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La historia de China, una de las civilizaciones más antiguas del mundo con continuidad

hasta la actualidad, tiene sus orígenes en la cuenca del río Amarillo, donde surgieron las
primeras dinastías Xia, Shang y Zhou. La existencia de documentos escritos hace cerca de
3500 años ha permitido el desarrollo en China de una tradición historiográfica muy precisa,
que ofrece una narración continua desde las primeras dinastías hasta la edad
contemporánea. La cultura china, según el mito, se inaugura con los tres emperadores
originarios: Fuxi, Shennong y finalmente el Emperador Amarillo Huang, este último
considerado como el verdadero creador de la cultura. Sin embargo, no existen registros
históricos que demuestren la existencia real de estas personalidades, las que de acuerdo con
la transmisión oral de generación en generación, habrían vivido hace unos 5000 a 6000
años.

La enorme extensión geográfica del estado actual de la República Popular China hace que
inevitablemente la historia de todo este territorio abarque, en sentido amplio, a un gran
número de pueblos y civilizaciones. Sin embargo, el hilo conductor de la narración
tradicional de la historia china se centra, en un sentido más restringido, en el grupo étnico
de los chinos, y está íntimamente asociada a la evolución de la lengua china y su sistema de
escritura basado en los ideogramas. Esta continuidad cultural y lingüística es la que permite
establecer una línea expositiva de la historia de la civilización china, que, tanto desde los
textos más antiguos del I milenio a. C., como desde los clásicos confucianos, pasando por
las grandes historias dinásticas promovidas por los emperadores, ha continuado hasta el
presente. Los descubrimientos arqueológicos del siglo XX, muy en especial los de los
huesos oraculares, que recogen las primeras manifestaciones escritas en lengua china, han
contribuido en las últimas décadas a un conocimiento mucho más detallado de los orígenes
de la civilización china.

La narración tradicional china de la historia se basa en el llamado ciclo dinástico, mediante


el cual los acontecimientos históricos se explican como el resultado de sucesivas dinastías
de reyes y emperadores que pasan por etapas alternas de auge y declive. Este modelo del
ciclo dinástico ha sido criticado por muchos autores1 por dos razones fundamentales: En
primer lugar, por su simplismo, ya que el modelo adopta un patrón recurrente según el cual
los primeros emperadores son heroicos y virtuosos, mientras que los últimos son débiles y
corruptos. Esta visión está sin duda influida por la interpretación de las propias dinastías
reinantes, las cuales encontraban en la degradación de la dinastía precedente una
legitimación de su propio ascenso al poder. En segundo lugar, el modelo dinástico ha sido
también criticado por presentar una visión nacionalista artificial, pues lo que en una
interpretación alternativa podría verse como una sucesión de diferentes estados y
civilizaciones en un mismo territorio, aparece como una mera alternancia de regímenes de
gobierno en el marco imperturbable de una entidad nacional única.

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