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ONTAÑAS
Cómo ser libre de la
esclavitud del pecado
M LA FE QUE MUEVE
ONTAÑAS
Cómo ser libre de la
esclavitud del pecado
La misión de Editorial Portavoz consiste en proporcionar
productos de calidad —con integridad y excelencia—, desde una
perspectiva bíblica y confiable, que animen a las personas en su
vida espiritual y servicio cristiano.
Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
7
8 La fe que mueve montañas
Apéndices
Apéndice I: La voz de la oposición: ¡Nuestras obras valen! . . . . . . . . . . . 235
Apéndice II: La fe de Cristo y la de Pablo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 241
Apéndice III: Pelagio, Arminio y el calvinismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 244
Apéndice IV: El “esto” crítico de Efesios 2:8 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 253
Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 260
Notas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 263
PRÓLOGO
Les Thompson
Marzo de 2005
Capítulo 1
LA FE Y EL DILEMA HUMANO
No te maravilles de que te dije:
Os es necesario nacer de nuevo.
—Juan 3:7
Ahora bien, la gran pregunta es: ¿Cómo llega a hacer nuestra esta
maravillosa salvación provista por medio de Cristo Jesús? ¿Cómo
apoderarnos de ella? ¿Cómo lograr este deseable acercamiento a Dios?
Sobre este tema se han levantado grandes debates a través de los siglos.
En esta obra no pretendemos examinar de manera exhaustiva las
respuestas a cada argumento, sin embargo, bastará señalar cuáles son
las conclusiones esenciales y luego procurar exponer la respuesta.
hacer todo lo malo que su inútil mente los lleva hacer. Son
gente injusta, malvada y codiciosa. Son envidiosos, asesinos,
peleoneros, tramposos y chismosos. Hablan mal de los demás,
odian a Dios, son insolentes y orgullosos, y se creen muy
importantes. Siempre están inventando nuevas maneras de
hacer el mal, y no obedecen a sus padres. No quieren entender
la verdad, ni se puede confiar en ellos. No aman a nadie ni se
compadecen de nadie. Saben que Dios ha dicho que quienes
hacen esto merecen la muerte, pero no sólo siguen haciéndolo
sino que felicitan a quienes también lo hacen (Ro. 1:28-32,
Biblia en lenguaje sencillo).
Herejías condenadas
A través de las edades se han levantado opiniones contrarias a estas
fuertes enseñanzas bíblicas de Pablo. Por ejemplo, alrededor del año
400 d.C. llegó a Roma un monje inglés llamado Pelagio. Este enseñaba
una doctrina que llegó a ser condenada como herejía en varios sínodos
de la iglesia entre los años 418 y 421. Al fin, en el 431, Pelagio fue
definitivamente condenado como hereje por el Concilio de Éfeso y
expulsado de Roma. Para detalles adicionales vea el apéndice, Pelagio,
Arminio y el calvinismo, un repaso histórico acerca de algunos de los
puntos más controversiales en cuanto a nuestra salvación eterna.
¿Qué enseñaba Pelagio? Negaba la enseñanza bíblica que afirma
La fe y el dilema humano 25
por parte de Dios antes de que uno llegue a obtener la salvación. Esto
lo observamos cuando habla con un fariseo llamado Nicodemo y le
dice: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no
puede ver el reino de Dios. Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre
nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre
de su madre, y nacer? Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que
el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino
de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del
Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario
nacer de nuevo” (Jn. 3:3-7).
Para ser aceptado por Dios todo ser humano necesita pasar por
este proceso que Cristo llama “nacer de nuevo”. Igual que Nicodemo,
se nos hace difícil comprender esta demanda. ¿Cómo es eso de un
nuevo nacimiento? ¿Cómo hemos de comprenderlo? ¿En qué manera
podemos experimentarlo?
La respuesta de Cristo es que tal nacimiento es una obra de Dios y no
algo que nace del hombre: “Lo que es nacido de la carne —el proceso
natural del hombre—, carne es; y lo que es nacido del Espíritu —el
proceso divino—, espíritu es”. Entramos al reino terrenal por el vientre
de una madre. Entramos al reino de Dios por una obra renovadora del
Espíritu de Dios. Este nuevo nacimiento no es logrado por algo que
una persona haga, sino por obra del Espíritu Santo.
¿Quién recibe ese nuevo nacimiento? ¿Cuándo lo recibe? La respuesta
de Jesús es: “El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni
sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido
del Espíritu” (Jn. 3:8). En otras palabras, es Dios quien determina el
momento, no el hombre.
—Hay una cosa que me causa mucha preocupación —le dijo un hombre
a su amigo.
—¿Qué es lo que te preocupa?
—¡La Biblia! —le contestó—. Si pudiera estar seguro de que mi
existencia termina con la muerte, estaría feliz. Lo que me preocupa es
que la Biblia dice que hay vida eterna. Si eso es cierto y hay que vivir
como ella dice, ¡estoy perdido!
No hay duda de que la Biblia es el Libro entre todos los libros.
Afecta a ateos y a impíos tanto como a los más santos. Sus enseñanzas
demandan una reacción positiva o negativa, pues su efecto en los que
la leen es impresionante. Precisamente, porque es Palabra de Dios, la
Biblia habla al corazón. Pero aún más, es por medio de esa Palabra que
nos viene el don de la fe, esa capacidad para creer lo que Dios nos ha
dicho. Como lo afirma el apóstol Pablo: “Así que la fe es por el oír, y el
oír, por la Palabra de Dios”.
“Dios da el don de la fe —dijo el gran predicador Matthew Henry—,
pero usa como instrumento la predicación de su Palabra. Se obtiene
la fe no por escuchar palabras de sabiduría humana sino por un oír,
un escuchar de la Palabra de Dios”.1
El verdadero problema religioso no es la escasez de fe, ¡hay mucha
fe y muchas clases de fe! El problema es que tales tipos de fe no han
surgido como resultado de la obra de Dios en el corazón. Más bien
ha sido una fe creada por energía humana, inventada de acuerdo con
34
Tres agentes de la fe 35
el modo de pensar de una persona. Una fe, quizá sincera, pero que es
solo producto del intelecto. Tal clase de fe, en cuanto a Dios, no tiene
valor.
Martín Lutero dijo: “La fe de ninguna manera es el concepto o sueño
humano que algunos toman como tal. Al no discernir un cambio de
vida seguido por buenas obras, escuchan y dicen mucho acerca de la
fe, y luego caen en un error al decir: ‘No es suficiente la fe por sí sola;
hay que hacer obras para ser justificado y ser salvo’. Es por eso que
cuando escuchan el evangelio se ponen a considerarlo y luego por su
propia fuerza forman una idea en sus corazones que dice: ‘Yo creo’.
Esto lo toman como si fuera la fe verdadera. Pero es un invento, una
idea humana que no alcanza llegar ni al corazón, así que nada resulta
y ningún bien reciben”.2
Sigue diciendo Lutero: “La fe, al contrario, es una obra divina en
nosotros. Nos cambia y nos hace renacer de nuevo de Dios (Jn. 1); mata
al viejo Adán y nos hace hombres completamente nuevos, de corazón
y espíritu, de mente y de fuerza, y trae consigo al Espíritu Santo. Es
una fe viva, activa, ocupada, poderosa; así que es imposible luego de
recibirla no hacer buenas obras continuamente”.3
La Palabra de verdad
A los habitantes de la ciudad de Éfeso el apóstol Pablo les dijo: “En
él [Cristo] también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el
evangelio de vuestra salvación...” (Ef. 1:13).
La Biblia contiene un mensaje muy especial. Allí aprendemos quién
es Dios y que nos hizo y nos ama. Allí leemos que —por la transgresión
de Adán y Eva— la especie humana fue contaminada por el pecado.
Allí se nos explica que, para hacernos aceptos, Dios tuvo que enviar a
su Hijo para redimirnos de nuestros pecados. Al leerla reconocemos
que “la palabra de verdad” es tan particular que conlleva la maravillosa
noticia acerca del Señor Jesucristo. Esa verdad habla de su divina
persona, habla de su bendita obra en la cruz. Nos dice quién es Él y
qué ha hecho por nosotros. Esa verdad, declarada desde Génesis a
Apocalipsis, es la buena nueva de salvación, “la palabra de verdad”.
Una persona no llega a “nacer de nuevo” simplemente por haber
36 La fe que mueve montañas
El ayudante invisible
La predicación de la “palabra de verdad, el evangelio de nuestra
salvación” es en realidad la segunda parte del proceso de salvación.
Vemos en el libro de los Hechos que los apóstoles predican, pero los
resultados no siempre son favorables, pues unos creen y otros no.
Algunos se regocijan al oír el mensaje, otros se enojan (17:4-8). A veces
los apóstoles son perseguidos, golpeados, apedreados, encarcelados.
¿Por qué? Y aquí viene la pregunta inquietante: ¿Por qué unos creen
y otros rechazan el mensaje de salvación? Lo que influye aquí es la
combinación de la obra del Espíritu Santo con el anuncio de la Palabra
de Dios.
Nuestro ayudante invisible que hace eficaz esa Palabra, que da poder
al mensaje de esas páginas sagradas, es el Espíritu Santo: “pues nuestro
evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente, sino también en
poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre...” (1 Ts. 1:5). La
frase “en palabras solamente” significa la proclamación de la Palabra
de Dios que no está acompañada por el poder convincente del Espíritu
Santo. Por elocuente que sea un sermón, sin esa dote de poder jamás
podrá producir fe regeneradora en los corazones de los oyentes. Dios
ha confiado la proclamación del evangelio a los que creen en Él, pero
a menos que el Espíritu Santo obre tanto en el corazón del que predica
como en el del que oye, no habrá resultados. Es el Espíritu Santo quien
aplica la palabra “con poder… plena certidumbre”. Del mismo modo,
el Espíritu Santo nunca actúa independientemente de la Palabra de
Dios. “Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia
y de juicio” (Jn. 16:8). ¿Cómo lo hace? A través de la Biblia, haciendo al
pecador entender el mensaje bíblico. Es decir, el Espíritu Santo ilumina
el entendimiento, hace que la persona comprenda lo que indica la
Biblia acerca del pecado, acerca de la justa demanda de castigo, acerca
Tres agentes de la fe 39
de Cristo Jesús que llevó nuestro castigo sobre sí mismo para satisfacer
la justicia de Dios y acerca del destino eterno que espera al impío que
rechaza el mensaje de salvación. Al Espíritu Santo le corresponde hacer
esta obra; por esto leemos en la primera carta a los corintios: “nadie
puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo” (1 Co. 12:3).
El Espíritu Santo usa lo que la Biblia dice de Cristo para convencer al
pecador de su necesidad de invocarle como Salvador.
Hay en el proceso de salvación una doble acción por parte del
Espíritu de Dios: (l) Él está en la Palabra de Dios; (2) También tiene
que actuar en el corazón para abrirlo (iluminar el entendimiento) para
que el alma pueda recibir esa Palabra. Por tanto el Espíritu Santo es el
agente divino indispensable que trae al alma a la salvación.
De no ser por esta operación del Espíritu Santo, toda persona
permanecería muerta a la “palabra de verdad” y no la podría
comprender ni recibir. Pero cuando el Espíritu ilumina esa Palabra,
entonces el ser humano puede recibirla, creerla y actuar de acuerdo
con lo que dice.
Así que la Palabra de Dios es anunciada y el pecador la oye, pero no
basta con ese oír. Dice la Biblia: “no les aprovechó oír la palabra, por
no ir acompañada de fe en los que la oyeron” (He. 4:2). No solo debe
oír la Palabra, tiene que entenderla para creerla decididamente.
Al escuchar esa Palabra por el poder y la iluminación del Espíritu
Santo, reconoce que es pecador y que está bajo el juicio justo de Dios.
Esto lo hace sentirse condenado por Dios, quien también es su juez,
lo cual lo alarma y preocupa. ¿Qué podrá hacer? El Espíritu de Dios le
aplica la “palabra de verdad”, le da a entender “el evangelio de nuestra
salvación” —que Cristo murió por sus pecados, que sufrió en su lugar
y tomó su castigo— y le convence que necesita a ese Salvador. Por la
iluminación del Espíritu Santo acepta lo que comprende; por el poder
que le da el Espíritu Santo cree lo que oye; por la obra del Espíritu
Santo en el corazón confiesa a Jesucristo como su Salvador. El Espíritu
Santo le ha dado el poder para entender, actuar y creer.
Nada meritorio ha hecho esa persona en cuanto a su salvación.
Hasta ese momento ha estado muerta en sus delitos y pecados sin
tener poder personal para cambiar su condición ante Dios. Entonces
40 La fe que mueve montañas
Billy Graham. Nos dice la Biblia: “Así que la fe es por el oír” (Ro.
10:l7).
Al entender que también Dios usa la predicación de su Palabra
como medio para alcanzar a los perdidos, comprendemos la gran
preocupación evangelizadora del apóstol Pablo, una preocupación
inquietante que debe igualmente motivar a cada creyente:
Sustitutos perjudiciales
Permítame una breve digresión. Presento el tema contándole lo que vi
en un programa de televisión, mientras miraba un partido de fútbol.
La cámara de televisión seguía la jugada del que llevaba la pelota.
Un contrario vino a toda velocidad y choco con él. Los dos cayeron
aturdidos y la pelota salió del área de juego. El camarógrafo siguió a la
pelota. Llegando a las gradas levantó la cámara para enfocar al público.
Allí había varios esperando ese insólito momento. Entonces, al enfocar
la cámara en dirección a ellos, entre varios levantaron un telón enorme
que tenía escritas las palabras “JESÚS SALVA”.
