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NACIONALISMO E IMPERIALISMO.

1.- El Nacionalismo

Con la generalización del Liberalismo como forma de organización política desaparece


la legitimación divina para los gobernantes. Tras la aprobación de la soberanía nacional es la
nación quien legitima al poder, expresado mediante el sufragio censitario primero y universal
después. Sin embargo, el problema surge a la hora de definir nación o intentar aplicar unos
criterios objetivos al término nación. Tanto los que utilizan criterios lingüísticos, como
religiosos, como raciales, como históricos, etc., presentan ambiguedades que originan
confusión. Tras largos debates sobre una definición sobre el término nación finalmente
quedaron dos concepciones distintas:
1. Los románticos alemanes piensan que una nación es un ser vivo, creado en el
transcurso de los tiempos, con una cultura, una lengua y una historia comunes, que
tiene el derecho a organizarse como un Estado soberano
2. Los racionalistas franceses, para quienes la nación se forma por la decisión voluntaria
de un conjunto de personas. Lo que caracteriza a los ciudadanos de una nación es
compartir unas mismas leyes, derechos y deberes, no una cultura.
Aún así, el concepto de nación quedó y ha quedado sin definir claramente lo que origina
movimientos de pueblos que se sienten con derecho a reivindicarse como nación y por tanto a
poseer su propio Estado. Estos Estados pretendían desarrollar el sentimiento nacional y la
cohesión de sus habitantes y su orgullo patriótico. Ahora la nación no es propiedad de un Rey
sino de todos los ciudadanos y es responsabilidad de todos su mantenimiento y
engrandecimiento. Se desarrollaron tradiciones, banderas, himnos, etc., que se convirtieron en
símbolos del país. Este patriotismo exacerbado, en ocasiones, iba acompañado del odio a
otros países, a los que se comenzó a ver como una amenaza para la paz y el bienestar. Estos
movimientos son inherentes al Liberalismo, surgieron con él y perviven desde entonces,
teniendo una difícil solución.
Los movimientos de pueblos luchando para que su nación se convirtiera en Estado
tuvieron dos vías:
1. Movimientos centrífugos o disgregadores: cuando un territorio que forma parte de otro
más amplio desea su independencia y lucha por conseguirla, pues se siente distinto por
motivos lingüísticos, históricos, etc., del país al que pertenece. Son de este tipo los
movimientos nacionalistas que condujeron a la independencia de Bélgica y Grecia en el
siglo XIX. La independencia de Irlanda a comienzos del XX o la disgregación de
Yugoslavia a fines del XX. En el siglo XXI estamos asistiendo recientemente a la
aparición de Sudán del Sur, tras separarse de Sudán. Aquellos territorios que aún no se
ha separado a veces optan por la vía violenta para conseguirlo manifestándose a través
del terrorismo (ETA en España, IRA en Irlanda, Chechenia en Rusia, etc.)
2. Movimientos centrípetos, unificadores o integradores. Son movimientos que nacen por
el deseo de determinadas poblaciones que estaban divididas a unirse en una sola
nación. En el siglo XIX las dos unificaciones más conocidas son las de Italia y Alemania,
que surgen tras la unión de multitud de territorios separados desde la Edad Media pero
con una lengua y cultura comunes. En el siglo XX y XXI hemos visto los movimientos
panarabistas, Gran Colombia, el movimiento panibérico, etc. También estos
movimientos pueden ser de tipo pacífico o violentos (es el caso de los Kurdos, divididos
entre Turquía, Siria, Irán e Irak y que desean obtener su propio Estado). En ocasiones
estos movimientos violentos, desde el punto de vista romántico, son observados con
simpatía pues tras ellos se detecta el deseo de un pueblo de alcanzar su libertad;
justificando de esta manera acciones violentas.

2.- El imperialismo.
Si el problema del nacionalismo surge de la dificultad de establecer el límite geográfico
al concepto de soberanía nacional, el imperialismo surge como un problema derivado del
capitalismo. Así, si el sistema capitalista se basa en obtener el máximo beneficio mejorando la
productividad entonces consecuentemente aumenta el consumo de materias primas y se hace
necesario aumentar el mercado (clientes que compren). Esto conduce a que las potencias
industriales se lancen a buscar nuevas materias primas y nuevos clientes en cualquier parte
del mundo. Por tanto, el término imperialismo implica la extensión del dominio de un país sobre
otros. El país que conquista es la metrópoli y las colonias son los territorios conquistados.
Durante el siglo XIX las potencias industriales se lanzaron a la conquista de territorios en Asia,
África y Oceanía. Los grandes protagonistas de la expansión imperialista del siglo XIX fueron
Gran Bretaña y Francia. Esta expansión fue rápida y total: en 1914 el 84 % de las tierras del
planeta dependían de Europa y Estados Unidos. Se podía decir que Europa era la dueña del
mundo. La rapidez de la conquista se explica por la superioridad militar de los países
colonizadores. Los factores que estaban implicados en esta expansión son:

