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PROGRAMA DE
FORMACIÓN GENERAL
SEMANA Nº 12
ÉTICA Y MORAL
CONTENIDOS
ÉTICA Y MORAL
CAPACIDAD
- Definición y características
Evalúa situaciones que generan - El acto moral
dilemas éticos y morales en la - Ética profesional: casos.
actividad humana y empresarial.
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REFLEXIONA Y COMPARTE...
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perfección, sino una perfección que me perfecciona, una perfección perfectiva para mí,
aunque puede no serlo para otros.
La Relatividad del Bien
Es de subrayar que no todo lo que perfecciona a un sujeto, perfecciona a otros. El abono
animal nutre las flores, pero no al hombre. La alfalfa es buena, sabrosa y sana, perfectiva,
para las vacas, no para el hombre (a no ser mediando las vacas). Es claro que el bien es
relativo: dice relación a un sujeto o a un conjunto más o menos numeroso de sujetos
determinados.
Esa «relatividad» del bien induce a muchos a pensar que el bien no es «objetivo» como
tal, es decir, que no está ahí, independientemente de que yo lo piense, desee o apetezca,
sino que cada uno puede tomar por bueno «lo que le parezca», lo que opine, desee o
sienta. Cada uno sería libre de considerar bueno una cosa o su contraria y decidir por su
cuenta sobre el bien y el mal. Cada uno sería el «creador de valores», porque el valor o
bondad de las cosas no estaría en ellas, sino en mi subjetividad, en mi pensamiento, en
mi deseo o en mi opinión.
La Objetividad del Bien
Pues bien, aunque el bien sea «relativo» respecto a un sujeto o a un número determinado
de sujetos y no a otros, es al menos casi tan objetivo como la verdad. La bondad del aire
que respiramos, el agua que bebemos, el calor y la luz del sol que nos vivifica, etcétera,
etcétera, no son valores que inventamos o creamos: no tienen una bondad «opinable»:
está ahí, con independencia de nuestra estimación o juicio.
De modo similar descubrimos el valor de la justicia, de la libertad, de la paz, de la
fraternidad, de la solidaridad: valores objetivos que no tendría sentido negar. Si yo los
negase porque en algún momento no me apetecieran, seguirían siendo valiosos para mí y
para todos. Mi inapetencia sería un síntoma seguro de alguna enfermedad del cuerpo o
del espíritu.
Es también importante advertir -frente a lo pensado y difundido por ciertos filósofos- que si
yo apetezco la manzana, no es porque yo le confiera el buen sabor. La manzana no es
sabrosa simplemente porque yo la saboree con gusto. Aunque a otro no le guste -quizá
porque esté enfermo-, la bondad de la manzana no es un simple producto de mi
subjetividad: la manzana misma tiene por sí la aptitud para causar un buen sabor y una
buena nutrición. Si así no fuera, el mismo sabor y la misma virtud nutritiva podría
encontrar yo en el acíbar o en la basura.
Es indudable que hay bienes o valores objetivos. Cabe preguntarse si todos los bienes lo
son. Y, en efecto, la respuesta es afirmativa, porque, en la práctica, las cosas y las
acciones humanas, quiérase o no, siempre perfeccionan o deterioran, incluso las que,
teóricamente, pueden considerarse indiferentes (como, por ejemplo, pasear).
La relatividad del bien por tanto no significa que el bien sea bueno porque mi voluntad lo
desea, sino que mi voluntad lo desea porque es bueno. La bondad, primeramente está en
la cosa y después puede estar en mi juicio, capricho, opinión o estimación. Lo que es
bueno para mí puede ser malo para otro –ahí está la relatividad-; por ejemplo, un fármaco
o un trabajo determinado. Pero la relatividad no depende de mi parecer. ¿De qué
depende entonces?
El bien, para mí, depende, justamente, de lo que yo soy, es decir, depende de mi ser, lo
cual, ahora mismo, no depende de mi voluntad ni es una cuestión opinable. Aunque yo
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ahora tenga cualidades y defectos que sean consecuencia de mi libre voluntad, lo que he
llegado a ser, lo que ahora soy, lo soy ya con independencia de mi voluntad, y con la
misma independencia habrá cosas buenas o malas para mí.
