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La Palabra Que Sana PDF
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SANA
CONTENIDO
INTRODUCCION
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I - ¿QUE ES LA PALABRA DE DIOS?
1. Creer en ella.
2. Tener contacto físico con ella
3. Tener contacto intelectual con ella
4. Tener contacto espiritual con ella
5. Tener compromiso de vida con la Palabra
6. Tener compromiso apostólico con la Palabra
7. Tener gran devoción a la Palabra
V - CONCLUSION
INTRODUCCION
Juan Pablo II nos dejó un programa de vida espiritual para el tercer milenio. En Novo
Millenio Ineunte 34 nos dice que este programa tiene como meta la santidad: “Este ideal
de perfección no ha de ser malentendido, como si implicase una especie de vida
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extraordinaria, practicable sólo por algunos “genios” de la santidad. Los caminos de la
santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno…” Y más adelante
recalca el Papa: “Es el momento de proponer de nuevo a todo con convicción este “alto
grado” de la vida cristiana ordinaria”, que es la santidad
Entonces, según Juan Pablo II, los cristianos del tercer milenio tenemos que ser santos.
Y para lograr la anhelada santidad nos propone entre otras cosas, en primerísimo lugar,
la oración: “para esta pedagogía de la santidad es necesario un cristianismo que se
distinga ante todo en el arte de la oración”. “Es necesario aprender a orar”. “Nuestras
comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas escuelas de oración” (35)
Pero para que la santidad y la oración se den como una realidad prioritaria en la vida de
la Iglesia, Juan Pablo II dice que “esta primacía de la santidad y de la oración sólo se
puede concebir a partir de una renovada escucha de la palabra de Dios. Desde que el
Concilio ha subrayado el papel preeminente de la palabra de Dios en la vida de la
Iglesia, ciertamente se ha avanzado mucho en la asidua escucha y en la lectura atenta de
la Sagrada Escritura”. “Tanto las personas individualmente como las comunidades
recurren ya en gran número a la Escritura, y entre los laicos mismos son muchos
quienes se dedican a ella con la valiosa ayuda de estudios teológicos y revitalizando
principalmente la tarea de la evangelización y la catequesis. Hace falta, queridos
hermanos y hermanas, consolidar y profundizar esta orientación, incluso a través de la
difusión de la Biblia en las familias. Es necesario, en particular, que la escucha de la
Palabra se convierta en un encuentro vital” (39)
La clave está en la Palabra. Dios nos comunica su Palabra en diversas páginas: la página
de la Creación, la página de los acontecimientos, la página de las personas, la página de
su Iglesia, pero de manera primordial en las páginas de la Sagrada Escritura. Ella es la
gran fuente de la oración y por tanto de la santidad en la Iglesia. Por eso señala el Papa
que hace falta “alimentarnos de la Palabra para ser servidores de la Palabra en el
compromiso de la evangelización”. El Papa reitera que en el tercer milenio se debe
hacer la nueva evangelización que se trata de “reavivar en nosotros el impulso de los
orígenes, dejándonos impregnar por el ardor de la predicación apostólica después de
Pentecostés. Hemos de revivir en nosotros el sentimiento de Pablo, que exclamaba: ¡Ay
de mí si no predicara el Evangelio! (1 Cor 9, 16)”
En Síntesis, Juan Pablo II quiere que seamos santos, la base para serlo es la oración, y
una y otra deben estar alimentadas por la Palabra escuchada y anunciada, por la palabra
hecha vida, por la Palabra que sana.
Deseo a todos los que estudien esta enseñanza “que la Palabra de Cristo esté siempre
en sus corazones” (Col 3, 16) y los sane de todas sus dolencias.
I - ¿QUE ES LA PALABRA DE DIOS?
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1. La Palabra del Señor es verdadera (Sal 33, 4; Sal 119, 151), “es verdad” (Jn
17, 17)
Decir que la Palabra de Dios es verdadera es decir que ella contiene la verdad: la verdad
de Dios, la verdad del mundo y la verdad del hombre. Muchos hombres y mujeres
estamos enfermos de verdad, por eso vivimos en la oscuridad del error y de la mentira.
Acercarnos a esta Palabra que ilumina nuestra vida con la verdad, es ser sanados de las
tinieblas de la ignorancia. En este sentido la Palabra de Dios es Palabra que sana.
La Palabra de Dios es eterna porque Dios es eterno. La Palabra de Dios existe desde que
existe Dios: “En el principio era la Palabra”…Jn 1, 1) y dejará de existir cuando Dios
deje de existir. Esto es lo que quiere decir que la Palabra de Dios es eterna. Como decía
Donoso Cortés, palabras más palabras menos: cuando las estrellas exploten y se apague
el sol y se acabe el universo, y venga la gran oscuridad sobre el mundo, permanecerá la
Palabra de Dios brillante, pues ella no pasará. Ella es eterna.