Sin duda, la intención de estos fanáticos era hacer una proclamación
evangelizadora para beneficio de los televidentes. Pero ¿qué mensaje
sería el que dieron? “Si la trompeta diere sonido incierto, ¿quién se
preparará para la batalla?” (1 Co. 14:8). Póngase en el lugar de un
televidente que de pronto ve ese letrero: “JESÚS SALVA”. ¿Qué podría
interpretar? Lo más lógico sería pensar que un jugador de nombre
Jesús sería el que llegaría inesperadamente para salvar al equipo en
derrota. No creo que al estar viendo un partido de fútbol la gente esté
pensando en religión.
Al igual, póngase en el lugar de los que prepararon el telón cuando
les llegó ese momento anhelado. “¡Qué alegría —se habrán dicho—,
hoy evangelizamos a un millón de televidentes!” ¡Lo dudo! Esos
tipos de “mensajitos” inciertos, porque usan una jerga evangélica no
entendida por los impíos, sean estos pegados en la defensa de un auto,
en las tapas de un maletín o aun en un cartel público, en su mayoría
no evangelizan.
Hay que evitar lo impreciso y lo confuso. Hay anuncios excelentes
en carteles y pasacalles, textos bíblicos claramente expuestos en cuadros
y avisos persuasivos que declaran un mensaje evangélico entendible.
Estos pueden ser instrumentos útiles para inquietar espiritualmente
a la gente y animarlas a buscar la verdad de Dios. Para ser eficaces, los
que se dedican a preparar tales anuncios tienen que salirse de la jerga
evangélica y ponerse a pensar a la manera de un impío, buscando
cómo elucidar el mensaje bíblico. A su vez, recuerde que no hay nada
que pueda sustituir a la Palabra de Dios. La Biblia y el mensaje bíblico
Tres agentes de la fe 43
Vasijas ungidas
La proclamación del evangelio, pues, requiere del que lo anuncia una
cualidad especial. Tanto es así que antes de ser alzado en una nube para
regresar al Padre, Cristo pidió al pequeño grupo de creyentes que no se
fueran de Jerusalén hasta que el Espíritu Santo los llenara de poder. Ese
poder del Espíritu de Dios sobre el que anuncia el evangelio es básico,
esencial; ya que, como venimos explicando, la salvación es una obra de
Dios y no el resultado del esfuerzo personal de un pecador.
San Pablo, explicando lo que había sucedido en Tesalónica, dijo:
“pues nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente, sino
también en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre” (1 Ts.
1:5). Cristo insistió en que esperaran recibir ese poder del Espíritu de
Dios antes de salir a predicar a Jerusalén, a Judea, a Samaria y hasta lo
último de la tierra (Hch. 1:4-9).
El evangelio no es un nuevo principio económico, no es un nuevo
descubrimiento tecnológico, no es un nuevo programa político, ni aun
un nuevo sistema de organización social. Hay algo muy singular que da
realce al evangelio: “Entonces viendo el denuedo de Pedro y de Juan,
y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se maravillaban; y
Tres agentes de la fe 45
palabra de verdad”.4
¿Qué es lo que ocurre espiritualmente mientras un verdadero siervo
de Dios anuncia con fidelidad esa Palabra de salvación? Algo muy
especial, un beneficio que ningún filósofo tiene, ni político, ni profesor,
ni orador, ni sabio de la tierra. Pues mientras el mensajero anuncia la
Palabra de verdad, el Espíritu Santo toma esa verdad acerca de lo que
Jesucristo hizo en la cruz por este mundo perdido y con poder la va
aplicando a los corazones de los que están escuchando. Con gozo, estas
almas tocadas por el Espíritu Santo, reciben el evangelio.
¡Bendita obra de Dios! Nos toma a nosotros que ya hemos recibido
esa salvación, toma la verdad de Dios que predicamos y por su Espíritu
Santo la aplica poderosamente a los corazones de quienes han de ser
salvos. No somos nosotros los que convertimos a un alma, ni es el alma
la que se convierte a sí misma por algo que hace, es el Espíritu de Dios
que usa nuestra predicación para dar vida y salvación a corazones
muertos en sus delitos y pecados.
En el capítulo que sigue veremos la forma gloriosa y portentosa que
Dios usa para que el mundo responda el evangelio.
Capítulo 3
LA FE Y EL PROCESO
DE SALVACIÓN
Primera parte
cuenta de que algo salía del bolsillo de la chaqueta del policía. Eran
unos lentes. Trató de agarrarlos, pero resbalaron de su mano y cayeron
directamente en el hoyo.
¿Qué iba hacer ahora? De ninguna manera iba a regresar al policía
sin llevarle sus lentes. Aunque aquella elegante y fina señora nunca
había estado en una situación parecida, sin pensarlo, se arremangó su
blusa y dejó su brazo al descubierto. Valerosamente lo introdujo en
la letrina y escarbó dentro de toda aquella sucia y pestilente materia
hasta palpar los lentes y rescatarlos. Dio gracias a Dios que allí había
un lavamanos. Los lavó, los secó lo mejor que pudo y los devolvió al
bolsillo de la chaqueta.
Regresando al grupo, como si nada hubiera ocurrido, le devolvió
la chaqueta al policía, dándole las gracias por su gentileza. Entonces
se acercó a mi amigo y le contó lo sucedido. Los dos se dieron vuelta
para mirar al policía. En ese mismo momento sacó los antejos de su
bolsillo y se los metió en la boca, como muchos suelen hacer.
En Isaías 52:9, 10 leemos: “Cantad alabanzas, alegraos juntamente…
porque Jehová desnudó su santo brazo… y todos los confines de
la tierra verán la salvación del Dios nuestro”. ¿Es necesario hacer la
aplicación? La gloriosa, santa, Segunda Persona de la Trinidad vino
a nuestro mundo —a este mundo lleno de depravados, insolentes,
despiadados, soberbios, arrogantes, rebeldes, malvados, envidiosos,
perversos, indecentes— y desnudó su santo brazo. Se metió en medio
de toda esa asquerosa suciedad para rescatarte a ti y a mí, y sacarnos,
redimirnos y dejarnos ver la salvación de nuestro Dios. Esta gloriosa
salvación no nos vino como un invento espontáneo que a Dios se
le ocurrió un día. La Biblia trata el tema desde Génesis 3:15 hasta la
bendita invitación que Dios nos hace en Apocalipsis 22:17. Es una
actividad divina vista en la Biblia de generación en generación desde
que Dios creó el mundo. Muchas veces consideramos el proceso
de salvación desde nuestra perspectiva humana (lo hicimos en los
capítulos anteriores). Pero no es hasta ver el plan de salvación desde
el punto de vista divino que llegamos a entender cuán maravilloso e
increíble es Dios. En este capítulo y el que sigue procuraremos entender
nuestra salvación desde ese punto de vista. Prepárese para celebrar su
50 La fe que mueve montañas
majestosa grandeza.
Un evangelio diluido
El problema básico del evangelismo moderno es que:
tu casa” (Hch. 16:31). Analicemos este caso para ver si Pablo predicaba
un evangelio aminorado.
El apóstol se dirigía a un hombre que sabía quiénes eran aquellos
dos (Pablo y Silas) que había encarcelado. Sabía que estaban allí
por su prédica ofensiva, por haberle dicho a la gente de Filipos que
eran pecadores que necesitaban a Jesucristo, lo que enfureció a unos
comerciantes por haber curado a una muchacha que tenía un espíritu
de adivinación. Podemos presumir que el carcelero, por las acusaciones
hechas en contra de sus dos prisioneros, había oído los postulados del
evangelio; por cierto había oído y visto el efecto del evangelio en la
conducta y el cantar de estos dos siervos de Dios. Luego del terremoto,
cuando Pablo le dijo: “Cree en el Señor Jesucristo”, el apóstol le pide
que crea sobre la base de lo que él ya conocía de la persona de Cristo.
Allí Pablo no presentó un evangelio diluido ni fórmulas nuevas de
evangelización. Pablo siempre habló de la fe salvadora, del evangelio en
términos de algo muy especial y sagrado que Dios le había revelado:
El proceso de salvación
Este proceso cabe bajo el rubro general que con frecuencia es “la
regeneración”: El cambio total de un pecador como resultado de la
52 La fe que mueve montañas
La regeneración
Para comenzar, debemos entender que la palabra regeneración se usa
en dos sentidos. En su uso más común significa la obra inicial del
Espíritu Santo que abre el corazón de un pecador, le da nueva vida y lo
hace receptivo al mensaje divino. En este sentido regeneración significa
el toque de Dios que da vida a uno muerto en delitos y pecados, así
como lo explicamos en el capítulo uno. En consecuencia, el que recibe
esa vida sale de las tinieblas y es trasladado al reino glorioso del Hijo
amado de Dios. Así que la palabra regeneración, en primer lugar no
solo significa “nueva vida”, sino también el “toque de fe”.
En segundo lugar, se usa la palabra regeneración en un sentido
general, hablando de todo el proceso de la salvación. Es decir,
comprende todo lo que tiene que ver con la salvación de un alma,
desde su nuevo nacimiento hasta su llegada al cielo. En este sentido la
regeneración se refiere a los cinco pasos particulares que estudiaremos
más adelante y que tienen que ver con el proceso de la salvación.
Primero nos familiarizaremos con la terminología, luego tomaremos
cada frase y las describiremos en detalle, dando algunas citas bíblicas
pertinentes.
La obra de la gracia divina —la regeneración— es parecida a los
eslabones de una cadena. Algunos la han llamado “la hermosa cadena
de oro con cinco eslabones”. El muy respetado comentarista John
Stott se refiere al proceso como “cinco afirmaciones innegables”. Las
primeras dos tienen que ver con las determinaciones de Dios en el
pasado, las dos finales tienen que ver con lo que Dios ha hecho, sigue
haciendo y hará en el futuro a favor de los regenerados. El eslabón del
medio —el llamado divino— es el que une a esos grandes conceptos.
Es fascinante ver que todo el proceso corre desde la eternidad pasada
La fe y el proceso de salvación: Primera parte 53
Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan
a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.
Porque a los que antes conoció, también los predestinó para
que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para
que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que
predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos
también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó.
¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién
contra nosotros?
tiene referencia a que nos amó a cuenta de una acción nuestra, ni que
nos amó porque nosotros nos allegaríamos a Él por fe. Lo que dice es
que al mirar a toda la humanidad que habría de habitar esta tierra,
nos conoció y escogió amarnos.
Podríamos ilustrarlo con un joven que se encuentra rodeado por una
multitud de gente y allí, entre las muchas chicas que ve, observa a una
que le atrae. A esa escoge arbitrariamente para amar. ¿Por qué a ella?
Porque el amor es así, nos toma a todos por sorpresa. El porqué Dios
escogió amarte a ti, en lugar de amar a otro, nunca lo comprenderás;
es algo que queda totalmente en el secreto de su corazón divino.
Ahora, esta doctrina ha dado causa para la acusación de que Dios
es parcial, por tanto injusto. Él no debe escoger a unos y rechazar a
otros. Debe ser a todos por igual. Por un momento hagamos una
pausa: Cuando un joven por amor escoge entre muchas a una chica
no decimos que sea injusto, más bien defendemos su derecho. ¿Por qué
tratamos a Dios distinto? Ciertamente si Él es Dios tiene el derecho de
hacer lo que quiera con lo que creó (vea Gn. 1:1-31; Éx. 20:11; Sal. 33:6,
9; 95; 146:5-6; Jer. 10:12; 51:15-16; Hch. 17:24; Col. 1:16). ¿Quiénes
somos nosotros para imponerle nuestras ideas de lo que es justo o
injusto? Consideremos ahora el punto más controversial de todos.
Ciertamente el todo sabio Dios tiene sus razones. Dice Efesios 3:10-
11 que Dios hace lo que hace “para que la multiforme sabiduría de Dios
sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y
potestades en los lugares celestiales, conforme al propósito eterno que
hizo en Cristo Jesús nuestro Señor”.
Jesús (el primer misionero) dijo: “El Espíritu del Señor está sobre mí,
por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha
enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a
los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos;
a predicar el año agradable del Señor” (Lc. 4:18-19).
Pablo declara: “Pues si anuncio el evangelio, no tengo por qué
gloriarme; porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no
anunciare el evangelio!” (1 Co. 9:16).
Pedro afirma: “Entonces fue el jefe de la guardia con los alguaciles,
y los trajo sin violencia, porque temían ser apedreados por el pueblo.
Cuando los trajeron, los presentaron en el concilio, y el sumo sacerdote
les preguntó, diciendo: ¿No os mandamos estrictamente que no
enseñaseis en ese nombre? Y ahora habéis llenado a Jerusalén de vuestra
doctrina, y queréis echar sobre nosotros la sangre de ese hombre.
Respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer a
Dios antes que a los hombres” (Hch. 5:26-29).
Fiducia: Con este término los reformadores del siglo XVI llegaban
a la explicación del paso esencial en el proceso de creer: ¡Se tiene
que abrazar de todo corazón a Jesucristo! Habiendo despertado al
conocimiento de lo que Dios por las edades hizo para salvarnos, al
entender —como resultado del toque de fe del Espíritu Santo— lo
66 La fe que mueve montañas
No nos olvidemos que el texto nos dice: “A los que predestinó, a estos
también llamó”. Aquí vemos que lo que Dios se propuso hacer desde la
fundación del mundo se cumple sin falla. En aquella eternidad pasada
nos conoció y determinó que seríamos suyos. Ahora, en el momento
propicio, nos llama inconfundiblemente. Ese hablar del Creador no
se puede rechazar, ni se quiere rechazar. Más bien el que recibe ese
bendito y glorioso llamado se postra de rodillas para decir como Pablo
(y parafraseamos sus palabras en 1 Co. 15:9-10):
¿Cómo sabemos que Pablo era uno de los predestinados por Dios? Lo
sabemos porque: “Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra
los discípulos del Señor... fue interrumpido por Jesucristo...
