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CAMINO A CELAYA – CRONICAS MOTERAS

CAMINO A CELAYA – CRONICAS MOTERAS

Pienso en ella, en su sonrisa, su voz, sus mil y un platicas que nunca me


permitieron cansarme o aburrirme, porque ella siempre platica rico. Ella
es una mujer muy interesante, además de alta y muy guapa. Ya casi son
las seis de la tarde, las dos últimas horas se me han hecho eternas, ya
quiero salir del trabajo. Lo bueno es que esta planta está a ocho
kilómetros de casa. Por fin dan las seis de la tarde, y yo estoy al minuto
con los dos pies fuera de la planta.

Me entusiasma tanto este viaje, porque se me ocurrió de la nada hacerlo


después de comer. El ir a verla, olerla, abrazarla, besarla… cierro mis ojos
y la imagino frente a mí, y ya me dan ganas de comérmela a besos. Ella
está trabajando, como casi todos los días y en especial los fines de
semana. Le comente que iba a ir a verla y ella me pareció emocionada.

Llego a casa después de manejar mi motocicleta los ocho kilómetros que


me separan del trabajo. Encontré el camino lleno de autos, por lo que ya
son las seis y veinte de la tarde. Dejo mis cosas (agenda, laptop) y tomo
un paquetito con un juego de ropa interior, un pantalón y una camisa.
Pongo mis cosas en una bolsa más grande y paso al refrigerador, donde
tomo un refresco en lata y unas galletas. No sé cuándo voy a regresar,
tal vez hoy en la noche, o mañana en la madrugada, pero si llueve, me

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voy a mojar todito, por lo que la ropita que llevo me va a permitir


cambiarme mientras se seca la mojada.

Salgo al estacionamiento y verifico las tensiones de la cadena de la


motocicleta, el estado de los chicotes de embrague y de aceleración,
verifico que las llantas estén bien infladas y verifico también que lleve lo
mínimo necesario de herramienta en la cajita bajo el asiento, diseñado
para ello. Arranco la máquina y me dirijo a la gasolinera, estoy estimando
manejar cuatrocientos cincuenta kilómetros a mí destino, lo cual puede
requerir que en el camino tenga que recargar. Verifico la presión de aire
de las llantas y doy un último vistazo al visor de nivel de aceite. Todo
parece estar bien y en orden. Pago el combustible equivalente al tanque
lleno y me hago a un lado para prepararme con tranquilidad y con
cuidado. Esta aventura la haré en motocicleta, pero requiere el mismo
cuidado y respeto que se aplica cuando uso mi automóvil.

Por unos instantes pienso en ese ser superior, en ese Dios que todo lo
creo y que todo lo ve. Es curioso, no voy a misa y no soy un católico “de
hueso colorado”, pero siempre pido a Dios las cosas sencillas que
necesito, como salud, paz y creatividad. Siento que Dios está conmigo
cuando puedo dar un consejo, cuando puedo ayudar sinceramente a
alguien, y realmente en ese sentido soy afortunado, porque he podido
ayudar de muchas formas a mucha gente. Pienso: “Dios mío, mi
sentimiento es sincero por esta mujer, permíteme llegar a salvo a verla,
líbrame por favor de todo mal y contratiempo”. Así como siento que Dios
está conmigo, acompañándome arriba de la moto, más cuando hago el
bien a alguien, así siento que, en este momento, antes de iniciar el viaje,
nuevamente siento que Dios está conmigo, y todo saldrá bien.

Aún tenemos la luz del sol. Me coloco bien la chamarra de poliéster


balístico, diseñado en específico para andar en motocicleta, y la cual me
protegerá de los raspones en el caso de una caída, esos raspones son tan
peligrosos que pueden dejarme expuestos los huesos y arrancarme parte
de algún musculo. Me quito los lentes para poder colocarme el casco, y
con cuidado, una vez que el casco está en su lugar en mi cabeza, me
coloco los lentes para posteriormente colocarme los guantes de cuero,
muy útiles para proteger mis manos en caso de una caída.

