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Argumento

Ghost Ops, una pequeña unidad de soldados de super-elite tan secreta que
tan solo dos hombres conocen su existencia. Traicionados por su
comandante mientras están en una misión antiterrorista, el equipo es
masacrado. Solo sobreviven tres… y se encuentran atrapados y caídos en
desgracia. Pero camino de la corte marcial escapan… y desaparecen.

Hermosa, brillante y determinada. La doctora Catherine Young tiene la


misión de encontrar a un hombre que se ha desvanecido en el aire. Entrar
en un escondrijo de alta tecnología para llevar un mensaje a Tom “Mac”
McEnroe, el líder del equipo de los traicionados Ghost Ops, es lo más
peligroso que ha hecho nunca. El soldado que encuentra es atemorizador y
suspicaz, pero sus sentidos le revelan al hombre que esconde: duro,
honorable y tan imponentemente masculino que Catherine se siente débil
en su presencia… Pero rendirse a los apasionados deseos de Mac pondría
su vida en peligro. Catherine tiene un don que la hace capaz de ver el
interior del corazón de los demás… y mirar dentro del de Mac como mirar
directamente al mismo corazón del peligro.

Capítulo 1


The New York Times

6 de Enero.

Una exclusiva del New York Times.

El New York Times se ha enterado de que el fuego que el 5 de enero


destruyó un laboratorio de investigación en Cambridge, Massachusetts,
dirigido por Laboratorios Farmacéuticos Arka, no se debió al estallido de
una cañería de gas, como originalmente se informó.

El New York Times ha recibido información exclusiva de un alto


funcionario público de que el laboratorio fue atacado por un comando de
elite bajo el liderazgo independiente del ejército de los Estados Unidos,
conocido como “Ghost Ops”.

Las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos tienen prohibido operar en


suelo estadounidense por la Ley Posse Comitatus.

El presunto jefe de la unidad de máximo secreto es el ex comandante del


famoso SEAL Team Six, el equipo de mató a Osama Bin Laden hace diez
años, el capitán Lucius Ward. Los archivos militares del capitán Ward
están sellados. El New York Times ha sido incapaz de acceder a su
expediente bajo la Ley de Libertad de Información.

Cuarenta y una personas murieron en el incendio del laboratorio, entre


ellos el ganador de la beca de investigación de la Fundación MacArthur,
doctor Roger Bryson, un viejo candidato al Premio Nobel por su trabajo
sobre bioquímica de vacunas.

—Tenemos motivos para creer que la destrucción de nuestro laboratorio en


Cambridge, que estaba cerca de obtener una vacuna contra el cáncer, fue
obra de la competencia con la esperanza de detener nuestro progreso —
declaró el Director General de Arka, el doctor William Storensen—.
Deben realizarse todos los esfuerzos para llevar a estos criminales a juicio.
Este reportero también se ha enterado de que el capitán Ward tenía
invertidos varios millones de dólares en una compañía farmacéutica rival.
Los restos del capitán Ward no han sido identificados.

Los tres miembros sobrevivientes del equipo comando de ataque, cuyos


nombres fueron eliminados de los documentos obtenidos por el New York
Times, desaparecieron camino a una corte marcial en Washington, D.C.
Hay una orden de detención pendiente para su arresto.
Autor Jeffrey Kellerman

Un año después.

Mount Blue.

Norte de California.

Su automóvil se murió.

En un momento, su pequeño y encantador vehículo eléctrico de color


lavanda, que prefería infinitamente climas templados, estaba subiendo
valientemente por la carretera helada y llena de baches y al siguiente
simplemente se paró en seco.

En medio de una tormenta de nieve. De noche. En la cima de una montaña


desierta.

No había nada que Catherine Young pudiera hacer.

Oh, Dios, pensó. Ahora no.

Presionó el encendido varias veces, pero el vehículo estaba completamente


muerto. Era la última generación de vehículos eléctricos y el vendedor le
había asegurado que si algo le sucedía al motor principal, había uno
auxiliar con alimentación independiente que garantizaba que avanzaría al
menos otros quince kilómetros.

Cada indicador estaba oscuro. Ni siquiera las luces interiores se


encendieron cuando abrió la puerta del lado del conductor. Solo consiguió
una aterradora ráfaga de nieve y ventisca como un puñetazo en el rostro, e
inmediatamente cerró la puerta.
Su móvil estaba muerto también. Absolutamente muerto, pantalla en
blanco. Un iPhone 15, normalmente podría hablar a la luna con él, pero
ahora era un inerte, aunque todavía elegante, pedazo de vidrio metalizado.
Su tablet también estaba muerta como descubrió cuando escarbó el asiento
trasero en busca de su fiel iPad 8. Por primera vez en su vida se negaba a
encenderse. Era, también, un trozo inerte de cristal metalizado.

GPS, muerto. Reproductor de MP3 y reloj de pulsera, muertos.

Todo muerto.

Era imposible ver nada fuera del vehículo, para medir lo cerca estaba del
borde de la carretera. La nieve era demasiado gruesa para eso. Apenas
había podido ver poco más de dos metros por delante con los faros
halógenos especiales encendidos. Ahora con un coche muerto, sin luces y
ningún medio de comunicación, podría haber estado en otro planeta.

Uno frío y hostil.

No había contado con estar en la carretera después del anochecer, habría


dado la vuelta horas y horas antes si no hubiera tenido la compulsión de
encontrar a Tom “Mac” McEnroe tan fuerte como la compulsión de
respirar. Pero no había renunciado, ni siquiera cuando intentó en tres
callejones sin salida y había tenido que retroceder penosamente sobre
surcos congelados y ramas muertas, tratando de encontrar un camino
transitable; viajando todo el día impulsada por su compulsión a no
detenerse. No se detuvo, no pudo parar, ni siquiera cuando la luz
desapareció del cielo y los primeros copos de nieve que habían caído se
convirtieron en una tempestad.

Finalmente supo que era el camino correcto cuando casi chocó contra una
roca grande, una gigantesca sombra de granito más oscura que la noche,
justo en medio de la carretera.
Por supuesto, a ella se le había dicho todo esto.

Él matará tu auto, tu móvil, tu ordenador, tu GPS y tu reproductor de


música.

No en palabras tanto como en imágenes. Se había visto sentada en un


vehículo en la oscuridad y sin luces. Las imágenes no habían tenido
ningún sentido entonces, pero ahora sí.

Se le había dicho cómo encontrarlo.

Él se esconderá en alguna parte en Mount Blue. Toma el camino más


desierto. La ruta será casi intransitable. Habrá un obstáculo… un árbol
caído, una gran roca. Rodea la gran roca. Él sabrá que tú estás acercándote.
Te encontrará.

Esto le había sido comunicado en imágenes también, borrosas e


incomprensibles aunque irresistibles. Ella se había encontrado en un
callejón sin salida sin habérselo pensado siquiera durante un recorrido de
más de doscientos kilómetros. Había apretado el botón de encendido del
vehículo y fue como si éste se hubiera conducido solo hasta aquí.

Solo para morir.

Así que aquí estaba, agarrando su inútil volante con dos manos sudorosas
en una carretera desierta de montaña, en un coche muerto, a altas horas de
la noche.

El viento bramaba.

El último puesto humano había sido sesenta y cinco kilómetros atrás y


fueron dos tiendas y una de las últimas estaciones de gasolina que
quedaban en California. Ella le había echado una mirada curiosa mientras
pasaba conduciendo. No podía recordar la última vez que vio una
gasolinera. Se veía destartalada y desierta con harapientos y descoloridos
banderines ondeando al viento.

El calor se estaba reduciendo rápidamente. Una cruel ráfaga de aire


sacudió el vehículo. Ella amaba su coche. Era elegante y tenía estilo. Sin
embargo, aunque estaba hecho de una liviana, resistente y revolucionaria
resina que en un choque se comprimiría, no era rival para este viento frío y
huracanado de montaña. Lo que lo hacía tan bueno en las autopistas, lo
convertía en una trampa mortal en una gélida tormenta de nieve.

Otra ráfaga sacudió fuertemente el vehículo. Las ruedas del lado izquierdo
se levantaron un poco y luego el vehículo volvió a caer con un golpe. El
corazón de Catherine bombeaba con fuerza mientras luchaba contra el
pánico. Una imagen destelló en su mente. El coche, sacudido con violencia
por los vientos huracanados, deslizándose lentamente fuera de la carretera
y cayendo por la ladera.

Era un escenario perfectamente plausible.

Qué modo de acabar su vida… dando tumbos por el borde de un


acantilado de montaña hasta que su coche se hiciera pedazos contra un
obstáculo. Una roca, un árbol. No estallaría, por supuesto. Pero si ella
sobreviviese, estaría atrapada en los restos del vehículo, sangrando y sin
esperanzas de ser rescatada. Nadie sabía dónde estaba. Esta era una tierra
salvaje. Era perfectamente posible que encontrasen su cuerpo en
primavera.

Otra ráfaga poderosa. El coche se movió, las ruedas se deslizaron varios


centímetros. Ella estalló en un sudor frío que al instante le heló la piel. Una
capa blanca e indómita de nieve azotó el parabrisas, espículas de hielo
repiqueteaban contra el vidrio.

El volante estaba muy frío bajo sus manos. Lo soltó y se metió las manos
debajo de los brazos. Había guantes en el compartimento del equipaje,
pero éste era activado eléctricamente y nunca se abriría ahora que el
vehículo estaba muerto. Los guantes también podrían haber estado en el
fondo del océano para lo útiles que podían resultarle allí atrás.

Catherine volvió a estremecerse, un temblor en todo su cuerpo. Era una


neuróloga, pero también era médico y entendía muy bien lo que estaba
pasando. Su piel y sus pulmones despedían calor con cada segundo que
pasaba y su cuerpo estaba tratando de generarlo temblando.

Su temperatura corporal pronto comenzaría a descender. El resto era


absolutamente inevitable… confusión, amnesia, insuficiencia orgánica
grave.

Muerte.

Esto es una locura, pensó. Aunque era el final lógico para el cáliz
envenenado que era el centro de su vida.

Su don. Su maldición.

Toda su vida había adorado el raciocino. Se había sujetado a la


racionalidad con abrazaderas de hierro, estudiando matemáticas, biología,
medicina y luego neurociencias. Tratando con todas sus fuerzas de dejar de
lado el don de su vida.

Esta búsqueda loca de un hombre al que jamás había conocido, este Tom
McEnroe, iba a costarle la vida. Como la cita con la muerte en Samarra,
Catherine ya no podía escapar de su don.

El viento volvió a sacudir su coche con rabia, como reclamándolo para sí.
Ella tembló de nuevo. El frío era tan intenso que dolía. El dolor era bueno.
Mientras estuviera dolorida estaba viva, y el daño hipotérmico podía ser
recuperado.

Pronto no habría dolor; estaría más allá del rescate. Y entonces no habría
ninguna vida en absoluto.
El tiempo se detuvo mientras escuchaba los latidos de su corazón en la
oscuridad. Al principio trató de contarlos para darse una idea de tiempo.
Después de dos horas había perdido la cuenta. Después de otra eternidad,
sintió el momento exacto en que su corazón comenzó a latir más lento. Su
temperatura corporal había descendido. Empezaba a deslizarse en la
hipotermia. Se sentía como si ya estuviese muerta y enterrada a gran
profundidad.

Demasiado exhausta para las lágrimas, Catherine apoyó la cabeza contra el


volante, preparada para morir. Con la esperanza de que fuera rápido.

Un golpe duro y fuerte la sobresaltó. Se enderezó con el corazón


palpitando dolorosamente, tratando de entender de dónde había venido el
ruido.

Inmediatamente después la puerta se abrió y un brazo la sacó a la nieve.


Permaneció allí parpadeando. Una gran mano sobre el brazo era todo lo
que evitaba que sus músculos se derrumbaran, dejándola caer sobre el
suelo cubierto de nieve.

Había apenas la suficiente luz para ver. Si el hombre hubiese dado un paso
lejos de ella no habría sido capaz de verlo.

Sin embargo estaba increíblemente cerca, lo bastante cerca como para


sentir el calor de su cuerpo, la primera fuente de calor en lo que se sintió
como un para siempre.

Él era enorme, sus hombros llenaban su campo de visión, tan alto que ella
tuvo que inclinar hacia atrás la cabeza, pero no pudo ver sus facciones. Iba
vestido de negro de pies a cabeza, con un arma atada al muslo y un largo
cuchillo en una funda, el rostro cubierto con un pasamontañas de esquí
negro con ojos como insectos, una visión tan aterradora que habría gritado
si tuviera aliento.
Un Grim Reaper, un ángel de la muerte moderno, venido para llevársela.

—¿Qué quiere? —La voz era profunda y baja, sobre el aullido del viento.
Catherine estaba tan conmocionada que no podía recobrar el aliento. Una
mano grande la sacudió ligeramente, como para sacarla de un trance, y la
otra se movió hacia su rostro, y esos ojos de insecto se… ¿levantaron?

Ella estaba alucinando. El frío está ralentizando sus procesos neurológicos


por lo mucho que estaba alterando la realidad.

—¿Qué quiere? —La voz era algo más enérgica ahora, con una nota de
hostilidad en ella. Él la volvió a sacudir.

Catherine respiró temblorosamente cuando la realidad se realineó. Esto no


era una alucinación. Era un hombre enorme, vestido para la nieve, que
estaba usando gafas de visión nocturna.

—T… Tom —tartamudeó ella. Su voz era ronca, las primeras palabras que
había dicho en más de doce horas, la boca seca de terror. No había modo
de que su mente revuelta pudiera armar cualquier tipo de razonamiento. La
verdad desnuda cayó por su propio peso—. Tom McEnroe. E… ellos le
llaman Mac.

Ella no tenía ni idea de quién era Tom McEnroe. Por lo poco que sabía,
este hombre nunca había oído hablar de McEnroe. O él era el peor
enemigo de Tom McEnroe. Podría abandonarla o dispararle con esa
enorme arma atada a su muslo. O bien, considerando el tamaño del
hombre, matarla y arrojarla por la ladera de la montaña con un solo golpe
de aquel descomunal puño.

Lo que él hizo fue echar una capucha sobre su cabeza, poner restricciones
de plástico en sus muñecas, alzarla sobre su hombro y caminar a zancadas.

La peor pesadilla de una mujer.


Catherine apenas podía respirar por el frío. La resistencia estaba
absolutamente más allá de ella. No podía ver nada a causa de la capucha,
no podía sentir las manos o los pies y no podía pensar con claridad.

Y tendida sobre el ancho hombro de este hombre, sabía que no existía


resistencia posible para la clase de poder masculino que podía sentir. Él
caminaba a través de los montículos de nieve, en el viento aullante,
llevando a una mujer adulta exactamente como si estuviera caminando sin
cargas en un día de verano. No había ninguna sensación de tensión o
esfuerzo excesivo de su parte.

Le sujetaba las piernas abajo con un brazo poderoso. Ella intentó una
patada experimental pero no pudo mover las piernas para nada debajo de
su brazo.

Donde quiera que la estuviera llevando no habría ninguna diferencia


dentro de un rato. Su ritmo cardíaco estaba reduciendo la velocidad. No
podía verse pero sabía que estaba empalideciendo mientras la sangre en su
cuerpo se precipitaba a su corazón, la última parte de ella que moriría.
Apenas tenía energía para temblar. Todo lo que podía hacer era resistir.

En el frío y en la oscuridad no había manera de contar el tiempo


transcurrido, pero después de los que parecieron horas, el hombre se
detuvo.

Habían llegado a dondequiera que la estuviera llevando.

Capítulo 2

¡Maldita sea!
Hembra loca, conduciendo hasta Mount Blue durante una tormenta de
nieve en un pequeño auto eléctrico y sin ropa de invierno. La debería haber
dejado en el ventisquero para morir.

Tom McEnroe deslizó a la mujer en el asiento del pasajero de su


aerodeslizador y frunció el ceño.

Odiaba la idea de llevar a cualquier persona ajena a la base, pero esta era
una tonta. Tenía que saber quién coño era esta mujer puesto que conocía su
nombre.

Ella conocía su puñetero nombre.

Nadie sabía su nombre.

Éste había sido limpiado de todos los registros públicos cuando se unió al
Ghost Ops. Los miembros del Ghost Ops no tenían parientes, ni familia, ni
amigos. Era uno de los requisitos para unirse. Eso los hacía mejores
agentes. Sin distracciones, sin conexiones, sin apegos.

Pero esta mujer sabía su nombre. ¡Lo estaba buscando a él!

Esta era una mierda seria porque cada maldita agencia de la ley le andaba
buscando también, sin mencionar a todas la Fuerzas Armadas de los
Estados Unidos. Y no iban a ser tiernos con él y sus hombres cuando le
encontraran.

Se metió en el asiento del conductor y presionó el botón de encendido. El


bebé se puso en marcha con un ronroneo. Tenía un motor de avión en el
aerodeslizador. Era potente, silencioso y súper clasificado.

Jon y Nick lo habían birlado de una base súper secreta un par de meses
atrás y valía su peso en oro. Subió el calor al máximo, cubrió a la mujer
con una manta térmica y conectó el asiento calentándolo al máximo.
Volvió corriendo al vehículo de ella. La nieve casi había llenado el espacio
para los pies del lado del conductor. Agarró el bolso y una pequeña caja
que tenía sobre el asiento del pasajero y volvió corriendo a su propio
vehículo, dejando la puerta abierta. De todos modos el coche estaba
arruinado. Un PEM había destruido todos los circuitos y nada fuera de un
nuevo motor lo haría funcionar. Mandaría a algunos de sus hombres
después de la tormenta para meterlo en su almacén comunitario.

Ella estaba tironeando de las ataduras cuando él regresó.

—Deje de hacer eso —le dijo y ella se serenó al instante.

Mujer inteligente. Él era peligroso cuando estaba cabreado y


probablemente ella pudo leer eso en su voz.

—¿Adónde me lleva? —preguntó, tratando con fuerza de evitar el temblor


en su voz.

Él tuvo que darle puntos por su coraje. Ella no estaba gritando y llorando
para que la soltaran, ni sacudiéndose violentamente, ni tratando de
golpearle. Él no tenía ninguna restricción química con él y este clima
ponía a prueba incluso sus habilidades para conducir. Tendría que
noquearla si ella le estorbaba para conducir. No le agradaría, pero lo haría.

—Para empezar, la estoy llevando a un lugar cálido, doctora Young.

Ella se quedó en silencio.

Mac miraba las identificaciones que tenía en su mano, tomadas de su


bolso. La licencia para conducir de California, dos tarjetas de crédito, el
pase de seguridad de la compañía, el holograma del seguro médico. Todo a
nombre de la doctora Catherine Young.

Trabajaba para una compañía llamada Laboratorios Millon. Él no tenía


idea si ella era médica o científica.
No importaba. Lo averiguaría bastante pronto. Por el momento tenían que
regresar rápido.

Mac presionó el botón que levantaba el vehículo, movió hacia adelante la


palanca direccional y se deslizó fuera del camino y en la dirección que los
llevaría de regreso al cuartel general.

Catherine no se dio cuenta de que se habían movido hasta que fue


presionada contra el respaldo del asiento. Por un segundo, su embotado
cerebro pensó que el hombre de negro la estaba empujando, pero eso no
era correcto. Él estaba al lado de ella. Podía oírlo respirar, sentir su calor.

Estaban en un vehículo que no hacía ningún ruido y de manera loca


parecía… deslizarse. La carretera en la que había estado… más huella que
carretera… estaba llena de baches, tachonada con piedras y resbaladiza por
la nieve.

Uno de los muchos misterios que serían aclarados, o no.

No existía absolutamente nada que Catherine pudiera hacer, así que hizo la
única cosa que podía. Quedarse quieta y esperar.

Viajaron durante mucho tiempo, aunque ella no tenía forma de saber


exactamente cuánto. Tal vez estaba viajando hacia Tom McEnroe, como
había sido compelida a hacer. Tal vez se dirigía hacia su muerte. Tal vez se
dirigía hacia ambas cosas.

Por más que ella hubiera tratado de evitar las amargas consecuencias de su
don, éste la había llevado hasta este momento en que estaba tan impotente
como un palo arrastrado por un río embravecido hacia el mar.

Estaba encapuchada, con las manos inmovilizadas, pero no estaba


incómoda y no tenía frío. El extraño vehículo estaba caliente y el hombre
había arrojado una manta sobre ella. Era muy delgada, casi como una de
algodón, pero debajo de ésta ella estaba increíblemente caliente.
Era una suerte que no estuviera sufriendo de hipotermia severa. Las
personas morían de un colapso por recalentamiento, un descenso brusco de
la presión sanguínea que mete al organismo en un shock profundo, y luego
en la muerte.

Viajaron en silencio.

Era una de las raras veces en su vida, Catherine estaba tentada de extender
la mano y tocar, tocar al conductor. Piel contra piel. Ella nunca tocaba a
nadie si podía evitarlo. A menudo los resultados eran dolorosos y a veces
peligrosos.

Sus manos estaban desnudas. Acercar sus manos atadas y tocarlo al menos
le diría si él quería hacerle daño. Si estaba siendo llevada hacia su muerte.

Si su mente estaba llena de odio y violencia, al igual que muchas mentes,


ella lucharía hasta la muerte cuando salieran del vehículo.

Pero no había ningún lugar por el que pudiera estar segura de tocar su piel.
Él parecía estar cubierto en todas partes por ese material liviano y
resistente, incluyendo las manos.

Una vez más su don era inútil y peligroso. La conducía al peligro, pero sin
brindarle modo de escapar de ello.

Ella no podía hacer nada más que sentarse e intentar mantener calmados y
lentos los latidos del corazón, intentar vaciar su mente de todo
pensamiento, solo intentar… estar. Si iba a luchar a muerte al final de este
viaje, no podía permitirse el lujo de desperdiciar energías en inútiles
especulaciones.

Estaba en una misión para encontrar a este Tom McEnroe, impulsada por
fuerzas que escapaban s su control. Y… Dios la ayudara… impulsada por
un amor abrumador por este McEnroe, por un hombre al que nunca había
conocido.
Mac condujo al asentamiento del cuartel general y entró en una caverna
enorme. Su seguridad era estricta - él mismo la había diseñado-pero los
sensores remotos, situados a los lados de la ruta escondida hacia la entrada
de la caverna, habían reconocido las señales de identificación emitidas por
el aerodeslizador. Si éstos no lo hubieran hecho, un pulso electromagnético
habría apagado el vehículo mucho antes de que estuviera a la vista de la
entrada escondida. El mismo PEM que había quemado los circuitos del
coche de ella.

Y si por alguna descabellada posibilidad el vehículo no se hubiera parado


en seco, quienquiera que estuviera a cargo de los monitores de seguridad
habría dado la orden a uno de los aviones teledirigidos en lo alto y un
poderoso y diminuto misil de precisión sería soltado y dejaría un humeante
cráter, algunas salpicaduras de protoplasma y nada más.

El aerodeslizador se detuvo y los cojines de aire se dejaron caer sobre el


suelo de cemento.

Mac salió y abrió la puerta del lado del pasajero. La mujer, la doctora
Catherine Young, se quedó serena e inmóvil. Él habría pensado que era
una estatua si no fuera por el ligero temblor de sus manos. Tenía que
admitir que era unas hermosas manos. Y ella era una mujer muy hermosa,
sin duda alguna tampoco.

Eso le inquietaba. Las mujeres hermosas eran problemas, siempre.

La mujer que él había sacado del gélido coche había estado blanca como
un papel de frío, alarmada, luego aterrorizada y con todo tan hermosa que
él la había tomado por una modelo. Algo cabeza hueca, estúpida y loca
porque de lo contrario, ¿qué coño estaría haciendo en su deliberadamente
hecha mierda, casi intransitable carretera, de noche, en medio de una
tormenta de nieve?

Ella no era una cabeza hueca, era una doctora, eso lo enloquecía. ¿Qué
mierda creía ella que estaba haciendo?

Él había estado a punto de inventar una historia sobre estar cazando, sobre
quedarse atrapado en la tormenta de nieve y ofrecerse para llevarla de
regreso a Regent, alrededor de sesenta y cinco kilómetros montaña abajo,
cuando ella dejó caer la bomba.

Estoy buscando a Tom McEnroe.

Mac no se sorprendía, pero eso… bueno, eso fue una tremenda sorpresa.

Después de dejar caer la bomba, no era factible llevar de regreso a la


desorientada y bonita civil montaña abajo. No era una civil y no estaba allí
por casualidad.

Ésta era una mujer peligrosa.

Una mujer que sabía dónde buscarlo cuando todo el gobierno de los
Estados Unidos no tenía ni idea. Posiblemente fuera una espía,
definitivamente una amenaza. Y no iba a dejar su complejo antes de que él
supiera, en principio, quién la había enviado, por qué y cómo diablos sabía
dónde buscar.

Y él no apostaría por su partida con vida del complejo.

—Fuera —dijo.

Mac entrenaba hombres duros para hacer cosas difíciles. Entrenaba


hombres que sabían perfectamente bien que serían enviados de cabeza a un
peligro mortal. Solo si los entrenaba duro permanecerían vivos. Bajo el
fuego, la unión del equipo lo era todo, y él era el líder. Estaba
acostumbrado a ser obedecido al instante, porque tenía que ser obedecido
al instante. La alternativa era la muerte y no una buena muerte tampoco.

Así que su voz de mando era la voz de Dios, gritada directamente en los
oídos de sus hombres.

Normalmente moderaba su voz de mando con las mujeres. Pero en ese


mismísimo instante estaba cabreado y suspicaz, y no estaba dispuesto a
moderar su voz por alguien que podría estar poniendo en peligro todo su
mundo.

Sin importar lo bonita que fuera.

Todo el cuerpo femenino se encogió sobre sí mismo al escuchar esa única


palabra ladrada, lo cual era la reacción de cualquier pequeño animal ante la
amenaza de uno más grande. Agacharse en el suelo, empequeñecerse.
Entonces, para su asombro, la mujer se enderezó, la cabeza en alto debajo
de la capucha, los hombros para atrás, tratando de manera visible de darse
coraje.

Bueno… mierda.

Mac reconoció eso.

Él sabía todo acerca de tratar de infundirse coraje en malas situaciones.


Había sido prisionero de puñeteros fundamentalistas en Yemen durante
dos meses infernales en los cuales había sido mantenido encapuchado y
desconcertado, sabiendo que en cualquier momento podía tener un puñal
en su garganta o el cañón de una arma de fuego en la nuca. Sabía con
exactitud lo que ella estaba sintiendo porque él lo había sentido.

Si ella iba a fichar la salida, quería ir con la cabeza en alto. Tío, él sabía lo
que era eso. Lo conocía de cabo a rabo.

Por un segundo, por un momento fugaz, se identificó con ella y tuvo un


destello de lo que esto debía ser para ella. Pero luego pasó.

Joder con eso.


Él no podía permitirse el lujo de permitirse sentir nada por esta mujer. Ella
había venido hasta él. Lo había encontrado en contra de todas las
probabilidades. Había fracturado la seguridad diseñada por tres hombres
que eran los más grandes expertos del mundo y él no tenía ni idea de cómo
lo había hecho.

Era una amenaza… para él, para sus hombres y para esta loca comunidad
que habían reunido en torno a sí mismos.

—Vamos —dijo, inyectando impaciencia en su voz.

Tenía que interrogarla tan pronto como fuera posible. Si esta mujer, sin
importar cuán suave, pálida y desvalida se viera, resultaba ser la punta de
lanza de una invasión, él y sus hombres tendrían que luchar. Cuanto más
rápido se enterara de lo que quería, y quién estaba detrás de ella, mejor
podría defenderlos.

Ella hizo oscilar las piernas por la puerta abierta, buscando el suelo con un
pie calzado con un par de botas. Al menos había tenido la sensatez de
ponerse pantalones de lana y botas. Aunque sus piernas parecían que le
llegaban hasta el cuello, era de mediana estatura. Su pie exploró
tentativamente, buscando suelo firme. Finalmente, exasperado, Mac
acomodó las manos en torno a la pequeña cintura, la levantó y bajó sobre
el suelo. Al igual que una bailarina, ella apuntó un pie hacia el suelo y
pareció aterrizar como una maldita primera bailarina.

Ella se sentía bien entre sus manos.

Dios… maldita sea.

Conmocionado, Mac dio un largo paso hacia atrás. No tenía derecho a


pensar de ese modo. Era un soldado, ahora y siempre. Él no había dejado
las fuerzas armadas, las fuerzas armadas le habían dejado a él.

En el fondo todavía era un soldado protegiendo lo suyo y esta mujer


representaba peligro. ¿Qué mierda le importaba a él si ella se sentía ligera
y grácil debajo de sus manos, si era hermosa o valiente? Eso la hacía
doblemente peligrosa.

La valentía en un adversario daba malas sensaciones, él lo sabía.

¿Estaba el sexo entrometiéndose con su cabeza? Nunca había sucedido


antes. El sexo estaba fuera del cuadro cuando estaba en una misión y ahora
su vida entera era una misión, del amanecer al anochecer. Por supuesto, el
sexo había sido fácil de descartar cuando él de hecho había estado
acostándose con alguien, lo que no era el caso en este momento y no lo
había sido durante un año.

Tío, si esta mujer podría distraerlo necesitaba hacer algo al respecto lo


antes posible. Como bajar la montaña una noche, en uno de sus vehículos
camuflados, meterse en uno de los pueblos cercanos que no tenían cámaras
de video, y buscarse una mujer para la noche. O por el tiempo que tardara
en sacar esto de su organismo.

Ella estaba de pie en silencio con la cabeza alta, las únicas señales de
estrés era el ritmo acelerado de su respiración y el temblor de las manos.

—Venga conmigo —dijo Mac con brusquedad y la tomó del codo,


poniéndose en camino hacia el enorme ascensor que los llevaría
ochocientos metros arriba.

Ella fue obedientemente, lo cual era inteligente de su parte. Él no creía que


pudiera lastimar a una mujer, pero no quería ponerlo a prueba. Era el
encargado de la defensa, no solo de sus hombres, sino de Haven, y si tenía
que elegir entre esta mujer y aquellos a los que protegía, ella perdería.

Esperaba que no llegase a eso. En el mejor de los casos… mantenerla en


aislamiento, sacar la información que pudiera, en particular cómo sabía su
nombre y en qué dirección encontrarlo, qué quería y quién la enviaba.
Jon tenía una droga que había conseguido de un mayorista farmacéutico
que podía acabar con los recuerdos a corto plazo. Unía la droga con un
anestésico ligero y la tendría despertándose a cientos de kilómetros de
distancia sin ningún recuerdo de él, de Mount Blue o Haven.

Tiró con fuerza de su brazo y ella se detuvo obedientemente mientras él


presionaba el botón para abrir las puertas del ascensor. Cuando se abrieron
la instó a avanzar con una mano presionada contra su espalda.

El ingeniero que había diseñado el ascensor, Eric Dane, se había divertido


con la velocidad. Nunca se notaba pero la maldita cosa subía más de
seiscientos metros en treinta segundos. Era una maravilla que nadie
sufriera una descompresión brusca.

Dane era uno de sus niños desamparados. El ingeniero había pasado a la


clandestinidad cuando denunció las deficiencias estructurales que había
encontrado sobre el Puente de la Bahía San Francisco y perdió su trabajo
por sus esfuerzos. Dos meses después de que hubiera presentado un
informe a las autoridades sobre las debilidades del puente, se había
derrumbado en el extremo Oakland, después de un temblor moderado de
2,1 en Halloween. Cuarenta personas murieron.

El informe de las deficiencias estructurales de Dane fue borrado de los


archivos de la compañía y él fue culpado del derrumbe. Se presentó una
demanda multimillonaria en su contra, pero no había nadie a quién
demandar. Él había desaparecido.

Uno más en el heterogéneo ejército de proscriptos y fugitivos de Mac.


Hombres y mujeres que se habían puesto a su protección.

Dane había moderado el arranque y disminuido la velocidad en la cima, así


la mujer no tendría forma de juzgar qué distancia habían recorrido. A lo
sumo, sabría que habían subido unos cuantos pisos en un edificio en lugar
de subir disparados unos ochocientos metros por el interior de una
montaña.

Las puertas se abrieron silenciosamente. La capucha confundía los


sonidos, así que ella no sería capaz de decir que el ascensor se abría
encima de un enorme patio interior, que era la plaza central de su
comunidad. Habían cuatro personas a la vista, trabajando. Uno de ellos era
Jon, que miró con curiosidad a Mac sujetando por el codo a una mujer
encapuchada. Mac le hizo señas con la cabeza hacia la derecha. Hacia el
cuarto de reunión. Él hizo el signo universal de una cámara filmando,
asintió con la cabeza y salió corriendo.

Mac guio a la mujer a través de los bancos y las plantas del enorme
espacio abierto, sabiendo que no mucho traspasaba la capucha. Ni sonidos,
ni luz, ni olores.

Como siempre, un descomunal arrebato de orgullo florecía en su pecho


cuando salía a la plaza central de la proscripta comunidad.

Era hermosa. A Mac le levantaba verdaderamente el ánimo cada vez que


cruzaba la plaza. Estaba iluminada día y noche. Durante el día, el
cielorraso completamente impenetrable y del espesor de una molécula se
veía abierto al cielo y resplandecía con la luz del sol. Minúsculos
recolectores solares alrededor del perímetro inundaban de luz el cuadrado
por la noche. Los paneles solares también eran estufas con el toque de un
botón. El efecto era sorprendente. En lo alto, los copos de nieve caían
desde el cielo y desaparecían tan pronto como tocaban la pantalla.

Había vegetación por todas partes… plantas exuberantes y florecientes que


complacían a los ojos y despedían una fresca fragancia. Árboles frutales,
macizos de flores, relucientes arbustos y pequeños enclaves de hierba.

La exuberante vegetación se debía a Manuel Rivera, el hombre con las


manos de oro. Jon lo encontró cuando salió a callejear en busca de mujeres
en Cardan, una pequeña localidad a noventa y seis kilómetros de distancia.
Se hicieron amigos.

Manuel estaba trabajando dieciocho horas al día tratando de conseguir que


los productos de su granja orgánica fueran rentables. Jon se encontró
cogiéndole cariño al tío. En un viaje al pueblo, el dueño del bar donde Jon
siempre se detenía le contó que Manuel había sido atacado por “ladrones”,
se había negado a ir al hospital local y estaba arriba en una habitación.

Jon subió corriendo las escaleras, abrió de una patada la puerta, le echó un
vistazo a Manuel, detuvo el sangrado, lo cargó sobre el hombro y lo trajo
con él a la montaña, desafiando a Mac y a Nick.

Sin embargo, para entonces Mac y Nick estaban resignados. Su


heterogénea comunidad ya contaba con Dane, una famosa actriz cuyo
rostro había sido totalmente cortado por un acosador, una enfermera de
urgencias que había tenido que rechazar a una mujer embarazada con pre
eclampsia y sin cobertura, y cerca de otros cuarenta refugiados de la vida
moderna.

Manuel había entablado una demanda contra una gran agroindustria con
campos experimentales con plantas genéticamente modificadas junto al
suyo, contaminando sus productos orgánicos. El día después de que la
demanda fuera presentada, dos matones le habían golpeado, dejando
pedazos rotos de la causa judicial agitándose encima de su sangre sobre el
suelo.

La agroindustria era una rama de Farmacéutica Arka.

Manuel ahora llenaba los espacios públicos de plantas, y cultivaba dos


enormes campos de frutas y hortalizas que los abastecían a todos ellos de
frutas y verduras orgánicas frescas.

En el exilio y cazados como animales, ellos comían como reyes.

La exuberante vegetación le recordó a Mac por lo que estaba luchando y


por qué tenía que ser cauteloso con esta mujer. Todos los demás en Haven
habían conseguido llegar allí por accidente o por el destino. Pero esta
mujer había venido específicamente por él.

Abrió la puerta de la sala de reuniones y la hizo traspasar el umbral. Jon ya


había sembrado el cuarto de cámaras de video. Artefactos diminutos que
ella no sería capaz de detectar. Jon y Nick estarían observando puerta por
medio.

La mujer se quedó en silencio justo dentro de la habitación. Ella no le


fastidió con que la dejara ir, no peguntó dónde estaban. Él lo encontró
interesante. Mostraba autodisciplina. ¿Era una agente?

Había una única forma de averiguarlo.

Quitándose el pasamontañas, le tocó dos veces la unidad en la muñeca,


destrabando las restricciones de ella y le arrancó la capucha.

Ella parpadeó ante la luz, orientándose.

Mac la vigilaba atentamente. Las personas veían cosas diferentes. Los


agentes estaban siempre en alerta. Ellos no se alistan por casualidad.
Nacen así, programados para los problemas, luego deambulaban sin rumbo
hasta que alguien los podía entrenar y afilar sus talentos.

Un agente entraría en la habitación de un bebé, comprobaría las salidas y


las manos del niño en la cuna. Por si acaso.

Así que si ella estaba allí en una misión de espionaje le revisaría las
manos, chequearía la puerta para ver qué tipo de mecanismo de cerradura
tenía, buscaría ventanas en las paredes y vería lo que se podría utilizar
como un arma. Lo haría rápido y en alrededor de un segundo y medio
podría dar una lista detallada de cada artículo en la habitación.

Mac podía hacerlo, Jon y Nick también. Habían sido enseñados por el
mejor, por Lucius Ward.

Al pensar en su ex comandante, el corazón de Mac bombeó rabia.


Reprimió el pensamiento implacablemente. Ahora no era el momento.
Jamás sería el momento. Y de cualquier manera el hijo de puta estaba
viviendo en una buena posición en Río.

La mujer no evaluó la habitación para nada. Lo evaluó a él. Su mirada


descansó atentamente en su rostro, sin siquiera un atisbo de atención a sus
manos. Incluso aunque éstas se mantenían sobre su Beretta 92 y el cuchillo
de combate de carbono negro en su funda. El chuchillo era trescientas
veces más fuerte que el acero. No solo podría rebanarle la garganta, sino
decapitarla sin ningún esfuerzo en absoluto.

Una agente habría entendido todo eso de manera instintiva. Habría subido
su nivel de vigilia y habría comenzado a bailotear sobre la punta de sus
pies a la espera de la acción.

Nada de eso. Ella simplemente estaba parada delante de él, mirándolo a los
ojos. La respiración regular, los músculos relajados y las manos flojas.

Y Cristo, era hermosa. En este momento ese era el único factor a favor de
ser una agente. Los servicios en todo el mundo se esforzaban en reclutar
mujeres hermosas y atléticas, algunas veces entrenándolas desde la escuela
secundaria. Eran llamadas “Botes de miel”… y eran espectacularmente
efectivas.

El Ghost Ops tenía dos mujeres disponibles, entrenadas para jugar en las
grandes ligas. Mujeres tan bellas que cualquier hombre las dejaría
acercarse, porque la biología les haría una zancadilla. Conquistado por las
hormonas. Hombres de los que las mujeres se aprovechaban, que nunca
sentían el cuchillo que se deslizaba entre las costillas, el garrote en el
cuello o la microscópica bala entre los ojos.
Pero Francesca y Melanie habían tenido un aspecto inconfundible. Ellas
podrían ocultar que eran soldados bajo ropas de moda y maquillaje pero no
podían ocultar el hecho de que eran peligrosas. Si un hombre tenía ojos
para ver, emitían vibraciones de peligroso como hermosas víboras de
cascabel.

Ningún halo alrededor de esta mujer. Era demasiado suave, demasiado


triste. Esta mujer no era una depredadora. Se veía vulnerable y cansada.

A la mierda con esto.

—Siéntese —dijo.

Ella miró a su alrededor y tomó uno de los sillones en la mesa que ellos
usaban para hablar cara a cara, ignorando la larga mesa que utilizaban para
las reuniones. Él se sentó enfrente de ella. Si moviera las rodillas la estaría
tocando.

Él se hundió en la blandura de la silla, asegurándose de no tocarla.


Deseando no tener que hacer esto, no tener que estar aquí interrogando a
esta mujer, sabiendo que tendría que tomar algunas decisiones difíciles si
su historia no era convincente.

Porque él era el protector de su banda proscripta y si tuviera que


deshacerse de ella para mantenerlos a todos a salvo, lo haría. No le
gustaría, pero lo haría.

Por defecto, él había sido designado rey de este pequeño reino. Y aunque
preferiría estar en otro sitito, estaba aquí, en su cómodo sillón. Como un
soldado, él nunca habría permitido sillones en su oficina. Nada fácil para
ser un soldado, la vida más dura, lo más rápido que aprendías. Él tenía un
doctorado en adversidades.

Pero aquí, maldita sea si las personas no venían a él con sus problemas.
Eran civiles. Por mucho que quisiera, no podía ordenarles posición de
firmes y dar un informe de la situación. El mundo civil no funcionaba de
esa forma. Así que había aprendido a ofrecer a su gente una silla
confortable, e incluso una maldita taza de café - había trazado la línea en el
té-esperando que fueran al grano.

Ella se sentó allí, no se relajó contra el respaldo, pero tampoco se tensó


haciendo equilibrio sobre el borde del asiento. Simplemente lo miraba,
como esperando.

Bueno, entonces él comenzaría el baile.

—¿Quién coño es usted y por qué está buscando a este tipo, cualquiera que
sea su nombre?

Ella nunca parpadeó.

—Tom McEnroe. Estoy buscando a Tom McEnroe.

Mac había sido entrenado para mentir por los mejores. Sus ojos no
revelaron absolutamente nada.

—Nunca he oído hablar de él –dijo—. ¿Y quién es usted? No se lo voy a


preguntar por tercera vez, señora.

Ella inhaló profundamente y él mantuvo los ojos en su cara. Porque esta


mujer esbelta, tenía una percha muy buena. Lo que no tenía nada que ver
con lo demás, por supuesto. Solo una observación.

Definitivamente iba a tener que bajar de la montaña la próxima semana y


echar un polvo.

—Mi nombre es Catherine Young —dijo en voz baja—. Doctora


Catherine Young. Soy neurocientífica y trabajo en un laboratorio de
investigación, en los Laboratorios Millon, a unos treinta kilómetros al
norte de Palo Alto. Todo lo cual, obviamente, ha leído en los documentos
de mi bolso. También soy una experta en demencia.

Se detuvo, como si le diera tiempo a reaccionar.

Mac simplemente esperó.

La demencia, ¿eh? Tal vez ese era su problema. Estaba demente por no
haberla dejado inconsciente y abandonado a trescientos kilómetros de aquí.
Sí, se estaba volviendo loco.

No podía verlo, pero sabía que Jon estaba tecleando en su teclado virtual.
La mujer apenas había terminado de hablar cuando la voz de Jon llegó por
el auricular invisible del oído.

—Está diciendo la verdad, jefe. Catherine Anne Young, nacida el 08 de


agosto de 1995. Vive en University Road, Palo Alto. –Silbido—. Tienes
más títulos que mi perro pulgas. Cum laude, también. Es una mujer
inteligente. Estoy mirando su permiso de conducir, la foto encaja y ahora
estoy mirando… ah. Su documento de identidad de la empresa.
Laboratorios Millon. Todo concuerda.

Mac hizo un gesto casi imperceptible, que ella no captaría pero Jon sí.

Luego Jon continuó.

—Vaya, jefe. Millon, ¿la empresa para la que trabaja? Es propiedad de


Futura Technology. Y adivina quién es el propietario de Futura —Jon a
veces se dejaba llevar por sus propias habilidades. Mac casi podía verle,
golpeándose la frente porque, por supuesto Mac no podía responder—. Lo
siento, jefe. Arka Pharmaceuticals. Eso es para quién. Nuestra deliciosa
joven doctora trabaja en última instancia para Arka.

Arka Pharmaceuticals. Su última misión. Jon, Nick y él casi habían muerto


en esa misión y les había convertido en fuera de la ley. La información
falsa de que Arka Pharmaceuticals estaba trabajando en una forma de la
Yersinia pestis como arma, la peste bubónica, les había costado todo.

Porque no había habido ninguna plaga, Solo algunos científicos muy


brillantes trabajando en una cura para el cáncer. Porque la misión le había
costado todo su equipo. Solo Jon, Nick y él habían escapado. Y porque él
y todo su equipo habían sido traicionados por su comandante, un hombre
al que habían querido.

Eso era Arka Pharmaceuticals. Y esa era la compañía para la que esta
mujer trabajaba.

Mac no creía en las coincidencias. Ella podría tener un aspecto suave,


podría no ser un operativo en el sentido técnico y podría ser un médico con
títulos saliéndole de las orejas, pero su primer instinto era correcto.
Esta mujer era peligrosa

—Siga. —Ella se había detenido y continuaba estudiándole el rostro, como


si estuviera revelando algo. Buena suerte con eso. Su rostro no revelaba
nada.

—Trabajo principalmente en el laboratorio, pero tenemos una sala de


sujetos de prueba que sufren de severa demencia de inicio rápido.
Hombres y mujeres que han ido tan lejos que no pueden recordar sus
nombres, no recuerdan nada de su pasado. Algunos apenas están
conscientes. Estamos trabajando en una cura para la demencia, una manera
de restablecer las sinapsis que se han perdido. Le ahorraré los detalles
técnicos. Los protocolos son muy experimentales, muy de vanguardia,
pero varios ofrecen una gran promesa. A cada sujeto se le informó de los
riesgos cuando dos neurólogos certificaron que estaban en su sano juicio, y
cada paciente firmó una renuncia. O, en su defecto, un miembro de la
familia con un poder notarial firmado. A los pacientes se les asignó un
número, algo a lo que habría objetado, pero todos estaban más allá del
punto de reconocer sus propios nombres. Sin embargo, hubo un paciente
en el grupo de protocolo, conocido como el número nueve…

Su voz se apagó y se miró las manos, tratando de pensar en qué decir a


continuación.

Mac dejó que el silencio continuara durante un tiempo. Por fin, hizo un
gesto de impaciencia con la mano.

—¿Número nueve? ¿Qué le pasaba al paciente número nueve? Además de


tener casi muerte cerebral.

Ella alzó la mirada. Tenía unos ojos realmente hermosos. De un ligero


gris, bordeados por un círculo de color gris oscuro y rodeados de unas
pestañas increíblemente largas y espesas. Posiblemente propias, ya que no
parecía estar usando maquillaje.
Mierda. ¿Qué le pasaba? Dejarse distraer por unos ojos bonitos durante un
interrogatorio que podría tener consecuencias de vida o muerte. La falta de
sexo no era una excusa. No había ninguna excusa. Se obligó a
concentrarse.

Ella se limitó a mirarlo. Su rostro era suave, abierto y vulnerable. Por


mucho que Mac quisiera leer conocimiento operacional y artimañas en su
expresión, simplemente no lo veía. Todo lo que alguna vez había
aprendido sobre técnicas de interrogatorio señalaba algo imposible. O ella
era muy, muy buena, mejor que nadie con quien jamás se hubiera
encontrado, o la mujer no estaba mintiendo. No era una amenaza para él.

Excepto… que había ido a buscarlo en medio de una tormenta de nieve. A


él específicamente.

Por supuesto que era una jodida amenaza.

—¿Doctora Young?

Ella se sobresaltó ligeramente, como si hubiera entrado en trance. Tenía


líneas blancas alrededor de su boca y su nariz estaba roja. Había conducido
montaña arriba en una tormenta de nieve y casi había sufrido hipotermia.
Estaría agotada. Ahora que pensaba en ello, buscó signos de agotamiento y
los encontró. Se balanceaba ligeramente en su silla como si sentarse con la
espalda recta requiriera esfuerzo.

Mac tenía una fina membrana en su antebrazo izquierdo, que era un


teclado. Se subió la manga de su suéter y escribió bajo la mesa, trae
comida y algo caliente para beber en 30 minutos, y casi sonrió ante el
regalo que le esperaba a la mujer, que no se lo merecía.

Tenían en Haven el mejor cocinero del mundo.

Levantó las manos desde debajo de la mesa e hizo un gesto impaciente.


—¿Qué pasa con ese número nueve? ¿Quién era él?

—El número nueve era un hombre corpulento, de cincuenta y tres años de


edad, de acuerdo con su expediente, a pesar de que parecía mucho mayor.
Los pacientes con demencia a menudo aparentan diez e incluso veinte años
más de los que tienen. Son incapaces de cuidar de sí mismos y envejecen
rápidamente. El archivo del número nueve decía que era un hombre de
negocios que había trabajado para una serie de empresas, la rotación era
extremadamente rápida en los cuatro años anteriores. Esto es consistente
con un diagnóstico de un trastorno de demencia. Le contratarían sobre la
base de su trayectoria, luego la empresa descubriría que no estaba a la
altura. Y entonces pronto, la trayectoria fue uno de fracaso. Divorciado,
sin hijos. Su plan médico no cubría una casa de reposo. Se inscribió él
mismo en el programa, mientras todavía era capaz de firmar documentos.
Todo era normal, si algo de estos pacientes se puede considerar normal.

Sus ojos se posaron en una jarra y carraspeó.

—¿Puedo tomar un vaso de agua?

Le sirvió un vaso y ella bebió, ese largo cuello blanco tragando. Cuando
Mac se dio cuenta de que estaba observando con avidez cómo bebía,
apartó la mirada. Cristo.

—Gracias. —Puso el vaso sobre la mesa y le sonrió. Él no le devolvió la


sonrisa. No era una situación para sonreír. Pero en lo que se refería a
sonrisas, la suya era un mil en una escala de uno a diez. Un poco tímida,
cálida. Creaba un hoyuelo pequeño en la mejilla izquierda.

Oh, joder. Vuelve a la tierra.

—Así que algo sobre este tipo, este número nueve, ¿no encajaba?

—Había algo en él que sí, que era inusual. Hemos desarrollado una
resonancia magnética funcional semiportátil y la usamos para rastrear
cambios en los escáneres cerebrales de los pacientes. Ver lo que estimula
diversas partes del cerebro, en particular en el marco del protocolo de
drogas.

»La demencia tiene muchos orígenes. A veces se trata de una serie de mini
accidentes cerebro vasculares que cortan el oxígeno a secciones del
cerebro, convirtiéndolas esencialmente en tejido muerto. El Alzheimer es
el resultado de placas que enredan las sinapsis, exactamente como si el
cerebro se apelmazara. Todos ellos tienen distintas firmas de resonancia
magnética. El número nueve tenía algo más. El escáner del cerebro de este
paciente no tenía sentido para mí. Su cerebro estaba dañado de una manera
completamente nueva. Los síntomas clínicos eran compatibles con la
demencia, pero las imágenes no. Los pacientes con demencia tienen una
degradación general global de funciones, ya sea debido a apoxia o placas,
en el caso de la enfermedad de Alzheimer. Principalmente centrada en el
hipocampo. Aquí estaba viendo la degradación del núcleo estriado, algo
inusual. Los patrones eran extraños. Si no hubiera visto al paciente, habría
dicho que su cerebro había sido… destruido por una fuerza externa. Un
poco como una manta echada sobre las funciones superiores. Pero en el
fondo, el escáner mostró una gran actividad, como incendios. Trató de
comunicarse verbalmente, pero no estaba funcionando. Se agotó. Los
pacientes con demencia olvidan las palabras. No parecía que este paciente
hubiera olvidado las palabras sino que era físicamente incapaz de
pronunciarlas.

Aunque Mac todavía no veía la conexión, el hecho de que se tratara de una


empresa controlada por Arka Pharmaceuticals lo convertía en su asunto.

—Así que… ¿qué? ¿Le leyó la mente?

Su sarcasmo obtuvo más reacción de lo que pensó. Ella se sacudió un poco


y abrió los ojos de par en par.

—No. –Inhaló profundamente—. No, no le leí la mente. No nos enseñan


eso en la escuela de medicina. Encontré la clave por pura casualidad.
Estaba escribiendo mis notas en mi iPad cuando su cabeza se sacudió. Sus
ojos fueron del iPad a mí y luego de vuelta a la tableta. Giré la tableta y me
sorprendí cuando comenzó a introducir letras.

—Está bien —dijo Mac—. Morderé.

—Escribió que yo no debía decir nada y apagar las videocámaras. Tengo


un código de seguridad que me permite hacerlo. Sin embargo, aunque eso
no habría alertado a los guardias que vigilan los monitores o a cualquier
programa que estuviera en activo, simplemente creé un bucle de él
durmiendo.

Idea inteligente. Aunque no era un operativo, tenía algunos buenos


movimientos en ella. Pero claro, reflexionó Mac, uno no obtenía varios
doctorados siendo tonto.

—Desde ese momento, nos comunicamos laboriosamente, a trompicones,


a lo largo de dos días. Lo primero que me dijo es que su nombre no era el
nombre que teníamos en nuestros archivos, Edward Domino, lo que de
inmediato me hizo sospechar. La demencia puede convertirse fácilmente
en psicosis, y los pacientes de demencia suelen ser paranoicos. He tenido
pacientes que insistían en que eran John Kennedy, George Washington,
Marco Polo, Albert Einstein. Así que estaba preparada para oír algo
descabellado, pero me dio otro nombre que no significaba nada para mí.
Tengo la impresión, sin embargo, de que podría significar algo para usted.

Ella se detuvo, mirándole. Mac volvió su rostro de piedra.

Ella suspiró.

—Lucius Ward.

—Santa. Mierda —dijo la voz de Jon en su oído. Mac podía oír jurar a
Nick en el fondo.
—El nombre no significa nada para mí —dijo Mac, alzando las cejas
ligeramente. Se sentía como si le hubieran golpeado pero nada asomó a su
rostro—. ¿Por qué debería?

—No tengo ni idea. Todo lo que sé es la determinación feroz de este


hombre, tanto si era Edward Domino como Lucius Ward, no supone
ninguna diferencia para mí. Se comunicaba con gran dificultad, sudaba y
temblaba, pero no se rindió. Repitió su nombre y me dijo que tenía que
encontrar a Tom McEnroe. Esa es una cita directa. Pasó una hora, pálido
por la fatiga, diciéndome eso. También me dio algo. —Buscó en el bolsillo
del pantalón y sacó en un puño pequeño. Lo arrojó sobre la mesa, donde
rodó un par de veces y se detuvo a unos centímetros de la mano de Mac. Él
lo miró, casi sin poder respirar.

—Jesús. —Esta vez fue la voz de Nick la que entró por el auricular—. El
Halcón del capitán.

No parecía nada. Un pin diminuto y casi invisible hecho de metal negro.


Solo con un microscopio podías ver que estaba hermosamente detallado.
El pin era un halcón en vuelo, con las plumas perfectamente talladas, una
pequeña franja de oro le bajaba por la espalda. Estaba hecho con el cañón
de la pistola que mató a Bin Laden.

Era la insignia de un Fantasma. A los Fantasmas se les prohibía tener


insignias o distintivos de cualquier clase. Se le prohibía incluso llevar los
uniformes del ejército de Estados Unidos. Se les permitió solamente una
placa pequeña, más pequeña que un botón de camisa. Únicamente había
siete de ellos en el mundo, y solo una con una franja delgada de oro. El
que pertenecía al oficial al mando de los fantasmas, el capitán Lucius
Ward.

Una cosa que Mac sabía, traidor o no traidor, era que Lucius solo hubiera
renunciado a su pin en la muerte o en la más extrema emergencia. Incluso
si hubiera traicionado a sus hombres, aunque los hubiera vendido, incluso
si absolutamente todo lo que Mac pensaba que sabía acerca de Lucius
estaba equivocado, esto no lo estaba. Haría falta un cataclismo o la muerte
para quitarle de los dedos el Halcón de Lucius.

—¿Sabe lo que es? –Preguntó ella.

Buscó en sus ojos ironía pero no encontró nada. Estaba realmente


sorprendida. Bien, teniendo en cuenta el hecho de que la existencia de las
Ghost Ops era información clasificada, y solo un puñado de personas en el
mundo sabían de ellos, y menos aún conocían su insignia secreta, era muy
posible que ella no tuviera ni idea de qué era el Halcón.

—No. –Se reclinó en la silla y cruzó los brazos sobre el pecho—.


¿Debería?

—No tengo ni idea. —Cerró la mano sobre el Halcón y lo sostuvo


casualmente. Sin saber que ese pequeño pin metálico representaba sangre,
sudor y lágrimas en gran escala y era el símbolo de un hombre al que Mac,
Jon y Nick habían querido como a un padre. Un hombre que les había
traicionado. Que les había guiado a una trampa de fuego, sacrificado con
tanta naturalidad como aplastas moscas. Por dinero.

Ella suspiró.

—Estaba temblando cuando me lo dio, como si se tratara de algo que


significaba mucho para él. Pero ya estaba temblando antes de todos
modos. Cuanto más nos comunicábamos, más control motor perdía. —
Levantó los ojos hacia él—. Aunque aún más importante que la insignia, al
parecer, era encontrar a ese Tom McEnroe y darle un mensaje.

—¿Y de qué mensaje se trata? —Preguntó Mac, con tono desinteresado,


aunque su corazón había iniciado un golpeteo bajo, muy dentro de su
pecho. Esto iba mucho más allá de lo que se había imaginado.

Los tres habían asumido simplemente que Lucius había desaparecido con
su dinero a alguna isla del Caribe o algún enclave en el sudeste de Asia. Si
había un hombre en el mundo que supiera desaparecer, ese era Lucius
Ward. Era un maestro en ese arte.

A menudo habían especulado con amargura cómo estaría en un paraíso


tropical, un hombre rico, mientras ellos vivían fuera de la ley.

¿Y ahora resultaba que estaba en algún laboratorio a solo trescientos


kilómetros de aquí? ¿Herido y enfermo? Por un momento, Mac luchó
consigo mismo. La idea del jefe herido, enfermo y solo era imposible de
soportar. No podía quedarse sentado, las manos literalmente le picaban por
ponerse en marcha, por ir a buscar al capitán que era…

El hombre que les había traicionado. Mac tuvo que recordárselo. El


capitán les había traicionado, los llevó a una trampa, les dejó morir.

Ella abrió la mano y estudió la pequeño insignia pensativa, como si


pudiera encontrar ahí las respuestas.

—Dijo, dijo que tenía que encontrar a este… este Mac. —Ella levantó la
cabeza y Mac vio dolor y tristeza en sus enormes ojos grises—. Dijo que
cuando le encontrara le dijera Código Delta. No sé qué significa eso.

Pero Mac sí.

Peligro.

El enorme hombre se echó hacia atrás en su silla, golpeó ligeramente con


el puño el escritorio. El corazón de Catherine saltó a pesar de que él no
estaba emitiendo vibraciones de peligro. O más bien, a pesar de que
parecía peligroso, muy peligroso, no parecía fuera de control, y no la había
amenazado directamente.

Los hombres más violentos sujetaban su temperamento con una correa


corta. Tardaban muy poco en soltarse y cualquier cosa podía hacerlo. Una
palabra equivocada, una mirada equivocada.

Catherine había salido una vez con un hombre así. Se habían conocido en
una librería, buscando el mismo libro. Habían tomado café en el Starbucks
de la tienda y él la había invitado a cenar la noche siguiente. Catherine no
se fiaba de los hombres, pero le había parecido tan agradable, de voz
suave, divertido e inteligente. No se habían tocado pero le había gustado.
Habían tenido una gran cena. De vuelta al coche, había decidido dejar que
la besara y aceptaría otra invitación a cenar. Y tal vez el fin de semana le
invitaría a almorzar.

Agradable y lento. Como le gustaba.

Y él se inclinó, cerró el puño en su pelo y la besó con fuerza,


agresivamente, abriéndole la mandíbula con la otra mano y empujando con
la lengua. La tomó completamente por sorpresa y ella se resistió.

A él le gustó. Oh, sí que le gustó. Mucho.

Y lo que era por dentro, bajo esa apariencia agradable, suave, corrió como
el hielo sobre su piel. Remolinos de violencia llenaron su cabeza, teñidos
de rojo y calientes. La enfermedad pulsó atravesándola en oleadas
nauseabundas, estuvo a punto de abrumarla. Había estado allí todo el
tiempo y ella no lo había visto porque no le había tocado. Reconoció en su
beso que la violencia le llenaba, como si su piel fuera un saco lleno hasta
el borde con ella. Todo lo que necesitaría sería la más mínima abrasión y
la piel se rompería y la agresión y la violencia saldrían como un geiser.

Le había empujado y corrido a su pequeña casa, cerrando la puerta detrás


de sí, jadeando. Escuchó hasta que, por fin, escuchó sus neumáticos
chirriar cuando se marchó rápidamente.

Aquella noche había sido como un punto de inflexión, el punto más bajo
de su vida. Después de cerrar la puerta, se había deslizado por la pared,
acurrucándose sobre sí misma y temblando durante horas.

Se le había ocurrido desde la primera vez que tal vez eso era así. Nunca iba
a mejorar. Había juzgado mal al hombre porque se mantenía aislada. Y se
mantenía aislada porque su don lo envenenaba todo cada vez que quería
acercarse a alguien.

El episodio la asustó tanto que no había tocado a un hombre desde


entonces, por miedo a que fuera alguien más lleno de violencia.

Esa no era la impresión que estaba consiguiendo aquí, aunque claro, no le


estaba tocando. Lo que tenía era granito impenetrable. Enorme
autocontrol. Lo que había debajo era invisible. Podría ser violencia, tal vez
no, pero fuera lo que fuese, no iba a erupcionar. No iba a salir en absoluto.

Ella le miró a los ojos. Las mujeres tendían a mirar a la gente a los ojos,
pero algunos hombres lo interpretaban como una agresión, como una falta
de respeto, y respondían en consecuencia. No tenía la sensación de que
este hombre estuviera fuera de control. Por el contrario. Cada línea de su
gran cuerpo permanecía inmóvil, claramente atada a su voluntad.

A pesar de que estaba armado hasta los dientes.

Tenía una pistola grande y negra atada al muslo derecho y un cuchillo


grande y negro en una funda en el otro. No los necesitaba. Todo su cuerpo
era un arma. Había poder en todas las líneas de su cuerpo. Atado, potente,
inconfundible.

Su ropa de invierno era de alta tecnología, un material fino negro no


reflectante, y mostraba su cuerpo, uno de los cuerpos más fuertes que
jamás había visto. Hombros extra anchos que se estrechaban en una esbelta
cintura, muslos largos y poderosos, brazos largos y manos grandes en los
extremos.

Verdaderamente era un hombre formidable y la había mirado con el ceño


fruncido durante todo el interrogatorio. Feroces ojos oscuros fijos en los
suyos, como si estuviera esperando atraparla en una mentira. Bueno, ella
estaba demasiado empapada en neurolingüística como para cometer
ningún error en el desplazamiento del ojo incluso si estuviera mintiendo.
Conocía exactamente el lenguaje corporal necesario para transmitir
veracidad. Si quería mentir, solo una resonancia magnética lo mostraría
porque ella no podía obligar a su cerebro a iluminar áreas específicas.

No estaba mintiendo, así que no era un problema, pero la calidad de la


atención del hombre era tal que estaba segura de que desenmascararía las
falsedades que provinieran de cualquiera que quisiera desenmascarar.

Todo su lenguaje corporal era cauteloso. No confiaba en ella, ni una pizca.


¿Había hecho algún tipo de movimiento agresivo o incluso evasivo? No
había duda de que él tendría reflejos tan rápidos como los de las serpientes.
Así que se quedó quieta.

Pero ahora había cumplido la misión a la que un hombre enfermo la había


enviado, una que había sido incapaz de rechazar. Estaba hecho, para bien o
para mal. La tensión la estaba abandonando y tenía que obligarse a
permanecer recta en la silla y no desplomarse por el cansancio.
Desafortunadamente, estaba sentada en una silla increíblemente cómoda,
así que quizás él no realizara interrogatorios de forma regular en esta sala.

La mayoría de los interrogatorios tenían lugar en ambientes incómodos.

No miró alrededor, pero había visto lo suficiente para saber que era una
habitación cómoda, incluso agradable. Se suponía que las salas de
interrogatorio no eran agradables, se suponía que debían ser austeras e
imponentes. Algo así como una celda de la cárcel, que es donde ibas si
mentías.

¿Qué hora era? Debía de ser cerca de la medianoche. Había dormido mal
la noche anterior, desconcertada por el paciente nueve.
El paciente nueve, Lucius había sido tan desesperadamente insistente, que
su fuerza de voluntad la había inundado, haciendo que le hormigueara la
piel. Las imágenes que procedían de él habían sido tan fuertes, las más
fuertes que jamás había tenido. Como si las barreras entre ellos se hubieran
disuelto y ella estuviera en su cabeza dañada. Había imágenes, verdaderas,
no palabras, salvo ese nombre, murmurado entrecortadamente una y otra
vez. Tom McEnroe. Mac. Mac. Mac.

Las imágenes eran claras. La montaña. Carreteras solitarias y cortadas.


Obstáculos. Un coche muerto.

Y, horriblemente, su propia muerte. Quietud fría, su cuerpo en una camilla


de acero con surcos. Un cuerpo dispuesto para una autopsia.

Lucius Ward estaba enfermo, pero no a las puertas de la muerte. Su


electroencefalograma era patológico pero su corazón y sus pulmones
funcionaban bien. Pero la imagen era insistente. Esperaba morir pronto.

Ayer había estado agitado, tratando desesperadamente de hablar,


aferrándose a su brazo con una mano esquelética que aún tenía una fuerza
sorprendente. Su garganta chasqueaba una y otra vez, las palabras no
salían, solo un hilillo de aire escapaba de su boca, con un zumbido corto.
Los ojos sobresalían, los tendones de su cuello delgado se tensaron. Abrió
y cerró la boca con un repiqueteo de dientes.

Sus esfuerzos para hablar eran tan desgarradores que no pudo soportarlo.
Inclinándose hacia él, con la mirada fija en la suya tan salvaje y
desesperada, llevó el oído a su boca.

Él logró una palabra.

—Corre —susurró y a ella se le puso la piel de gallina.

Preocupada, Catherine había ido a casa. No podía comer, no podía dormir,


y, por fin, a la mañana siguiente decidió seguir a las imágenes en su
cabeza. Algo sobre el miedo salvaje que él le había inculcado le impedía
llamar diciendo que estaba enferma. Simplemente se fue.

El hombre de negro se levantó de repente y la miró.

—Quédate aquí —le ordenó y salió.

Quédate aquí. Bien, ¿dónde iba a ir? La puerta se abrió para él y se cerró
detrás de él antes de que pudiera pensar en salir por allí.

Bajó la mirada hacia la mesa. El grano de la madera era inusualmente fino


y se fijó en él hasta que la cabeza cayó. Se enderezó. Casi se había
quedado dormida en la silla.

¿Iban a dejarla aquí toda la noche? Solo había dos sillas. Tal vez podría
utilizar la otra para las piernas y tratar de dormir un par de horas de un
sueño incómodo.

Se movió inquieta, rígida y dolorida, el cansancio se filtraba en sus huesos.


El hambre y la sed se añadían a la incomodidad del agotamiento. Volvió la
cabeza para mirar la puerta. No había picaporte. De alguna manera se
había abierto para el hombre de negro y cerrado de nuevo sin que le
hubieran dado ninguna orden visible. No había ningún teclado, e incluso si
lo hubiera, no tenía el código.

La puerta se abrió de nuevo suave e inesperadamente y se giró en su silla,


el corazón le latía con fuerza, los músculos tensos por el peligro.

Pero no había peligro, solo era un muchacho adolescente sosteniendo una


bandeja grande. Se quedó tan sorprendida que cuando pensó en reaccionar,
en entablar conversación con el chico, para tratar de sonsacarle alguna
información, ya se había ido, la puerta se abrió y se cerró para él como si
genios invisibles habitaran el lugar.

Un cuerno de la abundancia se extendía ante ella. Su estómago gruñó en


voz alta, los olores maravillosos provocaron algún tipo de intensa reacción
endocrina.

Su mano tembló mientras cogía lo primero que tenía cerca de la mano. Un


taco. Pero no cualquier taco, oh no. Tal vez era el hambre extrema, pero el
sabor era increíble. Harina de maíz molida, tomates frescos, carne picante
perfectamente cocida… incluso la lechuga estaba deliciosa. El mejor
guacamole hecho en casa que jamás había probado. Una patata asada al
horno con crema cuajada fresca y cebollino recién picado. Una ensalada de
sabrosos tomates rojos rociados con aceite extra virgen de oliva. Una
enorme porción de la mejor tarta de melocotón que jamás había probado,
tan buena que casi se echó a reír cuando se llevó el tenedor a la boca.

Una jarra de zumo absolutamente recién hecho. Podía saborear las


manzanas, las zanahorias y un toque de limón. Bajó por su garganta reseca
como un sueño y fue como estar en un jardín en un día de verano.

Oh, tío, si la iban a matar, por lo menos le estaban sirviendo la mejor


última comida de nunca.

Capítulo 3


Sede de Arka Pharmaceuticals
San Francisco

Su móvil privado sonó. El doctor Charles Lee, responsable de la


investigación, frunció el ceño. Era tarde y estaba esperando los resultados
de la prueba de África. Nadie debería llamarle tan tarde. Comprobó el
número, puso el teléfono sobre su base y presionó el icono del holograma.
La cabeza de bala rapada del jefe de seguridad en el laboratorio Millon,
Cal Baring, apareció en 3D. Baring fruncía el ceño con ferocidad, pero a
menudo lo hacía.

—¿Sí, Baring? –Lee continuó desplazándose a través de los datos de


investigación. Aunque el instinto le dictaba que se dirigiera al holograma
porque era muy real, no era necesario—. ¿Qué ocurre?

—Se trata de la Dra. Young, señor.

Eso llamó la atención de Lee. Levantó la vista de la pantalla, con el ceño


fruncido.

—¿Qué pasa con ella?

La doctora Catherine Young era crucial para el programa Guerrero. Era


una brillante investigadora. Si estuviera en Alemania sería Frau Doktor
Doktor, un doble doctorado en biología y neurociencia, y doctor en
medicina.

Aunque increíblemente inteligente en términos de investigación científica,


era un poco despistada en términos de una perspectiva más amplia,
centrándose casi exclusivamente en los pacientes con demencia que le
enviaban, sin cuestionar cómo llegaban a ese estado, lo que era perfecto.

A diferencia de Roger Bryson en el laboratorio de Cambridge. Sus


preguntas se había convertido en irritantes, luego peligrosas. Mereció
morir en el incendio, había llegado a ser demasiado curioso e insistente.
Lo irónico es que realmente había conseguido una vacuna contra el cáncer,
la fórmula que ahora estaba guardada en una bóveda en el Ministerio de
Ciencia en Pekín. Un contenedor de la vacuna activa había sido retirado
del laboratorio de Cambridge y llevado a Pequín por valija diplomática
justo antes de que los Ghost Ops golpearan. Todos los miembros del
Politburó habían sido vacunados.

Más tarde, cuando el mundo fuera de ellos, la vacuna sería ofrecida a todos
los chinos.

Lee había nacido Cheng Li treinta y ocho años atrás en las afueras de
Pekín. Su padre era médico, pero él quiso asegurar el futuro de su único
hijo así que emigró a San Francisco con su abuelo paterno, cuando Lee
tenía siete años. El título de médico de su padre no fue reconocido por lo
que condujo un taxi.

Hombre estúpido. Su padre había muerto de viejo antes de tiempo después


de haber realizado trabajos serviles durante treinta años, ¿para qué? Para
que Lee pudiera convertirse en americano.

Se convirtió en estadounidense, de acuerdo. En una ciudad como San


Francisco, con su población cosmopolita encajaba. Aprendió un inglés
perfecto, jugó al baloncesto en el instituto, le gustaba el jazz, fue a
Stanford con una beca. Sus padres estaban eufóricos. Pero su yéyé, su
abuelo, un destacado académico que había seguido sin querer a su hijo a
Estados Unidos, se aseguró de que Lee mantuviera su mandarín, se
aseguró de que su caligrafía fuera perfecta, le llenó la cabeza con cuentos
del otrora poderoso Imperio Medio.

El padre de Lee estaba demasiado ocupado, demasiado cansado para notar


o incluso preocuparse de que su hijo estuviera fingiendo amar el sueño
americano. Porque lo hacía. Cuando tenía diecisiete años, ya un estudiante
de segundo año de neurobiología en la Universidad de Stanford, se dio
cuenta del enorme error que su padre había cometido. Porque Estados
Unidos era el pasado y China el futuro.

Su segundo año, la OCDE anunció oficialmente que la economía china era


más grande que la economía estadounidense. Y estaba creciendo, mientras
que la estadounidense no.

Todo estaba claro a su alrededor, los americanos eran pobres y se


empobrecían más. Habían perdido su fe en sí mismos y se estaban
apoltronando, esperando que los nuevos vientos que soplaban sobre el
mundo pasaran pronto. Pero esa no era la naturaleza de los vientos de
cambio.

Lee se había mantenido en contacto con sus viejos amigos de la escuela en


China, muchos de los cuales estaban ahora en posiciones de poder. Uno en
particular, Chao Yu, era ahora la mano derecha del Ministro de Defensa.

Lee y Yu habían estado trabajando en el proyecto durante cuatro años,


desde que Lee se dio cuenta del potencial del proyecto Guerrero. Yu era su
conducto al Ministerio de Defensa a través de canales cifrados de onda
larga. La NSA era demasiado buena para confiar en el plan de la
transmisión vía satélite. Se comunicaban a través de la tierra mientras
construían el proyecto Guerrero desde cero.

Lee había pensado que a China le llevaría cientos de años dominar el


mundo. Lo que habría estado bien. China siempre había adoptado una
visión a largo plazo. América operaba sobre una base trimestral. Tres
meses era un horizonte de tiempo ridículo. China operaba en base a siglos.

Pero con Guerrero, China podría tomar el control del mundo en un año. Y
Lee regresaría triunfante a la tierra que nunca había olvidado, un héroe y
un hombre poderoso. El hombre que había sido la última arma en manos
de China.

Él, Charles Lee, iba a hacer historia.


Súper soldados. El sueño de toda fuerza militar desde siempre. Más
inteligentes, más rápidos, más duros. Los americanos tenían un héroe de
cómic para esto, el Capitán América. Sin embargo, Lee y Yu iban a crear
uno real, el capitán China.

Hasta ahora todo estaba en marcha.

Con la excepción del laboratorio de Cambridge, y el General Clancy Flynn


se había ocupado de eso, las cosas iban bien a pesar de que algunos
problemas técnicos continuaban. Pero en general, el plan estaba dando sus
frutos a lo largo de la línea de tiempo programada.

