carta 43, 46-48, IV, 223).
JUAN DE LA CRUZ (San): Este aspirar del aire es una habilidad
que el alma dice que le dará Dios allí en la comunicación de el
Espíritu Santo, el cual, a manera de aspirar, con aquella su
aspiración divina muy subidamente levanta el alma y la informa
y habilita para que ella aspire en Dios la misma aspiración de
amor que el Padre aspira en el Hijo y el Hijo en el Padre, que es
el mismo Espíritu Santo que a ella la aspira en el Padre y el Hijo
en la dicha transformación para unirla consigo. Porque no sería
verdadera y total transformación si no se transformase el alma
en las tres Personas de la Santísima Trinidad en revelado y
manifiesto grado. Y esta tal aspiración de el Espíritu Santo en el
alma con que Dios la transforma en sí… (891).
De donde las almas esos mismos bienes poseen por
participación que Él por naturaleza; por lo cual verdaderamente
son dioses por participación, igual y compañeros suyos de
Dios…El alma participará al mismo Dios, que será obrando en Él
acompañadamente con Él la obra de la Santísima Trinidad de la
manera que habemos dicho, por causa de la unión sustancial [y
por amor] entre el alma y Dio (893).
Y finalmente, todos los movimientos y operaciones e
inclinaciones que antes el alma tenía del principio y fuerza de su
vida natural, ya en esta unión son trocados en movimientos
divinos…De manera que…la sustancia de esta alma –aunque no
es sustancia de Dios, porque no puede sustancialmente
convertirse en Él, pero estando unida como está aquí con Él y
[asimismo] absorta en Él es Dios por participación de Dios (965-
966).
KÜNG, H.: La divinización del hombre que no se entiende como
identificación panteísta con la divinidad, sino como participación
ontológica y dinámica Dios (56l).
El problema actual no es tanto la divinización del hombre cuanto
su humanización…Si esta interpretación ha de tener sentido
para el hombre actual, sólo lo logrará en tanto en cuanto diga
algo para la humanización del hombre (562).
LADARIA, L. F.: (II) La filiación divina es una participación de
aquella relación única e irrepetible que Jesús tiene con el Padre.
No es posible por tanto vivirla sin la comunión con Jesús (149).
La presencia de Dios mismo en nosotros es el fundamento de
nuestra divinización. Sólo si el Espíritu está en nosotros
podemos participar realmente en el misterio de la vida divina…
La divinización es precisamente un tema de primera magnitud
en la teología patrística, que se ha de ver en íntima relación con
la filiación divina y con la vocación a la imagen y semejanza
divinas. La divinización está en relación con la regeneración
bautismal, con la nueva situación que el hombre vive por la fe
en Jesús, el Hijo encarnado. Es, en efecto, el misterio de la
encarnación el que está en la base de esta teología: la finalidad
de la encarnación es, precisamente, la divinización del hombre
(151).
(III) La resurrección y la glorificación de Cristo, que significan su
perfección en cuanto a la naturaleza humana asumida, son la
causa de nuestra plenitud…La salvación y la plenitud del ser
humano son la participación en la gloria de Cristo, la que posee
en la humanidad que ha asumido en su encarnación y de la cual
no se ha desprendido ni nunca se desprenderá (14).
Jesús el Hijo de Dios nos hace hijos de Dios en él. Sólo así
participamos en la vida del Dios uno y trino, Padre, Hijo y
Espíritu Santo. Esta es la única vocación divina de todo hombre
(15).
El Nuevo Testamento nos presenta en muchas ocasiones la
salvación como la participación en la vida de la humanidad
glorificada de Jesús…El contenido de nuestra salvación se liga
por tanto esencialmente a la plenitud de la vida divina que Jesús
recibe en su humanidad (143).
(IV) Nuestra unión al Hijo en la participación de su filiación divina
es, pues, la perfección máxima a que el hombre puede aspirar…
El hombre es así el ser llamado a la comunión con Dios, a la
participación en su vida en Cristo. Por ello no han vacilado los
Padres en hablar de la divinización del hombre…La unión de
Jesús con todos nosotros por el hecho de haber asumido nuestra
naturaleza, que permite después la comunicación a todos de su
vida de resucitado, es la base de nuestra participación en su
relación con el Padre…Somos hechos partícipes por gracia de la
filiación que él posee por naturaleza (151-153)…Sólo Dios Padre
es en rigor el sujeto activo de nuestra adopción filial, el que, por
la obra de su Hijo y del Espíritu, nos hace hijos suyos; no somos
hijos del Hijo, ni tampoco, propiamente hablando, de toda la
Trinidad (255)…El Hijo es, según santo Tomás, la causa ejemplar
de la adopción. Nuestra filiación depende de la suya (257). …
Jesús asumiendo la naturaleza humana, se ha unido con todos
nosotros; ha compartido nuestra condición para que nosotros
pudiéramos compartir la suya. Este intercambio es el único que
nos permite hablar de condición filial y de divinización. La
humanidad de Jesús es plenamente divinizada en la
resurrección. La divinización del hombre no puede concebirse
sino como la incorporación a la humanidad divinizada de Jesús…
es aconsejable dar a la noción de filiación una cierta primacía
sobre la de divinización (274)…La divinización solo es posible
por la acción del propio Dios…La transformación interior del
hombre, su “divinización”, no acontece sin la cooperación de la
libertad humana, movida por la gracia misma (275)…La
transformación divinizadora del hombre no se da de una vez
para siempre…hay una santificación continuada del hombre, un
constante don divino en virtud del cual nosotros podemos ser
gratos a Dios (276).
(V) La divinización significa adopción filial, participación en la
filiación divina de Jesús por el don del Espíritu. La divinización
del hombre [cf. 2 Pe 1, 4] no puede considerarse más que en
relación con la filiación, más aún, solamente a la luz de ésta es
bien entendida. Podemos ser divinizados en la medida en que
participamos de la condición filial de Jesús…Nuestra divinización
no tiene sentido sin la filiación, de la misma manera que, de
modo todavía más radical, no podemos separar la divinidad de
Cristo de su filiación divina (29-30).

LARCHET, JC.: VII. Análisis y justificación de la concepción de San


Máximo el Confesor: La divinización está por encima de la
naturaleza (563). La capacidad de operar la divinización no está
en la naturaleza humana (564). La divinización, por tanto, no
puede proceder más que de una operación sobrenatural de Dios.
Dicho de otra forma, no puede ser sino un don de Dios, efecto
de su gracia (566). El hombre divinizado permanece plenamente
humano (573). Conserva, por tanto sus facultades umanas
(574). La energía natural del hombre no es suprimida, sino
conservada (576). La libertad humana es salvaguardada (578).
VIII. El hombre llega a ser verdaderamente dios, permaneciendo
plenamente hombre: Las leyes y los límites de la naturaleza son
abolidos por el hombre divinizado, que es elevado por encima de
la naturaleza y de su propia naturaleza (582). En el hombre
divinizado se produce una transformación que afecta a su
naturaleza (587). El hombre que llega a ser dios no es divinizado
por naturaleza, no se convierte en Dios por esencia, no deja de
ser un hombre (589).
IX. El hombre llega ser dios según la gracia: según la gracia y
por participación (600).
XI. La divinización del hombre implica una comunión personal
con Dios (612).
XII. El hombre divinizado guarda su identidad personal (614).
XIII. La divinización del hombre va pareja con su adopción filial
(616).
XV. El hombre es divinizado completamente: alma y cuerpo
(638).
LEBRETON, J.: Si los cristianos son hijos de Dios, se debe ello al
hecho de que han sido incorporados al Hijo único y de que
participan de su vida…La filiación divina de Jesucristo es la
fuente de la que brota la filiación de los cristianos (249).
LISON: (II) La divinización, o deificación, se encuentra en el
corazón del designio de Dios, es su don supremo, es la salvación
y la vocación más profunda del ser humano. Según una fórmula
frecuentemente evocada, que remonta a Atanasio, Dios se hizo
sarcoforo –portador de una carne- para que nosotros nos
hiciéramos pneumatóforos –portadores del Espíritu- . Esta
convicción de la tradición patrística ha permanecido, hasta
nuestros días, como el gran ideal de la Ortodoxia. En este
sentido, la divinización está en la “cumbre de la teología
ortodoxa” (61).
Gregorio Palamás, monje del Monte Athos, posteriormente
arzobispo de Tesalónica, y muerto en 1359…goza de un gran
prestigio en la tradición oriental. Su autoridad, aunque no
exclusiva, es más o menso análoga a la que occidente reconocía
en Tomás de Aquino. En este sentido, el pensamiento de
Gregorio Palamás representa también “una cúspide de la
teología ortodoxa” (61-62).
La salvación consiste en ver la luz tabórica que emanaba del
cuerpo glorioso de Cristo. El último designio de Dios es que esta
gracia increada del Espíritu, del cual el Hijo es guardían, pueda
al fin divinizar al ser humano, cuerpo y alma, por completo, y
transfigurar así toda la creación (66).
El conflicto palamitano no se desarrollaba, por tanto, al nivel de
la abstracción conceptual. El Hesicasta percibía muy bien que la
salvación estaba en juego. Según él, la gracia divina no podría
divinizarnos si ella estuviera separada de su fuente increada. He
aquí por qué Gregorio Palamás reprocha sin cesar a sus
adversarios el hecho de rebajar al Espíritu al rango de una
criatura. La gracia, energía o luz divina, brota necesariamente
de la vida común de las tres hipóstasis divinas, aun si ella es
distinta de esta fuente. En otras palabras, la gran intuición de
Gregorio Palamás es que la Trinidad de Dios se comunica
realmente. Sin descubrir, no obstante, su trascendencia
inaccesible, es decir, su Santidad –que absorbería a la criatura- ,
Dios se da, se exterioriza, hace brotar fuera de sí mismo su
propia vida para que ella envuelva al ser humano y restaure su
naturaleza (66).
Esta doctrina palamitana muestra aquí, sin duda, una debilidad.
Pues no encontramos muchos rasgos de una dimensión
comunitaria de la comunión con Dios. Esta se reduce, en la obra
de Palamás, a un lazo individual de cada creyente con las
energías del Espíritu. El teólogo de la doctrina hesicasta concede
así muy poca importancia a la koinonía fraternal, a la Iglesia en
tanto que es Cuerpo de Cristo…En esta perspectiva, el papel de
la Iglesia consistía en sustraer a los fieles de las trivialidades
terrestres para establecerlos en el camino de la divinización
(66).
Aquellos a quienes la energía increada deifica no serán nunca
idénticos a Dios, pues la esencia divina permanecerá siempre
totalmente inaccesible. El palamitanismo no cede nunca al
panteísmo (67).
El elemento ético entra aquí en juego, pues las energías
increadas no actúan como irradiación propia de la luz física. Son
una efusión personal de Dios. El Espíritu no puede actuar en los
bautizados si no cooperan a su presencia. Gregorio Palamás
insiste, de vez en cuando, sobre esta sinergia indispensable de
los creyentes y de la gracia. Explica, por ejemplo, que el
Espíritu, presente en todas partes, no puede actuar más que allí
donde encuentra una materia conveniente, como el fuego tiene
necesidad de combustible para manifestarse. Él advierte, en
otra parte, que el Espíritu no se da más que a aquellos que son
dignos en proporción a su pureza, su fe y su amor ((67).
La cooperación exigida a los creyentes consiste únicamente en
volverse disponibles a la presencia deificante del Espíritu…Este
es el papel de la ascesis…lavida ascética no se orienta a
mortificar el cuerpo para extirpar las pasiones, sino más bien a
hacer que el alma y el cuerpo participen de la gracia (68).
La oración juega, evidentemente, un papel esencial en esta
elevación hacia Dios. Sabemos cómo el movimiento hesicasta
cultiva la oración del corazón (68).
En el pensamiento de Palmás esta unión transfiguradora implica
la adopción de los bautizados que los convierte en coherederos
de Cristo, los regenera y los une -krathenai- a la luz de Dios.
Implica igualmente la habitación de la gracia del Espíritu y, por
ella, toda la Trinidad hasta la parte más profunda del cuerpo de
los creyentes, que es el corazón. He aquí por qué, según
Palamás, el esfuerzo de su oración consiste en hacer entrar su
intelecto –la parte más excelente de su alma- en sí mismo, para
encontrarse precisamente con su corazón, en donde la luz
trinitaria resplandece siempre como antaño sobre el Tabor. La
transfiguración que se produce al término de toda esta
búsqueda es la divinización (69).
Desde aquí abajo, los bautizados pueden hacer la experiencia
sensible –aisthesis- de la gracia. Esta produce, en el corazón de
quienes la reciben, alegría, calidez, lágrimas gozosas. El alma
tranquila saborea –geio, geisis- ya entonces los bienes futuros y
el corazón es invadido por la certeza –pleroforia- de su salvación
(69).
Una mirada superficial podría hacer creer que el alma sola es así
divinizada. Pero Gregorio Palmás no considera, de ninguna
manera, la elevación del alma como una evasión del cuerpo. La
antropología palamitana es resueltamente monista. Todo lo que
afecta al alma marca también al cuerpo que le está unido…Sea
lo que sea, es por la mediación del alma que el Espíritu
transforma el cuerpo…Bajo el efecto de a luz divina los cuerpo
perderán su materialidad, se harán sutiles, spirituales. Esta
transfiguración integral del cuerpo y del alma, completará el
designio de Dios. El ser humano será devuelto plenamente a la
vida de Dios, de la cual la falta de Adán lo había alejado (69).