1. El problema humano
a) El hombre fue creado por Dios para disfrutar de su eterna
bendición.
b) Este bendito disfrutar requiere una obediencia voluntaria
y perfecta a la voluntad de Dios. (Tenemos libertad cuando
amamos, aceptamos y vivimos dentro de los parámetros o
limitaciones con las cuales fuimos creados.)
c) Sin embargo, toda la raza humana ha rehusado tal sometimiento
y por lo tanto ha perdido su libertad.
d) Ningún miembro de la raza humana puede restituir esa
bendición ya perdida, ya que, aun cuando hubiera una
perfecta obediencia ahora, esta no podría cubrir las faltas de
la desobediencia del pasado.
e) Por lo tanto, el universo creado ha perdido la armonía que antes
disfrutaba y sin una ayuda externa, la humanidad no puede
recuperar la dicha bendita con la cual fue creada por no haber
cumplido con sus obligaciones ante Dios.
3. La solución divina
i) Para restaurar la armonía y la dicha bendita perdida, una
ofrenda de obediencia tiene que ser ofrecida, ofrenda que sea
La fe y el proceso de salvación: Segunda parte 79
Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que
nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida
juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente
con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares
celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las
abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros
en Cristo Jesús. Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y
esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que
nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo
Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano
para que anduviésemos en ellas (Ef. 2:4-10).
Por ser Dios tan santo, por haber sido tan benéfico con nosotros,
por requerir perfección de todos nosotros, cualquier pecado contra
Él es enorme. Dios tiene toda razón al decir: “el alma que pecare, esa
morirá” (Ez. 18:4). Habiendo establecido esta realidad, todos los que
hemos pecado estamos condenados a muerte por Dios (ya que todos
los hombres han pecado, todos estamos bajo sentencia de muerte).
¿Cómo escapar? No hay escape. ¿Quién puede escapar de Dios?
Digamos que ese culpable que se compadece ante el juez soy yo.
El juez revisa todos mis hechos. Ante él está toda la evidencia en mi
contra. “¡Estás condenado a muerte!”, me dice el juez. Ahora, digamos
que tengo un amigo que nunca ha pecado. Él se acerca al juez y le dice:
“Yo quiero que este hombre condenado sea perdonado y librado de
su sentencia de muerte. ¡Yo moriré en su lugar!” Ahora tengo escape,
puesto que este amigo que es justo está dispuesto a pagar mi condena.
Él muere por mí. Así la pena de muerte ha sido cumplida. El juez con
toda propiedad me declara libre, sin condena, sin pecado, porque la
deuda mía fue pagada.
cruz, tomó mi castigo para que yo pueda ser declarado justo, como si
nunca hubiera pecado. “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para
con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Ro. 5:1).
¡Tenemos que abrazar de todo corazón a Jesucristo! Habiendo
despertado al conocimiento de lo que hizo por nosotros, ahora tenemos
que apropiárnoslo, hacerlo nuestro. Tenemos que depositar una fe y
confianza total y personal en Cristo, confiando únicamente en Él como
nuestro Redentor y Salvador.
Un ejemplo bíblico es la experiencia del mismo apóstol Pablo
contada en Romanos 7. Nos cuenta que tenía un gran pesar, un sentido
de su pecaminosidad. Luchaba internamente con el pecado que no le
dejaba hacer lo bueno. Termina su relato diciendo: “¿quién me librará
de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor
nuestro... Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están
en Cristo Jesús” (Ro. 7:24—8:1).
En su carta a los filipenses el apóstol nos dice: “no teniendo mi propia
justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que
es de Dios por la fe” (Fil. 3:9). Como dice el texto relacionado con esta
preciosa cadena del obrar de Dios: “...a los que llamó, a éstos también
justificó” (Ro. 8:30). Y continúa: “Concluimos, pues, que el hombre
es justificado por fe sin las obras de la ley” (Ro. 3:28). Además dice:
“Porque Dios es uno, y él justificará por la fe a los de la circuncisión, y
por medio de la fe a los de la incircuncisión” (Ro. 3:30). “Justificados,
pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor
Jesucristo” (Ro. 5:1). “…estando ya justificados en su sangre, por él
seremos salvos de la ira” (Ro. 5:9).
E. Es necesario el arrepentimiento
Hasta aquí el Espíritu de Dios ha estado haciendo su obra sobrenatural
en el corazón: Implantando fe, llamando al alma a responder a su
Palabra, impartiéndole la fe, no solo para que reconozca su estado de
pecador, sino para que pueda ejercer fe activa en la persona de Cristo.
Eso reclama la justificación ofrecida por Dios para el pecador.
Es por ignorar o por no reconocer estos pasos previos que muchas
personas asumen que la salvación se logra por un responder activo,
84 La fe que mueve montañas
características. Por ejemplo: “La casa que buscas está a una cuadra de
la Iglesia El Carmen, hacia el Estadio Nacional, al frente del restaurante
Los Ranchos”. Por esta falta, con una población de 1 500 000, había
mucha incomodidad, particularmente con los visitantes que venían
de afuera buscando a amigos y parientes.
Tal tipo de instrucciones obligó a buscar maneras de indicar los
varios puntos del compás. Pronto, para el norte se decía: “Hacia el
lago”. Sur era un simple “hacia la montaña”. Para el este, “hacia arriba”,
y para el oeste, “hacia abajo”. Un importante instituto de investigación
daba su dirección como: “De donde estaba la puerta del Hospital
Retiro a dos cuadras hacia el lago y una cuadra hacia abajo”. Imagínese
servir de cartero en Managua durante ese tiempo. No fue hasta 1997
que Arnoldo Alemán Lacayo, presidente de la república, mandó a dar
nombres las calles y asignarles números.
Pareciera que hoy hay cierta confusión parecida para encontrar
lo que dice la Biblia acerca de temas importantes. Al escuchar lo
que se dice sobre el obrar de Dios en la salvación pareciera que hay
mucha falta de información. Lo que se dice a veces es tan extraño
como las direcciones que se daban en Managua. ¿Por qué será que
por tantos años se ha ignorado la precisión y el detalle con que
habla la Biblia? ¿Será que preferimos explicaciones inciertas, ya que
estas encajan mejor en las doctrinas simplistas de nuestros días? No
debe ser así. Para Dios y para nosotros el tema de la salvación es
fundamental; es importantísimo, ya que tiene que ver con nuestra
eternidad. Como hemos visto en este capítulo, Dios ha sido fiel en
darnos los detalles.
La Biblia tiene libros, capítulos y versículos, cada uno claramente
marcando toda la Palabra de Dios. Aparte, tenemos concordancias que
nos llevan no solo a los temas sobre los cuales necesitamos luz, sino
directamente a las citas exactas. Cada uno de nosotros puede ir directo
a la fuente para verificar lo que ella dice. No hay por qué decir: “Me
han dicho que esa idea es equivocada”; o repetir: “El domingo pasado
en la iglesia se dijo…”; o que: “Eso de la predestinación ni está en la
Biblia”, o que: “A lo mejor esas ideas son calvinistas”. Conozcamos los
nombres y los números de la Biblia y así tendremos la manera de llegar
90 La fe que mueve montañas
consecuencias funestas.
Argumentos en contra de la fe
Hay hombres que le levantan el puño a Dios y amargamente lo culpan
por todo lo maligno en el mundo. El filósofo ateo Friedrich Nietzsche
(1844-1900) declaró: “Considero al cristianismo como la más fatal
y seductora mentira que jamás haya existido; es una gran e impía
mentira”.1 Nietzsche era campeón del nihilismo, filosofía que niega
toda base para poder llegar al conocimiento de la verdad. Abogaba por
una entrega desenfrenada a la vida, aprobando todo lo que la Biblia
condena. Con sus conceptos antidios y antipiadosos, y con su filosofía
del superhombre, Nietzsche dio semilla a las ideas de Adolfo Hitler
que lógicamente evolucionaron en la cruel y diabólica dictadura nazi,
basada en la idea de una raza superior controlada por un superman (o
superhombre). (Es de notarse que hoy esta filosofía está muy en boga
en las universidades.)
Otros, como el renombrado filósofo Emanuel Kant (1724-1804),
llegaron a razonar que para Dios, como que es infinito, no hay tal
cosa como tiempo y espacio; aunque el hombre sí vive en el tiempo
y el espacio. Como que Dios y el hombre existen en reinos, esferas
o dominios totalmente distintos —enseñó Kant—, no se puede
comunicar con el hombre, ni este con Dios. Toda religión —declaro
él— por necesidad tiene que basarse en la pura razón, ya que por
revelación es racionalmente imposible conocer a Dios.
¿Qué han logrado los hombres con tales filosofías? En primer lugar,
han querido quitarnos a Dios. En segundo lugar, han querido anular la
veracidad de la Biblia. En tercer lugar, han procurado quitarnos toda
base para la fe. ¡Nos han dejado en un mundo que no tiene razón ni
propósito ni sentido; un mundo sin pasado y sin futuro! Pero más que
esto, nos han dejado con el imperativo de comprobar lo equivocados
y engañados que están.
¿Cómo debemos responder a tales filosofías? ¿Hay respuesta
razonable? ¡Por supuesto que sí! Si no hubiera respuesta lógica para
Kant, estaríamos todos perdidos y nuestra fe sería vana; no habría
modo de comprobar la existencia de Dios, ni de certificar la verdad de
Los elementos esenciales de la fe 95
1. Un filósofo de Córdoba
La palabra porque con la que se inicia esta declaración se refiere a todo
lo antes dicho en esta carta a la iglesia de Éfeso. Por ejemplo, involucra
los versículos 3 y 4 del capítulo uno: “Bendito sea el Dios y Padre de
nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual
en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la
fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante
de él”. Esos versículos son como una doxología: ¡Dios el Padre se
interesó en cada uno de nosotros antes de la fundación del mundo!
Repita usted tal declaración a un filósofo moderno para ver cómo
reacciona. Sin pestañear dirá: “Eso es lo que vengo diciendo, la Biblia
está llena de locuras. ¿Cómo puede uno creer que Dios pueda interesarse
Los elementos esenciales de la fe 99
3. No toda fe es bíblica
“…por medio de la fe”.
¡esa fe es un don de Dios! Por eso es que Dios primero abre nuestro
corazón, nos regenera, nos hace nacer de nuevo, nos da el toque de
vida —la facultad de fe—, resultando en la habilidad para creer. A la
vez, la misma habilidad para creer de tal forma en Cristo es señal de
que Dios ha abierto el corazón a su verdad.
El apóstol Pablo —con las palabras “no por obras”— se dirige a creyentes
gentiles que salieron de un mundo lleno de creencias religiosas. Estos
creyentes vivían en un ambiente religioso de sacrificios, promesas y
votos requeridos para complacer a sus dioses y ganarse la salvación
Los elementos esenciales de la fe 107
7. Desinflados y descontentos
“…para que nadie se gloríe”.
8. Un producto especial
“Porque somos hechura suya”.
Son increíbles las cosas que sustituimos por la fe, es decir, la fe que es
bíblica. Una idea, un concepto, una actividad puede obsesionar a una
persona o a un grupo de ellas, a tal punto que se ciegan a la verdad.
Esto con frecuencia ocurre en puntos de vista políticos —pasión por
una causa y otros—, también con ciertas ideas religiosas. La obsesión
resulta en una tergiversación de la verdad.
Un fraile dominico brasileño, Frei Betto, escribió un libro titulado
Fidel Castro y la religión. En círculos religiosos la obra causó cierta
sensación, pues su propósito obviamente era mostrar, como dice Fidel,
“que hay un gran punto de comunidad entre los objetivos que preconiza
el cristianismo y los objetivos que buscamos los comunistas”.1
En ese libro tanto la fe de Fidel Castro como la de Frei Betto se
expresan con un matiz abiertamente marxista. No hay que leer muchas
páginas para descubrir que no se trata de una defensa de la religión; más
bien es una defensa de la revolución cubana y de los llamados religiosos
que se han ido por la corriente de la teología de la liberación. De la fe
en el comunismo tiene mucho. De la fe histórica cristiana tiene poco.
Por cierto, el mismo autor dice que Fidel “asegura no haber tenido
115
116 La fe que mueve montañas
Un poquito de griego
Las palabras traducidas “fe” o “creer” en el griego original, vienen
de dos raíces: peitho (que tiene que ver con la acción de persuadir
y convencer) y pistis (relacionada con la acción de creer o confiar).
Tienen importancia especial y específica en su aplicación a Dios en
Cristo, es decir, a la aceptación confiada y el reconocimiento seguro
de lo que Dios ha hecho y prometido en Cristo. Por ejemplo, peitho es
cuando un predicador o evangelista procura con todo ánimo persuadir
La fe, la carne, el mundo y el diablo 117
a los humanos (como Pablo ante Agripa, Hch. 26:28) a que crean en la
palabra de verdad, el evangelio de nuestra salvación. El uso de pistis se
ubica en el sentido del llamado de Dios a estos individuos a un nuevo
estilo de vida, a una vida de obediencia, de activa y diaria creencia
en Él.
La fe, pues, tiene que ver con dos áreas de la vida: El inicial encuentro
del alma con Dios, que da nacimiento a la fe; y luego la fe diaria que
la nueva criatura en Cristo requiere para vivir conforme a la voluntad
de Dios. Pero a veces no entendemos este segundo paso y en vez de
llevar una vida que se adapte a la verdad bíblica, nos imaginamos que
la nueva criatura en Cristo debe exhibir y experimentar algo muy
extraordinario. Nos olvidamos de cómo vivieron los santos en la Biblia,
sufriendo, luchando, pero confiando. Empezamos a imaginarnos un
estilo de vida glorioso, sin lucha, próspero, lleno de cosas buenas,
porque ahora somos de Cristo. Pronto fabricamos sustitutos falsos y
en lugar de vivir por la fe, vivimos para cumplir con ideas nuestras,
falsas, que se salen de las normas bíblicas.
oído de tal cosa, querían ver una función santera. Así que los llevé a
uno de los barrios del pueblo.