Sin embargo, el fiasco del laboratorio de Cambridge había proporcionado


algunas ventajas. Tres talentosos soldados, verdaderos guerreros con los
que experimentar. Tres hombres con los que podía hacer cualquier cosa,
estudiarlos a su antojo.

Era terreno perfecto para probar sus protocolos. Artificialmente dementes,


traerlos de vuelta luego cosechar sus cerebros y analizar el tejido
neurológico. Probarlo en guerreros habría sido imposible si se trataran de
mentes y cuerpos sanos, pero habían sido reducidos a cáscaras físicas y
mentales y eran inofensivos.

Se centró de nuevo en lo que Baring había dicho.

—¿Qué pasa con la doctora Young?

—La doctora Young no se ha presentado a trabajar, señor. Se nos informó


hace apenas una hora.

—¿Ha llamado diciendo que está enferma? —preguntó Lee a Baring.

—No, señor. Y no está en casa. Lo hemos comprobado.

Lee sintió una mínima punzada de inquietud. La doctora Young estaba


justo en el medio de los análisis de las dosis beta. Era una investigadora
dedicada. No ir a trabajar era tan inusual como para asegurar una alarma.

No tenía ni idea de en qué estaba trabajando realmente, pero si alguna vez


conseguía toda la imagen, como había hecho el doctor Bryson, sería muy
peligroso. Pero Bryson había sido escéptico por naturaleza y Young no.

—Podría no contestar el timbre de la puerta.

—Cuando digo “no está en casa”, señor, quiero decir exactamente eso. Se
realizaron búsquedas en la casa. No había nadie dentro.

El escalofrío se hizo más fuerte. Esto no era típico de la doctora Young.

—¿Has rastreado su móvil?

La voz de Baring se enfrió. Sus palabras fueron staccato.

—Sí. Señor. No transmite.

Esa había sido la manzana de la discordia. Baring quería inyectar micro


rastreadores en cada investigador del campus de Millon, pero Lee había
denegado la petición. Había un enorme coeficiente intelectual en el lugar.
Sólo se necesitaría que un investigador lo averiguara y la noticia se
extendería y habría mucho que pagar.

Lee se aseguraba que los científicos que trabajan en las instalaciones de


Millon vieran el proyecto a través de la paja, pero eran hombres y mujeres
muy brillantes y eran perfectamente capaces de sumar dos más dos. Esa
era la razón de que la estancia media en Millon fuera de seis meses. Había
hecho una excepción con Catherine Young porque Lee sentía que su
trabajo no debía ser interrumpido y otro científico necesitaría seis meses
para ponerse al día con velocidad.

La tarea de Young era hacer un mapa de imágenes de resonancia


magnéticas de las mentes alteradas, creando una línea de base para futuras
investigaciones. Su trabajo tenía que permanecer confidencial, por lo que
Lee había planeado que Baring la eliminara una vez que el mapa estuviera
completo, en lugar de transferirla.

La joven sabía mucho. Más que suficiente para crear problemas.

La mantenía bajo vigilancia. Vigilancia en la que Baring había sido muy


estricto al principio, pero nada se había presentado y habían decidido que
podían rebajarla un punto o dos.

Y ahora se había deslizado a través de su red.

—¿Qué pasa con el coche?

—No transmite. Transponedor muerto. —Baring apretó los labios en señal


de desaprobación.

Baring también había solicitado poner rastreadores en los coches del


personal. Pero la mayoría de los empleados tenían coches eléctricos, que
pronto se convertirían en obligatorios en California de todos modos. Todos
los coches estaban dirigidos por microchips que eran pirateables con poco
de esfuerzo. Definitivamente Lee fallaba en contra de Baring. Un
rastreador externo en un coche sería un claro indicativo de que algo andaba
mal, especialmente cuando cualquier coche podía ser pirateado si estaba en
marcha.

Todos los Coches-e tenían transponedores que les permitían enviar una
señal de emergencia.

Así que el coche de Catherine Young estaba en algún lugar ahí fuera, pero
no en marcha y el transponedor estaba muerto.

Lee tamborileó con los dedos sobre la mesa, una vez. Fue todo lo que se
permitió. Nadie sabía mejor que él la importancia de mantener el lenguaje
corporal sereno.

—¿Has comprobado las cámaras del laboratorio?

—Sí señor. —Incluso en el holograma, Lee pudo ver el cambio de color de


Baring, su rostro se ruborizó—. Por supuesto.

—¿Sucedió algo inapropiado ayer?

—No lo pareció. Señor. –Los músculos de la mandíbula de Baring se


tensaron, como si le hubieran cuestionado.

Por otra parte, ¿qué sabía Baring? No era científico. No podía seguir el
trabajo de los investigadores.

—¿Parecía… agitada de alguna manera? ¿Hizo algo diferente?

Lee observó cabeza sin cuerpo de Baring. Sólo unos pocos años atrás
había un retraso de un segundo medio en telefonía holográfico, haciendo a
veces que las conversaciones fueran surrealistas. Pero Arka tenía la
tecnología más avanzada y Baring reaccionaba a tiempo real.

—No, señor.

—¿Con quién estaba trabajando ella ayer?

—Número Nueve, señor —respondió Baring.

Lee sintió que punzada de frío una vez más.

Baring no tenía ni idea de quién era Nueve. Era algo bueno que el capitán
Ward hubiera trabajado siempre en las sombras. Sólo un puñado de
personas estaba familiarizado con su espectacular carrera militar. Baring
era ex−militar, pero venía de la infantería. Por lo que Ward siempre había
estado por encima del nivel de pago de Baring.
Esto no era nada. Y, sin embargo… que Catherine Young desapareciera
después de trabajar con Ward no era bueno.

Ward era la clave, Lee estaba seguro de ello. Estaban tan cerca, tan cerca.
SL—57 no había funcionado, pero cada iteración sucesiva les acercaba a
su objetivo. Un cóctel de virus de hormonas y estimulantes químicos
transmitidos a los neurotransmisores y potenciadores del músculo estaba
siendo afinado. En la actualidad, el protocolo para mejorar la inteligencia y
la rapidez de reflejos causaba fulminante demencia en la mayoría de los
pacientes, pero estaban más cerca de la comprensión de la causa y revertir
el efecto. SL—58 estaba siendo probado. Ahora mismo, de hecho.

Había sido un proyecto secreto del gobierno conocida por el nombre


inofensivo de Liderazgo Estratégico que Lee había dirigido bajo las
órdenes del general Clancy Flynn, el dinero provenía de un fondo negro
controlado por Flynn. Flynn estaba retirado, director ejecutivo de una
empresa de seguridad privada. Lee sabía que Flynn quería crear un ejército
privado imparable a través de SL.

Flynn estaba canalizando dinero privado para la investigación de Arka en


los laboratorios Millon. Estaba bombeando cerca de diez millones de
dólares al año en el proyecto de Lee. Las proyecciones de Flynn eran de
mil millones de dólares en ganancias el primer año, y el doble a los tres
años una vez que el proyecto fuera viable.

Pero Lee no tenía ninguna intención de dejar que Flynn pusiera las mano
sobre el SL una vez que estuviera perfeccionado. Millones de viales de las
primeras dosis efectivas iban a ir directamente hacia la República Popular
de China para fabricarlo a escala industrial y sería administrado
sistemáticamente a los siete millones de soldados y a los cuarenta millones
de tropas de reserva. Se convertirían literalmente en imparables. China
sería imparable.

Cuando el programa secreto comenzó siete años antes, se le había dado el


anodino y el genérico nombre de LE para el Liderazgo Estratégico. Pero
Lee sabía lo que SL representaba para Shen Li.

Guerrero.

Había esperado, por simetría, que el cerebro de un guerrero le diera a él y a


su país los medios para conquistar el mundo. Sería adecuado. El capitán
Lucius Ward era uno de los mejores guerreros que América había
producido nunca.

Pero tal vez no era así. Lástima.

Esperaría otro día o dos para que la doctora Young apareciera. Si no lo


hacía, él terminaría con el Capitán, haría la autopsia cerebral y seguiría
adelante. La fórmula estaba cerca.

La hora de China casi estaba aquí.

En pocas horas estaría viendo los resultados de las pruebas de la versión


beta que podría ser la fórmula correcta. Si funcionaba, estaba a meses de
su objetivo, una China triunfante.


Mount Blue

—Bueno, ¿qué coño sabemos de ella, además del hecho de que es


inteligente y disfruta de los buenos tacos? —preguntó Nick Ross. Su rostro
moreno y duro era tan inexpresivo como el de Mac.

Estaban en el estudio de Mac, viendo a Catherine Young en sus monitores


3D.

—Bueno, sabemos que ella es un bombón —dijo Jon alegremente—.


¿Qué? —Abrió las manos cuando Mac y Nick se volvieron hacia él—. Es
un bombón. Ese pelo, esos ojos, esas tetas…

—Jon… —Nick dejó escapar un largo suspiro, un intento de moderación.

Nadie creería que Jon Ryan pudiera ser otra cosa que un Chico Surfero.
Cabello rubio veteado por el sol, actitud relajada, una debilidad por las
camisas hawaianas realmente chillonas y las mujeres, era tan letal como
Mac o Nick, pero no lo mostraba.

Los hombres instintivamente se apartaban fuera del camino de Mac y


Nick, pero siempre subestimaban a Jon y siempre lo lamentaban mucho
después. Si vivían lo suficiente para sentirlo.

—Dice que está tratando el capitán –les recordó Mac en voz baja, y fue
como una piedra grande y oscura cayendo en un estanque—. Está vivo y
está cerca, según ella. No está sorbiendo bebidas tropicales en Bali y no
está viviendo río arriba en el río Mekong y no está en Tayikistán. —
Algunas de sus especulaciones favoritas porque Lucius estaba íntimamente
familiarizado con esos lugares. Como él estaba íntimamente familiarizado
con Colombia, Sierra Leona y las islas más remotas de Indonesia. Si era
difícil y remoto, Lucius lo conocía. Sus especulaciones de que podría estar
en Bali con un par de mujeres y una mansión habían estado teñidas de
amargura porque esa nueva vida de lujo había sido comprada con sus
vidas.

—Caliente o no, vamos a tener que conseguir más información. Está


mintiendo sobre el capitán, pero sabe algo y vamos a tener que averiguar
qué. –La voz de Nick era baja. Les miró a los ojos—. Por cualquier medio
posible. Aunque yo no aconsejaría tratar de follarla. No hay tiempo para
ello, ni siquiera para ti, Jon.

Jon exhaló un suspiro de pesar. Ninguno de ellos era capaz de hacer daño a
una mujer, pero Jon había seducido su cuota de información a mujeres

Mac no. Las mujeres no se enamoraban de Mac. A las mujeres ni siquiera


les gustaba mirarlo. Una mirada a su cara y salían gritando o decidían que
era bueno para una cosa y sólo una cosa, una follada. Después se iban.

Bien para él. Había nacido feo, con rasgos grandes e irregulares. Un
oponente que había tenido un cuchillo en la bota le había cortado la cara le
había marcado un lado de su cara, y luego el fuego de Arka que le había
quemado el otro lado de su cara se había ocupado del resto. La mayoría de
la gente se estremecía al verlo por primera vez. Evitaban mirarle como si
mirarle pudiera provocarles daño como esa dama griega con las serpientes
en lugar de cabellos que convertía en piedra a todo aquel que la miraba.

Había tenido una vida muy dura y eso se reflejaba en su rostro. A Mac le
importaba una mierda. En el ejército, hacía lo que tenía que hacer y lo
hacía bien, y su aspecto no suponía ninguna diferencia en el resultado. La
única vez que pensaba en ello era cuando trabajaba encubierto, porque era
recordable. No en el buen sentido.

—Mac podría tener mejores posibilidades que yo —dijo Jon, meneando


las cejas—. Con esa careto tan atractivo.

—Ya basta —gruñó Mac. No tenían tiempo para esto.

—No, tío. Lo digo en serio. —Jon se puso serio de repente con una extraña
expresión en su apuesto rostro. Mac le había visto arrasar a sus oponentes
con su encanto, esgrimiendo esa sonrisa brillante y alegre, mientras
deslizaba el cuchillo. Su rostro no estaba hecho para la seriedad. Verlo tan
sobrio y serio era extraño—. A la chica le gustas.

Mac no se sorprendía con facilidad, pero sintió que se quedaba


boquiabierto y luego cerró la boca de golpe.

—¿De qué coño estás hablando?

—¿La chica? —insistió Jun—. ¿La doctora? ¿La que acabas de pasar una
hora interrogando? ¿La recuerdas? ¿La que estamos vigilando?

—Puede, Jon. –La voz de Nick bajó con amenaza.

—A ella le gustas —continuó Jon como si Nick no hubiera hablado—.


Hombre, te miraba como si fueras ardiente.

Mac hizo un sonido de exasperación. A Jon le gustaba tomarle el pelo pero


ahora no era el momento. En el monitor, la mujer había acabado el zumo y
estaba limpiando lo último de la tarta de melocotón. Tío, debía tener un
metabolismo increíble para comer así y estar tan delgada. O eso, o estaba
muerta de hambre.

Ante ese pensamiento, una ligera sensación de malestar le atravesó. Él era


duro, sí, pero no cruel. No era un pensamiento feliz que hubiera tenido
hambre mientras él la estaba interrogando. Matar de hambre a una mujer…
bien, eso le convertía oficialmente en un gilipollas.

Era un tipo duro, pero no un gilipollas.

—Mierda, mira esa chica comer —dijo Jon—. Modales agradables, pero
se está atiborrando.

—Tenía hambre —dijo Mac con sequedad.


—Sí. –Jon asintió—. De ti.

—Que te jodan, Jon. —Nick le dio un golpe en el hombro—. No tenemos


tiempo para esto. ¿Qué coño te pasa?

—Eh, tío, lo digo en serio. ¡Espera, espera! Déjame mostrarte lo que


quiero decir. —Jon alargó la mano y tocó la pantalla, arrastrando el dedo
índice de derecha a izquierda, rebobinando—. Dónde… ¡ahí está! En el
momento que Mac le quita la capucha.

Los tres hombres se volvieron hacia el monitor, aunque Mac no sabía qué
diablos estaba buscando. Él había estado allí y no había notado nada. Los
tres observaron a Mac sostener la puerta abierta y hacer pasar a una
encapuchada Catherine con una mano en la parte baja de su espalda.

Ahora lo recordaba. Vívidamente. Músculos lisos, cintura estrecha, un olor


muy agradable mientras caminaba delante de él. Rara vez tocaba a las
mujeres, excepto para el sexo. Se había sentido muy bien y había aplastado
la idea inmediatamente. Hasta que ella le convenciera de lo contrario, esta
mujer era el enemigo.

—¡Ahí! —gritó Jon, y dio unos golpecitos en la pantalla para que se


congelara.

—¿Qué? —Preguntó Nick, desconcertado.

Mac frunció el ceño y se acercó más a la pantalla, tratando de averiguar


que veía Jon. Él miraba a la mesa, su forma congelada con la capucha en la
mano, sosteniéndola en alto, después de habérsela quitado a la mujer. Esta
tenía el cabello suavemente levantado por la fricción con la capucha
formando un halo alrededor de su cabeza. Le estaba mirando directamente
y la pantalla había capturado ese segundo en el que le había visto por
primera vez el rostro.

Desapasionadamente, Mac tuvo que reconocer que la mujer era realmente


hermosa. Una de las mujeres más hermosas que jamás había visto.
Hermosos ojos de color gris claro, pómulos altos, boca llena. Era una
belleza profunda, de esas que nunca podría desvanecerse. Sería una
centenaria magnífica. Cualquiera que fuera el maquillaje con el que había
comenzado el día, había desaparecido hacía tiempo, aunque no era un
rostro que necesita mejora. Aunque podría haber necesitado un poco de
color. Estaba tan blanca como el hielo.

Aparte de eso… ¿que no veía?

—¿Qué? –repitió Mac.

—¡Su cara, maldita sea! —Jon tocó la pantalla, su dedo hizo un ruido
sordo en el cristal justo sobre la imagen del rostro—. ¡Mira eso!

Mac y Nick se quedaron mirando la pantalla, luego el uno al otro. ¿Qué


coño?

Jon soltó un bufido de disgusto.

—Jesús, habilidades de observación cero, los dos. ¿Sabéis lo que estoy


viendo? ¡Nada! Eso es lo que estoy viendo.

Mac y Nick se miraron de nuevo. Mac se encogió de hombros.

—No tengo ni idea lo que está hablando.

—¡Ella no tiene miedo, gilipollas! —gritó Jon—. Desafío a cualquier ser


humano, mucho menos a una mujer que es a todas luces una friki y
ciertamente no es un operativo, a ser secuestrado, llevado a un lugar
desconocido, que le quiten una capucha de forma inesperada y vea tu
rostro y no se muera de miedo. Vamos, conoces tu aspecto. Dios sabe que
lo utilizas a menudo para intimidar. No funciona con ella. ¡Mira, maldita
sea!
Mac miró. La captura de pantalla mostraba a Mac con su cara de guerra
mientras Catherine Young le miraba directamente a los ojos. Su rostro
mostraba agotamiento, vulnerabilidad, cansancio. Pero no miedo. Nada de
miedo.

—Tío. —Jon se volvió hacia Mac—. Eres aterrador. Te conozco y sé que


eres uno de los buenos. Pero mierda, ¡a veces me das miedo! Piensa en
ello. Ella no tiene miedo. No se ha sorprendido por tu feo careto lleno de
cicatrices. Por lo tanto, o ya sabe tu aspecto o se ha enamorado al instante.
Y opto por la puerta número uno.

—Tiene razón, Mac —dijo Nick despacio, con los ojos clavados en la
pantalla—. No te ofendas, pero ¿cómo puede verte de repente y no salir
corriendo y gritando? En particular, siendo tu prisionera? ¿Puede
conocerte?

A eso Mac podía responder.

—Nunca la he visto en mi vida.

—Entonces, hay algo que no estamos viendo, que no comprendemos.

Los tres hombres permanecieron en silencio.

—Vio una foto tuya en alguna parte —dijo Nick despacio—. Es lo único
que se me ocurre. Es por eso que estaba preparada.

—Negativo —replicó Mac bruscamente—. Somos jodidos fantasmas.

De ninguna manera. Lucius había destruido sin piedad todas las pruebas
documentales de su existencia dentro y fuera de las fuerzas armadas. Y
cuando el capitán hacia algo, lo hacía a conciencia.

—A menos que… —comenzó Jon, con un ceño de concentración entre las


cejas rubias.
—¿A menos?

—Bien, aunque suena loco, ella está diciendo que el capitán la envió. —
Levantó una mano—. Esperad. No estoy diciendo que fuera enviada por
Lucius, sólo estoy diciendo que ella dice que Lucius la envía. Y, bien, la
única explicación que se me ocurre para su reacción cuando te ve por
primera vez es, ahm…

—Lucius me describió. —Mac mantuvo su voz plana—. Ella conocía mi


aspecto porque Lucius se lo contó. Lo que significaría que tiene razón.
Lucius se encuentra en Palo Alto. Y en problemas. —Apretó los músculos
de la mandíbula, miró a sus compañeros de equipo—. Código Delta.

La comida era tan buena que podría haber merecido que hubiera tardado
tanto.

Catherine habría jurado que su estómago estaba tan lleno de nudos que
apenas sería capaz de tragar algunos bocados, pero al mero olor de la
comida, el estómago se abrió como una puerta.

Tal vez, pensó, era su animal que quería vivir. La parte reptil de su cerebro
despertando, presionando por la supervivencia.

Había pasado su infancia y adolescencia suprimiendo el cerebro reptil,


creyendo que su regalo provenía del inconsciente. Nunca se dejaba llevar
por la emoción, por la necesidad, nunca.

Y sin embargo, su parte científica sabía que era una tontería. Lo que le
permitía leer emociones, no era algo que pudiera ser exorcizado de su vida.
Podría ser suprimido por un tiempo, seguro. Debería saberlo porque era la
Reina de la represión.

Pero cuando volvía con fuerza, era tan fuerte que era incontrolable.

Tal vez por eso había reaccionado tan fuertemente a Nueve. A Edward
Domino, alias Lucius Ward. Había llegado a su vida después de un largo
período de represión. Se había sumergido en sus estudios, cortando la
mayoría de las relaciones humanas, desde luego de cualquier persona que
pudiera provocar una reacción emocional o sexual, y pensó que se había
librado del dragón.

Pero el dragón había caído en picado con sus alas negras y doradas,
exhalando fuego.

Su don no se había debilitado con la represión, se había vuelto más fuerte.

La lectura más clara que había tenido en toda su vida de otro ser humano
había sido la del paciente Número Nueve. Lucius Ward. Clara como el
cristal, tan específica que era como si hubiera recibido instrucciones
escritas.

Todas sus otras lecturas habían sido en su mayoría vagas y borrosas. Podía
captar las principales emociones, miedo, odio, amor oculto, vergüenza,
ambición, como si captara los tonos altos de una sinfonía. Otras emociones
debajo habían sido más difíciles de captar o interpretar.

Esto era algo que estaba muy lejos de los pilares tranquilizadores de la
ciencia que sostenían su mundo. Esto era otra cosa. El hecho de que
estuviera aquí, que hubiera sido impulsada aquí por fuerzas fuera de su
control, era una cuestión de puro instinto.

El instinto le decía que comiera y bebiera y lo hizo.

En el instante que apuró el final de aquel zumo increíble, sintiendo mil


millones de vitaminas corriendo por su sistema, la puerta se abrió de nuevo
suavemente y se giró para ver al enorme hombre de negro entrar en la
habitación.

Se acercó a la otra silla y se sentó.


Por primera vez, Catherine notó cómo se movía. Era enorme, pero se
movía con gracia, como un atleta. Obviamente, era un atleta, entre otras
cosas. Tenía el cuerpo de un defensa descomunal, los músculos abultados
eran evidentes incluso bajo la ropa. Se había quitado la ropa exterior
resistente e impenetrable que era como un exoesqueleto y ahora vestía una
sudadera color negro, pantalones negros y botas negras de combate. Se
había recogido las mangas de la sudadera, mostrando unos antebrazos
fuertes y musculosos con venas muy pronunciadas. Su cuerpo había
incrementado las venas para bombear más oxígeno a los músculos. Un
sistema automático de respuesta corporal que no podía ser fingido y que
hablaba de horas y horas de ejercicio.

O de lucha. Porque él era un guerrero, no un atleta. Las armas en sus


caderas se lo mostraban.

Se sentó frente a ella y la miró, con esos ojos oscuros sin parpadear.

Había una leve disminución de las fuertes olas de sospecha que le habían
envuelto como humo. Aunque estaba muy lejos de darle la bienvenida o
incluso confiar, no había hostilidad manifiesta.

—Gracias por la comida —dijo cortésmente.

Él inclinó la cabeza.

—De nada. —La profunda voz de bajo retumbó en la habitación.

—Estaba más hambrienta de lo que pensaba.

Tal vez podría engañarlo, y él respondería lo noté. Estaba absolutamente


convencida de que había una cámara en la habitación, aunque era invisible.
Hoy en día, las videocámaras estaban en parches pegadas en las paredes,
en pomos de las puertas y en los alfeizares de las ventanas. Habrían
observado cada movimiento, y desde luego estaba siendo observada en
estos momentos.
Pero le subestimó. Él ni siquiera parpadeó.

Bien. Prueba con otra táctica.

—Me sorprende que me diera de comer.

Él entrecerró los ojos.

—No quiero matarla de hambre. Lo único que quiero es que se vaya.

—Lo entiendo. –Catherine se inclinó hacia adelante sobre los antebrazos


—. También entiendo que voy a terminar a varios centenares de kilómetros
de aquí con un dolor de cabeza y sin memoria alguna de las últimas
veinticuatro horas, o tal vez hasta cuarenta y ocho horas, dependiendo de
la dosis del Lethe. Mi empresa lo inventó. En casa lo llamamos MIB. Por
los Hombres de Negro. Sólo que no es una luz que brilla en tus ojos, son
gotas en un vaso. Así que me gustaría darle las gracias por no MIBear el
zumo de manzana y zanahoria, porque tengo algunas cosas más que decir
antes de que lo haga.

¡Ajá! Alguien menos hábil que ella leyendo el lenguaje corporal lo hubiera
pasado por alto porque él no movió ni un músculo a excepción de una
contracción involuntaria del músculo esternocleidomastoideo en la
mandíbula derecha. Ni todo el entrenamiento del mundo podía impedir que
los músculos se contrajeran rápidamente al ser tomados por sorpresa. Sin
embargo, era muy, muy bueno.

Ella era mejor.

—El paciente Nueve no dijo tantas palabras. —En realidad no había dicho
ninguna palabra, sólo imágenes vagas de hombres en sombras—. Pero creo
que hay varios de ustedes aquí. Dos, quizá tres. Al igual que usted. ¿De
algún modo, amigos suyos?

Una vez más, no movió ni un músculo, pero una frialdad se apoderó de sus
facciones.

—¿No amigos suyos?

Silencio.

—Mire. —Se mordió los labios—. Antes de que me noquee, quiero saber
si de alguna manera he entregado el mensaje. Por la forma que se me dio.
Yo… —Vaciló. Calmó sus temblorosas manos debajo de la mesa. Trató de
calmar su rápido latido del corazón—. Vine aquí con cierto riesgo
personal. Porque uno de mis pacientes, un hombre que está mortalmente
enfermo, no podía encontrar descanso hasta que le prometiera que haría
todo lo posible por encontrar… —A ti, pensó. Encontrarte—. Por
encontrar a ese hombre, ese Tom McEnroe. Mac. Para darle ese objeto que
le di, ese pequeño halcón de metal, y decirle Código Delta. Puede creerme
o no. Pero estoy diciendo la verdad. Y creo que su amigo, al menos él se
considera su amigo, está en peligro. No tengo ni idea si algo de esto
significa algo para usted, señor McEnroe. Porque ese es quien es. Espero
que todo esto tenga sentido, porque de lo contrario acabo de cometer un
gran error.

Más tranquila ahora, después de haber hecho todo lo que podía, apoyó las
manos sobre la mesa, como si bajara las cargas. Y lo hacía. Las había
colocado para él, para este hombre algo y de aspecto mortal. Había hecho
todo lo posible y, posiblemente, arriesgado su vida.

El resto dependía de él.

—Cuéntale la verdad, Mac —dijo la voz de Jon en la oreja—. Creo que el


tiempo para los juegos ha terminado.

—Sí —se hizo eco Nick, siempre lacónico.

Mac permaneció sentado con los ojos entrecerrados y mirando a la mujer


con cuidado. Ella estaba completamente inmóvil bajo su mirada. No podía
leerla, nada en absoluto. Podría estar diciendo la verdad, podría haber sido
enviado por su ex comandante traidor, Lucius Ward, para atraparlo. Podría
haber sido enviada por los malditos marcianos por todo lo que podía decir.

Mierda. Había sido entrenado en técnicas de interrogatorio. Todos ellos lo


habían sido. No le gustaba la tortura, no para conseguir información. Si
tenía que eliminar a alguien, lo hacía sin llamar la atención. El dolor no
siempre era útil si querías la verdad. Casi todo el mundo diría cualquier
cosa, cualquiera que el interrogador quisiera escuchar, sólo para calmar el
dolor, para que desapareciera. Pero había interrogado a su cuota de
imbéciles y los había hecho hablar y el dolor había estado involucrado.

Hombres como Mac o Jon o Nick no hablarían bajo ninguna condición.


Habían sido entrenados para resistir la tortura, pero más allá del
entrenamiento de resistencia, eran irrompibles. Habían sido seleccionados
y probados por ese rasgo, luego endurecidos, como acero. Y la mayoría de
las veces tenían un discreto método de suicidio con ellos.

Sólo comprueba. Trata de golpear un cadáver en busca de información,


imbécil.

Así que lo sabía todo sobre romper a la gente…

Mierda.

No podía hacerlo con esta mujer. Simplemente no podía.

¿Qué coño le pasaba? Ella le había encontrado. Nadie podía encontrarle.

—Empieza por arriba –dijo—. De principio a fin. Y hazme creerte o serás


MIBeada.

Ella suspiró.

—Está bien. Mi nombre es Catherine Young. Alguien de su equipo —miró


alrededor de la habitación, pero las videocámaras eran invisibles—, tal vez
varios alguienes, los que nos están escuchando en este momento, me han
buscado en Google, estoy segura. Así que ya sabe que soy quien digo que
ser, porque ha visto los documentos que tengo, mi permiso de conducir, la
identificación de mi compañía. Es probable que tenga mi foto de
secundaria.

—Roger a eso —dijo Jon en voz baja—. Es buena.

Lo era. No había nada que argumentar en su favor.

—Siga —dijo.

Ella observó su rostro con cuidado.

—Siempre he estado interesada en el cerebro. Mi tesis de doctorado fue


sobre patologías de demencias. La demencia es una patología muy
interesante, el cerebro se desconecta. Comprende eso y comprenderás
cómo funciona el cerebro, sólo que al revés. Yo trabajaba en un laboratorio
de investigación en la Universidad de Chicago y publiqué algunos
artículos sobre demencia. Los laboratorios Millon me reclutaron para un
contrato de un año para examinar algunos sujetos de prueba que estaban
sometidos a un protocolo experimental. Algunos de los pacientes
mostraron una recuperación casi completa de la función. Millon estará
buscando miles de millones de dólares en ganancias si se trata de una cura
para la demencia. Hay más de diez millones de pacientes en todo el mundo
que sufren de ella. Ese número se duplicará en veinte años. Para que
puedas entender esto, es una gran prioridad para el laboratorio.

—Pero había un problema —dijo Mac. La técnica de interrogatorio básica


era la repetición. Haz que el sujeto repita la historia una y otra vez, y si hay
algo que es mentira, saldrá.

—Sí, lo hubo. Funcional y de comportamiento. Algunos de los pacientes…


no tenían sentido. Científicamente hablando. Y descubrí que me estaban
siguiendo.

—Vaya —murmuró Jon en su oído.

—¿Seguido? –El sistema de seguridad de Millon tiene que apestar si un


civil, una empollona por si fuera poco, lo ha reventado—. ¿Cómo es eso?

Ella suspiró.

—Soy científica, que básicamente significa que soy una observadora


entrenada. La gente olvida eso sobre nosotros. Estaba viendo a un par de
hombres, rotando. Ellos pensaban que las gafas o los sombreros suponían
una diferencia, pero no para mí. Y mi equipo fue pirateado varias veces en
los días que estudiaba a los pacientes especiales. Mantengo una pequeña
trampa abierta, por si acaso. Se llama Red Hat y es absolutamente fiable.

—Conoce sus ordenadores —dijo Jon al oído—. Red Hat es un detector


muy bueno. No mucha gente lo conoce.

—Y monté pequeñas trampas. –Sacudió la cabeza, el largo cabello


brillante le rozó los hombros—. No puedo creer que cayeran en ellas, pero
lo hicieron. Dejé una pila de impresiones en mi escritorio, y luego salí
durante media hora. Y, por supuesto, las habían movido. No mucho, una
vez sólo medio centímetro, pero como digo, soy observadora. No había
nada en las impresiones de ninguna utilidad para nadie. Todas mis
observaciones van a una unidad flash altamente encriptada. Fueron
realmente estúpidos y muy fáciles de engañar.

Su voz era sarcástica. Fuera lo que fuera lo que hubiera ocurrido entre ella
y la seguridad de Millon, sólo sentía desprecio por ellos.

—Está bien. —Mac asintió con la cabeza—. Volvamos al paciente Nueve.

—Sí —ella estuvo de acuerdo—, volvamos.


—¿Tiene una descripción?

—Sí, por supuesto que sí. Pero me temo que el hombre que describo no
sería reconocible para cualquier persona que pudo haberlo conocido en su
vida anterior. Yo diría que ha perdido cerca de un cuarenta por ciento de
su peso corporal y ha tenido varias cirugías. –Sus encantadores rasgos se
endurecieron, una nube pasando sobre el sol—. Las cirugías no estaban en
su expediente clínico, lo cual es inaceptable. Pregunté al departamento
administrativo y no obtuve nada más que esa mierda de evasivas. –Frunció
los labios, su disgusto claro—. Los registros se han perdido, luego a otra
oficina, luego no habían sido digitalizados, lo cual es absurdo… siempre
era algo. Se había sometido a un amplio conjunto de intervenciones
quirúrgicas, por lo menos cinco que yo pudiera contar. Estaban allí mismo,
en su cuerpo, claras como el día.

—¿Dónde? —Preguntó Mac.

—¿Qué? –Levantó la cabeza de golpe, más pelo brillante moviéndose


sobre sus hombros. Era de un color increíble, todo natural. Se había
equivocado al pensar que era sólo castaño. No lo era. No había un solo
producto químico en la tierra que pudiera colorear el pelo de unos veinte
colores diferentes, desde el rubio ceniza al castaño y al negro, pasando por
toda la gama de rojos. La luz del techo estaba justo encima de su cabeza y
su cabello era tan brillante que apartó la mirada para no ser cegado.

—¿Qué? —Dijo instintivamente.

—Jefe —murmuró Nick al oído—. No es un buen momento para irse


mentalmente ausente sin permiso.

Mac apretó los dientes, avergonzado de que Nick tuviera que llamarle al
orden. ¿Qué coño estaba… distrayéndose con el pelo de una mujer? Lucius
se avergonzaría de él.
Antes ese pensamiento, otra punzada de dolor le atravesó el pecho. No
debería estar pensando que Lucius no aprobaría algo cuando Lucius les
había vendido. Por dinero. Lucius había perdido su derecho a decirle a él, a
Jon y a Nick cualquier cosa, incluso dentro de la cabeza propia de Mac.

Repitió la cinta en la cabeza.

—Dije, ¿dónde estaban las cirugías? ¿Su cuerpo? ¿Huesos? ¿Qué?

—No, no. Todas en su cabeza y un grupo en la base de su espina dorsal.


Todas cirugías neurológicas. Estaba muy jodido. Y por expertos. En un
momento me pareció que había tenido dos sondas insertadas en su cerebro,
pero se retiraron.

Mac tuvo que reprimir la mueca de dolor. Odiaba a los médicos y los
hospitales.

—¿Para qué fueron las operaciones?

—Bueno —dijo ella, mirando hacia sus manos como si fuera la inspiración
—, ese es el asunto. No lo sé. Millon no nos tiene trabajando en equipo,
por alguna razón, así que yo era la única que trataba de averiguarlo. En
particular, desde que las historias clínicas del paciente Nueve no estaban
disponibles. Descarté tumores cancerosos o benignos. No tenía epilepsia.
Y el Paciente Nueve tenía gran dificultad para formar palabras o hacer
señas así que no era de ninguna ayuda. Había otras anomalías, también.

La había pillado. Ahora sabía que había sido enviada por un enemigo.
Echó la cabeza hacia atrás.

—Sí —dijo Nick con gravedad al oído—. También lo hemos captado.

Ella continuó.

—Nada en la resonancia magnética del paciente tenía sentido. Su


demencia, que clínicamente hablando era muy grave, no se correspondía
en modo alguno con conocidos patrones neurológicos de la demencia.
Estaba tan asombrada por el hombre que me llevé sus resonancias
magnéticas funcionales y electroencefalogramas a casa para estudiarlos. Y
entonces…

—¿Y entonces? —Mac tamborileó con los dedos sobre la mesa. Sí que era
bonita y sí que era inteligente, pero iba a sonsacarle la verdad de ella
aunque tuviera que inyectarle una dosis triple de Trooth.

Catherine se inclinó hacia delante, mirándolo a los ojos. Así que este era el
lugar donde las grandes mentiras iban a comenzar.

—Después de que me diera el mensaje de encontrar a Tom McEnroe


estuvo tan drogado los siguientes días que apenas estaba consciente.
Luego, ayer, antes de ayer ahora, entré y estaba en un estado terrible,
golpeando salvajemente contra las ataduras de muñecas y tobillos. Cuando
me vio se quedó inmóvil, hizo un gesto con la cabeza para que me
acercara, señaló para usar mi teclado. Me pidió que cortara las
videocámaras y lo hice, luego escribió que iban a matarlo pronto. Fue…
muy convincente.

—A pesar de que estaba enfermo —señaló Mac.

—Si, a pesar de que estaba enfermo. Y, por supuesto, la paranoia es un


síntoma de demencia. Traté de calmarme porque estaba sangrando por las
restricciones. Dijo una vez más que tenía que encontrar a este hombre
llamado Thomas McEnroe. Mac.

—No te creo —dijo con dureza.

La sonrisa de ella fue triste y cansada.

—¿No?
—No. Dijiste que no podía formar palabras, no podía pensar con claridad,
y sin embargo, ahí estaba diciendo todo eso. ¿Cómo se explica eso?

Ella le miró durante un minuto, respirando tranquilamente. Ladeó


suavemente la mano, dejando que el Halcón que estaba sosteniendo rodara
sobre la mesa. La mano le temblaba, pero su mirada era firme.

Observaron como el Halcón rodó una vez, dos veces, haciendo un pequeño
sonido de traqueteo en la silenciosa habitación. Mac sabía que Jon y Nick
estaban mirando, escuchando.

Y entonces su mundo se puso del revés.

Ella estiró la mano, le cubrió la suya y la sujetó.

Al principio pensó que se trataba de un movimiento sexual, de lo contrario


¿por qué coño le estaba tocando? Y, Dios, sus dos manos juntas eran
malditamente eróticas. Su mano era oscura, poderosa, con heridas,
cicatrices y áspera. La mano de un trabajador. La de ella era esbelta, de
largos dedos y elegante. Piel cremosa pálida sobre huesos delicados. La
mano de una pianista.

El contraste era excitante, femenino sobre masculino.

Así que así quiere jugar, pensó, y luego fue barrido por una ráfaga de calor
incandescente indoloro que le subió por la mano, el brazo y llegó al pecho.
Era como si su cuerpo hubiera sido tomado por una entidad alienígena.
Una entidad cálida, envolvente e indescriptiblemente dulce. Por un
momento se preguntó si había sido drogado. Si la mano de alguna manera
contenía una micro jeringuilla y ella le había inyectado una dosis de…
algo. No tenía ni idea de qué. Nunca había oído hablar de una droga que
pudiera hacer eso.

Cualquier otro pensamiento era imposible, estaba en las garras de algo


poderoso, más poderoso que él. La miró fijamente a la cara mientras sus
rasgos se tensaban, casi como si sufriera dolor. Sus ojos brillaban, como si
una especie de bomba de luz hubiera explotado detrás de ellos. Como si
fueran una fuente de luz.

Aquel calor increíble ahora fluía por todo su cuerpo, bañándolo con un
brillo dorado. Estaba completamente bloqueado, como si estuviera en un
cubo de ámbar. No podía mover ni un músculo, cada elemento de su
cuerpo bloqueado en su lugar.

—Jefe —preguntó Jon suavemente al oído—. ¿Estás bien?

—¿Deberíamos entrar? –gruñó Nick.

Resultó que no estaba congelado, no estaba encerrado. Era simplemente su


cuerpo que no quería disipar ese calor. Podía moverse y lo hizo. Una
sacudida breve y enfática de la cabeza. No.

—Está bien. —Jon dejó escapar un largo suspiro—. Retirada. No nos gusta
pero nos estamos retirando.

Él hizo un gesto con la cabeza. Sí, retiraos.

—Estás apenado –dijo en voz baja, esa mirada luminosa e hipnótica nunca
abandonaba sus ojos—. Mucho. Hay tanta tristeza en ti, se arremolina
como humo negro. Fuiste traicionado por un hombre al que querías como a
un padre. Un hombre en el que confiabas de todo corazón. Todo lo que
sabías acerca de este hombre te hizo creer que preferiría morir antes que
traicionar a aquellos que confiaban en él, y sin embargo, él te traicionó.
Por dinero. Me duele el corazón pensar siquiera en ello.

Él sacudió su mano ligeramente debajo de la de ella pero Catherine ejerció


una ligera presión hacia abajo.

Era ridículo. Era una mujer pequeña. Delgada, incluso frágil. Su mano era
casi la mitad del tamaño que la suya. La idea de que pudiera obligarlo a
mantenerse quieto era ridícula. Y sin embargo allí estaba, completamente
incapaz de alejarse ni un centímetro de esa brillante mirada gris claro, su
pequeña mano atando la suya.

—Estás herido –susurró—. Mucho. Y no puedes mostrarlo porque… —


Ella inclinó la cabeza, como si estuviera escuchando algo, aunque sus ojos
no se apartaron de él—. Porque la gente cuenta contigo. Y prefieres morir
antes que traicionarlos como tú fuiste traicionado.

No podía moverse. Nada se movía excepto los pulmones. Se sentía como


si estuviera siendo desollado vivo, pero sin dolor. Y al mismo tiempo, por
primera vez en su vida, conocía a alguien más que podía ver en su interior.

Había trabajado toda la vida para mantener sus pensamientos íntimos


secretos. Cuando era niño en violentos hogares de acogida, la mayoría de
los pensamientos o deseos llevaban a golpes. Más tarde, en el ejército, a
nadie le importaba una mierda lo que pensabas o sentías acerca de las
cosas, siempre y cuando cumpliera con su deber, y le gustaba de ese modo.

Excepto Lucius. Lucius había visto en él. El dolor se alzó sin poder hacer
nada, como las mareas negras, ahogándolo. No se detuvo. Un año y
todavía podría tenderle una emboscada.

—Muy triste –susurró—. Estás tan triste. Y sin embargo, bajo el humo
arde el amor y el deber. Estas decidido a proteger a tu gente. Una vida en
la que no puedas proteger a los inocentes no tiene sentido para ti. Morirías
por mantenerlos a salvo.

Sus palabras eran un aleteo lejano, el sonido que las alas de un colibrí
podrían hacer si se amplificara. Apenas se registraba. ¿Quién registraba
esta sensación caliente que le fundía por dentro?. Por primera vez en su
vida sentía una conexión realmente profunda con alguien. No era como la
lealtad que sentía hacia sus hombres o había sentido hacia Lucius. Esto
tenía un sabor diferente, era algo completamente distinto. Por muy fuerte
que fuera sus lazos, había un lugar definido donde terminaban y era su
piel.

Aquí no había límites, ninguno. Podía sentir el latido de su corazón, lento,


estable y el de ella, ligero, martilleando, casi frenético. Él estaba dentro de
su propia piel y en el interior de ella.

Era una locura. ¿Estaba drogado después de todo? No había sentido el


pinchazo de una aguja, pero tal vez habría sido una especie de parche de
contacto…

Su voz suave continuó, sus ojos una luz plateada hipnótica.

—Estás preocupado de que yo sea un peligro para ti. Que de alguna


manera tus enemigos te hayan encontrado y que sea su representante. No
sé cómo convencerte de que me ha enviado ningún enemigo. Y que no
represente algún peligro para ti o… —Inclinó ligeramente la cabeza,
mirándolo—. O para tus hombres.−De repente, giró la cabeza, el pelo salió
disparado, luego cayó de nuevo sobre sus hombros.—Nos están
observando. Escuchando. Preparados para entrar a salvarte si te pongo en
peligro. Y sin embargo —levantó la mano—, el peligro no viene de mí.

Todo se detuvo. Muerto. Era como estar muerto. Donde antes había
emociones arremolinándose, luminosas y cálidas, calor y luz, casi como un
carnaval dentro de él, ahora su interior estaba quieto y en silencio. Como si
la luz se hubiera apagado. Un interruptor que le hubiera apagado.

Ella seguía mirándole fijamente, con tristeza y conocimiento en su mirada


plateada.

—No tengo nada que deba temer, señor McEnroe. ¿O debería llamarte
Mac?


Capítulo 4


Cuarteles generales de Arka Pharmaceuticals
San Francisco

La habitación estaba oscura, el monitor del pc brillaba. Eran las nueve de


la mañana hora zulú y también en Sierra Leona. Aunque era una fría tarde
de enero en el norte de California, en Sierra Leona era un día caluroso.

Lee miró hacia abajo como si fuera dios a las imágenes que la compañía de
Flynn, Orion Enterprises, había sacado del Keyhole 18. El propio Flynn
estaba en el lujoso edificio de los cuarteles generales en Alexandria,
Virginia. Hoy iban a hacer una prueba de campo con el SL-58. Orion le
había administrado 50cl de SL-58 a cada operativo, dicha dosis calibrada
para durar al menos 48 horas. Mucho más del tiempo que debería tomarles
ir desde la mina de diamantes en el fondo del infierno hasta el propio
puerto infierno, Freetown.

La mina era muy rica, pero el camino hasta el mercado increíblemente


peligroso. No había uno, sino dos ejércitos rebeldes allá en la jungla,
saqueadores viviendo de aterrorizar a los aldeanos y asaltar convoyes.
Hasta ahora, uno de cada tres llegaba intacto a Freetown. Unas pérdidas
del 66 por ciento eran inaceptables, incluso para la mina de diamantes más
rica del mundo.

El consorcio de diamantes con base en Ámsterdam había contratado a


Orion para que se encargara de la seguridad de los diamantes y Flynn le
había prometido la luna al consorcio a cambio de un millón de dólares por
viaje. Considerando que el total de cada viaje era de más o menos unos
quinientos millones de dólares una vez los diamantes estuvieran pulidos y
tallados, el consorcio había estado de acuerdo. Pero Orion tenía una única
oportunidad. Si ese convoy acababa como los demás, ya podía darle un
beso de despedida al contrato.

Lee no estaba interesado en los diamantes ni en el dinero, aunque


obtendría un bonus sustancial si ese convoy y los sucesivos tenían éxito. El
bonus le ayudaría a acelerar sus planes.
Aquello también era un test en otro aspecto. Una compañía minera
controlada por el gobierno chino había descubierto un enorme depósito de
iridio, el mayor del mundo, en Burundi. Nadie más estaba al tanto.

Con acceso a esa enorme cantidad de iridio, China tenía garantizado ser el
líder mundial en microchips durante las siguientes dos décadas. La mina
estaba todavía más en el interior del país, en tierra de nadie donde las
líneas artificiales sobre los mapas no significaban nada.

Si el SL-58 iba bien con Orion, pronto podría ser administrado a las tropas
chinas que formarían un convoy para llevar el iridio extraído al este hacia
el Océano Índico y luego en barco hasta China.

El monitor principal de Lee había mostrado el convoy de Orion


poniéndose en marcha con las primeras luces. Dos Unimogs delante y dos
en la retaguardia vigilando el camión de seguridad del centro que
transportaba un baúl de titanio con 5 kilos de diamantes sin tallar.

Desde el ataque con armas nucleares a la mina de diamantes de Orapa en


Botsuana el año anterior, los diamantes eran el material más preciado del
planeta.

Tres vehículos incluyendo el camión armado que transportaba los


diamantes. Todos fuertemente armados, cada vehículo con un mini cañón
que disparaba balas de calibre 50 a mil por minuto. Flynn había dicho que
llevaban consigo más de cincuenta mil cargas de munición.

En Naijing cincuenta miembros del escuadrón de élite “Dragón Volador”


estaban a la espera, pendiente del resultado del test de hoy. Si tenía éxito,
el SL-58 sería administrado y en un mes empezarían a acompañar
camiones con iridio a los barcos.

Por ahora eran los hombres de Flynn los que estaban a prueba. Algunos
eran ex militares estadounidenses y bastantes sudafricanos familiarizados
con la sabana africana. Cada soldado había recibido una inyección de SL-
58 la tarde anterior. A los hombres de Orion se les había dicho que era
algo benigno, una anfetamina de larga duración que les ayudaría a estar
despiertos y alertas durante las veinticuatro horas de viaje.

Lee iba enviando todo a Beijing a través de una conexión encriptada.

Era un test importante. Era un día importante. El primer test de campo de


la droga. Hasta ahora, todo bien. El informe del doctor de campo había
sido rutinario, incluso aburrido, algo que Lee aprobaba. Lo aburrido era
previsible. Lo aburrido era bueno.

Lee había observado la grabación del convoy empezando a las cinco de la


mañana, hora local, con los camiones marchando con precisión, a tiempo y
bien organizado.

La velocidad y la precisión de los soldados a la salida eras visibles, casi


tangibles. Lee no era un experto en logística pero tenía algo de idea de lo
que conllevaba poner en marcha a un convoy con veinticinco hombres.
Hicieron todo a máxima velocidad, rápido y con eficiencia. Mientras los
hombres cargaban los camiones, Lee tuvo que comprobar los mandos del
monitor para asegurarse de no estar viéndolo a cámara rápida. Pero no.
todo era en tiempo real. Los hombres caminaban al ritmo al que otros
estarían corriendo, y sus movimientos al cargar eran borrosos.

Flynn estaba observando desde Virginia, controlando la situación táctica.


Lee observaba con ojo científico, encantado con lo que veía.

Era como si los movimientos de los soldados estuvieran coreografiados.


Calculados y practicados miles de veces. Podría haber sido algo de
Broadway. Por muy buenos que fueran los hombres de Flynn, no podían
ser tan buenos. Estaba viendo los efectos del SL-58.

Se movían rápido, con precisión, y estaban armados hasta los dientes. Pero
se estaban fraguando problemas.

Lee fue cambiando los monitores cada cinco minutos a IR y notó cuerpos
de tamaño humano en la jungla, a unos cien metros de la zona de
preparación.

Flynn también lo había captado y avisado. Los hombres eran


perfectamente conscientes de que estaban siendo observados.

Al principio los puntos rojos podrían haber sido cualquier mamífero


grande, pero su inmovilidad mientras el convoy estaba siendo cargado y
puesto en marcha podía significar una sola cosa: soldados rebeldes,
vigilando.

Sin duda los rebeldes estaban en contacto por radio con otros soldados a lo
largo de la ruta, la única carretera a Freetown. Era una técnica bien
conocida: atacar convoyes lejos de la base principal.

Bueno si atacaban el convoy armado podían llevarse una desagradable


sorpresa.

Las órdenes eran marchar sin descanso. Un convoy habitual tardaría tres o
cuatro días en llegar a Freetown, viajando entre 25 y 30 kilómetros por
hora durante el día por la maltratada carretera, deteniéndose durante la
noche. Pero esto iba a ser un viaje directo, sin paradas de descanso,
meando en botellas, cagando en latas, comiendo raciones militares. Estos
soldados no necesitarían paradas de descanso. Todo lo que necesitaban
después de la inyección era un mínimo de dos mil quinientas calorías al
día y podrían conducir y pelear sin parar durante cuarenta y ocho horas.
Veinte horas no eran nada.

Un convoy de veinte horas garantizaría un aumento en los beneficios del


trescientos por ciento para la corporación de diamantes y representaría un
montonazo de dinero para Orion pero más importante aún, sería el primer
test positivo en campo de batalla para el SL-58. Si tenía éxito a Flynn se le
permitiría jugar con la droga durante un año, año durante el cual el
gobierno chino estaría produciéndolo en cantidades industriales e
inyectándolo en sus soldados. Después de un año de pruebas de campo con
Orion, Lee destruiría el laboratorio que lo fabricaba, cargándose la fórmula
y a los pocos científicos que sabían de su existencia, y sería extraído de
América, enviado a Beijing antes de que la primera bomba detonara en los
laboratorios Millon.

Lee había estudiado la historia africana. Las batallas africanas a menudo se


ganaban por puros números. Después de la batalla de Isandlwana, las
fuerzas occidentales sabían que tenían que estar muchísimo mejor
equipadas para prevalecer. Esto iba a cambiar cómo se ganaban las batallas
en África.

Flynn le había informado sobre el convoy.

Los Unimogs tenían el sistema FLIR para detectar hostilidades,


georradares para detectar minas y chasis blindados. Cada vehículo tenía
montado a los lados y por encima armas de calibre 50 y por debajo,
chorros de microondas calculadas para freír a los hostiles que no se
hubieran cargado las balas.

Lee no era soldado pero incluso él estaba sorprendido por el aspecto que
presentaba el convoy. Tenías que estar loco para atacarlo. Por supuesto, el
Ejército de Lord estaba formado casi por definición por soldados locos,
drogados, reclutados de niños e inmunes al miedo.

El convoy partió rápido y sin problemas. En las imágenes por satélite casi
parecía un organismo vivo. Lee sabía que los vehículos estaban en
contacto constante, con monitores que mostraban la aceleración y frenada
de cada vehículo, permitiendo que la distancia entre camiones fuera
mínima.
Mientras salían al alba, las imágenes grabadas que rodeaban el
campamento cambiaron. Unos pocos puntos rojos intentaron correr en
paralelo, pero pronto se rindieron: el convoy iba demasiado rápido. A
sesenta y cinco kilómetros al oeste una conglomeración de puntos rojos
apareció como una colonia de hormigas al que hubieran atizado con un
palo. Habían recibido noticias por radio de que el convoy estaba llegando.
Pero pensaban en viejos términos y todavía estaban montando trampas
para cuando el convoy los sobrepasó, en firme y mortal formación.

La siguiente trampa fue colocada a más de ciento cincuenta kilómetros


más al oeste, donde la carretera atravesaba un escarpado valle, un punto
clásico de emboscada. Lee sonrió al ver los movimientos como de
hormigas en el punto más estrecho. No tenía que ser soldado para entender
que a menos que soltaran bombas Armagedón no iban a tener ninguna
oportunidad. El convoy los sobrepasaría con poco menos que un rasguño
en los costados blindados de los Unimogs.

Esto iba a funcionar.

Apretó un botón.

–Tiene buena pinta –le dijo a Flynn.

–Seh, realmente buena pinta –fue la respuesta.

Flynn observaría cada segundo pero Lee tenía trabajo que hacer. Minimizó
la pantalla, revisó algunos informes de autopsias y luego fue a por café. La
cantina acababa de comprar un cargamento de Arábiga Montaña Azul y
estaba delicioso. Se llevaría una caja de aquello consigo cuando regresara
a China. Lo que podría ser antes de lo que había pensado.

De regreso a su oficina le echó un vistazo al monitor y frunció el ceño. Un


monitor lateral mostraba el progreso como una línea azul sobre un
detallado mapa del terreno. Deberían estar a un tercio de su destino final
pero parecía como si ya estuvieran a medio camino. Tecleó con furia y
observó fijamente la respuesta, asombrado.

El convoy estaba yendo a noventa y cinco por hora, una velocidad de locos
para vehículos pesados sobre carreteras llenas de baches. Lee abrió la
pantalla pero no pudo seguir a los vehículos individualmente tras el que
iba a la vanguardia. Las imágenes del satélite mostraban sólo una pesada
humareda de polvo elevándose.

Por muy inteligentes y fuertes que fueran los contratistas, por mucho que
tuvieran lo último en tecnología, no serviría de nada si uno de los pesados
vehículos volcaba. Sería como un elefante herido y los demás vehículos
tendrían que establecer un perímetro de defensa mientras intentaban
levantar el camión. Se extendería rápido y en poco tiempo tendrían a mil
majaras de los Rebeldes Rojos o del Ejército de Lord disparándoles.

De locos.

Miró un monitor lateral que mostraba datos y parpadeó. Los vehículos


estaban acelerando. Ahora iban a ciento siete por hora.

Los cowboys de Flynn estaban poniendo en peligro toda la misión. Iba a


ponerse en contacto con el ex general cuando oyó resonar la voz de Flynn
con profundo acento sureño llenando la habitación desde el altavoz. Su
rostro rojizo lo miraba irritado desde la esquina derecha de la pantalla.

–¿Qué cojones está pasando, Lee? Veo que estos bastardos están yendo ya
a más de ciento diez por hora. ¿Qué cojones están haciendo?

Tenía razón, iban a ciento diez, no, a ciento quince kilómetros por hora.

–Señor Flynn –respondió fríamente, omitiendo a propósito el título


deferencial de “general”–. No tengo ni idea de lo que están haciendo sus
hombres pero están arriesgándose a estrellar los camiones a esta velocidad.
Veo actividad rebelde a dieciséis kilómetros. En esa zona la carretera está
fatal. Si se estrellan estarán en serios problemas.

Su monitor IR mostraba una masa de luces rojas bajo una arboleda a


dieciséis kilómetros de distancia, invisible para las imágenes de satélite
normales.

–Lo saben –gruñó Flynn–. Están viendo lo que nosotros estamos viendo.

–Entonces esta temeridad es sin duda inexcusable –dijo Lee con tono
gélido.

Flynn no respondió. El ex general estaba respirando fuertemente en la


habitación. Era un hombre al que le gustaban los placeres en la mesa y en
la cama y cada vez que Lee le había visto a lo largo de los dos últimos
años, había pesado cuatro kilos más y respiraba todavía peor. Ahora
mismo su rostro se veía rojo e hinchado en del monitor, gestándose un
ataque al corazón.

Glotones americanos, pensó Lee con asco. Siempre más, más, más. Como
garrapatas gigantes engordándose a sí mismas hasta que explotaban. No
podías encontrar a un general gordo en todo el Ejército de Liberación
Popular.

–Jesús –bramó Flynn– ¿Qué están haciendo?

Lee se concentró en el monitor principal, incapaz de creer lo que estaba


viendo. ¿Le pasaba algo a la cámara del satélite? No. La cámara mostraba
los sucesos en tiempo real y lo que estaban viendo él y Flynn era el convoy
desacelerando. Justo en el punto más estrecho de la carretera en el valle.

80 k/h.

50 k/h.

30 k/h.
Lee observó, incrédulo, mientras el convoy iba deteniéndose en perfecta
sincronización.

Flynn gritaba.

–¡Hardy! ¡Rollins! ¡Venga! ¿Qué coño estáis haciendo? ¡Estáis rodeados


por hostiles! ¿Hay algún problema mecánico? ¿Por qué os detenéis?

Una profunda voz surgió de los altavoces de Lee. No le hablaba a Lee sino
a Flynn.

–No, señor, ningún problema. Simplemente vamos a luchar con el


enemigo. –La voz sonaba superexcitada, jadeante.

Lee recordó haber oído por radio informes al principio del viaje del
convoy. Las voces habían sido lacónicas y sin emoción. Voces de piloto de
combate, relatando hechos como autómatas.

–¡Negativo, negativo! –estaba gritando Flynn– ¡No luchéis! ¡Repito! ¡No


luchéis! ¡Sólo llevad el maldito convoy a Freetown!

Un clic. Ninguna respuesta. Voces excitadas de fondo, los sonidos de


hombres apilándose. Lee no necesitaba el audio, lo que estaba sucediendo
estaba perfectamente claro. El monitor mostraba desde arriba cómo salían
hombres de delante y de detrás de los camiones.

Lee no sabía nada de estrategia militar pero incluso él sabía que un convoy
amenazado, rodeado por hostiles debería establecer un perímetro,
aposentándose, vigilando el cargamento. En vez de eso los hombres
salieron de los camiones y corrieron directamente a la jungla con los rifles
al hombro. Uno a uno los puntos rojos, como hormigas revolviéndose
alrededor de un hormiguero, se detuvieron. Fueran lo que fueran, los
soldados de Orion eran excelentes tiradores. Cuatro de los hombres tenían
tasers letales y se estaban llevando por delante a cinco miembros del
ejército rebelde cada vez, segándolos.
Pero por alocadamente valientes que fueran, por bien armados que
estuvieran, por excelentes tiradores que fueran, los contratados de Orion
eran superados en número de cien a uno.

Los mercenarios eran fáciles de seguir incluso debajo de la arboleda. Su


firma de calor era notablemente más baja por la armadura corporal que
llevaban. El primer soldado cayó a los dos minutos de batalla. Otro, un
minuto más tarde.

Fue una masacre. Los hombres lucharon duro, pero por cada loco del
ejército rebelde que mataban, cincuenta o cien tomaban su lugar. Estaban
tan sobrepasados en número que podrían haber estado armados con palos y
al final los hombres de Flynn habrían acabado por sucumbir.

Pronto todas las firmas IR de los de Orion acabaron detenidas. Cada uno
de ellos tenía una enorme cantidad de rebeldes a su alrededor y Lee
comprendió con un vuelco en el estómago que los estaban haciendo
pedazos.

Había sucedido tan rápidamente, de manera tan inesperada, que hubo un


silencio en los cuarteles generales de Orion. Entonces…

–¿Qué cojones ha pasado ahí? –La ruda voz de Clancy gritó–. ¿Qué han
hecho? ¿Por qué no siguieron conduciendo tan rápido como fuera posible?
¿Les robó la inteligencia tu droga? ¿Qué coño les has dado?

Lee tenía una idea de lo que podía haber pasado.

En el monitor los miembros del ejército rebelde estaban surgiendo desde la


arboleda hacia la carretera abierta. Lee suprimió la necesidad de vomitar.
Muchos corrían hacia la carretera con cabezas clavadas en sus bayonetas.
Rodearon los dos camiones. El camión blindado era impenetrable pero
incluso si pudieran entrar por detrás, la preciada carga estaba dentro de un
baúl de titanio. Estaba a salvo de los saqueadores. Pero los diamantes
estaban varados en una carretera en mitad de la jungla rodeados por
lunáticos fuertemente armados. Bien podrían estar en la parte posterior de
la luna.

La droga era demasiado fuerte. La agresividad aumentada de los soldados


había sobrepasado su deseo por completar la misión. Lo que significaba
que la SL-58 era inoperativa.

Flynn respiraba pesadamente y Lee se preguntó si estaba en mitad de un


ataque al corazón. Estaban mirando fijamente a una enorme fortuna en
diamantes que era totalmente inaccesible.

–¿Qué fue eso? –soltó Flynn– ¿SL-58?

–Sí –respondió Lee.

–Ya me puedes estar dando el SL-59. Malditamente rápido.

Capítulo 5


Mount Blue

Él se echó atrás con los ojos entrecerrados. Quieto e inmóvil. El hombre


conocido como Mac. Enorme, sin sonreír, adusto. Con cicatrices. Armado
y letal.

Comprendió quién era desde el momento en que le había quitado la


capucha. La imagen que el paciente Número Nueve tenía de Mac había
sido la de un hombre fuerte con cicatrices, pero sin detalles. No había
importado. El aspecto que tuviera Mac no haría ninguna diferencia. Eran
cosas exteriores. Lo que importaba era él. Su esencia y, en eso, Nueve
había sido increíblemente claro. Fuerte, duro, implacable. Ferozmente leal,
honesto, justo. Un hombre duro, un enemigo correoso. El mejor de los
amigos.

Casi había estado segura antes, pero después de tocarlo, cualquier duda se
evaporó. Todo lo que Nueve había comunicado sobre Mac había estado
claro en el hombre que tocó. Lo había reconocido todo al instante, como si
escuchara la misma nota musical que había oído el día de antes. Si hubiera
sido un color, habría sido del mismo tono exacto.

En él también había violencia, eso sí, y de nuevo se cuestionó su propia


salud mental al ir tras aquel hombre. Se había sentido obligada, era cierto.
Pero tal vez debería haberse detenido de alguna manera. Haberse
encerrado en su casa y tirado la llave por la ventana. Haber ido al
aeropuerto y haber tomado el primer vuelo que saliera del país, con billete
sólo de ida. O haber logrado que la arrestaran.

No. Dejó caer solo un poco los hombros, pero luego los cuadró de nuevo.
No había fuerza en la tierra que hubiera impedido su búsqueda. Casi había
muerto en el coche y tal vez moriría allí, en aquella silenciosa habitación
en algún lugar perdido. Pero nada podría haberla mantenido alejada.
Incluso ahora seguía sintiendo los ecos de la compulsión en su sangre.
Las enormes manos del hombre se distendieron, el tipo de movimiento qué
harías antes de coger algo. Posiblemente aquella arma gigante que llevaba
en el muslo derecho.

La violencia en el hombre sentado frente a ella era algo muy real. Conocía
aquella lealtad que hervía en su interior, pero no era lealtad hacia ella. Lo
observó cuidadosamente pero supo que si él se decidía a moverse contra
ella, jamás podría ser lo suficientemente rápida, o lo suficientemente fuerte
para sobrevivir. Podría partirle el cráneo con un golpetazo de una de
aquellas enormes manos.

—Es inútil que sigas insistiendo en que no eres Mac —dijo calmadamente.

—¡Ah! —El sonido surgió de lo más profundo de su pecho, e hizo un


gesto con la mano al aire que ella reconoció como un gesto de frustración
un segundo demasiado tarde.

Su reacción fue sobresaltarse y protegerse la cabeza con el brazo. Fue algo


irresistible, imposible evitar. El corazón envió sangre a sus venas de golpe
mientras su cuerpo caía en el pánico. Para cuando comprendió que lo que
había hecho era hacer un gesto al aire, estaba hecha un ovillo sobre la silla,
intentando presentar un objetivo lo más pequeño posible.

Él gruñó. No había otro modo de decirlo. Un sonido bajo de disgusto


desde lo más profundo de aquel pecho como un barril.

Lentamente se fue enderezando, intentando encontrar aire suficiente para


decir “lo siento”, con el corazón todavía latiendo con fuerza después del
terror absoluto.

—No voy a golpearte. Yo no pego a mujeres. —Dijo cada palabra


claramente y fueron cayendo como pedruscos de su boca, como si cada
una de ellas le doliera.

Y de repente Catherine entendió. No tenía ni idea de si la comprensión le


llegaba de algún tipo de emoción profunda en él que había sentido al
tocarle y que no había tenido tiempo de analizar o tal vez era un clásico
ramalazo de intuición, pero le había metido el dedo en la llaga. Había
cruzado una línea invisible pero muy real.

Aun así… parecía tan increíblemente aterrador. Sólo con su tamaño


bastaba para hacer que te encogieras. Unido a su rostro con cicatrices y la
nariz aplastada, parecía alguien de quien te asustarías si te lo encontraras
en un callejón oscuro.

La mayoría de la gente reaccionaría de manera instintiva con miedo hacia


él, evitándolo, aún sin conocer siquiera nada de él. Aunque estaba la
violencia que había sentido en él (oscuros torbellinos de violencia) y que él
había matado, la violencia estaba contenida por grilletes de acero. No era
un hombre que perdiera el control. No era un hombre que dañara a los
débiles.

—Lo sé —dijo con tono amable, enderezándose. Más que verlo, sintió que
él se relajaba un poquito—. Lamento haberme asustado. Fue una reacción
instintiva. Debería haberlo controlado. Hasta ahora no me has hecho daño
y… —Bajó la mirada hacia el tablero y se preguntó si lo podría decir.
Levantó la mirada, y se encontró con ojos duros y oscuros—. Cuando te
toqué, lo sentí, que no haces daño ni a mujeres ni a niños. Lo sentí de
manera muy fuerte. Así que en realidad no tengo ninguna excusa. —Soltó
aire y abrió la mano, la mano que le había tocado—. Ninguna en absoluto.

Cuando lo había tocado había sido muy fácil de leer. A diferencia de la


mayoría de la gente, él no tenía capa tras capa de tonterías egoístas, de
hipocresía o autoindulgencia y una total y absoluta falta de
autoconocimiento. Él se conocía a sí mismo, por dentro y por fuera. Sus
emociones eran limpias, claras, incluso puras, hasta las oscuras. Nada
enfermo o psicótico.

O eso esperaba. Catherine estaba saltando sin red. El don al que había
combatido toda su vida y que de golpe había reaparecido para morderle el
trasero al tratar con el Paciente Nueve seguía siendo un misterio para ella.

¿Podría confiar en eso?

Porque la verdad era que estaba encerrada, sin idea de dónde “estaba”
aquí. Era la prisionera de este hombre. Había más gente por allí, estaba
segura. Y si la había, era su gente. Nadie iba a rescatarla. Nadie siquiera
sabía que ella estaba allí. Ella no sabía dónde estaba. Incluso si tuviera un
móvil que funcionara, lo que no tenía, y si tuviera alguien a quién llamar,
que tampoco tenía, no sabría decirle dónde estaba.

Era su prisionera y tenía que tener fe, fe en su odiado don, de que él no iba
a hacerle daño. No iba a matarla.

Él asintió, con sus oscuros ojos fijos en ella y se levantó de golpe.

—Ven —le dijo y caminó hacia la puerta.

Asombrada, Catherine se levantó y le siguió. Justo cuando pensaba que él


se iba a aplastar su ya aplastada nariz contra la puerta, esta se abrió
deslizándose y ella salió de la sala, siguiendo aquellos amplios hombros.

Y miró.

El cambio en el aire al cruzar el umbral fue como cruzar de la noche al día.


El aire se enfrió, más fresco, con un ligero amargor de oxígeno y un olor
como a bosque. Estaban en un pasillo con un par de pisos por encima que
daban a un enorme atrio. Ella se agarró al pasamanos de la baranda y se
inclinó hacia adelante.

Era una vista tan extraordinaria que tuvo problemas para procesar lo que
estaba viendo. Una gigantesca bóveda con luces que parpadeaban
brillantes como estrellas. Le costó un segundo o dos comprender que las
luces estaban espaciadas de forma homogénea y eran artificiales. La
bóveda era trasparente, como cristal, sólo que ningún cristal que ella
conociera podría cubrir un espacio así y seguir aislando el frío.

Por abajo, dos pisos más abajo, había una profusa cantidad de plantas
brillantes organizadas en senderos, con pequeñas luces entre las ramas de
los árboles y cilindros chatos con tapas brillantes a intervalos de metro y
medio que daban luz.

Parecía el país de las hadas.

Una pareja estaba caminando por los senderos, aparte de eso la zona, tan
grande como un aparcamiento pequeño, estaba desierta. Pero claro, debía
de ser bien pasada la media noche.

Un tipo dos pisos más abajo iba tirando de un carrito de mano cargado con
bolsas. Miró hacia arriba, hizo un saludo llevándose dos dedos a la frente y
luego desapareció entre el verde.

—Es… es hermoso —dijo en voz baja, luego miró fijamente a Mac.

Era hermoso, pero también estaba oculto, así como él quería permanecer
oculto. Era una ciudad, solo que una ciudad bajo tierra, no sobre ella.
Apartada, misteriosa, remota.

Dios, vaya si este tipo le iba a borrar los recuerdos. Le iban a hacer un
flaseado a lo MIB sobre aquella comunidad secreta y era una pena porque
era el sitio más interesante que hubiera visto jamás.

Un enorme espacio cubierto con un exuberante parque en la parte más baja


y plantas enredaderas que recorrían los balcones en la zona en forma de
anillo. Los balcones se abrían con puertas. No tenía ni idea de si las
habitaciones tras las puertas estaban ocupadas o no. Hasta la fecha había
visto exactamente tres personas. Pero lo que había visto estaba bien
diseñado, bien cuidado, prístino.
Alguien tenía que hacer aquello.

Dos personas más caminaban por un sendero, un hombre y una mujer. El


hombre miró hacia arriba, volvió a mirar cuando la vio a ella y luego
saludó a Mac con la mano. Él sombrío, asintió con la cabeza. Siguieron
caminando, con las cabezas juntas, discutiendo algo con seriedad.

Esto era una comunidad. La gente vivía allí, trabajaba allí. Era hermoso y
oculto y no se parecía a nada que hubiera visto. El enorme abovedado
negro con las luces brillantes, los verdes jardines, los balcones curvilíneos
con un cierto aire al Guggenheim de Nueva York.

—Qué hermosura —repitió con un susurro.

Para su sorpresa, él le respondió.

—Seh. —Sus grandes manos se agarraron a la baranda tan fuertemente que


los nudillos se le pusieron blancos, luego las levantó—. Queremos que
siga así. —Volvió la cabeza hacia ella, su mirada penetrante y hostil.

—¿Dónde estamos? ¿Y qué es este lugar? —Levantó las manos, palmas


hacia arriba. El gesto universal de rendición. Ninguna amenaza. Ninguna
arma—. De todos modos me vas a hacer un MIB ¿Por qué no decirme
dónde estoy? Obviamente hay más gente por aquí. Está todo muy bien
cuidado, muy bien planeado. Lo de ahí abajo parece un parque. Y estas
puertas… hay gente que vive aquí. Trabaja aquí. Cocina aquí. Esa comida
era, sin la más mínima duda, una de las mejores que he probado. Si así es
como alimentas a tus prisioneros, me encantaría saber cómo comen tus
ciudadanos.

—Te sorprendería saber quién es la cocinera.

A ella se le abrieron los ojos de par en par. Era la primera cosa que decía
que no era ni una pregunta ni una amenaza. Durante un segundo también
creyó ver sorpresa en el rostro de Mac. Porque le había hablado
abiertamente.

Pero claro, ella no iba a recordar nada de aquello. Iban a lavarle el cerebro
y, puf, desaparecido. No añoraría el recuerdo de estar sentada en su coche
congelándose, esperando la muerte. O el estar aterrada de un hombre
enorme con una máscara de esquiar negra dando golpecitos en su ventana.
Pero el interrogatorio… podía admitir para sí lo mucho que la fascinaba
Mac. Y aquel espacio gigantesco bajo la bóveda, tan diferente a cualquier
otra cosa que hubiera visto. Eso le daba mucha pena tener que olvidarlo.

Todo había sido una gran sorpresa. El nombre de la talentosa cocinera no


sería nada en comparación.

—Ponme a prueba.

—Puede que hayas oído hablar de ella. Stella Cummings.

A Catherine se le desencajó la mandíbula.

—¡Dios mío! Stella Cummings, ¿la actriz?

Le había sorprendido por completo. Stella Cummings había sido una niña-
actriz que ganó un Oscar a los quince y otro a los treinta. Un acosador la
había atacado y había desaparecido de la vista de todos, por completo. Fue
como si se la hubiera tragado la tierra. Los tabloides online tenían todo un
apartado en funcionamiento titulado “¿Dónde está Stella Cummings?”.

—Imagino que no… —Qué cosa más idiota. Por lo que sabía iban a acabar
matándola. Y ahí estaba ella, convirtiéndose en una fan alocada—. Me
encantó en “Dangerous Tides”. Si está por aquí, ¿podría conocerla? Si no
quiere hablar sobre sus actuaciones, puedo darle las gracias por el taco.
Estaba estupendo.

—Vámonos. —La tomó del codo y empezó a caminar. Asombrada, tuvo


que trotar tras él para seguirle el paso.
—¿A dónde vamos? ¿Voy a conocer a Stella Cummings?

—No. —Tensó la mandíbula—. Tal vez. Tal vez mañana. Ahora mismo te
voy a llevar a tu dormitorio.

Después de eso se calló y no pudo lograr que le dijera ni una palabra más.
Las preguntas no sirvieron de nada y después de unos minutos tuvo que
gastar todo su aliento en intentar seguirle el ritmo.