LOPEZ DE MENESES, P.U.:


SECCIÓN SEGUNDA: Capítulo II: La “theosis” en la teología de
Juan Escoto Eriúgena: Para Escoto, creación y deificación son
dos caras de un único esquema de lo real. Dios crea para la
deificación (134). La deificación era para Escoto el estadio final
de nuestro ser en Cristo. Totus deificatus, el hombre
completamente deificado, tendrá lugar con la resurrección de la
carne, cuando se cumpla el designio total de la Voluntad divina.
Mientras, en la historia, la deificación es siempre una realidad
incoada sin más, donde sólo la Eucarisía representa un adelanto
de la plena santidad (139). Capítulo III: La teología monástica de
la unión con Dios: Si hubiera que resumir con un adagio el ideal
monástico de la divinización, acudiríamos sin lugar a dudas a la
reiterada expresión medieval: “Deus ex natura, deus ex gratia”:
el hombre puede ser por la gracia lo que Dios es por naturaleza
(145). Según los autores monásticos, la deificación cristiana se
relaciona estrechamente con el deseo interior y personal de
crecimiento en la vida de unión con Dios. Esta realidad spiritual
se interpreta teológicamente, como ya había ocurrido en la
patrística, a partir de la doctrina platónica de la semejanza con
Dios. Transformado por la gracia, el cristiano llega a ser
semejante a Dios (145). La deificación patrística desemboca en
la teología del siglo XII a través de un doble cauce: la tradición
occidental de la gracia, orientada básicamente por la teología
agustiniana, y la teología de Oriente, representada entre otros
por Máximo el Confesor, Pseudo Dionisio y Gregorio de Nisa
(146).El interés de Guillermo y Bernardo por relacionar la
divinización con las relaciones intratrinitarias nos recuerda el
camino abierto por S. Agustín en la tradición de Occidente. Es
una de las notas principales de la doctrina medieval de la
deificación, y ha de caracterizar igualmente la mística
especulativa de la Edad Media (169). Capítulo V: Las doctrinas
de Eckhart y Ruusbroec sobre el entendimiento y el amor
deificantes, a pesar de las diferencias de matiz, entroncan con la
gran tradición “mística-ontológica” de la theosis (225).
SECCIÓN TERCERA: Capítulo I: Christus in fide adest, la teología
de la “thosis” en Lutero: Comentando el pasaje de S. Juan [1 Jn
3, 2] sobre el renacimiento de los bautizados a la condición de
hijos de Dios, Lutero aprovecha para explicar la meta del
hombre como una unión y semejanza plena con Dios, es decir,
en términos de “deificación” (243). En el pensamiento de Lutero,
como había ocurrido anteriormente en la tradición patrística y
medieval, el amor sobrenatural del cristiano es presentado con
tal capacidad de transformación que quien posee la caridad se
hace uno con Dios, hasta el puno de asemejarse entonces con la
divinidad, no sólo en el plano moral sino también en el
entitativo, lo cual quiere decir que se diviniza ontológica y
verdaderamente (254). El amor, según lo entiende Lutero, posee
en sí la capacidad de unir un ser pecador, como es el hombre
por naturaleza, con la pureza perfecta que es Dios (259). A los
ojos de Lutero, la deificación equivale a una salida el ser del
hombre y el traslado al ser divino (261).
SECCIÓN CUARTA: Capítulo II: Gracias a la teología de Scheeben,
las ideas renovadoras sobre la presencia del Espíritu en el
hombre se unen a la gran tradición de las misiones trinitarias, de
manera que la doctrina de la deificación adquiere un panorama
más amplio y de mayor profundidad especulativa (367). En la
teología de Scheeben, la divinización del hombre tiene lugar en
la transmisión de la sustancia divina que realiza el Espíritu
deificante por medio de su presencia esencial (369-370).
Capítulo III: La deificación no consiste en una transformación de
la naturaleza humana, que continúa marcada por la realidad del
pecado, sino que es el agraciamiento divino por el que el
hombre, en correspondencia con la elevación propia de la
Encarnación, se encuentra asumido en una nueva posibilidad de
hacer realidad en su vida el misterio de la comunión con Dios
por el don del Espíritu (390). La antropología cristiana posterior
a los humanismos ateos ha procurado expresar el misterio de la
deificación de tal manera que se evite tanto el riesgo de
individualismo, teniendo en cuenta la dimensión social del
hombre, como el del ontologismo, prestando atención a la
historicidad del ser humano (394). La deificación en la mística
de Teilhard: El punto de partida de Teilhard se encuentra
ampliamente afianzado en la doctrina oriental de la deificación.
La orientación final del hombre y del mundo responde a la
promesa de deificación final, presente en el designio inicial de
Dios y en el proceso de evolución histórica (398). La Encarnación
ocupa para Teilhard el primer puesto en el misterio de Cristo
porque significa la “entrada de Dios” en la materia para
transformarla, para conducirla a la divinización definitiva (399).
LORDA, J.L.: (II) Esa divinización no es una metáfora, sino una
participación real en la vida trinitaria. El hombre es introducido
en la comunión de las personas divinas. Mientras estemos en
este mundo, es un don parcial de Dios, que se hatrá pleno en la
vida eterna, con la contemplación directa de Dios. Esta
divinización acabará transfigurando también el cuerpo, como
cuerpo glorioso, a semejanza de Jesucristo (408).
Siguiendo a Gregorio Palamas (S. XIV), la tradición ortodoxa
entiende que esta divinización es causada por una acción divina
o, en griego, “energía” divina, a la que llaman gracia o gloria
(409).
Desde el principio, la predicación cristiana coincide con el sentir
griego en que el ser humano está emparentado con lo divino
[Hch 17,29]. Pero, además, el cristianismo aporta una relación
nueva con Dios por la acción del Espíritu Santo. La doctrina de la
divinización es desarrollada principalmente por la teología
alejandrina…También los escritores latinos, sobre todo
Tertuliano, hablan de la deificatio, inspirándose en Ireneo (410).
Los Padres desarrollan diversos argumentos para entender cómo
se produce la divinización: 1) En primer lugar, el Espíritu nos
diviniza porque nos proporciona un principio de inmortalidad, ya
que nos va a resucitar, como se ha mostrado en Jesucristo. Es el
argumento más antiguo. 2) Nos divinizamos también por la
contemplación de Dios. 3) Pero el argumento más importante y
el más teológico es el “admirable intercambio con Cristo”. Cristo
es Dios y hombre, ha unido la humanidad a su divinidad. Los
cristianos uniéndonos sacramentalmente a su humanidad,
participamos de su divinidad, por una identificación, qe se
produce en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía. 4)
Además, nos divinizamos on las obras de la caridad, al cumplir
los mandamientos y los consejos que Jesucristo dio en su
Sermón de la Montaña (411-413).
(III) Al recibir el Espíritu Santo, somos identificados con Cristo e
introducidos en la vida divina. Esto causa un efecto
transformador en el hombre, como se manifiesta en la vida de
los santos. En cierto modo es “divinizado”. Este tema es
desarrollado casi unánimemente por la patrística griega y hoy es
un patrimonio vivo de las Iglesias orientales. Forma parte muy
principal de su enseñanza. En ella concentran la antropología, lo
que la fe cristiana pude decir acerca del hombre, y lo relacionan
con la experiencia ascética y mística (99).
Desde el principio, la predicación cristiana coincide con el sentir
griego en el que el ser humano está emparentado con los divino
[Hch 17, 29] y que esto se manifiesta especialmente en las
funciones de su espíritu [inteligencia] y en las características de
su alma [espiritualidad]…El proceso de salvación del hombre se
puede expresar con una teología de la imagen: la semejanza fue
dada por Dios, se perdió por el pecado, y se recupera por la
salvación en Cristo. La semejanza que se desarrolla por la acción
del Espíritu Santo es la divinización (100). Los Padres griegos
afirman que la divinización a la que, por influencia platónica,
aspiraba la cultura griega, se realiza eminentemente en el
cristianismo. Por eso, la doctrina de la divinización resume el
misterio cristiano y, al mismo tiempo, sirve como argumento
apologético ante la cultura griega (100-101).
Los Padres desarrollan diversos argumentos para entender cómo
se produce la divinización. En primer lugar, el Espíritu nos
diviniza porque nos proporciona un principio de inmortalidad, ya
que nos va a resucitar, como se ha demostrado en Jesucristo…
Nos divinizamos también por la contemplación de Dios…Además
está la identificación sacramental que se produce en la
Eucaristía…Poe úlktimo, nos divinizamos con las obras de
caridad (101-103).
La patrística griega piensa la transformación del cristiano como
una divinización, usando metáforas que tienen una expresión
litúrgica…La divinización es un gran tema espiritual que conecta
con secretas aspiraciones del alma humana (120).
LOSSKY, V.: (I) “Dios se hace hombre a fin de que el hombre
pudiera llegar a ser dios”. Estas potentes palabras que
encontramos por primera vez en san Ireneo vuelven a aparecer
en la pluma de san Atanasio, de san Gregorio Nacianceno, de
san Gregorio de Nisa. Los Padres y los teólogos ortodoxos las
repetirán siglo tras sglo, con la misma insistencia, queriendo
expresar en esta frase lapidaria, la esencia misma del
cristianismo: un descenso inefable de Dios hasta los últimos
límites de nuestra debilidad humana, hasta la muerte, descenso
de Dios que abre a los hombres un camino de ascensión, los
horizontes sin límites de la unión de los seres creados con la
Divinidad. El camino de descenso [katábasis] de la persona
divina de Cristo, hace a la persona humana capaz de un ascenso
[anábasis] en el Espíritu Santo. Era necesario que tuviera lugar
la humillación voluntaria, la kénosis redentora, del Hijo de Dios,
para que el hombre caído pudiera alcanzar su vocación de
Theosis, la deificación del ser creado, por la gracia increada. Así
la obra redentora de Cristo o sobre todo, de una manera más
general, la Encarnación del Verbo, aparece aquí puesta en
realción directa con el fin último de las criaturas, a saber la
unión con Dios. Si esta unión es realizada en la Persona Divina
del Hijo, Dios se hace hombre, se sigue que ella se realice en
cada persona humana, se sigue que cada uno de nosotros, a su
vez, llega a ser dios por la gracia o “participando de la
naturaleza divina”, según la expresión de san Pedro [2, P 1, 4]
(95-96).
El misterio de Pentecostés es tan importante como el de la
Redención. La obra redentora de Cristo es condición
indispensable de la obra deificadora del Espíritu Santo…El Hijo
se hace semejante a nosotros por la encarnación; nosotros nos
hacemos semejantes a él por la deificación, en cuanto partícipes
de la divinidad en el Espíritu Santo, que la comunica a cada
persona humana en particular (107).
(II) Según el pensamiento de Evagrio Póntico desarrollado por
san Máximo, conocer el misterio de la Trinidad en su plenitud es
entrar en la unión perfecta con Dios, alcanzar la deificación del
ser humano, es decir, entrar en la vida divina, en la vida misma
de la Santísima Trinidad, hacerse “partícipes de la naturaleza
divina” (51).
Sólo Dios puede devolver a los hombres la posibilidad de la
deificación, liberándolos al mismo tiempo de la muerte y del
cautiverio del pecado. Lo que el hombre debía alcanzar
elevándose hacia Dios, lo lleva a cabo Dios descendiendo hacia
el hombre (101).
Para san Máximo, la encarnación [sarkosis] y la deificación
[theosis] se corresponden y se implican mutuamente. Dios
desciende al universo, se hace hombre, y el hombre se eleva
hacia la plenitud divina, se hace dios, porque esa unión de las
dos naturalezas, divina y humana, ha sido determinada en el
Consejo eterno de Dios, porque es el fin último para el cual el
mundo ha sido creado de la nada (101).
La deificación, la theosis de las criaturas se realizará en su
plenitud en el siglo futuro, después de la resurrección de los
muertos. Sin embargo, desde aquí abajo, es preciso que esa
unión deificante se efectúe cada vez más, cambiando la
naturaleza corruptible y corrupta y adaptándola a la vida eterna.
Si bien Dios nos ha dado en la Iglesia todas las condiciones
objetivas, todos los medias para alcanzar ese fin, es necesario
que produzcamos, por nuestra parte, las condiciones subjetivas
necesarias, pues la unión se realiza en la synergeia, en una
cooperación del hombre con Dios. Este lado subjetivo de la
unión con Dios constituye la vía de la unión que es la vida
cristiana (146).
LOT-BORODINE, M.: (VII) La deificación es coparticipación por
medio de la gracia, por tanto un modo de conocer y de ser. En
efecto, en la antigüedad el conocimiento es asimilación del
sujeto al objeto: conocer es ser. Porque conocer y amar a Dios
son un todo, ambos en un último análisis quieren decir llegar a
ser Dios; o bien, dada la heterogeneidad de la esencia, llegar a
ser “semejante a Dios”. Pero sólo Dios hace conocer a Dios; él
sólo, en un carisma supremo, don sustancial del Espíritu,
actualiza la latente semejanza deiforme del alma humana (139).