Esta Palabra nos sana de la finitud, de lo efímero y de la muerte, y por eso es la Palabra
que sana
5. La Palabra del Señor es infinita (Sal 119, 96), “no está encadenada” (2 Tim
2, 9)
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La Palabra de Dios no tiene límites, nada la limita: ni la cárcel, ni el demonio, ni la
guerra, ni las leyes humanas… Esta Palabra tiene el poder para impregnar todas las
culturas y transformar las estructuras sociales, de tocar profundamente a todos los
hombres y a cualquier hombre, esté en la condición que sea. Se trata de la Palabra
infinita de Dios capaz de permearlo todo. Ella es entonces la Palabra que sana.
La Palabra del Señor no sólo es maravillosa sino que además hace maravillas. Como lo
vamos a ver más adelante, la Palabra de Dios crea, conserva, transforma, purifica, sana,
libera, consuela, conforta, corrige, estimula, da vida. Ella es la Palabra que sana.
En una sola palabra habría que decir que la Palabra de Dios es santa. Y entrar en
contacto con lo santo, vivir en la atmósfera de lo santo, debe llevar a la salud, a la vida,
a la santidad. La muerte, la enfermedad y el mal tienen que ver con el pecado y no con
la santidad.
Abrámonos pues a esta Palabra santa de Dios y dejemos que haga su obra de salvación
en nosotros, pues ella es la Palabra que sana.
Oremos:
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No basta con saber qué es la Palabra de Dios. Es necesario entender qué hace esta
Palabra, cuál es su misión, cuál su accionar en medio de los creyentes.
En primer lugar hay que decir que la Palabra de Dios no es una Palabra ni muerta ni
muda. Es una Palabra viva y como todo ser viviente se caracteriza por su movimiento,
por su dinamismo.
En efecto, Ella ha sido enviada a la tierra y corre veloz (Sal 147, 15). Como lluvia
empapa la tierra, la fecunda… Ella contiene en sí una serie de promesas que se
cumplirán cabalmente:
“Ni una sola Palabra quedó sin cumplirse de todas las buenas promesas que el
Señor había hecho a los israelitas” (Jos 21, 45)
“Se seca la hierba, se marchita la flor, pero permanece para siempre la Palabra
de nuestro Dios” (Is 40, 8)
Recibamos la Palabra de Dios y aceptémosla con todas sus promesas. Todas esas
promesas están dirigidas a nosotros para nuestro bien y salvación. Tarde o temprano
todas estas promesas se cumplirán en quienes dejen actuar la Palabra de Dios en sus
vidas.
Oremos:
(Cada uno, con la Palabra abierta sobre sus manos, recuerda una promesa de la
Biblia: sobre el Mesías, el Perdón, la Vida eterna, el Espíritu Santo, la
recompensa por los sacrificios, por la oración, por la limosna…etc y ora así:)
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La Palabra de Dios es creadora y conservadora. Dios habla poco, no tiene sino una
palabra en la boca, pero con esta sola palabra le ha dado el ser a todo y conserva todo;
con esta sola palabra gobierna y cumple fiel y verdaderamente todas las promesas y más
de lo que promete: “En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios y la
Palabra era Dios” (Jn. 1,1-2).
“Alaben el nombre del Señor pues él dio una orden y todo fue creado” (Sal. 148, 5).
“Por medio de él Dios hizo todas las cosas, nada de lo que existe fue hecho sin él “(Jn.
1, 3).
“El es el resplandor de Dios, la imagen misma de lo que Dios es y el que sostiene todas
las cosas con su palabra poderosa” (Heb. 1, 3).
“No son las cosechas de la tierra las que alimentan al hombre, sino que es tu
Palabra la que mantiene a los que en ti confían” (Sab 16, 26)
Como dice el Prefacio Común VI de la misa: “Por El, que es tu Palabra, hiciste todas las
cosas… y tú nos lo enviaste, para que, hecho hombre por obra del Espíritu Santo y
nacido de María, la Virgen, fuera nuestro Salvador y Redentor”
En efecto, nos dice San Pablo que todo fue creado por El y para El (Col 1, 16) “por
medio de él Dios hizo todas las cosas; nada de lo que existe fue hecho sin él” ¿De quién
se expresa así la Escritura? Obviamente de la Palabra por quien fueron creadas todas las
cosas, de Cristo el Verbo encarnado, la Palabra hecha carne. Todo fue creado por él y
para él y todo se mantiene en él.
Oremos
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Son muchas las obras que realiza la Palabra poderosa de Dios. Podemos decir que son
infinitas, como infinitas son las obras de Dios. Nos dice el Espíritu Santo: “¿Acaso la
Palabra de Dios no beneficia al que se porta rectamente?” (Miq 2, 7). Y si nos
preguntamos ¿Cuáles son esos beneficios?, tendríamos que decir que son infinitos,
incontables como las estrellas del cielo y como las arenas del mar.