Rodearon el enorme espacio hasta que estuvieron justo enfrente de la sala


de interrogatorio y bajaron un nivel. Mac se detuvo delante de una puerta y
tocó una parte de la pared que no tenía características distintivas. Sin
botones, ni paneles ni nada. Pero cuando dio en un punto específico la
puerta corredera se abrió.

Él hizo un gesto con la mano y ella se movió voluntariamente hacia el


umbral, con el corazón latiéndole. Por un segundo tuvo la impresión de
que él estaba… bueno, no suavizándose con ella, pero al menos no
abiertamente hostil. Y pensó en que ahora tal vez podrían sentarse y
charlar ahora que ya le había hecho una lectura.

Pero no. La estaba conduciendo a una oscura celda, prisionera. Cuatro


paredes, sin ventanas. Sólo oscuridad.

Ella entró lentamente, echándole una rápida mirada a la puerta. No había


manilla interior. No había modo de salir.

Una prisión. Una comprobación a sus ojos y quedó confirmado.

Ni un alma sabía dónde estaba y su solitaria vida hacía que nadie fuera a
pensar en buscarla. Tal vez la iban a dejar en esa sala hasta que muriera.
No les costaría demasiado. Simplemente echarla allí hasta que se pudriera.
Nadie lo sabría, a nadie le importaría.

Solo una mujer, en una habitación cerrada, olvidada. Tiempo pasando.


Morir encerrada, sola, cada vez más débil hasta que la oscuridad acabara
con ella.

Se le cerró la garganta. El pecho no se movía, no podía… moverse.

El dio un paso tras ella, aquel gigantesco cuerpo casi presionado contra el
suyo. Una fuerza gigantesca, empujando hacia adelante, forzándola a dar
otro paso, dentro. Más lejos de la puerta, más lejos de la luz del pasillo.

Ella jadeó, buscando aire, luego lo repitió. No puedo hacer esto, pensó.
Todos sus recursos habían desaparecido. Estaba agotada y aterrorizada, en
la cabeza le latía un retumbo de pánico. Una oscura oleada, subiendo de
nivel más y más. Pronto se desmayaría por el pánico.

De mala gana dio otro paso adelante, luego se giró, inclinando la cabeza
un poco para mirar a Mac a la cara. Casi no veía sus facciones con la luz
de fondo que entraba desde la puerta.

Tenía que saberlo, tenía que saberlo. ¿La iban a encerrar allí hasta dejarla
morir?

—¿Puedo… puedo tocarte? —Jadeó.

Casi no había luz suficiente para ver su gesto fruncido, que echaba la
cabeza hacia atrás por la sorpresa. Sin esperar respuesta, ella alargó la
mano para tomar la suya, agarrándosela.

Calor. Aquello fue lo primero que percibió. Su enorme mano estaba


caliente, como si él mismo fuera un radiador. Ella tenía las manos
congeladas y el calor de la suya simplemente le caló a través de la piel,
anclándose a sus músculos.

Y entonces…

—¡Ah!
Ella dejó caer su mano, soltando la conexión, el calor, de manera
inmediata.

No iba a asirse a él, a un hombre que desconfiaba de ella, que la


consideraba una amenaza.

Pero no iba a matarla. Eso le llegaba alto y claro. Aquello no iba a ser una
prisión permanente. Por mucho tiempo que fuera a estar encerrada, no iba
a ser para siempre.

O eso esperaba.

Sin una palabra, Mac dio un paso atrás hacia el umbral. La puerta hizo un
sonido al correrse y la habitación se iluminó. No había una fuente
específica de luz, ni lámparas ni apliques. Sólo luz.

La habitación estaba amueblada cómodamente, era amplia y espaciosa.


Parecía siniestra a oscuras, pero ahora que estaba iluminada era una
habitación corriente, más grande que la mayoría de las habitaciones de
hotel, con una cama tamaño queen, una zona para sentarse con dos sillones
y un escritorio que hacía las veces de mesa. Al dar un rápido vistazo vio
una puerta que daba a un baño muy agradable. Bien abastecido, por lo que
podía ver, con una buena pila de toallas blancas, una pastilla de jabón y un
cepillo de dientes a estrenar.

De acuerdo. Una prisión a lo Hilton. Podía soportarlo.

Para sorpresa suya encontró la pequeña bolsa que había empacado, por si
acaso su búsqueda requería pasar la noche en algún sitio. Tenía su pequeño
neceser con los cosméticos, un camisón y sus zapatillas.

Una ducha la hizo sentirse mejor, más humana. Había estado en la


carretera, huyendo casi veinticuatro horas. Se arrastró hasta la cama y miró
al techo.
Le dolía todo, en todas partes, por dentro y por fuera. El cuerpo, la cabeza
y el corazón. Una oleada de soledad la recorrió. Tocar a Mac le había
confirmado que no era peligroso para ella, no en el sentido en el que se
temía.

Pero… ¿qué sabía ella? ¿Podía estar segura? Su don era poco confiable.
Tal vez debería haberlo cultivado en vez de apartarlo con las dos manos,
obligándolo a esconderse en lo más profundo de su mente como si fuera
una doble desagradable, rota, malformada, de sí misma.

El don nunca se había equivocado, aunque a menudo había sido


incompleto. Distinguía notas superficiales, las emociones del momento,
fallando en captar emociones subyacentes cruciales, porque ella no quería
explorar, no soportaba meterse en la realidad de la gente. Así que a
menudo leía mal a la gente, porque no había sido capaz de discernir tonos
y sombras por debajo de las emociones más fuertes.

Mac podría no estar planeando su muerte, pero tampoco tenía ningún


incentivo especial para mantenerla viva. Y aún y así… había habido…
algo. Algo allí, algo elusivo. El más leve de los cosquilleos en su mente,
como un suave dedo acariciándola.

Lo sentía como seguridad.

¿Era real?

Probablemente no.

¿Por qué iba a importarle a este hombre? Cualquiera con quien hubiera
salido la consideraba una friki. Y el sexo… bueno, nunca le había ido
demasiado bien ahí.

Estaba cansada. Cansada más allá de los estresantes sucesos de hoy.


Cansada de ser quien era, cansada de verse empujada por cosas en su
interior que no podía controlar, cansada de saber cosas que no debería.
Cansada…

Las luces se apagaron de repente y ella cayó en un profundo sueño sin


sueños.

7 de enero

—Tal vez debería mantenerla encerrada hasta que se muera de hambre —


dijo Mac amargamente a la mañana siguiente.

Nick y Jon no le hicieron ningún caso. Estaban estudiando el emblema del


Halcón, Jon lo analizó cuidadosamente y luego se lo pasó a Nick.

Jon levantó la vista brevemente, mostrando sus blancos dientes en una


sonrisa.

—Nah, apuesto a que ya le has enviado a Stella para que le lleve el


desayuno.

Mac apretó los dientes. Pillado.

Justo ahora su prisionera estaba siendo torturada, recibiendo golpes con el


látigo del mejor desayuno jamás cocinado en la historia de los desayunos.

Nick no levantó los ojos del Halcón.

—No sería eficiente. El matarla. Hasta que sepamos qué está pasando.

—Mierda. —Jon inclinó la cabeza mientras miraba fijamente a Nick—.


Más de diez palabras, Nick. De golpe. Creo que es un récord, ¿no, Mac?

Mac miró a Jon a los ojos durante un segundo. Nick solo había sido
miembro del equipo una semana cuando explotó la mierda. Se lo había
presentado Lucius (y, maldición, ahí estaba de nuevo ese dolor en el
corazón) como el sexto hombre después de que perdieran a Randy Higgins
en un salto HALO. Un fallo de paracaídas a tres mil metros de altura era
implacable.

Nick se había unido al equipo calladamente, haciendo exactamente lo que


se le pedían, eficientemente y bien, sin hablar más de una o dos palabras
cada vez. Ninguno de los compañeros del Equipo Fantasma tenía una vida
de la que pudiera o quisiera hablar, pero iban soltando pistas. El acento
sureño de Mike Pelton. El tonillo de chico surfista de Jon. El amor de Rolf
Lundquist por el esquí y el detallado conocimiento que tenía de las
Rocosas.

Pero Nick no. Bien podría haber brotado de un laboratorio si fuera por las
pistas que daba sobre su pasado.

—Que te jodan, Jon —dijo Nick de manera inexpresiva, y era tan inusual
en él que reaccionara, que Jon parpadeó y se calló.

Nick había estado analizando cada molécula del Halcón. Finalmente lo


colocó cuidadosamente sobre la mesa y levantó la vista, mirando a Jon a
los ojos, y luego a los de Mac.

—Es auténtico. Y es suyo.

Mac asintió. Él mismo había llegado a la misma conclusión.

—Seh, ¿y? —Finalmente Jon rompió el silencio. El chico surfista no se


llevaba bien con el silencio cuando estaban fuera de una operación.

Nick frunció el ceño. Ver una expresión en su oscuro rostro era incluso
más raro que las palabras.

Jon giró el emblema sobre su mano.


—Quiero decir que, si esto es auténtico, entonces… entonces ¿Lucius,
qué?¿Se lo dio a la mujer? En vez de estar vagueando en su villa en Capo
Verde o Bali, está en un laboratorio en Palo Alto con el culo pateado?
¿Suena eso a auténtico? ¿Es siquiera eso posible?

—Yo no le conocía tanto como vosotros dos. Nunca tuve oportunidad para
ello. Así que no lo sé, pero… —Tío, Nick estaba en racha. Un montón de
frases—. ¿Podría ser que nos hubiéramos equivocado con él?

—¿Quieres decir sobre lo de abandonarnos? —Preguntó Mac crudamente.

Nick asintió.

Mac y Jon intercambiaron miradas. Jon había estado tan devastado como
Mac. Igual que él, consideraba a Lucius un padre adoptivo y se había
tomado la traición muy mal. Nick simplemente se había hecho más
estoico, siendo la traición una mierda más en medio de un mundo
mierdoso. Pero a Mac y a Jon los había dejado hechos polvo.

—¿Mac? —Preguntó Jon—. ¿Crees que…

Mac sacudió la cabeza secamente. No lo sabía. La traición había sido algo


muy malo. Pensar en que Lucius también podría haber sido traicionado,
que podía estar en serio peligro…

—Depende de la mujer. —Nick parecía ser el único que podía pensar con
claridad sobre aquello. Se giró hacia Mac—. Una belleza como ella, creo
que deberías interrogarla más a fondo. —Y de nuevo, para maravilla de
Mac, Nick sonrió de oreja a oreja. Duró sólo un segundo y luego las
facciones de Nick volvieron a su habitual expresión pétrea, pero había
estado allí.

Jon siguió a partir de ahí.

—Seh, tío. Interrógala. Desde todos los ángulos, delanteros y traseros. —


Subió y bajó las cejas—. Un interrogatorio personal, ya sabes de lo que
hablo.

—Idiotas —gruñó Mac. Pero se le había hecho un nudo en el pecho


cuando pensó en ponerle las manos encima, maldición. Aquella masa de
cabello brillante, el gris plata de sus ojos y la expresión de vulnerabilidad
brotaron en su cabeza y algo se encendió en su cuerpo. Y también se
encendió en la frontera sureña. Mierda. Estaba empezando a ponerse duro
y tuvo que dominar aquello.

Se sorprendió mucho. Al fin y al cabo era un hombre concentrado, todo


negocio, todo el tiempo. El sexo tenía su lugar, un lugar muy estrecho,
normalmente del bar a la cama, máximo un par de horas. Luego de nuevo,
negocios.

Aquella mujer le estaba jodiendo la cabeza. Había pensado en ella toda la


noche, maldición, y no de manera estratégica. No. No concentrándose en
su historia, meditando en ella desde un punto de vista o desde otro,
buscando agujeros, lo que habría hecho con cualquier otro.

Se había pasado la noche entera mirando al techo, con los ojos abiertos,
recordando el subidón de calor que le había recorrido las venas cuando ella
le había tocado. Nunca había tomado drogas. Toda su infancia había
transcurrido entre gente que se colgaba de las drogas para huir de la
realidad. Tenía treinta y cuatro años y estaba seguro de que la mayoría de
la gente que conoció de crío estaba o muerta o deseando estarlo. Así que
no, las drogas no habían tenido ningún atractivo. No quería morir, quería
vivir, ferozmente. Siempre había sido así.

Pero uno de los críos le había explicado lo que un subidón de heroína le


hacía en el cuerpo. El niño alquilaba su culo cada noche para conseguirla y
se odiaba a sí mismo veintitrés horas de las veinticuatro que tiene el día.
La hora de heroína lo valía: valía la pena el dolor y la degradación. Valía
la pena ser tratado como un pedazo de carne. Valía la pena ser golpeado y
abusado cada noche. Decía que cuando entraba la droga en él desaparecían
todas las cosas malas y que era como estar en el cielo, si es que el cielo
existía.

Bueno, joder si aquella no era una buena explicación de lo que le había


pasado cuando la Dra. Catherine Young le había tocado. Un subidón. Un
subidón como ningún otro que hubiera sentido. Como tener su corazón
acariciado por suaves manos. Como si su mente hubiera sido invadida por
un ángel.

Le entraban ganas de bufar. Ángeles. No había ángeles en este mundo y no


había ningún otro mundo. Los ángeles no existían y nadie le había
acariciado el corazón. No es que tuviera, de todos modos.

Maldito fuera si comprendía lo que había pasado. Algo sí había pasado.


Algo grande y que daba miedo.

Ella se había sacado aquello de la nada. ¿Cómo lo había hecho? Tal vez
era como uno de esos magos de teatro que sacaban a un miembro del
público y le pedía pensar en un número y escribirlo. Siempre sospechaba
que aquello era pura actuación y que los miembros de la audiencia eran
parte de la actuación.

Pero lo que había dicho Catherine Young había sido, por espantoso que
fuera, la pura verdad. Le había leído. Lo había clavado, como a una
mariposa en un corcho.

Mac no estaba acostumbrado a que le vieran o le comprendieran. Estaba


acostumbrado a ser obedecido. Los hombres a su mando en los Ghost
Opps le conocían malditamente bien y así era como le gustaba. La única
persona que tenía una ligera percepción de cómo era su interior había sido
Lucius, y eso, ya le había hecho sentirse incómodo.

Incluso ahora, en el exilio, Nick, Jon y el resto de la pequeña comunidad


que parecían estar creando le conocían como un líder fuerte y duro sin
resquicios en su armadura, sin nada más que una superficie brillante,
grande y dura.

Que le hubieran calado tan bien… era aterrador. Incluso más aterrador era
que le hubiera gustado, durante aquel diminuto momento en el que ella lo
había tocado. Antes de que su cabeza hubiera captado lo que ella estaba
haciendo.

Había sido como un chute de heroína, y como cualquier adicto, ahora lo


ansiaba. Se había pasado la noche pensando en ello, pensando en ella.
Recordando aquel suave tacto, la oleada cálida extendiéndose en un
instante desde su mano por todo su cuerpo, chisporroteando por sus venas.

Cuando le había tocado ella había… brillado. Como si no fuera una


criatura de este mundo. Como si hubiera una lámpara de mil vatios en su
interior que hiciera que irradiara luz y calidez. En ese instante ella había
sido imposiblemente hermosa, la mujer más hermosa del mundo. Algún
tipo de hechicera de otro planeta, demasiado delicada y hermosa para este.

Aquello no había durado. Cuando rompió la conexión fue como si algo se


hubiera roto en el interior de ella. Aquella pálida luz ya no brillaba, se
puso cenicienta. Sombras bajo sus hermosos ojos. La nariz afilada y
pálida.

Aquello le había mantenido despierto, también, porque la princesa de las


hadas reluciente del Planeta Zog había sido una mujer fascinante pero
vulnerable, que había repartido polvo de hadas sobre él y había pagado un
precio que casi le rompe el corazón.

Había tenido que apretar los puños para evitar rodearla con sus brazos. Él,
Mac McEnroe, el tipo duro con pelotas de acero que había matado a sus
enemigos con sus propias manos sin parpadear, había estado a punto de
envolver con sus brazos a un enemigo potencial. Un ser completamente
desconocido, que de algún modo había encontrado su guarida. Alguien que
podría poner en peligro a su comunidad.

—De acuerdo —dijo, poniendo su cara de batalla, endureciendo su voz—.


Voy a ver qué más puedo sonsacarle.

Nick asintió brevemente, se giró y volvió a coger el Halcón.

Jon sonrió de oreja a oreja e hizo ruidos como de besuqueos.

Mac le hizo el pajarito y salió.

Capítulo 6


Oficinas Centrales de Arka Pharmaceuticals
San Francisco

La mañana siguiente a Lee le comenzó a latir con fuerza una vena en la


sien. Miró la ficha de asistencia de la doctora Catherine Young en las
instalaciones de Millon y vio que no había aparecido por segundo día
consecutivo.

Había enviado las secuencias de lo de África a tres científicos


investigadores en el laboratorio Millon de Palo Alto que eran parte del
protocolo completo. Aun así, no tenían toda la secuencia, por supuesto.
Todo lo que sabían era que estaban implicados en un proyecto de
investigación militar secreto más allá de sus deberes habituales. Y que
estaban ganando cien mil de los grandes más al año que con las
investigaciones habituales. No tenían ni idea de que Lee tenía otros planes,
lo cual era, por supuesto, perfecto.

El día que Lee desertara de vuelta a la madre patria con un programa


completo que convertiría al Ejército Rojo en la máquina militar más
grande de la historia, se marcharía dejando un cuerpo carbonizado en su
coche al fondo de un barranco que implicaría a los tres científicos en
cuestión.

¡Estaba tan malditamente cerca, y a la vez tan lejos! El desastre de Orion


en África iba a retrasarle meses. Su nueva vida bailando fuera de sus
dedos.

Marcó sobre una imagen holográfica de un candado con llave que estaba
en el monitor de su derecha. Inmediatamente se convirtió en la cabeza con
forma de bala de Baring.

—¿Señor?

—La doctora Catherine Young no ha ido a trabajar tampoco esta mañana.


Comprueba en los hospitales en un radio de ciento cincuenta kilómetros y
rastrea los informes policiales. Entra en su casa y mira si puedes encontrar
algo y asegúrate de que ella sepa que hemos estado. Infórmame en una
hora.

—Señor.

Lee tamborileó los dedos sobre el brillante tablero de madera de su


escritorio, apretó la mandíbula y se puso a pensar.

¿Qué le había pasado a Young? ¿Había sufrido un asalto? ¿Un accidente


de coche? ¿Estaba su cuerpo sin vida en una morgue? Eso sería muy
desafortunado, ya que ella parecía tener una habilidad casi perfecta para
entender el funcionamiento de todas las iteraciones del SL en la mente
humana y era capaz de hacer que una IRMf cantara. Si alguien podía
retocar la molécula, darle otra iteración, esa era la doctora Young.

Era la mejor de los mejores imaginando análisis en los que él jamás habría
pensado. A veces parecía como si ella pudiera mirar un IRMf y adivinar lo
que el paciente había tomado para desayunar. En sus manos, cada imagen
contenía tantísimos datos que estaban creando el mapa más completo del
cerebro humano en existencia.

¿Por qué no estaba trabajando? ¿La mujer que era todo trabajo y nada
diversión?

No tenía amigos entre sus colegas, y el chequeo de seguridad que su


personal había hecho no había revelado un gran número de amistades. De
hecho, ninguna amistad.

Parecía estar dedicada a su trabajo, llegando temprano y marchándose


tarde. No mostraba signos de interés en la política ni tampoco un interés
inusual por la compañía para la que trabajaba.

No, decidió Lee. No estaba cantando como un canario ante el FBI en ese
momento. Algo debía haberle sucedido. ¿Habría pasado la noche con
alguien y todavía estaba allí? No sabía por qué pero Lee lo dudaba. Parecía
que tuviera tan poco sexo como pocos amigos.

Eso había sido un punto más a su favor, según él.

Se arrepintió amargamente de no haberle puesto rastreadores a los coches


de sus mejores investigadores.

En cuanto Young apareciera, un transponedor de la compañía iba directo a


su coche, uno que no se apagaría cuando el coche estuviera apagado. O
mejor aún, Baring se colaría en su dormitorio, la anestesiaría y le
inyectaría pequeñas dosis de un isotopo radioactivo con una firma
específica para ella, quien jamás lo sabría, y así siempre sabrían por dónde
andaba.

Y cuando el SL-59 estuviera completo, testado y sin fallos, cuando hubiera


sido entregado al Ejército Popular de Liberación, Young estaría en la lista
de destrucción, junto con Clancy Flynn, sería la única que podría
reconocer lo que le había pasado a los soldados del EPL. Ambos debían
ser silenciados. La pérdida de un ex general fanfarrón y una mera mujer no
eran nada en comparación con el plan.

Catherine se inclinó sobre sus codos, fascinada.

—Venga, Stella. Dime la verdad. Gary Hopkins, ¿besa bien?

Dios, esa escena. El beso más famoso del mundo, una imagen icónica, en
el póster de El Cazador. Stella y Gary separados por enemigos y su único
punto de contacto eran los labios, sellados en un beso.

Catherine dejó su perfecta taza de café junto a los platos donde antes había
una perfecta pila de panqueques de arándanos y una perfecta tortilla de
queso hecha sólo de claras, y un bol que antes contenía un perfecto yogur
casero con una pizca de perfecta mermelada de fresa casera.
Era más comida de la que había sido capaz de consumir de una sentada en
más tiempo de lo que recordaba. Había comido cada delicioso bocado y
había dejado limpio el bol con yogur, haciendo un sonido embarazoso.

Era, sin la más mínima duda, el mejor desayuno que había comido en su
vida, y eso incluía los de Francia. Pero ahora que estaba llena, la
fascinación por la mujer sentada frente a ella la invadió.

Stella Cummings, una vez la actriz más famosa del mundo, que ganaba
veinte millones de dólares por película, cuyo rostro aparecía en miles de
revistas de cotilleo, que había sido una celebridad al menos desde que
había nacido hasta que de repente había desaparecido del ojo público.

Esa mujer había sido un icono de estilo, delgadísima e increíblemente


hermosa. Distante, intocable. Sin sonreír jamás, y bellísima en las fotos
sobre la alfombra roja o en las fotos de los tabloides. Una Greta Garbo del
siglo veintiuno, sólo que más delgada.

La Stella sentada frente a Catherine era una mujer de aspecto saludable,


que ya no era hermosa y que reía constantemente.

Su rostro había sido acuchillado salvajemente y luego unido


cuidadosamente por un maestro entre los cirujanos plásticos, pero nada
jamás le devolvería su belleza. Catherine se olvidó de las cicatrices a los
segundos de que Stella llamara a su puerta llevándole una bandeja con
comida de olor delicioso.

Stella le sonrió de oreja a oreja y puso los ojos en blanco,

—Gay, preciosa.

A Catherine se le salían los ojos de las cuencas.

—¿Que Gary Hopkins es gay?


—Ya te digo. Como Lawrence Rome. De hecho, los dos estuvieron
saliendo.

—Tío. —Catherine se reclinó en su asiento. Gary Hopkins, y en menor


grado Lawrence Rome, era el epítome de la masculinidad. De músculos
marcados y gesto enfurruñado. Gary en persona había salvado al Planeta
Tierra con su valor y habilidad con armamento imposible en Mortalmente
Malvado—. Eso da que pensar, ¿no? Aunque imagino que era demasiado
guapo para ser hetero.

Ambas se giraron hacia la puerta cuando esta se abrió con un susurro.

—Hablando de hombres guapos —dijo Stella cuando Mac entró.

Él la miró de reojo, pero Stella le contestó con una brillante sonrisa.

Catherine casi no podía moverse. En el instante en que Mac llenó el


umbral, se le paralizaron los músculos, el cuerpo se le quedó sin aire, las
palmas de las manos le empezaron a sudar. Aunque los músculos estaban
como desenchufados, por dentro era un hervidero de emociones que
apenas podía comprender o controlar.

Él la tenía fascinada.

Ese aire de super-macho era producto de largos y esbeltos músculos,


hombros fuera de lo común y enormes, manos capaces que parecían como
si pudieran partirle el cuello en dos a un hombre y luego reparar un tanque.
Hacía que Gary Hopkins pareciera un cocker spaniel.

Y luego estaba eso del puntillo de miedo. Le había tocado y había sentido
que él no planeaba matarla. Hoy. Pero su don no era estable, fiable, era
incompleto y sabía que en él había violencia. Violencia que podía usar con
la precisión de un cirujano, pero aun así.

Podría estar muy equivocada. La expresión de aquel rostro plano, feo pero
atractivo era estoica. Había peligro en cada una de las líneas de su gran
cuerpo y ella no tenía garantías de que dicho peligro no fuera dirigido a
ella.

Y además estaba lo de la atracción. La noche anterior había estado


exhausta, asustada a muerte, bajo el yugo de su compulsión. Pero ahora,
descansada y fresca, la repentina reaparición de Mac hacía que el corazón
le diera brincos en el pecho. Parte de ello era a causa del miedo y otra
parte era fascinación, pero una buena porción de todo ello era el puro y
clásico sexo de toda la vida.

Él la ponía a cien.

Le había pasado tan pocas veces que casi ni lo reconocía como algo que
fuera propio de ella. Todo lo relacionado con el sexo estaba tan
increíblemente cargado con problemas, un mar de problemas, que más o
menos se había rendido.

Pero su cuerpo no. Era como si su cuerpo hubiera estado tumbado


tranquilamente esperando a saltar ante algo que quisiera, y resultaba que lo
que quería su cuerpo era a Mac. La recorrió un escalofrío. Esto no era solo
algo inapropiado, como colarte por tu dentista casado o por tu banquero.
Esto era peligroso. Porque el hombre que había entrado, barrido la
habitación con el gesto fruncido y se había quedado quieto como una
fuerza inmóvil de la naturaleza, era aterrador.

Ella no tenía ni idea de sus antecedentes, pero parecía un soldado y no del


tipo ceremonial que se quedaba alrededor de uniforme con una larga y
brillante espada y que sabía cómo bramar un saludo. No, él parecía de las
fuerzas especiales. El tipo de chicos que llegaban a escondidas en la noche,
partían cuellos más que saludaban, para luego marcharse silenciosamente
antes de que supieras que estaban allí.

Él no se fiaba de ella. Aquello había quedado bien patente. Él desconfiaba,


no se creía su historia, medio sospechaba que había sido enviada para
espiarle.

Qué terrible broma le había jugado la biología con que este hombre
(enorme, peligroso, un hombre que no se fiaba de ella) fuera el hombre por
el que hubiera sentido una violenta atracción sexual.

Era algo explícito, además, lo que la aterrorizaba. No era una atracción


general, del tipo que sientes por un hombre guapo con el que te cruzas,
aunque Mac era de todo menos guapo.

Este hombre, este hombre en particular con músculos y ceño fruncido y


rostro con cicatrices, era el que la hacía reaccionar como si su cuerpo
hubiera estado esperando toda su vida por él y sólo por él.

El celebro le estaba diciendo a su cuerpo “olvídalo”, pero no funcionaba.

El corazón le latía con tanta fuerza que pensaba que le se le iba a partir una
costilla. No osaba a moverse, no osaba a hablar, porque entonces él sabría
que ella había empezado a temblar en el instante en el que él había
aparecido por la puerta.

Ay, Dios.

El calor aumentó entre sus muslos y estaba asombrada al sentir que la


vagina se le tensaba una vez, muy fuerte, justo como hacía en sus
infrecuentes orgasmos. El pecho estaba tenso, sí, pero sus senos estaban
hinchados, pesados. Lo más asombroso fue una sensación débil,
temblorosa, como si todo lo que él tuviera que hacer fuera tenderle una
mano y ella correría directa hacia él.

Aquello era lo más aterrorizante de todo. No podía echársele encima


porque él no la cogería.

De hecho, podría acabar disparándole.


Mac echó un vistazo hacia las ruinas de su desayuno y luego las miró
fijamente a ella y a Stella con una dura mirada. Le habló a Stella:

—¿Ya has acabado aquí?

—Sí, estoy bien, gracias Mac. Gracias por preguntar. —Stella inclinó la
cabeza hacia un lado y lo estudió—. Siempre es un placer estar cerca de un
hombre que cuida sus modales.

Los músculos de su mandíbula trabajaron tan fuerte que se le movieron las


sienes. Catherine apostaría lo que fuera que obligar a las articulaciones
temporomandibulares a trabajar tan duro debía de hacer daño a los dientes.
Aquel rostro pétreo no mostró ningún tipo de emoción. Catherine se fijó en
Stella, que parecía totalmente indiferente al humor que tuviera él.

—Stella —gruñó Mac.

—Mac —respondió ella, imitando exageradamente su gruñido. Para


Catherine aquello fue como irritar a un oso, pero Stella simplemente se
veía exasperada, no asustada.

Hubo algún tipo de empate. Catherine prácticamente podía ver las líneas
del macho y la hembra cruzándose. Sorprendentemente, ganó Stella.

Ella señaló la cafetera.

—¿Café? Todavía queda para una taza.

Él dudó, pero Stella se dirigió al armario y sacó una taza. Para asombro de
Catherine había una selección completa de tés, una pequeña pila y un
microondas dentro del armario. Si lo hubiera sabido se habría hecho ella
misma una taza de té la noche anterior.

Stella le sirvió a Mac una taza y se la pasó.


—Ahí tienes, negro sin azúcar. Igualito que tu corazón.

Mac puso la taza sobre la mesa con fuerza suficiente para que se vertieran
un par de gotas de café sobre el borde.

—Maldición, Stella…

—No, escúchame tú, Mac. ¿Te das cuenta que esta mujer…? —E hizo un
delicado gesto hacia Catherine, recordándole de nuevo que Stella había
sido una de las mejores actrices del mundo—. ¿Te das cuenta que había
pensado que era una prisionera la noche pasada?

Catherine hizo un sonido, atragantándose antes de poder bajarlo de la


garganta a la boca. Intentó disimular, convertirse en invisible. Stella se
giró hacia ella.

—¿O no? —exigió saber.

Mac la estaba mirando con los ojos entrecerrados, el rostro como una
piedra. Ay dios. Ella asintió, la garganta demasiado tensa para hablar. No
se le había ocurrido que no fuera una prisionera.

—Bueno, pues no lo eres —dijo Stella—. No me puedo creer que él te lo


hiciera pensar ni por un momento. Esta comunidad no hace prisioneros.

Sus ojos eran los mismos que habían ardido desde la pantalla. Abiertos, de
un azul pálido casi trasparente, todavía hermosos y expresivos a pesar de
la cicatriz que iba desde la ceja derecha hasta el borde de un marcado
pómulo, apenas esquivando el ojo. Aquellos ojos habían sido magníficos
en la pantalla pero eran todavía más potentes en la vida real.

—Ella no era una prisionera. ¿Verdad, Mac? Dile que no la has encerrado
bajo llave como un animal. Y si bloqueaste esa puerta, ya puedes olvidarte
de comer. Digamos, para siempre. Te podrás cocinar tus propias malditas
comidas de ahora en adelante.
Aquel huraño rostro se contrajo como si le doliera. Catherine lo
comprendía por completo. Ahora que había probado la comida de Stella,
que lo expulsaran de sus comidas era algo para temer de verdad.

—No estabas encerrada. —Las palabras sonaron forzadas. Como si le


doliera decirlo.

Catherine tembló. No había estado encerrada en la habitación… ¿no había


sido real? Miró a Mac fijamente. Él le devolvió la mirada.

—Ay, Jesús —dijo Stella, y descruzó las piernas de las patas de la silla y
se levantó. Marchó hacia la puerta y golpeó un punto a la derecha de la
puerta, a la mitad de la altura—. Hay una pequeña protuberancia. Apriétala
y la puerta se abre. Aprieta dos veces y se cierra. Ven y pruébalo.

Manteniendo un ojo en Mac, Catherine caminó hacia la puerta. Stella le


tomó la mano y apretó sus dedos a la pared. No era visible al ojo pero
estaba claro bajo los dedos. Una pequeña protuberancia redondeada. La
apretó y la puerta se deslizó para abrirse y aquel olor fresco a plantas llenó
la habitación.

—¿Ves? Nada de prisionera. —Stella era mucho más alta que Catherine y
miró por encima suyo hacia Mac—. No solo no es una prisionera, si no
que creo que encontró su camino hacia nosotros. Creo que es una de
nosotros.

Catherine no tenía ni idea de lo que Stella quería decir, pero Mac sí. Hizo
una mueca y sacudió la cabeza. Stella suspiró.

—Jesús, Mac, eres desesperante. Venga, llévate a nuestra invitada a ver


esto.

—De acuerdo. —Si apretaba más la mandíbula, la piel de sus mejillas se


rasgaría.
Stella se giró hacia Catherine.

—Te veo a la hora de la comida. Voy a hacer risotto de radicchio y tarta de


pera. Hago un risotto para morirse, no es por nada. Te gustará.

—Apuesto a que sí. Y para que conste, me encanta el risotto —dijo


Catherine fervientemente—. Ya le tengo ganas. —Observó con un punto
de incomodidad mientras Stella se marchaba. Mientras estuvo en la
habitación, había un cierto aire de… normalidad. Tres personas, hablando.

Con Stella desaparecida, Catherine se quedaba con aquella montaña de


hombre de rostro huraño que parecía sentir desagrado por ella y que aun
así la encendía tantísimo que no podía pensar con lógica.

Dios, qué combinación más miserable. La peor.

Estaba en aquella extraña edificación a su completa merced. La puerta


podría o no haber estado cerrada la noche anterior, pero el hecho era que
no se habría atrevido a salir de la habitación para deambular por ahí si no
hubiera estado cerrada. Incluso suponiendo que encontrara la manera de
salir, seguían estando en las montañas, lejos de cualquier ciudad. Si
hubiera intentado escapar, se habría congelado hasta morir.

Así que era prisionera de facto, aunque una increíblemente bien


alimentada.

La estaba mirando fijamente, sin pistas de lo que podía estar pasándole por
la cabeza, aunque no parecía que fuera nada bueno.

—Se supone que tengo que enseñarte esto —dijo, su voz un bajo
murmullo—. Así que vamos. —Dio un paso atrás y abrió una mano
gigante.

De a-cu-er-do.
Igual que si hubiera caído por el agujero de una madriguera de conejo.
Catherine dio un paso afuera, cruzando el pasillo e inclinándose sobre la
baranda.

Uau. Qué pedazo de madriguera, conducía directamente al País de las


Maravillas. Agarrándose fuerte de la baranda, miró.

La noche anterior había estado demasiado cansada y aterrorizada para


captarlo de verdad, pero ahora a plena luz lo que vio fue… una ciudad.
Algún tipo de ciudad subterránea, oculta del mundo, extendida ante ella.
Edificios entre medio del follaje frondoso, gente caminando con un
propósito sobre caminos de baldosas y piedras. Alguien barría las hojas,
alguien abría unas puertas, alguien preparaba dos mesas… ¡una cafetería!
Con seguridad, un hombre y una mujer se sentaron y un camarero llegó
para tomarles el pedido.

Más gente empezó a cruzar la zona de abajo, algunos siguiendo los


caminos y otros acortando distancia, como hacía la gente. Todos los que
miraban hacia arriba veían a Mac y le saludaban. Un par de hombres le
saludaron de manera irónica.

Ella miró a Mac, vio que iba asintiendo y comprendió que estaba de
verdad en una comunidad y que Mac era su rey. O al menos su líder.

Y sin importar lo intimidante que pareciera, nadie se asustaba. Los saludos


eran alegres e informales.

Más y más gente se iba congregando en las zonas comunitarias de abajo.


Algunos tenían trabajos específicos: barrer los caminos, llevar algo de aquí
para allá.

El cielo arriba era de un azul brillante. Si no lo hubiera visto la noche


anterior no se habría imaginado que lo estaba por encima era una enorme
cubierta de vidrio. Se habría pensado que la ciudad estaba abierta a los
elementos. Y lo que sabía era que la cubierta era completamente
trasparente.

—¿Dónde estamos? ¿Qué es esto? Si es una ciudad, es una de la que no he


oído hablar. Una ciudad cavada sobre la cima de una montaña. O más bien
en la cima de la montaña.

La mirada que él le dirigió era afilada. Ella se encogió de hombros.

—Hemos viajado hacia arriba. Eso es lo único que sé sobre dónde


estamos. Estoy sorprendida de no haber oído nada sobre este lugar.

—No te sorprendas. Lo diseñamos para que estuviera fuera del mapa y de


manera autosuficiente.

Catherine parpadeó.

—¿Autosuficiente? ¿Quieres decir que nadie sabe que estáis aquí? Pero…
—La cabeza le daba vueltas—. Quiero decir que las ciudades modernas
necesitan infraestructuras, conexiones a la red eléctrica, red de agua,
internet…

—Somos completamente autosuficientes. —La cara de Mac no revelaba


nada, pero ella pudo detectar una nota de orgullo—. Tenemos nuestra
propia electricidad. —Levantó la vista y, asombrada, Catherine también
miró—. ¿Esa cúpula? Parece trasparente pero no lo es. Es grafeno, uno de
los materiales más fuertes de la tierra, de una molécula de grosor. Hay
unos paneles solares diminutos integrados en la cúpula. Tenemos mucha
energía. Y agua. Tenemos nuestra propia infraestructura de internet y
nuestra propia provisión de alimentos.

—La comunidad al completo debe desear estar desconectada de todo.


¿Quiénes son?

Él se quedó de pie mirando fijamente hacia el enorme atrio, con los


músculos de su mandíbula trabajando. Parecía como si literalmente
estuviera masticando las palabras. Tres personas que cruzaban una zona
con césped levantaron la mirada y saludaron. Él asintió brevemente.

—¿Mac? —Catherine dudó, y luego colocó la mano suavemente sobre su


antebrazo. Éste estaba cubierto por su jersey de forro polar. Lo único que
sintió fue músculo duro y cálido. Y que a ella le recorrió un escalofrío.

Él se liberó y ella retiró la mano como si hubiera tocado una cocina


caliente. Lamentando su movimiento instintivo en cuanto lo hizo. A nadie
le gustaba que ella le “leyera”. ¿Por qué parecía incapaz de recordarlo?

—Lo siento —susurró.

Él se encogió de hombros. Apretó la baranda hasta que se le pusieron los


nudillos blancos y echó un vistazo a sus dominios.

Ella no tenía ni idea de dónde le venía aquella compulsión pero tenía que
saber más sobre aquel lugar. Un lugar del que nunca había oído hablar y
que casi no podía imaginar que existiera, aunque estaba mirándolo ahora
mismo. Un lugar fuera del espacio y del tiempo.

—¿Por qué queréis o necesitáis quedar fuera del radar? —Su voz ahora era
baja porque tenía la garganta tensa. Casi le dolía decir las palabras y si no
ardiera por la necesidad de saber, no habría hecho la pregunta.

Él se quedó mirando hacia abajo unos minutos. Otra persona miró arriba y
saludó. Los caminos de abajo estaban llenos de gente ocupada yendo y
viniendo. Muy pocas parejas. Ni un solo niño.

Él no hablaba, aunque a juzgar por el tamaño de los músculos de su


garganta, tenía las palabras justo ahí en su boca.

Ella tragó.
—Recuerda, Mac, que me vas a flasear como en los Hombres de Negro.
Lo que sea que me digas se perderá conmigo para siempre. Soy
neurocientífica y puedo decirte que la memoria después de que se le
administre Lethe se pierde físicamente, así como un millón de neuronas.
Así que no hay modo de que pudiera hablar, jamás.

Ella lo miró, hambrienta, feliz de que él no la estuviera mirando. También


el recuerdo de Mac McEnroe se perdería para siempre en ella. Jamás había
tenido una reacción física como aquella hacia ningún hombre en su vida
antes y era posible que no la sintiera nunca más. Incluso el recuerdo de su
cuerpo calentándose, los escalofríos de reconocimiento, peligro y deseo se
perderían para siempre.

—¿Mac? —Lo intentó de nuevo—. Parecía como si Stella quisiera que


hablaras conmigo. Dijo algo sobre que yo me uniera a la comunidad.
Imagino que se refería a la comunidad de aquí, ¿no?

Él cerró los ojos como si le doliera y respiró profundamente. Uau. Le


había dado a una fibra sensible, una dolorosa.

Bueno, pues claro.

Catherine Young no se integraba en las comunidades. Siempre la


rechazaban como si fuera un órgano ajeno. En su familia, en el pequeño
pueblo de Massachusetts donde creció, en la universidad y la escuela
superior, en su primer trabajo en Chicago. Para cuando llegó a su actual
trabajo ni siquiera se molestó en intentarlo. Simplemente iba a trabajar,
hacía su trabajo y regresaba a casa. Cualquier intento de unirse a grupos
fallaba inevitablemente.

Diferente, diferente. Ella era diferente.

No importaba. Había formulado las palabras en su cabeza pero no salieron


de su boca cuando él se giró completamente hacia ella, clavando sus ojos
en los suyos. Y para su completa vergüenza, que él la mirara tan
intensamente, le debilitó las rodillas. Tuvo que obligarlas conscientemente
a quedarse firmes.

Aquello era terrible. Su propio cuerpo estaba rebelándose contra ella,


volviéndola débil cuando debería ser fuerte. Mac saludó con la mano a la
escena de abajo. Vio que era un hombre mayor y que Mac le saludada y
que el hombre le devolvía el saludo felizmente.

—En su origen esto era una mina de plata. Se acabó el mineral y quedó
abandonada en los cincuenta. Yo lo sabía porque crecí en una serie de
casas de acogida por el valle. No eran del tipo de casas de acogida que
vigilaran demasiado a los niños. Lo único que tenían bajo vigilancia eran
las cuentas bancarias, para asegurarse de que el estado pagara a tiempo.
Cuando tenía catorce años, encontré una motocicleta abandonada en el
vertedero. Soy bueno con las manos. Arreglé unas partes, fabriqué otras.
Pasé los siguientes cuatro años explorando hasta que me uní a los
exploradores militares. Encontré este sitio. Cuando necesitamos un sitio
donde ocultarnos nos traje aquí.

¿Que necesitó un sitio donde ocultarse? Catherine no iba a tocar ese


asunto. Por supuesto que lo necesitó. Aquello era un sitio para ocultarse,
como el famoso agujero en la pared en el Salvaje Oeste. Un lugar donde si
podías encontrarlo, si llegabas hasta allí, estarías a salvo.

Miró a su alrededor y luego otra vez al hombre que la estaba mirando


fijamente.

—Hicisteis un gran trabajo. —Aquello era quedarse corta. Lo que estaba


viendo no era una mina abandonada. La habían convertido en una ciudad
de alta tecnología.

—Seh. —Una parte de su dura boca se levantó y a ella le costó un segundo


reconocerlo como una sonrisa. Una sonrisa sería lo más improbable que
fuera a hacer su rostro, algo que le sería completamente ajeno. Y aún y
así… y aún y así era una sonrisa agradable, por pequeña que fuera—. Nos
vimos obligados.

Él se detuvo, inclinó la cabeza a un lado y se dio unos golpecitos en la


oreja.

—Sip —dijo de repente—. Roger. Vamos ahora mismo. —Y le agarró del


codo y empezó a caminar, con expresión hosca una vez más.

El tiempo de sonreír se había acabado claramente. Y lo que fuera que


hubiera sucedido, la incluía. Alzó la mirada hacia él, buscando pistas. Su
rostro era tan duro, tan distante. Nada que pudiera leer ahí.

Catherine trotó para mantenerse a su ritmo, preguntándose si estaba yendo


a su perdición. Si era que sí, lo estaba haciendo a buena velocidad.

Caminaron por el pasillo hasta que llegaron a un ascensor de cristal. Bajó


en silencio tan rápidamente que era casi como volar, llevándoles hasta el
suelo del atrio.

Mac tomó uno de los caminos y Catherine le siguió. Era casi como meterse
en un bosque. Las plantas verdes eran más densas de lo que parecía desde
arriba, un follaje verde y espeso que no estaría fuera de lugar en el
Amazonas. El aire allí era más frío, el olor increíblemente fresco como si
estuvieran al descubierto en vez de en algún tipo de caverna de alta
tecnología.

No era sólo un parque de ciudad, un bonito hueco en un muro de edificios


como la mayoría de los parques de ciudad. Se sentía básico, no decorativo.
Útil, toda aquella belleza era un efecto secundario. Aquí y allá vio signos
de zonas cultivadas a pequeña escala. Un huerto de calabazas con redondas
calabazas naranjas del tamaño de una roca. Otra pequeña zona cultivada
con achicorias. Pasaron una arboleda de naranjos que olían divinamente,
atravesándolo tan apresuradamente que casi no tuvo tiempo de olerlo.

De nuevo, todos los que encontraron saludaron con la mano a Mac y


miraron con curiosidad como Catherine iba casi arrastrada. Las miradas no
eran hostiles en absoluto. Sólo curiosas. Un hombre vestido en ropas de
trabajo y un cinturón de herramientas intentó detener a Mac, que negó con
el dedo índice —más tarde— y lo pasó rápidamente.

Cruzaron un pasillo lateral donde Mac se detuvo de golpe frente a una


puerta blanca. Catherine estaba a punto de gritarle que se detuviera cuando
la puerta se abrió en el último segundo. Ella corrió tras él y la puerta se
cerró en cuanto ella cruzó el umbral.

Capítulo 7


Cuarteles generales de Arka Pharmaceuticals
San Francisco

—Sigue ausente, jefe. —Baring estaba informando desde fuera de la casa


de Catherine Young, una casita de una planta muy modesta no lejos del
acceso a la Universidad.

—Vídeo —respondió Lee y ante sí apareció un holograma. El exterior era


inocuo. Los precios de las casas eran extremadamente altos en aquella
zona y los profesionales jóvenes no podían permitirse mucho más que lo
que Catherine había alquilado—. Entrad.

Baring forzó la cerradura y entró.

Interesante.

El exterior era insulso, pero Young había convertido el interior de su casa


en una joya.

Muy interesante.

Lee siempre había pensado que Young era una investigadora excelente sin
nada más que aportar. Tenía a su equipo de seguridad chequeando las
finanzas de todos como modo de prevención, con especial interés en
ingresos o gastos inusuales. Las finanzas de Young jamás habían
despertado ninguna alerta, jamás. Su único ingreso era su salario y
ahorraba el diez por ciento de manera regular, el resto yendo a gastos
normales y el máximo permitido al 401-k de la compañía.

Young era su empleada más talentosa y menos interesante de todos. Nada


de novios, muy pocos contactos sociales, ningún vicio.

Quizás el interior de su casa podría ser considerado un vicio. Estaba


decorado en cada uno de sus centímetros. Lee se sentía impresionado y un
poco inquieto. Una vena artística oculta era algo fuera de lo esperado en
Young. Se habría sentido mejor si la casa hubiera sido tan inocua como lo
era ella. Como aparentaba ser.

El interior de su casa era una joya tal que se preguntó, inquieto, qué más
podría haberle ocultado Catherine Young.

—Jefe, tengo algo. —Baring y sus dos colegas habían revisado todas las
habitaciones sin encontrar nada. Ahora estaban en su dormitorio. Baring
estaba de pie junto a su cama. La diminuta pero poderosa videocámara
montada sobre su hombro mostró a Lee exactamente lo que estaba viendo
Baring.

Young tenía un gran edredón verde esmeralda muy decorado en su cama.


Junto al borde había una marca cuadrada, del tamaño y la forma de una
maleta de mano. Algunas ropas bien dobladas estaban también sobre el
edredón. Ropas que habían sido descartadas.

Young había empacado una bolsa para un viaje.

Varias posibilidades le cruzaron a Lee por la cabeza. Estaba casi seguro de


que no se había robado ninguna información del laboratorio porque tenían
colocadas unas medidas de seguridad extremas. No se permitía a ningún
investigador llevarse datos a casa. Eso no significaba que ella no hubiera
podido dar con algún modo de sacar información. Ahora se tendría que
enfrentar a un tedioso inventario de seguridad que interrumpiría el ritmo
de trabajo y ralentizaría su programación. Sin mencionar que su mejor
científica estaba desaparecida, tal vez vendiendo secretos a un tercer grupo
o al gobierno de los EEUU o a los iraníes.

Desde luego, era mujer muerta andante, pero primero tenían que
encontrarla.

—Quiero que recorráis su casa centímetro a centímetro y quiero


información sobre dónde se ha ido para cuando hayáis acabado. ¿Está
claro?
Baring asintió.

—Si. ¿Cuán cuidadosos debemos ser?

Lee pensó en todo el trabajo que Young le estaba causando en un


momento muy delicado del proyecto.

—Echad abajo el lugar si tenéis que hacerlo —contestó.

—Si, jefe. —Baring se dio la media vuelta.

Morrison estaba comprobando el portátil de ella, y Lee pudo oír un ruido


estruendoso desde lo que imaginaba que era la cocina y observó por un
momento mientras Baring empezaba a destrozar metódicamente todas las
superficies suaves del dormitorio. Cojines, almohadas, edredón, colchón.
Luego empezó a destrozar la cómoda.

Era de líneas hermosas, lo que los americanos llamaban mobiliario Shaker.


Lee era un hombre que apreciaba la simplicidad, la hermosura. Una pena.
Aun así, si había algo oculto allí, Baring lo encontraría.

Escuchó y observó un rato más.

—No regreséis aquí hasta que me podáis decir dónde está —le dijo a
Baring y apretó un botón.

El holograma desapareció.

Capítulo 8


Mount Blue

—Reporte de situación —rugió Mac, pidiendo una actualización de


situación, haciendo un alto. Catherine patinó hasta detenerse detrás de él,
jadeando, resistiendo el impulso de ponerse las manos en los muslos e
inclinarse hacia delante, jadeando en busca de aliento. Él no estaba
fatigado. Su voz baja y profunda contenía una nota de amenaza. —¿Qué
coño es tan urgente para que tenga que venir corriendo y traerla? —la
apuntó con un dedo.

Había dos hombres en la sala, una especie de paraíso de alta tecnología.


Había monitores por todas partes, la mayoría del fantástico y muy caro
tipo holográfico. Debía haber quince de ellos. Su organización prodigaba
dinero en este tipo de equipos y ni siquiera ella tenía esta clase de
ordenadores y de potentes monitores. Vio otros equipos, algunos los
reconoció, otros no. Debía haber material por valor de un millón de dólares
en la sala.

Los dos hombres estaban sentados en unos Ergonos transparentes, las


sillas de oficina más caras de la tierra. Ella había pedido una pero le había
sido denegada en la última ronda presupuestaria. Siempre había
contemplado comprar una para ella pero costaban más que su coche.

Aunque invisibles, estaban hechas de una clase de material que se


moldeaba a cada cuerpo que se sentaba en ellas, programadas para
proporcionar exactamente la clase correcta de apoyo precisamente donde
era necesario.

Los dos hombres parecían estar sentados en el aire pero no había nada
delicado en ellos. Uno era moreno, el otro rubio. Ambos se veían duros,
sin tonterías. El rubio estaba manipulando imágenes tan rápidamente que
apenas podía comprender lo que estaba viendo en ellas, apartándolas
rápidamente con golpes de sus dedos, como un artista tocando alguna
melodía secreta en un teclado.
Aunque había una imagen…entonces se había ido.

Ambos hombres se volvieron a mirarla y aquí, también, ella vio caras


pétreas. Completamente inexpresivas.

El moreno se puso de pie, se levantó de la Ergono. Le hizo señas con la


mano.

—Siéntese, doctora Young.

Levantó la vista alarmada. Él no era tan alto como Mac pero todavía era
mucho más alto que ella.

—Me temo que me tiene en desventaja, señor…

—Nick —su voz era baja. Abrupta—. Por favor siéntese. Tenemos algo
que mostrarle.

¿Mostrarle? Se sentó y casi gimió ante la absoluta comodidad de la silla.


Era importante no mirar abajo porque se veía a sí misma sentándose
ostensiblemente sobre el aire. Algunos se mareaban tanto que no podían
utilizar Ergonos.

—Aquí estamos —dijo Mac—. Ella está aquí. ¿Qué es lo que no podía
esperar?

—He montado un bot, jefe —dijo el rubio. Parecía un surfero asesino. Pelo
aclarado por el sol, una vistosa camiseta hawaiana con loros dorados y
palmeras de color verde ácido, y una pistolera al hombro—. En principio.
Solo un pequeño programa configurado para avisarme si algo interesante
sucede en el 27 de Sunset Lane en Palo Alto. Lo monté anoche.

Catherine jadeó.

—¡Esa es mi dirección!
—Sí, lo es —Mac hizo un gesto con la cabeza hacia el Chico Surfero—.
¿Y?

—Sí, bueno aquí la doctora Young no cree aparentemente en la seguridad


—el Chico Surfero entrecerró sus ojos verde-azulados y le lanzó una
mirada de desaprobación—. Ninguna cámara de vídeo, ni una sola. Y tu
cerradura es una mierda.

¡Ella estaba siendo criticada! Catherine tomó aire indignada.

—Primero de todo, la casa no es mía, es de alquiler, por lo que un sistema


de seguridad complicado sería un desperdicio de dinero. ¡Y esa cerradura
no es una mierda! ¡La cambié cuando me mudé! Y quiero que sepa que es
de tecnología punta.

El Chico Surfero miró a Mac.

—Una cerradura Stor.

Mac hizo un sonido de disgusto.

El Chico Surfero continuó.

—Así que a pesar de que la buena doctora vive confiando en el prójimo, es


bueno que sus vecinos no lo hagan. Hay cámaras de vídeo tanto en la casa
de enfrente como en la casa al otro lado del patio trasero. Las piratee y
enredé con los ajustes, por lo que tuvimos vistas frontales y posteriores e
instalé otro bot para enviar una señal si había movimiento en el número 27
y efectivamente, aquí está lo que he grabado hace diez minutos —golpeó
con dos dedos y apareció un holograma frente a ella.

Su inhalación brusca sonó fuerte en la habitación. Las imágenes eran


silenciosas pero elocuentes.

Un hombre calvo, no alto pero ancho de espaldas, vestido de negro guiaba


a otros dos hombres por el pequeño camino hasta la puerta delantera.
Llamaron una vez, dos. Esperaron.

—¿Los conoces?

—El hombre que llama a la puerta es Cal Baring. Es el jefe de seguridad


de Millon. He visto a los otros dos alrededor pero no se sus nombres.

Baring hacía las vidas de los investigadores casi imposibles con sus
continuas exigencias de seguridad. Todas las conversaciones telefónicas
internas eran grabadas, lo que hacía que la comunicación fuera corta y
forzada. El protocolo para entrar y salir de los laboratorios de
investigación era tan tedioso que nadie dejaba las instalaciones durante las
horas de trabajo.

Catherine había trabajado en Boston, el cual tenía un clima horrible


comparado con Palo Alto, pero los investigadores a menudo salían al
parque de la compañía para respirar aire fresco y para un descanso. No en
Millon. A veces se sentía como una prisionera.

Baring era un bruto sin sentido del humor.

Él movió la cabeza un poco a izquierda y a derecha, sus manos trabajaban


al nivel de las muñecas y…su puerta delantera se abrió. Para alguien que
no prestara atención, podría parecer como si hubiera abierto con una llave.

Baring y sus matones entraron, como Pedro por su casa.

—¡Hey! —se adelantó Catherine, pasó la mano por el holograma. Era tan
claro y perfecto que por un segundo había olvidado que estaba mirando
algo lejano.

No tenía ni idea de cuán lejos porque no tenía ni idea de dónde estaba.

—¡Vaya con el cerrojo de tecnología punta —dijo Nick y el rubio


chasqueó la lengua y sacudió la cabeza. Claramente ante su insensatez.

—Eso fue hace diez minutos —dijo el rubio—. Ahora me gustaría saber lo
que están haciendo dentro.

—Y a mí también —dijo Catherine acaloradamente—. Pero


desafortunadamente, si no me rodee con medidas de seguridad paranoica
en el exterior, seguro que no tengo un sistema de vigilancia dentro de mi
casa.

El Chico Surfero inclinó la cabeza.

—Hmm, no sé. ¿Cuál es su correo electrónico?

Ella miró al rubio.

—¿Qué?

—Su correo —repitió pacientemente—. Porque tengo un pequeño truco en


la manga. Pero tiene que ser con el correo personal, no el de la empresa.

—Ce-punto-young-punto-arroba-gmail-punto-com.

—¿Utiliza un ordenador de escritorio o un portátil en casa?

—Ambos, en realidad. Uno de sobremesa en la habitación de invitados que


es mi estudio y uno portátil en el dormitorio. No se nos permite llevar
nuestros portátiles del trabajo a casa. Por motivos de seguridad —estaba
que echaba humo al pensar en Baring violando esa regla mientras se movía
a sus anchas por su casa.

—Estupendo —el rubio estaba tecleando furiosamente—. Porque creo que


vamos a saber lo que están haciendo por toda la casa. Así que voy a hacer
mi magia, conectarlos y…¡voilà! —terminó con una nota de triunfo.
Era mágico, porque había dos hologramas, uno al lado del otro. Como una
película en 3D. Uno mostraba su dormitorio, desde el punto de vista de la
mesa donde estaba el portátil y el otro en el estudio, mirando desde el
monitor de su escritorio. Imágenes claras como el cristal de los tres
hombres, yendo de un lado al otro.

El Chico Surfero había conectado remotamente de alguna manera las


webcams de sus ordenadores sin activar las pantallas. Esto era piratería
informática realmente buena.

Sin embargo, no había sonido. Los hombres hacían su trabajo en completo


silencio.

No, espera.

—¡Despejado! —una voz sonó fuera de pantalla.

—¡Despejado! ¡Despejado! —otras dos voces se hicieron eco.

El hombre en su dormitorio estaba revisando su edredón, sus dedos


estaban resiguiendo algo.

—¿Qué está haciendo? —susurró ella.

—Algo que esté marcado. Está resiguiendo los bordes —dijo Mac
suavemente detrás de ella.

Ella giró la cabeza y le dirigió una mirada vacía. Esto estaba más allá de su
área de experiencia, parecía como si realmente hubiera caído por el
agujero del conejo.

Baring tocó alguna ropa que había dejado sobre la cama mientras
empacaba y saberlo le produjo una rápida nausea.

—Él —dijo tragando con dificultad—, sabe que preparé una bolsa.
—Bingo.

Baring inclinó la cabeza, sus ojos estaban desenfocados. No podía


imaginarse lo que estaba haciendo, entonces se dio cuenta de que estaba
escuchando un audífono.

—Sí, jefe —dijo y sacó un enorme cuchillo negro del que ella no se había
dado cuenta.

—¿Jefe? —se giró Nick hacia ella—. ¿Quién es su jefe? ¿Qué quiere
decir?

¿Qué está haciendo con ese cuchillo?

—¿Eh? Oh. Bueno, técnicamente James Longman que es el director


ejecutivo de nuestra compañía, es su jefe. Pero se ha ido a una conferencia
en Hong Kong. Por lo que no sé a quién está informando.

Baring sostuvo el cuchillo por el mango, con el filo hacia abajo. Levantó el
cuchillo sobre su cabeza, lo inclinó ligeramente y cortó una almohada en
su cama. Era un acto tan descabellado que Catherine solo pudo observarlo,
maldiciendo.

—A quienquiera que esté informando es un verdadero cabrón —dijo el


rubio con rabia en la voz—. Baring está recibiendo órdenes de destrozar tu
casa.

Lo hacía. Bajo la mirada horrorizada de Catherine, Baring y sus dos


hombres se dedicaron a destrozar sistemáticamente su casa. Eran muy
rápidos y minuciosos. Ella observó mientras el cuchillo negro acuchillaba
cada superficie suave de su habitación. En el estudio no había mucho
excepto una mesa de trabajo y una silla, pero los sonidos de vajilla rota y
madera astillada podían oírse provenientes de la cocina.

Y demasiado pronto, el sonido de madera astillada vino de su misma


habitación. Baring fue hacia los cajones de su cómoda Shaker y minuciosa
y sistemáticamente lo lanzó todo al suelo, entonces sacó todos los cajones
y los golpeó.

Ella jadeó. El cuchillo se levantó y cayó y pronto su preciosa cómoda


estuvo astillada. Él se puso en cuclillas y rápidamente repasó lo que
contenía.

Se levantó y se dirigió hacia el armario. La puerta le protegía de la vista


pero había sonidos de desgarro y en el aire flotaban trozos de tela.

Catherine no tenía muchas cosas. Era ahorradora y tenía gustos sencillos.


En el espacio de un cuarto de hora, mientras observaba, cada una de las
cosas que le pertenecía fue troceada, astillada o rota.

—¿Por qué están haciendo esto? —dijo ella finalmente, cuando pudo
formar palabras alrededor de su boca seca.

—Buscan algo —dijo Nick.

Ella se giró para mirarle.

—¿Buscan algo? ¿Qué buscan? ¿Qué podría tener yo que les interesara a
ellos? Ahí no hay nada valioso. Ciertamente nada que justifique una
búsqueda como esta.

—Están buscando un intel—dijo Mac detrás de ella.

Nick y el rubio asintieron sombríamente.

Un intel… el termino militar para información. Eso confirmaba el secreto


convencimiento que ella tenía que el paciente Nueve y esos hombres eran
ex-militares.

—¿En qué se basan? —su boca estaba entumecida. Era difícil articular las
palabras—. No hay nada que encontrar en mi casa.

—Eso no es lo que ellos creen —el rubio le lanzó una mirada asesina—.
Claramente piensan que hay algo allí. Algo que ellos quieren. Algo que
necesitan. Pero…parece como si después de todo no hubieran encontrado
lo que estaban buscando.

El frenesí destructivo estaba casi terminado. No, pensó ella. No había sido
un frenesí. Eso hubiera implicado emoción. Había sido completamente frío
y calculado.

Había sido una declaración de guerra.

Baring y sus dos hombres se detuvieron, conferenciaron en el páramo de


su dormitorio. Hablaban en tono bajo con las cabezas juntas. El micrófono
de su ordenador no podía recoger lo que estaban diciendo, pero su lenguaje
corporal era elocuente. Lo que quiera que estuvieran buscando, no lo
tenían.

Baring cerró su portátil y perdieron la señal. Hubo un primer plano de uno


de los gorilas jugueteando cerca de su ordenador y allí también
desapareció la imagen. Su ordenador tenía un mini disco duro cuántico que
era fácil de desconectar.

Fueron saliendo juntos desde su habitación hacia la sala de estar y salieron


por la puerta principal.

El Chico Surfero sacudió dos dedos y pocos segundos después la cámara


de vídeo sobre el dintel de la puerta los Frederickson mostró a los tres
hombres dirigiéndose rápidamente hacia un enorme y negro Compass y
alejándose. Baring llevaba su portátil y ella no tenía duda alguna de que
también tenía su disco duro.

Buena suerte con eso. Lo limpiaba cada noche, almacenándolo todo en la


nube, solo se podía acceder a la nube mediante un código encriptado
diseñado por ella misma.

Mac la hizo girar en la silla y por un segundo se mareó, girando en el aire.


Una completa metáfora de su vida. Nada bajo ella, nada sosteniéndola.

—¿Cuál es su opinión sobre esto, doctora?

Ella reflexionó detenidamente.

Todo había cambiado en un santiamén. Como una solución supersaturada


que cristalizaba instantáneamente.

Estos tres hombres fuertes que estaban en la habitación con ella, acababan
de convertirse en sus amigos y aliados. Eso esperaba. Tenía que quedarse
aquí si Baring estaba tras ella. No había otro lugar a donde pudiera ir,
porque si la estaban buscando, sin duda, la encontrarían. Ni siquiera sabía
remotamente que pasos seguir para desaparecer.

Esa destrucción fría y despiadada de su bonita casita, montada


cariñosamente pieza a pieza, había sido infinitamente más aterradora que
si unos locos gilipollas hubieran entrado en su casa con un pico.

Y de repente se le ocurrió que Baring estaba respaldado por una de las


mayores empresas del mundo, la compañía farmacéutica Arka. El jefe de
investigación de Arka, el doctor Charles Lee, a menudo se presentaba en
Millon.

Baring nunca pagaría por lo que había hecho. Sabía lo suficiente de cómo
funcionaba esto. Millon y Arka tenían rebaños enteros de abogados de
guardia para cosas como esta. En apuros y privada de dinero, las fuerzas
del orden locales no serían rivales.

—¿Cuál es mi opinión sobre esto? —sus hombros se elevaron y cayeron.


Lo hizo más para mover sus músculos que otra cosa, porque se sintió
paralizada por el miedo. Como alguna criatura atrapada en los faros, sabía
que el siguiente camión estaba llegando demasiado deprisa para escapar.
Sentía sus músculos rígidos y poco cooperativos y tuvo que luchar para
evitar curvarse sobre sí misma, replegarse, olvidando el resto del mundo
—. No tengo ni idea. Ninguna. No tengo ni idea de lo que estaban
buscando, excepto que no lo encontraron. Lo que quiere decir…

—Lo que quiere decir que volverán a buscar. Más intensamente, esta vez.
Y si pueden, la van a presionar en busca de respuestas. Y presionarán
fuerte. Esos no eran chicos buenos —la voz de Mac era implacable.

Ella se estremeció, recordando la fría y cruel expresión en la cara de


Baring.

—Sí, lo harán. Y no, no lo son.

—Nosotros somos los chicos buenos —dijo el rubito, señalándose el pecho


con el pulgar y luego a Nick—. Incluso el tipo grande de aquí, no importa
cuán siniestro se vea.

Mac miró por encima del hombro, solo moviendo los ojos. Sí, él se veía
siniestro. Ella esperaba haberlo interpretado correctamente. No tenía ni la
menor idea de cómo eran los otros dos hombres. Todo lo que tenía que
hacer era seguir sus instintos animales, el instintivo sistema de alarma de
bajo nivel que todas las mujeres razonablemente atractivas desarrollaban
en las zonas urbanas y ese sistema no estaba sonando.

—Y eso es una buena cosa, también —continuó el rubito—. Porque se ve


como de manual: no puede volver de nuevo a casa.

El hombre sombrío y tranquilo, Nick fue todavía más explícito.

—Si quiere recuperar su vida a corto plazo, será mejor que descubramos lo
que quieren.

—Aquí está a salvo —dijo Mac suavemente—. Aún no estoy demasiado


seguro de cómo ha llegado hasta aquí. Y como sabe, destruimos cualquier
vehículo que consiga entrar a menos de diez kilómetros de este lugar y
también destruimos su sistema de comunicación.

Ella estaba teniendo una reacción tardía. Sus manos empezaron a temblar
tan fuertemente que tuvo que ponerlas entre las rodillas porque aunque no
había vibraciones perturbadoras procedentes de cualquiera de los tres
hombres, las vibraciones peligrosas existían. Fueran peligrosos o no para
ella, claramente eran hombres duros, como soldados o policías, solo que
algo más. Más duros, menos amistosos.

Hablando de estar entre un lugar muy duro y una roca. Ellos debían creer
que era inofensiva. De otra manera la MIBecearian y la dejarían suelta
como a una mascota entrenada liberada en la selva. Se despertaría en algún
lugar sin el conocimiento de los dos o tres últimos días y sin idea de que
Cal Baring y sus gorilas estuvieran tratando de seguirle la pista.

Si ella les pedía que no le quitaran la memoria, levantaría sospechas como


ninguna otra cosa. Oh Dios. Pensar en despertarse en alguna habitación de
hotel sin recuerdos, sin manera de defenderse…

Una ola de frío se elevó dentro de ella y se estremeció, acurrucándose


sobre sí misma. Era casi imposible respirar, su pecho solo podía emitir un
áspero jadeo desigual. Manchas bailaban delante de sus ojos.

Una mano enorme y fuerte aterrizó en su cuello, presionó hacia abajo hasta
que su cabeza casi se encontró con sus rodillas.

—Respire —le ordenó una voz profunda desde algún lugar sobre ella.
Sonaba como si llegara desde el techo. Ella jadeó. La mano apretó
suavemente—. Respire —la voz ordenó de nuevo.

Lo hizo. Primero una respiración profunda, después otra. Algo se aligeró


dentro de su pecho, su corazón pasó de tratar de abrirse camino fuera de su
caja torácica a un sordo pero rítmico y rápido latido.

—¿Está bien? —preguntó Mac.

—Nunca he estado mejor —inmediatamente, jadeó avergonzada de sí


misma. Una vida entera de esconder sus emociones de los demás y ahora
estos tres hombres estaban viendo su pánico al desnudo, su humillante
miedo y no había nada que pudiera hacer. Control, el control férreo que
había pasado toda una vida perfeccionando la eludía, simplemente había
desaparecido.

La enorme y pesada mano sobre su cuello apretó un poco, no


dolorosamente. Entonces la mano se levantó y, extrañamente, la echó de
menos. Solo cuando la mano se apartó, se dio cuenta que de que podía
haber leído a Mac mientras tenía la mano sobre su cuello, pero no lo hizo.
No le había leído en absoluto. No tenía pistas de donde estaban sus
emociones. Todo lo que sabía era el efecto que tenía él sobre ella.

La puerta zumbó al abrirse y un hombre entró corriendo, pálido, delgado y


calvo. Tenía ojos enloquecidos.

—¡Mac! No puedo encontrar a Pat o a Salvatore. ¡Necesitamos ayuda en la


enfermería, rápido! ¿Dónde están, lo sabes?

Los tres hombres se levantaron. Mac frunció el ceño.

—Abajo en Silver Springs.

El hombre pálido levantó una finísima pieza de plástico.

—Pat no contesta y tampoco Salvatore. ¿Cómo pueden no contestar?

—Mierda —dijo el rubito, pasándose una mano por el pelo—. Pat me dijo
que estaba negociando por una nueva máquina de imágenes que todavía no
estaba en el mercado. Ella fue… —una mirada de soslayo hacia Catherine
y cerró la boca apretadamente. Lo que fuera que iba a decir, no lo haría
frente a ella.

Una fina capa de sudor cubrió la pálida cara del hombre.

—Se supone que no tienen que estar fuera a la vez. ¿Y por qué no
contestan al teléfono?

Mac se levantó. Estaba más cerca de ella así que Catherine tuvo que estirar
el cuello para observar su cara. Lanzó una mirada hacia ella y respondió
sin la vacilación del rubito. Tal vez confiaba más en ella. O tal vez sus
recuerdos fueran a ser borrados y no recordaría ni una palabra de esto.

—Pat y Salvatore me dijeron que el nuevo equipo está guardado en un


cobertizo protegido porque lo que venden algunas de las compañías
médicas contiene isótopos radiactivos. Por lo que no estarían localizables
—miró hacia su enorme reloj de pulsera negro y frunció el ceño. Incluso
bajo la luz del techo, nada en el reloj de pulsera reflejaba la luz
—.Deberían haber regresado ya.

—Joder —los labios del hombre pálido se arrugaron. El sudor ahora corría
por su cara como riachuelos aunque hacía fresco en la sala—. ¿Qué coño
vamos a hacer?

Mac miró al hombre pálido con el ceño fruncido.

—Tengo entrenamiento médico, Sam. Lo sabes. ¿Qué pasa?

—Podrás estar entrenado como médico, Mac —respondió Sam—, pero no


creo que tu entrenamiento cubra esto. Es Bridget y está a punto de tener a
su bebé. En cualquier momento. ¿Sabes qué hacer?

No había absolutamente nada remotamente gracioso en la situación de


Catherine. Estaba atrapada entre hombres posiblemente hostiles, otra
banda de hombres definitivamente hostiles había destrozado su
apartamento y la estaban buscando.

Pero por un fugaz segundo casi se echó a reír a carcajadas ante la cara de
Mac.

Él había sido entrenado para balas y huesos rotos pero el parto le tenía
aterrorizado.

¿Parto?

Mierda, mierda, mierda.

Bridget era la mujer de Bobby “Red” Gibson, el chico arreglalotodo de la


comunidad. Red podía reparar un cohete en su viaje a la luna. Mantenía su
comunidad en marcha y Bridget ayudaba a Stella con la cocina.

Bridget había sido llevada a los Estados Unidos desde Irlanda con la
promesa de un contrato como niñera de una familia muy rica de la costa
oeste y había acabado siendo poco más que una esclava. Una sobre la que,
además, el marido de la familia tenía los ojos puestos.

Ella se enamoró del manitas de la finca, Red. Cuando Red oyó sus gritos
mientras ella se resistía a la violación, corrió a su rescate y golpeó al
industrial en la boca. El industrial tenía vínculos con la mafia. Red y
Bridget huyeron con lo puesto.

Hicieron su viaje hacia Haven de la forma en que todos los demás lo


hacían mediante una especie de silbato para perros enviado solo a aquellos
que son capaces de oírlo. Ambos eran pilares en su pequeña comunidad y
todo el mundo estaba esperando el nacimiento del bebé de Bridget, el
primero en Haven.

Era como si todo el mundo estuviera esperando a aquel condenado bebé,


no solo Bridget.
Todos ellos eran, en un grado u otro, fuera de la ley y marginados.
Exiliados en su propia tierra. Aquí habían hecho una especie de país por su
cuenta y ahora el primer ciudadano estaba a punto de nacer. La idea hacia
incluso sonreír a Nick. Ocasionalmente.

Ahora este bebé que todo el mundo estaba esperando, que se suponía que
iba a nacer en un mes, estaba llegando, justo cuando los dos enfermeros
que llevaban la enfermería estaban lejos.

Sam, Nick y Jon estaban mirándole. Él era su maldito líder, ¿no? Entonces
¿Por qué no le deberían mirar? Excepto…joder.

Parto.

Mac sabía cómo manejar la mayoría de las situaciones. Su entrenamiento


médico había sido completo. Era bueno con las heridas, había tratado
muchas en el campo de batalla. Apretar una herida sangrante, abrir una vía
intravenosa, bien. ¿Pero un parto prematuro? No mucho.

Por primera vez en la vida estaba paralizado por la indecisión. Con


cualquier otra situación hubiera dicho de aguantar hasta que Pat regresara
pero incluso él sabía que los bebés no esperaban a nadie. Llegaban con su
propio maldito horario. Y un mes antes. ¿Qué demonios significaba eso?
¿Necesitarían una incubadora? Porque ellos, seguro que no tenían una.

¿Qué demonios se suponía que iba a hacer? No tenía pistas y no quería


cagarla. Estaba esperando este nacimiento tanto como todos los demás.
Estaría maldito si perdía al bebé o a la madre.