MATEO SECO, L.F.: La divinización del hombre es ante todo


relación filial al Padre (453). Nuestra adopción filial tiene lugar
por la unión real con Cristo por obra del Espíritu Santo. Esta
unión implica, a su vez, una transformación del hombre tan alta
que los Santos Padres la califican sencillamente con el nombre
de theosis y deificatio (453).
La divinización del hombre tiene como centro nuestra unión con
Cristo y, en consecuencia, es esencialmente referencia filial al
Padre. En Cristo tiene lugar la divinización del hombre, incluida
la incorruptibilidad que recibe en la resurrección de los cuerpos
(457).
La deificación se realiza, pues, por el Espíritu que une a los
hombres con el Verbo y por medio del Verbo con el Padre (460).
El hombre ha sido llamado en Cristo a la unión con la divinidad.
Para que esta unión pudiera tener lugar, el Verbo le imprimió al
hombre y a su misma naturaleza una semejanza y un
parentesco tal con la divinidad que lo empujase hacia arriba
provocando en él el deseo de lo divino (465).
MAUSBACH, J.: En los griegos la gracia es una maravillosa
elevación, glorificación, divinización del hombre: en Agustín es
sanación, liberación, reconciliación del hombre enfermo,
esclavo, alejado de Dios (37-38).
MEYENDORFF, J. (III): Para expresar esa concepción
“geocéntrica” del hombre –tan parecida a los intentos actuales
de elaborar una “antropología teocéntrica”- , los teólogos
bizantinos se sirvieron de los conceptos de la filosofía griega, en
especial la noción de theôsis o deificación (15).
Tanto si se aborda el dogma de la Trinidad o de la cristología,
como si se examina la eclesiología o la doctrina sacramental, la
línea maestra de la teología bizantina descubre la misma
concepción del hombre, llamado a “conocer” a Dios, a
“participar” en su vida, a ser “salvado”, no simplemente por una
acción extrínseca de Dios o por un conocimiento racional de
proposiciones y verdades, sino por el hecho de “hacerse Dios”. Y
esa theôsis del hombre, según la teología bizantina, es
completamente distinta del retorno neoplatónico a un Uno
impersonal. Es una nueva expresión de lo que el Nuevo
Testamento llama “vida en Cristo” y “comunión en el Espíritu
Santo” (16).
“Dios se hizo hombre”, escribe Atanasio, “para que el hombre
pudiera hacerse Dios”. Este principio fundamental de la teología
alejandrina, que iba a dominar la entera discusión teológica
sobre la “deificación”, creó muchos problemas. Los peligros más
obvios eran el panteísmo, la huida de la historia, y el
epiritualismo platonizante. Por su parte, la teología ortodoxa de
Calcedonia, a pesar de que suele tener presentes esos peligros,
implica una concepción positiva del hombre como un ser
llamado a superar en todo momento sus limitaciones de
creatura. La auténtica naturaleza humana se considera no como
“autónoma”, sino como destinada compartir la vida divina que
se ha hecho accesible en Cristo (17-18).
La concepción de la fe y de la teología cristiana, según los
Padres Griegos, abre una posibilidad de experimentar a Dios por
caminos distintos del conocimiento intelectual, de la emoción, o
de los sentidos. Eso significa, simplemente, una apertura de
Dios, su existencia fuera de su propia naturaleza, su acción o
“energía”, por la que él se revela voluntariamente al ser
humano. Al mismo tiempo, eso implica una propiedad peculiar
del hombre, que le permite rebasar los límites del universo
creado… [Esto hace posible lo que] los Padres Griegos definen
como los “ojos de la fe”, “el Espíritu” o finalmente, la
“deificación” (34).
En el conjunto de la creación, el papel del hombre es el de
unificar todas las cosas en Dios, y así vencer a los poderes
malignos de separación, división, desintegración y muerte. Por
eso, el “movimiento natural” del hombre, decretado por Dios, su
“energía” o voluntad, está dirigido a la comunión con Dios, o
“deificación”, y no aislado del conjunto de la creación (73).
A través de la humanidad de Cristo, deificado por su unión
hipostática con el Logos, todo miembro del Cuerpo de Cristo
tiene acceso a la “deificación” por gracia, mediante la actuación
del Espíritu Santo en la Iglesia de Cristo (75).
En la comunidad monástica bizantina…la oración se entendía
como camino para alcanzar la meta de la vida cristiana, es decir,
la participación en la vida de Dios, y la deificación [theôsis]
mediante la comunión con la humanidad deificada de Cristo, por
la acción del Espíritu Santo (126).
En su “deificación”, el hombre puede hacerse Dios sólo “por
gracia”, o por “energía” (146).
La victoria de las tesis de Palamas en el siglo XIV fue, por tanto,
la victoria de un humanismo específicamente cristiano y
centrado en Dios. Su intuición fundamental de que la
“deificación” no suprime la humanidad, sino que hace al hombre
realmente humano, tiene una gran relevancia para nuestras
inquietudes contemporáneas. El hombre sólo puede ser
plenamente “humano”, si logra restablecer la comunión con
Dios que había perdido (147).
El hombre puede ser deificado no por su propia actividad o
“energía” –eso sería pelagianismo-, sino por la “energía” divina,
a la que su actividad humana se muestra “obediente”; entre las
dos se establece una “sinergia”, cuya base ontológica es la
relación de las dos energías en Cristo (306).
En su “deificación” el hombre alcanza la meta suprema para la
que fue creado. Esa meta, ya realizada en Cristo por una
intervención unilateral del amor de Dios, encierra el sentido de
la historia humana y también un juicio sobre el hombre. La
acción de Dios está abierta a la respuesta y al libre esfuerzo del
hombre (307).
La deificación implica una “participación” del hombre creado en
la vida increada de Dios, cuya esencia permanece trascendente
y, por tanto, excluye cualquier participación (345).
“Vida en Cristo” y “vida en el Espíritu” no son dos formas
distintas de espiritualidad; son aspectos complementarios del
mismo camino, que lleva a la “deificación” escatológica (360).
La fe cristiana conduce a la transfiguración y “deificación” de la
totalidad del hombre, y, como ya se ha visto, esa “deificación”,
como experiencia viva, es accesible incluso ahora, y no
solamente en el reino futuro (397).
La dimensión escatológica no es sólo una realidad futura, sino
también una experiencia presente, accesible en Cristo por los
dones del Espíritu Santo…En la presencia eucarística del Señor
se hace realidad su venida futura y queda trascendido el
“tiempo”. Igualmente, la entera tradición de la espiritualidad
monástica oriental se basa en la premisa de que ahora, en esta
vida, el cristiano puede experimentar la visión de Dios y vivir la
realidad de la “deificación” (404).
De ahí también que, si se concibe el destino final del hombre –y
por tanto, su “salvación”- en términos de theôsis o “deificación”,
más bien que como “justificación”, o sea, liberación del pecado y
de la culpabilidad, la Iglesia deba entenderse en primer lugar
como comunión entre los hijos libres de Dios, y sólo en segundo
término como una institución dotada de autoridad para regir y
juzgar (416).

MOLTMANN, J.: Participar en la gloria del ser divino eterno


significa recibir una vida que no conoce la muerte sino que se
caracteriza por la permanencia y la inmortalidad… Dios se hace
hombre y asume la “ley de la muerte” para arrebatar a la
muerte el poder sobre los hombres y sobre la creación y
produciendo la vida imperecedera. La visión de la teopoiesis o
deificación del hombre y de la creación presupone la superación
de la muerte mediante la muerte del Dios humanado y su
resurrección (78-79).
MONJE CONTEMPLATIVO (Un): LA DEIFICACIÓN EN LA SAGRADA
ESCRITURA: La Sagrada Escritura, por una parte se preocupa de
preservar lo absoluto de la trascendencia divina y presenta la
asimilación a Dios como don inestimable y total de la gracia y la
benevolencia de Dios…y nos revela los temas que fundan la
doctrina de la deificación: la creación del hombre a imagen y
semejanza de Dios, el parentesco con Dios, la imitación de Dios
en Cristo, la adopción filial, la inhabitación de Dios en nosotros,
la generación de Dios, el ser miembros de Cristo, el ser
alimentado con su Cuerpo y Sangre, la participación en la
incorruptibilidad e inmortalidad, la visión asimiladora de Dios, la
participación en la naturaleza divina, el amor desmedido de Dios
por nosotros (13).
LA DEIFICACIÓN EN LOS PADRES DE LA IGLESIA ORIENTAL: En la
Tradición de los Padres de la Iglesia oriental, Dios es Amor-
ágape, Amor de benevolencia sobreabundante, es el divino
filántropo que crea al hombre a su imagen para poder dársele a
Sí mismo y por él se hace hombre, para que la divinización del
hombre responda “a la humanización de Dios” (22). La doctrina
de la deificación es, pues, unaverdad de tal modo indiscutida
que constituye un sólido fundamento para la defensa de la fe y
es punto de partida para la argumentación teológica (25). Para
describir la deificación, los Padres griegos recurren de forma
preferente a cuatro imágenes: la luz, el fuego, el sello y el agua
en el vino (31).
LA DEIFICACIÓN EN LA TeOLOGÍA, ESPIRITUALIDAD Y LITURGIA
CRISTIANA-ORIENTAL: En la teología cristiana oriental el fin
último del hombre es la unión con Dios o deificación, la theosis
de los Padres, es decir, la transformación, el estado deificado del
ser humano (43) La encarnación y la deificación se corresponden
y se implican recíprocamente. Dios desciende al universo, se
hace hombre, y el hombre se eleva hacia la plenitud divina, se
convierte en dios (44). La causa de nuestra divinización es la
incorporación a Cristo, Dios encarnado (45). Según los Padres
orientales, la encarnación produjo una revivificación total de la
naturaleza humana asumida por el Verbo, que hace posible la
connaturalizad del hijo de Dios con la naturaleza humana de sus
hermanos y sienta las premisas de la deificación participada de
todos los salvados (46).