En suma, el bien depende del ser (real, objetivable, que está ahí con independencia de la
estimación del sujeto) y, más concretamente, del modo de ser. Y hay algo que el hombre
nunca podrá dejar de ser, esto es, precisamente, hombre. Las características
individuantes o personales de cada uno, no difuminan ni anulan la naturaleza humana, al
contrario, son perfecciones (o limitaciones y defectos) de esa naturaleza peculiar, que
compartimos todos, y que hace posible que hablemos con sentido del «género humano» o
de la «especie humana», y también de un bien objetivo común a toda la humanidad.
Hay bienes relativos a personas singulares. Pero hay también, indudablemente, bienes
relativos a la naturaleza humana, común, y, por tanto, a todos y a cada uno de los
individuos de nuestra especie. Por eso hay leyes o normas morales objetivas, universales
y permanentes que afectan a todos los humanos, de cualquier tiempo y lugar. Lo que
daña a la naturaleza, forzosamente ha de dañar a la persona, porque la persona no es
ajena a la naturaleza sino una perfección --el sujeto-- de esa naturaleza determinada. A
naturalezas diversas corresponden diversos bienes.
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disyuntiva: haz esto o acepta las consecuencias. Es simplemente: haz esto. No me está
permitido exponerme a mí mismo a las consecuencias de no hacerlo. De hecho,
cualesquiera que sean las consecuencias, han de juzgarse ellas mismas por este criterio
moral, y las consecuencias últimas han de contener su propio valor moral.
Algunos autores prefieren expresar este aspecto del deber ser mediante los términos de
correcto y erróneo en lugar de bien y mal. Es cierto que el primer par tiene un saber más
obligatorio que el segundo, pero es imposible lograr que la gente se sirva de semejantes
términos sencillos de modo consecuente especialmente si se los toma como no definibles.
Podemos utilizarlos como sinónimos y fiarnos en el contexto para su aclaración.
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es movida por un agente; porque nada se reduce por sí mismo de la potencialidad al acto.
Pero es el caso que un agente no mueve, excepto con la intención puesta en un fin.
Porque si el agente no estuviera condicionado con respecto a algún efecto particular, no
haría una cosa con preferencia a otra; por consiguiente, con objeto de producir un
determinado efecto, el agente ha de estar determinado necesariamente con respecto a
uno particular de ellos, lo que constituye la naturaleza del fin.”
En otros términos, antes de actuar, el ser con capacidad para hacerlo está en un estado
indefinido y puede ya sea actuar o no, actuar en una determinada forma o en otra.
Ninguna acción tendrá jamás lugar, a menos que algo elimine dicha indeterminación,
mueva el ser a actuar y oriente su actividad en una determinada dirección. De aquí que el
principio de finalidad, esto es, "todo agente actúa con miras a un fin", está implícito en los
conceptos de potencia y acto, así como en la noción entera de casualidad. Si todo agente
actúa con miras a un fin, el agente humano también lo hace ciertamente así.
La descripción que precede se basa en Aristóteles, quien confirió a la teleología su
expresión clásica. Pero nuestro interés está en el hombre. Sea lo que sea lo que se
piensa de la teleología en el universo conjunto, ningún individuo en su cabal juicio puede
negar que los seres humanos actúan con miras a fines. Inclusive aquel que se propusiera
demostrar que no lo hacen, tendría esta demostración como su fin. El dejar de adaptar el
individuo su conducta a fines racionales constituye el signo reconocido de trastorno
mental. Por consiguiente, el solo supuesto de que hay algo como actos humanos
racionales constituye el reconocimiento de que los seres humanos actúan con miras
afines.
Se plantea esta cuestión: si todas las cosas, incluido el hombre, buscan un fin que es
también el bien, ¿cómo puede dejar un acto de ser bueno, cómo puede la conducta
humana equivocarse? El bien como fin, como perfeccionante, como bien para, posee
varios significados, de entre los cuales debemos aislar el bien moral.
