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LA PALABRA QUE

SANA

P. Carlos Triana CJM

CONTENIDO

INTRODUCCION

1
I - ¿QUE ES LA PALABRA DE DIOS?

1. La Palabra del Señor es verdadera, es verdad


2. La Palabra del Señor es digna de confianza
3. La Palabra del Señor es justa
4. La Palabra del Señor es eterna
5. La Palabra del Señor es infinita, no está encadenada
6. La Palabra del Señor es maravillosa
7. La Palabra del Señor es la Ley de Dios

II - ¿QUE HACE LA PALABRA DE DIOS?

A. LA PALABRA DE DIOS ACTUA


B. LA PALABRA DE DIOS CREA Y SOSTIENE LO CREADO
C. LA PALABRA DE DIOS PRODUCE DIVERSOS BENEFICIOS

1. La Palabra de Dios es fuego: purifica


2. La Palabra de Dios es como la miel: da sabiduría
3. La Palabra de Dios es lámpara: ilumina
4. La Palabra de Dios es pan y leche: alimenta
5. La Palabra de Dios es espada: defiende del enemigo
6. La Palabra de Dios es semilla: fecunda y da vida
7. La Palabra de Dios es como la lluvia: empapa a las personas y las hace
producir frutos

D. LA PALABRA DE DIOS DA EL ESPIRITU


E. LA PALABRA DE DIOS SANA

III - ¿QUIEN ES LA PALABRA QUE SANA?

IV - ¿COMO BENEFICIARSE DE LA PALABRA QUE SANA?

1. Creer en ella.
2. Tener contacto físico con ella
3. Tener contacto intelectual con ella
4. Tener contacto espiritual con ella
5. Tener compromiso de vida con la Palabra
6. Tener compromiso apostólico con la Palabra
7. Tener gran devoción a la Palabra

V - CONCLUSION

INTRODUCCION

Juan Pablo II nos dejó un programa de vida espiritual para el tercer milenio. En Novo
Millenio Ineunte 34 nos dice que este programa tiene como meta la santidad: “Este ideal
de perfección no ha de ser malentendido, como si implicase una especie de vida

2
extraordinaria, practicable sólo por algunos “genios” de la santidad. Los caminos de la
santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno…” Y más adelante
recalca el Papa: “Es el momento de proponer de nuevo a todo con convicción este “alto
grado” de la vida cristiana ordinaria”, que es la santidad

Entonces, según Juan Pablo II, los cristianos del tercer milenio tenemos que ser santos.
Y para lograr la anhelada santidad nos propone entre otras cosas, en primerísimo lugar,
la oración: “para esta pedagogía de la santidad es necesario un cristianismo que se
distinga ante todo en el arte de la oración”. “Es necesario aprender a orar”. “Nuestras
comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas escuelas de oración” (35)

Pero para que la santidad y la oración se den como una realidad prioritaria en la vida de
la Iglesia, Juan Pablo II dice que “esta primacía de la santidad y de la oración sólo se
puede concebir a partir de una renovada escucha de la palabra de Dios. Desde que el
Concilio ha subrayado el papel preeminente de la palabra de Dios en la vida de la
Iglesia, ciertamente se ha avanzado mucho en la asidua escucha y en la lectura atenta de
la Sagrada Escritura”. “Tanto las personas individualmente como las comunidades
recurren ya en gran número a la Escritura, y entre los laicos mismos son muchos
quienes se dedican a ella con la valiosa ayuda de estudios teológicos y revitalizando
principalmente la tarea de la evangelización y la catequesis. Hace falta, queridos
hermanos y hermanas, consolidar y profundizar esta orientación, incluso a través de la
difusión de la Biblia en las familias. Es necesario, en particular, que la escucha de la
Palabra se convierta en un encuentro vital” (39)

La clave está en la Palabra. Dios nos comunica su Palabra en diversas páginas: la página
de la Creación, la página de los acontecimientos, la página de las personas, la página de
su Iglesia, pero de manera primordial en las páginas de la Sagrada Escritura. Ella es la
gran fuente de la oración y por tanto de la santidad en la Iglesia. Por eso señala el Papa
que hace falta “alimentarnos de la Palabra para ser servidores de la Palabra en el
compromiso de la evangelización”. El Papa reitera que en el tercer milenio se debe
hacer la nueva evangelización que se trata de “reavivar en nosotros el impulso de los
orígenes, dejándonos impregnar por el ardor de la predicación apostólica después de
Pentecostés. Hemos de revivir en nosotros el sentimiento de Pablo, que exclamaba: ¡Ay
de mí si no predicara el Evangelio! (1 Cor 9, 16)”

En Síntesis, Juan Pablo II quiere que seamos santos, la base para serlo es la oración, y
una y otra deben estar alimentadas por la Palabra escuchada y anunciada, por la palabra
hecha vida, por la Palabra que sana.

El llamado es entonces a que tengamos un contacto consciente, entusiasta y real con la


Palabra de Dios, acogiéndola, meditándola, viviéndola, comunicándola, y haciéndola eje
de nuestra vida.

Deseo a todos los que estudien esta enseñanza “que la Palabra de Cristo esté siempre
en sus corazones” (Col 3, 16) y los sane de todas sus dolencias.
I - ¿QUE ES LA PALABRA DE DIOS?

Esta pregunta se la dirigimos al mismo Señor Dios. El nos responde:

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1. La Palabra del Señor es verdadera (Sal 33, 4; Sal 119, 151), “es verdad” (Jn
17, 17)

Decir que la Palabra de Dios es verdadera es decir que ella contiene la verdad: la verdad
de Dios, la verdad del mundo y la verdad del hombre. Muchos hombres y mujeres
estamos enfermos de verdad, por eso vivimos en la oscuridad del error y de la mentira.
Acercarnos a esta Palabra que ilumina nuestra vida con la verdad, es ser sanados de las
tinieblas de la ignorancia. En este sentido la Palabra de Dios es Palabra que sana.

2. La Palabra del Señor es digna de confianza (Sal 18, 30),

Los seres humanos necesitamos vivir en la confianza. Necesitamos tener a alguien en


quien confiar, necesitamos que nos hable con palabras dignas de confianza.
Precisamente muchos vivimos enfermos de desconfianza, y mucho más en el mundo de
hoy, ya no confiamos en lo que nos dicen, en lo que nos prometen. Pues cuando
acudimos a la Palabra de Dios podemos experimentar que ella es digna de confianza,
porque Dios es fiel a su Palabra, porque él no se engaña ni nos engaña, porque todo lo
que dice lo cumple. Es pues la Palabra de Dios la que nos afirma y da confianza y nos
sana de nuestras dudas y sospechas. En este sentido es la Palabra que sana.

3. La Palabra del Señor es justa (Sal 119, 75. 172)

Estamos enfermos de injusticia. El mundo de la política, de la economía, de las cosas de


mundo está plagado de discursos injustos, de leyes injustas, de enseñanzas injustas, de
doctrina dañina, en cambio la Palabra de Dios es justa, no produce mal, ni daña ni
estropea. Cuando nos acercamos a ella somos sanados de la injusticia de los discursos
humanos y en ese sentido se convierte en Palabra que sana.

4. La Palabra del Señor es eterna (Sal 119, 89)

La Palabra de Dios es eterna porque Dios es eterno. La Palabra de Dios existe desde que
existe Dios: “En el principio era la Palabra”…Jn 1, 1) y dejará de existir cuando Dios
deje de existir. Esto es lo que quiere decir que la Palabra de Dios es eterna. Como decía
Donoso Cortés, palabras más palabras menos: cuando las estrellas exploten y se apague
el sol y se acabe el universo, y venga la gran oscuridad sobre el mundo, permanecerá la
Palabra de Dios brillante, pues ella no pasará. Ella es eterna.