—Puedo ayudar —todos se giraron ante las suaves palabras. Catherine se


retorció las manos—. No practico la medicina, soy investigadora, pero soy
doctora. E hice rotaciones por ginecología y obstetricia durante tres meses.
Quiero ayudar.

—Absolutamente no —Jesús. No tenían ni idea de quién era esta mujer.


Como les había encontrado. No podía enviarla a la enfermería y exponer
incluso más de sus secretos.

Y luego estaba la cuestión del extraño efecto que tenía en él. Era
demasiado bella para su propio bien. Ciertamente para el propio bien de él.
Todo sobre ella le ponía nervioso, inquieto. De ninguna manera ella…

—Fantástico —espetó Sam. Le cogió la mano y empezó a correr.

Capítulo 9

Correo electrónico desde la Sección de Proyectos Especiales

Ministerio de Ciencia y Tecnología, Beijing

Operación Guerrero

Doctor Lee,

Hemos seguido con muchísima decepción el último experimento. La


República Popular está negociando con el gobierno de Burundian el acceso
a sus depósitos de iridio. El ejército rebelde está activo en la zona de
máxima concentración de depósitos de iridio. Esperábamos poner en
práctica la Operación Guerrero muy pronto. El fracaso del SL-58 significa
un retraso de, por lo menos, otros seis meses.

Mientras tanto, el doctor Huang Wu del ministerio ha pedido fondos para


armamento a gran escala incluyendo ondas sónicas que se ha demostrado
inutilizan a los humanos en experimentos llevados a cabo en prisioneros de
Haerbin. Los fondos han sido garantizados. Se ha decidido a altos niveles
del gobierno que el Ejército Rojo puede ejercer su protocolo de
capacidades mejoradas o un protocolo de armamento mejorado. La
decisión se tomará en seis meses tras lo cual, sin importar sus resultados,
no encontrará una infraestructura lista en las fuerzas armadas para llevar a
cabo su proyecto.

No nos decepcione ni al ministerio ni a mí. La República Popular se


mueve inexorablemente hacia su destino.
Ministro Zhang Wei


Email de Chao Yu

El ministro está verdaderamente enfadado. Haz algo rápido.

Lee miraba fijamente la pantalla mucho tiempo después de haber


comprendido la información. Comprendido pero no asimilado. Se había
entrenado desde la infancia para controlar sus emociones pero algo se
removió profundo en su interior, algo que podía no ser reprimido al
instante como improductivo.

La cólera.

La cólera no era productiva pero era lo que sentía tras las barreras que
había erigido entre el mundo y él.

Ondas sónicas.

Sentado, mirando al frente, sintiendo las oleadas calientes de vergüenza e


ira pulsando en él. Las ondas sónicas eran juguetes. Armas salidas de los
cómics de ciencia ficción de los años treinta. Mecánico, sin interés. Una
vez se usaban las armas una o dos veces, el enemigo podía fácilmente
encontrar el modo de bloquear los sonidos y las vibraciones y el Ejército
Popular estaría igual de expuesto que antes.

Era impensable que el ministro no lo hubiera comprendido. Un niño podría


entenderlo. No, el único modo posible para igualar el poder del ELP era
convertir a cada soldado tan eficaz como si fueran diez.

No lo haría la mecánica ni la electrónica, sino algo de carne y hueso.

Sentado, congelado, durante más de una hora, impregnándose de injusticia.

Lo estaba arriesgando todo —su carrera, incluso su vida— para desarrollar


lo último en armas para su patria. Y ellos lo trataban como un lacayo. Él
iba a convertir a China en el líder dominante del mundo durante los
próximos mil años y ¿así era como lo trataban?

El ministro lamentaría este día. Lee lo vería personalmente.

Mientras tanto, tenía otro protocolo para utilizar con el comandante y los
demás. Luego el comandante sería recolectado y su cerebro examinado al
detalle molecular. Saldría mucha información de aquello.

Eso calmó un poco la tirantez en su pecho. El comandante había


demostrado ser el más retractable de los sujetos examinados, en un factor
de diez, y aun así los experimentos sobre él arrojaban unos datos
extraordinarios, a pesar de la resistencia del hombre.

Lee consideraba una señal de su superior imparcialidad científica que


todavía no hubiera hecho ejecutar al hombre. Era un científico, no un
mortal que exigiera venganza a coste del progreso científico.

Pero… pronto el cultivo de las células cerebrales del comandante Ward


sería más útiles que el latido de su corazón.

Y Lee anhelaba ese día.


Mount Blue

—Empuja. Empuja ahora. Ya casi estamos. —Catherine mantuvo la voz


baja y tranquila pero una ráfaga de excitación le zumbaba en las venas. ¡El
bebé estaba llegando! Después de cuatro intensas, y a veces espantosas
horas, el bebé estaba llegando.

Al llegar al hospital había visto a dos aterrorizados futuros padres


perdidos, asustados y excitados en igual medida.

Había habido algo de hemorragia pero la había detenido. Hasta ahora,


había sido un alumbramiento sano y fácil. Los padres habían estado
aterrorizados porque los enfermeros en las que habían confiado para el
nacimiento del bebé no estaban allí. La única persona que estaba era una
extraña en la que su líder no confiaba.

El lenguaje corporal de Mac había sido claro en aquel aspecto. Rara vez le
quitaba los ojos de encima y siempre estaba a un brazo de distancia. Sin
embargo, para alguien tan alto, logró no interponerse jamás en su camino.
Él estaba sencillamente… allí. Como un enorme perro guardián.

No se entrometió pero tampoco se quedó por ahí como un bulto de


protoplasma como hubieran hecho la mayoría de los hombres. Tenía que
concedérselo. De hecho, ayudó, tendiéndole aquellos instrumentos cuyo
nombre conocía, manteniéndose cerca de ella sin dificultarle de ningún
modo los movimientos.

La mujer, Bridget, había estado de parto durante dos horas antes de que
ellos llamaran a Catherine pero apenas estaba dilatada. El cuello uterino
estaba casi borrado y las contracciones llegaban cada veinte minutos
cuando Catherine entró en la sala. Pronto empezaron a ser más fuertes y
más seguidas. A Bridget le costó tres horas dilatar siete centímetros,
jadeando, resoplando y aferrándose a la mano de su marido.
Catherine se movía con cuidado, asegurándose que sus movimientos
fueran calmados y tranquilos. No era difícil. Desde algún lugar remoto de
su interior llegó una vasta convicción, una tranquilidad que jamás había
sentido durante sus estudios de medicina o en las prácticas. La facultad de
medicina había tenido escenarios de capacitación y las prácticas fueron en
su mayor parte observación. Esto no era un escenario de capacitación u
observación, esto era algo real.

Bridget la necesitaba.

Cuando ella entró en el hospital, la primera cosa que Catherine hizo fue
cogerle la mano a Bridget y decirle que estaba aquí para ayudarla. Un
maremoto de emociones la había inundado, y por primera vez en su vida
no dolió. Bridget estaba asustada y excitada, enamorada de su niño y del
padre, que le sujetaba la otra mano.

Nada de espirales oscuras, ni odio oculto ni agresividad en espera como


trozos de alambre con púas para engancharse y hacer daño a Catherine. No
había nada allí que doliera en absoluto, nada por lo que retroceder, solo el
brillo de los colores del amor y el miedo de Bridget, el eco del amor de su
marido por ella y el de su hijo nonato, y en el meollo de todo aquello, una
luz brillante y resplandeciente que era el bebé esforzándose por nacer.

—Bridget, ya estamos cerca—murmuró Catherine y la mujer se apartó con


un soplo mechones de cabello empapado de sudor de los ojos. Catherine
lanzó un vistazo a Mac. Un momento después, le pusieron una esponja
empapada con agua fría a Red en la mano y empezó a limpiarle el sudor
del rostro y el cuello a Bridget—. Muy cerca.

Ya era el momento. Bridget estaba casi dilatada del todo. Debajo de sus
manos, Catherine podía notar una vasta fuerza reuniéndose, algo más
grande que Bridget, algo que conectaba con la tierra y transitaba a través
de una pequeña mujer y una diminuta y poderosa fuente de luz dentro de
su vientre.
El poder arremolinándose y pulsando.

El corazón monitorizado del feto mostraba el diminuto latido


perfectamente, y cuando Catherine encendió los altavoces allí estaba, unos
saludables ciento cuarenta latidos por minuto. Como si el corazón del bebé
estuviera latiendo rápido por la emoción de venir al mundo.

El marido de Bridget, Red, no le soltó la mano ni una sola vez, ni siquiera


cuando ella lo insultaba o le gritaba prometiéndole que nada de sexo
durante el resto de sus vidas. Jamás. Ni siquiera había parpadeado, solo le
sujetaba la mano con fuerza y respiraba con ella.

Tocar a Bridget… caray.

Catherine estaba casi abrumada por las emociones de la mujer. Alegría.


Dolor. Amor. Excitación. Miedo. Pero sobre todo, amor. Amor por el niño
que estaba naciendo y por el hombre cuya mano estaba sujetando como si
fuera una cuerda salvavidas y a quien insultaba con cada palabra que le
salía de la boca.

Y tras todo aquello, el eco más tenue de algo más. Otro grupo de
emociones. Casi… otra alma. Como un ángel suspendido en el aire, como
un sol propagando luz y calidez. Firme y seguro.

De pronto, el vientre de Bridget se tensó y ella gimió a través de los


dientes apretados. Estrechó la mano de Red con tanta fuerza que los
nudillos se pusieron blancos.

Entre las piernas de Bridget, Catherine vio una mata de cabello rojo
oscuro. ¡El bebé! Todo pensamiento huyó de su mente cuando se
concentró en traer una nueva vida al mundo. Sabía lo que estaba haciendo.
Los profesores de obstetricia y ginecología habían sido concienzudos y
estrictos. Pero más que el conocimiento científico de cómo nacían los
bebés, estaba imbuida con alguna sustancia mágica que la dirigía en el
proceso como si hubiera nacido para ello. Algo que le estabilizaba las
manos, el corazón y la voz. Como si estuviera conectada a alguna base de
conocimiento arcano comunicado con la misma tierra.

Sus manos se movían por decisión propia, rápidas y seguras. Bridget


estaba jadeando ahora, las contracciones llegaban más y más rápido, cada
una siguiendo de cerca a la otra. Su rostro estaba ferozmente contraído por
la concentración. Los ojos de Red jamás abandonaron su rostro. Todo el
cuerpo de Bridget se esforzaba, presa de alguna fuerza externa abriéndose
camino a través de ella.

—Lo estás haciendo bien, Bridget. Así es, el bebé está coronando, unos
pocos empujones más y habremos acabado, tendrás un bonito bebé para
amar, solo un poco más, está bien, concéntrate en la respiración, excelente,
estás siendo muy valiente, eso es… —Catherine era apenas consciente de
lo que estaba diciendo, solo sabía que mientras hablaba, mientras tocaba
los muslos y el vientre de Bridget, el miedo de Bridget disminuía, como si
cada palabra que Catherine decía se llevara algo del miedo y el dolor.

Podía notar el efecto de sus palabras, el efecto de su presencia, sentir como


la tranquilidad de Bridget era porque ella estaba aquí. Una fuerza estaba
siendo tendida en ambos sentidos, el poder surgiendo entre ellas.

La clínica estaba magníficamente bien equipada. Alguien que sabía lo que


se hacía, alguien con un montón de dinero para gastar, había comprado
todo lo que podría ser necesario. Si era necesaria una cirugía a corazón
abierto o una cirugía cerebral seguramente irías a otra parte, pero por lo
demás, la clínica tenía lo necesario, incluyendo tijeras de episiotomía.

Hizo un diminuto y controlado corte para ayudar a Bridget. Tenían Derma-


Glue, el cual eliminaba los puntos que a menudo conllevaban infecciones
tras el nacimiento del bebé. Era un milagro que estaba salvando vidas en
los pocos hospitales en los que estaba disponible. Esta pequeña clínica
proscrita parecía tener un suministro ilimitado.
Bridget, con la cara roja, trataba de controlar sus jadeos, la cara retorcida
mientras se le tensaba el vientre de nuevo.

—Cuánto. Más. —Resoplaba entre contracciones.

Catherine le sonrió.

—No mucho más. ¿Sabes lo que estás esperando?

Red contestó.

—No. Queríamos la sorpresa.

Otra enorme contracción. Catherine podía oír a Bridget apretando los


dientes. Otro centímetro de dilatación. Un poquito más y el bebé saldría.

La habitación estaba fría, como deberían estar las clínicas, pero Catherine
estaba sudando. Intentó limpiarse el sudor de la frente con la manga pero
era difícil. Apareció un pañuelo y le limpió el rostro.

Sobresaltada, alzó la mirada hacia Mac. Tenía el rostro adusto, como


siempre. Pero el gesto había sido amable.

—Gracias —susurró ella. Él asintió, retrocediendo ligeramente. Allí pero


sin estar demasiado cerca.

Bridget soltó un grito contenido y Catherine se concentró en la nueva vida


saliendo de la mujer. En unos pocos minutos de sangre sudor y lágrimas,
un milagro sucedió y una niñita con una pelusa rojo intenso cubriéndole la
cabeza se deslizó en sus brazos expectantes y empezó a berrear.

Y el mundo se detuvo. Simplemente se detuvo.

Catherine bajó la mirada hacia el pequeño rostro rojo, los ojos arrugados
cerrados, la boca abierta, y sintió el cuerpo entero bañado por la luz. Pura
luz dorada atravesándola. Esta pequeña era esperanza, dicha e inocencia.
Era la luz en la oscuridad, la dicha en la pena, la esperanza en la
desesperación.

No había precedentes en su vida para lo que Catherine estaba sintiendo,


sujetando a la diminuta bebé en sus brazos.

Estaba conectada a la tierra, al sol, a cada ser humano que había andado
alguna vez por la tierra. Todas las esperanzas y sueños, todo humano
pudiera ser, estaban contenidos en esta diminuta y pequeña criatura.

—Hola —susurró Catherine, deslumbrada más allá de lo soportable. Tenía


las mejillas húmedas y la visión borrosa, pero no se había dado cuenta que
estaba llorando hasta que de nuevo apareció ese pañuelo.

No había en ella pensamientos de dónde procedía ese pañuelo, ni quién le


secaba el rostro. Del hecho que estaba en una localización oculta. Tal vez
le quedaran días —horas— de vida. El hombre detrás de ella era poderoso
de múltiples formas. Física y mentalmente. Estaba armado, era peligroso y
eso ni siquiera se le cruzó por la mente hasta más tarde porque ahora
mismo estaba sujetando en sus brazos todo lo bueno y verdadero en el
mundo.

Red se inclinó hacia delante y besó a Bridget, y aquel pequeño acto rompió
su ensimismamiento.

—¿Qué es? —preguntó Bridget, con los ojos medio cerrados. Debía estar
exhausta, pero tenía una sonrisa de ensueño en el rostro.

—Una niña. Una pequeña pelirroja bonita y saludable. Diez sobre la escala
Apgar. De hecho, seguramente quince en una escala del uno al diez. —
Catherine se rio de pura dicha—. ¿Cómo vais a llamarla?

—Mac —dijeron a la vez Bridget y Red. El grandullón tras ella hizo un


ruido grave con la garganta.
—Mac —Catherine se aclaró la voz discretamente—. Eso es, esto… un
nombre original. Para una niña.

Bridget encontró los ojos de Red y habló:

—Habría sido Mac aunque fuera un marciano de tres cabezas. Le debemos


nuestras vidas a Mac. No había duda de cómo llamar a nuestro bebé. —La
oscuridad cruzó sus rasgos cansados—. No es que su nacimiento vaya a
ser oficialmente registrado alguna vez.

Oh. Si el nacimiento de la pequeña no iba a ser registrado eso


significaba… eso significaba que ellos estaban huyendo. Un secreto más
para esconder en su lugar secreto. Pero los secretos no importaban ahora
mismo. Lo que importaba era la diminuta criatura en sus brazos.

Catherine se acercó a la pileta y con cuidado lavó a la bebé. Mac. Era


realmente difícil pensar en ella con el nombre del enorme guerrero oscuro
de la habitación. Envolvió a Mac con otra sabana limpia y se acercó a
Bridget, que estaba incorporándose con la mano de Red sosteniéndole la
espalda, y colocó a Mac en sus brazos.

Ella no necesitaba tocar a nadie para comprender las emociones entre las
dos. Casi podías ver las ondas de amor yendo de madre a hija.

En silencio, Catherine se deshizo de la placenta y limpió la zona del


alumbramiento.

—Intenta ponerte a… Mac, en el pecho —le sugirió en voz baja. El bebé


podía esperar pero Bridget no. Catherine no entendía qué estaba
sucediendo, pero parecía como si este bebé fuera claramente deseado,
habían tenido un niño en circunstancias difíciles, tal vez peligrosas.
Amamantar a su hija aseguraría a Bridget que el sacrificio merecía la pena.
Contacto de piel con piel, no había nada como eso—. Los bebés deben
amamantarse tan pronto como sea posible tras el nacimiento.
Catherine alargó la mano y con delicadeza guio la cabecita de Mac hacia el
seno de Bridget. En su período en Obstetricia y Ginecología había oído a
una enfermera describir como un recién nacido gateaba por el abdomen de
su madre hacia el pecho y se prendía por sí solo al encontrar el pezón con
un pequeño suspiro de alivio.

Mac abrió su boquita de pimpollo y se pegó al pezón de su madre. Chupó


con satisfacción, manos diminutas amasando el pecho de su madre como
las patitas de un gatito y la mano de su padre acunándole la parte posterior
de la cabeza.

Todo lo que Mac necesitaba saber ya lo sabía.

Era amada.

Estaba allí en los ojos de su madre y el suave toque de su padre. Catherine


observaba a la pequeña familia replegada en sí misma, segura del amor de
unos por otros. Cada toque había confirmado que el amor era genuino, de
la clase que duraba toda la vida Y la pequeña… pura magia.

Cualquier peligro al que se enfrentara esta familia, lo harían juntos.

Sentir todo aquello incluso de segunda mano la deslumbró. Nunca había


encontrado esa conexión entre dos personas, como si fueran una. Y ahora
una tercera persona —diminuta pero tan poderosa que Catherine podía
todavía sentir los efectos de su luminiscencia— se había unido al círculo.

Poderosas emociones se precipitaron por ella.

Esto era demasiado.

Estaba exhausta, un profundo agotamiento físico y emocional.

Se había pasado la vida escudándose de los demás. Este pequeño trío en la


cama —padre, madre e hija— le había abierto una grieta, abrumada por
sus sentimientos golpeándola como el azote de un viento cálido. No le
quedaban defensas.

Sus voces se atenuaron. Se le enturbiaron los ojos y la habitación se puso


borrosa. Y una fuerte mano le agarró el brazo. Detrás de ella Mac se
acercó más, tan cerca que podía notar el calor de su cuerpo, tan cerca que
podía tocarlo si respiraba profundamente. Era como un muro detrás de
ella, sosteniéndola.

Un seco golpe en la puerta y Stella entró empujando un carrito.

—Vale, ¡fiesta! ¡Tenemos algo que celebrar!

Tras ella, el Chico Surfero y el hombre oscuro, Nick. Detrás de ellos, diez,
no, quince, no, veinte personas riéndose y charlando llenaban la clínica.
Ruido, color y voces.

Fuertes estallidos y el Chico Surfero estaba sirviendo champán en copas


que habían sido puestas en fila a lo largo del carrito. Parecía haber un sin
fin de botellas de aquella bebida. Servía simplemente recorriendo las copas
con una botella inclinada. Tan rápido como servía se las llevaban para ser
remplazadas por otras copas.

Alzó la botella vacía, agarró otra, aprobó con satisfacción la etiqueta y


abrió el tapón de corcho.

—De lo bueno lo mejor —observó.

Él le puso una copa en la mano, sonriéndole.

—Olvidé presentarme. Me llamo Jon. —Le pusieron algo suave y


cilíndrico en la otra mano—. Ten un puro. —Sonreía. Luego se giró para
darle a Mac una copa.

Catherine dejó el puro y sorbió el champán. Bueno de verdad.


Bridget, todavía amamantando, sostenía una copa igual que Red.

—Vale, chicos, calmaos. —El nivel de ruido bajó un poco. Stella levantó
su copa, las fuertes luces superiores iluminando cada una de las cicatrices
sin excepción y la belleza debajo de ellas—. Propongo un brindis para el
miembro más reciente de nuestra comunidad. El más reciente pero… no el
último.

Movió las cejas mientras miraba al otro lado de la habitación.

Una bonita morena se atragantó con su champán, ruborizándose de un rojo


intenso. Alzó la mirada, indignada con el hombre alto y delgado.
Entrecerró los ojos sobre él.

—¡Hablaste!

Él echó la cabeza hacia atrás sorprendido.

—¡No, no hablé, cariño! ¡Lo prometo!

—Nunca subestimes la intuición femenina —dijo Stella suavemente—.


Así. El brindis. —Algo cambió en su voz y un repentino silenció llegó a la
habitación. Catherine podía notar el poder de Stella, su carisma. Atraía la
atención como un imán las limaduras de hierro.

—Para el miembro más reciente de nuestra comunidad. Para la otra Mac.


Para que crezca fuerte y querida. Para que sea bendecida con la salud y la
comunidad. ¡Por Mac!

—¡Por Mac! —Todo el mundo en la estancia repitió el nombre, las luces


superiores se reflejaban brillantes en las copas de cristal alzadas para el
brindis.

Un vistazo rápido al rostro de Mac y Catherine se quedó helada. No estaba


mirando a Stella, la estaba mirando a ella. Tampoco apartó la mirada
cuando lo pilló observándola. Su mirada no era seductora pero tampoco
hostil. Era… era algo y ella no tenía ni idea de qué. La tentación de alargar
la mano para tocarlo, para comprender lo que pasaba por esa cabeza suya
era tan fuerte, que ella tuvo que cerrar los puños para detenerse.

Y… bien. La tentación de tocarlo solo para sentir aquellos músculos era


fuerte, demasiado. Casi irresistible. Él estaba hecho de una sustancia más
dura que la piel humana. Como el acero, solo que cálido. Y una fuerza
constante debajo.

Catherine a menudo sentía la debilidad de la gente bajo la piel.

Claro, sus esperanzas y sueños. Pero también sus temores e inseguridades.


Lo que les hacía encogerse de terror, lo que les frustraba, lo que los
debilitaba. El amor escapándose de sus dedos, los pequeños actos de
cobardía que salpicaban sus vidas, mentiras, estafas y vicios… todos allí,
bajo la yema de sus dedos.

No había habido nada así al tocar a Mac. Él era una fuerza de la


naturaleza, un hombre con un control de granito, sin grietas en aquella
armadura de músculos y sin debilidades. Había ira y un fuerte sentido de
traición, pero también algo firme como una roca. Ella nunca había estado
cerca de alguien como él y el impulso de tocarlo, una última vez, fue casi
apabullante.

Una mujer pálida alta y delgada con un hombre bajo, fornido y de cabello
oscuro se colaron en la habitación.

—¡Chicos os habéis perdido toda la fiesta! —gritó Jon. Voces pugnaron


para ponerles al corriente de lo que se habían perdido. Pat y Salvatore, los
enfermeros. Cuando les informaron de los sucedido, ambos alzaron la copa
hacia ella y ella hacia ellos en respuesta.

—Catherine.
Giró la cabeza sorprendida. Stella tenía su copa todavía alzada y estaba
mirando directamente hacia ella.

—Escuchad todos. Tengo otro brindis, uno importante. Para Catherine,


que ayudó a traer al mundo a la última incorporación a nuestra comunidad,
—y entonces entrecerró los ojos sobre Mac, Nick y Jon, por turnos—
incluso cuando no ha sido tratada demasiado bien por nosotros. —Stella se
detuvo y lentamente miró a cada persona en la habitación—. Hay un
nosotros. Vinimos a este lugar solos o acompañados. Encontrando aquí
nuestro camino porque… porque el mundo exterior se hizo demasiado
peligroso para nosotros. Aquí encontramos refugio y protección. Mac,
Nick y Jon… bien, ¿quién puede pedir mejores protectores? Nos
encontramos unos u otros. Así que esta noche tenemos a dos nuevos
miembros en nuestra pequeña comunidad. Mac, una bebé pequeñita, y
Catherine, que encontró su camino hacia nosotros del modo en que todos
lo hicimos. Por la fortaleza de su corazón. Así que… ¡por Catherine!

—¡Por Catherine! —La habitación hizo eco con el clamor. Varios


aplaudieron fuerte, otros se unieron con entusiasmo. El nivel de ruido era
increíble.

Echando un vistazo a la cama, Catherine vio a la pequeña Mac durmiendo


felizmente ajena a todo. Tal vez los bebés tenían alguna clase de radar que
les hacía saber que ruidos fuertes eran peligrosos para ellos y cuáles no.
Este clamor era definitivamente benigno. El clamor de la gente feliz,
alzando las copas en un brindis.

¡Un brindis por ella!

Era aturdidor. No le habían dedicado un brindis antes. Jamás había sido el


centro de tantos rostros sonrientes. ¡Rostros que le sonreían a ella!

Alguien derramó algo de champán en su copa y se rio.


—¡De un trago! —gritó alguien y todos lo hicieron. Catherine también. El
champán era delicioso, embriagador. Sabía a luz de luna embotellada, frío
y refrescante y seguramente de noventa grados ya que le subió
inmediatamente a la cabeza.

Jon ahora era un sommelier sobrecargado, paseándose con una botella en


la mano, sirviendo constantemente. Cuando se acababa una, se oía un
estallido y aparecía otra.

El ruido y las risas aumentaron.

Un brazo la empujó y ella tropezó, se notó empezando a caer. Mac la


atrapó y la sostuvo erguida. Sencillamente envolvió su gran mano en torno
a su brazo y la puso derecha. La otra enorme mano estaba en la parte
inferior de su espalda, atrayéndola hacia él. Ella estaba… estaba en su
abrazo.

Alzó la mirada, todo lo que vio fue una mandíbula dura y cuadrada, leve
sombra de barba de un día y ojos entornados. Desde este ángulo destacaba
la cicatriz de la quemadura, piel fruncida proyectando pequeñas sombras
arrugadas. La cicatriz de la cuchillada en el otro lado del rostro era un
corte queloide, como una cicatriz tribal.

Sus ojos se encontraron. Los sonidos estridentes de la sala se fueron


apagando a la nada. Sus ojos eran de un marrón intenso con líneas de
marrón más brillante en ellos. Oscuro, irresistible e impenetrable.

¿Le desagradaba sujetarla? Era imposible de decir. Era imposible decir lo


que él sentía respecto a ella. Todo lo que en realidad obtenía de él era
fuerza y poder.

Aunque sabía una cosa. No la iba a soltar. La sujetaba con fuerza contra él,
tan apretada que podía notar los músculos tallados de su torso a través de
la sudadera negra que llevaba, debajo de los músculos individuales. Qué
poder tan alucinante. ¿Cómo sería ser tan poderoso?

—¡Un trabajo fantástico! —Un anciano caballero sonriente lanzó sus


brazos alrededor de ella desde atrás, empujándola con aún más fuerza
contra Mac—. ¡Bienvenida a Haven!

Alguien a su izquierda la abrazó. No podía decir si era un hombre o una


mujer. Alguien más la abrazó por la derecha. Esta vez una mujer, suave y
oliendo a lavanda.

Alguien intentó un abrazo grupal y tropezó, el champán derramado sobre


el suelo. Un hombre sonriente y una mujer le apretaron los hombros.
Detrás de ellos, otros empujaban hacia delante hasta que fue un enredo de
gente apiñada a su alrededor como percebes.

La cabeza le daba vueltas. Era algo claustrofóbica pero no era eso, aunque
estuviera tan firmemente apretada entre un muro de carne y el muro duro
del pecho de Mac. La claustrofobia siempre venía acompañada con un
matiz de miedo.

Allí no había miedo en absoluto. Nada que temer, nada que la amenazara.
Solo gente muy feliz celebrando un feliz acontecimiento.

Pero… todos la estaban tocando, como si fuera una competición para ver
quién podía agarrar el pedazo más grande. Sin embargo la cordialidad de
los gestos, sus emociones, pulsaban y flotaban a su alrededor.

Catherine rara vez tenía a dos personas tocándola a la vez. Ahora había
veinte, más tal vez, apretando, empujando, intentando abrazarla y besarle
la mejilla, riendo. Secándose unas cuantas lágrimas de los ojos.

Había habido sufrimiento, había preocupación, había tristeza.

Había una enorme alegría y sentido del compañerismo.


Alguien le tocó el cuello… un fugitivo. Había huido por su vida desde
algún lugar, todavía estaba asustado. Otro más… decidido a encontrar a
una sobrina que estaba en manos de una banda. Pesar y ansiedad, una
ráfaga de enorme afecto de alguien, para… ¡Mac! Por el Mac grande, no la
bebé.

Las emociones se alimentaban la una de la otra. Cada persona tenía una


historia, un pasado sumamente emocional, no siempre agradable. Estaban
felices de estar allí en este momento y lugar en concreto, pero había un
mundo exterior presionando, amenazando…

La amenaza se sentía como sogas alrededor del pecho, oscuras y ardientes.


Había amor pero no seguridad excepto la seguridad provista por los tres
hombres al mando. Catherine percibía el miedo subyacente y las
amenazas, y aun así, en el abrazo de Mac la parte de ella que le tocaba
estaba libre de miedo, mientras la parte de ella siendo tocada por los demás
lo absorbía, era una esponja empapándose de las oscuras corrientes que
crecían y crecían…

Se le doblaron las rodillas.

Joder.

Catherine se desplomó en sus brazos y Mac la sujetó más fuerte, se giró a


todos los que estaban apiñados a su alrededor. Sabía lo que su comunidad
estaba celebrando y no era solo el nacimiento de la pequeña.

Llamarla Mac. Jesús. ¿Qué coño era eso? ¿Se podía llamar Mac a una
pequeñina? Tenía que hablar con Bridget y Red sobre eso.

—¡Vale, gente, escuchad!

Mac tenía una voz profunda y sabía cómo ponerle tono de mando. En dos
segundos la habitación estaba completamente en silencio. Todo el mundo
había dado un paso atrás y ahora se daban cuenta de que Catherine estaba
inestable sobre sus pies.

—Sé que todos estáis felices por el nacimiento de Mac. —Tenía visión
directa a Bridget acunando al bebé con Red a su lado—. Y vosotros dos…
vais a tener que repensaros lo de ese nombre. —Puso una dura y severa
nota en su voz pero Bridget solo le sonrió de modo soñoliento—. Y sé que
todos le agradecéis la ayuda a Catherine. Pero creo que la estamos
abrumando.

Sí. Casi muerta por congelación en una tormenta de nieve, interrogada por
soldados profesionales que habían estado bajo el entrenamiento del SERE,
ver su casa destrozada por los matones, el parto de un bebé… sí, eso sería
una prueba para cualquiera, y mucho más para alguien con un aspecto tan
frágil como Catherine Young.

Ella se removió.

—No, en serio. —Sonrió débilmente—. Estoy bien, estoy…

—Cállate —gruñó Mac. La notó combarse, sintió su debilidad, incluso


podía notar el esfuerzo que estaba haciendo para permanecer derecha.
Estaba temblando.

A la mierda. La cogió en brazos.

Se giró con Catherine en sus brazos y se detuvo cuando Stella le puso la


mano en el hombro. Le estaba frunciendo el ceño preocupada, realzando
las cicatrices dejadas por los cortes del cuchillo.

—Llévala a tu alojamiento, estará más cómoda. Enviaré un poco de té.

Él asintió y salió.

—Puedo andar —protestó Catherine.


Sí, seguramente podría. Pero mierda, se sentía realmente bien en sus
brazos.

Tenía un alojamiento espacioso, en realidad un apartamento grande dos


plantas más abajo. Se paró un segundo fuera de la puerta. La cerradura era
biomorfológica, lista para reconocer la forma de su cuerpo, junto con las
formas de Nick y Jon. No reconocía su forma con Catherine en brazos, así
que tuvo que introducir un código en el teclado alfanumérico oculto en la
pared.

Mac tuvo que suprimir el pensamiento chocante de que sería mejor


reajustar la abertura biomorfológica porque no sería la última vez que
tuviera a Catherine Young en brazos.

¿De dónde había salido ese pensamiento?

Mac entró en su alojamiento y fue hacia el dormitorio. Inclinándose,


apartó la colcha y la acostó.

Al instante echó de menos ese cálido y ligero peso en sus brazos. Durante
unos minutos se quedó sobre ella, todavía tocándola, incapaz de soltarla
del todo.

Terreno nuevo.

El cuerpo de Mac hacía lo que él le decía, ni más ni menos. La idea de


permanecer sobre una mujer porque sus brazos sencillamente no querían
obedecerle le impactó casi tanto como la erección en sus pantalones.

Jesús.

Contrólate.

Le costó cada gramo de autodisciplina que tenía enderezarse y soltarla, y


eso le aterró.
Los ojos de Catherine estaban semi-abiertos cuando él le desabrochó las
botas y se las quitó.

—¿Qué estás haciendo? —susurró ella. Sus ojos eran de un gris tan
brillante que él casi se alegró de que estuvieran medio cerrados. Eran
hipnotizadores. Era difícil apartar la mirada de ella.

—Poniéndote cómoda. Estás muerta de cansancio. Has traído al mundo a


un niño. —Tenía un aspecto tan perdido en su enorme cama que le cogió
la mano—. Ahora descansa —le dijo manteniendo la voz baja—. Ahora
estás a salvo. No te preocupes por nada. Estoy aquí.

Pero hombre, ¿cómo podía esperar que ella se sintiera a salvo cuando
anoche la interrogó, completamente armado, sospechando que era una
espía del gobierno? Qué mierda de estupidez le había dicho.

Pero para su sorpresa, sus labios se levantaron un poco mientras cerraba


los ojos.

—A salvo —susurró con la mano entrelazada y confiada alrededor de la


suya, luego giró la cabeza y se apagó como una luz.

Mac tiró hacia arriba la colcha y se la pasó sobre los hombros con la mano
libre. Quería sentarse a su lado. Estiró la silla con el pie porque, bueno, no
quería soltarle la mano.

Sentado, le envolvió la mano con las dos suyas y le miró el rostro,


intentando averiguar el enigma que era Catherine Young.

Parecía tan frágil allí acostada. Estaba pálida, con las fosas nasales tensas
por el estrés, fruncía el ceño incluso dormida. El resto de ella también era
frágil, demasiado… delgada y de huesos pequeños.

Catherine Young parecía tan desgarradoramente delicada, casi frágil.


Como si se pudiera romper si la tocabas con demasiada rudeza, aunque él
la había tratado con rudeza y no se había roto, para nada.

Fueran cuales fueran sus motivos, hacía falta pelotas del tamaño de un
frigorífico para iniciar una búsqueda para encontrarle con solo unas
cuantas pistas de un loco.

Hizo a un lado la idea de que el loco pudiera ser el comandante. Dolía


pensar en eso. Lo trataría después con Nick y Jon.

Quien fuera que la hubiera mandado en esa persecución le había dado


migajas para seguir, y por Dios que lo había hecho. Lo había rastreado
cuando nadie más pudo. Tampoco se desmoronó durante el interrogatorio,
manteniéndose firme en su historia y aunque fue dócil no la habían
intimidado.

Y observarla ayudando a dar a luz a Bridget. Tío. Había sido dulce,


tranquilizadora y totalmente competente. Se estremecía al pensar que
habría tenido que hacerlo él. Mac sabía cómo detener una hemorragia, de
huesos rotos y agujeros de bala. Pero ayudar a venir al mundo a un niño
precisaba unas habilidades que él no tenía y tampoco tendría jamás.
Aunque ella había dicho que no ejercía como médico, Catherine había
estado a la altura de las circunstancias y ayudado a venir al mundo a un
bebé saludable.

A su mundo. El primer ciudadano nacido allí, traído al mundo por la


última incorporación a su comunidad.

Porque Catherine ahora era uno de ellos, no se podía ocultar ni huir de


aquello. Era un simple hecho.

Su gente había venido a él de uno en uno, a veces de dos en dos o de tres


en tres. Le reconocían y se reconocían entre ellos, ahora habían reconocido
a Catherine.

¿Y qué coño se suponía tenía que hacer con ella?


La observó, sujetándole la mano. Ella se giró en la cama y ahora tenía el
rostro de perfil, solo estaban fuera de las mantas la cabeza y la mano.
Joder, era tan bonita. Intentó arduamente no fijarse pero su cuerpo se rio
de él y reaccionó del modo en que el cuerpo de un hombre saludable
reaccionaba ante una mujer espectacularmente hermosa.

Normalmente aquello no era un problema, lo tenía bajo control. Podía


controlar el ritmo cardíaco, sus reflejos, sus pensamientos y su polla. Le
habían enseñado aquello en el BUD/S pero él ya sabía cómo hacerlo. No
sobrevivías a una infancia como la suya sin un control enorme.

Y había aprendido pronto que era inútil tener una erección por una mujer
bonita. Había nacido feo, crecido feo, y el cabrón con el cuchillo y la
tremenda tormenta de fuego en Arka que habían deshecho parte de su
rostro empeoraron las cosas. Raras veces miraba a los ojos a una mujer
bonita porque podría entenderse como agresión. Hacía mucho tiempo que
había aprendido a guardarse la polla entre las piernas cuando deseaba a
una, porque aquello no iba a pasar.

Había estado excitado en la sala de interrogatorios, pero fue capaz de


mantener el pene abajo porque ella había estado tan asustada. Mac tenía un
aspecto escalofriante y si se era su enemigo a agacharse y esconderse, pero
pensar en intimidar a una mujer por sexo lo ponía físicamente enfermo.
Además, Nick y Jon estaban observando, así que la erección tenía que
desaparecer.

Y despareció.

Ahora era más difícil controlarse. Por alguna alquimia mágica, Catherine
Young estaba dentro de su perímetro en todos los sentidos posibles. Había
sido aceptada por su chusma y él había aceptado que ahora su seguridad
era responsabilidad suya. No le gustaba, pero así era. Ella estaba dentro.

No estaba despierta para verlo contemplándola con pasión en sus ojos, así
que podía, bueno, fantasear.

Mac cambió de posición en la silla, su erección era como algo pesado e


incómodo que le colgaba en la parte frontal del cuerpo. No había estado
con una mujer en mucho tiempo. Mientras era un SEAL no había sido
mucho problema. Feo como era, había un montón de mujeres que se
pirraban por los SEALs. Si no otra cosa, les daba el derecho a jactarse.

Todavía recordaba a la grupie de SEALs en Coronado que le había pedido


si podía hacer un molde de su polla. Pero primero quería depilarlo.

Ya tenía doce trofeos, alineados en una estantería. Con nombres, fechas y


el número de veces que habían follado.

Jesús.

En Ghost Ops, las vergas se mantenían bien sujetas, incluida la de Jon, que
solía consumir mujeres como los sureños consumían cerveza fría.

Las Ghost Ops iban de ser invisible, imposible de rastrear, ir de incógnito.


Se convertían en alguien sin historial bancario, sin contrato de
arrendamiento, ni hipoteca, ni facturas, ni teléfono móvil conectado a los
proveedores habituales, ni un coche a su nombre, ni permiso de
conducir… nada. Eso iba acompañado de una vida sexual nula porque
tenías que contarle algo a una mujer. Las mujeres eran curiosas y si les
gustaba el sexo probablemente quisieran quedarse e inevitablemente
averiguarían que Joe Smith en realidad no existía.

Así que las Ghost Ops eran sobre todo zona sin sexo, sin mencionar el
hecho que desde el día que se había creado, el equipo de seis hombres
estuvieron casi constantemente en misiones. Y sus descansos no eran en
casa —porque ya no tenían casa— sino en alojamientos en algún erial a
cientos de kilómetros de la ciudad o carretera más cercana, un lugar que
habían apodado Fort Dump, un lugar que ninguna mujer toleraría sino bajo
pena de muerte y mucho menos por sexo.

Y después del desastre de Arka… bueno, estar huyendo para salvar la vida
y escondido en verdad no sacaba a relucir la calidez y lo sexy.

Así que Mac se sentó observando el rostro de Catherine, sujetándole la


mano, tratando en vano de alejar a fuerza de voluntad la enorme erección
en sus pantalones y tratando de recordar la última vez que tuvo sexo.

No pudo.

No era solo que seguramente estaba perdido en la nebulosa del tiempo, o


no solo eso. Era que tenía problemas para recordar cualquier cosa sobre
otras mujeres mientras miraba a Catherine. Le parecía imposible que
alguna vez pudiera haber deseado a otra mujer porque la más deseable de
las mujeres del mundo estaba justo delante de él, durmiendo en su cama,
con la mano en la suya.

Cualquier otra mujer en el mundo se le fue directamente de la cabeza para


nunca volver.

Los ojos de Catherine se movieron bajo los párpados, de un lado a otro,


como si estuviera leyendo algo. Con la mano agarrada a la suya, abrió los
ojos.

Él movió la mano descansando así el pulgar sobre la parte interior de la


muñeca.

—Hola —le dijo bajito—. Te has quedado dormida. Estabas agotada. Te


traje aquí para que pudieras descansar.

Ella juntó las cejas mientras lentamente miraba por la habitación, luego
volvió su mirada hacia el rostro de él.

—¿Estoy en tu habitación?
El alojamiento era algo más, pero asintió.

—Sí. —Levantó la mano que no estaba agarrando a la de ella—. Pero no te


preocupes, conmigo no estás en peligro. No voy a hacerte daño. —Arqueó
la boca—. Incluso si quisiera, lo cual no quiero, todas y cada una de las
personas de esta comunidad entrarían como una tromba y me darían una
paliza si te tocara un solo pelo de la cabeza.

Ella lo escuchaba atentamente con la mano agarrada a la suya. Era raro,


como no podía soltarle, solo agarrarlo con firmeza. Donde sus manos se
tocaban la piel de él era cálida, y era casi como si hubiera alguna clase
brillo.

Mierda, en serio necesitaba acostarse con alguien si sujetar la mano a una


mujer le ponía cachondo.

Ella tardó en responder, buscando algo en el rostro de Mac.

Aquello lo puso casi (pero no totalmente) incómodo. Los ojos de las


mujeres no se entretenían en su rostro. Y sin duda no los ojos de mujeres
hermosas. La gente lo miraba brevemente, luego normalmente se
concentraban en un punto más allá de su hombro. Solo sus hombres y la
gente de Haven lo miraban directamente a la cara.

Y Catherine Young.

Después de mirarlo largo rato, al final ella habló en voz baja.

—No, no tengo miedo de que me hagas daño. Para nada. —Se detuvo
mordiéndose el labio.

—¿Tienes algo más que decir? Escúpelo.

La mano femenina se movió en la suya, cálida, suave y propagando… algo


donde la piel tocaba la piel.
—No te va a gustar —le advirtió.

Mierda, había muchas cosas que no le gustaban. Eso no significaba que no


pudiera enfrentarlas. En el campo te enfrentabas a lo que venía,
esquivando lo que llegaba como podías, tratándolo de frente si no podías.

—Soy un chico grande —le respondió Mac.

Ella sonrió, su primera sonrisa desde que se despertó. Dulce y triste. No


había felicidad en ella, solo dolor.

—Sé quién eres, Mac. Te conozco. Sé cómo eres por dentro y por fuera me
quieras creer o no. Sé que eres un soldado peligroso en el campo de batalla
y que no podrías hacer daño a un inocente. Simplemente no podrías.

Él tiró de su mano pero ella solo aumentó la presión. Era ridículo. Su mano
era casi el doble de tamaño que la suya. Su fuerza, como el de todos los
soldados de las Operaciones Especiales, había sido probado en un
dinamómetro, marcando más de noventa kilos. De hecho por encima de la
escala. Y aun así no podía apartar la mano de la suya.

Lo estudiaba con los ojos.

—Tenemos una conexión, Mac. Te guste o no. Y creo que también puedes
notarlo.

Sacudió la cabeza incluso cuando sabía que se estaba mintiendo a sí


mismo. Alguna clase de cosa eléctrica, una calidez hormigueante que se
extendía desde su mano subiéndole por el brazo…

—¿Me has drogado de alguna manera? —se le escapó.

Catherine soltó una carcajada sorprendida.

—No, por supuesto que no.


Era la única cosa que tenía sentido. ¿Qué más podría explicar esta
sensación, algo cálido que le recorría el cuerpo? Y Catherine… ella estaba
brillando desde el interior; mientras que antes había estado pálida y con
mala cara ahora estaba un poco ruborizada y radiante, como si dentro
tuviera una bombilla.

¿Qué era esta mierda?

Su móvil sonó con dos bips bajitos. Un mensaje de texto. Un haz de luz
salió disparado, moviéndose hasta encontrar una superficie oscura donde
proyectarse.

Fuera en la puerta. Stella.

Agradecido por la distracción, Mac apartó la mano y se levantó. ¡Maldita


sea! Sus condenadas rodillas se sentían débiles. ¿Qué le había hecho ella?

—¿Qué pasa? —Catherine se incorporó, las sábanas cayéndole hasta la


cintura.

Mac era sumamente consciente de absolutamente todo. El sonido de las


sábanas deslizándose, el roce del cabello femenino contra las almohadas
amontonadas detrás de ella, el suave suspiro de pesar cuando él apartó la
mano.

Y era una locura pero se sintió… despojado. Como si lo hubieran


arrebatado de un lugar cálido y acogedor, y caído en una gélida y fría
realidad. Tenía la mano fría. Todo se sentía frío y extraño, incluido él
mismo.

—Stella —dijo, manteniéndose completamente inmóvil, porque la


tentación era de avanzar lentamente hacia ella, con un aspecto tan
despeinado y delicioso en su cama. Aunque la sonrisa de Catherine se
había desvanecido ante su reacción. Se abrazó a sí misma y se estremeció
aunque no hacía frío en la habitación.
En Haven no hacía nunca ni frío ni calor. Siempre había una temperatura
constante de unos 23 grados.

—¿Qué quiere?

—Alimentarnos, supongo. —Mac se giró y fue hacia la puerta. Y maldita


sea si no era difícil ¿Qué era esta mierda? Era como caminar a través del
fango, cada paso que se alejaba de ella más difícil que el paso anterior
hasta que hizo el esfuerzo de llegar a la puerta. Su mano tardó dos
segundos en alcanzar el mando de la pared y cuando iba a tocarlo, vio que
le temblaban los dedos.

Jodido temblor.

No le temblaban nunca las manos. Había matado a un kilómetro de


distancia. Había desactivado bombas. Había metido la mano en un nido de
escorpiones. Jamás temblaba. Jamás.

Pero ahora estaba temblando.

La puerta se abrió y un carrito estaba justo fuera. Lo empujó dentro de la


habitación y volvió hacia a la cama, rápido, como si una goma elástica
hubiera sido muy tensada y ahora tirara de él de vuelta a donde pertenecía.

Catherine lo observaba, con sus enormes ojos gris plata, labios llenos y
levemente apretados, conteniendo las palabras.

Ella se acercó corriendo hacia el carrito lleno de comida, se inclinó y lo


olisqueó. Relajó los labios y lanzó un:

—¡Guau! Esto tiene mejor aspecto que el Fortnum and Mason de Londres.

Londres había sido una fugaz impresión de construcciones antiguas y


nuevas, camino a Heresford para el curso de intercambio con el SAS.
—¿Tienes hambre?

—Estoy famélica.

Sí. Debería. Se había perdido la comida porque estaba ayudando a uno de


su pequeña tribu a venir al mundo.

Haven no era un lugar donde la gente pasara hambre. Había un montón en


el mundo exterior. Mac había estado tan desconcertado por esta mujer que
no se había ocupado de ella.

Así que, sí, tenía que alimentarla.

No había pensado en eso, Stella sí, muchísimas gracias. Ella tenía


toneladas de ayuda en la cocina común pero esto lo habría preparado ella.
Catherine le caía bien.

—De acuerdo, veamos. Tenemos bocadillos calientes… —Quitó la parte


crujiente de uno—. Parecen trocitos de cerdo. No eres vegetariana
¿verdad?

—Por Dios, no. —Negó con la cabeza bruscamente, sonriendo.

Le tendió un bocadillo envuelto en una servilleta, sus dedos rozaron los de


ella y maldición si su mano no se calentó. Debe ser el bocadillo pensó,
pero en realidad no lo creía.

—Tenemos varios tipos de bocadillos: atún en pan integral, carne asada en


panecillos blancos…

—Baguette —interrumpió ella.

—¿Qué?

—Es una baguette. Pan francés.


—Oh. —Levantó el pan. A él le parecía un panecillo—. De acuerdo.
Olivas, champiñones, patatas asadas con romero. Y, veamos… también
tenemos un par de rollitos. Stella es espectacular con los rollitos. Quiere
que todos reduzcamos los hidratos de carbono. Estos bocadillos son una
excepción, solo para ti. Aquí tenemos alguna clase de ensalada con queso
de cabra por encima, berenjenas a la parmesana. —Abrió otro recipiente
esperando ver algo con algo de grasa e hidratos de carbono y se
decepcionó—. Naranja y ensalada de hinojo. Y aquí, esto, ensalada de
manzana, zanahoria y piñones. Jesús. Stell… eres una exagerada. Pero
también tenemos tortilla… Stell es un genio con las tortillas incluso
aunque esta tal vez tenga cosas inciertas como rúcula o achicoria… le
gusta mucho la achicoria. —Levantó otra tapa—. Cosas verdes. —La cerró
de nuevo.

—Déjame ver. —Catherine levantó la tapa y husmeó—. Escarola estofada


con vinagre balsámico.

Mac no tenía interés en eso. Siguió hurgando.

—El postre tiene que estar en alguna parte. Oh sí, gracias a Dios. Galletas
y helado. —Levantó la mirada para encontrarla mirándolo con una ligera
sonrisa en el rostro— Entonces, ¿qué quieres?

La sonrisa se amplió.

—De todo. Estoy tan hambrienta que podría comerme un caballo crudo.
Sabiendo que está cocinado por Stella, estoy a punto de arrancarte estas
cosas de las manos.

Él específicamente no quería sonreír pero se encontró curvando los labios


hacia arriba. Era imposible no sonreír ante esa cara.

—No lo querría. Así que supongo que te daré un poco de todo. Hay
bastante para repetir dos y tres veces.
Le llenó el plato hasta arriba con la comida de Stella, gustándole todo. La
hermosa mujer que ahora tenía una amplia sonrisa en el rostro. En su
cama, en su alojamiento.

Durante la mayor parte de su vida, su cama había estado vacía, su vida era
supervivencia y liderazgo. El último año se lo había pasado
constantemente en guardia porque tenía enemigos poderosos. Tenían al
condenado gobierno de U.S. buscándolos y él no se hacía ilusiones de lo
que pasaría si el gobierno los encontraba. Fueran cuales fueran los poderes
que hubieran sido informados sobre las Ghost Ops, a los hombres que los
perseguían les habían dado órdenes específicas. Primero disparar.

Habían escapado una vez camino de un consejo de guerra. El gobierno no


iba a cometer dos veces el mismo error.

Todo lo que pudiera hacerse para mantenerse a él, a sus hombres y a su


gente a salvo, lo haría. Pero cualquier soldado está familiarizado con las
leyes del cabrón de Murphy, así que Mac estaba constantemente en
guardia por si había problemas. La paranoia era el distintivo de un buen
soldado. Tenía todo el derecho a ser un paranoico y lo era.

Sin mencionar el hecho que de algún modo (no tenía ni idea como) había
sido elegido como algo entre alcalde y rey de Haven. La gente ahora
empezaba a acudir a él con problemas técnicos, de organización y
últimamente —¡Jesús!— problemas afectivos. Así que además de
mantener a salvo a su gente ahora tenía que mantenerlos felices y
espiritualmente realizados.

Mac no era un cura. Aunque, pensándolo bien, últimamente había tenido la


vida sexual de uno.

Así que, sí, estar sentado relajadamente en su cama con esta guapísima e
inteligente mujer, compartiendo una comida deliciosa… era un agradable
respiro de su realidad.
Ella se había puesto cómoda con la espalda en la cabecera de la cama, un
gran plato en el regazo, con un brebaje verde y naranja en un vaso largo
sobre la mesilla de noche. Él levantó su vaso.

—¿Qué co… qué narices es esto?

Ella se rio, inclinando la cabeza hacia atrás dejando expuesto el largo


cuello blanco. Tío, tenía un cuello precioso. Se rascó el suyo que no era
bonito, y examinó el de ella. Cuellos así estaban hechos para ser tocados
pero esta mujer era demasiado bonita para tocar. Zona prohibida.

—No tienes que censurarte conmigo, Mac. Soy una chica grande. Para
contestar a tu pregunta, creo que es zumo de zanahoria y menta. —Levantó
el vaso y tomó un largo trago. Mac siguió los movimientos de su cuello
mientras ella tragaba y su erección se hinchó incluso más larga.

Gracias a Dios que llevaba unos vaqueros ceñidos y una camiseta larga…
su uniforme habitual en Haven. Este momento era demasiado bonito para
arruinarlo con una erección que no podía ir a ninguna parte. Porque, en
realidad, ¿qué podría estar haciendo una mujer como ella con un hombre
como él?

Eran como la Bella y la Bestia, sin mencionar el hecho de que seguramente


había un millón de dólares de recompensa por su cabeza. Su rostro, el de
Nick y el de Jon estaban sin duda en algún juego de cartas en la baraja de
los Más Buscados. El agente que le hiciera salir conseguiría un pedazo de
promoción.

Así que no. No iba a haber sexo. Sin embargo cachondo como estaba, ella
no. Sabía lo que excitaba a las mujeres con ese aspecto y que actuaban así,
y esto no lo era. Ella no le estaba echando miraditas o comprobando su
paquete, poniendo casualmente una mano en la parte superior de su muslo.
Era el pan de cada día para las chicas de bar que escogía. Solía escoger
cuando solía tener una vida sexual.
Ella solo parecía… feliz. Tan feliz como lo estaría cualquiera a quien
hubiera destrozado la casa.

—¿Qué?

Ella había dicho algo.

—Digo, ¿cómo te gusta el zumo? —Había paciencia en su voz, como


alguien tratando con un demente.

Él tomó un largo trago.

—Francamente, preferiría una cerveza. No sé por qué no incluyó una.

Ella sonrió.

—Estoy segura que si llamas a Stella te enviará una o dos.

Estuvo tentado durante unos dos segundos. Luego…

—Nah. Está bien. —Tomó otro trago de aquello, no porque le gustara sino
porque no quería interrumpir esto. Fuera lo que fuera.

Catherine mordió uno de los bocadillos de carne asada, masticó, suspiró y


tragó.

—Caray, esto está bueno. Es increíble. ¿Cocina siempre así?

Ella estaba sonriéndole directamente y era muy natural devolverle la


sonrisa, aunque Mac no era mucho de sonreír. Menos mal que no había
video cámaras en la habitación porque Nick y Jon tendrían un ataque al
corazón si lo veían ahora. Levantando la boca, enseñando los dientes. Sin
el ceño fruncido. Hablando.

—Casi siempre. Ahora todos somos adictos. Cualquier otra comida sabe
rara.

—Apuesto a que sí. —Dio otro mordisco y luego dejó el bocadillo—.


Así… ¿cuál es su historia? ¿Cómo acabó aquí?

Mac vaciló. La historia de Stella pertenecía a la comunidad, no a los


forasteros.

Bien pensado, Catherine era uno de ellos y necesitaba saber la historia. Si


resultaba que no era uno de ellos, le inyectarían una buena dosis de Lethe,
bastante para cubrir tres días y la soltarían en el valle.

El ánimo de Mac se debilitó un poco ante el pensamiento, pero era lo que


era.

—Sabes que ella tenía un acosador ¿no?

Ella asintió.

—Estaba en todos los blogs y páginas de cotilleo.

—Bien, los blogs olvidaron mencionar el hecho que el cabrón la había


estado acosando durante años. Enviándole hojas de afeitar en el interior de
rosas, escorpiones vivos en cajas de joyas, un anillo de diamantes en la
pata de una tarántula gigante. Todas esas cosas. Y su jodido séquito se lo
ocultaba. Investigaban todo lo que le enviaban y las llamadas. Los
estúpidos jamás contaron que estaba bajo amenaza, porque aquello la
alteraría y alteraría sus vales de comida. —Mac cerró los puños. Pensar en
aquello todavía lo volvía loco—. Ella no tenía ni idea que un jodido loco le
iba detrás. —Respiró aire profundamente soltándolo con una fuerte ráfaga
—. Lo siento.

—Vi su cara, Mac —dijo Catherine en voz baja—. Jodido loco es lo


mínimo.
—Su agente contrató un guardaespaldas. Ella pensó que era su ayudante
personal. El guardaespaldas interceptó unos tres atentados contra su vida
pero tenía instrucciones estrictas de no hacérselo saber a ella. Estaba
filmando High in the Sky, la gente estaba empezando a hablar de los Oscar
y nadie la quería fuera de juego.

Ella se daba golpes en la rodilla con el pequeño puño apretado.

—Eso es imperdonable —dijo en voz baja.

Suerte que el guardaespaldas ya estaba muerto, de otro modo Mac hubiera


estado tentado a tener unas palabras con él, de la variedad física.

—Sí. De todos modos, una noche, justo después de la fiesta cuando


acabaron la filmación, Stella me dijo que se llamaba fiesta de fin de rodaje,
le dio a la asistenta y al chofer la noche libre y se fue a la cama hacia las
dos. El forense dice que el guardaespaldas fue asesinado hacia las tres de
la madrugada. Tenía la garganta rajada. En la autopsia resultó que el
guardaespaldas tenía tres gramos de alcohol en la sangre. En esencia
estaba en coma, una presa fácil.

—Dios —soltó aire ella.

—Sí. —Le temblaron los músculos de la mandíbula—. Así el cabrón tenía


acceso total. En realidad tiró la casa por la ventana. Stella tenía casi
cincuenta cortes y varios tajos en el cuello. Perdió una tercera parte de la
sangre del cuerpo. Fue solo un milagro que ella le diera una patada y él se
resbalara con la sangre de ella cayendo sobre su cuchillo. Stella llamó al
911 e hicieron su trabajo. A diferencia del guardaespaldas.

—Desapareció después de aquello ¿no?

—Hicieron falta seis operaciones y un año para que empezara a sanar.


Mientras tanto, encarcelaron al tipo, luego lo soltaron bajo fianza porque
tenía dinero. Allí fue cuando Stella dio varios pasos en serio para encontrar
un lugar para esconderse, y luego en el proceso el cabrón fue juzgado
como demente y encerrado en una prisión psiquiátrica.

—Y escapó —añadió ella en voz baja—. Ahora lo recuerdo.

—A ella siempre le gustó cocinar y acabó como una cocinera de menús en


un bareto de Montrose. A cien kilómetros de aquí. A Jon le encantaba la
comida de allí e hizo amistad con ella.

—¿Jon? —ella ladeó la cabeza con un pequeño frunce entre las cejas—.
Oh. Sí, claro. —Despejó el rostro—. El Chico Surfero.

—El Chico Surfero, sí —asintió Mac con la cabeza. Era genial oírla
diciendo aquello. A Jon se le solía subestimar.

—Jon estaba con ella cuando salieron las noticias y el presentador dijo que
su atacante había escapado del centro psiquiátrico. Ella empezó a temblar
de tal modo que no podía sujetar nada. Sus cicatrices apenas habían
sanado. No podía hablar ni pensar. Jon la invitó a venir aquí, vino y ahora
no podríamos estar sin ella.

Catherine soltó un suspiro.

—Bien, a todas luces está en casa.

Sí. Stella era uno de ellos. Sin duda.

—Chicos, ¿qué hacíais para comer… antes?

—¿Antes?

—Antes de Stella. ¿Alguien cocinaba?

Él hizo una mueca al pensarlo.


—Entonces no éramos muchos. Hemos… crecido. —Mac la observó con
cuidado pero ella no aceptó la entrada que él le había ofrecido. Un espía
habría utilizado este momento para investigar con discreción, averiguar
más sobre Haven. E incluso si no era una espía, la mayoría de forasteros
tendrían curiosidad sobre ellos. Quiénes eran. Qué eran.

Catherine no. Ella solo estaba sentada en silencio y escuchaba.

—¿Así que cocinabais todos? —preguntó.

—No. Nick y yo. —Su boca se curvó hacia abajo—. Una vez casi tenemos
un motín. Entonces llegó Stella y todo el mundo fue feliz. Nos salvó el
pellejo.

Él pestañeó.

¡Acababa de hacer un maldito juego de palabras! ¿Desde cuándo hacía


juegos de palabras?

Lo sorprendió una carcajada de ella, empujando el plato que estaba


sujetando sobre las rodillas.

—¡Oh!

Ambos lo agarraron. Mac fue más rápido y ella acabó sujetándole la


muñeca con los dedos curvados alrededor de él.

Todo se detuvo. También sintió como se le paró el corazón.

Ningún sonido, ningún movimiento. Ninguna carcajada ahora.

Hubo un repentino e inmenso silencio en la habitación. La sonrisa de


Catherine se apagó y Dios sabía que él no se sentía sonriendo. No podía.
Algo enorme estaba pasando, algo completamente nuevo, una fuerza
exterior se apoderó de su cuerpo.
Donde ella lo tocaba, el calor aumentaba, un fuego indoloro le abrasaba
por dentro y por fuera. La luz resplandecía desde él, desde ella. Durante un
segundo él se preguntó si los habían irradiado, era así de intenso. Las
manos femeninas se fundieron con sus muñecas, o al menos así lo sintió él.
Como si se hubieran fusionado, como si no se fueran a separar nunca.
Zarcillos de las manos de ella se hundieron en las suyas, zarcillos
invisibles lo ataban a ella. No podía mover las manos, ni un centímetro. El
simple pensamiento de separarse de ella era demasiado doloroso incluso
para pensarlo.

Él sintió su sangre pulsar en el cuerpo de ella, sintió partes de ella en su


interior. Podía oír el latido de ella. Alucina, podía sentir el latido de su
corazón… no a través de sus manos si no a través de su propio corazón,
porque era como si el corazón de Catherine estuviera latiendo dentro de su
pecho.

La luz y el calor lo llenaron y le zumbaba la cabeza, se volvió ligero,


amenazando con salir flotando. Osciló como si estuviera en el viento pero
allí no había viento, solo las manos de ella sobre él, en él, llegando hondo
en su interior.

Una explosión detrás de sus ojos, iluminándolo todo en la habitación con


una luz surrealista, como un estallido repentino solo que insonoro. Todo
intensamente iluminado como en un escenario.

Emociones. Intensas y fuertes. Temor y soledad y deseo. Un intenso deseo


pero no tenía el sabor de su propio deseo. El deseo de alguien más. Las
emociones de otro. De algún modo estaba en la cabeza de otro y estaba
sintiendo deseo, lujuria ardiente por alguien…

Se vio a sí mismo desde fuera, como si estuviera mirando a través de los


ojos de otro. A través de sus ojos. Los ojos de Catherine…

… tan atractivo…
El pensamiento errante, tan claro como si alguien se lo hubiera susurrado
directamente al oído, cruzó flotando por su conciencia. Aquello lo
impulsó, rompiendo el hechizo.

¡Mierda, mierda, ese pensamiento era sobre él! Se apartó bruscamente de


su contacto como de una picana eléctrica, su movimiento fue tan brusco
que el plato de ella se volcó y cayó al suelo.

Él no le prestó atención, apenas se dio cuenta sobre el súbito tronar de su


corazón, la adrenalina del peligro bombeando abriéndose paso a través de
su cuerpo demasiado tarde. Lo que le hubiera pasado no había sido lo
bastante rápido para pararlo. Sin dar ninguna señal de aviso, solo ese golpe
fatal del rápido relámpago.

—¡Mierda! —Apretó los puños. No podía golpear a una mujer, no estaba


en su interior, pero por Dios… Se inclinó y puso su cara cerca de la de
ella, asegurándose de no tocarla en ninguna parte.

Se había puesto absolutamente blanca, sus ojos grises enormes en su cara


de sorpresa, las pupilas dilatadas. Se encogió hacia atrás, con la cara
contraída y las aletas nasales blancas por la tensión.

—¿Acabas de drogarme? —ladró él.

Ella primero tuvo que tragar. Incluso sus labios se habían puesto blancos.

—No —susurró con voz sorprendida—. No, por supuesto que no. Ya te lo
he dicho.

Mac levantó la sábana y le agarró las manos utilizando la sábana como


barrera. Habría sido mejor unos guantes de látex pero no llevaba un par
con él. La sábana serviría. E incluso si esto no lo protegía, le
proporcionaría al menos una barrera psicológica porque lo sabía, la certeza
como un profundo y sordo dolor en su interior, que tocarla era malo para
él.
O bueno.

O… algo. Algo irresistible.

Escrutó las palmas de las manos, comprobándolas meticulosamente,


centímetro a centímetro. Tenía que haber algo allí… tal vez micro agujas
incrustadas en la piel, alguna cápsula que pudiera romper y que funcionara
con el contacto. Algo.

Fue rudo pero ella no protestó. Solo le dejó examinarle las manos. Eran
hermosas. Esbeltas, de dedos largos, suaves. Y por mucho que mirara,
carentes de cualquier sistema de inyección de droga que pudiera ver.

Levantó la mirada de las manos, que temblaban en las suyas.

—¿Me has hipnotizado de alguna manera?

La voz de ella ahora era más fuerte.

—No.

—¡Entonces dime qué coño ha pasado aquí! —Le tiró las manos hacia
abajo, retrocediendo un paso furioso—. Joder, te toco y es como si se me
apagaran las luces. ¿Qué coño fue eso?

Ella se enderezó, subiendo la colcha y amontonándola alrededor de su


cuello como si unos cuantos metros de tela pudieran proporcionarle una
barrera si él elegía atacarla.

Si él hubiera sido capaz de reírse justo entonces, lo habría hecho porque


una colcha no iba a proporcionarle nada. No le haría daño pero maldita sea
si no iba a averiguar lo que había sucedido. Cómo coño había provocado
que él perdiera el control de sus sentidos justo entonces.

Y como narices había logrado convencerle que una mujer con su aspecto
podía sentir deseo por él. Eso era un truco de locos.

La hipnosis tenía sentido. Había tenido una experiencia extracorpórea


durante un segundo, como viéndose a sí mismo desde fuera. Y se había
autosugestionado en sentir que ella lo deseaba. Lo que había sentido era su
propio e insólito deseo, no el de ella. Esas palabras susurradas, en un visto
y no visto, en realidad no era una voz sino apenas el susurro de un
pensamiento… tan atractivo.

Parecía que provenía de ella. De algún modo había plantado mentiras en su


cabeza, alucinaciones, porque de ninguna manera Catherine Young iba a
encontrarle atractivo.

Era un hombre con un férreo autocontrol pero estaba colgando de un hilo.


Quería destrozar algo, arrojar algo a través de la habitación, romper algo.
¡Ella había estado dentro de su puñetera cabeza!

Había venido aquí y lo había encontrado contra todo pronóstico. Llegó con
su alocada historia del Paciente Número Nueve, que él, Nick y Jon se
habían creído a medias, así que tal vez el lavado de cerebro había
empezado inmediatamente. Luego se había introducido en su comunidad,
¿qué era aquello si no el trabajo de un agente infiltrado? De todos modos
trabajaba para su enemigo… Arka.

Arka tenía tratos con alguna mierda inmunda. Era totalmente posible que
ella llevara un bote de algo… alguna droga psicotrópica nueva que alterara
la realidad.

Se cernió sobre ella. A menudo utilizaba su tamaño para intimidar al


enemigo. Jamás lo había hecho con una mujer pero siempre había una
primera vez para todo. Se inclinó más cerca, descansando los nudillos de
su mano izquierda a un lado de la cama y mirándola fijamente a los ojos.

Bajo la luz de la lámpara sus ojos eran pura plata, reflejando la luz en vez
de absorberla. Ella lo miró a los ojos y luego apartó la mirada, dardos
plateados que chispeaban. Incluso sin maquillaje sus ojos eran
espléndidos: enormes con gruesas y oscuras pestañas. Ese brillo plateado
tan brillante…

Mac se dio una sacudida mental. Tío, lo que fuera que hubiera usado en él,
era potente. Jamás había tenido una pequeña ausencia por el color de los
ojos del sospechoso que estaba interrogando.

—¿Qué me acabas de hacer? —Su voz era baja y letal. No tenía que
proyectarlo; se sentía letal en cada célula de su cuerpo.

Se inclinó sobre ella un poco más y descansó los nudillos de su mano


derecha al otro lado de las caderas femeninas, con cuidado de no tocarla en
ninguna parte. Ella estaba enjaulada ahora por él. Sabía que llenaba su
línea de visión. Ella no vería nada más excepto casi ciento diez kilos de
hombre fuerte y enfadado cerniéndose sobre ella.

Ella tenía la espalda presionada con fuerza contra el cabezal de la cama y


el latido de su corazón aleteaba en la artería de su cuello. Respiraba
superficialmente.

Estaba asustada. Era bueno. Porque tenía acceso a una clase de armamento
contra el que él no tenía defensa. Un arma que podía hacerle caer tan
seguro como un aturdidor o un calibre 50.

Y era portadora de un mensaje mortal: ir a rescatar a Lucius. Él, Nick y


Jon eran los protectores de su comunidad. Si los mataban porque se metían
en una trampa ¿quién defendería a Stella, Bridget, Red y a la pequeña
Mac? ¿Y al resto?

—De acuerdo. Vas a tener una oportunidad con esto, porque si en algún
momento tengo la sensación de que estás mintiendo, voy a esposarte,
llevarte a la clínica e inyectarte tanto Lethe que te despertarás dentro de
una semana. Y si me cabreas mucho, no te despertarás en la habitación de
un motel. Te despertarás en la nieve, a tres kilómetros de la carretera más
cercana. Asiente si me entiendes.

Ella movió bruscamente la cabeza hacia abajo y luego hacia arriba.

—Asiente si me crees.

Movió bruscamente la cabeza de nuevo.

—Bien. —Mejor que ella le creyera porque estaba hablando total y


completamente en serio. Mac era bueno interrogando e intimidando.

Pero esto era completamente nuevo. No estaba acostumbrado a interrogar


cuando sentía toda su existencia bajo amenaza.

No era su vida la que estaba en peligro. Él estaba habituado a las


situaciones de peligro para la vida y estaba totalmente preparado para
morir en cumplimiento del deber. Pero esto… esto era algo que no
comprendía y le asustaba un montón. Esto era una aniquilación de todo su
ser, todo lo que era, y aun así dejaba su cuerpo intacto.

—Ahora vamos a empezar por el principio porque nos has estado


mintiendo desde que saqué tu penoso trasero de esa tormenta de nieve.

—No —susurró ella—. No he mentido.

Mierda. ¿Cómo podía parecer tan hermosa incluso ahora? Pálida y


asustada de él.

Mac estaba acostumbrado a que las mujeres atractivas parecieran asustadas


de él. Tenía un aspecto terrorífico, siempre lo tuvo. Había tenido las
vibraciones de No me jodas toda su vida.

Las mujeres veían lo querían ver y en él veían la amenaza y no un paquete


atractivo. Podría haberlo esquivado si hubiera sido rico porque los
accesorios de riqueza eran un atractivo tan poderoso como el buen aspecto.
Ropa cara, coches caros, ese aspecto acicalado del spa… las mujeres
respondían intensamente a eso.

Pero incluso si tuviera dinero, que no era el caso, él tenía gustos


espartanos. Así que las mujeres veían lo que obtenían. Y lo que veían era
un tipo que podía mantener el ritmo durante un largo rato. Si cerraban los
ojos no tendrían que mirarle.

Eso es lo que obtenían y lo que hacían.

Y que lo jodieran si esta mujer no lo estaba mirando de un modo


totalmente nuevo.

El miedo había desaparecido. No tenía idea como había sucedido. Pero era
inconfundible. Ni miedo. Ni terror. Ni asco.

Sus ojos se habían suavizado. Incluso le había vuelto algo de color a la


cara.

A la mierda.

—Repasemos de nuevo. —Con la mandíbula apretada con tanta fuerza que


era un milagro que no se rompiera los dientes. Y todavía no tenían un
dentista aunque no importaba. Con todo el dinero que Jon estaba
defraudando, podían permitirse enviar a los residentes a los dentistas más
caros de California—. Cuéntame otra vez como es que estabas en la
carretera viniendo hacia nosotros. Es una carretera abandonada y había un
control policial. Estaba nevando. Estabas loca por intentar subir hasta aquí
con la nieve y en la oscuridad. Tú sabías algo.

Abrió los ojos de par en par.

—Te lo dije. El Paciente Número Nueve estaba desesperado por ponerse


en contacto contigo. Me contó que te encontraría en alguna parte de esa
carretera que subía a Mount Blue. Pero subí por la carretera equivocada,
varias carreteras equivocadas, tuve que recular y me atrapó el mal tiempo.
Entonces mi coche se murió y ya conoces el resto.

Mierda. Lucius sabía que él se había pasado la adolescencia explorando la


mina de Mount Blue. En una de las raras ocasiones en las que Mac se
emborrachó, le contó a Lucius que iba a comprar la mina abandonada
cuando se retirara, y vivir allí aislado.

Entrecerró los ojos y acercó la cara. Esta mujer podría ser una mentirosa
de primera categoría. Pero incluso los mejores mentirosos del mundo
tenían deslices. Pequeñitos, pero él era un hombre observador. No iba a
dejar que se le escapara ni la más leve señal.

—Eres médico. Tienes un trabajo de alto nivel en un importante


laboratorio de investigación. ¿Y quieres hacerme creer que lo dejarías todo
e irías a buscar una aguja en un pajar por la mera palabrería de un hombre
que tú misma diagnosticaste como demente?

Los ojos femeninos buscaros los suyos, produciendo dardos plateados


como pequeños rayos.

—Es la verdad —susurró ella—. Te digo la verdad.

Aflojó la mandíbula.

—No, no la cuentas.

—Sí. —Se preparó para un profundo aliento y parecía que estaba


armándose de valor para algo. Por fin. Tal vez iba a decirle la verdad.

—A excepción de una cosa. Mentí sobre una cosa.

De acuerdo. Esto iba a ir a alguna parte. Ella iba a confesar.


Él se inclinó hasta que su nariz casi tocó la de ella.

