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Ghost Ops 01 - Heart of Danger
Ghost Ops 01 - Heart of Danger
Ghost Ops, una pequeña unidad de soldados de super-elite tan secreta que
tan solo dos hombres conocen su existencia. Traicionados por su
comandante mientras están en una misión antiterrorista, el equipo es
masacrado. Solo sobreviven tres… y se encuentran atrapados y caídos en
desgracia. Pero camino de la corte marcial escapan… y desaparecen.
Capítulo 1
The New York Times
6 de Enero.
Un año después.
Mount Blue.
Norte de California.
Su automóvil se murió.
Todo muerto.
Era imposible ver nada fuera del vehículo, para medir lo cerca estaba del
borde de la carretera. La nieve era demasiado gruesa para eso. Apenas
había podido ver poco más de dos metros por delante con los faros
halógenos especiales encendidos. Ahora con un coche muerto, sin luces y
ningún medio de comunicación, podría haber estado en otro planeta.
Finalmente supo que era el camino correcto cuando casi chocó contra una
roca grande, una gigantesca sombra de granito más oscura que la noche,
justo en medio de la carretera.
Por supuesto, a ella se le había dicho todo esto.
Así que aquí estaba, agarrando su inútil volante con dos manos sudorosas
en una carretera desierta de montaña, en un coche muerto, a altas horas de
la noche.
El viento bramaba.
Otra ráfaga sacudió fuertemente el vehículo. Las ruedas del lado izquierdo
se levantaron un poco y luego el vehículo volvió a caer con un golpe. El
corazón de Catherine bombeaba con fuerza mientras luchaba contra el
pánico. Una imagen destelló en su mente. El coche, sacudido con violencia
por los vientos huracanados, deslizándose lentamente fuera de la carretera
y cayendo por la ladera.
El volante estaba muy frío bajo sus manos. Lo soltó y se metió las manos
debajo de los brazos. Había guantes en el compartimento del equipaje,
pero éste era activado eléctricamente y nunca se abriría ahora que el
vehículo estaba muerto. Los guantes también podrían haber estado en el
fondo del océano para lo útiles que podían resultarle allí atrás.
Muerte.
Esto es una locura, pensó. Aunque era el final lógico para el cáliz
envenenado que era el centro de su vida.
Su don. Su maldición.
Esta búsqueda loca de un hombre al que jamás había conocido, este Tom
McEnroe, iba a costarle la vida. Como la cita con la muerte en Samarra,
Catherine ya no podía escapar de su don.
El viento volvió a sacudir su coche con rabia, como reclamándolo para sí.
Ella tembló de nuevo. El frío era tan intenso que dolía. El dolor era bueno.
Mientras estuviera dolorida estaba viva, y el daño hipotérmico podía ser
recuperado.
Pronto no habría dolor; estaría más allá del rescate. Y entonces no habría
ninguna vida en absoluto.
El tiempo se detuvo mientras escuchaba los latidos de su corazón en la
oscuridad. Al principio trató de contarlos para darse una idea de tiempo.
Después de dos horas había perdido la cuenta. Después de otra eternidad,
sintió el momento exacto en que su corazón comenzó a latir más lento. Su
temperatura corporal había descendido. Empezaba a deslizarse en la
hipotermia. Se sentía como si ya estuviese muerta y enterrada a gran
profundidad.
Había apenas la suficiente luz para ver. Si el hombre hubiese dado un paso
lejos de ella no habría sido capaz de verlo.
Él era enorme, sus hombros llenaban su campo de visión, tan alto que ella
tuvo que inclinar hacia atrás la cabeza, pero no pudo ver sus facciones. Iba
vestido de negro de pies a cabeza, con un arma atada al muslo y un largo
cuchillo en una funda, el rostro cubierto con un pasamontañas de esquí
negro con ojos como insectos, una visión tan aterradora que habría gritado
si tuviera aliento.
Un Grim Reaper, un ángel de la muerte moderno, venido para llevársela.
—¿Qué quiere? —La voz era profunda y baja, sobre el aullido del viento.
Catherine estaba tan conmocionada que no podía recobrar el aliento. Una
mano grande la sacudió ligeramente, como para sacarla de un trance, y la
otra se movió hacia su rostro, y esos ojos de insecto se… ¿levantaron?
—¿Qué quiere? —La voz era algo más enérgica ahora, con una nota de
hostilidad en ella. Él la volvió a sacudir.
—T… Tom —tartamudeó ella. Su voz era ronca, las primeras palabras que
había dicho en más de doce horas, la boca seca de terror. No había modo
de que su mente revuelta pudiera armar cualquier tipo de razonamiento. La
verdad desnuda cayó por su propio peso—. Tom McEnroe. E… ellos le
llaman Mac.
Ella no tenía ni idea de quién era Tom McEnroe. Por lo poco que sabía,
este hombre nunca había oído hablar de McEnroe. O él era el peor
enemigo de Tom McEnroe. Podría abandonarla o dispararle con esa
enorme arma atada a su muslo. O bien, considerando el tamaño del
hombre, matarla y arrojarla por la ladera de la montaña con un solo golpe
de aquel descomunal puño.
Lo que él hizo fue echar una capucha sobre su cabeza, poner restricciones
de plástico en sus muñecas, alzarla sobre su hombro y caminar a zancadas.
Le sujetaba las piernas abajo con un brazo poderoso. Ella intentó una
patada experimental pero no pudo mover las piernas para nada debajo de
su brazo.
Capítulo 2
¡Maldita sea!
Hembra loca, conduciendo hasta Mount Blue durante una tormenta de
nieve en un pequeño auto eléctrico y sin ropa de invierno. La debería haber
dejado en el ventisquero para morir.
Odiaba la idea de llevar a cualquier persona ajena a la base, pero esta era
una tonta. Tenía que saber quién coño era esta mujer puesto que conocía su
nombre.
Éste había sido limpiado de todos los registros públicos cuando se unió al
Ghost Ops. Los miembros del Ghost Ops no tenían parientes, ni familia, ni
amigos. Era uno de los requisitos para unirse. Eso los hacía mejores
agentes. Sin distracciones, sin conexiones, sin apegos.
Esta era una mierda seria porque cada maldita agencia de la ley le andaba
buscando también, sin mencionar a todas la Fuerzas Armadas de los
Estados Unidos. Y no iban a ser tiernos con él y sus hombres cuando le
encontraran.
Jon y Nick lo habían birlado de una base súper secreta un par de meses
atrás y valía su peso en oro. Subió el calor al máximo, cubrió a la mujer
con una manta térmica y conectó el asiento calentándolo al máximo.
Volvió corriendo al vehículo de ella. La nieve casi había llenado el espacio
para los pies del lado del conductor. Agarró el bolso y una pequeña caja
que tenía sobre el asiento del pasajero y volvió corriendo a su propio
vehículo, dejando la puerta abierta. De todos modos el coche estaba
arruinado. Un PEM había destruido todos los circuitos y nada fuera de un
nuevo motor lo haría funcionar. Mandaría a algunos de sus hombres
después de la tormenta para meterlo en su almacén comunitario.
Él tuvo que darle puntos por su coraje. Ella no estaba gritando y llorando
para que la soltaran, ni sacudiéndose violentamente, ni tratando de
golpearle. Él no tenía ninguna restricción química con él y este clima
ponía a prueba incluso sus habilidades para conducir. Tendría que
noquearla si ella le estorbaba para conducir. No le agradaría, pero lo haría.
No existía absolutamente nada que Catherine pudiera hacer, así que hizo la
única cosa que podía. Quedarse quieta y esperar.
Por más que ella hubiera tratado de evitar las amargas consecuencias de su
don, éste la había llevado hasta este momento en que estaba tan impotente
como un palo arrastrado por un río embravecido hacia el mar.
Viajaron en silencio.
Era una de las raras veces en su vida, Catherine estaba tentada de extender
la mano y tocar, tocar al conductor. Piel contra piel. Ella nunca tocaba a
nadie si podía evitarlo. A menudo los resultados eran dolorosos y a veces
peligrosos.
Sus manos estaban desnudas. Acercar sus manos atadas y tocarlo al menos
le diría si él quería hacerle daño. Si estaba siendo llevada hacia su muerte.
Pero no había ningún lugar por el que pudiera estar segura de tocar su piel.
Él parecía estar cubierto en todas partes por ese material liviano y
resistente, incluyendo las manos.
Una vez más su don era inútil y peligroso. La conducía al peligro, pero sin
brindarle modo de escapar de ello.
Ella no podía hacer nada más que sentarse e intentar mantener calmados y
lentos los latidos del corazón, intentar vaciar su mente de todo
pensamiento, solo intentar… estar. Si iba a luchar a muerte al final de este
viaje, no podía permitirse el lujo de desperdiciar energías en inútiles
especulaciones.
Estaba en una misión para encontrar a este Tom McEnroe, impulsada por
fuerzas que escapaban s su control. Y… Dios la ayudara… impulsada por
un amor abrumador por este McEnroe, por un hombre al que nunca había
conocido.
Mac condujo al asentamiento del cuartel general y entró en una caverna
enorme. Su seguridad era estricta - él mismo la había diseñado-pero los
sensores remotos, situados a los lados de la ruta escondida hacia la entrada
de la caverna, habían reconocido las señales de identificación emitidas por
el aerodeslizador. Si éstos no lo hubieran hecho, un pulso electromagnético
habría apagado el vehículo mucho antes de que estuviera a la vista de la
entrada escondida. El mismo PEM que había quemado los circuitos del
coche de ella.
Mac salió y abrió la puerta del lado del pasajero. La mujer, la doctora
Catherine Young, se quedó serena e inmóvil. Él habría pensado que era
una estatua si no fuera por el ligero temblor de sus manos. Tenía que
admitir que era unas hermosas manos. Y ella era una mujer muy hermosa,
sin duda alguna tampoco.
La mujer que él había sacado del gélido coche había estado blanca como
un papel de frío, alarmada, luego aterrorizada y con todo tan hermosa que
él la había tomado por una modelo. Algo cabeza hueca, estúpida y loca
porque de lo contrario, ¿qué coño estaría haciendo en su deliberadamente
hecha mierda, casi intransitable carretera, de noche, en medio de una
tormenta de nieve?
Ella no era una cabeza hueca, era una doctora, eso lo enloquecía. ¿Qué
mierda creía ella que estaba haciendo?
Él había estado a punto de inventar una historia sobre estar cazando, sobre
quedarse atrapado en la tormenta de nieve y ofrecerse para llevarla de
regreso a Regent, alrededor de sesenta y cinco kilómetros montaña abajo,
cuando ella dejó caer la bomba.
Mac no se sorprendía, pero eso… bueno, eso fue una tremenda sorpresa.
Una mujer que sabía dónde buscarlo cuando todo el gobierno de los
Estados Unidos no tenía ni idea. Posiblemente fuera una espía,
definitivamente una amenaza. Y no iba a dejar su complejo antes de que él
supiera, en principio, quién la había enviado, por qué y cómo diablos sabía
dónde buscar.
—Fuera —dijo.
Así que su voz de mando era la voz de Dios, gritada directamente en los
oídos de sus hombres.
Bueno… mierda.
Si ella iba a fichar la salida, quería ir con la cabeza en alto. Tío, él sabía lo
que era eso. Lo conocía de cabo a rabo.
Era una amenaza… para él, para sus hombres y para esta loca comunidad
que habían reunido en torno a sí mismos.
Tenía que interrogarla tan pronto como fuera posible. Si esta mujer, sin
importar cuán suave, pálida y desvalida se viera, resultaba ser la punta de
lanza de una invasión, él y sus hombres tendrían que luchar. Cuanto más
rápido se enterara de lo que quería, y quién estaba detrás de ella, mejor
podría defenderlos.
Ella hizo oscilar las piernas por la puerta abierta, buscando el suelo con un
pie calzado con un par de botas. Al menos había tenido la sensatez de
ponerse pantalones de lana y botas. Aunque sus piernas parecían que le
llegaban hasta el cuello, era de mediana estatura. Su pie exploró
tentativamente, buscando suelo firme. Finalmente, exasperado, Mac
acomodó las manos en torno a la pequeña cintura, la levantó y bajó sobre
el suelo. Al igual que una bailarina, ella apuntó un pie hacia el suelo y
pareció aterrizar como una maldita primera bailarina.
Ella estaba de pie en silencio con la cabeza alta, las únicas señales de
estrés era el ritmo acelerado de su respiración y el temblor de las manos.
Mac guio a la mujer a través de los bancos y las plantas del enorme
espacio abierto, sabiendo que no mucho traspasaba la capucha. Ni sonidos,
ni luz, ni olores.
Jon subió corriendo las escaleras, abrió de una patada la puerta, le echó un
vistazo a Manuel, detuvo el sangrado, lo cargó sobre el hombro y lo trajo
con él a la montaña, desafiando a Mac y a Nick.
Manuel había entablado una demanda contra una gran agroindustria con
campos experimentales con plantas genéticamente modificadas junto al
suyo, contaminando sus productos orgánicos. El día después de que la
demanda fuera presentada, dos matones le habían golpeado, dejando
pedazos rotos de la causa judicial agitándose encima de su sangre sobre el
suelo.
Así que si ella estaba allí en una misión de espionaje le revisaría las
manos, chequearía la puerta para ver qué tipo de mecanismo de cerradura
tenía, buscaría ventanas en las paredes y vería lo que se podría utilizar
como un arma. Lo haría rápido y en alrededor de un segundo y medio
podría dar una lista detallada de cada artículo en la habitación.
Mac podía hacerlo, Jon y Nick también. Habían sido enseñados por el
mejor, por Lucius Ward.
Una agente habría entendido todo eso de manera instintiva. Habría subido
su nivel de vigilia y habría comenzado a bailotear sobre la punta de sus
pies a la espera de la acción.
Nada de eso. Ella simplemente estaba parada delante de él, mirándolo a los
ojos. La respiración regular, los músculos relajados y las manos flojas.
Y Cristo, era hermosa. En este momento ese era el único factor a favor de
ser una agente. Los servicios en todo el mundo se esforzaban en reclutar
mujeres hermosas y atléticas, algunas veces entrenándolas desde la escuela
secundaria. Eran llamadas “Botes de miel”… y eran espectacularmente
efectivas.
El Ghost Ops tenía dos mujeres disponibles, entrenadas para jugar en las
grandes ligas. Mujeres tan bellas que cualquier hombre las dejaría
acercarse, porque la biología les haría una zancadilla. Conquistado por las
hormonas. Hombres de los que las mujeres se aprovechaban, que nunca
sentían el cuchillo que se deslizaba entre las costillas, el garrote en el
cuello o la microscópica bala entre los ojos.
Pero Francesca y Melanie habían tenido un aspecto inconfundible. Ellas
podrían ocultar que eran soldados bajo ropas de moda y maquillaje pero no
podían ocultar el hecho de que eran peligrosas. Si un hombre tenía ojos
para ver, emitían vibraciones de peligroso como hermosas víboras de
cascabel.
—Siéntese —dijo.
Ella miró a su alrededor y tomó uno de los sillones en la mesa que ellos
usaban para hablar cara a cara, ignorando la larga mesa que utilizaban para
las reuniones. Él se sentó enfrente de ella. Si moviera las rodillas la estaría
tocando.
Por defecto, él había sido designado rey de este pequeño reino. Y aunque
preferiría estar en otro sitito, estaba aquí, en su cómodo sillón. Como un
soldado, él nunca habría permitido sillones en su oficina. Nada fácil para
ser un soldado, la vida más dura, lo más rápido que aprendías. Él tenía un
doctorado en adversidades.
Pero aquí, maldita sea si las personas no venían a él con sus problemas.
Eran civiles. Por mucho que quisiera, no podía ordenarles posición de
firmes y dar un informe de la situación. El mundo civil no funcionaba de
esa forma. Así que había aprendido a ofrecer a su gente una silla
confortable, e incluso una maldita taza de café - había trazado la línea en el
té-esperando que fueran al grano.
—¿Quién coño es usted y por qué está buscando a este tipo, cualquiera que
sea su nombre?
Mac había sido entrenado para mentir por los mejores. Sus ojos no
revelaron absolutamente nada.
La demencia, ¿eh? Tal vez ese era su problema. Estaba demente por no
haberla dejado inconsciente y abandonado a trescientos kilómetros de aquí.
Sí, se estaba volviendo loco.
No podía verlo, pero sabía que Jon estaba tecleando en su teclado virtual.
La mujer apenas había terminado de hablar cuando la voz de Jon llegó por
el auricular invisible del oído.
Mac hizo un gesto casi imperceptible, que ella no captaría pero Jon sí.
Eso era Arka Pharmaceuticals. Y esa era la compañía para la que esta
mujer trabajaba.
Mac dejó que el silencio continuara durante un tiempo. Por fin, hizo un
gesto de impaciencia con la mano.
—¿Doctora Young?
Le sirvió un vaso y ella bebió, ese largo cuello blanco tragando. Cuando
Mac se dio cuenta de que estaba observando con avidez cómo bebía,
apartó la mirada. Cristo.
—Así que algo sobre este tipo, este número nueve, ¿no encajaba?
—Había algo en él que sí, que era inusual. Hemos desarrollado una
resonancia magnética funcional semiportátil y la usamos para rastrear
cambios en los escáneres cerebrales de los pacientes. Ver lo que estimula
diversas partes del cerebro, en particular en el marco del protocolo de
drogas.
»La demencia tiene muchos orígenes. A veces se trata de una serie de mini
accidentes cerebro vasculares que cortan el oxígeno a secciones del
cerebro, convirtiéndolas esencialmente en tejido muerto. El Alzheimer es
el resultado de placas que enredan las sinapsis, exactamente como si el
cerebro se apelmazara. Todos ellos tienen distintas firmas de resonancia
magnética. El número nueve tenía algo más. El escáner del cerebro de este
paciente no tenía sentido para mí. Su cerebro estaba dañado de una manera
completamente nueva. Los síntomas clínicos eran compatibles con la
demencia, pero las imágenes no. Los pacientes con demencia tienen una
degradación general global de funciones, ya sea debido a apoxia o placas,
en el caso de la enfermedad de Alzheimer. Principalmente centrada en el
hipocampo. Aquí estaba viendo la degradación del núcleo estriado, algo
inusual. Los patrones eran extraños. Si no hubiera visto al paciente, habría
dicho que su cerebro había sido… destruido por una fuerza externa. Un
poco como una manta echada sobre las funciones superiores. Pero en el
fondo, el escáner mostró una gran actividad, como incendios. Trató de
comunicarse verbalmente, pero no estaba funcionando. Se agotó. Los
pacientes con demencia olvidan las palabras. No parecía que este paciente
hubiera olvidado las palabras sino que era físicamente incapaz de
pronunciarlas.
Ella suspiró.
—Lucius Ward.
—Santa. Mierda —dijo la voz de Jon en su oído. Mac podía oír jurar a
Nick en el fondo.
—El nombre no significa nada para mí —dijo Mac, alzando las cejas
ligeramente. Se sentía como si le hubieran golpeado pero nada asomó a su
rostro—. ¿Por qué debería?
—Jesús. —Esta vez fue la voz de Nick la que entró por el auricular—. El
Halcón del capitán.
Una cosa que Mac sabía, traidor o no traidor, era que Lucius solo hubiera
renunciado a su pin en la muerte o en la más extrema emergencia. Incluso
si hubiera traicionado a sus hombres, aunque los hubiera vendido, incluso
si absolutamente todo lo que Mac pensaba que sabía acerca de Lucius
estaba equivocado, esto no lo estaba. Haría falta un cataclismo o la muerte
para quitarle de los dedos el Halcón de Lucius.
Ella suspiró.
Los tres habían asumido simplemente que Lucius había desaparecido con
su dinero a alguna isla del Caribe o algún enclave en el sudeste de Asia. Si
había un hombre en el mundo que supiera desaparecer, ese era Lucius
Ward. Era un maestro en ese arte.
—Dijo, dijo que tenía que encontrar a este… este Mac. —Ella levantó la
cabeza y Mac vio dolor y tristeza en sus enormes ojos grises—. Dijo que
cuando le encontrara le dijera Código Delta. No sé qué significa eso.
Peligro.
Catherine había salido una vez con un hombre así. Se habían conocido en
una librería, buscando el mismo libro. Habían tomado café en el Starbucks
de la tienda y él la había invitado a cenar la noche siguiente. Catherine no
se fiaba de los hombres, pero le había parecido tan agradable, de voz
suave, divertido e inteligente. No se habían tocado pero le había gustado.
Habían tenido una gran cena. De vuelta al coche, había decidido dejar que
la besara y aceptaría otra invitación a cenar. Y tal vez el fin de semana le
invitaría a almorzar.
Y lo que era por dentro, bajo esa apariencia agradable, suave, corrió como
el hielo sobre su piel. Remolinos de violencia llenaron su cabeza, teñidos
de rojo y calientes. La enfermedad pulsó atravesándola en oleadas
nauseabundas, estuvo a punto de abrumarla. Había estado allí todo el
tiempo y ella no lo había visto porque no le había tocado. Reconoció en su
beso que la violencia le llenaba, como si su piel fuera un saco lleno hasta
el borde con ella. Todo lo que necesitaría sería la más mínima abrasión y
la piel se rompería y la agresión y la violencia saldrían como un geiser.
Aquella noche había sido como un punto de inflexión, el punto más bajo
de su vida. Después de cerrar la puerta, se había deslizado por la pared,
acurrucándose sobre sí misma y temblando durante horas.
Se le había ocurrido desde la primera vez que tal vez eso era así. Nunca iba
a mejorar. Había juzgado mal al hombre porque se mantenía aislada. Y se
mantenía aislada porque su don lo envenenaba todo cada vez que quería
acercarse a alguien.
Ella le miró a los ojos. Las mujeres tendían a mirar a la gente a los ojos,
pero algunos hombres lo interpretaban como una agresión, como una falta
de respeto, y respondían en consecuencia. No tenía la sensación de que
este hombre estuviera fuera de control. Por el contrario. Cada línea de su
gran cuerpo permanecía inmóvil, claramente atada a su voluntad.
No miró alrededor, pero había visto lo suficiente para saber que era una
habitación cómoda, incluso agradable. Se suponía que las salas de
interrogatorio no eran agradables, se suponía que debían ser austeras e
imponentes. Algo así como una celda de la cárcel, que es donde ibas si
mentías.
¿Qué hora era? Debía de ser cerca de la medianoche. Había dormido mal
la noche anterior, desconcertada por el paciente nueve.
El paciente nueve, Lucius había sido tan desesperadamente insistente, que
su fuerza de voluntad la había inundado, haciendo que le hormigueara la
piel. Las imágenes que procedían de él habían sido tan fuertes, las más
fuertes que jamás había tenido. Como si las barreras entre ellos se hubieran
disuelto y ella estuviera en su cabeza dañada. Había imágenes, verdaderas,
no palabras, salvo ese nombre, murmurado entrecortadamente una y otra
vez. Tom McEnroe. Mac. Mac. Mac.
Sus esfuerzos para hablar eran tan desgarradores que no pudo soportarlo.
Inclinándose hacia él, con la mirada fija en la suya tan salvaje y
desesperada, llevó el oído a su boca.
Quédate aquí. Bien, ¿dónde iba a ir? La puerta se abrió para él y se cerró
detrás de él antes de que pudiera pensar en salir por allí.
¿Iban a dejarla aquí toda la noche? Solo había dos sillas. Tal vez podría
utilizar la otra para las piernas y tratar de dormir un par de horas de un
sueño incómodo.
Capítulo 3
Sede de Arka Pharmaceuticals
San Francisco
Más tarde, cuando el mundo fuera de ellos, la vacuna sería ofrecida a todos
los chinos.
Lee había nacido Cheng Li treinta y ocho años atrás en las afueras de
Pekín. Su padre era médico, pero él quiso asegurar el futuro de su único
hijo así que emigró a San Francisco con su abuelo paterno, cuando Lee
tenía siete años. El título de médico de su padre no fue reconocido por lo
que condujo un taxi.
Pero con Guerrero, China podría tomar el control del mundo en un año. Y
Lee regresaría triunfante a la tierra que nunca había olvidado, un héroe y
un hombre poderoso. El hombre que había sido la última arma en manos
de China.
—Cuando digo “no está en casa”, señor, quiero decir exactamente eso. Se
realizaron búsquedas en la casa. No había nadie dentro.
Todos los Coches-e tenían transponedores que les permitían enviar una
señal de emergencia.
Así que el coche de Catherine Young estaba en algún lugar ahí fuera, pero
no en marcha y el transponedor estaba muerto.
Lee tamborileó con los dedos sobre la mesa, una vez. Fue todo lo que se
permitió. Nadie sabía mejor que él la importancia de mantener el lenguaje
corporal sereno.
Por otra parte, ¿qué sabía Baring? No era científico. No podía seguir el
trabajo de los investigadores.
Lee observó cabeza sin cuerpo de Baring. Sólo unos pocos años atrás
había un retraso de un segundo medio en telefonía holográfico, haciendo a
veces que las conversaciones fueran surrealistas. Pero Arka tenía la
tecnología más avanzada y Baring reaccionaba a tiempo real.
—No, señor.
Baring no tenía ni idea de quién era Nueve. Era algo bueno que el capitán
Ward hubiera trabajado siempre en las sombras. Sólo un puñado de
personas estaba familiarizado con su espectacular carrera militar. Baring
era ex−militar, pero venía de la infantería. Por lo que Ward siempre había
estado por encima del nivel de pago de Baring.