Enciendo eléctricamente la motocicleta e inicio la marcha. Veo mi reloj,


son las seis cincuenta y cinco de la tarde. Atravieso mi colonia y ya me
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encuentro a los cinco minutos sobre la avenida central, la cual me llevara


al Circuito Interior Mexiquense, y al terminar de recorrerlo, saldré a la
altura de Jorobas. He recorrido ya más de treinta kilómetros, en este
punto anda, mi velocidad crucero anda en los sesenta kilómetros por hora.

Puedo levantar fácilmente más de noventa kilómetros por hora con esta
máquina, pero si a esa velocidad me llego a caer, uno de mis brazos, mis
piernas o incluso mi cabeza se pueden desprender de mi cuerpo. En estos
lugares el tráfico es pesado, así que no es seguro para mí ir más rápido.

Ya tengo hambre y empiezo a pensar en un guiso que ella prepara, se me


antoja mucho, en especial un par de tortillas fritas, encima de dos huevos
estrellados y con una riquísima salsa roja con jitomate, y sobre todo,
muchos trocitos de chorizo.

Continuo mi camino, y de pronto alcanzo un autobús que va para


Querétaro, es una máquina moderna muy confortable, con aire
acondicionado. Se detiene y yo alcanzo a ver que más de la mitad de este
va vacío. Veo el medidor de kilómetros de mi motocicleta y veo que han
pasado ya ciento setenta y un kilómetros. Ya estoy cansado. A diferencia
del auto, en la moto todo el camino se siente en los brazos y en las
piernas. El automóvil realmente es muy cómodo con la dirección
hidráulica y todos los artificios que les ponen, como el cambio automático
de velocidades. En motocicleta todo se siente en carne viva.

Si me siento cansado, he trabajado en una planta todo el día y ahora voy


manejando mi vehículo con mucho entusiasmo por verla. De pronto
recuerdo las veces que, en el sillón de mi sala, o sobre mi cama yo me
quedado dormido mientras pensaba en ella: No sabía si en ese momento
ella lavaba los trastes o hacia otra cosa, pero pensando en ella, yo me
dormía unos minutos para recuperarme del cansancio y de pronto me
sentía calientito y me dormía por lo mismo un poco más.

Empieza a llover ligeramente, me preocupa un poco que el piso este


mojado, porque la adhesión entre el hule de la llanta y el pavimento
cambia, haciendo peligroso un derrape, y cuando el nivel del agua sube
como dos centímetros, como por lo regular esta sucia, obscura… no
permite ver si hay un bache o un hoyo debajo del nivel del agua, lo que
también puede provocar una caída. Eso sin contar que cualquier vehículo

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al pasar a un lado y rebasar, puede levantar una gran ola de agua sucia,
con la cual el motociclista queda totalmente bañado.

El caer de una moto en movimiento trae varios problemas implícitos. Uno


es el primer golpe, que normalmente es fuerte y puede fracturar más de
un hueso, es un impacto que ya he sentido sin llegar al trauma varias
veces, aunque en la última ya me fracture un brazo. Después de la caída,
viene el problema de que uno continua por pura inercia desplazándose
sobre el piso, este deslizamiento provoca raspones muy fuertes, que si no
se cuenta con el equipo adecuado, uno puede quedar con algún hueso
expuesto. Yo ya me levanté la piel de mi brazo izquierdo por un raspón
sobre el pavimento, así que se, en carne propia que arde mucho. Al final
de la caída otro gran problema es que algún otro vehículo pase encima
de uno. Eso significa que una caída es al menos tres veces más peligrosa
que un atropellamiento normal.