—Escúpelo.

Ella no se acobardó.

—El Paciente Número Nueve no lo escribió en un teclado. Y el Paciente


Nueve no puede hablar. Ni una palabra.

Capítulo 10


Sede de Orion Security

Alexandria, Virginia

Clancy Flynn ojeó a través de las ofertas de trabajo, fruto de su sutil


campaña de tanteo en las aguas del mercado. Quería ver cómo estaba el
mercado una vez que un SL estable estaba disponible, y, joder, el mercado
estaba en expansión.

Iba a hacer una maldita fortuna.

Ojeó las ofertas para la licitación. Discretamente dejó que sus principales
clientes supieran que había una posibilidad de que él pudiera hacer
trabajos de seguridad en la mitad de tiempo, utilizando la tercera parte de
personal. La seguridad era un mercado atestado, cada día más saturado. El
mundo era un lugar peligroso, pero se estaba llenando rápidamente con ex
soldados. Mucho potencial, altamente entrenados, bien armados, duros.
Muchas empresas estaban surgiendo, compitiendo por el trabajo.

Sin embargo, la seguridad costaba dinero y Flynn conocía sus empresas.


La seguridad era algo en lo que las compañías gastaban dinero a
regañadientes. A los accionistas no les gustaba esa partida en los
presupuestos porque no era retornable. Por definición, la seguridad no era
una inversión. Los accionistas no se podían meter en sus codiciosas
cabezas que la seguridad era la condición para las inversiones. Lo que les
permitía recostarse, no trabajar y amasar dinero.

Flynn había corrido la voz de que tenía una nueva tecnología que le
permitiría ofrecerse para trabajar más barato. Eligió las compañías con las
que contactó cuidadosamente. No tenían curiosidad por la tecnología, lo
único que les importaba era el resultado final. La mayoría del trabajo sería
hecho lejos de la vista de los trabajadores de cuello blanco de las salas de
juntas de las oficinas centrales.
Picaron.

Observó la hoja de cálculo, que mostraba más dinero de lo que nunca


pensó que había visto en su vida. Estaban allí enumerados, como fruta
madura.

Un contrato de un año para la seguridad de la construcción de un conducto


de gas desde el campo Tengiz en Kazakstán a Bakú en Azerbaiyán, siete
millones de dólares. Contrato de un año para la seguridad de unos pozos de
petróleo de un nuevo propietario brasileño en Irak, diez millones de
dólares. Contrato de un año para operaciones madereras en una isla de
Indonesia conocida por su terrorismo islámico, cinco millones de dólares.

Si el SL hubiera funcionado, él podría haber utilizado equipos de diez


hombres en cada trabajo, superando los cien mil dólares por agente, unos
tres millones de dólares. Le podría haber dejado con un beneficio de
diecinueve millones de dólares. En un año. Podría haber doblado eso el
siguiente año, una vez que hubiera probado su valor en el mercado.

Lee le había dicho que estaba seguro de que tenían la fórmula correcta.
Había encontrado algo en la cabeza de Lucius Ward que había sido la llave
hacia la dosis correcta. Habría sido la primera vez que la cabeza de Lucius
Ward hubiera sido útil para Flynn.

Bastardo mojigato.

Ward había estado poniéndole la zancadilla a Flynn durante toda su carrera


militar. Flynn a menudo le había superado porque sabía cómo jugar el
juego del Pentágono, pero Ward había sido un bastardo resbaladizo, a
menudo eclipsándole. Jodido héroe. Y después poniendo en marcha los
Ghost Ops. El hijo de puta se había puesto completamente fuera de la
estructura de mando militar y se había vuelto intocable.

El equipo Ghost Ops había sido malditamente efectivo y Ward había


ascendido en poder y prestigio. Y puesto que Ward era un astuto hijo de
puta, se había enterado en lo que Flynn y Lee habían estado trabajando.
Flynn había enviado las órdenes bajo un código secreto que era lo único
que podría enviar a lo Ghost Ops a una misión. Un código salido de la
Casa Blanca, desde el mismo comandante en jefe. Ward creyó que había
ido a una operación autorizada.

Había sido peligroso. Si Ward hubiera cuestionado de alguna manera la


operación, habría descubierto que no venía de su estructura de mando y
habría seguido la pista hasta Flynn. Y si había una cosa que Flynn sabía,
era que Ward era un vengativo hijo de puta.

Flynn podría haberse despedido de su vida y su pensión y nunca tendría la


oportunidad de disfrutar de su riqueza recién descubierta como empresario.
Si Ward hubiera descubierto que las órdenes procedían de él, Flynn estaría
criando malvas en una tumba o mendigando dinero para margaritas en un
pueblo de Costa Rica, mirando continuamente por encima de su hombro.

Pero Ward había estado a punto de desenmascarar algo y la operación


había sido elaborada sobre la marcha. Ellos ganaron un año, un año en el
que SL debería haber estado en línea y comenzado a hacerles ricos.

Maldito Lee. Tan malditamente lento.

Flynn estaba perdiendo dinero día a día. Y el fiasco de África les había
retrasado por quien sabía cuánto tiempo

Fue a la línea encriptada que ni siquiera Dios podría hackear y envió un


correo electrónico a Lee. Utilizaba un nombre de dominio que garantizaba
el anonimato.

A: Uno@sinnombre.com
De: Dos@sinnombre.com

Acelera las cosas. Tengo clientes esperando. Has gastado hasta el


momento diez millones de dólares y no tengo nada que mostrar. O veo
pronto un progreso o saco el dinero y voy a Nova. He oído que ellos están
trabajando en potenciadores neuronales. Puede ser que tengan más suerte
que tú.
Dos

Se echó hacia atrás con una sombría sonrisa en su cara. Esto debería agitar
a Lee. Poner un fuego bajo su flaco culo. Lee no podía hacer nada solo con
el presupuesto de investigaciones Arka. El dinero de Flynn era la llave.

Haría retorcerse al hijo de puta.

Flynn se recostó en su silla ergonómica de diseñador de diez mil dólares y


recortó la punta de un Arturo Fuente de cien dólares utilizando un
cortapuros de quinientos dólares. Lo encendió con su antiguo mechero
Dunhill de oro macizo que había adquirido en Londres por veinte mil
dólares. Había pertenecido a un ex rey, el Duque de Windsor, y eso hacía
que Clancy se sintiera… poderoso. Lo sostenía en la mano y sabía que
podía disfrutar sin ningún problema de cualquier cosa. Estos días, había
pocos apetitos que Flynn tuviera que negarse, ninguno era imposible con
su pensión militar.

Así que Lee iba a tener que ponerse en marcha o Flynn iba a cortar el
pezón del que Lee había estado chupando.
Mount Blue

Los ojos de él se abrieron con sorpresa. Catherine entendió muy bien que
Mac no fuera a menudo pillado por sorpresa. Había sentido su naturaleza
vigilante bajo sus manos, pero incluso si no lo hubiera hecho, su lenguaje
corporal era claro.

Él frunció el ceño.

—¿No escribe?¿Tampoco puede hablar? Te dijo como encontrarme


¿verdad? O ¿también es todo una mentira?

Ella buscó sus ojos. Marrón oscuro excepto por aquellas amarillas estrías
brillantes.

Cerró los ojos pero eso no ayudaba. Su notable cara parecía tatuada en el
interior de sus parpados. Rasgos fuertes, piel curtida, una nariz que había
sido rota varias veces, una boca firme que nunca sonreía. La cicatriz
ondulante sobre el lado izquierdo de su cara que parecía como si fuera un
río de carne fluyendo hacia abajo. La otra cicatriz como un recuerdo de
dolor en la piel.

Ella vio sus rasgos pero vio mucho más, no solo a través de las
proyecciones del Paciente Nueve, que le quería como a un hijo, sino ahora
a través de sus propios dedos, su propia piel le hablaba.

Había violencia ahí, sí. Pero también bondad y lealtad. Tenía la valentía de
un hombre sin miedo a morir. No era un suicida, ni mucho menos, pero su
cabeza y su corazón creían que había muchas cosas peores que la muerte.
El engaño, la traición, la crueldad. Eran peores que la muerte para él y
moriría antes que ser culpable de ellos.

Él se estaba alzando sobre ella, tratando de intimidarla y si ella no hubiera


sido lo que era, si no hubiera sentido el núcleo de él bajo sus manos,
definitivamente habría estado aterrorizada. Este hombre emanaba peligro y
violencia. Parecía como si pudiera partirla por la mitad sin inmutarse.
Parecía como si disfrutara haciéndolo.

Pero él no iba a hacerlo y ella lo sabía. Lo sabía en sus huesos, en lo más


hondo de sus células.

La intensa ferocidad que él estaba dirigiendo hacia ella era el color del
miedo. No miedo por él mismo sino miedo por la gente que él tenía en
gran estima, la gente que claramente él dirigía y protegía. Los sentimientos
de Bridget por ese hombre habían sido agudos e intensos. La había salvado
de algo. Había habido una clara gratitud, los tonos brillantes de la
admiración, hilos de afecto atravesándolo. Casi amor, aunque no como el
amor que había estado en ella por Red y por su pequeña hija.

Mac era su líder y permanecía en pie para ellos, era su baluarte contra un
mundo que no había sido amable con ellos.

Era el miedo por su gente lo que le tenía entrecerrando los ojos, lo que
hacía su profunda voz tan áspera y sombría, que le tenía inclinándose tan
cerca.

Y debido a que ella le conocía, conocía su esencia, Catherine entrecerró


los ojos y dijo bruscamente.

—Retrocede.

Sus ojos relampaguearon, un ceño profundo entre sus cejas negras. El ceño
estaba casi permanentemente grabado en su cara, lo que significaba que
fruncía el ceño mucho.

—¿Qué dijiste?

—Re-tro-ce-de. —Catherine le apartó.

Ya era suficientemente malo no perder la cabeza cuando estaba exhausta y


estresada. Con este hombre justo en su cara, era casi imposible.

Por no mencionar el hecho de que había un tirón molesto hacia él. Casi un
tropismo, como un girasol hacia el sol.

El cariño del Paciente Nueve por él se había pegado a ella. Y ahora que le
había visto, que había estado lo suficientemente cerca como para sentir su
calor, oler el olor a limpio de él, tocarle… ella estaba a un paso de
enamorarse de él. De primera mano, no de segunda mano. Mentalmente
movió los brazos como un molino de viento, porque enamorarse de este
hombre, ahora, sería un desastre de proporciones épicas.

Aunque…

Es tan atractivo…

El pensamiento flotó a través de su mente una vez más, como antes había
hecho. ¿Desde cuándo ella era susceptible a un cachas? Los cachas
definitivamente no eran su estilo. Definitivamente era una mujer de
inteligencia-sobre- músculo. Los pocos hombres con los que se había
citado habían sido del tipo enclenque, hechos para batas de laboratorio
colgando de hombros estrechos.

Este guerrero que parecía algo salido de la niebla del amanecer, este
hombre la tenía controlada.

…tan atractivo…

Echa el freno, se dijo severamente a sí misma. Ella tenía una misión.

Él retrocedió. Pero estar echada en la cama representaba una enorme


desventaja. Ella se levantó encarándole, probando cautelosamente el suelo,
recordando el momento en que las emociones de todos la habían
abrumado, recordando el momento en que sus rodillas se habían
debilitado. Tragó saliva mientras intentaba subrepticiamente encontrar el
equilibrio.

Una mano grande la estabilizó.

Dios, él se cernía sobre ella, observándola con ojos entrecerrados, pupilas


oscuras reflejaban un punto de luz de la lámpara de noche.

Él soltó su brazo y frustrado se pasó una mano por el pelo.

—Tienes mucho que explicar, señora. Y no te vas a ir de aquí hasta que


entienda que demonios está pasando.

—Vamos a sentarnos —murmuró ella. Sus piernas se sentían débiles pero


se las arregló para ir hacia la mesa sin revelar ninguna debilidad física. Lo
hizo a tiempo antes de derrumbarse.

La debilidad era devastadora y un latigazo en contraste con la poderosa


fuerza que la recorría cuando tocaba a este hombre. Él la infundía de…
algo. Extraordinario. En toda su vida, nunca nadie le había dado algo a ella
a través de su maldición, su regalo. Todo había ido en una dirección, las
emociones de ellos amontonándose dentro de ella, arremolinándose en su
interior, abrumándola. Nunca había recibido nada que pudiera ser
considerado un regalo.

Había sido increíble sentir toda esa energía de acero, pero ahora que no le
estaba tocando, se había ido, precisamente cuando la necesitaba.

Se sentaron uno frente a otro como adversarios. Lo que, por supuesto,


eran.

Recuerda esto, Catherine. Por mucho que él le gustara, y le gustaba en


contra de su voluntad, no era su amigo.

Juntó las manos delante de ella, para inmovilizarlas.


Él imitó su gesto, pero a diferencia de ella, eso definitivamente no era para
inmovilizarlas.

—De acuerdo —gruñó él—. Esto ha ido demasiado lejos. Estoy


agradecido, todos lo estamos, por tu ayuda con Bridget y… el bebé. —Su
boca se curvó, incapaz de decir el nombre del bebé. Mac—. Pero eso no
cambia nada. El hecho es que aquí tenemos alguna gente vulnerable. Gente
que quiero proteger. Gente que tú podrías lastimar. No tengo ni idea de
cuan peligrosa eres para nosotros y eso me molesta. Nadie debía ser capaz
de encontrarnos aquí, pero tú lo hiciste y quiero saber exactamente como
lo hiciste. Y si no escucho algo que me convenza, por favor créeme
cuando te digo que llevaré tu mente de vuelta a la semana pasada. Después
de lo cual estaré totalmente seguro de que nunca encontrarás el camino
hacia nosotros otra vez.

—Oh, te creo —dijo ella suavemente. Y lo hacía.

Él la miró sin pestañear, entonces retrocedió un poco.

—Soy todo oídos. Y particularmente quiero entender cómo demonios este


Paciente Nueve tuyo te ha dado toda esa información mía. No puede
hablar. No puede escribir. ¿Qué coño puede hacer?

Algo terrible estaba pasando. Catherine necesitaba todo su ingenio cerca


de ella. Necesitaba explicar algo que era inexplicable, fuera de los límites
de la experiencia de nadie. Necesitaba convencer a este hombre duro que
ella no era una amenaza. Necesitaba convencerle para que ayudara al
Paciente Nueve.

Todo eso mientras no podía pensar con claridad.

Ella pensaba con claridad para ganarse la vida. Claridad de mente, una
habilidad para centrarse… eso es lo que más o menos era. Era una
científica y su mente era su arma. Ahora mismo estaba fallando
estrepitosamente.

Solo verlo al otro lado de la mesa frente a ella le liaba la cabeza.


Posiblemente le confundía las neuronas.

¿Había una explicación científica para esto? Había entrado en neurología


con la esperanza de entender quién y qué era ella, pero hasta ahora la
ciencia no la había ayudado.

Una cosa que había aprendido hasta ahora como un hecho establecido era
que sin contacto, la conexión no funcionaba. En el momento en que ella
apartaba la mano, la persona a la que había estado tocando se convertía de
nuevo en un enigma y ella se retraía en su propia piel, totalmente incapaz
de leer a la persona que un segundo antes había estado abierta a ella.

La conexión se perdía en un instante.

Y aún… continuaba sintiéndole.

Todavía continuaba en sintonía con Mac de alguna forma insondable. Oh


Dios, ¿esto era permanente? ¡Todavía estaba conectada!

Le miró, desconcertada. Era como estar en dos cabezas a la vez, como


tener visión doble, solo que peor.

Cerró los ojos, trató de distanciarse. Se imaginó a si misma dándole la


espalda y alejándose.

Eso ayudó. Cuando era un puntito en el horizonte, abrió los ojos y sintió
todo de nuevo. Sola otra vez.

—De acuerdo. Necesito retroceder un poco. Explicarte… explicarte un


poco sobre mí.

Él no respondió, simplemente inclinó la cabeza. Adelante.


—Sí, um. —Catherine se lamió los labios y él le miró la boca. Ella se
detuvo inmediatamente porque —¡Dios!— un rayo de calor se disparó a
través de ella. Calor y una fuerte sensación, se reunieron en su ingle.
Deseo. ¿De ella? ¿De él? Los ojos de ella se centraron en los de él—.
Necesito contar esto a mi manera.

Él inclinó la cabeza de nuevo, los ojos oscuros nunca dejaron los de ella.

De acuerdo. Era hora de hacer esto. Catherine nunca se lo había expuesto a


nadie. Todo lo que había, sobre la mesa. Todo lo que ella era. La rareza.
Ser completamente diferente de cualquier otra persona del planeta. Todos
los que conocía habían huido gritando sin ni siquiera comprender la
totalidad de ello. ¿Cómo iba a ser él una excepción?

Pero, y siempre volvía a lo mismo, esta era su misión. Un hombre


desesperado había puesto todas sus esperanzas en ella y ella tenía que
hacerlo.

Momento para el show.

—Yo soy, um… yo soy diferente. No soy como las otras personas.

—Continua. —Su voz era baja y calmada.

Ahí vamos.

—Sabes que puedo… puedo sentir las emociones de la gente cuando les
toco —dijo cuidadosamente.

—Tuve algo de eso ayer. —Él la estaba observando cautelosamente.

Ella se mordió los labios y asintió con la cabeza. Era imposible leer su cara
excepto que no se veía feliz.

—Es… es una especie de regalo. Pero se siente como una maldición la


mayor parte del tiempo y viene y va. Tenía doce años antes de darme
cuenta que esto no le ocurría a todo el mundo. Afortunadamente tenía unos
padres fríos que apenas me tocaban. Por lo que no fue hasta la
adolescencia que descubrí lo que podía hacer. Realmente descubrirlo,
quiero decir. —Sus padres se detestaban el uno al otro y cada vez que de
pequeña tocaba ya fuera a su padre o a su madre, todo lo que captaba era
una fría explosión de odio. Instintivamente, como hacen los niños, evitaba
la fuente de incomodidad.

—Después de varios casos de personas que me miraban diferente cuando


dije algo que no debería haber sabido, finalmente pillé que lo que para mí
era un conocimiento normal, para los demás no lo era.

Mirándome de manera diferente. Las palabras sonaban tan normales, el


pan de cada día. Todos miraban de reojo, ¿verdad?

A Catherine le habían lanzado bebidas frías a la cara, como en ese antiguo


programa de televisión Glee, solo que menos divertido. Su primer coche
había sido un Economo que tenía diez años, se lo había comprado en su
último año con el dinero ganado al trabajar en un supermercado los fines
de semana; una tarde al salir de la escuela lo encontró con las ruedas
acuchilladas.

Los chicos la evitaban en los pasillos. Nadie quería su armario al lado del
de ella.

En el instituto las emociones de todos estaban más o menos a flor de piel.


La chica más popular de la escuela… en casa, su padre estaba abusando de
ella. Alrededor de ella había una superficie brillante como un espejo de
felicidad y debajo había una dosis de oscuridad con un ardiente deseo de
morir. El defensa que no podía ver a una mujer sin querer follarla, una
oscura y dolorosa compulsión. El nerd científico que odiaba a todos con
una crueldad que la conmocionó. Había sido demasiado. La única
solución, no hablar con nadie y sobre todo, hagas lo que hagas, no tocar a
nadie.

El instituto había sido su propio infierno solitario.

—¿Qué sabes?¿Qué percibes? —Las preguntas sonaban renuentes, como


si hacérselas significara que se lo tragaba todo—. ¿Qué clase de Intel…
información logras?

Ella pensó cuidadosamente.

—No puedo leer mentes, si es eso lo que piensas. —por lo menos hasta el
Paciente Nueve—. No es como una emisora de radio que transmite los
pensamientos en tu cabeza como si fueran las noticias de la noche. —Él se
relajó ligeramente. Estaba ocultando algo. Eso era genial. Todos tenían
secretos. Dios sabía que ella tenía los suyos propios—. No sé cuál es tu
lista de la compra o que hay en tu cuenta bancaria o con quien has quedado
en una cita. No sé cosas específicas. Pero… sabría si estás preocupado o
contento o triste —O eres un suicida, un homicida o un esquizofrénico.
Reprimió un escalofrío.

Él se quedó quieto, procesando esto. Ella le dejó manejar eso a su manera


porque había mucho que digerir. Parpadeando como si acabara de salir de
una caverna a la luz del sol, él se inclinó un poco hacia delante.

—Vamos a avanzar rápidamente hasta el Paciente Nueve.

—De acuerdo. ¿Entonces me crees? —Ella le miró esperanzada.

—Digamos que estoy aplazando la incredulidad. —Golpeteó los largos


dedos sobre la mesa. Ella miró su mano, tan grande y poderosa. La piel era
rugosa, en absoluto una mimada mano con manicura. Una larga cicatriz
blanca cubría el dorso, flanqueada por tenues líneas blancas, como una
escalera. Una herida, cosida—. Es mucho para digerir.

Ella asintió con la cabeza. Lo era.


—Entonces… Paciente Nueve. En Laboratorios Millon. —Su cara estaba
impasible. Sin ninguna expresión, excepto severidad y un enfoque intenso
—. ¿Cuánto tiempo trabajaste allí?

Un repentino ataque de impaciencia se apoderó de ella.

—¡Vamos! ¡Detén esto! Vi el ordenador tan potente que tienes aquí, Mac.
No lo olvides. Un hombre inteligente, y tú me lo pareces, puede encontrar
información sobre casi cualquier cosa con esa clase de poder crucial.
Probablemente ya conoces mi promedio de calificaciones en la
universidad, las clases que tomé en el instituto, sin duda sabes cuánto
tiempo he estado trabajando en Millon.

Ella ni siquiera trató de mantener la mordacidad fuera de su voz. Qué


demonios. Estaba dejando al descubierto su alma y él estaba jugando con
ella.

Él no se sorprendió por su arrebato. Solo bajó la cabeza. Buen punto.

—Entonces vamos al grano. Dime qué haces ahí. Tus tareas.

—Administrar un proyecto sobre la demencia. Te lo dije.

Él inclinó ligeramente la cabeza hacia un lado.

—¿Qué leíste en los pacientes dementes?

—Llevo guantes de látex. Todos lo hacemos.

Él no dijo nada solo la miró.

—De acuerdo. —Catherine suspiró ligeramente—. A veces les toco.

—¿Y leíste…?
—Oscuridad —dijo suavemente—. Desesperación. Algunas veces…nada.

Él retrocedió ligeramente.

—Sí. Es una enfermedad terrible. Quería contribuir en algo al respecto.

—¿Por cuánto tiempo tenéis a los pacientes?

—Seis meses. Probamos varios protocolos de drogas. Estamos muy


entusiasmados con una nueva droga. Ha pasado por varias versiones. A
veces vuelve a crear nuevas conexiones neuronales que rodean las áreas
dañadas del cerebro y está definitivamente en línea con las últimas
hipótesis sobre el cerebro como un conectoma… una estructura
interconectada. . La dirección creía que podríamos estar ante una droga
milagro. La probamos en chimpancés y su habilidad en la resolución de
problemas se disparó. —Se detuvo, recordando la masacre de chimpancés
con un estremecimiento—. Desafortunadamente, una versión fue un
fracaso importante. Estábamos elaborando protocolos para ensayos en
humanos cuando descubrimos que después de cerca de un mes de
tratamiento, una de las versiones de la droga prototipo llevaba a los
chimpancés a la locura. Hubo una revuelta. Una generación entera de
chimpancés tuvo que ser eliminada. Eran extremadamente agresivos, fuera
de control. Fue un desastre.

—Continúa. —Los músculos de su mandíbula se tensaron—. Paciente


Nueve.

Sí. Feliz de continuar, muy feliz.

La masacre de chimpancés había sido una nube oscura cerniéndose sobre


el laboratorio durante meses.

—Por supuesto. Los pacientes son cambiados el treinta de junio y el treinta


y uno de diciembre. Por lo que el treinta y uno de diciembre tuvimos una
nueva entrada, veinte pacientes. Empecé a trabajar el dos de enero y cogí
los historiales médicos originales. Los pacientes del Uno al Veinte, sufrían
demencia severa. Los evalué a todos, repasando sus registros médicos.
Todo tenía que ser impecable porque si la nueva droga con la nueva
molécula funcionaba, teníamos que tener una línea de base. Por lo que
aunque los historiales médicos de los pacientes eran completos,
empezamos de nuevo desde cero. Estaban demasiado avanzados para hacer
los usuales mini exámenes mentales pero hicimos todo lo demás. Examen
del fondo del ojo para medir la presión intracraneal, electromiogramas
para medir la fasciculación. El test de Barré para el avance de la
pronación… todo. Luego cada paciente tuvo un análisis completo de
sangre y una resonancia magnética.

Él parecía entenderla y su mirada no era vidriosa. Tenía entrenamiento


médico. Claramente estaba familiarizado con la terminología médica.

—Inmediatamente vi que ahí había algo… diferente acerca del Paciente


Nueve.

—¿Diferente cómo?

Ella se encogió de hombros.

—No podía meterme en eso hasta que llegaran los resultados de la fRMI.
Las RMI funcionales en pacientes con demencia muestran patrones
completamente diferentes que en los normales. Y muestran áreas inactivas.
¿Alguna vez viste los mapas de las conexiones a internet de Corea del
norte antes de la sublevación y la fundación de la República de Corea?

Él asintió con la cabeza.

—Es como la de los pacientes con demencia. Áreas completamente en


blanco, en cerebros humanos que tienen más conexiones que estrellas hay
en la Vía Láctea. El escáner del Paciente Nueve era completamente
diferente. Clínicamente, mostraba signos de demencia muy avanzada. Pero
su escáner… era, bien, era uno de los más inusuales que jamás había visto.
Era como si… si sus facultades mentales hubieran sido suprimidas
artificialmente, pero debajo había función cognitiva. Muy inusual.

—¿Qué aspecto tenía? —Sus ojos se agudizaron, se entrecerraron. Parecía


escucharla con los oídos, pero también con sus ojos y su piel, su atención
estaba completamente centrada en ella.

—Alto —respondió ella—. Incluso postrado. Sus gráficos le sitúan en un


metro noventa y cinco de altura y sesenta y cinco kilos de peso,
probablemente de uno a diez kilos por debajo. Estaba desnutrido. Una vez
había sido un hombre musculoso, pero ahora su piel colgaba de los huesos.
Esto es habitual en los casos de demencia avanzada. Los pacientes pierden
el apetito, algunas veces hasta olvidan para qué es la comida o confunden
objetos con comida. Todo es caótico. Él era, por utilizar un lenguaje llano,
un desastre.

—¿Tenías información preliminar?

—No. —Ella sacudió la cabeza—. Te lo dije, están referidos en números.


Todo excepto su información médica estaba redactada a partir del archivo
por lo que nuestras observaciones serían imparciales. Pero… creo que él
era militar.

—Si no tenías información suya y él estaba postrado, ¿Cómo podías


valorar eso?

—Le toqué.

—Le tocaste… ¿le tocaste?

—Sí. No utilizo mi habilidad —maldición—, para propósitos de


investigación. No hay manera de que pueda corroborar lo que aprendo. No
está probado, no es científico. Incluso es engañoso. Nunca sé cuándo
puedo confiar en eso.
—¿Alguna vez has cometido un error? —Su voz era sosegada.

—¿Error?

—Sí. ¿Has tenido una lectura errónea? ¿Creías que alguien estaba muy
contento pero resultó un suicida? ¿Creías que alguien estaba enamorado y
en vez de eso apuñaló a la chica? ¿Pillas lo realmente malo?

—No. —Ella sacudió la cabeza—. No que yo sepa.

Él digirió eso mientras ella solamente le miraba. Encontraba difícil


concentrarse porque él era una enorme… distracción, sentado justo
enfrente de ella. Llenando su campo de visión, absorbiendo todo el
oxígeno de la habitación, ocupando todo el espacio en su cabeza.

Era fascinante mirarle, un imán para los ojos. Sus ojos, al menos.

Ella había pasado casi su vida entera en la escuela. Tres años antes había
dejado los confines de la escuela de graduados solo para trasladarse
directamente al interior de un laboratorio de investigación que era
virtualmente indistinguible de su laboratorio de la universidad, excepto
que el equipo era mejor y más caro.

Y a cada paso del camino, los hombres eran clones unos de otros.

La única variable era la altura, por lo demás, los hombres con los que ella
había pasado todos sus estudios de postgrado y su vida laboral eran
virtualmente lo mismo. Delgados, porque los nerds científicos no tienen
tiempo para comer. Con gafas, por pasadas de moda que fueran. Los ojos
quirúrgicamente mejorados todavía tenían problemas para hacer frente al
trabajo de cerca que se requería de alguien que observaba todo el día las
pequeñas pantallas de los microscopios electrónicos, y ya que los nerds no
eran vanidosos, era más fácil llevar gafas. En un mundo donde ya no había
más gafas, era como una señal, ahí en sus caras. Soy un nerd.
No tenían músculos, ninguno. Hacer músculos requería tiempo y ganas y
los hombres con los que trabajaba no tenían ninguna de las dos cosas.
Vivían enteramente en sus cabezas. Sus cuerpos estaban en un segundo
plano.

Y no tenían hormonas, o por lo menos ninguna que ella pudiera detectar,


no es que fuera ninguna experta.

Eran exactamente lo opuesto del hombre sentado al otro lado de ella, que
era enorme, muy musculoso, rezumando bastante testosterona y
feromonas.

Todo acerca de él era tan fascinante. Era como una quimera, alguna bestia
mítica salvaje del bosque que de repente cobraba vida. Ella le podía
observar durante días, un poco cautelosa, como debía ser con las criaturas
míticas. Él podía desaparecer, podía saltar sobre ella… no tenía ni idea de
lo que podía hacer.

Los hombres a los que estaba acostumbrada tenían miradas vagas,


dirigidas hacia dentro, tratando de descifrar los secretos de la naturaleza.
Este hombre ya parecía conocerlos. Su mirada era directa, conocedora,
dura. Un hombre que vivía en el mundo real. Y ese cuerpo. Guau. Un
cuerpo como ese debería ser ilegal. O por lo menos debería tener el buen
gusto de mantenerse alejado de mujeres susceptibles.

Él se echó hacia atrás ligeramente, las grandes manos sobre la superficie


de la mesa. También eran increíblemente fascinantes. De piel rugosa,
melladas, callosas. Con aquella larga cicatriz en forma de escalera a lo
largo del dorso de una de ellas.

Él se mantenía completamente quieto. Ella nunca había visto a nadie,


hombre o mujer, que pudiera mantenerse tan quieto como él. Mientras la
escuchaba, solo movía los ojos. Era como estar sentada cerca de algún
enorme gato de la jungla agazapado, esperando sigilosamente su presa.
Ella.

—Paciente Nueve. —No era una petición.

Ella bajó la mirada hacia la mesa, como si allí hubiera algún dato, aunque
por supuesto allí no había nada excepto una superficie de madera. Pero ella
no necesitaba un bloc de notas. El Paciente Nueve estaba grabado en su
memoria con ácido.

—La primera vez que le vi, como dije, fue el tres de enero. —Ella lo
recordaba muy bien. Había pasado la Nochevieja y Año Nuevo por su
cuenta. Ir a trabajar había sido un alivio porque por lo menos podía oír
voces humanas—. El Paciente Nueve estaba en mala forma física. Como te
dije, era como si hubiera sufrido numerosas operaciones, y aunque las
heridas estaban cerradas sin infección, a veces se notaba que había tenido
intervención sobre intervención. —Se estremeció al recordarlo. Había sido
algo… inquietante ver a un hombre sobre el que se había trabajado tanto
—. Estaba atado. Sus ojos estaban cerrados cuando entré en la habitación.
Había dedicado la mañana a repasar los archivos de los pacientes,
comprobando sus papeles y haciéndoles un examen físico. Solo para tener
un punto de referencia, como dije. Luego entraba en cada habitación para
tener una idea de ellos. Solo un examen preliminar. El Paciente Nueve
estaba inconsciente, como la mayoría de ellos. Estaba tomándole la tensión
cuando, de repente, sus ojos se abrieron y agarró mi mano, por encima del
guante de látex. Fue… fue una sorpresa.

Ojos abiertos, alerta, profundos y doloridos pero completamente humanos,


completamente vivos. Eso la había sorprendido, estaba tan acostumbrada a
los ojos apagados, aturdidos de los otros pacientes, una vez humanos,
ahora tan perdidos.

Ese hombre no estaba perdido, no del todo. Estaba atado debido a las vías
de las intravenosas y no podía hablar pero estaba consciente.
Terriblemente consciente.
—Me habló —susurró ella, recordando aquel momento eléctrico—. Me
dijo que estaba atrapado. Algo terriblemente malo había pasado. La gente
que le importaba había sufrido. Necesitaba… necesitaba algo mucho.
Quería que algo se hiciera pero yo no podía entender…

Catherine miró a Mac directamente a los ojos. Sus ojos oscuros estaban
mirándola intensamente, sin parpadear.

—Pasaron varios minutos antes de que comprendiera que no estaba


hablando. No con sus cuerdas vocales. Su boca no se estaba moviendo.
Todo se hacía… mentalmente. —Las manos de ella se levantaron, se
extendieron, cayeron sin poder evitarlo sobre la mesa—. O
telepáticamente, o físicamente. O algo. No tenía ni idea de lo que me
estaba hablando. Esto nunca me había sucedido antes.

Él no cuestionó nada de eso.

—¿Estaba hablando?¿En…tu mente?

Ella sacudió la cabeza bruscamente.

—Algunas palabras. Era difícil de reconocer, la mayoría era un revoltijo.


Pero conseguí el núcleo del mensaje. Imágenes, en su mayoría. Un
edificio, en la nieve. Voces gritando. Hombres saliendo de rincones
ocultos, armados, atacando a otros hombres. Armas de aspecto peculiar.
Disparos. Una explosión y un incendio tan caliente que la nieve se derretía
casi instantáneamente. Hombres con alguna clase de franja luminosa sobre
sus cacos que caían.

Los ojos de Mac se oscurecieron más. Ella podía sentir su atención


agudizada.

—Tienes que entender que esto nunca me había sucedido, nunca antes
había visto tan claro. Generalmente todo lo que consigo son sentimientos.
Esta vez veía las imágenes y sentía las emociones al mismo tiempo. El
peligro, cortándome como un cuchillo. Alguna sensación profunda de
traición, algo oscuro, algo que me quitaba el oxígeno. Sobre todo eso… —
su voz bajó hasta susurrar—…sobre todo eso estaba tu cara.

Él no se movió, no demostró ninguna emoción, pero Catherine sintió su


sorpresa como un latigazo.

—¿Mi cara?¿Estás segura?

Ella asintió con la cabeza y tragó saliva con dificultad. En la visión dada
por el Paciente Nueve, toda la cara de Mac había estado negra con
quemaduras, la piel roja en carne viva asomaba bajo la piel quemada.
Quemaduras horribles, salidas de una pesadilla, ahora solo cicatrices.

—La tuya. Y las emociones conectadas a eso eran de dolor y tristeza. De


él. Del Paciente Nueve. —Ella buscó sus ojos—. Esto tiene sentido para ti,
¿verdad? ¿El edificio ardiendo, el tiroteo y el posterior incendio a gran
escala? ¿Traición?

Él asintió suavemente con la cabeza.

—¿Eso es todo lo que conseguiste?

—Ese día sí. Eso, y una abrumadora sensación de que nadie debía saberlo.
Se sentía imperativo que lo mantuviéramos como un secreto. —Se recordó
tambaleándose, casi débil debido a la intensidad de lo que había sido
lanzado hacia ella. Sintiéndose desnuda y descubierta, como si hubiera
sido despellejada. Preguntándose si había sufrido un episodio psicótico o
incluso tal vez algún tipo de apoplejía—. El siguiente día no me tomó por
sorpresa. También era muy consciente de que las sesiones eran grabadas.
El sentimiento de que esto era un secreto, que podía morir gente si no lo
manteníamos en secreto, era muy fuerte, casi paralizante. Había un
pequeño paso a la completa paranoia y lo toleraba porque se sentía muy
real. De regreso en mi oficina, puse la cinta para confirmar que desde el
exterior, nadie pudiera decir que algo había sucedido. Un paciente había
cogido mi mano, eso era todo. Los pacientes con demencia avanzada han
perdido todas sus habilidades motoras. A menos que estén sedados,
algunos se sacuden salvajemente. No había nada en la cinta que pudiera
haber llamado la atención.

Mac estaba tan quieto que podía haber sido una estatua.

—¿Y el siguiente día?

El siguiente día ella rompió el protocolo y empezó el proceso que la llevó


peligrosamente paso a paso a este lugar oculto y a este momento.

—El siguiente día di la espalda a la cámara y me saqué el guante de la


mano derecha y sostuve la del Paciente Nueve —dijo suavemente.

Él entendió, cerró los labios y soltó un silencioso silbido.

—Supongo que ambas cosas eran algo inadmisible.

—Absolutamente inadmisibles. —Concordó ella—. Ser-expulsada-y-


Vetada -para-siempre.

Cerró los ojos durante un momento. Incluso en retrospectiva lo que


sucedió después fue abrumador.

—¿Perder-tu-trabajo, seguridad-avisada, tus-cosas-empaquetadas-en-una-


caja? —Insistió él.

—Sí. Todas esas cosas buenas.

—Entonces, fue valiente de tu parte hacer eso.

Catherine le miró, sorprendida. ¿Se burlaba de ella? Pero al mirar las


líneas sombrías de su cara, decidió que no. No se estaba burlando de ella.
Esa cara se veía como si la diversión no estuviera en su vocabulario.

—Sí, bueno, umm… —Esa cara era absolutamente fascinante. Había


estado en su cabeza durante días, había sido su obsesión. Lo había
arriesgado todo para encontrar a la persona a la que pertenecía esa cara y
lo consiguió. Misión cumplida.

Pero esa cara era incluso más que una obsesión ahora que le había
encontrado. Concéntrate Catherine.

—Esta vez, fue más fuerte que el día anterior. Casi como si una nueva vía
neuronal se hubiera abierto o en mi o en él. —Se encogió de hombros—.
No puedo decirlo. Era lo mismo que antes, muy claro pero de algún
modo… más débil, también. Con una sensación de lucha enorme por llegar
a mí. Comprobé su historial y había sido sedado con una dosis más fuerte
que la habitual. Sus ojos… —Ella cerró los suyos, recordando.

—¿Sus ojos? —Insistió Mac.

—Trágicos y perdidos —susurró ella. Los ojos del Paciente Nueve todavía
la atormentaban. Una mirada tan desolada que por sí sola había sido
suficiente para impulsarla a un posible peligro—. Tratando tan arduamente
de comunicarse conmigo. Estaba luchando desesperadamente con los
efectos de la droga. Eso debería haberle noqueado sin embargo allí estaba,
terriblemente debilitado, pero aún despierto y alerta. Yo tenía la sensación
de… de una voluntad de hierro debajo de todo eso. La sensación de un
hombre que simplemente no podía, no quería abandonar. No sabía cómo
abandonar.

Él asintió abruptamente.

—Sí.

—Pero las cámaras le mostraban despierto, cuando no debería haberlo


estado. Por lo que le apreté el brazo y cerré los ojos. Él captó el mensaje y
fingió dormir. Entonces yo… —Ella cerró sus propios ojos mientras
recordaba tomando ese gran paso directamente a la sedición—. Cambié las
órdenes de las enfermeras, cancelé la dosis del siguiente día. A la mañana
siguiente, desde mi ordenador, establecí un gran bucle del Paciente Nueve
durmiendo, anulé su monitor de vídeo y pegué el bucle dentro antes de
regresar a él.

—Sí, lo dijiste. —Por primera vez el fantasma de una sonrisa cruzó sus
labios—. Parece que eres tan buena como Jon hackeando. Eso es
alarmante. ¿Entonces qué pasó?

Los recuerdos de lo siguiente que pasó eran tan intensos que casi dolían.

—Hicimos esa cosa de la fusión mental.

Sus ojos se abrieron como platos.

—¿Fusión mental?

—Sí. Es de la única manera que puedo describirlo y créeme cuando digo


que nunca antes me había pasado. Ni si quiera lo intenté. —Se estremeció
—. Nunca quise arrastrarme dentro de la cabeza de nadie, pero lo hice. De
lleno, como cayendo a través de la madriguera de un conejo a una
completa nueva realidad. Casi olvidé que era yo.

—¿Qué viste? Dentro… dentro de su cabeza.

—A ti, principalmente —dijo ella sin rodeos—. Vi las imágenes del día
anterior pero ahora eran más claras. Tú estabas enfrente y centrado,
vestido de negro como vas ahora, solo que con una chaqueta más gruesa
que se veía rara y gruesas gafas negras. De protección, en realidad. A
veces con un casco con una pequeña luz en él. Desplomado contra una
pared de acero con la mitad de tu cara quemada. Luego levantándote de
nuevo, sangrando. Vi a otros hombres pero no estaban tan claros para mí
como tú. Durante todo eso, observando esa batalla, observándote, Nueve
estaba acribillándome con el deseo irresistible de encontrarte, no importa
cómo. Como si yo fuera a morir si no te encontraba.

Deseo no era la palabra correcta, había sido más que eso. Una compulsión
sombría. Un anhelo. Un impulso profundo de encontrar a Mac… un
hombre del que nunca había oído hablar o visto antes, un hombre que ella
no tenía razones para creer que existiera en la vida real y no solo en las
ruinas humeantes de la cabeza de Nueve, había sido tan fuerte como la
necesidad de respirar. Vitalmente, crucialmente importante.

—Aunque no me conocías. —Su voz sonaba pensativa.

—Eso es cierto. No tenía ni idea de donde estabas. —No quería pero se


inclinó hacia delante, sin otro motivo que el de estar más cerca. Sombras
de la compulsión con la que ella había estado infectada, pero también
pura… atracción. Este hombre era como un imán, como un planeta enorme
ejerciendo gravedad hacia su satélite lunar—. No sé cómo describir lo que
continuó. Él no me estaba hablando excepto con imágenes y estas no
tenían ningún orden. Pero lo que pasaba a través de mi era tu cara, tu
nombre —Mac— y Mount Blue.

La cara de él se tensó y sus ojos se entrecerraron.

Suspiró, preparándose para navegar los bajíos de la sospecha. Si ella fuera


Mac, también sería sospecharía.

—Entiendo que, um, no quisieras —no quieras— ser encontrado. Eso


estaba en la mezcla, también, el hecho de que encontrarte sería difícil,
peligroso. Las emociones, las visiones eran claras sobre eso. Nueve no
estaba engañándome haciéndome pensar que sería sencillo. Él sabía que
sería un camino duro. Pero entonces también me dio una manera de
encontrarte. Él estaba seguro de que estabas en algún lugar de la montaña.
Lo que estaba en mi cabeza era un sendero, un camino de tierra. Después
una barricada, algo que podía detenerme. Yo tenía que ir alrededor de ella
o sobre ella, de alguna manera pasarla y continuar. Y entonces me vi a mi
misma detenida en mi coche. Podía verlo. Yo en un coche bloqueado,
incapaz de seguir adelante. Solo debía sentarme y esperar y tú me
encontrarías. Y cuando me encontraras, se suponía que debía darte ese
pequeño pin. No tenía ni idea si él sabía que estación es porque las
imágenes en mi cabeza son del verano, no de invierno. El camino era una
pista de tierra pero despejada. Tal vez no se dio cuenta de que estábamos
en pleno invierno. Los enfermos con demencia pierden todo su sentido del
tiempo y de las estaciones y creo que él había estado siendo drogado con
altas dosis durante mucho tiempo, aunque sus cuadros clínicos no
mostraban nada. Con todo, sí, fue increíblemente estúpido de mi parte
empezar a buscarte cuando la previsión era de nevadas. Todo lo que puedo
decir es que entre encontrarte o tener un ataque al corazón o tener mi
cabeza explotando, el impulso de encontrarte fue lo que me empujó.

Ella dejó escapar un profundo suspiro. Vamos. Ya estaba todo dicho.

—Muéstramelo —dijo él de repente, con fuego en los ojos.

Muéstramelo. Se quedó sin aliento.

De repente, una imagen de ella desnudándose para él floreció en su cabeza.


Poniéndose de pie, levantándose el jersey sobre su cabeza, contoneándose
para quitarse los pantalones y las bragas, desabrochándose el sujetador.
Todo mientras él observaba con aquellos ojos oscuros que la hicieron
encenderse.

Muéstrame. La visión llegó sin invitación pero ella no podía pretender que
venía de ningún lado. Llegaba de algún profundo lugar en su interior,
algún lugar que tenía limaduras de hierro todas, de repente, alineadas con
el imán que era Mac.

Un hombre que estaba en la clandestinidad, un hombre que desconfiaba de


ella. Un hombre que en cualquier momento de la próxima semana podía
hacer estallar su mente, como tan encantadoramente expresó.

Y en este momento, cada movimiento de él hacía que los músculos


internos de su vientre se estiraran y se apretaran.

—¿Qué?

Una mano grande se desplegó con la palma hacia arriba. Movió la mano al
centro de la mesa.

—Muéstramelo. —Impaciencia en su voz. Llamando impostora a la señora


loca—. Léeme. Haz esa cosa de nuevo, no solo mis sentimientos. Mis
pensamientos.

De repente, esa mano parecía tan tentadora e invitadora. Enorme y fuerte y


allí, esperando por ella. Una invitación que nunca le había sido extendida,
jamás. Todos se alejaban gritando en el instante en que tenían un soplo de
su talento, su maldición, para nunca volver. Pero no este hombre. Él quería
una demostración. Quería tocarla.

¿Había sostenido antes las manos de un hombre? Había estado en la cama


con un par de hombres después de unos pocos besos y algunas citas, pero
¿sostener manos? ¿Cómo caminar a casa después de una cita, de la mano?
Hmmm.

No.

Su última cita terminó después de la cena, sin la película, el banquero con


poco pelo, la dejó en su puerta de entrada, quemando goma en su deseo de
alejarse de ella tan rápido como su BMW pudiera llevarle porque de
alguna manera ella se había rozado contra él mientras él radiaba lujuria por
el caliente y macizo camarero masculino y sin pensarlo ella dejó ir que
había sintonizado con su atracción.

Había tenido que cambiar de banco.


No tocaba a nadie en quien no confiara y no confiaba en nadie. Tal vez eso
explicaba este deseo salvaje, esta compulsión desesperada, de poner su
mano en la de él. No tenía nada que hacer leyéndole y todo tocándole.

—Léeme. —Otra vez esa impaciencia en su voz profunda y áspera. Los


ojos relampagueando con desafío—. Dime lo que estoy pensando.

No funciona de esa manera, quería decir Catherine, excepto ¿quién sabía


cómo funcionaba? Solo lo hizo, completa e independientemente de su
voluntad o incluso su deseo.

Aunque, categóricamente no iba a desobedecer de ninguna manera a este


hombre, no cuando estaba sentado como una fuerza de la naturaleza al otro
lado de la pequeña mesa, con la mano extendida, emanando enormes
vibraciones de atracción. Era un líder natural, el verdadero alfa macho
humano que había sido programado para atravesar por cientos de años de
historia peligrosa.

La mano de ella se movió por cuenta propia.

Sin pensarlo, sin quererlo después de todo, Catherine la estiró y puso su


mano en la de él. La gran mano masculina inmediatamente se curvó
alrededor de la de ella hasta que estuvo rodeada de cálida y dura carne de
hombre.

Oh Dios mío.

Se sentía muy bien. Él se sentía muy bien. Su mano hormigueó, el calor


hizo hormiguear su brazo hasta arriba. Era como estar revestida de acero
caliente.

—¿Y bien? —preguntó él impaciente—. ¿Qué estoy pensando?

Estaba completamente abrumada por las sensaciones físicas que zumbaban


a través de ella, traqueteando alrededor de su cabeza mientras miraba su
mano que había desaparecido en la de él. La presión era fuerte e
irrompible, aunque indolora.

—¿Qué? —Él apretó su mano por un segundo, rompiendo el hechizo.

Las puertas de un castillo cerrándose, defendiendo la ciudadela. Control de


hierro como un muro, oscuro e impenetrable.

—Yo no sé qué… —empezó ella con un susurro cuando de repente lo


supo. Supo lo que estaba pensando. Sintiendo, más bien. Y… oh Dios mío.

El oscuro e impenetrable muro cayó, se desmoronó. Detrás había una


cálida ráfaga blanca de deseo, como caminando frente a un horno abierto.
Calor cegador que pasó a través de su piel dentro de su cuerpo.

Él frunció el ceño, se sacudió como si rechazara algo, pero no dejó ir su


mano.

—¿Qué estás percibiendo? —preguntó él impaciente.

Una vida entera de entrenamiento, años y años de suprimir la verdad


cuando era desagradable y no deseada también se desmoronó y la verdad
simplemente se dejó caer de su boca.

—Deseo. —Ella tomó aliento—. Sientes deseo. Por mí.

Olas de deseo, rompiendo contra ella como un mar caliente.

Silencio absoluto. Ninguno de los dos respiró. Él finalmente rompió el


silencio, su profunda voz baja, tranquila en la silenciosa habitación.

—¿Y qué sientes tú?

La verdad. Salió de ella como agua aflorando de un manantial. Imparable,


real.
—Deseo —susurró—. De vuelta.

Él se puso de pie tan de repente que la silla se volcó, deslizándose hacia la


pared contraria mientras rodeaba la pequeña mesa sin soltar su mano.
Utilizó la mano que la tenía sujeta para levantarla y estrecharla entre sus
brazos y su boca cayó en la de ella y el mundo giró a su alrededor y ella
estuvo perdida.

Capítulo 11

Deseo.

Cristo, ella lo llamaba deseo pero era más que eso. Mundos y universos
más. Algo más grande, algo insondablemente mayor. Algo completamente
fuera de su entendimiento.

Mac había sentido lujuria un montón de veces, sabía exactamente lo que


era y que le sucedía cuando golpeaba. Estaba esta base, este patrón y él
estaba íntimamente familiarizado con eso, lo seguía, cada vez. Nunca se le
había ocurrido que hubiera otra cosa.

Era algo aprendido por rutina, seguido instintivamente, como un libro de


jugadas. ABC.

Ver a una mujer que no fuera un adefesio, que no oliera, que tuviera todos
los dientes, rastrearla y, si ella estaba por la labor, decirle a su polla que se
levantara y se mantuviera. Y, por supuesto, lo hacía. Siempre lo hacía.
Nunca tuvo que pensar en eso. Nunca tuvo que sentir al respecto.

Follar era divertido, un buen ejercicio para sudar. Las consecuencias… no


tanto. Era verdad que Mac había perfeccionado todos los movimientos
para salir pitando y no era pillado a menudo en la cama en el ardor post-
coital. Él no estaba buscando amor y tampoco lo buscaban las mujeres,
solo un poco de diversión y liberación en la cama y eso era lo que
obtenían. Ni más ni menos.

Eso era sexo.

¿Esto? Esto era otra cosa. Algo infinitamente más poderoso y abrumador,
algo que ni siquiera había cruzado su horizonte en treinta y cuatro años de
vida.

Miró por un segundo la hermosa cara de Catherine. Él tenía la habilidad de


un soldado para tomar impresiones en un segundo y en esa fracción de
segundo antes de besarla se maravilló de lo jodidamente hermosa que era.

Enormes ojos de color gris claro con el borde azul oscuro alrededor,
reflejando toda la luz de la habitación con destellos plateados, piel pálida
perfecta, pómulos de huesos altos rodeando una pequeña mandíbula firme
y allí mismo la más deliciosa boca del mundo, suave e hinchada y
temblorosa.

Mierda.

Todo su cuerpo estaba temblando, sacudiéndose, él podía sentirlo en sus


manos, contra su pecho. ¿Ella estaba…? ¿Asustada? ¿De él?

No. Ella le quería.

Él apretó en su puño su suave y brillante pelo oscuro y se sumergió en ella,


como un saltador extremo yendo a la parte más profunda. Una parte muy
muy profunda. Como él estaba cayendo muy profundamente hacia el
fondo del mundo sin nadie que le detuviera.

Ah, cierto. Había algo deteniéndole.


Ropas. Las suyas, las de ella.

Mierda, tenían que estar fuera, ahora, porque no tenía que haber nada entre
su piel y la de ella. Ahora.

Había desnudado a muchas mujeres en su vida, pero esto le desconcertó


porque no tenía ni idea como podría desnudarla cuando su boca rehusaba
abandonar la de ella y sus manos estaban llenas de una mujer cálida y no
tenían deseos de soltarla.

Su boca… oh Dios. Suave y cálida, sabía cómo miel silvestre. La sujetó


con fuerza contra él, así pudo sentirla todo a lo largo de su cuerpo y eso
fue como una descarga eléctrica contra un lado mientras el otro estaba en
el más frío espacio exterior.

Por un segundo él se preguntó cómo podría conseguir un lugar donde fuera


completamente tocado por ella, desde el pecho hasta la espalda, de la
cabeza a los pies, pero las leyes físicas eran unas perras y no se lo
permitían. Pero por Cristo que lo quería.

Se interrumpieron durante un segundo, dos micrones de distancia entre sus


bocas. Mac respiró profundamente, tiró de ella hacia él y se enganchó a su
boca como un hombre moribundo. Si se estuviera muriendo, su boca
podría revivirle, sin duda, solo su lengua le daba sacudidas como esos
parches que revivían a hombres muertos. La mano que la sostenía por la
nuca bajó y sus dedos tocaron una piel suave como pétalos. Le pasó un
dedo por el cuello mientras le mordía el labio inferior y la sentía vibrar,
sentía su lengua palpitar.

Joder, joder. No solo su lengua. ¡Sentía palpitar su coño! Sentía sus


músculos tirando con fuerza desde el estómago hasta la ingle y sentía que
su verga se alargaba al mismo tiempo en respuesta.

Él estaba en ella, en su cabeza, apenas podía distinguir entre su excitación


y la de ella y sabía que también tenía que estar en su cuerpo, ahora, o
morir.

—Tenemos que quitarnos la ropa —susurró él contra su boca.

—Lo sé —susurró ella a su vez y le lamió los labios.

Su polla aumentó aún más contra el vientre femenino, un fuerte pulso, casi
doloroso y o bien estaba dentro de ella o se volvía loco.

Él estaba acostumbrado a moverse rápido.

En el campo de batalla eras rápido o estabas muerto, una cosa o la otra. Él


era rápido. Y fue rápido ahora, movimientos precisos y rápidos como si
estuviera desmontando su arma, algo que había hecho cientos de veces
hasta que sus manos conocieron los movimientos mejor que él mismo.

Esto era algo parecido, solo que él nunca había desnudado a una mujer así,
rápido y duro. Alguien que se veía como él tenía que ser un poco fino
pero, vaya, no había finura en eso, solo una especie de fiera desesperación.

Rápido, rápido, rápido.

El jersey y el sujetador de ella, su sudadera y su camiseta. Él estaba


besándola de nuevo antes que cayeran al suelo. Todo lo demás podía ser
hecho mientras la besaba, sin dejar su boca porque así era como él estaba
respirando y viviendo, a través de su boca.

Estaba temblando. Mac no temblaba, nunca, bajo ninguna circunstancia,


pero ahí estaba, temblando, queriendo salirse de su piel. O de la de ella,
porque en algunas ocasiones, como un destello a través de su conciencia,
era como si él estuviera en la piel de ella, no en la suya.

Lo que ella quería se podía leer en su piel, en zonas de calor que él podía
leer a través de un nuevo sentido que de repente había florecido. Ella
estaba caliente, brillando por todas partes, con sus pechos y el área entre
sus muslos emitiendo un brillo extra dorado de calor. Ella quería que él la
tocara, ahí. Que le tocara la piel con la suya.

Pero, todavía tenían puesta alguna ropa.

Con manos temblorosas, él se bajó la cremallera de los tejanos que


cayeron sobre sus botas pero después decidió que tenerla desnuda tenía
prioridad. Simplemente no podía quedarse ni un segundo más sin ser capaz
de tocarla.

Extendió las manos hasta el botón de sus pantalones y se perdió,


asombrado de sí mismo. Podía desactivar bombas con manos firmes pero
aquí estaba él, temblando ante un botón, llevándole un minuto entero
deslizar un pequeño redondel de plástico a través de un agujero, probando
y fallando al atrapar el tirador de la cremallera. ¿Qué coño? Sus dedos se
sentían grandes y torpes, como los de un robot, apenas controlados.

Mac estaba controlado, siempre. Particularmente con las mujeres. La


mayoría de las mujeres estaba de acuerdo en follar con él con la
comprensión implícita de que él sabía lo que estaba haciendo, porque de
seguro nunca había conseguido a una mujer en su cama basado en sus
miradas o su encanto o su dinero. Por lo que él mismo se había enseñado a
ser controlado y suave. Nunca había tenido a una mujer que pudiera
romper ese control.

Ah, pero esta no era cualquier mujer. Ella era puro calor mágico,
probablemente una bruja que le había lanzado un hechizo porque esto
distaba de cualquier otra experiencia sexual. Actualmente, distaba de
cualquier otra experiencia de nada, con todas estas cosas locas en su
cabeza, su cuerpo…

¡Ah! Pantalones desabrochados, cayendo hasta sus tobillos junto con sus
bragas, amontonados alrededor de sus botas. Ella brillaba bajo la suave
luz, no había otra palabra para eso. Largas, esbeltas, fuertes piernas,
pálidas y suaves. Una imagen de ellas apretadas fuertemente alrededor de
su cintura casi le hizo doblar las rodillas. Cerró los ojos porque mirarlas le
ponía más duro de lo que tenía derecho a estar.

Ella dio un pequeño suspiro y él abrió los ojos unos milímetros. Ella le
observaba con aquellos brillantes ojos plateados y se preguntó si podría
sentir la lujuria que salía de él como vapor. Seguro que podría. Incluso una
mujer normal podría. Estaba sosteniéndola apretadamente contra él, tan
apretada que su rígida polla se frotaba contra el vientre de ella. No
necesitaba ser una psíquica para imaginarse lo que él quería.

Ella miró abajo.

—Me siento un poco tonta aquí de pie con los pantalones alrededor de los
tobillos. Tal vez debería, um… deberías…

—¿Cómo puedo quitarte los pantalones sin dejarte ir? —susurró él.
Apenas podía pronunciar las palabras debido al calor humeante de su
cabeza. Sus manos no se abrirían.

—No puedes. —El empujón de ella le tomó por sorpresa. En otra ocasión,
apenas habría notado el empujón de una mujer que pesaba la mitad que él,
pero de todos modos estaba desequilibrado y se tambaleó un poco. Los
suficiente como para abrir las manos y soltarla.

Catherine se inclinó graciosamente y en unos segundos se quitó los


pantalones, las bragas y los calcetines, y oh querido Dios, ahí estaba, de
pie delante de él desnuda.

Era cegadoramente hermosa. Quería cerrar los ojos porque ella era
demasiado, pero no quería perderse nada por lo que los mantuvo abiertos.
No quería perderse ni un centímetro de esa piel cremosa, los tiernos valles
y depresiones, curvas suaves pero bien proporcionadas. Un largo cuello de
cisne, delicadas clavículas. Cintura estrecha, un pequeño vientre liso, una
suave nube de vello oscuro entre sus muslos, los pálidos e hinchados
labios de su sexo asomándose a través. Sus pechos, Jesús. Perfectos. Del
color de la leche, suaves, con pezones rosa pálido.

Su pecho izquierdo se sacudía ligeramente con los latidos de su corazón.


Él miró y vio que sus pezones se volvían más rosados y se endurecían,
solo por mirarla. Ella de repente se sonrojó, el color rosado llegó hasta sus
bonitos pechos y lo notó, también sintió moverse una ola de calor sobre él.

Estaba congelado, sus ojos tomaban ávidamente cada centímetro


suavemente perfecto de ella, su polla trató de llegar a ella cuando hizo un
pequeño ruido con la garganta y agitó una mano hacia él.

Miró hacia abajo y además de su ridículamente hinchada polla, vibrando


con cada latido de corazón, estaba en problemas por sus tejanos arrugados
alrededor de la parte de arriba de sus botas negras de combate.

Parecía un zumbado, pero cuando levantó los ojos y vio el calor en los de
ella, no le importó un adarme. En segundos, botas, calcetines y tejanos
estaban fuera y arrojados a un lado, Catherine estaba en sus brazos de
nuevo y él estaba gimiendo de deleite mientras cada centímetro de su
cuerpo que la tocaba se iluminaba como un foco.

Besándola y besándola y besándola, deslizó su mano por la espalda,


impresionado por la suavidad de su piel, por la sensación de sus elegantes,
suaves músculos, entonces bajó sobre su culo, abajo, abajo…

La acunó, moviendo la mano. Ella obedientemente abrió las piernas y él


deslizó un dedo en su interior. Estaba húmeda. Era pequeña pero estaba
húmeda y sí, él podía hacerlo. Porque aunque su cerebro se había
estrellado y él estaba quemándose por la necesidad de entrar en ella, no
quería hacerle daño. Ni siquiera un poquito.
A algunas mujeres les gustaba rudo, y tío, eso estaba bien para él. Caliente
y sudoroso sexo, golpeando dentro de la mujer, sí eso siempre había
funcionado para él.

Pero estaba tocando la mayor parte de Catherine y sabía, no porque se lo


hubiera dicho de palabra sino porque cada célula de su cuerpo le hablaba,
que no le gustaba el sexo duro. Que era relativamente inexperta. Que
estaba excitada pero que él tenía que ser cuidadoso.

Todo eso estaba en él, ahora era una parte suya, como las manos y las
piernas.

Después, pensó. La trataría suavemente de verdad después porque


precisamente ahora, no podía respirar por querer estar en su interior, y a
pesar de que trataría de no ser duro, no sería gentil.

Una mano bajo su culo y la levantó. Tan naturalmente como respirar, sus
piernas se abrieron, se cerraron alrededor de su cintura, y así él estuvo en
su interior y, mierda, fue como meter la polla en un enchufe.

Cada pelo de su cuerpo se levantó. Dejó de respirar, todos sus sentidos se


volvieron hacia dentro, concentrados en su polla firmemente encajada
dentro de Catherine Young y se sorprendió con la intensidad, sus piernas
flaquearon, listas para doblarse, su polla hinchándose, hinchándose…

Explotó. Ni siquiera supo que iba a pasar hasta que estuvo volando, toda
su columna vertebral se volvió líquida y se derramó dentro de ella,
tomando su cerebro y lo que parecía la mayoría de sus órganos internos
con ello.

Siguió y siguió, cada músculo de la parte inferior de su cuerpo se tensó,


estirándose, apretando dentro de ella mientras la sostenía tan cerca de él
que podía sentir su corazón latiendo rápida y salvajemente contra el suyo
propio mientras sus caderas se tensaban con cada impulso de su pene. Le
llevó una eternidad, era tan alucinante que perdió el sentido de sí mismo
como algo separado de ella, su ser entero estaba concentrado en donde la
tocaba y en donde estaba profundamente enterrado.

Con el último pulso, su cabeza cayó sobre el hombro de ella y vio una
perla de sudor, dos, cayendo sobre la suave, piel pálida de su espalda.

Él era fuerte.

Podía viajar ochenta kilómetros en un día llevando una mochila de


cincuenta kilos. Podía levantar pesas de ciento ochenta kilos.

Ahora era incapaz de llevar su propio peso, mucho menos el de ella.


Estaba a punto de caer hacia el suelo cuando una campana de alarma sonó
en su cabeza hueca. Caer al suelo con Catherine en sus brazos podría
herirla. No podía caer de forma controlada como ellos practicaban al
entrenar, rodando y enroscándose para absorber el golpe. No, simplemente
se dejaría caer donde estaba, cayendo directamente sobre la parte superior
de la delgada, suave mujer en sus brazos.

Le haría daño.

Él se estremeció al pensarlo. Prefería recibir un tiro a quemarropa.

Mac dio un paso hacia su cama, dos pasos habrían estado más allá de él, y
la siguió hacia abajo, aún dentro de ella, todavía besándola.

Era tan intenso que tuvo que levantar la boca de la suya para que ese
enorme zumbido eléctrico pudiera parar durante un segundo. Entonces lo
echó de menos y hundió la cara en la nube de pelo alrededor de la cabeza
de ella y simplemente la aspiró.

Incluso cuando terminó de correrse dentro de ella, la intensidad del clímax


estaba aún ahí. Sentía su polla en carne viva, rodeada de calor ceñido, el
placer era tan intenso que bordeaba el dolor. Estaba echado sobre su
cuerpo suave y delgado, probablemente aplastándola pero no tenía energía
para alzarse y sostener algo de su peso con los codos. Y abandonar el
sentirla a lo largo de su pecho… nope. Eso no iba a pasar.

Se quedó echado, jadeando en busca de aire, enterrado profundamente en


ella, sus piernas largas y delgadas envueltas alrededor de sus muslos
durante un siglo o dos, la explosión termonuclear del orgasmo se
desvanecía lentamente, aunque todavía tenía manchas frente a sus ojos.

Trozos de él regresaron mientras se recuperaba mentalmente y se dio


cuenta de partes suyas que no eran su pene.

Nariz, enterrada en su pelo. Olía ligeramente a fruta y a primavera y era


espeso, suave y cálido contra su cara. Sus pechos, aplastados bajo su
pecho, se sentían increíblemente suaves contra él, rozándole ligeramente
cuando respiraba. Piernas sedosas a lo largo de su costado, abrazándole.

Y luego de vuelta a la bomba, su polla. Oh Dios, nunca iba a salir de su


pequeño coño, nunca más. Le sostenía apretadamente en un abrazo de
calor fundido.

¿Ella se había corrido? ¿Quién lo sabía? Él casi se desmayó por el placer,


apenas estaba dentro de su propia piel, demasiado jodido como para
preguntarse por ella.

¿Tal vez debería averiguarlo?

—¿Estás… —Solo salió aire. Jesús, había perdido el don de la palabra. Se


aclaró la garganta y lo intentó de nuevo—. ¿Estás bien?

Ella arqueó un poco la espalda, deslizándose contra él y una ráfaga de


calor le recorrió.

Contra sus muslos él podía sentirla moviendo los dedos de los pies y
tamborileó los dedos de las manos contra su espalda.
—Eso creo —ella respiró—. Las extremidades están funcionando.

De acuerdo. Paso dos.

—¿Te has corrido? —Mac quiso que sonara como una pregunta normal e
intentó parecer prosaico. Salió como un gruñido herido.

En respuesta, su coño se apretó alrededor de él y su polla se movió en su


interior, como un pequeño baile.

—Mmmm.

Volvía a estar duro como una roca dentro de ella pero un poco de sangre
estaba volviendo a su cuerpo. Levantó la cabeza lo suficiente como para
mirarla a la cara. Ella estaba de perfil, como un camafeo. Los ojos
cerrados, las largas pestañas contra sus altos pómulos. Rosados y perfectos
esos suaves labios estaban ligeramente hacia arriba, gracias a Dios. Esa
era, en el libro de cualquiera, una sonrisa. O por lo menos media sonrisa.

Respiró hondo y sintió sus pechos y vientre deslizarse contra él. Cerró los
ojos, entonces los abrió.

—Creo que debemos hablar, pero no creo que pueda retirarme.


Simplemente no es una opción.

Su polla tenía una mente propia y asintió entusiasmada dentro de ella. Eso
fue recompensado con otro pequeño apretón. Eso era un sí. Estaban
hablando con sus sexos.

Estaba bien para él.

—De acuerdo. —Ella tomó aliento—. Hablemos.

—Guau. —Eso salió en una ráfaga—. No sé lo que era eso pero vi


condenados colores. Era sexo pero era más que sexo. Sentía como si
estuviera dentro de tu cabeza y puedo decirte que me dejó alucinado.
¿Estás segura de que no has lanzado un hechizo? ¿Que no me has
inyectado algo? No me importa, solo quiero saber. Y déjame decirte muy
sinceramente que espero que fuera tan bueno para ti como lo fue para mí,
pero no tengo ni idea de si lo fue porque estaba demasiado ocupado como
para prestar mucha atención. Así que ¿puedes decirme que acaba de pasar?

Ella abrió los ojos y echó un vistazo en su dirección. Tío, los ojos
plateados eran el camino a seguir. Él ni siquiera podía recordar otro color
de ojos.

—No tengo ni idea de lo que acaba de pasar —susurró—. Eso fue, um,
completamente nuevo para mí.

Oh Cristo. Mac se deslizó solo un poquito… un poquitito porque su polla


definitivamente no quería enfrentar el frio y cruel mundo fuera del cuerpo
de Catherine… luego se deslizó de vuelta. Jesús. Apretado. Muy apretado.
Muy muy apretado.

Tragó.

—No eres virgen, ¿verdad? —preguntó horrorizado—. ¿Oh eras virgen?

Eso le ganó una pequeña sonrisa.

—No. Estate tranquilo. —Una pequeña mano subió y acarició el lado lleno
de cicatrices de su cara luego cayó de nuevo sobre el colchón—. Guau.
Estoy muerta.

Cuéntame.

—¿Te he hecho daño?

Soltó un pequeño bufido, pero tal vez porque él estaba echado sobre ella
con todo su peso. Si fuera un caballero, habría movido el torso hacia arriba
y aguantado el peso sobre los antebrazos. Pero nadie nunca le había
acusado de ser un caballero. Y además, no creía que sus antebrazos
pudieran soportar el peso. Cada músculo que tenía, excepto el enterrado
profundamente dentro de ella, estaba laxo y suelto, como si sus tendones
hubieran sido cortados.

—¿Parezco herida?

—Dime que no —insistió. De repente era muy importante para él escuchar


que lo decía—. Di las palabras. Las necesito. No hubo muchos
preliminares, realmente ningún preliminar, y tú eras muy estrecha.

Otra elevación de labios plenos, esta vez era más una sonrisa. Sus labios
eran rojos y estaban hinchados, dándole ese aspecto sexy de Angelina
Jolie. Mirarlos le ponía duro. Más duro. Se hinchó en su interior y ella
abrió los ojos con sorpresa.

—Guau. ¿Por una sonrisa?

—Solo tu respiración hace esto conmigo —graznó él—. Pruébalo.

—¿Probar qué?

—A respirar.

Aquellos maravillosos ojos se pusieron en blanco.

—Mac, he estado respirando todo el rato.

—No, no. —Tío eso era divertido. El tono de broma, la sensación de


cercanía. Bueno, ellos estaban cerca, él estaba enterrado profundamente
dentro de ella. Pero nunca había tenido esta sensación de unión, nunca—.
Hazlo. Haz una inspiración profunda. Mira lo que pasa.

—De acuerdo. —Un suspiro y otra vez ojos en blanco, complaciendo al


chiflado. Hizo una inspiración profunda, aguantó el aire, lo soltó. Y oh,
joder, si eso no levantaba sus pechos más apretadamente contra su pecho.
Él se deslizó un poco más profundamente en su interior mientras su polla
consiguió llenarse otra vez de sangre. Los ojos de ella se abrieron como
platos—. Guau.

—Háblame de esto. —Sus manos le acunaban la cabeza mientras él bajaba


hacia ella, nariz con nariz—. No estoy muy seguro de cómo llamar a esto.
Sexo parece tan… tan banal.

Una risa sorprendida salió de ella.

—¿Banal?¿Dijiste banal?

—Sí. Creo que vamos a tener que buscar otro nombre para eso, para lo que
hicimos. Como “magsex” o “sexchizo”. Sexchizo iría bien porque es una
mezcla de sexo y hechizo. Porque no me vas a convencer que eso fue
normal.

—No lo sé. —Movió la cabeza y arrugó su naricilla—. Seguro que huele


natural.

Sí. Él estaba sudando como un cerdo y ella estaba empapada en su


eyaculación. El olor a sexo era tan fuerte que casi cubría su fragancia
natural. Algo caliente destelló en su mente… la imagen de su olor
penetrándola, sus células hundiéndose en las de ella, formando parte de
ella para siempre.

—No, no, eso fue algo más. —Mac dejó caer su frente contra la de ella—.
Vamos a encontrar una palabra. ¿Podemos hacerlo otra vez?

Esta vez la risa fue alta, llegando hasta él desde su vientre suave y plano.
Su cuerpo entero reía y era irresistible.

Él dejó de reír, se inclinó para besarla, abriéndole la boca con la suya,


golpeando su lengua con la suya, y su polla se hinchó incluso más y él
empezó a moverse dentro de ella. No podría haberle detenido ni un arma
en su cabeza.

—Ahh —ella respiró dentro de su boca y se elevó para recibir sus


empujes.

Las manos de Mac bajaron por sus costados para sujetarle las caderas,
agradecido por conservar algo de sensatez mientras trataba de no agarrarla
fuerte. Él tenía manos fuertes y lo último que quería era hacerle daño a
esta mujer.

Encontraron un ritmo perfecto, sus manos la sostenían por las caderas, los
talones de ella clavados en su espalda. Golpes lentos al principio,
moviéndose fácilmente en ella. Era pequeña pero él había bombeado todos
los fluidos de su cuerpo dentro de ella por lo que había lubricación.

¿Quizás algo era de ella? Dios, eso esperaba.

Catherine hundió las uñas en sus hombros, levantándose contra él, y él


aceleró, moviéndose ahora más fuerte y rápido, su cama crujía
considerablemente. No era solo la cama la que hacía sonidos. Sus bocas
mientras él la besaba en cada ángulo posible, ambos respirando con
dificultad, su pene deslizándose dentro y fuera, más y más rápido, más y
más fuerte…

Ella se quedó quieta, su cuerpo entero se tensó y echó la cabeza hacia


atrás, los ojos cerrados, la boca con una pequeña O. Un tenue color rosa se
extendió bajo la palidez de su piel, más oscuro sobre sus mejillas. Era la
mujer más hermosa que había visto en ese momento, casi una belleza de
otro mundo.

Catherine soltó un grito, su espalda se arqueó y se convulsionó alrededor


de él con intensos pulsos que hacían eco de los latidos de su corazón y, así,
en uno de esos latidos él se corrió. Otra vez sin preaviso, de un latido al
siguiente su cuerpo simplemente fue a toda marcha.

—Dios eres hermosa. —Él tomó aire, las palabras salieron


espontáneamente cuando pudo hablar de nuevo. No era un cumplido, sino
algo muy cierto que había que decir y reconocer.

—Creo que voy a devolverte tu acusación —murmuró ella—. Estoy segura


de que me drogaste, me diste algo.