Esto no era nada. Y, sin embargo… que Catherine Young desapareciera
después de trabajar con Ward no era bueno.
Ward era la clave, Lee estaba seguro de ello. Estaban tan cerca, tan cerca.
SL—57 no había funcionado, pero cada iteración sucesiva les acercaba a
su objetivo. Un cóctel de virus de hormonas y estimulantes químicos
transmitidos a los neurotransmisores y potenciadores del músculo estaba
siendo afinado. En la actualidad, el protocolo para mejorar la inteligencia y
la rapidez de reflejos causaba fulminante demencia en la mayoría de los
pacientes, pero estaban más cerca de la comprensión de la causa y revertir
el efecto. SL—58 estaba siendo probado. Ahora mismo, de hecho.
Pero Lee no tenía ninguna intención de dejar que Flynn pusiera las mano
sobre el SL una vez que estuviera perfeccionado. Millones de viales de las
primeras dosis efectivas iban a ir directamente hacia la República Popular
de China para fabricarlo a escala industrial y sería administrado
sistemáticamente a los siete millones de soldados y a los cuarenta millones
de tropas de reserva. Se convertirían literalmente en imparables. China
sería imparable.
Guerrero.
Mount Blue
Nadie creería que Jon Ryan pudiera ser otra cosa que un Chico Surfero.
Cabello rubio veteado por el sol, actitud relajada, una debilidad por las
camisas hawaianas realmente chillonas y las mujeres, era tan letal como
Mac o Nick, pero no lo mostraba.
—Dice que está tratando el capitán –les recordó Mac en voz baja, y fue
como una piedra grande y oscura cayendo en un estanque—. Está vivo y
está cerca, según ella. No está sorbiendo bebidas tropicales en Bali y no
está viviendo río arriba en el río Mekong y no está en Tayikistán. —
Algunas de sus especulaciones favoritas porque Lucius estaba íntimamente
familiarizado con esos lugares. Como él estaba íntimamente familiarizado
con Colombia, Sierra Leona y las islas más remotas de Indonesia. Si era
difícil y remoto, Lucius lo conocía. Sus especulaciones de que podría estar
en Bali con un par de mujeres y una mansión habían estado teñidas de
amargura porque esa nueva vida de lujo había sido comprada con sus
vidas.
Jon exhaló un suspiro de pesar. Ninguno de ellos era capaz de hacer daño a
una mujer, pero Jon había seducido su cuota de información a mujeres
Bien para él. Había nacido feo, con rasgos grandes e irregulares. Un
oponente que había tenido un cuchillo en la bota le había cortado la cara le
había marcado un lado de su cara, y luego el fuego de Arka que le había
quemado el otro lado de su cara se había ocupado del resto. La mayoría de
la gente se estremecía al verlo por primera vez. Evitaban mirarle como si
mirarle pudiera provocarles daño como esa dama griega con las serpientes
en lugar de cabellos que convertía en piedra a todo aquel que la miraba.
Había tenido una vida muy dura y eso se reflejaba en su rostro. A Mac le
importaba una mierda. En el ejército, hacía lo que tenía que hacer y lo
hacía bien, y su aspecto no suponía ninguna diferencia en el resultado. La
única vez que pensaba en ello era cuando trabajaba encubierto, porque era
recordable. No en el buen sentido.
—No, tío. Lo digo en serio. —Jon se puso serio de repente con una extraña
expresión en su apuesto rostro. Mac le había visto arrasar a sus oponentes
con su encanto, esgrimiendo esa sonrisa brillante y alegre, mientras
deslizaba el cuchillo. Su rostro no estaba hecho para la seriedad. Verlo tan
sobrio y serio era extraño—. A la chica le gustas.
—¿La chica? —insistió Jun—. ¿La doctora? ¿La que acabas de pasar una
hora interrogando? ¿La recuerdas? ¿La que estamos vigilando?
—Mierda, mira esa chica comer —dijo Jon—. Modales agradables, pero
se está atiborrando.
Los tres hombres se volvieron hacia el monitor, aunque Mac no sabía qué
diablos estaba buscando. Él había estado allí y no había notado nada. Los
tres observaron a Mac sostener la puerta abierta y hacer pasar a una
encapuchada Catherine con una mano en la parte baja de su espalda.
—¡Su cara, maldita sea! —Jon tocó la pantalla, su dedo hizo un ruido
sordo en el cristal justo sobre la imagen del rostro—. ¡Mira eso!
—Tiene razón, Mac —dijo Nick despacio, con los ojos clavados en la
pantalla—. No te ofendas, pero ¿cómo puede verte de repente y no salir
corriendo y gritando? En particular, siendo tu prisionera? ¿Puede
conocerte?
—Vio una foto tuya en alguna parte —dijo Nick despacio—. Es lo único
que se me ocurre. Es por eso que estaba preparada.
De ninguna manera. Lucius había destruido sin piedad todas las pruebas
documentales de su existencia dentro y fuera de las fuerzas armadas. Y
cuando el capitán hacia algo, lo hacía a conciencia.
—Bien, aunque suena loco, ella está diciendo que el capitán la envió. —
Levantó una mano—. Esperad. No estoy diciendo que fuera enviada por
Lucius, sólo estoy diciendo que ella dice que Lucius la envía. Y, bien, la
única explicación que se me ocurre para su reacción cuando te ve por
primera vez es, ahm…
La comida era tan buena que podría haber merecido que hubiera tardado
tanto.
Catherine habría jurado que su estómago estaba tan lleno de nudos que
apenas sería capaz de tragar algunos bocados, pero al mero olor de la
comida, el estómago se abrió como una puerta.
Tal vez, pensó, era su animal que quería vivir. La parte reptil de su cerebro
despertando, presionando por la supervivencia.
Y sin embargo, su parte científica sabía que era una tontería. Lo que le
permitía leer emociones, no era algo que pudiera ser exorcizado de su vida.
Podría ser suprimido por un tiempo, seguro. Debería saberlo porque era la
Reina de la represión.
Pero cuando volvía con fuerza, era tan fuerte que era incontrolable.
Tal vez por eso había reaccionado tan fuertemente a Nueve. A Edward
Domino, alias Lucius Ward. Había llegado a su vida después de un largo
período de represión. Se había sumergido en sus estudios, cortando la
mayoría de las relaciones humanas, desde luego de cualquier persona que
pudiera provocar una reacción emocional o sexual, y pensó que se había
librado del dragón.
Pero el dragón había caído en picado con sus alas negras y doradas,
exhalando fuego.
La lectura más clara que había tenido en toda su vida de otro ser humano
había sido la del paciente Número Nueve. Lucius Ward. Clara como el
cristal, tan específica que era como si hubiera recibido instrucciones
escritas.
Todas sus otras lecturas habían sido en su mayoría vagas y borrosas. Podía
captar las principales emociones, miedo, odio, amor oculto, vergüenza,
ambición, como si captara los tonos altos de una sinfonía. Otras emociones
debajo habían sido más difíciles de captar o interpretar.
Esto era algo que estaba muy lejos de los pilares tranquilizadores de la
ciencia que sostenían su mundo. Esto era otra cosa. El hecho de que
estuviera aquí, que hubiera sido impulsada aquí por fuerzas fuera de su
control, era una cuestión de puro instinto.
Se sentó frente a ella y la miró, con esos ojos oscuros sin parpadear.
Había una leve disminución de las fuertes olas de sospecha que le habían
envuelto como humo. Aunque estaba muy lejos de darle la bienvenida o
incluso confiar, no había hostilidad manifiesta.
Él inclinó la cabeza.
¡Ajá! Alguien menos hábil que ella leyendo el lenguaje corporal lo hubiera
pasado por alto porque él no movió ni un músculo a excepción de una
contracción involuntaria del músculo esternocleidomastoideo en la
mandíbula derecha. Ni todo el entrenamiento del mundo podía impedir que
los músculos se contrajeran rápidamente al ser tomados por sorpresa. Sin
embargo, era muy, muy bueno.
—El paciente Nueve no dijo tantas palabras. —En realidad no había dicho
ninguna palabra, sólo imágenes vagas de hombres en sombras—. Pero creo
que hay varios de ustedes aquí. Dos, quizá tres. Al igual que usted. ¿De
algún modo, amigos suyos?
Una vez más, no movió ni un músculo, pero una frialdad se apoderó de sus
facciones.
Silencio.
—Mire. —Se mordió los labios—. Antes de que me noquee, quiero saber
si de alguna manera he entregado el mensaje. Por la forma que se me dio.
Yo… —Vaciló. Calmó sus temblorosas manos debajo de la mesa. Trató de
calmar su rápido latido del corazón—. Vine aquí con cierto riesgo
personal. Porque uno de mis pacientes, un hombre que está mortalmente
enfermo, no podía encontrar descanso hasta que le prometiera que haría
todo lo posible por encontrar… —A ti, pensó. Encontrarte—. Por
encontrar a ese hombre, ese Tom McEnroe. Mac. Para darle ese objeto que
le di, ese pequeño halcón de metal, y decirle Código Delta. Puede creerme
o no. Pero estoy diciendo la verdad. Y creo que su amigo, al menos él se
considera su amigo, está en peligro. No tengo ni idea si algo de esto
significa algo para usted, señor McEnroe. Porque ese es quien es. Espero
que todo esto tenga sentido, porque de lo contrario acabo de cometer un
gran error.
Más tranquila ahora, después de haber hecho todo lo que podía, apoyó las
manos sobre la mesa, como si bajara las cargas. Y lo hacía. Las había
colocado para él, para este hombre algo y de aspecto mortal. Había hecho
todo lo posible y, posiblemente, arriesgado su vida.
Mierda.
Ella suspiró.
—Siga —dijo.
Ella suspiró.
Su voz era sarcástica. Fuera lo que fuera lo que hubiera ocurrido entre ella
y la seguridad de Millon, sólo sentía desprecio por ellos.
—Sí, por supuesto que sí. Pero me temo que el hombre que describo no
sería reconocible para cualquier persona que pudo haberlo conocido en su
vida anterior. Yo diría que ha perdido cerca de un cuarenta por ciento de
su peso corporal y ha tenido varias cirugías. –Sus encantadores rasgos se
endurecieron, una nube pasando sobre el sol—. Las cirugías no estaban en
su expediente clínico, lo cual es inaceptable. Pregunté al departamento
administrativo y no obtuve nada más que esa mierda de evasivas. –Frunció
los labios, su disgusto claro—. Los registros se han perdido, luego a otra
oficina, luego no habían sido digitalizados, lo cual es absurdo… siempre
era algo. Se había sometido a un amplio conjunto de intervenciones
quirúrgicas, por lo menos cinco que yo pudiera contar. Estaban allí mismo,
en su cuerpo, claras como el día.
Mac apretó los dientes, avergonzado de que Nick tuviera que llamarle al
orden. ¿Qué coño estaba… distrayéndose con el pelo de una mujer? Lucius
se avergonzaría de él.
Antes ese pensamiento, otra punzada de dolor le atravesó el pecho. No
debería estar pensando que Lucius no aprobaría algo cuando Lucius les
había vendido. Por dinero. Lucius había perdido su derecho a decirle a él, a
Jon y a Nick cualquier cosa, incluso dentro de la cabeza propia de Mac.
Mac tuvo que reprimir la mueca de dolor. Odiaba a los médicos y los
hospitales.
—Bueno —dijo ella, mirando hacia sus manos como si fuera la inspiración
—, ese es el asunto. No lo sé. Millon no nos tiene trabajando en equipo,
por alguna razón, así que yo era la única que trataba de averiguarlo. En
particular, desde que las historias clínicas del paciente Nueve no estaban
disponibles. Descarté tumores cancerosos o benignos. No tenía epilepsia.
Y el Paciente Nueve tenía gran dificultad para formar palabras o hacer
señas así que no era de ninguna ayuda. Había otras anomalías, también.
La había pillado. Ahora sabía que había sido enviada por un enemigo.
Echó la cabeza hacia atrás.
Ella continuó.
—¿Y entonces? —Mac tamborileó con los dedos sobre la mesa. Sí que era
bonita y sí que era inteligente, pero iba a sonsacarle la verdad de ella
aunque tuviera que inyectarle una dosis triple de Trooth.
Catherine se inclinó hacia delante, mirándolo a los ojos. Así que este era el
lugar donde las grandes mentiras iban a comenzar.
—¿No?
—No. Dijiste que no podía formar palabras, no podía pensar con claridad,
y sin embargo, ahí estaba diciendo todo eso. ¿Cómo se explica eso?
Observaron como el Halcón rodó una vez, dos veces, haciendo un pequeño
sonido de traqueteo en la silenciosa habitación. Mac sabía que Jon y Nick
estaban mirando, escuchando.
Así que así quiere jugar, pensó, y luego fue barrido por una ráfaga de calor
incandescente indoloro que le subió por la mano, el brazo y llegó al pecho.
Era como si su cuerpo hubiera sido tomado por una entidad alienígena.
Una entidad cálida, envolvente e indescriptiblemente dulce. Por un
momento se preguntó si había sido drogado. Si la mano de alguna manera
contenía una micro jeringuilla y ella le había inyectado una dosis de…
algo. No tenía ni idea de qué. Nunca había oído hablar de una droga que
pudiera hacer eso.
Aquel calor increíble ahora fluía por todo su cuerpo, bañándolo con un
brillo dorado. Estaba completamente bloqueado, como si estuviera en un
cubo de ámbar. No podía mover ni un músculo, cada elemento de su
cuerpo bloqueado en su lugar.
—Está bien. —Jon dejó escapar un largo suspiro—. Retirada. No nos gusta
pero nos estamos retirando.
—Estás apenado –dijo en voz baja, esa mirada luminosa e hipnótica nunca
abandonaba sus ojos—. Mucho. Hay tanta tristeza en ti, se arremolina
como humo negro. Fuiste traicionado por un hombre al que querías como a
un padre. Un hombre en el que confiabas de todo corazón. Todo lo que
sabías acerca de este hombre te hizo creer que preferiría morir antes que
traicionar a aquellos que confiaban en él, y sin embargo, él te traicionó.
Por dinero. Me duele el corazón pensar siquiera en ello.
Era ridículo. Era una mujer pequeña. Delgada, incluso frágil. Su mano era
casi la mitad del tamaño que la suya. La idea de que pudiera obligarlo a
mantenerse quieto era ridícula. Y sin embargo allí estaba, completamente
incapaz de alejarse ni un centímetro de esa brillante mirada gris claro, su
pequeña mano atando la suya.
Excepto Lucius. Lucius había visto en él. El dolor se alzó sin poder hacer
nada, como las mareas negras, ahogándolo. No se detuvo. Un año y
todavía podría tenderle una emboscada.
—Muy triste –susurró—. Estás tan triste. Y sin embargo, bajo el humo
arde el amor y el deber. Estas decidido a proteger a tu gente. Una vida en
la que no puedas proteger a los inocentes no tiene sentido para ti. Morirías
por mantenerlos a salvo.
Sus palabras eran un aleteo lejano, el sonido que las alas de un colibrí
podrían hacer si se amplificara. Apenas se registraba. ¿Quién registraba
esta sensación caliente que le fundía por dentro?. Por primera vez en su
vida sentía una conexión realmente profunda con alguien. No era como la
lealtad que sentía hacia sus hombres o había sentido hacia Lucius. Esto
tenía un sabor diferente, era algo completamente distinto. Por muy fuerte
que fuera sus lazos, había un lugar definido donde terminaban y era su
piel.
Todo se detuvo. Muerto. Era como estar muerto. Donde antes había
emociones arremolinándose, luminosas y cálidas, calor y luz, casi como un
carnaval dentro de él, ahora su interior estaba quieto y en silencio. Como si
la luz se hubiera apagado. Un interruptor que le hubiera apagado.
—No tengo nada que deba temer, señor McEnroe. ¿O debería llamarte
Mac?
Capítulo 4
Cuarteles generales de Arka Pharmaceuticals
San Francisco
Lee miró hacia abajo como si fuera dios a las imágenes que la compañía de
Flynn, Orion Enterprises, había sacado del Keyhole 18. El propio Flynn
estaba en el lujoso edificio de los cuarteles generales en Alexandria,
Virginia. Hoy iban a hacer una prueba de campo con el SL-58. Orion le
había administrado 50cl de SL-58 a cada operativo, dicha dosis calibrada
para durar al menos 48 horas. Mucho más del tiempo que debería tomarles
ir desde la mina de diamantes en el fondo del infierno hasta el propio
puerto infierno, Freetown.
Con acceso a esa enorme cantidad de iridio, China tenía garantizado ser el
líder mundial en microchips durante las siguientes dos décadas. La mina
estaba todavía más en el interior del país, en tierra de nadie donde las
líneas artificiales sobre los mapas no significaban nada.
Si el SL-58 iba bien con Orion, pronto podría ser administrado a las tropas
chinas que formarían un convoy para llevar el iridio extraído al este hacia
el Océano Índico y luego en barco hasta China.
Por ahora eran los hombres de Flynn los que estaban a prueba. Algunos
eran ex militares estadounidenses y bastantes sudafricanos familiarizados
con la sabana africana. Cada soldado había recibido una inyección de SL-
58 la tarde anterior. A los hombres de Orion se les había dicho que era
algo benigno, una anfetamina de larga duración que les ayudaría a estar
despiertos y alertas durante las veinticuatro horas de viaje.
Se movían rápido, con precisión, y estaban armados hasta los dientes. Pero
se estaban fraguando problemas.
Lee fue cambiando los monitores cada cinco minutos a IR y notó cuerpos
de tamaño humano en la jungla, a unos cien metros de la zona de
preparación.
Sin duda los rebeldes estaban en contacto por radio con otros soldados a lo
largo de la ruta, la única carretera a Freetown. Era una técnica bien
conocida: atacar convoyes lejos de la base principal.
Las órdenes eran marchar sin descanso. Un convoy habitual tardaría tres o
cuatro días en llegar a Freetown, viajando entre 25 y 30 kilómetros por
hora durante el día por la maltratada carretera, deteniéndose durante la
noche. Pero esto iba a ser un viaje directo, sin paradas de descanso,
meando en botellas, cagando en latas, comiendo raciones militares. Estos
soldados no necesitarían paradas de descanso. Todo lo que necesitaban
después de la inyección era un mínimo de dos mil quinientas calorías al
día y podrían conducir y pelear sin parar durante cuarenta y ocho horas.
Veinte horas no eran nada.
Lee no era soldado pero incluso él estaba sorprendido por el aspecto que
presentaba el convoy. Tenías que estar loco para atacarlo. Por supuesto, el
Ejército de Lord estaba formado casi por definición por soldados locos,
drogados, reclutados de niños e inmunes al miedo.
El convoy partió rápido y sin problemas. En las imágenes por satélite casi
parecía un organismo vivo. Lee sabía que los vehículos estaban en
contacto constante, con monitores que mostraban la aceleración y frenada
de cada vehículo, permitiendo que la distancia entre camiones fuera
mínima.
Mientras salían al alba, las imágenes grabadas que rodeaban el
campamento cambiaron. Unos pocos puntos rojos intentaron correr en
paralelo, pero pronto se rindieron: el convoy iba demasiado rápido. A
sesenta y cinco kilómetros al oeste una conglomeración de puntos rojos
apareció como una colonia de hormigas al que hubieran atizado con un
palo. Habían recibido noticias por radio de que el convoy estaba llegando.
Pero pensaban en viejos términos y todavía estaban montando trampas
para cuando el convoy los sobrepasó, en firme y mortal formación.
Apretó un botón.
Flynn observaría cada segundo pero Lee tenía trabajo que hacer. Minimizó
la pantalla, revisó algunos informes de autopsias y luego fue a por café. La
cantina acababa de comprar un cargamento de Arábiga Montaña Azul y
estaba delicioso. Se llevaría una caja de aquello consigo cuando regresara
a China. Lo que podría ser antes de lo que había pensado.
El convoy estaba yendo a noventa y cinco por hora, una velocidad de locos
para vehículos pesados sobre carreteras llenas de baches. Lee abrió la
pantalla pero no pudo seguir a los vehículos individualmente tras el que
iba a la vanguardia. Las imágenes del satélite mostraban sólo una pesada
humareda de polvo elevándose.
Por muy inteligentes y fuertes que fueran los contratistas, por mucho que
tuvieran lo último en tecnología, no serviría de nada si uno de los pesados
vehículos volcaba. Sería como un elefante herido y los demás vehículos
tendrían que establecer un perímetro de defensa mientras intentaban
levantar el camión. Se extendería rápido y en poco tiempo tendrían a mil
majaras de los Rebeldes Rojos o del Ejército de Lord disparándoles.
De locos.
–¿Qué cojones está pasando, Lee? Veo que estos bastardos están yendo ya
a más de ciento diez por hora. ¿Qué cojones están haciendo?
Tenía razón, iban a ciento diez, no, a ciento quince kilómetros por hora.
–Lo saben –gruñó Flynn–. Están viendo lo que nosotros estamos viendo.
–Entonces esta temeridad es sin duda inexcusable –dijo Lee con tono
gélido.
Glotones americanos, pensó Lee con asco. Siempre más, más, más. Como
garrapatas gigantes engordándose a sí mismas hasta que explotaban. No
podías encontrar a un general gordo en todo el Ejército de Liberación
Popular.
80 k/h.
50 k/h.
30 k/h.
Lee observó, incrédulo, mientras el convoy iba deteniéndose en perfecta
sincronización.
Flynn gritaba.
Una profunda voz surgió de los altavoces de Lee. No le hablaba a Lee sino
a Flynn.
Lee recordó haber oído por radio informes al principio del viaje del
convoy. Las voces habían sido lacónicas y sin emoción. Voces de piloto de
combate, relatando hechos como autómatas.
Lee no sabía nada de estrategia militar pero incluso él sabía que un convoy
amenazado, rodeado por hostiles debería establecer un perímetro,
aposentándose, vigilando el cargamento. En vez de eso los hombres
salieron de los camiones y corrieron directamente a la jungla con los rifles
al hombro. Uno a uno los puntos rojos, como hormigas revolviéndose
alrededor de un hormiguero, se detuvieron. Fueran lo que fueran, los
soldados de Orion eran excelentes tiradores. Cuatro de los hombres tenían
tasers letales y se estaban llevando por delante a cinco miembros del
ejército rebelde cada vez, segándolos.
Pero por alocadamente valientes que fueran, por bien armados que
estuvieran, por excelentes tiradores que fueran, los contratados de Orion
eran superados en número de cien a uno.
Fue una masacre. Los hombres lucharon duro, pero por cada loco del
ejército rebelde que mataban, cincuenta o cien tomaban su lugar. Estaban
tan sobrepasados en número que podrían haber estado armados con palos y
al final los hombres de Flynn habrían acabado por sucumbir.
Pronto todas las firmas IR de los de Orion acabaron detenidas. Cada uno
de ellos tenía una enorme cantidad de rebeldes a su alrededor y Lee
comprendió con un vuelco en el estómago que los estaban haciendo
pedazos.
–¿Qué cojones ha pasado ahí? –La ruda voz de Clancy gritó–. ¿Qué han
hecho? ¿Por qué no siguieron conduciendo tan rápido como fuera posible?
¿Les robó la inteligencia tu droga? ¿Qué coño les has dado?
Capítulo 5
Mount Blue
Casi había estado segura antes, pero después de tocarlo, cualquier duda se
evaporó. Todo lo que Nueve había comunicado sobre Mac había estado
claro en el hombre que tocó. Lo había reconocido todo al instante, como si
escuchara la misma nota musical que había oído el día de antes. Si hubiera
sido un color, habría sido del mismo tono exacto.
No. Dejó caer solo un poco los hombros, pero luego los cuadró de nuevo.
No había fuerza en la tierra que hubiera impedido su búsqueda. Casi había
muerto en el coche y tal vez moriría allí, en aquella silenciosa habitación
en algún lugar perdido. Pero nada podría haberla mantenido alejada.
Incluso ahora seguía sintiendo los ecos de la compulsión en su sangre.
Las enormes manos del hombre se distendieron, el tipo de movimiento qué
harías antes de coger algo. Posiblemente aquella arma gigante que llevaba
en el muslo derecho.
La violencia en el hombre sentado frente a ella era algo muy real. Conocía
aquella lealtad que hervía en su interior, pero no era lealtad hacia ella. Lo
observó cuidadosamente pero supo que si él se decidía a moverse contra
ella, jamás podría ser lo suficientemente rápida, o lo suficientemente fuerte
para sobrevivir. Podría partirle el cráneo con un golpetazo de una de
aquellas enormes manos.
—Es inútil que sigas insistiendo en que no eres Mac —dijo calmadamente.
—Lo sé —dijo con tono amable, enderezándose. Más que verlo, sintió que
él se relajaba un poquito—. Lamento haberme asustado. Fue una reacción
instintiva. Debería haberlo controlado. Hasta ahora no me has hecho daño
y… —Bajó la mirada hacia el tablero y se preguntó si lo podría decir.
Levantó la mirada, y se encontró con ojos duros y oscuros—. Cuando te
toqué, lo sentí, que no haces daño ni a mujeres ni a niños. Lo sentí de
manera muy fuerte. Así que en realidad no tengo ninguna excusa. —Soltó
aire y abrió la mano, la mano que le había tocado—. Ninguna en absoluto.