Estoy cruzando la Caseta de Cobro de “Jorobas”, pago los derechos e


cruce y eso me incorpora a la autopista México – Querétaro. Pienso y ella,
en sus ojos, su pelo, sus piernas, y del gusto me doy cuenta de que se
me antoja tener una cabaña para vivir, en medio de un bosque. Eso en
verdad seria hermoso, dormir bajo el frio y la neblina de la zona, viendo
y disfrutando diariamente el olor a bosque, en una sensación diaria de
vida, y seria maravilloso despertar con ella todos los días.

Pienso en Celaya, escenario de la famosa Batalla de Celaya y donde mi


abuelo salió herido en la espalda. El dolor debió de ser intenso,
considerando que no había servicios sanitarios de combate en el lado
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federal, donde mi abuelo combatía desde los doce años. Siendo yo aun
un bebe mi madre durante el baño en tina descubrió en mi espalda una
mancha que por más que tallo y tallo con agua y jabón, simplemente no
se me quito. Le comento a mi abuela paterna, y al mostrarle mi espalda,
mi abuela se sorprendió que yo tenía un lunar en el lugar exacto donde
mi abuelo había sido herido. Nadie se había dado cuenta de esa mancha,
pero la última vez que ella me vio desnudo me comento de ella. Mi padre
de niño, jugando en San Luis Potosí, metió los pies por error a un hoyo
en el piso que tenía cenizas aun calientes de carbón, y se los quemo, a
excepción de las plantas de los pies, que fueron protegidas por el cuero
de los guarachitos que traía puestos. Mis dos pies tienen un par de
enormes lunares, en recuerdo de esas lesiones. Eso me hace recordar
algo que me hace sonreír, siempre que estamos juntos, ella me desnuda
por completo a mí.

Los automóviles pasan rebasándome y yo mantengo una velocidad


cercana a los cien kilómetros por hora, aunque por varios tramos puedo
levantar incluso más velocidad, en otros el tráfico me obliga a ir más y
más despacio. Esta máquina fácilmente puede ir al doble de velocidad,
pero sinceramente pienso que debo mantener un ritmo y velocidad que
me de seguridad y no que me mantenga en riesgo.

Voy disfrutando el hecho de que voy en motocicleta por la autopista. Por


fin empiezo a ver letreros que hacen darme cuenta de que voy en el
camino correcto, hacia Celaya Guanajuato. El tráfico me hace reducir un
poco la marcha, y eso me permite dirigir mi mirada hacia los lados y
darme cuenta de que ya se anuncia el libramiento “Palmillas – Apaseo”,

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camino que me permitiría evitar pasar por Querétaro y me ahorraría


tiempo, más no kilómetros.

Por fin, he llegado a Celaya, continuo con mi camino por la lateral, y por
fin llego al famoso Oxo que está cerca de su casa y doy la vuelta a la
derecha, continuo mi camino y a mi derecha veo la calle donde los
domingos se pone un tianguis y eso me hace recordar que los domingos
venden tacos de carne asada muy sabrosos. Han pasado casi cuatro horas
por el tráfico, y viendo mi tablero me doy cuenta qué he recorrido en total
cuatrocientos setenta kilómetros.

Detengo mi maquina frente al jardín de su casa, que se encuentra dentro


de una privada de menos de veinte casas. Me bajo de la motocicleta y
toco la puerta con mucha ansiedad, sintiendo el golpeteo en mi corazón
y el correr de la adrenalina por mis venas. Pasan algunos minutos cuando
por fin, ella abre la puerta. Se ve hermosa con su vestido negro y me
encanta su maquillaje, me llama mucho la atención sus aretes y aunque
estoy cansado me siento feliz, y eso hace que se me olvide el cansancio.

¡Cielos! Se ve tan hermosa que siento que soy un hombre muy


afortunado. Ella debe de darse cuenta de mi felicidad, la abrazo y la beso
con mucha fuerza, mi corazón se acelera, y sonrío cuando me doy cuenta
de que Ella, a pesar de la hora, ya me espera con una cena muy rica…
estamos solos ¿Qué pasará?

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