Cuando llegamos a una casa conocida porque practicaban esa
creencia, estaban ya bien avanzados en su “bembé” (como llaman a
sus reuniones). Los tambores resonaban su rápido ritmo y el grupo
de adoradores se movían en concierto, mano a mano, cantando con
entusiasmo y emitiendo sonidos extraños, ininteligibles, un “himno”
monótono pagano. Una mujer danzaba en medio de ellos, su cara
estaba llena de sudor y en profundo éxtasis. El furor de la música, el
trance de la mujer, la atmósfera creada, obviamente conmovía a todos.
Poco a poco la dinámica del grupo y el ritmo musical aumentaba
en volumen y vigor hasta llegar a un impresionante crescendo. En
ese momento la mujer que danzaba soltó un grito escalofriante y se
desplomó sin sentido, desmayada, sobrecogida por la increíble emoción
de su experiencia. ¿Era eso de Dios? ¡De ninguna manera!
Esa secta adoraba directamente a los demonios; recibían
confirmación de su fe no cristiana en una experiencia emocional
procedente directamente de Satanás. Cuento esto, porque puede
suceder que en forma parecida un emocionalismo engañoso y falso
entre en nuestra adoración a Dios.
fruto. ¿Qué, pues? Oraré con el espíritu, pero oraré también con el
entendimiento; cantaré con el espíritu, pero cantaré también con el
entendimiento” (1 Co. 14:14, 15). El apóstol aclara que no debemos
permitir que una experiencia nos saque de la realidad. La mente debe
siempre controlar nuestras emociones. El evangelio no es un cuento,
es la verdad de Dios que llega a nuestro entendimiento.
La fe bíblica tiene como su objeto solamente a Cristo. Una emoción
puede llegar a ser un sustituto falso de la fe legítima. Cosa trágica,
entonces, pues cuando no se siente emoción o no se producen tales
experiencias subjetivas, lógicamente la persona concluye que ha
perdido a Dios y que ya no tiene salvación. La emoción, en tal caso,
llega a sustituir a la fe; en vez de ayudar al creyente, lo perjudica. Entra
la duda, el desespero, la depresión y el desánimo para seguir a Dios,
porque su religión ha estado basada en las emociones, en vez de estar
puesta sencilla y confiadamente en la Palabra de Dios.
Si uno quiere fe, no la ha de recibir cantando ni gritando. Ya hemos
visto que Dios nos ha revelado claramente cómo viene la fe: “Así que la
fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Ro. 10:17). Repito: La
parte importante de un culto no es el canto. Dios escogió la predicación
como el medio de comunicación de su eterna verdad (vea 1 Co. 1:21;
Jos. 1:8; Dt. 8:3b; 1 R. 8:56; Sal. 119; Is. 5:24; Mt. 4:4; 18:16; Mr. 4:14;
16:20; 2 Co. 5:19; 2 Ti. 4:2; Tit. 1:9; Stg. 1:21, 22; 1 P. 2:2; Ap. 12:11).
Así que la fe no es una emoción. Es producto de la obra de Dios en
un corazón mediante la predicación. Esta fe capacita al que la recibe
para que crea en Dios y actúe de acuerdo con la voluntad revelada de
Dios. Esa voluntad está claramente escrita en la Santa Biblia. La fe que
se somete a la enseñanza de esa Palabra será una fe que crece; pues
paulatinamente aprenderá a obedecer los preceptos allí revelados.
cometer por no tener cuerpo físico) los trataba con mucha compasión.
(Se cree que esa compasión se debía a que reconocía sus propias luchas
con la carne.)
Por tanto no nos es fácil, como creyentes, deshacernos de las obras
de la carne. (Vea el capítulo nueve, La fe y las obras, donde con amplitud
tratamos este tema.) Si no fuera por la obra regeneradora de Dios que
permite nuestra conversión, jamás podríamos llevar una vida que de
forma consecuente hiciera buenas obras. Pero es precisamente por
esto que Dios nos ha dado la facultad de fe, para creer “que el que
comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de
Jesucristo” (Fil. 1:6). Pudiéramos ilustrar esta lucha constante con la
carne repitiendo lo que famosos personajes han dicho de sí mismos.
El muy reconocido autor ruso del siglo XIX, León Tolstoy, escribió
en su diario: “Más y más estoy oprimido por mi vida”. Añadió que no
había cumplido ni la milésima parte de los mandamientos de Cristo,
no porque no los quiso cumplir, sino porque no podía. Afirmó que
no había conocido ser humano con más vicios que él: Voluptuosidad,
interés, malicia, vanidad y especialmente amor propio. “El verdadero
sentido y gozo de la vida”, dijo Tolstoy, “está en la búsqueda de la
perfección y en entender la voluntad de Dios”.7
Martín Lutero refleja una lucha parecida a la de Tolstoy. Antes de
encontrar paz con Dios por medio de la fe, Lutero escribió: “Pocas veces
me queda tiempo para rezar el breviario y celebrar misa. A lo anterior
se suceden las tentaciones de la carne, del mundo y del demonio. Me
veo aquí anegado de oscuridad... oro poco, triste de mí... me devoran
llamas ardientes de pasiones indómitas. Yo debería arder en el alma,
quemo mi cuerpo en la lujuria... Rogad por mí, os lo suplico, pues
estoy sumergido en el pecado dentro de esta soledad”.
El apóstol Pablo en el capítulo siete de Romanos describe esta
misma lucha difícil: “Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora
el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque
no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y
si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora
en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal
está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de
La fe, la carne, el mundo y el diablo 125
Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se revela contra la ley
de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en
mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de
muerte?” (vv. 18-24).
San Pablo nos hace ver que en el corazón de cada hombre de fe hay
una batalla, una lucha consigo mismo. Hay deseos internos ilegítimos
que gritan insistentemente para ser recompensados. Allí el apóstol no
menciona ni mundo ni diablo, pues estos deseos son innatos, propios
de nuestra carnalidad humana. A la vez enseña que al creer en Cristo
nace otro deseo, otra actitud, otra naturaleza: ¡La del Hijo de Dios!
Internamente, entonces, existe una batalla continua y feroz: Complacer
a la carne o cumplir con la nueva vida de Cristo.
El remedio bíblico para triunfar sobre la carne es huir, huir de todos
esos deseos internos que ofenden a Dios; ¡un correr espiritual! “Huye
también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y
la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor” (2 Ti. 2:22).
“Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa
está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo
peca. ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo,
el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y no sois vuestros?” (1
Co. 6:18, 19). “Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos,
que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma”
(1 P. 2:11)
El gran ejemplo bíblico de cómo correr nos lo da José. Cuando fue
tentado por la mujer de Potifar, ¡salió corriendo! Hay tentaciones que,
si no huimos de ellas, nos atrapan y no podemos encontrar escape. La
carne es tan débil y sus apetitos tan fuertes, que si nos detenemos para
ver lo que malamente los estimula, pronto se inflamarán los deseos
pecaminosos a tal grado que no podremos resistir. Si no huimos
rápidamente de nuestros pensamientos impuros, estos nos llevarán a
cometer pecado. El secreto que Dios nos da para vencer es huir, salir
del área en que se nos puede tentar, quitar la vista de lo que nos tienta
a desobedecer a Dios, evitar ir a lugares o ver cuanta cosa alimente
esos apetitos carnales.
126 La fe que mueve montañas
vivió sin mancha en este mundo, así debemos nosotros sus hijos vivir:
Amando a la humanidad perdida, pero desechando todo lo que es
anticristiano.
Pensar que tal estilo de vida es fácil sería engañarnos: “En este
mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn.
16:33; cp. Dt. 4:30; Mt. 24:21; Hch. 14:22; Ro. 5:3; 1 Ts. 3:4; Ap. 2:9;
7:14).
Es por fe en el poder de Dios que podemos estar en el mundo sin
ser parte de él. La tendencia natural sería huir del mundo que tan a
menudo nos ridiculiza pero al ejercer nuestra facultad de fe, aceptamos
y obedecemos el reto de nuestro Señor.
Es un error pensar que “el mundo” encierra los pecados más viles del
ser humano. No es del todo así. Lo vil del ser humano está ya implantado
en nuestra carne pecaminosa. No confundamos la carne —nuestros
apetitos físicos— con mundanalidad. Nos explicó Cristo: “Porque de
dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los
adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las
maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia,
la insensatez” (vea Mr. 7:14-23). Los apetitos internos son “carnalidad”.
Lo externo, lo que viene de afuera es lo mundano, y no es lo que
contamina al humano: Lo externo simplemente apela a lo interno.
La humanidad por su innata pecaminosidad ya está contaminada.
(¡Cuánta falta nos hace aprender esta distinción al tratar con nuestra
juventud!)
El “mundo” peligroso del que habla la Biblia es una sociedad, un
sistema de vida que, con la ayuda de Satanás, el hombre ha creado
en oposición y sustitución del reino de Dios. Un estilo de vida falso,
mundano, que parece dar gozo y placer y hasta ofrece un sustituto
al estilo de vida enseñado por Dios en la Biblia. El mundo es ese
espíritu que piensa que aquí en esta tierra se puede hacer un paraíso
mejor que el mismo cielo, y hacerlo con pecadores. (La teología de la
liberación con su fuerte énfasis de mejorar a este mundo, cambiando
las estructuras políticas, cae en esta tentación.)
Por supuesto, al rechazar a Cristo y la salvación del alma, este mundo
tolera, aplaude y encuentra el pecado aceptable, normal y hasta algo
128 La fe que mueve montañas
hay ni siquiera uno” (Ro. 3:11, 12). “Engañoso es el corazón más que
todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jer. 17:9). “Si bien
todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como
trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras
maldades nos llevaron como viento” (Is. 64:6).
Por supuesto que el que propaga falsos conceptos de Dios, del cielo,
del pecado, del ser humano, de sí mismo, de la salvación, del juicio
eterno y del infierno es el propio Satanás. Prefiere que creamos cualquier
cosa antes que conozcamos la verdad. Él se ha hecho “príncipe de la
potestad del aire” (Ef. 2:2) y procura con sus demonios controlar a la
humanidad. Aunque el humano es libre, se deja influir por sugerencias
satánicas, se presta a propagar sus nefastas mentiras.
C. El carácter satánico
En Romanos nueve, Faraón no es presentado como un instrumento
de Satanás peleando contra Dios y el pueblo de Israel, aunque Faraón
en rebeldía contra Dios se prestó a cumplir la estrategia satánica de
destruir al pueblo escogido. No, Pablo nos demuestra que hay un poder
soberano por encima del obrar satánico que controlaba a Faraón para
que al fin, mediante él, se cumpliera la voluntad divina. Satanás no
es dueño del mundo: El dueño es Dios. En defensa de esa soberanía
escribe el apóstol: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las
cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son
llamados” (Ro. 8:28). En la historia de José, como ya he comentado,
los hermanos cruelmente lo metieron en la fosa, le quitaron su túnica,
lo vendieron a los madianitas y mintieron al viejo Jacob. Dios tomó
toda esa maldad y la convirtió soberanamente en bien (Gn. 50:20). Es
Dios el que está muy al control de todos los sucesos del mundo. Nada
sucede sin que Él lo permita. Todo en un momento u otro redundará
para su gloria, ¡a pesar de Satanás!
La fe, la carne, el mundo y el diablo 135
D. La guerra diabólica
Satanás y sus demonios se oponen a toda verdad, toda hermosura y
a todo bien. No hay lugar aquí para mencionar todas sus obras, pero
algunas nos muestran su increíble perversidad.
Secreto militar
Si nos ponemos a analizar las cosas que más nos quitan el sueño,
hallaremos que son el temor del mañana, la inseguridad que a veces
invade el corazón, las dudas acerca de nosotros mismos y de otros,
nuestros familiares o amistades, el desaliento, la enfermedad, nuestras
emociones, nuestro estado de ánimo, el pensamiento de que Dios no
oye nuestras oraciones, el sentido de culpabilidad: Que no somos dignos
de ser hijos o hijas de Dios. Nuestras flaquezas, nuestras limitaciones,
en fin, nuestra finitud produce todos estos pensamientos.
Por sí solas tales ideas —si permitimos que nos controlen y
dominen— pueden enviarnos al siquiatra más cercano. El problema
es que no vivimos solos en el mundo del pensamiento y de la
La fe, la carne, el mundo y el diablo 139
142
La fe que va más allá de los milagros 143
Capítulo 7
LA FE QUE VA MÁS ALLÁ
DE LOS MILAGROS
De cierto os digo, que si tuviereis fe, y no dudareis, no sólo
haréis esto de la higuera, sino que si a este monte dijereis:
Quítate y échate en el mar, será hecho. Y todo lo que
pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis.
—Mateo 21:21, 22
y joyas, una vida sin problemas, sin enfermedad, sin dolor y sin cruz.
De manera interesante, tales promesas vienen a cambio de “ofrecer
(ofrendas) semillas” (concepto de que si se siembra la semilla del
dinero, esta crecerá a montones) que los seguidores deben entregarles
a ellos, los llamados siervos de Dios. Buscando dinero para proyectos
fantásticos, toman las promesas de Dios y las tuercen, haciendo a sus
seguidores creer que si ofrendan ciegamente y dan sus últimas monedas
(siempre enviándolas a ellos) recibirán en respuesta empleos que
necesitan, ropa, casa, autos y todo lo demás.