O eso esperaba. Catherine estaba saltando sin red. El don al que había
combatido toda su vida y que de golpe había reaparecido para morderle el
trasero al tratar con el Paciente Nueve seguía siendo un misterio para ella.
Porque la verdad era que estaba encerrada, sin idea de dónde “estaba”
aquí. Era la prisionera de este hombre. Había más gente por allí, estaba
segura. Y si la había, era su gente. Nadie iba a rescatarla. Nadie siquiera
sabía que ella estaba allí. Ella no sabía dónde estaba. Incluso si tuviera un
móvil que funcionara, lo que no tenía, y si tuviera alguien a quién llamar,
que tampoco tenía, no sabría decirle dónde estaba.
Era su prisionera y tenía que tener fe, fe en su odiado don, de que él no iba
a hacerle daño. No iba a matarla.
Y miró.
Era una vista tan extraordinaria que tuvo problemas para procesar lo que
estaba viendo. Una gigantesca bóveda con luces que parpadeaban
brillantes como estrellas. Le costó un segundo o dos comprender que las
luces estaban espaciadas de forma homogénea y eran artificiales. La
bóveda era trasparente, como cristal, sólo que ningún cristal que ella
conociera podría cubrir un espacio así y seguir aislando el frío.
Por abajo, dos pisos más abajo, había una profusa cantidad de plantas
brillantes organizadas en senderos, con pequeñas luces entre las ramas de
los árboles y cilindros chatos con tapas brillantes a intervalos de metro y
medio que daban luz.
Una pareja estaba caminando por los senderos, aparte de eso la zona, tan
grande como un aparcamiento pequeño, estaba desierta. Pero claro, debía
de ser bien pasada la media noche.
Un tipo dos pisos más abajo iba tirando de un carrito de mano cargado con
bolsas. Miró hacia arriba, hizo un saludo llevándose dos dedos a la frente y
luego desapareció entre el verde.
Era hermoso, pero también estaba oculto, así como él quería permanecer
oculto. Era una ciudad, solo que una ciudad bajo tierra, no sobre ella.
Apartada, misteriosa, remota.
Dios, vaya si este tipo le iba a borrar los recuerdos. Le iban a hacer un
flaseado a lo MIB sobre aquella comunidad secreta y era una pena porque
era el sitio más interesante que hubiera visto jamás.
Esto era una comunidad. La gente vivía allí, trabajaba allí. Era hermoso y
oculto y no se parecía a nada que hubiera visto. El enorme abovedado
negro con las luces brillantes, los verdes jardines, los balcones curvilíneos
con un cierto aire al Guggenheim de Nueva York.
A ella se le abrieron los ojos de par en par. Era la primera cosa que decía
que no era ni una pregunta ni una amenaza. Durante un segundo también
creyó ver sorpresa en el rostro de Mac. Porque le había hablado
abiertamente.
Pero claro, ella no iba a recordar nada de aquello. Iban a lavarle el cerebro
y, puf, desaparecido. No añoraría el recuerdo de estar sentada en su coche
congelándose, esperando la muerte. O el estar aterrada de un hombre
enorme con una máscara de esquiar negra dando golpecitos en su ventana.
Pero el interrogatorio… podía admitir para sí lo mucho que la fascinaba
Mac. Y aquel espacio gigantesco bajo la bóveda, tan diferente a cualquier
otra cosa que hubiera visto. Eso le daba mucha pena tener que olvidarlo.
—Ponme a prueba.
Le había sorprendido por completo. Stella Cummings había sido una niña-
actriz que ganó un Oscar a los quince y otro a los treinta. Un acosador la
había atacado y había desaparecido de la vista de todos, por completo. Fue
como si se la hubiera tragado la tierra. Los tabloides online tenían todo un
apartado en funcionamiento titulado “¿Dónde está Stella Cummings?”.
—Imagino que no… —Qué cosa más idiota. Por lo que sabía iban a acabar
matándola. Y ahí estaba ella, convirtiéndose en una fan alocada—. Me
encantó en “Dangerous Tides”. Si está por aquí, ¿podría conocerla? Si no
quiere hablar sobre sus actuaciones, puedo darle las gracias por el taco.
Estaba estupendo.
—No. —Tensó la mandíbula—. Tal vez. Tal vez mañana. Ahora mismo te
voy a llevar a tu dormitorio.
Después de eso se calló y no pudo lograr que le dijera ni una palabra más.
Las preguntas no sirvieron de nada y después de unos minutos tuvo que
gastar todo su aliento en intentar seguirle el ritmo.
Ni un alma sabía dónde estaba y su solitaria vida hacía que nadie fuera a
pensar en buscarla. Tal vez la iban a dejar en esa sala hasta que muriera.
No les costaría demasiado. Simplemente echarla allí hasta que se pudriera.
Nadie lo sabría, a nadie le importaría.
El dio un paso tras ella, aquel gigantesco cuerpo casi presionado contra el
suyo. Una fuerza gigantesca, empujando hacia adelante, forzándola a dar
otro paso, dentro. Más lejos de la puerta, más lejos de la luz del pasillo.
Ella jadeó, buscando aire, luego lo repitió. No puedo hacer esto, pensó.
Todos sus recursos habían desaparecido. Estaba agotada y aterrorizada, en
la cabeza le latía un retumbo de pánico. Una oscura oleada, subiendo de
nivel más y más. Pronto se desmayaría por el pánico.
De mala gana dio otro paso adelante, luego se giró, inclinando la cabeza
un poco para mirar a Mac a la cara. Casi no veía sus facciones con la luz
de fondo que entraba desde la puerta.
Tenía que saberlo, tenía que saberlo. ¿La iban a encerrar allí hasta dejarla
morir?
Casi no había luz suficiente para ver su gesto fruncido, que echaba la
cabeza hacia atrás por la sorpresa. Sin esperar respuesta, ella alargó la
mano para tomar la suya, agarrándosela.
Y entonces…
—¡Ah!
Ella dejó caer su mano, soltando la conexión, el calor, de manera
inmediata.
Pero no iba a matarla. Eso le llegaba alto y claro. Aquello no iba a ser una
prisión permanente. Por mucho tiempo que fuera a estar encerrada, no iba
a ser para siempre.
O eso esperaba.
Sin una palabra, Mac dio un paso atrás hacia el umbral. La puerta hizo un
sonido al correrse y la habitación se iluminó. No había una fuente
específica de luz, ni lámparas ni apliques. Sólo luz.
Para sorpresa suya encontró la pequeña bolsa que había empacado, por si
acaso su búsqueda requería pasar la noche en algún sitio. Tenía su pequeño
neceser con los cosméticos, un camisón y sus zapatillas.
Pero… ¿qué sabía ella? ¿Podía estar segura? Su don era poco confiable.
Tal vez debería haberlo cultivado en vez de apartarlo con las dos manos,
obligándolo a esconderse en lo más profundo de su mente como si fuera
una doble desagradable, rota, malformada, de sí misma.
¿Era real?
Probablemente no.
¿Por qué iba a importarle a este hombre? Cualquiera con quien hubiera
salido la consideraba una friki. Y el sexo… bueno, nunca le había ido
demasiado bien ahí.
7 de enero
—No sería eficiente. El matarla. Hasta que sepamos qué está pasando.
Mac miró a Jon a los ojos durante un segundo. Nick solo había sido
miembro del equipo una semana cuando explotó la mierda. Se lo había
presentado Lucius (y, maldición, ahí estaba de nuevo ese dolor en el
corazón) como el sexto hombre después de que perdieran a Randy Higgins
en un salto HALO. Un fallo de paracaídas a tres mil metros de altura era
implacable.
Pero Nick no. Bien podría haber brotado de un laboratorio si fuera por las
pistas que daba sobre su pasado.
—Que te jodan, Jon —dijo Nick de manera inexpresiva, y era tan inusual
en él que reaccionara, que Jon parpadeó y se calló.
Nick frunció el ceño. Ver una expresión en su oscuro rostro era incluso
más raro que las palabras.
—Yo no le conocía tanto como vosotros dos. Nunca tuve oportunidad para
ello. Así que no lo sé, pero… —Tío, Nick estaba en racha. Un montón de
frases—. ¿Podría ser que nos hubiéramos equivocado con él?
Nick asintió.
Mac y Jon intercambiaron miradas. Jon había estado tan devastado como
Mac. Igual que él, consideraba a Lucius un padre adoptivo y se había
tomado la traición muy mal. Nick simplemente se había hecho más
estoico, siendo la traición una mierda más en medio de un mundo
mierdoso. Pero a Mac y a Jon los había dejado hechos polvo.
—Depende de la mujer. —Nick parecía ser el único que podía pensar con
claridad sobre aquello. Se giró hacia Mac—. Una belleza como ella, creo
que deberías interrogarla más a fondo. —Y de nuevo, para maravilla de
Mac, Nick sonrió de oreja a oreja. Duró sólo un segundo y luego las
facciones de Nick volvieron a su habitual expresión pétrea, pero había
estado allí.
Se había pasado la noche entera mirando al techo, con los ojos abiertos,
recordando el subidón de calor que le había recorrido las venas cuando ella
le había tocado. Nunca había tomado drogas. Toda su infancia había
transcurrido entre gente que se colgaba de las drogas para huir de la
realidad. Tenía treinta y cuatro años y estaba seguro de que la mayoría de
la gente que conoció de crío estaba o muerta o deseando estarlo. Así que
no, las drogas no habían tenido ningún atractivo. No quería morir, quería
vivir, ferozmente. Siempre había sido así.
Ella se había sacado aquello de la nada. ¿Cómo lo había hecho? Tal vez
era como uno de esos magos de teatro que sacaban a un miembro del
público y le pedía pensar en un número y escribirlo. Siempre sospechaba
que aquello era pura actuación y que los miembros de la audiencia eran
parte de la actuación.
Pero lo que había dicho Catherine Young había sido, por espantoso que
fuera, la pura verdad. Le había leído. Lo había clavado, como a una
mariposa en un corcho.
Que le hubieran calado tan bien… era aterrador. Incluso más aterrador era
que le hubiera gustado, durante aquel diminuto momento en el que ella lo
había tocado. Antes de que su cabeza hubiera captado lo que ella estaba
haciendo.
Había tenido que apretar los puños para evitar rodearla con sus brazos. Él,
Mac McEnroe, el tipo duro con pelotas de acero que había matado a sus
enemigos con sus propias manos sin parpadear, había estado a punto de
envolver con sus brazos a un enemigo potencial. Un ser completamente
desconocido, que de algún modo había encontrado su guarida. Alguien que
podría poner en peligro a su comunidad.
Capítulo 6
Oficinas Centrales de Arka Pharmaceuticals
San Francisco
Marcó sobre una imagen holográfica de un candado con llave que estaba
en el monitor de su derecha. Inmediatamente se convirtió en la cabeza con
forma de bala de Baring.
—¿Señor?
—Señor.
Era la mejor de los mejores imaginando análisis en los que él jamás habría
pensado. A veces parecía como si ella pudiera mirar un IRMf y adivinar lo
que el paciente había tomado para desayunar. En sus manos, cada imagen
contenía tantísimos datos que estaban creando el mapa más completo del
cerebro humano en existencia.
¿Por qué no estaba trabajando? ¿La mujer que era todo trabajo y nada
diversión?
No, decidió Lee. No estaba cantando como un canario ante el FBI en ese
momento. Algo debía haberle sucedido. ¿Habría pasado la noche con
alguien y todavía estaba allí? No sabía por qué pero Lee lo dudaba. Parecía
que tuviera tan poco sexo como pocos amigos.
Dios, esa escena. El beso más famoso del mundo, una imagen icónica, en
el póster de El Cazador. Stella y Gary separados por enemigos y su único
punto de contacto eran los labios, sellados en un beso.
Catherine dejó su perfecta taza de café junto a los platos donde antes había
una perfecta pila de panqueques de arándanos y una perfecta tortilla de
queso hecha sólo de claras, y un bol que antes contenía un perfecto yogur
casero con una pizca de perfecta mermelada de fresa casera.
Era más comida de la que había sido capaz de consumir de una sentada en
más tiempo de lo que recordaba. Había comido cada delicioso bocado y
había dejado limpio el bol con yogur, haciendo un sonido embarazoso.
Era, sin la más mínima duda, el mejor desayuno que había comido en su
vida, y eso incluía los de Francia. Pero ahora que estaba llena, la
fascinación por la mujer sentada frente a ella la invadió.
Stella Cummings, una vez la actriz más famosa del mundo, que ganaba
veinte millones de dólares por película, cuyo rostro aparecía en miles de
revistas de cotilleo, que había sido una celebridad al menos desde que
había nacido hasta que de repente había desaparecido del ojo público.
—Gay, preciosa.
Él la tenía fascinada.
Y luego estaba eso del puntillo de miedo. Le había tocado y había sentido
que él no planeaba matarla. Hoy. Pero su don no era estable, fiable, era
incompleto y sabía que en él había violencia. Violencia que podía usar con
la precisión de un cirujano, pero aun así.
Podría estar muy equivocada. La expresión de aquel rostro plano, feo pero
atractivo era estoica. Había peligro en cada una de las líneas de su gran
cuerpo y ella no tenía garantías de que dicho peligro no fuera dirigido a
ella.
Él la ponía a cien.
Le había pasado tan pocas veces que casi ni lo reconocía como algo que
fuera propio de ella. Todo lo relacionado con el sexo estaba tan
increíblemente cargado con problemas, un mar de problemas, que más o
menos se había rendido.
Qué terrible broma le había jugado la biología con que este hombre
(enorme, peligroso, un hombre que no se fiaba de ella) fuera el hombre por
el que hubiera sentido una violenta atracción sexual.
El corazón le latía con tanta fuerza que pensaba que le se le iba a partir una
costilla. No osaba a moverse, no osaba a hablar, porque entonces él sabría
que ella había empezado a temblar en el instante en el que él había
aparecido por la puerta.
Ay, Dios.
—Sí, estoy bien, gracias Mac. Gracias por preguntar. —Stella inclinó la
cabeza hacia un lado y lo estudió—. Siempre es un placer estar cerca de un
hombre que cuida sus modales.
Hubo algún tipo de empate. Catherine prácticamente podía ver las líneas
del macho y la hembra cruzándose. Sorprendentemente, ganó Stella.
Él dudó, pero Stella se dirigió al armario y sacó una taza. Para asombro de
Catherine había una selección completa de tés, una pequeña pila y un
microondas dentro del armario. Si lo hubiera sabido se habría hecho ella
misma una taza de té la noche anterior.
Mac puso la taza sobre la mesa con fuerza suficiente para que se vertieran
un par de gotas de café sobre el borde.
—Maldición, Stella…
—No, escúchame tú, Mac. ¿Te das cuenta que esta mujer…? —E hizo un
delicado gesto hacia Catherine, recordándole de nuevo que Stella había
sido una de las mejores actrices del mundo—. ¿Te das cuenta que había
pensado que era una prisionera la noche pasada?
Mac la estaba mirando con los ojos entrecerrados, el rostro como una
piedra. Ay dios. Ella asintió, la garganta demasiado tensa para hablar. No
se le había ocurrido que no fuera una prisionera.
Sus ojos eran los mismos que habían ardido desde la pantalla. Abiertos, de
un azul pálido casi trasparente, todavía hermosos y expresivos a pesar de
la cicatriz que iba desde la ceja derecha hasta el borde de un marcado
pómulo, apenas esquivando el ojo. Aquellos ojos habían sido magníficos
en la pantalla pero eran todavía más potentes en la vida real.
—Ella no era una prisionera. ¿Verdad, Mac? Dile que no la has encerrado
bajo llave como un animal. Y si bloqueaste esa puerta, ya puedes olvidarte
de comer. Digamos, para siempre. Te podrás cocinar tus propias malditas
comidas de ahora en adelante.
Aquel huraño rostro se contrajo como si le doliera. Catherine lo
comprendía por completo. Ahora que había probado la comida de Stella,
que lo expulsaran de sus comidas era algo para temer de verdad.
—Ay, Jesús —dijo Stella, y descruzó las piernas de las patas de la silla y
se levantó. Marchó hacia la puerta y golpeó un punto a la derecha de la
puerta, a la mitad de la altura—. Hay una pequeña protuberancia. Apriétala
y la puerta se abre. Aprieta dos veces y se cierra. Ven y pruébalo.
—¿Ves? Nada de prisionera. —Stella era mucho más alta que Catherine y
miró por encima suyo hacia Mac—. No solo no es una prisionera, si no
que creo que encontró su camino hacia nosotros. Creo que es una de
nosotros.
Catherine no tenía ni idea de lo que Stella quería decir, pero Mac sí. Hizo
una mueca y sacudió la cabeza. Stella suspiró.
La estaba mirando fijamente, sin pistas de lo que podía estar pasándole por
la cabeza, aunque no parecía que fuera nada bueno.
—Se supone que tengo que enseñarte esto —dijo, su voz un bajo
murmullo—. Así que vamos. —Dio un paso atrás y abrió una mano
gigante.
De a-cu-er-do.
Igual que si hubiera caído por el agujero de una madriguera de conejo.
Catherine dio un paso afuera, cruzando el pasillo e inclinándose sobre la
baranda.
Ella miró a Mac, vio que iba asintiendo y comprendió que estaba de
verdad en una comunidad y que Mac era su rey. O al menos su líder.
Catherine parpadeó.
—¿Autosuficiente? ¿Quieres decir que nadie sabe que estáis aquí? Pero…
—La cabeza le daba vueltas—. Quiero decir que las ciudades modernas
necesitan infraestructuras, conexiones a la red eléctrica, red de agua,
internet…
Ella no tenía ni idea de dónde le venía aquella compulsión pero tenía que
saber más sobre aquel lugar. Un lugar del que nunca había oído hablar y
que casi no podía imaginar que existiera, aunque estaba mirándolo ahora
mismo. Un lugar fuera del espacio y del tiempo.
—¿Por qué queréis o necesitáis quedar fuera del radar? —Su voz ahora era
baja porque tenía la garganta tensa. Casi le dolía decir las palabras y si no
ardiera por la necesidad de saber, no habría hecho la pregunta.
Él se quedó mirando hacia abajo unos minutos. Otra persona miró arriba y
saludó. Los caminos de abajo estaban llenos de gente ocupada yendo y
viniendo. Muy pocas parejas. Ni un solo niño.
Ella tragó.
—Recuerda, Mac, que me vas a flasear como en los Hombres de Negro.
Lo que sea que me digas se perderá conmigo para siempre. Soy
neurocientífica y puedo decirte que la memoria después de que se le
administre Lethe se pierde físicamente, así como un millón de neuronas.
Así que no hay modo de que pudiera hablar, jamás.
—En su origen esto era una mina de plata. Se acabó el mineral y quedó
abandonada en los cincuenta. Yo lo sabía porque crecí en una serie de
casas de acogida por el valle. No eran del tipo de casas de acogida que
vigilaran demasiado a los niños. Lo único que tenían bajo vigilancia eran
las cuentas bancarias, para asegurarse de que el estado pagara a tiempo.
Cuando tenía catorce años, encontré una motocicleta abandonada en el
vertedero. Soy bueno con las manos. Arreglé unas partes, fabriqué otras.
Pasé los siguientes cuatro años explorando hasta que me uní a los
exploradores militares. Encontré este sitio. Cuando necesitamos un sitio
donde ocultarnos nos traje aquí.
Mac tomó uno de los caminos y Catherine le siguió. Era casi como meterse
en un bosque. Las plantas verdes eran más densas de lo que parecía desde
arriba, un follaje verde y espeso que no estaría fuera de lugar en el
Amazonas. El aire allí era más frío, el olor increíblemente fresco como si
estuvieran al descubierto en vez de en algún tipo de caverna de alta
tecnología.
Capítulo 7
Cuarteles generales de Arka Pharmaceuticals
San Francisco
Interesante.
Muy interesante.
Lee siempre había pensado que Young era una investigadora excelente sin
nada más que aportar. Tenía a su equipo de seguridad chequeando las
finanzas de todos como modo de prevención, con especial interés en
ingresos o gastos inusuales. Las finanzas de Young jamás habían
despertado ninguna alerta, jamás. Su único ingreso era su salario y
ahorraba el diez por ciento de manera regular, el resto yendo a gastos
normales y el máximo permitido al 401-k de la compañía.
El interior de su casa era una joya tal que se preguntó, inquieto, qué más
podría haberle ocultado Catherine Young.
—Jefe, tengo algo. —Baring y sus dos colegas habían revisado todas las
habitaciones sin encontrar nada. Ahora estaban en su dormitorio. Baring
estaba de pie junto a su cama. La diminuta pero poderosa videocámara
montada sobre su hombro mostró a Lee exactamente lo que estaba viendo
Baring.
Desde luego, era mujer muerta andante, pero primero tenían que
encontrarla.
—No regreséis aquí hasta que me podáis decir dónde está —le dijo a
Baring y apretó un botón.
El holograma desapareció.
Capítulo 8
Mount Blue
Los dos hombres parecían estar sentados en el aire pero no había nada
delicado en ellos. Uno era moreno, el otro rubio. Ambos se veían duros,
sin tonterías. El rubio estaba manipulando imágenes tan rápidamente que
apenas podía comprender lo que estaba viendo en ellas, apartándolas
rápidamente con golpes de sus dedos, como un artista tocando alguna
melodía secreta en un teclado.
Aunque había una imagen…entonces se había ido.
Levantó la vista alarmada. Él no era tan alto como Mac pero todavía era
mucho más alto que ella.
—Nick —su voz era baja. Abrupta—. Por favor siéntese. Tenemos algo
que mostrarle.
—Aquí estamos —dijo Mac—. Ella está aquí. ¿Qué es lo que no podía
esperar?
—He montado un bot, jefe —dijo el rubio. Parecía un surfero asesino. Pelo
aclarado por el sol, una vistosa camiseta hawaiana con loros dorados y
palmeras de color verde ácido, y una pistolera al hombro—. En principio.
Solo un pequeño programa configurado para avisarme si algo interesante
sucede en el 27 de Sunset Lane en Palo Alto. Lo monté anoche.
Catherine jadeó.
—¡Esa es mi dirección!
—Sí, lo es —Mac hizo un gesto con la cabeza hacia el Chico Surfero—.
¿Y?
—¿Los conoces?
Baring hacía las vidas de los investigadores casi imposibles con sus
continuas exigencias de seguridad. Todas las conversaciones telefónicas
internas eran grabadas, lo que hacía que la comunicación fuera corta y
forzada. El protocolo para entrar y salir de los laboratorios de
investigación era tan tedioso que nadie dejaba las instalaciones durante las
horas de trabajo.
—¡Hey! —se adelantó Catherine, pasó la mano por el holograma. Era tan
claro y perfecto que por un segundo había olvidado que estaba mirando
algo lejano.
—Eso fue hace diez minutos —dijo el rubio—. Ahora me gustaría saber lo
que están haciendo dentro.
—¿Qué?
—Ce-punto-young-punto-arroba-gmail-punto-com.
No, espera.
—Algo que esté marcado. Está resiguiendo los bordes —dijo Mac
suavemente detrás de ella.
Ella giró la cabeza y le dirigió una mirada vacía. Esto estaba más allá de su
área de experiencia, parecía como si realmente hubiera caído por el
agujero del conejo.
Baring tocó alguna ropa que había dejado sobre la cama mientras
empacaba y saberlo le produjo una rápida nausea.
—Él —dijo tragando con dificultad—, sabe que preparé una bolsa.
—Bingo.
—Sí, jefe —dijo y sacó un enorme cuchillo negro del que ella no se había
dado cuenta.
—¿Jefe? —se giró Nick hacia ella—. ¿Quién es su jefe? ¿Qué quiere
decir?
Baring sostuvo el cuchillo por el mango, con el filo hacia abajo. Levantó el
cuchillo sobre su cabeza, lo inclinó ligeramente y cortó una almohada en
su cama. Era un acto tan descabellado que Catherine solo pudo observarlo,
maldiciendo.
—¿Por qué están haciendo esto? —dijo ella finalmente, cuando pudo
formar palabras alrededor de su boca seca.
—¿Buscan algo? ¿Qué buscan? ¿Qué podría tener yo que les interesara a
ellos? Ahí no hay nada valioso. Ciertamente nada que justifique una
búsqueda como esta.
—¿En qué se basan? —su boca estaba entumecida. Era difícil articular las
palabras—. No hay nada que encontrar en mi casa.
—Eso no es lo que ellos creen —el rubio le lanzó una mirada asesina—.
Claramente piensan que hay algo allí. Algo que ellos quieren. Algo que
necesitan. Pero…parece como si después de todo no hubieran encontrado
lo que estaban buscando.
El frenesí destructivo estaba casi terminado. No, pensó ella. No había sido
un frenesí. Eso hubiera implicado emoción. Había sido completamente frío
y calculado.
Estos tres hombres fuertes que estaban en la habitación con ella, acababan
de convertirse en sus amigos y aliados. Eso esperaba. Tenía que quedarse
aquí si Baring estaba tras ella. No había otro lugar a donde pudiera ir,
porque si la estaban buscando, sin duda, la encontrarían. Ni siquiera sabía
remotamente que pasos seguir para desaparecer.
Baring nunca pagaría por lo que había hecho. Sabía lo suficiente de cómo
funcionaba esto. Millon y Arka tenían rebaños enteros de abogados de
guardia para cosas como esta. En apuros y privada de dinero, las fuerzas
del orden locales no serían rivales.
—Lo que quiere decir que volverán a buscar. Más intensamente, esta vez.