MUSSNER, F.: La participación de la naturaleza divina a que se


alude en 2 Pe 1, 4b no es sino la participación en la vida
imperecedera de Dios mediante la gracia que se confiere en el
bautismo. Sólo en este sentido se puede aducir tal pasaje a
favor de una teología de la divinización (603).
NELLAS, P.: (I) La deificación no debe quedar exclusivamente en
el plano de la teología espiritual sino que ha de convertirse en la
categoría fundante de toda antropología teológica (179).
NICODEMO DE ATHOS: Dios, bienaventuranza, perfección más
allá de cualquier perfección, principio creador de todo lo que es
bueno y bello, ha preestablecido desde la eternidad la
deificación del hombre; para ello le propone una prueba y lo
deja a su libre albedrío y, como premio por la lucha, estableció
que recibiese la gracia de la deificación –ya presente en la
sustancia de su ser-, haciendo que se convirtiera en dios
(Filocalía-Proemio).
NICOLA, A.: La divinización es fruto del vaciamiento de la
divinidad para rejuvenecer la naturaleza humana. Podríamos
afirmar entonces que el contacto ontológico en la divinización
provoca una nueva manera de plantear una relación: la
“amistad” del alma junto a Dios (7).
Concluyendo nuestro trabajo tenemos los elementos para
contestar nuestra pregunta inicial: ¿el ser tocado por la
divinización es un nuevo ser?
El ser tocado por la divinización es un nuevo ser en cuanto que
en su interior, en su “diastema” se produce una intensificación
que le hace alcanzar la vida de Dios. No como algo
sobreañadido, no como algo que empieza a ser y antes no era,
sino en esa cualificación que hace cambiar la alteración por
intensificación. Recibe un alimento que lo nutre al ser
profundamente: el Espíritu Santo. Lo abraza como dos noches al
día, encerrándolo como en un círculo, estableciéndolo como un
amigo o, podríamos decir, elevándolo y uniéndolo como un
esposo a su esposa.
Es innegable la importancia de la analogía en todo esto. Sin su
ayuda difícilmente podríamos haber arribado a esta conclusión,
la “proportinalitas” es necesaria para poder establecer el
adecuado puente entre el Ser del Creador y el ser de la criatura.
Dos últimas consideraciones, de tipo pastoral, vienen a mi
mente como elementos de una reflexión que el tema estudiado
ha suscitado. El drama humano del sufrimiento como
experiencia negativa puede ser asumido y transformado desde
el don del Hijo hecho carne, muerto y resucitado, que vuelve a
cultivar, a levantar lo que estaba devastado y arruinado. De la
noche se puede pasar al día. Pero la experiencia de la historia
humana nos enseña que puede suceder también al revés. Por
eso es importante la hora del “entremedio”: el amanecer,
cuando todavía no está del todo claro, allí es donde se levanta la
Vida, donde se nutre el jardín con el Espíritu. Entonces, a partir
de esto que pensamos, podemos redescubrir la posibilidad de
una cercanía y acompañamiento de las situaciones dolorosas.
También me parece importante rescatar cómo la divinización no
se da aisladamente. Se realiza junto a otros, en un espacio y un
tiempo atravesados. Allí es donde el ser de la iglesia, como
sujeto social, juega su papel importante. Es allí, también, donde
es determinante su ser portadora de la deificación como lugar
concreto en medio del universo sinfónico (Conclusión).
OCÁRIZ BRAÑA, F.: (II) Entre nuestra filiación divina y la filiación
del Verbo se da una similitud (asimilación, conformidad y
configuración) y una disimilitud infinitamente más grande, que
Ocáriz resume en esta tabla: Hijo natural/ hijos adoptivos; el
Hijo, engendrado desde toda la eternidad/ los hijos hechos en el
tiempo; Hijo único/ muchos hijos; el Hijo es Dios/ los hijos son
deificados; el Hijo es filiación/ los hijos tienen la filiación; es Hijo
del Padre/ hijos de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo (102).
OROZ RETA, J.: Todo el proceso de la gracia se dirige a la
divinización o deificación del hombre en virtud de la
participación analógica en el ser mismo de Dios. Agustín ha visto
en la deificación del hombre el fruto y el efecto más noble de la
redención de Cristo, que alcanzará su última y perfecta
mplenitud con la resurrección de la carne. El “totus homo
deificatus”, el hombre total deificado de san Agustín, es el
ombre escatológico, el de la resurrección de la carne…El cambio
producido por el sacramento del bautismo llega a un grado
misterioso, ya que hace al hombre “particeps divinitatis”,
partícipe de la naturaleza divina: Es lo que llamamos deificación
o divinización del hombre por la gracia de Dios (231).
No es justo admitir la negación de la teología divinzante en la
soteriología de san Agustín…Para Agustín, la gracia es
ciertamente liberación, curación, reconciliación, pero es también
elevación, glorificación, iluminación. Y es también deificación o
divinización (234-235).
La deificación del hombre es la obra más importante –la obra por
excelencia- de Cristo, revelado en el nuevo Testamento y ya
adivinado en el Antiguo…Si deseamos encontrar un fundamento
general para explicar la realidad de la deificación del hombre,
una base filosófica y teológica al mismo tiempo, podemos apelar
a lo que se conoce como principio de participación. Esta
participación es simplemente analógica y excluye toda
deificación real, en el sentido panteísta, al estilo de algunos
falsos místicos. Pero al mismo tiempo incluye alguna superior a
la particpación moral, debido a una semejanza o imitación, como
pretenden los semiracionalistas (236).
El fundamento y la razón de ser de este privilegio extraordinario:
la participación de la naturaleza humana por parte del Hijo de
Dios, que se hizo hombre (238-239).
Entre el Hijo de Dios y todos sus hijos adoptivos, es decir, todos
los que han recibido el favor o la gracia divina de ser tales, hay
una distancia infinita. La participación en la divinidad es, como
hemos ya indicado, analógica (239-240).
Agustín utiliza las fórmulas de la participación para explicar de
una manera o de otra el misterio de la deificación. Hace alusión
a dos metáforas: la de la luz y la del fuego. Las dos metáforas
hacen referencia a dos prerrogativas de la criatura racional: el
conocimiento y el amor (241).
Tal sería la divinización o deificación de que estamos tratando
aquí: la transmisión de cualidades divinas a un sujeto humano,
enriqueciéndolo de un modo prodigioso (442).
La deificación tiene un carácter escatológico porque, según san
Agustín, Cristo vendrá como Dios-hombre a transformar a los
hombres en dioses. Esto se realizará mediante la investidura del
hombre con la inmortalidad y la incorrupción. En este sentido
escatológico la deificación se limita a la igualdad con los
ángeles, el más alto grado de perfección que el hombre puede
alcanzar (244).
Hay, pues, una realación entre la primera y la segunda
resurrección, entre la conversión y la glorificación y la
deificación del hombre, cuerpo y alma. Ahora, en la tierra
nosotros portamos en la fe la imagen del hombre celeste, que
aparecerá completo en la resurrección, cuando la deificación
conseguirá su perfección integral (245).
PALAMAS, G.: Dios, en plena posesión de su plenitud, deifica a
los que son dignos de ello, uniéndolos consigo, peo no de un
modo hipostático -que sólo pertenece a Cristo- (371).
PANE, R.: La soteriología cristiana presenta dos componentes
complementarios: la liberación del pecado y el ingreso en la vida
divina. La redención es al mismo tiempo liberación del mal y
entrada en la libertad de los hijos de Dios: Cuando se habla de
divinización del hombre no se puede prescindir del primer
aspecto (la liberación del pecado), pero a pesar de todo se pone
el acento en el aspecto positivo y reconstructivo, se puede
hablar de la elevación del hombre a la vida divina (82). La
divinización del hombre tiene inicio en la creación misma a
imagen y semejanza de Dios, y no permanece sólo como algo a
realizar, pues el hombre lleva en sí mismo la impronta indeleble
de la divinidad (109).
PEDRO EL VENERABLE (1094-1156): En la persona de Cristo se
realiza aquella deificación deseada por el designio amoroso de
Dios para todos los hombres y que no pudo llevarse a cabo por
la falta de correspondencia ante la seducción del maligno
(Sermo de transfiguratione Domini, PL 189, 972).
PESCH, O.H.: Gracia es el llegar el amor eterno de Dios a alma,
o, dicho modernamente, al yo íntimo del hombre. Dios da al
hombre en ese amor no algo…; se da a sí mismo. Y esa
autodonación divina obra en el hombre la capacidad y
proclividad (inalcanzables de otro modo) para corresponder al
amor de Dios con una entrega análoga, es decir, espontánea y
gozosa. El saldo resultante es amistad en recíproca
comunicación, que compromete todo el obrar humano
condensándolo en un único movimiento fundamental hacia Dios
(I 261).
PHILIPON, M.-M.: La divinización es una verdadera participación
física, ontológica, a la vez estática y dinámica, en la naturaleza
misma de Dios. La gracia la da el ser Dios, el pensar como Dios,
el amar y obrar a la manera de un Dios…Esta divinización hace
de cada bautizado “otro cristo” en su ser y en su actuar, llamado
a vivir según el mismo Espíritu, dentro del cielo de la vida
trinitaria (228).
PHILIPS, G.: (I) El Espíritu es un don concedido al hombre para
divinizarlo (38).
Cristo, el Verbo encarnado, que nos hace tomar parte en el
dinamismo trinitario en un sentido ontológico real (42).
La gracia es la participación en la vida de las tres Personas, vida
que no pasa por Cristo como un canal sino que el Salvador nos
transmite por medio de su carne divinizada que se ha hecho
divinizante (42).
(II) La teología ortodoxa cultiva la presencia real y divinizante de
Cristo glorificado en la Iglesia y en el mundo, insistiendo en la
acción del Espíritu Santo… La deificación es uno de sus temas
favoritos, quizás su tema central, presentándola como una
“iluminación”, que es mucho más que una simple metáfora (40).
Participar de su luz (de Dios) es ser transformado por ella en una
nueva criatura, que es la antigua, pero transfigurada por Cristo
(50).
PRUCHE, B.: La expresión (el Espíritu como forma de la
santificación) se explica suficientemente por referencia a un
tema caro al obispo de Cesarea, según el cual el Espíritu tiene
razón de forma en cuanto que deifica a la criatura racional,
haciéndola, mediante una participación creada de su propia luz,
espiritual, “pneumática”, como Él (466).
RAHNER, K.: (I) La autocomunicación divina [ontológica], en la
que Dios mismo se hace principio constitutivo del ente creado,
sin perder por ello su absoluta autonomía ontológica, ejerce
naturalmente, efectos “divinizantes” en el ente finito en el que
se produce tal autocomunicación, efectos que, como
determinaciones de un sujeto finito se han de concebir a su vez
como finitas y creadas (157).
(II) Dios se comunica al alma y habita en ella al serle
comunicada a ésta la gracia creada…La gracia increada –
comunicación personal de Dios al hombre, inhabitación del
Espíritu- significa una relación nueva de Dios con el hombre.
Esta relación nueva puede concebirse solamente como fundada
en una transformación absoluta y óntica (354).

RAMIÈRE, E.: Uniéndonos a este Hijo único, podemos llegar a


ser, no sólo de nombre sino de hecho, hijos de Dios. El mensaje
que los Apóstoles debían anunciar a todos los pueblos de la
tierra es la divinización de los hijos de los hombres por medio
del Hijo de Dios hecho hombre (13).
La verdadera divinización del cristiano es un dogma de fe que no
se puede poner en duda sin desmentir la Sagrada Escritura y sin
echar por tierra los cimientos mismos de la enseñanza de san
Pablo (15)
Para mostrar la deificación que el Espíritu de Jesucristo produce
en nosotros, los Padres se sirven de las más vivas
comparaciones. Ni la unión del vino con el agua, ni la del
perfume con la tela por él penetrada, ni la del fuego con el
hierro hecho ascua, ni la de los dos trozos de cera juntamente
fundidos, les parece lo suficientemente íntima para dar a
entender la intimidad y la eficacia del la unión del Espíritu Santo
con el alma del cristiano (19).
Podemos afirmar que Dios quiere ser glorificado por la
divinización del hombre. Las criaturas racionales –los ángeles y
los hombres- son, entre todas, las que mejor representan la
perfección divina. Son las mejor dispuestas para recibir la
felicidad de Dios (21).
El fin sobrenatural del hombre es su deificación. Sin embargo,
entre esta divinización y el panteísmo, media la distancia que
separa la divinidad de la nada. El panteísmo, al pretender
absorber el alma en lo infinito, no consigue sino su
aniquilamiento. En cambio en el fin sobrenatural conserva el
alma su ser, su personalidad, sus facultades, conoce, ama y
goza (23).
La vida divina, depositada al principio en el alma como una
semilla, se va desarrollando durante todo el período del
crecimiento, hasta que –llegado a la completa madurez- produce
su fruto, que no es otro que la bienaventuranza del paraíso. Si la
gracia no fuera una real participación de la naturaleza divina,
habría una desproporción entre el fin y los medios. El justo de la
tierra, como el bienaventurado del cielo, es un ser divinizado. Su
divinización es tan real que los Santos Doctores se apoyan en
ella para demostrar la divinidad del Espíritu Santo (26).
No podemos dudar que la vida sobrenatural es una vida
verdaderamente divina. Vida que no resulta de la identificación
del ser creado con el increado; que no supone que el hombre
subsista por una personalidad divina, sino tan sólo que obra
divinamente. Conserva en toda su integridad su ser, su
personalidad, sus propias facultades. Pero se añaden a ellas las
virtudes, que son como ciertas facultades sobrenaturales. Con
estas virtudes se une Dios mismo substancialmente al cristiano
y le hace verdaderamente partícipe de su naturaleza (27).
La divinización del hombre no es una vana metáfora. Es la más
real de todas las realidades. Los Santos Doctores que han
recibido de Dios la misión especial de combatir los errores sobre
el Espíritu Santo, parece que no encuentran expresión bastante
enérgica para hacernos palpar la intimidad de la unión, por la
que se comunica al alma justa. Si esta unión no fuera
substancial, no podría producir los efectos que se le atribuyen:
librarnos de la muerte y llenar nuestro espíritu de vida; restaurar
en nosotros la imagen divina, borrada por el pecado y hacernos
hijos adoptivos de Dios (28).
La forma común que reviste esencialmente la divinización de los
espíritus creados es la adopción filial (38).
No habrá sino un Hombre-Dios, pero todos los hombres que
quieran recibir el influjo del Hombre-Dios podrán llegar a ser
hombres divinos, obrar en Él actos divinos y alcanzar por él la
divina felicidad (45).
Dios quiere nuestra divinización por medio de nuestra
incorporación en Jesucristo. Pero ¿qué camino ha seguido para
alcanzar este fin? Uno, cuyos extremos son dos abismos: la
Encarnación y la Redención (59).
El hombre y el ángel están muy cerca de Dios, pero no son Dios.
Poseen realmente la divinidad, pero no perfectamente. Sólo
posee perfectamente la divinidad Aquél que puede decir con
toda verdad: Yo soy Dios. El hombre y el ángel pueden decirlo,
pero en un sentido restringido (61).
La vida de la gracia, que nos hace cristianos, es una vida
verdaderamente divina (80).
La divinidad del cristiano es muy diferente de la de Jesucristo,
pero su divinización no deja de ser muy real. No somos dioses
en el riguroso sentido de la palabra, pero sí realmente deificados
(84)
La gracia no es una virtud, ni una sustancia, sino la naturaleza
divina participada que produce en el alma del cristiano una
cualidad, un hábito. De donde se sigue que la gracia está más
bien en la esencia del alma que en sus facultades (86).
A la falsa apariencia de divinidad que el panteísmo hace brillar a
sus ojos y que no es otra cosa que el aniquilamiento de su
personalidad, de sus facultades, de su ser, oponemos nosotros
la divinización realísima que Jesucristo le ofrece. Dejando a la
naturaleza humana su completa integridad, le añade el don
magnífico de la naturaleza divina (87).
Nuestra divinización no es una divinización por pura semejanza,
fruto de la perfección que un hombre puede adquirir
desarrollando las facultades (115).
Nuestra divinización no es una transubstanciación. Para
formarnos una idea cierta de esta divinización, ¿hay que
concebirla como una especie de transubstanciación? ¿Somos
cambiados en Dios, sea por la gracia en la tierra, sea por la
gloria en el cielo, como el pan y el vino se mudan en el cuerpo y
sangre de Jesucristo por las palabras de la consagración? Esto
enseñaban, al parecer, ciertos falsos místicos del siglo XIII,
según los cuales el alma que ha llegado a la perfección se
despoja de su propio ser y se sumerge en el océano del ser
divino. Interpretar en este sentido ciertas metáforas de los
Santos Padres, es cambiar lo más sublime de todas las verdades
en un absurdo. Despojarnos de nuestro propio ser no sería
divinizarnos, sino aniquilarnos. Por otra parte, ¿cómo puede
jamás la criatura unirse a Dios de manera que su ser limitado se
confunda con el ser infinito de Dios? Arrojemos de nuestro
entendimiento este absurdo. Nuestra divinización no puede
consistir en la confusión de nuestro ser con el de Dios (117).
Hay un tercer género de unión que no es imposible, pues ha sido
realizado en Jesucristo, pero al cual no pueden aspirar los otros
hombres, por ser privilegio exclusivo del Hijo de Dios: es aquél,
por el que la naturaleza humana, permaneciendo distinta de la
divina, forma con ella una sola persona (118).
Según san Buenaventura, la justificación y la divinización del
cristiano son el resultado de dos clases de gracias: la gracia
increada, el Espíritu Santo, es como el sol, y la gracia creada es
la irradiación de ese divino sol en el alma justa. Santo Tomás
utiliza otra imagen: la del hierro metido en el fuego. Ese hierro
no ha perdido su naturaleza. Es aún hierro y sin embargo ha de
ser despojado de las cualidades del hierro para revestirse de las
del fuego. En vez de oscuro, frío, resistente, se ha hecho dúctil,
brillante, abrasador como el fuego. No se ha mudado en fuego,
sino que ha sido ignificado, abrasado. Así el cristiano a quien
Dios se da por la gracia santificante, conserva su naturaleza y
personalidad humanas, pero adquiere fuerzas y cualidades
divinas. No se vuelve Dios, pero sí un hombre divino (118-119).
El cristiano es divinizado físicamente y, en cierto sentido,
substancialmente; puesto que sin convertirse en una misma
sustancia y en una misma persona con Dios, posee en sí la
sustancia de Dios y recibe la comunicación de su vida (119).
El Corazón de Jesús es el principal instrumento de nuestra
divinización. Obra es ésta en verdad de la Trinidad toda entera,
como quiera que tanta parte toman en ella la primera y tercera
persona de la Santísima Trinidad como la segunda (226-227).
RATZINGER, J.: (I) Seguimiento de Cristo no significa imitar al
hombre Jesús. Ese intento fracasaría necesariamente; sería un
anacronismo. El seguimiento de Cristo tiene una meta mucho
más elevada: identificarse con Cristo, es decir, llegar a la unión
con Dios. Esa palabra tal vez choque a los oídos del hombre
moderno. Pero, en realidad todos tenemos sed de infinito, de
una libertad infinita, de una felicidad ilimitada. Toda la historia
de las revoluciones de los últimos dos siglos sólo se explica así.
La droga sólo se explica así. El hombre no se contenta con
soluciones que no lleguen a la divinización. Pero todos los
caminos ofrecidos por la “serpiente” (cf. Gn 3, 5), es decir, la
sabiduría mundana, fracasan. El único camino es la
identificación con Cristo, realizable en la vida sacramental.
Seguir a Cristo no es un asunto de moralidad, sino un tema
“mistérico”, un conjunto de acción divina y respuesta nuestra.
(II) Para que el hombre sea libre ha de ser “como Dios”. El
empeño de llegar a ser como Dios constituye el núcleo central
de todo lo que se ha pensado para liberar al hombre.
Puesto que el deseo de libertad pertenece a la esencia misma
del hombre, este hombre busca necesariamente, desde el
principio, el camino que conduce a ser “como Dios”.
Una antropología de la liberación, si quiere responder en
profundidad al problema que ésta plantea, no puede hacer caso
omiso de la pregunta: ¿cómo es posible alcanzar este fin, llegar
a ser como Dios, hacerse el hombre divino? (99-100).