A Kenneth Hagin, por ejemplo, se le considera el padre de la teología
de la prosperidad. Hagin ha escrito numerosas obras sobre el tema,
incluso un folleto titulado Cómo puede usted extender su propio boleto
con Dios. Se ha dicho que “Hagin es para la teología de la prosperidad
lo que Marx al comunismo”.
Hagin extrajo mucho de los escritos de E. W. Kenyon, que vivió
a finales del siglo pasado. Kenyon, un ministro metodista, basaba su
posición teológica en la llamada Ciencia Cristiana y en los iniciadores
de la filosofía de una positiva actitud mental, la cual apareció más tarde
en los escritos y sermones sobre pensamiento positivo de Norman
Vincent Peale y que también acogiera el reconocido pastor Robert
Schuller.
En un artículo periodístico que apareció en el Fort Worth Star
Telegram (domingo, 14 de septiembre de 1986), cuando Hagin estaba
en la cima de la popularidad, cita a Charles Farah, de Tulsa, Oklahoma,
que se especializó en estudiar esta nueva teología: “La mayoría de los
conocedores piensa que Hagin tomó prestado abundantemente de los
escritos de Kenyon, y que desarrolló una doctrina de que lo que uno
dice es lo que consigue, y lo que uno declara es lo que posee. Un amigo
mío la llama ‘hacer bulla y agarrar’.
”Los que más se han aprovechado de esta doctrina son los predicadores
que la proclaman —sigue diciendo el reverendo Farah—. No voy a dar
los nombres, pero algunos de ellos tienen ocho automóviles, y hay el
caso de uno de Tennessee cuya casa es más grande que su iglesia”.
”Yo conozco personalmente a cada uno de estos individuos —afirma
el muy conocido evangelista Jimmy Swaggart en el escrito periodístico
La fe que va más allá de los milagros 149
que citamos—. Ellos aman a Dios. No son unos pillos. Sus intenciones
son buenas. Pero con toda franqueza, no conocen la Palabra de Dios.
Dar a Dios por el expreso motivo de obtener algo de vuelta, es una
razón ordinaria, ambiciosa y egoísta”.
Swaggart, que —como sabemos tuvo sus propios problemas—,
declaraba que los predicadores de la prosperidad estaban explotando
al pueblo con sus promesas de que la gente puede obtener riquezas si
ofrendaban a ciertos ministerios evangélicos.
Las doctrinas de éxito y prosperidad no son nuevas. De forma
especial este mensaje se hizo muy popular hacia el inicio de la década de
1960, cuando Kenneth Copeland y otros predicadores de la prosperidad
saltan a la atención pública con sus programas de televisión y grandes
campañas.
Dijo Hal Lindsey (autor de El gran planeta Tierra y La odisea del
futuro) durante una reciente visita a Fort Worth: “Tengo una iglesia
en Los Ángeles que está llena de refugiados de este movimiento, cuyas
vidas habían sido trastornadas por las enseñanzas de predicadores
tales como Fred Price, Kenneth Copeland y Robert Tilton. Luego de
haber hecho profesión de fe, las víctimas de esta predicación creyeron
que no se iban a enfermar y que iban a hacerse ricos. Pero siguieron
teniendo problemas”.
Por su parte, el reverendo Farah dijo: “Cuando los individuos se
daban cuenta de que no siempre se hacían ricos, ni se recobraban
de alguna enfermedad, la tendencia era abandonar la fe cristiana. En
Tulsa tenemos miles de cristianos que dejaron de asistir a la iglesia,
desencantados por las doctrinas de esa fe en la prosperidad”.
Hasta el día de hoy, los predicadores de la teología de la prosperidad
cultivan la avaricia de los creyentes y explotan a la gente diciendo que
donar a sus ministerios multiplicará su dinero. Crean la impresión
de que los que contribuyen serán recompensados con costosas
posesiones, como automóviles o casas, alteran el verdadero sentido de
los textos bíblicos para respaldar sus enseñanzas, pero los únicos que
prosperan son los predicadores que piden las ofrendas. La realidad es
que el hombre a través de las edades ha cambiado poco. En tiempos
pasados, cuando Hernán Cortés subyugaba al imperio de Moctezuma
150 La fe que mueve montañas
Un secularismo peligroso
Por otra parte, mucha de nuestra mala religión viene por una
secularización de la fe tan extrema que a veces se pierde toda distinción
entre la iglesia y la sociedad. El secularismo es “el proceso a través del
cual, empezando desde el centro y fluyendo hacia afuera, segmentamos
a la sociedad y a la cultura para que sucesivamente sean liberadas
de toda influencia clara y decisiva de los conceptos y enseñanzas
religiosas”2 (así lo define el profesor Os Guinness). Poco a poco, la
iglesia y la Biblia pierden su influencia sobre la sociedad. El cristiano
deja de ser “sal” y “luz”. Los conceptos no bíblicos llegan a regir la
conducta común. La voz de Dios es reemplazada por la del pueblo.
En otras palabras, en lugar de ser imitadores de Cristo nos
convertimos en imitadores de la permisiva sociedad de nuestra época
152 La fe que mueve montañas
¡Cuántos simones hay hoy! Nos hace falta la valentía de Pedro para
confrontar a todos estos explotadores religiosos: “Tu dinero perezca
contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero.
No tienes tú parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es
recto delante de Dios. Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad, y ruega a
Dios, si quizá te sea perdonado el pensamiento de tu corazón” (Hch.
8:18-22).
162
La fe y la oración 163
Capítulo 8
LA FE Y LA ORACIÓN
Y tú, Capernaum, que eres levantada hasta el cielo,
hasta el Hades serás abatida; porque si en Sodoma se
hubieran hecho los milagros que han sido hechos en ti,
habría permanecido hasta el día de hoy. Por tanto os
digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo
para la tierra de Sodoma, que para ti.
—Mateo 11:23, 24
La fe que persevera
En el Evangelio de Mateo tenemos el fascinante relato de una madre
atribulada que con fe supo asirse de Cristo y perseverar en oración.
El trato de Jesús ante la insistente plegaria de ella nos muestra unos
aspectos importantes de la fe y la oración:
para tal tipo de programa. Hasta ese punto todo iba bien en su carta.
De pronto cambió de tono. Empezó a darme la alarmante noticia de lo
que había hecho en reacción a la invitación de los pastores. Sin contar
con mi aprobación, les había citado para unos retiros pastorales. ¡Con
fecha, locales y todo! Peor todavía, esos retiros se llevarían a cabo en la
primavera chilena, solo a unos cuatro meses de esa fecha.
Reaccioné en voz alta: “José, ¿qué me has hecho? ¿Cómo te atreves a
hacer un compromiso sin consultarme? Te pedí solo una investigación.
¡Te has adelantado! ¡En camisa de once varas me has metido!”
El problema que más me preocupaba era el dinero que demandarían
tales encuentros. En esos meses estábamos pasando por una verdadera
crisis económica. Ahora José empeoraba la situación al comprometernos
con gastos considerables adicionales. ¿Dónde encontraría el dinero?
Fui a mi señora y le enseñé la carta. Con una efusión de palabras
acusatorias le conté lo que opinaba de personas que no seguían mis
claras instrucciones. Ella, con la dulzura que la caracteriza —y no poco
de picardía— empezó a citarme Romanos 8:28, añadiendo: “¿Cómo
puedes quejarte de José, tu mejor amigo? Lo mandaste a una misión y
él la cumplió bastante bien, creo yo. Has estado diciendo que Dios te
ha llamado a ayudar a los pastores. Fíjate cómo Dios ha usado a José
para abrirte las puertas. Ahora, ¿sólo porque te falta dinero te quejas?
Si Dios te ha hablado, ¿no crees que te suplirá lo que necesitas?”
¡Fácil decirlo, difícil creerlo! Había puesto ella el dedo en la llaga.
Dios me retaba, pero yo dudaba. El problema no era José. ¡El problema
era mi falta de fe! Pues para mí la fe siempre ha sido una lucha grande
y difícil. Conozco las promesas de Dios, pero ¡con qué dificultad me
las apropio!
En este sentido advierta lo que dice Pablo en su primera carta a
los tesalonicenses 1:3. Habla de “la obra de vuestra fe” (es decir, que
la fe requiere trabajoso esfuerzo), “del trabajo de vuestro amor” (es
trabajoso amar, tenemos que luchar para demostrar amor hacia nuestro
prójimo), la “constancia en la esperanza” (el vivir para el cielo y no
para este mundo temporal requiere perseverancia).
Para mí “la obra de vuestra fe” es lo que más me afecta, me da
trabajo creer. Para creer, primero tengo que vencer todas esas dudas y
184 La fe que mueve montañas
las muchas razones que cruzan por mi mente para convencerme que lo
propuesto para Cristo es imposible de realizar. Veo todos los obstáculos,
toda la probabilidad para el fracaso. Por otra parte, ante un reto de fe,
caigo en una lucha espiritual: “¿Será esto de veras la voluntad de Dios?
Quizás habré dicho a mis amigos o a mis familiares que Dios me está
guiando a hacer esto o aquello, pero ¿qué si en realidad es una idea
mía? Si la idea es de Dios, ¿cómo lo sabré? y ¿cómo cumplirá Dios sus
promesas?”
El corazón natural es dudoso. Cuando esas dudas son reforzadas por
sugerencias negativas del enemigo de nuestras almas, tal lucha causa
una turbulencia agonizante. Pero es mediante tal lucha [el esfuerzo de
asegurarnos, 1) por el estudio de la Palabra de Dios, 2) por la oración,
3) por el consejo de creyentes con madurez espiritual y 4) por las
circunstancias] que se confirma la dirección de Dios.
Para terminar el relato, pasaron varias semanas en que seguí
culpando a José. Durante ese periodo fui imperdonablemente brusco
con mis hijos, le hablaba con agresividad a mi esposa, me portaba seco
e indiferente con mis colegas de trabajo. ¡Así es la falta de fe, afecta el
alma y nuestro comportamiento! Por fin me fui a solas con Dios y le
conté todo lo que Él ya sabía muy bien. Le confesé mi pecado y mi falta
de fe en sus gloriosas promesas. Parecido al padre desesperado que en
una ocasión vino a Jesús, le dije: “Creo; ayuda mi incredulidad” (Mr.
9:24). Hallé entonces, descanso en su fidelidad.
Pocos días después, un pastor amigo me pidió que ayudara a un
señor muy necesitado de consejo espiritual. Olvidándome de José, de
Chile y de mis problemas, lo hice. Hable con él y le ayudé. Jamás pensé
que en esa entrega de servicio desinteresado Dios supliría mi necesidad.
Sin que yo rogara ni pidiera, Dios tocó el corazón de ese señor. Y él
mismo me dio una suma de dinero, ¡exactamente lo que necesitábamos
para los encuentros en Chile! Más de un cuarto de siglo ha pasado
desde aquella experiencia nacida de un corazón titubeante en la fe,
que se hizo luego fuerte y determinante por la gracia de Dios. Hoy día
la Facultad Latinoamericana de Estudios Teológicos se ha extendido a
22 países del continente americano y hemos graduado a unos 49.000
estudiantes, dando prueba cabal de aquella aseveración bíblica: “…si
La fe y la oración 185
que Jesús nos da carta blanca para pedirle cualquier cosa que se nos
antoje.
Quizá podríamos pensar que en estas maravillosas promesas
tenemos algo mejor que la lámpara mágica de los cuentos de Las mil y
una noches. Se acordarán que cuando se destapaba la lámpara, salía el
genio. El que era dueño de la lámpara entonces pedía tres cosas. ¿Será
Dios así, o algo parecido? ¿Qué nos ofrece Cristo al decirnos “todo lo
que pidiereis”?
Piensa, quizá, que ese “todo” de Jesús nos da derecho a pedirle
cualquier cosa. “Señor, quiero una casa de tres pisos, con garaje, dos
autos y veinte criados”. “Quiero ser presidente de la república”. “Quiero
ganarme la lotería con este billete”. “Quiero que don Pepe, que me
engañó y me robó, sea castigado”. ¿Será esto lo que quiere decir Cristo
el Señor con las palabras “todo lo que pidiereis”?
Al conocer a Dios y a su Palabra santa contestamos con un enfático
¡No! Nuestro Dios jamás actúa en contradicción a su naturaleza. A
veces decimos: “¡Nada es imposible para Dios!” Pero eso no es del
todo verdad. Es imposible para Dios pecar. Tampoco puede Dios
contradecirse. Tampoco puede hacer algo que vaya contra sus atributos.
Y todo lo que se aplica a la naturaleza de Dios se debe aplicar a sus
respuestas a nuestras oraciones.
“Lo que pedimos”, dice el Dr. Hendriksen, “debe estar en armonía
con las características de la verdadera oración que Cristo mismo nos
ha revelado (Mt. 6:9-15). Además, tiene que estar de acuerdo con toda
instrucción bíblica. Por lo tanto, debe haber en nuestras peticiones:
1) Una expresión de confianza humilde, parecida a la de un niño.
Observe la frase “creyendo que lo recibiréis” (vea Mr. 10:15; Mt. 7:11;
18:3, 4; Stg. 1:6); 2) La honestidad de un corazón y mente sinceras (vea
Mr. 12:40 comparado con Mt. 6:5); 3) La expresión de una voluntad
perseverante (vea Mr. 13:13 con Mt. 7:7; Lc. 18:1-8); 4) Un verdadero
amor para todos los que serían afectados (vea Mr. 12:31, 33 con Mt.
5:43-48; Lc. 6:36); 5) Una actitud de sumisión o aceptación de la
voluntad soberana de Dios (vea Mr. 14:36; Mt. 6:10; 26:39). Todo lo
dicho implica que la petición se ha hecho en el nombre de Cristo, es
decir, que lo pedido está en armonía con todo lo que Cristo ha revelado
La fe y la oración 187
3. El ejercicio práctico de la fe
Cuando llegué con mi familia a Miami, luego de pasar unos años en
Costa Rica, necesitábamos una casa. Sin embargo, no tenía suficiente
dinero, ni para pagar la cuota de entrada. Recuerdo que fuimos a
varias agencias de bienes raíces. Nos llevaron a ver casas (por lo general
chicas) que estaban a la venta. Luego de cada visita me preguntaban
que cuánto tenía para dar de entrada. Al oír la suma insignificante,
se reían de mí.
