Es comprensible que, en algunos sectores de la sociedad, levante
ámpulas el tema del matrimonio entre personas del mismo sexo. Por cualquier motivo. En un país tan grande como México caben muchas posturas que pueden ser antagónicas, y el conflicto entre conservadores y liberales se repite constantemente: desde los partidos políticos que defienden agendas opuestas, hasta los anunciantes que retiran su publicidad de la televisión porque no comparten los valores de la emisora. De los albures a los golpes de pecho.
No es posible comprender a un personaje como Emilio González
Márquez sin entender esta dialéctica entre conservadores y liberales. González se sitúa en el extremo más a la derecha del espectro, y conjuga su conservadurismo con la arrogancia del que nunca se ha planteado la posibilidad de estar equivocado, y se siente llamado a grandes cosas. De quien más que electo se considera elegido.
Así, González considera, orgulloso, que encarna lo mejor de la
sociedad jalisciense, conservadora, cristera. De esta convicción proviene su talante caciquil, megalómano. Desde su campaña por la gubernatura pudieron los jaliscienses darse cuenta de la opinión que tenía de sí mismo, al llenar las ventanas traseras de los automóviles de calcomanías inmensas que solamente decían una palabra: Emilio. No hacía falta decir nada más. Posteriormente, y ya desde Casa Jalisco, contrató familiares y dispuso a su antojo del presupuesto: millones de pesos a Televisa, a la Iglesia Católica, a la realización de una telenovela. Obras faraónicas en las que el urbanismo y el medio ambiente no se toman en cuenta. Y al que no le guste, un “chinguen a su madre” con aliento alcohólico.
Lo que González no ha entendido es que no gobierna tan solo para
su parroquia. Jalisco es un estado dinámico y emprendedor que ha sido capaz, por su gente, de adaptarse como ningún otro a los desafíos de la nueva economía. El Silicon Valley mexicano no es simplemente un lugar de maquiladoras, una planta de ensamblaje, sino un foco de desarrollo industrial e intelectual reconocido en todo el mundo. Las universidades jaliscienses -contra una de las cuales, la U de G, González protagonizó su escándalo anterior, hace apenas una semana- generan profesionistas de primer nivel, y los inversionistas extranjeros se sienten tranquilos por sus capitales, y orgullosos de formar un hogar en Jalisco. La ribera de Chapala es uno de los destinos favoritos para la segunda vivienda de extranjeros, y Puerto Vallarta es uno de los destinos turísticos preferidos en el mundo, por su hospitalidad y calidad de vida. De hecho, Puerto Vallarta es uno de los destinos favoritos y está en muchas listas para turismo gay. Los extranjeros que llegan encuentran siempre un ambiente cordial, y la calidez y el respeto de los vallartenses los invita a regresar dos o tres veces al año. Las banderas de arcoiris ondean por todos lados, y la comunidad gay disfruta del trato amigable de una ciudad que ha hecho de la tolerancia una forma de vida. La Wikipedia se refiere a Puerto Vallarta como el destino gay número uno de América Latina.
Probablemente estos turistas extranjeros, cargados de ‘pink dollars’,
que vienen, gastan, e invierten en nuestro país, no saben que el gobernador de Jalisco no siente sino repulsión, ‘asquito’, por ellos. Y que además lo justifica diciendo que él es ‘a la antigüita’. No saben que el turismo que a él le interesa impulsar es otro, al que incluso le dona dinero, como el Santuario de los Mártires, o al “promovido” a través de una telenovela. Y que, si dejan de venir por su intolerancia, y los vallartenses le reclaman la disminución en sus ingresos, es más que posible que no reciban sino una mentada de madre. Ah, y muy probablemente no sepan, tampoco, que González, encima, se siente presidenciable.