Y si pueden, la van a presionar en busca de respuestas. Y presionarán
fuerte. Esos no eran chicos buenos —la voz de Mac era implacable.
Mac miró por encima del hombro, solo moviendo los ojos. Sí, él se veía
siniestro. Ella esperaba haberlo interpretado correctamente. No tenía ni la
menor idea de cómo eran los otros dos hombres. Todo lo que tenía que
hacer era seguir sus instintos animales, el instintivo sistema de alarma de
bajo nivel que todas las mujeres razonablemente atractivas desarrollaban
en las zonas urbanas y ese sistema no estaba sonando.
—Si quiere recuperar su vida a corto plazo, será mejor que descubramos lo
que quieren.
Ella estaba teniendo una reacción tardía. Sus manos empezaron a temblar
tan fuertemente que tuvo que ponerlas entre las rodillas porque aunque no
había vibraciones perturbadoras procedentes de cualquiera de los tres
hombres, las vibraciones peligrosas existían. Fueran peligrosos o no para
ella, claramente eran hombres duros, como soldados o policías, solo que
algo más. Más duros, menos amistosos.
Hablando de estar entre un lugar muy duro y una roca. Ellos debían creer
que era inofensiva. De otra manera la MIBecearian y la dejarían suelta
como a una mascota entrenada liberada en la selva. Se despertaría en algún
lugar sin el conocimiento de los dos o tres últimos días y sin idea de que
Cal Baring y sus gorilas estuvieran tratando de seguirle la pista.
Una mano enorme y fuerte aterrizó en su cuello, presionó hacia abajo hasta
que su cabeza casi se encontró con sus rodillas.
—Respire —le ordenó una voz profunda desde algún lugar sobre ella.
Sonaba como si llegara desde el techo. Ella jadeó. La mano apretó
suavemente—. Respire —la voz ordenó de nuevo.
—Mierda —dijo el rubito, pasándose una mano por el pelo—. Pat me dijo
que estaba negociando por una nueva máquina de imágenes que todavía no
estaba en el mercado. Ella fue… —una mirada de soslayo hacia Catherine
y cerró la boca apretadamente. Lo que fuera que iba a decir, no lo haría
frente a ella.
—Se supone que no tienen que estar fuera a la vez. ¿Y por qué no
contestan al teléfono?
Mac se levantó. Estaba más cerca de ella así que Catherine tuvo que estirar
el cuello para observar su cara. Lanzó una mirada hacia ella y respondió
sin la vacilación del rubito. Tal vez confiaba más en ella. O tal vez sus
recuerdos fueran a ser borrados y no recordaría ni una palabra de esto.
—Joder —los labios del hombre pálido se arrugaron. El sudor ahora corría
por su cara como riachuelos aunque hacía fresco en la sala—. ¿Qué coño
vamos a hacer?
Pero por un fugaz segundo casi se echó a reír a carcajadas ante la cara de
Mac.
Él había sido entrenado para balas y huesos rotos pero el parto le tenía
aterrorizado.
¿Parto?
Bridget había sido llevada a los Estados Unidos desde Irlanda con la
promesa de un contrato como niñera de una familia muy rica de la costa
oeste y había acabado siendo poco más que una esclava. Una sobre la que,
además, el marido de la familia tenía los ojos puestos.
Ella se enamoró del manitas de la finca, Red. Cuando Red oyó sus gritos
mientras ella se resistía a la violación, corrió a su rescate y golpeó al
industrial en la boca. El industrial tenía vínculos con la mafia. Red y
Bridget huyeron con lo puesto.
Ahora este bebé que todo el mundo estaba esperando, que se suponía que
iba a nacer en un mes, estaba llegando, justo cuando los dos enfermeros
que llevaban la enfermería estaban lejos.
Sam, Nick y Jon estaban mirándole. Él era su maldito líder, ¿no? Entonces
¿Por qué no le deberían mirar? Excepto…joder.
Parto.
Y luego estaba la cuestión del extraño efecto que tenía en él. Era
demasiado bella para su propio bien. Ciertamente para el propio bien de él.
Todo sobre ella le ponía nervioso, inquieto. De ninguna manera ella…
Capítulo 9
Operación Guerrero
Doctor Lee,
Email de Chao Yu
La cólera.
La cólera no era productiva pero era lo que sentía tras las barreras que
había erigido entre el mundo y él.
Ondas sónicas.
Mientras tanto, tenía otro protocolo para utilizar con el comandante y los
demás. Luego el comandante sería recolectado y su cerebro examinado al
detalle molecular. Saldría mucha información de aquello.
El lenguaje corporal de Mac había sido claro en aquel aspecto. Rara vez le
quitaba los ojos de encima y siempre estaba a un brazo de distancia. Sin
embargo, para alguien tan alto, logró no interponerse jamás en su camino.
Él estaba sencillamente… allí. Como un enorme perro guardián.
La mujer, Bridget, había estado de parto durante dos horas antes de que
ellos llamaran a Catherine pero apenas estaba dilatada. El cuello uterino
estaba casi borrado y las contracciones llegaban cada veinte minutos
cuando Catherine entró en la sala. Pronto empezaron a ser más fuertes y
más seguidas. A Bridget le costó tres horas dilatar siete centímetros,
jadeando, resoplando y aferrándose a la mano de su marido.
Catherine se movía con cuidado, asegurándose que sus movimientos
fueran calmados y tranquilos. No era difícil. Desde algún lugar remoto de
su interior llegó una vasta convicción, una tranquilidad que jamás había
sentido durante sus estudios de medicina o en las prácticas. La facultad de
medicina había tenido escenarios de capacitación y las prácticas fueron en
su mayor parte observación. Esto no era un escenario de capacitación u
observación, esto era algo real.
Bridget la necesitaba.
Cuando ella entró en el hospital, la primera cosa que Catherine hizo fue
cogerle la mano a Bridget y decirle que estaba aquí para ayudarla. Un
maremoto de emociones la había inundado, y por primera vez en su vida
no dolió. Bridget estaba asustada y excitada, enamorada de su niño y del
padre, que le sujetaba la otra mano.
Ya era el momento. Bridget estaba casi dilatada del todo. Debajo de sus
manos, Catherine podía notar una vasta fuerza reuniéndose, algo más
grande que Bridget, algo que conectaba con la tierra y transitaba a través
de una pequeña mujer y una diminuta y poderosa fuente de luz dentro de
su vientre.
El poder arremolinándose y pulsando.
Y tras todo aquello, el eco más tenue de algo más. Otro grupo de
emociones. Casi… otra alma. Como un ángel suspendido en el aire, como
un sol propagando luz y calidez. Firme y seguro.
Entre las piernas de Bridget, Catherine vio una mata de cabello rojo
oscuro. ¡El bebé! Todo pensamiento huyó de su mente cuando se
concentró en traer una nueva vida al mundo. Sabía lo que estaba haciendo.
Los profesores de obstetricia y ginecología habían sido concienzudos y
estrictos. Pero más que el conocimiento científico de cómo nacían los
bebés, estaba imbuida con alguna sustancia mágica que la dirigía en el
proceso como si hubiera nacido para ello. Algo que le estabilizaba las
manos, el corazón y la voz. Como si estuviera conectada a alguna base de
conocimiento arcano comunicado con la misma tierra.
—Lo estás haciendo bien, Bridget. Así es, el bebé está coronando, unos
pocos empujones más y habremos acabado, tendrás un bonito bebé para
amar, solo un poco más, está bien, concéntrate en la respiración, excelente,
estás siendo muy valiente, eso es… —Catherine era apenas consciente de
lo que estaba diciendo, solo sabía que mientras hablaba, mientras tocaba
los muslos y el vientre de Bridget, el miedo de Bridget disminuía, como si
cada palabra que Catherine decía se llevara algo del miedo y el dolor.
Catherine le sonrió.
Red contestó.
La habitación estaba fría, como deberían estar las clínicas, pero Catherine
estaba sudando. Intentó limpiarse el sudor de la frente con la manga pero
era difícil. Apareció un pañuelo y le limpió el rostro.
Catherine bajó la mirada hacia el pequeño rostro rojo, los ojos arrugados
cerrados, la boca abierta, y sintió el cuerpo entero bañado por la luz. Pura
luz dorada atravesándola. Esta pequeña era esperanza, dicha e inocencia.
Era la luz en la oscuridad, la dicha en la pena, la esperanza en la
desesperación.
Estaba conectada a la tierra, al sol, a cada ser humano que había andado
alguna vez por la tierra. Todas las esperanzas y sueños, todo humano
pudiera ser, estaban contenidos en esta diminuta y pequeña criatura.
Red se inclinó hacia delante y besó a Bridget, y aquel pequeño acto rompió
su ensimismamiento.
—¿Qué es? —preguntó Bridget, con los ojos medio cerrados. Debía estar
exhausta, pero tenía una sonrisa de ensueño en el rostro.
—Una niña. Una pequeña pelirroja bonita y saludable. Diez sobre la escala
Apgar. De hecho, seguramente quince en una escala del uno al diez. —
Catherine se rio de pura dicha—. ¿Cómo vais a llamarla?
Ella no necesitaba tocar a nadie para comprender las emociones entre las
dos. Casi podías ver las ondas de amor yendo de madre a hija.
Era amada.
Tras ella, el Chico Surfero y el hombre oscuro, Nick. Detrás de ellos, diez,
no, quince, no, veinte personas riéndose y charlando llenaban la clínica.
Ruido, color y voces.
—Vale, chicos, calmaos. —El nivel de ruido bajó un poco. Stella levantó
su copa, las fuertes luces superiores iluminando cada una de las cicatrices
sin excepción y la belleza debajo de ellas—. Propongo un brindis para el
miembro más reciente de nuestra comunidad. El más reciente pero… no el
último.
—¡Hablaste!
Una mujer pálida alta y delgada con un hombre bajo, fornido y de cabello
oscuro se colaron en la habitación.
—Catherine.
Giró la cabeza sorprendida. Stella tenía su copa todavía alzada y estaba
mirando directamente hacia ella.
Alzó la mirada, todo lo que vio fue una mandíbula dura y cuadrada, leve
sombra de barba de un día y ojos entornados. Desde este ángulo destacaba
la cicatriz de la quemadura, piel fruncida proyectando pequeñas sombras
arrugadas. La cicatriz de la cuchillada en el otro lado del rostro era un
corte queloide, como una cicatriz tribal.
Aunque sabía una cosa. No la iba a soltar. La sujetaba con fuerza contra él,
tan apretada que podía notar los músculos tallados de su torso a través de
la sudadera negra que llevaba, debajo de los músculos individuales. Qué
poder tan alucinante. ¿Cómo sería ser tan poderoso?
La cabeza le daba vueltas. Era algo claustrofóbica pero no era eso, aunque
estuviera tan firmemente apretada entre un muro de carne y el muro duro
del pecho de Mac. La claustrofobia siempre venía acompañada con un
matiz de miedo.
Allí no había miedo en absoluto. Nada que temer, nada que la amenazara.
Solo gente muy feliz celebrando un feliz acontecimiento.
Pero… todos la estaban tocando, como si fuera una competición para ver
quién podía agarrar el pedazo más grande. Sin embargo la cordialidad de
los gestos, sus emociones, pulsaban y flotaban a su alrededor.
Catherine rara vez tenía a dos personas tocándola a la vez. Ahora había
veinte, más tal vez, apretando, empujando, intentando abrazarla y besarle
la mejilla, riendo. Secándose unas cuantas lágrimas de los ojos.
Joder.
Llamarla Mac. Jesús. ¿Qué coño era eso? ¿Se podía llamar Mac a una
pequeñina? Tenía que hablar con Bridget y Red sobre eso.
Mac tenía una voz profunda y sabía cómo ponerle tono de mando. En dos
segundos la habitación estaba completamente en silencio. Todo el mundo
había dado un paso atrás y ahora se daban cuenta de que Catherine estaba
inestable sobre sus pies.
—Sé que todos estáis felices por el nacimiento de Mac. —Tenía visión
directa a Bridget acunando al bebé con Red a su lado—. Y vosotros dos…
vais a tener que repensaros lo de ese nombre. —Puso una dura y severa
nota en su voz pero Bridget solo le sonrió de modo soñoliento—. Y sé que
todos le agradecéis la ayuda a Catherine. Pero creo que la estamos
abrumando.
Sí. Casi muerta por congelación en una tormenta de nieve, interrogada por
soldados profesionales que habían estado bajo el entrenamiento del SERE,
ver su casa destrozada por los matones, el parto de un bebé… sí, eso sería
una prueba para cualquiera, y mucho más para alguien con un aspecto tan
frágil como Catherine Young.
Ella se removió.
Él asintió y salió.
Al instante echó de menos ese cálido y ligero peso en sus brazos. Durante
unos minutos se quedó sobre ella, todavía tocándola, incapaz de soltarla
del todo.
Terreno nuevo.
Jesús.
Contrólate.
—¿Qué estás haciendo? —susurró ella. Sus ojos eran de un gris tan
brillante que él casi se alegró de que estuvieran medio cerrados. Eran
hipnotizadores. Era difícil apartar la mirada de ella.
Pero hombre, ¿cómo podía esperar que ella se sintiera a salvo cuando
anoche la interrogó, completamente armado, sospechando que era una
espía del gobierno? Qué mierda de estupidez le había dicho.
Mac tiró hacia arriba la colcha y se la pasó sobre los hombros con la mano
libre. Quería sentarse a su lado. Estiró la silla con el pie porque, bueno, no
quería soltarle la mano.
Parecía tan frágil allí acostada. Estaba pálida, con las fosas nasales tensas
por el estrés, fruncía el ceño incluso dormida. El resto de ella también era
frágil, demasiado… delgada y de huesos pequeños.
Fueran cuales fueran sus motivos, hacía falta pelotas del tamaño de un
frigorífico para iniciar una búsqueda para encontrarle con solo unas
cuantas pistas de un loco.
Y había aprendido pronto que era inútil tener una erección por una mujer
bonita. Había nacido feo, crecido feo, y el cabrón con el cuchillo y la
tremenda tormenta de fuego en Arka que habían deshecho parte de su
rostro empeoraron las cosas. Raras veces miraba a los ojos a una mujer
bonita porque podría entenderse como agresión. Hacía mucho tiempo que
había aprendido a guardarse la polla entre las piernas cuando deseaba a
una, porque aquello no iba a pasar.
Y despareció.
Ahora era más difícil controlarse. Por alguna alquimia mágica, Catherine
Young estaba dentro de su perímetro en todos los sentidos posibles. Había
sido aceptada por su chusma y él había aceptado que ahora su seguridad
era responsabilidad suya. No le gustaba, pero así era. Ella estaba dentro.
No estaba despierta para verlo contemplándola con pasión en sus ojos, así
que podía, bueno, fantasear.
Jesús.
En Ghost Ops, las vergas se mantenían bien sujetas, incluida la de Jon, que
solía consumir mujeres como los sureños consumían cerveza fría.
Así que las Ghost Ops eran sobre todo zona sin sexo, sin mencionar el
hecho que desde el día que se había creado, el equipo de seis hombres
estuvieron casi constantemente en misiones. Y sus descansos no eran en
casa —porque ya no tenían casa— sino en alojamientos en algún erial a
cientos de kilómetros de la ciudad o carretera más cercana, un lugar que
habían apodado Fort Dump, un lugar que ninguna mujer toleraría sino bajo
pena de muerte y mucho menos por sexo.
Y después del desastre de Arka… bueno, estar huyendo para salvar la vida
y escondido en verdad no sacaba a relucir la calidez y lo sexy.
No pudo.
Ella juntó las cejas mientras lentamente miraba por la habitación, luego
volvió su mirada hacia el rostro de él.
—¿Estoy en tu habitación?
El alojamiento era algo más, pero asintió.
Y Catherine Young.
—No, no tengo miedo de que me hagas daño. Para nada. —Se detuvo
mordiéndose el labio.
—Sé quién eres, Mac. Te conozco. Sé cómo eres por dentro y por fuera me
quieras creer o no. Sé que eres un soldado peligroso en el campo de batalla
y que no podrías hacer daño a un inocente. Simplemente no podrías.
Él tiró de su mano pero ella solo aumentó la presión. Era ridículo. Su mano
era casi el doble de tamaño que la suya. Su fuerza, como el de todos los
soldados de las Operaciones Especiales, había sido probado en un
dinamómetro, marcando más de noventa kilos. De hecho por encima de la
escala. Y aun así no podía apartar la mano de la suya.
—Tenemos una conexión, Mac. Te guste o no. Y creo que también puedes
notarlo.
Su móvil sonó con dos bips bajitos. Un mensaje de texto. Un haz de luz
salió disparado, moviéndose hasta encontrar una superficie oscura donde
proyectarse.
—¿Qué quiere?
Jodido temblor.
Catherine lo observaba, con sus enormes ojos gris plata, labios llenos y
levemente apretados, conteniendo las palabras.
—¡Guau! Esto tiene mejor aspecto que el Fortnum and Mason de Londres.
—Estoy famélica.
—¿Qué?
—El postre tiene que estar en alguna parte. Oh sí, gracias a Dios. Galletas
y helado. —Levantó la mirada para encontrarla mirándolo con una ligera
sonrisa en el rostro— Entonces, ¿qué quieres?
La sonrisa se amplió.
—De todo. Estoy tan hambrienta que podría comerme un caballo crudo.
Sabiendo que está cocinado por Stella, estoy a punto de arrancarte estas
cosas de las manos.
—No lo querría. Así que supongo que te daré un poco de todo. Hay
bastante para repetir dos y tres veces.
Le llenó el plato hasta arriba con la comida de Stella, gustándole todo. La
hermosa mujer que ahora tenía una amplia sonrisa en el rostro. En su
cama, en su alojamiento.
Durante la mayor parte de su vida, su cama había estado vacía, su vida era
supervivencia y liderazgo. El último año se lo había pasado
constantemente en guardia porque tenía enemigos poderosos. Tenían al
condenado gobierno de U.S. buscándolos y él no se hacía ilusiones de lo
que pasaría si el gobierno los encontraba. Fueran cuales fueran los poderes
que hubieran sido informados sobre las Ghost Ops, a los hombres que los
perseguían les habían dado órdenes específicas. Primero disparar.
Sin mencionar el hecho que de algún modo (no tenía ni idea como) había
sido elegido como algo entre alcalde y rey de Haven. La gente ahora
empezaba a acudir a él con problemas técnicos, de organización y
últimamente —¡Jesús!— problemas afectivos. Así que además de
mantener a salvo a su gente ahora tenía que mantenerlos felices y
espiritualmente realizados.
Así que, sí, estar sentado relajadamente en su cama con esta guapísima e
inteligente mujer, compartiendo una comida deliciosa… era un agradable
respiro de su realidad.
Ella se había puesto cómoda con la espalda en la cabecera de la cama, un
gran plato en el regazo, con un brebaje verde y naranja en un vaso largo
sobre la mesilla de noche. Él levantó su vaso.
—No tienes que censurarte conmigo, Mac. Soy una chica grande. Para
contestar a tu pregunta, creo que es zumo de zanahoria y menta. —Levantó
el vaso y tomó un largo trago. Mac siguió los movimientos de su cuello
mientras ella tragaba y su erección se hinchó incluso más larga.
Gracias a Dios que llevaba unos vaqueros ceñidos y una camiseta larga…
su uniforme habitual en Haven. Este momento era demasiado bonito para
arruinarlo con una erección que no podía ir a ninguna parte. Porque, en
realidad, ¿qué podría estar haciendo una mujer como ella con un hombre
como él?
Así que no. No iba a haber sexo. Sin embargo cachondo como estaba, ella
no. Sabía lo que excitaba a las mujeres con ese aspecto y que actuaban así,
y esto no lo era. Ella no le estaba echando miraditas o comprobando su
paquete, poniendo casualmente una mano en la parte superior de su muslo.
Era el pan de cada día para las chicas de bar que escogía. Solía escoger
cuando solía tener una vida sexual.
Ella solo parecía… feliz. Tan feliz como lo estaría cualquiera a quien
hubiera destrozado la casa.
—¿Qué?
Ella sonrió.
—Nah. Está bien. —Tomó otro trago de aquello, no porque le gustara sino
porque no quería interrumpir esto. Fuera lo que fuera.
—Casi siempre. Ahora todos somos adictos. Cualquier otra comida sabe
rara.
Ella asintió.
—¿Jon? —ella ladeó la cabeza con un pequeño frunce entre las cejas—.
Oh. Sí, claro. —Despejó el rostro—. El Chico Surfero.
—El Chico Surfero, sí —asintió Mac con la cabeza. Era genial oírla
diciendo aquello. A Jon se le solía subestimar.
—Jon estaba con ella cuando salieron las noticias y el presentador dijo que
su atacante había escapado del centro psiquiátrico. Ella empezó a temblar
de tal modo que no podía sujetar nada. Sus cicatrices apenas habían
sanado. No podía hablar ni pensar. Jon la invitó a venir aquí, vino y ahora
no podríamos estar sin ella.
—¿Antes?
—No. Nick y yo. —Su boca se curvó hacia abajo—. Una vez casi tenemos
un motín. Entonces llegó Stella y todo el mundo fue feliz. Nos salvó el
pellejo.
Él pestañeó.
—¡Oh!
… tan atractivo…
El pensamiento errante, tan claro como si alguien se lo hubiera susurrado
directamente al oído, cruzó flotando por su conciencia. Aquello lo
impulsó, rompiendo el hechizo.
Ella primero tuvo que tragar. Incluso sus labios se habían puesto blancos.
—No —susurró con voz sorprendida—. No, por supuesto que no. Ya te lo
he dicho.
Fue rudo pero ella no protestó. Solo le dejó examinarle las manos. Eran
hermosas. Esbeltas, de dedos largos, suaves. Y por mucho que mirara,
carentes de cualquier sistema de inyección de droga que pudiera ver.
—No.
—¡Entonces dime qué coño ha pasado aquí! —Le tiró las manos hacia
abajo, retrocediendo un paso furioso—. Joder, te toco y es como si se me
apagaran las luces. ¿Qué coño fue eso?
Y como narices había logrado convencerle que una mujer con su aspecto
podía sentir deseo por él. Eso era un truco de locos.
Había venido aquí y lo había encontrado contra todo pronóstico. Llegó con
su alocada historia del Paciente Número Nueve, que él, Nick y Jon se
habían creído a medias, así que tal vez el lavado de cerebro había
empezado inmediatamente. Luego se había introducido en su comunidad,
¿qué era aquello si no el trabajo de un agente infiltrado? De todos modos
trabajaba para su enemigo… Arka.
Arka tenía tratos con alguna mierda inmunda. Era totalmente posible que
ella llevara un bote de algo… alguna droga psicotrópica nueva que alterara
la realidad.
Bajo la luz de la lámpara sus ojos eran pura plata, reflejando la luz en vez
de absorberla. Ella lo miró a los ojos y luego apartó la mirada, dardos
plateados que chispeaban. Incluso sin maquillaje sus ojos eran
espléndidos: enormes con gruesas y oscuras pestañas. Ese brillo plateado
tan brillante…
Mac se dio una sacudida mental. Tío, lo que fuera que hubiera usado en él,
era potente. Jamás había tenido una pequeña ausencia por el color de los
ojos del sospechoso que estaba interrogando.
—¿Qué me acabas de hacer? —Su voz era baja y letal. No tenía que
proyectarlo; se sentía letal en cada célula de su cuerpo.
Estaba asustada. Era bueno. Porque tenía acceso a una clase de armamento
contra el que él no tenía defensa. Un arma que podía hacerle caer tan
seguro como un aturdidor o un calibre 50.
—De acuerdo. Vas a tener una oportunidad con esto, porque si en algún
momento tengo la sensación de que estás mintiendo, voy a esposarte,
llevarte a la clínica e inyectarte tanto Lethe que te despertarás dentro de
una semana. Y si me cabreas mucho, no te despertarás en la habitación de
un motel. Te despertarás en la nieve, a tres kilómetros de la carretera más
cercana. Asiente si me entiendes.
—Asiente si me crees.
El miedo había desaparecido. No tenía idea como había sucedido. Pero era
inconfundible. Ni miedo. Ni terror. Ni asco.
A la mierda.
Entrecerró los ojos y acercó la cara. Esta mujer podría ser una mentirosa
de primera categoría. Pero incluso los mejores mentirosos del mundo
tenían deslices. Pequeñitos, pero él era un hombre observador. No iba a
dejar que se le escapara ni la más leve señal.
Aflojó la mandíbula.
—No, no la cuentas.
—Escúpelo.
Ella no se acobardó.
Capítulo 10
Sede de Orion Security
Alexandria, Virginia
Ojeó las ofertas para la licitación. Discretamente dejó que sus principales
clientes supieran que había una posibilidad de que él pudiera hacer
trabajos de seguridad en la mitad de tiempo, utilizando la tercera parte de
personal. La seguridad era un mercado atestado, cada día más saturado. El
mundo era un lugar peligroso, pero se estaba llenando rápidamente con ex
soldados. Mucho potencial, altamente entrenados, bien armados, duros.
Muchas empresas estaban surgiendo, compitiendo por el trabajo.
Flynn había corrido la voz de que tenía una nueva tecnología que le
permitiría ofrecerse para trabajar más barato. Eligió las compañías con las
que contactó cuidadosamente. No tenían curiosidad por la tecnología, lo
único que les importaba era el resultado final. La mayoría del trabajo sería
hecho lejos de la vista de los trabajadores de cuello blanco de las salas de
juntas de las oficinas centrales.