Nosotros los seres humanos estamos enfermos de finitud. Nos sentimos


pequeños, frágiles y pasajeros. Pero unidos a la Palabra de Dios podemos ser eternos
como ella, inmortales y vivir para siempre. La Palabra de Dios da vida eterna: “Quien
presta atención a mis Palabras tiene vida eterna” (Jn 5, 24); “El que hace la voluntad de
Dios vive para siempre” (1 Jn 2, 17); “Quien hace caso de mi Palabra no morirá” (Jn 8,
51)

Esta Palabra nos sana de la finitud, de lo efímero y de la muerte, y por eso es la Palabra
que sana
5. La Palabra del Señor es infinita (Sal 119, 96), “no está encadenada” (2 Tim
2, 9)

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La Palabra de Dios no tiene límites, nada la limita: ni la cárcel, ni el demonio, ni la
guerra, ni las leyes humanas… Esta Palabra tiene el poder para impregnar todas las
culturas y transformar las estructuras sociales, de tocar profundamente a todos los
hombres y a cualquier hombre, esté en la condición que sea. Se trata de la Palabra
infinita de Dios capaz de permearlo todo. Ella es entonces la Palabra que sana.

6. La Palabra del Señor es maravillosa (Sal 119, 129)

La Palabra del Señor no sólo es maravillosa sino que además hace maravillas. Como lo
vamos a ver más adelante, la Palabra de Dios crea, conserva, transforma, purifica, sana,
libera, consuela, conforta, corrige, estimula, da vida. Ella es la Palabra que sana.

7. La Palabra del Señor es la Ley de Dios (Deut 5,1-6,5)…

Dios ha expresado su Voluntad a través de su Palabra. El Pueblo de Israel centró su vida


en la Ley de Dios, porque ella era la manifestación de su querer divino. El mundo está
enfermo de orgullo, de soberbia, de querer hacer siempre su propia voluntad. Aceptar la
Palabra de Dios en nuestra vida es abrirnos a hacer la Voluntad de Dios, a cumplir su
Ley santa y a abandonar nuestra voluntad pecaminosa. En este sentido podemos afirmar
que la Palabra de Dios sana.

En una sola palabra habría que decir que la Palabra de Dios es santa. Y entrar en
contacto con lo santo, vivir en la atmósfera de lo santo, debe llevar a la salud, a la vida,
a la santidad. La muerte, la enfermedad y el mal tienen que ver con el pecado y no con
la santidad.

Abrámonos pues a esta Palabra santa de Dios y dejemos que haga su obra de salvación
en nosotros, pues ella es la Palabra que sana.

Oremos:

(Tomamos la Biblia abierta entre las manos, la contemplamos en silencio


recordando lo que ella es. Después de un momento de silencio, oramos al Señor
diciendo)

Señor y Dios nuestro,


Te bendecimos por esta tu Palabra poderosa y santa.
Ella es una expresión más del amor que nos tienes.
Todo el que ama se comunica,
Y tú nos amas tanto que nos has dado tu Palabra llena de amor y de ternura
Bendito y alabado seas por tu Palabra que nos salva. Amén

(Cada uno besa la Biblia con respeto)

II - ¿QUE HACE LA PALABRA DE DIOS?

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No basta con saber qué es la Palabra de Dios. Es necesario entender qué hace esta
Palabra, cuál es su misión, cuál su accionar en medio de los creyentes.

A. LA PALABRA DE DIOS ACTÚA

En primer lugar hay que decir que la Palabra de Dios no es una Palabra ni muerta ni
muda. Es una Palabra viva y como todo ser viviente se caracteriza por su movimiento,
por su dinamismo.

En efecto, Ella ha sido enviada a la tierra y corre veloz (Sal 147, 15). Como lluvia
empapa la tierra, la fecunda… Ella contiene en sí una serie de promesas que se
cumplirán cabalmente:

“El cielo y la tierra dejarán de existir, pero mis Palabras no dejarán de


cumplirse” (Lc 21, 33)

“Ni una sola Palabra quedó sin cumplirse de todas las buenas promesas que el
Señor había hecho a los israelitas” (Jos 21, 45)

“Has cumplido tu Palabra porque tú siempre cumples” (Neh 9, 8)

“El siempre mantiene su Palabra” (Sal 146, 6)

“Se seca la hierba, se marchita la flor, pero permanece para siempre la Palabra
de nuestro Dios” (Is 40, 8)

Recibamos la Palabra de Dios y aceptémosla con todas sus promesas. Todas esas
promesas están dirigidas a nosotros para nuestro bien y salvación. Tarde o temprano
todas estas promesas se cumplirán en quienes dejen actuar la Palabra de Dios en sus
vidas.

Todo el que acepta en fe las promesas de la Palabra encuentra salud en su cuerpo y en su


alma.

Oremos:
(Cada uno, con la Palabra abierta sobre sus manos, recuerda una promesa de la
Biblia: sobre el Mesías, el Perdón, la Vida eterna, el Espíritu Santo, la
recompensa por los sacrificios, por la oración, por la limosna…etc y ora así:)

Gracias, Señor, Dios Nuestro,


Porque tu Palabra de salvación siempre se cumple en nosotros
Gracias porque con tu Palabra realizas en nosotros
El misterio de tu amor
Gracias porque esta Palabra tiene el poder de obrar maravillas en nuestra vida.
Amén

(Luego besa con respeto la Sagrada a Escritura)


B. LA PALABRA DE DIOS CREA Y SOSTIENE LO CREADO

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La Palabra de Dios es creadora y conservadora. Dios habla poco, no tiene sino una
palabra en la boca, pero con esta sola palabra le ha dado el ser a todo y conserva todo;
con esta sola palabra gobierna y cumple fiel y verdaderamente todas las promesas y más
de lo que promete: “En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios y la
Palabra era Dios” (Jn. 1,1-2).

“Alaben el nombre del Señor pues él dio una orden y todo fue creado” (Sal. 148, 5).

“Por medio de él Dios hizo todas las cosas, nada de lo que existe fue hecho sin él “(Jn.
1, 3).

“El es el resplandor de Dios, la imagen misma de lo que Dios es y el que sostiene todas
las cosas con su palabra poderosa” (Heb. 1, 3).

“por tu Palabra has hecho todas las cosas” (Sab 9, 1)

“A su Palabra el agua se detuvo amontonada, a su voz se cerraron los depósitos


de agua. Con su Palabra hace lo que quiere y no hay quien detenga su obra
salvadora” (Dios creador con su palabra) (Eclo 39, 17)

“No son las cosechas de la tierra las que alimentan al hombre, sino que es tu
Palabra la que mantiene a los que en ti confían” (Sab 16, 26)

Como dice el Prefacio Común VI de la misa: “Por El, que es tu Palabra, hiciste todas las
cosas… y tú nos lo enviaste, para que, hecho hombre por obra del Espíritu Santo y
nacido de María, la Virgen, fuera nuestro Salvador y Redentor”

En efecto, nos dice San Pablo que todo fue creado por El y para El (Col 1, 16) “por
medio de él Dios hizo todas las cosas; nada de lo que existe fue hecho sin él” ¿De quién
se expresa así la Escritura? Obviamente de la Palabra por quien fueron creadas todas las
cosas, de Cristo el Verbo encarnado, la Palabra hecha carne. Todo fue creado por él y
para él y todo se mantiene en él.