RENCZES, Ph. G.: Máximo elabora una visión del hombre, del
mundo, del ser en cuanto ser que encuentra su apogeo en la
doctrina de la divinización (16).
En el contexto de la divinización, resultará, para Máximo, que
ella se realiza gracias a una intervención, es decir una actividad
de Dios a favor del hombre que no excluye, sino, por el
contrario, presupone un consentimiento del hombre, llamado en
su actividad propia a ser transformado a partir de una
disposición estable en un “ser divinizado” (19).
Si pues según Máximo, “energeia y exis” estructuran este
reencuentro entre Dios y el hombre que conduce a la
divinización de este último, la inciativa que abre la llegada-
proceso de la divinización pertenece claramente a la acción
divina, la única capaz de elevar al hombre desde su propio
estatuto de ser humano al estado de ser divino transcendente
(19).
Su vocabulario específico (theosis, theopoiein, anthropos
genetai theos, etc.), introducido en la literatura cristiana por
Clemente de Alejandría, se instala sólidamente en el
pensamiento de los Padres orientales. Si los fundamentos
mismos de esta doctrina son evidentemente bíblicos, vestigios
de ellos pueden igualmente encontrarse en el orfismo, el
platonismo, el estoicismo y el neoplatonismo. La tesis no carece
de riesgo, pues la noción de “divinización” podría ulteriormente
comprometer la diferencia ontológica radical que separa
definitivamente a Dios del hombre y terminar en una especie de
panteísmo (319).
La divinización del hombre según Máximo sólo puede ser un don
de Dios: ella es teológicamente hablando una gracia en sentido
radical (323).
Máximo está convencido de que el plan de la divinización por la
gracia es obra de la Trinidad entera (329).
La divinización sólo puede entenderse por analogía con la
divinización de la naturaleza humana de Jesucristo. Llegar a ser
Dios significa llegar a ser, “hijo de Dios” de manera análoga a
Jesucristo, es decir, experimentar según la gracia lo que Cristo
es según la esencia (346).
RICO PAVÉS, J.: En el Corpus Dionysiacum, la doctrina de la
semejanza a Dios y de la divinización ocupa un lugar destacado
(10). Semejanza a Dios y divinización aparecen estrechamente
vinculadas entre sí en diversos pasajes del Corpus (37). El
término preferido por Dionisio para hablar de la divinización es
Theosis y su correspondiente formas verbal Theoo (85). Dionisio
sitúa la divinización dentro de las acciones que la Trinidad
realiza ad extra. Es, por tanto, el efecto de la acción divinizadora
que realiza toda la Tearquía en su unidad. Siendo así, la
divinización se entiende como el don que Dios hace de Sí, en
cuento Dios (315). Dios es causa de la divinización misma y de
la potencia que diviniza (317). La divinización sería, sin más, el
efecto de la presencia de Dios en cuanto Causa, en todas las
criaturas, que por esa presencia podrían ser llamadas
divinizadas (318).
En el camino que conduce a la divinización, el primer paso para
el hombre consiste en recibir el bautismo (352). Dionisio afirma
que es posible alcanzar la semejanza divina mientras aún se
vive en este mundo. El que es digno de participar en la
comunión con los bienes divinos ha llegado ya a la semejanza
(354). La Eucaristía, por encima de cualquier otro sacramento,
logra nuestra comunión con Dios. Participando en Ella, el
cristiano va siendo divinizado, gozando ya en su camino hacia la
semejanza del premio reservado para el final. Por la Eucaristía,
el ser humano alcanza la plenitud de su vocación última. Para
Dionisio, pues, la unión a Dios es al mismo tiempo mística y
eucarística (412).
La divinización es el efecto de la unión y semejanza a Dios,
logradas con amor continuo en una colaboración con Él, que nos
hace sus imitadores, según la capacidad recibida; no consiste en
“ser dios”, sino en “ser de Dios”. Se trata de un proceso de
gracia desde el inicio, con la cual el hombre colabora, imitando a
Dios, según la propia capacidad, en ejercicio virtuoso de amor. El
camino a la semejanza concluye en la divinización (422).
RONDET, H.: (II) Conclusiones de teología espiritual (579-587): l-
La gracia santificante es en nosotros una realidad creada
distinta del Espíritu Santo. El don creado es inseparable del don
increado. 2-La gracia santificante es en nosotros como una
nueva naturaleza y un nuevo principio de operaciones, que por
medio de la caridad y de las demás virtudes infusas nos permite
la posibilidad de realizar actos absolutamente sobrenaturales,
que son unos actos de criatura divinizada. 3-El hombre en
estado de gracia es hijo del Padre, hermano de Cristo, templo
del Espíritu Santo; las tres personas vienen a habitar en él a fin
de que él pueda gozar de su presencia. 4-Las tres personas
divinas son inseparables y no hay que imaginar que el Espíritu
Santo posea nuestras almas a la manera que el Verbo posee su
muy santa humanidad; siendo la gracia creada en nosotros el
efecto de una acción común a las tres personas, ella no puede
divinizarnos si no es introduciéndonos en la familia divina. 5-
Somos realmente los hijos del Padre, no de la Trinidad entera,
somos los hermanos de Cristo y el Espíritu Santo es la vida de
nuestras almas como es la vida del alma de Jesús, nuestro Jefe.
6-Entre la vida trinitaria de Dios y nuestra vida divinizada, hay
unas correspondencias misteriosas, que reproducen en cada uno
de nosotros lo que se opera en la vida de la humanidad en
marcha hacia su destino sobrenatural. En el centro de esta
historia está el Verbo encarnado, enviado por el Padre y que
conjuntamente con él, envía al Espíritu Santo para prolongar en
el tiempo, por el misterio de la Iglesia, la encarnación del Hijo de
Dios. 7-A la vez, es la historia del univeso entero, que se nos
presenta como transfigurado por la presencia del Dios trinitario.
Todo ser creado es un vetigio de la Trinidad, la criatura racional
es su imagen, pero el universo se une alrededor de la
humanidad unificada por Cristo de tal forma que el Dios
trinitario, sin dejar de ser transcendente a su obra, deviene
también inmanente por la mediación histórica y cósmica del
hombre-Dios en quien vive el Padre y el Espíritu Santo. 8-Dios
nos ama en su Hijo, como miembros de su Hijo; nos constituye
con él, que es el Hijo por naturaleza, el Hijo único. Sobre este
Hijo como sobre Jesús en el bautismo el Espíritu Santo desciende
y crea en las almas de los rescatados una vida nueva, que es
participación de la vida misma de Dios. 9-Agregados a la Iglsia
por el bautismo, somos a la vez invadidos por el Espíritu Santo,
alma de la Iglesia. El Espíritu Santo nos asimila al Hijo y
conjuntamente con él, nos orienta hacia el Padre a fin de que se
complete la obra de nuestra adopción sobrenatural. 10-La vida
del cielo consistirá en esta unión personal con las tres pesonas
divinas, renovando en nuestras almas el misteio de las
procesiones eternas; así pues, esta vida ha comenzado ya
misteriosamente sobre la tierra. 11-Fuera del caso de
experiencia mística, el cristiano no puede tener conciencia de
estas realidades sobrenaturales, pero puede buscar
representarlas para vivirlas. 12- Cristo vive en nosotros, crece en
nosotros, busca tener en nosotros su estatura perfecta. Nosotros
podemos, pues, hablarle como a una persona, a un amigo, a un
jefe. 13- Por Cristo y en Cristo nuestra filiación divina es distinta
de la que tenemos a título de creatura. Hay una diferencia de
orden y no de grado. 14- Nos resulta más difícil hablar del
Espíritu Santo, pero todavía podemos tomar la lectura de la
liturgia y dirigirnos a él de persona a persona, como al huésped
de nuestras almas. 15-Por consiguiente, alcanzamos a través de
la naturaleza divina común a las tres personas, a las personas
divinas mismas que, por su parte, se nos manifiestan, cada una
a su manera, a través de la única naturaleza. 16- En fin, nos
aercamos también a Dios en nuestros hermanos los justos en los
que están presentes el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; y en los
mismos pecadores, que son, a su manera, el término de un amor
singular del Dios trinitario. Aunque en ellos la prsencia de las
tres personas divinas sea todavía como exterior; ellos no son
definitivamente excluidos del mundo de la gracia.
(III) La doctrina de la divinización del cristiano es fundamental.
Es tan antigua como el cristianismo (387).Somos dioses o hijos
de Dios por gracia, sin duda, pero realmente y con toda verdad
(390). Tres aspectos de nuestra divinización: nuestra
participación en la naturaleza divina, nuestra adopción filial y la
presencia de Dios en nosotros (391).
RUBUNI, M.: La unión del hombre con Dios tiene su inicio con el
santo Bautismo, como incorporación a Cristo y a su Cuerpo
Místico, continúa con la acción crismal, en cuanto el bautizado
es templo del Espíitu Santo, y está asociado al único Sacerdocio
de Cristo, llegando a su apoteosisis, sobre la tierra con la
Eucaristía como preludio a la deificación eterna en el Reino (31).
Pero los divinos misterios no actúan la deificación como si fueran
signos mágicos, sino que es la obra constante de Cristo y del
Espíritu Santo, en conjunción con la libre adhesión del hombre,
la que en los divinos misterios y por medio de los divinos
misterios, poco a pocoa, realiza la unión del hombre con Dios
(31).
Cuando los Padres han buscado en la Sagrada Escritura el
fundamento de la deificación del hombre han señalado: 1) la
cración del hombre “a imagen y semejanza de” de Dios [Gn 1,
26-27]; 2) la adopción filial [Ga 4,4-7); 3) la imitación de Dios y
de Cristo[Mt 5,48; Jn 8, 12; Jn 13,15; Lc 14,27; I Co 15, 47-50; Ef
4, 24; 5,17]; 4) la “participación de la naturaleza divina” [2 P 1,
4]; 5) al hecho de que seamos “estirpe de Dios” (Hch 17, 29).
RUIZ DE LA PEÑA, J. L.: (I) La patrística griega ha localizado la
clave de la salvación del hombre en su participación en el ser de
Cristo y, mediante él, en el misterio de la comunión vital
trinitaria. De ahí que en la teología oriental de la gracia la
categoría relevante sea la de divinización: el hombre llega a ser
por gracia lo que las personas de la Trinidad son por naturaleza
(268)… La salvación del hombre es su divinización; ella ocurre
ineludiblemente mediante la encarnación del Verbo, que tiene
como objetivo primario no tanto la remisión de la culpa y la
justificación del pecador cuanto la comunicación a la criatura
que el hombre es de la condición supercreatural de hijo de Dios
y partícipe de la naturaleza divina (271). Si la gracia es
esencialmente el don que Dios hace al hombre de sí mismo, es
claro que ella conlleva una comunión en el ser divino:
divinización. Esta divinización acaece por la asimilación del justo
a la forma de ser de Jesucristo, el Hijo de Dios: filiación (371).
La comprensión cristiana de la divinización humana se distingue
de las versiones homónimas alternativas al menos en estos tres
puntos: (a) Tal divinización es don divino, no autopromoción
humana, como piensan los antropomorfismos prometeicos,
desde los griegos hasta Bloch. (b) La divinización no consiste en
una pérdida por absorción de lo humano en lo divino, como
piensan las místicas panteístas, desde el budismo hasta Molinos,
pasando por Eckhart. (c) La divinización no entraña una
metamorfosis alienante del ser propio en un ser extraño, como
piensan Feuerbach y los restantes maestros de la sospecha…
Todo lo cual significa, a fin de cuentas, que el modelo cristiano
de divinización humana no cree que ésta conlleve el detrimento,
sino la plenificación del propio ser. Deificar al hombre es
humanizarlo, cumplir totalmente su identidad, la salvación no
puede renegar de la creación (377).
La divinización y consecución de la filiación por la gracia no es
un suceso puntual, sino un proceso teológicamente orientado
hacia la consumación…es realidad ya presente, pero todavía no
consumada…la dialéctica del ya-todavía no…Que la gracia se
caracterice por esta pulsión escatológica no autoriza, sin
embargo, a considerarla como medio para alcanzar el fin. Ella es
ya el fin incoado…”La gracia que poseemos es… virtualmente
igual a la gloria”, afirma Tomás de Aquino; “la gracia es la gloria
en el exilio; la gloria es la gracia en el hogar”, escribe Newman…
No hay pues dos vidas, ésta y la otra, hay una vida única que se
vive de dos modos: en e tiempo y en la eternidad, en la gracia y
en la gloria…La sustancial identidad gracia-gloria se nos desvela
diáfanamente cuando nos apercibimos de que ambas realidades
consisten en lo mismo: en la comunión con Cristo (390).
(II) La gracia no es simple medio para alcanzar el fin, es ya el fin
incoado (inchoatio gloriae, decían los medievales). Ambas
realidades, gracia y gloria, consisten en lo mismo: en la
comunión con Cristo [el ser uno con el Hijo] lo que nos otorga
ahora la filiación divina, que es auténtica divinización (214).
(III) La divinización no acontece al modo de una pérdida del yo
humano y del tú divino…Es claro que divinización no es
endiosamiento. No es el hombre el que deviene Dios por su
propia virtud, bien al contrario, es Dios quien se ha humanizado
para que el hombre pueda ser divinizado…la divinización a la
que aspira la esperanza cristiana es la consumación de lo
humano en cuanto humano (293).
SALGUERO, J.: La regeneración del cristiano es efecto de la
gracia santificante, la cual es la participación de la vida divina:
theias koinonoi physeos. La expresión es griega y aparece con
frecuencia en los filósofos y en los escritores griegos, los cuales
hablan de la physis divina. La fórmula physis divina designa al
Ser divino, a la misma divinidad. Es la misma naturaleza divina
como opuesta a todo lo que no es Dios. La fórmula lapidaria de
San Pedro es audaz al mismo tiempo que clara, ya que esclarece
el más espléndido efecto de la gracia santificante… Esta
comunión no indica una simple relación, sino una verdadera
participación o comunión de Dios con el hombre…El cristiano
participa de la misma naturaleza divina, es decir, de todo el
cúmulo de perfecciones contenidas de una manera formal-
eminente en la esencia divina (156).
1 Jn 3, 1-2: El cristiano no es llamado hijo de Dios únicamente
por una ficción jurídica y extrínseca, sino que es realmente hijo
de Dios…La filiación adoptiva divina consiste en la participación
en una nueva vida, de una nueva naturaleza semejante a la de
Dios, el cual adopta al hombre por medio de un nuevo
nacimiento o regeneración…Hijos de Dios ya lo somos desde
ahora, porque la vida eterna ya mora en nosotros. Pero la
filiación divina tendrá su plena expansión solamente en el cielo,
cuando los fieles vean a Dios tal cual es (217-218).
SARTRE, J.P.: Ser hombre es tender a ser Dios; o si se prefiere, el
hombre es fundamentalmente deseo de ser Dios (653).
SAYÉS, J. A.: (I) ¿Qué es la gracia sino Dios mismo que se da al
hombre? La gracia no es algo que Dios da, sino Dios mismo que
se da en su intimidad intratrinitaria (gracia increada) y que
transforma al hombre (gracia creada)…Es claro que una entidad
creada por sí sola no diviniza (253-254).
Tendremos que entrar a fondo en el misterio de la inhabitación
divina y en la transformación real y profunda que produce en el
hombre. Penetrar en este misterio es penetrar en la
autocomunicación de Dios al hombre y su divinización; un
misterio que se nos desvelará plenamente en la glroria (255).
Cuando hayamos entendido la inhabitación divina,
entenderemos también su consecuencia transformadora en el
justo. Esta es la gracia creada (281).
La gracia creada no es, pues, un ente creado por causalidad
eficiente, sino la transformación que el hombre experimenta en
su conocimiento y en su voluntad mediante la superación de la
ley de la analogía y la adquisición de un objeto formal nuevo:
Dios en sí mismo (301).
Ninguna realidad creada puede producir la inhabitación de Dios.
Es justamente al revés, es la inhabitación divina la que produce
en nosotros una transformación real que hemos identificado
como elevación de la capacidad cognoscitivo-volitiva del hombre
por la donación gratuita de Dios en sí mismo como nuevo objeto
formal (309).
El hombre queda divinizado en cuanto que de esta forma su
capacidad cognoscitiva y volitiva queda superada con un nuevo
objeto formal: el hombre conoce a Dios directamente y le ama
también directamente en sí mismo, aunque de una forma aún
oscura y velada mientras no llegue la visión…Hay que dejar de
hablar de la gracia creada como un ente para hablar de ella
como la transformación divinizante que el hombre experimenta
por la inhabitación de Dios en él…Es la presencia de Dios trino la
que cambia al hombre sin intermediario alguno (330-331).
(II) El hombre ansía algo que sólo como don puede recibir. De
recibirlo, se establece entre la Trinidad y él una relación directa
e inmediata que le diviniza, de modo análogo a como la visión
diviniza al hombre por la inmediatez que tiene entonces con la
intimidad divina…El hombre tiene sed de infinito, en virtud de lo
cual sólo en la visión de Dios puede descansar definitivament
(313)
Ocurre que esta divinización del hombre, que encuentra en la
gloria su fase final, comienza ya aquí por la gracia…Estamos ya
divinizados, lo que ocurre es que ello tiene lugar aún de forma
oculta, puesto que esta realidad nueva de nuestra inserción
directa en Dios va todavía oculta bajo la mediación de la palabra
externa de Dios y de los sacramentos, oculta por los signos de la
gracia que hacen presente esa nueva realidad al mismo tiempo
que la ocultan, oculta aún en nosotros mismos mientras no
seamos transformados en gloria…Esta gracia que nos diviniza
es, pues, Dios mismo, presente en nosotros por un amor y un
conocimiento directo y personal. Con ello el hombre queda
introducido en un nivel de vida que supera la ley de la
creaturalidad, la ley del conocimiento analógico (316).
Cuando se establece esta relación directa e íntima con las
pesonas divinas, es cuando tiene lugar la divinización del
hombre: ha superado el conocimiento analógico de Dios, para
recibir al Espíritu que se le da directa e íntimamente y que le
introduce en Cristo, haciéndole partícipe de su filiación (317).