“Cuando encontraba Palabras tuyas las devoraba, tus Palabras eran mi delicia y
la alegría de mi corazón” (Jer 15, 16)
“Escucha y cumple mi Palabra para que tanto tú como los hijos que te sucedan
sean eternamente felices” (Deut 12, 28)
Una anécdota extraña de mi vida espiritual. Ocurrió cuando era seminarista. Cada noche
antes de dormirme leo y oro la Palabra. Una noche sin saber por qué ni cómo, leyendo
un texto de San Juan, me invadió un sentimiento extraño de una gran alegría y de un
gran consuelo y gozo, que comencé a llorar. Esto se ha venido repitiendo muy a menudo
en mi vida ahora de sacerdote. Pero en aquella ocasión, que era la primera vez, el
impacto fue tan grande que dejé consignado por escrito, lo que experimenté: que la
Palabra de Dios consuela y llena de gozo espiritual el alma. He aquí lo que escribí
aquella noche invadido por la Palabra:
Todos hemos llorado por una palabra. Porque fue muy hiriente y fuertemente ofensiva o
muy complaciente, plena de alegría. Dos veces había llorado yo a causa de una
palabra: cuando mi madre me dio su palabra de despedida en el momento que de niño
partía para el seminario, y cuando leí la descripción de la miseria de mi pueblo, en los
libros de Soto Aparicio.
Como a mí, a ustedes se les han humedecido los ojos cuando han recibido una palabra
de humillación, de elogio o de recriminación: ustedes han tenido ansias de llorar como
chiquillos cuando han escuchado una palabra dura de parte de las personas que aman;
por sus rostros han rodado lagrimas cuando una palabra suya los derroca o los
compromete en demasía; no nieguen que alguna vez han sentido un nudo de llanto en
su garganta cuando intempestivamente les llegó una noticia salvadora, una palabra
consoladora, un Si sorpresivo...
¡Quién no ha expresado con el llanto el dolor de la palabra que una vez lo traicionó, o
que le trajo un espectacular éxito o que lo lleno de una indescriptible emoción!
Hoy puedo escribir estas palabras porque caí por tercera vez. Nuevamente lloré. Pero
esta vez por una Palabra Nueva, por una noticia buena que oí, por una Voz que
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traspasó mi vida, porque es una palabra que hiere como espada, que arde en los oídos
y quema en el corazón. Palabra que escudriña el interior, que impregna todos los
sentidos, que cachetea y abraza, recrimina y estimula; palabra grande bella, nítida,
suave, dulce...
En esta ocasión la leí, la capté, y la acepté como ella es, como Palabra viva del Dios
vivo. No pretende mi artículo invitarlos a llorar ante la Palabra ¡Qué frecuentes e
inaguantables lloriqueos tendríamos que soportar! Ni desea que se entonen los himnos
bíblicos al son del canto de las lágrimas. ¡Seria algo ridículo!, sino que se lea y se
capte como ella es, como palabra de Dios, como Verbo salido del Padre.
Sin lugar a dudas que la consecuente sensación tendrá que ser una profunda paz y un
profundo gozo que muchos no resistirán y exteriorizarán a través del llanto infantil o de
un gran silencio, a través de continuas sonrisas o de una sana algarabía.
Entre los miles de diversos beneficios que produce la Palabra de Dios, podemos
subrayar los siguientes. Nos basamos en varias imágenes de la Palabra que presenta la
misma Sagrada Escritura:
Una significativa imagen que habla de purificación y pasión es el fuego. A los profetas
que hablaban en nombre del Señor se les podría llamar hombres de fuego, porque
hablaban la Palabra de Dios: “Hasta que vino un profeta como fuego, su Palabra era una
hoguera ardiente” (Sir 48, 1). (Cfr. 1 Re 17, 1; 18, 1-38; 2 Re 1, 10-16)
La Palabra de Dios, como fuego, expresada por el profeta tiene poder de purificar,
corregir, transformar:
“No es mi Palabra fuego y martillo que tritura la roca” (Jer 23, 29)
“Tu Palabra en mi interior se convierte en un fuego que devora, que me cala hasta
los huesos. Trato de contenerla pero no puedo” (Jer 20, 9)
“Uno de los seres de fuego voló hacia mí, trayendo carbón encendido… tocó con él
mi boca… aquí estoy, envíame” (Is 6, 5-9)
La misma Escritura dice que “Las Palabras del Señor son puras (limpias). Son como la
plata más pura, refinada en el horno siete veces” (Sal 12, 6). Se hace referencia al fuego
del horno que moldea pero también purifica.
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Si tomas contacto con lo puro te vuelves puro, como también si tomas contacto con lo
impuro te vuelves impuro. Es una aplicación de la sabiduría popular: “dime con quién
andas y te diré quién eres”. Así que anda con la Palabra que es fuego que limpia,
corrige, transforma, purifica y moldea a las personas.
Con razón el salmista se pregunta: “¿Cómo podrá un joven llevar una vida limpia?”
