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Los que esperan

En este momento existen cerca de 90 mil militares y policías desplegados en


misiones de paz de la ONU alrededor del mundo. Países como Haití, India, Pakistán,
Siria, República Centroafricana, entre otros, son lugares de conflicto en donde las
Fuerzas de Paz o Cascos Azules se encuentran trabajando para crear las condiciones
para una paz duradera.
La primera misión en la que participó Perú fue en el Grupo de Observación de las
Naciones Unidas en Líbano (también conocida como UNIGIL por sus siglas en
inglés) entre junio y diciembre de 1958. Los Oficiales fueron como Observadores
Militares. Asimismo, también contribuyó en la Segunda Fuerza de Emergencia de
las Naciones Unidas (UNEF II) en Oriente Medio en el año 1973. El contingente
militar se desplegó en la península del Sinaí y luego a los Altos del Golán. Este
duró cerca de dos años. Estas solo son dos de las más de 20 misiones en las que
Perú ha tenido oportunidad de participar.
Para poder ir en una misión, cada casco azul debe prepararse. En 2003 se creó el
Centro de Entrenamiento y Capacitación para Operaciones de Paz (CECOPAZ),
ubicado en Ancón, Lima. El centro prepara a militares, policías y personal civil
peruano para su despliegue en misiones de la ONU y también capacita a oficiales
superiores para que se conviertan en militares observadores.
Los Cascos Azules se alejan de su país en misiones, que pueden durar más de un
año, dejando atrás sus costumbres, idioma, comida, amigos y sus seres queridos.
Los cambios que resultan de estas misiones no solo son para aquellos quienes se
van, sino también para aquellos quienes se quedan esperando el regreso de su
familiar.
Gladys Rojas es ingeniera química y militar; s alió en su primera mi sión el 2004,
hacia el Congo, en donde estuvo durante 18 meses o un año y medio. Un país del
cual no había oído hasta ese momento. Ella es una pionera: se encuentra entre las
dos primeras mujeres peruanas que fueron desplegadas para misiones de paz de la
ONU. Según cuenta, tuvo que tomar la decisión al inst ante, sin consultar con nadie
ni siquiera su familia.
Fueron menos de dos semanas antes de su viaj e cuando les comunicó la noticia a
sus padres y hermanos. Gloria, su hermana menor, confiesa que cuando se enteró
de la noticia lo primero que sintió fue tristeza porque sabía que se iba por mucho
tiempo. Pero ese sentimiento terminó convirtiéndose en aleg ría y orgullo porque
sabía que Gladys estaba representando al Perú haciendo algo noble, ayudando a
mucha gente. Además, sabía que su hermana se había ido a ‘‘ enriquecer profesional
y culturalmente’’.
Sin embargo, a pesar de la felicidad y orgullo que sentía, extrañar a su hermana era
inevitable para Gloria. En esa época WhatsApp aún no existía, y por ende
comunicarse no era tan inmediato. La comunicación entre ambas hermanas consistía
en el envío de e-mails y interdiarios y llamadas telefónicas los fines de semana.
Gladys solía contarle la situación que vivía el Congo, pero en algunas ocasiones no
decía mucho. En esos momentos solo tenía un pedido: rezar.
En un ambiente tan dominado por hombres, el que una mujer haya logrado ser
pionera y que esa persona haya sido su propia hermana, hizo que Gloria se diera
cuenta que ‘‘no solo los hombres podían realizar esas funciones’’, las mujeres
también tenían las mismas capacidades. El viaje de Gladys fue un aprendizaje tanto
para ella como para Gloria.
Así como Gladys, Celís Sánchez también estuvo en una misión por un poco más de
un año. Él se fue a la República Centroafricana el 10 de enero de 2017 y regresó el
12 de enero de este año. Para él, los primeros tres meses fueron los más duros.
Junto a Celís, viajaron otras 204 personas. Y cuando llegaron aún se estaba armando
la base. Debido a esto, ellos tenían que dormir en carpas, pero los vientos eran muy
fuertes y ello complicaba un poco las cosas.
Cuando Celís decidió irse, tuvo que dejar en Perú a sus padres, hermanos, y tías:
Delicia y Aracelli, con quienes es muy unido . Ambas recuerdan que cuando se
enteraron que su sobrino se iría a otro continente, se alegraron bastante. Delicia
dice que ‘‘estaba emocionada de verdad porque siempre quise eso para él, siempre
soñé con que él saliera fuera, que vea otras cosas’’. Su tía admite que el temor no
fue un sentimiento ajeno tampoco, pero que estaba segura que él se encontraba
preparado, que él sabría sobresalir en medio de cualquier situación difícil.
Cuando se le pregunta qué sentía al saber que Celís estaba afuera ayudando a
muchas personas, Delicia dice que no solo sentía alegría, sino también orgullo.
Sabía que su sobrino aprendería un montón en su viaje y que todo ello le serviría
como persona y como ser humano. Ahora que Celís regresó, sabe que no se equivocó
porque puede ver la clase de persona que es él: alguien más apegado a la familia,
alguien que valora cada momento junto a ellos.
Para Aracelli, la experiencia fue similar a la de Delicia: ella también sintió alegría
y un poco de temor por su sobrino engreído, como ella misma lo llama, porque se
criaron juntos desde pequeños. Aracelli era conscie nte de que Celís estaba ayudando
a las personas, principalmente a los niños, quienes, según le contaba su sobrino, no
tenían ni para comer. Ella también sabía que no todos eran elegidos para ir en una
misión, y eso la hacía más feliz aun, no solo a ella, p ero también la familia, como
a su papá y hermanos, entre los cuales se encuentra el padre de Celís.
Pero de igual manera, siempre lo extrañaban mucho. En cada reunión se sentía su
ausencia porque a pesar de que no sea su hijo, ambas tías lo sienten como si así
fuese. Las video llamadas por whatsapp ayudaban a no extrañarse tanto, a pesar de
que del internet era malo y por ende la comunicación no tan fluida.
El orgullo que sienten Delicia y Aracelli por Celís es notorio cada vez que hablan
sobre él. Delicia dice que su sobrino está logrando su futuro solo y eso para ella
tiene mucho mérito. ‘‘Celís está f orjando una vida muy bonita. A mí me gusta
mucho y como tía me siento muy orgullosa de él, de todos sus logros’’, confiesa su
tía en medio de lágrimas.
La labor de los Casos Azules puede traer un poco de tristeza a los familiares, pero
más que eso, lo que trae es alegría y orgullo por el gran trabajo que realizan y la
ayudan que logran llevar a cada país al que van, tal como son los casos de Glays y
Celís.

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