Picaron.
Lee le había dicho que estaba seguro de que tenían la fórmula correcta.
Había encontrado algo en la cabeza de Lucius Ward que había sido la llave
hacia la dosis correcta. Habría sido la primera vez que la cabeza de Lucius
Ward hubiera sido útil para Flynn.
Bastardo mojigato.
Flynn estaba perdiendo dinero día a día. Y el fiasco de África les había
retrasado por quien sabía cuánto tiempo
A: Uno@sinnombre.com
De: Dos@sinnombre.com
Se echó hacia atrás con una sombría sonrisa en su cara. Esto debería agitar
a Lee. Poner un fuego bajo su flaco culo. Lee no podía hacer nada solo con
el presupuesto de investigaciones Arka. El dinero de Flynn era la llave.
Así que Lee iba a tener que ponerse en marcha o Flynn iba a cortar el
pezón del que Lee había estado chupando.
Mount Blue
Los ojos de él se abrieron con sorpresa. Catherine entendió muy bien que
Mac no fuera a menudo pillado por sorpresa. Había sentido su naturaleza
vigilante bajo sus manos, pero incluso si no lo hubiera hecho, su lenguaje
corporal era claro.
Él frunció el ceño.
Ella buscó sus ojos. Marrón oscuro excepto por aquellas amarillas estrías
brillantes.
Cerró los ojos pero eso no ayudaba. Su notable cara parecía tatuada en el
interior de sus parpados. Rasgos fuertes, piel curtida, una nariz que había
sido rota varias veces, una boca firme que nunca sonreía. La cicatriz
ondulante sobre el lado izquierdo de su cara que parecía como si fuera un
río de carne fluyendo hacia abajo. La otra cicatriz como un recuerdo de
dolor en la piel.
Ella vio sus rasgos pero vio mucho más, no solo a través de las
proyecciones del Paciente Nueve, que le quería como a un hijo, sino ahora
a través de sus propios dedos, su propia piel le hablaba.
Había violencia ahí, sí. Pero también bondad y lealtad. Tenía la valentía de
un hombre sin miedo a morir. No era un suicida, ni mucho menos, pero su
cabeza y su corazón creían que había muchas cosas peores que la muerte.
El engaño, la traición, la crueldad. Eran peores que la muerte para él y
moriría antes que ser culpable de ellos.
La intensa ferocidad que él estaba dirigiendo hacia ella era el color del
miedo. No miedo por él mismo sino miedo por la gente que él tenía en
gran estima, la gente que claramente él dirigía y protegía. Los sentimientos
de Bridget por ese hombre habían sido agudos e intensos. La había salvado
de algo. Había habido una clara gratitud, los tonos brillantes de la
admiración, hilos de afecto atravesándolo. Casi amor, aunque no como el
amor que había estado en ella por Red y por su pequeña hija.
Mac era su líder y permanecía en pie para ellos, era su baluarte contra un
mundo que no había sido amable con ellos.
Era el miedo por su gente lo que le tenía entrecerrando los ojos, lo que
hacía su profunda voz tan áspera y sombría, que le tenía inclinándose tan
cerca.
—Retrocede.
Sus ojos relampaguearon, un ceño profundo entre sus cejas negras. El ceño
estaba casi permanentemente grabado en su cara, lo que significaba que
fruncía el ceño mucho.
—¿Qué dijiste?
Por no mencionar el hecho de que había un tirón molesto hacia él. Casi un
tropismo, como un girasol hacia el sol.
El cariño del Paciente Nueve por él se había pegado a ella. Y ahora que le
había visto, que había estado lo suficientemente cerca como para sentir su
calor, oler el olor a limpio de él, tocarle… ella estaba a un paso de
enamorarse de él. De primera mano, no de segunda mano. Mentalmente
movió los brazos como un molino de viento, porque enamorarse de este
hombre, ahora, sería un desastre de proporciones épicas.
Aunque…
Es tan atractivo…
El pensamiento flotó a través de su mente una vez más, como antes había
hecho. ¿Desde cuándo ella era susceptible a un cachas? Los cachas
definitivamente no eran su estilo. Definitivamente era una mujer de
inteligencia-sobre- músculo. Los pocos hombres con los que se había
citado habían sido del tipo enclenque, hechos para batas de laboratorio
colgando de hombros estrechos.
Este guerrero que parecía algo salido de la niebla del amanecer, este
hombre la tenía controlada.
…tan atractivo…
Había sido increíble sentir toda esa energía de acero, pero ahora que no le
estaba tocando, se había ido, precisamente cuando la necesitaba.
Ella pensaba con claridad para ganarse la vida. Claridad de mente, una
habilidad para centrarse… eso es lo que más o menos era. Era una
científica y su mente era su arma. Ahora mismo estaba fallando
estrepitosamente.
Una cosa que había aprendido hasta ahora como un hecho establecido era
que sin contacto, la conexión no funcionaba. En el momento en que ella
apartaba la mano, la persona a la que había estado tocando se convertía de
nuevo en un enigma y ella se retraía en su propia piel, totalmente incapaz
de leer a la persona que un segundo antes había estado abierta a ella.
Eso ayudó. Cuando era un puntito en el horizonte, abrió los ojos y sintió
todo de nuevo. Sola otra vez.
Él inclinó la cabeza de nuevo, los ojos oscuros nunca dejaron los de ella.
—Yo soy, um… yo soy diferente. No soy como las otras personas.
Ahí vamos.
—Sabes que puedo… puedo sentir las emociones de la gente cuando les
toco —dijo cuidadosamente.
Ella se mordió los labios y asintió con la cabeza. Era imposible leer su cara
excepto que no se veía feliz.
Los chicos la evitaban en los pasillos. Nadie quería su armario al lado del
de ella.
—No puedo leer mentes, si es eso lo que piensas. —por lo menos hasta el
Paciente Nueve—. No es como una emisora de radio que transmite los
pensamientos en tu cabeza como si fueran las noticias de la noche. —Él se
relajó ligeramente. Estaba ocultando algo. Eso era genial. Todos tenían
secretos. Dios sabía que ella tenía los suyos propios—. No sé cuál es tu
lista de la compra o que hay en tu cuenta bancaria o con quien has quedado
en una cita. No sé cosas específicas. Pero… sabría si estás preocupado o
contento o triste —O eres un suicida, un homicida o un esquizofrénico.
Reprimió un escalofrío.
—¡Vamos! ¡Detén esto! Vi el ordenador tan potente que tienes aquí, Mac.
No lo olvides. Un hombre inteligente, y tú me lo pareces, puede encontrar
información sobre casi cualquier cosa con esa clase de poder crucial.
Probablemente ya conoces mi promedio de calificaciones en la
universidad, las clases que tomé en el instituto, sin duda sabes cuánto
tiempo he estado trabajando en Millon.
—¿Y leíste…?
—Oscuridad —dijo suavemente—. Desesperación. Algunas veces…nada.
Él retrocedió ligeramente.
—¿Diferente cómo?
—No podía meterme en eso hasta que llegaran los resultados de la fRMI.
Las RMI funcionales en pacientes con demencia muestran patrones
completamente diferentes que en los normales. Y muestran áreas inactivas.
¿Alguna vez viste los mapas de las conexiones a internet de Corea del
norte antes de la sublevación y la fundación de la República de Corea?
—Le toqué.
—¿Error?
—Sí. ¿Has tenido una lectura errónea? ¿Creías que alguien estaba muy
contento pero resultó un suicida? ¿Creías que alguien estaba enamorado y
en vez de eso apuñaló a la chica? ¿Pillas lo realmente malo?
Era fascinante mirarle, un imán para los ojos. Sus ojos, al menos.
Ella había pasado casi su vida entera en la escuela. Tres años antes había
dejado los confines de la escuela de graduados solo para trasladarse
directamente al interior de un laboratorio de investigación que era
virtualmente indistinguible de su laboratorio de la universidad, excepto
que el equipo era mejor y más caro.
Y a cada paso del camino, los hombres eran clones unos de otros.
La única variable era la altura, por lo demás, los hombres con los que ella
había pasado todos sus estudios de postgrado y su vida laboral eran
virtualmente lo mismo. Delgados, porque los nerds científicos no tienen
tiempo para comer. Con gafas, por pasadas de moda que fueran. Los ojos
quirúrgicamente mejorados todavía tenían problemas para hacer frente al
trabajo de cerca que se requería de alguien que observaba todo el día las
pequeñas pantallas de los microscopios electrónicos, y ya que los nerds no
eran vanidosos, era más fácil llevar gafas. En un mundo donde ya no había
más gafas, era como una señal, ahí en sus caras. Soy un nerd.
No tenían músculos, ninguno. Hacer músculos requería tiempo y ganas y
los hombres con los que trabajaba no tenían ninguna de las dos cosas.
Vivían enteramente en sus cabezas. Sus cuerpos estaban en un segundo
plano.
Eran exactamente lo opuesto del hombre sentado al otro lado de ella, que
era enorme, muy musculoso, rezumando bastante testosterona y
feromonas.
Todo acerca de él era tan fascinante. Era como una quimera, alguna bestia
mítica salvaje del bosque que de repente cobraba vida. Ella le podía
observar durante días, un poco cautelosa, como debía ser con las criaturas
míticas. Él podía desaparecer, podía saltar sobre ella… no tenía ni idea de
lo que podía hacer.
Ella bajó la mirada hacia la mesa, como si allí hubiera algún dato, aunque
por supuesto allí no había nada excepto una superficie de madera. Pero ella
no necesitaba un bloc de notas. El Paciente Nueve estaba grabado en su
memoria con ácido.
—La primera vez que le vi, como dije, fue el tres de enero. —Ella lo
recordaba muy bien. Había pasado la Nochevieja y Año Nuevo por su
cuenta. Ir a trabajar había sido un alivio porque por lo menos podía oír
voces humanas—. El Paciente Nueve estaba en mala forma física. Como te
dije, era como si hubiera sufrido numerosas operaciones, y aunque las
heridas estaban cerradas sin infección, a veces se notaba que había tenido
intervención sobre intervención. —Se estremeció al recordarlo. Había sido
algo… inquietante ver a un hombre sobre el que se había trabajado tanto
—. Estaba atado. Sus ojos estaban cerrados cuando entré en la habitación.
Había dedicado la mañana a repasar los archivos de los pacientes,
comprobando sus papeles y haciéndoles un examen físico. Solo para tener
un punto de referencia, como dije. Luego entraba en cada habitación para
tener una idea de ellos. Solo un examen preliminar. El Paciente Nueve
estaba inconsciente, como la mayoría de ellos. Estaba tomándole la tensión
cuando, de repente, sus ojos se abrieron y agarró mi mano, por encima del
guante de látex. Fue… fue una sorpresa.
Ese hombre no estaba perdido, no del todo. Estaba atado debido a las vías
de las intravenosas y no podía hablar pero estaba consciente.
Terriblemente consciente.
—Me habló —susurró ella, recordando aquel momento eléctrico—. Me
dijo que estaba atrapado. Algo terriblemente malo había pasado. La gente
que le importaba había sufrido. Necesitaba… necesitaba algo mucho.
Quería que algo se hiciera pero yo no podía entender…
Catherine miró a Mac directamente a los ojos. Sus ojos oscuros estaban
mirándola intensamente, sin parpadear.
—Tienes que entender que esto nunca me había sucedido, nunca antes
había visto tan claro. Generalmente todo lo que consigo son sentimientos.
Esta vez veía las imágenes y sentía las emociones al mismo tiempo. El
peligro, cortándome como un cuchillo. Alguna sensación profunda de
traición, algo oscuro, algo que me quitaba el oxígeno. Sobre todo eso… —
su voz bajó hasta susurrar—…sobre todo eso estaba tu cara.
Ella asintió con la cabeza y tragó saliva con dificultad. En la visión dada
por el Paciente Nueve, toda la cara de Mac había estado negra con
quemaduras, la piel roja en carne viva asomaba bajo la piel quemada.
Quemaduras horribles, salidas de una pesadilla, ahora solo cicatrices.
—Ese día sí. Eso, y una abrumadora sensación de que nadie debía saberlo.
Se sentía imperativo que lo mantuviéramos como un secreto. —Se recordó
tambaleándose, casi débil debido a la intensidad de lo que había sido
lanzado hacia ella. Sintiéndose desnuda y descubierta, como si hubiera
sido despellejada. Preguntándose si había sufrido un episodio psicótico o
incluso tal vez algún tipo de apoplejía—. El siguiente día no me tomó por
sorpresa. También era muy consciente de que las sesiones eran grabadas.
El sentimiento de que esto era un secreto, que podía morir gente si no lo
manteníamos en secreto, era muy fuerte, casi paralizante. Había un
pequeño paso a la completa paranoia y lo toleraba porque se sentía muy
real. De regreso en mi oficina, puse la cinta para confirmar que desde el
exterior, nadie pudiera decir que algo había sucedido. Un paciente había
cogido mi mano, eso era todo. Los pacientes con demencia avanzada han
perdido todas sus habilidades motoras. A menos que estén sedados,
algunos se sacuden salvajemente. No había nada en la cinta que pudiera
haber llamado la atención.
Mac estaba tan quieto que podía haber sido una estatua.
Pero esa cara era incluso más que una obsesión ahora que le había
encontrado. Concéntrate Catherine.
—Esta vez, fue más fuerte que el día anterior. Casi como si una nueva vía
neuronal se hubiera abierto o en mi o en él. —Se encogió de hombros—.
No puedo decirlo. Era lo mismo que antes, muy claro pero de algún
modo… más débil, también. Con una sensación de lucha enorme por llegar
a mí. Comprobé su historial y había sido sedado con una dosis más fuerte
que la habitual. Sus ojos… —Ella cerró los suyos, recordando.
—Trágicos y perdidos —susurró ella. Los ojos del Paciente Nueve todavía
la atormentaban. Una mirada tan desolada que por sí sola había sido
suficiente para impulsarla a un posible peligro—. Tratando tan arduamente
de comunicarse conmigo. Estaba luchando desesperadamente con los
efectos de la droga. Eso debería haberle noqueado sin embargo allí estaba,
terriblemente debilitado, pero aún despierto y alerta. Yo tenía la sensación
de… de una voluntad de hierro debajo de todo eso. La sensación de un
hombre que simplemente no podía, no quería abandonar. No sabía cómo
abandonar.
Él asintió abruptamente.
—Sí.
—Sí, lo dijiste. —Por primera vez el fantasma de una sonrisa cruzó sus
labios—. Parece que eres tan buena como Jon hackeando. Eso es
alarmante. ¿Entonces qué pasó?
Los recuerdos de lo siguiente que pasó eran tan intensos que casi dolían.
—¿Fusión mental?
—A ti, principalmente —dijo ella sin rodeos—. Vi las imágenes del día
anterior pero ahora eran más claras. Tú estabas enfrente y centrado,
vestido de negro como vas ahora, solo que con una chaqueta más gruesa
que se veía rara y gruesas gafas negras. De protección, en realidad. A
veces con un casco con una pequeña luz en él. Desplomado contra una
pared de acero con la mitad de tu cara quemada. Luego levantándote de
nuevo, sangrando. Vi a otros hombres pero no estaban tan claros para mí
como tú. Durante todo eso, observando esa batalla, observándote, Nueve
estaba acribillándome con el deseo irresistible de encontrarte, no importa
cómo. Como si yo fuera a morir si no te encontraba.
Deseo no era la palabra correcta, había sido más que eso. Una compulsión
sombría. Un anhelo. Un impulso profundo de encontrar a Mac… un
hombre del que nunca había oído hablar o visto antes, un hombre que ella
no tenía razones para creer que existiera en la vida real y no solo en las
ruinas humeantes de la cabeza de Nueve, había sido tan fuerte como la
necesidad de respirar. Vitalmente, crucialmente importante.
Muéstrame. La visión llegó sin invitación pero ella no podía pretender que
venía de ningún lado. Llegaba de algún profundo lugar en su interior,
algún lugar que tenía limaduras de hierro todas, de repente, alineadas con
el imán que era Mac.
—¿Qué?
Una mano grande se desplegó con la palma hacia arriba. Movió la mano al
centro de la mesa.
No.
Oh Dios mío.
Capítulo 11
Deseo.
Cristo, ella lo llamaba deseo pero era más que eso. Mundos y universos
más. Algo más grande, algo insondablemente mayor. Algo completamente
fuera de su entendimiento.
Ver a una mujer que no fuera un adefesio, que no oliera, que tuviera todos
los dientes, rastrearla y, si ella estaba por la labor, decirle a su polla que se
levantara y se mantuviera. Y, por supuesto, lo hacía. Siempre lo hacía.
Nunca tuvo que pensar en eso. Nunca tuvo que sentir al respecto.
¿Esto? Esto era otra cosa. Algo infinitamente más poderoso y abrumador,
algo que ni siquiera había cruzado su horizonte en treinta y cuatro años de
vida.
Enormes ojos de color gris claro con el borde azul oscuro alrededor,
reflejando toda la luz de la habitación con destellos plateados, piel pálida
perfecta, pómulos de huesos altos rodeando una pequeña mandíbula firme
y allí mismo la más deliciosa boca del mundo, suave e hinchada y
temblorosa.
Mierda.
Mierda, tenían que estar fuera, ahora, porque no tenía que haber nada entre
su piel y la de ella. Ahora.
Su polla aumentó aún más contra el vientre femenino, un fuerte pulso, casi
doloroso y o bien estaba dentro de ella o se volvía loco.
Esto era algo parecido, solo que él nunca había desnudado a una mujer así,
rápido y duro. Alguien que se veía como él tenía que ser un poco fino
pero, vaya, no había finura en eso, solo una especie de fiera desesperación.
Lo que ella quería se podía leer en su piel, en zonas de calor que él podía
leer a través de un nuevo sentido que de repente había florecido. Ella
estaba caliente, brillando por todas partes, con sus pechos y el área entre
sus muslos emitiendo un brillo extra dorado de calor. Ella quería que él la
tocara, ahí. Que le tocara la piel con la suya.
Ah, pero esta no era cualquier mujer. Ella era puro calor mágico,
probablemente una bruja que le había lanzado un hechizo porque esto
distaba de cualquier otra experiencia sexual. Actualmente, distaba de
cualquier otra experiencia de nada, con todas estas cosas locas en su
cabeza, su cuerpo…
¡Ah! Pantalones desabrochados, cayendo hasta sus tobillos junto con sus
bragas, amontonados alrededor de sus botas. Ella brillaba bajo la suave
luz, no había otra palabra para eso. Largas, esbeltas, fuertes piernas,
pálidas y suaves. Una imagen de ellas apretadas fuertemente alrededor de
su cintura casi le hizo doblar las rodillas. Cerró los ojos porque mirarlas le
ponía más duro de lo que tenía derecho a estar.
Ella dio un pequeño suspiro y él abrió los ojos unos milímetros. Ella le
observaba con aquellos brillantes ojos plateados y se preguntó si podría
sentir la lujuria que salía de él como vapor. Seguro que podría. Incluso una
mujer normal podría. Estaba sosteniéndola apretadamente contra él, tan
apretada que su rígida polla se frotaba contra el vientre de ella. No
necesitaba ser una psíquica para imaginarse lo que él quería.
—Me siento un poco tonta aquí de pie con los pantalones alrededor de los
tobillos. Tal vez debería, um… deberías…
—¿Cómo puedo quitarte los pantalones sin dejarte ir? —susurró él.
Apenas podía pronunciar las palabras debido al calor humeante de su
cabeza. Sus manos no se abrirían.
—No puedes. —El empujón de ella le tomó por sorpresa. En otra ocasión,
apenas habría notado el empujón de una mujer que pesaba la mitad que él,
pero de todos modos estaba desequilibrado y se tambaleó un poco. Los
suficiente como para abrir las manos y soltarla.
Era cegadoramente hermosa. Quería cerrar los ojos porque ella era
demasiado, pero no quería perderse nada por lo que los mantuvo abiertos.
No quería perderse ni un centímetro de esa piel cremosa, los tiernos valles
y depresiones, curvas suaves pero bien proporcionadas. Un largo cuello de
cisne, delicadas clavículas. Cintura estrecha, un pequeño vientre liso, una
suave nube de vello oscuro entre sus muslos, los pálidos e hinchados
labios de su sexo asomándose a través. Sus pechos, Jesús. Perfectos. Del
color de la leche, suaves, con pezones rosa pálido.
Parecía un zumbado, pero cuando levantó los ojos y vio el calor en los de
ella, no le importó un adarme. En segundos, botas, calcetines y tejanos
estaban fuera y arrojados a un lado, Catherine estaba en sus brazos de
nuevo y él estaba gimiendo de deleite mientras cada centímetro de su
cuerpo que la tocaba se iluminaba como un foco.
Todo eso estaba en él, ahora era una parte suya, como las manos y las
piernas.
Una mano bajo su culo y la levantó. Tan naturalmente como respirar, sus
piernas se abrieron, se cerraron alrededor de su cintura, y así él estuvo en
su interior y, mierda, fue como meter la polla en un enchufe.
Explotó. Ni siquiera supo que iba a pasar hasta que estuvo volando, toda
su columna vertebral se volvió líquida y se derramó dentro de ella,
tomando su cerebro y lo que parecía la mayoría de sus órganos internos
con ello.
Con el último pulso, su cabeza cayó sobre el hombro de ella y vio una
perla de sudor, dos, cayendo sobre la suave, piel pálida de su espalda.
Él era fuerte.
Le haría daño.
Mac dio un paso hacia su cama, dos pasos habrían estado más allá de él, y
la siguió hacia abajo, aún dentro de ella, todavía besándola.
Era tan intenso que tuvo que levantar la boca de la suya para que ese
enorme zumbido eléctrico pudiera parar durante un segundo. Entonces lo
echó de menos y hundió la cara en la nube de pelo alrededor de la cabeza
de ella y simplemente la aspiró.
Contra sus muslos él podía sentirla moviendo los dedos de los pies y
tamborileó los dedos de las manos contra su espalda.
—Eso creo —ella respiró—. Las extremidades están funcionando.
—¿Te has corrido? —Mac quiso que sonara como una pregunta normal e
intentó parecer prosaico. Salió como un gruñido herido.
—Mmmm.
Volvía a estar duro como una roca dentro de ella pero un poco de sangre
estaba volviendo a su cuerpo. Levantó la cabeza lo suficiente como para
mirarla a la cara. Ella estaba de perfil, como un camafeo. Los ojos
cerrados, las largas pestañas contra sus altos pómulos. Rosados y perfectos
esos suaves labios estaban ligeramente hacia arriba, gracias a Dios. Esa
era, en el libro de cualquiera, una sonrisa. O por lo menos media sonrisa.
Respiró hondo y sintió sus pechos y vientre deslizarse contra él. Cerró los
ojos, entonces los abrió.
Su polla tenía una mente propia y asintió entusiasmada dentro de ella. Eso
fue recompensado con otro pequeño apretón. Eso era un sí. Estaban
hablando con sus sexos.
Ella abrió los ojos y echó un vistazo en su dirección. Tío, los ojos
plateados eran el camino a seguir. Él ni siquiera podía recordar otro color
de ojos.
—No tengo ni idea de lo que acaba de pasar —susurró—. Eso fue, um,
completamente nuevo para mí.
Tragó.
—No. Estate tranquilo. —Una pequeña mano subió y acarició el lado lleno
de cicatrices de su cara luego cayó de nuevo sobre el colchón—. Guau.
Estoy muerta.
Cuéntame.
Soltó un pequeño bufido, pero tal vez porque él estaba echado sobre ella
con todo su peso. Si fuera un caballero, habría movido el torso hacia arriba
y aguantado el peso sobre los antebrazos. Pero nadie nunca le había
acusado de ser un caballero. Y además, no creía que sus antebrazos
pudieran soportar el peso. Cada músculo que tenía, excepto el enterrado
profundamente dentro de ella, estaba laxo y suelto, como si sus tendones
hubieran sido cortados.
—¿Parezco herida?
Otra elevación de labios plenos, esta vez era más una sonrisa. Sus labios
eran rojos y estaban hinchados, dándole ese aspecto sexy de Angelina
Jolie. Mirarlos le ponía duro. Más duro. Se hinchó en su interior y ella
abrió los ojos con sorpresa.
—¿Probar qué?
—A respirar.
—¿Banal?¿Dijiste banal?
—Sí. Creo que vamos a tener que buscar otro nombre para eso, para lo que
hicimos. Como “magsex” o “sexchizo”. Sexchizo iría bien porque es una
mezcla de sexo y hechizo. Porque no me vas a convencer que eso fue
normal.
—No, no, eso fue algo más. —Mac dejó caer su frente contra la de ella—.
Vamos a encontrar una palabra. ¿Podemos hacerlo otra vez?
Esta vez la risa fue alta, llegando hasta él desde su vientre suave y plano.
Su cuerpo entero reía y era irresistible.
Las manos de Mac bajaron por sus costados para sujetarle las caderas,
agradecido por conservar algo de sensatez mientras trataba de no agarrarla
fuerte. Él tenía manos fuertes y lo último que quería era hacerle daño a
esta mujer.
Encontraron un ritmo perfecto, sus manos la sostenían por las caderas, los
talones de ella clavados en su espalda. Golpes lentos al principio,
moviéndose fácilmente en ella. Era pequeña pero él había bombeado todos
los fluidos de su cuerpo dentro de ella por lo que había lubricación.