Y responde él mismo, inspirado por el Espíritu Santo: “Viviendo de acuerdo con tu
Palabra” (Sal 119, 9)
Porque todo el que escucha la Palabra y la pone por obra queda limpio: “Al
obedecer el mensaje de la verdad, se han purificado” (1 Pe 1, 22)
Y todos sabemos que Cristo es la Palabra que Dios envió al mundo para
purificarnos: “Dios habló de muchas maneras antiguamente a nuestros padres, ahora
por medio de su Hijo”, y con su Palabra nos ha limpiado” (Cfr. Heb 1,1-3)
Precisamente él fue quien nos dijo: “Ustedes están limpios por las Palabras que les
he dicho” (Jn 15, 3)
Oremos:
Tener sabiduría es tener sabor a Dios, es saber a Dios. El sabio no es el que sabe muchas
cosas sino el que en su vida destella la sabiduría divina. Todo el que se impregne de la
Palabra de Dios se llena de sabor divino:
“Hijo mío, si aceptas mis Palabras y guardas como un tesoro mis mandatos,
prestando atención a la sabiduría… hallarás el conocimiento de Dios” (Prov 2, 1-
5)
“Yo les daré Palabras llenas de sabiduría” (para su defensa) (Lc 21, 15)
“El Espíritu Santo les pondrá en ese instante mis Palabras en su boca” (Lc 12,
12)
“El sabio entiende la Palabra del Señor y mira la ley como enseñanza divina”
(Sir 33, 3)
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“Si se mantienen fieles a mi Palabra serán de veras discípulos míos, conocerán la
verdad y la verdad los hará libres” (Jn 8, 31)
Una bella imagen para hablar de la Palabra con principio de sabiduría es la imagen de la
miel. La miel es un sabor muy agradable al Paladar, y en la Biblia se dice en varias
ocasiones que la Palabra es dulce como la miel:
“Tu Palabra es más dulce a mi paladar que la miel en mi boca” (Sal 119, 103)
“Abre la boca y come lo que te doy. Entonces vi una mano extendida hacia mí
con un libro enrollado. Lo desenrolló ante mí; estaba escrito por ambos lados, y
contenía lamentaciones, gemidos y amenazas. Y me dijo: hijo de hombre, como
este libro y ve luego a hablar al pueblo de Israel. Yo abrí la boca, y él me hizo
comer el libro, diciéndome: Hijo de hombre, alimenta tu vientre y llena tus
entrañas con este libro que yo te doy. Yo lo comí y su sabor era dulce como la
miel. Entonces me dijo: Hijo de hombre, ve al pueblo de Israel y comunícale mis
palabras” (Ez 2, 8-3,4)
“vete y toma el libro que tiene abierto en su mano el ángel que está de pie sobre
el mar y sobre la tierra. Me acerqué al ángel y le pedí que me diera el libro. Y me
respondió: Toma, cómetelo; te amargará las entrañas, pero en tu boca será dulce
como la miel.” (Ap 10, 8-11)
Oremos:
Otra bella imagen para hablar de la Palabra es la imagen de la lámpara. Y una lámpara
es un instrumento maravilloso con el que el ser humano ilumina sus senderos. Esta
imagen quiere recordarnos que la Palabra de Dios está llena de luz y de virtud.
“Tu Palabra es una lámpara a mis pies y una luz en mi camino” (Sal 119, 105)
“Este mensaje es como una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que el día
amenaza y la estrella de la mañana salga para alumbrarles el corazón” (2 Pe 1, 19)
“Los he herido por medio de los profetas, los he aniquilado con las palabras de mi
boca, y mi juicio resplandece como la luz” (Os 6, 5-6)
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“Tenemos confirmada la Palabra profética, a la que hacen bien en prestar atención,
como la lámpara que brilla en lugar oscuro, hasta que despunte el día y salga el
lucero de la mañana en su corazón” (1 Pe 1, 19)
Pablo llama al Evangelio: “Luz del glorioso Evangelio de Cristo” (2 Cor 4,4)
“El mandamiento del Señor es claro, da luz a los ojos” (Sal 19, 9)
Oremos:
En la Escritura se usa la imagen del pan y de la leche para aludir a la Palabra de Dios
como alimento:
“No sólo de pan vive el hombre sino también de toda Palabra que salga de los
labios de Dios” (Mt 4,4)
“La Palabra es leche espiritual pura. Búsquenla con ansia para que crezcan y
tengan salvación” (1 Pe 2,2)
Es necesario entonces que comamos esta Palabra, que la rumiemos, que la hagamos
vida en nuestra vida. El cristiano no puede vivir sin alimentarse del Pan de la Palabra.
Pues bien dice la Escritura: “no sólo de pan vive el hombre sino de toda Palabra que
sale de la boca de Dios” (Mt 4,4; Deut 8, 3)
La Palabra de Dios es alimento para la vida, inspiración para la existencia. Así como los
alimentos nos van nutriendo y transformando, Ella nos nutre y transforma en hombres y
mujeres nuevos, libres, evangélicos… Ella tiene el poder de fortalecer, como los
alimentos, de salvar, de dar vida, pues es la Palabra que sana.
