Está en la página 1de 3

ANHEDONIA

Muchos corren, apresurados buscando apariencias. Yo corro sin saber que busco,
excusándome bajo la idea de encontrar la felicidad, cuando en realidad a lo que le
huyo es al miedo. De ese tengo bastante, tengo temor camuflado en nostalgia,
remordimiento escondido en orgullo, tristeza recostada en mi alma.

Ya la fábula no me escuda y la metáfora me escupe en la cara. Me gritan: - ¡Poeta!


¡Loco! ¡Mentiroso!

Sí escribir se trata de mentirme todo el tiempo creando escenarios donde anhelo


estar, entonces de hecho soy un mitómano por excelencia. Ya me quejé lo suficiente
con Dios, conmigo y con el Mundo, ninguno supo con exactitud cuál era el rostro
del germen para tanta ansiedad, nostalgia y sentimentalismo. Fue necesario
socavar en profundidades inhóspitas del pensamiento, pero solo halle terrenos
baldíos.

Me apresuré a quejarme con el corazón, pero ese desdichado era solo un niño en
brazos, vaya romántico bufón. Así que no di con más opción que preguntarle a mí
alma (aquella que en ese instante cargaba al infante).

 Tú que me conoces desde antes que yo siquiera tuviera juicio para elegir
nacer. Si no soy para el mundo lo que esperan, ¿Qué es lo que busco yo con
ellos? -. El alma, aunque sin rostro siento para los adentros de mi fantasía
una mirada más decidida que yo, y una voz me responde mientras me
cuestiona.
 ¿La pasión que presumes la has encontrado viviendo o recordando lo que
has vivido? Cada instante formulan circunstancias, tú vida es un tiempo
contado decidido por el azar. El mundo es ese escenario que se te ha
dispuesto.
 Pero es que para mí fortuna o mi desgracia, ya no sé. ¿Qué me ha llevado
hasta aquí? ¿No resulta más sencillo que me ayudes simplemente a vivir?

 En ello no puedo ayudarte. Ahí decidirás tú, si tu vida será preguntar, o vivir.
 ¡Yo elijo vivir preguntando! -.

Y mis parpados se hicieron pesados cayendo al unísono. Un mutismo era la única


voz del lugar, le tengo envida de aquellos que logran callar su mente, el silencio
cómo un cobarde se ha exiliado de mí.

y es que la vida te fecunda en la alma fantasía.

Es la voluntad del alma, el reproche ofuscado

Desperté. Pero mi cuerpo no estaba postrado en una cama, aunque la sensación era
casi la misma. Mis párpados estaban pesados y sensibles, como si la noche anterior
hubieran llorado mis ojos cada una de sus penas. Cuando mis sentidos tomaron
consciencia, supe entonces que me encontraba en una silla de hormigón pública.
Me hallaba muy cerca de un parque en el que había coincidido la noche anterior
después de haber hecho Dios sepa que cosas. Sin embargo, este día, yo no quería
saberlo, la única certeza era mi agobio queriéndose confundir con un insomnio
tardío. Me levanté de aquella silla, di unos cuantos pasos, y mi atención no evito
ser persuadida por el aglomerado de arbustos a mi alrededor, pero no eran los
únicos unos más grandes en forma de árboles yacían imponentes desde su altura.
Yo siempre supe que, comparado con el mundo, mi existencia era algo muy
pequeño, pero ese día se me hizo evidente. A pesar de ello mi reacción era distinta,
no estaba asustado, estaba asombrado, anonadado. De pronto, una corriente de
aire me acarició la frente. Para mí era el hálito de esa naturaleza, diciéndome que
al igual que yo todavía tenía alientos para más.

Reflexionando para mis adentros divagó una duda, puesto que sabía que me
hallaba en un parque, ni aquel ni yo teníamos un nombre. Eso no importaba por el
momento, yo estaba maravillado en aquel instante.

Sentí ajenos mis pies, pero ellos seguían caminando, y aunque yo no sabía su
destino, les confíe mi voluntad. Unos pasos después, una ventisca más fuerte soplo
mi pecho, intentando empujarme. Y aunque yo ya era ligero, no le permití llevarme.

Para entonces ya distinguí a más personas, una pareja venía incipiente y


apresurada, abrigados ante el preludio de la lluvia. Un anciano cerraba velozmente
el periódico de sus manos, luego acomodó sus gafas en el bolsillo trasero de su
pantalón para entonces disiparse de mi alcance. Además de aquellos, un hombre
moribundo de aire académico, calvo talvez de tanto pensar y de mirada profunda,
pasaba con mayor calma, pero no con menos fuerza.

Dos gotas caen sobre mi párpado izquierdo y un ejército tras suyo me impiden la
distinción de más identidades. La lluvia se hace pesada y la ventisca en favor suyo
culminan con mis pasos. Aunque en contra de ambos, continúo caminando no por
mero capricho sino porque el frío así lo precisa.

También podría gustarte