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CRÓNICA DE UNOS VIEJOS.

Por: Jerlin Tatiana Torres Tobón


Cristian Sucerquia Espinosa
Camila Vargas Montoya.
Crónica
Trabajadores sociales en Formación
Semestre V
2014-2

Era para muchos el último día de la semana, pero para otros cuantos el primero, estábamos
allí estupefactos y ansiosos por entrar. Ante nosotros estaba una casona, tan inmensa como Commented [H1]: Si están comparando deben de darle
aquella de dos palmas, tan blanca como un hospital. Más próxima a nosotros una rejota, mal una connotación de cantidad.

trecha por el uso, de candado y pasador, y evocando en nuestro recuerdo los portones de una
antigua cárcel. Sabíamos para dónde íbamos y sin embargo nos sorprendimos al ver a lo lejos,
dentro de la casa, cuerpos de antaño que con sus arrugas y sus ojeras daban cuenta de toda
su vida, de toda su experiencia y su sabiduría.

Del interior del recinto que por blanco daba aires de sagrado, se veía asomar un rostro
desgastado por los años, con su cuerpo encorvado y con pasos lentos como si le pesara la
vida. Se acercaba cada vez más y en su mirada se veían ansias de compañía pero también de
autoridad y esperanza; con el llavero que contenía las suficientes llaves como para abrir la
puerta de sus propios sueños, decidido, con paso firme y cara malhumorada baja los escalones
antes de la rejota para abrirnos.

Ya adentro, se sentía un frio, un leve corrientazo de nostalgia recorría nuestros cuerpos al ver
seres impávidos e inocentes que a su vez se matizaba de una alegría intrínseca por nuestra
llegada. Nos dejamos impregnar por un aire de impotencia y miedo. Impotencia por pensar
que quizás aquellas personas fuesen nuestros consanguíneos y miedo quizás también, por Commented [H2]: Suena feo.
llegar a ser nosotros mismos; a lo que el corazón físico y simbólico se aceleraba motivado
por la pasión de querer transformar esa realidad.

Y es que no debe ser fácil verse ahí ya viejos y sin fuerzas, que lo único que queda es la
esperanza en otro, postrado en una silla, una camilla o hasta en el suelo, esto, no siendo un
obstáculo para que en su actuar saliera lo más humano que tiene un hombre, incluso para
aquel que no tenía piernas, ellas mismas eran las de sus compañeros y aunque un poco
moderno entre la antigüedad, no había sesgo para sexo, color o edad; con él compartíamos el
mismo sentimiento, ese que se apodero de nosotros a nuestra llegada. Este gran hombre
oriundo de Yarumal y cuyo nombre no logramos recordar nos contagió con su entusiasmo y
pasión a la hora de ayudar, inyectando aquel pensamiento de transformación en nosotros.
Salimos de una primera sección de aquella casona y aquel aire de incertidumbre desapareció.

Al otro lado de la puerta, estaba a nuestra espera un gran hombre ansioso por guiarnos en
nuestro recorrido y darnos a conocer su hogar del cual se sentía muy orgulloso y mucho más
de su cama, la cual nos invitó a fotografiar. Un hombre muy cariñoso con los visitantes y
aunque en su cuerpo hacia ausencia su brazo izquierdo, brindaba tantos abrazos que le
permitía suplir la falta del mismo. De insofacto, mientras fotografiábamos la cama, una voz
delgada, tierna, dulce y particular llego a nuestros oídos: “Ella es Consuelo” dijo Juan Carlos,
“la secretaria”. Fue muy fácil descubrir por qué ocupaba cargo tan importante, y aunque no
solo eso fue suficiente para ella, enseñar en la docencia y tener su propia oficina, fue uno de
los motivos más importantes para que “Consuelito”, como la llamaban todos, desplegara una
gran sonrisa en su rostro, quizás el reflejo de su alma y aunque ella no contenta incluso con
lo que tenía, decidía comprar tanto naranjas como mandarinas y hasta sus propios lentes de
sol en una “legumbrera”, cerca de su lugar de nacimiento, donde se graduó de secretariado y
que también estaba al lado de su oficina. Era un mundo “fantabuloso”, era el mundo de
“Consuelito”.

Sorprendidos y alegres por lo que sentíamos en este momento, en nuestro camino se cruzó
Miriam, una persona muy saludable, que aunque desconocidos y siendo esta la primer vez de
vernos pareciese que hubiésemos crecido juntos como una bandada de pájaros que migraban
al sur, como un grupo de amigos, así con su efusividad de conocernos no nos quería olvidar,
quería de nosotros algo particular “una pulsera” y en cuanto la obtuvo se marchó.

Dudosos y ansiosos con quien conversar nos encontrábamos en el recinto; Don Elkin sentado
en una silla solo, observando como buen patrono del análisis, quien con traje formal y que
daba grandes rasgos de confianza en su agitado rostro nos contó un poco de su maravillosa
vida que con parajes oscuros y extraños, le daban un tinte de experiencia y esperanza a su
mirar. Dos meses eran justos dentro de la benevolencia que durante toda su vida adquirió y
que a pesar de haber perdido a su madre y a su esposa, y de igual manera haber perdido el
licor por voluntad propia, en la voz cansada y pausada como quién quisiera confesarse ante
la mirada indiferente por su vejez, aseguraba que todos teníamos un solo destino que no había
más que hacer, que por eso no se sentía desvalido, pero que a su vez lo básico y lo extra que
ya trae la vejez hacia que la lucha fuese compartida. Admiraciones y merecimientos
honoríficos a sus iguales por la capacidad de expandir su voluntad y reemplazar la angustia
y desdén de emociones por la solidaridad enseñada en aquellas casas de tapia y cedro. “Sin
duda –nos aseguraba- este gran espacio se convierte en una nueva familia” donde a su mente
evocan momentos auspiciados por travesuras y albedrío, y por tantas alegrías que comparten
entre todos.

Don Elkin, que había sido uno de los más grandes encuadernadores de Antioquia de la década
de los 60s, ahora en aquellos tiempos donde es posible encontrase con su vida nuevamente,
toma una antigua grabadora con una añadidura para conectarla a la luz, de casete, con grandes
botones, de aguja roja que algún día sintonizaron cadenas radiales ya muertas por la sed de
poder; sube un poco el volumen y suenan tonadas de tango y música romántica que hacen
compañía al lápiz que hallaban palabras en una gran sopa y que al terminar borraba cada
hallazgo para volver a comenzar, como aquel hombre que trata de borrar su vida y reescribir
su historia.

Hellooooooo, me deja un poco sin sabor porque no se evidencia el propósito de la visita. la


secretaria es docente en una oficina jajajaja, no entendí que les dijeron estas personas a los
visitantes y tampoco entendí quiénes son los protagonistas.

Corregí algunas comas y es necesario que utilices otros conectores porque repites algunos
(los subraye) TE AMOOOO NEGRO FEO.

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