Por fin me di cuenta de que humanamente no había modo de
conseguir una casa con el poco dinero que poseía. Pero en esa estrecha
situación sabía que tenía un recurso: Al Dios Todopoderoso. Como
familia nos apropiamos de la promesa: “Mas buscad primeramente el
reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mt.
6:33). Y siendo que servíamos a Dios de corazón, podíamos pedir con
fe sincera que Él nos diera una casa. Recuerdo que no dudamos, hasta
los niños oraban confiados. También sabíamos que Dios nos había
oído y que a su manera, contestaría nuestra petición.
El Señor contestó nuestra petición, pero ¡de acuerdo con su
voluntad, no a la nuestra! Interesantemente nos dio mucho más de
lo que habíamos pedido. No solo el dinero para la cuota, sino hasta
por añadidura ¡nos dio una casa grande y completamente amueblada!
¡Dios nos dio lo que necesitábamos, no lo que pedimos! Así es Dios,
La fe y la oración 189
pudo hacer tantas hazañas a favor del pueblo de Israel, ¡cuánto más
puede hacer Cristo por nosotros! Si Aarón pudo interceder eficazmente
por el pueblo de Dios, ¡cuánto más lo puede hacer Cristo! La lógica
conclusión es: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la
gracia...” (He. 4:16).
Hay una historia clásica que ilustra esta realidad de que “…no hay
justo, ni aun uno” (Ro. 3:10). Un noble inglés de nombre Sir Robert
Doyle gozaba haciendo pasar malos ratos a sus amigos. En una ocasión,
como broma, mandó a sus doce mejores amigos un telegrama que
decía: “Todo se ha descubierto; huyan del país inmediatamente”. ¡Los
doce, ese mismo día, tomaron embarcaciones para Francia! Ahora bien,
Doyle no sabía que sus amigos encubrieran algo. Lo hizo en broma.
Lo interesante es que cada uno tenía algo oculto, un delito tan grave
que, pensando que de veras habían sido descubiertos, huyeron de su
patria. ¡Cuántas cosas ocultas tenemos todos! Todos necesitamos de
la gracia de Dios.
Definimos la palabra gracia como favor inmerecido. Esa gracia brilla
resplandeciente contra el trasfondo de nuestra negra culpabilidad. La
gracia se ve en Cristo, pues hemos sido “justificados gratuitamente por
su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Ro. 3:24).
El trasfondo para la palabra misericordia es otra palabra: miseria, la
infelicidad que sufrimos a consecuencia de nuestros pecados. ¿No es
cierto que al principio el pecado parece traernos placer? Lo disfrutamos,
lo saboreamos, lo gustamos. Luego, al sufrir las consecuencias, la
dulzura se convierte en hiel. “¿Por qué lo hice? ¡Qué necio soy!”, decimos
a cada momento, sintiéndonos más y más miserables.
Viéndonos en ese estado de miseria, Dios nos extiende misericordia.
No es que ignore nuestro pecado, pues el pecado siempre le ofende.
Es que ya que Cristo tomó la pena por nuestras transgresiones, Dios
puede ofrecernos misericordia. Dice el Diccionario ilustrado de la
Biblia de Editorial Caribe (p. 426): “Misericordia: Aspecto compasivo
del amor hacia el ser que está en desgracia, o que por su condición
espiritual no merece ningún favor”. Esa misericordia implica que en
lugar de abandonarnos, Dios viene a nuestro rescate. Se compadece
de nosotros y nos rescata de nuestra miseria: “nos salvó, no por obras
de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia”
(Tit. 3:5).
Jesús cuenta la oración del publicano que no se atrevía a entrar
muy dentro del templo. Allí en las afueras, lejos del alcance del oído
de otros, cabizbajo y abrumado se golpeaba el pecho diciendo: “Dios,
194 La fe que mueve montañas
Paracleto; lo que Él hizo y lo que ahora hace ante Dios. Solo a través
de Él tenemos el gran privilegio de entrar al trono de la gracia para
dirigirnos al Padre celestial.
No olvidaré el día que aprendí algo del poder de ese glorioso
nombre. Acabábamos de trasladarnos de Costa Rica a Miami. De
inmediato nos asaltó la carestía de vida en Norteamérica. Mi salario
no alcanzaba. A mediado del mes —no importaba el cuidado— se nos
agotaba el dinero. Desesperadamente buscaba cualquier trabajo para
poder cubrir los gastos.
Pronto descubrí que lo más fácil —ya que no interfería con mis otras
responsabilidades— era predicar los domingos en alguna iglesia. Con
el honorario que me daban podía aumentar las entradas mensuales y
por lo general, terminar el mes con un pequeño saldo.
Busqué toda oportunidad para hacerlo, a veces llevando a toda mi
familia para añadir un programa musical. Así, pensaba yo, aumentarían
las iglesias sus ofrendas. Todo, al principio, me fue bastante bien.
Aunque era algo agotador trabajar toda la semana y los domingos
también. A veces, sin embargo, había periodos cuando ninguna iglesia
me invitaba. Esos meses sufríamos bastante.
Un día me llegó la invitación de una iglesia a 250 kilómetros de
Miami, en un pueblo llamado Lake Worth. Era una iglesia grande
¡y presbiteriana! Con gozo acepté la invitación, pensando que allí
seguramente me darían una muy buena ofrenda. Le puse gasolina
al auto, agotando unos poquitos dólares que había protegido,
sobrándome unas pocas monedas. No me preocupé, ya que estaba
seguro que recibiría una gran ofrenda ese domingo.
Prediqué mi mejor sermón. Como familia cantamos nuestras más
lindas canciones. Al concluir el culto, con ansias, esperé la ofrenda
que me correspondía. (Puede usted estar seguro de que también di
mi mejor sonrisa a los que saludaban a la puerta, pues no sabía cuál
podría ser el diácono que vendría con mi dinero.) Pero nada. Nadie
vino con un sobre repleto de dólares. Tampoco para invitarnos a comer.
Se vació la iglesia. Ahí quedamos mi señora y yo con los cuatro hijos,
y sin dinero. ¿Ahora qué?
Subimos al auto. Los niños me decían a una voz: “Papá, tengo
196 La fe que mueve montañas
—Sé que trabajas. Pero esa no fue la pregunta: ¿Cuándo has venido
para pedirme a mí, tu Salvador, que te supla estas necesidades?
—Así no te he pedido, Señor.
—¿Por qué no lo haces? ¿No crees que tengo el poder para suplir
todas tus necesidades? ¿No crees que me preocupo por tus hijos y tu
esposa? En lugar de estar andando de aquí para allá, confía en mí.
Vino a mi mente el capítulo seis de Mateo: Las aves... los lirios...
la increíble promesa: “…buscad primeramente el reino de Dios y su
justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”. Entonces sentí de nuevo
la voz de Dios.
—Cuando vas a las iglesias a predicar, ¿con qué motivo vas?
—Señor... he ido para que me den una ofrenda —le confesé. (¿Quién
puede esconder algo de Dios?)
—Entonces no vas pensando en mí, ni en mi reino. Vas pensando
principalmente en ti mismo.
—Así lo he hecho, Señor.
—¿No crees que si fueras a predicar buscando mis intereses en
lugar de los tuyos, yo cumpliría mi promesa de suplirte todas tus
necesidades?
—Sí, Señor, sé que podrías hacerlo.
—Pues de aquí en adelante haz mi trabajo, confía en mi nombre, y
yo cuidare de ti y de toda tu familia.
¡Qué cambio ocurrió cuando oré a Dios en ese poderoso nombre de
Cristo! Desde aquel día en adelante jamás me ha faltado comida, vestido,
ni lo necesario para mi familia. Dios ha cuidado maravillosamente
de nosotros. ¡Qué poderoso es el nombre de Cristo! Cuando nos
acercamos a Dios en ese nombre y para honrar a ese nombre, Dios en
verdad nos oye.
También hubo un cambio en mí. Desde aquel día en adelante mi
actitud hacia Dios, hacia la predicación, hacia la iglesia, hacia mí y hacia
mi familia cambió. Ahora, al salir a predicar, mi interés no está en la
ofrenda; solo en que Dios verdaderamente sea glorificado y adorado.
Cuando hacemos lo que Dios nos pide, a la manera que Él pide,
nos oye y fielmente cumple su Palabra. ¿No es esto lo que significa
apropiarnos de todas esas gloriosas promesas de Cristo?
Capítulo 9
LA FE Y LAS OBRAS
Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así
también la fe sin obras está muerta.
—Santiago 2:26
lo aclarará.
El amor, en términos bíblicos, es un verbo, no un sustantivo. “Amarás
al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda
tu mente” (Mt. 22:37) es acción, algo que hacemos. “Maridos, amad
a vuestras mujeres” (Ef. 5:25) es una acción requerida, no un pasivo
romanticismo. “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt. 22:39)
demanda acciones positivas. El amor, en términos bíblicos, es obra.
El gozo, igualmente, es algo que se manifiesta en nuestro
comportamiento. En la adversidad, el que cree en Cristo Jesús actúa
de forma distinta al incrédulo. Puede enfermarse, sufrir un accidente,
perder algo muy querido, pero en medio de tal tragedia puede mostrar
gozo. Sabe que nada sobreviene a un hijo de Dios que no lo haya
permitido el amante Padre celestial (Ro. 8:28). El impío, al contrario,
en la adversidad normalmente blasfema, condena y reacciona con
amargura.
De igual manera se puede tomar del fruto del Espíritu y mostrar
que cada expresión de ese fruto resulta en una buena obra, en una
actuación, en un estilo de comportamiento hermoso. Vale añadir
que las buenas obras no se limitan a las nueve evidencias del fruto del
Espíritu. Toda obediencia a Dios es una buena obra. Obedecer los Diez
Mandamientos es producir buenas obras. Ir por el mundo predicando
el evangelio en obediencia al mandato de Cristo es una buena obra.
Seguir las instrucciones que Dios nos da a través del apóstol Pablo en
Colosenses 3:12-25 es hacer buenas obras. Todo esto que hacemos en
obediencia a la Palabra de Dios es producto de la obra del Espíritu
Santo en nuestro corazón.
pecaminoso!
Hay muchos pasajes en la Biblia que identifican lo que es malo ante
Dios. Hacer lo que Dios condena será siempre hacer una obra mala.
Ya vimos en el pasaje de Gálatas la larga lista que nos da el apóstol de
las obras de la carne que ofenden a Dios. Hay otra lista parecida en
Colosenses 3:1-11. Además, en el mismo capítulo de Colosenses (vv.
12-25) tenemos otra lista de obras buenas.
Erramos muchas veces fabricando nuestras propias listas,
determinando nosotros lo que es bueno y lo que es malo, agregando
nuestra propia opinión a lo que Dios ha condenado. Generalmente
nuestra lista es distinta a la de Dios. Por ejemplo, condenamos el
cigarrillo, la bebida, el cine, el colorete, el corte de pelo, ad infinitum.
Pero tales añadiduras representan nuestra lista, pero no la de Dios.
Fácilmente, al seguir nuestra lista, perdemos de vista la divina. Pronto
nos encontramos purificando lo exterior del hombre en lugar de, como
Cristo, arreglar lo interior. Repito: Solamente Dios tiene el derecho de
hacer la lista. Solo Él es quien determina lo que es bueno y lo que es
malo. Y esa lista de Dios se encuentra únicamente en la Biblia. Solo
allí nos ha dicho Dios lo que es bueno y lo que es malo. Si no lee ni
estudia la Biblia, ¿cómo sabrá qué es pecado y qué es lo bueno que
requiere Dios?
Por lo tanto, una buena obra no es una que a juicio nuestro no sea
mala, ni una obra que contenga algo de bueno, ni algo que a criterio
nuestro sea aceptable, ni algo que meramente contenga buenas
intenciones. Una buena obra es nada más y nada menos que una obra
buena, es decir, que está de acuerdo con lo que Dios ha dicho que es
bueno. No es buena a menos que sea absolutamente buena. Todas sus
partes tienen que obedecer la voluntad de Dios y cumplir con la ley
divina.4 No hay tal cosa como media “obra buena”. No hay un fruto
especial que sea medio bueno y medio malo. Para que una obra sea
buena y aceptable ante Dios tiene que ser del todo lo que Dios quiere.
Si no lo es, es una obra mala.
La fe y las obras 209
La fe definida
“Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo
que no se ve” (v. 1).
todo ser humano exactamente esa misma clase de fe. Y cada ejemplo
dado ilustra el tipo de fe que debemos tener: Una fe que es igual en
todos los tiempos, venida de Dios, producida por el Espíritu Santo y
adecuada en todo sentido para la salvación eterna de los que la poseen.
Por lo tanto, esa fe vivida por esa “nube de testigos” debe alentarnos a
buscar y a poseer la misma fe de ellos, para así correr la misma carrera
espiritual de la que ellos dieron testimonio (He. 19:1, 2).
Es de notarse que la fe de Abraham es típica de todo creyente (vea
los pasajes que se refieren a Abraham: He. 11; Gá. 3; Ro. 4; Stg. 2). Claro
está que la fe enseñada por los apóstoles es igual a la practicada en el
Antiguo Testamento. La fe del Nuevo Testamento no es reciente. No
hay una distinción entre la fe antigua y la nueva.
Esto también lo respaldan otros escritos del Nuevo Testamento.