Él estaba todavía duro. Increíble. Tenía aguante pero no así. Parecía que
estuviera enchufado en alguna fuente universal de energía, porque podía
seguir y seguir y seguir, para siempre. O así es como se sentía. Todavía
estaba dentro de ella, preparado para el tercer asalto. Y el cuarto y el
quinto. Pero ella parecía cansada y entre su polla siempre-a-punto y el
bienestar de ella, así que manos quietas.
Apoyó las manos sobre el colchón, levantando el torso. Era más difícil de
lo que había pensado. No era solo que había utilizado mucha energía sino
que también su cuerpo no quería dejar el de ella, de ninguna manera. Ni
siquiera separar su pecho de sus pechos. Y más abajo, su polla estaba
gritando ¿Estás loco? ¿Quieres salir de aquí? ¿Qué pasa contigo?
Su mejor parte estaba en guerra con su lado animal, que no quería nada
más que ponerse cómodo sobre ella, hociquear su cuello y empezar a
follarla de nuevo.
—No hay forma. Algo o alguien me robó la médula espinal. Nunca podré
sentarme de nuevo.
Él levantó las tapas que cubrían los platos, echó una ojeada. Jesús. Su boca
empezó a hacerse agua.
—De acuerdo. —Él se inclinó sobre ella, la cogió por debajo de los brazos
y fácilmente la incorporó hasta que estuvo sentada contra el cabecero—.
Ahora no mires.
Su mundo explotó.
Podía sentir, tan fuertemente que casi podía tocarlo, su afecto, una
explosión de emociones centradas en él. A través de sus ojos él era guapo,
fuerte y bueno. Aunque no estaba tocándole de ninguna forma -en realidad
estaba descansando desmadejada contra el cabecero con los ojos cerrados,
las manos relajadas y las palmas sobre la colcha-zarcillos de sus
sentimientos cálidos le alcanzaron y le agarraron, fuerte. Estas… cosas
serpentearon a través de su cuerpo, enredándose por su organismo hasta
que no pudo decir donde terminaba él y empezaba ella.
Era como estar perdido en una fragante selva llena de sol, las vides
agarrándole, atrayéndole y maldito si no quería ser sostenido.
Mac nunca antes había tenido esto en su vida. La relación más estrecha
que tuvo había sido con el Capitán, pero había sido un lazo de admiración,
deber y obediencia. Nick y Jon eran sus hombres y había jurado liderarles
y protegerles, pero antes que el fiasco de Arka les cayera encima, no les
había conocido bien. Después de Arka, habían trabajado juntos para
protegerse entre ellos y proteger a su pequeña comunidad, pero Mac sentía
más lealtad hacia ellos que afecto.
Afecto, amor… nunca habían jugado ningún rol en su vida. Se había hecho
a sí mismo desde que creció, un huérfano que casi se había ahogado en las
cloacas del sistema. La armada le había salvado, le había dado una
dirección y un propósito y el Capitán le había dado orgullo, deber y
responsabilidad, pero nada de eso había tocado su corazón. Ni siquiera
estaba seguro de tener uno, aunque ahora lo estaba.
Porque esta mujer tocaba su corazón. No, ella no solo lo tocaba. Se había
extendido bajo la piel, los huesos y los músculos y se había grabado
directamente en su corazón apretándolo fuerte, envolviéndose a su
alrededor tan firmemente que no sabía dónde terminaba él y donde
empezaba ella.
Enfrentarse a un tiroteo era más fácil que esto. Esto era una cosa
alucinante, que alteraba la vida y le noqueaba sacándole de sus esquemas.
—¿Y qué? —preguntó ella suavemente—. ¿Puedo abrir los ojos? —Tomó
aire de forma apreciativa—. Eso huele a gloria.
—Todavía no.
Aunque una Catherine desnuda era una cosa muy buena y aunque no podía
imaginarse nada más hermoso que ver y tocar sus pechos mientras comía,
la mayoría de la comida estaba caliente y pensar que podía quemarse le
revolvía el estómago. Mac conocía de primera mano el dolor cegador de
las quemaduras, el ardiente tormento que continuaba para siempre. No
podía soportar la idea de pensar que Catherine pasara por algo así.
Ella lo sabía, podía sentirlo, él casi podía ver los hilos que iban desde él
hacia ella. Una conexión clara y profunda. Deseo, como un alto horno,
ferozmente fuerte, de él hacia ella, fuerte y caliente.
¿Qué coño crees que pasó? Muchas veces había tenido que morderse la
lengua para evitar responder así.
Esto era completamente diferente. Catherine recorría con sus dedos suaves
toda la ondulada cicatriz de su carne derretida en el lado izquierdo de su
cara, que iba de la parte superior de la frente hasta debajo de la mandíbula.
Su ojo izquierdo funcionaba de milagro.
—¿Cómo no puedo pensar en eso, cuando está tan cerca, ahí mismo bajo
tu piel? Puedo sentirlo. Nunca se va. No es un dolor físico sino de otro
tipo. —Su mano siguió hacia abajo, sobre su cuello, pecho, para quedarse
sobre su corazón. Su mano parecía vibrar al compás de los latidos de su
corazón. Piel contra piel, piel fusionándose con piel—.De la peor clase.
Desearía poder quitarlo para ti.
Él sonrió, algo que raramente hacía. La cicatriz de la quemadura se
arrugaba y estiraba cuando sonreía. No era doloroso, solo incómodo, por lo
que él difícilmente sonreía. De todos modos no había mucho por lo que
hacerlo. Nunca había habido mucho por lo que sonreír.
—Ya lo estás quitando —dijo en voz baja. Era cierto. El calor se filtraba
desde su mano, llenando su pecho, enroscándose dentro de él como humo.
La traición del Capitán, él y sus hombres, que habían empeñado sus vidas
para su país, huyendo como proscritos, acusados de traición… se
desvaneció a un ruido de fondo. El agudo dolor de todo aquello se iba,
disipado como la niebla de la mañana.
Se inclinó sobre su mano, sabiendo que ella podría leer todo sobre él a
través de su piel, algo fluía entre ellos, caliente y rápido y brillante con el
ardor de la pasión mezclada con ternura.
Pero oh Dios, no podía apartar los ojos de su cara. Era tan hermosa. Era
como si alguien hubiera llegado a lo más profundo de su cabeza para sacar
su plantilla personal para una mujer bonita y la hubiera creado a ella a
partir de lo que estaba dentro de él. Todo en ella era tan hermoso… la
suave piel pálida como porcelana, los enormes ojos plateados, la deliciosa
boca, el largo y delgado cuello. Aunque su camiseta le cubría los pechos,
él no necesitaba verlos porque lo que ardía en su memoria era la sensación
de estos en sus manos, suaves y firmes, la forma en que sus pezones se
sentían bajo su lengua…
—Sí —dijo.
Capítulo 12
Laboratorios Millon
Palo Alto
El Nivel 4.
Lee era el rey aquí. Cuando llegaba al laboratorio Millon, lo hacía como
jefe de investigación de la mayor compañía del holding, nada más. Nadie
en Millon tenía ni idea de que estaba dirigiendo la investigación en un
laboratorio secreto.
Tenía tres ayudantes que habían jurado guardar el secreto, pensando que
estaban trabajando en condiciones de alto secreto para la propia empresa y
se les había prometido opciones sobre acciones no existentes por el
lanzamiento inexistente de un medicamento que curaba la demencia. Lo
que era muy real, sin embargo, era el dinero que cada rata de laboratorio
tenía en una cuenta en las antiguas Islas Maldivas, ahora bajo el agua y
reubicadas en la costa de la India.
Los investigadores y su equipo de seguridad personal eran los únicos que
tenían acceso a la planta.
Paseó hasta la parte trasera de la enorme sala, haciendo caso omiso de las
filas y filas de animales en jaulas en diferentes etapas de muerte, sabiendo
que los funcionarios federales cerrarían el laboratorio si pudieran ver esto.
Lo que estaban haciendo contravenía todas las leyes de protección animal.
Ayer, se les administró 5cc del SL59 a diez bonobos. Serían estudiados a
fondo en las próximas semanas, pero Lee quería ser el primero en
observarlos, tener una idea de los efectos antes de iniciar el análisis.
Bajó por la fila, jaula vacía tras jaula transparente, deslizando el dedo
sobre el panel táctil, detectando anomalías importantes. Dos de los
animales estaban muriendo, electroencefalogramas irregulares,
electrocardiogramas con picos inusuales que estudiaría más tarde. Los
picos contendrían la clave de sus muertes, estaba seguro.
El número Ocho, un macho bastante grande, por otro lado, estaba de pie,
con los ojos alerta. Hmm. Lee escaneó los datos que aparecían en letras en
el aire. Valores perfectamente normales. El animal le estaba mirando,
parecía tomar nota de su medida, los ojos marrones profundos y estables.
Interesante.
Los bonobos eran una especie plácida y no agresiva por naturaleza, pero su
frecuencia cardíaca tendía a aumentar ligeramente en presencia de una
especie extraña. La frecuencia cardíaca del número Ocho se mantenía
estable y regular. El animal se irguió inmóvil y le observó con calma. Sólo
sus ojos se movían, comprobando la cara de Lee, luego sus manos. ¿Estaba
comprobando en busca de armas? Eso sería un signo de inteligencia poco
común.
Muy interesante.
Los bonobos razonaban, a un nivel primitivo. Lee les había visto hacer
herramientas rudimentarias, obedecer un vocabulario limitado de palabras.
Un primate ordinario habría sabido que atacar la pared era completamente
inútil, pero el número Ocho seguía golpeándose salvajemente contra la
pared de la jaula, que ya no era transparente, sino que estaba cubierta de
sangre, piel y saliva.
Atacó una y otra vez, sin pensar, los ojos fijos en los de Lee.
Se estaba golpeando hasta la muerte, matándose a sí mismo con su propia
ferocidad.
Pero ese lapso de tiempo era interesante. Había algún tipo de cable trampa
que había inducido a la violencia fuera de control. Encuentra el cable,
modifícalo y estarías en el camino correcto.
Lee estudió el maltrecho cuerpo durante unos minutos más, luego pasó un
dedo sobre la función de grabación.
Mount Blue
Sí.
Ella había dicho que sí, cuando tenía hambre, cuando el delicioso olor a
comida estaba justo ahí, cuando todo lo que tenía que hacer era estirar la
mano, cuando ya había tenido el sexo más intenso que había tenido en toda
su vida, cuando estaba un poco dolorida, sintiendo que los músculos en
desuso se estiraban cada vez que se movía en la cama.
Dijo que sí cuando pensaba que iba a necesitar por lo menos un día para
recuperarse y sentir deseos de nuevo.
Había dicho que sí porque no podía resistirse. No había nada en ella que
pudiera resistirse a este hombre, de pie medio desnudo delante de ella,
intensamente excitado. Podía decirlo no sólo por la barra de acero que
sobresalía de sus pantalones vaqueros, sino por el matiz ligeramente rojo
que tintaba la piel cetrina sobre sus pómulos altos, las aletas de la nariz
dilatadas y las cuerdas tensas de los tendones de su cuello.
Con sólo un toque, sintiendo el latido del corazón de Mac contra su mano,
sintiendo lo mucho que la quería, la necesitaba, el deseo se alzó de nuevo
como agua que se levanta para llenar un pozo vacío. ¿Viniendo de él?
¿Viniendo de ella? Era imposible decirlo y no suponía ninguna diferencia
porque ahora estaba dentro de ella. Era una parte de ella.
Si alguna vez hubo un hombre construido para aferrarse, éste era ese
hombre. Todo en él hablaba de fuerza y estabilidad. Que él fuera el que la
hacía sentirse inquieta, apresurada en un mar líquido de deseo, era irónico.
Se sentía tan enorme que tuvo que recordarse a sí misma que habían hecho
esto dos veces y no la había lastimado. Sin embargo, él no se movía, no
cambiaba de postura para entrar en ella, y de repente, se sintió vacía. Su
sexo se sentía vacío, un órgano que no se llenaba con lo que la naturaleza
le destinaba. Como un estómago sin comida, unos pulmones sin aire.
Era tan vital como eso. Un enorme y ardiente anhelo porque él entrara en
ella, la tomara porque eso era lo que su vagina necesitaba. No era tanto
placer como necesidad. Simplemente sentirle allí, no en ella sino contra
ella, la hacía tensarse con tanta fuerza que incluso los músculos del muslo
tiraron.
Desde luego, no se movía por falta de deseo. Estaba duro como una piedra.
Y la espalda cubierta de sudor.
—Cierto.
—Y luego quiero tomarme una hora para tocar tus manos. Tienes las
manos más hermosas que he visto nunca.
Ella se echó a reír. No fue una gran carcajada porque él estaba tumbado
encima de ella, casi dejándola sin respiración, así que fue más un resoplido
de aire. Estaba bien. Ella adoraba su gran peso sobre ella.
Lo que sentía por ella estaba justo allí, debajo de la piel. El calor del sexo,
el calor del afecto, de la mano de hierro de su deseo de protegerla, de
mantenerla a salvo.
Era abrumador, sostener ese cuerpo enorme entre los brazos. Tan
absolutamente masculino, tan completamente duro, tan completamente
suyo.
Cada toque le decía que era suyo. Cada roce, cada beso eran para ella.
Se hundió dentro de ella misma hasta que sólo existió el pequeño centro de
calor al rojo vivo, incandescente como el sol y se convirtió en una nova.
La habitación estaba tan silenciosa, los únicos sonidos eran los de sus
respiraciones entrecortadas. El corazón de Mac latía como si hubiera
corrido un centenar de kilómetros. Ella lo sentía… ambos corazones. El de
él un ruido sordo a un ritmo fuerte y rítmico, el suyo más ligero y más
rápido. Ella yacía debajo de él, con los ojos cerrados, saboreando este
momento de intimidad absoluta y escuchaba sus corazones sincronizados,
latiendo juntos.
Todo en ellos se unía. Ella se sentía más fuerte y era consciente de que la
energía de Mac se agotaba. Estaba dentro de su cuerpo, sintiendo las
corrientes de asombro y alegría que le atravesaban. Las mismas corrientes
que se arremolinaban en ella.
Sus brazos se habían relajado en el milésimo orgasmo… bueno, tal vez eso
era una exageración, pero habían sido demasiado numerosos para
contarlos, viajando de uno a otro. De repente, apretó brazos y piernas
alrededor de él violentamente, como si de repente tuviera que aferrarle,
pero era una locura. Mac no daba señales de querer marcharse. En todo
caso, parecía acomodado encima de ella como si nunca fuera a moverse de
nuevo.
Era sólo que quería aferrarse a esto. Parecía tan raro, como un momento
único. Algo maravilloso, mágico. Por definición efímero, terminado casi
tan pronto como empezaba. Esto no podía durar. ¿Cómo podría? Lo bueno
nunca duraba en este mundo. Era…
Él le sonrió y ella tragó ante lo que veía. Vio, claramente, lo que sentía por
ella. Vio lo nuevo que era para él. Y sintió, en el fondo, donde no había
posibilidad de ocultarlo, sintió que él moriría sin dudarlo por ella.
Su talento, su maldición, le dijo todo esto, le dijo que por primera vez en
su vida, era muy amada. Era amada profundamente.
Su estómago retumbó, alto y ella se echó a reír, secándose una lágrima con
el dorso de la mano. Risa, llanto, hambre… era un desastre.
—Si estás llorando porque tienes hambre, tengo la respuesta correcta aquí
mismo. —Agarró el carro con un gran pie descalzo que sobresalió por
debajo de las sábanas—. Todo está frío, pero tengo un microondas. ¿Qué
te parece?
—¿Carpo qué?
Catherine rio.
La vista frontal era tan atractiva como la trasera con el añadido de un pene
todavía semi-erecto.
—Nada crudo que no tenga que estarlo —dijo él, colocando la bandeja
sobre el regazo de Catherine. Se inclinó y le dio un rápido beso en los
labios—. Ahora presta atención aquí porque esto es una sorpresa.
Era mágico.
¿Habían estado fuera de todo este tiempo con las ventanas en blanco?
Era imposible saberlo. Cada detalle plateado iluminado por la luna era
agudo y claro.
—Come. Creo que hemos quemado unos mil millones de calorías. Vas a
matarme, Catherine.
—Oh Dios mío —susurró ella. Era una vista ligeramente diferente, pero la
forma de la montaña y el valle de abajo eran los mismos. Un sol cegador
brillante se elevaba sobre la colina, haciendo resplandecer el paisaje. El
cielo era el azul más brillante de la historia de los cielos azules y sólo
había pequeñas manchas de nieve en el suelo.
—La salida del sol, hace tres días —dijo Mac y cogió otro sándwich.
—¿Lo robáis?
—Sí. O, mejor dicho, Jon lo hace. Estuvo seis meses en una misión para el
clan Calderón en Colombia, encubierto como un traficante de California.
Se quedó con una gran cantidad de información, lo suficiente para piratear
profundamente sus sistemas. Cuando necesitamos algo, simplemente lo
birla de sus cuentas. La semana pasada, por ejemplo, compramos un
montón de semillas y fertilizantes para Manuel, una carretilla elevadora
nueva y un carro de parada para la enfermería. Tenemos una lista de la
compra de un kilómetro de largo. Jon entra delicadamente, toma el dinero
y lo transfiere a una cuenta bancaria de San Francisco, a nombre de una
empresa fantasma, todos tenemos tarjetas de crédito negras. Hasta ahora,
varios tenientes de Calderón han sido acusados de malversar al jefe y les
han puesto a secar. Literalmente, en ganchos para carne. Dirigían el
negocio de la prostitución infantil para el cartel. No eran buenos tipos.
Ella iba con ellos, pero no era el momento ni el lugar para decirlo.
Capítulo 13
8 de enero
Había sido un día largo, duro y frustrante. Dos drones se habían ido al
traste y ya que necesitaban urgentemente investigar Millon, Jon y Nick se
habían deslizado dentro de Nevada para robar dos de ellos de Nellis.
Habían entrado dentro de la base con uniforme completo e identidades
falsas, cogieron los códigos para dos drones, los sacaron volando por
control remoto y salieron conduciendo de la base, tan tranquilamente como
pudieron.
Una maldita cosa detrás de otra, cuando todo lo que quería era pasar el
tiempo con Catherine. Posiblemente follándola, sin cagarla.
Ella había acabado de comer cuando él por fin llegó al comedor comunal y
no había cenado. Acababa de comprobarlo.
Eso hizo.
Estaba muy frustrado cuando entró en su alojamiento, listo para poner una
orden de búsqueda en el maldito intercomunicador cuando allí estaba ella,
mirando por la ventana.
Oh Dios.
Catherine rio. Dios, era bueno escuchar su risa. Él también rio y sintió
crujir algunos músculos en su mejilla. Realmente le dolía sonreír y se
imaginó que era mejor que se acostumbrara a eso porque ver a Catherine y
no sonreír…bueno, era casi imposible.
—Creo —le desabrochó los pantalones—, que deberíamos tomar una taza
de té.
Él saltó fuera de sus pantalones con la polla roja e hinchada, dirigida hacia
ella con ilusión como una varita mágica que había encontrado agua. Ella le
agarró, le dio un apretón con la mano y casi le puso de rodillas.
Ella era como seda caliente en sus brazos, moviéndose suavemente contra
él, frotándose contra él como un gato, llenando su cabeza de calor y luz.
La luz era intensa, un brillo amarillo tan vivo que iluminaba sus ojos
incluso detrás de sus párpados cerrados. Apartó un milímetro la boca de la
de ella y abrió los ojos, miró por encima de su cabeza. Su respiración se
precipitó a sus pulmones con un jadeo.
El sol se ponía detrás de una colina y brillantes rayos amarillos, de los que
los niños dibujaban con una regla y un lápiz de color amarillo, se hacían
hueco entre los árboles, iluminando el paisaje con un destello glorioso. La
vista que ella había escogido se extendía hasta el valle y todos los colores
eran intensos—el verde oscuro de los abetos y piceas, gris profundo de las
rocas de granito, la cegadora nieve blanca. Parecía como el país de las
hadas en vez del peligroso y traicionero mundo exterior.
Y a Mac se le ocurrió que tal vez esta era su nueva vida. Llegar a su
alojamiento por la tarde e instantáneamente olvidarse de sus
preocupaciones porque Catherine estaría ahí, sonriéndole. Y mirarían
juntos el atardecer, cenarían juntos, se irían juntos a la cama, se levantarían
juntos.
—Sí. Porque no solo tengo la cosa esta mística en marcha, ahora puedo ver
el futuro.
—Oh sí. —Dos dedos la rodearon lentamente y ella volvió a jadear cuando
él introdujo un dedo—. Sí. Puedo verme llegando a casa cada tarde y a ti
esperándome y haciendo…esto. —Su dedo entró más profundamente y
ella se tensó a su alrededor. Jesús. Él habló contra su cuello, mordiendo un
tendón—. En realidad pienso que en interés de la eficiencia, cuando estés
aquí deberías estar desnuda. ¿Qué hay del tiempo que perdemos con los
botones y las cremalleras? Solo tienes que estar desnuda. Y yo me
desnudaré tan pronto como entre por la puerta.
Era una seducción agradable pero ahora, también, estaba atrapado en ella.
El aire se había vuelto caliente, difícil de meter en sus pulmones. Sus
piernas se sentían débiles. Cuando su coño se apretó otra vez en torno a su
dedo, fue demasiado.
—Pon las manos contra la ventana. Abre las piernas. —Su voz era baja y
gutural. Se consideraba afortunado de poder hablar después de todo. Con
un suspiro, ella puso las manos contra la ventana, los rayos de sol la
convertían en una visión de marfil y oro. Mac miró la delgada y fuerte
espalda, la cintura estrecha.
Agarró sus caderas y se acercó más a ella. Sabía lo que él quería. Podía
sentirlo, de la misma manera que él podía sentir lo que ella quería. Quería
esto. Casi tanto como él.
Mac no tuvo que utilizar las manos. Su polla lo hizo por sí sola, se deslizó
dentro de su calor meloso hasta que estuvo completamente en su interior.
Él se inclinó sobre su espalda, sujetándola con fuerza y puso la boca en su
oreja.
Nueve de enero
Laboratorios Millon
Palo Alto
Lee esperó hasta que el personal de día había salido de la instalación, con
solo un equipo mínimo y el de seguridad, ninguno de los cuales iba a
molestarle. Los guardas de seguridad cambiaron los turnos a las diez de la
noche y fue entonces cuando caminó por los pasillos vacíos. Entró en la
habitación de Nueve, cerrando silenciosamente la puerta tras él.
El Paciente Nueve estaba sentado en una silla, con correas que sostenían
su cabeza al respaldo, correas que mantenían sus muñecas en los brazos de
la silla, correas alrededor de sus rodillas y tobillos. Las ataduras habían
sido probadas y requerían doscientos kilos de presión al corte para
romperse, algo que el Paciente Nueve nunca podría conseguir en su estado
actual. Estaba completamente inmovilizado.
Lee quería descubrir la cuerda trampa oculta que había notado observando
al chimpancé, pero era casi imposible dado el hecho de que el Paciente
Nueve todavía tenía reservas de fuerza de voluntad que era capaz de hacer
valer.
Lee le miró directamente a los ojos, sabiendo que en algún lugar ahí dentro
había una inteligencia escuchando y comprendiendo, aunque el cuerpo de
Nueve estaba más allá de su control.
Lee se inclinó hacia delante, apenas, satisfecho de ver los ojos de Nueve
abriéndose ligeramente. Lo que iba a ser dicho era importante y Nueve lo
entendía.
Ahora estaban más allá de las pruebas científicas. Nueve iba a ser
sacrificado por lo que era inútil proceder con incrementos, siguiendo el
protocolo del método científico. Lo que iba a suceder estaba más en la
naturaleza del arte. Una situación forzada para darle a Lee la comprensión
del poder de la droga.
Sus objetivos eran tan claros que los veía todos los días, todas las noches.
Vio los peldaños para llegar allí, los pasos necesarios, los obstáculos a
superar no con violencia sino con sabiduría.
Nueve le había bloqueado a cada paso del camino. Lee estaba un año por
detrás de su programa. Incluso ese bulto de protoplasma obtuso de Clancy
era capaz de reñirle, un hombre que a todos los efectos y propósitos era
apenas registrable en el libro de Lee.
La silla estaba anclada al suelo pero parecía que se movía un poco. Nueve
estaba sacudiéndose salvajemente, retorciéndose, cada músculo sobresalía
de su cuerpo demacrado, empujando, tirando de sus ataduras.
Estos momentos iban a ser una rica cosecha de datos. Pero allí también
había venganza, caliente y dulce, atada a su triunfo total.
Había un siniestro sonido de estertor audible sobre los bajos gemidos que
provenían de la garganta de Nueve. Los gemidos se hicieron más fuertes,
el estertor más fuerte, la silla ahora se movía un poco. Durante un
alarmante momento, Lee se preguntó si era un terremoto. El Decisivo,
finalmente.
Pero no, era Nueve, sus músculos de alguna manera infundidos de poder
extra—eso era definitivamente el 59—tirando tan fuerte de sus ataduras
que la sangre se estaba filtrando bajo las correas de cuero que sujetaban
sus muñecas. Ahora estaba moviéndose tan violentamente que hacía que la
silla anclada al suelo se moviera un poco.