Oremos

(Con la misma técnica de antes, se ora así:)

Señor, Dios Nuestro:


Te alabamos y bendecimos porque tú hiciste el universo entero con el poder de tu
Palabra.
Gracias a tu Palabra creadora y al soplo del Espíritu Santo existen todas las
cosas.
Bendito seas por hacernos a tu imagen y semejanza, en virtud de tu Palabra.
Ella nos sacó de la nada y nos dio el ser y la vida.
Tu Palabra sana y da vida. Bendito seas, Señor. Amén

C. LA PALABRA DE DIOS PRODUCE DIVERSOS BENEFICIOS:

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Son muchas las obras que realiza la Palabra poderosa de Dios. Podemos decir que son
infinitas, como infinitas son las obras de Dios. Nos dice el Espíritu Santo: “¿Acaso la
Palabra de Dios no beneficia al que se porta rectamente?” (Miq 2, 7). Y si nos
preguntamos ¿Cuáles son esos beneficios?, tendríamos que decir que son infinitos,
incontables como las estrellas del cielo y como las arenas del mar.

Uno de esos beneficios que a mí me impacta y que a menudo experimento es la alegría.


La Palabra de Dios alegra. La Palabra de Dios tiene el poder de consolar el corazón
humano, de alegrarlo y hacerlo gustar la felicidad de Dios:

“Tu Palabra alegra mi corazón” (Sal 119, 111)

“Cuando encontraba Palabras tuyas las devoraba, tus Palabras eran mi delicia y
la alegría de mi corazón” (Jer 15, 16)

“Escucha y cumple mi Palabra para que tanto tú como los hijos que te sucedan
sean eternamente felices” (Deut 12, 28)

Una anécdota extraña de mi vida espiritual. Ocurrió cuando era seminarista. Cada noche
antes de dormirme leo y oro la Palabra. Una noche sin saber por qué ni cómo, leyendo
un texto de San Juan, me invadió un sentimiento extraño de una gran alegría y de un
gran consuelo y gozo, que comencé a llorar. Esto se ha venido repitiendo muy a menudo
en mi vida ahora de sacerdote. Pero en aquella ocasión, que era la primera vez, el
impacto fue tan grande que dejé consignado por escrito, lo que experimenté: que la
Palabra de Dios consuela y llena de gozo espiritual el alma. He aquí lo que escribí
aquella noche invadido por la Palabra:

“Somos hombres de palabras, hombres que hablamos, leemos y escuchamos. Las


palabras nos persiguen, están dentro de nosotros, duermen y trabajan con cada uno.

Todos hemos llorado por una palabra. Porque fue muy hiriente y fuertemente ofensiva o
muy complaciente, plena de alegría. Dos veces había llorado yo a causa de una
palabra: cuando mi madre me dio su palabra de despedida en el momento que de niño
partía para el seminario, y cuando leí la descripción de la miseria de mi pueblo, en los
libros de Soto Aparicio.

Como a mí, a ustedes se les han humedecido los ojos cuando han recibido una palabra
de humillación, de elogio o de recriminación: ustedes han tenido ansias de llorar como
chiquillos cuando han escuchado una palabra dura de parte de las personas que aman;
por sus rostros han rodado lagrimas cuando una palabra suya los derroca o los
compromete en demasía; no nieguen que alguna vez han sentido un nudo de llanto en
su garganta cuando intempestivamente les llegó una noticia salvadora, una palabra
consoladora, un Si sorpresivo...

¡Quién no ha expresado con el llanto el dolor de la palabra que una vez lo traicionó, o
que le trajo un espectacular éxito o que lo lleno de una indescriptible emoción!

Hoy puedo escribir estas palabras porque caí por tercera vez. Nuevamente lloré. Pero
esta vez por una Palabra Nueva, por una noticia buena que oí, por una Voz que

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traspasó mi vida, porque es una palabra que hiere como espada, que arde en los oídos
y quema en el corazón. Palabra que escudriña el interior, que impregna todos los
sentidos, que cachetea y abraza, recrimina y estimula; palabra grande bella, nítida,
suave, dulce...

¿Quién ha llorado ante la Palabra de Dios? Yo sí que lo he hecho. Ha sido tanto la


conmoción que determiné consignar por escrito esta fabulosa experiencia. ¿Qué fue lo
que pasó? ¿Mucho entusiasmo? ¿Demasiada emoción? ¿Esa palabra tocó un aspecto
concreto y débil de mi vida? ¿Por qué al leerla antes no había llorado?

En esta ocasión la leí, la capté, y la acepté como ella es, como Palabra viva del Dios
vivo. No pretende mi artículo invitarlos a llorar ante la Palabra ¡Qué frecuentes e
inaguantables lloriqueos tendríamos que soportar! Ni desea que se entonen los himnos
bíblicos al son del canto de las lágrimas. ¡Seria algo ridículo!, sino que se lea y se
capte como ella es, como palabra de Dios, como Verbo salido del Padre.

Sin lugar a dudas que la consecuente sensación tendrá que ser una profunda paz y un
profundo gozo que muchos no resistirán y exteriorizarán a través del llanto infantil o de
un gran silencio, a través de continuas sonrisas o de una sana algarabía.

Entre los miles de diversos beneficios que produce la Palabra de Dios, podemos
subrayar los siguientes. Nos basamos en varias imágenes de la Palabra que presenta la
misma Sagrada Escritura:

1. La Palabra de Dios es fuego: purifica y transforma

Una significativa imagen que habla de purificación y pasión es el fuego. A los profetas
que hablaban en nombre del Señor se les podría llamar hombres de fuego, porque
hablaban la Palabra de Dios: “Hasta que vino un profeta como fuego, su Palabra era una
hoguera ardiente” (Sir 48, 1). (Cfr. 1 Re 17, 1; 18, 1-38; 2 Re 1, 10-16)

La Palabra de Dios, como fuego, expresada por el profeta tiene poder de purificar,
corregir, transformar:

“Haré que mis Palabras sean fuego en tu boca (Jn 5, 14)

“No es mi Palabra fuego y martillo que tritura la roca” (Jer 23, 29)

“Tu Palabra en mi interior se convierte en un fuego que devora, que me cala hasta
los huesos. Trato de contenerla pero no puedo” (Jer 20, 9)

“Uno de los seres de fuego voló hacia mí, trayendo carbón encendido… tocó con él
mi boca… aquí estoy, envíame” (Is 6, 5-9)

La misma Escritura dice que “Las Palabras del Señor son puras (limpias). Son como la
plata más pura, refinada en el horno siete veces” (Sal 12, 6). Se hace referencia al fuego
del horno que moldea pero también purifica.

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Si tomas contacto con lo puro te vuelves puro, como también si tomas contacto con lo
impuro te vuelves impuro. Es una aplicación de la sabiduría popular: “dime con quién
andas y te diré quién eres”. Así que anda con la Palabra que es fuego que limpia,
corrige, transforma, purifica y moldea a las personas.