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Oremos:
“Estén siempre listos para salir a anunciar el mensaje de la paz: que su fe sea el
escudo, que la salvación sea el casco y que la Palabra de Dios sea la espada que
les da el Espíritu Santo” (Ef 6, 16-17)
“La Palabra de Dios tiene vida y poder, es más aguda que espada de dos filos y
penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta lo más íntimo de la
persona” (Heb 4, 12)
Cuando Juan describe a Cristo resucitado dice que vestía larga túnica y llevaba
una faja de oro a la altura del pecho. Los cabellos de su cabeza eran blancos
como la lana y como la nieve, sus ojos eran como llamas de fuego; sus pies
como bronce en honro de fundición, y su voz como estruendo de aguas
caudalosas: Tenía en su mano derecha siete estrellas; de su boca salía una espada
cortante de doble filo y su rostro era como el sol cuando brilla con toda su
fuerza. Cuando lo vi, me desplomé a sus pies como muerto, pero él puso su
mano derecha sobre mí, diciendo: no temas; yo soy el primero y el último; yo
soy el que vive: Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre y tengo en mi
poder las llaves de la muerte y del abismo” (Ap 1, 13-18)
La Palabra de Dios es pues un arma cortante, con ella hay que destruir el mal,
denunciándolo; con ella hay que defenderse de las tentaciones como lo hizo
Jesús en el desierto (Lc 4, 1ss). El con la espada de la Palabra se defendió del
tentador y venció al demonio a punta de Palabra de Dios. Con justa razón el
13
profeta Isaías dice que el Señor “Convirtió mi lengua en espada afilada” (Is 49,
2)
Oremos:
Entre las imágenes más gráficas a través de las cuales el Señor nos ha mostrado el poder
fecundador de la Palabra está la imagen de la semilla:
Pero una semilla contiene en sus entrañas vida. Por eso la Palabra de Dios comunica
vida. Esa es la convicción del Antiguo Testamento:
“Hijo mío, atiende a mis Palabras, haz caso a mis razones; que no se aparten de
tu vista, consérvalas en tu corazón. Pues son vida para quienes las encuentran y
salud para todo su cuerpo” (Prov 4, 20-22)
“Piensen bien en todo lo que les he dicho y ordenen a sus hijos que pongan en
práctica esta Palabra porque no es algo que ustedes pueden tomar a la ligera.
Esta Palabra es vida para ustedes, y por ella vivirán más tiempo en la tierra que
van a tomar en posesión” (Deut 32, 46-47)
“Atiende a mis Palabras, hijo mío, hazlas tuyas y aumentarás los años de tu
vida” (Prov 4, 10)
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Pero Jesús, Palabra viva de Dios, Verbo hecho carne, es quien nos recalca esta verdad de
fe: la Palabra da vida:
“Viene la hora en que cuando los muertos oigan la Palabra del Hijo de Dios
vivirán… oirán su voz y saldrán de las tumbas” (Jn 5, 25-29)
“Quien presta atención a mis Palabras tiene vida eterna” (Jn 5, 24)
Entre las imágenes más sobresalientes del Antiguo Testamento para mostrar que la
Palabra de Dios comunica vida está el texto de los huesos secos: “Habla en mi nombre a
esos huesos y diles…” (Ez 37, 4) y todos conocemos el resultado: por la Palabra los
huesos tuvieron espíritu y por tanto vida.
Con justa razón toda la Iglesia canta unida al salmista del Antiguo Testamento: “Tu
Palabra me da vida” (Sal 119, 50), y ante la pregunta dura: “¿también ustedes quieren
abandonarme?” Pedro contesta a Jesús: “Señor a quién iremos, Tú tienes Palabras de
vida eterna” (Jn 6, 68)
Oremos:
Tu Palabra me da vida,
Confío en ti, Señor;
Tu Palabra es eterna,
En ella esperaré.
Esta comparación de la lluvia y la nieve tiene una gran fuerza. La lluvia y la nieve
caen a la tierra provenientes del cielo. Así vino Jesús, el Verbo de Dios. Bajó del
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seno de su Padre al seno de María, se encarnó y se hizo Palabra visible para
nosotros.
“Como la lluvia y la nieve caen del cielo, y sólo regresan allí después de
empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar para que dé semilla al que
siembra y pan al que come, así será la Palabra que sale de mi boca: no regresará
a mí vacía, sino que cumplirá mi voluntad y llevará a cabo mi encargo” (Is 55,
10-11)
Y Jesús ascendió al cielo, regresó al Padre de donde había salido. Y no regresó con las
manos vacías, sino con las manos llenas después de haber hecho la Voluntad de Dios.