SCALTRITI, E.: En la tradición d los Padres de la Iglesia oriental,


Dios es Amor-agape, Amor de benevolencia sobre abundante, es
el divino filántropo que crea al hombre a su imagen para poder
donársele Él mismo y por él hacerse hombre para que la
divinización del hombre responda a la humanización de Dios. Es
el misterioso intercambio, en el que cada uno hace suyas las
propiedades del otro: el hombre llega a ser por gracia lo que es
Dios por naturaleza, y es llamado a participar de la condición
divina (21).
La divinización es realizada por el Verbo no sólo como
iluminación de la inteligencia, porque en su encarnación el Verbo
ha querido asumir la naturaleza humana…La divinización
encuentra su perfección en la contemplación y en la visión de
Dios, en la cual “la inteligencia es deificada por la visión”(23).
La potencia de la deificación se hace presente en el hombre
mediante el ejercicio de las virtudes y sobre todo de la caridad:
entre el amado y el amante debe existir una cierta afinidad; por
lo cual los bienaventurados deben tener una semejanza especial
con Dios, que es una verdadera deificación producida en el alma
por Dios (28).
Junto a Jesús Resucitado, el don del amor deificante de Dios está
plenamente realizado también en María Santísima…Siguiendo a
su divino Hijo, la Virgen es la primicia, la primera creatura
resucitada, asunta al cielo, deificada (90-91).
SCOLA, A.: (I) La incorporación a Cristo en el Espíritu hace al
hombre partícipe no sólo de la naturaleza divina en sentido
genérico, sino de la condición propia de Cristo como Hijo de
Dios…La descripción de la divinización del hombre en los
términos de la teología clásica (gracia santificante y virtudes
teologales) se enriquece ahora con todos los matices de la vida
y de las relaciones interpersonales hasta los efectos más íntimos
(344-345).
(II) El hombre no alcanzará el vértice de la imagen en sentido
propio, esto es algo exclusivo del Hijo, pero alcanzará la filiación
adoptiva, el ser “filius in Filio”, es decir, alcanzará la
participación en la naturaleza divina, lo que los Padres
denominaban divinización…El hombre es llamado a conformarse
mediante la gracia al Cristo glorioso realizando plenamente su
naturaleza de ser imagen de Dios (238).
SCHILLEBEECKX, E.: La comunión personal con Dios, santificante
y divinizante, se realiza de una manera cada vez más íntima por
el encuentro sacramental con Cristo…En los sacramentos se
trata en efecto de una divinización a modo de restablecimiento y
redención…Los sacramentos confieren esencialmente una
comunión con el destino de Cristo humillado y elevado y, de
esta manera, con la vida divina en Él (207-208).
SCHLIER, H.: (Efesios, 1, 5-6): Somos hijos de Dios por medio de
Jesucristo…hemos accedido a la condición de hijos porque
hemos sido hechos partícipes de la filiación divina de Jesús, a
quien hemos sido incorporados. Lo probable es que esto último
sea lo que se escuche en el “en Cristo”, que vuelve a aparecer
en nuestra carta (69).
(Efesios, 2, 5-9): Pasar de la muerte a la vida significa: ser
salvados por gracia. El perfecto “estè sesosménoi” señala que la
salvación continúa en el presente. Fueron salvados y, por
consiguiente, son salvados…el perfecto acentúa la realidad
permanente de la salvación que tuvo lugar (144-145).
Nosotros hemos sido trasladados con Cristo a los cielos, a fin de
que Dios muestre las incalculables riquezas de su gracia. Por
tanto, se hace patente de alguna manera la plenitud de la gracia
divina en nosotros, que en Cristo estamos en los cielos (147).
SCHMAUS, M.: La divinización no consiste en que el hombre se
hace a sí mismo Dios…la divinización ocurre gracias al Cristo
histórico y glorificado y a través de Él…
El hombre logra divinizarse solamente participando en la vida de
una figura histórica concreta…No pierde su carácter de criatura.
La diferencia entre el hombre y Dios no es anulada, sino
acentuada por esta divinización (141-142).
SCHMITZ-PERRIN, R: La particularidad del pensamiento de Scoto
Erigena está en la audacia con que tematiza una antropología
teológica en términos de theosis, fundada en el plan
intratrintario de la encarnación del Hijo de Dios en vistas a la
divinización del hombre (434).
La deificación del hombre se efectúa también por la gracia de
Cristo, en una finalidad netamente escatológica, a dos niveles:
en la economía del tiempo presente y en el teimpo escatológico.
El hombre será deificado en Cristo, encarnado para divinizarle
(440).
Si la divinización del hombre se realiza por y en la plenitud de la
gracia de Cristo la theosis en lo más profundo es una acción que
implica la operación de toda la Trinidad: es por el fuego que
consume del Dios trinitario como el hombre es deificado…El
mismo Dios nos concede la gracia de su vida divina en orden a
transformar al hombre en un mismo movimiento de
adelantamiento y de apofase, de nacimiento progresivo y de
autorrealización última, que es una “THEOSIS hoc est deificatio”
(444-445).
SCHÖNBORN, Ch.: (I) El mismo Cristo es forma y contenido de la
divinización del hombre (12). Llegar a ser Dios, divinizarse:
parece ser la meta más alta de todas las ansias humanas (35).
El hombre es realmente hombre y así ha sido querido: no es
ningún dios inconsciente de sí mismo, como creyó la gnosis de
todos los tiempos. Pero él puede, si quiere, llegar a ser dios, si
realiza el verdadero sentido de su ser hombre; sí, él no posee
ningún otro camino para llegar a ser verdaderamente hombre
(38). Aunque se comprendiera claramente todo tipo de
divinización como una gracia, sigue siendo aquélla la verdadera
meta para la que ha sido creado hombre (40). El hombre puede
llegar a serlo todo lo que es Dios, menos la identidad de su ser,
pues ha sido creado para conseguir esta participación. Creado a
imagen y semejanza de Dios significa que ha sido diseñado y
“arrojado” hacia la obtención de una semejanza cada vez más
perfecta de Dios. Por esta razón, vemos claramente que la
divinización gratuita no significa en absoluto la disolución de la
naturaleza humana, sino, por el contrario, su realización más
íntima (41). La divinización cristiana no es abstracta, anónima,
sino, en su concreta realización, es lo que Pablo llama la
“adopción” (41). La divinización tiene su lugar en el
restablecimiento del hombre caído en su dignidad originaria
(42). La humanidad divinizada es precisamente la que ha
alcanzado la meta de su creación (43). El único camino para la
divinización consiste en la imitación cada vez más profunda de
Cristo. Llegar a ser “Hijo en el Hijo”: en esto consiste la
divinización (43). La tradición cristiana siempre concedió al
hombre un desiderium naturale de una visión divinizadora de
Dios, pero, al mismo tiempo, insiste en que este deseo sólo lo
puede alcanzar mediante la elevación del hombre por Dios a una
semejanza, a una afinidad con Dios. Sólo por esta elevación
realiza el hombre sus más profundas aspiraciones. Para la
tradición cristiana no hay una auténtica “humanización” del
hombre sin “elevación” (52).
(IV) A. v. Harnak y otros historiadores de su escuela han visto en
la doctrina de la divinización la prueba más clara de una
helenización del cristianismo en detrimento del moralismo
religioso predicado por Cristo. Ciertos autores contemporáneos
siguen pensando en esta línea y afirman, además, que la idea
de divinización es extraña al hombre moderno, que busca la
humanización del hombre más que su divinización. Otros
teólogos rechazan la idea de la divinización por motivos
propiamente teológicos, al afirmar que la finitud del hombre, su
ser-hombre-y-no-Dios construye su alteridad con relación a Dios,
que Dios mismo ha querido creando al hombre y que el hombre
no debe de ninguna manera intentar trascender hacia una
divinización. Otros, por fin, objetan que las expresiones
“divinización” o “deificación” son ambiguas, llevan a confusión y
no son bíblicas (53-54).
Los padres señalan que la deificación no podrá ser jamás
autodivinización del hombre. Toda la tradición es unánime al
decir que la divinización se realiza por gracia (56).
El hombre puede llegar a ser todo lo que es Dios, salvo la
identidad de esencia, porque ha sido creado en vistas a tal
participación. Ser creado a imagen y semejanza de Dios significa
ser lanzado “proyectado” hacia una asimilación cada vez más
perfecta con Aquel, del que el hombre es imagen. Es manifiesto
que la divinización por gracia no es de ninguna manera la
disolución de la natruraleza humana, sino la realización de su
finalidad más íntima (56).
La divinización se sitúa en la restauración del hombre caído en
su dignidad original. Si es evidente que la caída fue provocada
por la perversión de la voluntad, la redención, en conscuencia,
concierne al querer humano (57).
La theopoiesis es concretamente hyiopoiesis (57).
La gracia nos eleva y nos configura con Dios: nos confiere la
capacidad de una bondad infinita, de la bienaventuranza divina,
para la cual Dios nos ha creado y que nosotros no dejamos de
buscar (62)
SESÉ ALEGRE, J.: Es una divinización que no es confusión; más
aún, el alma santa intuye que si hubiera algún tipo de mezcla o
confusión, ya no sería un amor genuino, porque ya no recibiría
tanto, mereciendo tan poco: ya no sería el todo que se vuelca en
la nada; e intuye también que, si hubiera igualdad de
“condiciones” con Dios, perdería encanto ese amor (19).
SILANES, N.: Para los Padres, por tanto, las misiones de las
divinas Personas prolongan en la Iglesia y en cada uno de sus
miembros la vida misma, que el Hijo recibe del Padre, y el
Espíritu de ambos. Toda la Trinidad se hace presente de un modo
nuevo en los hombres incorporados a Cristo por la acción del
Espíritu (185).
Ni de la enseñanza de la Escritura ni de los Padres se desprende
lo que después se llamará “gracia creada” como “res creata”,
sino más bien la comunicación inmediata de las personas del
Hijo y del Espíritu Santo, que tienen como consecuencia la
deificación del hombre (186).
La doctrina conciliar sobre el Espíritu como “alma de la Iglesia”,
por su engarce con la teología de los Padres, favorece la
comprensión patrística griega de la deificación del hombre
(406).
Los efectos de la actuación del Espíritu Santo en la Iglesia se
concretan en una doble vertiente: la deificación del hombre y
otros muchos dones o carismas que se ordenan al crecimiento y
desarrollo de todo el pleroma eclesial (427).
SIMEÓN EL NUEVO TEÓLOGO (949-1022):
Del mismo modo, en efecto, que jamás el Padre ignorará al Hijo,
ni el Hijo al Padre, así no menos los santos, llegados a ser dioses
por adopción por el hecho que tienen a Dios que habita en ellos,
no se ignorarán unos a otros (Eth 1).
Él nos diviniza por el hecho de que somos incorporados en Él,
carne de su carne y hueso de sus huesos (Eth 1).
¿Qué es, pues, Cristo sino Dios verdadero y hecho hombre
perfecto verdaderamente?… ¿Para qué se ha hecho hombre