Puso la nariz cerca de la de Nueve, sus manos sobre las de Nueve. La piel
sobre las manos estaba suelta, arrugada, se movían violentamente dentro
de sus restricciones.
Las sacudidas eran ahora más poderosas, la planta de los pies de Nueve
golpeaba el suelo, los dedos enroscándose y desenroscándose. Cada
músculo, cada tendón era visible.
Frunciendo el ceño, Lee levantó sus párpados, puso dos dedos en la arteria
carótida, entonces, satisfecho, levantó la cabeza.
Inconsciente, no muerto.
Mount Blue
Continuarían enviando drones y en unos pocos días Jon y Nick irían a una
misión de reconocimiento de dos días.
Según lo que habían visto, la seguridad era fuerte y los guardas estaban
armados. Generalmente, a Mac no le importaba. Se apostaría a sí mismo, a
Nick y a Jon contra un número de guardas armados. Pero y esto era una
constante para un soldado, la mierda ocurría.
Por primera vez en su vida como soldado, Mac no quería morir. Tenía
algo, alguien, para volver a casa. Ninguno en los Ghost Ops tenía a nadie
por quien volver a casa, por definición, pero ahora él lo tenía.
Quería, ferozmente, vivir. Quería vivir con Catherine para el resto de sus
vidas. Quería construir su comunidad, protegerla, verla crecer. Estaba
huido pero podía incluso casarse con Catherine. No legalmente, por
supuesto, pero había un hombre en Haven que había sido pastor de una
iglesia que había sido arrasada por un promotor y se había dirigido a
Haven. Era un buen pastor y un buen hombre y podrían tener una
ceremonia. Una de esas cosas New Age de las que siempre se reía pero
que haría. Se comprometería con Catherine delante de su comunidad
Oh sí.
Estaba duro como una roca. Solo tocarla, sentir toda esa cálida suavidad
cerca de él, le encendía. Pero realmente no necesitaba sentirla o incluso
verla. Solo pensar en ella era suficiente.
Ella estaba allí, cerca. Lo sabía, más allá de una sombra de duda, si la
despertaba, le daría la bienvenida. Abriría esas largas piernas, los brazos,
ese coño delicioso. Él podría deslizarse dentro de ella, como metiéndose
en casa y empezarían a moverse a la vez en un ritmo perfecto.
En algún momento, pensó, iba a tener que hacer algo más que deslizarse
sobre ella y luego dentro de ella. Por más acogedora que fuera, las mujeres
querían y necesitaban juegos previos. Y por Dios, que él se los daría sino
estuviera tan condenadamente quemado por el calor en su cabeza.
Dios, sí. Quería besar esos hermosos pechos, una y otra vez, hasta que su
boca conociera instintivamente su forma. Quería chuparlos, besarlos hasta
que sus pezones se volvieran duras cerezas rojas. Entonces besaría el
camino hacia ese vientre plano, lentamente, sintiéndola retorcerse, hasta
llegar a la atracción principal.
Oh sí. Le daba lo mismo el sexo oral con otras mujeres sin embargo
anhelaba el pensamiento con Catherine. Levantar sus piernas, abrirlas,
situarse entre ellas. Dios, estaba seguro de que podía estar ahí durante
horas. Hinchados labios rosados en esa suave y oscura nube de vello,
rogando ser besados. Lo que realmente quería era que ella se corriera
mientras la golpeaba con su lengua, sentir las intensas contracciones contra
su boca, escuchar sus gritos y gemidos mientras la follaba con su lengua…
Oh mierda. Se sentía como lloriqueando. Tan bueno, eso sería tan bueno y
¿por qué coño no lo había hecho antes? Porque su cerebro explotaba, se
convertía en una nova, en el momento en que la tocaba. No había ninguna
otra cosa más en su mente que meterse dentro de ella con su polla. Era
puro instinto, absolutamente irresistible.
Tal vez cuando la hubiera tenido unos pocos cientos de veces, tal vez
cuando se pudieran establecer en una rutina como las parejas normales,
aunque él no tenía ninguna pista de cómo se comportaban las parejas
normales tal vez entonces podría permitirse algunos juegos previos.
Pero ahora tenía las ardientes imágenes de su cara enterrada entre sus
muslos, de chuparle los pezones con su mano dentro de ella y ahora que
pensaba en eso, ¡guau! Sentir su clímax con su mano en vez de con su
polla…excepto que su polla, que tenía una mente propia, iba a querer
también estar en su interior.
Era demasiado para él, solo pensar en cientos de horas con Catherine como
su patio de juegos personal. Dios.
Pero…
Pero ella se veía tan cansada. Había sombras azules bajo esos gloriosos
ojos plateados. Pat le dijo que había trabajado todo el día con ella y con
Salvatore en la enfermería, que había remendado a uno de sus chicos de
ingeniería que se había roto el brazo tratando de forcejear con la viga de
una pared. Ella no había tenido más que sorpresas desde que había salido a
buscarle, casi se había congelado hasta la muerte, casi había sido follada
hasta la muerte…
Donde quiera que fuera, olía realmente bien. Respiró hondo. Muchos de
los olores que podía identificar significaban problemas. Semtex, cordita,
disolvente para armas. Este no era como aquellos olores después de todo,
este era como el cielo, como la primavera, limpio y claro y fresco. Tal vez
ahora estaba en el cielo. Sin embargo eso no tenía sentido,. Los chicos de
los Ghost Ops no iban al cielo, a menos que quizás Catherine pudiera
llevarle.
Los gritos habían parado pero ella estaba haciendo ruidos espantosos con
la garganta, fuertes sollozos entrecortados que eran casi peores que los
gritos, como si no se atreviera a gritar más, como si estuviera demasiado
asustada para gritar.
Eso le dolía profundamente, algo que nunca había sentido antes. Le dolía
mucho, verla oírla y sentir su pánico.
—Shhh. —Se meció con ella en sus brazos—. Era un sueño, cariño. Una
pesadilla. Una terrible por lo que parece. Pero era solo un sueño. Nadie
puede hacerte daño, ahora estás a salvo…
—Cariño —dijo Mac cuidadosamente. Todo lo que sabía era que estaba
sana y era equilibrada. Sus emociones eran estables, teñidas de una
pequeña tristeza. Pero esto tenía todos los indicios de una crisis emocional,
un episodio psicótico—. Dime…
Mac ya estaba vestido. Cualquier cosa que hubiera pasado, lo que ella
necesitara, quería ayudarla y no podía hacerlo con el culo desnudo.
—¿Qué?
Ella se puso las manos sobre la cabeza y se puso a dar vueltas, como si
fuera incapaz de contener su agitación.
Mac no cometió el error de reír. Lo que fuera que la había asustado estaba
aterrorizándola y era real, al menos para ella. Él secó la lágrima con la
yema del pulgar y se inclinó para besar su fría boca.
Un suave ping y las puertas se abrieron. Mac cogió a Catherine del codo y
caminó rápido hacia su cuartel general, Catherine corría para no rezagarse.
Dos personas frente al gran atrio les miraron, frunciendo el ceño ante la
velocidad, luego miraron hacia otro lado.
—El Paciente Nueve es el Capitán Lucius Ward, sin duda—dijo ella sin
rodeos. Mac se movió ligeramente en la silla, lanzando miradas a Nick y
Jon. Ella buscó sus ojos así como los de Nick y Jon. Mac nunca había visto
a una mujer tan hermosa, completamente concentrada en su tarea, una
moderna Juana de Arco. Sus temblores empezaron a disminuir mientras
hablaba, concentrada en su misión.
—Ahora entiendo que ha estado esencialmente retenido como preso en el
complejo de Millon. Lo que pensé que era una forma avanzada de
demencia era inducida farmacológicamente. Ahora lo sé. Debemos ir a
buscarle.
Ella se veía regia, como una reina reuniendo a las tropas para una batalla.
No era Juana de Arco. Era Boadicea. Debería haber tenido un banderín
emplumado ondeando al viento, montada en su carro.
Cuando Jon estaba así… cuando sus ojos brillaban y su cuerpo estaba
enroscado para atacar, la gente tenía que mirar de nuevo porque el peligro
que vivía justo debajo de su piel bronceada destellaba rápidamente, como
un estoque atrapando la luz.
Mac vio su vacilación. Ella le lanzó una mirada pero él abrió brevemente
las manos. Manos vacías. No podía ayudarla. Nadie podía. Tenía que
convencer a Nick y a Jon por ella misma. Y lo que quería no podía hacerlo
sin Nick y Jon.
Mac le lanzó una mirada a Jon, que parecía tan sorprendido como él.
¿Alguien amaba a Nick? ¿Al frío y controlado Nick? Cristo ¿quién lo
sabía? Si ella hubiera dicho eso de Jon, que era un tío de “ámalas-y-
déjalas”, bien. Jon había follado a través del país y en diversos continentes.
Pero nadie había visto a Nick con una mujer. Él era todo frío y duro
trabajo. El trabajo y nada más. Demasiado como Mac.
Nick se agitó.
—No la he visto…
—Desde aquella vez. —Catherine asintió con la cabeza—. Lo sé. Pero sin
embargo, ella aún te ama.
Nick tragó saliva ruidosamente. Mac podía ver su nuez de Adán subir y
bajar.
—No Nick. Lo siento, pero no lo sé. No tengo ni idea. Solo la leo a través
de ti, a través de las cosas que sabes pero no hay conocimiento. Si tú no
sabes dónde está, yo tampoco.
—Tampoco lo sé, Nick. Pero puedo leer de ti que estás preocupado por
ella. No está… —Catherine cerró los ojos y frunció el ceño—. No está en
casa. En su casa. Lo has comprobado y lo sigues haciendo. No sabes dónde
está. Te preocupa que pudiera estar enferma o en problemas. Que pudiera
necesitarte. Eso te está comiendo vivo.
—Entonces puedes…
Ella puso una mano sobre su hombro. Estaba tocando tejido por lo que no
había ninguna de esas cosas paranormales. Era simplemente un gesto de
conexión humana.
—De acuerdo, tropa, tenemos que planear una misión. Tenemos todavía
alrededor de seis horas de oscuridad. Id a buscar vuestros equipos y trajes
y yo empezaré a interrogar a Catherine. Tengo que tener el principio de un
plan para cuando estéis de vuelta. Paso ligero.
Capítulo 14
Laboratorios Millon
Palo Alto
Se había resistido hasta ahora a pesar de haber perdido casi todo sentido de
sí mismo. Quién era, qué era… un espacio en blanco. Perdido. A veces
trataba de recordar algo de quién había sido, pero todo saltaba siempre
fuera de su alcance. No dejaba ningún idioma, sólo imágenes, haciéndose
más y más borrosas.
Hombres. Severos, vestidos de negro. Uno, más alto que los demás, tenía
cicatrices de quemaduras. Había visto esas quemaduras, le vio en el fuego.
Los hombres… eran de alguna manera suyos. De alguna manera… suyos.
No sabía quiénes eran ni dónde estaban. No tenía nombres, sólo las caras
que flotaban dentro y fuera de su memoria, siempre más allá de su alcance.
Ahora le dejaban solo. Hacía días que no veía a nadie, excepto… excepto a
El Hombre. No tenía nombre para el hombre, pero si se concentraba con
fuerza, podía verlo, como en una niebla. Alto, delgado. Piel oscura, nariz
delgada, ojos negros rasgados e inteligentes. Las agujas venían de él.
El hombre desapareció y, aunque se aferró a la imagen, ya no estaba. Todo
se había ido, todo.
No.
No, había habido una época… antes. Una vez más, hombres de rostros
severos aparecieron brevemente delante de él y luego desaparecieron.
Había gritado. Lo hizo. Había gritado con tanta fuerza que había perdido el
conocimiento, sin la menor idea de cuánto tiempo.
Pero no había ninguna mujer, sólo había un cuarto vacío lleno de máquinas
pitando y luces brillantes que nunca le dejaban dormir.
.
Mount Blue
No era una situación divertida, pero Catherine tuvo que aguantar las ganas
de reír.
Su rostro era sombrío, las partes cicatrizadas tirantes por la tensión, los
ojos entrecerrados. Parecía aún más grande, sus anchos hombros
bloqueaban el resto de la habitación de su vista, las manos enormes se
abrían y cerraban como si estuviera preparado para luchar.
Lo estaba.
Consigo mismo.
Qué revelación habían sido los dos hombres cuando había mirado dentro
de sus almas. Nick, con su amor perdido, el anhelo que sentía por ella,
sabiendo que nunca la volvería a ver, enfermo de preocupación porque ella
pudiera estar en problemas. Nadie sabría nunca, mirando esa fachada fría y
reservada con la que se enfrentaba al mundo, que tenía todas esas
emociones dentro. Que él tenía todo ese amor dentro.
Y Jon… ardiendo de rabia por la traición que había minado su vida. Ella
no había entendido quién o qué le había engañado cuando era un niño,
pero iba más allá de la traición como un hombre. No, había algo en su
pasado y coloreaba cada emoción. Y otra vez, quién habría pensado que
toda esa rabia y dolor se arremolinaban bajo el exterior de Chico Surfero.
—Y tengo algo más que decir. No estoy entrenada como vosotros tres.
Prometo que os obedeceré absolutamente. Decidme que me agache y me
agacharé. Seré vuestra sombra y seguiré vuestras instrucciones. Sé muy
bien que soy una potencial responsabilidad, y confiad en mí, no quiero
serlo, por lo que contad conmigo para hacer exactamente lo que digáis.
Pero —levantó la mano cuando Mac abrió la boca— en el momento que
nos encontremos dentro de la instalación me obedeceréis, los tres. Al
instante. A menos que realmente estemos siendo tiroteados, en ese
momento vuestra formación supera la mía, haréis exactamente lo que yo
diga. No puede ser de ninguna otra manera.
Pero ahora el miedo casi rezumaba de sus poros. No era miedo por él, sino
por ella.
—Mac. —Le besó el pecho, sobre su corazón y se apartó. Su cara era fría
y dura, pero las aletas nasales estaban blancas por la tensión—. Tiene que
ser así. Lo que le dije a Nick y Jon también se aplica a nosotros. Cada
segundo que paso tratando de tranquilizarte, de darte fuerzas, es un
segundo perdido y drena mi energía.
—Ahí —gruñó él—. Dime lo que puedo hacer. —De repente, él parecía
torpe, con las manos grandes agarradas con torpeza a su lado, abriéndose y
cerrándose vanamente, cuando siempre era el epítome de la elegancia
masculina.
—No hay mucho que puedas hacer hasta que yo reúna algo de información
—dijo ella suavemente.
El carrito tenía café y té, bendita fuera una vez más. En el carro había
platos llenos de mini paninis, mini donuts y rodajas de manzana con una
pizca de canela fresca. Mac, Nick y Jon se abalanzaron sobre el café, los
paninis y los donuts mientras ella saboreaba el té y comía las rodajas de
manzana. Se sintió llena de energía por la inyección instantánea de
fructosa.
—Genial. Así, antes de que pase por el edificio planta por planta, tengo
que informaros de lo que sé de las medidas de seguridad. Millon tiene que
ofrecer una cara amigable para el mundo por lo que no está rodeado por un
muro visible, sino uno invisible. Hay un rayo microondas rodeando el
edificio, lo bastante fuerte para freír un mamífero, por supuesto incluidos
los seres humanos. Los rayos pierden el enfoque después de unos diez
metros por lo que estos jarrones de diseño tan caros que bordean la
periferia son en realidad emisores de microondas.
Él apretó la mandíbula.
—Guau —suspiró ella. Tenía una autorización del gobierno de bajo nivel
de seguridad relacionada con su trabajo en Millon, pero no cubría nada
como esto. Las series de satélites orbitales Bright Eye eran un rumor que a
menudo aparecía en novelas y prensa amarilla, capaces de un detalle
asombroso. Activistas de la intimidad a menudo marchaban contra ellos,
aunque el gobierno suavemente negaba que el Bright Eye existiera—. Por
favor, no me digas como conseguiste esto. Probablemente podría ir a la
cárcel por saberlo.
—Lo que ves es una grabación desde la última luz a la primera de esa
zona. Ahora vamos de nuevo a un mes atrás. —Con un golpe de su dedo,
Jon detuvo el parpadeo de las imágenes—. Esto es lo que necesitamos
saber. Una proyección de acontecimientos aleatorios… acontecimientos
que no se han repetido al menos tres veces en un mes… tenemos vehículos
patrullando esta área en una ronda regular. —Su dedo trazó un perímetro
de un kilómetro y medio alrededor de la instalación—. Utilizan
principalmente luces nocturnas, pero usé un algoritmo y realcé la luz para
poder verlos. Yo estimaría que esos son transportes de tropas… vehículos
todo terreno sin techo, llevando cinco soldados además de uno que maneja
lo que parece un calibre .50. —La imagen se amplió y amplió otra vez
hasta que cuatro formas en el interior del vehículo fueron visibles, además
de un hombre sentado en una especie de plataforma elevada en la parte de
atrás manejando un cilindro largo.
Catherine miró fijamente. Eso estaba mucho más allá del nivel de
seguridad del que ella era consciente.
Jon señaló con un bolígrafo las luces rojas que se movían hacia atrás y
hacia delante rápidamente en arcos cortos más lejos, cerca de la
instalación.
Sólo podía esperar. Una vez que les había proporcionado el protocolo de
seguridad que había sido al principio de su reunión informativa, no tenía
nada más que ofrecer.
Mac dejó de dar golpecitos en la PDA y las manos de Jon se levantaron del
teclado.
—Mirad. —Nick señaló los puntos rojos, congelando las imágenes
borrosas de los vehículos, inclinando el holo de Millon—. Cada arma está
apuntada hacia dentro. La ruta que las patrullas hacen, la dirección del
calibre 50, todo tiene sentido si diriges tu seguridad para mantener las
cosas dentro en lugar de fuera.
—Bien —dijo Catherine, considerándolo—. Tal vez eso hace nuestra tarea
mucho más fácil. Tal vez podemos entrar.
Cincuenta minutos más tarde, Mac se tocó la oreja. O más bien, tocó un
punto en el ligero casco.
Por suerte, ella era una estudiante rápida y podía retener grandes
cantidades de datos técnicos.
Jon pilotaba un helicóptero de un tamaño que ella nunca había visto. Era
diminuto. Estaban sentados bien apretados. El equipo y las armas de los
hombres fueron cargados en dos compartimentos metálicos fijados a los
lados que Jon dijo eran antibalas.
El helicóptero era uno sigiloso, invisible para el radar, con una armadura
de calor tan disipada que se necesitaría instrumentos muy sensibles para
rastrearlo o incluso aparecer en escáner de IR. Mac contaba con el hecho
de que nadie exploraba el cielo y el hecho de que estaban fuera de toda
ruta de vuelo.
El pájaro volaba prácticamente solo, aunque Jon le dijo que podía volver a
tomar el control en un microsegundo. Ella le creyó. En una misión, él ya
no era el Chico Surfero, relajado y distante. Era todo ferviente
concentración, como Mac y Nick.
Los hombres estaban inclinados sobre una tableta que mostraba una vista
de pájaro del complejo Millon, enviada desde un drone que les había
precedido. Habían observado mientras los centinelas cambiaban a las 2
A.M., según el protocolo.
Eran las 2:30 A.M. y estaba previsto que aterrizaran justo fuera del
perímetro de seguridad más alejado en quince minutos.
Su corazón latía con fuerza y tenía la boca seca. Ella quería bajar su ritmo
cardíaco, agradecida por todos los ejercicios de biofeedback que había
hecho en la escuela de posgrado, bebió un sorbo de agua de un depósito
que estaba escondido en algún sitio en su espalda y asintió.
¿Dónde estás?
Entonces el pensamiento se formó… Vamos por ti. Tus hombres van a por
ti. ¿Dónde estás?
… moviendo.
¡Oh Dios mío! Había pasado eso por alto, un sonido en el mismo borde de
su conocimiento.
¿Qué?
—Vamos —le dijo Mac al oído, y ella lanzó el puño cerrado hacia arriba,
la señal que tenían para detenerse. Los tres hombres se pararon de
inmediato y la miraron. Ella negó con la cabeza frenéticamente, ellos no
podían molestarla ahora. Tenía que concentrarse, orientarse, porque la voz
en su cabeza se volvía cada vez más débil. Sostuvo el puño en alto,
cerrando los ojos para concentrarse mejor.
Podía sentir la calma de Mac y la de los otros hombres, y luego los
desterró de sus pensamientos.
Él.
¿Qué era el dolor? Ardor, por todo su cuerpo, debajo de la piel. Cuando
llegó otra oleada, fue capaz de identificar la procedencia. Debajo de la
clavícula. Entrando a través de una vía IV abierta. Algún tipo de droga que
estaban utilizando en él cuyos efectos secundarios eran un dolor
insoportable y un embotamiento de los sentidos.
Lucius… Una oleada de tristeza se apoderó de ella tan profundo que casi
la tiró de rodillas. Yo fui Lucius, una vez. ¿Verdad?
Todavía lo eres. Ya vamos a por ti. Pero tenemos que saber dónde estás.
Muy cerca.
Silencio. Pero ahora estaba en la cabeza de él, atada allí por el más débil
de los vínculos. Un susurro y los vínculos se romperían. Ella podía oír lo
que él oía, ver lo que él veía. Las drogas en su sistema eran fuertes, pero él
era más fuerte. Su visión borrosa, enfocada.
¡Cristo!
Mac disparó una mano y agarró el codo de Catherine, luego el otro cuando
él sintió su debilidad. Apenas era capaz de permanecer en pie. ¿Qué coño
acababa de pasar?
Él tenía la visión nocturna encendida, así que la veía verde pálido mientras
la sostenía, posibles guiones atravesaron su mente, cada uno más aterrador
que el anterior.
Ella estaba floja, con la cabeza inclinada hacia atrás sobre su brazo, el
cuello largo y blanco vulnerable y delicado. Su cabeza fue hacia delante y
tosió. Él podía sentir que la fuerza volvía a ella. Él inclinó la cabeza
durante un segundo, una oleada de algo poderoso pasó a través de él tan
fuerte que todo su cuerpo quedó cubierto de sudor.
Nunca las tendría otra vez, de eso estaba seguro. Sin Catherine, el mundo
de Mac se reduciría a sus habituales contornos sombríos, con él en su frío
centro. Su vida volvería al férreo deber con nada más. No cabía duda de
que él nunca volvería a tener su calor en su vida, nunca más. Él no lo había
encontrado, ni siquiera había sospechado que existiera, en sus treinta y
cuatro años en este mundo, y él sabía sin la menor sombra de duda que sin
ella, esto desaparecería de su vida para siempre. Estaría condenado a vivir
el resto de su existencia en los helados confines de su corazón.
Habían tenido tan poco tiempo. Tres días. Nada, en realidad. Fueron tres
días que habían puesto su existencia boca abajo. Por primera vez, pensaba
con mucha ilusión en el futuro. Nunca antes lo había hecho. El futuro
había sido ese interminable… algo que se extendía ante él. Lo mismo que
hoy, sólo que tal vez más duro. Ninguna razón para querer que el futuro
llegara. Cuando lo hiciera, no sería diferente del actual.
Era una locura pensarlo, lo sabía, pero una vez allí, el pensamiento no dejó
su mente. No tanto el pensamiento como las imágenes. Una hija pequeña
de pelo negro con ojos plateados. Esa imagen se fijó en su cabeza, junto
con una agitación loca en su pecho. Crear un nuevo ser humano, una niña
pequeña, viéndola crecer, protegiéndola… mierda, hablando sobre
pensamientos disparatados.
—¿Qué le pasa? —preguntó Jon en su oído, y él arrancó.
—Mac. —Al otro lado de él, Nick le puso una mano sobre el hombro. Fue
entonces cuando Mac se dio cuenta de que estaba temblando—. Ella está
bien.
Algo en su voz debió haber sonado extraño porque Nick y Jon se miraron
entre sí, caras cuidadosamente en blanco. A Mac no le importaba un carajo
porque allí estaba ella, su Catherine, de vuelta de dondequiera que fuera
que hubiera ido.
—¿Mac? —Su voz era ronca, como si no hubiera hablado en días—. ¿Qué
ha sucedido?
—Espero que me creas cuando digo que me comuniqué con Lucius Ward.
Le van a bajar al Nivel 4 donde cree que van a matarlo pronto. Había
rumores de que había otro, un nivel secreto, pero nunca los creí. Así que al
parecer el Nivel 4 realmente existe. Le dieron una droga que es muy
dolorosa, pero creo que aumenta… lo que sea que esté en él que puede
hablar conmigo. —Miró a los tres hombres—. Si lo llevan al Nivel 4 antes
de que lleguemos hasta él, no sé cómo acceder. Podríamos perderle.
Tenemos que darnos prisa.
—¿Puedes andar? —Mac quería que ella se quedara donde estaba, aunque
sabía que no lo haría, no a menos que físicamente no pudiera andar. Si era
necesario, él podía llevarla.
—Oh, sí. Estoy bien. —Se tocó la cabeza otra vez, inclinándola hacia un
lado, luego al otro, como si la estuviera probando—. Si perdí la conciencia
fue por la conexión con Lucius, no debido a algo en mí. Vamos a tener que
darnos prisa. Tenemos que llegar a él tan rápido como podamos.
—¿Hormigas?
—Te lo explicaré más tarde, cariño. Vamos a seguir adelante. —Otra vez,
Mac se maravilló de Catherine, de su mujer. Ella simplemente asintió con
la cabeza, reajustó su ligera mochila y empezó a avanzar cuando ellos lo
hicieron. Sin preguntas, sin alboroto. No estaba entrenada, pero era una
compañera de equipo hasta los huesos.