Jesús había dicho que El no había venido a derogar la Palabra de Dios, sino a darle
cabal cumplimiento (Mt 5, 17)
La Iglesia quiere que esta Palabra como la lluvia, empape a todos los hombres:
“Jamás cesaremos de exhortar a todos los fieles cristianos para que lean diariamente
sobre todo los evangelios de Nuestro Señor Jesucristo y los Hechos y las Epístolas de
los apóstoles, tratando de convertirlos en sangre de su espíritu y sangre de sus venas”
(Encíclica Spiritus Paraclitus de Benedicto XV)
“Que por la lectura y estudio de los libros sagrados se difunta y brille la Palabra de
Dios; que el tesoro de la revelación, encomendado a la Iglesia, vaya llenando el corazón
de los hombres” (Concilio Vaticano II)
Oremos:
Hay una gran comunión entre la Palabra y el Espíritu. A la Palabra y al Espíritu se les
llama las dos manos del Padre:
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Dios todo lo hizo con su Palabra y con su Soplo
Fue el Espíritu el que inspiró la Palabra.
De manera que Jesucristo da el Espíritu, él es la Palabra que nos regala su Espíritu. Pero
a la vez, el Espíritu lleva donde Cristo: “Yo no los dejaré solos. Les mandaré otro
consolador”. “El les mostrará la verdad completa” (Jn 16, 13)
Por eso podemos afirmar que la Palabra de Dios comunica Espíritu Santo. En efecto, un
día que Pedro predicaba la Palabra en la casa de Cornelio:
“El Espíritu Santo vino sobre los que escuchaban la Palabra” (Hch 10, 44)
“Los de Samaria habían aceptado la Palabra y Pedro y Juan les impusieron las
manos y recibieron el Espíritu Santo” (Hch 8, 14-17)
Oremos:
La Palabra de Dios tiene poder para sanar. Esa es la Voluntad de nuestro Dios:
“Si ponen atención a lo que les digo y hacen lo que me agrada, no les enviaré
plagas… pues yo soy el Señor que los sana a ustedes” (Ex 15, 26)
“Anuncien a todos la Palabra de Salvación, el que crea será salvado” (Mc 16,
16)
La Palabra de Dios tiene poder para sanar. Esa es la enseñanza de los sabios:
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“Atiende a mis Palabras, hijo mío, préstales atención, grábatelas en la mente,
ellas dan vida y salud a todo el que las halla” (Prov 4, 20-22)
La Palabra de Dios tiene poder para sanar. Ese es el testimonio de los creyentes:
“Una Palabra tuya bastará para sanarme” (Mt 8 ,8), dijo el Centurión, y fue
cierto, Jesús le dijo: “Vete y que suceda según tu fe. Y en aquel momento el
criado quedó sano” (Mt 8, 13)
Jesús mandó a la primera comunidad a anunciar la Palabra que sana. Ellos fueron y lo
hicieron “La Palabra de Dios iba difundiéndose y era anunciada en todas partes” (Hch
12, 24) y “muchos de los que creyeron en la Palabra llegaban confesando públicamente
todo lo malo que antes habían hecho, muchos que practicaban la brujería quemaban sus
libros… así la Palabra del Señor iba extendiéndose y demostrando su poder” (Hch 19,
18-19) Esa es la palabra que sana.
Recordemos que al concluir la lectura del evangelio, el sacerdote dice: “Que por las
palabras del Santo Evangelio se perdonen nuestros pecados”
“En el gesto de comunicación del Padre, a través del Verbo hecho carne, “la Palabra se
hace liberadora y redentora para toda la humanidad en la predicación y en la acción de
Jesús” (SD 279)
Oremos:
Señor, Dios mío:
Yo no soy digno de que entres en mi casa,
Pero una Palabra tuya bastará para sanarme
Jesús es la Palabra que sana. Ya había sido anunciado por los profetas que “De Sión
saldrá la enseñanza, de Jerusalén vendrá su Palabra” (Mi 4, 2) Por eso Jesús dice a la
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samaritana que la salvación viene de los judíos. “De Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la
Palabra del Señor” (Is 2, 3)
Cristo es la Palabra que sana, que perdona, que redime, que da nueva luz, que consuela,
que da vida. Basta con meditar cada milagro obrado por Jesús, cada sanación, cada
perdón ofrecido a los pecadores, para llegar a la conclusión de que Jesús es la Palabra
que sana y que perdona.