Con razón el salmista se pregunta: “¿Cómo podrá un joven llevar una vida limpia?”
Y responde él mismo, inspirado por el Espíritu Santo: “Viviendo de acuerdo con tu
Palabra” (Sal 119, 9)

Porque todo el que escucha la Palabra y la pone por obra queda limpio: “Al
obedecer el mensaje de la verdad, se han purificado” (1 Pe 1, 22)

Y todos sabemos que Cristo es la Palabra que Dios envió al mundo para
purificarnos: “Dios habló de muchas maneras antiguamente a nuestros padres, ahora
por medio de su Hijo”, y con su Palabra nos ha limpiado” (Cfr. Heb 1,1-3)

Precisamente él fue quien nos dijo: “Ustedes están limpios por las Palabras que les
he dicho” (Jn 15, 3)

Oremos:

Señor, Dios nuestro,


Límpianos con tu Palabra de salvación
Y quedaremos más blanco que la nieve
Que esta Palabra santa penetre lo más hondo de nuestra vida
Y purifique todo nuestro ser. Amén

2. La Palabra de Dios es como la miel: da sabiduría

Tener sabiduría es tener sabor a Dios, es saber a Dios. El sabio no es el que sabe muchas
cosas sino el que en su vida destella la sabiduría divina. Todo el que se impregne de la
Palabra de Dios se llena de sabor divino:

“Tu Palabra da sabiduría” (Sal 119, 98-100)

“Hijo mío, si aceptas mis Palabras y guardas como un tesoro mis mandatos,
prestando atención a la sabiduría… hallarás el conocimiento de Dios” (Prov 2, 1-
5)

“Yo les daré Palabras llenas de sabiduría” (para su defensa) (Lc 21, 15)

“El Espíritu Santo les pondrá en ese instante mis Palabras en su boca” (Lc 12,
12)
“El sabio entiende la Palabra del Señor y mira la ley como enseñanza divina”
(Sir 33, 3)

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“Si se mantienen fieles a mi Palabra serán de veras discípulos míos, conocerán la
verdad y la verdad los hará libres” (Jn 8, 31)

Una bella imagen para hablar de la Palabra con principio de sabiduría es la imagen de la
miel. La miel es un sabor muy agradable al Paladar, y en la Biblia se dice en varias
ocasiones que la Palabra es dulce como la miel:

“Tu Palabra es más dulce a mi paladar que la miel en mi boca” (Sal 119, 103)

“Abre la boca y come lo que te doy. Entonces vi una mano extendida hacia mí
con un libro enrollado. Lo desenrolló ante mí; estaba escrito por ambos lados, y
contenía lamentaciones, gemidos y amenazas. Y me dijo: hijo de hombre, como
este libro y ve luego a hablar al pueblo de Israel. Yo abrí la boca, y él me hizo
comer el libro, diciéndome: Hijo de hombre, alimenta tu vientre y llena tus
entrañas con este libro que yo te doy. Yo lo comí y su sabor era dulce como la
miel. Entonces me dijo: Hijo de hombre, ve al pueblo de Israel y comunícale mis
palabras” (Ez 2, 8-3,4)

“vete y toma el libro que tiene abierto en su mano el ángel que está de pie sobre
el mar y sobre la tierra. Me acerqué al ángel y le pedí que me diera el libro. Y me
respondió: Toma, cómetelo; te amargará las entrañas, pero en tu boca será dulce
como la miel.” (Ap 10, 8-11)

Oremos:

Señor, Dios Nuestro:


Ven con tu Palabra santa,
Impregna todo nuestro ser,
Y haznos gustar las dulzuras de tu amor
Y la belleza de tu santidad. Amén

3. La Palabra de Dios es lámpara: ilumina

Otra bella imagen para hablar de la Palabra es la imagen de la lámpara. Y una lámpara
es un instrumento maravilloso con el que el ser humano ilumina sus senderos. Esta
imagen quiere recordarnos que la Palabra de Dios está llena de luz y de virtud.

“Tu Palabra es una lámpara a mis pies y una luz en mi camino” (Sal 119, 105)

“Este mensaje es como una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que el día
amenaza y la estrella de la mañana salga para alumbrarles el corazón” (2 Pe 1, 19)

“La Ley es una luz inagotable” (Sab 18, 4)

“Los he herido por medio de los profetas, los he aniquilado con las palabras de mi
boca, y mi juicio resplandece como la luz” (Os 6, 5-6)

“La Palabra es la luz verdadera capaz de iluminar a todo hombre” (Jn 1, 9)

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“Tenemos confirmada la Palabra profética, a la que hacen bien en prestar atención,
como la lámpara que brilla en lugar oscuro, hasta que despunte el día y salga el
lucero de la mañana en su corazón” (1 Pe 1, 19)

Pablo llama al Evangelio: “Luz del glorioso Evangelio de Cristo” (2 Cor 4,4)

“El mandamiento del Señor es claro, da luz a los ojos” (Sal 19, 9)

Oremos:

Señor, Dios Nuestro:

Con tu Palabra alumbras nuestras tinieblas,


Pues en ti está la fuente viva y tu luz nos hace ver la luz (Sal 36, 10)
Envía tu luz y tu verdad, que ellas nos guíen y nos lleven a tu santo monte,
Hasta tu morada (Sal 43, 3). Amén

4. La Palabra de Dios es pan y leche: alimenta

En la Escritura se usa la imagen del pan y de la leche para aludir a la Palabra de Dios
como alimento:

“No sólo de pan vive el hombre sino también de toda Palabra que salga de los
labios de Dios” (Mt 4,4)

“La Palabra es leche espiritual pura. Búsquenla con ansia para que crezcan y
tengan salvación” (1 Pe 2,2)

Yo abrí la boca, y él me hizo comer el libro, diciéndome. Hijo de hombre,


alimenta tu vientre y llena tus entrañas con este libro que yo te doy. Yo lo comí y
su sabor era dulce como la miel. Entonces me dijo: Hijo de hombre, ve al pueblo
de Israel y comunícale mis palabras” (Ez 2, 8-3,4; Cfr. Ap 10, 8-11)

La Palabra es para ser comida y bebida, asimilada, como decía Jeremías, la


Palabra es para devorarla: “Cuando encontraba Palabras tuyas las devoraba, tus
Palabras eran mi delicia y la alegría de mi corazón” (Jer 15, 16)

Es necesario entonces que comamos esta Palabra, que la rumiemos, que la hagamos
vida en nuestra vida. El cristiano no puede vivir sin alimentarse del Pan de la Palabra.
Pues bien dice la Escritura: “no sólo de pan vive el hombre sino de toda Palabra que
sale de la boca de Dios” (Mt 4,4; Deut 8, 3)
La Palabra de Dios es alimento para la vida, inspiración para la existencia. Así como los
alimentos nos van nutriendo y transformando, Ella nos nutre y transforma en hombres y
mujeres nuevos, libres, evangélicos… Ella tiene el poder de fortalecer, como los
alimentos, de salvar, de dar vida, pues es la Palabra que sana.

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Oremos:

Señor, Dios Nuestro:

Aliméntanos siempre con el manjar celestial de tu Palabra.


Que ella sacie nuestra sed y hambre de ti.
Que se convierta cada día en pan que nutre nuestra vida espiritual,
Que nos capacita para enfrentar con fortaleza las adversidades,
Y que nos comunique tu vida y amor. Amén

5. La Palabra de Dios es espada: defiende del enemigo

El creyente encuentra refugio y protección en la Palabra de Dios: “Todas las Palabras de


Dios se cumplen. Son una defensa para quienes se refugian en él. No añadas nada a sus
Palabras” (Prov 30, 5-6)

Pero la Palabra es también un arma contra el enemigo. Es maravillosa la comparación


de la Palabra con una espada. La espada es un arma para defenderse y atacar:

“Estén siempre listos para salir a anunciar el mensaje de la paz: que su fe sea el
escudo, que la salvación sea el casco y que la Palabra de Dios sea la espada que
les da el Espíritu Santo” (Ef 6, 16-17)

“La Palabra de Dios tiene vida y poder, es más aguda que espada de dos filos y
penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta lo más íntimo de la
persona” (Heb 4, 12)

“Vi el cielo abierto y apareció un caballo blanco y el que lo montaba se llamaba


fiel y verdadero… su Nombre era la Palabra de Dios. Le salía de la boca una
espada afilada…” (Ap 19, 15)