1. Económicos.- Fundamentalmente se colonizaron los territorios ricos en recursos


naturales, que ofrecían materias primas baratas para las industrias europeas (para
averiguar dónde estaban estos recursos los países europeos crearon y financiaron
“sociedades geográficas y viajes científicos” para encontrarlos, una vez hallados
enviaban al ejército, pues según el derecho europeo el país que había organizado la
expedición tenía el derecho de conquistarlo y explorarlo). Los territorios extranjeros una
vez convertidos en colonias se convierten en espacios donde invertir sus capitales,
mediante la construcción o mejora de obras públicas, como ferrocarriles y puertos. Por
último, las colonias se convirtieron en mercados (clientes) donde no había que pagar
tributos aduaneros.

2. Políticos.- En un lugar secundario existían otros factores que influyeron en la expansión


europea. Así las potencias conquistaron algunos lugares que eran estratégicos para
controlar rutas marítimas y terrestres importantes. La expansión territorial también
servía para aumentar el prestigio de un país en el mundo y fortalecer el orgullo nacional
entre sus habitantes.

3. Ideológicos.- La conquista descarada de territorios africanos y asiáticos necesitaba una


justificación jurídica y moral que vino dada desde el punto de vista ideológico. Así,
siguiendo las teorías racistas del siglo XIX (darwinismo social), los occidentales estaban
convencidos de que la raza blanca era superior y que esto les daba derecho a dominar
a otros pueblos, a los que consideraban atrasados e inferiores. Por eso pensaban que
tenían la misión de civilizar y cristianizar a los demás pueblos.
La formación de estos imperios se inició aproximadamente a mediados del siglo XIX, se
aceleró a partir de 1870 donde las potencias se repartieron continentes enteros; así en la
Conferencia de Berlín (1885), el territorio africano pasó a manos de los principales Estados
europeos. Los mayores imperios fueron el británico, que con 33 millones de Km2 fue el
mayor y su periodo de mayor esplendor coincidió con el reinado de Victoria I, siendo la
India su territorio más importante; le sigue el imperio francés con 10 millones de km2 y
ocupaba el norte de África e Indochina. La carrera colonial aumentó las tensiones entre las
potencias europeas y amenazaba la paz entre ellas (Reino Unido y Francia estuvieron a
punto de ir a la guerra en más de una ocasión). Asimismo, algunas potencias estaban
descontentas. Este fue el caso de Alemania, que creía que su imperio no se correspondía
con la importancia de su país. Esta circunstancia, entre otras, llevará a las potencias a la
Primera Guerra Mundial.

Las consecuencias del imperialismo fueron profundas y se prolongan hasta el presente.


Los occidentales crearon unas formas de administración y explotación económica que
alteraron profundamente la vida en las regiones colonizadas.

Una vez conquistado un territorio, se iniciaba su explotación. Los colonizadores se


apropiaban de las tierras y las convertían en grandes plantaciones en las que se cultivaban
productos que no podían cultivarse en Europa, o bien explotaban la riqueza de minerales
de su subsuelo. La población nativa proporcionaban mano de obra barata y, en muchos
casos, era maltratada y sometida a situaciones cercanas a la esclavitud. Las autoridades
occidentales no fomentaban la industrialización de sus colonias, puesto que lo que ellos
buscaban en ellas era una fuente de materias primas baratas y un lugar donde vender sus
productos manufacturados.

Colonizados y colonizadores vivían realidades separadas en las colonias. Los


matrimonios entre occidentales e indígenas se prohibieron o estaban mal vistos. La
población occidental ocupaba y controlaba la economía y vivían en barrios propios
apartados y lujosos. La población nativa vivía en una situación de pobreza y falta de
derechos, llegando incluso, en Australia y Nueva Zelanda, a ser sometida a una política de
exterminio. La expansión colonial impuso la civilización occidental mientras que las culturas
autóctonas fueron minusvaloradas. Esto, junto con la marginación a la que fueron
sometidas, provocó el resentimiento de las poblaciones nativas.

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