Una ola de amor lo atravesó. Si sobrevivían a esto, iba a casarse con ella
en el instante en que estuvieran de vuelta y nunca la perdería de vista otra
vez.
—¿Puedes separarlos?
—Inclina los drones para que puedan ver los monitores —ordenó
Catherine—. Y mete todos los drones en esta habitación.
—No tiene sentido entrar por la entrada principal. —Su dedo se movió a
un punto a cincuenta metros de donde el capitán estaba acostado—. Esta es
la puerta más cercana. ¿Tiene alarma?
Lee miró su reloj. Las tres de la mañana. Había dado la orden de iniciar la
infusión IV de SL-59 hacía una hora. Recogería el cerebro a las ocho,
junto con los otros tres soldados, que habían resultado ser casi tan inútiles
como el mismo Nueve. Seis horas de perfusión deberían ser suficientes
para tener una idea de los efectos en el sistema nervioso y en el tejido
neurológico.
Comprobó su reloj otra vez. Nueve había recibido una infusión de veinte
centímetros cúbicos.
En una conjetura, Lee supuso que la dosis útil para mejorar el rendimiento
sería dos centímetros cúbicos durante un período de una semana. Veinte
era diez veces la cantidad, repartida en el espacio de seis horas. La
autopsia iba a ser muy interesante.
—Sí, señor. —Levinson era uno de los tres científicos que conocían el
protocolo secreto.
Mac estaba ahí a su lado, a cada paso del camino. Si tropezaba, su mano
estaba allí, en su espalda, estabilizándola, tan subrepticiamente que Nick y
Jon no lo notaban.
Pero mientras cruzaban el amplio césped, Mac había calculado las rondas
de los guardias al segundo, ella volvió en sí. Recordó lo que estaba
haciendo y por qué.
Estaban al lado del edificio. Los tres hombres miraron cuando ella
introdujo el código de su colega Frederick Benson por el sistema, con la
esperanza de que Jon supiera lo que estaba haciendo.
Lo sabía.
Catherine era muy consciente del hecho de que no sólo estaba entrando
ilegalmente en los Laboratorios Millon. También estaba cruzando hacia
una vida nueva. Ahora era un miembro del equipo de Mac, una proscrita.
Atada a los hombres a su lado y atada a la comunidad que se había
congregado alrededor de ellos con vínculos irrompibles. Separada para
siempre de su antigua vida.
Había pasado cuatro años con Millon y la casa matriz Arka en varios
laboratorios. Nunca le darían referencias, y un científico con un hueco de
cuatro años en su currículum era incontratable. Nunca trabajaría en ciencia
otra vez.
Jon estaba consultando su PDA, pero ahora ella no necesitaba nada. Sabía
a dónde ir.
—Despejado.
—¿Qué?
Mac tragó.
Ese era el hombre que había sido. Era el hombre que Mac recordaba.
Todo lo que ella había hecho en la vida había sido con un objetivo.
Entender el cerebro humano, hacer las cosas mejor. Hacer a la gente
mejor. Había dedicado su vida a la ciencia y ahora alguien había cogido su
ciencia y la había retorcido con fines oscuros. Retorcido hasta que se había
convertido en una fuente de horror y dolor.
—¿Puedes llevarle?
—Sí. Ningún problema. —Mac se inclinó y, con una suavidad que ella
sólo había visto reservada para ella, cogió a Ward en sus brazos como si
fuera un niño. Él bajó la mirada hacia el cuerpo inconsciente de su antiguo
comandante y había tanta pena en su rostro que Catherine casi lloró.
—¡Espera!
Jon dio un golpecito en la pantalla, frunciendo el ceño.
Él frunció el ceño.
—¿Cuándo?
—Están aquí —dijo con claridad—. Los hombres que estaban contigo esa
noche. No murieron. Fueron capturados. Están siendo utilizados como
cobayas. Como ratas de laboratorio. Torturados. Están aquí y debemos ir
hasta ellos. El capitán Ward no quiere ser rescatado si tiene que dejar a sus
hombres detrás. Prefiere morir.
—No lo sé. Pero sé quién lo sabe. —Miró al hombre que yacía débil en los
fuertes brazos de Mac. Parecía a punto de morir. Quizás un hombre menos
fuerte ya estaría muerto. Pero había algo en este hombre, y era lo mismo
que había en Mac. Y en Nick y Jon. Una fuerza interna que los llevaría
más allá de lo que otros hombres podían hacer. Este hombre había estado
al mando de ellos. Sería tan fuerte como ellos. Tal vez más fuerte. Ella
tenía que contar con eso.
Tenían que llegar al Nivel 4, rápido. El Nivel 4 había sido un rumor, casi
una broma. No había manera de que ella pudiera bajar a menos que…
—Creo que voy a hacerle daño —murmuró ella, mirando a Mac—. Tengo
que hacerlo.
—Claro. Mandaré las Hormigas, nos advertirán con tiempo —dijo Nick,
ante el asentimiento de Mac.
Yo… no puedo.
¡Estaba despierto!
—¿Qué está pasando? —exigió Mac—. No quiero hacerle daño, pero ¡está
fuera de control! ¿Qué coño quiere?
Él se parecía a Mac.
¿Qué haría Mac? Todo lo que Mac quisiera hacer, Catherine querría
ayudarlo a hacerlo.
Bajo sus manos ella podía sentir que los músculos debilitados de Ward se
tensaban. Bajo esto, una voluntad férrea esforzándose… Cama…
Algo en la cama.
Catherine saltó.
—¿Qué? —Mac gruñó mientras trataba de calmar a Ward sin hacerle daño
—. ¿Qué estás haciendo, cariño?
La cama.
¡Piensa, Catherine!
Ella levantó el lado del colchón y allí estaba, en el soporte ortopédico. Con
un grito Catherine lo levantó, y como un botón que ha sido pulsado, Ward
se calmó en los brazos de Mac.
La tormenta de mierda estaba casi sobre ellos. Habían llegado hasta aquí,
ya habían tenido suerte. Sólo se tenía una cantidad de suerte en cualquier
misión y ellos acababan de consumir toda la suya.
Ahora iban calientes y Mac quería a Catherine fuera de aquí. Ella había
hecho un trabajo fabuloso trayéndolos aquí. Inteligente y hermosa y
amable. Y ahora valiente. No iba a perderla. No ahora, no justo después de
encontrarla.
El capitán todavía estaba en sus brazos, después de tener lo que pareció ser
un ataque. Sus ojos estaban cerrados, la destrozada cara floja. Pesaba
menos que algunos petates que Mac había llevado en la batalla.
Nunca antes en su vida había ido a una misión con un objetivo dividido.
Siempre estaba atentamente concentrado en entrar, hacer el trabajo, salir.
Entraba con hombres que se entrenaban tan duro como él y que eran
absolutamente capaces de cuidar de sí mismos. Nunca había entrado
preocupado por un compañero de equipo como lo estaba ahora con
Catherine, y lo odiaba con toda su alma.
—¿Cuántos? —preguntó.
Mac miró alrededor. Estaban en una gran habitación llena de equipos. Sin
embargo, no era una habitación de enfermo. No había camas, solo
máquinas inertes conectadas alrededor de las paredes. La única luz
provenía del holograma al lado de Nick. Lo observaron.
—Sí. La maquinaria del Capitán está apagada, hay una luz roja destellando
sobre la puerta. Cuando vieron que faltaba el cuerpo hicieron sonar la
alarma. Tenemos que bajar deprisa al Nivel 4. Seguidme.
Una alarma sonó, un gran sonido de sirena, ululando cada dos segundos.
Mierda.
—Lo siento. No sé qué hacer ahora. Nick, ¿podemos utilizar las Hormigas
para comprobar las habitaciones?
—Date la vuelta, cierra los ojos y abre la boca. —Le dijo urgentemente
Mac a Catherine. Nick y Jon ya se habían puesto sus protectores en las
orejas y le dieron unos a Catherine. Mac colocó suavemente al Capitán
sobre el hombro a la manera de un bombero y se puso los suyos. Le hizo
una señal con la cabeza a Jon.
La imagen regular que las pocas Hormigas que les habían seguido
mostraban, era la de los dos técnicos de laboratorio en el suelo, en posición
fetal con las manos tapándose las orejas. Dos centinelas corrían por el
pasillo. Nick comprobó el portátil, salió y los derribó con un disparo a
cada uno. La pantalla los mostró caídos, muertos.
Teñían peor aspecto que el Capitán. Más delgados, en peor estado. Las
cirugías habían sido más intensas, probablemente las drogas que les había
proporcionado eran más fuertes.
Eso fue todo lo que barrió ahora, mientras la pena por sus hombres le
inundaba. Pena porque hubieran sido llevados a eso. Claramente
torturados, atormentados, tratados como menos que animales por sus
propios compatriotas.
Se detuvo y respiró una vez, dos veces. Nick y Jon también estaban
quietos como estatuas. A pesar de todos los combates que habían vivido,
todas las muertes en batalla que habían visto, en esta escena había algo
inherentemente maligno que los sorprendió. Como si hubieran sido
tocados por la mano del Diablo.
Millon trataba bien a sus empleados. Había una máquina Nespresso que
hacía un café divino, había cestas con hojas de té chino y una gran
selección de infusiones de hierbas.
Estaban cerca. Lee podía sentirlo. Una vez que sus atípicos se fueran,
estaba seguro de podría empezar a llevar el programa a una conclusión
satisfactoria. Otros seis meses de pruebas —o más bien teniendo a ese
imbécil de Flynn probando el programa— y estaría preparado.
Ah, pero el sabor del triunfo sería de lo más dulce por haber esperado. Aún
era joven, ni siquiera había llegado a los cuarenta. Había entregado la
vacuna contra el cáncer. Los miembros del Politburó estaban recibiendo la
mejor atención médica que el mundo podía ofrecer.
Él podría vivir hasta los ochenta vigorosos años, incluso hasta los noventa.
Otros cuarenta o cincuenta años de poder en la cúspide del país más
poderoso del mundo para mirar hacia delante.
Hizo una inspiración profunda y miró hacia el oeste. Estaba tierra adentro,
por supuesto. Pero cincuenta kilómetros le llevarían hasta el Pacífico. Casi
podía sentir su patria llamándolo a través de la amplia masa de agua. La
civilización más grande que la humanidad había conocido, triunfante una
vez más.
Catherine Young.
Estaba aquí.
¡Cristo! Cuatro hombres casi muertos y tres hombres para llevarlos. Nick y
Jon ya estaban desmontando una cama para improvisar una angarilla para
ser llevada por dos hombres, cada uno llevando también a un hombre. Iba
a ser difícil e iban a ser presa fácil, pero no era cuestión de dejar a sus
compañeros detrás. No iban a morir como ratas en un laboratorio.
Ella estaba sorprendida, con la boca abierta y los ojos como platos.
Después enfadada con los ojos entrecerrados.
—¿Qué pasa contigo? Hemos pasado antes por esto y ¿todavía quieres que
te deje? No puedo creer que dijeras eso. De vuelta a casa pagarás por este
comentario, Thomas McEnroe. Nick, Jon, ya que ninguno de vosotros
parece ser estúpido, seguidme.
Pero alguien que le recordaba cada paso del camino que era un hombre,
con debilidades humanas, estaba corriendo delante de él. Catherine.
Ella estaba enredándole la cabeza. Estaba enredando su habilidad de
distanciarse de la situación y pensar fría y claramente.
En una misión, en un combate, Mac hacía todo lo que podía para proteger
a sus hombres pero, siempre, la misión era lo primero. Todos eran
soldados, todos conocían el precio a pagar y todos lo aceptaban. Algunos
de ellos podrían no regresar a la base, pero mientras la misión fuera un
éxito, era aceptable.
El miedo por ella freía sus circuitos, le hacía más lento. Estaba operando
bajo una presión tan intensa que casi le hacía partirse. Amar a Catherine le
hacía mejor hombre pero peor soldado y ella necesitaba ahora al soldado,
no al hombre.
Esta mujer se merecía su mejor esfuerzo. Iba a sacarla de esto porque ella
era la misión más importante de su vida.
Eso era una buena noticia. Más confusión, gente legitimada corriendo por
ahí. Los guardas de seguridad dudarían antes de disparar. Mac y sus
hombres no. Después de ver al Capitán y al resto de sus compañeros,
cualquiera de esta instalación era un blanco legítimo y se dispararía al
verlo.
—¡Jon! —Gritó Mac—. ¿Puedes hacer que esta mierda vaya más rápido?
Nick saltó fuera del carro y empezó a correr. Mac se puso de lado,
cubriendo unos ciento ochenta grados del campo de tiro, luego se giró. Jon
estaba conduciendo con una mano, en la otra llevaba su arma.
—¿Mac? —Catherine giró la cara hacia él. Él no se atrevió a mirarla
directamente pero tenía buena visión periférica y podía ver palidecer su
hermosa cara, parecía preocupada.
No iba a decepcionarla.
La visión nocturna mostraba todo un llano campo verde pero Mac conocía
las distancias, sabía que la barrera de microondas estaba a cien metros del
exterior. Podía ver a Nick a cincuenta metros a su derecha corriendo a
tope, dirigiéndose derecho hacia la barrera de microondas.
Había hombres corriendo en la distancia, pero hacia la explosión, sin
prestarles atención a ellos. En algún lugar, un guardia estaba
observándoles en su campo de infrarrojos, pero tan lejos que información
todavía no lo había filtrado.
—Sí —Nick no sonaba sin aliento. Todos ellos seguían con la preparación
en el exilio. En todo caso habían intensificado su entrenamiento diario.
Tener a todo el gobierno de los Estados Unidos y a los militares cazándote
te mantenía alerta—. Ahora.
Jon condujo directamente a través de lo que una vez había sido una
mortífera cerca de microondas, el cochecito rebotó fuertemente por el
terreno desigual. La manta de camuflaje se soltó, se elevó, voló lejos.
—¡Pillados! —Gritó Jon, mirando por el retrovisor del lado del carro—.
¡Agarraos fuerte!
Empezó una serie de maniobras evasivas mientras más nubes de tierra se
elevaban por las balas. Ahora era un juego de números. El número de
minutos indicaba el número de tiradores. Nick estaba detrás de ellos, ahora
a su paso…se subió a bordo, pasando por encima de los enfermos hasta
llegar a su posición de centinela. En un segundo, tenía su rifle sobre el
hombro y estaban de nuevo espalda contra espalda, cubriendo trescientos
sesenta grados.
Nick envió una copia del holograma hasta la parte delantera del carro para
que Jon y Catherine pudieran verla. Cuatro minutos para salir.
—¡No pueden ver el helo, están viniendo a por nosotros! —Gritó Jon.
Los puntos estaban corriendo más deprisa hacia ellos, con las armas en
alto, a setenta metros. Cargaban sus rifles en una carrera desesperada. Mac
cargó su propio rifle, apuntó, se puso en pie contrarrestando el bamboleo
del vehículo, esperando… ¡allí estaba! Un momento de estabilidad.
Respiró hondo y a mitad de la respiración apretó el gatillo. Uno abajo.
Otro momento de estabilidad y el otro cayó. Se giró y el tercero estaba
fuera.
Los tres guardias debían haber dado sus coordenadas. Ahora todo el
complejo sabría que un carro de Millon lleno de hombres armados estaba
protagonizando una fuga. Nick cargó su rifle y un hombre detrás de ellos,
que estaba hablando por un micrófono que llevaba en el hombro, cayó.
Estaban cerca del helo, aunque no podían verlo. Eso iba a ser difícil.
Puntos rojos estaban convergiendo sobre ellos desde todos los puntos del
perímetro.
Mac se agarró del puntal y se impulsó hacia arriba con una mueca de
dolor. Joder, el costado dolía mucho. El helo empezó a elevarse, al
principio lentamente. Nick llevaba su arnés y estaba colgando fuera de la
puerta abierta, lanzando disparos de contención. Otra luz brillante y otro
hombre cayó.
¡Joder! ¡Eso fue un aturdidor! A gran altura, les hubiera hecho caer como
ganado.
Con la nariz hacia abajo, el helo se elevó en el aire, ahora más allá del
alcance de las balas y los aturdidores. Mac miró hacia las pálidas caras
verdes, las armas apuntando en todas las direcciones mientras los guardias
les perdían, incapaces de seguirles por el sonido, el radar y los infrarrojos.
El helo viró hacia el norte, ganado velocidad con cada segundo que
pasaba. Se dirigían a casa.
Mac soltó un suspiro de alivio. Nick estaba soltándose del arnés, mirando
atrás hacia la pequeña plataforma. Sus ojos se abrieron como platos.
Excepto… una figura pálida caída sobre los cuerpos de sus compañeros.
Catherine.
Muerta.
—¡Ahora!
—Sí señor.
—Sí señor.
A pesar del alboroto de las sirenas, Lee hizo despacio el descenso al Nivel
4. El edificio estaba desierto, el protocolo de evacuación había sido
seguido al pie de la letra.
Así que esto había sido un asalto organizado. ¿Podía haberlo organizado
Catherine Young?
Nada de lo que él sabía de ella sugería que pudiera hacer algo así. Era una
investigadora brillante, una gran científica, pero no era una líder. Su
personalidad era tranquila y retraída. Pero el hecho era que había
desaparecido y que su laboratorio había sido asaltado.
Si Catherine tenía algo que ver con esto, iba a cazarla aunque fuera en el
fin del mundo.
¡No!
—¡Un botiquín! —gritó justo cuando Nick lo metía entre sus manos.
¡No!
Cada vez que había tocado a Catherine su piel le había cantado. La vida
pulsaba en ella, tocarla era como tocar la vida misma. Calidez y energía
viajaban a través de él al mínimo contacto. Podía sentir su corazón
palpitando, la espiral de emociones que era Catherine, la dulzura y la luz
que eran únicas en ella.
Tocarla había sido pura magia, siempre, un toque que le devolvía a la vida
también.
No como ahora, donde no había nada bajo sus dedos excepto un vacío frío.
Encendió el interruptor con dedos sudorosos. La espalda de ella se arqueó
por un segundo en el que pensó ¡Está volviendo conmigo! Pero era nada.
Era la corriente eléctrica recorriendo sus músculos, contrayéndolos
artificialmente. Presionó la corriente otra vez y la espalda de ella volvió a
arquearse nuevamente, alto, para caer hacia atrás sin vida.
Otra descarga y ella volvió a arquearse y caer hacia atrás. Mac puso sus
manos sobre el pecho de Catherine, algo que había hecho cientos de veces
en los días pasados y todas las veces había sido como si la piel de ella lo
besara. Calidez y bienvenida se deslizaba dentro de él en latidos de miel y
se había hecho adicto a ese sentimiento. Siempre, siempre… excepto
ahora.
¡No!
Recitó los números, en alto, así no tendría que escuchar a Nick. No quería
oírle, no quería escuchar a nadie, no quería nada ni a nadie, todo lo que
quería era sentir el corazón de Catherine latiendo bajo sus manos y se iba a
quedar allí cientos de años si tenía que hacerlo, justo así, deseando que ella
volviera a la vida.
—Jefe…
No quería escuchar. Quería quedarse allí para siempre con las palmas de
las manos sobre el corazón de su amada, porque mientras las tuviera allí no
tendría que dejarla marchar, no tendría que despedirse…
—Mac… —dijo Nick en voz baja. Era la primera vez que Nick le llamaba
por su nombre. Mac lo miró y vio lágrimas en los ojos de Nick. No sabía
que Nick podía llorar.
¡No!
Estaba latiendo.
¿Estaba alucinando? No podía sentir nada más bajo las palmas de las
manos que ese otro sentido, ese que le permitía sentir, tocar su corazón con
su mano fantasma y sentir la pulsación, una fuerte sacudida eléctrica.
Algo rozó su cicatriz. Era la mano de ella. Su mano. Que le acarició una
vez, y cayó débilmente.
—Mac —le susurró ella, su voz era apenas audible sobre los desgarrados
sonidos que procedían del pecho de Mac—. Te quiero.
—¿Has comido? —le preguntó Mac ansioso, cerrando la puerta tras de sí.
Caminó a través de la habitación y se sentó en la mesa frente a ella.
Mac parecía una ruina humana. Estaba sentado a su lado cuando sus ojos
se abrieron y más tarde Stella le había dicho que él había dejado su lado
solo para ir al baño durante los diez días enteros.
Cuando ella abrió los ojos y vio su rostro, con una barba que empezaba a
convertirse una tupida de hombre-de-montaña, los ojos enrojecidos,
nuevos huecos bajo sus mejillas y nuevas arrugas, sonrió, luego arrugó el
ceño ante las grandes y gruesas lágrimas que le caían a ambos lados de la
cara. Él las ignoró por completo y simplemente le sonrió y le dijo:
Ella sabía, racionalmente, que había recibido una descarga letal y que su
corazón se había detenido. Sin embargo no podía recordar nada de ello. Lo
último que recordaba era que corrían al helo con cuatro hombres muy
enfermos a la espalda, que después se subieron y luego nada hasta que se
despertó en la enfermería de Haven.
En este instante sentía algo más. Era demasiado pronto para decirlo y no
había test de embarazo en Haven, pero había un brillo inconfundible en su
interior. Una burbuja escondida de luz y alegría y los más débiles
tentáculos de la vida. Le hacían vibrar de placer.
—Nunca he sido guapo, cariño. Si eso es lo que quieres, estás con el chico
equivocado. Sin embargo, si encuentras a ese chico le partiré su bonita
cara a palos por lo que más te vale seguir conmigo.
Ella sonrió.
—Come.
Y él comió. Era la primera vez que ella lo veía comer con apetito desde
que había despertado. Se sentía bien. Él se sentía bien, ella lo sabía. Podía
sentir que él se sentía bien.
Él dejó de sonreír.
—¡Oh, no!
—No quiero que hagas nada por el estilo. Estamos construyendo algo aquí.
Algo importante. No puedo decirte por qué, pero lo creo con todo mi ser.
Lo que está pasando aquí no debe ser perturbado o roto. ¿No puedes
sentirlo también?
—No siento mucho más que cansancio durante estos días, pero sí —él
soltó un suspiro—. Quiero que nos quedemos aquí y sigamos
construyendo… lo que sea que estemos construyendo. Y quiero que lo
hagamos juntos.
Una cosa que él no había hecho era hacerle el amor y ella sentía esa
ausencia como un trozo de cristal cortando una arteria.
—¡Oh, Dios! —Mac tembló, cerró los ojos y puso la frente sobre la de ella
—. Creo que aún sigo en estado de shock. Cuando creí que habías
muerto…
Se estremeció de nuevo.
—Estás en minoría, Tom McEnroe. Ella y yo contra ti. Dos contra uno. —
Lo besó en la comisura y él le devolvió el beso ligeramente—. Y puesto
que convertiste en un gran asunto que Haven tuviera una democracia y
eso, creo que deberías ir con el voto de la mayoría.
—Humm.
Ella sonrió contra su boca. Cuando él se quedó sin palabras, fue todo de
ella.
—Arriba.
Ah, esto. Lo había ansiado tanto. El calor, la cercanía, el puro placer que
desprendía. Estaba besándola más profundamente ahora, una mano
acercaba su cabeza hacia él, con la otra le apretaba el trasero,
estrechándola contra él.
Después la tocó entre los muslos. Intentaba comprobar si estaba lista para
él porque había pasado de cero a mil en unos segundos. Mac se sentía
caliente y duro como un palo contra su estómago. Sus dedos le dijeron que
estaba lista. Ella pasó de cero a mil también, todo su ser estaba
concentrado estrechamente en donde él estaba tocándola, oh, tan
cuidadosamente.
Viva.
Un dedo enorme se introdujo en ella que suspiró con deleite. Sus músculos
vaginales se contrajeron alrededor, como si quisieran mantenerlo dentro de
ella. Él deslizaba su mano ligeramente, estaba casi vibrando todo él por el
control porque no quería hacerle daño.
Pero ella no veía eso, ella lo veía a él, lo que era debajo de la piel. En ese
lugar que sólo ella podía ver.
Ah, Mac se sentía tan bien. Ella cerró los ojos y los abrió de repente
cuando él la sacudió un poco.
Él movió las caderas con fuerza, hacia abajo y luego hacia arriba. Ella
jadeó, pero él sabía que no era de dolor porque estaba tocándola y la
conocía. Esto era lo que ella quería. Esta cercanía, este sentimiento de ser
uno en dos cuerpos.
—¿Sabes qué?
—¿Qué?
San Francisco
Arka Laboratories
Lee terminó el informe y lo envió a la Junta de Arka donde los viejos que
formaban parte de la misma tendrían jefes de oficina que se lo leerían y
firmarían sin leerlo.
Pero lo más interesante era un papel que nadie había podido leer, porque
Lee lo había leído antes de que pudiera ser publicado y el investigador
había tenido un accidente.
Lee tenía sus escáneres en la pantalla, uno junto a otro. Cada uno tenía un
pequeño punto de luz en la circunvolución del hipocampo, una parte del
cerebro considerada inerte normalmente. Deslizó sus dedos y superpuso
los tres escáneres y tenían el mismo punto de luz en el mismo sitio
exactamente.
Había algo en el cerebro de Catherine Young que Lee deseaba, con todas
sus fuerzas.
E iba a conseguirlo.
The end