Cuando Juan describe a Cristo resucitado dice que vestía larga túnica y llevaba
una faja de oro a la altura del pecho. Los cabellos de su cabeza eran blancos
como la lana y como la nieve, sus ojos eran como llamas de fuego; sus pies
como bronce en honro de fundición, y su voz como estruendo de aguas
caudalosas: Tenía en su mano derecha siete estrellas; de su boca salía una espada
cortante de doble filo y su rostro era como el sol cuando brilla con toda su
fuerza. Cuando lo vi, me desplomé a sus pies como muerto, pero él puso su
mano derecha sobre mí, diciendo: no temas; yo soy el primero y el último; yo
soy el que vive: Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre y tengo en mi
poder las llaves de la muerte y del abismo” (Ap 1, 13-18)

La Palabra de Dios es pues un arma cortante, con ella hay que destruir el mal,
denunciándolo; con ella hay que defenderse de las tentaciones como lo hizo
Jesús en el desierto (Lc 4, 1ss). El con la espada de la Palabra se defendió del
tentador y venció al demonio a punta de Palabra de Dios. Con justa razón el

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profeta Isaías dice que el Señor “Convirtió mi lengua en espada afilada” (Is 49,
2)

Oremos:

Señor, Dios Nuestro:


Enséñanos a refugiarnos en tu Palabra.
Pero sobre todo pon tu Palabra en nuestro corazón y en nuestra boca,
Y llenos de tu Palabra,
Convierte nuestra lengua en espada afilada
Para que con tu Palabra en el corazón y en los labios,
Podamos atacar el error, la mentira, el pecado
Y anunciar la salvación, la justicia y la paz. Amén.

6. La Palabra de Dios es semilla: fecunda y da vida

Entre las imágenes más gráficas a través de las cuales el Señor nos ha mostrado el poder
fecundador de la Palabra está la imagen de la semilla:

“La semilla es la Palabra…” (Mt 13, 1-9. 18-23)

“Ustedes han vuelto a nacer, no de padres humanos, sino de la Palabra de Dios,


la cual vive y permanece para siempre. Y esa Palabra es el mensaje de salvación
que se les ha anunciado” (1 Pe 1, 23-25)

Pero una semilla contiene en sus entrañas vida. Por eso la Palabra de Dios comunica
vida. Esa es la convicción del Antiguo Testamento:

“Hijo mío, atiende a mis Palabras, haz caso a mis razones; que no se aparten de
tu vista, consérvalas en tu corazón. Pues son vida para quienes las encuentran y
salud para todo su cuerpo” (Prov 4, 20-22)

“Grábate en tu mente mis Palabras. Haz lo que te ordeno y vivirás… No eches


mi Palabra al olvido. Ama la sabiduría, no la abandones y ella te dará su
protección” (Prov 4, 4-6)

“Piensen bien en todo lo que les he dicho y ordenen a sus hijos que pongan en
práctica esta Palabra porque no es algo que ustedes pueden tomar a la ligera.
Esta Palabra es vida para ustedes, y por ella vivirán más tiempo en la tierra que
van a tomar en posesión” (Deut 32, 46-47)

“Atiende a mis Palabras, hijo mío, hazlas tuyas y aumentarás los años de tu
vida” (Prov 4, 10)

“Aférrate a la Palabra y no la descuides, pues es vida para ti” (Prov 4, 13)

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Pero Jesús, Palabra viva de Dios, Verbo hecho carne, es quien nos recalca esta verdad de
fe: la Palabra da vida:

“Viene la hora en que cuando los muertos oigan la Palabra del Hijo de Dios
vivirán… oirán su voz y saldrán de las tumbas” (Jn 5, 25-29)

“Quien presta atención a mis Palabras tiene vida eterna” (Jn 5, 24)

“Mis Palabras son espíritu y vida” (Jn 6, 63)

“Quien hace caso de mi Palabra no morirá” (Jn 8, 51)

“Yo no hablo por mi cuenta. El Padre que me ha enviado, me ha ordenado lo que


debo decir y enseñar. Yo sé que la Palabra de mi Padre es para vida eterna” (Jn
12, 49-50)

“El nos dio vida mediante el mensaje de la verdad” (Sant 1, 18)

“El que hace la voluntad de Dios vive para siempre” (1 Jn 2, 17)

Entre las imágenes más sobresalientes del Antiguo Testamento para mostrar que la
Palabra de Dios comunica vida está el texto de los huesos secos: “Habla en mi nombre a
esos huesos y diles…” (Ez 37, 4) y todos conocemos el resultado: por la Palabra los
huesos tuvieron espíritu y por tanto vida.

Con justa razón toda la Iglesia canta unida al salmista del Antiguo Testamento: “Tu
Palabra me da vida” (Sal 119, 50), y ante la pregunta dura: “¿también ustedes quieren
abandonarme?” Pedro contesta a Jesús: “Señor a quién iremos, Tú tienes Palabras de
vida eterna” (Jn 6, 68)

Oremos:

Tu Palabra me da vida,
Confío en ti, Señor;
Tu Palabra es eterna,
En ella esperaré.

Ven, Señor, Dios nuestro,


Y cumple la Palabra de Jeremías:
Pondré mi ley en su interior
Y la escribiré en su corazón (Jer 31, 33)

Pues tu Palabra es vida


Y de ella queremos vivir. Amén.
7. La Palabra de Dios es como la lluvia: empapa a las personas y las hace
producir frutos

Esta comparación de la lluvia y la nieve tiene una gran fuerza. La lluvia y la nieve
caen a la tierra provenientes del cielo. Así vino Jesús, el Verbo de Dios. Bajó del

15
seno de su Padre al seno de María, se encarnó y se hizo Palabra visible para
nosotros.

“Como la lluvia y la nieve caen del cielo, y sólo regresan allí después de
empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar para que dé semilla al que
siembra y pan al que come, así será la Palabra que sale de mi boca: no regresará
a mí vacía, sino que cumplirá mi voluntad y llevará a cabo mi encargo” (Is 55,
10-11)

Y Jesús ascendió al cielo, regresó al Padre de donde había salido. Y no regresó con las
manos vacías, sino con las manos llenas después de haber hecho la Voluntad de Dios.

Jesús había dicho que El no había venido a derogar la Palabra de Dios, sino a darle
cabal cumplimiento (Mt 5, 17)

La Iglesia quiere que esta Palabra como la lluvia, empape a todos los hombres:

“Jamás cesaremos de exhortar a todos los fieles cristianos para que lean diariamente
sobre todo los evangelios de Nuestro Señor Jesucristo y los Hechos y las Epístolas de
los apóstoles, tratando de convertirlos en sangre de su espíritu y sangre de sus venas”
(Encíclica Spiritus Paraclitus de Benedicto XV)

“Que por la lectura y estudio de los libros sagrados se difunta y brille la Palabra de
Dios; que el tesoro de la revelación, encomendado a la Iglesia, vaya llenando el corazón
de los hombres” (Concilio Vaticano II)

Oremos:

Señor, Dios Nuestro:


Rocíanos con tu Palabra,
Que ella empape nuestra vida entera,
La impregne totalmente de tu amor,
Y nos haga dar frutos de vida eterna. Amén

D. LA PALABRA DE DIOS DA EL ESPÍRITU

Hay una gran comunión entre la Palabra y el Espíritu. A la Palabra y al Espíritu se les
llama las dos manos del Padre:

16
Dios todo lo hizo con su Palabra y con su Soplo
Fue el Espíritu el que inspiró la Palabra.

Esa gran comunión entre Espíritu y Palabra la encontramos en Cristo. El es la Palabra


de Dios, el Verbo, en quien reposa plenamente el Espíritu. Y San Juan nos dice

el Señor es el Espíritu (2 Cor 3, 17) y

el que no tenga el Espíritu de Cristo no es de Cristo (Ro 8,9)