“Yo doy la vida y la quito, yo causo la herida y la curo” (Deut 32, 39)
“Sáname, Tú, señor y seré sanado, sálvame, Tú, y seré salvado” (Jer 17, 14)
“El sana a quienes tienen roto el corazón y les venda las heridas” (Sal 147, 3)
“El Señor da consuelo al alma, luz a los ojos, salud, vida y bendición” ((Ecco 34,
17)
“A través de todas las palabras de la Sagrada Escritura, Dios dice sólo una Palabra, su
Verbo único, en quien él se dice en plenitud” (Cfr. Heb 1, 1-3) CEC 102
De manera que con el Verbo encarnado, entre nosotros, podemos entender la Palabra
que nos dice:
“La Palabra está cerca de ustedes, en sus labios y en su corazón para que puedan
cumplirla” (Deut 30, 14)
En efecto Jesús pasó sanando con su Palabra. Con una sola Palabra expulsó a los
espíritus malos y también sanó a todos los enfermos que le presentaban (Mc 7, 29-30), y
esto para que se cumpliera lo que dijo el profeta Isaías: “tomó nuestras debilidades y
cargó con nuestras enfermedades” (Mt 8, 16-17)
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Con una sola Palabra sanó a varias mujeres:
“Animo, hija, por tu fe has sido sanada. Y desde aquel momento quedó sana”
(Mt 9, 22)
“Mujer, qué grande es tu fe, hágase como tú quieres… y desde ese mismo
momento su hija quedó sana” (Mt 15, 28)
“Jesús dijo: levántate, toma tu camilla y vete. Y al instante recobró la salud… (Jn
5, 8-9)
Jesús llamó la atención porque tenía una Palabra poderosa, llena de autoridad, contra las
injusticias, las enfermedades, el demonio. Todo el mundo decía:
“¿Qué Palabras son éstas? Con toda autoridad y poder ordena a los espíritus
impuros que salgan y ellos salen” (Lc 4, 36)
La Iglesia fue enviada en nombre de Jesús, a sanar con la Palabra del Evangelio. Eso es
lo que hace Pedro al comienzo de su ministerio:
Y eso es lo que sigue haciendo la Iglesia hoy en día, a través de los sacramentos y
sacramentales, a través de la predicación de la Palabra y de la oración. Ella invoca la
Palabra que sana, y en nombre de Jesús expulsa el demonio, perdona los pecados, salva
de las enfermedades, concede la paz y abre las puertas del cielo. En verdad Jesús es la
Palabra que sana: “No hay ningún nombre dado a los hombres en el que podamos ser
salvados sino sólo el nombre de Jesús” (Hch 4, 12)
Oremos:
Para beneficiarse de esta Palabra que sana, consuela, salva y lleva a la vida eterna,
habría que hacer las siguientes cosas prácticas:
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1. Creer en ella. Es necesario que nos acerquemos a la Palabra con fe, con
humildad, con apertura a la verdad que contiene. Haz actos de fe ante la Palabra,
mírala con reverencia, con amor, como la Palabra de Dios que sana. Acepta en fe
la Buena Nueva que contiene: sus promesas, exigencias, enseñanzas…
2. Tener contacto físico con ella. Para ello es recomendable que tengas tu propia
Biblia, que la cargues o la tengas expuesta en tu casa o tu trabajo, en lo posible
sobre un altarcito con velas, mantel y flores. Igualmente se aconseja para este
contacto físico que la veas, la toques, la leas, la beses… es la Palabra de Dios
que sana.
4. Tener contacto espiritual con ella. Para ello se recomienda hacer la lectio
divina:
meditar la Palabra con la ayuda de las notas que traen las Biblias,
tratando de descubrir la Buena Nueva que expresa esa Palabra concreta.
Responder a la pregunta: ¿Qué me dice el texto?
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Y aunque no nos sintamos muy capaces para anunciar la Palabra y aunque
sintamos temor, no olvidemos lo que nos enseña San Pedro: los profetas nunca
hablaron por iniciativa humana, eran hombres que hablaban de parte de Dios,
dirigidos por el Espíritu Santo” (2 Pe 1, 21). Así que no temamos. Jeremías
temió pero el Señor lo confirmó diciéndole “no digas soy un niño, irás donde yo
te envíe y dirás lo que te ordene… alargó su mano, tocó mi boca y me dijo: mira
pongo mis Palabras en tu boca: te doy autoridad…” (Jer 1, 6-10) A Moisés y a
Aarón, limitados y miedosos como se sentían para hablar las Palabras de Dios, el
Señor les dijo: “Yo estaré en tu boca y en la suya” (Ex 4, 15), Esa era la
convicción de David: “El Espíritu del Señor habla por medio de mí; su Palabra
está en mi lengua” (2 Sam 23, 2)
Si quieres que la Palabra de Dios te sane, sigue los siguientes consejos que te da el
mismo Señor Dios:
1. Cree en la Palabra
“Si no creen en lo que escribió Moisés sobre mí, ¡Cómo van a creer a mis
Palabras?” (Jn 5, 47)
2. Escucha la Palabra:
“¡Felices los que siguen las enseñanzas del Señor, los que atienden a sus
mandatos!” (Sal 119, 1-2)
“Damos gracias a Dios porque cuando escucharon la Palabra de Dios que les
predicamos, la recibieron realmente como Palabra de Dios y no como palabra
humana, y en verdad la Palabra de Dios produce sus resultados en ustedes los
que creen” (1 Tes 2, 13)
“Yo soy su amigo porque les he dado toda la Palabra de Dios” (Jn 15, 15)
4. Acepta la Palabra:
5. Espera en la Palabra:
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6. Ama la Palabra:
“Amo tu Palabra mucho más que el oro fino” (Sal 119, 127)