Dios?… Es para hacer al hombre Dios (Eth 5).
Dame la gloria que te ha dado, oh Misericordioso, el Padre, a fin
de que semejante a ti como todos tus servidores, llegue a ser
dios según la gracia y esté contigo continuamente, ahora y
siempre, por los siglos sin fin. Amén (Eth 5).
Dios nos hace coherederos y asociados de Dios y no sólo reyes,
sino dioses, por un don de Dios, para compartir el gozo de Dios
en los siglos de los siglos (Eth 10, 314-317).
Porque purificado por el arrepentimiento y por los torrentes de
lágrimas, comulgando en su Cuerpo divinizado, como en Dios
mismo, llego a ser también yo dios en esta unión inexpresable.
¡Ve qué misterio! El alma pues y el cuerpo…son un mismo ser en
dos esencias. Ellos, que son uno y dos, porque han comulgado
en Cristo y bebido su Sangre, unidos a las dos esencias y a las
dos naturalezas de mi Dios, llegan a ser dios por su participación
(Himno 30).
Por naturaleza soy hombre, por gracia soy dios (Himno, 30).
SOMME, L. TH.: (I) Nuestra filiación divina nos asimila libremente
al Hijo único de Dios por su propio Espíritu de amor, que,
derramado en nuestros corazones, nos regenera
espiritualmente, habita en nosotros por la gracia y nos imprime
la semejanza del Hijo, nos asimila y configura con Él, y
constituye la prenda y las arras de nuestra herencia filial (159-
160).
La filiación adoptiva es una semejanza participada de la filiación
por naturaleza (329).
Nuestra filiación divina presupone una auténtica generación en
la medida misma en que ella corresponde a una vida realmente
divina. Tal es el caso: un ser espiritual y divino es comunicado al
justo, a saber, la más alta semejanza participada de Dios, no
solamente en tanto que ser, en tanto que viviente, en tanto que
intelectual, sino según una participación de la deidad misma. Si
es totalmente verdadero que la gracia no anula la naturaleza
sino que la perfecciona, la divinización no sólo comunica un
aumento de humanidad sino que también el sobrenatural que
ella comunica es propiamente divino, aunque por participación
solamente (350).
Somos regenerados como hijos de Dios por la gracia bautismal.
La vida nueva que recibimos coincide con la deiformidad del
obrar humano, es decir, con la capacidad para una naturaleza
humana de realizar actos pertenecientes a la naturaleza divina.
Puesto que el obrar sigue al ser, hay que remontar de la
consideración de facto de un obrar deiforme al presupuesto de
iure de una deificación en cuanto a la naturaleza (351-352).
(II) La divinización representa a la vez el anhelo imposible de
una humanidad mortal y la asombrosa promesa del cristianismo
transmitida de edad en edad…El Hijo de Dios se hace hombre y,
por su humildad, su obediencia, su oblación, ha atravesado la
muerte y nos ha comunicado, por su resurrección, la
incorruptibilidad perdida. En adelante, la vida divina, la vida
eterna, es ofrecida y comunicada a los hombres, de suerte que
son adoptados por Dios como hijos (11).
¿De qué manera la encarnación del Verbo nos procura la filiación
divina? Para explicarlo Santo Tomás recurre al concepto de
asimilación a Dios. Asimilación significa a la vez transformación
y unión. Llegar a ser por gracia lo que el Verbo es por
naturaleza: hijos de Dios. Esta divinización puede, por tanto,
traducirse en términos de asimilación a Aquel que nos hace
participar en su propia vida divina. Esta asimilación se inaugura
aquí, bajo el régimen de la gracia, para florecer en la gloria (17).
Nuestra filiación divina es el resultado del don por el que Dios
nos hace participar de su propia vida. Es el fruto de una gracia
filial (65).
Dios tiene el designio de hacernos participar de su propia vida.
Adoptándonos no hace más que vernos como hijos suyos: él nos
concede llegar a serlo realmente. La filiación divina que él nos
concede por gracia es el medio por el cual nos diviniza (71).
La regeneración bautismal, que es el nuevo nacimiento por el
cual llegamos a ser hijos de Dios, inaugura una vida espiritual: la
vida divina, de la que, por don suyo, nos ha concedido participar
(119).
SPICQ, C: La divinización del creyente se realizará por la unión y
la conformidad con Cristo en Persona (235).
SPIDLÍK, T.: (I) Todo dinamismo del Espíritu Santo, que está en
nosotros, consiste en ponernos en comunicación viva con Jesús y
con el Padre, en “deificarnos”. A pesar de las pesadas hipotecas
con las que se encontraba cargado, el vocabulario de la
“deificación”, “divinización” (theosis, theopoiesis) debía
imponerse a los Padres griegos como capaz de expresar la
novedad de la condición en la cual la Encarnación del Hijo de
Dios había restaurado al hombre. La divinización del hombre
responde a la lógica interior de la “humanización” de Dios. Se
trata de un misterioso intercambio en el que “cada uno hace
suyas las propiedades del otro” [Teodoro de Ancira, In Nativitate
5] (77).
Atanasio, identificando claramente la filiación y la divinización,
tiene mucho cuidado de señalar que esta asimilación a Dios no
es una identificación: ella no nos hace “como Dios verdadero o
su Verbo, sino como lo ha querido Dios que nos ha otorgado esta
gracia” [Contra Arianos 3, 19]. En el Pseudo-Dionisio Areopagita
la divinización se integra en el esquema neoplatónico del
retorno a Dios (78).
Expresiones equivalentes.- Las palabras importan menos que la
realidad que designan. En realidad, muchos autores no emplean
ni theosis ni theopoiesis y prefieren atenerse al lenguaje de la
Escritura: filiación adoptiva, regeneración, unción, parentesco,
comunidad, familiaridad, nueva alianza, connaturalizad,
conjunción, ligamen, imagen, mezcla (79-80).
Orígenes, y después de él parte de la tradición oriental, utiliza el
carácter dinámico de la imagen: la imagen no es más que una
divinización incoativa, su finalidad es parecerse a Dios lo más
posible (86).
“El Verbo encarnado se ha hecho hombre, y el Hijo de Dios hijo
del hombre, para permitir al hombre alcanzar al Verbo de Dios y,
recibiendo la adopción, llegar a ser hijo de Dios” [Ireneo, Adv.
Haer. III, 19, 1]. Este resumen de la Historia Santa, empleado
con variantes en todas las épocas, está en la base de la
enseñanza espiritual del Oriente cristiano. Esta enseñanza tiene
como única finalidad la divinización del hombre (409).
SPITERIS, Y.: Dios es Trinidad porque es misterio de comunión y
por ello hace participar al resto de seres de su vida interior. La
participación en la vida divina es conocida en la tradición
oriental como “divinización”…Dios crea al hombre a su imagen y
semejanza…La verdadera imagen de Dios es Cristo y el hombre
es imagen de la Imagen. Desde el mismo instante de la creación
el hombre es “configurado con Cristo”. La divinización del
hombre se identifica por ello con la cristificación (18).
La tradición oriental llama a la participación en la vida del Padre
divinización o deificación, término usado como sinónimo de la
“gracia santificante”. Tal vez no haya en la tradición patrística
griega y bizantina concepto más significativo que el de la
divinización. Con él se indica la relación entre Dios y el hombre y
la misma antropología (37-38).
Las consecuencias de esta divinización invisten al hombre de
todos sus aspectos. Alma y cuerpo son transfigurados, las
facultades del creyente quedan enteramente espiritualizadas, ya
que el bautizado se torna transparencia viviente de Dios, de
aquel Dios que se entraña en el hombre. Pues bien, los efectos
de la deificación son los siguientes: 1-El hombre de hace Dios
por gracia. 2-La deificación afecta a la totalidad del hombre. 3-
La visión de Dios. 4-La luz increada (42-47).
El hombre es definido por san Gregorio Nazianzeno como “el ser
capaz de ser divinizado”. Siendo ya por creación imagen de
Dios, todo lo que el hombre posee es para tender hacia Dios, del
cual porta la imagen: el hombre tiende por naturaleza hacia Dios
porque está hecho por Dios (61).
La divinización del ombre es realizada cuando formamos parte
de Jesucristo; esta realidad es mostrada por el Nuevo
Testamento con las fórmulas “ser en Cristo” y “ser revestidos de
Cristo” (Ga 3, 27). La idea de una divinización del hombre
responde a la lógica interna de la humanización del Verbo, y
como tal esta enseñanza es prácticamente unánime en los
padres griegos. De este modo la encarnación no es otra cosa
que la plena realización del plan divino en divinizar al hombre.
Cristo es verdadero hombre y verdadero Dios, y en él el hombre
se hace verdaderamente Dios y puede ser divinizado…La
encarnación del Verbo es inseparable de la divinización del
hombre y resume la economía de un modo prospectivo,
abrazando toda la obra divina de la salvación…La divinización
del hombre a través de Cristo acontece ya con la misma
encarnación de Cristo que “recapitula en sí” a la humanidad
entera (78-79).
Dado que la divinización ha sido realizada por Jesucristo, los
seres creados a imagen de Dios son vistos por los padres como
una permanente actualización en Cristo (83).
La acción del Espíritu en la formación de la imagen de Dios en
nosotros tiene otras implicaciones: el hombre es divinizado en el
Espíritu y gracias a él nos hacemos partícipes de la naturaleza
divina…Podemos esquematizar la acción del Espíritu en nuetra
divinización del siguiente modo: 1-La divinización se lleva a cabo
porque el Espíritu abre lo creado a unirse con lo Increado. 2- La
divinización se presenta como inhabitación de Dios en nosotros.
3-La divinización es realizable porque en el Espíritu el hombre se
convierte en “Hijo en el Hijo”. 4-La divinización del hombre en el
Espíritu es llamada también “santificación”.
STAUDENMAIER, F.A.: Divinizarse consiste en que todas las
potencias espirituales del hombre estén determinadas y
sostenidas por Dios, que todas las actividades del alma estén
hacia Él orientadas hasta el grado de tenerle por centro de sus
operaciones, que todas las inspiraciones y sentimientos estén
presididos por Él, que todo pensamiento piense especialmente
en Él o en su Verdad, que toda contradicción y oposición posible
entre su voluntad y la del hombre sea suprimida, y que, ante
todo y de forma inmediata, el amor del hombre se refiera a Él,
de manera que en este mismo amor quiera todo lo demás (Vol.
III, 785).
STUDER, B.: La divinización del hombre constituye un tema
fundamental de la patrística, especialmente de la griega (621).
El vocabulario en cuestión ha experimentado una notable
evolución. Zeopoiein y sus formas diversas sólo aparecen desde
Clemente de Alejandría en adelante. Por influencia de pseudos-
Dionisio Zeosis se hizo más importante que zeopoiesis (621).
Los latinos, al interesarse más por la santidad moral e insistir
consiguientemente más en la eliminación del pecado como
culpa que en la liberación de la corrupción mortal, parecen estar
menos abiertos a la divinización. Sin embargo, ésta no está
ausente de la teología latina, aunque sea deudora de la griega y
dependa de los mismos influjos filosóficos (623).