De manera que Jesucristo da el Espíritu, él es la Palabra que nos regala su Espíritu. Pero
a la vez, el Espíritu lleva donde Cristo: “Yo no los dejaré solos. Les mandaré otro
consolador”. “El les mostrará la verdad completa” (Jn 16, 13)

Por eso podemos afirmar que la Palabra de Dios comunica Espíritu Santo. En efecto, un
día que Pedro predicaba la Palabra en la casa de Cornelio:

“El Espíritu Santo vino sobre los que escuchaban la Palabra” (Hch 10, 44)

Y cuando los samaritanos escucharon y aceptaron la Palabra en su vida, recibieron


también el Espíritu Santo:

“Los de Samaria habían aceptado la Palabra y Pedro y Juan les impusieron las
manos y recibieron el Espíritu Santo” (Hch 8, 14-17)

Oremos:

Señor, Dios Nuestro:


Tu Palabra es espíritu y vida:
Visítanos con el poder de tu Palabra
Y danos el Espíritu que ella contiene.
Que tu Palabra nos unja con la fuerza de tu Espíritu
Y nos conceda caminar en su presencia e impulsado por su gracia. Amén

E. LA PALABRA DE DIOS SANA

La Palabra de Dios tiene poder para sanar. Esa es la Voluntad de nuestro Dios:

“Si ponen atención a lo que les digo y hacen lo que me agrada, no les enviaré
plagas… pues yo soy el Señor que los sana a ustedes” (Ex 15, 26)

“Anuncien a todos la Palabra de Salvación, el que crea será salvado” (Mc 16,
16)

La Palabra de Dios tiene poder para sanar. Esa es la enseñanza de los sabios:

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“Atiende a mis Palabras, hijo mío, préstales atención, grábatelas en la mente,
ellas dan vida y salud a todo el que las halla” (Prov 4, 20-22)

“Este mensaje (Palabra) tiene poder para salvarlos” (Sant 1, 21)

“La sabiduría hace florecer la paz y la salud” (Ecco 1, 18)

La Palabra de Dios tiene poder para sanar. Ese es el testimonio de los creyentes:

“Enfermos y afligidos por sus propias maldades y pecado, no soportaban ningún


alimento; ¡ya estaban a las puertas de la muerte! Pero en su angustia clamaron al
Señor, y él los salvó de la aflicción; envió su Palabra y los sanó; ¡los libró del
sepulcro!” (Sal 107, 17-20)

“Una Palabra tuya bastará para sanarme” (Mt 8 ,8), dijo el Centurión, y fue
cierto, Jesús le dijo: “Vete y que suceda según tu fe. Y en aquel momento el
criado quedó sano” (Mt 8, 13)

Jesús mandó a la primera comunidad a anunciar la Palabra que sana. Ellos fueron y lo
hicieron “La Palabra de Dios iba difundiéndose y era anunciada en todas partes” (Hch
12, 24) y “muchos de los que creyeron en la Palabra llegaban confesando públicamente
todo lo malo que antes habían hecho, muchos que practicaban la brujería quemaban sus
libros… así la Palabra del Señor iba extendiéndose y demostrando su poder” (Hch 19,
18-19) Esa es la palabra que sana.

Recordemos que al concluir la lectura del evangelio, el sacerdote dice: “Que por las
palabras del Santo Evangelio se perdonen nuestros pecados”

La Palabra de Dios es usada carismáticamente para sanar enfermos. San Francisco


Javier enviaba a su joven monaguillo a leer un Evangelio a los enfermos y estos se
curaban; mandó leérselo a un muerto y éste resucitó. Cristo es la verdadera Palabra de
Dios que nos sana.

Los Obispos latinoamericanos en Santo Domingo dicen que la Palabra de Dios es


liberadora:

“En el gesto de comunicación del Padre, a través del Verbo hecho carne, “la Palabra se
hace liberadora y redentora para toda la humanidad en la predicación y en la acción de
Jesús” (SD 279)

Oremos:
Señor, Dios mío:
Yo no soy digno de que entres en mi casa,
Pero una Palabra tuya bastará para sanarme

III - ¿QUIEN ES LA PALABRA QUE SANA?

Jesús es la Palabra que sana. Ya había sido anunciado por los profetas que “De Sión
saldrá la enseñanza, de Jerusalén vendrá su Palabra” (Mi 4, 2) Por eso Jesús dice a la

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samaritana que la salvación viene de los judíos. “De Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la
Palabra del Señor” (Is 2, 3)

Cristo es la Palabra que sana, que perdona, que redime, que da nueva luz, que consuela,
que da vida. Basta con meditar cada milagro obrado por Jesús, cada sanación, cada
perdón ofrecido a los pecadores, para llegar a la conclusión de que Jesús es la Palabra
que sana y que perdona.

Ya en el Antiguo Testamento se proclamaba la fe en un Dios que sanaba:

“Yo doy la vida y la quito, yo causo la herida y la curo” (Deut 32, 39)

“Sáname, Tú, señor y seré sanado, sálvame, Tú, y seré salvado” (Jer 17, 14)

“El es quien sana todas mis enfermedades” (Sal 103, 1-5)

“El sana a quienes tienen roto el corazón y les venda las heridas” (Sal 147, 3)

“El Señor da consuelo al alma, luz a los ojos, salud, vida y bendición” ((Ecco 34,
17)

“Cuando estés enfermo no seas impaciente, pídele a Dios y él te dará la salud”


(Ecco 38, 9)

“Muéstrame, Señor, tu amor y salvación, tal como lo has prometido” (en tu


Palabra) (Sal 119, 41)

“Volvamos al Señor (convirtámonos). El nos sanará, nos curará. En un momento


nos devolverá la salud, nos levantará para vivir delante de él” (Os 6, 1-2)

Pero en el Nuevo Testamento esa Palabra sanadora de Dios se encarnó y se hizo


hombre y pasó por este mundo sanando a los enfermos y a los poseídos por el
demonio porque Dios estaba con El (Cfr. Hch 10, 38)

“A través de todas las palabras de la Sagrada Escritura, Dios dice sólo una Palabra, su
Verbo único, en quien él se dice en plenitud” (Cfr. Heb 1, 1-3) CEC 102

De manera que con el Verbo encarnado, entre nosotros, podemos entender la Palabra
que nos dice:

“La Palabra está cerca de ustedes, en sus labios y en su corazón para que puedan
cumplirla” (Deut 30, 14)

“La Palabra está cerca, en tu boca y en tu corazón. Esta Palabra es el mensaje de


fe que predicamos” (Rom 10, 8)

En efecto Jesús pasó sanando con su Palabra. Con una sola Palabra expulsó a los
espíritus malos y también sanó a todos los enfermos que le presentaban (Mc 7, 29-30), y
esto para que se cumpliera lo que dijo el profeta Isaías: “tomó nuestras debilidades y
cargó con nuestras enfermedades” (Mt 8, 16-17)

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Con una sola Palabra sanó a varias mujeres:

“Animo, hija, por tu fe has sido sanada. Y desde aquel momento quedó sana”
(Mt 9, 22)

“Mujer, qué grande es tu fe, hágase como tú quieres… y desde ese mismo
momento su hija quedó sana” (Mt 15, 28)

Con una sola Palabra sanó tullidos y paralíticos:

“Extiende la mano. El hombre la extendió y le quedó sana” (Mt 12, 13)

“Jesús dijo: levántate, toma tu camilla y vete. Y al instante recobró la salud… (Jn
5, 8-9)

Jesús llamó la atención porque tenía una Palabra poderosa, llena de autoridad, contra las
injusticias, las enfermedades, el demonio. Todo el mundo decía:

“Jesús habla con autoridad” (Mt 7, 29).