Cristo compara la fe del que cree su Palabra para vida eterna (Jn. 5:24)
con la fe de Moisés (Jn. 5:46). La falta de fe en los días de Isaías es
comparada con la que existía en el tiempo de Jesús (Jn. 12:38-50). Dice
1 Pedro 2:11 que la piedra de Sión que fue rechazada por los incrédulos
del Antiguo Testamento es la misma piedra —refiriéndose a Cristo—
en que los creyentes del Nuevo Testamento encuentran salvación. La
fe de Abraham y de Elías es exactamente la misma fe pedida por los
apóstoles (vea Gá. 3:2-6; Ro. 10:l6; 1:17; Gá. 3:11; He. 10:38).
La fe explicada
Cuando prestamos oído a todo el sensacionalismo asociado con la fe, es
fácil entender la confusión que hay sobre el tema. Se oyen tantas cosas
fantásticas —desde dientes milagrosamente empastados a muertos
gloriosamente resucitados— que un creyente común que no ha tenido
problemas con sus muelas, ni sus riñones, ni su vesícula, se pregunta
si sabrá en verdad lo que es poseer la fe de la que habla la Biblia. ¡Qué
alivio es llegar a Hebreos capítulo once y leer simplemente: “Es, pues, la
fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”
La fe —plena confianza en Dios— es tener la firme convicción de
que Él vive y obra a nuestro favor. Como ya hemos notado, esa fe nos
viene como regalo de Dios, a través del nuevo nacimiento. La fe no es
dar un salto en el vacío, no es tener un pensamiento positivo, no es
Hay solo una fe 221
morar eternamente con Él. Pero todavía no estoy en el cielo. Mis pies
aún caminan sobre polvo terrenal. A pesar de ello, tengo “la certeza” de
lo que sé, es decir que por mi fe en Jesucristo ya anticipo ese mañana
cuando estaré en el cielo disfrutando de toda su gloria.
Esa fe, puesta en Jesucristo como mi Salvador, tiene como objetivo
“la convicción de lo que no se ve”. Es decir, el ojo de la fe mira al
futuro y puede visualizar lo que aún no se ve y verlo cumplido. Como
hemos dicho, un creyente puede vislumbrar la eternidad, verse en el
cielo con Cristo y los redimidos. Ahora, cuidado con este concepto.
No exageremos lo que esta definición nos dice. La Biblia no afirma
que cualquier cosa que me imagino tener o poseer en el futuro es mía
sencillamente por un acto de mi fe. Debemos tener cuidado de no
confundir esta “mirada” de fe con nuestra imaginación. Esta última
se presta para también “ver” lo que no se ve. Es una cosa muy distinta
“ver” lo que Dios ha prometido a sus hijos a través de la Biblia y “ver”
cosas que mi mente pecaminosa desea para satisfacer mi ego y mi
sensualidad. Debemos recordar el severo juicio que Dios impone sobre
los que toman la Palabra de Dios y la tuercen para hacerla conformarse
a sus propios deseos: “Yo testifico a todo aquel que oye las palabras de
la profecía de este libro: Si alguno añadiere a estas cosas, Dios traerá
sobre él las plagas que están escritas en este libro” (Ap. 22:18).
El versículo seis de Hebreos 11 nos ayuda a mantener en correcta
perspectiva la definición del versículo uno. Dice: “Pero sin fe es
imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca
a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan”.
Primero, hemos de venir a Dios con un claro entendimiento de quién
es Él y qué es lo que esa palabra ha dicho acerca de Él. Segundo, hemos
de creer que Él es. Eso no significa solo tener seguridad de su existencia,
sino que comprende un entendimiento de la grandeza de su obrar a
favor de nosotros los pecadores. El omnipotente Dios es un ser que
nos ama, pero a la vez es glorioso, santo y justo. Es un ser con el cual
el hombre no puede jugar (vea Is. 6). Tercero, hemos de allegarnos
sabiendo que Dios no miente. Él cumple lo que nos ha prometido.
La fe verdadera no está puesta sobre nuestra habilidad, ni nuestras
opiniones, sino que está arraigada en todo lo que Dios ha hecho a favor
Hay solo una fe 223
La fe practicada
A la vez, la fe como la vemos ejemplificada por los personajes bíblicos,
es una práctica que tiene aplicación al diario vivir. Sería un error
concluir que el hombre de fe no debe tener interés en el presente. En
realidad, el creyente sincero da cuidadosa consideración a lo que ocurre
cada día, porque sabe que el presente se reflejará en toda la eternidad.
La persona sin fe normalmente acepta el vaivén de la vida con el
pensamiento: “Lo que será, será”. Si le llegan riquezas, las utiliza para
su placer. Si se le presenta la oportunidad de disfrutar de algún placer
sensual, no se fija mucho en las consecuencias. El hombre o la mujer
de fe, al contrario, se fija en toda actividad y ve a Dios involucrado en
todo lo que ocurre. Reconoce que un Dios soberano controla todo lo
que sucede. Se parece a Moisés ante la ira del Faraón. Dice la Biblia
que Moisés se sostuvo ante esa prueba, reconociendo la presencia del
Dios invisible (He. 11:27).
El escritor de la carta a los hebreos no nos explica cómo nos llega
tal tipo de fe, más bien expone cómo actúa la persona que posee tal
fe. “En los tiempos del Antiguo Testamento —dice el comentarista F.
F. Bruce— hubo muchos hombres y mujeres que no tuvieron nada
en qué descansar, aparte de las promesas de Dios. Vivieron sin tener
evidencia visible de que esas promesas se cumplirían. Pero de tanto
valor les eran las promesas, que ajustaron su forma de vivir a ellas. Las
promesas tenían que ver con el estado de cosas pertenecientes al futuro,
pero actuaron como si ese estado fuera el presente, tan seguros estaban
de que Dios no solo podía cumplirlas sino que haría exactamente todo
conforme a sus promesas”.7 Esta es la misma fe práctica que espera
Dios del que ha recibido esa gloriosa facultad de creer en Él. Sin esa
calidad de fe no podemos agradarle.
La fe es más que algo teórico. Está adornada por hombres y mujeres
de carne y huesos que hacen de la fe algo vivo, algo práctico, algo que
sirve para todos los días. Y de suma utilidad nos son los ejemplos que
el escritor de Hebreos nos da en este capítulo, especialmente cuando
hoy día tantos hablan de la fe en términos imprácticos, relegándola
224 La fe que mueve montañas
La fe ejemplificada
Cuando nos fijamos en Abraham, el padre de la fe, sentimos
admiración. En aquel entonces no tenía la Biblia para ayudarle (¡qué
ventaja tenemos hoy!) Dios lo llamó a la avanzada edad de 75 años
y sin tener un mapa, salió de su tierra, dejando toda la seguridad
de su ambiente, en busca de un lugar desconocido del que Dios le
había hablado. Leemos que al llegar a esa tierra vivió en tiendas, sin
hacerse ciudadano, como extranjero, porque en realidad buscaba la
morada celestial, esa “ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y
constructor es Dios” (vea He. 11:8-10). El foco de interés de Abraham
no estaba en casas ni en terrenos. Miraba más allá de tales cosas, porque
Dios le había hablado de una tierra mejor.
226 La fe que mueve montañas
tenemos fe para dejar todo en manos de Dios, sea esto el ministerio que
nos ha encomendado, una enfermedad o nuestro futuro. Necesitamos
aprender de Abraham y Sara a confiar en Dios de manera que sin
titubear dejemos el futuro en manos de Él.
He visto a personas ante la enfermedad de un ser querido orar,
clamar y hasta demandar que Dios los sane. Cuando Él ha rehusado
responder y ese ser querido ha muerto, estas personas rechazan a Dios
y a la iglesia. “Dios es mentiroso”, dicen. Tristemente lo que entienden
acerca de la fe que habla la Biblia es tan limitado que no han podido
reconocer la buena mano de Dios en las pruebas difíciles. Asumen que
la única perspectiva que tiene sentido es la suya. Lo que importa es
lo que ellos desean en ese momento. Tal tipo de pensamiento indica
que la persona no tiene fe en Dios, ya que no descansa en su divina
voluntad. Solo cree en milagros, no en que Dios tiene distintas maneras
de contestar nuestras oraciones. El que en verdad tiene fe en Dios
descansa los resultados en la perfecta voluntad divina.
¿Qué es lo que tiene más valor: La salud del cuerpo o la salvación
del alma? Recuerde que la muerte nos llega a todos. Aun los que Cristo
sanó también murieron. La muerte es cien por ciento segura para
todos. Sin excepción, todos moriremos, si no de alguna enfermedad, de
viejos. ¿Por qué, entonces, tanta agitación por un enfermo? A veces no
queremos que un ser querido muera por egoísmo ¡por lo que sufriré
si se muere! En lugar de buscar el bien del que está grave, buscamos
lo que más nos conviene. Somos nosotros los que no queremos sufrir.
Lo que debe preocuparnos es la eterna salvación del alma. Esto es lo
que a Dios le interesa. Además, cuando el que es creyente muere, ¿a
dónde va? ¡Al cielo! ¿Qué mejor lugar hay? Para un creyente, morir es
un ascenso; es llegar a la meta. Es llegar por fin a la presencia de Cristo
y disfrutar de toda la gloria prometida. El que no cree esto de veras no
tiene fe, vive para este mundo, no busca ni añora la patria celestial.
El escritor de Hebreos dice: “Porque los que esto dicen [que son
extranjeros y peregrinos] claramente dan a entender que buscan una
patria” (11:14).
Abraham y Sara se ataron a lo celestial, no a las cosas de este mundo.
Buscaban el cielo, no la tierra. Su ejemplo nos habla fuertemente.
228 La fe que mueve montañas
¿Por qué es que luchamos tanto? ¿Por qué es que este mundo absorbe
tanto de nuestra energía? ¿Qué permanencia tiene lo terrenal? ¿Por qué es
que insistimos tanto en tener palacios, riquezas y glorias aquí en la tierra?
Vienen a la mente las palabras de Cristo: “Mas buscad primeramente
el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”
(Mt. 6:33). Lo de Dios es primero, lo del mundo secundario. La fe que
ejercía Abraham, la fe que pedía Cristo, la fe a la que apunta el escritor
de Hebreos es una sola: Una fe que busca lo eterno, lo que es de Dios y
permanente. “pues si hubiesen estado pensando en aquella [tierra] de
donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver” (11:15).
Abraham y Sara murieron sin querer regresar ni una vez a Ur de
los caldeos. Su fe en lo que Dios ofrecía era tan segura que murieron
felices. Se habían desatado por completo de las cuerdas temporales
de esta tierra.
Decimos hoy día que tenemos fe, que vivimos para el cielo. Pero
reflexionemos en lo que nos ata a este mundo infeliz. Una tienda
de campaña nos satisface solo para una gira campestre. El resto del
tiempo queremos un palacio. Andar con sandalias por el polvoriento
mundo, como Abraham y Jesús, es demasiado doloroso. Queremos
un Cadillac.
Por supuesto no he olvidado que Abraham tuvo muchas posesiones.
Era hombre rico. Dios no está contra el rico porque tenga riquezas.
Tampoco se inclina a favor del pobre sencillamente porque haya virtud
en la pobreza. ¡No! La gran diferencia entre un rico y un pobre no es
el dinero, sino la responsabilidad. Como dijo Cristo: “…a todo aquel
a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho
se le haya confiado, más se le pedirá” (Lc. 12:48). Abraham no vivió
para su dinero, vivió para Dios. No hizo mansiones sobre la tierra,
hizo preparativos para el cielo.
Pero anhelaban una [patria] mejor, esto es, celestial; por lo cual
Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha
preparado una ciudad (He. 11:16).
La fe heredada
“De tal palo tal astilla”, dice el dicho. Bien podría aplicarse a Isaac, hijo
de Abraham, y consecuentemente a Jacob y José. Tres generaciones
escogidas por el escritor como ilustración del efecto de la fe legítima
230 La fe que mueve montañas
los caminos de Dios no son nuestros caminos (Is. 55:8) y que el divino
Espíritu es libre y soberano (Jn. 3:8). La voluntad de Dios no puede
ser obligada a conformarse a patrones y preconcepciones humanas. Su
poder se manifiesta precisamente en la esfera de la debilidad humana (2
Co. 12:9). Así ha sido desde el principio: No fue el mayor y más fuerte
Caín sino el más débil Abel, el que halló el favor de Dios; no fue Ismael
sino Isaac el hijo de la promesa. Cuando la hora llegó para que Isaac
diera la bendición de la primogenitura, fue Jacob el más joven y débil
quien obtuvo la bendición mientras que Esaú recibió una bendición
secundaria. El mensaje es claro: La línea de la promesa divina no es la
de la carne, sino la de la fe. El verdadero heredero no es el que posee fe
externa, sino el que posee una fe interna...” (Ro. 2:28; 9:6).8
Lo interesante de este relato no es tanto la cuestión de las manos,
como en el caso de Isaac, sino que el escritor destaca el hecho de que
Jacob bendijo y adoró. Es a través de esta doble acción que el escritor
quiere que veamos la fe tan grande de Jacob.
Al parecer por su muy avanzada edad Jacob, para adorar, tuvo que
apoyarse sobre el bordón de la cama donde yacía. Vemos al anciano
levantándose de su lecho con mucha dificultad para nuevamente
adorar al Dios que había servido durante toda su larga y trabajosa
vida. Mediante este noble gesto vemos cristalizada la fe del famoso
patriarca. Reconoce por esa adoración al Dios que le fue fiel. Reconoce
todas las múltiples bendiciones de Dios que le siguieron a través de
cada momento de su vida. Pero algo más: En esta adoración confirma
la fe que poseía en la continuidad de la bendita presencia de Dios que
seguiría acompañándolo más allá de la muerte.