Él le había dado algo, de acuerdo. Mucho. Ella parecía exhausta. Sus


brazos estaban caídos como si no tuviera fuerzas para abrazarle, cuando
durante el sexo le había sostenido con fuerza.

Él estaba todavía duro. Increíble. Tenía aguante pero no así. Parecía que
estuviera enchufado en alguna fuente universal de energía, porque podía
seguir y seguir y seguir, para siempre. O así es como se sentía. Todavía
estaba dentro de ella, preparado para el tercer asalto. Y el cuarto y el
quinto. Pero ella parecía cansada y entre su polla siempre-a-punto y el
bienestar de ella, así que manos quietas.

Apoyó las manos sobre el colchón, levantando el torso. Era más difícil de
lo que había pensado. No era solo que había utilizado mucha energía sino
que también su cuerpo no quería dejar el de ella, de ninguna manera. Ni
siquiera separar su pecho de sus pechos. Y más abajo, su polla estaba
gritando ¿Estás loco? ¿Quieres salir de aquí? ¿Qué pasa contigo?

Su mejor parte estaba en guerra con su lado animal, que no quería nada
más que ponerse cómodo sobre ella, hociquear su cuello y empezar a
follarla de nuevo.

Su teléfono hizo un ping. Había cambiado sus mensajes de texto a


holograma y las letras brillantes aparecieron sobre él. El mensaje era de
Stella.
Fuera de la puerta.

Sonrió. Su mejor naturaleza acababa de tener un empujón amistoso.

Sin embargo, separarse de Catherine no fue fácil. Sintió frío lejos de su


piel, fuera de su cuerpo. Ponerse de pie fue más duro de lo que pensaba. Su
cuerpo era como un enorme imán arrastrándole hacia ella. Tenía que
mover conscientemente cada músculo para salir de la cama. Con un
suspiro se agachó para recoger sus pantalones.

—¿Qué fue eso? —Su voz sonó soñolienta.

—Algo que podrías disfrutar. Siéntate en la cama.

Ella sacudió la cabeza, con los ojos todavía cerrados.

—No hay forma. Algo o alguien me robó la médula espinal. Nunca podré
sentarme de nuevo.

Bien, él tenía una manera de persuadirla. Abrió la puerta y, efectivamente,


el sensacional carro estaba fuera. Dios bendiga a Stella. Él no estaba en
forma para vestirse e ir a buscar algo de comida. No quería ver a nadie o
hablar con nadie excepto con Catherine. Stella se aseguró de que no
tuviera que hacerlo.

Ahora, esta habitación contenía todo lo que quería.

Hizo rodar el carro dentro, inclinándose sobre él e inhalando


profundamente, deleitándose con los olores, como un anticipo del cielo.
Los olores alcanzaron la cama y la nariz de Catherine se arrugó, sus labios
se movieron en un esbozo de sonrisa.

—Siéntate, cariño —dijo él—. Pero mantén los ojos cerrados.

Eso le valió una sonrisa en toda regla.


—Si crees que es una sorpresa, puedo olerla desde aquí. Solo que no tengo
ni idea de la hora que es y si es el desayuno, la comida o la cena.

Él levantó las tapas que cubrían los platos, echó una ojeada. Jesús. Su boca
empezó a hacerse agua.

—Cena. Ahora siéntate.

—No puedo. —suspiró ella.

—De acuerdo. —Él se inclinó sobre ella, la cogió por debajo de los brazos
y fácilmente la incorporó hasta que estuvo sentada contra el cabecero—.
Ahora no mires.

La cabeza de ella cayó un poco hacia el lado.

—Tampoco te vuelvas a dormir. —Ella sonrió con los ojos cerrados y él


no se pudo resistir a inclinarse y tocarle la boca con la suya.

Su mundo explotó.

Cristo. Veía colores. Brillantes fragmentos de luz moviéndose a través de


él mientras la sentía. La sentía. Sentía su profunda alegría como miel suave
en sus venas, sentía como era para ella de inusual esta satisfacción,
sentía…

Tragó saliva con dificultad.

Podía sentir, tan fuertemente que casi podía tocarlo, su afecto, una
explosión de emociones centradas en él. A través de sus ojos él era guapo,
fuerte y bueno. Aunque no estaba tocándole de ninguna forma -en realidad
estaba descansando desmadejada contra el cabecero con los ojos cerrados,
las manos relajadas y las palmas sobre la colcha-zarcillos de sus
sentimientos cálidos le alcanzaron y le agarraron, fuerte. Estas… cosas
serpentearon a través de su cuerpo, enredándose por su organismo hasta
que no pudo decir donde terminaba él y empezaba ella.

Era como estar perdido en una fragante selva llena de sol, las vides
agarrándole, atrayéndole y maldito si no quería ser sostenido.

Se paró por un segundo, mirándola, mirando a esta mujer que


inexplicablemente se había arrastrado dentro de él, justo debajo de su piel.
Bonita e inteligente y de alguna manera queriéndole.

Mac nunca antes había tenido esto en su vida. La relación más estrecha
que tuvo había sido con el Capitán, pero había sido un lazo de admiración,
deber y obediencia. Nick y Jon eran sus hombres y había jurado liderarles
y protegerles, pero antes que el fiasco de Arka les cayera encima, no les
había conocido bien. Después de Arka, habían trabajado juntos para
protegerse entre ellos y proteger a su pequeña comunidad, pero Mac sentía
más lealtad hacia ellos que afecto.

Afecto, amor… nunca habían jugado ningún rol en su vida. Se había hecho
a sí mismo desde que creció, un huérfano que casi se había ahogado en las
cloacas del sistema. La armada le había salvado, le había dado una
dirección y un propósito y el Capitán le había dado orgullo, deber y
responsabilidad, pero nada de eso había tocado su corazón. Ni siquiera
estaba seguro de tener uno, aunque ahora lo estaba.

Porque estaba latiendo por ella.

Porque esta mujer tocaba su corazón. No, ella no solo lo tocaba. Se había
extendido bajo la piel, los huesos y los músculos y se había grabado
directamente en su corazón apretándolo fuerte, envolviéndose a su
alrededor tan firmemente que no sabía dónde terminaba él y donde
empezaba ella.

Algo peligroso y excitante que hacía que la cabeza le diera vueltas.

Se tensó, frunció el ceño y deseó poder echar la culpa de todas esas


turbulentas emociones dentro de él a alguna droga o a una forma muy
elaborada de hipnosis o alguna loca técnica de control de la mente, pero
sabía que no era eso. Todo era real y venía de él, de su parte más profunda
que respondía a ella como una llave en una cerradura.

Enfrentarse a un tiroteo era más fácil que esto. Esto era una cosa
alucinante, que alteraba la vida y le noqueaba sacándole de sus esquemas.

—¿Y qué? —preguntó ella suavemente—. ¿Puedo abrir los ojos? —Tomó
aire de forma apreciativa—. Eso huele a gloria.

—Todavía no.

Él movió el carro cerca del borde de la cama, preguntándose cómo iba a


arreglárselas sin platos, entonces se dio cuenta de que había cosas en un
estante inferior. Dios, iba a tener que conseguir algo especial para Stella la
próxima vez que saliera al mundo, porque, bendita fuera, había pensado en
todo. En el estante inferior había una bandeja plegable, platos, vasos,
servilletas y cubertería.

Mac había empezado a desplegar la bandeja sobre el regazo de ella cuando


se detuvo, frunciendo el ceño. Estaba desnuda, la sábana sujeta bajo los
brazos, apenas le cubría los pechos.

Aunque una Catherine desnuda era una cosa muy buena y aunque no podía
imaginarse nada más hermoso que ver y tocar sus pechos mientras comía,
la mayoría de la comida estaba caliente y pensar que podía quemarse le
revolvía el estómago. Mac conocía de primera mano el dolor cegador de
las quemaduras, el ardiente tormento que continuaba para siempre. No
podía soportar la idea de pensar que Catherine pasara por algo así.

No era una opción.

—Levanta los brazos. —Sacó una camiseta limpia doblada de un cajón, la


sacudió y se la pasó por la cabeza—. Toma. Estarás más cómoda así. Y
ahora puedes abrir los ojos.

Estos inmediatamente se abrieron y se encontraron con los de él y eso fue


como un puñetazo en el estómago. Nada de suaves zarcillos alrededor de
su corazón, nada de calor brillante flotando gentilmente a través de sus
venas como miel. Esto era deseo, caliente, fuerte y duro como una roca.
No había nada suave en eso, sólo algo inmenso y necesario. Intenso como
un fuego indoloro.

Ella lo sabía, podía sentirlo, él casi podía ver los hilos que iban desde él
hacia ella. Una conexión clara y profunda. Deseo, como un alto horno,
ferozmente fuerte, de él hacia ella, fuerte y caliente.

Los ojos de ella se abrieron como platos e instintivamente se recostó


contra el cabecero. Dios. Se veía casi inquietantemente delicada, su
camiseta sobre ella era tan grande que el cuello casi se le deslizaba por los
hombros. Sus ojos estaban ampliamente abiertos, fijos en los de él,
remolinos confusos de emoción zumbaban a su alrededor, oscureciéndose
y él se dio cuenta, con un suspiro, de que ella no estaba preparada para el
segundo asalto. Frunció el ceño. Tercer asalto.

En algún profundo nivel ella lo quería pero en un nivel incluso más


profundo estaba asustada por eso y lo que le asustaba es que tenía sentido
para él. Que la podía leer.

Él se llevó la mano de ella a la boca y le besó los nudillos, uno a uno. Le


giró la mano y le besó la palma. La mano femenina le acunó la mandíbula,
un dedo acariciaba las cicatrices de sus quemaduras.

Generalmente odiaba eso. No le gustaba ser tocado, ni siquiera en el calor


del sexo. A menudo sostenía sobre la cabeza las manos de su compañera
sexual porque también tenía grandes cicatrices en la espalda. Las
profundas y gruesas cicatrices —de la metralla de una bomba de
fabricación casera— eran recuerdos de Jodidopistan, mucho antes de que
estuviera jodido por lo de Arka, pero ambas cosas eran como un mapa de
carreteras de dolor y violencia. Lo que había hecho con su vida estaba
escrito en su piel.

No necesitaba la luz para que una mujer fuera curiosa. Incluso en la


oscuridad, podía notar sus cicatrices y él odiaba la pregunta: ¿Qué pasó?

¿Qué coño crees que pasó? Muchas veces había tenido que morderse la
lengua para evitar responder así.

Esto era completamente diferente. Catherine recorría con sus dedos suaves
toda la ondulada cicatriz de su carne derretida en el lado izquierdo de su
cara, que iba de la parte superior de la frente hasta debajo de la mandíbula.
Su ojo izquierdo funcionaba de milagro.

El tono de sus sentimientos cambió, se suavizó. No era miedo, era algo


más.

—Puedo sentir tu dolor —susurró ella.

Y podía. Él podía decirlo. Todo en ella se oscureció y tensó, y Cristo, él no


podía permitirlo, ni un minuto más. No quería que sintiera su dolor. No
quería que sintiera ningún dolor, nunca.

—No —susurró él, cogiéndole la mano. Su mano bajo la de él era cálida y


parecía que emitía luz. Toda ella era luz—. No pienses en eso.

Ella sacudió la cabeza, sus ojos nunca abandonaron los de él.

—¿Cómo no puedo pensar en eso, cuando está tan cerca, ahí mismo bajo
tu piel? Puedo sentirlo. Nunca se va. No es un dolor físico sino de otro
tipo. —Su mano siguió hacia abajo, sobre su cuello, pecho, para quedarse
sobre su corazón. Su mano parecía vibrar al compás de los latidos de su
corazón. Piel contra piel, piel fusionándose con piel—.De la peor clase.
Desearía poder quitarlo para ti.
Él sonrió, algo que raramente hacía. La cicatriz de la quemadura se
arrugaba y estiraba cuando sonreía. No era doloroso, solo incómodo, por lo
que él difícilmente sonreía. De todos modos no había mucho por lo que
hacerlo. Nunca había habido mucho por lo que sonreír.

—Ya lo estás quitando —dijo en voz baja. Era cierto. El calor se filtraba
desde su mano, llenando su pecho, enroscándose dentro de él como humo.
La traición del Capitán, él y sus hombres, que habían empeñado sus vidas
para su país, huyendo como proscritos, acusados de traición… se
desvaneció a un ruido de fondo. El agudo dolor de todo aquello se iba,
disipado como la niebla de la mañana.

El deseo puntiagudo, desigual y casi doloroso que él había sentido solo


unos pocos minutos antes, había disminuido remplazado por una líquida
necesidad ardiente por ella, fuerte, continua y verdadera. Sexo,
seguramente. Deseo, sí. Pero era algo más, algo más profundo y más
necesario que eso. Lo que él sentía estaba pasando hacia el interior de ella
a través de su mano.

Él respiró profundamente, la mano de ella subía y bajaba con su pecho.

—Te deseo. De nuevo. —Las palabras salieron con un susurro suave,


cuando momentos antes hubieran salido dolorosas y crudas.

Se inclinó sobre su mano, sabiendo que ella podría leer todo sobre él a
través de su piel, algo fluía entre ellos, caliente y rápido y brillante con el
ardor de la pasión mezclada con ternura.

No la presionó, no trató de convencerla, solo esperó, sintiendo el flujo y


reflujo de las emociones en ella. La observó cuidadosamente, aunque
podía leerla mejor a través de la mano que le tocaba que por la expresión
de su cara.

Pero oh Dios, no podía apartar los ojos de su cara. Era tan hermosa. Era
como si alguien hubiera llegado a lo más profundo de su cabeza para sacar
su plantilla personal para una mujer bonita y la hubiera creado a ella a
partir de lo que estaba dentro de él. Todo en ella era tan hermoso… la
suave piel pálida como porcelana, los enormes ojos plateados, la deliciosa
boca, el largo y delgado cuello. Aunque su camiseta le cubría los pechos,
él no necesitaba verlos porque lo que ardía en su memoria era la sensación
de estos en sus manos, suaves y firmes, la forma en que sus pezones se
sentían bajo su lengua…

Un destello de calor. De ella. Él podía ver colores enroscados alrededor de


sus pechos, ligeramente rojos y anaranjados, mientras la piel se sonrojaba
desde la cara hasta los hombros. Y allí, entre sus muslos, bajo la sabana,
un brillo… inconfundiblemente calor mezclado con deseo.

Catherine dejó que le quitara la camiseta por la cabeza y se puso de


rodillas, besándole suavemente, la mano sobre su corazón subió
suavemente, sobre su hombro, alrededor de su cuello.

—Sí —dijo.

Capítulo 12


Laboratorios Millon
Palo Alto

Lee amaba el prohibido y secreto cuarto piso subterráneo del laboratorio.

El Nivel 4.

La gerencia de Millon no tenía ni idea de que estaba allí.

Con el dinero de Flynn había sobornado a la empresa constructora, que


había traído un equipo totalmente nuevo para el piso y lo había sellado.
Era algo más que de vanguardia, estaba años adelantado a su tiempo.
Podría haber un terremoto de magnitud 8, podía detonarse una bomba
atómica de diez toneladas, podía llegar un tsunami a Sierra Nevada y el
laboratorio sobreviviría. Tenía su propio generador, la electricidad llegaba
por cables separados desde paneles solares ocultos. Las varillas de ferrita
que perforaban el suelo eran capaces de enviar transmisiones de onda larga
directamente a través de la tierra hasta Pekín. Si alguien conseguía
atravesar su red de seguridad tenía un método subrepticio de
comunicación.

Lee era el rey aquí. Cuando llegaba al laboratorio Millon, lo hacía como
jefe de investigación de la mayor compañía del holding, nada más. Nadie
en Millon tenía ni idea de que estaba dirigiendo la investigación en un
laboratorio secreto.

Le gustaba deslizarse hasta el cuarto sótano sin ser observado.

Tenía tres ayudantes que habían jurado guardar el secreto, pensando que
estaban trabajando en condiciones de alto secreto para la propia empresa y
se les había prometido opciones sobre acciones no existentes por el
lanzamiento inexistente de un medicamento que curaba la demencia. Lo
que era muy real, sin embargo, era el dinero que cada rata de laboratorio
tenía en una cuenta en las antiguas Islas Maldivas, ahora bajo el agua y
reubicadas en la costa de la India.
Los investigadores y su equipo de seguridad personal eran los únicos que
tenían acceso a la planta.

Se estaba probando el SL—59. Detrás de una puerta corredera de acero


estaba el laboratorio de ensayos con animales, donde se llevaban a cabo
pruebas aceleradas de maneras que eran ilegales bajo la Ley de
experimentación con animales. Si hubieran seguido con el protocolo
todavía seguirían con el SL—8. Lee deslizó su tarjeta de seguridad y entró,
sintiendo una ligera brisa a su espalda debida a la presión negativa del
laboratorio de pruebas de animales.

La droga se inyectaba a través de un virus modificado y se tenía cuidado


de que nada escapara. No había nada contagioso en esa molécula, era
simplemente una precaución.

Paseó hasta la parte trasera de la enorme sala, haciendo caso omiso de las
filas y filas de animales en jaulas en diferentes etapas de muerte, sabiendo
que los funcionarios federales cerrarían el laboratorio si pudieran ver esto.
Lo que estaban haciendo contravenía todas las leyes de protección animal.

Y sin embargo, los experimentos con seres humanos eran perfectamente


legales, con los formularios de consentimiento firmados. A pesar de que
muchos de los formularios de consentimiento se había firmado cinco
minutos antes de que el paciente hubiera sido declarado incompetente.

Todavía le desconcertaba cómo los estadounidenses casi parecían


preocuparse más por los animales que por los humanos, aunque los
animales eran absolutamente necesarios para probar las drogas. Porque allí
estaba él, muy cerca de la fórmula de un medicamento que mejoraría las
habilidades de los soldados por un factor de diez, y sólo había necesitado
dos años.

Ayer, se les administró 5cc del SL59 a diez bonobos. Serían estudiados a
fondo en las próximas semanas, pero Lee quería ser el primero en
observarlos, tener una idea de los efectos antes de iniciar el análisis.

El laboratorio era enorme, se extendía ciento veinte metros hacia la puerta


norte, fila tras fila prístina de animales en jaulas de plexiglás. Por lo
general, habría verificado cada jaula, cada fila pasando por un protocolo de
ensayo específico. Pero estaba enojado con Flynn y presionado por el
tiempo por lo que se dirigió directamente a la parte de atrás, sin mirar a
izquierda o derecha. La fila de atrás estaba ocupada por los bonobos, con
cubos de información accesibles a través de un panel táctil en la parte
frontal de cada jaula. El sexo y la historia genética de cada animal, un
completo chequeo médico, resonancia magnética y tomografía axial
computarizada, resultados de los tests de inteligencia, teledetección de
electroencefalogramas y electrocardiogramas, las dosis de SL—59, todo
eso y más estaba en los infocubos.

Bajó por la fila, jaula vacía tras jaula transparente, deslizando el dedo
sobre el panel táctil, detectando anomalías importantes. Dos de los
animales estaban muriendo, electroencefalogramas irregulares,
electrocardiogramas con picos inusuales que estudiaría más tarde. Los
picos contendrían la clave de sus muertes, estaba seguro.

Cuatro parecían más normales, con lecturas normales, pero estaban


apáticos.

El número Ocho, un macho bastante grande, por otro lado, estaba de pie,
con los ojos alerta. Hmm. Lee escaneó los datos que aparecían en letras en
el aire. Valores perfectamente normales. El animal le estaba mirando,
parecía tomar nota de su medida, los ojos marrones profundos y estables.

Interesante.

Los bonobos eran una especie plácida y no agresiva por naturaleza, pero su
frecuencia cardíaca tendía a aumentar ligeramente en presencia de una
especie extraña. La frecuencia cardíaca del número Ocho se mantenía
estable y regular. El animal se irguió inmóvil y le observó con calma. Sólo
sus ojos se movían, comprobando la cara de Lee, luego sus manos. ¿Estaba
comprobando en busca de armas? Eso sería un signo de inteligencia poco
común.

Muy interesante.

Lee dio un paso adelante, y tan rápidamente que el electrocardiograma no


tuvo tiempo de medir la aceleración de los latidos del corazón, el bonobo
se lanzó directamente hacia Lee, tan duro y tan rápido que el hocico del
animal se estrelló contra el plexiglás de la parte delantera de la jaula, a
centímetros de la cara Lee, salpicando sangre las esquinas. El cristal era
transparente y Lee dio un rápido paso atrás, acobardado, antes de
detenerse. La sangre parecía como si fueran gotas suspendidas en el aire.

Sin inmutarse, el número ocho se estrelló contra la pared de cristal una y


otra vez en un frenesí de ferocidad, tratando de morder a Lee, golpeando
su hocico con tanta fuerza contra el cristal irrompible que fragmentos
ensangrentados de dientes volaron en todas direcciones. Trató de arañarle
con las garras también, golpeando sus patas con tanta fuerza que se rompió
primero el cúbito izquierdo y luego el húmero derecho en fracturas
compuestas, la sangre manó de la carne peluda del brazo. El número Ocho
golpeó una y otra vez y otra vez, incluso después de que seguramente
entendiera que no había modo de romper el cristal.

Los bonobos razonaban, a un nivel primitivo. Lee les había visto hacer
herramientas rudimentarias, obedecer un vocabulario limitado de palabras.
Un primate ordinario habría sabido que atacar la pared era completamente
inútil, pero el número Ocho seguía golpeándose salvajemente contra la
pared de la jaula, que ya no era transparente, sino que estaba cubierta de
sangre, piel y saliva.

Atacó una y otra vez, sin pensar, los ojos fijos en los de Lee.
Se estaba golpeando hasta la muerte, matándose a sí mismo con su propia
ferocidad.

Con el toque de un dedo, Lee conectó el sistema de sonido. Sus ojos se


abrieron ligeramente ante el nivel de ruido. Los gruñidos y aullidos del
número Ocho resonaron en la gran habitación e hicieron que los otros
animales se revolvieran con inquietud. El bonobo junto al número Ocho, el
número Nueve, había estado sentado lánguidamente con una pajita en la
boca, pero los aullidos le hicieron levantarse tambaleándose, se giró hacia
el Número Ocho, tirando la pajita, olvidada en el fondo de la jaula.

Lee miraba, inmóvil, como el número Ocho se golpeaba hasta la muerte


contra la pared salpicada de sangre, acabando consigo mismo con un golpe
final a la cabeza mientras trataba ferozmente de abrirse camino a topetazos
hacia Lee, rompiéndose el propio cuello.

Cayó al suelo al instante, el cuerpo casi irreconocible. Tenía tantos huesos


rotos que el cuerpo parecía un saco peludo sin forma lleno de canicas.

Los otros bonobos se revolvieron, inquietos, algunos trataron de salir


arañando las jaulas de plexiglás, pero ninguno con la ferocidad de número
Ocho. Nada de lo que Lee había visto coincidía con la ferocidad del
número Ocho. Era algo sin precedentes y artificial. Inducida por el SL—
59.

Lo interesante era que Ocho habían logrado controlarse a sí mismo durante


los primeros minutos, a pesar de que su sistema límbico debía haber estado
gritando ¡ataque! Pero no lo había hecho, no de inmediato. Tal vez había
tratado de razonar y entonces había sido cuando se sintió abrumado por el
imperativo ataque infundido por la droga.

Pero ese lapso de tiempo era interesante. Había algún tipo de cable trampa
que había inducido a la violencia fuera de control. Encuentra el cable,
modifícalo y estarías en el camino correcto.
Lee estudió el maltrecho cuerpo durante unos minutos más, luego pasó un
dedo sobre la función de grabación.

—Quiero una autopsia con los niveles de toxicología y hormonas. Quiero


que el nivel exacto de SL—59 en la barrera hematoencefalica. Quiero una
disección del cerebro y el análisis de las conexiones neuronales. Lo quiero
todo.

Otro movimiento y la función de grabación se apagó.

Eso había sido interesante, pensó mientras salía del laboratorio.

Y prometedor. Muy prometedor.


Mount Blue

Sí.

Ella había dicho que sí, cuando tenía hambre, cuando el delicioso olor a
comida estaba justo ahí, cuando todo lo que tenía que hacer era estirar la
mano, cuando ya había tenido el sexo más intenso que había tenido en toda
su vida, cuando estaba un poco dolorida, sintiendo que los músculos en
desuso se estiraban cada vez que se movía en la cama.

Dijo que sí cuando pensaba que iba a necesitar por lo menos un día para
recuperarse y sentir deseos de nuevo.

Oh, lo equivocada que había estado.

Había dicho que sí porque no podía resistirse. No había nada en ella que
pudiera resistirse a este hombre, de pie medio desnudo delante de ella,
intensamente excitado. Podía decirlo no sólo por la barra de acero que
sobresalía de sus pantalones vaqueros, sino por el matiz ligeramente rojo
que tintaba la piel cetrina sobre sus pómulos altos, las aletas de la nariz
dilatadas y las cuerdas tensas de los tendones de su cuello.

Y, por supuesto, podía decirlo por su toque. Su deseo fluía directamente


hacia ella, ondas calientes de calor que penetraban en su piel.

Con sólo un toque, sintiendo el latido del corazón de Mac contra su mano,
sintiendo lo mucho que la quería, la necesitaba, el deseo se alzó de nuevo
como agua que se levanta para llenar un pozo vacío. ¿Viniendo de él?
¿Viniendo de ella? Era imposible decirlo y no suponía ninguna diferencia
porque ahora estaba dentro de ella. Era una parte de ella.

—Ven a mí —susurró ella, ¿o tal vez lo pensó en su cabeza? No


importaba.

Él se quitó los vaqueros y se movió hacia y sobre ella, colocándose encima


pesadamente, pero Catherine le dio la bienvenida a su peso, le dio la
bienvenida mientras una nueva ola de deseo ardiente se apoderaba de ellos.

—Hazme ir despacio —le susurró él al oído y ella se estremeció cuando su


aliento la rozó. Mac le tomó el lóbulo y le mordió ligeramente. Piel de
gallina por todas partes.

Catherine se aferró a sus hombros, algo a lo que agarrarse en este nuevo


mundo donde el deseo rodaba sobre ella en calientes oleadas. Estaba
flotando en este mar de deseo y necesitaba algo estable. Se agarró a él, a
los hombros extra-anchos.

Si alguna vez hubo un hombre construido para aferrarse, éste era ese
hombre. Todo en él hablaba de fuerza y estabilidad. Que él fuera el que la
hacía sentirse inquieta, apresurada en un mar líquido de deseo, era irónico.

—Despacio —insistió, a pesar de que su pene erecto estaba empujando


sobre su muslo, luego sobre su estómago mientras se acomodaba más
completamente sobre ella—.Despacio —gimió él y la besó.

Fue lento, su boca, su lengua moviéndose lentamente, el resto de él


inmóvil. Al final, fue ella quien empezó a moverse. Abrió las piernas, se
levantó, se aferró a su espalda y así de natural, la punta dura de su pene se
dirigió a su abertura.

Se sentía tan enorme que tuvo que recordarse a sí misma que habían hecho
esto dos veces y no la había lastimado. Sin embargo, él no se movía, no
cambiaba de postura para entrar en ella, y de repente, se sintió vacía. Su
sexo se sentía vacío, un órgano que no se llenaba con lo que la naturaleza
le destinaba. Como un estómago sin comida, unos pulmones sin aire.

Era tan vital como eso. Un enorme y ardiente anhelo porque él entrara en
ella, la tomara porque eso era lo que su vagina necesitaba. No era tanto
placer como necesidad. Simplemente sentirle allí, no en ella sino contra
ella, la hacía tensarse con tanta fuerza que incluso los músculos del muslo
tiraron.

Y, sin embargo, él no se movía, sólo la besaba y la besaba y la besaba.

Catherine clavó los talones contra la parte baja de su espalda y se levantó.


Él se deslizó un poco y se quedó allí, inmóvil.

—Mac —suspiró ella.

Desde luego, no se movía por falta de deseo. Estaba duro como una piedra.
Y la espalda cubierta de sudor.

—Preliminares. —Mac levantó la boca lo suficiente como para hablar. Ella


abrió los ojos y le miró, la cara surcada por líneas de dolor, las aletas de la
nariz blancas con la tensión—. No puedo seguir haciéndote esto. A ti, de
todas las mujeres. Quiero tomarme una hora sólo para besarte esos bonitos
pechos. Una hora para besarte los pies y chuparte los dedos. Tienes unos
pies hermosos, ¿alguien te lo ha dicho alguna vez?

—¿Honestamente? —Sonrió—. No.

—Eso es porque la mayoría de los hombres son idiotas.

—Cierto.

—Y luego quiero tomarme una hora para tocar tus manos. Tienes las
manos más hermosas que he visto nunca.

Ella se echó a reír. No fue una gran carcajada porque él estaba tumbado
encima de ella, casi dejándola sin respiración, así que fue más un resoplido
de aire. Estaba bien. Ella adoraba su gran peso sobre ella.

Algo mágico estaba sucediendo y su fuerte presencia terrenal la mantenía


anclada a la tierra, le recordaba que era real. Había magia, pero también
había realidad. Ese peso, la mordedura de la barba mientras la besaba, el
sudor que pegaba sus senos a su pecho, la espesa mata de vello del pecho
que se frotaba contra ella, el vello de las piernas que le rozaba la piel de la
parte interna de los muslos. Los olores terrosos de sexo y hombre
sudoroso. El pesado latido de su corazón, lento y fuerte, el corazón de un
atleta, golpeando contra sus pechos, contra las palmas de las manos
mientras las bajaba por su espalda.

Eso era lo único real.

Luego estaba la magia.

Sentir el latido de su corazón contra el de ella, como si se tratara de dos


órganos golpeando en el mismo cuerpo. Estar bajo su piel, sabiendo lo que
él sentía, a veces lo que pensaba. No podían ser más diferentes. No tenía ni
idea de cómo eran sus orígenes, ese no era su don. Pero sabía cómo era él
porque era así.

Conocía su valentía, su bondad esencial, su lealtad. Sabía que había


violencia en él, sentía su dureza, sabía que era un hombre que nunca se
rompería.

Lo que sentía por ella estaba justo allí, debajo de la piel. El calor del sexo,
el calor del afecto, de la mano de hierro de su deseo de protegerla, de
mantenerla a salvo.

—Pero el asunto es —Mac suspiró y se introdujo en ella sólo un poco más,


lo suficiente para abrir los labios de su sexo y hacerla retorcerse de deseo
—: el asunto es que sigo siendo desviado, por esto.

Se deslizó en ella, centímetro a centímetro, con cuidado, cada músculo


tenso por el esfuerzo. Se detuvo cuando estuvo completamente dentro de
ella, jadeando un poco. Su corazón había intensificado su ritmo, como si
estuviera corriendo.
Sentía el latido en su pene, pulsando suavemente dentro de ella.

—Ahora, Mac —gimió ella, temblando—. No necesito preliminares. —


Cada toque era un preliminar.

Era abrumador, sostener ese cuerpo enorme entre los brazos. Tan
absolutamente masculino, tan completamente duro, tan completamente
suyo.

Cada toque le decía que era suyo. Cada roce, cada beso eran para ella.

Él comenzó a moverse y se trató de un baile delicioso, piel sobre piel,


corazón palpitante contra corazón palpitante. Dureza sobre suavidad.
Deliciosamente tierno. Cada centímetro de su cuerpo fue tomado por este
hombre.

Sus manos y piernas aferradas a la enorme espalda arqueada mientras


empujaba en ella con cuidado, suavemente, con movimientos controlados.
Era como estar en un mar, las olas la mecían y se perdió en el ritmo, en el
calor. Sus sentidos se quedaron en blanco, uno por uno. Cerró los ojos y no
pudo ver. El latido de su corazón y el de él llenaron sus oídos hasta que
oyó nada. No podía sentir sus extremidades, lo único que sentía era el
centro de su ser, lleno de él meciéndola, meciéndose, balanceándose…

Se hundió dentro de ella misma hasta que sólo existió el pequeño centro de
calor al rojo vivo, incandescente como el sol y se convirtió en una nova.

Mac se quedó quieto dentro de ella mientras se contraía a su alrededor.


Parecía que el sol explotara desde su cuerpo y tuvo que dejarlo ir en
impulsos salvajes de calor y luz.

—Dios —murmuró él mientras ella se relajaba lentamente. Debajo de él y


contra los brazos y piernas, ella le sintió estallar, sus caderas bombearon
mientras se movía dentro y fuera de ella, con tanta fuerza que casi, pero no
del todo, dolía. Hubiera dolido si hubiera sido cualquier otro hombre
excepto Mac. Con alguien más se habría sentido como una invasión
golpeando su cuerpo, pero ella estaba con él a cada paso del camino.

No era una invasión. El cuerpo de Mac estaba tratando de acercarse lo más


posible al de ella. Si hubiera podido, se habría arrastrado dentro de ella, y
si ella hubiera podido, se lo habría permitido.

Esta era la segunda mejor opción, este total y completo reclamo,


haciéndola completamente suya.

Cuando se derrumbó sobre ella, con el rostro en la almohada junto al suyo,


ella se sentía tan exhausta como él.

La habitación estaba tan silenciosa, los únicos sonidos eran los de sus
respiraciones entrecortadas. El corazón de Mac latía como si hubiera
corrido un centenar de kilómetros. Ella lo sentía… ambos corazones. El de
él un ruido sordo a un ritmo fuerte y rítmico, el suyo más ligero y más
rápido. Ella yacía debajo de él, con los ojos cerrados, saboreando este
momento de intimidad absoluta y escuchaba sus corazones sincronizados,
latiendo juntos.

Todo en ellos se unía. Ella se sentía más fuerte y era consciente de que la
energía de Mac se agotaba. Estaba dentro de su cuerpo, sintiendo las
corrientes de asombro y alegría que le atravesaban. Las mismas corrientes
que se arremolinaban en ella.

Sus brazos se habían relajado en el milésimo orgasmo… bueno, tal vez eso
era una exageración, pero habían sido demasiado numerosos para
contarlos, viajando de uno a otro. De repente, apretó brazos y piernas
alrededor de él violentamente, como si de repente tuviera que aferrarle,
pero era una locura. Mac no daba señales de querer marcharse. En todo
caso, parecía acomodado encima de ella como si nunca fuera a moverse de
nuevo.
Era sólo que quería aferrarse a esto. Parecía tan raro, como un momento
único. Algo maravilloso, mágico. Por definición efímero, terminado casi
tan pronto como empezaba. Esto no podía durar. ¿Cómo podría? Lo bueno
nunca duraba en este mundo. Era…

Mac levantó la cabeza y le dedico una gran sonrisa, ella se sorprendió


tanto que olvidó sus pensamientos. La sonrisa era amplia. Sonreía con toda
su cara y cada línea en su piel le decía que era inusual. Las líneas de su
rostro iban de forma natural a la gravedad, a la severidad y a los ceños.
Esto estiraba todas las líneas y parecía como si sus cicatrices le dolieran.

Él le sonrió y ella tragó ante lo que veía. Vio, claramente, lo que sentía por
ella. Vio lo nuevo que era para él. Y sintió, en el fondo, donde no había
posibilidad de ocultarlo, sintió que él moriría sin dudarlo por ella.

Su talento, su maldición, le dijo todo esto, le dijo que por primera vez en
su vida, era muy amada. Era amada profundamente.

—Vaya —dijo él—. Eso fue… —Se interrumpió, se le borró la sonrisa de


la cara. Frunció el ceño y le secó una lágrima de su cara con el pulgar—.
¿Qué te pasa?

De repente pareció horrorizado, realmente asustado. Se levantó y se


apartó, dejando vacío y frialdad detrás.

—¿Te he hecho daño? —Exigió—. ¿Estás bien?

—Sí, estoy bien. —Catherine sorbió, avergonzada de sí misma. De repente


se había visto inundada por sus emociones y las de Mac. Y se había
asustado—. Lo siento mucho. Es sólo que…

Su estómago retumbó, alto y ella se echó a reír, secándose una lágrima con
el dorso de la mano. Risa, llanto, hambre… era un desastre.

Mac estaba sentado, un poco más tranquilo, mirándola con cautela. Se


relajó visiblemente cuando ella le sonrió.

—Si estás llorando porque tienes hambre, tengo la respuesta correcta aquí
mismo. —Agarró el carro con un gran pie descalzo que sobresalió por
debajo de las sábanas—. Todo está frío, pero tengo un microondas. ¿Qué
te parece?

Catherine se sentó en la cama, agradecida por el pensamiento mundano de


alimentos. Su estómago rugió de nuevo y se rio, sintiéndose más tranquila.

—Suena maravilloso. Creo que podría comerme un caballo. —Hacía un


segundo todas sus emociones habían estado revueltas pero ahora estaba
más tranquila y, previa consulta con el estómago, muriéndose de hambre
—. Crudo. Espero no tener que hacerlo.

—No, no, Stella no cocina carne de caballo cruda.

—Carpacho —dijo Catherine, sonriendo. Se apoyó contra la cabecera de la


cama y observó con interés como un desnudo Mac se levantaba y
comenzaba a transportar platos a un enorme horno de microondas contra la
pared. La vista trasera era asombrosa. Hombros enormes, densamente
musculosos que se afilaban hacia una cintura delgada, hasta unas duras
nalgas con hoyuelos, muslos largos y duros, los músculos individuales
visibles.

Él le lanzó una mirada de asombro por encima del hombro.

—¿Carpo qué?

Catherine rio.

—Carpacho. Carne o pescado crudo, en lonchas finas.

El microondas era el nuevo modelo que calentaba la comida en un


segundo. Ya estaba regresando con la bandeja llena de comida y la colocó
de nuevo en el carro.

La vista frontal era tan atractiva como la trasera con el añadido de un pene
todavía semi-erecto.

—Nada crudo que no tenga que estarlo —dijo él, colocando la bandeja
sobre el regazo de Catherine. Se inclinó y le dio un rápido beso en los
labios—. Ahora presta atención aquí porque esto es una sorpresa.

Catherine se enderezó y se preguntó a qué se refería.

—No hay casi nada aquí que no sea una sorpresa.

—No, ésta es realmente buena. Voilà. —Mac tocó algo y Catherine se


quedó sin aliento.

Era mágico.

Tres paredes, a la derecha, a la izquierda y hacia el frente…


desaparecieron. Simplemente se desvanecieron. En su lugar había una
impresionante vista nocturna de la montaña como si estuvieran en una
plataforma sobre la montaña. Laderas nevadas con abetos blancos se
abalanzaban hacia el valle bañado por la luna. Abajo y lejos en la ladera,
casi en el valle, brillaban unas luces.

¿Habían estado fuera de todo este tiempo con las ventanas en blanco?

Era imposible saberlo. Cada detalle plateado iluminado por la luna era
agudo y claro.

Mac se acercó suavemente y le cerró la mandíbula con un dedo, sólo


entonces se dio cuenta de que estaba mirando con la boca abierta.

—¿Qué, qué es esto? ¿Estamos fuera?


Mac amontonó comida en un plato y lo puso delante de ella.

—Come. Creo que hemos quemado unos mil millones de calorías. Vas a
matarme, Catherine.

—¡Ja! —Le pinchó en el costado y casi sufrió un esguince en la mano. Las


rocas eran más suaves que sus músculos—. No lo creo. Entonces, ¿qué es
esto?

—Holo. Tenemos cámaras de seguridad rodeando la propiedad y Jon las


configuró para que podamos proyectar en nuestras habitaciones, para
darnos una vista. Porque es una vista… no directamente el exterior de la
ventana.

—Es realmente increíble. Espera un segundo. —Levantó una mano, cerró


los ojos y saboreó el gran bocado de ravioli de calabaza con salsa de
boletus. Oh Dios. El cielo. El sexo salvaje, la vista del ojo de Dios que
aparecía en un abrir y cerrar de ojos, la comida impresionante. Era una
sobrecarga sensorial—. Está bien. —Abrió los ojos—. Lista para la vista
de nuevo.

Miró a las tres paredes. Un conejo cruzó un pequeño prado, cubierto de


nieve y se detuvo, arrugando la nariz, olfateando el aire. Satisfecho, saltó
lejos. Fuera… ¿de la pantalla?

Mac estaba masticando un bocadillo de cerdo y sonrió secretamente.

—Si miras el tiempo suficiente verás un ciervo. Vi un coyote el otro día.


Aunque eso no es todo lo que podemos hacer. Mira.

Tocó algo en la mesita de noche y de repente la habitación se llenó de luz


solar, tan cegadora que Catherine tuvo que protegerse los ojos.

—Oh Dios mío —susurró ella. Era una vista ligeramente diferente, pero la
forma de la montaña y el valle de abajo eran los mismos. Un sol cegador
brillante se elevaba sobre la colina, haciendo resplandecer el paisaje. El
cielo era el azul más brillante de la historia de los cielos azules y sólo
había pequeñas manchas de nieve en el suelo.

—La salida del sol, hace tres días —dijo Mac y cogió otro sándwich.

Ella miraba, asombrada, como un halcón volaba alto en el cielo, mientras


se deslizaba entre las corrientes con elegancia. El sol atravesó una barrera
invisible y la luz se disparó hacia el valle en brillantes rayos que venían
directamente de Hollywood. Excepto que ningún efecto generado por
ordenador podría nunca hacer estas cosas.

—¿Cómo podéis pagar todas estas cosas tan fantásticas? —Preguntó


Catherine. Esto eran al menos varios millones de dólares en tecnología,
brillando en la habitación de Mac. Entonces se dio cuenta de lo que había
dicho y se llevó una mano a la boca, horrorizada—. ¡Lo siento! — Jadeó
—. ¡Lo siento! No es de mi incumbencia y…

Mac tranquilamente se acercó, le apartó la mano de la boca y le besó los


nudillos.

—No lamentes nada, cariño, nunca. Esta es tu comunidad ahora, tu gente.


Pregunta lo que quieras. ¿Y la respuesta a cómo nos podemos permitir
todo esto? —Esos ojos oscuros brillaban—. Lo robamos.

Otro bocado de ese glorioso ravioli se detuvo camino a su boca.

—¿Lo robáis?

Él asintió con la cabeza, se metió una loncha en la boca. Masticó. Tragó.

—Sí. O, mejor dicho, Jon lo hace. Estuvo seis meses en una misión para el
clan Calderón en Colombia, encubierto como un traficante de California.
Se quedó con una gran cantidad de información, lo suficiente para piratear
profundamente sus sistemas. Cuando necesitamos algo, simplemente lo
birla de sus cuentas. La semana pasada, por ejemplo, compramos un
montón de semillas y fertilizantes para Manuel, una carretilla elevadora
nueva y un carro de parada para la enfermería. Tenemos una lista de la
compra de un kilómetro de largo. Jon entra delicadamente, toma el dinero
y lo transfiere a una cuenta bancaria de San Francisco, a nombre de una
empresa fantasma, todos tenemos tarjetas de crédito negras. Hasta ahora,
varios tenientes de Calderón han sido acusados de malversar al jefe y les
han puesto a secar. Literalmente, en ganchos para carne. Dirigían el
negocio de la prostitución infantil para el cartel. No eran buenos tipos.

—Tienes un buen montaje aquí, Mac.

Él dejó de sonreír y la miró a los ojos.

—Sí. Lo tenemos. Tenemos un montón de gente a la que queremos


proteger. Queremos mantener esta comunidad a salvo

Ella también dejó de sonreír.

—¿Y crees que tratar de rescatar a Nueve les va a poner a peligro? Lo


entiendo.

—No hay “tratar” involucrado —dijo Mac—. Si vamos, le rescatamos.


Pero muchas cosas pueden salir mal y existe la posibilidad de que no esté
allí, la posibilidad de que le hayas leído mal. La posibilidad de que sea una
trampa. —Inhaló profundamente, expandiendo el ancho pecho—. No, no
lo digas. —Puso un dedo sobre sus labios—. Sé, Nick y Jon lo saben, que
nunca nos llevarías deliberadamente a una trampa, pero hay mucho que no
sabemos sobre la situación.

Ella le besó el dedo, apartó la mano de su boca y la sostuvo. Sintió su


determinación, sintió su instinto guerrero, un deseo de rescatar a un
camarada herido frente al deseo de mantener a salvo a su gente, sintió
honor, orgullo y temor. No sería su Mac si no sintiera todas esas cosas.
—¿Todavía estáis planeando cómo hacerlo?

—Oh, sí. No vamos a entrar corriendo en algo sin hacer un reconocimiento


completo. Jon tiene drones volando por encima y Nick analiza los
resultados. Jon está revisando sus sistemas informáticos con los códigos
que le diste. Iremos con la luna nueva y realizaremos una comprobación
del terreno, cuando nuestro plan sea sólido, iremos.

Ella iba con ellos, pero no era el momento ni el lugar para decirlo.

Se acercó, le besó la comisura de esa dura boca.

—Mi dinero está con vosotros.

Capítulo 13

8 de enero

Cansado y cabreado, Mac entró en su alojamiento a la mañana siguiente,


con esperanza pero sin esperar y ah…allí estaba ella.

Había sido un día largo, duro y frustrante. Dos drones se habían ido al
traste y ya que necesitaban urgentemente investigar Millon, Jon y Nick se
habían deslizado dentro de Nevada para robar dos de ellos de Nellis.
Habían entrado dentro de la base con uniforme completo e identidades
falsas, cogieron los códigos para dos drones, los sacaron volando por
control remoto y salieron conduciendo de la base, tan tranquilamente como
pudieron.

Pero eso les había llevado, puerta a puerta, doce horas.


Mientras tanto, Mac había estado atrapado aquí haciendo lo de Mayor/Rey,
aprobando la solicitud de Dane para un centenar de kilómetros de tuberías
de agua de micro-acero, la solicitud de Pat y Salvatore para un cirurobot
para intervenciones menores, la solicitud de Manuel para un arriate
hidropónico experimental de un kilómetro cuadrado y escuchar una
conferencia de dos horas de Stella sobre “Como No Cagarla con
Catherine”.

Una maldita cosa detrás de otra, cuando todo lo que quería era pasar el
tiempo con Catherine. Posiblemente follándola, sin cagarla.

La había visto brevemente desde lejos, como algún unicornio. Saliendo de


las cocinas mientras él hablaba con Dane, ella estaba en la enfermería casi
todo el día y justo acababa de salir cuando Pat y Salvatore le llamaron, de
alguna manera estaba siempre fuera de su alcance.

Ella había acabado de comer cuando él por fin llegó al comedor comunal y
no había cenado. Acababa de comprobarlo.

Era la tercera vez en una hora que él lo había comprobado y finalmente


Stella le dijo simplemente…ve a casa.

Eso hizo.

Estaba muy frustrado cuando entró en su alojamiento, listo para poner una
orden de búsqueda en el maldito intercomunicador cuando allí estaba ella,
mirando por la ventana.

Oh Dios.

Se detuvo en el umbral y se frotó el pecho mientras la miraba, de espaldas


a él, mirando el paisaje. Casa. Nunca antes había tenido una casa, a menos
que contaras los alojamientos para oficiales solteros como casa. Pero aquí
estaba, su casa, porque Catherine estaba en ella, esperándole.
Ella se dio la vuelta y le sonrió, y solo con eso, su cansancio, frustración y
mal humor se disiparon como humo. Se dio cuenta por el rabillo del ojo de
que la cena estaba puesta en la mesa y respiró aliviado mientras entraba
completamente en la habitación, liberando el sensor infrarrojo que
mantenía la puerta abierta. Esta se cerró detrás de él y se dio cuenta de que
verdaderamente estaba en casa. Las preocupaciones del día se deslizaron
de sus hombros y todo en él se elevó.

—Hola —dijo ella suavemente.

—Hola, cariño —replicó el—, ya estoy en casa.

Catherine rio. Dios, era bueno escuchar su risa. Él también rio y sintió
crujir algunos músculos en su mejilla. Realmente le dolía sonreír y se
imaginó que era mejor que se acostumbrara a eso porque ver a Catherine y
no sonreír…bueno, era casi imposible.

—No he podido estar en contacto contigo en todo el día —gruñó él.

—Eso he oído —suspiró—. Pero he estado ocupada. ¿Quieres saber cómo


me ha ido el día o quieres besarme?

Bueno, si lo planteaba así. Unos pocos pasos y la atrapó en sus brazos y


toda la frustración del día se le fue de la cabeza. Su boca era cálida y
acogedora y sabía como la miel. Tal vez era miel, porque algo suave,
espeso y cálido avanzaba a través de sus venas mientras ella se movía en
sus brazos.

Fue afortunado de tener ese primer momento de calor suave porque


entonces se incrementó en el espacio de un latido de corazón y la estaba
estrechando apretadamente, besándola duro, tratando de imaginarse como
desnudarla justo…ahora.

Ella tuvo la misma idea y estaba tirando frenéticamente de su sudadera,


tratando de sacársela. Él era demasiado alto por lo que se apartó un
momento y se agachó para que ella le pudiera quitar la maldita cosa. Eso
fue fácil para él. En el tiempo en el que ella tuvo su sudadera y camiseta
fuera, él le había quitado el jersey, desabrochado el sujetador y bajado la
cremallera de los tejanos.

Ahora también estaba besándola. Ligeros piquitos.

—Creo —le desabrochó los pantalones—, que deberíamos tomar una taza
de té.

Él saltó fuera de sus pantalones con la polla roja e hinchada, dirigida hacia
ella con ilusión como una varita mágica que había encontrado agua. Ella le
agarró, le dio un apretón con la mano y casi le puso de rodillas.

—Hablemos del día —jadeó ella—. Observemos el atardecer. Cenemos.

—Más tarde. —Gruñó él y terminó la tarea de conseguir desnudarlos.

Un día lo haría agradable y lento, lo haría.

Solo que no hoy.

Ella era como seda caliente en sus brazos, moviéndose suavemente contra
él, frotándose contra él como un gato, llenando su cabeza de calor y luz.

La luz era intensa, un brillo amarillo tan vivo que iluminaba sus ojos
incluso detrás de sus párpados cerrados. Apartó un milímetro la boca de la
de ella y abrió los ojos, miró por encima de su cabeza. Su respiración se
precipitó a sus pulmones con un jadeo.

Catherine se giró en sus brazos, su jadeo se hizo eco del de él.

Mágico. Totalmente mágico.

El sol se ponía detrás de una colina y brillantes rayos amarillos, de los que
los niños dibujaban con una regla y un lápiz de color amarillo, se hacían
hueco entre los árboles, iluminando el paisaje con un destello glorioso. La
vista que ella había escogido se extendía hasta el valle y todos los colores
eran intensos—el verde oscuro de los abetos y piceas, gris profundo de las
rocas de granito, la cegadora nieve blanca. Parecía como el país de las
hadas en vez del peligroso y traicionero mundo exterior.

—Es hermoso. —Suspiró Catherine y joder si no lo era.

No podía recordar la última vez que había mirado afuera—ya fuera a


través del punto de mira de un arma o en sus salidas—y considerado la
asombrosa belleza que le rodeaba. Todo lo que consideraba era el
perímetro de seguridad, las líneas de tiro, la presencia o ausencia de
amenazas.

Observar la belleza de aquello era absolutamente nuevo y todo debido a la


mujer desnuda en sus brazos.

Manteniendo la vista en el “paisaje”, se inclinó para besarle el cuello y


descubrió que si la mordía ligeramente, justo debajo de la oreja, ella se
estremecía. En realidad, ya lo sabía. Lo había descubierto la noche pasada
pero con la sobrecarga emocional, no lo había señalado como importante,
pero lo era. Porque aquí tenía un cuerpo entero para explorar, cada
centímetro de él con sus propios incentivos.

Esa pequeña mancha detrás de su oreja, la forma en que su respiración se


detenía cuando tocaba sus pechos, la manera en que echaba la cabeza para
atrás cuando se corría…oh sí, ahí había muchas cosas para aprender y
memorizar.

Y a Mac se le ocurrió que tal vez esta era su nueva vida. Llegar a su
alojamiento por la tarde e instantáneamente olvidarse de sus
preocupaciones porque Catherine estaría ahí, sonriéndole. Y mirarían
juntos el atardecer, cenarían juntos, se irían juntos a la cama, se levantarían
juntos.

Su alojamiento se convertiría en un hogar.

No tenía ni idea de lo que le depararía el futuro, pero estaba muy seguro de


que podían quedarse encerrados aquí para siempre. En un par de días, irían
al laboratorio donde Catherine trabajaba, se infiltrarían y verían si el
Paciente Nueve realmente era el Capitán.

Y por primera vez en un año, su corazón no latió dolorosamente pensando


en Lucius Ward.

Tenía que agradecer eso a la mujer que estaba en sus brazos.

—Has hecho estallar mi mente y reorganizado mis neuronas. —Susurró él


en su oreja y la sintió estremecerse.

—¿Sí? —jadeó ella.

Una mano acunó su pecho, la otra se deslizó suavemente por el pequeño


vientre plano.

—Sí. Porque no solo tengo la cosa esta mística en marcha, ahora puedo ver
el futuro.

—¡Oh! —Él la cubrió, sintiendo la suave nube de vello contra la palma de


su mano, se deslizó más abajo. La carne allí era cálida, suave, húmeda.

—Oh sí. —Dos dedos la rodearon lentamente y ella volvió a jadear cuando
él introdujo un dedo—. Sí. Puedo verme llegando a casa cada tarde y a ti
esperándome y haciendo…esto. —Su dedo entró más profundamente y
ella se tensó a su alrededor. Jesús. Él habló contra su cuello, mordiendo un
tendón—. En realidad pienso que en interés de la eficiencia, cuando estés
aquí deberías estar desnuda. ¿Qué hay del tiempo que perdemos con los
botones y las cremalleras? Solo tienes que estar desnuda. Y yo me
desnudaré tan pronto como entre por la puerta.

Ella estaba respirando pesadamente, más húmeda a cada segundo. Mac


abrió los ojos y miró sus pechos, los pezones duros de color rojo cereza.

Era una seducción agradable pero ahora, también, estaba atrapado en ella.
El aire se había vuelto caliente, difícil de meter en sus pulmones. Sus
piernas se sentían débiles. Cuando su coño se apretó otra vez en torno a su
dedo, fue demasiado.

—Pon las manos contra la ventana. Abre las piernas. —Su voz era baja y
gutural. Se consideraba afortunado de poder hablar después de todo. Con
un suspiro, ella puso las manos contra la ventana, los rayos de sol la
convertían en una visión de marfil y oro. Mac miró la delgada y fuerte
espalda, la cintura estrecha.

Agarró sus caderas y se acercó más a ella. Sabía lo que él quería. Podía
sentirlo, de la misma manera que él podía sentir lo que ella quería. Quería
esto. Casi tanto como él.

Sus piernas se abrieron y arqueó la espalda, ofreciéndose.

Mac no tuvo que utilizar las manos. Su polla lo hizo por sí sola, se deslizó
dentro de su calor meloso hasta que estuvo completamente en su interior.
Él se inclinó sobre su espalda, sujetándola con fuerza y puso la boca en su
oreja.

—Hola, cariño —susurró—. Estoy en casa.


Nueve de enero
Laboratorios Millon
Palo Alto

A la mañana siguiente, después de una cuidadosa revisión de los datos del


Nivel 4, Lee decidió comprobar a los pacientes oficiales, en la instalación
oficial. Uno en concreto. Quería visitar especialmente al Paciente Nueve.
Antiguamente conocido como Lucius Ward.

Lee aún estaba convencido de que Ward—ahora para siempre Paciente


Nueve—tenía la llave para un progreso, o por lo menos su cerebro la tenía.
Era el momento de ver que había dentro de su cerebro.

Lee esperó hasta que el personal de día había salido de la instalación, con
solo un equipo mínimo y el de seguridad, ninguno de los cuales iba a
molestarle. Los guardas de seguridad cambiaron los turnos a las diez de la
noche y fue entonces cuando caminó por los pasillos vacíos. Entró en la
habitación de Nueve, cerrando silenciosamente la puerta tras él.

El Paciente Nueve estaba sentado en una silla, con correas que sostenían
su cabeza al respaldo, correas que mantenían sus muñecas en los brazos de
la silla, correas alrededor de sus rodillas y tobillos. Las ataduras habían
sido probadas y requerían doscientos kilos de presión al corte para
romperse, algo que el Paciente Nueve nunca podría conseguir en su estado
actual. Estaba completamente inmovilizado.

Diminutos sensores por todo su cuerpo estaban transmitiendo cada


marcador biológico individual a un ordenador altamente seguro. Los datos
eran visualizados en tablas holográficas cerca de la cabeza de Nueve.

Ritmo cardíaco, ondas cerebrales, nivel de adrenalina, todos los


marcadores sanguíneos, incluso la conductividad de la piel. Todo lo que
hacía al Paciente Nueve, su misma esencia, estaba ahí en letras blancas en
el aire.

Su utilidad llegaba a su fin. El historial militar del Paciente Nueve, le


había convertido en un perfecto conejillo de indias para las pruebas de las
varias versiones del SL, ese también era el caso de los otros tres pacientes
del Nivel 4. Pero ellos eran recalcitrantes, rebeldes en extremo y habían
resultado más problemáticos de lo que valían. Como el Paciente Nueve.

Incluso casi comatoso, el Paciente Nueve era rebelde, oponiendo su


voluntad contra las propiedades químicas de la droga con tanta fuerza que
los efectos estaban casi siempre invalidados.

El electroencefalograma del Paciente Nueve estaba ahora tan sesgado que


resultaba casi inútil.

Lee quería descubrir la cuerda trampa oculta que había notado observando
al chimpancé, pero era casi imposible dado el hecho de que el Paciente
Nueve todavía tenía reservas de fuerza de voluntad que era capaz de hacer
valer.

Increíble, considerando todas las cosas. Pero terriblemente inútil.

Lee le miró directamente a los ojos, sabiendo que en algún lugar ahí dentro
había una inteligencia escuchando y comprendiendo, aunque el cuerpo de
Nueve estaba más allá de su control.

Lee se inclinó hacia delante, apenas, satisfecho de ver los ojos de Nueve
abriéndose ligeramente. Lo que iba a ser dicho era importante y Nueve lo
entendía.

Lee sostuvo una tablet en su mano izquierda, tecleando rápidamente para


introducir instrucciones con la derecha. La bolsa baxter se movió
ligeramente mientras la válvula de alimentación se abría. Una riada de 59
se dirigió hacia el organismo de Nueve, suficiente para abrumarlo.

Ahora estaban más allá de las pruebas científicas. Nueve iba a ser
sacrificado por lo que era inútil proceder con incrementos, siguiendo el
protocolo del método científico. Lo que iba a suceder estaba más en la
naturaleza del arte. Una situación forzada para darle a Lee la comprensión
del poder de la droga.

El líquido transparente 59 estaba haciendo su camino a través del diminuto


tubo. Era viscoso y tomaría su tiempo. Lo que estaba bien. Lee observó
cuidadosamente a Nueve. Podía leer los monitores sin apartar los ojos de
Nueve. Latido del corazón, lento. Electrocardiograma, sesenta y cuatro
latidos por minuto con alguna arritmia extra sistólica. El
electroencefalograma mostraba una mínima función cognitiva. Niveles
hormonales en consonancia con la ausencia de efecto de la demencia
avanzada. Hasta aquí todo bien.

El líquido alcanzó la vena subclavia, empezó a moverse a través del


organismo de Nueve. Habría calor, dolor, un alza en los niveles de
adrenalina. Pronto estaría moviéndose a través de la barrera de sangre
cerebral, directamente dentro del mismo cerebro.

Ah. El electroencefalograma tenía oleadas de puntas irregulares.

El Paciente Nueve le había dado a Lee un sinfín de problemas lo que le


permitió un toque de placer en sus palabras. Era inútil llamar a Nueve por
su nombre real. Capitán Ward. El buen Capitán había dejado su identidad
junto con sus funciones cognitivas un año atrás. Ya no era más el Capitán
Ward, militar de los Estados Unidos, era una cosa miserable y sin valor,
apenas más que un animal, solo una hostilidad endémica natural de bajo
nivel mantenía unas pocas funciones cognitivas.

Pero Lee esperaba que Nueve estuviera recibiendo el mensaje. Esperaba


que doliera terriblemente.

Durante un segundo, por solo el más pequeño espacio de tiempo posible, el


científico en él se alejó y el hombre desnudo estuvo allí. Desnudo y
necesitado, desesperado por realizar su misión, desesperado por llegar a
casa, a un país que había visto por última vez cuando tenía siete años.
Desesperado por regresar como un ganador, un héroe, el hombre que iba a
colocar él solo a China en lo alto del montón por generaciones y
generaciones.

E iba a hacerlo no con armas que derramaban sangre, no con megatones de


explosivos, sino con la fuerza de la mente, pulida y afinada por décadas de
estudio hasta que era, en sí misma, la mejor de las armas.

Sus objetivos eran tan claros que los veía todos los días, todas las noches.
Vio los peldaños para llegar allí, los pasos necesarios, los obstáculos a
superar no con violencia sino con sabiduría.

Y parecía que lo que se interponía entre él y su objetivo de cambiar el


mundo estaba sentado desplomado y vencido delante de él. Lee había
estado tan seguro de que un hombre como Lucius Ward podría ser el
perfecto sujeto de pruebas. Un hombre que por su formación y naturaleza
era un soldado perfecto se convertiría en su soldado perfecto por la
alquimia de la bioquímica moderna y sin embargo, sin embargo…

Nueve le había bloqueado a cada paso del camino. Lee estaba un año por
detrás de su programa. Incluso ese bulto de protoplasma obtuso de Clancy
era capaz de reñirle, un hombre que a todos los efectos y propósitos era
apenas registrable en el libro de Lee.

El Capitán Ward. Todo era culpa suya.

Bien, el Capitán Ward estaba acabado. Terminada su utilidad, ahora era


simplemente un obstáculo a quitar. Pero no antes de hacerle sufrir. Sus
últimos pensamientos en la tierra debían ser de dolor y derrota.

—Tus hombres están aquí —siseó.

Ward… no, ¡Nueve!, parpadeó. El córtex frontal titiló. La cara de Nueve


estaba impasible, no había bastante función cognitiva para afinar los
músculos faciales, pero el mensaje estaba llegando.
—Tus hombres han estado aquí todo el tiempo. Seis sobrevivieron al fuego
esa noche en el laboratorio de Cambridge. Los tengo, a todos excepto a
McEnroe, Ross y Ryan. Están ocultos, huyendo, acusados de traición. No
tengo ni idea de cómo han evitado todas las agencias de orden público del
país, pero no pueden resistirse para siempre. El resto de tu equipo,
Romero, Lundquist y Pelton—están aquí. Excepto que son los Pacientes
Veintisiete, Veintiocho y Veintinueve. No recuerdan sus nombres. Han
estado aquí todo el tiempo, aquí, bajo tierra. Y si crees que te hemos
puesto en el exprimidor, deberías ver la condición en la que están ellos.
Tus hombres, los hombres que fallaste en proteger.

Si esto hubiera sido un antiguo dibujo animado, reflexionó Lee, el humo


saldría de las orejas de Nueve mientras su cerebro se fundía. El
electroencefalograma se veía como el trazo de un terremoto. Era muy
posible que hubiera una hemorragia subdural.

—Mañana voy a mataros a todos. Solo que no lo llamamos matar, lo


llamamos “cosecha”. Es correcto. Es como si vuestros cerebros fueran
tomates. O maíz.

Cada sensor mostraba picos de valores. El ritmo cardiaco 140, la presión


arterial 190/130, el hipotálamo estaba enviando cantidades masivas de
hormona liberadora de corticotropina hacia la glándula pituitaria y el nivel
de cortisol aumentó a 1,000 nmol/L, lo suficientemente alto como para
causar un inmediato síndrome de Cushing.

La droga ahora estaba completamente en el organismo de Nueve y él


luchaba salvajemente contra las restricciones, tan salvajemente que Lee se
enderezó, con un susurro de temor en su organismo.

Disparates. Nadie podría liberarse de las restricciones. Ciertamente no un


hombre que había perdido la mitad de su peso corporal y estaba drogado
hasta las cejas.
Con todo…

La silla estaba anclada al suelo pero parecía que se movía un poco. Nueve
estaba sacudiéndose salvajemente, retorciéndose, cada músculo sobresalía
de su cuerpo demacrado, empujando, tirando de sus ataduras.

Las ataduras resistieron, aunque los movimientos de Nueve se volvían más


poderosos, controlados, empujando, tirando, un bajo gemido animal salió
profundamente de su garganta. Los nudos se agitaron pero resistieron.
Nueve estaba atado sin poder hacer nada.

Todos los valores estaban locos, el hombre debería haber estado


inconsciente desde hacía minutos; claramente el SL-59 estaba
permitiéndole este esfuerzo extra. Lee iba a estudiar cuidadosamente las
grabaciones de esto, iba a correlacionar cada contracción muscular, cada
tirón de sus brazos y piernas, con la actividad cerebral, la adrenalina en la
sangre y los niveles de cortisol.

Estos momentos iban a ser una rica cosecha de datos. Pero allí también
había venganza, caliente y dulce, atada a su triunfo total.

—Mañana por la mañana voy a estudiar bajo el microscopio los cerebros


de tus hombres —siseó, sabiendo que era cierto, deleitándose en el
conocimiento. Sus ojos estaban fijos en la cara de Nueve, tensa en un
rictus. Los valores estaban justo al lado de la cara de Nueve. Las lecturas
del cerebro de Nueve eran compatibles con un derrame cerebral, y sin
embargo continuaba luchando contra sus ataduras.

Había un siniestro sonido de estertor audible sobre los bajos gemidos que
provenían de la garganta de Nueve. Los gemidos se hicieron más fuertes,
el estertor más fuerte, la silla ahora se movía un poco. Durante un
alarmante momento, Lee se preguntó si era un terremoto. El Decisivo,
finalmente.
Pero no, era Nueve, sus músculos de alguna manera infundidos de poder
extra—eso era definitivamente el 59—tirando tan fuerte de sus ataduras
que la sangre se estaba filtrando bajo las correas de cuero que sujetaban
sus muñecas. Ahora estaba moviéndose tan violentamente que hacía que la
silla anclada al suelo se moviera un poco.

Aguantarían. Las ataduras aguantarían.

La fortaleza de Nueve se acabaría dentro de poco. Era artificial y le dejaría


débil y agotado cuando pasara.

Lee sabía una manera de consumirle.

Puso la nariz cerca de la de Nueve, sus manos sobre las de Nueve. La piel
sobre las manos estaba suelta, arrugada, se movían violentamente dentro
de sus restricciones.

Lee sonrió a los ojos embotados de Nueve.

—Soy un científico y estoy entrenado para observar desapasionadamente,


sin emoción. Pero obtendré mi mayor placer mañana al tener a tus
hombres como los perros que son. Les miraré a los ojos mientras mueren y
examinaré sus cerebros personalmente rebanada a rebanada. Podrás estar
en la habitación conmigo, observando todo lo que hago y entonces será tu
turno y disfrutaré cada minuto de eso.

Las sacudidas eran ahora más poderosas, la planta de los pies de Nueve
golpeaba el suelo, los dedos enroscándose y desenroscándose. Cada
músculo, cada tendón era visible.

La ira y la frustración se elevaron en Lee.

—Tus hombres morirán, Capitán, y tú también. ¡Moriréis siendo acusados


de traidores!
Con un salvaje grito que llegó desde lo profundo de su pecho, Nueve
liberó su mano derecha de la restricción, las gotas de sangre volaban,
agarró el brazo de Lee, manchándolo de sangre. Gritó roncamente y antes
de que Lee pudiera reaccionar, la mano de Nueve cayó y su cabeza colgó
como la de un hombre muerto.

Frunciendo el ceño, Lee levantó sus párpados, puso dos dedos en la arteria
carótida, entonces, satisfecho, levantó la cabeza.

Inconsciente, no muerto.

Hoy no era el día de Nueve para morir. Sería mañana.


Mount Blue

Esa noche, muy tarde, Mac entró silenciosamente en su alojamiento. El


alojamiento de ellos. Catherine estaba viviendo allí ahora y él no se podía
imaginar entrar dentro de su alojamiento sin la esperanza de verla allí.

Y sí, ahí estaba, sentada en la cama, con la cabeza caída al lado,


profundamente dormida.

Se detuvo y cerró la puerta detrás de él, mirándola, absorbiendo el salto de


su corazón al verla en su cama. Las paredes estaban en “vista”, el nombre
de Jon para el programa. Desde que ella descubrió lo que el sistema podía
hacer, nunca estaba apagado, siempre parecía abierto a los elementos. Ella
había elegido mantenerlo sintonizado con la línea del tiempo, y era noche
profunda en el exterior, la luna convertía la profunda nieve en plata
brillante. Había seleccionado la cámara que tenía la vista más amplia del
valle y, tenía que admitirlo, era espectacular.

Ella era espectacular. Se había quedado dormida con su e-book en el


regazo. El e-book estaba enlazado a una tarjeta de crédito imposible de
rastrear y aunque lo había cargado, no tenía mucho tiempo para leer.
Pasaba todo el día en la enfermería repasando los suministros, ajustando
un hueso roto, y Pat y Salvatore ahora la adoraban oficialmente.

Mírala, pensó mientras cruzaba la habitación. Se ha quedado dormida en


una posición incómoda, la cabeza caía sobre su hombro, el e-book en una
mano laxa. Suavemente apartó el lector y se las arregló para acostarla sin
despertarla. Había intentado quedarse despierta, pero él había trabajado
hasta tarde en el cuartel general, trazando un guion para infiltrarse con
Nick y Jon en los Laboratorios Millon que no los llevara a ser asesinados y
que no fuera una enorme flecha apuntando directamente hacia Haven.

Habían enviado a sus nuevos drones sobre el laboratorio, volando a mil


metros de altura durante horas. Dos misiones para cada uno. Una de día.
Otra de noche.

Continuarían enviando drones y en unos pocos días Jon y Nick irían a una
misión de reconocimiento de dos días.

Mac tenía sentimientos encontrados. Creía todo lo que decía Catherine. Si


ella decía que el cielo estaba hecho de queso, él estaba dispuesto a
considerar la idea. Ciertamente creía que ella creía que Lucius estaba en el
laboratorio. Si realmente estaba ahí, era otro asunto.

Por lo tanto. Iban a entrar.

Según lo que habían visto, la seguridad era fuerte y los guardas estaban
armados. Generalmente, a Mac no le importaba. Se apostaría a sí mismo, a
Nick y a Jon contra un número de guardas armados. Pero y esto era una
constante para un soldado, la mierda ocurría.

Siempre había estado perfectamente preparado para morir. Era un hombre


difícil de matar pero las situaciones peligrosas eran impredecibles y había
visto a buenos hombres, bien entrenados, morir, porque estaban en el lugar
equivocado en el momento equivocado, pisando esa mina oculta,
incapaces de esquivar la bala.

Por primera vez en su vida como soldado, Mac no quería morir. Tenía
algo, alguien, para volver a casa. Ninguno en los Ghost Ops tenía a nadie
por quien volver a casa, por definición, pero ahora él lo tenía.

Quería, ferozmente, vivir. Quería vivir con Catherine para el resto de sus
vidas. Quería construir su comunidad, protegerla, verla crecer. Estaba
huido pero podía incluso casarse con Catherine. No legalmente, por
supuesto, pero había un hombre en Haven que había sido pastor de una
iglesia que había sido arrasada por un promotor y se había dirigido a
Haven. Era un buen pastor y un buen hombre y podrían tener una
ceremonia. Una de esas cosas New Age de las que siempre se reía pero
que haría. Se comprometería con Catherine delante de su comunidad

Stella podría hacer el catering.

Oh sí.

Mac se desnudó, se deslizó en la cama cerca de Catherine, apagó las luces


con un toque de su dedo.

Estaba duro como una roca. Solo tocarla, sentir toda esa cálida suavidad
cerca de él, le encendía. Pero realmente no necesitaba sentirla o incluso
verla. Solo pensar en ella era suficiente.

Lenta, lentamente la deslizó en sus brazos, le apoyó la cabeza en su


hombro y se quedó allí, con una mano bajo la cabeza, mirando el techo,
queriendo a Catherine más de lo que quería su siguiente respiración.

Ella estaba allí, cerca. Lo sabía, más allá de una sombra de duda, si la
despertaba, le daría la bienvenida. Abriría esas largas piernas, los brazos,
ese coño delicioso. Él podría deslizarse dentro de ella, como metiéndose
en casa y empezarían a moverse a la vez en un ritmo perfecto.

En algún momento, pensó, iba a tener que hacer algo más que deslizarse
sobre ella y luego dentro de ella. Por más acogedora que fuera, las mujeres
querían y necesitaban juegos previos. Y por Dios, que él se los daría sino
estuviera tan condenadamente quemado por el calor en su cabeza.

Tendría juegos preliminares. Era incluso bueno en eso. Un hombre con su


aspecto tenía que conocer el camino alrededor del cuerpo de una mujer, y
lo conocía. Una vez tuvo una mujer que se corrió chupándole los dedos de
los pies. Sabía que hacer. Y quería hacerlo con Catherine.

Dios, sí. Quería besar esos hermosos pechos, una y otra vez, hasta que su
boca conociera instintivamente su forma. Quería chuparlos, besarlos hasta
que sus pezones se volvieran duras cerezas rojas. Entonces besaría el
camino hacia ese vientre plano, lentamente, sintiéndola retorcerse, hasta
llegar a la atracción principal.

Oh sí. Le daba lo mismo el sexo oral con otras mujeres sin embargo
anhelaba el pensamiento con Catherine. Levantar sus piernas, abrirlas,
situarse entre ellas. Dios, estaba seguro de que podía estar ahí durante
horas. Hinchados labios rosados en esa suave y oscura nube de vello,
rogando ser besados. Lo que realmente quería era que ella se corriera
mientras la golpeaba con su lengua, sentir las intensas contracciones contra
su boca, escuchar sus gritos y gemidos mientras la follaba con su lengua…

Oh mierda. Se sentía como lloriqueando. Tan bueno, eso sería tan bueno y
¿por qué coño no lo había hecho antes? Porque su cerebro explotaba, se
convertía en una nova, en el momento en que la tocaba. No había ninguna
otra cosa más en su mente que meterse dentro de ella con su polla. Era
puro instinto, absolutamente irresistible.

Tal vez cuando la hubiera tenido unos pocos cientos de veces, tal vez
cuando se pudieran establecer en una rutina como las parejas normales,
aunque él no tenía ninguna pista de cómo se comportaban las parejas
normales tal vez entonces podría permitirse algunos juegos previos.