TAULERO: Una persona está deificada cuando ha sido formada


en la forma divina, cosa que acontece cuando el alma posee por
gracia todo lo que Dios posee por naturaleza (PT 162) unidad e
unión
El hombre deiforme, gotforming, es aquella persona cuya alma
está llena de Dios y el cuerpo lleno de sufrimiento (PT 253).
En el alma así divinizada Dios se ama, se conoce y goza de sí
mismo; ella misma es plenamente semejante a Dios, igual a
Dios, divina, se convierte por gracia en lo que Dios es por
naturaleza, es elevada en Dios por encima de sí misma: en
resumen, tanto tiene la apariencia de Dios que, si se vira, se
tomaría por el propio Dios (Sermón 37).
La divinización es la divina y sobrenatural unidad de unión por la
que el espíritu es atraído y absorbido en el abismo de su
principio (Sermón 70).
.
TERRIEN, J.B.: Me preguntáis por qué soy hijo de Dios, dios
deificado (86).
Nuestra filiación divina no está basada sobre el acto natural, no
sobre la operación creadora de los seres, sino sobre una
adopción de gracia (267).
Los hijos de Dios son dios ellos mismos por gracia y
participación. Terrien cita el comentario de San Agustín sobre el
Ps 49: “es el mismo el que justifica y el que deifica, pues
justificar es hacer hijos de Dios” (267). Y menciona varias
imágenes patrísticas de la acción de Dios sobre las almas
justificadas: acción de pintar sobre el lienzo (San Ambrosio), la
acción del escultor sobre el mármol o sobre el bronce (San
Basilio, San Cirilo de Alejandría), el sello sobre la cera (San
Cirilo) o sobre la moneda, la acción del sol sobre los cuerpos que
ilumina (268).
Es una misma cosa participar de la naturaleza divina y participar
de la vida divina (268).
La sustancia de Dios se une a nuestra sustancia por su
operación, es decir, como principio de nuestro ser y de nuestra
actividad sobrenaturales (269).
De otra manera la gracia es causa de la unión. Ella pone al alma
en posesión de Dios como objeto de conocimiento y de amor
sobrenaturales (269).
THILS, G.: La presencia de las tres Personas no es una especie
de yuxtaposición en el espacio; es una unión activa, eficaz. Dios
se nos da para hacernos “deiformes”, semejantes a Él,
participantes de su vida, de su conciencia, de su amor, de su
gloria (75).
Así el don de la vida divina nos transforma interiormente, nos
hace “semejantes” a Dios o “deiformes”.Pero seguimos siendo
esencialmente distinto del Señor…
Así el hombre, sin convertirse en Dios, es “transformado”a su
imagen y deviene semejante a Él (77).
TILLARD, J. M. R.: Donde no hay comunión con Jesucristo, no hay
existencia cristiana (15).
TOMAS DE AQUINO (Santo):

La naturaleza divina no es comunicable a no ser según una


participación de semejanza (Iª, q. 13, a. 9 ad 1).

El término Dios es comunicable, no ciertamente en toda su


extensión, sino en parte, de modo que se llama dioses a los que
participan por semejanza de algo divino, según aquello: Yo dije:
dioses sois [Ps 81, 6] (Iª, q. 13, a. 9 in fine).

La filiación adoptiva es cierta semejanza de participación de la


filiación natural (IIIª, q. 3, a. 5, ad 2).
La filiación adoptiva es una cierta semejanza de la eterna…La
adopción, aunque es común a toda la Trinidad, sin embargo es
apropiada al Padre como autor, al Hijo como ejemplar, al Espíritu
Santo como el que imprime en nosotros esta similitud del
ejemplar (IIIª, q. 3, a. 2, ad 3).

El don de la gracia está sobre todas las potencias de la


naturaleza creada, porque no es otra cosa que la participación
de la naturaleza divina, superior a toda naturaleza. Es, por
consiguiente, totalmente imposible que una criatura produzca la
gracia. El hierro no puede recibir las propiedades del fuego si no
se mete en él, y en tanto en cuanto a él se una; por semejante
manera, sólo Dios puede divinizar una criatura, admitiéndola a
la participación de su divina naturaleza. Porque, así como sólo el
fuego tiene el poder de ignificar, así ningún influjo puede
divinizar el alma, si no es el de la divinidad, dando a un mismo
tiempo al alma la participación de su semejanza y naturaleza
( STh I-II q. 112, a 1 ).

El don de la gracia excede toda facultad de la naturaleza creada,


pues no es otra cosa sino una cierta participación en la
naturaleza divina que excede toda otra naturaleza…Así es
necesario que sólo Dios deifique, comunicando el consorcio de la
naturaleza divina por medio de una cierta participación de
semejanza (STh I-II q. 112, a 1).
La gracia…que ahora tenemos… es virtualmente igual a la gloria
(STh I-II, q. 114, a 3,
ad 3).

En todo conocimiento el que conoce se hace semejante


[“asimilado”] a la realidad conocida; por eso, los que ven a Dios
son transformados de alguna manera en Dios. Si lo ven
perfectamente, son perfectamente transformados; es el caso de
los bienaventurados en la Patria [I Jn 3, 2]. Si lo ven
imperfectamente, son imperfectamente transformados. Es el
caso de este mundo por la fe; ahora vemos en un espejo [I Cor
13, 12] (In Co 13, 12).

La fe es el hábito de la mente, por el que se tiene una incoación


en nosotros de la vida eterna (STh II-II, 4 a 1).
Dos son los dones de Dios que nos alejan del pecado: uno es el
conocimiento de la verdad…otro es el auxilio de la gracia
interior, al que se opone “la envidia de la gracia fraterna” (STh
II-II, 14, 2 ad 4).

La gracia y la gloria están en el mismo género, porque la gracia


no es otra cosa que un anticipo o incoación de la gloria en
nosotros (STh II-II, 24, 3 ad 2).

Llegamos a ser hijos adoptivos de Dios por asimilación al Hijo


natural de Dios (Contra Gent. IV, 24).

El Hijo único de Dios, queriendo hacernos partícipes de su


divinidad, tomó nuestra naturaleza, a fin de que, hecho hombre,
divinizase a los hombres (Opúsculo 57, lect. 1-4).

TURRADO, L.: Hechos, 17, 28-29: Pablo hace dos citas de poetas
griegos, de las que se vale para recalcar la idea de que Dios no
está lejano a nosotros, como algo a que nos es imposible llegar,
sino que vivimos como inmersos en él y somos linaje suyo. Las
citas son dos: una implícita y otra explícita. La primera
reproduce casi literalmente este verso de Epiménides de Creta
(s. VI a. C.) en su poema Minos…la segunda reproduce un verso
de Arato (s.III a. C.) en el poema Fenómenos. Casi el mismo
verso se encuentra también en Cleantes (s. III a. C.) en su Himno
Zeus. Cleantes y Arato pertenecen a la escuela estoica…Es
evidente que Pablo, después de lo que ha dicho de Dios creador
(v. 24-26), al citar estas expresiones de concepción panteísta,
las emplea desde su punto de vista monoteísta. Lo que trata de
afirmar con la primera cita es que dependemos de Dios en todo,
hasta el punto de que sin él no podríamos continuar viviendo,
moviéndonos y ni aun existiendo (162-163 y nota 9).
VERDÚ BERGANZA, I.: Es un hecho constatable que Eckhart
conoció la obra del Pseudo Dionisio Areopagita, al que cita en
numerosas ocasiones…Los planteamientos dionisianos respecto
del conocimiento de Dios (teología negativa o apofática) y de la
divinización del hombre, una divinización que supone tres fases:
purificación, iluminación y, finalmente, unión (mística) en Dios,
recorren toda la obra del Maestro Eckhart (443).
Por su parte, la divinización del hombre es posible porque Dios
mismo, en la persona del Hijo, se ha hecho hombre. La tesis de
que “Dios se hizo hombre para que el hombre se haga Dios” se
convirtió en un lugar común entre los místicos renanos. No era
una idea nueva, pero en Eckhart pasa a ser un elemento
fundamental de todo su pensamiento (443).
Así, pues, podríamos concluir aquí, afirmando que la mística de
Eckhart propone una divinización, un hacerse uno con Dios, a
través del intelecto, y de carácter intelectual. Pero sin ser del
todo falso, no sería del todo cierto. Y no lo sería porque nada de
todo esto es posible sin la gracia de Dios (447).
El hombre divinizado es el hombre absolutamente desprendido,
separado de todo, vacío incluso “de todos los rezos”, ya que “su
oración no es otra cosa que ser uniforme con Dios” [Tratado del
desprendimiento](451).
Para Eckhart es un hecho que Dios en la persona de su Hijo es
hombre y, por ello, los hombres pueden hacerse Dios. Este es el
misterio de la encarnación del Verbo. Y, de acuerdo con otro
hecho incuestionable, que el Hijo, sin dejar de ser hijo, es
Uno,como lo es el Padre y lo es el Espíritu, también nosotros,
Hijos adoptivos de Dios por la gracia, podemos ser Hijos y, sin
confundirnos, ser Uno (452).
VICENT, M.: Empleo de diversos vocablos, que evocan las dos
opciones (divinización y humanización) en los textos del
Concilio: – Términos que evocan la divinización: 151 veces,
gracia; 31 veces, redención; 159 veces, salus-salvación; 34
veces, celeste -bien celestial, ciudad celeste-. Términos que
evocan la humanización: 33 veces, humanidad; 420, humano; 4
veces, humanamente; 36 veces, terrestre -ciudad terrestre,
bienes terrestres- (433, en nota 1).
l-La divinización: a) La dignidad de la persona reside en la
comunión con Dios…Este fin único del hombre, la comunión con
Dios, es, según los Padres conciliares, el aspecto más sublime de
la dignidad humana [GS 19]. d) Génesis de esta comunión con
Dios: La esperanza escatológica de comunión con su Dios, el
hombre la recibe desde su nacimiento…De esta invitación a vivir
en comunión con Él, Dios es instigador, iniciador (433-435).
2-La humanización como consecuencia de la divinización del
hombre: Si los padres conciliares han reafirmado con vigor la
vocación del hombre a la divinización, ellos no han limitado su
perspectiva a un agustinismo extremo…La cooperación del
hombre en la obra de la creación y de la humanización
corresponde al designio de Dios sobre el mundo (435-437).
3-Reconciliación de la divinización y de la humanización: La
actividad humana es pues buena, querida por Dios. El hombre
es asociado a Dios, él se crece y crece con los otros…Toda
actividad humana debe ser integrada en el misterio pascual,
misterio de salvación de todos los hombres (437-439).
Conclusión: Los Padres conciliares reconocen que todo progreso
humano es una primera etapa para la divinización y
recíprocamente que la acción de Dios en el hombre, lejos de
alienarle, le hace más hombre (439).
YANGUAS, J.M.: La divinización es el fin y el culmen de la vida
cristiana, “el colmo de todos los deseos”, como diría Basilio. El
Espíritu divino es quien causa en nosotros esa semejanza divina.
La divinización del cristiano, su nueva condición de hijo de Dios,
la purificación mediante el Espíritu nos hace verdaderamente
libres. Él es realmente Espíritu de libertad (528-529).
ZUBIRI, X.: Para un latino el problema de la gracia va
subordinado a la visión beatífica en la gloria, a la felicidad; para
un griego la felicidad es consecuencia de la gracia entendida
como deificación (402).
Junto a esta efusión creadora por la que Dios produce las cosas,
ha realizado una segunda efusión ad extra. Si queremos
encontrar un nombre genérico para designarla, la llamaremos
deificación. La deificación no es, propiamente hablando,
creación. En la creación se producen cosas distintas de Dios; en
la deificación Dios se da personalmente a sí mismo. Es una
efusión donante a la creación. Vista desde las criaturas, es una
unificación de ellas con la vida personal de Dios. El ciclo del
amor extático divino se completa de esta suerte. En la Trinidad,
Dios vive; en la creación, produce cosas; en la deificación, las
eleva para asociarlas a su vida personal (445).
San Pablo lo ha expresado claramente: la deificación del hombre
consiste en una filiación adoptiva (458).
Mientras Dios ha deificado a Cristo dándole su propio ser
personal divino, deifica a los demás hombres comunicándoles su
vida, que deposita en ellos una impronta de la naturaleza divina:
es lo que la gracia tiene de “ser”. Como esta impronta procede
de Dios mismo, por vía de impresión y de expresión formal, es
una semejanza con la naturaleza divina, y, por tanto, al recibir
nosotros una naturaleza deiforme, somos realmente hijos de
Dios. La deificación del hombre es real, pero, si se quiere,
accidental: es algo añadido al ser humano, pero nada
constitutivo suyo: es lo que justifica el nombre de kháris, gracia
(459).
En rigor, pues, no es que la gracia como semejanza natural con
Dios atraiga hacia sí a la Trinidad, sino que más bien expresa
que la Trinidad se mantiene en el alma del justo confiriéndole
una segunda naturaleza deiforme (464).
La naturaleza humana de Cristo, según vimos, está sumergida
en la divina. En nosotros no es así. Pero por la gracia hay una
inserción de nuestra vida entera en Dios. Es lo que San Juan
expresó con la metáfora del injerto. La posesión de la gracia es,
por tanto, rigurosamente hablando, una vida sobrenatural
consecutiva a nuestra deificación (465).
Esta unidad deificante del amor es ya una realidad, según
acabamos de ver. La vida eterna, por tanto la gloria, es ya una
realidad (478).

BIBLIOGRAFÍA

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