“¿Qué Palabras son éstas? Con toda autoridad y poder ordena a los espíritus
impuros que salgan y ellos salen” (Lc 4, 36)

La Iglesia fue enviada en nombre de Jesús, a sanar con la Palabra del Evangelio. Eso es
lo que hace Pedro al comienzo de su ministerio:

“Pedro dijo: Eneas, Jesucristo te sana. Levántate y arregla tu cama. Eneas se


levantó al momento” (tenía ocho años de paralítico) (Hch 9, 34)

Y eso es lo que sigue haciendo la Iglesia hoy en día, a través de los sacramentos y
sacramentales, a través de la predicación de la Palabra y de la oración. Ella invoca la
Palabra que sana, y en nombre de Jesús expulsa el demonio, perdona los pecados, salva
de las enfermedades, concede la paz y abre las puertas del cielo. En verdad Jesús es la
Palabra que sana: “No hay ningún nombre dado a los hombres en el que podamos ser
salvados sino sólo el nombre de Jesús” (Hch 4, 12)

Oremos:

Señor, Dios Nuestro:


Tú eres la Palabra que sana,
Para ti el honor y la gloria por siempre jamás.
Te rogamos que tomes nuestro corazón
Para que en él vivas y reines, por los siglos de los siglos. Amén

IV - ¿CÓMO BENEFICIARSE DE LA PALABRA QUE SANA?

Para beneficiarse de esta Palabra que sana, consuela, salva y lleva a la vida eterna,
habría que hacer las siguientes cosas prácticas:

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1. Creer en ella. Es necesario que nos acerquemos a la Palabra con fe, con
humildad, con apertura a la verdad que contiene. Haz actos de fe ante la Palabra,
mírala con reverencia, con amor, como la Palabra de Dios que sana. Acepta en fe
la Buena Nueva que contiene: sus promesas, exigencias, enseñanzas…

2. Tener contacto físico con ella. Para ello es recomendable que tengas tu propia
Biblia, que la cargues o la tengas expuesta en tu casa o tu trabajo, en lo posible
sobre un altarcito con velas, mantel y flores. Igualmente se aconseja para este
contacto físico que la veas, la toques, la leas, la beses… es la Palabra de Dios
que sana.

3. Tener contacto intelectual con ella: dedicando tiempo al estudio de la Palabra


que sana.

4. Tener contacto espiritual con ella. Para ello se recomienda hacer la lectio
divina:

Orar para disponerse a leer la Palabra, leer pausada y repetidamente un


breve texto. Responder a la pregunta ¿qué dice el texto?

meditar la Palabra con la ayuda de las notas que traen las Biblias,
tratando de descubrir la Buena Nueva que expresa esa Palabra concreta.
Responder a la pregunta: ¿Qué me dice el texto?

Orar a partir de la Palabra meditada. Responder a la pregunta: ¿Qué me


hace decir el texto?

Llegar a la contemplación de los grandes misterios de Dios, donde no hay


palabra sino silencio, donde nada que decir, ningún discurso, sino
contemplación gozosa de la revelación de Dios.

Es lo que enseña la Tradición de la Iglesia: “Buscad leyendo, y encontraréis


meditando, llamad orando, y se os abrirá por la contemplación” (Guido el
cartujano)

5. Tener compromiso de vida con la Palabra: tratando de ponerla en práctica


todos los días de la vida: “Mi madre, mi hermana y mi hermano son todos los
que escuchan la Palabra y la ponen en práctica” (Lc 8, 19-21) Bien enseña la
Iglesia: “lee las Escrituras para ser sabio, entiéndelas para ser santo, practícalas
para ser salvo”

6. Tener compromiso apostólico con la Palabra: predicándola, anunciándola,


platicándola en las conversaciones cotidianas. Y sin olvidar que Cristo expuso la
Palabra por medio de parábolas, de manera sencilla y profunda (Mc 4, 33).
Habría que tener un celo por el anuncio de la Palabra como los primeros
apóstoles: “Nosotros seguiremos anunciando la Palabra” (No está bien dejar la
Palabra por la administración) (Hch 6, 4)

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Y aunque no nos sintamos muy capaces para anunciar la Palabra y aunque
sintamos temor, no olvidemos lo que nos enseña San Pedro: los profetas nunca
hablaron por iniciativa humana, eran hombres que hablaban de parte de Dios,
dirigidos por el Espíritu Santo” (2 Pe 1, 21). Así que no temamos. Jeremías
temió pero el Señor lo confirmó diciéndole “no digas soy un niño, irás donde yo
te envíe y dirás lo que te ordene… alargó su mano, tocó mi boca y me dijo: mira
pongo mis Palabras en tu boca: te doy autoridad…” (Jer 1, 6-10) A Moisés y a
Aarón, limitados y miedosos como se sentían para hablar las Palabras de Dios, el
Señor les dijo: “Yo estaré en tu boca y en la suya” (Ex 4, 15), Esa era la
convicción de David: “El Espíritu del Señor habla por medio de mí; su Palabra
está en mi lengua” (2 Sam 23, 2)

7. Tener gran devoción a la Palabra: celebrándola en el culto litúrgico de la


Iglesia con amor y alegría: El creyente recibirá nuevo impulso en su vida
espiritual con la redoblada devoción a la Palabra de Dios (cfr. DV 26)

Si quieres que la Palabra de Dios te sane, sigue los siguientes consejos que te da el
mismo Señor Dios:

1. Cree en la Palabra

“En tu Palabra echaré las redes” (Lc 5,5)

“Si no creen en lo que escribió Moisés sobre mí, ¡Cómo van a creer a mis
Palabras?” (Jn 5, 47)

2. Escucha la Palabra:

“¡Felices los que siguen las enseñanzas del Señor, los que atienden a sus
mandatos!” (Sal 119, 1-2)

“El que es de Dios escucha la Palabra de Dios” (Jn 8, 47)

3. Recibe la Palabra como lo que es:

“Damos gracias a Dios porque cuando escucharon la Palabra de Dios que les
predicamos, la recibieron realmente como Palabra de Dios y no como palabra
humana, y en verdad la Palabra de Dios produce sus resultados en ustedes los
que creen” (1 Tes 2, 13)

“Yo soy su amigo porque les he dado toda la Palabra de Dios” (Jn 15, 15)

4. Acepta la Palabra:

“Quieren matarme porque no aceptan mi Palabra” (Jn 8, 37)

5. Espera en la Palabra:

“En tu Palabra he puesto mi esperanza” (Sal 119, 49.74.81.115.147)

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6. Ama la Palabra:

“Amo tu Palabra mucho más que el oro fino” (Sal 119, 127)

7. Alaba la Palabra:

“Cuando tengo miedo, confío en Dios y alabo su Palabra” (Sal 56, 3-4.10)

8. Memoriza la Palabra:

“He guardado tus Palabras en mi corazón para no pecar contra ti” (Sal 119, 11)
“Guarda en tu corazón estas Palabras que hoy te digo…” (Deut 6, 6-9)

9. Respeta la Palabra:

“Siento reverencia por tus Palabras” (Sal 119, 120)

“El hombre en quien yo me fijo es el pobre y afligido que respeta mi Palabra” (Is
66, 2)

10. Responde a la Palabra:

“Si el Señor te habla, responde “habla, Señor, que tu siervo escucha” (1 Sam 3,
9)

“El que escucha la Palabra y la cumple se parece al hombre sabio y prudente que
construye sobre roca…” (Mt 7, 24-27)