¡Qué gran fe en las promesas seguras de Dios! Vemos al ancianito, allí
en su última hora, levantándose no solo para adorar a Dios sino para
pasar las mismas promesas de Dios a sus dos nietos. Lo importante no
fue dejarles una herencia aquí en la tierra, sino asegurarles las grandes
promesas de Dios para la eternidad.
con una tía de ella para servir a Dios. Mi padre, que fue profesor de
Biblia, donde mi madre estudió, se enamoró de ella y la siguió a Cuba.
Luego, al debido tiempo, nací yo, uno de seis hermanos. Ahora todos
mis hermanos sirven a Dios en el ministerio, menos una hermanita que
sufre de esclerosis múltiple. Yo ya soy abuelo. Mis cuatro hijos todos
son hombres de fe; dos de ellos son pastores ordenados. Los cuatro
sirven en ministerios cristianos a tiempo completo. Ahora mi esposa
y yo oramos por nuestros catorce nietos pidiéndole a Dios que cada
uno de ellos consagre su vida al servicio de Él.
¡Hay familias de fe aún hoy día! ¡Estas familias siguen a Dios como
lo hicieron Abraham y Sara! Y su herencia es hermosa, basada en esa
fe real en el Dios que hace pactos con sus hijos y los cumple.
Jamás olvidaré a aquella abuela mía, alta y serena, contemplándome
con aquellos hermosos ojos azul verdosos y llena de pasión por Dios.
“Vive para Dios —me decía—. No hay otra cosa que valga la pena.
Ahora estoy vieja, arrugada y gastada, pero si tuviera mil vidas, todas
las viviría igualmente para Dios. El mundo pasa y nada es seguro. Tu
abuelo y yo perdimos casas por incendios, tuvimos sequías y luchas.
Así Dios nos hizo ver que nada en este mundo es seguro. Lo único que
es permanente y cierto es Dios. Lo único que tiene valor es vivir para
Dios y prepararnos para ese lugar que Él nos ha asegurado”.
Mi abuela hablaba igual que Abraham y vivía igual que Sara. ¡Qué
herencia me dejó! Nunca olvidaré la última vez que esta gran mujer
oró por mí. Me había graduado del seminario y salía para servir a Dios
en mi tierra natal de Cuba. La oración de aquella Sara moderna fue
parecida a la bendición primogénita de Isaac a Jacob. ¿Y por qué no?
¡Es el mismo Dios! Es la misma fe, y somos hombres y mujeres que
tenemos que seguir a Dios como ellos lo hicieron. La fe de los padres
debe ser la fe de los hijos.
Cien mexicanos tendrán sus dudas e incertidumbres. Cien mexicanos
especularán en cuanto a la persona de Dios, de Cristo y de su iglesia.
Cien mexicanos se sumarán a la interminable fila de incrédulos en
cada país del mundo. Pero por otra parte siempre habrá una gran nube
de testigos que se añadirán a esa fila especial que comenzó con Abel
y continúa con Enoc, Noé, Abraham, Sara, Isaac, Jacob, José, Moisés,
234 La fe que mueve montañas
Josué, Rahab, Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel, y que sigue
con los profetas, los discípulos, Pablo, Timoteo, Tito, Agustín, Lutero,
Calvino, Spurgeon, Moody… Miles de miles que a través de las edades
se suman a los nombres de los fieles héroes “que por fe conquistaron
reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones,
apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerzas
de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga a ejércitos
extranjeros. Las mujeres recibieron sus muertos por resurrección; mas
otros fueron atormentados, no aceptando el rescate, a fin de obtener
mejor resurrección. Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más
de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a
prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de aquí para allá cubiertos
de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; de
los cuales el mundo no era digno; errando por los desiertos, por los
montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra. Y todos éstos,
aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo
prometido; proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que
no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros. Por tanto, nosotros
también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos,
despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos
con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en
Jesús, el autor y consumador de la fe” (He. 11:33—12:2). Esta es la fe
—la única fe— que en verdad mueve montañas.
Apéndice I
LA VOZ DE LA OPOSICIÓN:
¡NUESTRAS OBRAS VALEN!
¡Cuántas veces en su ministerio Cristo les pedía a sus oidores fe! Vemos
en sus milagros que hay referencias continuas a la fe del enfermo o de
los que estaban con Él (Mr. 2:5; 5:34, 36; 10:52; Mt. 8:10). Pero lo que
esta fe implicaba era no solo creer que Él, que por ser el Hijo de Dios
les podía sanar de su enfermedad, sino que esa fe solicitada exigía más:
Confianza absoluta en la misión que, como Mesías prometido, venía
a cumplir para rescatar al perdido de su pecado. Jesús no solo deseó
librar a los enfermos de sus males sino especialmente apuntar a su
poder para salvar eternamente del pecado.
Además, pedía “fe en Dios” (Mr. 11:22). Demandaba que la persona
viviera en constante dependencia de Dios, abriéndose así a las grandes
posibilidades que el Padre ofrecía en Él como Salvador. Solo la fe en
Él podría cambiar y transformar. Esa fe involucraba más que recibir
sanidad o un bien material. El individuo era llamado a relacionarse
correctamente con el Padre por un nuevo nacimiento, ya que la vida
es más que salud, y la vida en Cristo más que la obtención de cosas
materiales. La vida implica eternidad con Dios. Por esto, la fe que pedía
Cristo Jesús no era una cualquiera, del momento, sino una fe nacida
del Espíritu Santo (Jn. 3:5-8), íntimamente relacionada con Él y con
el Padre (Jn. 3:16, 36; 4:14; 5:24; 6:40; 6:54).
Cristo también recalcó una fe en Dios sin límite, como si ese tipo
de fe fuera algo novedoso. No edificó sobre algo que ya existía en la
potencialidad propia del ser humano, sino sobre una fe nueva en el
corazón basada en la obra que como Mesías cumpliría en la cruz.
241
242 La fe que mueve montañas
3. En cuanto a la gracia
Agustinismo: Si el hombre en su presente condición desea y
hace lo bueno, eso es posible solo por una obra de gracia divina
en él. Esta obra interna maravillosa de la gracia es operada
en su ser por Dios. La gracia [divina] es una obra que tanto
precede como acompaña al hombre. Por la gracia que precede,
el hombre obtiene fe, mediante la cual consigue el poder para
hacer lo bueno. Sin esa gracia cooperativa es imposible que haga
actos buenos. El hombre no puede hacer algo sin esa gracia, de
la misma manera no puede hacer algo contra ella. La obra de la
gracia de Dios en un ser humano es tan eficaz y persuasiva que
no se puede resistir. Y como que el hombre por su naturaleza no
tiene mérito alguno, ningún valor moral personal se le puede
atribuir por esa gracia que le ha sido impartida. Dios es el que
obra en él de acuerdo con su divina voluntad.
Pelagianismo: Por su libre albedrío —que es un don de Dios—
el hombre tiene la capacidad y la voluntad para hacer lo
bueno sin ninguna ayuda especial de Dios. Sin embargo, para
facilitarle hacer lo bueno, Dios le reveló su ley, y para ayudarle a
cumplir esos requisitos, [Dios] dio instrucciones [en la Biblia]
y el ejemplo de Cristo. Además, imparte gracia sobrenatural
para hacerle más fácil esa obediencia. Gracia, en su sentido más
limitado, es solo una influencia benéfica que Dios extiende a los
que la merecen por tomar la iniciativa de usar sus fuerzas [en
pro del bien]. Esa gracia, sin embargo, puede ser resistida.
El semipelagianismo
No satisfechos con las afirmaciones de Agustín ni totalmente de
acuerdo con Pelagio, comenzaron algunos teólogos a buscar un punto
Apéndice III 249
Kuyper sigue comentando sobre las razones por las cuales algunos
seminarios y universidades procuran desviar a sus alumnos de las
enseñanzas tradicionales, llenando sus mentes con opiniones “nuevas”
y “modernas”, pero que a menudo son muy erradas. Concluye ese
comentario diciendo:
dice Pablo a los Efesios, uno tiene que concluir que el proceso entero
—desde la eternidad pasada hasta el momento en que la persona
deposita fe en Cristo—, todo es obra única y maravillosa de Dios. De
nada puede gloriarse el hombre. No hay aspecto que le pertenezca al
pecador. No hay lugar para parte de Dios y parte del hombre. Todo es
de Dios. Conscientes de las perfecciones de Dios y las imperfecciones
de nosotros los pecadores, ¿qué mejor solución a nuestro problema
del pecado podríamos tener que este glorioso plan de salvación? De
principio a fin, Dios, “por su gran amor con que nos amó, aun estando
nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo”
(Ef. 2:4, 5).
BIBLIOGRAFÍA
Libros consultados en la preparación de esta obra
Capítulo 1
1. Sproul, Gerstner, Linsley, An Introduction to Christian Apologetics
[Una introducción a las apologéticas cristianas], The Zondervan
Corporation, Grand Rapids, Michigan, p. 54.
2. Ibíd., p. 66.
3. Hodge, A. A., Outlines of Theology [Bosquejos de teología], Zondervan
Publishing House, Grand Rapids, Michigan, pp. 96-97.
4. Ibíd., p. 334.
5. Kuyper, Abraham, The Works of the Holy Spirit [Las obras del Espíritu
Santo], Eerdmans, Grand Rapids, Michigan, p. 402:
Capítulo 2
1. Henry, Matthew, Commentary on the Whole Bible [Comentario de
toda la Biblia], Zondervan Publishing House, Grand Rapids, Michigan,
p. 1780:
2. Lutero, Martín, Introducción a la Epístola a los Romanos, pp. XVI y
XVII.
3. Ibíd., p. XVIII.
4. Ibíd., p. 149.
Capítulo 3
1. A esta lista añadiremos un paso adicional entre justificación y
glorificación: La santificación. Esto lo hacemos porque en el proceso de la
regeneración está la demanda divina: “Sed santos, porque yo soy santo” (1
263
264 La fe que mueve montañas
Capítulo 4
1. En teología se habla de la iglesia visible y la iglesia invisible. Los
términos son fáciles: La iglesia visible son todos los que vemos cada vez
que un grupo de cristianos se congregan en un lugar. La iglesia invisible
se refiere a todos los que realmente son de Jesucristo, limpiados con su
sangre y que morarán con Él para siempre.
2. Spurgeon, Carlos, Todo de gracia, Moody Press, pp. 27-29.
3. Citado por John R. W. Stott en La cruz de Cristo, InterVarsity Press,
Downers Grove, Illinois, p. 88.
4. Ibíd., p. 119.
5. Kuyper, Abraham, The Work of the Holy Spirit [La obra del Espíritu
Santo], Wm. B. Eerdmans Publishing Company, Grand Rapids, Michigan,
p. 474.
Capítulo 5
1. Nietzsche, Friedrich, The Will to Power [La voluntad para poder],
editado por Walter Kaufman, Random House, Nueva York, p. 117.
2. El Comercio, Quito, Ecuador, finales de marzo de 1986.
3. Muñoz, Jacobo, Lectura de filosofía contemporánea, Editorial Ariel,
S.A. Barcelona, p. 33.
4. Lutero, Martín, Introducción a la Epístola a los Romanos, p. XVII.
5. Kuyper, Abraham, op. cit., p. 414.
6. Aquino, Tomás, Nature and Grace, Selections from the Summa
Theological [Naturaleza y gracia, selecciones de la Suma Teológica], pp.
137-49.
7. La Santa Biblia con notas, Editorial Caribe, refiriéndose a Efesios
2:8.
8. Castillo, Juan Carlos, El Norte, “Cristianos predican...”, diario de
Monterrey, México, 17 de marzo de 1985.
Capítulo 6
Notas 265
Capítulo 7
1. Thompson, Leslie, El triunfo de la fe, Editorial Portavoz, Grand
Rapids, Michigan, 2004, p. 111.
2. Guinness, Os, The Gravedigger File [La carpeta del cavador de
tumbas], InterVarsity Press, Downers Grove, Illinois, p. 51.
3. Ibíd., p. 79.
4. Ibíd., p. 103.
5. G. Campbell Morgan, The Gospel According to Luke [El Evangelio
según Lucas], Fleming H. Revell Company, Old Tappan, Nueva Jersey,
p. 195.
Capítulo 8
1. Hendricksen, William, New Testament Commentary, Mark
[Comentario del Nuevo Testamento, Marcos], Baker Book House, Grand
Rapids, Michigan, p. 458.
2. Ibíd., p. 624.
3. Ibíd., p. 274.
4. Murray, John, The New International Commentary, Epistle to the
Romans [El Nuevo Comentario Internacional, La Epístola a los Romanos],
Wm. B. Eerdmans, Grand Rapids, Michigan, p. 313.
5. Ibíd., p. 638.
Capítulo 9
1. Bunyan, John, El progreso del peregrino, Grosset y Dunlap, Nueva
York, p. 93.
266 La fe que mueve montañas
Capítulo 10
2. Ibíd., p. 24.
3. Ibíd., p. 122.
4. Ibíd., p. 241.
5. Ibíd., p. 188.
6. Ibíd., p. 133.
7. Bruce, F. F., The Epistle to the Hebrews [La Epístola a los Hebreos],
Wm. B. Eerdmans Publishing Company, Grand Rapids, Michigan, p.
277.
Notas 267
Apéndice III
5. Ibíd., p. 102.
Apéndice IV
1. Kuyper, Abraham, The Works of the Holy Spirit [Las obras del Espíritu
Santo], Eerdmans Publishing Company, Grand Rapids, Michigan, pp. 407-
14.
Otros libros por el autor
EL triunfo de la fe
Les Thompson
Una mirada renovada y detallada de la vida de Martín Lutero y un
estudio de la fe —la verdadera fe que salva— fe en Jesucristo.
192 pp. rústica
ISBN: 0-8254-1721-X
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