7. Alaba la Palabra:
“Cuando tengo miedo, confío en Dios y alabo su Palabra” (Sal 56, 3-4.10)
8. Memoriza la Palabra:
“He guardado tus Palabras en mi corazón para no pecar contra ti” (Sal 119, 11)
“Guarda en tu corazón estas Palabras que hoy te digo…” (Deut 6, 6-9)
9. Respeta la Palabra:
“El hombre en quien yo me fijo es el pobre y afligido que respeta mi Palabra” (Is
66, 2)
“Si el Señor te habla, responde “habla, Señor, que tu siervo escucha” (1 Sam 3,
9)
“El que escucha la Palabra y la cumple se parece al hombre sabio y prudente que
construye sobre roca…” (Mt 7, 24-27)
“Hay cosas que no sabemos: ésas pertenecen al Señor nuestro Dios; pero hay
cosas que nos han sido reveladas a nosotros y a nuestros hijos para que las
cumplamos siempre: todos los mandamientos de esta ley” (Deut 29, 29)
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14. Apasiónate por la Palabra:
“Me consume el celo que siento por tus Palabras” (Sal 119, 139)
Oremos:
V - CONCLUSION
“La Iglesia ha venerado siempre las divinas Escrituras como venera también el Cuerpo
del Señor. Ella no cesa de presentar a los fieles el Pan de vida que se distribuye en la
mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo (Cf. DV 21)” CEC103
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La fe cristiana confiesa que la Palabra de Dios es la Palabra que sana. Nos sana cuando
nos corrige, cuando nos orienta, cuando nos muestra el camino, cuando ilumina nuestras
tinieblas, cuando nos saca del pecado, cuando nos conduce al bien, cuando consuela
nuestras tristezas, cuando disipa nuestras dudas, cuando calienta nuestras tibiezas,
cuando conforta nuestra debilidad, cuando haciendo presente a Dios en nuestra vida, nos
quita los males físicos y espirituales.
La Palabra de Dios es la Palabra que sana porque ella nos interpela, orienta y modela la
existencia (Cfr NMI 39), porque es muy útil ya que “toda Escritura (Palabra) está
inspirada por Dios y es útil para enseñar, corregir, educar en una vida de rectitud… y
para que el hombre esté capacitado para hacer toda clase de bien” (2 Tim 1, 14-16)
En fin, la Palabra de Dios tiene poder para obrar maravillas en los creyentes: “Es tan
grande el poder y la fuerza de la Palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la
Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida
espiritual” (DV 21) “La Palabra de Dios, es fuerza de Dios para la salvación del que
cree” CEC 124
Esta Palabra que sana debe llegar a las personas deseosas de salvación. Se necesitan
apóstoles de la Palabra que hagan llegar la Palabra que sana a todos los ambientes, pues
“todos los que invoquen el nombre del Señor quedarán a salvo (obtendrán salud), pero
cómo van a invocarlo si no han creído en él, y cómo van a creer si no han oído hablar de
él y cómo van a oír hablar de él si no h ay quien anuncie sus Palabras” (Hch 10, 13-14)
Y cuando les entrega la Biblia les completa el programa, porque le dice a cada uno:
“Recibe el libro de la sagrada Escritura,
y transmite fielmente la palabra de Dios,
para que sea más vivida y eficaz en el corazón de los hombres”
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La Palabra hay que recibirla, en el sentido grande de la receptividad, y transmitirla en el
sentido amplio de darla no de cualquier modo, sino de tal manera que llegue a ser eficaz en
el corazón de los hombres.
Todo cristianos puede ser portador de la Palabra poderosa de Dios que sana. Lo que dice
Puebla del sacerdote se puede decir de todo cristiano, sacerdote, profeta y rey, por su
bautismo:
“El presbítero, (el cristiano) es un hombre de Dios. Sólo puede ser profeta en la medida
en que haya hecho la experiencia del Dios vivo. Sólo esta experiencia lo hará portador
de una Palabra poderosa para transformar la vida personal y social de los hombres de
acuerdo con el designio del Padre” (DP 693)
San Agustín tenía un amor y respeto tan inmensos por la Palabra que llega a decir: “Yo
os pregunto, hermanos míos, ¿cuál de estas dos cosas os parece de mayor dignidad: la
Palabra de Dios o el Cuerpo de Jesucristo? La misma precaución que ponemos por no
dejar caer a tierra el cuerpo de Jesucristo, que se nos presenta, debemos ponerla para no
dejar caer de nuestro corazón la Palabra de Jesucristo que se nos anuncia”
OREMOS
Señor Dios nuestro, no quites de nuestra boca la Palabra de verdad” (Sal 119, 43)
No dejes que nos apartemos de tus mandamientos” (Sal 119, 10)
Concede a tus siervos que anuncien tu Palabra con valentía y que por tu poder
sanen a los enfermos” (Hch 4, 29-30)
Creemos firmemente que con tu Palabra y con tu Espíritu puedes volvernos a
crear de nuevo,
Creemos firmemente que con tu Palabra poderosa se pueden expulsar demonios
y hacer el bien,
Pues como dice Judith: “No hay quien resista a tu voz” (Jdt 16, 14)
Ven pues con tu Palabra y sana nuestros corazones heridos, borra nuestros
pecados y líbranos de las tentaciones del Enemigo.
Te lo pedimos a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
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