11. Obedece la Palabra:

“Si obedecen mi mandamiento permanecerán en mi amor” (Jn 15, 10)

12. Cumple la Palabra:

“Hay cosas que no sabemos: ésas pertenecen al Señor nuestro Dios; pero hay
cosas que nos han sido reveladas a nosotros y a nuestros hijos para que las
cumplamos siempre: todos los mandamientos de esta ley” (Deut 29, 29)

“Son mis amigos si cumplen mi Palabra” (Jn 15, 14)

13. Haz caso a la Palabra:

“Yo conozco a Dios y hago caso de su Palabra” (Jn 8, 55)

“El que me ama hace caso de mi Palabra y mi Padre lo amará, y mi Padre y yo


vendremos a vivir con El” (Jn 14, 23-24)

“El que hace caso de la Palabra, lo ama perfectamente” (1 Jn 2, 5)

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14. Apasiónate por la Palabra:

“Me consume el celo que siento por tus Palabras” (Sal 119, 139)

15. Carga la Palabra:

“Graben en su corazón y en su alma estas Palabras, átenlas como signo en sus


muñecas, pónganlas como señal en su frente” (Deut 11, 18-21)

16. Anuncia la Palabra:

“Dichosos los anunciadores de buenas noticias” (Hch 10, 15)

“Predica la Palabra de Dios a tiempo y a destiempo” (2 Tim 4, 2-5)

17. No te avergüences de la Palabra:

“Si alguno se avergüenza de mí y de mis Palabras, también el Hijo del hombre se


avergonzará de él cuando venga con la gloria de su Padre y con los santos
ángeles” (Mc 8, 38)

Oremos:

Señor, Dios Nuestro:


Tenemos el corazón abierto, como un campo,
a la semilla de tu Palabra.
Ven, sembrador bueno,
implanta el grano de tu Palabra en nuestra vida,
y haz que seamos tierra fértil,
para que tu Palabra germine y crezca
y haga de nosotros un campo florido para nuestro Dios. Amén

V - CONCLUSION

“La Iglesia ha venerado siempre las divinas Escrituras como venera también el Cuerpo
del Señor. Ella no cesa de presentar a los fieles el Pan de vida que se distribuye en la
mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo (Cf. DV 21)” CEC103

En la Sagrada Escritura, la Iglesia encuentra sin cesar su alimento y su fuerza (Cf. DV


24), porque en ella, no recibe solamente una palabra humana, sino lo que es realmente:
la Palabra de Dios (1 Tes 2 13). ‘En los libros sagrados, el Padre que está en el cielo sale
amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos’ (DV 21) CEC 104
“La fe cristiana no es una “religión del libro”. El cristianismo es la religión de la
“Palabra” de Dios, “no de un verbo escrito y mudo, sino del Verbo encarnado y vivo”
(San Bernardo) CEC 108

24
La fe cristiana confiesa que la Palabra de Dios es la Palabra que sana. Nos sana cuando
nos corrige, cuando nos orienta, cuando nos muestra el camino, cuando ilumina nuestras
tinieblas, cuando nos saca del pecado, cuando nos conduce al bien, cuando consuela
nuestras tristezas, cuando disipa nuestras dudas, cuando calienta nuestras tibiezas,
cuando conforta nuestra debilidad, cuando haciendo presente a Dios en nuestra vida, nos
quita los males físicos y espirituales.

La Palabra de Dios es la Palabra que sana porque ella nos interpela, orienta y modela la
existencia (Cfr NMI 39), porque es muy útil ya que “toda Escritura (Palabra) está
inspirada por Dios y es útil para enseñar, corregir, educar en una vida de rectitud… y
para que el hombre esté capacitado para hacer toda clase de bien” (2 Tim 1, 14-16)

En fin, la Palabra de Dios tiene poder para obrar maravillas en los creyentes: “Es tan
grande el poder y la fuerza de la Palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la
Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida
espiritual” (DV 21) “La Palabra de Dios, es fuerza de Dios para la salvación del que
cree” CEC 124

Esta Palabra que sana debe llegar a las personas deseosas de salvación. Se necesitan
apóstoles de la Palabra que hagan llegar la Palabra que sana a todos los ambientes, pues
“todos los que invoquen el nombre del Señor quedarán a salvo (obtendrán salud), pero
cómo van a invocarlo si no han creído en él, y cómo van a creer si no han oído hablar de
él y cómo van a oír hablar de él si no h ay quien anuncie sus Palabras” (Hch 10, 13-14)

Si hemos redescubierto que la Palabra de Dios es la Palabra que sana, nuestro


compromiso debe ser igual a aquel que el Obispo impone a los cristianos cuando los
instituye lectores de la Palabra en la Iglesia. En una celebración simple ora por ellos así:

“Dios fuente de toda luz y de toda bondad,


que enviaste a tu Hijo, Palabra de vida,
para revelar a los hombres el misterio de tu amor,
dígnate bendecir  a estos hermanos nuestros,
elegidos para el ministerio de lectores;
concédeles que, meditando asiduamente tu palabra,
penetrados y transformados plenamente por ella,
la anuncien con fidelidad a sus hermanos.
Por Jesucristo nuestro Señor”

De manera que el programa de vida que marca al lector consiste en:

• meditar asiduamente la Sagrada Escritura,


• asimilarla hasta penetrarla en el fondo de su ser,
• dejarse transformar por ella y
• anunciarla con fidelidad.

Y cuando les entrega la Biblia les completa el programa, porque le dice a cada uno:
“Recibe el libro de la sagrada Escritura,
y transmite fielmente la palabra de Dios,
para que sea más vivida y eficaz en el corazón de los hombres”

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La Palabra hay que recibirla, en el sentido grande de la receptividad, y transmitirla en el
sentido amplio de darla no de cualquier modo, sino de tal manera que llegue a ser eficaz en
el corazón de los hombres.

Todo cristianos puede ser portador de la Palabra poderosa de Dios que sana. Lo que dice
Puebla del sacerdote se puede decir de todo cristiano, sacerdote, profeta y rey, por su
bautismo:

“El presbítero, (el cristiano) es un hombre de Dios. Sólo puede ser profeta en la medida
en que haya hecho la experiencia del Dios vivo. Sólo esta experiencia lo hará portador
de una Palabra poderosa para transformar la vida personal y social de los hombres de
acuerdo con el designio del Padre” (DP 693)

San Agustín tenía un amor y respeto tan inmensos por la Palabra que llega a decir: “Yo
os pregunto, hermanos míos, ¿cuál de estas dos cosas os parece de mayor dignidad: la
Palabra de Dios o el Cuerpo de Jesucristo? La misma precaución que ponemos por no
dejar caer a tierra el cuerpo de Jesucristo, que se nos presenta, debemos ponerla para no
dejar caer de nuestro corazón la Palabra de Jesucristo que se nos anuncia”

OREMOS

Señor Dios nuestro, no quites de nuestra boca la Palabra de verdad” (Sal 119, 43)
No dejes que nos apartemos de tus mandamientos” (Sal 119, 10)
Concede a tus siervos que anuncien tu Palabra con valentía y que por tu poder
sanen a los enfermos” (Hch 4, 29-30)
Creemos firmemente que con tu Palabra y con tu Espíritu puedes volvernos a
crear de nuevo,
Creemos firmemente que con tu Palabra poderosa se pueden expulsar demonios
y hacer el bien,
Pues como dice Judith: “No hay quien resista a tu voz” (Jdt 16, 14)
Ven pues con tu Palabra y sana nuestros corazones heridos, borra nuestros
pecados y líbranos de las tentaciones del Enemigo.
Te lo pedimos a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

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