Pero ahora tenía las ardientes imágenes de su cara enterrada entre sus
muslos, de chuparle los pezones con su mano dentro de ella y ahora que
pensaba en eso, ¡guau! Sentir su clímax con su mano en vez de con su
polla…excepto que su polla, que tenía una mente propia, iba a querer
también estar en su interior.

Era demasiado para él, solo pensar en cientos de horas con Catherine como
su patio de juegos personal. Dios.

La polla le dolía. Podía sentir su latido y parecía como si se partiera con


cada pulsación. Sus pelotas estaban tensas, listas para explotar. La
solución a eso estaba justo ahí, justo en sus brazos. Si la lamiera, podría
ponerla lo suficientemente húmeda para tomarle en cuestión de segundos.
Podrían estar follando en pocos minutos, sin duda, y no le haría mucho
daño.

Pero…

Pero ella se veía tan cansada. Había sombras azules bajo esos gloriosos
ojos plateados. Pat le dijo que había trabajado todo el día con ella y con
Salvatore en la enfermería, que había remendado a uno de sus chicos de
ingeniería que se había roto el brazo tratando de forcejear con la viga de
una pared. Ella no había tenido más que sorpresas desde que había salido a
buscarle, casi se había congelado hasta la muerte, casi había sido follada
hasta la muerte…

No podía hacer eso. Él no podía hacerlo. Se limitaría a estar echado ahí


con su agotada chica de acero y escucharla respirar y ser feliz porque ella
estuviera descansando algo. Siempre estaba mañana y mañana y mañana.
Tendrían un montón de tiempo juntos. Finalmente, volvería a lo de los
juegos preliminares.

Cerró los ojos y se dejó llevar…

Estaba yendo a la deriva por un río, el agua cálida chapaleaba a su


alrededor, suave y apacible. Flotaba de espaldas, el calor del sol en su cara,
el cielo sin nubes tenía un azul tan perfecto que hacía daño en los ojos.
Mac sonrió con los ojos cerrados.

Perfecto. Todo era jodidamente perfecto.

El agua chapoteaba a su alrededor suavemente, le movía dulcemente. ¿Un


río? ¿El océano? Si era el océano seguro de que no era el Pacifico
alrededor de Coronado. Siempre había sido terriblemente frío. Esto estaba
en algún otro lugar. ¿Dónde? ¿A quién coño le importaba?

Donde quiera que fuera, olía realmente bien. Respiró hondo. Muchos de
los olores que podía identificar significaban problemas. Semtex, cordita,
disolvente para armas. Este no era como aquellos olores después de todo,
este era como el cielo, como la primavera, limpio y claro y fresco. Tal vez
ahora estaba en el cielo. Sin embargo eso no tenía sentido,. Los chicos de
los Ghost Ops no iban al cielo, a menos que quizás Catherine pudiera
llevarle.

Había algo en su brazo, ligero, cálido y suave, que pesaba demasiado.


Debería mirar lo que era, pero sus ojos simplemente no se podían abrir. No
podían hacerlo. Todo se sentía tan condenadamente bien que no se atrevía
a esforzarse en modo alguno.

Y además, si esto era el cielo, ¿quién quería meterse con el cielo?

Se dejó llevar, satisfecho, en un mar de placer.

Un grito de agonía perforó el aire, agudo y lleno de dolor. Un dolor


terrible, interminable, crudo e insoportable.

Mac se disparó, cogió su Glock de la mesita de noche. Era un soldado,


salió rápidamente del sueño. En un nanosegundo estaba orientado. Estaba
en la cama y Catherine había estado durmiendo sobre su brazo.

Ahora no estaba durmiendo, estaba gritando a voz en cuello. Era bueno


que todas las habitaciones de Haven estuvieran insonorizadas.

Mac chasqueó los dedos y las luces se encendieron, atenuadas. Estaba


aterrorizada, no tenía sentido hacerla sentirse bajo un foco de luz. Él dio
un rápido vistazo por la habitación, solo para asegurarse de que no había
peligros ocultos, pero estaba tan vacía como cuando se fue a dormir. No
había hombre vivo que pudiera colarse furtivamente en su habitación sin
ser detectado. Ni siquiera Nick o Jon.

Ninguna amenaza externa. Lo confirmó en un segundo. Ahora debía tratar


con Catherine. Dejando la Glock sobre la mesita de noche, tiró de ella
suavemente hasta sus brazos, sosteniéndola tan estrechamente como pudo.

Los gritos habían parado pero ella estaba haciendo ruidos espantosos con
la garganta, fuertes sollozos entrecortados que eran casi peores que los
gritos, como si no se atreviera a gritar más, como si estuviera demasiado
asustada para gritar.

Estaba jadeando, sacudiéndose salvajemente, blanca como la pared. Cogía


aire entre grandes sollozos, sus músculos estaban tiesos como un palo
mientras la sostenía. Él tenía una mano sobre su espalda y podía sentir su
corazón latiendo salvajemente como el de un animal enfrentándose a un
depredador. Como un animal enfrentándose a la muerte.

Eso le dolía profundamente, algo que nunca había sentido antes. Le dolía
mucho, verla oírla y sentir su pánico.

La abrazó más fuerte, dejando que su cuerpo absorbiera los


estremecimientos, tratando de ofrecerle el confort de su cuerpo, como se
confortaba a un niño aterrorizado o a un animal. Ella parecía estar más allá
de las palabras pero de todos modos lo intentó.

—Shhh. —Se meció con ella en sus brazos—. Era un sueño, cariño. Una
pesadilla. Una terrible por lo que parece. Pero era solo un sueño. Nadie
puede hacerte daño, ahora estás a salvo…

Catherine le dio un empujón fuerte en el pecho y sorprendido la soltó


instintivamente. Era el empujón de una mujer que estaba diciendo no. En
el instante en que sus brazos la soltaron, ella saltó de la cama corriendo
frenéticamente para encontrar su ropa, poniéndose los tejanos, metiendo
los pies sin calcetines dentro de las botas. Todo eso mientras seguía
temblando y sacudiéndose como si acabara de salir del agua helada.

—Cariño —dijo Mac cuidadosamente. Todo lo que sabía era que estaba
sana y era equilibrada. Sus emociones eran estables, teñidas de una
pequeña tristeza. Pero esto tenía todos los indicios de una crisis emocional,
un episodio psicótico—. Dime…

—No hay tiempo. —Sus dientes estaban castañeando—. No hay tiempo.


—Le miró con ojos salvajes buscando su camisa y su jersey, pero solo
durante un segundo, agarró la enorme camisa de él y se la puso por la
cabeza. Esta se hinchó y se asentó sobre sus delgados hombros, dándole el
aspecto de una adolescente frágil—. ¿Dónde os reunís tú y los chicos?

Mac ya estaba vestido. Cualquier cosa que hubiera pasado, lo que ella
necesitara, quería ayudarla y no podía hacerlo con el culo desnudo.

Aquello le hizo preguntar.

—¿Qué?

Ella se puso las manos sobre la cabeza y se puso a dar vueltas, como si
fuera incapaz de contener su agitación.

—¿Dónde os reunís?, ¿tenéis una sala de reuniones con comunicaciones?


¿Una especie de cuartel general?

—Por supuesto. ¿Quieres que te lleve allí?

Catherine ya estaba en la puerta, de pie frente a ella, prácticamente


bailando en el lugar, buscando el botón para abrir la puerta y sin
encontrarlo debido a su ansiedad.

—Vamos, vamos—salmodiaba en voz baja—.Llama a tus hombres.


¿Tienes a alguien además de Nick y Jon?

Él negó con la cabeza y se dio un golpecito en la oreja, agradecido de


poder conectar la comunicación automáticamente.

—Sí —respondió él cuando Nick contestó. Había estado durmiendo pero


Nick se despertó en un segundo, totalmente operacional. Todos lo hacían
—. Cuartel general, dos minutos. Díselo a Jon. Tirachinas. —Su código
para una emergencia.

Tocó un lugar en la parte derecha de la pared y la puerta se abrió.


Catherine salió disparada al pasillo mirando salvajemente de izquierda a
derecha. Una vena estaba pulsando visiblemente en su garganta.

—¿En qué dirección?

—A la derecha. El ascensor del final del corredor.

Ella salió corriendo disparada. Mac le siguió fácilmente el paso. A tres


metros de distancia, él agitó la mano y las puertas del ascensor se abrieron.
Sin detenerse, ella corrió al interior. Él la siguió, con calma golpeó el suelo
y se giró hacia ella.

Estaba sacudiéndose, los brazos envueltos a su alrededor como para


mantenerse caliente. Le dolía verla así. Se paró delante de ella, la rodeó
con los brazos y apoyó la mejilla sobre su cabeza.

—Está bien —murmuró, meciéndola un poco porque ella necesitaba el


movimiento para disipar algo de la tensión nerviosa que la atormentaba. Él
conocía bien el mecanismo. El cuerpo está pidiendo acción a gritos pero
no sabes que acción tomar, por lo que el cuerpo solo zumba con tensión—.
Todo estará bien.

—No —susurró ella contra su hombro, aunque los estremecimientos


habían disminuido un poco—. No sé si lo estará. —Catherine levantó la
cabeza para mirarle a la cara y él hizo un gesto de dolor al verla. Estaba
pálida y sufriendo. Las lágrimas llenaban sus ojos y mientras la miraba,
una de ellas se deslizó hacia su cuello, como una gota de agua sobre el
mármol—. Tenemos que movernos muy deprisa. Será muy difícil.

Mac no cometió el error de reír. Lo que fuera que la había asustado estaba
aterrorizándola y era real, al menos para ella. Él secó la lágrima con la
yema del pulgar y se inclinó para besar su fría boca.

—Podemos hacer lo difícil, cariño. Lo hemos estado haciendo durante


mucho tiempo. Estamos especializados en eso.

Un suave ping y las puertas se abrieron. Mac cogió a Catherine del codo y
caminó rápido hacia su cuartel general, Catherine corría para no rezagarse.
Dos personas frente al gran atrio les miraron, frunciendo el ceño ante la
velocidad, luego miraron hacia otro lado.

Nick y Jon entraron en el cuartel general justo detrás de ellos. Catherine


miró alrededor, notando los monitores y las sillas. La gran cantidad de alta
tecnología que Jon y Nick habían instalado les permitía tener ojos y oídos
en casi cualquier lugar del mundo que fuera visible. Los servidores estaban
a un kilómetro de distancia, en un bunker seguro climatizado. Podrían
viajar a la luna con el ordenador tan potente que tenían.

—Sentaos. Por favor. —La voz de Catherine era alta, vibraba de la


tensión. Nick y Jon se miraron el uno al otro, se encogieron de hombros y
se sentaron. Ella le hizo gestos a Mac y este también se sentó. Se
instalaron, cómodos con la situación. Esto era una sesión de información.
Habían estado en sesiones informativas toda su vida adulta y Mac sabía
que todos tenían las mentes abiertas, preparados para escuchar lo que
Catherine iba a decir.

Eso todavía era un misterio.

—El Paciente Nueve es el Capitán Lucius Ward, sin duda—dijo ella sin
rodeos. Mac se movió ligeramente en la silla, lanzando miradas a Nick y
Jon. Ella buscó sus ojos así como los de Nick y Jon. Mac nunca había visto
a una mujer tan hermosa, completamente concentrada en su tarea, una
moderna Juana de Arco. Sus temblores empezaron a disminuir mientras
hablaba, concentrada en su misión.
—Ahora entiendo que ha estado esencialmente retenido como preso en el
complejo de Millon. Lo que pensé que era una forma avanzada de
demencia era inducida farmacológicamente. Ahora lo sé. Debemos ir a
buscarle.

Mac pensó ¿qué es esto de “nosotros”?

Ella se veía regia, como una reina reuniendo a las tropas para una batalla.
No era Juana de Arco. Era Boadicea. Debería haber tenido un banderín
emplumado ondeando al viento, montada en su carro.

Cuando antes estaba estremeciéndose de pánico, ahora estaba vibrando con


determinación y propósito. Dios, solo mírala, pensó. Derecha y elegante,
los ojos grises brillando como plata como una espada atrapada en la luz.
Brillante pelo oscuro deslizándose sobre los hombros mientras paseaba de
un lado a otro. Su enorme camiseta negra se veía como el elegante manto
de una guerrera.

Él conocía cada centímetro de su cuerpo bajo la ropa, cada suave músculo,


cada tierna depresión y hueco, conocía la suavidad de sus pechos, como de
duros se podían poner sus pezones…pero ahora esta era una Catherine
nueva. No la mujer asustada y helada que había llegado… ¿Cuándo? ¿Solo
hacía tres días? Ni la amable doctora que había ayudado a una mujer
aterrorizada a traer a un bebé saludable al mundo, ni la apasionada mujer
que gritaba en sus brazos. Esta era otra Catherine, fuerte y determinada y
tan irresistible como las otras.

—Necesita desesperadamente vuestra ayuda. Van a matarle mañana.


Debemos ir ahora.

Jon estaba recostado en la silla, se veía relajado. Mac le conocía mejor.


Sus ojos azules estaban brillando

—Cariño, sabes que te queremos. A todo el mundo le gustas y a Mac más


que gustarle, por lo que estás bien en mi libro. Pero con el debido respeto
hacia Mac, no tienes ni idea de esto. Cualquier clase de rescate de rehenes
necesita planificación y tiempo, y no estamos allí todavía.

Cuando Jon estaba así… cuando sus ojos brillaban y su cuerpo estaba
enroscado para atacar, la gente tenía que mirar de nuevo porque el peligro
que vivía justo debajo de su piel bronceada destellaba rápidamente, como
un estoque atrapando la luz.

Pero Catherine estaba impertérrita.

—No me importa cuán preparados estéis, debemos ir, ahora. Os di ese


llamativo halcón. Quiere decir algo para Mac aunque él trata de ocultarlo.
No sé qué pero vosotros — lentamente se dio la vuelta— los tres, sabéis de
donde viene. Viene de Lucius Ward. Él fue una vez uno de vosotros y
ahora está en peligro de muerte y vamos a ir a buscarle.

—Pruébalo —dijo Nick de repente. Sus ojos oscuros se entrecerraron—. A


mí también me gustas, Catherine, pero estás pidiéndonos que lo
arriesguemos todo por un hombre que nos abandonó para que muriéramos.
¿Cómo sabes que no nos va a traicionar? ¿Qué pruebas reales tienes?¿Qué
está pasando?¿Y cómo es que sabes que va a ser asesinado mañana? No
somos vaqueros. No podemos galopar al rescate ahora solo por lo que tú
digas.

Mac vio su vacilación. Ella le lanzó una mirada pero él abrió brevemente
las manos. Manos vacías. No podía ayudarla. Nadie podía. Tenía que
convencer a Nick y a Jon por ella misma. Y lo que quería no podía hacerlo
sin Nick y Jon.

Respiró profundamente, y soltó el aire. Liberando el estrés.

—Imagino que ambos estabais escuchando cuando Mac me estaba


interrogando. —Nick y Jon se movieron en sus sillas, sin decir ni sí, ni no.
Ella asintió con la cabeza bruscamente—. Bien. Yo hubiera hecho lo
mismo. Tenéis una comunidad a la que proteger y yo era una intrusa.

—Ahora no lo eres —gruñó Mac, las palabras arrancadas de su pecho. Ni


por un segundo habría de dudar que ella perteneciera allí.

Ella le sonrió, su sonrisa era triste y breve.

—Gracias —dijo suavemente. Sus ojos conectaron y se sostuvieron.


Maldición ella era uno de ellos—. El Paciente Nueve no podía hablar. Lo
sé, levantó la mano— sé cómo suena eso. ¿Si no podía hablar entonces
como sé lo que quería decir? Sin embargo me transmitía información.
Información importante, y estaba tan determinado que creo que abrió una
vía de comunicación entre nosotros.

Jon y Nick se miraron el uno al otro. Los músculos de la mandíbula de


Nick saltaron.

Catherine se movió hasta estar cerca de él, sus rodillas se tocaban.

—La situación es desesperada y no tenemos mucho tiempo. Por lo que voy


a utilizar un atajo para convenceros que me comuniqué con vuestro Lucius
Ward.

Sin aviso, se inclinó para agarrar la mano de Nick.

Mac se tensó, preparado para dirigirse a los problemas. No había forma de


que Catherine pudiera saber que a Nick no le gustaba ser tocado, por
nadie. Había visto a Nick golpear tan fuertemente la mano de un hombre
para apartarla de su hombro que le había roto la muñeca. Mac observó las
manos de Nick. Compañero de equipo o no, compañero paria o no, si Nick
se movía contra Catherine, iba a ser hombre muerto.

Pero Nick no se movió, ni siquiera reaccionó. Simplemente se quedó


sentado quieto mientras Catherine le sujetaba la mano. Su cara nunca
mostraba nada, pero los músculos de su mandíbula se tensaron.

—Oh —dijo Catherine, sorprendida—. Oh Dios mío. —Sus ojos nunca


abandonaron la cara de Nick. Su expresión se suavizó—. Ella piensa en ti
todo el tiempo, Nick. Creo…que te ama. Desesperadamente. Todavía.
Después de todos estos años.

Mac le lanzó una mirada a Jon, que parecía tan sorprendido como él.
¿Alguien amaba a Nick? ¿Al frío y controlado Nick? Cristo ¿quién lo
sabía? Si ella hubiera dicho eso de Jon, que era un tío de “ámalas-y-
déjalas”, bien. Jon había follado a través del país y en diversos continentes.
Pero nadie había visto a Nick con una mujer. Él era todo frío y duro
trabajo. El trabajo y nada más. Demasiado como Mac.

Nick se agitó.

—No la he visto…

—Desde aquella vez. —Catherine asintió con la cabeza—. Lo sé. Pero sin
embargo, ella aún te ama.

Nick tragó saliva ruidosamente. Mac podía ver su nuez de Adán subir y
bajar.

—¿Sabes…—se lamió los labios—…sabes dónde está?

Catherine sacudió la cabeza, con una expresión triste en la cara.

—No Nick. Lo siento, pero no lo sé. No tengo ni idea. Solo la leo a través
de ti, a través de las cosas que sabes pero no hay conocimiento. Si tú no
sabes dónde está, yo tampoco.

Nick tenía un aspecto triste y vulnerable, un increíble suspiro. Nick no


tenía puntos débiles conocidos. Excepto, aparentemente, por esta mujer
que estaba perdida para él.
—¿Está…bien? —Su voz era ronca.

Catherine sacudió la cabeza y se encogió de hombros.

—Tampoco lo sé, Nick. Pero puedo leer de ti que estás preocupado por
ella. No está… —Catherine cerró los ojos y frunció el ceño—. No está en
casa. En su casa. Lo has comprobado y lo sigues haciendo. No sabes dónde
está. Te preocupa que pudiera estar enferma o en problemas. Que pudiera
necesitarte. Eso te está comiendo vivo.

Ante el asombro de Mac, Nick simplemente inclinó la cabeza. Lo que


fuera, estaba comiéndolo vivo. Y durante un segundo—aunque no podía
jurarlo—parecía que había humedad en los ojos de Nick. ¿Nick llorando?
Mac hubiera jurado que el mundo acabaría antes de que Nick pudiera
llorar.

Nick levantó la cabeza.

—Entonces puedes…

—Sí. —Catherine asintió con la cabeza—. Puedo.

—Jesús —susurró él.

—No me gusta hacerlo, pero puedo leerte. No tus pensamientos tanto


como tus emociones. Y me he abierto a ti. Puedes leerme, también,
¿verdad? Al menos en parte. Lo suficiente para saber que estoy diciendo la
verdad.

Soltó la muñeca de Nick y él levantó la cabeza. Cualquier humedad que


hubiera en sus ojos se había ido, pero allí había una ligera suavidad, donde
antes no había habido nada.

—Joder. —Él tomó aliento—. Lo siento. No me había pasado antes nada


como esto. Era como si…
—Como si estuviera en ti, ¿verdad, Nick? Dentro de tu cabeza, sintiendo
lo que estás sintiendo, pensando lo que estás pensando.

Él asintió con la cabeza, sus labios cerrados apretadamente.

Ella puso una mano sobre su hombro. Estaba tocando tejido por lo que no
había ninguna de esas cosas paranormales. Era simplemente un gesto de
conexión humana.

—Sé cuan desequilibrado te debes estar sintiendo. Y créeme cuando te


digo que nunca te leería deliberadamente. Esta…esta habilidad que tengo
es increíblemente agotadora. Me siento como si pudiera dormir durante
una semana. Pero tenía que hacerlo, tenías que conocer la verdad. Y la
sabes, ¿verdad?

Él asintió con la cabeza.

—¿Qué? —Explotó Jon, lleno de hostilidad. Mac se tensó—. ¿Qué sabes?


Maldita sea, Catherine, ¿le has drogado? Porque esto es basura. Es basura,
Nick. Lo sabes. Sabes que el Capitán nos abandonó y también sabes que
no está en algún laboratorio. ¿Por qué debería estar? Me gustas Catherine,
pero creo que fuiste enviada a meternos en una trampa. Tal vez
involuntariamente, pero no hay forma de que salgamos de la montaña a…

Catherine se estiró y le agarró la mano. Jon se detuvo de repente, sus ojos


se abrieron como platos con sorpresa, la mandíbula cayó.

Catherine sonrió con gentileza.

—Fuiste traicionado una vez, Jon. Gravemente. Mucho peor de lo que


crees que Lucius Ward hizo. Eso arruinó tu vida. Nunca has vuelto a
confiar en nadie hasta que te uniste a… ¿los equipos?—Esto último como
una pregunta, dirigida a Mac.

Este asintió con la cabeza.


—Los equipos. Allí encontraste confianza y aceptación y entonces tu líder
te traicionó. Pero, Jon, no lo hizo. No pudo. No está en él, así como la
traición no está en Nick o Mac. Él es como tú y está herido. Está en
problemas y a punto de morir y su última oportunidad está en vosotros
tres. —Su esbelta mano apretó la muñeca de Jon, pero Mac no estaba
preocupado porque fuera a atacarla. Él se veía destrozado, casi asustado,
aunque Mac podría haber jurado que el miedo no estaba en el vocabulario
de Jon. Había visto a Jon correr riesgos excesivos sin pararse a pensar en
su seguridad.

Su atención se centró rápidamente en Catherine cuando ella gimió y se


balanceó un poco. Estaba a punto de ponerse a su lado cuando las palabras
que ella dijo le congelaron en su sitio.

Su voz se profundizó, se volvió más baja y áspera, tan varonil como le


permitían sus cuerdas vocales.

—Ensillad, chicos, es el momento de cabalgar. ¿Queréis vivir para


siempre?

Era el grito de guerra del Capitán al principio de cada misión. Catherine


incluso tenía el punto del Sur en su voz, un eco fantasmal del profundo
acento de Georgia del Capitán.

El vello de los antebrazos de Mac se erizó y rozó las mangas de su


sudadera y sintió la sangre abandonar su cara. Nick y Jon se veían también
pálidos. Jon ahora parecía enfermo, una gota de sudor caía por su sien.

Catherine soltó su mano como si quemara y abrió los ojos. Se llevó la


mano a la garganta y parecía asustada.

—Mac– su voz era apenas un hilo. Tosió y lo intentó de nuevo—.Mac.


¿Qué ha pasado? He perdido el conocimiento por un momento.

A él le llevó un momento encontrar la voz. No pudo aguantar el ver esa


mirada perdida en su cara. Se levantó y la arrastró a sus brazos. Ella estaba
temblando mientras le pasaba los brazos alrededor de la cintura,
escondiendo la cabeza contra su hombro. Él la sostuvo apretadamente,
mirando por encima de su cabeza a Jon y a Nick.

Ambos estaban de pie, tan determinados como él mismo.

—Ella me estaba leyendo y entonces oí… —Jon sacudió la cabeza


bruscamente, como si quisiera deshacerse del pensamiento, pero este se
quedó—…oí al Capitán. Estaba en su cabeza y en la mía. Está vivo en
Palo Alto. Está en peligro. Ahora. Debemos ir a buscarle.

—Sin duda. —Gruñó Nick.

—Sí. —Por mucho que no quisiera, Mac dejó ir a Catherine. Sus


temblores habían remitido. Él quería mantenerla en sus brazos pero ya
estaba cambiando a modo misión, una parte con ella, la otra planificando
al vuelo una misión de rescate de rehenes. Habían estado trabajando en
eso, pero a ritmo lento. Ahora iban a ir con lo que tenían.

Tenían que hacerlo. Habían rescatado a un piloto americano derribado en


el corazón de Teherán. Todo lo que necesitaban era más información y
Catherine la tendría.

—De acuerdo, tropa, tenemos que planear una misión. Tenemos todavía
alrededor de seis horas de oscuridad. Id a buscar vuestros equipos y trajes
y yo empezaré a interrogar a Catherine. Tengo que tener el principio de un
plan para cuando estéis de vuelta. Paso ligero.

—Necesitaré también un equipo —dijo Catherine, y todos se congelaron—


¿Qué? —Miró a cada uno de ellos a la cara—. Voy con vosotros, por
supuesto.

—No —dijeron Nick y Jon a la vez, horrorizados.


—Joder, no —dijo Mac.

Capítulo 14


Laboratorios Millon
Palo Alto

Su fuerza estaba disminuyendo, los dedos fríos de la muerte se introducían


profundamente en su corazón y apretaban. Los dedos lo habían alcanzado
a menudo, estaba acostumbrado a sus caricias heladas, a la sensación de
caer, caer…

Se había resistido hasta ahora a pesar de haber perdido casi todo sentido de
sí mismo. Quién era, qué era… un espacio en blanco. Perdido. A veces
trataba de recordar algo de quién había sido, pero todo saltaba siempre
fuera de su alcance. No dejaba ningún idioma, sólo imágenes, haciéndose
más y más borrosas.

Hombres. Severos, vestidos de negro. Uno, más alto que los demás, tenía
cicatrices de quemaduras. Había visto esas quemaduras, le vio en el fuego.
Los hombres… eran de alguna manera suyos. De alguna manera… suyos.
No sabía quiénes eran ni dónde estaban. No tenía nombres, sólo las caras
que flotaban dentro y fuera de su memoria, siempre más allá de su alcance.

El dolor había destruido tanto de él. Tenía el más débil recuerdo de


resistirse cuando había comenzado esta nueva existencia. Cuando perdió al
hombre que había sido y se convirtió en Paciente Nueve. Había luchado…
¿verdad?

Las imágenes llagaban. Hombres cubiertos de blanco con jeringuillas y


cosas peores… líquido que quemaba sus venas. Despertar una y otra vez
con nuevas suturas, con recuerdos perdidos, cada vez más débil. Ellos
querían algo de él y no iba a, no podía, dárselo. Hubo cólera, más agujas y
más cirugías.

Ahora le dejaban solo. Hacía días que no veía a nadie, excepto… excepto a
El Hombre. No tenía nombre para el hombre, pero si se concentraba con
fuerza, podía verlo, como en una niebla. Alto, delgado. Piel oscura, nariz
delgada, ojos negros rasgados e inteligentes. Las agujas venían de él.
El hombre desapareció y, aunque se aferró a la imagen, ya no estaba. Todo
se había ido, todo.

Era el final. Lo aceptó, casi le dio la bienvenida.

Había hecho un último esfuerzo, extendiendo la mano, tocando… a


alguien. Alguien familiar. Una… ¿mujer? Voz suave, pelo largo y oscuro,
muy bonita. Sí, una mujer. Ella no estaba aquí, pero… estaba. Había oído
su voz, en su cabeza. Cuando ella vino y le tocó, el calor se derramó dentro
de él, el primer calor que había sentido en…

Se había ido. En algún momento de su vida había conocido el calor, el


calor físico, el sol en su piel. Pero no sabía cuándo, ni siquiera sabía si el
vago recuerdo era real. Tal vez había pasado toda su vida aquí, medio
desnudo, con agujas y sondas y fuego líquido en sus venas.

No.

No, había habido una época… antes. Una vez más, hombres de rostros
severos aparecieron brevemente delante de él y luego desaparecieron.

Había gritado. Lo hizo. Había gritado con tanta fuerza que había perdido el
conocimiento, sin la menor idea de cuánto tiempo.

Había gritado porque se estaba muriendo. Alguien iba a hacerlo morir,


pronto. Así que había extendido la mano y alguien había estado allí.
Suavidad y calidez. La mujer.

Pero no había ninguna mujer, sólo había un cuarto vacío lleno de máquinas
pitando y luces brillantes que nunca le dejaban dormir.

Dormir… pronto dormiría. Pronto dormiría para siempre.

.

Mount Blue

No era una situación divertida, pero Catherine tuvo que aguantar las ganas
de reír.

Los tres hombres parecían horrorizados, y Mac parecía tanto horrorizado


como enfadado. Un Mac enfadado era formidable. Si ella no lo conociera
tan bien, si no le conociera hasta los huesos, estaría asustada.

Su rostro era sombrío, las partes cicatrizadas tirantes por la tensión, los
ojos entrecerrados. Parecía aún más grande, sus anchos hombros
bloqueaban el resto de la habitación de su vista, las manos enormes se
abrían y cerraban como si estuviera preparado para luchar.

Lo estaba.

Consigo mismo.

Catherine lo miró a los ojos, luego a Nick y a Jon.

Qué revelación habían sido los dos hombres cuando había mirado dentro
de sus almas. Nick, con su amor perdido, el anhelo que sentía por ella,
sabiendo que nunca la volvería a ver, enfermo de preocupación porque ella
pudiera estar en problemas. Nadie sabría nunca, mirando esa fachada fría y
reservada con la que se enfrentaba al mundo, que tenía todas esas
emociones dentro. Que él tenía todo ese amor dentro.

Y Jon… ardiendo de rabia por la traición que había minado su vida. Ella
no había entendido quién o qué le había engañado cuando era un niño,
pero iba más allá de la traición como un hombre. No, había algo en su
pasado y coloreaba cada emoción. Y otra vez, quién habría pensado que
toda esa rabia y dolor se arremolinaban bajo el exterior de Chico Surfero.

Tres hombres grandes y fuertes, guerreros, entrenados para matar, de pie


justo delante de ella y con aspecto enfurecido y decididos a impedirle
entrar con ellos en el laboratorio para rescatar a su antiguo líder.

—Ya podéis dejarlo —dijo ella en voz baja—. Sabéis en lo profundo de


vuestros corazones que tengo que ir con vosotros. Si tenemos alguna
esperanza de salvar a vuestro líder, me necesitáis. Conozco el laboratorio
como la palma de mi mano. Conozco su sistema de seguridad y conozco la
disposición. Sobre todo, vais a necesitarme cuando encontremos a Nueve.
Está conectado a máquinas y será una tarea muy delicada separarlo de las
máquinas sin matarle. Ninguno de vosotros tiene esperanza de hacerlo.
Sólo yo puedo liberarlo de la maquinaria a la que está atado, y sólo
entonces podréis rescatarlo.

Se hizo un silencio absoluto en la habitación si podías pasar por alto el


rechinar de dientes. Bueno, iban a rechinar aún más fuerte.

—Y tengo algo más que decir. No estoy entrenada como vosotros tres.
Prometo que os obedeceré absolutamente. Decidme que me agache y me
agacharé. Seré vuestra sombra y seguiré vuestras instrucciones. Sé muy
bien que soy una potencial responsabilidad, y confiad en mí, no quiero
serlo, por lo que contad conmigo para hacer exactamente lo que digáis.
Pero —levantó la mano cuando Mac abrió la boca— en el momento que
nos encontremos dentro de la instalación me obedeceréis, los tres. Al
instante. A menos que realmente estemos siendo tiroteados, en ese
momento vuestra formación supera la mía, haréis exactamente lo que yo
diga. No puede ser de ninguna otra manera.

Ella miró a cada uno otra vez.

—Vale. Ahora todos podéis dejar de fruncir el ceño y superadlo. Nick,


Jon, id a buscar vuestro equipo como dijo Mac, conseguid algo para mí y
nos reuniremos aquí de nuevo en diez minutos. Prepararé la reunión
informativa sobre el laboratorio.

Para ser hombres tan decididos, parecían extrañamente indecisos. Ella


sabía que llevarla iba en contra de cada instinto que tenían. No sólo porque
no estaba entrenada, sino sobre todo porque cada hombre, silenciosa y
profundamente, no podía poner en peligro a una mujer. Los tres tenían una
feroz vena protectora en ellos que no les permitiría contemplar ponerla en
peligro.

Catherine hizo un espectáculo de comprobar su reloj.

—Habéis consumido todo un minuto. Un minuto que podría marcar la


diferencia entre la vida y la muerte para vuestro capitán. ¿Mac?

Ella lo miró, apreciando su lucha, sabiendo que él odiaba esto, sabiendo


que él entendía lo necesario que era. Se quedó inmovilizado por las
facciones en guerra dentro de su corazón y la razón se impuso. Por un
pelo.

—Poneos en marcha —dijo él con fuerza, luego la tomó en sus brazos en


el instante que Nick y Jon salieron de la habitación—. Dios —dijo contra
su pelo—, odio esto.

—Lo sé. —Ella lo sabía. Podía sentir el latido de su corazón contra la


mejilla. En la cama, había sido el latido estable del corazón de un atleta,
pero ahora latía rápido, furioso y salvaje, como si estuviera corriendo. Lo
estaba, en cierto modo. Estaba teniendo lugar una batalla dentro de él, una
guerra interna. Mantenerla aquí y tener sus limitadas posibilidades
reducidas a nada, o llevarla con ellos, con la preocupación persiguiéndolo
a cada paso.

No había buenas opciones.

Mac no se preocupaba cuando estaba en modo de misión. Ella había leído


esto en él. La ansiedad no era parte de su estructura mental. Comprendió
que él se preparaba tanto como un hombre podía —y ella había sentido
que la mayor parte de su vida fue entrenamiento— y luego simplemente
seguía adelante sin ningún temor.

También sabía que él estaba totalmente preparado para morir en cualquier


momento. Ese tipo de cosas simplemente no se podían ocultar.

Pero ahora el miedo casi rezumaba de sus poros. No era miedo por él, sino
por ella.

—Mac. —Le besó el pecho, sobre su corazón y se apartó. Su cara era fría
y dura, pero las aletas nasales estaban blancas por la tensión—. Tiene que
ser así. Lo que le dije a Nick y Jon también se aplica a nosotros. Cada
segundo que paso tratando de tranquilizarte, de darte fuerzas, es un
segundo perdido y drena mi energía.

Sus manos cayeron con sorpresa. Ella lo había hecho deliberadamente,


pretendiendo que estaba infundiéndole fuerza cuando la verdad era todo lo
contrario. Ella ganaba fuerza y coraje sólo de estar cerca de él. Pero la idea
de que él podría ponerla en peligro con su miedo lo impresionó.

—Bien. Deja que me prepare para informarles sobre la instalación. Tendré


que usar uno de tus ordenadores.

—Ahí —gruñó él—. Dime lo que puedo hacer. —De repente, él parecía
torpe, con las manos grandes agarradas con torpeza a su lado, abriéndose y
cerrándose vanamente, cuando siempre era el epítome de la elegancia
masculina.

—No hay mucho que puedas hacer hasta que yo reúna algo de información
—dijo ella suavemente.

—¿Puedo al menos traerte un café?

Necesitaba hacer algo por ella. Lo entendía. Su estómago estaba revuelto y


lo último que necesitaba era cafeína, pero…
—Claro, eso sería de gran ayuda.

Él apretó un botón y habló en voz baja.

Millon tenía los planos de las instalaciones, además de las normas de


seguridad y las reglas de protección del laboratorio, en un archivo que
había dado a todos los empleados. Ella lo subió y lo ejecutó con un
programa que creaba un holograma y lo amplió. Acababa de terminar de
imprimir las reglas de seguridad y de protección cuando Jon y Nick
regresaron juntos con un ciudadano de Haven empujando un carrito.

Stella otra vez, bendita fuera.

El carrito tenía café y té, bendita fuera una vez más. En el carro había
platos llenos de mini paninis, mini donuts y rodajas de manzana con una
pizca de canela fresca. Mac, Nick y Jon se abalanzaron sobre el café, los
paninis y los donuts mientras ella saboreaba el té y comía las rodajas de
manzana. Se sintió llena de energía por la inyección instantánea de
fructosa.

—Bien, poneos cómodos, chicos. —Los tres hombres intercambiaron


miradas, pero obedecieron sin quejarse. Catherine paseaba de un lado a
otro mientras les informaba. Una sensación reconfortante y familiar. Había
dado clases para universitarios durante varios años en Boston, y aunque
estos tres hombres duros y feroces eran totalmente diferentes de los suaves
cerebritos a los que estaba acostumbrada, no podía quejarse de su atención.
Estaban concentrados en ella, asimilando cada palabra.

—Vamos a repasarlo otra vez. Ésta es la instalación principal. Hay


estructuras auxiliares pero aquí es donde se lleva a cabo el trabajo y es
aquí donde el capitán es retenido. —El holograma estaba ligeramente
inclinado, dando una indicación de su estructura. El tamaño en metros
estaba puesto en letras blancas en la parte superior—Es una instalación en
forma de L con un ala larga y un ala más corta. El ala más corta sólo es de
laboratorios y la otra tiene lo que algunos de mis colegas más
escalofriantes llaman “depósito de carne”… los pacientes humanos y
animales de prueba. —Ella señaló ambas alas con una pluma, tocando el
aire. El sistema de ordenador de Mac era de primera calidad. El holo era
tan realista que era como tener a escala una copia en 3D de la instalación
delante de ella. Cuando golpeaba el aire para indicar cada ala, siguió
teniendo una pequeña sacudida de sorpresa porque su pluma encontrara
aire y no acero y vidrio—. Hay tres niveles sobre el suelo y tres niveles
bajo tierra. El nivel inferior está dedicado a la producción de lotes de
prueba. Se trata de una planta de producción y cuenta con entradas
independientes. Mi pase de seguridad cubre los seis niveles, pero, por
supuesto, habrá sido anulado. Jon, ¿crees que podrías hacerme un
duplicado con el nombre de un colega que sé que está fuera del estado?

—Ningún problema —contestó Jon.

—Genial. Así, antes de que pase por el edificio planta por planta, tengo
que informaros de lo que sé de las medidas de seguridad. Millon tiene que
ofrecer una cara amigable para el mundo por lo que no está rodeado por un
muro visible, sino uno invisible. Hay un rayo microondas rodeando el
edificio, lo bastante fuerte para freír un mamífero, por supuesto incluidos
los seres humanos. Los rayos pierden el enfoque después de unos diez
metros por lo que estos jarrones de diseño tan caros que bordean la
periferia son en realidad emisores de microondas.

Ella hizo zoom en la línea de enormes jarrones de cerámica de color gris y


marrón, altos como un hombre, que rodeaban la compañía, y que contenían
cipreses italianos delgados como un lápiz, importados a un costo enorme
desde la Toscana. Había más de tres mil de ellos. Era impresionante
visualmente y había aparecido en varias revistas de diseño.

—El sistema es apagado a las cuatro A.M. y un ejército de barrenderos se


apresura en barrer los animales muertos, insectos y hojas achicharradas, y
las microondas se encienden de nuevo a las cuatro quince.
—¿Sabes dónde está el C&C? —preguntó Nick.

Catherine frunció el ceño, confundida. Negó con la cabeza.

—Comando y Control —dijo Mac—. Donde dan las órdenes y


comprueban que se llevan a cabo.

—Ah. No, lo siento, no tengo ni idea. Hay un módulo de seguridad en la


primera planta en la parte de laboratorio de la instalación y en el ala donde
tienen a los pacientes. Pero no tengo ni idea de si la valla microondas es
controlada desde allí. También podría ser controlada desde el módulo de
seguridad en la entrada.

Mac asintió con la cabeza.

—Está bien, necesitamos saber si su perímetro de seguridad se extiende


más allá de eso. Me sorprendería si no lo hiciera. ¿Jon?

Desde su tablet, Jon proyectó otro holo. Una vista de pájaro de la


instalación Millon, sólo que con una superficie mucho más grande y por la
noche. En una conjetura, Catherine diría que la superficie era de dos
kilómetros de lado. Cuando ella miró, unas luces destellaban casi más
rápido de lo que sus ojos podían percibir y la imagen cambiaba de negro a
gris claro, luego volvía otra vez. Unos diez puntos rojos se movieron hacia
atrás y hacia delante en un corto arco.

Ella miró a Jon.

—¿Qué estoy viendo?

Él apretó la mandíbula.

—Volví atrás en el tiempo. Estás viendo más o menos una semana de


imágenes nocturnas desde un satélite Bright Eye. Puede ver las pelotas de
un mosquito, así que he ampliado el alcance de la misma y he creado un
bot que borra acontecimientos arbitrarios, de lo contrario el detalle nos
abrumaría.

—Guau —suspiró ella. Tenía una autorización del gobierno de bajo nivel
de seguridad relacionada con su trabajo en Millon, pero no cubría nada
como esto. Las series de satélites orbitales Bright Eye eran un rumor que a
menudo aparecía en novelas y prensa amarilla, capaces de un detalle
asombroso. Activistas de la intimidad a menudo marchaban contra ellos,
aunque el gobierno suavemente negaba que el Bright Eye existiera—. Por
favor, no me digas como conseguiste esto. Probablemente podría ir a la
cárcel por saberlo.

Ella recibió tres miradas duras e inexpresivas y reprimió una sonrisa.


Probablemente podría ir a la cárcel por conocerlos a ellos.

—Pero si tengo que ir a la cárcel, al menos déjame saber lo que estoy


viendo.

El holograma siguió destellando, de negro a gris y viceversa.

—Lo que ves es una grabación desde la última luz a la primera de esa
zona. Ahora vamos de nuevo a un mes atrás. —Con un golpe de su dedo,
Jon detuvo el parpadeo de las imágenes—. Esto es lo que necesitamos
saber. Una proyección de acontecimientos aleatorios… acontecimientos
que no se han repetido al menos tres veces en un mes… tenemos vehículos
patrullando esta área en una ronda regular. —Su dedo trazó un perímetro
de un kilómetro y medio alrededor de la instalación—. Utilizan
principalmente luces nocturnas, pero usé un algoritmo y realcé la luz para
poder verlos. Yo estimaría que esos son transportes de tropas… vehículos
todo terreno sin techo, llevando cinco soldados además de uno que maneja
lo que parece un calibre .50. —La imagen se amplió y amplió otra vez
hasta que cuatro formas en el interior del vehículo fueron visibles, además
de un hombre sentado en una especie de plataforma elevada en la parte de
atrás manejando un cilindro largo.
Catherine miró fijamente. Eso estaba mucho más allá del nivel de
seguridad del que ella era consciente.

Mac daba golpecitos en una PDA.

—Tengo sus rutinas y conseguiré los agujeros en la seguridad. Continúa.

Jon señaló con un bolígrafo las luces rojas que se movían hacia atrás y
hacia delante rápidamente en arcos cortos más lejos, cerca de la
instalación.

—Y esto son patrullas. Hay diez cubriendo un arco de un kilómetro y


medio aproximadamente, patrullan cada hora. Son el apoyo a las patrullas
de ruedas.

—Espera. —Nick se inclinó hacia delante, con la intención en su serio


rostro moreno—. Repasemos esto otra vez.

El holo mostró la serie de patrullas motorizadas y a pie, de gris a negro y


viceversa. Él las estudió, sus ojos las siguieron de acá para allá durante
varios minutos. Mac y Jon le dieron el tiempo. Mac siguió dando
golpecitos en su PDA y Jon utilizaba otro ordenador, haciendo alguna
investigación complicada. Ella podía ver el destello de las pantallas,
demasiado deprisa para que entendiera lo que él estaba buscando.

Sólo podía esperar. Una vez que les había proporcionado el protocolo de
seguridad que había sido al principio de su reunión informativa, no tenía
nada más que ofrecer.

—La seguridad está dirigida hacia el interior —dijo Nick finalmente,


recostándose.

Mac dejó de dar golpecitos en la PDA y las manos de Jon se levantaron del
teclado.
—Mirad. —Nick señaló los puntos rojos, congelando las imágenes
borrosas de los vehículos, inclinando el holo de Millon—. Cada arma está
apuntada hacia dentro. La ruta que las patrullas hacen, la dirección del
calibre 50, todo tiene sentido si diriges tu seguridad para mantener las
cosas dentro en lugar de fuera.

—Jesús —resopló Mac.

—¿Eso tiene sentido? —preguntó Catherine—. Quiero decir, claro que


Millon se protege contra intrusos. Solo este laboratorio debe valer mil
millones de dólares en secretos industriales para robar. ¿Seguramente
deben tener miedo de que alguien vaya y los robe?

—Nick tiene razón —gruñó Mac—. Tienen mucha seguridad interna. Lo


que nos mostraste ya es de primera calidad. Estos cables trampa del
perímetro exterior… son caros y requieren mucha mano de obra. Tienen
sentido si están allí por si alguien de dentro escapa y la alarma suena. Esta
seguridad está definitivamente dirigida a impedir que lo que sea que hay
dentro salga.

—Bien —dijo Catherine, considerándolo—. Tal vez eso hace nuestra tarea
mucho más fácil. Tal vez podemos entrar.

—Sí. —Mac suspiró—. El truco será volver a salir con vida.

Cincuenta minutos más tarde, Mac se tocó la oreja. O más bien, tocó un
punto en el ligero casco.

Catherine obedientemente tocó el mismo sitio de su casco. Era el punto


que la unía con el líder de equipo, Mac. Un punto a unos dos centímetros a
la izquierda conectaba su sistema de comunicaciones con el sistema de
todo el equipo.

—¿Estás bien, cariño? —La voz profunda de Mac sonó en su oído. El


sonido era tan bueno, tan profundo y calmado, envolviéndolo todo, que era
como si estuviera hablando dentro de su cabeza—. ¿Te acuerdas de los
simulacros?

Una cantidad enorme de información le había sido suministrada por él a


través del auricular, mientras Nick y Jon la vestían con un increíble traje
ligero y flexible que estaba segura que detendría las balas. Encima del
traje, sin embargo, era la única que llevaba una capa más de protección,
una placa ligera que cubría su pecho y espalda que Mac dijo que pararía un
misil. Entonces Nick le guiñó un ojo. ¡Nick! El frío y distante Nick. Tal
vez se lo imaginó porque cuando le miró otra vez, su cara era tan
inexpresiva como siempre.

Por suerte, ella era una estudiante rápida y podía retener grandes
cantidades de datos técnicos.

Los trajes de combate estaban hechos de tecnología de nanotubos de


carbono. El material se tensaba bajo la presión balística y era mucho más
resistente que la antigua y pesada protección Kevlar que algunos policías
todavía llevaban en las ciudades pobres.

Lo que ella también llevaba repelía el infrarrojo y al instante tomaba el


color de fondo, haciéndolos casi invisibles por todo el espectro visible.

—Recuerdo los ejercicios —contestó ella en voz baja. Él la miró fijamente


durante un largo minuto en la penumbra de la cabina del helicóptero, luego
asintió y se alejó.

Ella sabía que él acababa de hacerle un cumplido enorme. Sabía lo


protector que él era. Cuando él la agarró de la mano, pudo sentir el terror
por ella, sentir cuánto miedo ocultaba y supo que era exclusivamente
miedo por ella, no por sí mismo.

Pero en este momento, él confiaba en la información que Nick, Jon y él le


habían dado y su capacidad para procesar esa información. Ella entendía la
lucha que suponía para él y los demonios que había tenido que vencer para
confiar en que ella se mantendría a salvo.

Jon pilotaba un helicóptero de un tamaño que ella nunca había visto. Era
diminuto. Estaban sentados bien apretados. El equipo y las armas de los
hombres fueron cargados en dos compartimentos metálicos fijados a los
lados que Jon dijo eran antibalas.

El helicóptero era uno sigiloso, invisible para el radar, con una armadura
de calor tan disipada que se necesitaría instrumentos muy sensibles para
rastrearlo o incluso aparecer en escáner de IR. Mac contaba con el hecho
de que nadie exploraba el cielo y el hecho de que estaban fuera de toda
ruta de vuelo.

El helicóptero también era completamente silencioso. Esa fue otra cosa


que la sorprendió. Incluso en el interior, apenas había sonido… no más
alto que el viento que susurraba en los árboles. Se comunicaban a través de
los comunicadores integrados en el casco porque los hombres no querían
tener que parar para ponerlos y probarlos cuando aterrizaran.

Y cuando aterrizaran, Jon le había asegurado que tendrían que aterrizar


justo encima de una persona para que él oyera el “helo”, como los hombres
lo llamaban. Y no iban a hacer eso porque el helo contaba con todos los
dispositivos de imágenes conocidos por el hombre y algunos que eran
desconocidos incluso para ella. Jon recibía lecturas sobre todos los datos
individuales pertinentes a la misión, imágenes completas del terreno que
estaban sobrevolando, una imagen completa del cielo despejado alrededor
de ellos, todo lo que faltaba para completar la información era el precio de
la pizza en las franquicias de comida rápida que sobrevolaban.

El pájaro volaba prácticamente solo, aunque Jon le dijo que podía volver a
tomar el control en un microsegundo. Ella le creyó. En una misión, él ya
no era el Chico Surfero, relajado y distante. Era todo ferviente
concentración, como Mac y Nick.
Los hombres estaban inclinados sobre una tableta que mostraba una vista
de pájaro del complejo Millon, enviada desde un drone que les había
precedido. Habían observado mientras los centinelas cambiaban a las 2
A.M., según el protocolo.

Eran las 2:30 A.M. y estaba previsto que aterrizaran justo fuera del
perímetro de seguridad más alejado en quince minutos.

Los hombres estaban discutiendo las tácticas en un murmullo bajo dentro


del casco de ella, sus tranquilas voces profundas sonaban como un río
corriendo por…

Ella se sobresaltó cuando una mano enguantada grande sacudió su


hombro.

—Estamos allí, cariño —dijo Mac en su oído—. TEA sesenta segundos.


¿Estás lista?

Su corazón latía con fuerza y tenía la boca seca. Ella quería bajar su ritmo
cardíaco, agradecida por todos los ejercicios de biofeedback que había
hecho en la escuela de posgrado, bebió un sorbo de agua de un depósito
que estaba escondido en algún sitio en su espalda y asintió.

—Sí —dijo ella, contenta de que su voz sonara tranquila—. Lo estoy.

Ella vio que él la miraba con los ojos entrecerrados.

—Recuerda el simulacro. Te quedas…

—Dentro del triángulo que Nick, Jon y tú haréis en todo momento.


Obedezco todas las señales de mano —alto, avanzar y abajo— y debo
tratar de pasar desapercibida. —Ella volvió a mirarle con los ojos
entrecerrados—. Te lo dije. Me sé el simulacro.

—Aterrizando —la voz de Jon sonó en sus oídos, y el pequeño helicóptero


simplemente se desvió hacia abajo y aterrizó con apenas un golpe.

—Vamos, vamos, vamos —dijo Mac, y los hombres simplemente


desparecieron como fantasmas, sin hacer ningún ruido en absoluto.
Catherine trató de emularlos, pero no era tan elegante como ellos. Su bota
rozó el patín del helo con un ruidito metálico. Ella hizo una mueca, pero
ellos no prestaban atención mientras descargaban su equipo de las cámaras
exteriores en completo silencio.

—Control de equipo —dijo Mac en voz baja, y ellos descargaron la lista


terriblemente larga de cosas que llevaban. Al final dieron brincos en
silencio, comprobando para ver si algo sonaba cuando se movían, pero
nada lo hizo.

Mac hizo la señal de adelante con la mano y se marcharon, Catherine en


medio de un triángulo de tres hombres muy grandes y muy valientes cuyas
vidas ella sostenía en sus manos inciertas.

A medida que avanzaban silenciosamente en la noche, por un agujero que


Mac había descubierto en el perímetro externo de seguridad, ella envió su
mente fuera provisionalmente, pequeños zarcillos de pensamiento.
Llegando en el helo, pensó que podía detectar débiles ecos de Nueve…
Lucius Ward. Era una novedad, un talento que nunca había tenido antes y
no tenía ni idea de si podía confiar en ello.

Podría haber sido incluso su intenso deseo de salvar al hombre lo que la


cegaba en el pensamiento de que estaba recibiendo señales. De ser así,
estaban profundamente hundidos en la mierda. Era terrible pensar que
podría estar conduciendo a Mac, Nick y Jon al peligro, en la premisa falsa
de que de alguna manera podía comunicarse con Ward cuando en realidad
con lo que se comunicaba era su propia mente, llevándolos directamente al
corazón del peligro.

¿Y si Ward ya estaba muerto?


Cuando los hombres se detuvieron ante el puño levantado de Mac, ella se
paró y cerró los ojos, limpió su mente de todo sentido de sí misma y se
envió, como si se disolviera en la niebla.

¿Dónde estás?

Esto procedía de ella, aunque no recordaba formular la pregunta. Salió


solo.

Entonces el pensamiento se formó… Vamos por ti. Tus hombres van a por
ti. ¿Dónde estás?

Una ligera… ¿qué? Sensación de algo. Una ráfaga, como fuegos


artificiales detrás de una colina.

Vienen… tan tenue como la niebla al amanecer.

Sí, ya vamos por ti. La adrenalina se disparó a través de su sistema. ¡Éste


era él! Inconfundible, aunque no tenía ni idea de cómo lo sabía. Pero lo
era, como reconocer la voz de alguien o su rostro. Algo en la calidad del
susurro en su cabeza.

… moviendo.

¡Oh Dios mío! Había pasado eso por alto, un sonido en el mismo borde de
su conocimiento.

¿Qué?

—Vamos —le dijo Mac al oído, y ella lanzó el puño cerrado hacia arriba,
la señal que tenían para detenerse. Los tres hombres se pararon de
inmediato y la miraron. Ella negó con la cabeza frenéticamente, ellos no
podían molestarla ahora. Tenía que concentrarse, orientarse, porque la voz
en su cabeza se volvía cada vez más débil. Sostuvo el puño en alto,
cerrando los ojos para concentrarse mejor.
Podía sentir la calma de Mac y la de los otros hombres, y luego los
desterró de sus pensamientos.

Dime dónde estás.

Silencio, pero su cabeza se llenó de dolor. Dondequiera que él estuviera,


sufría. Se concentró con tanta fuerza que podía sentir un eco de su dolor.
Tratando de mantener todas las vías de comunicación abiertas, trató de
analizarlo. Una parte de ella, la parte empática, unida al hombre que yacía
en una cama, tal vez muriendo, y la otra parte de ella, la neurocientífica,
observando y analizando.

El dolor… era sistémico. La mayoría de los dolores eran orgánicos y


enfocados. Éste era difuso, pero intenso. Ardiente. Otra oleada de dolor,
llegaba desde…

Catherine inclinó la cabeza, tratando de respirar más despacio, intentando


llevar su mente fuera de sí misma, arrojándola por encima del muro de
cipreses, a través de las paredes de hormigón, por los pasillos del
laboratorio, hasta…

Él.

¿Qué era el dolor? Ardor, por todo su cuerpo, debajo de la piel. Cuando
llegó otra oleada, fue capaz de identificar la procedencia. Debajo de la
clavícula. Entrando a través de una vía IV abierta. Algún tipo de droga que
estaban utilizando en él cuyos efectos secundarios eran un dolor
insoportable y un embotamiento de los sentidos.

¿Le estaban matando?

Ella se hundió aún más profunda dentro de sí misma.

¿Dónde estás… Lucius?


Un gesto de sorpresa.

¿Sabes… quién soy?

Sí, y tus hombres van a por ti. En este momento, Lucius.

Lucius… Una oleada de tristeza se apoderó de ella tan profundo que casi
la tiró de rodillas. Yo fui Lucius, una vez. ¿Verdad?

Todavía lo eres. Ya vamos a por ti. Pero tenemos que saber dónde estás.

Tristeza, resignación. Es demasiado tarde. Moriré, mañana.

¡No! Se envió una ola de energía que provenía de lo profundo de sus


huesos, una ráfaga feroz que no sabía que tenía en ella. ¡Estamos aquí! ¡A
pocos minutos! ¿Dónde estás?

¿Cerca? La voz tan débil, ligeramente teñida de esperanza.

Muy cerca.

Puedes venir… ¿ahora?

Sí, ahora. ¿Dónde estás?

Silencio. Pero ahora estaba en la cabeza de él, atada allí por el más débil
de los vínculos. Un susurro y los vínculos se romperían. Ella podía oír lo
que él oía, ver lo que él veía. Las drogas en su sistema eran fuertes, pero él
era más fuerte. Su visión borrosa, enfocada.

¿Dónde? Ella envió el mensaje frenéticamente. ¿Dónde estás?

Voy pronto… al Nivel 4. El pensamiento era triste, cansado. Para morir.

Ella le perdió y se balanceó como si un viento fuerte hubiera soplado de


repente.

¡Cristo!

Mac disparó una mano y agarró el codo de Catherine, luego el otro cuando
él sintió su debilidad. Apenas era capaz de permanecer en pie. ¿Qué coño
acababa de pasar?

Él tenía la visión nocturna encendida, así que la veía verde pálido mientras
la sostenía, posibles guiones atravesaron su mente, cada uno más aterrador
que el anterior.

Ataque al corazón. Embolia. Con todo el asunto de la mente que estaba


pasando, una embolia tenía mucho sentido. Millon tenía alguna especie de
sistema de cable trampa con el que ella había tropezado… no. Eso podía
ser descartado. Ella estaba en medio de un perímetro de seguridad que
ellos proporcionaban; si alguien debiera activar un cable trampa sería el
hombre en la punta. Él.

Ella estaba floja, con la cabeza inclinada hacia atrás sobre su brazo, el
cuello largo y blanco vulnerable y delicado. Su cabeza fue hacia delante y
tosió. Él podía sentir que la fuerza volvía a ella. Él inclinó la cabeza
durante un segundo, una oleada de algo poderoso pasó a través de él tan
fuerte que todo su cuerpo quedó cubierto de sudor.

Había pensado que estaba muerta. Durante un segundo horrible y


nauseabundo pensó que Catherine Young había muerto tratando de
rescatar a su comandante en jefe. Toda esa calidez y dulzura
desaparecidas. Fuera del mundo, fuera de su vida.

Nunca las tendría otra vez, de eso estaba seguro. Sin Catherine, el mundo
de Mac se reduciría a sus habituales contornos sombríos, con él en su frío
centro. Su vida volvería al férreo deber con nada más. No cabía duda de
que él nunca volvería a tener su calor en su vida, nunca más. Él no lo había
encontrado, ni siquiera había sospechado que existiera, en sus treinta y
cuatro años en este mundo, y él sabía sin la menor sombra de duda que sin
ella, esto desaparecería de su vida para siempre. Estaría condenado a vivir
el resto de su existencia en los helados confines de su corazón.

Mac se estremeció y bajó la mirada hacia el bello rostro de la mujer que


había cambiado su vida.

Habían tenido tan poco tiempo. Tres días. Nada, en realidad. Fueron tres
días que habían puesto su existencia boca abajo. Por primera vez, pensaba
con mucha ilusión en el futuro. Nunca antes lo había hecho. El futuro
había sido ese interminable… algo que se extendía ante él. Lo mismo que
hoy, sólo que tal vez más duro. Ninguna razón para querer que el futuro
llegara. Cuando lo hiciera, no sería diferente del actual.

Y, sin embargo, con Catherine, el futuro había parecido… vaya, atractivo.


Mejor. Bueno. Vivir con Catherine, compartir su vida con ella, tal vez
incluso formar una familia…

Apartó el pensamiento de su cabeza en el instante en que se formó, pero


entonces había vuelto y se había pegado, como una lapa. Familia. Las
familias eran para otras personas, no para él. Lo que sabía de las familias
es que eran lugares violentos donde las personas se desgarraban unas a
otras.

Excepto que, quizás, no la que él podía encontrar con Catherine.

Era una locura pensarlo, lo sabía, pero una vez allí, el pensamiento no dejó
su mente. No tanto el pensamiento como las imágenes. Una hija pequeña
de pelo negro con ojos plateados. Esa imagen se fijó en su cabeza, junto
con una agitación loca en su pecho. Crear un nuevo ser humano, una niña
pequeña, viéndola crecer, protegiéndola… mierda, hablando sobre
pensamientos disparatados.
—¿Qué le pasa? —preguntó Jon en su oído, y él arrancó.

—No lo sé. —Su voz sonaba ronca a sus propios oídos.

—Mac. —Al otro lado de él, Nick le puso una mano sobre el hombro. Fue
entonces cuando Mac se dio cuenta de que estaba temblando—. Ella está
bien.

Detrás de sus párpados, los ojos de Catherine se movían de un lado para


otro, como si estuviera siguiendo algo. Su mano enguantada agarró la
suya.

Le dio unos golpecitos en la mejilla. Si hubiera sido uno de sus hombres,


lo habría abofeteado, pero la idea de abofetear a Catherine hacía que su
sistema comenzara a sudar otra vez.

—Cariño. —Golpecito, golpecito—. Cariño, despierta. Venga, cariño, abre


los ojos, puedes hacerlo.

Algo en su voz debió haber sonado extraño porque Nick y Jon se miraron
entre sí, caras cuidadosamente en blanco. A Mac no le importaba un carajo
porque allí estaba ella, su Catherine, de vuelta de dondequiera que fuera
que hubiera ido.

—¿Mac? —Su voz era ronca, como si no hubiera hablado en días—. ¿Qué
ha sucedido?

—Joder si lo sé. —El alivio lo atravesó—. Perdiste la jodida conciencia.


Estaba cagado de miedo. No vuelvas a hacer algo así otra vez. Joder.

Ella esbozó una sonrisa débil, mirándole, después a Jon y Nick.

—Tu vocabulario empeora cuando estás asustado.

—Joder, sí. —Pero él también sonreía—. Entonces, ¿qué coño pasó?


Catherine se tocó la cabeza.

—Espero que me creas cuando digo que me comuniqué con Lucius Ward.
Le van a bajar al Nivel 4 donde cree que van a matarlo pronto. Había
rumores de que había otro, un nivel secreto, pero nunca los creí. Así que al
parecer el Nivel 4 realmente existe. Le dieron una droga que es muy
dolorosa, pero creo que aumenta… lo que sea que esté en él que puede
hablar conmigo. —Miró a los tres hombres—. Si lo llevan al Nivel 4 antes
de que lleguemos hasta él, no sé cómo acceder. Podríamos perderle.
Tenemos que darnos prisa.

—¿Puedes andar? —Mac quería que ella se quedara donde estaba, aunque
sabía que no lo haría, no a menos que físicamente no pudiera andar. Si era
necesario, él podía llevarla.

—Oh, sí. Estoy bien. —Se tocó la cabeza otra vez, inclinándola hacia un
lado, luego al otro, como si la estuviera probando—. Si perdí la conciencia
fue por la conexión con Lucius, no debido a algo en mí. Vamos a tener que
darnos prisa. Tenemos que llegar a él tan rápido como podamos.

—Roger. —Nick estaba preparando algo que él llamó el Anthill,


comprobaba su PDA, hacía ajustes—. Tan pronto como hayamos pasado
por la barrera microondas soltaré las Hormigas. Si conseguimos pasar la
puerta principal deberíamos ser capaces de llegar hasta el capitán sin ser
detectados. No creo que haya más de diez hombres de servicio dentro de la
instalación.

—¿Hormigas?

—Te lo explicaré más tarde, cariño. Vamos a seguir adelante. —Otra vez,
Mac se maravilló de Catherine, de su mujer. Ella simplemente asintió con
la cabeza, reajustó su ligera mochila y empezó a avanzar cuando ellos lo
hicieron. Sin preguntas, sin alboroto. No estaba entrenada, pero era una
compañera de equipo hasta los huesos.
Una ola de amor lo atravesó. Si sobrevivían a esto, iba a casarse con ella
en el instante en que estuvieran de vuelta y nunca la perdería de vista otra
vez.

Avanzaron sin incidentes, a un ritmo constante. Catherine mantuvo el


ritmo, permaneciendo con cuidado exactamente en el centro de su
triángulo de seguridad. El perímetro exterior de seguridad estaba detrás de
ellos y llegaron a la barrera de microondas.

Su visión nocturna incluía infrarrojos y el área entre los enormes jarrones


se veía ligeramente roja. Las tablets no mostraban guardias dentro de un
radio de cien metros. Sin embargo, Mac continuó con las señales de mano.
Hizo señas a Catherine para que permaneciera a su lado.

En la barrera, Nick, Catherine y Jon estaban cada uno detrás de un jarrón.


Mac estaba detrás de Catherine. A su señal, todos treparon los jarrones de
casi dos metros de alto, Nick y Jon subieron y cruzaron con facilidad. Mac
impulsó a Catherine y Jon estaba al otro lado, ayudándola a bajar. Mac se
acercó y se pusieron en cuclillas.

Mac señaló al pequeño cañón en las manos de Nick y dio la orden.

Nick lo levantó hacia el cielo, hizo algunos ajustes y luego apretó el


gatillo. Un proyectil se alzó en el aire, desapareciendo de la vista. Se
inclinaron sobre la PDA de Nick, mirando la pantalla.

Mil drones diminutos, pequeños como hormigas, de color blanco y casi


invisibles, treparon rápidamente en la entrada de la instalación principal.
Un programa especial reunió las transmisiones confusas para que la
pantalla mostrara una imagen clara de lo que estaba delante de ellos. Había
algunos puntos en blanco en la pantalla, pero un programa de relleno los
interpolaba. Lo que estaban viendo en la pantalla era alrededor del 98 por
ciento correcto. Más que suficiente. En la parte superior derecha estaba el
plano de la instalación mostrando la posición de los drones.
Catherine sonrió.

—Hormigas —dijo—. Lo entiendo. Mini drones. Inteligente.

Nick estaba describiendo la escena.

—Dos guardias en la entrada. ¿Armados? —Miró a Catherine.

Ella se encogió de hombros.

—No lo sé. No estoy familiarizada con el armamento. Sé que algunos de


los guardias tienen armas en sus fundas con un mango particularmente
grueso y pesado.

Mac apretó la mandíbula.

—Aturdidores. Joder. Pueden lanzar cualquier cosa desde un incapacitante


hasta una dosis mortal de energía eléctrica. Pueden detener el corazón de
un hombre a cien metros. Experimental.

—Nada bueno —murmuró Jon.

—Nada bueno —estuvo de acuerdo Mac.

—Dirígelos ahí. —Catherine señaló al final de un pasillo en el extremo


corto de la L.

Nick hizo algunos ajustes y la imagen se movió desenfocada por los


corredores. En un momento dado, un técnico dobló una esquina y la
imagen se inclinó, se puso al revés y el suelo se deslizó tan deprisa como
un río en crecida.

—Treparon al techo para evitar que los detectaran —dijo Nick.

Esperaron, siguiendo la agrupación de los diminutos puntos rojos cuando


se dirigían a través del corredor que Catherine quería.

—¿Puedes separarlos?

— Claro —dijo Nick—. ¿Qué quieres?

—Comprueba estas cuatro habitaciones. —Su dedo aterrizó en cuatro


casillas.

Las imágenes se hicieron ligeramente menos claras cuando los drones se


separaron en los cuatro cuartos. Tres vacíos. Uno con una figura acostada
en un catre blanco, tubos que entraban y salían de él. Su cabeza colgaba
hacia un lado, con la boca abierta flojamente y los ojos cerrados.

—Joder —resolló Nick—. El capitán. ¿Está muerto?

—Inclina los drones para que puedan ver los monitores —ordenó
Catherine—. Y mete todos los drones en esta habitación.

La imagen se inclinó, se volvió más clara.

—No, no está muerto. Pero su ritmo cardíaco es muy bajo. El


electrocardiograma sólo muestra la función base. Él está esencialmente en
coma. Nick, muéstrame lo que hay en su bolsa intravenosa.

La imagen se inclinó otra vez, se centró en la bolsa transparente que


colgaba del gancho.

—¡Le están atiborrando de SL-59! —Catherine parecía enfadada—.


¡Malditos sean! Esa es una droga muy experimental. Ni siquiera hemos
completado las pruebas con animales. Es viscosa y extremadamente
dolorosa. Sentí su dolor. No puedo creer que estén haciendo esto. Le están
atiborrando de droga y luego diseccionarán el cerebro y verán los efectos,
pronto.
—¿Cómo pueden hacer eso? —preguntó Jon—. ¿No es ilegal?

—Por supuesto que es ilegal, es asesinato. —Catherine se puso de pie—.


Vamos a entrar ahora mismo. No sé cuánto tiempo puede resistir su
corazón a esto, y él ya se encontraba en un estado debilitado. Esa droga lo
está matando. No podemos esperar más tiempo. Mac, llévanos allí ahora.

Su mirada era imperiosa. El corazón de Mac se hinchó de orgullo y


aprensión. Estaba claro que ella se había olvidado de cualquier peligro
hacia sí misma. Estaba totalmente concentrada en una cosa y sólo una
cosa. Él no tenía dudas de que si hubiera estado sola entraría resueltamente
y trataría de rescatar al capitán.

Era valiente y eso lo asustaba a muerte. Personas valientes e inexpertas a


menudo morían y mal.

—No tiene sentido entrar por la entrada principal. —Su dedo se movió a
un punto a cincuenta metros de donde el capitán estaba acostado—. Esta es
la puerta más cercana. ¿Tiene alarma?

—Todas tienen alarma —contestó Catherine—. Y todas requieren una


tarjeta magnética. Esperemos que la que Jon clonó funcione.

—¡Por supuesto que funcionará! —respondió Jon con indignación—. Yo


no fallo.

—También necesitamos un modo de enmascarar el infrarrojo. En la


mayoría de las puertas, el sistema de seguridad cuenta el número de
personas que atraviesa una entrada, y si hay una discrepancia entre el
número de entradas y el número de pases del lector saltará una alarma.

—Yo me encargo de eso —dijo Jon, y Catherine asintió.

—Entonces vamos. —Ella temblaba por la impaciencia. Los tres lo


miraron.
—Ensillad, chicos —susurró Mac, y dio la señal para ir.

Lee se inclinó hacia delante y dio un golpecito a su chofer en el hombro.

—¿No puedes ir un poco más rápido?

—No, señor. No me permiten exceder el límite de velocidad. Por nadie, ni


siquiera por usted. Podría perder mi trabajo —respondió el conductor en
un tono monótono.

Era un empleado de Millon sin ninguna instrucción especial para satisfacer


las necesidades de Lee. Lee tomó nota para conseguirse un conductor con
instrucciones explícitas para hacer lo que él dijera.

Lee miró su reloj. Las tres de la mañana. Había dado la orden de iniciar la
infusión IV de SL-59 hacía una hora. Recogería el cerebro a las ocho,
junto con los otros tres soldados, que habían resultado ser casi tan inútiles
como el mismo Nueve. Seis horas de perfusión deberían ser suficientes
para tener una idea de los efectos en el sistema nervioso y en el tejido
neurológico.

Esto podría haber esperado hasta la próxima semana o incluso al próximo


mes, por supuesto, pero algo le carcomía. Su calma habitual estaba rota y
un sentido enorme de urgencia le azuzaba. Era ridículo. Estaba en medio
de un plan de veinte años. La urgencia no era necesaria, la meticulosidad
lo era. Sin embargo, a pesar de que era un científico y aunque creía en los
rigores de la razón, también había aprendido a seguir su instinto.

Le inquietaba ir corriendo al laboratorio en la oscuridad de la noche para


supervisar algo de lo que su equipo secreto podría ocuparse fácilmente,
pero le inquietaba aún más quedarse en casa.

Dormir era inadmisible.

Quizás era como un sueño. Aunque era un científico, Lee creía


absolutamente en el poder premonitorio de los sueños. Los sueños eran
una manifestación de lo que la conciencia había observado y extrapolado.
Él sentía esta acuciante urgencia por estar allí, tal vez porque era
importante para él observar directamente los efectos sobre el Paciente
Nueve. Tal vez vería algo que eludiría las videocámaras o de lo que los
técnicos no informarían.

Si su subconsciente le decía que fuera allí, era por un motivo.

Por no mencionar el hecho de que ese idiota de Flynn amenazaba con


cortar la financiación.

Y luego, por supuesto, estaba el auténtico placer de ver morir a Nueve.


Había sido recalcitrante, un paciente difícil. El paciente más difícil que
Lee había tenido nunca. Iba a ser un verdadero placer verlo morir de un
modo útil.

Comprobó su reloj otra vez. Nueve había recibido una infusión de veinte
centímetros cúbicos.

En una conjetura, Lee supuso que la dosis útil para mejorar el rendimiento
sería dos centímetros cúbicos durante un período de una semana. Veinte
era diez veces la cantidad, repartida en el espacio de seis horas. La
autopsia iba a ser muy interesante.

En general, Lee se alegraba de haber decidido venir ahora. Observaría los


últimos efectos de primera mano. Se tocó la oreja.

—Levinson, en media hora baja al Paciente Nueve a la sala de autopsias en


el Nivel 4. Estoy llegando.

—Sí, señor. —Levinson era uno de los tres científicos que conocían el
protocolo secreto.

—Conductor, llévame a la entrada lateral. Entrada D. Conduce


directamente a la zona de carga. —Desde allí sería un corto descenso hasta
la sala de autopsias. Tendría tiempo para adaptar y configurar su equipo
privado de grabación.

—Sí, señor —respondió el conductor, y Lee pulsó el botón que levantaba


la pantalla de intimidad y se recostó, satisfecho.

En conjunto, una buena noche de trabajo.

Al principio, Catherine tenía dificultad para correr. Sus piernas temblaban,


sentía la cabeza ligera y lejana, y apenas podía concentrarse. Pero minuto a
minuto volvía a sí misma.

Mac estaba ahí a su lado, a cada paso del camino. Si tropezaba, su mano
estaba allí, en su espalda, estabilizándola, tan subrepticiamente que Nick y
Jon no lo notaban.

Eran los efectos secundarios de su conexión con Lucius Ward. Él había


debilitado sus fuerzas. Conectar con otra mente, otro corazón, era tan duro
como levantar pesas. Se sentía como si le hubieran dado un puñetazo en el
estómago mientras corría un maratón.

Pero mientras cruzaban el amplio césped, Mac había calculado las rondas
de los guardias al segundo, ella volvió en sí. Recordó lo que estaba
haciendo y por qué.