La tesis del metafísico, en el sentido de que "todo ser es bueno", se refiere únicamente a
la bondad ontológica o metafísica. Significa solamente que todo ser, por el solo hecho de
ser un ser, tiene en sí alguna bondad y es bueno para alguna cosa, contribuyendo en
alguna forma a la armonía y la perfección del universo. Todo ser posee cierta cantidad de
bondad física, que consiste en una integridad de sus partes y en una competencia de
actividad. Aunque algunas cosas son físicamente defectuosas, son buenas en la medida
en que tienen el ser, y defectuosas en el sentido de que les falta ser. Pero, del hecho de
que todo ser sea bueno para algo, no se sigue que todo ser sea bueno para todo. Lo que
es bueno para una cosa podrá no serlo para otra, y lo que es bueno para una cosa en
determinadas circunstancias o desde un determinado punto de vista podrá no serlo en
circunstancias distintas o desde otro punto de vista. La metafísica considera el bien en su
sentido más amplio y puede encontrar así, en alguna forma, bien en cada cosa; la ética,
en cambio, considera el bien bajo el aspecto limitado de la conducta humana voluntaria y
responsable, y encuentra a menudo este aspecto extrañamente alterado. El asesino
apunta la pistola y derriba a su víctima. Se trata de un buen tiro, pero de una acción mala.
Desde el punto de vista de la ejecución es admirable, pero en cuanto acto di conducta
humana es condenable. Hay algún bien en todas las cosas, pero éste no es
necesariamente el bien ético o moral.
Debido a que no todo es bueno para todo, corresponde al juicio humano decidir cuáles
cosas son buenas para él. Los juicios humanos están sujetos al error y, por consiguiente,
el individuo podrá tomar el bien aparente por el bien verdadero. Al menos que una cosa
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En el Perú colonial fue moralmente bueno ejecutar a los llamados herejes pero hoy día ya
no lo es. Un representante de esta corriente es el filósofo contemporáneo Marcuse. La
exposición de esta tendencia nos excusa de hacer algunas objeciones conocidas a las
otras tesis, pues ella se funda en una crítica a los objetivismos y subjetivismos. Asimismo,
aunque es también una posición discutible, concederemos, sin prolongar la exposición
innecesariamente a este nivel, que ésta es la más admitida por los pensadores
contemporáneos y la que más liga a la Axiología con las investigaciones de una ciencia
social conocida como Antropología Cultural.
Ética a Nicómaco
(Aristóteles)
Libro Segundo, Capítulo V
Tras de esto habemos de inquirir qué cosa es la virtud. Y pues en el alma hay tres géneros de
cosas solamente: afectos, facultades y hábitos, la virtud de necesidad ha de ser de alguno de estos
tres géneros de cosas. Llamo afectos la codicia, la ira, la saña, el temor, el atrevimiento, la envidia,
el regocijo, el amor, el odio, el deseo, los celos, la compasión, y generalmente todo aquello a que es
aneja tristeza o alegría. Y facultades, aquellas por cuya causa somos dichos ser capaces de estas
cosas, como aquellas que nos hacen aptos para enojarnos o entristecernos o dolernos.Pero hábitos
digo aquellos conforme a los cuales, en cuanto a los afectos, estamos bien o mal dispuestos, como
para enojarnos. Porque si mucho nos enojamos o remisamente, estamos mal dispuestos en esto, y
bien si con rienda y medianía, y lo mismo es en todo lo demás. De manera que ni las virtudes ni los
vicios son afectos, porque, por razón de los afectos, ni nos llamamos buenos ni malos, como nos
llamamos por razón de las virtudes y vicios. Asimismo por razón de los afectos ni somos alabados
ni vituperados, porque ni el que teme es alabado, ni el que se altera, ni tampoco cualquiera que se
altera o enoja comúnmente así es reprehendido, sino el que de tal o de tal manera lo hace; pero por
causa de las virtudes y los vicios somos alabados o reprehendidos. A más de esto, en el enojarnos
o temer no hacemos elección; pero las virtudes son elecciones o no, sin elección. Finalmente, por
causa de los afectos decimos que nos alteramos o movemos; pero por causa de las virtudes o
vicios no decimos que nos movemos, sino que estamos de cierta manera dispuestos. Por las
mismas razones se prueba no ser tampoco facultades; pues por sólo poder hacer una cosa, ni
buenos ni malos nos llamamos, ni tampoco somos por ello alabados ni reprehendidos. Asimismo las
facultades, naturalmente las tenemos, pero buenos o malos no somos por naturaleza. Pero de esto
ya arriba se ha tratado. Pues si las virtudes ni son afectos ni tampoco facultades, resta que hayan
de ser hábitos. Cuál sea, pues, el género de la virtud, de esta manera está entendido.
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