Ella estaba salvando una vida.

Estaban al lado del edificio. Los tres hombres miraron cuando ella
introdujo el código de su colega Frederick Benson por el sistema, con la
esperanza de que Jon supiera lo que estaba haciendo.

Lo sabía.

La puerta se abrió con un clic. Catherine empujó y los cuatro la


atravesaron como si fueran uno. La grabadora a un lado simplemente
registraría una masa más grande de lo habitual. No era algo que pudiera
disparar una alarma, pero sin duda algo que apuntaría hacia ellos cuando
miraran mañana, con el Paciente Nueve desaparecido.

Catherine era muy consciente del hecho de que no sólo estaba entrando
ilegalmente en los Laboratorios Millon. También estaba cruzando hacia
una vida nueva. Ahora era un miembro del equipo de Mac, una proscrita.
Atada a los hombres a su lado y atada a la comunidad que se había
congregado alrededor de ellos con vínculos irrompibles. Separada para
siempre de su antigua vida.

Había pasado cuatro años con Millon y la casa matriz Arka en varios
laboratorios. Nunca le darían referencias, y un científico con un hueco de
cuatro años en su currículum era incontratable. Nunca trabajaría en ciencia
otra vez.

Sin embargo, no era importante.

Estaba con Mac, durante tanto tiempo como él la quisiera.

Jon estaba consultando su PDA, pero ahora ella no necesitaba nada. Sabía
a dónde ir.

—Venid conmigo —susurró, y ellos avanzaron rápido hacia el ala del


paciente. Ella los detuvo en la esquina antes del Pasillo B. Ellos se
amontonaron detrás de ella.

—¿Despejado? —Ella miró hacia Jon.

—Despejado.

—¡De prisa! —Catherine echó a correr y ellos la siguieron. Ella corrió a la


habitación de Nueve, corrió hacia el hombre quieto en la cama. Lo primero
que hizo fue quitar el catéter de la clavícula. Cualquiera que fuera la
cantidad de SL-59 que Ward hubiera absorbido, sólo podía esperar que no
fuera una dosis mortal. Tiró suavemente de la aguja larga de la sonda
permanente y empezó a soltarlo del electroencefalograma,
electrocardiograma, el catéter, las almohadillas en su pecho que medían la
electricidad muscular, el tubo en la garganta que le proporcionaba oxígeno
extra, el tubo de alimentación parenteral.

En algún lugar una alarma sonó cuando las máquinas fueron


desconectadas, pero no podía pensar en eso mientras se movía tan deprisa
como podía para soltarlo.

Finalmente, fue desconectado de la maquinaria, un hombre una vez alto y


fornido, ahora una cáscara de un hombre, una criatura patética que había
sido torturada casi hasta la muerte. Algo sobre la calidad del aire le hizo
levantar la mirada y ella se quedó paralizada al ver la expresión en la cara
de Mac. Nick y Jon parecían atónitos, enfermos.

—¿Qué?

Mac tragó.

—¿Qué le han hecho?

Ella bajó la mirada hacia el paciente. Nunca le había visto en su mejor


momento. Sólo le había visto como estaba ahora: indefenso, débil, una
sombra de un hombre. Le tocó la muñeca y, de repente, ahí estaba él en su
mente. El hombre que había sido. Firme en un uniforme almidonado, una
boina negra en su cabeza afeitada, feroz y fuerte y formidable.

Ese era el hombre que había sido. Era el hombre que Mac recordaba.

El hombre en la cama estaba demacrado, con el cráneo entrecruzado con


cicatrices y la piel colgando de sus huesos. Pálido, hundido, apenas con
vida.
La cólera la llenó. Él no se merecía esto. El hombre que había tocado y
que la había tocado era duro, pero justo. Inquebrantable en su deber a su
país, inquebrantable en su lealtad a sus hombres.

El hombre al que había tocado había estado totalmente preparado para


morir en la batalla, preparado para morir una muerte honorable. Esto no
era una muerte honorable. Era la muerte de una rata de laboratorio.

Ira, blanca y caliente, se disparó a través de ella.

—Casi le han matado. Le robaron su vida y su honor, Mac. Vamos a


rescatarle. —Lanzó una mirada a Mac y vio que él la entendía. Entendía su
ira y su propia sensación de traición.

Todo lo que ella había hecho en la vida había sido con un objetivo.
Entender el cerebro humano, hacer las cosas mejor. Hacer a la gente
mejor. Había dedicado su vida a la ciencia y ahora alguien había cogido su
ciencia y la había retorcido con fines oscuros. Retorcido hasta que se había
convertido en una fuente de horror y dolor.

Ella también había sido traicionada, tanto como Mac.

—¿Puedes llevarle?

—Sí. Ningún problema. —Mac se inclinó y, con una suavidad que ella
sólo había visto reservada para ella, cogió a Ward en sus brazos como si
fuera un niño. Él bajó la mirada hacia el cuerpo inconsciente de su antiguo
comandante y había tanta pena en su rostro que Catherine casi lloró.

—Capitán —dijo Mac en voz baja, y el hombre se movió como si


estuviera inquieto.

Catherine todavía tocaba su muñeca y ella se tensó de repente.

—¡Espera!
Jon dio un golpecito en la pantalla, frunciendo el ceño.

—Catherine, vienen los guardias. No tenemos tiempo que perder.

Oscuridad, dolor, desesperación.

Cuerpos en camas como polillas pinchadas en fieltro.

Hombres valientes, reducidos a animales.

El corazón le latía con fuerza, Catherine miró a Mac.

—¿Había otros hombres contigo?

Él frunció el ceño.

—¿Cuándo?

—Cuando —ella señaló la cicatriz en el lado de su cara— cuando pasó


esto.

El ceño fruncido se hizo más pronunciado.

—Sí. Todos están muertos. ¿Por qué?

La conciencia estalló dentro de ella junto con temor y pena.

—Porque están aquí —susurró—. Tres de ellos.

Nick la agarró del brazo.

—¿Quién? ¿Quién está aquí?

Ella encontró sus ojos, la certeza ardía a través de ella.

—Están aquí —dijo con claridad—. Los hombres que estaban contigo esa
noche. No murieron. Fueron capturados. Están siendo utilizados como
cobayas. Como ratas de laboratorio. Torturados. Están aquí y debemos ir
hasta ellos. El capitán Ward no quiere ser rescatado si tiene que dejar a sus
hombres detrás. Prefiere morir.

Ella podía sentir su sorpresa. Emanaba de ellos en oleadas.

—¿Romero, Lundquist y Pelton? —Jon susurró—. ¿Vivos?

Con cada nombre ella sintió un choque de reconocimiento.

—Sí. Vivos. Y aquí. Y debemos rescatarlos.

—¿Dónde están? —preguntó Mac.

Ella escuchó en su interior, sintiendo la respuesta. Oh Dios.

—Nivel 4 —dijo, sorprendida.

—¿Cómo llegamos allí? —preguntó Mac con urgencia.

—No lo sé. Pero sé quién lo sabe. —Miró al hombre que yacía débil en los
fuertes brazos de Mac. Parecía a punto de morir. Quizás un hombre menos
fuerte ya estaría muerto. Pero había algo en este hombre, y era lo mismo
que había en Mac. Y en Nick y Jon. Una fuerza interna que los llevaría
más allá de lo que otros hombres podían hacer. Este hombre había estado
al mando de ellos. Sería tan fuerte como ellos. Tal vez más fuerte. Ella
tenía que contar con eso.

—Voy a intentar algo. No sé si va a funcionar. —Puso la mano sobre el


brazo de Mac. No necesitaba sus poderes psíquicos para sacar fuerzas de
él. El brazo de acero bajo el suyo pertenecía a un hombre cuya voluntad
era tan fuerte como sus músculos—. Vas a tener que confiar en mí.
¿Puedes hacerlo?
Ella alzó la mirada hacia él. Estaba tenso por el esfuerzo de estarse quieto.
Ella supuso que cada instinto en él le gritaba que escapara. Tenían a su
hombre, ahora tenían que irse. Sin embargo, permaneció inmóvil,
esperando su palabra.

En aquel momento ella comprendió cuánto amaba a Mac. Lo amaba todo


sobre él. Amaba su fuerza y su lealtad. Amaba el hecho de que él estaba
dispuesto a arriesgar la vida por lo que ella decía. Él había venido aquí con
un gran riesgo, creyendo en ella implícitamente, el primer ser humano que
lo había hecho alguna vez. Ella lo amaba, y porque lo hacía, sabía que él
nunca podría vivir consigo mismo si abandonaba a los otros hombres aquí.
Esto tenía que hacerse.

Tenían que llegar al Nivel 4, rápido. El Nivel 4 había sido un rumor, casi
una broma. No había manera de que ella pudiera bajar a menos que…

—Creo que voy a hacerle daño —murmuró ella, mirando a Mac—. Tengo
que hacerlo.

Él asintió con la cabeza.

Ella miró a Nick y Jon.

—¿Podéis comprarnos un poco de tiempo?

—Claro. Mandaré las Hormigas, nos advertirán con tiempo —dijo Nick,
ante el asentimiento de Mac.

Salieron del cuarto, dos guerreros absolutamente fuertes y competentes.


Catherine sabía que ellos le proporcionarían tiempo.

Las manos de Catherine se cernieron sobre Ward.

—Odio hacer esto —susurró ella—. Pero tengo que hacerlo.


—Hazlo —ordenó Mac.

Ella bajó el cuello de la bata de hospital, colocó las manos sobre el


corazón de Ward y cerró los ojos. Por primera vez, intentó empujar sus
pensamientos en la cabeza de otra persona, intentó controlar en vez de leer.
Aunque la piel de sus palmas estaba ligeramente contra el pecho
esquelético del hombre, sintió como si estuviera empujando a través de su
piel, bajando más allá del hueso y el músculo, hasta meter la mano en su
cavidad torácica y agarrar su corazón.

Ella apretó, con fuerza.

Un tembloroso jadeo de aire y el hombre se arqueó en los brazos de Mac


como si recibiera una descarga eléctrica.

—¡Jesús! —Mac le agarró más fuerte, como si fuera un pez escurridizo


cuando se encorvó y retorció.

Catherine se adentró más profundo, empujándose en la psique de Ward,


como si hiciera espeleología. Profundo, más profundo, sumergiéndose
hasta… ah.

Tus hombres te necesitan. Ayúdanos.

Yo… no puedo.

¡Estaba despierto!

¡Estaba consciente! Estaba consciente en algún nivel de su ser.

Sí. Ellos morirán sin ti. ¿Cómo podemos llegar al Nivel 4?

Se retorció como loco, agitando los brazos.

Ayúdanos a ayudar a tus hombres. Ellos te necesitan, capitán.


Silencio en su cabeza.

Él se retorció violentamente, pareciendo querer llegar de nuevo a la cama,


con las manos como garras que se estiraban hacia las sábanas.

¿Esto era las convulsiones agonizantes de un hombre que no quería nada


más que morir en la cama?

Ella lo empujó con más fuerza, sintiendo su corazón latir violentamente,


los músculos crispándose, preguntándose si ella lo estaba matando.

Gemidos sordos provenían de él, luego gruñidos, cuando sus músculos


débiles trataron de abrirse camino hasta la cama.

—¿Qué está pasando? —exigió Mac—. No quiero hacerle daño, pero ¡está
fuera de control! ¿Qué coño quiere?

Morir en la cama, pensó ella. Eso es lo que quiere.

Pero… pero eso no tenía sentido. Todo en ese rostro devastado y


demacrado hablaba de disciplina y deber. No había nada en esa cara que
hablara de un hombre cuyo mayor deseo era morir en la cama.

Él se parecía a Mac.

¿Qué haría Mac? Todo lo que Mac quisiera hacer, Catherine querría
ayudarlo a hacerlo.

—No sé por qué, pero quiere ir a la cama.

Bajo sus manos ella podía sentir que los músculos debilitados de Ward se
tensaban. Bajo esto, una voluntad férrea esforzándose… Cama…

Las manos en forma de garras cayeron, agarrando…


Cama.

Algo en la cama.

Catherine saltó.

—¿Qué? —Mac gruñó mientras trataba de calmar a Ward sin hacerle daño
—. ¿Qué estás haciendo, cariño?

Ella escarbaba como loca en las sábanas. La cama, la cama… ecos de lo


que había oído como si un grito lejano sonara en su mente.

La cama.

Ella retiró las sábanas, las sacudió.

La cama… debajo de la cama.

Cayó de rodillas con tanta fuerza que se hizo daño y rebuscó


frenéticamente en la oscuridad debajo de la cama. Nada.

Tenía que estar aquí, lo que fuera.

¡Piensa, Catherine!

Sus manos, agitándose, hasta alcanzar…

Ella levantó el lado del colchón y allí estaba, en el soporte ortopédico. Con
un grito Catherine lo levantó, y como un botón que ha sido pulsado, Ward
se calmó en los brazos de Mac.

Ella estudió la tarjeta manchada de sangre, estudió el holograma en 3D de


la cara. La cara del enemigo.

—Este es el pase de Lee. El jefe de investigación de Arka. No me lo puedo


creer. Robó la tarjeta de Lee. Esto definitivamente tiene autorización para
el Nivel 4, si es que existe. Ahora podemos entrar y salir.

—Jefe, Catherine. —La voz tranquila de Nick era sombría en su auricular


—. Compañía. Muy rápido.

—¿Cuántos? —preguntó Mac.

La tormenta de mierda estaba casi sobre ellos. Habían llegado hasta aquí,
ya habían tenido suerte. Sólo se tenía una cantidad de suerte en cualquier
misión y ellos acababan de consumir toda la suya.

Ahora iban calientes y Mac quería a Catherine fuera de aquí. Ella había
hecho un trabajo fabuloso trayéndolos aquí. Inteligente y hermosa y
amable. Y ahora valiente. No iba a perderla. No ahora, no justo después de
encontrarla.

Tenía que sacarla de aquí, rápido.

El capitán todavía estaba en sus brazos, después de tener lo que pareció ser
un ataque. Sus ojos estaban cerrados, la destrozada cara floja. Pesaba
menos que algunos petates que Mac había llevado en la batalla.

Mac podría llevarlo a cualquier lugar. Podría llevarlo hasta el Nivel 4.


Podría hacer cualquier cosa mientras supiera que Catherine estaba a salvo.

—Escucha —dijo con urgencia—. Tenemos el pase. Bajaremos al Nivel 4,


sacaremos a los hombres. Toma las Hormigas, te ayudarán a guiarte hasta
la salida. ¿Puedes volver al helo y esperarnos? ¿Recuerdas cómo atravesar
la pantalla microondas? Tú…

Ella ya se dirigía hacia la puerta.

—De ninguna manera, Mac. De ninguna manera voy a abandonarte.


Necesitas ojos y oídos que no son las Hormigas, ojos y oídos que conocen
el camino. Y, definitivamente, vas a necesitarme para desconectar a esos
hombres de sus máquinas, si todavía están vivos. Asegúrate que cierras la
puerta detrás de mí. —Ella abrió la puerta y haciendo una señal a Nick al
final de corredor, lo volvió a mirar—. ¡Vamos! Cierra la puerta.

No había tiempo para discutir y él reconoció que sería inútil de todos


modos. Cada célula en su cuerpo le decía que sacara a Catherine de allí,
pero su cabeza le decía que ella tenía razón. La necesitaban.

Nunca antes en su vida había ido a una misión con un objetivo dividido.
Siempre estaba atentamente concentrado en entrar, hacer el trabajo, salir.
Entraba con hombres que se entrenaban tan duro como él y que eran
absolutamente capaces de cuidar de sí mismos. Nunca había entrado
preocupado por un compañero de equipo como lo estaba ahora con
Catherine, y lo odiaba con toda su alma.

Pero, ¿qué podía hacer?

Él la siguió, con el capitán en sus brazos, cerrando la puerta. Ella ya estaba


corriendo por el pasillo, Nick y Jon la seguían. Él alcanzó a Nick.

—¿Cuántos? —preguntó.

—Tres. —Observaba a Catherine cuando ella se apresuraba por el pasillo


—. Estarán en la esquina de un momento a otro y van a vernos.

—Jon y tú estad preparados para dejaros caer de rodillas.

—Sí. —Jon y Nick tenían sus armas desenfundadas. Mac cambió al


capitán a un abrazo de bombero y sacó la suya.

Nick había cambiado la imagen de la pantalla a holograma.

—¿Jefe? Están a la vuelta de la…


—¡Aquí! —Catherine se había detenido en una puerta, la abrió y les indicó
que entrasen. Mac, Nick y Jon se dieron la vuelta, entraron a la carrera.
Ella cerró la puerta sin hacer ruido mientras el holograma de Nick
mostraba tres guardias que daban la vuelta a la esquina. Hubo un sonido
suave cuando todos exhalaron. Ninguno de ellos quería un enfrentamiento
llevando un compañero herido y una no combatiente a los que proteger.

Mac miró alrededor. Estaban en una gran habitación llena de equipos. Sin
embargo, no era una habitación de enfermo. No había camas, solo
máquinas inertes conectadas alrededor de las paredes. La única luz
provenía del holograma al lado de Nick. Lo observaron.

Los tres guardas estaban andando lentamente, completamente alerta, con


las manos sobre las armas. Estos no eran policías contratados pasando el
tiempo.

—¿Están revisando las habitaciones? —Susurró John.

—Sí. La maquinaria del Capitán está apagada, hay una luz roja destellando
sobre la puerta. Cuando vieron que faltaba el cuerpo hicieron sonar la
alarma. Tenemos que bajar deprisa al Nivel 4. Seguidme.

Catherine no esperó a que la ignoraran, sino que se apresuró hacia el final


de la habitación. Ahí había una puerta que Mac no había advertido,
escondida tras lo que parecía un antiguo aparato de resonancia magnética,
completamente diferente al resto de los nuevos portátiles.

Salieron a un corredor largo y apenas iluminado.

—Esa habitación es esencialmente un almacén para el equipo que necesita


reparación, reciclarse o descartarse. Nadie entra excepto los tipos de
tecnología con un horario. Estamos en una parte de la instalación utilizada
para el mantenimiento. Está fuera del sistema de cámaras de vigilancia.
Deberíamos estar bien hasta que lleguemos al Nivel 4. Y ruega que exista.
—Ella estaba jadeando mientras hablaba. Mac la dejó llevar la delantera.
Él tenía memorizada la disposición de las instalaciones pero estaban fuera
de los planos.

Otra vez más, ella estaba salvando sus culos.

El corredor tenía unos trescientos metros y al final había un ascensor —por


su tamaño, era un ascensor de carga. Corrieron hacia él y Catherine pasó la
tarjeta de Lee. Entraron en el ascensor y ella la volvió a pasar. Solo había
tres botones, pero cuando pasó la tarjeta apareció un gran cuatro en la
pantalla. Ella presionó la pantalla y cayeron.

Nick se las había arreglado para meter un grupo de Hormigas en el


ascensor y se aferraron al techo. Mac observó el portátil y vio a los cinco a
vista de pájaro.

Las puertas se abrieron en un amplio y brillante vestíbulo.

Una alarma sonó, un gran sonido de sirena, ululando cada dos segundos.

Mierda.

Catherine miró a Nick.

—Lo siento. No sé qué hacer ahora. Nick, ¿podemos utilizar las Hormigas
para comprobar las habitaciones?

Él ya estaba desplegando y las criaturas casi invisibles estaban


dispersándose, trepando por las paredes, mirando en cada habitación. Ellos
observaron la pantalla que mostraba habitación tras habitación.

Catherine le puso la mano en el brazo mientras observaba y Mac sintió el


calor, la esperanza y el miedo en igual medida entrando en su sistema
nervioso. Con el Capitán en sus brazos no podía cubrir la mano de ella por
lo que se inclinó y besó la parte de arriba de su cabeza.
—¡Esperad! tienen respaldo. —Ella todavía tenía la mano en su brazo y
pudo sentir una sacudida de excitación en su sistema nervioso y no había
manera de decir si provenía de él o de ella—. ¡Aquí! —Señaló. Una
habitación con poca luz que tenía tres camas. Tres cuerpos enganchados a
la maquinaria.

En el exterior de la puerta había un corredor apenas iluminado. Mientras


miraban, dos personas, un hombre y una mujer, ambos vistiendo batas de
laboratorio salieron de una habitación. Dos guardias salieron corriendo de
una esquina.

Jon ya estaba cogiendo una granada de aturdimiento de la mochila de su


espalda.

—Date la vuelta, cierra los ojos y abre la boca. —Le dijo urgentemente
Mac a Catherine. Nick y Jon ya se habían puesto sus protectores en las
orejas y le dieron unos a Catherine. Mac colocó suavemente al Capitán
sobre el hombro a la manera de un bombero y se puso los suyos. Le hizo
una señal con la cabeza a Jon.

—¡Granada lanzada! —susurró Jon, se asomó por la esquina y lanzó la lata


corredor abajo.

La luz explotó en el corredor acompañada por un estallido sónico que era


casi doloroso en su intensidad incluso a través de los dispositivos
amortiguadores.

La imagen regular que las pocas Hormigas que les habían seguido
mostraban, era la de los dos técnicos de laboratorio en el suelo, en posición
fetal con las manos tapándose las orejas. Dos centinelas corrían por el
pasillo. Nick comprobó el portátil, salió y los derribó con un disparo a
cada uno. La pantalla los mostró caídos, muertos.

—¡Vamos, vamos, vamos! —gritó y corrieron al pasillo.


Catherine corrió hacia la habitación, miró en su interior, entonces lo miró a
él.

Mac se tensó. Su mirada era triste, solemne.

Eso era malo.

Entraron rápidamente en la habitación y se detuvieron en el umbral.

Era muy malo.

Romero, Lundquist y Pelton estaban en tres camas. Si Mac no hubiera


visto las líneas de colores que se movían irregularmente en las máquinas
cerca de cada cama y oído los suaves pitidos, hubiera estado convencido
que estaban muertos.

Teñían peor aspecto que el Capitán. Más delgados, en peor estado. Las
cirugías habían sido más intensas, probablemente las drogas que les había
proporcionado eran más fuertes.

Ellos eran muy fuertes, unos jóvenes hombres resistentes. La clase de


hombres que los malditos locos adoraban arruinar. Estaban comatosos, sus
caras hundidas casi parecían máscaras mortuorias. Manchas azul oscuro
mostraban donde las intravenosas habían sido utilizadas durante un largo
período de tiempo.

Cada hombre estaba desnudo, sin siquiera la dignidad de una sábana de


hospital, despatarrados como si fueran un sacrificio humano, lo que era
cierto ya que ellos eran sacrificios. Para alguien codicioso.

Los tres hombres, jóvenes, valientes y bravos —los mejores en el mundo


— parecían prisioneros de guerra en un salvaje campo de prisioneros. Y
sin embrago estaban aquí… en Silicon Valley en los buenos y viejos
Estados Unidos de América.
Mac nunca iba a la batalla rabioso. Rabia, ira, venganza… todas eran
emociones que no podía permitirse. No podías ir al combate con
emociones porque te cegaban. Eran desventajas y eran peligrosas. Por lo
que se aseguraba bien de limpiarse de cualquier emoción antes de empezar
una misión y cuando estaba operacional era todo razonamiento frio y claro
y firme planificación.

Eso fue todo lo que barrió ahora, mientras la pena por sus hombres le
inundaba. Pena porque hubieran sido llevados a eso. Claramente
torturados, atormentados, tratados como menos que animales por sus
propios compatriotas.

La rabia le llenó, una enorme e incontrolable ola que fue incapaz de


resistir. Sabía que estaba poniéndolos a todos en peligro, poniendo en
peligro a Catherine y al Capitán y no había nada que pudiera hacer.

Se detuvo y respiró una vez, dos veces. Nick y Jon también estaban
quietos como estatuas. A pesar de todos los combates que habían vivido,
todas las muertes en batalla que habían visto, en esta escena había algo
inherentemente maligno que los sorprendió. Como si hubieran sido
tocados por la mano del Diablo.

Catherine fue la primera en moverse. Sus manos eran rápidas y seguras


mientras suavemente empezaba a desconectar a los hombres de la
maquinaria. Ella estaba susurrando por lo bajo y después de un momento
Mac se dio cuenta de que estaba comprobando una lista de verificación, de
modo parecido a como él y sus hombres comprobaban el equipo justo
antes de ir a la batalla.

Por fin los hombres estuvieron desconectados, yaciendo inmóviles como


carne en el mostrador de un carnicero, apenas respiraban. Catherine los
miró apenada.

—Nick, Jon, envolvedlos en sábanas. Voy a hacer algo.


Ellos asintieron con la cabeza y empezaron a envolver sábanas alrededor
de los torsos desnudos de sus camaradas caídos. Apenas habían terminado
y estaban levantándolos cuando otra alarma sonó, aguda y más urgente que
la anterior.

Catherine corrió de regreso a la habitación.

—¿Qué es esa alarma? —Preguntó Mac.

—He pulsado la alarma de incendios y esa es la señal de evacuación.


Todas las puertas exteriores ahora están abiertas. Vamos.

Lee salió de la limusina, pensando que podría pasar por la sala de


descanso. A esta hora de la noche, estaría vacía.

Millon trataba bien a sus empleados. Había una máquina Nespresso que
hacía un café divino, había cestas con hojas de té chino y una gran
selección de infusiones de hierbas.

Las sillas eran cómodas y el personal mantenía el lugar muy limpio y


ordenado. Todo en uno, pensó Lee, se merecía una buena taza de té.
Revisaría sus notas mientras tanto y tal vez incluso meditaría. Llegaba
temprano.

Tenía ganas de esto, en todos los sentidos. El Paciente Nueve y sus


cofrades habían probado ser los más entrometidos. Considerándolo todo,
iba a ser un placer segar a Nueve y a los otros. Aunque era un científico y
no creía en algo tan arbitrario como la suerte, sentía que el programa
seguiría su curso de ritmo normal una vez que esos hombres estuvieran
fuera del camino y él pudiera investigar en más pacientes ordinarios.

Nueve y sus hombres eran atípicos, en cada sentido de la palabra.

Salió del vehículo y le indicó al conductor que se fuera, observando


desaparecer las luces traseras de la vista.
Lee sabía que los terrenos eran patrullados por agentes de seguridad, pero
por el momento era como si estuviera solo en toda la instalación. Incluso
en el estado de California.

Estaban cerca. Lee podía sentirlo. Una vez que sus atípicos se fueran,
estaba seguro de podría empezar a llevar el programa a una conclusión
satisfactoria. Otros seis meses de pruebas —o más bien teniendo a ese
imbécil de Flynn probando el programa— y estaría preparado.

Por eso, el año siguiente estaría en Beijing como subsecretario del


Ministro de Ciencia. O tal vez del Ministro de Defensa. Un miembro de
honor de los altos consejos de su país, un hombre que había sido
fundamental en la formación del futuro de su país. Un hombre que había
sido fiel a su país a través de un largo, solitario y amargo exilio.

Ah, pero el sabor del triunfo sería de lo más dulce por haber esperado. Aún
era joven, ni siquiera había llegado a los cuarenta. Había entregado la
vacuna contra el cáncer. Los miembros del Politburó estaban recibiendo la
mejor atención médica que el mundo podía ofrecer.

Él podría vivir hasta los ochenta vigorosos años, incluso hasta los noventa.
Otros cuarenta o cincuenta años de poder en la cúspide del país más
poderoso del mundo para mirar hacia delante.

Hizo una inspiración profunda y miró hacia el oeste. Estaba tierra adentro,
por supuesto. Pero cincuenta kilómetros le llevarían hasta el Pacífico. Casi
podía sentir su patria llamándolo a través de la amplia masa de agua. La
civilización más grande que la humanidad había conocido, triunfante una
vez más.

Gracias a él, Charles Lee.

Sonrió y fue a coger su pase de seguridad, frunciendo el ceño. Qué raro, no


estaba en el bolsillo de sus pantalones, como solía estar. Descubrió
mientras rebuscaba, que tampoco estaba en ningún otro bolsillo. Ni en su
maletín.

El estrés se estaba apoderando de él y estaba muy orgulloso de que la


principal fuente de su estrés —además de ese imbécil de Flynn— fuera a
ser eliminada esa noche. Él nunca había olvidado un documento
importante o extraviado su pase de seguridad.

Bueno, había una alternativa.

El equipo de seguridad estaba preparado para este tipo de contingencias. Él


y otros diez también tenían asignado un código especial, en caso de que no
tuvieran su pase o estuviera roto y tuviera que ser remplazado. Introdujo el
código.

En su cabeza ya estaba en la sala de descanso, preparando tranquilamente


su té, asentando su espíritu atribulado, por lo que al principio no entendió
lo que pasaba.

La puerta no se abría. Lee volvió a pulsar el código y la alarma de


incendios sonó desde los altavoces exteriores, dando la señal para evacuar
y la puerta se abrió. Sabía por qué la puerta no se había abierto al
principio, por qué la alarma estaba sonando y quién la había pulsado. El
sistema ya había registrado su entrada y no había registrado su salida. Él
estaba siendo tomado por un intruso. Alguien se había registrado
utilizando su pase de seguridad. Y tenía una buena idea de quién era.

La misma persona que conectó la alarma de incendios.

Catherine Young.

Estaba aquí.

¡Cristo! Cuatro hombres casi muertos y tres hombres para llevarlos. Nick y
Jon ya estaban desmontando una cama para improvisar una angarilla para
ser llevada por dos hombres, cada uno llevando también a un hombre. Iba
a ser difícil e iban a ser presa fácil, pero no era cuestión de dejar a sus
compañeros detrás. No iban a morir como ratas en un laboratorio.

Catherine se quedó quieta durante un segundo con el ceño fruncido,


claramente desconcertada por algo y Mac casi se puso de rodillas en una
explosión de amor por ella. Cualquier otra mujer en el mundo estaría
gritando de pánico o corriendo por todas partes utilizando su energía en
cosas inútiles, pero no su mujer. No, ella estaba pensando.

—Mac —dijo urgentemente—, necesitamos llevar a estos hombres a un


punto de salida. ¿Podéis llevarlos unos quinientos metros?

—Seguro. Dinos donde está el punto de salida y lo haremos. Sal de aquí


rápidamente. Atravesamos los puestos de los centinelas en nuestros
simulacros. Si sales por el lado oeste deberías estar bien. Nos
encontraremos en el helicóptero. Si no lo logramos, hay un kit con equipo
de supervivencia cerca del asiento del piloto. Hay diez mil dólares en
efectivo, cógelo y vete…

Ella estaba sorprendida, con la boca abierta y los ojos como platos.
Después enfadada con los ojos entrecerrados.

—¿Qué pasa contigo? Hemos pasado antes por esto y ¿todavía quieres que
te deje? No puedo creer que dijeras eso. De vuelta a casa pagarás por este
comentario, Thomas McEnroe. Nick, Jon, ya que ninguno de vosotros
parece ser estúpido, seguidme.

Se movieron tan rápidamente como pudieron, Mac llevando al Capitán


sobre el hombro y sosteniendo un lado de la manta con Lundquist en ella,
mientras Jon sostenía el otro y llevaba a Romero sobre el hombro. Nick
tenía a Pelton sobre el hombro y comprobaba su pantalla.

Seguían a Catherine ciegamente. Después de su explosión no le había


mirado. Incluso su espalda, hermosa como era, se veía furiosa.

—Regla Número Uno, idiota. —Murmuró Jon por la esquina de la boca—.


No cabrees a tu amada.

—¿Qué coño sabrás tú de amadas? —Contestó Mac—. Tu record es cuatro


noches seguidas.

Él lo arreglaría con ella, si sobrevivían. No eran capaces ir a la carrera y


llevar a los hombres, eso quería decir que no podían reducir su perfil. Los
hombres que estaban rescatando no tenían chaleco antibalas. Serían unos
objetivos muy grandes. Y el helicóptero estaba preparado para cinco
personas, no ocho. No podría despegar.

No estaban haciendo un buen tiempo. Mac estimó que estaban a unos


buenos quince minutos del helicóptero, sin contar el hecho de que tendrían
que salir pitando a través de la barrera de microondas.

En quince minutos más podían pasar un montón de cosas. Un montón de


cosas fatales.

Mac trató de ir a ese lugar frío en su interior que era su fortaleza en la


batalla. Solía llevarse a sí mismo fuera de la ecuación, como si fuera un
Cylon, un robot. Una masa de carne y huesos, sí, pero un compendio de
estrategias de batalla, líneas de fuego, el ballet mortífero de la batalla.

No pudo encontrar ese lugar, aunque lo buscó frenéticamente. Era el líder


de un equipo y ahora no solo Nick y Jon dependían de su capacidad de
sangre fría para formular estrategias, sino también el Capitán, Lundquist,
Romero y Pelton. Por no mencionar a Catherine. Si iban a salir de esto con
vida, él tenía que ser un soldado, no un hombre.

Pero alguien que le recordaba cada paso del camino que era un hombre,
con debilidades humanas, estaba corriendo delante de él. Catherine.
Ella estaba enredándole la cabeza. Estaba enredando su habilidad de
distanciarse de la situación y pensar fría y claramente.

En una misión, en un combate, Mac hacía todo lo que podía para proteger
a sus hombres pero, siempre, la misión era lo primero. Todos eran
soldados, todos conocían el precio a pagar y todos lo aceptaban. Algunos
de ellos podrían no regresar a la base, pero mientras la misión fuera un
éxito, era aceptable.

Perder a Catherine no era aceptable. No era una opción.

El miedo por ella freía sus circuitos, le hacía más lento. Estaba operando
bajo una presión tan intensa que casi le hacía partirse. Amar a Catherine le
hacía mejor hombre pero peor soldado y ella necesitaba ahora al soldado,
no al hombre.

—¡Adelante! —Catherine se dio la vuelta jadeando y Mac vio el miedo en


su cara y otro enorme impulso de amor le recorrió. Ella estaba aterrorizada
pero estaba trabajando en ello. No les frenaba, en absoluto. Los ayudaba
con cada fibra de su ser, a pesar del miedo.

Esta mujer se merecía su mejor esfuerzo. Iba a sacarla de esto porque ella
era la misión más importante de su vida.

—¿Qué hay, cariño?

Estaban casi en un cruce. Catherine se había detenido con un pequeño


puño en alto y todos se detuvieron, también. Ella estaba sin aliento, su
pecho se hinchaba y deshinchaba, pero lo ignoró girándose hacia Nick.

—¿Hay alguien en el corredor de la derecha? —Jadeó.

El techo onduló. Nick estaba dirigiendo lo que quedaba de sus Hormigas


hacia la derecha.
—No tengo una imagen completamente clara —murmuró—. Pero el
corredor está vacío. Excepto por una pieza de maquinaria.

Ella cogió la pantalla, sonrió y dio un pequeño grito jadeante, se estiró y


besó a Mac en la boca. Mac sonrió, porque simplemente no podía no
sonreír a Catherine y porque estaba perdonado.

—No podéis verlo desde aquí pero es un cochecito eléctrico. Si estás


seguro de que la costa está despejada, podemos cargar a Ward y a los otros
hombres en él y si cronometramos bien las cosas, podemos ir con él hasta
el helo.

Nick dio un grito de alegría, totalmente no-Nick, se inclinó y le dio un


beso a Catherine. Un gran y sonoro beso en la boca.

—¡Hey! —Mac frunció el ceño.

—Solo estaba agradeciéndoselo a la jefa, jefe —dijo Nick concentrado en


su pantalla. La imagen era borrosa, con secciones de estática—. Estamos
listos para… ¡vamos!

Dieron la vuelta a la esquina corriendo y pasillo abajo hasta el cochecito.


Era utilizado como transporte de equipo pero también podía transportar
gente. Dejaron a los hombres en la parte trasera, amontonados como leña.
Mac sacó una pequeña bola de tela, la abrió y la puso rápidamente sobre el
Capitán y sus compañeros. Una manta refractaria. No era perfecto pero les
debería proteger de las imágenes infrarrojas.

—Jon, coge el volante, Nick cubre la parte posterior. —Ordenó Mac y


tomaron un perímetro defensivo. Nick y Mac estaban espalda contra
espalda. Mac estaba de cara al frente, detrás Jon y Catherine.

Jon encendió el cochecito y rodaron por el pasillo.

La alarma cambió de nuevo de tono, mucho más alto y estridente.


—Segundo aviso de evacuación —dijo Catherine.

Eso era una buena noticia. Más confusión, gente legitimada corriendo por
ahí. Los guardas de seguridad dudarían antes de disparar. Mac y sus
hombres no. Después de ver al Capitán y al resto de sus compañeros,
cualquiera de esta instalación era un blanco legítimo y se dispararía al
verlo.

Otra intersección. Catherine se inclinó hacia Jon y murmuró algo. Jon no


aminoró la velocidad pero giró hacia la izquierda. A lo lejos había una
larga rampa y en la parte superior un conjunto de grandes puertas
metálicas dobles.

—¡Jon! —Gritó Mac—. ¿Puedes hacer que esta mierda vaya más rápido?

—Solo hay una manera de saberlo —dijo Jon sombríamente,


incrementando gradualmente la velocidad. Mientras el cochecito hacía la
transición desde el corredor horizontal hasta el principio de la rampa, las
puertas empezaron a abrirse. Vieron el aterciopelado cielo nocturno.

—Visión nocturna, chicos —dijo Mac, mientras conectaba la suya. El


enemigo también podía tener visión nocturna. No importaba. Mac sentía
sus ánimos elevarse mientras rodaban hacia la noche. Atrapados en un
edificio con el que no estaban familiarizados, él se sentía arrinconado, pero
ahora estaban en el mismo terreno y por muchos guardias que Millon
empleara y fuera capaz de desplegar, no eran rivales para él y sus hombres.

Podrían enfrentarse a cien. ¿Y para defender a Catherine? A más de mil.

—Nick —dijo suavemente.

Nick saltó fuera del carro y empezó a correr. Mac se puso de lado,
cubriendo unos ciento ochenta grados del campo de tiro, luego se giró. Jon
estaba conduciendo con una mano, en la otra llevaba su arma.
—¿Mac? —Catherine giró la cara hacia él. Él no se atrevió a mirarla
directamente pero tenía buena visión periférica y podía ver palidecer su
hermosa cara, parecía preocupada.

—No te preocupes, cariño. Nick va a proporcionar distracción en el otro


lado del edificio. Nos alcanzará.

—De acuerdo. —Su cara se despejó y volvió la vista al frente.

Ella confiaba en él. Confiaba en ellos.

No iba a decepcionarla.

Las luces estaban por toda la instalación, brillantes focos iluminaban


partes del suelo como si fuera de día, dejando conos de oscuridad. Las
luces habían sido diseñadas por arquitectos, no obstante, para embellecer
no por seguridad. Si Mac hubiera diseñado el sistema de luces se habría
asegurado que todo el lugar estuviera iluminado como un maldito árbol de
Navidad en una emergencia.

Jon y él estaban preparados, pero Catherine se encogió ante el sonido de


una enorme explosión. No podían ver el fuego y la destrucción, solo vieron
el humo ondulando sobre los tejados, pero por el ruido y la medida de la
nube, Nick había hecho un buen trabajo.

Jon estaba conduciendo a máxima velocidad. No rápido pero más


rápidamente de lo que podrían haber corrido llevando el peso muerto de
los heridos. Rebotaron sobre un montículo, aterrizando con un ruido sordo.
El Capitán se agitó, abrió los ojos y después los cerró.

La visión nocturna mostraba todo un llano campo verde pero Mac conocía
las distancias, sabía que la barrera de microondas estaba a cien metros del
exterior. Podía ver a Nick a cincuenta metros a su derecha corriendo a
tope, dirigiéndose derecho hacia la barrera de microondas.
Había hombres corriendo en la distancia, pero hacia la explosión, sin
prestarles atención a ellos. En algún lugar, un guardia estaba
observándoles en su campo de infrarrojos, pero tan lejos que información
todavía no lo había filtrado.

Mac tocó su auricular.

—Granada —dijo—. Catherine cúbrete la cabeza.

Ella se inclinó hacia delante con los brazos sobre la cabeza.

—Sí —Nick no sonaba sin aliento. Todos ellos seguían con la preparación
en el exilio. En todo caso habían intensificado su entrenamiento diario.
Tener a todo el gobierno de los Estados Unidos y a los militares cazándote
te mantenía alerta—. Ahora.

El brazo de Nick se elevó, lanzando una granada precisamente a donde el


cochecito se dirigía. Detonó al impactar, arrancando seis de los vasos,
interrumpiendo la transmisión de los rayos de microondas.

Nubes de tierra se elevaron sobre el cochecito junto con fragmentos de la


dura cerámica. Todo rebotó sobre sus trajes y la manta refractaria sin
causar daños.

Jon condujo directamente a través de lo que una vez había sido una
mortífera cerca de microondas, el cochecito rebotó fuertemente por el
terreno desigual. La manta de camuflaje se soltó, se elevó, voló lejos.

¡Mierda! Ahora eran visibles para los guardias con escáneres.

Un grito y cinco hombres salieron y empezaron a correr hacia ellos.

—¡Pillados! —Gritó Jon, mirando por el retrovisor del lado del carro—.
¡Agarraos fuerte!
Empezó una serie de maniobras evasivas mientras más nubes de tierra se
elevaban por las balas. Ahora era un juego de números. El número de
minutos indicaba el número de tiradores. Nick estaba detrás de ellos, ahora
a su paso…se subió a bordo, pasando por encima de los enfermos hasta
llegar a su posición de centinela. En un segundo, tenía su rifle sobre el
hombro y estaban de nuevo espalda contra espalda, cubriendo trescientos
sesenta grados.

—¡Drone! —Ladró Mac—. ¿Perímetro exterior?

Nick tenía su pantalla ajustada a holograma, la puso al lado para que


ambos pudieran mirar. Había tres puntos rojos corriendo hacia delante,
hacia los otros guardias del perímetro. Joder, esto era exactamente para lo
que los guardas estaban entrenados. Prevenir una huida.

Nick envió una copia del holograma hasta la parte delantera del carro para
que Jon y Catherine pudieran verla. Cuatro minutos para salir.

Los infrarrojos mostraban puntos convergiendo sobre ellos, a unos cien


metros de distancia.

—¡No pueden ver el helo, están viniendo a por nosotros! —Gritó Jon.

Necesitaban alcanzar el helicóptero y salir pitando. Una vez que estuvieran


en el aire, podrían respirar tranquilos. Hasta entonces, eran blancos y
superados en número. Y Catherine estaba con ellos.

Estaba quieta, se agarraba fuertemente de la barra frente a ella, su hermosa


cara era firme, no decía nada. No quería distraerlos.

Tres minutos para salir.

Los puntos estaban corriendo más deprisa hacia ellos, con las armas en
alto, a setenta metros. Cargaban sus rifles en una carrera desesperada. Mac
cargó su propio rifle, apuntó, se puso en pie contrarrestando el bamboleo
del vehículo, esperando… ¡allí estaba! Un momento de estabilidad.
Respiró hondo y a mitad de la respiración apretó el gatillo. Uno abajo.
Otro momento de estabilidad y el otro cayó. Se giró y el tercero estaba
fuera.

Dos minutos para salir.

Los tres guardias debían haber dado sus coordenadas. Ahora todo el
complejo sabría que un carro de Millon lleno de hombres armados estaba
protagonizando una fuga. Nick cargó su rifle y un hombre detrás de ellos,
que estaba hablando por un micrófono que llevaba en el hombro, cayó.

Un minuto para salir.

Estaban cerca del helo, aunque no podían verlo. Eso iba a ser difícil.
Puntos rojos estaban convergiendo sobre ellos desde todos los puntos del
perímetro.

Mac se tocó la oreja, hacia todo el equipo.

—Catherine, quita la lona de camuflaje del helo. Nick y yo vigilaremos.


Jon, carga al Capitán y a los hombres. Tenemos una ventana de casi un
minuto y medio para despegar.

La idea no expresada era… si podemos despegar. El helo estaba


clasificado para la velocidad y la invisibilidad, no era un caballo de carga.
Era una pieza elegante de tecnología pero tenía sus límites y llevar siete
personas era definitivamente uno de ellos. Lo único que les podría salvar
era que los hombres enfermos estaban muy esqueléticos. Juntos, los cuatro
hombres pesaban tanto como dos.

El helo simplemente tenía que estar a la altura.

Mac rápidamente recorrió escenarios alternativos por su mente por si se


estrellaban en algún lugar entre aquí y Haven. Podían robar una furgoneta,
subir la montaña…

¡Habían llegado! El cochecito se detuvo, balanceándose un poco.


Catherine salió rápidamente y eficientemente empezó a quitar la lona de
camuflaje. Jon estaba cargando al Capitán y a los hombres. Catherine
había terminado y había trepado arriba para ayudar a posicionar a los
hombres inconscientes y atarlos para cuando despegaran.

Cuatro hombres estaban corriendo hacia ellos, disparando. Mac sintió un


dolor agudo en su costado y lo ignoró. El chaleco antibalas se haría cargo
de eso. Tendría una costilla magullada pero eso sería todo. Le dio al hijo
de puta y al hombre próximo a él. Nick se encargó de los otros dos.

Jon estaba en el asiento del copiloto, poniendo en marcha el motor.

—¡Vamos, vamos, vamos! —Gritó.

Mac se agarró del puntal y se impulsó hacia arriba con una mueca de
dolor. Joder, el costado dolía mucho. El helo empezó a elevarse, al
principio lentamente. Nick llevaba su arnés y estaba colgando fuera de la
puerta abierta, lanzando disparos de contención. Otra luz brillante y otro
hombre cayó.

Algo crujió y saltó.

¡Joder! ¡Eso fue un aturdidor! A gran altura, les hubiera hecho caer como
ganado.

Una bala rebotó inofensivamente en el patín. Ahora apenas serían visibles


para los hombres del suelo e invisibles para el escáner.

Con la nariz hacia abajo, el helo se elevó en el aire, ahora más allá del
alcance de las balas y los aturdidores. Mac miró hacia las pálidas caras
verdes, las armas apuntando en todas las direcciones mientras los guardias
les perdían, incapaces de seguirles por el sonido, el radar y los infrarrojos.
El helo viró hacia el norte, ganado velocidad con cada segundo que
pasaba. Se dirigían a casa.

Mac soltó un suspiro de alivio. Nick estaba soltándose del arnés, mirando
atrás hacia la pequeña plataforma. Sus ojos se abrieron como platos.

Mac se dio la vuelta con el arma al hombro, preparado para eliminar a


cualquiera que hubiera saltado a bordo en el último segundo pero no había
nadie.

Excepto… una figura pálida caída sobre los cuerpos de sus compañeros.

Catherine.

Muerta.

Lee atravesó el corredor a grandes zancadas, escuchando como se


apagaban los sonidos de los guardias. Había habido un robo, un coche de
equipo había logrado abandonar el recinto y lo habían abandonado cerca
del perímetro exterior.

Nadie tenía ni idea de quién iba dentro.

Lee lo sabía, o lo sospechaba. Los dos hombres de la entrada, que


controlaban las videocámaras, juraban que nada raro había ocurrido, pero
Lee sabía que alguien había venido a por el Paciente Nueve.

El Paciente Nueve era la llave. Alguien lo sabía y alguien le había robado


un año de su trabajo y quizá su futuro.

Entró en la habitación, alertado por la luz roja que parpadeaba sobre la


puerta.

Nueve se había ido. Lo habían desconectado de la máquina, no lo habían


arrancado de ella. Había sido desconectado por alguna persona que sabía
lo que estaba haciendo.

Oh, sí. Catherine Young.

Introdujo el código de seguridad en la entrada.

—¿Quién ha entrado en el recinto esta noche, además de quienes estaban


en el listado?

Hubo una pausa, después uno de los guardias respondió.

—Ah, doctor Benson, señor. Entró a las 3:17 A.M.

—Su número de contacto de emergencia está en la lista. Llámale y dime


dónde está.

—Ah, señor, él no está…

—¡Ahora!

—Sí señor.

La línea se quedó abierta y Lee escuchó como el guardia llamaba a Benson


y le preguntaba dónde estaba. No escuchó la respuesta de Benson pero sí
sabía dónde no estaba. En Millon.

—Señor. —El guardia sonó confundido—. El doctor Benson no se


encuentra aquí. Está en Boston, visitando a su madre enferma.

Lee cerró los ojos y luego volvió a abrirlos.

El guardia estaba gritándole al oído pero no prestó atención.

—Dile a seguridad que se retiren del coche y envía un equipo de técnicos


para recoger pruebas forenses. Si hay alguna molécula de ADN o material
extraño, lo quiero.

—Sí señor.

A pesar del alboroto de las sirenas, Lee hizo despacio el descenso al Nivel
4. El edificio estaba desierto, el protocolo de evacuación había sido
seguido al pie de la letra.

En la entrada del Nivel 4, las sirenas cesaron repentinamente. Seguridad


estaría haciendo un barrido de las plantas superiores, recogiendo pruebas,
interrogando a los empleados del turno de noche. No bajarían allí; el Nivel
4 era secreto.

Lee caminó a la entrada de la puerta donde los Pacientes Veintisiete,


Veintiocho y Veintinueve habían estado. Habían estado en coma, y ahora
habían desaparecido. Ninguna persona podía llevarse cuatro hombres.

Así que esto había sido un asalto organizado. ¿Podía haberlo organizado
Catherine Young?

Nada de lo que él sabía de ella sugería que pudiera hacer algo así. Era una
investigadora brillante, una gran científica, pero no era una líder. Su
personalidad era tranquila y retraída. Pero el hecho era que había
desaparecido y que su laboratorio había sido asaltado.

Si Catherine tenía algo que ver con esto, iba a cazarla aunque fuera en el
fin del mundo.

Mientras tanto, no iba a detenerse. De hecho, había encontrado algo muy


interesante en el escaneo cerebral de Young.

Algo que podía utilizar, algo que podía desarrollar.

Esto era un contratiempo, nada más.


Nueve y el resto de pacientes estaban muy cercanos a la muerte. Le habían
privado de su tejido cerebral, eso era todo.

Sin embargo, se estaba acercando a meta.

Nadie podría detenerle.

—¡No! —gritó Mac, puro pánico hormigueaba por su cuerpo. Un terror y


un miedo cegador y paralizante.

Se puso de rodillas, acercando a Catherine a él. Ella estaba completamente


floja con la mirada vacía de la muerte.

¡No!

—¡Un botiquín! —gritó justo cuando Nick lo metía entre sus manos.

Mientras se apresuraba para encontrar las placas desfibriladoras,


conectarlas a la pequeña batería, desabrochar el cierre de seguridad del
chaleco antibalas de Catherine, abrir la camisa de debajo y pegar las placas
en su blanca, blanca piel, ignoró por completo el hecho de que tocarla era
como tocar algo inerte… muerto.

¡No!

Cada vez que había tocado a Catherine su piel le había cantado. La vida
pulsaba en ella, tocarla era como tocar la vida misma. Calidez y energía
viajaban a través de él al mínimo contacto. Podía sentir su corazón
palpitando, la espiral de emociones que era Catherine, la dulzura y la luz
que eran únicas en ella.

Tocarla había sido pura magia, siempre, un toque que le devolvía a la vida
también.

No como ahora, donde no había nada bajo sus dedos excepto un vacío frío.
Encendió el interruptor con dedos sudorosos. La espalda de ella se arqueó
por un segundo en el que pensó ¡Está volviendo conmigo! Pero era nada.
Era la corriente eléctrica recorriendo sus músculos, contrayéndolos
artificialmente. Presionó la corriente otra vez y la espalda de ella volvió a
arquearse nuevamente, alto, para caer hacia atrás sin vida.

Había un fuerte ruido en la cabina y le llevó un momento comprender que


era él, gritándole ¡vive, maldita sea, vive!

Otra descarga y ella volvió a arquearse y caer hacia atrás. Mac puso sus
manos sobre el pecho de Catherine, algo que había hecho cientos de veces
en los días pasados y todas las veces había sido como si la piel de ella lo
besara. Calidez y bienvenida se deslizaba dentro de él en latidos de miel y
se había hecho adicto a ese sentimiento. Siempre, siempre… excepto
ahora.

Ahora no había nada bajo sus manos excepto vacío.

¡No!

No sabía si había gritado en voz alta o sólo en su mente. No importaba.


Arrancó las pegatinas y empezó con la estimulación de su corazón
manualmente, la piel seguía sin vida bajo sus manos pero no le importó
porque iba a traerla de vuelta a la vida él mismo, iba a vivir a través de sus
manos al igual que él vivía a través de las de ella.

La mano izquierda sobre el pecho de ella, la palma de la mano derecha


sobre el dorso de la izquierda, presionando al menos cinco centímetros de
profundidad, cien compresiones por minuto. Su entrenamiento se notaba y
golpeaba el pecho de Catherine con fuerza, rítmicamente, sin cesar,
contando las compresiones como un canto, una y otra vez. El sudor se
deslizaba por su pecho y sus manos, blancas por la presión, y no podía
rendirse, no podía rendirse…
—Jefe. —Nick le había puesto una mano en el hombro—. Se ha ido. Lo
siento. Vi el aturdidor. Vi esa maravilla, era verde, lista para matar. Ella
recibió la corriente asesina. Lo siento, jefe.

Mac no estaba escuchando, apenas podía oírle. Había un ruido en sus


oídos, la interferencia del pánico como la visión túnel y sólo existían sus
manos sobre el corazón de Catherine y el corazón de Catherine en silencio
bajo ellas, y nada más en el mundo entero.

Recitó los números, en alto, así no tendría que escuchar a Nick. No quería
oírle, no quería escuchar a nadie, no quería nada ni a nadie, todo lo que
quería era sentir el corazón de Catherine latiendo bajo sus manos y se iba a
quedar allí cientos de años si tenía que hacerlo, justo así, deseando que ella
volviera a la vida.

Inyectando su propia vida dentro de ella, porque él no podía vivir sin


Catherine. Todo lo que era, todos sus pensamientos, sueños y miedos,
estaban todos allí entre sus manos, sus manos que seguían haciendo latir su
corazón por ella. Haría eso. Lo haría para siempre, su corazón latiría por el
de ella, haría cualquier cosa, absolutamente cualquier cosa. Todo lo que
era, todos sus pensamientos, sus sueños y miedos, todo estaba allí en sus
manos, sus manos estaba bombeando su corazón por ella. Haría eso. Lo
haría para siempre, su corazón latiría por el de ella, haría cualquier cosa,
cualquier cosa, lo que fuera…

Las lágrimas se mezclaban con el sudor y caían sobre el pecho de


Catherine. Le escocían los ojos pero no se le ocurría secárselos, ni la frente
tampoco, porque Catherine necesitaba sus manos, le necesitaba a él para
que su corazón latiera.

—Jefe…

Nick habló de nuevo, había una nota de pena en su voz.


Mac se encogió de hombros para sacudirse la mano. Lo habría ahuyentado
de haber podido, pero no podía dejar a Catherine, ni por un instante porque
él era ella. Tenía las manos profundamente dentro de ella, bajo su piel, a
través de los huesos y los músculos, buscando su corazón, bombeando
calor en su interior…

Sus manos agarraban su corazón, lo exprimía directamente de alguna


manera, a pesar de que seguía comprimiendo su pecho a 100 pulsaciones
por minuto, estable, estable… y más adelante, tocaba su corazón, lo tocaba
con todo su ser, y si hubiera podido le habría dado su propia vida pero no
podía, sólo podía trabajar con sus manos sobre el pecho de ella, 100
compresiones por minuto.

Cantaba, trabajaba y sudaba, frenético y aterrorizado.

—TELL quince minutos —anunció Jon, pero Mac no escuchaba.

No quería escuchar. Quería quedarse allí para siempre con las palmas de
las manos sobre el corazón de su amada, porque mientras las tuviera allí no
tendría que dejarla marchar, no tendría que despedirse…

—Mac… —dijo Nick en voz baja. Era la primera vez que Nick le llamaba
por su nombre. Mac lo miró y vio lágrimas en los ojos de Nick. No sabía
que Nick podía llorar.

—Ha muerto —susurró.

¡No!

No, no dejaría que ella… se fuera. Su mente rehuía pensar incluso en la


palabra muerta. Porque Catherine no podía estar muerta. Nada tendría
ningún sentido en todo el mundo si ella estaba muerta. Ella era en sí
misma vida y disfrute y ese corazón suyo, ese mágico corazón suyo…

Estaba latiendo.
¿Estaba alucinando? No podía sentir nada más bajo las palmas de las
manos que ese otro sentido, ese que le permitía sentir, tocar su corazón con
su mano fantasma y sentir la pulsación, una fuerte sacudida eléctrica.

La espalda de Catherine se arqueó de nuevo como si estuviera bajo las


placas pero no había placas. Ella se arqueó, tosió y volvió la cabeza.

—¡Jodido Cristo bendito! —aulló Nick, retrocediendo y levantando las


manos.

—¿Qué? —gritó Jon desde la cabina.

Nick estaba blanco.

—Ella está… Catherine está…

—¡Viva! —gritó Mac.

La levantó y la tomó entre sus brazos, estrechándola fuertemente y


llorando, sollozos grandes y salvajes, llorando con tanta fuerza que no
podía respirar pero no necesitaba aire, todo lo que necesitaba era a
Catherine, viva de nuevo entre sus brazos.

Algo rozó su cicatriz. Era la mano de ella. Su mano. Que le acarició una
vez, y cayó débilmente.

—Mac —le susurró ella, su voz era apenas audible sobre los desgarrados
sonidos que procedían del pecho de Mac—. Te quiero.

—¡Oh Dios! —Tenía tal nudo en la garganta que no podía hablar, no le


salían las palabras. Yo también te quiero, gritó en su mente, pero ella no
podía oírle.

Se dejó caer entre sus brazos desmayada.


Así se dirigieron hacia Haven, con Catherine estrechamente apretada entre
sus brazos, con sus manos sobre su espalda, sintiendo como le latía el
corazón. Su precioso, precioso corazón. Latiendo.

Dos semanas después.


Mount Blue

—¿Has comido? —le preguntó Mac ansioso, cerrando la puerta tras de sí.
Caminó a través de la habitación y se sentó en la mesa frente a ella.

Catherine debía haberle preguntado a él si había comido. Había perdido un


montón de peso en los días pasados. Al menos eso era lo que le parecía a
Catherine. Había estado en coma diez días y se había despertado hacía solo
cuatro días. Pat y Salvatore la habían mantenido hidratada, había tenido
conectada una sonda de alimentación y un gotero de glucosa, así que
cuando abrió los ojos, se había sentido… refrescada. Como si hubiera
dormido por mucho, mucho tiempo y ahora despertara.

Mac parecía una ruina humana. Estaba sentado a su lado cuando sus ojos
se abrieron y más tarde Stella le había dicho que él había dejado su lado
solo para ir al baño durante los diez días enteros.

No se había afeitado y apenas había comido y seguramente tampoco se


había duchado en esos diez días.

Cuando ella abrió los ojos y vio su rostro, con una barba que empezaba a
convertirse una tupida de hombre-de-montaña, los ojos enrojecidos,
nuevos huecos bajo sus mejillas y nuevas arrugas, sonrió, luego arrugó el
ceño ante las grandes y gruesas lágrimas que le caían a ambos lados de la
cara. Él las ignoró por completo y simplemente le sonrió y le dijo:

—Has vuelto —en una voz que se quebró.

Eso había roto su corazón abriéndolo de par en par y no se había cerrado


desde entonces.

Catherine había recuperado sus fuerzas rápidamente, no gracias a Mac, que


estaba en contra de que hiciera cualquier cosa más extenuante que levantar
el tenedor a la boca.
Estaba en su habitación y se había terminado alguno de los alimentos de
Stella que habían llegado en cantidades industriales. Habían llamado a
Mac porque en los días que había estado fuera de servicio habían sucedido
muchas cosas. Al principio, Catherine se lo había tenido que quitar de
encima con palanca y grúa, pero lentamente lo convencieron de que ella no
iba a morir si él desaparecía durante una hora o dos.

El punto era que ella se sentía genial.

Ella sabía, racionalmente, que había recibido una descarga letal y que su
corazón se había detenido. Sin embargo no podía recordar nada de ello. Lo
último que recordaba era que corrían al helo con cuatro hombres muy
enfermos a la espalda, que después se subieron y luego nada hasta que se
despertó en la enfermería de Haven.

Pero eso era un conocimiento teórico, no era un conocimiento que ella


contuviera en su corazón o en su cuerpo. Se sentía un poco débil y con la
cabeza un poco ligera pero eso era todo.

En este instante sentía algo más. Era demasiado pronto para decirlo y no
había test de embarazo en Haven, pero había un brillo inconfundible en su
interior. Una burbuja escondida de luz y alegría y los más débiles
tentáculos de la vida. Le hacían vibrar de placer.

Mac la miró entrecerrando los ojos.

—¿La comida está bien?

—Fabulosa —puso el plato frente a él—. Pruébala. Necesitas coger peso.


Estás horrible.

Él hizo un gesto de dolor.

—Nunca he sido guapo, cariño. Si eso es lo que quieres, estás con el chico
equivocado. Sin embargo, si encuentras a ese chico le partiré su bonita
cara a palos por lo que más te vale seguir conmigo.

Ella sonrió.

—Come.

Y él comió. Era la primera vez que ella lo veía comer con apetito desde
que había despertado. Se sentía bien. Él se sentía bien, ella lo sabía. Podía
sentir que él se sentía bien.

—¿Cómo está el capitán? ¿Y los hombres?

—Ellos están… estables. Pat y Salvatore dicen que se recuperarán con el


tiempo, pero será mucho y con mucha rehabilitación. Stella está cuidando
especialmente al Capitán. En algún momento seremos capaces de ponerle
al tanto y decidiremos qué hacer.

Eso hizo que ella se espabilara.

—Querréis limpiar vuestros nombres. Te tendieron una trampa. Podrás


salir a la luz pública cuando el Capitán testifique.

Él dejó de sonreír.

—Sí. En algún momento limpiaremos nuestros nombres. Con el Capitán y


el resto de hombres aquí, sin embargo parece menos prioritario. Llegaron
cinco personas nuevas a Haven la última semana. Tenemos que mejorar el
sistema de agua y Jon tiene planes para un centro comunitario. Creemos…
—Respiró profundamente y la miró a los ojos—.Creemos que nuestro
lugar está aquí. Pero no puedo tomar decisiones por ti. Eres una científica
con un billón de títulos. No creo que pueda pedirte que renuncies a tu
carrera de investigación para que te quedes con unos proscritos en un
campamento de alta tecnología fuera de la ley. Así que di la palabra y
empezaremos a pedir a las autoridades de los Estados Unidos una
revocación de nuestra condena en rebeldía.
Catherine estaba horrorizada.

—¡Oh, no!

Extendió la mano hacia la de él que se la estrechó inmediatamente. Esa


conexión instantánea, calidez y amor, sus dos manos unidas. El talento de
ella, su don, se estaba fortaleciendo como si el tiempo que pasaba en
Haven, la hubiera llevado a una nueva velocidad. Pero no había nada como
lo que compartía con Mac y con nadie más. Su vínculo era fuerte y
profundo y… ¿a tres bandas?

—No quiero que hagas nada por el estilo. Estamos construyendo algo aquí.
Algo importante. No puedo decirte por qué, pero lo creo con todo mi ser.
Lo que está pasando aquí no debe ser perturbado o roto. ¿No puedes
sentirlo también?

La comisura de la boca de Mac se elevó.

—No siento mucho más que cansancio durante estos días, pero sí —él
soltó un suspiro—. Quiero que nos quedemos aquí y sigamos
construyendo… lo que sea que estemos construyendo. Y quiero que lo
hagamos juntos.

—Sé de algo más que quiero que hagamos.

Catherine se deslizó de su asiento, rodeó la mesa y se sentó en el regazo de


Mac. Los ojos de él se abrieron con sorpresa pero sus brazos la rodearon
cuidadosamente.

Él había andado a su alrededor de puntillas desde que había despertado. La


había tratado como una muñeca de porcelana, como algo que podía
romperse si la abrazaba demasiado fuerte. Apenas la había besado desde
que había vuelto de la muerte. Si ella no le hubiera conocido, habría
pensado que había perdido su interés en ella. Pero no. Él se cernía sobre
ella constantemente, alimentándola, paseando con ella adonde fuera y la
habría lavado si ella no se hubiera opuesto enérgicamente.

Una cosa que él no había hecho era hacerle el amor y ella sentía esa
ausencia como un trozo de cristal cortando una arteria.

Él la abrazaba holgadamente. No como un amante, sino como alguien que


espera coger a uno que se cae.

Ella puso su nariz contra la piel de la nuca de él e inhaló. Le echaba tanto


de menos.

—Hazme el amor —susurró ella, y le mordió la oreja suavemente.

Él saltó. Ella se echó atrás para mirarlo a la cara. Parecía alarmado.

—¿Crees… qué dirá Pat?

—No necesito el permiso de Pat para hacerte el amor —ella inhaló de


nuevo, frotando sus pechos contra el de él—. Y respondiendo a tus
preguntas, sí, creo que puedo y sí creo que deberíamos.

—¡Oh, Dios! —Mac tembló, cerró los ojos y puso la frente sobre la de ella
—. Creo que aún sigo en estado de shock. Cuando creí que habías
muerto…

Se estremeció de nuevo.

—Bueno, no estoy muerta. —Catherine le mordisqueó la piel de la


mandíbula, recorriendo la barbilla. Sabía que él sentía la humedad de su
aliento sobre su boca. Tan cerca…

—Hombre. Sexo. —Mac sacudió la cabeza—. Ni siquiera sé si podré.


Creo que soy impotente. Me parece que todas mis hormonas han sido
eliminadas de mi cuerpo. No lo pensé en ese momento, pero habría hecho
voto de castidad sólo para hacer que tu corazón latiera de nuevo.
—Pero no lo hiciste. —Probó ligeramente su boca—. Nick y Jon me lo
habrían dicho. Y de todas formas, votos como ese bajo esa presión no
cuentan. ¿Y para que conste? —Ella deslizó la mano sobre su pecho, sobre
su vientre duro, dentro de sus pantalones, y sí. Ya estaba duro—. Y para
que conste, no creo que te hayas convertido en impotente del todo.

Ante sus palabras, su pene se hinchó y movió en la mano de Catherine, y


Mac se rio.

—Estás en minoría, Tom McEnroe. Ella y yo contra ti. Dos contra uno. —
Lo besó en la comisura y él le devolvió el beso ligeramente—. Y puesto
que convertiste en un gran asunto que Haven tuviera una democracia y
eso, creo que deberías ir con el voto de la mayoría.

—Humm.

Ella sonrió contra su boca. Cuando él se quedó sin palabras, fue todo de
ella.

—Arriba.

Se puso de pie y él le bajó los pantalones del pijama y las bragas. Él se


levantó un poco y se quitó los pantalones. Iba en plan comando como
hacían la mayoría de los soldados de las Fuerzas Especiales. Ella recordó
su sorpresa cuando él se lo contó. Nos salva de que se nos pudra la
entrepierna le dijo él, cualquiera que fuera su significado.

Pero ahora estaba agradecida porque él saltaba libre, completamente erecto


y descansaba contra su vientre.

Ah, esto. Lo había ansiado tanto. El calor, la cercanía, el puro placer que
desprendía. Estaba besándola más profundamente ahora, una mano
acercaba su cabeza hacia él, con la otra le apretaba el trasero,
estrechándola contra él.
Después la tocó entre los muslos. Intentaba comprobar si estaba lista para
él porque había pasado de cero a mil en unos segundos. Mac se sentía
caliente y duro como un palo contra su estómago. Sus dedos le dijeron que
estaba lista. Ella pasó de cero a mil también, todo su ser estaba
concentrado estrechamente en donde él estaba tocándola, oh, tan
cuidadosamente.

Ella no quería delicadezas.

No había muerto. Contra todo pronóstico, no había muerto. Nick le había


dicho unos días después de despertar, que Mac se había negado a dejar que
muriera y aquí estaba. Joven, sana y enamorada.

Viva.

Un dedo enorme se introdujo en ella que suspiró con deleite. Sus músculos
vaginales se contrajeron alrededor, como si quisieran mantenerlo dentro de
ella. Él deslizaba su mano ligeramente, estaba casi vibrando todo él por el
control porque no quería hacerle daño.

Podía notar tan claramente que no quería lastimarla y lo mucho que le


importaba. En cada caricia, en cada beso. Y más, allí, bajo su piel donde
sólo ella podía tocarle y alcanzarlo.

Catherine levantó la cabeza de su beso y lo miró desde arriba, miró la cara


amada. En algún nivel sabía que él no era guapo. Tenía cicatrices, su piel
estaba salpicada de viejas cicatrices de acné. Su nariz se había roto unas
cuantas veces y estaba aplastada contra su cara.

Pero ella no veía eso, ella lo veía a él, lo que era debajo de la piel. En ese
lugar que sólo ella podía ver.

Y él era tan hermoso.

—Ahora, Mac —susurró ella.


—Ahora —repitió él, mirándola a los ojos mientras la subía sobre él,
situándola en una posición que le permitía deslizarse profundamente sobre
él. Profundo. Más profundamente. Hasta que llegó tan dentro de ella que
no podía imaginarse estar separados.

Ah, Mac se sentía tan bien. Ella cerró los ojos y los abrió de repente
cuando él la sacudió un poco.

—No —le ordenó—. Mantén los ojos abiertos.

Y ella lo hizo así. La sujetó ligeramente sobre él y empezó a mover sus


caderas arriba y dentro de ella, de forma que ella estaba encima de él,
creando con su pelo un pequeño y oscuro muro alrededor de ellos,
preservándolos del resto del mundo en su pequeño paraíso privado.

Él movió las caderas con fuerza, hacia abajo y luego hacia arriba. Ella
jadeó, pero él sabía que no era de dolor porque estaba tocándola y la
conocía. Esto era lo que ella quería. Esta cercanía, este sentimiento de ser
uno en dos cuerpos.

Su pelo se balanceaba mientras ella se balanceaba con sus embestidas. Él


la sujetaba tan apretadamente que ella no podía moverse, pero no lo
necesitaba, Mac lo estaba haciendo todo y además perfectamente. Él fue
despacio al principio, dejando que ella se acostumbrara a él de nuevo, pero
luego sintió, supo, que podía acelerar.

Las embestidas se volvieron más duras y rápidas, y el calor se extendió de


la ingle hacia todo el cuerpo. Ella quería cerrar los ojos pero no podía. No
podía apartar su mirada de él mientras sus rasgos tensos se empezaban a
endurecer.

Él estaba bombeando fuerte ahora, las articulaciones de la mecedora


chirriaban, y el calor crecía, y crecía y crecía…

El cuerpo entero de Catherine se contrajo y se liberó mientras elevaba


ligeramente las rodillas, con la cabeza echada hacia atrás, convulsionando
en olas de calor que la empujaban al borde del dolor.

Eso llevó al borde a Mac también, mientras él le daba una última


embestida que sacudió su cuerpo y llegaba con un interminable chorro de
líquido caliente, que vertió en su cuerpo con un grito áspero.

Se dejó caer contra él, húmeda, enrojecida y feliz. Juntos.

Se quedaron sentados en silencio, con la cabeza apoyada en su hombro, en


sus brazos, él todavía medio duro en su interior.

Era el momento más feliz de la vida de Catherine. Se sentía como si


hubieran escalado juntos una montaña y estuviera mirando la tierra
prometida.

Ella giró la cabeza perezosamente y lo besó en la oreja.

—¿Sabes qué?

Sintió más que vio que sonreía.

—¿Qué?

—Creo que hicimos un bebé.

Todo su cuerpo se sacudió y ella sintió una oleada de alegría que le


inundaba y no podía decir si procedía de ella o de él. O de ambos.


San Francisco
Arka Laboratories

La policía local ha llevado a cabo extensos análisis forenses en la escena


del robo en las instalaciones de Millon. Las armas son militares pero no se
han encontrado en ninguna base de datos militar. No hay huellas dactilares
ni se encontró ADN. Las cámaras de video fueron desactivadas y se han
tomado medidas para asegurar que no vuelva a ocurrir de nuevo. La
compañía de seguridad ha sido despedida y una nueva, una compañía de
muy buena reputación dirigida por el ex general, Clancy Flynn, ha sido
contratada.

Se ha hecho un inventario exhaustivo, pero parece que nada ha sido robado


del laboratorio. El sistema informático está intacto. Es mi opinión que el
robo no tuvo éxito y ha demostrado ser nada más que un acicate para
aumentar la seguridad.

Lee terminó el informe y lo envió a la Junta de Arka donde los viejos que
formaban parte de la misma tendrían jefes de oficina que se lo leerían y
firmarían sin leerlo.

Lee tenía una nueva e interesante vía de investigación. Arka había


desarrollado una miniatura, una resonancia magnética portátil que podía
escanear cerebros sin que el paciente lo supiera. Podía ser utilizado en el
campo y sus asistentes ya lo estaba utilizando subrepticiamente sobre
gente en movimiento en teatros, bibliotecas y polideportivos.

Habían mostrado cosas interesantes.

Pero lo más interesante era un papel que nadie había podido leer, porque
Lee lo había leído antes de que pudiera ser publicado y el investigador
había tenido un accidente.

Lee le había dado al investigador, que trabajaba en el hospital psiquiátrico,


un prototipo para que lo utilizara con los enfermos mentales. Pero había
algunos pacientes que el investigador consideraba cuerdos, pero con
talentos inusuales. Había escrito un dossier extenso sobre esos pacientes,
tan extenso que Lee estaba convencido de que podían hacer lo que el
investigador decía que podían.

Uno podía predecir el futuro.

El otro podía proyectarse astralmente.

El tercero tenía telequinesis.

Lee tenía sus escáneres en la pantalla, uno junto a otro. Cada uno tenía un
pequeño punto de luz en la circunvolución del hipocampo, una parte del
cerebro considerada inerte normalmente. Deslizó sus dedos y superpuso
los tres escáneres y tenían el mismo punto de luz en el mismo sitio
exactamente.

Él tenía un cuarto escáner cerebral. El de Catherine Young, tomado sin su


conocimiento unas semanas antes de que desapareciera. Lo puso sobre los
otros tres, y pensó que aunque la morfología de las calaveras era diferente,
el punto de luz estaba ahí, exactamente en el mismo lugar.

Había algo en el cerebro de Catherine Young que Lee deseaba, con todas
sus fuerzas.

E iba a conseguirlo.
The end

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